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HISTORIA DE LA FILOSOFIA MODERNA Clase Nº 28: 5 de julio de 2013

Beatriz von Bilderling COMPLEMENTO 2

DEDUCCIÓN TRASCENDENTAL DE LOS


CONCEPTOS PUROS DEL ENTENDIMIENTO
(§§ 15-20)

Kant, I.
Texto: Analítica trascendental. Libro Primero: Analítica de los conceptos.
Segundo capítulo: Deducción de los conceptos puros del entendimiento.
Sección segunda: Deducción trascendental de los conceptos puros del
entendimiento (§§ 15-20)

Sabemos ya que Kant emprende a partir del § 13 lo que llama una "deducción trascendental en general". Ese
parágrafo junto con el § 14 constituyen la introducción a la particular deducción trascendental de las
categorías. Allí, en esa introducción, fundamentalmente Kant plantea el problema que amerita que se intente
una necesaria deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento. Otra cosa que ya sabemos
es que, en principio, este problema es el mismo para cualquier representación pura y de allí el carácter
general del título del primer parágrafo. El problema es el de justificar que una representación que en su
aprioridad o pureza es independiente de la experiencia se aplique, no obstante, o se emplee de modo válido
en la experiencia.

Sin embargo, ya sea porque Kant viene de escribir la Disertación –la obra de 1770–, donde sostenía que
las categorías llegaban al conocimiento de la cosa en sí y las intuiciones aportaban por sí solas cierta
conciencia del fenómeno, o ya sea para dramatizar el problema con excesos retóricos, Kant señala también
que el problema se hace aun más grave con respecto a las categorías. Es más grave porque al tratarse de
conceptos, ellos guardan con los objetos y la experiencia mayor "distancia", por así decirlo, que las
intuiciones. Las intuiciones se refieren a los objetos de manera inmediata, los conceptos de modo mediato.
Por consiguiente, Kant enfatiza la gravedad de la cuestión sugiriendo la posibilidad —que por otra parte es

 La primera versión de esta clase corresponde al curso de 2012, complemento de la Clase 30 del 4 de julio.
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bastante humeana— de que los objetos exijan para su conocimiento condiciones de la sensibilidad, pero no
necesariamente también condiciones intelectuales. Si esto fuera efectivamente posible, ello sería un motivo
que se suma al de la pureza o aprioridad de las categorías para exigir una justificación de su derecho a la
pretensión de ser conocimientos o condiciones de conocimiento de experiencia. De allí que la deducción sea
del todo necesaria para los conceptos puros del entendimiento.

Hemos visto que este problema encuentra en el parágrafo siguiente, esto es, en el §14, la exposición del
principio de su solución. Ese principio de solución surge, además, reflexionando acerca de la deducción ya
lograda, la deducción presente en la Estética y correspondiente a las formas puras de la sensibilidad. Ya
sabemos que Kant nos recuerda en ese parágrafo lo esencial de la revolución copernicana, desestimando
desde un principio la última posibilidad expuesta en el parágrafo anterior, el § 13. Kant desestima ahora
que con la sola sensibilidad pudieran presentarse objetos de conocimiento que no requiriesen de los
conceptos del entendimiento. Por eso vuelve a un estricto planteo crítico y a recordar que son dos las
condiciones que la Crítica de la razón pura exige para el conocimiento de los objetos: intuición y concepto,
recepción de la sensibilidad y espontaneidad del entendimiento. En A 92-93 = B 125, Porrúa 77-78,
Alfaguara 126, Colihue 164-165, nos dice:

Hay empero dos condiciones bajo las cuales tan sólo es posible el
conocimiento de un objeto: primeramente intuición, por la cual es dado el
objeto, pero sólo como fenómeno; y en segundo lugar, concepto, por el cual
es pensado un objeto que corresponde a esa intuición.

En un segundo paso, vuelve a resumir entonces cómo se probó que espacio y tiempo siendo a priori, valen
no obstante para la aparición (o dación) de fenómenos. Y finalmente, Kant adelanta que ahora se puede
argumentar de la misma manera a partir de una noción mínima de objeto pensado o conocido, esto es, una
noción que acepte incluso el empirista-escéptico, pero que el racionalista no haya tampoco desestimado.
Sobre esa base se puede mostrar en este caso que sin un determinado tipo de entendimiento como facultad,
y sin un determinado tipo de acciones de ese entendimiento, como conceptos (o juicios), aun ese
conocimiento mínimo de objeto sería del todo imposible, esto es, sería imposible cualquier pensamiento de
un objeto en tanto objeto.

En tal sentido, la deducción de las categorías, como pieza discursiva legal, que se entabla ante un tribunal y
que, en parte, argumenta contra otras pretensiones de derecho de conocimiento, vuelve a comenzar teniendo
en cuenta posibles reclamos, especialmente en principio, empirista-escépticos. Esto se hace notorio en los
párrafos finales del § 14, correspondientes ya al texto exclusivo y renovado de la segunda edición de la KrV

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[siglas de Kritik der reinen Vernunft]. Se lee en ellos en B 127-128. Porrúa 78, Alfaguara 127-128, Colihue
198-199:

El famoso Locke, a quien faltó hacer esta consideración [de que las
categorías no encuentran en la experiencia su deducción, sino su ilustración, puesto que sin
ser empíricas son no obstante constitutivas de toda referencia objetiva] habiendo
hallado en la experiencia conceptos puros del entendimiento, los derivó
de la experiencia y sin embargo procedió con tanta inconsecuencia que
se atrevió a ensayar de obtener con ellos conocimientos que pasan muy por
encima de los límites de toda experiencia. David Hume conoció que para
poder hacer esto último, era necesario que esos conceptos tuviesen su
origen a priori. Pero no pudo explicarse cómo sea posible que el
entendimiento tenga que pensar, como necesariamente enlazados en el
objeto, conceptos que, en sí, en el entendimiento, no están enlazados [es
decir, no están enlazados por inclusión conceptual, o sea, no son analíticos; son
sintéticos], y no cayó tampoco en la cuenta de que acaso el entendimiento,
por medio de esos conceptos mismos, pudiera ser el creador de la
experiencia en donde sus objetos son hallados; así pues, apremiado por la
necesidad, hubo de derivarlos de la experiencia (a saber, de una
necesidad subjetiva, que se origina en la experiencia por frecuente
asociación, y que luego consideramos falsamente como objetiva, y es la
costumbre), pero procedió después con gran consecuencia, declarando que
es imposible franquear los límites de la experiencia con esos conceptos y
con los principios a que ellos dan lugar. Pero la derivación empírica
que ambos autores verificaron, no se compagina con la realidad de los
conocimientos científicos a priori que poseemos, a saber: la matemática
pura y la ciencia universal de la naturaleza, y por tanto queda refutada
por el hecho (Factum).

Con respecto a esto último, es decir, acerca de que las posiciones empiristas en cuanto al conocimiento
objetivo quedan desacreditas por la realidad (y no mera posibilidad) de ciencias con juicios universales y
necesarios, notemos que Kant puede hablar del carácter a priori de la matemática y de la ciencia universal
de la naturaleza como si contuvieran juicios sintéticos a priori, porque el párrafo es redactado recién en
1787. Es decir, para ese momento él ha de considerar que eso no es una mera afirmación dogmática, sino
que ha encontrado prueba en la anterior edición de 1781 y luego, en 1783, cierto refuerzo con el planteo
propio de Prolegómenos. Sigue diciendo Kant:

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El primero de esos dos hombres ilustres [Locke] abrió ancho campo al


misticismo; porque la razón, en cuanto advierte que se le concede
permiso, no consiente ya mantenerse en sus limitaciones, por mucho que se
le encomie la moderación. El segundo [Hume] entregóse enteramente al
escepticismo, porque había creído descubrir que era una ilusión de
nuestra facultad de conocer lo que universalmente se tenía por razón.
Estamos ahora en el punto de hacer el ensayo de gobernar la razón
felizmente por entre esos dos escollos, señalándole sus determinados
límites y conservando sin embargo abierto para ella todo el campo de su
actividad adecuada.

Según lo que aquí se dice en primer lugar, este empirista-escéptico humeano se presenta aceptando ahora,
en principio, y de algún modo, la creencia en ciertos órdenes y uniformidades que rotulamos de
"experiencia". Por ejemplo, acepta la relación causal. No acepta que se trate de una conexión en sentido
fuerte, pero sí acepta que es un tipo de asociación regular. E incluso, como sabemos, Hume llega a admitir
la idea de necesidad o de conexión necesaria en el orden natural. Solo a partir de tal aceptación se pregunta
por su legitimidad. Su análisis arroja como resultado, por un lado, el carácter injustificado de la creencia, si
lo que se pretendía era una creencia racional. Para él creencias como las creencias en conexiones causales
no son racionales. Pero no por eso se trata de que no tengan ninguna base. Se basan en el hábito, la
costumbre. Y a partir de ese hábito o costumbre sabemos que, cuando aparece uno de los términos de la
relación causal, se genera en la mente un sentimiento subjetivo de necesidad de pasar al acompañante
habitual. Ese sentimiento es el que se traduce o se copia en idea de necesidad. Y por tanto también en
Hume termina legitimándose la posesión y uso de la idea de conexión necesaria.

Sin embargo, Kant cree, por un lado, que se puede proponer algo más fuerte que una mera necesidad
subjetiva que nosotros nos limitaríamos a transferir a un supuesto orden objetivo por fines meramente
utilitarios de adecuar medios con fines y prever el futuro. Además, considera que puede solucionar con
alcance pleno lo que en Prolegómenos llama "el problema de Hume". Es decir, considera que Hume, como
carecía además de la idea de sistema, se dio cuenta de que algo pasaba con la causalidad, y tal vez también
con la sustancia, pero no sabía la nómina completa de representaciones problemáticas. No entendió que eran
a priori, no entendió que se trataba de categorías y no de principios de asociación y por tanto no entendió
que siendo subjetivas podían fundar necesidad objetiva al ser condiciones de posibilidad de la experiencia.
Pero Kant no sólo cree todo eso. Piensa que puede probarlo y a eso destina la deducción trascendental de los
conceptos puros del entendimiento.

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Sin embargo, ya aquí adelanta una caracterización mínima de parte de lo que está ahora en entredicho. Si lo
que en la Estética estaba en entredicho era el carácter intuitivo y puro a priori de espacio y tiempo, sobre los
que había cierto consenso en considerarlos formas de las impresiones sensibles, ahora está en entredicho el
carácter de estos conceptos con los que organizamos los datos sensibles en conocimientos de objetos y en
conocimientos de esa unificación que llamamos experiencia. Para empiristas como Hume son débiles nexos
imaginario-asociativos, para los racionalistas son conceptos a priori, pero en el sentido de ideas innatas, que
aportan unidad en la mera contemplación pasiva. Kant tratará de mostrar que con propiedad han de ser
aquellas acciones de pensar o funciones (vacías de contenido) que posibilitan concebir cualquier objeto
como objeto.

