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Medidas de la
pobreza desmedida
Economía política de la distribución del ingreso

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LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

© PIERRE SALAMA
© BANDINE DESTREMAU
© LOM Ediciones
Traducción: Denise Peyroche
Revisión Técnica: Mauricio David
Primera edición en español, diciembre de 2001

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Impreso en Santiago de Chile.

PUBLICACIÓN HECHA CON EL APOYO DELMINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES DE FRANCIA


EMBAJADA FRANCESA EN CHILE
COOPERACIÓN REGIONAL PARA EL CONO SUR Y BRASIL
Y LA UNIDAD DE DESARROLLO AGRÍCOLA DE LA CEPAL

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Pierre Salama
Bandine Destremau

Medidas de la
pobreza desmedida
Economía política de la distribución del ingreso

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6
Índice

PREFACIO 9

INTRODUCCIÓN 13

Capítulo 1 17
DE LAS DESIGUALDADES…
A LA POBREZA

Capítulo 2 39
EL DINERO Y LA POBREZA

Capítulo 3 59
MEDIDAS DE LA POBREZA “HUMANA”

Capítulo 4 85
DE LA POBREZA A LA EXCLUSIÓN: LÍMITES DE LA
MEDICIÓN, MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA POBREZA

Conclusión 111
DE LA MEDICIÓN A LOS DERECHOS

Bibliografía 115

7
Postfacio 125
LA POBREZA ENREDADA EN LAS
TURBULENCIAS MACROECONÓMICAS

ANEXO 161

BIBLIOGRAFÍA 163

8
Prefacio

Pierre Salama, economista francés de renombre, profesor de la Uni-


versidad de París XIII y editor de la conocida publicación francesa Revue du
Tiers Monde, es un intelectual que agrega a sus preocupaciones teóricas una
larga trayectoria de investigación, de conocimiento y compromiso con la pro-
blemática de los países en desarrollo. Su dedicación a las grandes cuestiones
que enfrenta la teoría económica para interpretar y actuar sobre la realidad
social no lo alejarán, durante toda su carrera académica, de los graves proble-
mas que afrontan las naciones en desarrollo. Muy por el contrario, han hecho
que esté presente en los avances que los investigadores de ciencias sociales de
esos países hacen por comprender mejor sus realidades. Como profesor, ha
influenciado a más de una generación de economistas y cientistas sociales
especialmente latinoamericanos y africanos, dirigiendo tesis de doctorado,
contribuyendo a crear y estimular el funcionamiento de redes de investigación
o participando en discusiones, debates y conferencias.
Al dedicarse a los estudios sobre la pobreza y especialmente en la pre-
sente obra, el autor enfatiza que este no es solo un problema rural de los
países que sufren catástrofes naturales, como la sequía, las inundaciones, o
pérdidas de cosechas, también es un fenómeno de las ciudades y de los países
desarrollados. En contraste con la imagen tradicional de pobreza relacionada
con niños esqueléticos, mostrados por las cadenas de televisión y por la pren-
sa, en los países industrializados los más pobres son también los más obesos.
Esta enfermedad atañe principalmente a los negros y a la población emigrante
de origen mexicana en los Estados Unidos y más específicamente, como en
Europa, a las mujeres y a la tercera edad. Este cuadro puede ser generalizado
independiente del nivel de desarrollo del país, dando a la pobreza una dimen-
sión universal y no localizada geográficamente como lo era en el pasado.

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Entre la multiplicidad de expresiones de la pobreza hay que destacar –y el
autor lo hace muy bien– la dificultad de creación de empleos y el proceso de
concentración de la riqueza. La pobreza, destacan Salama y Blandine, hace
parte del sistema económico, político y social y se reproduce con él. No se
puede disociarla de los derechos económicos y sociales del hombre o de las pre-
ocupaciones con las bases de establecimiento y consolidación de la ciudadanía.
En el presente libro, que constituyó el tema central del curso dictado
por Pierre Salama en la CEPAL en 1999 y uno de los temas de su colaboración
con la institución, él resalta las dimensiones cualitativas y cuantitativas de la
medición de la pobreza. La obra explora los aspectos técnicos, los supuestos
y los intereses subyacentes en la elaboración de los discursos sobre la pobreza
y los pobres. Revela los puntos débiles, las contradicciones y los prejuicios de
cada una de los abordajes. La obra permite pensar sobre una realidad central
de nuestra modernidad.
Como bien lo demuestran Salama y Blandine, la pobreza se constituye
de facetas y dimensiones múltiples, por lo tanto su medición puede llevar casi
siempre a simplificaciones o reducciones y a un conocimiento distorsionado
del fenómeno. La pobreza es al mismo tiempo un hecho y un sentimiento. En
la presentación de la edición francesa se afirma que la síntesis de estos dos
aspectos de la pobreza es tan difícil que puede ser expresada como siendo
semejante a la fusión del agua con el fuego. Es justamente ahí que se puede
pecar de ingenuidad, o sumergirse en la tentación de la simplificación excesi-
va. La pobreza absoluta, vista solo por el lado monetario, es expresada como
una frontera de ingresos que separa los pobres y los no pobres. La otra posi-
bilidad de medir la pobreza relativa, comparando los diferentes tramos de
ingresos, constituye una visión más amplia, pero atañe también a los aspectos
monetarios, negligencia en los aspectos no monetarios, de sentirse o no ex-
cluido y las diversas ayudas recibidas en la vida cotidiana. Una de las formas
de aminorar este problema es de quedar solo con la noción de desigualdad,
eliminando la arbitrariedad del análisis que elige un corte entre los que son o
no pobres. Toda la cuestión patrimonial y el acceso a servicios y a la financia-
ción queda fuera de estos dos tipos de enfoque. Surge una forma alternativa
de medir la pobreza que es la no satisfacción de una serie de necesidades que
impiden al individuo y su núcleo familiar vivir y reproducirse en armonía. Hay
que completarla aún por el aporte subjetivo de la pobreza, o sea, cómo se

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siente la población definida como pobre. Otra corriente que surge más recien-
temente se centra en la potencialidad y las capacidades de los individuos y las
falencias de los diversos procesos e instrumentos de distribución y acceso a
recursos.
A través de la descripción y análisis de los diferentes tipos de indicado-
res, la presente obra muestra la utilidad y limitaciones de cada uno de ellos.
Con un solo indicador el análisis de la pobreza se transforma en una simplifi-
cación grosera. Combinando una serie de indicadores es posible considerar
las múltiples dimensiones de la pobreza, acompañar su evolución y proponer
políticas para superarla. Este es el gran aporte del libro, al proporcionar al
lector atento los elementos para que se tenga un enfoque más sistemático de
uno de los fenómenos más graves de la modernidad: la pobreza en sus múlti-
ples dimensiones.

Beatriz David
Jefe de Unidad de Desarrollo Agrícola de la CEPAL

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Introducción

El estereotipo gráfico más corriente del pobre es el del niño esqueléti-


co, con el vientre inflado, que los medios de comunicación difunden cuando
la hambruna se desencadena en un país. Esta imagen no es falsa, pero ya no
es la única. En primer lugar, porque la pobreza ya no es un hecho exclusivo
del campo en los países subdesarrollados, que sufren los embates de una
catástrofe natural como la sequía o el exceso de lluvia, destruyendo las esca-
sas cosechas, o que también sufren las consecuencias de una guerra civil.
Además, porque la pobreza está presente en las ciudades, tanto en los países
subdesarrollados como desarrollados. Así, como lo destaca la revista The
Lancet, en un artículo publicado en agosto de 1997, bajo la pluma de Bern
Bjöntorp: “...la obesidad se desarrolla particularmente en los estratos más po-
bres de la población. Es una consecuencia de la expansión de las comidas
rápidas, de la cocina industrial, de la publicidad en televisión y, sobre todo, de
la tendencia a la generalización de regímenes alimenticios malsanos, no equi-
librados. Estas nuevas costumbres alimenticias se traducen en un desarrollo
impresionante de la obesidad de los pobres, sobre todo, en los países desarro-
llados. Entre 1980 y 1995, la obesidad llega a ser más del doble en el Reino
Unido, entre las personas de 16 a 64 años y sobrepasa el 15% de la población
total. En la ex Alemania del Este alcanza, en 1992, más de 25% sobre todo
entre las mujeres; en Estados Unidos afecta sobre todo a los afro-americanos
y a la población de origen mexicana, alcanzando, en estas minorías, el porcen-
taje muy elevado del 40% entre las mujeres. Observaciones similares pueden
hacerse en algunos países subdesarrollados como China hoy en día”.
La pobreza está presente. Se impone hoy con la urbanización acelerada
de nuestras sociedades y con la dificultad de crear un número suficiente de
empleos. A menudo, confinada en las ciudades-dormitorios, en los barrios
periféricos (poblaciones), en el campo, según estén los países desarrollados o

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subdesarrollados. No puede ser ignorada. La pobreza se expresa en busca de su
propia identidad. Suscita interrogaciones. Es un hecho social que se manifiesta,
a veces, en actos de violencia individuales o colectivos, de autodestrucción
muy a menudo, pero también en el desarrollo de culturas alternativas. Presente
en la mirada del otro, a veces causa inquietud. Asimilada al peligro, a menudo
suscita la exigencia de más seguridad y más represión.
La pobreza tiene múltiples facetas y dimensiones. Medirla es a menudo
reducirla y desconocerla. A veces, unos buenos peritos en pobreza “sobre el
papel”, son incapaces de incluirla en la vida cotidiana y, cuando se encuentran
en posición de responsables, tanto de organizaciones internacionales como de
gobiernos, preconizan políticas inadecuadas.
La pobreza es un hecho objetivo y a la vez un sentimiento. La síntesis
de estos dos aspectos es tan difícil como unir el agua con el fuego. Pero limi-
tarse solo a uno de estos aspectos representaría una reducción. La medida
absoluta, cardinal de la pobreza, tal como se encuentra, en los países subdesa-
rrollados, pero también en Estados Unidos, traza una frontera entre los ingresos.
A la izquierda (o abajo) de esta línea se calificará de pobres a los individuos y
a su familia, ya sea que ellos experimenten esta situación como tal o no, que
tengan acceso a ingresos no monetarios, que reciban distintas ayudas o no.
Ahora bien, los comportamientos, incluso los económicos, dependen de la
manera con que se experimenta esta situación. Las personas integradas en la
sociedad, que tienen el sentimiento de participar de todos los atributos de la
ciudadanía, no tendrán el mismo comportamiento de las que se sienten exclui-
das y no se reconocen en la sociedad tal como funciona. Esta definición
resulta a lo menos reductora. Sin embargo tiene varias ventajas: la de recalcar
la falta de recursos que tienen unas familias para reproducirse, no solo física-
mente, y mostrar así la amplitud y lo profundo de una de las facetas de la
pobreza. Medir la pobreza relativamente, o sea de manera ordinal, definiendo
un ingreso-límite en función de los otros ingresos (la mitad del ingreso medio,
por ejemplo) sitúa al individuo o al hogar en el conjunto de los ingresos perci-
bidos. Lo arbitrario de esta definición (¿por qué la mitad?) puede ser superado
por la definición de una batería de indicadores que midan el porcentaje de
hogares que no tienen el 40%, 50% y 60% del ingreso medio. Con esto, se
destaca el aspecto relativo de la pobreza, pero se descuidan, como en la medi-
da anterior, los aspectos no monetarios de la vida cotidiana y los distintos

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subsidios percibidos por la población. La ventaja de tal enfoque, es que utiliza,
para definir la pobreza, la distribución de los ingresos haciendo hincapié en las
desigualdades del ingreso. Por eso, por arbitrario que sea, algunos economis-
tas prefieren limitar sus investigaciones al conocimiento de los indicadores de
las desigualdades como, por ejemplo, la relación entre el 20% más pobres
sobre el 20% más ricos.
Que sea cardinal u ordinal esta medida descuida de todos los aspectos
patrimoniales (vivienda o acceso a servicios gratuitos, por ejemplo). De estas
insuficiencias se deriva otra manera de definir y medir la pobreza, a partir de
la insatisfacción de un conjunto de necesidades básicas (acceso al agua pota-
ble, por ejemplo), sin las cuales el individuo o la familia no podría reproducirse
“armoniosamente”. Aunque esta medida, esté probablemente más cerca del
vivir objetivo de la pobreza y no se refiera a los ingresos monetarios, sino a
una batería de indicadores, su definición resulta materialista. Aunque útil, debe
ser complementada con encuestas sobre las carencias experimentadas por la
población supuestamente pobre, es decir, por un enfoque subjetivo de la po-
breza. Este último enfoque, inexistente o marginal en los países
subdesarrollados, permite dar una medida probablemente más exacta de la
pobreza y la manera cómo esta se experimenta. Otra corriente de análisis gana
actualmente en autoridad y en credibilidad: basada en las capacidades o poten-
cialidades, de las cuales disponen los individuos para llevar una vida digna,
decente, que se manifieste en el ejercicio de libertades y el respeto de dere-
chos; tiende a analizar los defectos de los distintos procesos de distribución y
acceso a los recursos privados y colectivos.
Entre los distintos aspectos relativos al tema de la pobreza, este estudio
se limitará a los problemas correspondientes a la medición: no abordará ni las
causas o raíces de la pobreza, ni las políticas y medidas propuestas para luchar
contra ella. Pondrá de manifiesto que los distintos indicadores son útiles. Li-
mitada a un indicador, la medida es reduccionista y, así, poco pertinente.
Concebida a partir de indicadores variados y que toman en cuenta varias de
las múltiples dimensiones de la pobreza, la medida es más operacional. Per-
mite analizar la evolución de la pobreza. El análisis socioeconómico permite
entonces asignar a algunos factores como el insuficiente crecimiento, la infla-
ción demasiado elevada, la propiedad de la tierra distribuida inequitativamente,
las catástrofes naturales, etc., una responsabilidad en esta evolución y definir

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así las políticas económicas posibles que permitan aliviar esta pobreza, ac-
tuando sobre los factores que la hubieran empeorado. Unas medidas basadas
en distintos criterios e indicadores permiten entonces construir una idea tanto
de los esfuerzos que es necesario hacer (redistribución de los ingresos, medi-
das fiscales) como de la naturaleza de estos esfuerzos (programas nacionales
o focalizados) para reducir la pobreza.

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CAPÍTULO 1
De las desigualdades…
a la pobreza

En un contexto de liberalización comercial y de predominio del sector


financiero, las desigualdades entre los ingresos del trabajo y el capital se acen-
tuaron, a veces de modo importante. Las desigualdades de los ingresos del
trabajo entre trabajadores calificados y los que no lo son, han aumentado tam-
bién en la gran mayoría de los países durante estos últimos 10 ó 15 años. La
pobreza en los países del tercer mundo, después de retroceder en las econo-
mías que experimentaban un crecimiento muy elevado o que reanudaban con
él, por modesto que fuera, erradicando al mismo tiempo sus elevadas inflacio-
nes, reaparece, a la vez al prorrumpir la crisis asiática en 1997 y aumentar el
desempleo y las formas de empleo precario en América Latina. En los países
desarrollados, la pobreza en general sigue importante, tiende a acentuarse con
las formas modernas de exclusión y afecta a los jóvenes aún más que en el
pasado, mientras tiende a reducirse la movilidad social.
Aunque se observan cada vez más los mismos orígenes del aumento de
las desigualdades y de la pobreza en la mayoría de los países –a excepción, no
obstante, de los que son “menos desarrollados”–, el nivel de vida de los po-
bres en los países desarrollados, por muy bajo que sea, es superior al de los
pobres en los países llamados subdesarrollados, de modo que, sin distinción
de naciones, la pobreza se encuentra mayormente en estos últimos países.
Más concretamente, según el PNUD1 , en 1989, un 20% de la población en el
mundo posee un 82.7% del total de los ingresos, el 20% que le sigue un 11.7%
y el 60% restante de la población mundial, comparte solamente un 5.6% del

1 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Las evaluaciones se hacen en dólares
corrientes y no tienen en cuenta el diferente poder adquisitivo de los dólares según el país
donde se utilizan. Como lo veremos, esto contribuye a aumentar la pobreza. Por otra parte,
se trata de los ingresos monetarios. En los países más desarrollados, esta medida es aproxi-
mada, debido a la importancia de las relaciones no comerciales y de la dificultad de medir el
PIB cuando existe un gran número de empleos informales.

17
ingreso producido por el conjunto del planeta. Los dos primeros quintiles, los
más pobres, están formados íntegramente por una población que habita en los
países subdesarrollados. Se encuentra en el tercer quintil, pero de modo su-
mamente marginal (2/33), las personas que viven en los países desarrollados.
El cuarto quintil, que comparte un 11.7% del ingreso producido, es más he-
terogéneo, puesto que está compuesto por apenas un 40% (33/83) de la
población que vive en los países subdesarrollados y un poco más de 60% (50/
83) en los países desarrollados. El último quintil, el más rico, que posee más
del 80% del ingreso, casi está formado íntegramente por una población que
vive en los países desarrollados, puesto que solamente un 3.5% (2/57) habita
en países subdesarrollados (PNUD, 1992: 97 y siguientes). Estas desigualda-
des se acentuaron, entre 1960 y 1991, por lo que el 20% más rico pasó del
70% al 85% y el 20% más pobre bajó de 2.3% a 1.4% (PNUD, 1996:15).
Aunque los métodos de cálculo son diferentes, las estimaciones de la CNUCD
constatan la misma evolución, el 20% más rico de la población mundial recibía
en 1965, 30 veces lo que cobraba el 20% más pobre y, en 1960, 60 veces (CNU-
CD, 1997). Esta concentración de la pobreza en los países en vía de desarrollo
no significa que los pobres de los países desarrollados perciban la pobreza con
menos agudeza que los pobres de los países subdesarrollados. La dificultad de
vivir de los que se sienten excluidos en los países desarrollados, en ningún caso
pierde su intensidad bajo el pretexto de que la pobreza sería más fuerte y estaría
concentrada en los países subdesarrollados. Por otra parte, las relaciones entre
las desigualdades de ingresos y la manera con que se perciben, son bastante
complejas y no pueden reducirse a relaciones lineales. Otros factores entran en
juego, como la movilidad social posible, la representación simbólica de las
desigualdades, el grado de legitimidad de los gobiernos y la confianza que se
les concede, etc. La disminución de las desigualdades puede implicar, por ejem-
plo, una percepción más fuerte de éstas simplemente, porque se considera el
ritmo de esta evolución como demasiado lento.

