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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular Para La Educación Superior.

Aldea Universitaria Manuela Sáenz

Quibor Estado Lara.

Venezuela Y Las Relaciones


Internacionales.

Integrantes:

María Bonilla

Kelvin Yepez

Sección 24-02

Administración

Quibor 12 De Noviembre del 2018


El entorno internacional y la situación política en Venezuela

La presión de una parte considerable de la comunidad internacional por la resolución de la

grave crisis que vive Venezuela fue una de las realidades objetivas del año 2017. Por primera

vez puede hablarse de una consolidación de la atención internacional, producto del

agravamiento de la situación y su impacto en otros países.

Estos años se han caracterizado por discusiones y acciones en organizaciones

internacionales, el desconocimiento de un buen número de países de la llamada

“constituyente”, sanciones a funcionarios y asociados, restricciones a la capacidad de

endeudamiento del Estado y PDVSA, la constitución de un grupo especial para monitorear la

crisis (Grupo de Lima), y el acompañamiento de cinco países a la negociación en República

Dominicana.

Las eventuales elecciones presidenciales en 2018 pondrán a prueba la capacidad del

hemisferio occidental de presionar para asegurar la transparencia de unos comicios en donde

estará en juego la consolidación categórica del autoritarismo en Venezuela. En cualquier caso,

sin una dirigencia y ciudadanía opositora organizada alrededor una estrategia precisa, la

capacidad de influencia internacional seguirá siendo limitada.

El inicio del año 2017 estuvo marcado por la incertidumbre generada por la toma de

posesión de Donald Trump. Gracias a la influencia de legisladores del Partido Republicano, la

crisis venezolana se convirtió en uno de los temas más importantes de la política exterior del

nuevo inquilino de la Casa Blanca.

La primera señal se vio en febrero con la prohibición de entrada y congelación de activos

Al vicepresidente Tareck El Aissami y un empresario cercano por supuestos vínculos con el

narcotráfico. Las mismas medidas fueron sucesivamente replicadas contra magistrados del

Tribunal Supremo de Justicia, rectores del Consejo Nacional Electoral y decenas de


funcionarios del Estado por la violación de las garantías democráticas. En el mes noviembre, ya

eran más de 40 los funcionarios sancionados. No obstante, fue en agosto cuando el gobierno

estadounidense impuso la medida que más ha complicado al régimen de Nicolás Maduro,

prohibiendo, con limitadas excepciones, la posibilidad de financiamiento al Estado venezolano

o a PDVSA.

En el campo diplomático, el accionar estadounidense ha sido menos relevante, y el

Secretario de Estado, Rex Tillerson, no participó en ninguna instancia de la reunión de

cancilleres de la OEA. La falta de coordinación estrecha entre Estados Unidos y el resto de

América Latina se hizo patente cuando en agosto, Trump mencionó la posibilidad de una

respuesta militar, generando rechazo en la mayoría de los gobiernos de la región. De tal

manera que Estados Unidos ha optado por actuar aisladamente, mientras el esfuerzo –de

momento infructuoso– por una coordinación internacional efectiva fue liderado por el

Secretario General de la OEA, Luis Almagro.

Desde marzo, Almagro buscó dar un impulso a la aplicación de la Carta Democrática

Interamericana, recomendando que la presión se volcara en la concreción de unas elecciones

generales, la continuación de sanciones, la liberación de los presos políticos y la apertura de un

canal humanitario. A pesar de la evidente ruptura del orden constitucional con las sentencias

del Tribunal Supremo de Justicia a finales de ese mismo mes, la decisión de la mayoría de los

países de la región fue optar por una vía más diplomática, elevando la discusión a una reunión

de cancilleres. Incluso ante esta opción, el régimen de Maduro respondió abruptamente,

anunciando que abandonaba la OEA. La reunión de cancilleres –celebrada en medio de la ola

de protestas que vivió el país durante cuatro meses– fue incapaz de aprobar un documento,

dejando en evidencia la división en la región y la efectividad de la diplomacia oficialista en el

Caribe.
Esta incapacidad para acordar una respuesta mayoritaria a nivel de cancilleres terminó por

paralizar a la OEA. Una vez concretada la elección de la fraudulenta constituyente, la región

reaccionó de forma descoordinada. Sólo ocho países (entre los que destacan China y Rusia)

reconocieron los resultados de esa elección, mientras que, dado el rechazo de Europa en

pleno, 46 la desconocieron.

Días después, en Perú, surgió el Grupo de Lima, compuesto por apenas 12 países de la

región, instancia a la que no se ha sumado Estados Unidos o algún otro país de la región.