Esta última es la caracterización que Kant ya ha dado de las categorías en algunos tramos de los apartados
introductorios a la Lógica. Ahora, al final de los parágrafos que sirven de introducción a la deducción
trascendental, vuelve a dar una nueva caracterización. Esta vez ella es muy poco feliz. Es mejor la
caracterización anterior, que se encuentra terminando el apartado II de la Introducción, en A 57 = B 81-82
(Porrúa 60 c.2, Alfaguara 97, Colihue 127-128). Pero también hay que tener en cuenta que Kant ya ha
adelantado ciertos planteos en el núcleo de la llamada deducción metafísica, aunque esa sección no tenga
todavía fuerza probatoria, y eso tal vez le haga considerar que puede dar una "caracterización" más
detallada. Al respecto, esta caracterización tiene, no obstante, la ventaja de que Kant dice querer "explicar"
lo que son las categorías. De manera que de nuevo nos encontramos que no solo se explica o se expone lo
que es una forma de la sensibilidad, también se explica lo que son las categorías (aunque se lo oscurezca
con ejemplos que sólo podrán ser entendidos más adelante). Y aquí hay que observar que Morente también
es poco feliz con la traducción pues habla de "definición". Kant escribe esta vez Erklärung, es decir,
comienza por una explicación, exposición, aclaración, que cada vez se va detallando más y mejor. Dice
Kant en B 128-129, Porrúa 79 cc. 1-2; Alfaguara 128, Colihue 199-200:

Sólo quiero dar antes la definición [Erklärung] de las categorías. Son


conceptos de un objeto en general, por medio de los cuales la intuición
de éste es considerada como determinada con respecto a una de las
funciones lógicas de los juicios. Así la función del juicio categórico
es la de la relación del sujeto con el predicado, v. g., todos los
cuerpos son divisibles. Mas con respecto al uso meramente lógico del
entendimiento, queda indeterminado a cuál de los dos conceptos se ha de
dar la función del sujeto y a cuál la de predicado. Pues se puede decir
también: algo divisible es cuerpo. Mas, por medio de la categoría de
sustancia, cuando pongo bajo ella el concepto de cuerpo, queda
determinado que su intuición empírica en la experiencia tiene que ser

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considerada siempre sólo como sujeto, nunca como mero predicado; y así en
todas las restantes categorías.

Kant ya está adelantando con esto la diferencia entre las categorías puras (conceptos propios de cualquier
ser racional con entendimiento y una sensibilidad en general, esto es, sin consideración de sus formas
específicas) y las categorías esquematizadas (conceptos puros del entendimiento que han de incorporar
alguna referencia a algún elemento puro de una especial sensibilidad para tornarse significativos para
objetos dados a dicha capacidad sensible1) o al menos entre la mera forma del juicio y la categoría
plenamente significativa, que es la esquematizada. Y esto de nuevo es mucho para este momento de la
argumentación. Por eso lo único sostenible, y con las reservas de que tiene que probarlo, es que las
categorías vienen a ser conceptos de un objeto en general. Y son muchas porque con ellas el objeto adquiere
una determinación correspondiente a cada una de las funciones lógicas del pensar en el juicio. Si hay doce
formas del juicio, hay doce categorías. Pero sigue abierta la pregunta ante un escéptico ¿hay categorías
como conceptos a priori de un objeto en general, o como los conceptos que hacen a la objetividad del
objeto? E incluso se abre una pregunta frente a un racionalista: ¿hay categorías como conceptos que
concuerdan con las funciones del juicio en ser ellos mismos activos por depender de un entendimiento que
también tiene que serlo en su exclusiva discursividad, esto es, en su imposibilidad de ser pasivo-intuitivo?

Para volverlo a repetir, todo esto tiene que ser probado por Kant, pero él ya tiene la clave y la estructura que
ha de guiar su argumentación. La misma la podemos ahora plantear por comparación a los pasos con los
que nos condujo a través del gran argumento de la Estética.
Decíamos que en la Estética, Kant no encuentra mayores problemas para caracterizar lo que es la
sensibilidad, pues al respecto sabe que hay consenso entre su posición y aquellas concepciones que no han
logrado resolver el problema de la metafísica e incluso el problema del conocimiento, ya sea por debilitar
este último, ya sea por sostenerlo sobre el recurso de la garantía divina. Para todos, en el caso de la
sensibilidad se trata de una capacidad de recibir datos sensibles. También hay indicios que todos, algunos de
manera más explícita otros menos, acuerdan en aceptar cierta forma relacionada con esa recepción de datos
sensibles como materia. Y todos asocian esas formas con el espacio y con el tiempo. Lo único que discuten
es su carácter. De allí que Kant se detenga en argumentar, a favor de su propia posición, todos los aspectos
que le posibilitan ir excluyendo los reclamos de las posiciones antagónicas acerca de conocer lo que son
espacio y tiempo. Argumenta así que las representaciones de espacio y tiempo

1 A eso llamará Kant, esquema trascendental: “Esa condición formal y pura de la sensibilidad, a la
cual el concepto del entendimiento en su uso está restringido, vamos a llamarla
esquema de ese concepto del entendimiento y llamaremos esquematismo del entendimiento
puro al proceder del entendimiento con esos esquemas.” A 140 = B 179, Porrúa 98, c. 1,
Alfaguara 184, Colihue 239.
Como en el caso de la sensibilidad humana, el tiempo es su forma más universal, las categorías se esquematizan en términos
temporales.

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(1) no son conceptos empíricos


(2) son representaciones a priori
(3) no son conceptos a priori
(4) son intuiciones a priori
(5) no son cosas en sí, ni propiedades de las cosas en sí
(6) son sólo condiciones subjetivas, aunque válidas objetivamente para los objetos entendidos como
fenómenos.

Pero, al pasar a la Lógica trascendental y reflexionar sobre el carácter de los otros elementos que han de
intervenir en el conocimiento, que son los conceptos, Kant encuentra que también en este caso no hay
consenso en la comprensión de ese carácter. Advierte asimismo que ello se debe a que en principio
tampoco hay consenso en la caracterización de la facultad de la cual son elementos, esto es, no hay acuerdo
en el carácter con el que se concibe al entendimiento desde las distintas posiciones filosóficas. Un empirista
como Hume acepta que tiene conciencia de las percepciones puntuales, sean impresiones o ideas, sean
simples o compuestas, pero que no hay una conciencia continua, unitaria, mucho menos de tipo sustantivo,
que merezca la denominación de entendimiento o autoconciencia. A lo sumo aceptará cierta conciencia de
nexos, pero que se limitan a ser asociaciones de la imaginación y que se observan con recurrencia, pero, de
nuevo, sin ninguna unidad o identidad que no tenga ella misma que ser construida. Los racionalistas, en
cambio, no dudan ni de la unidad de la conciencia, ni, finalmente, de la unidad del objeto que puede captar
esa conciencia. Pero basan esa convicción en que entienden que ella misma tiene las características de un
entendimiento intuitivo, capaz de apresar en un acto simple toda la multiplicidad que hay en aquella unidad
del objeto. De allí que Kant comience esta vez por argumentar a favor del entendimiento sintético-
discursivo como autoconciencia y conciencia objetivante, y sobre esa base, a argumentar a favor de los
enlaces sintéticos que son las categorías como implicados necesariamente en cualquier conciencia de objeto.
Pues, si logra mostrar que la discursividad sintética es la característica propia y única del entendimiento
finito, sus reflexiones de la antecedente deducción metafísica quedan asimismo probadas y allanan el
camino para admitir que de ese entendimiento se siguen los conceptos con los que dicha facultad ejerce esa
síntesis objetiva y que Kant ha denominado categorías.

De allí que la deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento se agrave adicionalmente
por esta necesidad inicial de efectuar una prueba a favor de un especial tipo de entendimiento, antes de
ensayar cualquier prueba acerca de sus correspondientes conceptos.
Lo que Kant pasa a probar, entonces, en este caso es que nuestro entendimiento finito
(1) no es una conciencia empírica, meramente acompañante esporádica de datos inconexos § 16
(2) es una conciencia trascendental a priori, y por eso mismo una autoconciencia § 16
(3) no es un entendimiento intuitivo, próximo al entendimiento infinito §§ 16-17

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(4) es un entendimiento productor de la unidad de la objetividad, cuya multiplicidad tiene que ser dada § 17
(5) no es un entendimiento que opera por meros nexos asociativos § 18
(6) es un entendimiento como facultad de juzgar y de conocer por conceptos § 19
Ahora, puesto que con ello queda finalmente probada la caracterización del entendimiento de la llamada
“deducción metafísica”, que adelantaba la necesaria correspondencia entre formas del juicio y funciones
de unidad en las categorías, al ser el entendimiento un entendimiento sintético discursivo o facultad de
conocer por conceptos, simplemente resta la conclusión de que
(7) la objetividad del objeto depende del carácter sintético discursivo del entendimiento, y la confiere sus
síntesis por categorías, de modo que lo múltiple de la intuición que aporta la materia de los objetos, se
halla necesariamente sometido a las categorías, que proporciona a ese múltiple la unidad de un objeto.
Esas categorías, como ya se ha adelantado, son tantas como funciones lógicas de pensar hay en los
juicios y reciben denominaciones concordantes con esas mismas funciones. § 20.

Cabe aclarar, no obstante, que, de aceptar las argumentaciones de Kant en este tramo que va del § 15 al
§ 20, hay que concluir que Kant ha hecho una deducción válida, una justificación del derecho de posesión y
uso de conceptos puros para cualquier ser racional con entendimiento discursivo que haya de ponerse en
contacto con una sensibilidad, sensibilidad que por eso aparece aquí con el calificativo de sensibilidad en
general. Lo que resta de la deducción continúa el argumento para el caso de un entendimiento como el
nuestro que se relaciona con una sensibilidad específicamente humana sometida a las formas puras de
espacio y tiempo (§§ 21-27), y sólo esto completa la argumentación a favor de que las categorías no sólo
nos dan una mera objetividad en general, sino el marco objetivo que hace objetos a nuestros objetos
fenoménicos, aquellos que se nos aparecen bajo las formas espacio-temporales.

