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El persistente afán de provocar:

feminismos, prácticas artísticas y producción de subjetividades.

Texto preparado y leído en:

1968 - MAYO – 2008


Jornadas Culturales en Bellas Artes - A 40 años del Mayo Francés
"La imaginación al poder"
27 de mayo del 2008 - Neuquén

Hasta el capuchón en que habito, desde muy lejos, me llegan el latir del mundo, sus silbidos y alaridos,
con los cuales me atreví a armar, soñando, estos gajos, estas misas con luz violeta.

Marosa di Giorgio. “Misales”

Fugitivas del desierto es la encarnadura de un modo de existencia provisional e


híbrido, arrastrada por pulsiones múltiples y dispares. Perseguimos ampliar los
horizontes de nuestra libertad, atreviéndonos a "ser otras", distintas de las que nos
asignan en forma predeterminada; denunciamos a través de la visibilidad lésbica, el
carácter construido de ciertas normas que se presentan como naturales, haciendo
especial eje en la heteronorma (esa ficción que pretende hacernos creer que la
heterosexualidad es natural). Ensayamos la vertebración de un activismo radical que se
erige en primera persona –y autofinanciado- en un contexto marcado por el avance de
los fundamentalismos de mercado, de derecha y religiosos.

Para ello, creamos dispositivos de intervención política a través del arte; en ese marco,
nada nos es ajeno para expresar -con lenguajes que se combinan en su posibilidad de
caos- nuestra mirada corrosiva del mundo. Nuestras acciones políticas devienen de
articular teoría, política y arte, que primero hacemos pasar por nuestras propias vidas
y cuerpos, siendo siempre esas acciones situadas, es decir, pensadas y configuradas
para un determinado espacio socio-político y urbano.

Nuestro repertorio de prácticas provienen de múltiples saberes que se entrelazan, allí


están: el comic, el tatoo, la poesía, la ciencia ficción, la novela policial, la pedagogía
crítica y postcrítica, la filosofía contemporánea, las artes visuales, el diseño gráfico, el
vegetarianismo y la preocupación por el invisible y persistente genocidio de animales,
las disciplinas orientales, la teoría queer y feminista, la informática, los estudios
culturales, las prácticas sexuales no-reproductivas, etc. Saberes que nos constituyen a
nosotras mismas y a partir de los cuales montamos la acción (textos poético-políticos,
instalaciones, intervenciones urbanas, objetos-políticos, etc). Desde un contrapunto
irónico y con ánimo intrépido e inconformista, dejamos nuestras marcas deliberadas
polisémicas en el espacio público, desafiando y provocando –seduciendo- al común de
la gente a su lectura/interpretación. Sexualizamos la escena cotidiana, ponemos en
evidencia el poder de la marcación del sexo y sus asimetrías; la lesbianizamos,
haciendo visibles los placeres sumergidos y prohibidos.
Si pensar es una máquina de guerra, según Deleuze, estamos aquí para establecer unas
posibles coordenadas semióticas-materiales de lectura de aquel acontecimiento de
agitación político-cultural que fue el mayo francés del ’68, desde nuestras topografías
corporales que se alzan en este mundo del capitalismo post-industrial. Por eso, nos
imaginamos al encarnar fugitivas como un laboratorio de recursos contra-hegemónicos
desde el cual activamos prácticas y estrategias de resistencia mediante un trabajo
creativo que cuestiona los límites de la privatización de los conocimientos.

Definidas por los dispositivos de control de la sexualidad como mujeres, nosotras


queremos intervenir ese modelo normativo que restringe y constriñe los usos del
cuerpo en función de su genitalidad, para montar otros placeres y afectividades de
acuerdo a nuestros deseos. Nos autodefinimos como lesbianas, una identidad política
que usamos para marcar una línea de visibilidad ante la normatividad sexual impuesta
por el régimen político de la heterosexualidad que decide ignorarnos, silenciarnos,
negarnos. Enunciarse como lesbiana es entonces hacer frente a un modo de vivir el
deseo que es expulsado del espacio de lo nombrable e imaginable en el espacio social,
del orden legítimo del mundo. Es asumir el lugar de la abyección, una identidad
proscripta y despreciada, para hacerla productiva y habitable en nuestros propios
términos.