MERCOSUR, por su parte, terminó concretando la suspensión de Venezuela invocando la

ruptura del orden democrático. La Unión Europea, que siempre ha promovido una solución

negociada, en noviembre decidió optar por sanciones, imponiendo un embargo sobre la venta

de equipos militares, y acordando un marco legal que probablemente a principios de 2018 le

permitirá sancionar a altos funcionarios del régimen venezolano. En la ONU, Estados Unidos

trató de llevar en dos oportunidades la crisis a la agenda del Consejo de Seguridad, algo que

por ahora parece muy poco probable salvo que Donald Trump logre convencer a Xi Jinping y a

Vladimir Putin.

Internacionalmente, el año cierra con desconcierto ante las divisiones en la oposición, muy

patentes luego de las elecciones regionales y municipales. El acompañamiento internacional ,

especialmente de Chile y México , en República Dominicana ha sido relevante para aumentar

las expectativas de un acuerdo negociado y diferir temporalmente la imposición de medidas

adicionales. Incluso, Estados Unidos publicó un comunicado destacando que las sanciones no

tienen que ser permanentes y que para ser levantadas debe concretarse un regreso a la

democracia.
Da la impresión de que durante los últimos días de 2017 hubo una especie de pausa, pero

si la negociación fracasa, es probable que veamos a una parte considerable de la comunidad

internacional buscando presionar de forma más activa. Al igual que en el ámbito interno, la

atención de muchos países del mundo comienza a estar centrada en las elecciones

presidenciales.

Las tareas Pendientes de la Comunidad Internacional

Si el deseo es que la democracia regrese a Venezuela en este año entonces un buen

número de países deberá ejercer un rol más diligente y ágil frente al que tuvieron este año.

Incluso si se llegara a concretar un acuerdo en República Dominicana, su implementación sería

bastante accidentada sin una presión continua. El gobierno ha logrado establecer un sistema

clientelar con fines electorales y controla férreamente las instituciones del Estado. La

dirigencia opositora se encuentra fragmentada y no parece tener claro un plan de acción. Aun

reconociendo las limitaciones del ámbito internacional, son numerosas las tareas pendientes

para el próximo año, así como las lecciones a partir de 2017.

Presión sobre la oposición

Sin una oposición que logre concretar un acuerdo para erigirse como una alternativa real

de cambio, será muy difícil que exista la presión interna requerida para concretar el regreso a

la democracia. Dado que diversos países de la comunidad internacional se han erigido en

aliados y cuentan con el respeto de la mayoría de la dirigencia, estos deben recomendar

enfáticamente que se concrete un compromiso mínimo sobre cómo abordar la crisis y las

elecciones presidenciales. Los mecanismos y detalles deben ser decididos internamente, y

poco puede hacer la comunidad internacional si los actores internos no ponen de su parte. Si

persiste la descoordinación, será muy difícil que la presión externa aumente. En cualquier

caso, es dañino si la comunidad internacional toma partido ante las diferencias internas
opositoras. Los dirigentes exiliados y la diáspora deben buscar coordinar y apoyar a los actores

internos, quienes son los que finalmente tienen la posibilidad real para concretar un cambio.

Coordinación, mensaje y consecuencias. Una de las áreas donde hará falta una mejoría

sustancial con respecto a lo visto en el 2017 será en la coordinación de los esfuerzos

internacionales. No hay razón de peso para que Latinoamérica, Estados Unidos y la Unión

Europea no puedan actuar mancomunadamente. El mensaje debe ser que es inaceptable la

deriva autoritaria del gobierno de Nicolás Maduro y en consecuencia debe haber una

restauración de las garantías democráticas. Aunque esto es evidente, aún no ha sido

transmitido de forma frontal y continua. Para ello, bien haría un grupo amplio de países en

apelar también al simbolismo, buscando transmitir recurrentemente mensajes, incluso a

través de reuniones entre jefes de Estado o aprovechando la plataforma de alguna

organización internacional. A efectos internos, estas acciones son necesarias para demostrar

contundencia y generar esperanza en los venezolanos. Más allá del mensaje y las advertencias

(que ya tienen efectos prácticamente nulos sobre el gobierno venezolano), lo crucial es que el

mayor número de países demuestre que la violación de las garantías democráticas tiene

consecuencias. Si el régimen no observa que su conducta autoritaria tiene implicaciones

reales, difícilmente cambiará su conducta.

