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BEATRIZ GALINDO, LA LATINA: “MUJER SABIA” EN LA CORTE DE ISABEL

LA CATÓLICA

María Sol Miralles

Universidad Nacional de Cuyo

En los siglos XV y XVI se desarrolla en Europa el movimiento cultural que

conocemos como Renacimiento. Este transforma las expresiones artísticas, la ciencia, la

filosofía; todos los campos del saber y el pensamiento vuelven la mirada hacia la

antigüedad grecorromana. Ahora el sujeto es el centro del universo; por medio de la

razón y la reflexión accede a la verdad.

Durante el Renacimiento, motivados por el afán de conocimiento, se forman

selectos grupos de humanistas en las cortes europeas. Estos círculos incluyen en su seno

mujeres que destacan en el campo del saber, tales como Francisca de Nebrija o Ana

Contreras. Sobre ellas “no pesaban prejuicios de género alguno [...] [y] son ejemplos

junto a las propias leyes hispánicas, que demuestran esa apertura hacia la mujer”

(RTVE, 1998).

El interés por las lenguas clásicas -especialmente el latín- tan propio del

Renacimiento, da nuevo impulso a la educación femenina; las “mujeres sabias”,

“famosas por sus conocimientos y erudición, fueron apodadas por sus contemporáneos

como Puellae doctae y algunas recibieron su propio epíteto” (Borreguero Beltrán, 2011:

77). Una de aquellas mujeres doctas fue Beatriz Galindo, apodada La Latina. Galindo

vivió el final de la Edad Media y los albores del Renacimiento, movimiento que invita a

ser el protagonista de la propia historia. A su modo ella se forja un destino en la Corte

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de Isabel La Católica, influyendo poderosamente sobre mujeres protagonistas de la vida

política castellana y europea.

Beatriz Galindo nace en 1465 en Salamanca y muere en Madrid en 1535.

Proviene de una familia noble pero de medrada fortuna y con muchos hijos; así, es

preparada desde niña para la vida conventual. Se aboca al estudio de la gramática y

especialmente del latín, para que le sean más sencillos los rezos y cánticos del claustro;

demuestra tal aptitud para la lengua clásica, que a los dieciséis años ya es conocida en

Salamanca por su habilidad (De Llanos y Torriglia, 1920). Continúa estudiando en la

Universidad salmantina, donde –según sugiere Belda Plans- habría sido alumna de

Antonio de Nebrija. Allí obtiene gran reconocimiento por sus dotes para el estudio de

los textos clásicos. Sin duda alguna el contexto la favorece, pues Salamanca es por

aquel tiempo “la ciudad universitaria por excelencia, que dictaba las reglas que regirían

para otras facultades o academias” (De Arteaga, 2007: 17) Beatriz Galindo, con su sed

de conocimientos y su amor por el latín, corre en paralelo al espíritu de su época.

Enterada del suceso de esta puella docta, Isabel La Católica la manda llamar en

1486 para que se encargue de enseñar latín a las infantas Juana, Catalina, Isabel y

María. Isabel I, gracias a una bula del Papa Inocencio VIII, podía escoger como

educadores de sus hijos a cualquier religioso de las órdenes españolas, sin mediar una

autorización de sus superiores (RTVE, 1998). De todas formas, a nivel general la reina

desea “mejorar el nivel de erudición de su corte” (Borreguero Beltrán, 2011: 78) y para

ello convoca a los humanistas más sobresalientes de la época, personas de la talla de

Antonio de Nebrija. Gracias al llamado de Isabel a la Corte, Galindo “se convirtió en la

primera mujer dedicada a la docencia en España” (Belda Plans, 2013: 182).

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Uno de sus biógrafos modernos (De Arteaga, 2007) hace notar que

probablemente Galindo pone mucho empeño en enseñar el latín en un tiempo en que el

castellano está aún en proceso de fijación (faltan unos años para que Nebrija, en 1492,

dé a conocer su Gramática) y por ello muchos hombres, creyendo que hablan bien la

lengua culta, ensayan una mezcla de latín y castellano quizás entendible, pero

incorrecta.