Sobre la base de lo anterior, podría pensarse, no obstante, que debido a esta tan amplia falta de consenso es
difícil para Kant encontrar esta vez el mínimo acuerdo como para entablar una argumentación discursiva
frente al tribunal de la razón pura. Sin embargo, eso no es así. En primer lugar, porque a pesar de todos las
discrepancias que haya sobre los caracteres de las capacidades, facultades o meras operatividades puestas
en juego para el conocimiento y sobre los caracteres de sus elementos, todos concuerdan en que son ellas las
que hacen que ante la mente se presente algo, eso que a veces se da en llamar percepciones, otras
representaciones. En segundo lugar, todos dan indicios de aceptar que algunas de esas percepciones o
representaciones nos remiten a aquello que, aun desde una posición del sentido común, se denomina
objeto2. Se trata de aquello que por complejidad interna que tenga, la mente capta como una unidad. Es así

2 En tal sentido, son muy significativos estos pasajes correspondientes a la Sección II de la Parte IV de Libro I del Tratado de la
naturaleza humana de Hume:
A fin de evitar toda ambigüedad y confusión a este respecto, señalaré que voy a
explicar aquí las opiniones y creencia del vulgo en lo referente a la existencia
de los cuerpos, y que, por consiguiente, tendré que amoldarme enteramente al

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como nos encontramos a empiristas como Hume hablando de manzanas, sombreros y zapatos, a
racionalistas como Descartes preocupado por el correlato objetivo de sus ideas de manos, caras, estatuas y
torres.

Es este segundo acuerdo, el que, pareciera, Kant tiene en cuenta al inicio de su argumentación en el § 15.
Parece además que de nuevo encuentra en las aclaraciones del empirista-escéptico las mejores
formulaciones que le posibilitarán pausadamente mostrar que nuestro entendimiento opera con conceptos,
que a diferencia de meras asociaciones subjetivas y empíricas, constituyen a priori la objetividad. Una de
esas aclaraciones, conveniente como punto de partida de Kant, la constituye, por ejemplo, la alusión de
Hume, al inicio del Tratado de la naturaleza humana, acerca de que toda impresión compleja supone un
múltiple. Sabemos que por ello Hume quiere decir que toda impresión compleja supone un múltiple de
impresiones simples que son justamente aquellos componentes en los que la impresión compleja puede
analizarse o descomponerse. Por algo es compleja. Las impresiones complejas justamente por constituir un
múltiple de datos sensibles simples admiten división hasta llegar a esa simplicidad no ulteriormente
analizable. Sin embargo, también se trata de “un” múltiple. Y eso significa que la mente capta no obstante
una unidad. Recuerdo ahora el pasaje de la Sección I de la Parte I, Libro I del Tratado donde Hume dice:

"Las percepciones simples (impresiones o ideas) son tales que no admiten


distinción ni separación. Las complejas son lo contrario que éstas, y
pueden dividirse en partes. Aunque un color, sabor y olor particulares
sean cualidades que estén todas unidas en esta manzana, por ejemplo, es
fácil darse cuenta de que no son lo mismo, sino de que, por lo menos, son
distinguibles unas de otras." (Tratado, I, I, I, SB, p. 2; EN, 1977, p. 88. El subrayado es mío.)

Por eso, a Kant, de aceptarse que está teniendo en cuenta posiciones como la aludida, le interesa no la
posible distinción entre los elementos componentes, sino, por el contrario, esa afirmación de hallarse todas

modo que éste tiene de pensar y expresarse. Ahora bien, ya hemos hecho notar que,
por mucho que los filósofos puedan distinguir entre objetos y percepciones
sensibles (que suponen coexistentes y semejantes), ésta es con todo una
distinción que la generalidad de los hombres no comprenden, ya que cuando
perciben un solo ser no pueden asentir nunca a la opinión en pro de una doble
existencia y representación. Las sensaciones mismas que entran por los ojos o los
oídos son para ellos, los objetos verdaderos, y no pueden concebir fácilmente que
la pluma o el papel que perciben inmediatamente representen otra cosa diferente,
aunque semejante. Por tanto, y a fin de acomodarme a sus nociones supondré, en
primer lugar, que hay una sola existencia, a la que llamaré indiferentemente
objeto o percepción, según convenga mejor a mis propósitos; además entenderé
por estos términos lo que cualquier hombre normal entiende por sombrero, zapato,
piedra o cualquier otra impresión transmitida por los sentidos. (Tratado I, IV,
II, SB p. 202, EN p. 338)

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unidas en un solo complejo. Kant comparte esa posición, tal como lo dejan entrever los términos con que
abre el § 15, primer parágrafo de la sección titulada “Deducción trascendental de los conceptos puros del
entendimiento”. Kant dice en B 129, Porrúa 79 c. 2, Alfaguara 152, Colihue 200:

Lo múltiple de las representaciones puede ser dado en una intuición, que


es meramente sensible, es decir, mera receptividad.

Sabemos que si Hume opta por llamar impresión sensible compleja a la percepción de la manzana, Kant le
da a eso mismo la denominación de intuición sensible empírica, la cual supone la receptividad de la materia
por parte de las afecciones de la sensibilidad. Y Kant concuerda con Hume que en casos como los de la
percepción de “una” manzana, hay “un” múltiple de otras intuiciones empíricas, por ejemplo, esas mismas
que Hume detalló en las expresiones de la cita: un cierto matiz de color rojo, un cierto sabor dulce, un cierto
olor perfumado. No obstante, como sabemos, Kant le haría dar al empirista un paso más. Se trata de aquel al
que lo llevó a través de la argumentación de la Estética. Puesto que no hay matices puntuales como una
suerte de átomos de rojo, sino siempre manchas rojizas, sabores y olores que, para percibirse han de invadir
cierta extensión, también dirá que en toda mancha de color hay “un” múltiple de pigmentos, en todo sabor
u olor “un” múltiple de dulzuras o perfumes. Sea como sea, a lo que va es a que en una intuición o
impresión hay entonces un múltiple de representaciones aprehendidas.

Pero, lo que puede agregar Kant ahora gracias a esa misma argumentación de la Estética es que esas
múltiples representaciones han podido ser aprehendidas, han podido aparecérsenos, han podido
presentársenos o manifestársenos, sólo porque nuestra facultad de representación contiene a priori formas
que hacen posible dicha aprehensión. Por eso prosigue diciendo:

[…] y la forma de esa intuición [que nos da un múltiple empírico] puede estar
a priori en nuestra facultad de representación, sin ser, sin embargo,
otra cosa que el modo como el sujeto es afectado. (B 129, Porrúa 79 c. 2, Alfaguara
152, Colihue 200)

Ya sabemos que las sensaciones provienen de los sentidos externos y, unas más directamente, otras menos,
no podemos pensarlas sino en una extensión espacial. Las intuiciones sensibles las aprehendemos en la
forma de espacio, y en el sentido interno adquieren, como representaciones, la forma del tiempo. Y el hecho
anteriormente indicado de que las intuiciones sensibles suponen siempre un múltiple, ya señala de por sí que
esas formas mismas que posibilitan el aparecer han de contener ellas mismas una multiplicidad en la unidad.
Se trata de una multiplicidad de volúmenes en el caso del espacio, una multiplicidad de duraciones en el
caso del tiempo. Eso se compagina además con que espacio y tiempo, las formas puras de la intuición

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sensible, hayan resultado ser ellas mismas intuiciones puras. El espacio es una intuición, el tiempo es una
intuición. Y, como tales, ellos también contienen un múltiple: cualquier espacio es divisible en múltiples
partes homogéneas. Estas partes homogéneas serán ellas mismas otros tantos espacios homogéneos a los
que los limitan y a aquellos en los que, a su vez, pueden subdividirse. Lo mismo sucede con el tiempo.
Como lo decía Kant en el § 10 en A 77 = B 102, Porrúa 69 c. 1, Alfaguara 111, Colihue 1453):

[...] el espacio y el tiempo encierran un múltiple de la intuición pura a


priori [...]

Es decir, sea que se trate de una intuición empírica, como la de la manzana o sus elementos componentes –
el color, el olor, el sabor, la textura–, sea que se trate de una intuición pura, como las de espacio y tiempo,
intuición remite siempre a un múltiple de representaciones dadas.

Pero como ante una impresión o intuición no decimos solamente que allí hay multiplicidad, sino también
que hay un múltiple, y el múltiple, como múltiple, no basta por sí solo para dar cuenta de esa referencia a
la unidad, la referencia a la unidad merece ser explicada, merece que mostremos qué la posibilita o qué la
justifica.

Es recién aquí donde Kant puede encontrar que las posiciones antagónicas han propuesto justificaciones
que, según su visión, no alcanzan a ser tales. La posición empirista sostiene que la sensibilidad misma nos
pone en contacto con múltiples unificados, y es por ello que desde el inicio acepta impresiones complejas
como datos de los sentidos externos. Sólo más adelante, puede que se pregunte por lo que hace que las
cualidades sensibles de determinado color, sabor, olor, textura se unifican en un objeto o percepción, al cual
además pensamos en términos de sustancia. Pero ante ello sólo aducirá esos nexos asociativos de la
imaginación que cementan por “semejanza”, por “contigüidad”, y en otros casos por “causalidad”4. Frente a
esto Kant adelantará que, al ser meramente receptiva, la sensibilidad no puede ser la causa de la unificación.
En cambio, sí puede serlo la actividad de la imaginación. Pero, entonces, habrá que aceptar que, en cierto

3 También § 17, B 137-138 (Porrúa 83 c.2, Alfaguara 157, Colihue 206: "Así la mera forma de la intuición
sensible externa, el espacio, no es aún conocimiento alguno; sólo proporciona lo
múltiple de la intuición a priori para un conocimiento posible. Mas para conocer
algo en el espacio, v. g. una línea, tengo que trazarla, y así llevar a cabo
sintéticamente un determinado enlace de lo múltiple dado [...]". Cabe acotar que Hume aceptaría
la multiplicidad de partes, aunque no la infinita divisibilidad de espacio y tiempo. Vease Tratado, I, II, II. Sin embargo, Kant
también es consciente de la antinomia.
4 “La idea de sustancia, como la de modo, no es sino una colección de ideas simples unidas
por la imaginación y que poseen un nombre particular asignado a ellas, mediante el cual
somos capaces de recordar –a nosotros o a otros– esa colección. Pero la diferencia
entre estas ideas consiste en que las cualidades particulares que forman una sustancia
son referidas por lo común a un algo desconocido en que se supone inhieren; o bien,
concediendo que esta ficción no tenga lugar, se supone que al menos están estrecha e
inseparablemente conectadas entre sí por relaciones de contigüidad y causalidad. […]
Tratado, Libro I, Parte I, Sección VI, SB 16, EN 105.