Adscribimos a una política identitaria en tanto ficción necesaria para la acción política,
por ese motivo nos afirmamos como lesbianas en todo espacio en el que se nos niegue
la existencia. A su vez, incitamos a la proliferación de identidades como forma de
deconstruir la identidad monolítica y ampliar los espacios de identificación y
enunciación ante la norma binaria heterocentrada que nos naturaliza como hombres o
mujeres, masculinos o femeninos, homosexuales o heterosexuales. Ya sabemos, pues,
que lo que se nos quiere presentar como una cuestión de preferencias sexuales, en
realidad son procesos disciplinarios, tecnologías de género, re-naturalización de
mayorías y minorías sexuales para reforzar los marcos capitalistas-patriarcales. Por
ello, tener derecho a nombrarse equivale a tener derecho a vivir.

Somos feministas porque articulamos nuestra mirada del mundo a partir de sacudir las
ficciones de naturaleza que los regímenes normativos nos imponen para vivir nuestras
vidas. El feminismo es para nosotras una praxis que articula esferas que el sistema de
pensamiento occidental y cristiano, nos presenta como separados: cuerpo/mente,
público/privado, razón/emoción, entre muchos otros. Las teorías feministas han
subrayado el carácter social y políticamente construido de los sexos, los géneros y las
sexualidades, criticando la concepción autónoma y universalista de la representación y
desenmascarando las estructuras de poder que la hacen posible.

Las aportaciones del feminismo, tanto epistemológicas como políticas, son


fundamentales para comprender las condiciones de posibilidad para inventar otros
sujetos, otros modos de intervención política. Sin embargo, todavía persiste el
estereotipo del feminismo como “odio hacia los hombres”, que es una forma de
desactivar su potencial político.
Nos apropiamos e intervenimos en la producción de un feminismo queer, que es el
emergente teórico y político de las derivas y mutaciones de los distintos feminismos.
Ya no se ocupará sólo del sujeto “mujeres” y la desnaturalización de las desigualdades
de género, sino que tenderá a subvertir las convenciones de género, socavando la
representación del mismo como algo auténtico, normal y natural, además se
interesará por la creación de identidades fluidas, no binarias, como forma de
deconstruir la identidad y de desestabilizarla, así como ofrecer espacios de
identificación a una gama de posibilidades corporales más amplia. Estos movimientos
de deseos y cuerpos disidentes han puesto en cuestión la división tradicional entre
espacio público y privado, a través de las luchas por el acceso a la visibilidad en el
espacio público y, a su vez, han suscitado críticas radicales de lo que Foucault llamaba
las "arquitecturas de encierro" (el espacio doméstico, el colegio, el hospital, la fábrica,
etc.), entendiendo estos dispositivos espaciales como tecnologías de producción y
control de la subjetividad. Sin embargo, en nuestra región todavía sigue existiendo
cierto pánico sexual en otros movimientos sociales, como de derechos humanos,
trabajadoras/as, estudiantiles, etc., que siguen secundarizando cuestiones de género y
sexualidad o lisa y llanamente negándolas.

El feminismo como teoría del discurso o como teoría crítica de los géneros/sexos sigue
siendo prácticamente ignorado institucionalmente, al tiempo que manipulado y
cosificado en gran parte de los casos en que se utiliza desde una perspectiva que
termina neutralizándola como teoría crítica. Esto les hurta la posibilidad a las mujeres
hetero, lesbianas, gays, travestis, bisexuales y personas intersex de comprender la
ingeniería del sufrimiento a las que nos somete el orden sexual dominante y cómo
intervenir para boicotearla.