Saber latín no es poco en la época de Isabel La Católica. Es el idioma

diplomático que utilizan las cortes europeas (De Llanos y Torriglia, 1920) y la lengua

que refleja la admiración renacentista por el mundo grecorromano. Se sabe con certeza

que en 1493 Isabel La Católica toma clases de lengua latina dado que “el dominio del

latín era necesario para las habilidades diplomáticas” (Belda Plans, 2013: 182) y está en

desventaja con respecto a su esposo, quien lo había aprendido de joven. El latín había

sido descuidado en la educación de Isabel durante su infancia, pues no estaba destinada

a ocupar el trono (RTVE, 1998). Durante el reinado de Enrique IV de Castilla, la falta

de un heredero claramente reconocible y las rivalidades entre distintas facciones de la

nobleza castellana provocaron la Guerra de Sucesión, entre 1475 y 1479. Con el

firmado del Tratado de Alcáçovas, Isabel y su esposo Fernando fueron reconocidos

como reyes (Martín, 1993).

La decisión de Isabel La Católica de dominar el latín y la sapiencia de Galindo

en este área bastaron “para que el suceso resonara con ecos de buen ejemplo en las

cumbres de la sociedad castellana, avivando en ellas [...] el ansia de saber y el amor al

estudio” (De Llanos y Torriglia, 1920: 27). Desde la llegada de La Latina al palacio, las

mejores familias castellanas sienten despertar un “deseo de enriquecerse

intelectualmente con los tesoros de filosofía encerrados en las latinas enseñanzas de los

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padres de la Iglesia”. Especialmente el público femenino del ambiente palaciego se ve

estimulado a conocer la lengua y cultura clásica, siguiendo el ejemplo de la Reina.

Es de destacar que las mujeres tienen una participación sumamente activa en la

configuración del nuevo movimiento cultural, en buena parte gracias a la influencia de

Isabel I. La monarca, “mujer culta y entusiasta de las letras y las artes, llevó a cabo una

importante obra de difusión y recuperación de la cultura clásica” (Borreguero Beltrán,

2011: 78). Diversos testimonios históricos señalan que la expansión del conocimiento es

una de sus principales preocupaciones. Así es como se encarga de proveer preceptores a

todo el personal de su palacio, incluso a doncellas y pajes (Borreguero Beltrán, 2011) y

pone a su disposición su biblioteca personal, sobre todo a su círculo de mujeres cultas.

Beatriz Galindo acompaña paso a paso este proceso, empleando su vida en la tarea de

“cargar de contenidos aquella corte recién nacida” (RTVE, 1998), con especial atención

sobre el público femenino, que se ve inmerso en una atmósfera erudita.

Tal como explica el documental Mujeres en la historia, de la televisión

española: “La casa de la reina fue un ámbito de relaciones entre mujeres que posibilitó

relaciones estrechas con la cultura. El libro fue un objeto de consumo y de uso habitual”

(1998). Es importante recordar que en 1449 Johannes Gutemberg imprime su famoso

Misal de Constanza en Alemania, y desde entonces los textos escritos, muchos en

formato de libros, se multiplican y expanden rápidamente. Durante la Baja Edad Media

se producen y se leen novelas de caballerías, novelas sentimentales, libros de viajes,

romances de carácter popular, cancioneros. Según Segura Graíño, hasta la irrupción del

Humanismo el acceso femenino a la lectura “se condicionaba a libros piadosos, para

aumentar su devoción” (2007: 79), situación que cambia con los nuevos valores

impulsados desde los círculos humanistas. Isabel La Católica no sigue al pie de la letra

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el mandato de lo que es propio para las mujeres en materia de educación, impulsando su

desarrollo intelectual.

En este sentido, algunos autores (Borreguero Beltrán, 2011) atribuyen la

formación de las mujeres que frecuentan el palacio a la posición económica de sus

familias, que les permite contar con buenos docentes y una biblioteca bien provista. Sin

embargo, como ya sugerimos, La Latina proviene de una familia venida a menos;

existen testimonios de que forma su biblioteca por medio de sus propios recursos (Belda

Plans, 2013) y probablemente se instruye gracias a la generosidad de la Reina.