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aspecto, esa actividad habrá de estar también ella a priori en el espíritu, y posiblemente dependerá de
actividades a priori más básicas. Es en este sentido, que la posición racionalista puede hacernos pensar que
tiene una justificación más adecuada para la comprensión de la unidad. Según esa corriente, la unidad ya
está pensada en las ideas o al menos en ciertas ideas que el sujeto trae consigo y que capta a través de la
intuición que llama “intelectual”. Sin embargo, de ser así, la sensibilidad se tornaría una capacidad
prescindible: también el múltiple unificado tendrá entonces que estar de manera innata en el sujeto.

Es por ello, que después de haber recordado que el múltiple se ha de recibir, Kant pasa ahora a indicar que
la unidad debe ser producida sobre la base de ese múltiple recibido y dado. Pero como para producir se hace
necesaria cierta actividad, ello ya no puede ser competencia de la sensibilidad. Habrá que pensar y probar
que sólo el entendimiento puede dar cuenta de esa unidad del múltiple, que a la sensibilidad se le sustrae.

De allí que lo que sigue Kant diciendo a continuación en este § 15 sea el adelanto de la tesis a probar: que
es el entendimiento el que confiere al múltiple la unidad de un objeto. Será justamente lo que se pruebe en
los dos parágrafos siguientes, esto es, en los §§ 16 y 17. No obstante, esta introducción previa, le permite a
Kant, al igual que en los pasajes iniciales de la Estética, darnos además la aclaración de los términos que se
utilizarán recurrentemente en toda esta sección, y que aparecen recién en este momento del desarrollo de la
argumentación de la Crítica, por estar asociados justamente a la actividad del entendimiento. Se trata de los
términos “unidad”, “enlace” y “síntesis”.

Pero el enlace (conjunctio) de un múltiple en general no puede nunca


venir a nosotros por medio de los sentidos, y no puede tampoco, por lo
tanto, estar contenido al mismo tiempo en la forma pura de la intuición
sensible: pues es un acto de la espontaneidad de la facultad
representativa y como esta facultad debe llamarse entendimiento, a
diferencia de la sensibilidad, resulta que todo enlace, seamos o no
conscientes de él [es decir, sea propiamente del entendimiento o de su función más
baja y ciega que es la imaginación], sea un enlace de lo múltiple de la
intuición o de varios conceptos, y, en el primer caso de la intuición
empírica o de la no empírica [de la pura], es una acción del entendimiento,
que vamos a designar con la denominación general de síntesis, para hacer
notar así, al mismo tiempo, que no podemos representarnos nada como
enlazado en el objeto [Objekt], sin haberlo enlazado previamente nosotros
mismos, y de todas las representaciones, es el enlace la única que no
es dada por medio de objetos, sino que sólo por el sujeto mismo puede ser
ejecutada, por ser un acto de su actividad propia. Fácilmente se advierte

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que esa acción ha de ser originariamente una e igualmente valedera para


todo enlace y que la descomposición (análisis), que parece ser su
contrario, la presupone, sin embargo, siempre; pues allí donde el
entendimiento previamente no ha enlazado nada, no puede tampoco
descomponer nada, porque sólo por el entendimiento ha tenido que darse a
la facultad de representación algo como enlazado. (§ 15. B 129-130, Porrúa 79-80,
Alfaguara 152-153, Colihue200-2015)

Si se tiene en cuenta no sólo este párrafo, sino también aquel que le sigue, la explicación preliminar que
Kant da de estos términos “unidad”, “enlace” y “síntesis”, dista bastante de ser clara, sobre todo por lo que
respecta al término “unidad”, que por momentos parece ser colocada por Kant en posición de fundante, y
por momentos como subsumida bajo el concepto de “enlace”. Sin embargo, puede entenderse que,
coherentemente con aquellas alusiones que de los mismos términos aparecieran en el § 10 de la deducción
metafísica, Kant entiende por enlace todo acto de la espontaneidad (o actividad) consciente del
entendimiento (o inconsciente de la imaginación) por el que se relacionan unas representaciones con otras,
sean estas conceptos o incluso intuiciones. Este mismo enlace, visto como operatoria recibe el nombre de
síntesis. Pero como este enlace o síntesis puede ser él mismo diverso, en el sentido de que pueden ser
diversos los aspectos en función de los cuales unificar (como ya sabemos, por la cantidad, la cualidad, la
relación, la modalidad, y sus subespecies), también esta diversidad decantaría en una suerte de multiplicidad
si no hubiera una estricta unidad de origen. De esta manera, los distintos conceptos con los que tiene que
contar el entendimiento para concretar el enlace y/o la síntesis, y que son las categorías, aunque supongan
una cierta unidad no son en sí mismos y por separado, el fundamento primero de unidad. La unidad
propiamente dicha ha de provenir de que el origen de todas las acciones intelectuales es sólo uno: el
entendimiento mismo como facultad sintética. Es lo que confusamente Kant quiere expresar cuando dice:

Mas el concepto de enlace contiene, además del concepto de lo múltiple y


de la síntesis del mismo también el de la unidad. Enlace es la
representación de la unidad sintética de lo múltiple. La representación
de esa unidad no puede por tanto nacer del enlace; más bien es ella la
que hace posible el concepto del enlace, viniendo a añadirse a la
representación de lo múltiple. Esa unidad que precede a priori a todos
los conceptos del enlace, no es aquella categoría de la unidad (10), pues

5 También § 16. B 134-135 (Porrúa 81 c.2, Alfaguara 155, Colihue 204: "Mas el enlace no está en los objetos
y no puede ser tomado de ellos, v. g. mediante la percepción, y recogido así en el
entendimiento; sino que es obra del entendimiento, el cual no es más que la facultad
de enlazar a priori y reducir lo mútiple de representaciones dadas bajo la unidad de
la apercepción. Este principio es el más alto de todo el conocimiento humano".

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todas las categorías se fundan en funciones del juicio; en éstas empero


se piensa ya enlace y por lo tanto unidad de conceptos dados. La
categoría presupone pues ya enlace. Así pues tenemos que buscar esa
unidad (como unidad cualitativa, § 12) más alto, a saber, en aquello que
contiene el fundamento de la unidad de diferentes conceptos en el juicio,
por lo tanto, de la posibilidad del entendimiento, incluso en su uso
lógico. B 130-131, Porrúa 80 cc. 1-2, Alfaguara 153, Colihue 201-202.

Programáticamente Kant anuncia entonces que tendrá que probar el punto más alto de cualquier unidad
intelectual. Es decir, tendrá que probar esta vez que tenemos entendimiento y que tenemos entendimiento
sintético y discursivo.

Esa prueba es la que comienza en el § 16. Admitiendo, como lo ha recordado el §15, que nuestras primeras
representaciones son las representaciones intuitivas, como intuiciones de un múltiple, el planteo de Kant es
que para que ese múltiple nos signifique algo, y no una pura nada, la condición básica es que la de que un
acto de conciencia o de pensar debe poder acompañar la representación. Sólo porque la representación es
acompañada por conciencia, significa algo para mí. De allí que corresponda llamar a ese acto de conciencia
“yo pienso”.

El yo pienso tiene que poder acompañar a todas mis representaciones,


pues, si no, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo
cual significa tanto como decir que la representación sería, o bien
imposible, o al menos nada para mí. (§ 16, B 132, Porrúa 80 c. 2, Alfaguara 153-154,
Colihue 202)

Así, si retomamos el ejemplo de Hume, la impresión, intuición o representación “manzana” nos representa
algo y no una pura nada. Eso significa que la vuelve representación el que un acto de conciencia o de
pensar la acompañe. Y eso debe poder ser así para cualquier representación que consideremos como tal. Es
decir, dado que valen como representaciones tanto la representación compleja o compuesta, manzana, como
sus componentes, el color rojo, el tacto liso y suave, el sabor dulce, esas otras intuiciones o impresiones nos
representan algo sólo si a ellas también les acompaña (o les puede acompañar) un acto de conciencia o un
acto de pensar. De lo contrario, nos pasarían inadvertidas, serían tanto como nada para nosotros. De allí las
palabras con las que Kant prosigue el razonamiento en el § 16 en B 132, Porrúa 80 c. 2, Alfaguara 153,
Colihue 202:

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La representación que puede ser dada antes de todo pensar, llámase


intuición. Así pues todo múltiple de la intuición tiene una relación
necesaria con el yo pienso, en el mismo sujeto en donde ese múltiple es
hallado. Esa representación empero es un acto de la espontaneidad, es
decir, que no puede ser considerada como perteneciente a la sensibilidad.

Ese acto de conciencia que debe acompañar a todo múltiple, en sus partes componentes y en su unidad es el
denominado "yo pienso". Y su acompañar debe valer no sólo para el compuesto mismo, para la unidad del
múltiple, sino también para cada uno de los elementos que componen el complejo. Si se trata de la manzana
no sólo debe ser posible un "yo pienso la manzana", sino también un "yo pienso el rojo de la manzana", un
"yo pienso la suavidad de la manzana”, "un yo pienso la dulzura de la manzana". Todo múltiple de una
intuición tiene, en la medida en que representa un algo, una relación necesaria con un yo pienso.

Ahora bien, con respecto a este “yo pienso” que debe poder acompañar a todas y cada una de las
representaciones que nos signifiquen algo a conocer, Kant considera que ya hay cierta base para negar que
pueda ser una mera conciencia empírica escindida y discontinua como la postulada por empiristas como
Hume. Pues una conciencia escindida, aunque pueda dar cuenta de por qué somos conscientes de los
componentes, no podrá dar cuenta ni de la unificación del complejo ni de la conciencia de dicha unidad. O
sea, dada su negación de un sujeto unitario y estable, Hume sólo puede admitir como concebible o
lógicamente posible que cada una de las representaciones que colectivamente constituyen el complejo sea
acompañada por un acto de pensamiento, una conciencia o, en términos kantianos, un sujeto pensante
distinto. En tal caso se trataría de conciencias empíricas, correspondientes a sujetos empíricos, pero también
pensantes, diversos. Podríamos tener un sujeto 1, que mediante un acto de autoconciencia o yo pienso,
acompañe al rojo, un sujeto 2 para la conciencia de lisura o suavidad y un sujeto 3 para la conciencia del
sabor dulce. Sin embargo, cuando queremos referirnos a la impresión o intuición compleja misma –la
manzana–, esto ya no es concebible. En tanto ella siga representándonos algo y no una pura nada, no basta
sólo pensar que en el todo y las partes ha de haber un acompañamiento de conciencia, sino que esta
conciencia ha de ser una y la misma para cada una de las representaciones múltiples, porque de lo
contrario, al irse perdiendo unas cuando aparecen otras, nunca conseguiríamos la conciencia unificada
“manzana". Es decir, la posición de Hume permitiría seguir sustentando sujetos escindidos, pero no
permitiría dar cuenta de una conciencia de unidad en el algo representado, en la impresión compleja, en la
percepción o en el objeto. De allí que Kant diga en principio que todo múltiple de la intuición ha de tener
relación necesaria con el yo pienso, “en el mismo sujeto” en donde ese múltiple es hallado.

