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Hasta el capuchón en que habito, desde muy lejos, me llegan el latir del mundo, sus silbidos y alaridos,
con los cuales me atreví a armar, soñando, estos gajos, estas misas con luz violeta.
Para ello, creamos dispositivos de intervención política a través del arte; en ese marco,
nada nos es ajeno para expresar -con lenguajes que se combinan en su posibilidad de
caos- nuestra mirada corrosiva del mundo. Nuestras acciones políticas devienen de
articular teoría, política y arte, que primero hacemos pasar por nuestras propias vidas
y cuerpos, siendo siempre esas acciones situadas, es decir, pensadas y configuradas
para un determinado espacio socio-político y urbano.
Adscribimos a una política identitaria en tanto ficción necesaria para la acción política,
por ese motivo nos afirmamos como lesbianas en todo espacio en el que se nos niegue
la existencia. A su vez, incitamos a la proliferación de identidades como forma de
deconstruir la identidad monolítica y ampliar los espacios de identificación y
enunciación ante la norma binaria heterocentrada que nos naturaliza como hombres o
mujeres, masculinos o femeninos, homosexuales o heterosexuales. Ya sabemos, pues,
que lo que se nos quiere presentar como una cuestión de preferencias sexuales, en
realidad son procesos disciplinarios, tecnologías de género, re-naturalización de
mayorías y minorías sexuales para reforzar los marcos capitalistas-patriarcales. Por
ello, tener derecho a nombrarse equivale a tener derecho a vivir.
Somos feministas porque articulamos nuestra mirada del mundo a partir de sacudir las
ficciones de naturaleza que los regímenes normativos nos imponen para vivir nuestras
vidas. El feminismo es para nosotras una praxis que articula esferas que el sistema de
pensamiento occidental y cristiano, nos presenta como separados: cuerpo/mente,
público/privado, razón/emoción, entre muchos otros. Las teorías feministas han
subrayado el carácter social y políticamente construido de los sexos, los géneros y las
sexualidades, criticando la concepción autónoma y universalista de la representación y
desenmascarando las estructuras de poder que la hacen posible.
El feminismo como teoría del discurso o como teoría crítica de los géneros/sexos sigue
siendo prácticamente ignorado institucionalmente, al tiempo que manipulado y
cosificado en gran parte de los casos en que se utiliza desde una perspectiva que
termina neutralizándola como teoría crítica. Esto les hurta la posibilidad a las mujeres
hetero, lesbianas, gays, travestis, bisexuales y personas intersex de comprender la
ingeniería del sufrimiento a las que nos somete el orden sexual dominante y cómo
intervenir para boicotearla.
Queremos traer al presente una consigna del mayo francés que condensa la relación
entre vida, política y arte, para pensarla en estas coordenadas y activar su novedad
radical en el contexto actual. “La imaginación al poder” es la herencia de ese momento
de convulsión, pero su potencialidad no puede re-actualizarse sin pensar el presente,
es decir, el momento histórico que nos ha tocado vivir, que ya no es el mismo que el
de aquellos años (recordemos sino los disturbios en Francia del 2005, protagonizados
también en su mayoría por estudiantes pero impulsados por tensiones raciales,
religiosas y, sobre todo, por la miseria a que se ven sometidos). Sólo para nombrar
algunas mutaciones del mundo, el capitalismo se ha rearticulado con ferocidad y ahora
son las leyes del mercado las que tienen el poder constituyente de subjetivación. El
Estado ha transformado su función y se convirtió en un mero administrador de
recursos cada vez más escasos en las democracias liberales.
La imaginación del siglo XXI es una compleja trama de imágenes digitadas por los
códigos publicitarios, el cine y video, la televisión, Internet y los juegos electrónicos
(quien más, quien menos tiene acceso a alguna de estas instancias). Ni siquiera el
cuerpo contemporáneo es el mismo, construido bajo distintos modelos políticos, que
afectan de manera distinta a los diversos órganos. Por ejemplo, la nariz es un órgano
regulado por las leyes del mercado tecno-mediático y se constituye en propiedad
privada de los sujetos; lo mismo podemos pensar de los senos: somos libres -mientras
tengamos el dinero para ello- de intervenirlas mediante una cirugía plástica, sólo que
ahora es el mercado el que nos disciplina a crear cuerpos definidos por una feminidad
estándar, hegemónica, normativa e incitada por el ojo pornográfico del tecno-
capitalismo. Mientras tanto, el pene, la vagina y el útero continúan siendo órganos
estatales y no le pertenecen al sujeto, ya que cualquier transformación que querramos
hacerles tendrá que pasar por un protocolo médico-psiquiátrico establecido por el
Estado. En este sentido, los cuerpos de las mujeres siguen siendo capturados por la
maquinaria estatal y el control religioso, al no disponer del derecho al aborto, entre
muchas otras cuestiones. Hay una mayor visibilidad -alentada por los medios y el
consumo- de las identidades sexuales no normativas (gays, lesbianas, travestis, pero en
especial de los primeros por su poder adquisitivo y la promoción del capitalismo
“rosa”), sin embargo, somos cuerpos despojados de cualquier tipo de derecho, como
también lo son las/os pobres, las/os migrantes, los pueblos originarios. La
precarización del trabajo y de la vida es el signo de estos tiempos.