Queremos traer al presente una consigna del mayo francés que condensa la relación
entre vida, política y arte, para pensarla en estas coordenadas y activar su novedad
radical en el contexto actual. “La imaginación al poder” es la herencia de ese momento
de convulsión, pero su potencialidad no puede re-actualizarse sin pensar el presente,
es decir, el momento histórico que nos ha tocado vivir, que ya no es el mismo que el
de aquellos años (recordemos sino los disturbios en Francia del 2005, protagonizados
también en su mayoría por estudiantes pero impulsados por tensiones raciales,
religiosas y, sobre todo, por la miseria a que se ven sometidos). Sólo para nombrar
algunas mutaciones del mundo, el capitalismo se ha rearticulado con ferocidad y ahora
son las leyes del mercado las que tienen el poder constituyente de subjetivación. El
Estado ha transformado su función y se convirtió en un mero administrador de
recursos cada vez más escasos en las democracias liberales.

La imaginación del siglo XXI es una compleja trama de imágenes digitadas por los
códigos publicitarios, el cine y video, la televisión, Internet y los juegos electrónicos
(quien más, quien menos tiene acceso a alguna de estas instancias). Ni siquiera el
cuerpo contemporáneo es el mismo, construido bajo distintos modelos políticos, que
afectan de manera distinta a los diversos órganos. Por ejemplo, la nariz es un órgano
regulado por las leyes del mercado tecno-mediático y se constituye en propiedad
privada de los sujetos; lo mismo podemos pensar de los senos: somos libres -mientras
tengamos el dinero para ello- de intervenirlas mediante una cirugía plástica, sólo que
ahora es el mercado el que nos disciplina a crear cuerpos definidos por una feminidad
estándar, hegemónica, normativa e incitada por el ojo pornográfico del tecno-
capitalismo. Mientras tanto, el pene, la vagina y el útero continúan siendo órganos
estatales y no le pertenecen al sujeto, ya que cualquier transformación que querramos
hacerles tendrá que pasar por un protocolo médico-psiquiátrico establecido por el
Estado. En este sentido, los cuerpos de las mujeres siguen siendo capturados por la
maquinaria estatal y el control religioso, al no disponer del derecho al aborto, entre
muchas otras cuestiones. Hay una mayor visibilidad -alentada por los medios y el
consumo- de las identidades sexuales no normativas (gays, lesbianas, travestis, pero en
especial de los primeros por su poder adquisitivo y la promoción del capitalismo
“rosa”), sin embargo, somos cuerpos despojados de cualquier tipo de derecho, como
también lo son las/os pobres, las/os migrantes, los pueblos originarios. La
precarización del trabajo y de la vida es el signo de estos tiempos.

Entonces, ¿cómo intervenir hoy en este marco de transformaciones económicas,


políticas y sexuales que se afianzan en generar plusvalías a partir de nuestros cuerpos
en los espacios públicos instituidos por el capitalismo postfordista? ¿cómo pensar la
consigna la “imaginación al poder” frente a la super-explotación capitalista, la
exacerbación del racismo, la vigencia del hetero- patriarcado?

La apuesta, desde nuestro lugar, como lesbianas feministas anticapitalistas es doble,


porque es estética y política. Política porque insiste en la tarea de pensar qué
queremos/deseamos de nuestras vidas y cuáles son las condiciones de posibilidad para
que otros modos de vida tengan lugar. Hacer política significa pensar cómo las ideas se
traducen en análisis del propio contexto político y en la manera de intervenir en el
mismo para cambiarlo. Y también es una apuesta estética porque estos modos de
existencia se articulan en maneras particulares de expresión y producción de signos y
símbolos, es decir, requiere de sensibilidades indómitas que politicen la vida cotidiana.
No hay un sentido definido de antemano en esta consigna, porque sino trituramos
todo esfuerzo de desciframiento y alentamos su cristalización en dogma.

Queremos enfatizar, en este sentido, algunas argumentaciones que sostienen la trama


de estas apuestas, porque para que tenga lugar la mutación hay dejar de ser
engranaje, un o una mansa autómata, que funciona irreflexivamente y obedece
consignas, reproduce modelos. Adoptar una actitud de extrañeza frente a la escena
para que deje ser natural requiere alfabetizarnos en los códigos normativos. La
propuesta es pensar dos supuestos que operan al momento de nuestra acción.