El punto sobre el que Kant quiere proyectar importancia es, entonces, el de que la conciencia de unidad
del objeto tiene como condición necesaria de posibilidad la conciencia de unidad del sujeto, que por lo

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mismo ha de ser un sujeto idéntico, una unidad de conciencia. En el mismo proceso en que somos
conscientes de algo como la unidad a la que referimos nuestros múltiples actos perceptivos, somos
conscientes de nosotros mismos como la unidad de pensamiento de la que emanan los distintos actos de
pensar. De allí que esto dé como resultado no sólo el pensamiento de que todas las representaciones
confluyen en la conciencia de un zapato o de una manzana, sino también en el pensamiento de que todas las
representaciones que hacen al zapato, a la manzana, o en general a las representaciones de “mi” experiencia
son mías. Hacia el final del primer párrafo, en § 16, B 132, Porrúa 80 c. 2, Alfaguara 153-154, Colihue 202,
dice Kant:

[…]Pues las múltiples representaciones, que son dadas en una cierta


intuición, no serían todas ellas mis representaciones, si no
perteneciesen todas ellas a una autoconciencia, es decir, que, como
representaciones mías (aunque no sea yo consciente de ellas como tales),
tienen que conformarse necesariamente con la condición bajo la cual tan
sólo pueden coexisitir en una autoconciencia universal, pues de otro modo
no me pertenecerían todas absolutamente6. De este enlace originario
pueden sacarse muchas consecuencias.

Si bien Kant pasará entonces a señalar otros resultados que van más allá de la conclusión recién obtenida
conviene en principio, reiterar ésta, pues es la que permite además incorporar las denominaciones que Kant
introduce para calificar a esta conciencia recién descubierta. Como hemos visto, la argumentación ya ha
redundado en un primer resultado pues, llegamos en primer lugar a la conciencia de una necesidad y, más
precisamente, a la conciencia de la necesidad de una posibilidad. Lo que es necesario, y por tanto
insoslayable, es que en tanto nuestras representaciones complejas (y en la concepción de Kant, todas lo son)
pretendan funcionar como representaciones de algo, al menos deben poder adecuarse a esta primera
condición de ser acompañadas por una y la misma autoconciencia o "yo pienso", que entonces ya no es la
mera conciencia empírica del contenido puntual de la representación, sino una conciencia trascendental,
justamente porque da cuenta de nuestra posibilidad de conocer a priori objetos7. No se está planteando lo

6 Kant va a volver a repetir esta idea en el § 17, B 138, Porrúa 83 c. 1, Alfaguara 158, Colihue 206-207:
Esta última proposición misma es, como he dicho, analítica, aun cuando hace de la
unidad sintética una condición de todo pensar; pues sólo dice que toda mis
representaciones en cualquier intuición dada tiene que estar bajo la condición por la
cual tan sólo puedo yo contarlas en la identidad de mí mismo como mis
representaciones, y por tanto comprenderlas, bajo la expresión general: "yo pienso",
como enlazadas sintéticamente en una apercepción.
7 Por un lado, sabemos, pero hemos de recordar, que en la Introducción, Sección VII, Kant ha caracterizado "trascendental" como
"todo conocimiento que se ocupa en general no tanto de objetos como de nuestro modo de
conocerlos en cuanto éste debe ser posible a priori". (A 11-12 = B 25, Porrúa 38 c. 1, Alfaguara 58,
Colihue 79)

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que nos permite conocer el objeto manzana como rojo, liso, etc. Sabemos que para eso debemos apoyarnos
simplemente en las intuiciones sensibles que nos da nuestra sensibilidad. Lo que se está develando es la
condición que posibilita conocer la manzana simplemente como objeto, la condición que posibilita
constituir su objetividad. Esa primera condición es la unidad de conciencia que hace de la representación
manzana una conciencia de unidad, incluso en el mínimo sentido de “un” algo, o como se dice hoy desde
otras posiciones filosóficas, “una x vacía”. Se trata además de una conciencia universal, en el sentido de que
es la conciencia que debe poder acompañar a todas y cada una de las distintas conciencias empíricas de
representaciones puntuales que pretendan unificarse en algún conocimiento. De manera integrada Kant lo
expresa de esta manera en § 16, B 132, Porrúa 80 c. 2, Alfaguara 153-154, Colihue 202:

El yo pienso tiene que poder acompañar a todas mis representaciones,


pues, si no, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo
cual significa tanto como decir que la representación sería, o bien
imposible, o al menos nada para mí. La representación que puede ser dada
antes de todo pensar, llámase intuición. Así pues todo múltiple de la
intuición tiene una relación necesaria con el yo pienso, en el mismo
sujeto en donde ese múltiple es hallado. Esa representación empero es un
acto de la espontaneidad, es decir, que no puede ser considerada como
perteneciente a la sensibilidad. Denomínola apercepción pura, para
distinguirla de la empírica, o también apercepción originaria, porque es
aquella autoconciencia que, produciendo la representación yo pienso (que
tiene que poder acompañar a todas las demás y que es una y la misma en
toda conciencia), no puede ser deducida de [no puede ser acompañada por]
ninguna otra. A su unidad doy el nombre de unidad trascendental de la
autoconciencia, para señalar la posibilidad del conocimiento a priori,
nacido de ella.

Aclarado esto, Kant considera que puede extraer esas otras nuevas consecuencias. Señala, entonces, que
esta conciencia trascendental que se ha puesto al descubierto, no se agota en la mera posibilidad de
acompañar a cada representación con la conciencia "yo pienso", ni siquiera en el caso de que esa conciencia
resulte ser idéntica, esto es, una y la misma. Pues para dar esa conciencia de unidad en el objeto y de
identidad en el sujeto no basta el mero acompañamiento de conciencia. Esto último es una condición
necesaria, pero no suficiente. La unidad, sea del lado del objeto, sea del lado del sujeto sólo la posibilita la
conciencia de una síntesis, esto es, la conciencia de un acto de enlace. Es decir, para reconocernos a
nosotros mismos como el mismo sujeto que piensa distintas representaciones, tenemos también que poder
pensarlas juntas y por tanto combinarlas o enlazarlas entre sí en esa única conciencia. De manera que si

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ahora simplificamos en A, B, C, la designación a esas representaciones de rojo, suavidad/lisura y dulzura


que hemos de pensar juntas para unificarlas en una manzana, se puede decir que saber de A, B y C como
mis representaciones, supone saber de la relación de A con B, de A con C, de C con B, incluso si esa
relación es la de exclusión. Es decir, en algún momento también sé que A se relaciona con B y con C, pero
que lo hace de distinta manera con D-E-F, que forman otro complejo porque ese complejo es el del
anaranjado, rugoso y ácido que constituye la naranja que está en la frutera al lado de la manzana. Pero para
todo ello tuve que enlazar unas representaciones con otras y, por así decirlo, actuar su unificación. De
manera que sólo en el proceso de unificar unas representaciones con otras y lograr la conciencia de unidad
de un múltiple, surge asimismo la conciencia de la unidad que me constituye con identidad de sujeto. Como
dice Kant:

Así pues, sólo porque puedo enlazar en una conciencia un múltiple de


representaciones dadas, es posible que me represente la identidad de la
conciencia en esas representaciones mismas8. (§ 16. B 133, Alfaguara 154-155, Porrúa 81
c. 1, Colihue 203)

Es decir, la condición necesaria y suficiente tanto de la identidad de conciencia como de la conciencia de


unidad del objeto es una conciencia enlazante y sintética, no meramente una conciencia acompañante. Y
dada esa identidad en un yo pienso, resulta ser una auto-conciencia.

De manera nuevamente unificada, Kant expresa de este modo la nueva consecuencia alcanzada en § 16, B
133-134, Alfaguara 154-155, Porrúa 81 c. 1-2, Colihue 203-204:

A saber esa completa [durchgängige, mejor que “continua”, como traduce Morente]
identidad de la apercepción de un múltiple dado en la intuición contiene
una síntesis de las representaciones y no es posible sino por medio de la
conciencia de esa síntesis. Pues la conciencia empírica, que acompaña a
diferentes representaciones, es en sí dispersa y sin relación con la
identidad del sujeto. Para que esa relación suceda no basta pues con que
a cada representación acompañe yo conciencia, sino que he de añadir una
a la otra y ser consciente de la síntesis de las mismas. Así pues, sólo

8 O como dice el pasaje paralelo de la primera edición: "Somos


conscientes a priori de la completa
identidad del yo en relación con todas las representaciones que pueden pertenecer a
nuestro conocimiento. Tal conciencia la consideramos como una necesaria condición de
la posibilidad de todas las representaciones, ya que éstas sólo representan algo en mí
en la medida en que forman parte, con todo lo demás de una misma conciencia y,
consiguientemente han de poder estar, al menos dentro de ésta, ligadas entre sí." (A116,
Intentum 1, 45-46, Alfaguara, 143, Colihue 185)

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porque puedo enlazar en una conciencia un múltiple de representaciones


dadas, es posible que me represente la identidad de la conciencia en
esas representaciones mismas, es decir, que la unidad analítica de la
apercepción no es posible sino presuponiendo alguna unidad sintética. El
pensamiento siguiente: "estas representaciones dadas en la intuición me
pertenecen todas", significa, según eso, tanto como: "las reúno en una
autoconciencia o puedo, al menos, reunirlas". Y aunque no es todavía la
conciencia de la síntesis de las representaciones, sin embargo,
presupone la posibilidad de esta última, es decir, que sólo porque puedo
comprender en una conciencia lo múltiple de las representaciones llamo a
todas estas mis representaciones; pues si no, tendría un yo tan
abigarrado y diferente, como representaciones tuviese conscientes
[nuevamente, negación de la posición de Hume]. La unidad sintética de lo
múltiple, como dada a priori [unidad sintética trascendental de la apercepción],
es pues el fundamento de la identidad de la apercepción misma [unidad
analítica de la apercepción], que precede a priori a todo mi pensamiento
determinado [conciencia empírica de tal o cual representación].