Sanciones e incentivos. Uno de los grandes errores del hemisferio occidental en 2017 fue

el haber obviado las incontables irregularidades e incluso instancias de fraude en las elecciones

regionales y municipales sin que se concretaran posteriormente sanciones específicas a nivel

internacional. Para las presidenciales, no sólo hay que transmitir las condiciones electorales

que deben estar presentes para que pueda considerarse un reconocimiento de resultados,

sino que también deberán advertirse medidas adicionales que podrían tomarse si los comicios

no se efectúan con el debido respeto a las garantías democráticas. Ahora bien, aunque puede

ser difícil, la comunidad internacional debe también buscar un equilibrio entre las sanciones y
los incentivos, ya que la señal no debe ser que las sanciones perdurarán hasta que haya un

cambio de gobierno, sino que son suficientemente flexibles para ser levantadas si hay un

cambio de conducta. Una implementación efectiva de este mensaje podría incluso lograr

algunas fracturas en la coalición de gobierno.

Preparación ante las consecuencias de la crisis. Más allá de los efectos internos, la crisis

económica y social que seguirá enfrentando Venezuela en el año 2018, hace muy probable que

haya un aumento exponencial de sus efectos internacionales. Los países deben evaluar y

prepararse para una migración sin precedentes, el impago de deuda y un incremento

sostenido de la influencia y relevancia de países como Rusia. La crisis venezolana ya se ha

tornado muy compleja y en la medida en que haya una mejor preparación para las inevitables

consecuencias que se sentirán en otros países, mayor será la capacidad de coadyuvar al

cambio de la grave situación interna.

Capacidad de influencia. Naturalmente, en la medida que un sector de la comunidad

internacional ejerce presión y adopta sanciones, el régimen busca reducir su dependencia y

vínculos con esos países. Por ende, el paso del tiempo acrecienta una pérdida de la capacidad

de influencia sobre el gobierno venezolano. Es por esto que el papel de la comunidad

internacional ya no puede ser circunstancial, sino que debe partir de una estrategia integral,

incluyendo el rol específico que deben jugar distintas organizaciones internacionales como

Naciones Unidas. Por ejemplo, la creación del Grupo de Lima no debe ser necesariamente

contradictoria con la existencia de la OEA, y los países deben retomar sus esfuerzos en ese

foro, el cual además tiene la capacidad técnica para responder al escenario electoral. La

dependencia todavía existe y el hemisferio occidental debe aprovecharla, porque está

disminuyendo.
Considerando la situación interna, por ahora la presión internacional luce insuficiente. Está

en el interés de los países de la región y Europa redoblar sus esfuerzos. No será fácil dado el

ciclo electoral que vivirá la región y el clima de inestabilidad que existe en otros países. Pero

sin mayor presión, no sólo se consolidará una nueva dictadura en América Latina, sino que los

efectos y consecuencias de la desgracia que vive Venezuela se sentirán con más fuerza en

otras fronteras.

Con 19 votos a favor, 11 abstenciones y cuatro votos en contra, el 5 de junio de 2018 fue

aprobada por la Asamblea General de la OEA una resolución sobre la situación en Venezuela.

El documento es relevante porque además de declarar que el proceso del 20 de mayo “carece

de legitimidad”, hace un llamado a los países miembros y observadores de la organización a

implementar “medidas que estimen convenientes a nivel político, económico y financiero para

coadyuvar al restablecimiento del orden democrático en Venezuela”. Esto abre la puerta para

que diversos países latinoamericanos incrementen la presión y adopten medidas análogas a las

ya aprobadas por países como Canadá, Panamá y la Unión Europea.

¿Cuáles son las implicaciones de la votación?

La votación demostró que el régimen de Nicolás Maduro ha perdido casi la totalidad del

apoyo con el que contaba hasta hace poco. Apenas tres países (Bolivia, Dominica y San Vicente

y las Granadinas) se sumaron al voto del canciller Jorge Arreaza para oponerse a la resolución.

Por otro lado, países que en recientes votaciones eran férreos defensores del gobierno

venezolano optaron por abstenerse, prefiriendo no tomar posición. En este ámbito, por

ejemplo, es destacable la abstención de Ecuador, Haití, Nicaragua y San Cristóbal y Nieves.

En los 19 votos a favor también hubo alguna sorpresa, como fue el caso de República

Dominicana, quien durante mucho tiempo fue un cercano aliado del régimen venezolano. Este
cambio frontal de posición es aún más significativo si se tiene en cuenta que fue el gobierno

dominicano quien sirvió de anfitrión en las negociaciones entre el régimen de Nicolás Maduro

y la oposición venezolana hasta febrero de 2018. Ello sugiere que el propio gobierno

dominicano reconoce que no hay intención por parte de Nicolás Maduro para buscar una

salida a la grave situación.