1. Desigualdades más o menos importantes según los países


1.1 Más allá de las ambigüedades del vocabulario
Numerosos estudios consideran a los más pobres (y a los más ricos) a
partir de las desigualdades, sin que se trate necesariamente de pobres o de

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ricos –los términos “pobres, ricos” son ambiguos–, puesto que se puede ser
más pobre que otro sin por ello serlo y veremos que esta ambigüedad no es
neutra, ya que abarca distintas definiciones, absolutas y relativas, objetivas y
subjetivas de la pobreza. No obstante, existe una relación diferente según el
nivel de ingreso medio de un país, entre el grado de las desigualdades y la
importancia de la pobreza. En un país caracterizado por un ingreso medio
bajo y un elevado grado de desigualdades, la probabilidad que la pobreza sea
importante es grande, mientras que en otro país, que tiene un ingreso medio
elevado, este mismo perfil de desigualdades no significa que la pobreza sea
importante, a no ser que se mida de manera relativa, considerando como po-
bres a aquellos cuyo ingreso es inferior a la mitad del ingreso medio o a la
mitad del ingreso mediano. Al contrario, dos países cuyo grado de desigualda-
des y nivel de ingreso medio son sensiblemente diferentes, pueden tener tales
porcentajes de pobreza diferentes que el país “más rico” tenga una tasa de
pobreza más elevada que el país “más pobre”. Así pues, habría muchos menos
pobres en Brasil si este país tuviera la misma distribución de ingreso que In-
donesia al final de los años ochenta: si el 20% más pobre en Brasil (donde el
ingreso medio era en la época de 2.160 dólares) recibiera la misma propor-
ción de ingreso nacional que en Indonesia (donde el ingreso medio anual era
de 440 dólares), o sea 8.8% en vez de 2.4%, la pobreza en Brasil quedaría
virtualmente eliminada, puesto que el ingreso medio de este quintil sería unos
1.000 dólares (Rock, 1993).
Las desigualdades de los ingresos son también muy diferentes según
las regiones. La distribución del ingreso es especialmente desigual en Améri-
ca Latina y África, menos en Asia, con algunas excepciones como Tailandia, y
luego en los países desarrollados. Los dos gráficos que siguen, midiendo uno
la parte de ingreso del 5% más rico, y el otro, los ingresos recibidos por el
30% más pobre, muestran con claridad las diferencias profundas que existen
en cuanto a las desigualdades según las grandes regiones.
El estudio de la CNUCD (1997:107 y siguientes), más preciso, clasifi-
ca a los países según su grado de desigualdad, a partir de un enfoque más
fino2 . La CNUCD propone considerar la participación en el ingreso del 40%
más pobre, del 20% más rico y el 40% restante llamado “capas medias”, para
más sencillez, en cada país. Aunque aproximada, debido a las dificultades

2 A partir de datos estadísticos con fecha de la segunda mitad de los años ochenta.

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encontradas en cuanto a la medida de los ingresos en los países menos desa-
rrollados, la clasificación es rica de enseñanzas.

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• América Latina
Rendimiento del 5% más rico


24 ○ ○

• África
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○



22


○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○



20 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○


• Resto de Asia


18


○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○



16 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

• Sudeste de Asia
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○



14


○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○


Países desarrollados •


12


$2.000 $4.000 $6.000 $8.000 $10.000 $12.000 $14.000

PNB per capita

13
Rendimiento del 30% más pobre

Países desarrollados •


• Resto de Asia


12 •
Sudeste de Asia
○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○


11

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

• África

10 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○


9

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○


8 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

• América Latina

7

$2.000 $4.000 $6.000 $8.000 $10.000 $12.000 $14.000


PNB per capita

Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo, (1958) a partir de los datos de Deninger y Squire
(1996): “Measuring Income Inequalities: A New Data Base.” The World Bank Economic
Review nº10, Washington.

20
1.2 Una clasificación reveladora
Se obtienen cinco grupos de países. El primero se compone de los
países en que reina la mayor desigualdad, puesto que el 20% más rico recibe
un 60% de las riquezas producidas; las capas medias el 30%, y el 40% restan-
te más pobre el 10% de las riquezas. Los dos grupos que siguen presentan una
distribución llamada intermedia, puesto que la parte del 20% más rico se in-
cluye entre el 60% y 50% en un caso, y 50% y 40% en otro. El cuarto grupo
presenta una distribución más igualitaria en la medida en que el 20% más rico
obtiene un 40% del ingreso, las capas medias también un 40%, y al 40% res-
tante más pobre le toca el 20%. Finalmente, el último grupo es aún más
igualitario; está formado por nueve países, los nueve desarrollados. Esta es la
razón por la que los dejaremos de lado en este estudio. Al clasificar los países
según el grado de desigualdad decreciente, obtenemos para el primer grupo,
especialmente desigual, catorce países:
Grupo del 60-30-10: 1) Brasil, 2) Sudáfrica, 3) Guatemala, 4) Zimba-
bwe, 5) Kenya, 6) Chile, 7) Lesotho, 8) Panamá, 9) México, 10) Botswana,
11) Guinea Bissau, 12) Senegal, 13) Tailandia y 14) Venezuela.
El ingreso medio del 40% más pobre, en cada uno de estos países, repre-
senta más o menos un cuarto del ingreso medio del conjunto de la población y el
ingreso del 20% más rico es doce veces más alto que el ingreso medio de los
primeros. A excepción de Tailandia, todos estos países son africanos o latinoa-
mericanos. Las desigualdades son especialmente profundas y no se puede
erradicar la pobreza en unos pocos años, sin reformas estructurales, que para
ponerse en ejecución, requieren transformaciones políticas sensibles.
El grupo siguiente está formado también por países principalmente afri-
canos y latinoamericanos:
Grupo intermedio 1: 15) Honduras, 16) República Dominicana, 17)
Nicaragua, 18) Colombia, 19) Malasia, 20) Sri Lanka, 21) Puerto Rico, 22)
Ecuador, 23) Filipinas, 24) Costa Rica, 25) Perú, 26) Turquía y 27) Madagascar.
El tercer grupo compuesto de países en los que el 20% más rico tiene
entre 40% y 50% de las riquezas producidas, comprende un número más
importante de países, entre los cuales ciertos países desarrollados como Esta-
dos Unidos, Irlanda y Nueva Zelanda, países del ex-bloque socialista, y muchos
más países asiáticos:

21
Grupo intermedio 2: 28) Hong Kong, 29) Nigeria, 30) Bolivia, 31)
Uganda, 32) Jordania, 33) Bahamas, 34) Singapur, 35) Argelia, 36) Australia,
37) Túnez, 39) Marruecos, 40) Bangla Desh, 41) Estonia, 42) Tanzania, 43)
Jamaica, 44) Nueva Zelanda, 45) Irlanda, 46) Níger, 47) Estados Unidos, 48)
Costa de Marfil, 49) Mauritania, 50) Vietnam.
El último grupo finalmente es más igualitario, puesto que el 20% más
rico se reparte solamente el 40% de las riquezas producidas y el 40% de los
más pobres accede al 20% de estas riquezas. Se encuentran entre ellos más
países desarrollados y antiguamente socialistas que en el grupo anterior (que
no se presentan en la lista abajo) a excepción de China:
Grupo del 40-40-20: 52) Corea, 53) Ghana, 55) Francia, 56) Japón,
58) China, 61) Grecia, 62) India, 63) Egipto, 64) Reino Unido, 65) Indonesia,
66) Portugal, 68) Laos, 69) Pakistán, 70) Nepal, 71) Polonia, 72) Suecia, 73)
Ruanda, 74) Alemania, 76) Hungría, 75) Taiwán, 77) República Checa, 78)
Eslovenia, 88) España, 89) Bélgica, 90) Canadá.

2. Unos instrumentos para medir estas desigualdades


Dos razones justifican el estudio del perfil de la distribución del ingre-
so: la probabilidad de una pobreza mayor, cuando el nivel de vida medio es
bajo y el grado de desigualdades alto nos conduce naturalmente a estudiar el
perfil de la distribución de los ingresos; la pobreza puede definirse de una
manera relativa, como ya lo hemos señalado. La distribución del ingreso pue-
de analizarse de manera funcional o personal. El primer enfoque, es decir el
funcional, se centra en los ingresos de los “factores de producción”: trabajo
(salario), capital (beneficio), etc. Este enfoque tiene por objeto estudiar las
condiciones de reproducción del sistema y es el que más se utiliza cuando se
analiza el crecimiento. El segundo, o sea el enfoque personal, bruto o neto de
impuestos, insiste en el ingreso percibido por los individuos: salario, renta,
intereses y dividendos pagados, (excluyendo los beneficios no distribuidos
por las sociedades), varias transferencias sociales, y permite estudiar el con-
sumo de los hogares y, de una manera más general, su modo de vida.

22
2.1 La distribución personal de los ingresos
En los países desarrollados, los ingresos percibidos por los hogares
son a menudo de origen diverso; en los países subdesarrollados, los ingresos
de la mayor parte de la población proceden casi siempre exclusivamente del
trabajo, aun cuando no sea necesariamente bajo la forma de un sueldo, como
el caso de ciertos trabajos informales (vendedores ambulantes, por ejemplo).
La distribución personal de los ingresos se refiere a ingresos moneta-
rios. Privilegia el enfoque por medio del mercado. No se toman en cuenta los
servicios entregados gratuitamente por el Gobierno (la educación en algunos
países) y subestima aquellos cuyo precio es inferior al que hubieran tenido si
no se tratara de servicios públicos, excepto si se supone que los beneficios
sacados de estos servicios se distribuyen equitativamente entre todos los indi-
viduos. Al contrario, en las sociedades especialmente desiguales, el acceso a
algunos servicios públicos –la enseñanza superior, por ejemplo– se limita de
hecho a algunas personas que tienen ingresos relativamente elevados. En este
caso, si se consideraran estos servicios públicos, la desigualdad sería proba-
blemente más fuerte.
La distribución personal de los ingresos se mide a partir de encuestas,
ya sea del presupuesto familiar, o de los impuestos a la renta, o de la vivienda,
etc. Se obtienen resultados ligeramente diferentes según la encuesta (ver IN-
SEE: Accardo y Fall, 1997). Se vuelven especialmente difíciles de manejar
cuando se trata de hacer comparaciones internacionales (ver EURAOSTAT,
1998). Divididos por deciles, los ingresos del conjunto de los hogares ofrecen
perfiles diferentes según los países, próximos unos de otros en los países de-
sarrollados en general, más diversificados en los países subdesarrollados, como
ya se ha visto. Según EUROSTAT, en los países de Europa, la proporción del
ingreso promedio per cápita del 20% más rico –calculado a partir del presu-
puesto de los hogares– era en 1994, 1995 y 1996, según los países, 3.5 veces
mayor en Francia, 4 veces mayor en Bélgica y 4.5 veces mayor en el Reino
Unido que el ingreso del 20% de los más pobres. El 20% de los más ricos con
relación al 80% de la población muestra una desigualdad mayor en los países
del sur de Europa que en los del norte. En efecto, en Portugal, recibe 10.6
veces más de lo que recibe el 80% más pobre, en Italia 8.7 veces, en Grecia
8.3 veces, en España 6.18, mientras que en Dinamarca se sitúa a 3.45, en
Francia a 5.12 y en Bélgica a 5.4 veces, pero en los Países Bajos a 6.53 y en

23
el Reino Unido a 6.68 veces mayor (ver EURAOSTAT, 1998). Mientras que
en América Latina, un 5% de la población recibe un 25% del ingreso total
(33.9% en 1996, en Brasil según el IBGE3 ), esta cifra es del 16% en Asia y del
13% en los países industrializados. El 50% de los más pobres de la población
de 10 años y más, que cobran ingresos, obtienen una parte levemente más
pequeña del ingreso nacional que el 1% de la población que recibe los mayores
ingresos en 1996, es decir, 13% y 13.5% respectivamente; siempre según el
IBGE. Se comprende fácilmente que si el ingreso medio es bajo o intermedio,
una desigualdad mayor, significando necesariamente una distancia mayor de los
ingresos bajos con relación al ingreso medio, implica una probabilidad más ele-
vada de estar bajo el mínimo vital. Si una fracción pequeña de la población (de
1% a 30% según los países y el grado de industrialización alcanzado) obtiene
salarios equivalentes o incluso superiores a los que obtendría con iguales califi-
caciones en los países desarrollados, el resto de la población sufre. Una reciente
encuesta realizada en las grandes empresas (más de 500 trabajadores) pone de
manifiesto que el ingreso del personal de dirección es 35 veces superior al de un
obrero de la cadena en Argentina, 50 veces en Brasil, 43 veces en México contra
27.7 veces en Estados Unidos, 10 a 15 veces en Europa y 10.2 veces en Japón.
En los años ochenta, calificados de “decenio perdido” por la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), las desigualdades au-
mentaron. Al descomponer este decenio en tres sub-periodos: recesión,
estancamiento y crecimiento, se constatan, a partir de 36 observaciones efec-
tuadas sobre la evolución del ingreso del 40% de la población más pobre y 36
observaciones relativas a la evolución del 10% más rico, que en periodo de
recesión, para 15 de los 15 casos observados, los ingresos del 40% más pobre
bajan, mientras que el ingreso del 10% más rico mejora en 8 de los 15 casos.
En los 17 casos observados en periodo de crecimiento, los ingresos del 40%
más pobre bajan cinco veces, mientras que los del 10% más rico sólo bajan
dos veces. Finalmente, para los 4 casos observados en el periodo de estanca-
miento, los ingresos del 40% más pobre aumentan cuatro veces, pero
disminuyen cuatro veces para los 4 casos del 10% más rico. Todo indica clara-
mente que la recesión, al ser fuertemente inflacionaria, es muy favorable a los
más ricos, pero desfavorables para los más pobres. El crecimiento, a menudo

3 Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (el equivalente del INSEE en Francia y


del INE en Chile).

24
con menos inflación y el estancamiento lo es algo menos. En total, las des-
igualdades se han acentuado fuertemente durante este periodo en un continente
ya caracterizado por desigualdades especialmente elevadas. Esta observación
puede ampliarse a numerosos países subdesarrollados. Según la CNUCD
(1997), los estudios realizados, a partir de una muestra de 22 economías,
situadas en fases diferentes de desarrollo, ponen de manifiesto que cuando la
tasa de crecimiento es positiva, las desigualdades aumentan en un 40% de los
casos entre 1965 y 1980 y en un 49% de los casos entre 1980 y 1995; bajando
en 51% y 26% de los casos respectivamente. Cuando la tasa de crecimiento es
negativa en estos periodos, las desigualdades aumentan en un 2% de los casos
en el primer periodo y un 15% en el segundo, mientras que disminuyen en un
7% y 10% respectivamente. Estos datos se resumen en el siguiente cuadro.

Cuadro 1
Sentido de las 1965-1980 1980-1995
desigualdades (% de casos) (% de casos)

Crecimiento positivo Mayor 40 49


Crecimiento positivo Menor 51 26
Crecimiento negativo Mayor 2 15
Crecimiento negativo Menor 7 10

Aunque hay relación entre las evoluciones de la distribución de los


ingresos y las de la pobreza, no se podría concluir que el aumento de las
desigualdades pudiera significar necesariamente un aumento de la pobreza.
Numerosos países conocieron y conocen un crecimiento a veces elevado de
sus desigualdades y una disminución de su pobreza gracias a una elevada tasa
de crecimiento durante varios años (Brasil en los años 70, China estos veinte
últimos años, por ejemplo).

2.2 Principios que deben respetarse para construir indicadores robustos


y consistentes
La construcción de indicadores robustos, que permita el análisis de la
distribución personal de los ingresos y de las desigualdades entre los hogares o

25
los individuos, debe obedecer a cuatro principios: 1) principio del anonimato
(poco importa saber quién gana y cuánto); 2) principio de la población (el orden
sigue siendo el mismo aunque se duplique el ingreso medio; 3) el principio del
ingreso relativo (las desigualdades siguen idénticas mídanse en una u otra mo-
neda, refiéranse a cifras absolutas diferentes, por ejemplo, la desigualdad entre
“i” y “j” de un país es la misma que entre “i” y “j” de otro país, cualquiera que
sea el ingreso medio de cada uno de estos países, es decir, que 1.000 y 2.000
están en la misma relación que 2.000 y 4.000 y, finalmente, 4) principio deno-
minado de Dalton, el más importante. Cuando un individuo sufre una
transferencia a favor de otro mejor dotado en ingreso, se dice que se está en
presencia de una transferencia regresiva. Para toda transferencia regresiva, la
distribución de los ingresos debe ser más desigual, lo que puede expresarse
como: (y1, y2...yj...yj...yn) < 1 (y1, y2 ...yi- b...yj + b...yn). El principio de
Dalton no es, sin embargo, fácil de respetar; ya que pueden aparecer unos
efectos de polarización (así los llaman), como lo destaca la CNUCD (1997),
más particularmente cuando el ingreso medio es bajo y las desigualdades im-
portantes, lo que pasa a menudo como acabamos de observar. Por eso, se
considera poco robusto el indicador de desigualdad centrado en la distancia
entre los ingresos de cada individuo y el ingreso medio: si la transferencia se
hace de un ingreso situado bajo el ingreso medio hacia una renta situada más
allá, este indicador señala un aumento de desigualdades, pero si esta transferen-
cia se dio entre dos ingresos inferiores al ingreso medio (o más allá de él),
entonces el indicador puede seguir siendo estable, puesto que los valores abso-
lutos se compensan (para más detalles ver Debraj, 1998, capítulo 6). El indicador
de Gini, construido a partir de la curva de Lorenz, no presenta este defecto.

2.2.1 La curva de Lorenz


La curva que llaman curva de Lorenz relaciona el porcentaje acumula-
do en orden creciente de la población total con el porcentaje acumulado del
ingreso total. De esta manera, es posible leer fácilmente, colocando uno en la
abscisa y otro en la ordenada, cuánto recibe cada centil, decil o quintil o, de
una manera más general, cualquier fracción que se defina. Se lee, por ejem-
plo, que en el punto A, el 20% de la población percibe el 10% del ingreso total
y en B, el 80% de ésta percibe el 70% del ingreso total. La bisectriz, o sea la
diagonal, si se construye un cuadrado (véase figura 1), representa la línea de

26
equidistribución de los ingresos. Más se acerca la curva de Lorenz a esta
diagonal, menos desigual es la distribución. A la inversa, más se aleja de ella,
más desigual es la distribución. La curva de Lorenz en Brasil, por ejemplo, se
encontraría más a la derecha que la de Finlandia, siendo el primero mucho
más inequitativo que el segundo. Igualmente, se observa que la disminución
del ingreso de un individuo a favor de otro con mejores ingresos, acentúa la
desigualdad, desplazándose la curva de Lorenz hacia abajo. Finalmente, se
constata muy frecuentemente que la curva de Lorenz descompuesta por sexo,
muestra una inequidad más importante para las mujeres que para los hombres.
En Estados Unidos, esta desigualdad entre sexos ha evolucionado de manera
específica (Gottschalk, 1997): tanto para los hombres como para las mujeres,
se han incrementado las desigualdades de 1973 a 1994, sin embargo han baja-
do menos los ingresos más bajos de las mujeres del primer decil, se han
acrecentado para el resto de los deciles y los ingresos femeninos más altos han
aumentado más que los de los hombres (ver figura 2).