Resumiendo, para llegar a probar la necesidad de la identidad de la conciencia, no basta la conciencia


trascendental de la posibilidad de acompañar a todas y cada una de las representaciones con conciencia.
Esta última conciencia trascendental constituye una unidad analítica, en la medida que se trata del
concepto (yo pienso) que todo otro concepto supone y en el cual de alguna manera está contenido.
Esta conciencia trascendental acorde a su carácter trascendental es una condición necesaria, pero, como se
dijo, no es todavía una condición suficiente. La identidad supone sintetizar un múltiple por actos de enlace
de esa conciencia, que entonces constituye la unidad sintética de la misma y que está en relación de
fundamento con respecto a la unidad analítica. Por eso dice al finalizar este segundo párrafo del § 16 en B
134-135, Alfaguara 155, Porrúa 81 c. 2, Colihue 204:

Mas el enlace no está en los objetos y no puede ser tomado de ellos, v.


g. mediante la percepción, y recogido así en el entendimiento; sino que
es obra del entendimiento, el cual no es más que la facultad de enlazar
a priori y reducir lo múltiple de representaciones dadas bajo la unidad
de la apercepción. Este principio es el más alto en todo el conocimiento
humano.

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Esto que surge ahora como conclusión, era uno de los puntos que en el § 15 veíamos que se presentaba
como programático: como el enlace no puede provenir de los objetos y no podemos ser afectados por algo
como la "sensación" de la unidad, el enlace tiene que efectuarse. Tiene que ser una acción del
entendimiento, por medio de sus funciones de unidad. De modo que, por otro lado, esta conciencia
trascendental recién ahora se ha manifestado como una conciencia discursiva y sintética de manera
justificada. Por tanto, sólo en este momento también ha quedado justificado lo que en la deducción
metafísica o en la sección que presentaba el famoso "hilo conductor" sostenía todo el argumento: la
aclaración del entendimiento como facultad de conocer por conceptos, esto es, de nuevo, como facultad
discursiva, sintética y enlazante9.

Pero con esta convalidación de lo que el entendimiento es como poder activo de conocimiento se tienen ya
también sentadas las bases para argumentar negativamente, que el entendimiento no puede entonces ser
comprendido a la manera racionalista de una intuición intelectual o de un entendimiento intuitivo que capta
de una sola vez y de modo simple lo diverso o múltiple como uno. Pues de admitir esto —un entendimiento
intuitivo—, lo único que queda es divinizar el entendimiento y esto equivale a renunciar a su evidente
carácter finito.

Con esto Kant sostiene también que hay una suerte de contradicción entonces en lo que de hecho plantea
Descartes y que es ligar ese entendimiento intuitivo no obstante a una sensibilidad que no es más que
entendimiento confuso. Eso es una suerte de inconsistencia, pues en tal caso se está sosteniendo, que sólo
hay entendimiento, y que, por tanto, la sensibilidad no subsiste como propiamente tal; ella no es sensibilidad
de modo propio, es entendimiento, sólo que confuso; está para confundir y no para aportar materia para el
conocimiento. Tal vez de esa manera la posición racionalista dé cuenta de la finitud, pero no con la
propiedad de la finitud que marca la sensibilidad. Pues ella no es propiamente la de la confusión, puesto
que Kant ya ha mostrado que sobre la base de las intuiciones puras de la sensibilidad se construye el
paradigma del conocimiento claro: el conocimiento matemático. La finitud que marca la sensibilidad es la
finitud que deviene de carecer el sujeto de un otro que, por lo mismo, le debe ser dado. De manera que, o se
renuncia por completo a la sensibilidad pues eso otro lo crea el propio entendimiento intuitivo desde su
propio fondo, al igual que un entendimiento infinito divino. O se renuncia a la sensibilidad, porque aun
cuando el entendimiento humano no pudiera crear la alteridad, ella le sería directamente conferida por el
entendimiento propiamente infinito y divino. Sin embargo, Descartes y los racionalistas en general
conservan la sensibilidad. Y si lo hacen es porque consistentemente tendrían que aceptar que ella es

9 Así la unidad sintética de la apercepción es el punto más alto de donde ha de


suspenderse todo uso del entendimiento y la lógica misma, y con ella la filosofía
trascendental; es más, aquella facultad es el entendimiento mismo. (§ 16, B 134, nota, Alfaguara
155 nota k, Porrúa 81 c. 2 nota 12, Colihue nota 433)

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necesaria para aportar esa alteridad múltiple que a su vez exige un entendimiento propiamente discursivo y
sintético para que la enlace en unidad. De allí la negación de esta concepción racionalista al final del § 16
en B 134, Porrúa 81-82, Alfaguara 156, Colihue 204-205:

Este principio, empero, de la necesaria unidad de la apercepción, aunque


es idéntico y, por tanto, proposición analítica 10, declara sin embargo
necesaria una síntesis de lo múltiple dado en una intuición, sin cuya
síntesis no puede ser pensada aquella completa identidad de la
autoconciencia. Pues por medio del yo como representación simple, nada
múltiple es dado; éste no puede ser dado más que en la intuición, que es
diferente del yo, y sólo por medio de un enlace puede ser pensado en
una conciencia. Un entendimiento en el cual todo lo múltiple fuese dado,
a la vez, mediante la autoconciencia, intuiría; el nuestro sólo puede
pensar y tiene que buscar la intuición en los sentidos. Soy pues
consciente del yo idéntico, con respecto a lo múltiple de las
representaciones, dadas a mí en una intuición, porque a todas ellas llamo
mis representaciones que constituyen una sola. Mas esto significa que
soy consciente a priori de una síntesis necesaria de las mismas, que
se llama la unidad sintética originaria de la apercepción, bajo la cual
están todas las representaciones dadas a mí, pero bajo la cual también
tienen ellas que ser reducidas por medio de una síntesis11.

10 En A 117, Kant hace la afirmación contraria, y declara sintético también al principio de la apercepción. Sin embargo en la
edición de 1787, tanto aquí como en B 138, § 17, la proposición es declarada analítica, y conviene para entender la razón de ello,
tener en cuenta la explicación que Kant da en ese último pasaje. De ella se desprende que considera que tal proposición no dice
más que que "todas mis representaciones son mías" o que "yo soy yo".
Esta última proposición misma es, como he dicho, analítica, aun cuando hace de la
unidad sintética una condición de todo pensar; pues sólo dice que toda mis
representaciones en cualquier intuición dada tiene que estar bajo la condición por
la cual tan sólo puedo yo contarlas en la identidad de mí mismo como mis
representaciones, y por tanto comprenderlas, bajo la expresión general: "yo pienso",
como enlazadas sintéticamente en una apercepción. (§ 17, B 138, Porrúa 83 c. 1, Alfaguara 158,
Colihue 206-207)
11 La misma idea se reitera hacia el final del § 17:
"Mas este principio [de la unidad sintética originaria de la apercepción] no es sin embargo un
principio para todo entendimiento posible en general, sino sólo para aquél, cuya
pura apercepción en la representación: "yo soy" no proporciona nada múltiple. Aquel
otro entendimiento, cuya autoconciencia proporcionase al mismo tiempo lo múltiple de
la intuición, un entendimiento, por cuya representación existiesen al mismo tiempo
los objetos de esa representación, no necesitaría acto alguno particular de síntesis
de lo múltiple, para la unidad de la conciencia. Pero el entendimiento humano
necesita ese acto [de síntesis de lo múltiple] porque piensa solamente, y no intuye. Mas
para el entendimiento humano es aquel principio inevitablemente el primero, de tal
modo que el entendimiento humano no puede formarse el menor concepto de otro
entendimiento posible, ya sea uno que intuya por sí mismo, ya sea uno que aunque

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22

Sobre la base de todo lo expuesto en el § 16, Kant puede pasar a argumentar positivamente en el § 17 que la
unidad sintética de la autoconciencia es una unidad objetiva, como condición objetiva de todo
conocimiento, esto es, es aquello que hace en principio que algo se constituya como objeto. Lo hace de una
manera muy sencilla, incorporando la aclaración de este último término, el de objeto, que, de modo similar
a como se presenta en Hume, en nada difiere de lo que inicialmente se había sostenido como percepción,
impresión compleja, o unidad de algo múltiple. Para Kant, al igual que la inicial referencia a una intuición
como conciencia de un múltiple, el objeto ha de ser entendido del mismo modo, como conciencia de una
unidad en la que se reúnen los múltiples elementos de una intuición dada. Y es esa equiparación la que
permite ahora que el objeto, y ya no simplemente la intuición o la impresión compleja, se someta a las
mismas condiciones de posibilidad que se fueron develando en el transcurso de la argumentación12.

Entendimiento es, hablando en general, la facultad de los conocimientos.


Estos consisten en la determinada referencia de las representaciones
dadas a un objeto. Objeto empero es aquello en cuyo concepto lo
múltiple de una intuición dada es reunido. Ahora bien, toda unión de
representaciones exige unidad de conciencia en la síntesis de las mismas

provisto de intuición sensible la tenga de otra especie que la que se base en el


espacio y el tiempo. (§ 17, B 138- 139 Alfaguara 158, Porrúa 83 c. 1-2, Colihue 207)
En este tramo, Kant niega tanto la posibilidad de compartir un entendimiento divino, como de comprender cualquier otro
entendimiento, no obstante, sintético, pero que pudiera requerir para ejercer su síntesis de intuiciones sensibles distintas de la
humana. Kant se dirigirá expresamente a negar esta otra posibilidad de compatibilizarse con un entendimiento discursivo no
humano en la segunda parte de la deducción en el § 23.
12 Conforme a los pasajes iniciales de este § 17, si ahora entendemos el objeto como la unidad de algo múltiple, y ponemos primero
énfasis en esto último, es decir que en él se piensa algo múltiple, sabemos por la Estética que este múltiple debe ser dado y que
ello tiene como condición de posibilidad las formas necesarias del darse, que son espacio y tiempo como formas puras de la
sensibilidad. De allí estas expresiones:
El principio supremo de la posibilidad de toda intuición con respecto a la
sensibilidad, era, según la estética trascendental: que todo lo múltiple de aquélla
se halla bajo las condiciones formales del espacio y del tiempo. (§ 17, B 136, Porrúa 82 c. 1,
Alfaguara 156, Colihue 205)
Pero si ahora volvemos a la noción de objeto como conciencia de la unidad de algo múltiple enfatizando esa conciencia de
unidad, la argumentación del parágrafo anterior, el § 16 acaba de enseñarnos que tiene como condición de posibilidad la unidad
necesaria de la autoconciencia, tanto en su acepción analítica, del yo pienso idéntico que debe acompañar y encontrarse presente
en cualquier otro concepto o representación que haga al múltiple reunido en ese objeto, cuanto en su acepción sintética, de
enlazante necesario de esas múltiples representaciones. Y esa conciencia de unidad tiene en la autoconciencia su condición,
principalmente en esta última significación de unidad sintética, porque ella es fundamento incluso de la unidad analítica. Es lo que
explicita la continuación del primer párrafo:
El principio supremo de la misma [de la posibilidad de toda intuición] con respecto al
entendimiento es: que todo lo múltiple de la intuición se halla bajo las condiciones
de la unidad sintética originaria de la apercepción. Bajo el primero de estos
principios [el de las condiciones formales de la sensibilidad, espacio y tiempo] están todas las
múltiples representaciones de la intuición, por cuanto nos son dadas; y están bajo
el segundo, por cuanto tienen que poder ser enlazadas en una conciencia; pues sin
ésta nada puede ser pensado o conocido, porque las representaciones dadas no tienen
en común el acto de la apercepción: "yo pienso", y no serían por él comprendidas en
una autoconciencia. (§ 17, B 136-137, Porrúa 82 c. 1-2, Alfaguara 156-157, Colihue 205)