Donde hay poder, hay resistencia reza el axioma contestatario. En este sentido, nos
interesa destacar la micropolítica como un escenario político en el cual nos
constituimos y que ha quedado obturado y descalificado por ciertas concepciones
ortodoxas del poder. No podemos esperar -o delegar -que el Estado abra nuevos
territorios de existencia, esa es una tarea que implica un trabajo personal que hay que
realizar. En la micropolítica emergen los pequeños relatos, esos que dan cuenta de los
mínimos desvíos o líneas de fuga en los códigos normativos e institucionales.
En segundo lugar, entendemos que el arte es una práctica cultural y política que
produce subjetividades. Todo arte es político. El arte feminista ha puesto en cuestión
todos los códigos sexuales y ha llevado a un primer plano la problemática de la
representación: quién representa a quién y con qué intereses. Esta operación ha
permitido desmontar los estereotipos sobre las mujeres que, con las representaciones
hegemónicas, buscan perpetuar su inferioridad social y minorizarlas socialmente. El
arte feminista cuestiona el orden social y cómo se construye, siendo el cuerpo la
exploración central porque condensa las categorías de género, sexo, sexualidad,
además de la de raza, clase, etc. Bárbara Kruger –artista feminista- afirmaba que el
cuerpo se ha utilizado como un campo de batalla.
Parte del debate en torno a mujer y creación se centra en precisar la diferencia entre
“estética femenina" y "estética feminista”. “La definición de “estética femenina” suele
connotar un arte que expresa a la mujer tomada como dato natural (esencial) y no
como categoría simbólico-discursiva. formada y deformada por los sistemas de
representación cultural. Arte femenino sería el arte representativo de una feminidad
universal o de una esencia de lo femenino que ilustre el universo de valores y sentidos
(sensibilidad, corporalidad, afectividad. etc.) que el reparto masculino-femenino le ha
reservado tradicionalmente a la mujer, sin poner en cuestión la filosofía de la identidad
que norma la desigualdad de la relación mujer (naturaleza)/hombre (cultura, historia,
sociedad) sancionada por la ideología sexual dominante. En cambio, la "estética
feminista” sería aquella otra estética que postula a la mujer como signo envuelto en
una cadena de opresiones y represiones patriarcales que debe ser destruida mediante
la toma de conciencia de cómo se ejerce y se combate !a superioridad masculina. Arte
feminista sería el arte que busca corregir las imágenes estereotipadas de lo femenino
que lo masculino-hegemónico ha ido rebajando y castigando. Un arte motivado, en sus
contenidos y formas, por una crítica a la ideología sexual dominante. Y más
complejamente: un arte que interviene la cultura visual desde el punto de vista de
cómo los códigos de identidad y poder estructuran la representación de la diferencia
sexual en beneficio de la masculinidad hegemónica”. (Richards, 47)
En este sentido, atreverse a tomar parte en las políticas del sentido desde posiciones
discursivas discrepantes y no lineales, desde nuestros deseos inadecuados, es
aventurar para la consigna “La imaginación al poder” la potenciación critica de aquellas
búsquedas tendientes a relacionar las dinámicas de constitución de identidades que
huyen de la normalidad -conformadora de sujetos “legítimos” y subjetividades
inteligibles- con la creación de nuevos lenguajes y formas culturales que
disloquen/desplacen/confronten sus signos con los de la estética dominante.
Las palabras hacen posible los gestos mínimos que dan lugar a las grietas de la
potencia intempestiva. Estos son nuestros pequeños gajos, tan intensamente eróticos
como los de Marosa, armados con la luz del arco iris, y también con colores que aún no
tienen nombre.