Figura 1
Ingreso percibido por el 5% más rico de la población

,QJUHVR

100%

B
70%

Curva
de Lorenz
A
A
10%
3REODFLyQ
80% 100%
20%

27
Figura 2
Ingreso percibido por el 30% más pobre de la población

0.5%

0XMHUHV
0.4%
+RPEUHV
0.3%

0.2%

0.1%

10 20 30 40 50 60 70 80 90 100
-0.1

-0.2

-0.3

Fuente: Gottochalk (op.cit, p. 27)

Se ve confirmado el principio de Dalton en todos los casos. Suponga-


mos que el 20% de la población más pobre sufra un descuento de su ingreso a
favor del 30% más rico, la curva se desplaza hacia abajo a partir del punto A y
queda orientada hacia la derecha, ya que los ingresos y los individuos están
representados de forma acumulada, hasta el punto B en que vuelve a la curva
original. Dicho de otra manera, aún cuando los ingresos de las personas situa-
das entre A y B (no incluidos) no hubieran sido alterados, en la medida en que
los de A lo han sido en beneficio de B, su parte acumulada baja y ésta decrece
lógicamente hasta B, al ponerse la mengua en relación con mayor número de
individuos. Se explica, de la misma manera, que no se puede pasar de una
curva a otra que la toque, simplemente por una transferencia regresiva o pro-
gresiva (ver figura 3).

28
Figura 3
Ingreso percibido por el 5% más rico de la población

100%
Ingreso acumulado (%)

L2
L1

Población acumulada (%)


100%

Demos un ejemplo tomado de Debraj (1988): sea una sociedad en que


cuatro individuos ganan 75, 125, 200 y 600, y otra en que las ganancias son 25,
175, 400 y 400. No se puede pasar de la primera a la segunda por una sola
transferencia, es necesario que haya dos y en sentido contrario. De modo que la
pérdida de 50 del primer individuo a favor del segundo conduce a ingresos de 25
y 175 respectivamente, y la pérdida de ingresos del cuarto individuo, de 200 a
favor del tercero, conduce a nuevos ingresos de 400 y 400. El paso de un perfil de
distribución a otro implica que hayan tenido lugar dos transferencias en función
del principio de Dalton.

2.2.2 El índice de Gini


A partir de esta representación sencilla de las desigualdades, se deduce
la construcción de un indicador igualmente simple y robusto. Basta con rela-
cionar la superficie definida por la diagonal y la curva de Lorenz con la mitad
de la superficie del cuadrado que fue definido por la construcción de los dos
ejes, para obtener la relación que varía de 0 (distribución igual) a 1 (extrema

29
desigualdad)4 . La evolución de este indicador mide de manera global la evolu-
ción de la distribución del ingreso hacia una mayor o menor igualdad cuando
se aplica a la población total (a la distribución entre los pobres cuando se
aplica sólo a la población definida como tal). En Argentina, por ejemplo, este
indicador pasa de 0.365 en 1980 a 0.423 en 1990, y a 0.439 en 1994 (CEPAL,
1995). Esta evolución es casi general en América Latina, con excepción de
Costa Rica y Colombia (0.585 en 1980 y 0.5317 en 1989). De esta manera, en
Brasil, pasa de 0.594 en 1979, cifra ya bastante elevada, a 0.6331 en 1989
para los hogares (la evolución es la misma, pero los niveles son menos altos
cuando se consideran los ingresos individuales, ya que se pasa de 0.493 en
1979 a 0.535 en 1990); en Guatemala, es de 0.579 en 1987 y se eleva a 0.5947
en 1989, etc. (Banco Mundial, 1993; CEPAL, 1998). De manera muy general,
la evolución del índice de Gini, muestra que en 25 años la evolución de las
desigualdades de los ingresos ha sido, en promedio, para el conjunto de las
economías latinoamericanas, contracíclica con la evolución del PIB per cápi-
ta: disminuye cuando la economía crece y aumenta en los periodos recesivos
(ver figura 4). Hemos visto, sin embargo, que un análisis más detallado mues-
tra que no siempre sucede así. La evolución de las desigualdades no depende,
en efecto, sólo de la evolución del PIB per cápita, sino también y sobre todo,
de la tasa de inflación, de los sistemas de indexación de precios, del tipo de
progreso técnico dominante, de las rápidas variaciones en el grado de apertura
de las economías al comercio internacional.

4 La fórmula matemática es sencilla. Se consideran las diferencias (en valores absolutos)


de cada par de ingresos (yi-yk) y (yk-yj), que es la suma de j=1 a m y de K=1 a m. Se
divide el conjunto por la población (n) elevada a la potencia dos, porque se conside-
raron pares de individuos, el ingreso medio m dividido por 2. Se obtiene entonces:
G=1/(2n 2m) (S S nj n k|yj-yk|).

30
Figura 4
Ingreso per cápita y el coeficiente de Gini

0.60 8.6

0.59 8.5

0.58 8.4
Coeficiente de Gini

Log ingreso/total
0.57 8.3
0.56 8.2
0.55
8.1
0.54
8.0
0.53
7.9
0.52

0.50

1970 1975 1980 1985 1990 1995

Ingreso per cápita Coeficiente de Gini

Mediana móvil (=5) Mediana móvil (=5)

Fuente: Birdsall y Londoño, p. 12

Las desigualdades de ingresos son menos importantes en Asia del Este


(0.32), en Asia del Sur (0.31). Según el Banco Mundial (1993), el coeficiente
de Gini, por grupo de hogares sería en 1988 de 0.34, después de haber sido de
0.39 en 1980 en Corea, de 0.29 en China y en Indonesia de 0.32 en 1987 y de
0.46 en 1985. Según la CNUCED (1997), el coeficiente de Gini habría sido de
0.41 en Ghana en 1993 y de 0.435 en Nigeria en 1993.
Según EUROSTAT (1998), el coeficiente de Gini sería de 0.23 en los
Países Bajos, de 0.294 en Bélgica, de 0.352 en el Reino Unido y 0.3 en Fran-
cia en 1993. A título de ejemplo, según las pruebas efectuadas por Accardo y
Fall (1996: 24), los coeficientes de Gini por tramo de edad en Francia, calcu-
lados a partir de encuestas de presupuestos familiares (1984 y 1989),
mostrarían un aumento de las desigualdades para las personas de menos de 30
años, para las personas entre 41 y 50 años y para aquellas de 51 a 60 años.
Para el resto de los tramos de edad, las desigualdades habrían bajado o se
habrían mantenido (61–70 años). Los resultados no son exactamente los mis-
mos cuando las encuestas se realizan según otras modalidades. Si se consideran

31
las encuestas (1986 y 1993) sobre “situaciones desfavorables”, las desigual-
dades no habrían variado para el tramo de edad de 30 a 40 años, se habrían
acentuado para el tramo de edad de 71 a 80 años, pero habrían disminuido
para el de 41 y 50 años, contrariamente a los resultados obtenidos por las
encuestas de presupuestos familiares.

2.2.3 El índice de Theil


Existen otros indicadores para medir las desigualdades. Algunos se uti-
lizan para estudiar el perfil de los pobres y los presentaremos un poco más
adelante. Otros más sofisticados permiten analizar ciertas características de la
distribución, que el índice de Gini no permite estudiar. El índice de Theil es
digno de nuestra atención, porque permite no solamente caracterizar las des-
igualdades, sino que ofrece también otras ventajas como la de indicar si las
desigualdades entre dos deciles contiguos, caracterizados cada uno por su
ingreso medio, se acentúan o disminuyen.
El índice de Theil, de uso menos frecuente que el índice de Gini, tiene
la ventaja de poder descomponerse. Es posible, entonces, atribuir a tal o cual
factor (edad, educación, categoría y sector de empleo) la responsabilidad de
la pobreza. Se muestra que la educación, más precisamente la falta de educa-
ción, es el factor que más explicaría las desigualdades (una política pública
que favorezca a la educación en el presupuesto, permitiría disminuir las des-
igualdades y por lo tanto la pobreza). Al conocer estas diferentes contribuciones,
invirtiendo las preguntas, se puede calcular la probabilidad que un individuo
pertenezca al 20% más bajo de la distribución de los ingresos, en que proba-
blemente se encuentran los pobres, si tal o cual factor tiene un papel negativo
como, por ejemplo, una educación insuficiente. De esta manera, la probabili-
dad de ser pobre en Argentina es de 69%, cuando se tiene una educación nula,
36% si se tiene educación primaria y de un 6% al salir de la universidad.
Gracias a unos experimentos se ha podido demostrar igualmente que son los
países que consagran más recursos a la educación (en porcentaje del PIB), los
que tienen un crecimiento elevado y duradero (Fishlow, 1996) Al contrario,
los que gastan poco en educación, salud, infraestructura, investigación, tienen
un crecimiento bajo e irregular en un largo plazo, sobre todo si al mismo
tiempo consagran lo esencial de sus recursos públicos a pagar una burocracia
“desmesurada” y a suplir los déficits inmensos de sus empresas públicas.

32
Recuadro 1
El índice de Theil

La construcción de este índice (1967) es original y recurre a ciertas teorías de la


termodinámica, en particular la entropía. Supongamos que un acontecimiento E inter-
venga con una probabilidad y. Si esta probabilidad se acerca a 1, el acontecimiento no
representará ninguna sorpresa (el mensaje habrá contenido poca información) e inver-
samente, si la probabilidad es próxima a 0, la sorpresa será grande (el contenido en
información del mensaje es alto). Para y comprendido entre 0 y 1, existe una función
simple susceptible de reproducir el contenido en información de un mensaje: H (y) =
Log 1/y ya que esta función varía de 8 a 0 cuando y crece de 0 a 1. Para dos aconteci-
mientos independientes E1 y E2 con sus probabilidades respectivas, tendremos H (y1, y2)
= Log 1/y1 + Log 1/y2 = H (y1) + H (y2) La esperanza matemática E(y) = y. H (y) + (1-
y) H (1 – y) = y.Log 1/y + (1 – y) Log 1/(1 – y) Es la entropía de la distribución. Alcanza
su valor máximo (Log 2) cuando y =1/2. Generalicemos y consideremos N aconteci-
mientos independientes cada uno con su probabilidad. La esperanza E(y) será S yi H( yi)
= S yi Log 1/yi , de i = 1 hasta i = n. Igual que en el caso precedente, el valor máximo– Log
N – se alcanzará cuando yi = 1/N. Si N es grande, la incertidumbre será fuerte y alcanzará
su máximo cuando y =1/N. Inversamente, E (y) será mínima (cercana a 0) cuando yi =1 e
yj = 0 para i diferente de j. Aplicado a la distribución de los ingresos este razonamiento
permite construir un indicador que tiene, frente a otros, la ventaja de poder descompo-
nerse. Sea yi el porcentaje de ingreso recibido por el individuo “i”, el índice de Theil se
obtiene sustrayendo al valor máximo la esperanza matemática cuando yi es diferente de
N. Tendremos: R = Log N - S yi Log 1/yi = S yi Log (Nyi) Es una fórmula análoga a la que
se obtuvo a fines del siglo XIX para la entropía termodinámica. Cuando R esté próximo
a 0, la desigualdad será elevada. Cercana a Log N, la desigualdad será máxima. En realidad,
sucede como si el conocimiento de las probabilidades yi diera un suplemento de informa-
ción. El índice es, por lo tanto, la diferencia entra la incertidumbre máxima y la información
obtenida (Rossi, 1982). Mientras más elevado es, menos importante habrá sido el suple-
mento de información y la desigualdad será alta. Según EUROSTAT (1998), el índice de
Theil sería de 10,1 en Dinamarca, de 16,3 en Bélgica, de 16,9 en Francia, de 22,7 en el
Reino Unido y de 23,5 en Grecia, en 1993.

33
Según los trabajos de Accardo y Fall (1997: 24), los indicadores de
Theil construidos a partir de encuestas de “presupuestos familiares” muestran
que las desigualdades se habrían acentuado entre los jóvenes desde 1984 has-
ta 1989, para el conjunto de los tramos de edad hasta los 60 años y que
habrían disminuido entre los 61 y 80 años. El indicador de Theil construido a
partir de la encuesta de “situaciones desfavorables”, no da exactamente los
mismos resultados, entre 1986 y 1993, puesto que las desigualdades habrían
disminuido para el grupo de edad incluido entre 41 y 50 años y el grupo entre
61 y 70 años. Todos los demás grupos de edad experimentaron un aumento
de sus desigualdades.

3. Crecimiento – Desigualdad y Pobreza – Crecimiento, un vistazo sobre


los debates
De manera general, en los países subdesarrollados, el crecimiento apa-
rece a priori como el remedio milagroso a la pobreza, por dos razones: aumenta
el empleo y la productividad mejora y con ella suben los salarios (Edwards,
1995). Cuando la distribución de los ingresos es estable, el conjunto de estos
ingresos aumenta al mismo ritmo, y al hacerlo, disminuye el peso de la pobre-
za (absoluta). Su eficacia depende a priori de dos parámetros: por una parte,
la amplitud del crecimiento y su permanencia en el tiempo, por otra, la impor-
tancia de la pobreza, el alejarse el ingreso medio de los pobres de la línea de
pobreza y la distribución de la pobreza entre los pobres. Esta evolución puede
ser contrariada o amplificada por otros tres factores: 1) el crecimiento no con-
lleva espontáneamente un crecimiento homotético del conjunto de los ingresos;
2) una política redistributiva de los ingresos puede iniciarse y 3) las variacio-
nes de la tasa de inflación afectan de manera diferente a los hogares. El
crecimiento puede producir desigualdades crecientes según las variaciones de
la tasa de apertura al comercio internacional y el tipo de progreso técnico. Las
variaciones de la tasa de inflación afectan de forma diferente a los hogares.
Cuando la tasa de inflación crece, los hogares más pobres sufren una mayor
pérdida del poder adquisitivo; cuando cae, son igualmente estos hogares los
que sacan más provecho, así como claramente lo muestra el caso de Brasil. La
pobreza habría evolucionado de manera diferente en América Latina si el perfil
de la distribución de los ingresos hubiera permanecido igual al de 1970 y no
hubiera sido afectado por la inflación y el crecimiento (ver figura 5).

34
Figura 5
El impacto de las desigualdades sobre la pobreza

Millones

160
Pobreza mantención constante a la desigualdad
140
Pobreza v/s desigualdad real
120

100

80

60
1970 1975 1980 1985 1990 1995

Source: Birdsall et Londoño, op. cit.

La reducción sensible y rápida de los indicadores que miden la amplitud


y la profundidad de la pobreza en los países asiáticos parece confirmar, sin
embargo, el importante rol desempeñado por el crecimiento sobre la pobreza
cuando éste es durable y particularmente elevado. El crecimiento ha sido sos-
tenido durante dos a tres decenios en la mayor parte de estos países. Como las
desigualdades de los ingresos son menos elevadas que en América Latina o en
África y no es muy importante la dispersión de los ingresos de los pobres, la
pobreza disminuyó fuertemente hasta que irrumpiera la gran crisis de 1997.

3.1 Desigualdad, crecimiento y pobreza


La relación entre crecimiento y pobreza parece bien establecida y es
grande la tentación de tratar de privilegiar exclusivamente el crecimiento para
eliminar la pobreza, antes que poner en práctica políticas redistributivas, que,
según se dice, podrían frenar el crecimiento y conducir a un resultado inverso
del que se deseaba. Además, numerosos tests econométricos, efectuados prin-
cipalmente por organismos internacionales, tratan de establecer una relación
entre el grado de desigualdades y el crecimiento a largo plazo. Mientras me-
nos altas serían las desigualdades, más fuerte y durable sería el crecimiento

35
(Birdsall et all, 1995)5 y mayor su eficacia sobre la disminución de la pobreza.
Se podrían entonces lógicamente invertir un poco los términos del razona-
miento y considerar que una distribución menos desigual, obtenida por la vía
redistributiva, habría de amplificar y consolidar el crecimiento. Las institucio-
nes internacionales no razonan así. Dominadas ampliamente hasta hace poco
por la corriente liberal, ponen de manifiesto el papel salvador del mercado
frente a los aspectos nefastos y parasitarios del Estado en la economía. Por lo
tanto, basta con liberalizar el conjunto de los mercados para que esté asegurado
el crecimiento. Más precisamente, la paradoja que hemos señalado desaparece
con la tesis de las ventajas comparativas y la especialización óptima según las
dotaciones de factores y su escasez relativa. La apertura de las fronteras tendría
que conducir a una mejor repartición de los recursos, favorecer al número em-
pleo no calificado y aumentar sus ingresos en detrimento del escaso empleo
calificado, bajando a la vez y relativamente sus ingresos. La apertura y la libera-
lización de los mercados inducirían así, automáticamente, una disminución de
las desigualdades favorable al crecimiento y reforzándolo.

3.2 Redistribución, crecimiento y pobreza


Fuera de la observación de la evolución de las distribuciones de los
ingresos, estos últimos quince años había más desigualdad, tanto en los países
desarrollados como en los que, sin serlo, se consideran, sin embargo, como
semi-industrializados (BID, 1998; UNCTAD, 1997), más allá también de la
crítica teórica, unos sencillos cálculos aritméticos permiten contrarrestar la
pertinencia de este razonamiento y legitiman la necesidad de una redistribu-
ción de los ingresos.
El crecimiento reaparecido no es capaz por sí solo de disminuir la po-
breza de manera significativa tanto a nivel de su amplitud como de su
profundidad en un plazo conveniente. Según R. Barros, J.M. Camargo y

5 Estas conclusiones se opondrían así a la tesis desarrollada por Kuznetz según la cual,
la distribución de los ingresos seguiría una curva en U invertida. Al principio las
desigualdades se acentuarían con el crecimiento, ya que los trabajadores se desplaza-
rían de los sectores de baja productividad hacia los de productividad más alta. O
incluso, a los análisis de Kaldor, que ponen en relación el grado de desigualdad y la
importancia del ahorro. Un aumento de las desigualdades debería permitir generar
fuentes suplementarias de ahorro (las capas más acomodadas ahorrando más que las
que no lo son) y, consecuentemente, aumentar la inversión y el crecimiento.