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[como se acaba de mostrar en el parágrafo anterior]. Consiguientemente, la unidad


de la conciencia es lo que constituye la referencia de las
representaciones a un objeto, por tanto su validez objetiva y
consiguientemente aquello por lo cual llegan a ser conocimientos y sobre
lo cual descansa la posibilidad del entendimiento mismo. (§ 17. B 137, Porrúa 82
c. 2, Alfaguara 157, Colihue 206)

Al pensar al objeto como la conciencia de un múltiple o como “aquello en cuyo concepto lo múltiple de una
intuición es reunido”, y al saber también que dicha conciencia es posibilitada por una unidad de conciencia
sintética, esta unidad de conciencia sintética pasa a ser la condición de la objetividad, lo que da referencia
objetiva unívoca, a lo que de otro modo quedaría como multiplicidad escindida. De allí también que ésta sea
la mínima condición para que algo valga como un objeto y para que comience a pensarse en la posibilidad
de una multiplicidad de conocimientos referidos a ese objeto. Por todo ello, en el párrafo siguiente, Kant
declara inmediatamente como “objetiva” a la unidad sintética de la apercepción entendiendo por ello lo que
ya muchas veces repitiéramos, esto es, la condición fundamental que hace de todo y cualquier objeto, un
objeto, es decir, la unidad sintética de la apercepción es la condición de la objetividad de los objetos:

[…] La unidad sintética de la conciencia es pues una condición objetiva


de todo conocimiento; no que yo la necesite sólo para conocer un objeto,
sino que es una condición bajo la cual tiene que estar toda intuición,
para llegar a ser objeto para mí, porque de otro modo, y sin esa
síntesis, lo múltiple no se uniría en una conciencia. (§ 17, B 137-138, Porrúa 82-
83, Alfaguara 157-158, Colihue 206)

Lo que le resta a Kant por argumentar es que estando de este modo las representaciones sometidas a la
unidad objetiva de la autoconciencia, lo están también a los elementos con los que opera esa autoconciencia
para conferir la unidad, y que son las categorías. Es aquí donde tiene que introducir algo de aquellas
consideraciones iniciales que lo llevaran en la deducción metafísica a ligar al entendimiento discursivo, en
el orden de lo trascendental, a los conceptos puros que expresan los distintos modos de sintetizar intuiciones
para reducirlas a un concepto de objeto, y en el orden de la lógica general, a los juicios en que se expresan
esos enlaces sintéticos.

Para ello Kant comienza esta vez por distinguir esa unidad objetiva de la autoconciencia o apercepción de
una mera unidad subjetiva. Caracteriza a la unidad subjetiva como la unidad que toman los contenidos de
las distintas representaciones, que se dan empírica y aleatoriamente, en ese suceder que constituye el sentido
interno. De manera que al introducir esta distinción, Kant puede otra vez de manera negativa, rechazar que

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los nexos objetivos que necesariamente actualiza el entendimiento en su función de hacerse consciente de
cualquier unidad, incluso la propia, sean del tipo de aquellos nexos asociativos empíricos de la imaginación
que proponía Hume. En todo caso esos nexos asociativos valen para el contenido juzgado, pero no
constituyen la unidad del juicio mismo en el que esos contenidos son expresados en enlace mutuo, ni la
unidad de acción que permitió que se constituyeran en contenidos conscientes. De nuevo Kant aclara que lo
que está en cuestión no es lo que hace que asociemos manzana con rojo y dulce, sino qué es lo que hace que
en cualquier caso pensemos en términos de predicados enlazados a un sujeto por la cópula “es”, en extender
nuestros conocimientos en términos de “todos” o “algunos”, en asentir a algunos predicados o en negar
otros.

La unidad trascendental de la apercepción es la que une en un concepto


del objeto todo lo múltiple dado en una intuición [Resultado del § 17]. Por
eso llámase objetiva y debe distinguirse de la unida subjetiva de la
conciencia, que es una determinación del sentido interno, por la cual
lo múltiple de la intuición es dado empíricamente para aquel enlace. Que
yo pueda empíricamente tener conciencia de lo múltiple como simultáneo
o como sucesivo, es cosa que depende de circunstancias o condiciones
empíricas. [Es decir, no está en cuestión qué está asociado con qué y de qué modo
particular (por ejemplo, rojo con liso y dulce y no con rugoso y agrio), porque eso depende
en todo o en parte de condiciones empíricas. Lo que está en cuestión es la necesidad de
enlace en general y de enlaces en particular con vistas a la objetividad (por ejemplo, la
necesidad de que sea liso o rugoso S es P, S no es Q]. Por eso la unidad empírica
de la conciencia, por asociación de las representaciones, se refiere a un
fenómeno y es enteramente contingente. En cambio, la forma pura de la
intuición en el tiempo, como mera intuición en general, que contiene un
múltiple dado, se halla bajo la unidad originaria de la conciencia,
exclusivamente por la referencia necesaria de lo múltiple de la intuición
a un yo pienso, y por lo tanto por la síntesis pura del entendimiento, la
cual está a priori a la base de la empírica. Aquella unidad es la única
objetivamente valedera; la unidad empírica de la apercepción, que
nosotros aquí no consideramos y que sólo es derivada in concreto de la
primera, bajo condiciones dadas, no tiene más que una validez subjetiva.
Unos enlazan la representación de cierta palabra con una cosa, otros con
otra cosa; y la unidad de la conciencia, en aquello que es empírico, no
es necesaria y universalmente valedera con respecto a lo que es dado. B
139-140, Porrúa 83, c. 2, Alfaguara 158-159, Colihue 208.

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Aunque introducidas de esta manera nuevamente en polémica contra el empirismo, vemos entonces que
esas expresiones de este § 18 y el posterior § 19 tienen una estrecha relación con las expresiones de la
llamada "deducción metafísica". Veíamos que es allí donde Kant ya comienza a hablar de funciones que
por un lado unifican conceptos y por otro unifican representaciones en la unidad de un objeto o fenómeno.
Veíamos que es allí donde ya engloba a esas funciones, desde el punto de vista de la lógica general, bajo la
denominación de “juicio”, entendiendo por ello la función de "unidad" para la unificación de
conocimientos dados. Pero eso lo llevaba a suponer, además, una paralela función de unidad del
entendimiento —como facultad de juzgar o de pensar— en tanto se lo podía comprender también como una
facultad del conocimiento de objetos. Esa idea es la Ariadna que le tiende el hilo conductor para poder
introducir, programáticamente, las categorías. Los juicios como diversas funciones de unidad en el pensar
no pueden ser sino la forma de expresión de aquello que, como más básico y fundante, han de ser las
diversas funciones con las que el mismo entendimiento confiere unidad al múltiple de representaciones en la
conciencia de un objeto. Las categorías son conceptos de un objeto en general, pues son los conceptos que
constituyen la objetividad como tal.

Por ello, esto está en sintonía con el planteo kantiano en la deducción metafísica, en la medida en que
también ahí se decía que la acción del entendimiento ha de verse desde una doble perspectiva. Por un
lado, la acción del entendimiento se reduce a juzgar. Pero en todo juicio, además de poder quedar enlazadas
las representaciones que hacen al contenido (especialmente empírico) de los mismos como conocimientos
posibles del objeto (también empírico) —para el caso de la manzana, el rojo, la suavidad/lisura y la
dulzura—, surge a la vez la conciencia del nexo que opera para hacer de eso conocimiento de un objeto. Ese
nexo o ese conjunto de nexos en definitiva será lo que constituya la objetividad misma del objeto. Pues, si
bien la manzana puede presentar concretamente características distintas es decir estar pasada de madurez y
no ser roja sino marrón (incluso ser verde si es de otra especie), y amarga (o ácida) en vez de dulce, el
enlace que constituye el juicio se produce en cada caso según formas invariables que nacen desde la
subjetividad misma y que indican que para conocer objetos enlazamos, por ejemplo, mediante la cópula "es"
un sujeto con un predicado, o establecemos relaciones de fundamento a consecuencia, establecemos una
cierta cantidad o afirmamos o negamos un grado de cualidad. No podemos en el juicio hacer uso de
conceptos para conocer objetos, sin que el objeto conocido no quede determinado por los conceptos del
acto de síntesis mismo que está a la base del juicio y que no son otros que las categorías. De allí la
aclaración o definición de "categorías" que Kant nos adelantaba en los párrafos finales del § 14 en su
versión de 1787 y que utilizará finalmente en el § 20 para completar el argumento:

[L]as categorías son conceptos de un objeto en general, por medio de


los cuales la intuición de éste es considerada como determinada con

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respecto a una de las funciones lógicas en los juicios13. § 14, B 128, Porrúa
79 c.1, Alfaguara 128, Colihue 199.

De manera que pensando ahora que los conceptos puros del entendimiento son diversas expresiones de esa
unidad objetiva que ha resultado legitimada en los §§ 16 y 17, Kant introduce el último paso para concluir
que los objetos no sólo sólo pueden ser pensados o conocidos gracias a la unidad sintética de la
autoconciencia, sino que también sólo pueden ser pensados o conocidos gracias a que la unidad sintética
enlaza sus representaciones conforme a las diversas formas de unidad que constituye cada categoría y que
encuentran en los juicios paralelas formas de expresión.