La educación debía conseguir que las mujeres fueran seres pasivos que no
cuestionaran lo que estaba establecido para ellas. Por tanto, no era conveniente que
accedieran a la lectura ni a la escritura, que no se contemplaban en el programa
educativo oficial. Y cuando se aceptaba la lectura era para aplicarla a textos religiosos
que iban a fortalecer las enseñanzas que habían recibido. No obstante, este programa
en algunos casos no fue convenientemente respetado y algunas mujeres aprendieron a
leer primero y después accedieron a la escritura, lo que en último extremo les
conduciría a construir un pensamiento propio (Segura Graíño, 2007: 80).

Beatriz Galindo produjo una obra escrita, pero lamentablemente, no se ha

conservado. La mayoría de los documentos relativos a su vida son destruidos en

incendios durante la Guerra Civil Española (De Arteaga, 2007). Se sabe que escribe las

Notas y comentarios sobre Aristóteles y unas Anotaciones sobre escritores clásicos

antiguos, que confirman su admiración y dominio de los autores grecolatinos. También

es autora de poesías en latín y hoy su testamento, de su autoría, “suele ser considerado

como una pieza literaria maestra” (Belda Plans, 2013: 186). A continuación, un

fragmento del documento, único escrito de Galindo que puede consultarse íntegramente:

Entre otras cosas ordenó y mandó lo siguiente. Que su cuerpo fuese sepultado en el
coro bajo de la Iglesia de la Concepción Jerónima y su entierro se hiciese como el de
un pobre del Hospital, sin tocar campanas, poner hachas ni traer lutos, y que el oficio

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se hiciese como a una religiosa. Que en el día de su entierro se dijesen por su alma un
treintanario y cinco misas de Pasión.

Las dotes intelectuales y la influencia de La Latina sobrepasan las fronteras de

España, debido a que no solo educa a Isabel sino también a las infantas, quienes ya

casadas se transforman en reinas en otros estados europeos. Por esto Galindo ha sido

llamada “maestra de reinas”: enseña latín a Juana, futura reina de Flandes; a Catalina de

España, que ocupa el trono de Inglaterra; y a María e Isabel, ambas destinadas a reinar

en Portugal.

La historia ha dejado testimonio del grado de dominio del latín por parte de las

infantas. En 1496, Juana viaja a Flandes para casarse con Felipe el Hermoso; y es capaz

de “hablar y responder en latín a los nobles y personalidades de aquel estado”

(Borreguero Beltrán, 2011: 84). Por su parte, María se casa en 1500 con Manuel I el

Afortunado; llegada a Portugal, habla tan bien el latín que consigue ponerlo de moda en

la corte de aquel país. Borreguero Beltrán señala que “la corte de Lisboa, especialmente

durante la época de la infanta María de Portugal alumbró un núcleo de mujeres latinistas

de importancia” (2011: 78). No obstante, es Catalina quien da el mejor ejemplo de la

educación recibida en la corte de Castilla. Casada en 1509 en Inglaterra con Enrique

VIII, hace gala de su dominio de las lenguas clásicas pero además del inglés, el alemán

y el francés.

Fuera de la Corte y las altas esferas, Beatriz Galindo también promueve la

educación femenina en otros espacios: los conventos. Cuando la Reina muere, abandona

el palacio y se instala en la villa de Madrid para dedicarse a obras benéficas. Funda “el

primer hospital para pobres de Madrid” (Belda Plans, 2013: 184) y dos conventos: el de

la Concepción Jerónima en 1509 y el de la Concepción Franciscana en 1512. Más allá

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de los motivos religiosos, la fundación de los claustros femeninos reviste especial

interés en tanto “proporcionó a otras mujeres un espacio hacedor de cultura femenina,

donde las mujeres pudieran dedicarse a la formación intelectual y al estudio”

(Borreguero Beltrán, 2011: 84).