36
R. Mendonça (1996), en efecto habría que esperar unos veinte años con tasas
de crecimiento constantes del PIB de 3% por año para que la amplitud de la
pobreza en Brasil (40% de pobres) se volviera comparable a la que hubiera
tenido este país al conocer una distribución de ingreso semejante a la de Costa
Rica (lugar 24 en la escala de desigualdades y 20% de pobres). Si se imaginara
que en México, el 10% de los más pobres dejase de serlo en el sentido más
común del término, es decir que recibiera al menos un salario mínimo, en este
país se tendría que esperar 64 años con tasas de crecimiento medio de 3%
anual, suponiendo que los beneficios del crecimiento no alterasen la distribución
de los ingresos. El segundo decil debería esperar 35 años, el tercero 21 y el
cuarto un decenio, si no hubiesen políticas redistributivas de ingresos (Lustig,
1989).
Se ve cuán vano es esperar que el solo crecimiento, por más elevado y
equitativamente repartido que sea, produzca una erradicación de la pobreza
en el corto y mediano plazo. De no ser el crecimiento necesariamente incom-
patible con una intervención del Estado en la economía –contrariamente a lo
que afirma la corriente más liberal– la disminución de la pobreza, de las des-
igualdades y el reanudar con el crecimiento, podrían ser el resultado de una
acción más consecuente de los gobiernos, combinando una política redistri-
butiva de los ingresos más fuerte (mediante una reforma fiscal sensible y un
apoyo directo a los sectores más desfavorecidos), una política industrial más
activa y agresiva que no vacile en practicar un proteccionismo selectivo y
temporal para preparar la industria y la agricultura a la apertura internacional
y, finalmente, una política de infraestructura más significativa en materia de
educación y salud.
No basta, sin embargo, con afirmar la necesidad de elaborar una polí-
tica redistributiva, sino también la de definir los principios en los que debe
apoyarse. De manera general, se oponen dos escuelas (Salama y Valier, 1994):
la primera, en la línea de los trabajos de Rawls, considera que la redistribu-
ción debe asegurar la adquisición de “bienes primarios”, indispensables para
el individuo, pero que no debe amputar el nivel absoluto de ingresos de ciertas
capas en beneficio de otras, para no incitarlas a trabajar menos. La progresión
de los ingresos de las capas más desfavorecidas puede ser, por el contrario,
aminorada, lo que, en países en que predomina una profunda desigualdad de
los ingresos, deja poco margen a una política redistributiva, sobre todo, si el

37
crecimiento es lento o inexistente. Esta manera de ver las cosas, en términos
de equidad y justicia, considera, en general, que la liberación de las fuerzas del
mercado deberían impulsar el crecimiento y permitir así una progresión me-
cánica de los ingresos de los más pobres que se agregaría a la que se obtendría
gracias a la redistribución de los ingresos según las reglas definidas, y rechaza
las políticas voluntaristas de redistribución, más allá de los criterios así defini-
dos, calificándolas de “populista”, condenadas a volverse en contra de aquellos
a los que pretendían ayudar.
El segundo enfoque adopta otra concepción de la justicia y de la equi-
dad, considerando primero las desigualdades desde un punto de vista ético y
luego desde un punto de vista económico. Dicho de otra manera, unas medi-
das de distribución del ingreso pueden tener un costo, incluso en términos de
crecimiento, que es conveniente calcular, pero deben ser adoptadas por razo-
nes éticas, aunque se vayan repartiendo en el tiempo. Estas medidas pueden
tener también cierta eficacia económica al permitir que se cambie la regula-
ción y que se mejore la valorización del capital en los sectores que respondan
a un alza de la demanda solvente producida por el mejoramiento del poder
adquisitivo de las capas con ingresos más bajos. Estas medidas deben ser com-
pletadas por un esfuerzo substancial en sectores tales como salud y educación,
con el fin de otorgar a los individuos la capacidad de superar la pobreza que
sufren. Pero estas medidas también pueden no favorecer el crecimiento. El
argumento económico, por lo tanto, no es suficiente de por sí para justificar
una redistribución importante de los ingresos a favor de los más desposeídos,
aunque es digno de interés. Una política de redistribución que no obedezca
más que a argumentos económicos tendría fundamentos muy frágiles. Por eso
los argumentos éticos deben ponerse en primer lugar.

38
CAPÍTULO 2
El dinero y la pobreza

El sustantivo “pobreza” forma parte de los que contienen naturalmente


significados múltiples. Acabamos de ver que uno puede ser más pobre que
otros sin serlo siquiera. Pobre, acompañado de adverbios “más o menos” sig-
nifica, pues, una clasificación. Sin embargo, más cerca está uno de los bajos
ingresos más probabilidad tiene de ser pobre, sobre todo, si las desigualdades
son grandes y el nivel de ingreso medio es bajo. A la inversa, ser “más rico” no
necesariamente significa ser rico. Si la pobreza afecta al 25% de los más po-
bres, eso no significa que las personas cuyos ingresos se encuentran levemente
sobre ese límite sean ricos. Sus ingresos son modestos y pueden franquear
rápidamente la “frontera” y volverse pobres. Nuestro objetivo no es jugar con
las palabras, aprovechando la ambigüedad del adjetivo pobre, sino precisar
sus definiciones. Por ello, es conveniente eliminar una serie de ambigüedades
asociadas con los términos utilizados y definir las diferentes acepciones de la
pobreza. Entonces será cuando podamos definir los diferentes indicadores
monetarios de la pobreza.

1. Los diferentes enfoques de la pobreza monetaria


El enfoque de las medidas de la pobreza es múltiple. La medida puede
ser monetaria o no serlo; puede interesarse exclusivamente en los flujos o bien
considerar las necesidades básicas satisfechas o no, e incluir elementos de
patrimonio; puede finalmente ser subjetiva.
Un primer elemento puede servir de punto de partida a nuestras re-
flexiones. Hasta aquí nos hemos referido al ingreso y su distribución. Se trata
de un ámbito restrictivo en un doble nivel.

39
1.1 Límites de un enfoque en términos monetarios
Primero, el ingreso es un flujo monetario, ahora bien, la reproducción de
los individuos no pasa exclusivamente por el dinero, como se verá en el capítulo
IV. Un indicador definido a partir de cierto nivel de ingreso sobrestima la pobre-
za, sobre todo en los países menos avanzados; ya que los ingresos no monetarios
(producción para el autoconsumo, por ejemplo) –difíciles de evaluar cuando
existen– son particularmente importantes en los países menos adelantados, so-
bre todo en el campo (Goldschmidt-Clermont, 1992). De manera general el
indicador sobrestimará así la pobreza rural. La solidaridad, bajo la forma de
ayuda no monetaria, fuera de la que proviene de la familia (del hogar), no se
toma en cuenta. La ayuda mutua es más importante en el campo que en la ciu-
dad, lo que permite atenuar la miseria, sobretodo, la de los niños. El indicador,
definido a partir de un cierto nivel de ingreso monetario, sólo da una medida
indirecta de la pobreza, porque privilegia al mercado. Por otra parte, algunas
necesidades básicas pueden ser satisfechas parcialmente por el Estado cuando
baja el ingreso monetario de las capas más desvalidas, especialmente a través de
un aumento de las subvenciones concedidas al transporte público, a los produc-
tos alimenticios de primera necesidad, etc. (ver Izurieta y Vos, 1994 para una
presentación sintética). De manera más general, el enfoque según la línea de
pobreza no permite considerar las externalidades producidas por el Estado
(PNUD, 1997) y las industrias. Pero estas son positivas (por ejemplo, seguridad
social) y negativas (degradación del medio ambiente) y se sufren de manera
diferente según el lugar ocupado en la distribución del ingreso y, más concreta-
mente, si uno es pobre o no. De esto es posible extraer algunas observaciones:
un indicador de pobreza, definido a partir de los ingresos monetarios, no toma
en cuenta el conjunto de bienes que no pasan por el mercado y que afectan el
bien o el malestar de los individuos, que no estén éstos monetarizados, y resul-
ten de donaciones, de la solidaridad, de la producción para el autoconsumo, o
que estén monetarizados, pero con un precio que se mantiene bajo gracias a un
conjunto de subvenciones estatales (existen excepciones). Unas encuestas na-
cionales intentan considerar algunos de estos elementos para definir la línea de
pobreza. Los límites, así definidos, son más certeros, pero no son comparables
entre países, porque uno incluye elementos que el otro excluye.
Sin considerar las excepciones mencionadas, una definición de la po-
breza que se limite a un nivel de ingreso, es restrictiva y, por lo tanto,

40
insuficiente. Sólo es útil si se completa con otras definiciones que ponen de
manifiesto la satisfacción de necesidades básicas, que permiten la reproduc-
ción de los individuos y de los hogares en la sociedad tal como es. La
combinación de diferentes enfoques y definiciones de la pobreza permite en-
tonces poner en evidencia cómo se vive la pobreza y cómo evoluciona, más
allá de algunas cifras necesariamente abstractas y, sobre todo, más allá de la
mera descripción cuyo defecto podría ser la no-representatividad. El estudio
de las “necesidades básicas insatisfechas” y de la pobreza “no monetaria”
será el objetivo del próximo capítulo.

1.2 Límites de un enfoque en términos de flujos


En segundo lugar, es difícil limitarse a un análisis en términos de flu-
jos. Los pobres poseen un patrimonio, por pequeño que sea: habitan en casas
sencillas, de las cuales a veces son propietarios, porque las construyeron de
manera ilegal ocupando terrenos vacíos, o gracias a unos programas de crédi-
to popular; pueden poseer herramientas de trabajo o un pequeño capital si son
trabajadores ambulantes. Sería posible, entonces, definir a los pobres precisa-
mente por la carencia de un patrimonio suficiente: insuficiencias de vivienda
(vivienda insalubre), salud y educación insuficientes (“capital humano” redu-
cido a su porción congrua) para acceder a ciertos empleos, insuficiencia de
capital para desarrollar una actividad informal. Esta definición puede ampliarse
al individuo: discriminación étnica o religiosa entre los individuos, lo que les
impide a algunos ejercer tal o cual oficio y los confina a ciertos empleos poco
susceptibles de permitir una movilidad social. Las “carencias” de patrimonio,
las carencias físicas, humanas, constituyen causas de la pobreza y la definen
(Streeten, 1998). Para que un individuo pase a ser pobre, basta que se reduzca
el patrimonio, ya sea por causas naturales (inundaciones, hundimientos de te-
rrenos que destruyen unas callampas, deudas excesivas, conflictos armados,
embargos, etc.); causas políticas o consecuencia de nuevas políticas económi-
cas (reducción de subvenciones, dificultades crecientes para tener un empleo
remunerador formal o informal, paso de un sistema de reparto para la jubilación
a un sistema de capitalización individual, etc.). Luchar contra la pobreza no
consiste, entonces, tanto en dar – acordémonos de los debates sobre la caridad,
el deber y el derecho (Castel, 1995)– como en ofrecer las posibilidades para
emanciparse de la pobreza (Sen, 1998 y 1992). No es posible, por lo tanto,

41
limitar la pobreza a una definición que sólo considere los flujos monetarios.
Hacerlo sería probablemente subestimarla, ya que la pobreza es, por naturale-
za, multidimensional (ver capítulo IV). Como se ha dicho anteriormente, el
enfoque debe ser ampliado a las necesidades básicas satisfechas o no, y a los
aspectos no monetarios de la pobreza.
A las necesidades básicas insatisfechas, se asocia la expresión de po-
breza estructural, a veces utilizada también para designar la pobreza
“incompresible”, mientras que el PNUD califica de pobreza humana el déficit
de potencialidades, representadas por indicadores no monetarios, y mientras
que se suele preferir en el mundo occidental desarrollado, el término exclu-
sión ( junto con otras apelaciones próximas), que incorpora dimensiones
sociales y relacionadas con los derechos.
Este capítulo se limita al análisis de la pobreza monetaria. Los demás
capítulos completarán el estudio de la pobreza y de su medición a través de la
construcción de indicadores que, combinados con los indicadores de ingreso,
nos proporcionarán una presentación detallada de la pobreza y de su evolu-
ción hacia una mayor exclusión.

1.3 Pobreza absoluta y pobreza relativa


La pobreza limitada a este enfoque puede ser medida de manera absoluta
y relativa. La pobreza absoluta sería la que sufriría todo individuo u hogar que
no poseyese suficientes ingresos para reproducirse, siendo este ingreso la ex-
presión monetaria del mínimo de calorías necesarias para la reproducción
fisiológica a la cual se agregan los gastos necesarios, relacionados con la vivien-
da, el transporte, etc. Al contrario, la pobreza relativa sitúa al individuo en la
sociedad. Serían pobres aquellos cuyo nivel de ingreso esté más abajo de la
mitad o sea de 40 ó de 60 por ciento de la mediana de los ingresos según las
definiciones más corrientes, o a veces inferior a la mitad del ingreso medio. De
esta manera, la línea de pobreza relativa evoluciona con la mediana o con el
promedio del ingreso. Si estos aumentan la línea también sube, e inversamente.

1.4 Pobreza relativa y subjetiva


El individuo que vive en sociedad se sitúa en relación con los otros y se
comparan sus ingresos con los que perciben los demás. Si su ingreso es

42
demasiado bajo en términos relativos, sufre frustraciones por no poder acce-
der a una serie de bienes que otros pueden comprar. Puede, entonces, percibirse
como pobre, sólo fuera en la mirada de los otros, aunque con el mismo nivel
de ingresos, en otras épocas y en otros lugares, podría no experimentar esta
situación como tal. Este sentimiento de ser pobre se analiza gracias a múltiples
indicadores. El enfoque, en términos de pobreza subjetiva, no está muy lejos
del de la pobreza relativa, porque los niveles de pobreza evolucionan con el
crecimiento, sin confundirse. Partiendo de encuestas, este enfoque subjetivo
trata de definir el límite de ingreso que permitiría a los individuos pobres no
considerarse ya como tales cuando aumenta el ingreso nacional. La elastici-
dad del ingreso es, en general, inferior al aumento del ingreso nacional. Es
decir que si el ingreso nacional aumenta en 1 punto, según lo muestran dife-
rentes encuestas, el ingreso de las personas tendría que aumentar entre 0.6 y
0.8 puntos, para que ellas tuvieran la impresión de satisfacer sus necesidades
básicas (Glaude, 1988; Économie et Statistique, 1997). Este límite no evolu-
ciona como el ingreso medio o mediano que definen la pobreza relativa. Siendo
multidimensional la pobreza, la combinación de los diversos indicadores de
pobreza monetaria (absoluta, relativa), no monetaria y subjetiva, traen mu-
chas enseñanzas.
Como lo recuerda Ravallion (1997), los economistas no aplicaron a los
países en desarrollo el enfoque en términos de pobreza subjetiva. El estudio
de la pobreza, en estos países, suele limitarse a la pobreza absoluta, a la cons-
trucción de indicadores de necesidades básicas insatisfechas y más
recientemente a la de indicadores de pobreza humana (ver capítulo III). De
manera general, el enfoque subjetivo apela más bien a la sociología y a la
antropología que a la economía: la impresión de ser pobre aparece cuando uno
ya no puede cumplir con los deberes asociados a su posición o a su condición
en la sociedad (hospitalidad, donaciones, solidaridad), en la familia, en la etnia
o en el vecindario y, por eso le rechaza la sociedad. (Marie, 1995) Al contra-
rio, una persona pobre, en el sentido estadístico del término (tal como puede
definirse a partir de la distribución de los ingresos) puede perfectamente no
vivir esta situación como tal, si logra seguir viviendo de acuerdo con los
mecanismos de solidaridad y los signos de estatuto dominantes y que corres-
ponden con una escala de valores comunes, especialmente si sigue participando
en la actividad de un conjunto comunitario según las normas establecidas,
asumiendo las responsabilidades que le tocan. La línea de pobreza absoluta

43
sólo existe en relación con las presuposiciones “objetivas” sobre lo que hay
que poseer para alcanzar un nivel de vida mínimo, sin interrogarse sobre la
subjetividad de las personas y lo que han vivido. Al no faltar la subjetividad de
los prescriptores, puede ser legítimo preguntar si la pobreza existe como estado
definido desde el exterior, fuera de la impresión de ser pobre. La pertinencia de
esta pregunta se plantea particularmente en las sociedades que apenas han salido
de un estado de indigencia “tradicional”, no necesariamente percibido como
pobreza hasta que las instancias exteriores lo califiquen y definan así (Tanguy,
1998). Por consiguiente, los límites de un enfoque en términos de pobreza
monetaria existen de veras. Hacen indispensables un estudio multidimensional,
ausente en los países en vías de desarrollo. Sin embargo, no pueden ser pretexto
para rechazar las contribuciones de los análisis, por ser una construcción del
occidente (Latouche, 1989), producida por un europeocentrismo miope.

1.5 ¿La pobreza absoluta es una medida objetiva?


Al contrario, calificar la pobreza de absoluta, parece otorgarle un as-
pecto objetivo que podría llevar a equívocos en la medida en que las necesidades
no son las mismas ayer u hoy, en un lugar o en otro. Como lo señala Streeten
(1998) “si usted vive en el campo, se puede albergar bajo una tienda de cam-
paña para protegerse del diluvio, pero si usted vive en Nueva York, no es
posible hacer lo mismo en la Avenida Madison ... unas normas de vida más
elevadas se le imponen cuántos lo rodean y tienen niveles de vida más eleva-
dos, o también la reglamentación”. La canasta de consumo por lo tanto no es
la misma sino que depende del lugar y de la época en que vive el individuo, es
decir, de las obligaciones y valores que impone la sociedad. Esta mera obser-
vación complica la elaboración de indicadores de pobreza absoluta: por ejemplo,
hacer una encuesta entre los pobres o entre los que se supone que lo son, para
conocer cuáles son sus necesidades, sus gustos, y definir de esta manera un
nivel de ingreso bajo el cual se clasificaría a una persona de pobre, sería más
sencillo que hacerla con toda la población. Pero, entonces, se definiría la
pobreza a partir de la pobreza... bien se ve que es discutible asignar el califica-
tivo de objetivo a la pobreza absoluta y más valdría entender la palabra “absoluta”
en el sentido más amplio de “absoluto relativo” (Fleurbaey et al, 1997: 27).
Hechas estas observaciones, se procederá a la construcción de indica-
dores de pobreza, empezando por los indicadores de pobreza absoluta

44
–aplicados, sobre todo, en los países subdesarrollados y en Estados Unidos–
y los indicadores de pobreza relativa, que dominan en los países desarrolla-
dos.