Para ello Kant comienza por indicar que si se acepta que en el juicio se enlazan representaciones, ahora,
conforme a lo sostenido en los parágrafos anteriores, se ha de admitir que el juicio es el medio por el cual
las diversas representaciones son reducidas a la unidad de la autoconciencia. Si el juicio es el que enlaza,
por ejemplo, rojo con liso, con dulce, con duro, en ese mismo enlace se está llevando a esas diversas
representaciones a esa unidad de conciencia o unidad de acto que es una y la misma en la operación de los
enlaces de unas representaciones con otras, pues ese es el presupuesto necesario de toda unidad de
representaciones. En base a esto Kant se considera autorizado, desde la filosofía trascendental, y más
específicamente, desde la lógica trascendental, a modificar la explicación tradicional de juicio —o
modificarla aún más, si es que reparáramos que en la "deducción metafísica" ya ha alterado dicha
explicación. Puede modificar la caracterización del juicio como relación entre conceptos y sustituirla por
una caracterización por la cual el juicio es el modo de reducir conocimientos dados a la unidad objetiva de
la apercepción. Dice en el § 19 en los dos párrafos que lo constituyen y que se encuentran en B 140-142,
Porrúa 84 cc. 1-2, Alfaguara 159-160, Colihue 209-210:

Nunca ha podido satisfacerme la explicación que los lógicos dan del


juicio en general. Según ellos dicen, es el juicio la representación de
una relación entre dos conceptos. Sin disputar aquí con ellos acerca del
defecto de su explicación, que en todo caso, conviene sólo a los juicios
categóricos, y no a los hipotéticos y disyuntivos (estos últimos no
contienen una relación entre conceptos, sino entre juicios), hago notar

13 Tras la definición Kant da el siguiente ejemplo: "Así la función del juicio categórico es la de la
relación del sujeto con el predicado, v. g., todos los cuerpos son divisibles. Mas con
respecto al uso meramente lógico del entendimiento, queda indeterminado a cuál de los
dos conceptos se ha de dar la función del sujeto y a cuál la del predicado. Pues se
puede decir también algo divisible es cuerpo. Mas, por medio de la categoría de
sustancia, cuando pongo bajo ella el concepto de cuerpo, queda determinado que su
intuición empírica en la experiencia tiene que ser considerada siempre sólo como
sujeto, nunca como mero predicado; y así con todas las restantes categorías." (§ 14, B
128-129, Porrúa 79 cc.1-2, Alfaguara 128, Colihue 199-200.)

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tan sólo (prescindiendo de que muchas consecuencias desgraciadas se han


originado en ese defecto de la lógica)*, que no se determina en qué
consiste esa relación.
Pero si yo investigo más exactamente la referencia de los conocimientos
dados en todo juicio y la distingo, como perteneciente al entendimiento,
de la relación según leyes de la imaginación reproductiva (relación que
tiene sólo una validez subjetiva), entonces hallo que un juicio no es
otra cosa que el modo de reducir conocimientos dados a14 la unidad
objetiva de la apercepción [o autoconciencia trascendental]. Para eso está la
cópula "es", en los juicios, para distinguir la unidad objetiva de
representaciones dadas, de la subjetiva. Pues esa cópula señala la
referencia de las representaciones a la apercepción originaria y la
unidad necesaria de las mismas, aun cuando el juicio sea empírico y por
tanto contingente, como v. g.: los cuerpos son pesados. Con esto no
quiero decir que esas representaciones pertenezcan necesariamente unas a
otras en la intuición empírica, sino que pertenecen unas a otras,
mediante la unidad necesaria de la apercepción, en la síntesis de las
intuiciones, es decir, según principios de la determinación objetiva de
todas las representaciones, por cuanto puede de ella salir conocimiento,
principios que todos ellos son derivados del de la unidad trascendental
de la apercepción. Sólo así se transforma esa relación en juicio, es
decir, en una relación objetivamente valedera y se distingue
suficientemente de la relación de esas mismas representaciones, en la
cual hubiere sólo validez subjetiva, v. g., según leyes de la asociación.
Según estas últimas podría yo decir solamente, cuando sostengo un cuerpo,
que siento una presión de peso; y no podría decir: el cuerpo, él, es
pesado, lo cual significa que estas dos representaciones están enlazadas
en el objeto, es decir, sin distinción del estado del sujeto, y no sólo
yuxtapuestas en la percepción (por mucho que ésta se repita).

Sin embargo, para que el juicio pueda llevar a la autoconciencia conocimientos dados, los conocimientos
ya tienen que haberse constituido como tales conocimientos “dados”. No sólo porque tiene que haberse
cumplido la recepción de datos a través de la intuición, sino que estas intuiciones mismas tienen que haber
sido llevadas a conceptos por aquellas otras acciones por las cuales un sujeto confiere a las representaciones

14 Nótese que Kant en este contexto parece adjudicar al juicio el carácter que más bien le pertenece a la categoría, según el § 10,
pues se dice "reducir a" [zu bringen zu] y no "reducir bajo" [zu bringen unter].

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la unidad de un objeto, es decir, aquellas acciones por las cuales ya no se reduce o refiere bajo un concepto
común (incluso el de yo pienso) otros conceptos más específicos, sino que se reduce o se refiere a un
concepto, todas las múltiples intuiciones que hacen al contenido del conocimiento de un objeto. Sólo ahora
le está permitido a Kant sostener o afirmar que habrá, pues, tantos conceptos de objetividad en las
categorías como funciones lógicas de unidad hay en los juicios. Y especialmente sostener o afirmar que los
objetos están sometidos a las funciones de unidad ejercidas en las categorías.

Como lo expresa el título del § 20, que sirve de cierre al argumento. Ahora se puede afirmar que:

Todas las intuiciones sensibles están bajo las categorías, que son las
condiciones bajo las cuales solamente lo múltiple de aquellas
intuiciones puede comprenderse en una conciencia. (§ 20, B 143, Porrúa 84 c. 2,
Alfaguara 161, Colihue 210)

El parágrafo lo único que hace es reconstruir todos los pasos del argumento hasta esta conclusión esperada.

Lo múltiple dado en una intuición sensible está necesariamente bajo la


unidad sintética originaria de la apercepción; porque sólo mediante ésta,
es posible la unidad de la intuición (§ 17).
Aquella acción empero del entendimiento, por medio de la cual lo múltiple
de representaciones dadas (sean intuiciones o conceptos) es reducido bajo
una apercepción en general, es la función lógica de los juicios (§ 19).
Todo lo múltiple pues, en cuanto es dado en una [Una, con mayúsculas en el
original] intuición empírica, está determinado con respecto a una de las
funciones lógicas en los juicios, por medio de la cual es reducido a una
conciencia en general. Mas las categorías no son otra cosa que esas
mismas funciones en los juicios, en cuanto lo múltiple de una intuición
dada está determinado con respecto a ellas (§14).
Así pues lo múltiple en una intuición dada se halla necesariamente bajo
categorías. (§20. B 143, Porrúa 84-85, Alfaguara 161, Colihue 210-211)

Resumido, el argumento inicial de la deducción trascendental en su primera parte (§§ 15-20), discurre,
entonces y sólo por lo que respecta a la posición positiva kantiana (esto es, sin necesidad de reiterar la
exclusión de derechos de posiciones filosóficas divergentes) de esta manera:

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- Según las consideraciones de los §§ 16 y 17, el entendimiento no es una facultad inútil o sin operación
indispensable. Por el contrario, es una facultad absolutamente necesaria como condición de posibilidad de
cualquier conciencia de unidad entre representaciones.
- Por otra parte, es un entendimiento necesariamente activo, enlazante, sintético, ahora como condición de
posibilidad de cualquier conciencia de identidad del sujeto unida a aquella anterior conciencia de
unidad tanto del objeto como del sujeto (unidad de conciencia). Por tanto, esa unidad sintética es al
mismo tiempo una autoconciencia, o lo que es lo mismo una apercepción, retomando términos
leibnizianos15.
- La lógica, como ciencia de ese entendimiento conoce y despliega en una nómina todas las conciencias
básicas de unidad por las cuales el entendimiento manifiesta esas sus funciones o acciones. Se trata de los
juicios, que por tanto, tienen una referencia necesaria con ese yo pienso, autoconciencia o apercepción, en
tanto es la condición de posibilidad de que sean ellos mismos una conciencia de unidad.
- Ahora, como sabemos, esas conciencias de unidad que son los juicios vistos desde la lógica formal o
general, si bien objetivas, en el sentido de conciencias necesarias de unidad relacionadas además, y como
nos es conocido, con una autoconciencia, se desentienden de si en ello hay conocimiento de un objeto
plenificado o determinado intuitivamente. Pero esto último es lo que le interesa a una lógica trascendental.
Según ésta el entendimiento no es sólo una facultad para conferir unidad a representaciones cualesquiera
por actos de reducir lo múltiple bajo un concepto común; el entendimiento es también la facultad que con
sus enlaces une todas las representaciones del múltiple intuitivo en la conciencia unificada de un objeto,
es la facultad de reducir a conceptos lo múltiple. Sin embargo, no necesita hacerlo con funciones
divergentes a las funciones de unidad de los juicios. Pueden y deben ser funciones concordantes, en la
medida en que el entendimiento es uno solo, lo único que lo son retraducidas en funciones de unidad con
vistas a la objetividad con la que en definitiva lograremos enfrentarnos. De allí que para cada una de las
funciones del pensar en el juicio, haya una función de unidad para conocer objetos a partir de la
multiplicidad de las intuiciones. Estas últimas son las categorías o conceptos puros del entendimiento.
Como lo dice Kant más claramente en una interesante nota al Prefacio de los Primeros principios
metafísicos de la ciencia de la naturaleza donde se refiere a la deducción de las categorías en general (es
decir, englobando sus aspectos metafísicos y trascendentales):

15 Cf. Monadología § 14: El estado pasajero que envuelve y representa una multitud en la unidad
o en la substancia simple, no es más que la llamada percepción, que se debe
distinguir con cuidado de la apercepción o de la conciencia [...]. Y en esto los
cartesianos se han equivocado mucho pues consideraron que las percepciones de que no
nos apercibimos equivalen a nada. Es esto también lo que les ha hecho creer que sólo
los espíritus eran mónadas y que no existía el alma de los brutos ni otras
entelequias; y han confundido, como el vulgo, un largo aturdimiento con una muerte en
sentido estricto, lo que además los ha hecho incurrir en el prejuicio escolástico de
las almas enteramente separadas e incluso así han confirmado a los espíritus mal
dispuestos en la opinión de la mortalidad de las almas." Charcas 609.

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[[Con esta intención]] la deducción [[se conduce suficientemente lejos,


cuando]] muestra que las categorías pensadas no son otra cosa que las
simples formas de los juicios, en tanto se aplican a las intuiciones (que
para nosotros son siempre sólo sensibles), y que por dicha aplicación
nuestras intuiciones adquieren primero objetos y devienen conocimientos.
Alianza 41.

Este es el resultado que expositivamente adelantara en la que luego llamará "deducción metafísica", pero
que es el que está teniendo en cuenta aquí —especialmente entre los §§ 19 y 20—, para llevar a su
término el aspecto más básico de la deducción trascendental y concluir así ahora lo que quería
demostrar:

- Por tanto, lo múltiple de una intuición dada, aquello que se unifica en el concepto de un objeto, está
necesariamente bajo las categorías.

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