En primer lugar, entender el poder en términos de relación. No es una propiedad que


se detente desde una instancia única (Estado, padre, sujeto) y se imponga en un único
sentido, no es algo que se posee, ni algo fijo. El poder es una relación, algo móvil,
fluido y capilar que se encuentra en todas partes y se ejerce desde distintos puntos
repartidos en una red de relaciones múltiples. El poder es inherente a las relaciones
sociales, no hay relación que esté exenta de poder, y son en esas relaciones que se
producen los sujetos. Todo poder implica un saber; saber y poder se implican
mutuamente, produciendo un régimen de verdad. Es por ello que el poder, desde la
perspectiva de Foucault, se comprende como “productivo”. En este sentido, la
sexualidad es construida como un cuerpo de saberes que modela las formas como
pensamos y conocemos el cuerpo, por lo tanto, el control no opera a través de la
negación o de la prohibición, sino a través de la producción, de la imposición de una
red de definiciones sobre las posibilidades del cuerpo. La forma contemporánea que
adquiere la relación entre poder y saber es la de la biopolítica. “Gobernar la vida
significa trazar sobre el campo continuo de la población una serie de cortes y de
umbrales en torno a los cuales se decide la humanidad o la no-humanidad de
individuos y grupos, y por lo tanto su relación con la ley y la excepción, su grado de
exposición a la violencia soberana, su lugar en las redes –cada vez más limitadas, más
ruinosas, en la era neoliberal- de protección social”. (Giorgi, 30-31).

Donde hay poder, hay resistencia reza el axioma contestatario. En este sentido, nos
interesa destacar la micropolítica como un escenario político en el cual nos
constituimos y que ha quedado obturado y descalificado por ciertas concepciones
ortodoxas del poder. No podemos esperar -o delegar -que el Estado abra nuevos
territorios de existencia, esa es una tarea que implica un trabajo personal que hay que
realizar. En la micropolítica emergen los pequeños relatos, esos que dan cuenta de los
mínimos desvíos o líneas de fuga en los códigos normativos e institucionales.

En segundo lugar, entendemos que el arte es una práctica cultural y política que
produce subjetividades. Todo arte es político. El arte feminista ha puesto en cuestión
todos los códigos sexuales y ha llevado a un primer plano la problemática de la
representación: quién representa a quién y con qué intereses. Esta operación ha
permitido desmontar los estereotipos sobre las mujeres que, con las representaciones
hegemónicas, buscan perpetuar su inferioridad social y minorizarlas socialmente. El
arte feminista cuestiona el orden social y cómo se construye, siendo el cuerpo la
exploración central porque condensa las categorías de género, sexo, sexualidad,
además de la de raza, clase, etc. Bárbara Kruger –artista feminista- afirmaba que el
cuerpo se ha utilizado como un campo de batalla.

Parte del debate en torno a mujer y creación se centra en precisar la diferencia entre
“estética femenina" y "estética feminista”. “La definición de “estética femenina” suele
connotar un arte que expresa a la mujer tomada como dato natural (esencial) y no
como categoría simbólico-discursiva. formada y deformada por los sistemas de
representación cultural. Arte femenino sería el arte representativo de una feminidad
universal o de una esencia de lo femenino que ilustre el universo de valores y sentidos
(sensibilidad, corporalidad, afectividad. etc.) que el reparto masculino-femenino le ha
reservado tradicionalmente a la mujer, sin poner en cuestión la filosofía de la identidad
que norma la desigualdad de la relación mujer (naturaleza)/hombre (cultura, historia,
sociedad) sancionada por la ideología sexual dominante. En cambio, la "estética
feminista” sería aquella otra estética que postula a la mujer como signo envuelto en
una cadena de opresiones y represiones patriarcales que debe ser destruida mediante
la toma de conciencia de cómo se ejerce y se combate !a superioridad masculina. Arte
feminista sería el arte que busca corregir las imágenes estereotipadas de lo femenino
que lo masculino-hegemónico ha ido rebajando y castigando. Un arte motivado, en sus
contenidos y formas, por una crítica a la ideología sexual dominante. Y más
complejamente: un arte que interviene la cultura visual desde el punto de vista de
cómo los códigos de identidad y poder estructuran la representación de la diferencia
sexual en beneficio de la masculinidad hegemónica”. (Richards, 47)