2 La pobreza absoluta
2.1 La construcción de una línea de indigencia y de una línea de
pobreza
Definir la pobreza absoluta es como determinar los niveles de ingreso:
se hablará de pobreza para el ingreso inferior a “la línea de pobreza”, y de
pobreza extrema si está el ingreso bajo la “línea de indigencia”. La determi-
nación de la línea de pobreza, aunque es difícil de construir, obedece a principios
sencillos. Se trata, en primer lugar, de determinar la canasta de bienes necesa-
rios para la estricta reproducción del individuo (o del hogar) Se calcula,
entonces, el número de calorías necesarias para la supervivencia, las cuales se
convierten en una serie de bienes de alimentación, ligados a los hábitos de
alimentación del conjunto de la población. Como ya lo hemos señalado, la
población de referencia no sólo se limita a los meros pobres para no cometer
el error de considerar sólo los bienes que ellos pueden adquirir a causa de sus
pocos ingresos. Si se limitara la población encuestada a la que se supone ser
pobre se hubiera definido a los pobres y a la pobreza con relación a los mis-
mos pobres. Sin embargo, a causa de las dificultades de estas encuestas
complejas, ciertas instituciones tratan de determinar la canasta de consumo
refiriéndose a los gustos de los hogares que se sitúan entre el séptimo y el
décimo decil, por ejemplo, la Coplamar en México, (Levy, 1994), otros defi-
nen el valor monetario de una serie de necesidades alimenticias básicas que
confrontan con los ingresos de los hogares y otros, finalmente, simplifican
exageradamente, limitando la encuesta a los solos pobres.
Definidos estos bienes, se los convierte en dinero. El precio que, en
general, se utiliza es diferente del nivel general o de cualquier índice de pre-
cios, en la medida en que ha de reflejar la composición de la canasta. No es
fácil construir un índice pertinente y confiable. Este índice debe tener en cuenta
varias observaciones: cuando diferentes grupos de la población (de ricos a
pobres) consumen un mismo bien, éste está disponible a precios diferentes en
el campo o en la ciudad, en los barrios pobres o en los supermercados situados

45
en la periferia de las ciudades y a veces de acceso difícil andando: estos
grupos consumen a la vez bienes diferentes y bienes que parecen ser los
mismos, pero que son de una variedad diferente difícil de considerar; por otra
parte, el precio promedio evoluciona de manera diferente según el tipo de bien
del cual se trate y, generalmente, los precios de los bienes alimenticios consu-
midos principalmente por los pobres proporcionalmente a su ingreso, aumenta
más que los bienes poco accesibles o inasequibles a los pobres; además, los
productos alimentarios tradicionales tienden a ser substituidos por productos
estandarizados, mejor presentados y, a menudo, más caros (Streeten: 41). Una
vez solucionado este problema, la canasta de bienes es convertida en sus pre-
cios en dinero. El ingreso necesario para acceder a esta canasta define así la
línea de indigencia. Los individuos o los hogares cuyos ingresos se sitúan
abajo de esta línea, se encuentran en una situación de extrema pobreza. El
Banco Mundial preconiza para esta categoría de personas unos programas
orientados para ayudarlas a franquear esta “frontera”.
Obtenida la línea de indigencia, se le aplica un multiplicador de Engel,
para incluir los gastos necesarios en vestuario, transporte, alojamiento (arriendo
real o imputado si es propietario) y se obtiene la línea de pobreza, reservando
el término línea de indigencia para el ingreso necesario para la reproducción
exclusivamente calórica del individuo. Este multiplicador puede ser determi-
nado de manera arbitraria cuando los datos son poco accesibles o
insuficientemente confiables o, en caso contrario, después de unas encuestas.
Puede ser inferior o superior según los países, por lo cual es difícil realizar
comparaciones internacionales. El coeficiente utilizado por las instituciones
internacionales suele ser de 0.75 veces el valor de la canasta básica. Es el que
utiliza el Banco Mundial para los países subdesarrollados. Relativamente ar-
bitrario, permite efectuar –con prudencia– comparaciones internacionales. Este
multiplicador de Engel es evaluado en 3 veces para los Estados Unidos. El
valor monetario de la canasta de consumo, definida en 1964 e inalterado desde
entonces, evoluciona en función del nivel general de los precios.
El indicador de pobreza más sencillo es la relación entre el número de
pobres, situados a la izquierda (o abajo) de la línea de pobreza y el número
de habitantes, es decir Ho = q/n, en que “q” es el número de pobres y “n” la
población. Según el Banco Mundial, las personas cuyo ingreso se sitúa entre
la línea de indigencia y la línea de pobreza, son pobres cuya situación mejo-
rará durablemente al crearse condiciones de crecimiento y al adoptar medidas

46
estructurales que reserven al mercado el sector productivo, y al Estado las
infraestructuras (salud, educación, etc.). En el capítulo anterior fueron anali-
zados los límites de esta estrategia.

2.2 Del individuo al hogar, la influencia de las escalas de


equivalencia
Se pasa de una línea de pobreza o (de indigencia) individual a una línea
de pobreza o (de indigencia) referida al hogar, aplicando coeficientes multipli-
cadores. De este modo se considera a menudo que el primer miembro de la
familia cuenta como una unidad de consumo y cada persona suplementaria
mayor de 14 años, vale por 0.5 y cada niño por 0.3 . Otras escalas de equiva-
lencia, como la escala de Oxford, consideran que los niños cuentan por 0.5 y
cada adulto suplementario por 0.7, o bien, que los niños cuentan como adul-
tos a partir de los 12 años y las personas mayores, a partir de los 60 años, se
consideran como niños. Se supone que estos coeficientes son estables –en un
intento de simplificación que podríamos criticar aquí – cualquiera que sea el
nivel de ingreso. Se comprende fácilmente que la elección de la escala no es
indiferente para la medida de la pobreza. Así, mientras más importancia se
otorgue a los niños o a los adultos suplementarios en término de consumo,
más elevado será el nivel de la pobreza y mayor el porcentaje de pobres. Se-
gún el INSEE, el porcentaje de hogares pobres en Francia (definido aquí como
aquellos que disponen de la mitad de la mediana del ingreso) sería para las
familias de 3 y más niños, 19.2% según la escala de Oxford, contra un 10.7%
si se mide de acuerdo con la primera escala definida. Al contrario y de manera
igualmente lógica, la escala de Oxford da una cifra inferior para las parejas
solas (Hourriez et al., 1997). Agreguemos finalmente, que en general en los
países subdesarrollados se encuentran hogares con más niños en las catego-
rías más pobres de la población que entre los más adinerados. Las explicaciones
son numerosas: menos contracepción por falta de información, peso más
acentuado de la religión y, a veces, idea según la cual los hijos son también una
fuente de ingreso suplementario para la familia y una manera de reducir la
pobreza que sufre. El hecho de que entre los pobres las familias sean más
numerosas que en las demás tiene el efecto estadístico de disminuir la ampli-
tud de la pobreza, al medirla considerando los hogares antes que los individuos.

47
2.3 De la nación a las comparaciones internacionales
Los años 80 han sido fatales para una gran parte de la población en las
naciones africanas y latinoamericanas, en la medida en que la pobreza se
acrecentó; fueron mejores para las poblaciones que vivían en la mayoría de
los países asiáticos, hasta la gran crisis ocurrida en 1997.
El análisis de la distribución de los ingresos utilizando diferentes líneas
de pobreza, permite analizar detalladamente estas evoluciones. Bustelo y Mi-
nujin (1998) ponen de manifiesto que la mediana se desplazó de manera
importante hacia la izquierda (o hacia abajo) para Venezuela (en la zona urba-
na) de 1981 a 1994 ininterrumpidamente, lo que significa que el 50% de la
población recibía un ingreso, en términos de línea de pobreza, cada vez más
bajo. Paralelamente, el número de hogares percibiendo entre 8 y 14 líneas de
pobreza, aumenta de modo importante en 1994. La evolución no es exacta-
mente similar en Buenos Aires (Argentina): la mediana, después de haberse
desplazado mucho hacia la izquierda (o hacia abajo) desde 1980 hasta 1990,
se reorientó hacia la derecha (o hacia arriba) en 1994, gracias a la vuelta del
crecimiento y, sobre todo, a la estabilización de los precios. El nivel de ingreso
mediano, en términos de línea de pobreza, es también superior al que se ob-
servó en Venezuela, puesto que se acerca a tres líneas de pobreza. Un nivel de
ingreso medio más elevado, una distribución menos desigual, el reanudar con
el crecimiento, con la estabilidad de los precios, explican estas diferencias con
Venezuela. Pero, esta mejora relativa dura poco. Ya no es la inflación la que
genera pobreza, sino el desempleo, consecuencia casi ineludible de una libera-
lización brutal del comercio exterior, junto con una ausencia de política industrial
del Estado.
La pobreza disminuyó, a veces mucho, con el éxito de los planes de
estabilización y vuelta al crecimiento (Argentina, Brasil y México) en los años
noventa. Tiende, sin embargo, a desarrollarse de nuevo al final de los años
noventa, al mismo tiempo con la incapacidad de proporcionar suficientes
empleos, con la transformación de los empleos hacia empleos más precarios,
con el aumento a veces sensible del desempleo, y por fin, con el desarrollo
relativo de las actividades informales y la tendencia a la reducción de los
salarios en los sectores expuestos a la competencia internacional. Argentina
proporciona a este respecto un ejemplo caricaturesco, donde a pesar de un
arranque importante de la productividad y del PIB, el desempleo se mantiene

48
a un nivel alto y los salarios reales disminuyen por el sesgo de las nuevas
contrataciones más precarias que en el pasado reciente (Salama, 1998). El
desarrollo de la crisis financiera, precipitando la recesión en algunos países,
reduciendo mucho el crecimiento en otros, favorece el aumento del indicador
de pobreza.
Cuando se intenta comparar los niveles de pobreza según los diferentes
países, conviene homogeneizar los datos en varios elementos. El número de
calorías exigido ha de ser el mismo y el coeficiente de Engel que permite
construir la línea de pobreza, debe ser idéntico. Hecha esta homogeneización,
es necesario convertir estos límites a una moneda única, en general el dólar.
Sin embargo, para realizar esta operación es difícil tomar el cambio oficial no
teniendo el dólar el mismo poder adquisitivo en cada país. En general, mien-
tras menos desarrollado es un país, más devaluada es su moneda con relación
a la de los países desarrollados, como el dólar, el yen, etc. Las diferencias son
a veces sensibles y, sin entrar en pormenores, bastará con el siguiente ejem-
plo: en 1994, 10.000 yenes permitían comprar 14 kilos de arroz en Japón y
298 kilos en China. La misma cantidad permitía adquirir 80 litros de bencina
en Japón y 379 litros en China. Por consiguiente hace falta utilizar otra tasa de
cambio, la paridad del poder adquisitivo (PPA), con el objetivo de atribuir a la
unidad de cuenta (el dólar PPA) la capacidad de comprar una cantidad equiva-
lente de bienes cualquiera que sea el país. Este procedimiento, útil para realizar
comparaciones internacionales, recarga todavía más los cálculos y permite, a
menudo, manipulaciones con fines inconfesos de disminuir o acrecentar el
porcentaje de pobres, según el objetivo deseado, dando arbitrariamente tal o
cual valor a las tasas de PPA. Como regla general, las organizaciones interna-
cionales como el Banco Mundial (1990, 1993) han simplificado los
procedimientos de comparación. En lo que toca a los países subdesarrollados,
consideran que dos dólares PPA de 1985 por día, constituyen el límite que
define la línea de pobreza en América Latina y un dólar PPA por día para el
resto del Tercer Mundo (ó 370 dólares PPA por año), pretendiendo deducir
estas cifras de las encuestas nacionales sobre la canasta de consumo. Una
revisión de la PAA en 1993 llevó a que el Banco Mundial propusiera en su
informe del 2001, dos medidas de pobreza para el conjunto de los países: una
según el nivel de 1 dólar PPA/día/persona y la segunda, según el piso de 2
dólares PPA/día/persona.

49
2.4 Tendencias de la pobreza monetaria en los países en desarrollo

Cuadro 2
Tendencias de la pobreza monetaria en los países en vía de desarrollo
(con un límite máximo de 1 dólar al día y por persona, en PPA de 1985)
Porcentaje de la Porcentaje total de pobres, Número de pobres
población que vive por región, con relación (millones)
bajo la línea de pobreza al número de pobres en
en cada región el mundo
Región o grupo de países 1987 1993 1987 1993 1993

Países árabes 5 4 1 1 11

Asia del Este, Sudeste


Asiático y el Pacífico 30 26 38 34 446

ídem, sin China 23 14 10 7 94

América Latina y el Caribe* 22 24 7 9 110

Asia del Sur 45 43 39 39 515

Africa Subsahariana 38 39 15 17 219

Países en desarrollo 34 32 100 100 1301

Fuente: PNUD : Informe mundial sobre el desarrollo humano, 1997: 29


Nota: * Con un nivel de pobreza de 2 dólares/día

Se observa que la pobreza es especialmente importante en Asia del Sur,


aunque disminuyó ligeramente de 1987 a 1993 y, esta región tiene casi un
40% del conjunto de los pobres de los países en vías de desarrollo. En este
conjunto, la India ocupa un lugar importante e imponente, puesto que el indi-
cador pasa de un 54% en 1974 a un 34% en 1994 (PNUD, 1997). El indicador
de pobreza es menos elevado en el Asia del Este, el Sureste y Pacífico y, sin
contar a China en este conjunto, los porcentajes son mucho más bajos. Este
último dato es contradictorio con otros proporcionados por las mismas insti-
tuciones internacionales. En efecto, según el PNUD, China experimentó una
reducción sensible de la pobreza, puesto que el indicador pasó de un 33% en
1978 a un 7% en 1994. Esta reducción es, sin embargo, muy diferente según
las regiones, y las desigualdades entre ellas se acentuaron profundamente. La

50
África negra, permanece a un elevado nivel de pobreza, su situación empeoró
ligeramente entre estas dos fechas (38% a 39%) y América Latina y el Caribe
experimentaron también un deterioro de su situación; revelando, sin embargo,
el indicador de pobreza un porcentaje de pobres menos elevado que en Asia o
África negra. A pesar de esto, en este conjunto, el Caribe se caracteriza por
tener índices de pobreza especialmente importantes, excepto Costa Rica, puesto
que, según los datos nacionales no homogeneizados por las instituciones in-
ternacionales, pero sin embargo significativos, la pobreza es mucho más
importante en Centroamérica que en Sudamérica, en general: de 1980 a 1990,
el índice de pobreza pasó del 60% al 70% para el conjunto de los países de
Centroamérica (Castillo, 1993).
El conjunto de datos del PNUD es diferente de los del Banco Mundial.
El indicador de pobreza de los países árabes es muy inferior al que da el Ban-
co Mundial y, por el contrario, el de Asía Oriental, Asia del Sur y del Pacífico,
es mucho más elevado (lo que es extraño, ya que el PNUD asigna un indica-
dor particularmente bajo a China). Estas diferencias se explican por la
composición ligeramente diferente de los conjuntos de países y, sobre todo,
porque el reacondicionamiento de las estadísticas gubernamentales lo realiza
el PNUD, de acuerdo con normas diferentes de las del Banco Mundial. Por
eso, más allá del valor absoluto de estos datos, sobre todo importa observar
las tendencias. En total, según el PNUD, 1.3 millones de individuos conocen
la pobreza tal como se define aquí y 158 millones de niños de menos de 5 años
sufren de desnutrición.
Estos datos difieren de los que dan las evaluaciones nacionales por las
razones que en numerosas ocasiones destacamos. Son, también, relativamen-
te antiguos por lo trabajoso de las correcciones que intentan homogeneizarlos
con el fin de hacerlos comparables.

2.5 Indicadores que miden la profundidad de la pobreza y su desigualdad


El índice de pobreza más sencillo define la amplitud de ésta. Es el que
hemos presentado. Este conocimiento es útil, pero insuficiente. Los pobres
pueden tener ingresos monetarios cercanos (Argentina) o alejados (Brasil) de
la línea de pobreza. En el primer caso, franquear la línea puede ser rápido
cuando se reanuda el crecimiento y baja la inflación, lo que no sucede en el
segundo caso. Se dirá que para los primeros la brecha (dicho sea de otra

51
manera el gap) de pobreza es grande y para los segundos es pequeña.
La dispersión del ingreso de los pobres puede ser grande o reducida.
En el primer caso, existen fuertes desigualdades entre los pobres, siendo pe-
queñas en el segundo caso. Al combinar distancia y desigualdad se encuentran
cuatro casos hipotéticos: una distancia importante y una dispersión grande;
una distancia pequeña y una dispersión grande; una distancia pequeña y una
dispersión importante y, finalmente, una distancia y una dispersión pequeñas.
Cuando el ingreso medio de los pobres, por ejemplo, está alejado de la línea de
pobreza y son importantes las desigualdades, la amplitud – o la intensidad– de
la pobreza (Ho) disminuye menos rápidamente por una tasa de crecimiento
dada, que si este ingreso medio está más alejado de esta línea y si las desigual-
dades son importantes entre los pobres. La profundidad (H1) de la pobreza, así
como su dispersión (H2) son por lo tanto importantes de conocer.
La idea es utilizar el mismo indicador, pero elevado a una potencia
diferente. La profundidad (brecha o gap) de la pobreza, H1 será igual a la
suma de i=1 a i=q de la distancia del ingreso de los pobres al ingreso equiva-
lente a la línea de pobreza, todo esto dividido por la población total: H1=1/
nS[(z-yi)/z]. donde, z es el ingreso correspondiente a la línea de pobreza. A
veces se simplifica y se toma el ingreso medio de los pobres para medir su
alejamiento de la línea de pobreza.
Elevado a la potencia cero, el mismo indicador corresponde a la ampli-
tud (intensidad) de la pobreza. Elevado a la potencia dos, o sea H2=1/n [(z-yi)/
z]2, da una idea de la dispersión de los ingresos de los pobres. Este último
indicador, elaborado por Foster-Greer-Thorbecke, conocido por las iniciales
FGT, tiene la ventaja de poder descomponerse. Lo ideal hubiera sido conside-
rar la variación de los ingresos de los pobres. No es posible hacerlo cuando se
quiere comparar en el tiempo la dispersión de los ingresos de los pobres ya
que estos últimos no constituyen una población estable. Por eso, elevar al
cuadrado la distancia de los ingresos de los pobres a la línea de pobreza, acen-
túa relativamente el peso de los más pobres entre los pobres y da una idea de
la aversión para con la pobreza. Estos dos índices sintéticos averiguan cierto
número de propiedades, muchas de las cuales, son similares a las que presen-
tamos al analizar los indicadores de desigualdad. Respetan varios axiomas:
anonimato, monotonía, transferencia (la disminución del ingreso de un pobre
a favor de un no pobre aumenta el índice H0), de focalización (el cambio en la

52
distribución de los ingresos de los no pobres no tiene ninguna consecuencia
sobre los índices), de monotonía de los subgrupos (el índice tendría que au-
mentar cuando crece la pobreza de un subgrupo de pobres).

2.5.1 Evolución de estos indicadores


La profundidad y la dispersión de la pobreza aumentaron fuertemente
en los años 80 en América Latina. En Africa francófona, según los trabajos de
J.P. Lachaud (1994), los pobres están muy lejos de la línea de la pobreza en
Burkina Faso (H1) mucho más que en Camerún o en la Costa de Marfil. Las
desigualdades entre los pobres son particularmente importantes en Burkina
Faso (H2) y en Malí. La pobreza es, pues, muy diferente en cada uno de estos
países, tanto en su amplitud relativa (H0), en su profundidad (H1) y en su
dispersión (H2). La descomposición de este indicador permite afinar este aná-
lisis. En Burkina Faso, un empleo público permite a la gran mayoría de los
que lo obtienen no ser pobre, es decir que su ingreso se sitúa encima del nivel
de pobreza. Los que a pesar de todo son pobres, lo son menos que los traba-
jadores independientes, y su pobreza muestra menos dispersión. Los
trabajadores independientes (esencialmente el sector informal) tienen un indi-
cador de pobreza especialmente importante (74.7%) y contribuyen casi a la
mitad de la pobreza total. Ellos solos explican casi la mitad de la brecha, así
como las desigualdades entre los pobres.