Finalmente, también hay que destacar que la cifra de 19 votos demuestra que todavía no

existe disposición suficiente para tomar una medida como la suspensión de Venezuela de la

OEA. Para ello, se requiere el voto afirmativo de dos tercios de los países miembros, es decir,

24 votos. Los 19 votos a favor de la resolución son casi los mismos que se concretaron en las

discusiones sobre Venezuela en la OEA durante 2017, quedando demostrado que la crisis en

Venezuela es un tema álgido en la organización. El no haber llegado a los 24 votos debe ser

particularmente preocupante para la diplomacia estadounidense, quien llegó a la Asamblea

General llamando a la suspensión de Venezuela y desplegando un esfuerzo considerable para

convencer a diversos países del Caribe, quienes al final prefirieron abstenerse.

¿Cuáles son las implicaciones más importantes de la resolución?

Probablemente lo más trascendental es el llamado a los países miembros y observadores

de la OEA a adoptar las medidas que estos estimen convenientes para ayudar al

restablecimiento del orden democrático en Venezuela. Este llamado va a servir para que

especialmente diversos países de América Latina comiencen a adoptar sanciones contra

funcionarios del gobierno de Venezuela y otras medidas que aumenten la presión

internacional para que el gobierno de Maduro entienda que debe buscar una solución.

No en vano, la propia resolución reafirma que “sólo a través de un diálogo nacional con la

participación de todos los actores políticos y otros actores interesados venezolanos, se podrá
alcanzar la reconciliación nacional y acordar las condiciones indispensables para celebrar un

nuevo proceso electoral que refleje realmente la voluntad” de los venezolanos.

De manera indirecta, el documento también delinea lo que un número importante de

países considera como concesiones fundamentales que el gobierno venezolano debería hacer

si quiere buscar una salida. Por ejemplo, la convocatoria de un proceso electoral que cumpla

con las garantías necesarias y permita “la participación de todos los actores políticos

venezolanos”, la restauración de la “autoridad plena de la Asamblea Nacional y el Estado de

Derecho”, el ingreso de ayuda humanitaria y la “adopción de medidas de vigilancia

epidemiológica para evitar el agravamiento de la crisis de salud pública” mediante la

propagación del sarampión, la malaria y la difteria.

Por otro lado, también se ratifica la preocupación regional por los efectos de la creciente

migración y se reconoce que diversos Estados están recibiendo a “refugiados venezolanos”.

Ante ello, se exhorta a los Estados a adoptar las medidas para atender la “emergencia

epidemiológica”, mediante el suministro de medicamentos y contribuyendo al presupuesto de

organizaciones especializadas en salud y control de enfermedades.

Finalmente, la resolución decide “aplicar, en estricto apego al texto y espíritu de la Carta

Democrática Interamericana”, los mecanismos previstos en sus artículos 20 y 21. En

consecuencia, los países deberán decidir qué es lo que van a aplicar de conformidad con esos

artículos, teniendo a su disposición varias opciones.

Por un lado, el artículo 20 de la Carta Democrática, habla de “la realización de las gestiones

diplomáticas necesarias, incluidos los buenos oficios, para promover la normalización de la

institucionalidad democrática”. Esto es algo que un buen número de países ya tiene un buen

tiempo haciendo, sin mayor éxito. El mismo artículo 20 prevé que, si las “gestiones
diplomáticas resultaren infructuosas”, entonces debe convocarse a la Asamblea General para

que ésta “adopte las decisiones que estime apropiadas, incluyendo gestiones diplomáticas,

conforme a la Carta de la Organización, el derecho internacional y las disposiciones de la

presente Carta Democrática”. Esta resolución precisamente podría entenderse como una

aplicación de esta sección del artículo 20.

Subsecuentemente, el artículo 21 prevé que cuando la Asamblea General –“convocada a

un período extraordinario de sesiones”– constate que se ha producido una “ruptura del orden

democrático” y que “las gestiones diplomáticas han sido infructuosas”, entonces se tomará la

decisión de suspender al país involucrado de su ejercicio de participar en la OEA, siempre y

cuando esté presente el voto afirmativo de dos tercios de los países, es decir, 24 votos.

No obstante, incluso en este escenario, la Carta prevé que el país deberá continuar

cumpliendo con sus obligaciones y la Organización deberá mantener sus “gestiones

diplomáticas” para buscar el restablecimiento de la democracia. El alcance total de estas dos

disposiciones lo explicamos hace ya más de dos años aquí en Prodavinci.

Los próximos pasos

Es sumamente probable que la presión internacional de buena parte del hemisferio

occidental seguirá aumentando. Como consecuencia de la violación continuada de la

Constitución nacional, el régimen de Maduro ha optado por colocarse en una situación de

aislamiento internacional, eliminando en la práctica su habilidad de encontrar soluciones a los

múltiples problemas que vive el país. La intención del alto gobierno y la coalición de poder de

mantenerse en el gobierno a toda costa y fuera del orden constitucional supone y acarreará

mayores daños a la economía y bienestar del país, acrecentando el colapso y el deterioro de la

vida de millones de venezolanos.

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