La cuestión política de la producción de subjetividad es el frente de batalla principal


para todo proyecto que busque reconstruir algunos puentes y anudamientos entre lo
político y el arte, potenciando los imaginarios radicales. Por eso, es prioritario
interrogar el supuesto idealista-burgués de la estética como contemplación pura y
desinteresada de lo bello, en nombre del materialismo critico de una concepción del
arte como práctica de signos inserta en las tramas de antagonismos y confrontaciones
de la materia social, que permita que lo disidente, anormal, inferior (llámese: mujeres,
lesbianas, etc) ejerza su fuerza político-discursiva de desorganización de los mensajes
culturales petrificados.

En este sentido, atreverse a tomar parte en las políticas del sentido desde posiciones
discursivas discrepantes y no lineales, desde nuestros deseos inadecuados, es
aventurar para la consigna “La imaginación al poder” la potenciación critica de aquellas
búsquedas tendientes a relacionar las dinámicas de constitución de identidades que
huyen de la normalidad -conformadora de sujetos “legítimos” y subjetividades
inteligibles- con la creación de nuevos lenguajes y formas culturales que
disloquen/desplacen/confronten sus signos con los de la estética dominante.

Se trata entonces, de tomar una decisión: reconfirmar lo ya acordado o buscar


audazmente desregular el convenio de formas establecidas poniendo en conflicto los
pactos de significación dominante que transan unilateralmente signos, valores,
poderes. En la primera opción encontramos que la relación arte-política se distiende y
relaja en los acomodos burocrático-administrativos, que hoy invitan al artista a
renunciar al radicalismo crítico para dedicarse a la maniobra gestionaria (ver sino la
cooptación K). Así nos convertimos en consumidores dóciles de técnicas artísticas, de
las técnicas de producción de nuestros cuerpos, de consignas políticas, de deseos
predeterminados, de palabras autorizadas, de diálogos cosificados.

En la segunda opción, nos arriesgamos a la construcción de estéticas perturbadoras,


mediante la estimulación de las microzonas de agitación y revuelo que sacudan el
equilibrio normativo de lo dictado por hábito o conveniencia, creando disturbios en la
organización semiótica de los mensajes que producen y reproducen el consenso
institucional; ejercitando prácticas desviantes, movimientos en abierta disputa con las
tendencias legitimadas por los vocabularios conformistas y recuperadores de la
fetichización académica, de la mercantilización estética o de la ideologización política.

Como activistas que establecemos una articulación entre estética y política no


podemos dejar de preguntarnos cuáles son los mecanismos de desmontaje crítico que
permiten subvertir la organización heteropatriarcal y capitalista de los registros
sociales de fabricación de sentido. La insumisión de la experiencia tanto del/la
estudiante francés/a del ‘68 como la del/la hacker de cualquier tipo de sistema del
siglo XXI, es una huella disponible en la cartografía de la disidencia.Recapturar la
imaginación política que articule luchas de interés (luchas reivindicativas de derechos)
con luchas de deseo (luchas expresivas de las opciones de cambio que buscan
rediagramar la microcotidianeidad social) es tal vez la forma radical de astillar un
presente tan uniforme y mediocre.

Las palabras hacen posible los gestos mínimos que dan lugar a las grietas de la
potencia intempestiva. Estos son nuestros pequeños gajos, tan intensamente eróticos
como los de Marosa, armados con la luz del arco iris, y también con colores que aún no
tienen nombre.

fugitivas del desierto- lesbianas feministas / mayo del 2008.-

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