53
Cuadro 3
Pobreza y desigualdad en la pobreza en Africa del Subsahara

Indicador H0 Contribución H1 (brecha) Contribución H2 (FGT) Contribución


% % %
Camerún 25,8 100 15,0 100 11,9 100
Costa de Marfíl 18,1 100 11,0 100 8,4 100
Guinea 49,5 100 21,6 100 12,9 100
Madagascar 34,3 100 14,8 100 9,2 100
Malí 49,5 100 24,4 100 15,9 100
Burkina Faso 51,7 100 34,1 100 28,1 100
Asalariados del
sector público 21,5 15,4 10,8 11,8 8,4 11,1
Asalariados del
sector privado 36,1 8,7 17,3 6,3 12,6 5,6
Independientes 74,5 4,7 50,3 48,1 40,4 46,9
Desempleados 81,3 8,7 66,1 10,8 60,0 11,9
Inactivos 85,7 20,1 64,5 23,0 56,9 24,6

Fuente: Encuestas piloto de hogares: Burkina Faso (Ougadougou, 1992), Camerún (Yaoundé, 1990-91), Costa de
Marfil (Abidján 1986-87), Guinea (Conakry, 1991-92), Madagascar (Antananarivo, 1989), Mali (Bamako, 1991).
Nota: La línea de pobreza corresponde a 2400 calorías por día, valor multiplicado por 1.5 para considerar los
consumos no alimenticios. El ingreso del hogar se llama ajustado, porque pondera a los miembros del hogar según su
edad, es decir, 0.5 para cada menor de 15 años y 1 para los adultos. Para una presentación de la contribución según
la condición del jefe de hogar para otros países que Burkina faso (Lachaud, 1994: 250).

Así como lo señalamos, excepto Estados Unidos, muy pocas veces se


considera la pobreza absoluta en los países desarrollados. Por eso hablaremos
de estos países presentando esencialmente los indicadores de pobreza cons-
truidos a partir de una definición relativa de la pobreza.

3. La pobreza relativa en la Unión Europea


La definición de la línea de pobreza es sencilla: son pobres aquéllos
cuyo ingreso es inferior, ya sea a la mitad del ingreso medio o, más a menudo,
a la mitad –o al 40 ó 60 por ciento– de la mediana del ingreso. Según el primer
criterio, habría cincuenta millones de pobres en la Unión Europea, es decir, el
15% de la población, al final de los años 80, como lo subraya Atkinson (1988).
La mediana del ingreso se prefiere a menudo al ingreso medio en la medida en
que permite eliminar la influencia que podrían tener sobre este último los
ingresos situados en los extremos. También es posible establecer límites, con-
siderando diferentes porcentajes de la mediana del ingreso bajo los cuales las
personas o los hogares serían considerados como pobres. EUROSTAT (1988a)

54
estableció una comparación entre los países europeos. Como se puede cons-
tatar, ésta confirma las principales conclusiones a las cuales llegamos al
presentar los indicadores de distribución de ingreso según los índices de Gini
y Theil (ver capítulo I).

Cuadro 4
Porcentaje de hogares pobres en Europa en 1991

40% del ingreso mediano 50% del ingreso mediano 60% del ingreso mediano
Dinamarca 2,3 4,7 11,9
Irlanda 2,6 5,8 18,7
Luxemburgo 3,1 6,6 14,5
Bélgica 5,3 9,3 15,0
Países Bajos 6,5 9,8 14,4
Alemania 6,0 10,4 15,3
Francia 6,7 11,0 17,0
España 6,3 11,5 18,9
Italia 9,4 12,9 20,9
Reino Unido 6,5 13,9 21,1
Grecia 13,2 17,7 23,7
Portugal 12,2 18,9 23,7
Europa de los 12 7 11,8 18,1
Fuente: EUROSTAT 1998a

Cerca del 12% de los hogares que se encuentran en una situación de po-
breza se concentran especialmente en los países del sur de Europa, con la excepción
del Reino Unido, cuyo porcentaje de hogares pobres supera al que se observa en
Italia o en España. También es interesante notar que por regla general los países
ricos son también los menos desiguales, con la excepción del Reino Unido.
Cuando la línea de pobreza se evalúa en el 40% de la mediana del
ingreso, la pobreza es más importante en Italia que en el Reino Unido pero no
es así cuando la línea de pobreza se evalúa en el 50% o 60% de este ingreso.
La explicación puede encontrarse en la acentuación muy pronunciada, en es-
tos últimos 20 años, de las desigualdades en el Reino Unido, que afecta de
manera no uniforme a los diferentes tramos de ingreso. Un análisis más fino
de la evolución de la pobreza en el Reino Unido, mostraría que no son tanto el
aumento o la disminución del desempleo los que afectaron al índice de pobre-
za sino “la disminución importante de la generosidad del sistema de protección
social a mediados de los años 80” (Atkinson, 1998: 19).

55
3.1 Amplitud y desigualdades muy altas entre los pobres para los
desempleados y los empleos precarios
La construcción de indicadores de profundidad (brecha) y de disper-
sión (FGT) de la pobreza en Europa, obedece a los mismos principios que los
que hemos señalado en su presentación en la sección anterior. Sólo cambia la
definición de la línea de pobreza. Para Francia, los valores tomados por la
amplitud y la dispersión de la pobreza, con un nivel situado en el 50% de la
mediana del ingreso, son los siguientes:

Cuadro 5
Amplitud y dispersión de la pobreza en Francia en 1995

Ingreso medio por Contribución de las


Categoría definida Contribución de
Amplitud de unidad de consumo categorías al índice
según la ocupación FGT las categorías al
la pobreza de los hogares sin contar los
de la persona índice en %
pobres (Fr./an) estudiantes en %
Persona de referencia activa
Desempleados 39,1 33 800 0,038 15 26
Asalariados poco
estables 21,5 33 600 0,021 10 16
Asalariados estables a
tiempo completo 2,1 38 900 0,001 2 4
Independientes 12,1 33 100 0,015 7 12
Persona de referencia inactiva
Antiguos asalariados 5,2 36 100 0,004 7 12
Antiguos
independientes 16,1 36 200 0,01 4 7
Estudiantes 83,4 17 200 0,366 40
Otros inactivos entre los cuales
Mujeres de menos de
60 años 44 31 000 0,078 6 10
Hombres de menos de
60 años 28,8 33 000 0,036 3 5
Mayores de 60 años 21,8 32 900 0,027 6 9
Total 10,4 32 400 0,014 100 100
Fuente: Economía y Estadística nº 308-309-310, 1997, a partir de encuestas de Presupuesto familiar de 1995 (INSEE):
52.

Si se exceptúan los estudiantes, son los desempleados y las mujeres


inactivas de menos de 60 años, quienes sufren más fuertemente la pobreza,

56
tanto en el nivel de su amplitud como de su dispersión. Vienen después los
asalariados “poco estables” y los hombres inactivos de menos de 60 años. La
contribución de los desempleados y asalariados “poco estables” al índice de
aversión de la pobreza, es particularmente importante. Los desempleados con-
tribuyen en un 26% cuando la tasa de desempleo se sitúa alrededor del 12%.
Los asalariados “poco estables” contribuyen en un 16% a este índice, cuando la
extensión de la precariedad es reciente: si bien es cierto que las nuevas contra-
taciones se hacen con mayor frecuencia con contratos precarios y por tiempo
parcial (el número de asalariados empleados en CDD – contrato de duración
determinada - ha aumentado en un 40% en cinco años), la gran mayoría de los
asalariados dispone aún de empleos estables. La parte de los empleos precarios
en los empleos asalariados totales ha pasado de menos del 4% en 1983 a más
del 10% en 1998 (INSEE, 1998), cuadruplicándose su número, mientras que el
empleo asalariado total sólo progresaba en un 9%. Según un estudio del INSEE
(Francia, panorama social, 1998) estas formas de empleo no son (ya no son) el
paso obligado para encontrar un empleo estable al año siguiente. Las probabili-
dades de encontrar un empleo estable un año después a partir de estas formas
particulares de empleo se reparten en tercios entre empleo estable, empleo pre-
cario y desempleo, y la probabilidad de encontrar un empleo estable ha disminuido
en 8 puntos entre 1992 y 1997, pasando de 37% a 29%.(ídem : 132). Se com-
prende entonces que este tipo de empleo puede ser, más que en el pasado, el
origen de la pobreza y de sus desigualdades. Es previsible que en el futuro
aumente su contribución al índice de aversión de la pobreza (FGT).
La pobreza se concentra entre los desempleados, los asalariados sin
empleo estable, los inactivos. Se comprende fácilmente que los indicadores
definidos a partir de los ingresos monetarios solos no son suficientes para
delimitar las nuevas caras de la pobreza y que sea necesario construir nuevos
indicadores. Sin anticipar demasiado el análisis que se hará en el capítulo
siguiente a propósito de la construcción de indicadores a partir de necesida-
des básicas insatisfechas y de un enfoque no monetario de la pobreza, es
posible realizar combinaciones entre los indicadores definidos a partir de la
pobreza monetaria, de la pobreza subjetiva, de la pobreza definiéndose por las
“malas condiciones de vida” (confort sanitario insuficiente, ruidos, falta de
luz y, de una manera general, alojamientos en viviendas insalubres, pocos
bienes durables, insuficiente consumo de carne, etc.) y bastante parecida a la
noción de necesidades básicas insatisfechas.

57
Estos tres aspectos dan una imagen más completa de la pobreza y
ciertamente más fiel. Los hogares que sufren al menos uno de los tres sínto-
mas de la pobreza definidos por estos tres indicadores son mucho más
numerosos que los que se dieron precedentemente según el INSEE (Francia,
Panorama social, 1998: 63). Esta cifra se estima en el 25.4% de los hogares
en Francia en 1994. El porcentaje de hogares que sólo sufren un síntoma, ya
sea la pobreza monetaria, la pobreza subjetiva o incluso la que se define a
partir de las condiciones de vida, es de un 17.4%. Este porcentaje alcanza el
6.3% para los hogares que tienen dos carencias y 1.7% para los hogares que
sufren simultáneamente los tres.
La combinación de estos diferentes indicadores permite afinar el análi-
sis. Éste puede ser mejorado, considerando indicadores no monetarios. Es el
tema del capítulo siguiente.

58
CAPÍTULO 3
Medidas de la pobreza “humana”

Estos enfoques se inscriben en la línea de los trabajos que, de la noción


de necesidades básicas insatisfechas a la de las capacidades, han intentado,
desde hace varios decenios, restituir a la pobreza y a sus medios de medición,
dimensiones no monetarias y, especialmente, sociales y políticas.

1. Historia de un enfoque
1.1 De las necesidades básicas insatisfechas (NBI) a las necesidades
fundamentales…
En el campo de la economía, la discusión sobre las necesidades se ha
desarrollado esencialmente en cuatro contextos diferentes: el de la economía
clásica, en relación con el problema de la determinación de un salario obrero
que permita a los nuevos trabajadores de la industria alcanzar un mínimo vi-
tal; el de la economía filantrópica, que se preguntaba cómo contar el número
de pobres (y, por tanto, determinar criterios de satisfacción o no de las necesi-
dades) y qué nivel de ayuda ciertas categorías podrían recibir. Más
recientemente, la economía del subdesarrollo/desarrollo del Tercer mundo, se
apoyó ampliamente sobre la noción de necesidades fundamentales, o sea ne-
cesidades básicas, mientras que las teorías y discusiones sobre el capital humano
se interesaban más particularmente al carácter productivo de la satisfacción
de estas necesidades en cuanto acrecienta las capacidades de los hombres
para contribuir al crecimiento económico, pero también a satisfacer sus pro-
pias necesidades (visión dinámica).
En su acepción contemporánea y en relación con la cuestión de la defi-
nición y la medida de la pobreza, la noción de necesidades fundamentales
(basic needs, necesidades esenciales o sea necesidades de base) está clara-
mente vinculada con la emergencia de la reflexión sobre el subdesarrollo, sin

59
por eso rechazar la triple relación que acaba de ser destacada. Tiene un éxito
particular a partir de los años 50: aplicada a países enteros o, al menos a una
mayor proporción de su población, constituye uno de los principales criterios
para definir el subdesarrollo. Es específicamente analizada por la OIT a partir
de la mitad de los años 70 (Conferencia Mundial Tripartita sobre el empleo, la
distribución del ingreso, el progreso social y la división internacional del tra-
bajo, 1976) y llega a constituir la piedra angular de un nuevo tipo de estrategias
para la promoción del desarrollo en el Tercer Mundo. Las necesidades funda-
mentales constan entonces de dos elementos:
• Lo mínimo necesario a una familia para su consumo individual: bienes
alimentarios, una vivienda, vestuario adecuado, ciertos enseres caseros
y mobiliario (necesidades calificadas de biológicas).
• Los servicios básicos al mismo tiempo suministrados y utilizados por
la colectividad en su conjunto, tales como agua potable, un sistema de
recolección de basura y de alcantarillado, medios de transporte públi-
co, servicio sanitario y de educación (acceso a bienes y servicios
públicos).

1.1.1 Una visión humanista y universalista


El enfocar la pobreza mediante las Necesidades Básicas Insatisfechas
(NBI) participa de una visión humanista que va más allá de la economía para
apelar a la moral y a un desarrollo del ser humano en todas sus dimensiones,
incluso morales, de libertad y de dignidad. Sin embargo, en la medida en que
se trata de utilizar esta noción con fines descriptivos y normativos, se va
aproximando a la del mínimo vital y reduciendo a lo que François Perroux
denominaba en 1955 “los costos del ser humano”: alimentación, salud, educa-
ción.
La característica esencial de las necesidades fundamentales es que se
consideran como universales, comunes a los hombres de diferentes culturas
y civilizaciones: alimentarse, cuidarse, conocer y, también, actuar. Son nece-
sidades físicas y psíquicas que pueden ser satisfechas según modalidades
económicas extremadamente variadas, pero que son comunes a todos los
seres humanos. Más allá de los debates de carácter filosófico sobre el con-
cepto mismo de necesidad, esta pretendida universalidad ha sido criticada

60
como manifestación de una voluntad hegemónica y homogeneizadora de par-
te de los países capitalistas desarrollados que le conferían su contenido a
partir de su propia historia.
En su estrecha definición, las necesidades fundamentales poseen otros
dos atributos. El primero es que a menudo son cuantificables o mensurables y
son de uso particularmente cómodo para cuantificar de la pobreza y seguir los
efectos de las medidas que se toman para paliarla. En estas páginas queda
claro que esta función de cuantificación es menos sencilla de lo que parece,
desde el momento en que se trata de determinar límites, modos de cálculo,
métodos de evaluación y de clasificación. El segundo atributo es que la satis-
facción de las necesidades es productiva, por el hecho de que acrecienta la
productividad de los seres humanos. Ése es el campo privilegiado de las teo-
rías del capital humano, que ofrecen esencialmente una interpretación de las
causas y una línea de intervención contra la pobreza.

1.1.2 Un método de evaluación de la pobreza


Las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) o Necesidades Esencia-
les no Satisfechas (NENS) forman la base de un método de evaluación de la
pobreza, que compara la situación de cada hogar en lo que reza con un con-
junto de necesidades específicas, con una serie de normas que expresan para
cada una de esas necesidades el límite debajo del cual son consideradas insa-
tisfechas. Los hogares en que una o más necesidades esenciales no son
satisfechas son consideradas como pobres, así como todos sus miembros. Los
datos críticos de este método residen en la selección de las necesidades y en
la definición del límite de cada una de ellas, que constituyen finalmente la
misma definición de la pobreza (Boltvinik, 1996). Los indicadores utilizados
son indicadores de carencia (p). Para cada una de estas necesidades, cada
hogar recibe una puntuación de 1 si la necesidad no está satisfecha, o 0 si lo
está, de acuerdo con un sistema estrictamente binario. El criterio de pobreza
consiste entonces en declarar que es pobre todo hogar cuya suma de puntua-
ciones de los diferentes indicadores de carencia es igual o superior a 1, y es
muy pobre el hogar para el cual la suma es igual o superior a 2. (ídem).
Uno de los principales problemas con los que se enfrenta la aplicación
de este método es la disponibilidad de indicadores, dependiendo al final de esta

61
disponibilidad la gama de indicadores considerados. Por otra parte, y así como
lo destaca este autor, el número de pobres identificados no es independiente
del número considerado de necesidades esenciales: la posibilidad de encontrar
hogares pobres aumenta con el número de necesidades consideradas; en efecto,
ningún hogar deja de ser pobre cuando se agrega un nuevo indicador, mien-
tras que un cierto número puede llegar a serlo si no satisface la nueva necesidad
introducida en el cálculo. Además, contrariamente al método de las líneas de
pobreza, éste no permite conocer el grado de gravedad de la pobreza, ni a
nivel de un hogar ni al de la sociedad; se pone sobre el mismo plano a los que
están tocando el límite y a los que se encuentran mucho más abajo, en una
miseria aguda.

1.2 …al concepto de las capacidades: los trabajos de Sen


El pensamiento del economista indio Amartya Sen, premio Nobel de
economía en 1998, se diferencia de los enfoques en términos de necesidades
fundamentales para inscribirse sin ambigüedad en el campo de una reflexión
sobre la justicia social, la igualdad y las desigualdades, lo que le induce a
plantear el problema de la pobreza en un cuadro que, sin negar los factores
económicos, otorga gran importancia a las connotaciones legales, a las impli-
caciones políticas y a su pertinencia social (Sen 1988: 31).
Su punto de partida es una reflexión sobre las hambrunas, habiéndolo
impresionado profundamente las que azotaron a la India en 1934. Esto lo con-
dujo en dos direcciones fundamentales: por una parte, denunciaba el que se
apreciara el bienestar de las personas con la disposición de algunas cantidades
de bienes aunque se calificasen de “esenciales” o “básicas”; por otra parte,
recusaba la pertinencia de los enfoques acumulados para abordar, no sólo el
problema de las hambrunas, sino también el de las desigualdades y de la po-
breza.
En efecto, muestra que la disponibilidad de un bien en general, en un
espacio dado, sólo está levemente vinculada (por la producción para el auto-
consumo, la creación de empleos, el sistema de precios y la constitución de
reservas públicas) con la capacidad que tienen ciertos grupos de procurárselo,
y que es efectivamente su imposibilidad de procurárselos, y no la penuria, lo
que es responsable de la escasez y la hambruna. En efecto, el hambre sólo
afecta a los pobres:

62
“Si una persona carece de medios para adquirir alimentos, la presencia
de alimentos en el mercado no será para ella un gran consuelo. Para compren-
der el hambre debemos observar las posesiones (entitlements) de las personas,
es decir, qué canasta de bienes (incluida la alimentación) pueden hacer suya ...
La hambruna se considera como siendo el resultado de la falta de posesiones
de amplios grupos, que, a menudo, ejercen oficios particulares (por ejemplo:
trabajadores rurales sin tierra, pastores)”.
“Las posesiones de una persona equivalen al conjunto de diferentes
canastas alternativas de bienes que ella puede adquirir utilizando los diferentes
canales legales de adquisición abiertos a una persona en su posición. En una
economía de mercado basada en la propiedad privada, el conjunto de posesio-
nes de una persona está determinado por su canasta inicial de propiedad (lo
que se denomina “dotación”) y las diversas canastas alternativas que puede
adquirir, partiendo de cada una de sus dotaciones iniciales por medio del co-
mercio y la producción ...” (Sen, 1988).
El acceso de ciertos grupos de población a la alimentación depende
esencialmente de factores legales –o semi legales– y económicos. Desde el
momento en que la capacidad de trabajo, es decir la fuerza de trabajo constitu-
ye lo esencial de lo que posee la mayor parte de la humanidad, la obtención de
un empleo, la ganancia de un ingreso y la capacidad de comprar alimento con
éste constituyen el principal medio para acceder a la alimentación (lo que
también es válido para otros bienes). Esto es aún más cierto si en el país en
cuestión no existe un sistema de seguridad social que pueda proteger o susti-
tuir esta capacidad, sobre todo con respecto a los grupos más frágiles y más
expuestos a las fluctuaciones de sus capacidades.