La importancia de la figura de Beatriz Galindo no solo reside en la influencia

ejercida sobre Isabel I y sus hijas a través de su educación, sino más aún, en su carácter

de amiga personal y consejera de la reina. La Latina fue consultada por la monarca

sobre diversos asuntos de Estado, y varios testimonios históricos prueban su cercana

relación con Isabel I. Por ejemplo, el humanista italiano Lucio Marineo Sículo, que

conoce a Galindo en la Corte, menciona a La Latina en su obra Cosas Memorables de

España (1530): “Assí que vimos en el Palacio de los Reyes Cathólicos a Beatriz

Galindo [...] camarera consejera de la misma Reyna, muger muy adornada de letras y

sanctas costumbres” (citado por Carrión, 1997: 125). Asimismo, el cronista real

Fernández de Oviedo la menciona en sus Batallas y Quincuagenas (ca. 1535): “fue ella

tal persona que ninguna mujer le fue tan acepta de cuantas Su Alteza tuvo para sí”

(citado por Belda Plans, 2013: 182).

En el citado documental Mujeres en la historia, se la llama a Beatriz Galindo “la

sombra del poder”. Como ha sucedido con muchas otras mujeres a lo largo de la

historia, La Latina se mueve más entre los bastidores de la política que en el escenario;

no obstante, “sin destacar en primera fila su personal presencia, el influjo y el dictamen

suyo estuvieron siempre al margen de la dirección de aquel reinado” (De Llanos y

Torriglia, 1920: 30).

Una consistente prueba de la influencia de Beatriz Galindo son los importantes

cargos políticos otorgados a sus familiares directos, tal vez como premio a su

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desempeño en la Corte y como una prueba más de la confianza de los Reyes Católicos

en ella. Su esposo, Francisco Ramírez de Madrid, obtuvo el cargo de Secretario del

Consejo del Rey; y Gaspar de Grizio, hermano de Beatriz, fue nombrado Secretario de

la Reina (De Llanos y Torriglia, 1920: 31). Es muy posible que incluso a través de sus

seres queridos, Beatriz lograra transmitir su opinión y consejo en diversas cuestiones de

Estado. Por otra parte, el rey don Fernando también confía en Beatriz Galindo para estos

asuntos, como lo prueba una carta que le escribe el monarca ya viudo, preguntándole la

ubicación de un pleito fiscal, porque era probable que ella supiese dónde se encontraba.

Incluso su influencia política va más allá de los Reyes Católicos, pues el nieto de

don Fernando, Carlos I, la manda llamar para consultarla “acerca de los métodos y

virtudes que debía buscar en sus servidores castellanos” (RTVE, 1998) y otros asuntos,

en su calidad de persona muy cercana a sus abuelos. El Emperador sabía muy bien que

Galindo había vivido muchos años en la Corte y por ende conocía como pocos “los

secretos y resortes del poder” (RTVE, 1998). Hasta edad avanzada La Latina tuvo fama

de conocer y entender sobre los asuntos de Estado más trascendentes (De Llanos y

Torriglia, 1920).

CONSIDERACIONES FINALES

El gran legado de Galindo reside en su enorme influencia cultural y política en

un momento histórico clave: los albores del Renacimiento. Pasa a la historia como “una

de las mujeres más cultas de su tiempo” (Belda Plans, 2013: 181), una de las puellae

doctae que animó a que muchas más mujeres se instruyeran y participaran del espíritu

renacentista. La Latina hace mérito con “el impulso dado a la ilustración del siglo en el

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cual alcanzó su cúspide el poderío español” (De Llanos y Torriglia, 1920: 30). Junto a

muchas otras mujeres de la Corte, defendió con sus actos y sus escritos su valía

intelectual y su capacidad para intervenir en la cultura, la vida social y la política de su

tiempo (Segura Graíño, 2011).

Por otra parte, si bien su profunda religiosidad probablemente constituyó uno de

los rasgos que la unieron a la Reina, también lo hizo su amor por el conocimiento y su

deseo de velar por la educación de las mujeres.

Para finalizar, en su calidad de “una de las más destacadas humanistas españolas

y europeas” (Belda Plans, 2013: 187), Lope de Vega le dedica unos versos de su Laurel

de Apolo (ca. 1630). Esta obra es una crónica de lo que sucede en las Cortes convocadas

por la Fama en el Parnaso, “para que a ellas viniesen los pretendientes de mayores

méritos”: “Aquella latina/ que apenas nuestra vista determina/ si fue mujer o

inteligencia pura,/ docta con hermosura/ y santa en lo difícil de la corte. /¡Mas qué no

hará quien tiene a Dios por norte!”

BIBLIOGRAFÍA

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