1.2.1 Funcionamientos y capacidades


La pobreza se definiría entonces, no como una carencia de diferentes bie-
nes frente a las necesidades fundamentales, cualquiera que haya sido el aporte de
este concepto, sino en términos de falta de realización de ciertos funcionamientos
básicos y de la adquisición de las capacidades correspondientes (Sen, 1992).
Partiendo de la noción de bienestar es como Sen articula su famoso esquema:
• “El bienestar de una persona puede ser considerado, en términos de ca-
lidad de su existencia. Vivir puede ser considerado como un conjunto de

63
“funcionamientos” relacionados entre sí, y consistiendo en ser y tener.
Los funcionamientos pertinentes pueden variar desde aspectos tan ele-
mentales como alimentarse adecuadamente, gozar de buena salud,
prevenir riesgos evitables de morbilidad y de mortalidad prematura...
hasta realizaciones más complejas tales como ser feliz, respetarse a sí
mismo, participar en la vida de la comunidad, etc...”.
• “Estrechamente asociada a la noción de funcionamiento, se encuentra
la de la capacidad de funcionar. Representa las diversas combinaciones
de funcionamiento (ser y tener) que la persona puede realizar. La capa-
cidad es así un conjunto de vectores de funcionamientos, que refleja la
libertad de una persona para llevar un modo de vida u otro. De la mis-
ma manera que una supuesta “combinación presupuestaria” representa,
en el campo de las mercancías, la libertad de una persona para comprar
diversas canastas de mercancías, la “combinación de capacidades” re-
fleja en el campo de los funcionamientos, la libertad de una persona
para escoger entre diversas existencias” (Sen, 1992).
Se trata pues de un enfoque cualitativo, que sin descuidar el haber
material, sitúa en primer lugar los valores de realización y de libertad, los
funcionamientos que representan una forma de gobernar su existencia, y las
capacidades que representan las diversas oportunidades que se le ofrecen a
una persona y entre las cuales ella escoge. En el enfoque, en términos de
capacidad, ni la utilidad, ni el ingreso, pueden ser identificados con el bienes-
tar; la definición de la pobreza no puede, por lo tanto, basarse en el bajo nivel
de uno u otro, sino más bien, en la inadecuación de los medios económicos
con respecto a la propensión de las personas a convertirlos en capacidades de
funcionar y hacerlo en un particular ambiente social, económico y cultural.
Sen discute así la validez de los límites, en particular de ingresos o de
necesidades nutricionales para medir la extensión de la pobreza o la malnutri-
ción. En efecto, la variabilidad de las necesidades y el surgimiento de necesidades
específicas en el caso de los enfermos, de los minusválidos, por una parte, y
las diferencias de capacidades para transformar un bien (alimentación, dinero,
etc.) en un mismo nivel de bienestar (personas mayores, mujeres, etc.) por
otra parte, impiden estandarizar una medida de esta índole. Insiste Sen en la
importancia de medir la distancia entre la posición de una persona y el nivel del
límite definido, así como las desigualdades entre los pobres, de allí la influencia

64
que tuvo en la construcción de los indicadores H1 y H2 presentados en el
capítulo II.
Además, se disocia de los economistas del bienestar, cuyo prejuicio
utilitarista les induce a privilegiar una perspectiva agregada, mientras que el
enfoque por medio de los recursos y de las capacidades está necesariamente
desagregado (Sen, 1988: 11). Sin descartar la pertinencia de considerar la efi-
cacia, tan apreciada por los economistas del bienestar, Sen refuta los argumentos
que suelen presentarse a favor de una conservación de las desigualdades y
rechaza el hecho de que una reducción de las desigualdades (de ingreso, de
capacidades) sea por principio contraria a un mejoramiento de la eficiencia de
una economía y a la maximización de las utilidades.
El PNUD, como se verá, hace suyo este enfoque para que sea la base
conceptual y metodológica de sus trabajos sobre la pobreza, a los cuales Sen,
por su parte, contribuye estrechamente.

2. Medir la pobreza “humana”: del IDH al IPH


Las definiciones que el PNUD ha elaborado respecto al bienestar y la
pobreza, se fundan ampliamente en las teorías inspiradas de Amartya Sen,
consultor de esta organización. Ellas ofrecen el interés no sólo de articular
diversas dimensiones de la pobreza, sino también de basarse en una teoría de
la producción/reproducción de la pobreza que tiene en cuenta todos los aspec-
tos de la vida económica, social y política de los “pobres”, así como los
problemas de identidad, estatuto y representaciones. El paso a la construcción
de indicadores, va acompañado de múltiples problemas metodológicos inhe-
rentes tanto a la multiplicidad de las dimensiones como a la dificultad de
cuantificar algunas por esencia netamente cualitativas.

65
Recuadro 2
Las definiciones del PNUD: desarrollo del ser humano y pobreza humana

El desarrollo humano es un proceso destinado a ampliar las posibilidades ofreci-


das a los individuos. En principio, estas posibilidades son infinitas y evolucionan a lo
largo del tiempo. Sin embargo, cualquiera que sea el nivel de desarrollo, son tres las
principales desde el punto de vista de las personas: llevar una vida larga y sana,
adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos necesarios para disponer de un
nivel de vida decente. Faltando estas posibilidades fundamentales, un gran número de
otras oportunidades siguen siendo inasequibles.
No obstante, el desarrollo humano, no se limita en eso. Otras potencialidades,
de gran valor para los individuos, van de las libertades políticas, económicas y sociales,
a la posibilidad de expresar su creatividad o su productividad, pasando por la dignidad
personal y el respeto de los derechos humanos.
El desarrollo humano tiene así dos aspectos. El primero se refiere a la instaura-
ción de campos de posibles –como la mejora de la salud, de los conocimientos y de las
aptitudes. El segundo se refiere a la utilización que los individuos hacen de las poten-
cialidades que adquirieron –que las dediquen a la producción, a los ocios, o también a
actividades culturales, sociales o políticas...
En el concepto de desarrollo humano, claro está que el ingreso sólo es uno de
los elementos deseados por los individuos –por importante que sea–. Pero, la existen-
cia no podría reducirse únicamente al aspecto financiero. El desarrollo tiene por objetivo
ampliar, para los seres humanos, el campo de las posibilidades en su conjunto y no
solamente los ingresos (PNUD, 1995: 13-14).
La pobreza tiene un sin fin de caras y va mucho más allá de una insuficiencia de
ingreso. La pobreza se refleja también en las malas condiciones de salud o de educación,
en la falta de acceso al conocimiento y a las posibilidades de comunicación, en la impo-
sibilidad de ejercer derechos políticos y de hacer valer los derechos de la persona humana
y en la ausencia de dignidad, confianza y autorrespeto. Hay que añadir la degradación del
medio ambiente y el empobrecimiento de países enteros, en los que casi la totalidad de
la población vive en la pobreza (PNUD, 1997).
La pobreza puede significar aún más que la falta de lo que es necesario para el
bienestar material. La pobreza es también la negación de las oportunidades y posibili-
dades de elección más esenciales al desarrollo humano (PNUD, 1997).
El concepto de pobreza en cuanto al desarrollo humano, se define en un análisis
en términos de capacidades. Según el concepto de capacidad, la pobreza de una exis-
tencia no sólo cabe en el estado de indigencia en que una persona se encuentra
efectivamente, sino también en la falta de oportunidades reales –por razones sociales o
circunstancias individuales– de vivir una existencia que valga la pena y esté considerada
a su justa medida (PNUD, 1997: 16).

66
2.1 El índice de Desarrollo Humano (IDH)
En 1990, en su primer informe mundial sobre el desarrollo humano
(IDH), el PNUD introdujo un nuevo indicador compuesto: el Indice de Desa-
rrollo Humano o IDH. Este indicador, no está basado en un nivel máximo, es
una medida expresada por un decimal inferior a la unidad, del progreso huma-
no (evaluado en el nivel mundial) y de las diferentes estrategias adoptadas en
la escala nacional para alcanzar el bienestar social (PNUD, 1995). El valor
máximo posible, la unidad, se calcula en relación con los objetivos que hay
que alcanzar. Esta tasa trata entonces de establecer una escala de clasifica-
ción, sobre la cual Canadá, Noruega, Estados Unidos, Australia e Islandia
ocupaban en 1998 los primeros cinco lugares, con IDH situados entre 0.935 y
0.927, mientras que Burkina Faso, Etiopía, Niger y Sierra Leona ocupaban los
cuatro últimos, con IDH evaluados entre 0.309 y 0.252 (PNUD, 2000).
El IDH ha sido elaborado para reflejar los aspectos fundamentales del
desarrollo humano, identificando las posibilidades fundamentales de las que
deben disponer las personas para integrarse a la sociedad y aportarle su con-
tribución. Incluye tres elementos cuya media aritmética es: la salud/años de
vida (medida por la esperanza de vida al nacer); el nivel de educación (medi-
do por una combinación de la tasa de alfabetización de los adultos y el tipo de
frecuencia escolar en los tres niveles) y el nivel de vida, expresado por el PIB,
en términos reales, traducido en dólares ponderado con las paridades de poder
adquisitivo (PNUD, 1995 y 1999). Año tras año, los perfeccionamientos esta-
dísticos permiten mejores comparaciones de IDH entre periodos.
Por consiguiente el IDH es una medida del control que tienen las perso-
nas sobre su destino, pero no pretende ser una herramienta de medición del
desarrollo humano en su totalidad. Está claro que IDH no puede ser significa-
tivo sino acompañado con otros indicadores de desarrollo humano; el paradigma
del IDH comprende en efecto cuatro aspectos esenciales: productividad, jus-
ticia social, durabilidad y control de las personas sobre su destino (PNUD,
1995). Destaquemos también que los progresos medidos por el IDH son exentos
de costos sociales y que no pueden tener compensación negativa: el mejora-
miento de la salud, de la longevidad o de la educación no pueden hacerse a
expensas de otros, contrariamente a la elevación del nivel medio de ingreso,
que puede disimular importantes perjuicios.

67
Recuadro 3
Técnicas de construcción del IDH

La primera versión del IDH se construía sobre indicadores parciales de carencia:


la esperanza de vida al nacimiento medía lo que faltaba con relación a un máximo estable-
cido por la media de las longevidades más elevadas. En 1994-95, los extremos se fijaron
de manera normativa (mínimo 25 años y máximo 85 años) para evitar que los países
desarrollados constituyesen un horizonte móvil para los países pobres.
La medida de la carencia, en términos de saber, se basaba, en primer lugar, en la
tasa de alfabetización, con un máximo fijado en 100%. A partir de 1991, el nivel de
educación fue medido por una combinación de la alfabetización de los adultos (de 0%
a 100%), para los dos tercios y de la media de duración de la escolaridad para el tercio
restante. De esta forma, la importancia de la formación de alto nivel permitía distinguir
los países industrializados de los otros (Leroux, 1996: 44). En 1995, de nuevo, se pre-
cisó este indicador parcial y la media de duración escolar fue sustituida por el porcentaje
de niños escolarizados en los tres niveles (enseñanza primaria, secundaria y universita-
ria), con un mínimo de 0% y un máximo de 100%.
El indicador de nivel de vida sufrió importantes transformaciones. En la ver-
sión de 1990, la variable elegida era el ingreso representado por el logaritmo del PIB
per cápita en términos reales, afectado de una ponderación nula encima de un valor que
correspondía a la línea de pobreza de los nueve países más ricos. Para dar cuenta de la
utilidad marginalmente decreciente de los niveles superiores de renta para el desarrollo
humano y, debido a que el acceso a un nivel de vida respetable, no exige ingresos
ilimitados, el PNUD recurrió a continuación a la fórmula de Atkinson, que permitía
hacer aumentar progresivamente el valor de la elasticidad de la utilidad marginal del
ingreso en relación con el desarrollo humano (o sea, el grado de disminución de la
contribución del ingreso al desarrollo humano) a medida que el ingreso aumentaba,
expresándose cada tramo en múltiplo de la línea de pobreza media de 17 países industria-
lizados. Los ingresos más altos se comprimían así para el cálculo del IDH.

Fórmula de Atkinson
W(y) = 1 y 1-e con 0 < e < 1
1-e
W(y) es la utilidad derivada del ingreso y e es la elasticidad de la utilidad marginal
del ingreso con relación al desarrollo humano. Si e =1, no hay contribución del ingreso al
desarrollo humano. Si e =0, no hay disminución del ingreso y W(y)=y ; es el caso de los
países cuya renta se sitúa entre 0 y y*, siendo y* la media de las líneas de pobreza en 17
países industrializados. Se utiliza entonces íntegramente todo aumento de renta a la
mejora del nivel de desarrollo humano. Para los países cuyo nivel de renta se sitúa entre

68
y* y 2y*, o sea el doble del nivel de pobreza elegido, entre y* y 2y*, e = 1/2. La fórmula
se escribe entonces: W(y) = y*+2(y - y*)1/2 . Para los países cuyo ingreso se sitúa entre
2y* y 3y*, e = 2/3 entre 2y* y 3y*, y la fórmula se escribe entonces : W (Y) = y* +
2(y*)1/2 + 3(y – 2y*)1/3.
En 1994, el valor de la línea de pobreza se modificó para evitar que los países
desarrollados constituyesen la norma que había que alcanzar y se fijó en la media mun-
dial del PIB real por habitante en 1992 expresada en paridad de poder adquisitivo, o sea
5120 $ (PPA) En 1998, este límite máximo se aumentó a 5,990 dólares PPA, media de
los ingresos mundiales en 1995.
Para un ingreso real máximo establecido a 40,000 $(PPA), que se sitúa entre
6y* y 7y*, el valor corregido se calcula así para el año 1998:

W(y)=y*+2(y*1/2)+3(y*1/3)+4(y*1/4)+5(y*1/5)+6(y*1/6)+8[(40,000-6y*)1/7]= 6 311 $ PPA

La fórmula del indicador es la siguiente:


valor real-valor mínimo
valor máximo-valor mínimo

Para un país (Gabón) cuyo ingreso se situaría a 3766 $ PPA (y por lo tanto
incluido entre 0 e y*), el indicador de PIB real per cápita ajustado se calcula de la
siguiente manera:
3766-100 = 3,666 = 0,590
6311-100 6,211
El IDH de este país equivaldrá a la media aritmética de la suma de los 3 indica-
dores parciales (PNUD, 1998).
En 1999, el PNUD considera que este método de cálculo encierra un problema:
comprime muy fuertemente los ingresos situados arriba del límite y penaliza los países
en los cuales el ingreso supera el límite. El ingreso puede así perder su valor de indica-
dor de las dimensiones del desarrollo humano, excepto una larga vida y sana y el
conocimiento. Sobre la base de nuevos trabajos de Sen, la fórmula cambia, pues, de
modo que permita comprimir menos los altos ingresos, que afecte el conjunto de los
ingresos y no sólo los que están arriba de un determinado límite y penalice menos a los
países de ingreso medio. Se reconoce así el potencial que representa un aumento de la
renta media para el desarrollo humano.
La nueva fórmula es:
W(y) = log y – log y min
log y max – log y min

69
Afinación del indicador
Según Leroux (1996: 48-50), la reforma de los años 1994-1995, al establecer el
cálculo con relación al máximo fijado y ya no con el mínimo, permite que, en lo suce-
sivo, el IDH haga hincapié en lo adquirido, en el camino recorrido en un largo periodo,
más que en las carencias con relación a un valor de referencia:
“La significación del IDH no es pues la misma antes de 1994 y después. En
efecto, se pasa de un IDH que se estableció sobre la base de una medida de indigencia a
un IDH “modificado” que utiliza indicadores de desempeño. El IDH modificado ( 1994-
1995-1996) refleja una medida del progreso realizado y ya no la probabilidad inversa de
sufrir la indigencia. Esta transformación del Indice de Desarrollo Humano es tanto más
significativa que los indicadores de carencia estaban calculados sobre los desempeños de
los dos países que obtenían el mejor y el peor resultado para cada uno de los componen-
tes. El interés del cambio realizado en 1994, sobre los valores normativos de los extremos
reside en el hecho de que expresan valores observados o anticipados en un plazo de 30
años y no valores encontrados hoy día en los países que muestran los resultados situa-
dos en la base y en el tope de la escala” (Leroux, 1996: 50).

Genné (1996) destaca, sin embargo, los problemas planteados por la


existencia de balizas, valores máximos y mínimos: se atribuye a los países un
valor de IDH que refleja su posición relativa o el camino que les queda por
recorrer para alcanzar al primero, en relación con la distancia máxima que hay
que recorrer (ejemplo: la del país peor situado para alcanzar al país mejor
situado). Mientras son móviles las balizas, el rango de un país en la clasifica-
ción refleja tanto su propia evolución como la de los extremos.
El principio de clasificación en una escala comprendida entre 0 y 1 se
conservó después de 1994, agrupándose luego los países de acuerdo con el
valor de su IDH: nivel bajo (inferior a 0.5), nivel medio (entre 0.5 y 0.8) y
nivel elevado. Los IDH descompuestos permiten también analizar las dispari-
dades entre zonas geográficas, grupos sociales y étnicos, niveles de ingreso,
sexos. En 1995, se crearon un Indice Sexoespecífico de Desarrollo Humano
(ISDH) y un Indice de participación de las mujeres, de forma que se pusiera el
acento en las desigualdades sociológicas entre los sexos. El IDH también pue-
de descomponerse entre campo y ciudad, entre etnias, etc.

70
2.1.1 El índice de Escasez de las Capacidades (IPC)
A partir de 1996, el PNUD elabora un indicador de pobreza humana,
denominado significativamente, en un primer momento, Indicador de Escasez
de Capacidades (IPC).
Frente a la apreciación global, que permite el IDH, del nivel de desarro-
llo de un país y de los progresos alcanzados, en valores medios, ricos y pobres
confundidos, este indicador debe permitir el análisis de la pobreza a través de
un enfoque por medio de las carencias, que se interese a la condición de los
pobres y de los desamparados, que se concentre en la escasez de capacidades
de los individuos y no en el nivel medio de las capacidades en un país (PNUD,
1996, 1997). El IPC está destinado a reflejar el porcentaje de individuos que
no tienen acceso al mínimo de las potencialidades humanas elementales. Más
precisamente, el IPC centra su interés en la falta de tres potencialidades ele-
mentales: “antes que nada, poder alimentarse correctamente y gozar de buena
salud (potencialidad medida por la proporción de niños menores de cinco
años que se encuentran bajo el peso normal); luego, poder dar a luz en condi-
ciones de salubridad (potencialidad representada por la proporción de partos
ocurridos sin la ayuda de personal competente de salud); finalmente, poder
instruirse e informarse (potencialidad medida por la tasa de analfabetismo de
las mujeres). Este indicador presenta la particularidad de poner de relieve el
desamparo de las mujeres, muy hondo en algunos países y que, como es
sabido, ejerce una influencia negativa sobre el desarrollo humano de la familia
y de la sociedad (PNUD, 1996).
Para cada una de las variables, se establece el porcentaje de personas
que vive fuera de una norma internacional admitida, luego, los tres compo-
nentes, igualmente ponderados, se agregan sumando los porcentajes. El valor
medio de penuria de capacidad luego se calcula, expresada por un porcentaje
de la población que vive en la miseria según cada una de las tres dimensiones
elegidas; algunos grupos familiares pueden sólo ser pobres en uno de los tres
aspectos, otros acumular déficits en el conjunto de los criterios elegidos.

2.1.2 El ingreso indirectamente considerado


Un punto significativo es que el IPC no tiene en cuenta el ingreso como
tal. La posición del PNUD es, en efecto, que la insuficiencia de ingreso no es

71
más que una de las manifestaciones de la miseria, y que se refiere a los medios
más bien que al fin; además, la elección de un valor de límite monetario es
inevitablemente arbitraria y el dinero sólo proporciona un valor aproximado
del valor de bienes y servicios que no son más que medios de alcanzar el fin,
el bienestar. Contrariamente al ingreso, las capacidades son los fines y se
sitúan no en el terreno de las variables de entrada, sino en el de los resultados
humanos, es decir, en lo que toca a la calidad de la vida. La miseria se concibe
entonces como una escasez de capacidades fundamentales (PNUD, 1996).
El PNUD desarrolla aquí un enfoque que será afinado cuando se elabore
el Indicador de Pobreza Humana que sustituirá al IPC en el informe de 1997: se
trata de determinar los indicadores que reflejan directamente la falta de capaci-
dades definidas como fundamentales, es decir cómo escapar a las enfermedades
para las que existe una profilaxis, cómo acceder a la información y a la instruc-
ción, y cómo alimentarse correctamente (PNUD, 1996). A falta de disponer de
instrumentos de medida directa de estas carencias, se eligen indicadores sustitu-
tivos que reflejan los medios de dotarse de capacidades consideradas o utilizarlas,
tratando de medir el acceso efectivo más que el acceso potencial. En esta pers-
pectiva, el nivel de ingresos no es sino un indicador indirecto que no da cuenta
ni de la disponibilidad ni de la accesibilidad de los bienes y servicios fundamen-
tales (por estar lejos, por insuficiencia, discriminación, acceso al crédito,
fluctuaciones de precios...) ni de cómo se decide utilizarlos, y, por lo tanto, no
refleja el impacto de esta disposición monetaria sobre el bienestar.

2.2 El indicador de Pobreza Humana (IPH)


En su informe Mundial sobre el Desarrollo Humano de 1997, el PNUD
introduce otro indicador, el Indicador de Pobreza Humana (IPH) que sustituye
el IPC, adoptando las mismas premisas generales, pero modificando sus va-
riables. Por la profundidad y la especificidad de la pobreza, en los países en
desarrollo, difícilmente comparable con las de los países desarrollados, no se
puede pensar en elaborar un indicador de la pobreza humana de igual pertinen-
cia para todos los grupos de países. El IPH se centrará pues en la amplitud de
la miseria en los países pobres y en las variables que lo expresan; por consi-
guiente se dedica a los países en desarrollo. La naturaleza de la pobreza en los
países desarrollados necesita un estudio y un indicador específicos, elabora-
dos en una tercera etapa.

72
El IPH trata de medir la amplitud de los déficits encontrados en los tres
aspectos de la vida humana considerados en el IDH: antes que medir la pobre-
za en función del ingreso, el IPH se basa en unos parámetros que representan
las dimensiones más elementales de carencias y déficits que afectan a la vida
humana: pocos años de vida, índice de supervivencia que revela la vulnerabi-
lidad a la muerte a una edad relativamente temprana, la falta de educación
básica - indicador de conocimiento, señal de exclusión del mundo de lo escri-
to y de la comunicación -; y la falta de acceso a los recursos privados y
públicos - indicador de la capacidad de gozar de un nivel de vida decente, en
términos de bienes económicos - (PNUD, 1996, 1998). Como el IPC, el IPH
es un indicador de vulnerabilidad más que de indigencia. Constituye una medi-
da de la incidencia de la pobreza humana, pero no permite asociar la incidencia
de la pobreza humana a una categoría o a un número específico de individuos.
Contrariamente al IDH, el IPH no se refiere a una escala balizada, y descansa
pues en un referente mucho menos lineal (que se pudo criticar como evolucio-
nista) que el IDH.

2.2.1 Las variables del IPH


Las variables sobre las cuales se basa son: el porcentaje de individuos
con riesgo de morir antes de los 40 años, el porcentaje de adultos analfabetos
y los servicios ofrecidos por la economía en su conjunto, siendo esta tercera
variable representada por la mera media aritmética de tres subindicadores: el
porcentaje de individuos que no tienen acceso a los servicios de salud y al
agua potable; el porcentaje de niños menores de cinco años víctimas de mal-
nutrición (PNUD, 1997)6.
En cuanto al hecho de que el ingreso no se incluya, como tal, en el
cálculo del IPH, el razonamiento presentado desarrolla el que se expone para
el IPC: el PNB considerado en el IDH es, en realidad, una amalgama de medios
públicos y privados, ya que los servicios públicos están financiados a partir
del ingreso nacional en conjunto (PNUD, 1997). El tercer componente del
IPH (servicios proveídos por la economía) mide los déficits en términos de

6 A partir de 1998, se elimina un coeficiente de ponderación, introducido en el cálculo de la


media aritmética de los tres elementos, de manera a otorgar más importancia a la variable
en la cual la indigencia es más acentuada (PNUD, 1998).

73
condiciones de vida; el acceso a los servicios de salud y al agua potable son
indicadores no sólo del desarrollo de los servicios públicos, sino también del
grado de exclusión de estos servicios en una sociedad dada, considerando el
aspecto distributivo de estos servicios. En cuanto a la parte privada, indivi-
dual, de los ingresos, desde el momento en que una parte preponderante está
consagrada a la alimentación y a la nutrición, en particular entre las poblacio-
nes indigentes de los países pobres, el nivel de déficit de este ingreso se aprecia
por la prevalencia de la malnutrición. El elegir la malnutrición infantil se jus-
tifica esencialmente porque se dispone de estadísticas, así como porque significa
lo que serán las capacidades futuras de la población.
Esta opción permite evitar las dificultades aparecidas al establecer un
nivel monetario que permita una comparación. Contiene además una ponde-
ración intrínseca que considera la utilidad marginal decreciente del ingreso:
en cuanto son nulos los déficits medidos, la utilidad marginal de un creci-
miento suplementario de las capacidades es igual a 0.

2.2.2 Críticas
Al llamar la atención sobre los problemas sociales del desarrollo, el
IPH se presenta como un indicador más completo que la tasa de incidencia
basada en una línea de pobreza monetaria, situándose a continuación de diver-
sas mediaciones (mercado, acceso, discriminación, prohibiciones, minusvalías
...) que existen entre el ingreso y el mejoramiento del bienestar.
Se puede obtener resultados muy interesantes descomponiendo el IPH
según los sexos, entre el campo y la ciudad y entre diferentes etnias o grupos
lingüísticos, como lo que se realizó en Sudáfrica y Namibia. De esta manera,
pueden ser más finamente analizados los procesos de la reproducción de la
pobreza.
En varios aspectos, sin embargo, el IPH presenta deficiencias –admiti-
das por el PNUD– que levantan preguntas sobre la alternativa que representa
en relación con los indicadores del Banco Mundial. Tres orientaciones críticas
merecen destacarse.
La primera es que las variables elegidas como más pertinentes para
construir el IPH son también variables indirectas, con poca facultad de hacer-
se cargo de los aspectos cualitativos del bienestar ofrecido: en efecto, ¿qué

74
significan más años de vida o mayor nivel de educación, si nada permite medir
la calidad de esta vida y de esta educación, y la forma en que los individuos
utilizan las potencialidades para mejorar su bienestar? En particular, a pesar de
que el PNUD se haya dedicado ampliamente, en el informe de 1991, sobre el
tema de las libertades y de los derechos, y que tanto unas como otros sean
determinantes para el ejercicio de las capacidades de los individuos, el IPH no
los toma en cuenta. Así como el IDH, el IPH sería entonces esencialmente un
“indicador de alerta” y no una herramienta pertinente para la formulación de
recomendaciones políticas (Leroux, 1996).
El segundo elemento, tiene que ver con la redundancia de las variables,
considerablemente limitada por no considerar los ingresos en el cálculo del
IPH, pero que, sin embargo, persiste si se consideran las fuertes correlaciones
positivas constatadas entre educación, esperanza de vida y salud. Aquí se pone
en tela de juicio la propia pertinencia del IDH/IPH: ¿no bastaría con seleccio-
nar una sola de estas variables para apreciar el nivel de desarrollo y de penuria
de un país?
Finalmente, a pesar de sus fundamentos filosóficos y teóricos, neta-
mente diferentes de lo que se expresa en términos de línea de pobreza monetaria,
el IPH no escapa a la arbitrariedad de la definición de límites normativos,
presentes en cada uno de sus componentes.

2.2.3 El IPH-2 específico para los países industrializados


En 1998, en un informe centrado en los problemas de consumo, el
PNUD presenta el IPH-2 específicamente adaptado a la situación de los países
ricos. En efecto, se había precisado que el primer IPH (rebautizado al mismo
tiempo IPH-1) sólo se adecuaba efectivamente a los países en desarrollo,
aunque era evidente, como lo destaca el informe, que la pobreza y la indigen-
cia no son privativos de estos países: los países de la OCDE cuentan con más
de cien millones de personas que viven bajo el nivel establecido de la mitad de
la mediana del ingreso medio individual disponible, incluyendo un porcentaje
no despreciable de niños, tampoco se erradicaron los riesgos de mortalidad
precoz para cerca de 200 millones de personas, el desempleo hace estragos, se
vuelve más duradero y es particularmente preocupante entre los jóvenes, y el
número de los sin casa supera los 100 millones (PNUD, 1998). Por consi-
guiente es necesaria una nueva herramienta de medida, adaptada a esta realidad

75
y basada en indicadores que reflejen las formas que toma la pobreza en los
países industrializados.
Otra vez, la elaboración del indicador refleja un análisis y un posiciona-
miento asociado al concepto de capacidades: el IPH-2 reitera los tres aspectos de
la existencia humana ilustrados por el IPH-1, pero utilizando medidas que reflejan
mejor las condiciones económicas y sociales prevalecientes en estos países. Se le
agrega un cuarto aspecto –la exclusión– para la cual el IPH-1 no contiene medida
cuantitativa, ya que no hay cifras confiables a este respecto en los países en desa-
rrollo, contrariamente a lo que pasa en los países industrializados.
El IPH-2 repara, pues, en las siguientes variables:
• El déficit en términos de sobrevida, medido por el porcentaje de la
población en riesgo de morir antes de los 60 años;
• El déficit en el ámbito de la instrucción, medido por el porcentaje de la
población iletrada –es decir, en incapacidad de leer y escribir para res-
ponder a las exigencias básicas de la sociedad moderna;
• La pobreza económica, medida por la proporción de personas cuyo
ingreso individual disponible es inferior a la mitad de la mediana nacio-
nal, lo que no les permite beneficiarse de un nivel de vida suficiente
para escapar a las dificultades y participar en la vida de la comunidad;
• La exclusión –o la no-participación– medida por uno de sus aspectos
más importantes: el porcentaje de desempleados de larga duración (sin
trabajo desde hace 12 meses o más) en la población activa total (PNUD,
1988: 30).
Entonces, a veces el límite superior está más alto que en el IPH-1
(sobrevida e instrucción), otras veces se utilizan nuevas mediciones. Si se
escoge el desempleo de larga duración para apreciar el nivel de exclusión, es
porque se considera que el trabajo constituye el principal vector de integra-
ción social y económica. La apreciación del beneficio de los recursos públicos
ya no puede basarse en el acceso al agua potable, a la escolarización primaria
y a los servicios de salud que están bastante generalizados. La inclusión explí-
cita del ingreso como variable a diferencia de lo que pasaba en el IPH-1 depende
del hecho de que, si en los países pobres la alimentación absorbe la parte más
importante del ingreso personal de los hogares más desposeídos, no es el caso
de los países industrializados en que el nivel de las necesidades materiales

76
consideradas como esenciales es más elevado. Dado que el nivel y los modos
de consumo difieren de un país a otro, se considera una línea de pobreza
monetaria relativa y no absoluta, así como lo hace también la agencia estadís-
tica de la Unión Europea (EUROSTAT; ver capítulo II).

2.2.4 Interés y riesgos de un enfoque en términos de pobreza humana


2.2.4.1 COTEJANDO LOS DIVERSOS INDICADORES: CÓMO SE COMPLETAN Y CONTRADICEN
El PNUD no descarta totalmente la pertinencia de una línea de pobreza
monetaria, que se presta al análisis econométrico y a los ejercicios estadísti-
cos. Se trata de un límite de pobreza absoluta, definido en términos monetarios
“siendo el nivel de ingresos o de gastos, bajo el cual, es imposible para un
individuo obtener una alimentación adaptada desde el punto de vista nutricio-
nal y satisfacer sus necesidades básicas no alimenticias” (PNUD, 1997 : 261)
y ajustado según el nivel de vida medio en cada conjunto de países o conti-
nentes.
La pobreza monetaria es utilizada por el PNUD esencialmente de dos
maneras: para analizar su evolución en el tiempo y para contraponerla con la
pobreza humana. En 1995, las tasas de IPC en los países desarrollados eran
de 37%, es decir 1.6 mil millones de individuos pobres en términos de poten-
cialidades, mientras que, en términos de incidencia de pobreza monetaria, no
eran más que el 21%, es decir 900 millones de individuos (PNUD, 1996).
La comparación, en cada país, del nivel de pobreza monetaria (indica-
do por la tasa de incidencia) con el nivel de pobreza (expresado por el IPH)
muestra que no existe correlación sistemática entre ellos: una fuerte tasa de
pobreza monetaria puede coincidir con una pobreza humana limitada, o a la
inversa, y los dos indicadores pueden evolucionar en el mismo sentido, o en
sentido contrario. Además, si se coteja el IPC/IPH con el IDH se pone de
relieve la diversidad de relaciones que pueden existir entre el aumento de las
potencialidades medias de un país y los efectos de este aumento sobre las
carencias de capacidades; dicho de otra manera, entre crecimiento y desarro-
llo macroeconómico por una parte, y por otra parte, evolución de la amplitud
de la pobreza humana o desigualdades en la repartición de los frutos de los
progresos realizados. El PNUD muestra así que no se establece un vínculo
automático entre el crecimiento económico y el desarrollo humano y que, si el

77
crecimiento económico amplía la base material de la que depende la satisfac-
ción de las necesidades humanas, el grado de satisfacción de estas necesidades,
o sea la manera de traducirse por una vida mejor la prosperidad económica
media, depende de la distribución de los recursos entre las personas, así como
de la utilización y distribución de las oportunidades, especialmente el empleo.
Este desfase entre tasas de pobreza y nivel medio de PIB per cápita y/o IDH
son particularmente flagrantes en ciertos países industrializados. Así, los tres
países que tienen las tasas más elevadas de pobreza humana (15% a 16.5%)
entre los trece clasificados según el nuevo IPH-2 son en orden, Reino Unido,
Irlanda y Estados Unidos, mientras que los Estados Unidos tienen el más ele-
vado PIB por habitante en el conjunto de los países industrializados y el Reino
Unido, se encuentra en el lugar duodécimo. Los Estados Unidos se llevan
también las palmas para la tasa de pobreza monetaria (19.1%) y estos tres
países tienen más de un 20% de iletrados.
El ejemplo de Marruecos permite también ilustrar hasta qué punto las
comparaciones pueden ser a veces desconcertantes.

Recuadro 4
El ejemplo de Marruecos

Marruecos es un caso interesante de divergencia de las evaluaciones de la pobre-


za y, especialmente, de distancia entre la pobreza monetaria y humana.

Tasa de pobreza monetaria


Evaluaciones según el límite del Banco Mundial (1 dólar EU PPA de 1985 por
persona y por día)
Marruecos Región ANMO7
1984-1985 6,06
1985 7,11 6,06
1990 2,49 5,59
1991 1,64
1994 1,58 5,01
Fuente: Van Eeghen 1995 y Banco Mundial 1995b, 2000.

7 Africa del Norte – Medio Oriente.

78
Marruecos
1987-97 7,5*
Fuente: PNUD, 2000
Nota: * dólar 1993 PPA

Evaluaciones según los límites máximos nacionales


Marruecos Región ANMO
1984-1985 21(total)
32 (rural; nivel máx. 525 US$ 1985 PPA/AN)
17,3 (urbana; nivel máx. 541US$ 1985 PPA/AN)
1990-1994 13 (total)
15,4** (nivel máx. 50 US$/mensual por término medio
18 (rural; límite máx. 535 US$ 1985 PPA/AN
7,6 (urbana; límite máx. 552 US$ 1985 PPA/AN
Fuente: Banco Mundial, 2000
Nota: ** 1990

Marruecos
1987-1997 26
Fuente: PNUD, 2000

Evaluaciones según el límite máximo elaborado por el PNUD


1980-1990 28 (urbana)
45 (rural)
37 (total)
1990 28 (urbana)
32 (rural)
Fuente: PNUD, 1994 para 1980-90 y PNUD, 1995 para 1990.

Según los datos del Banco Mundial, Marruecos está entre los países que tiene
una tasa de pobreza monetaria baja (1,6% en 1994 contra una media regional del 5,01%)
Por añadidura, es también el país en el cual bajó más esta tasa durante el decenio 1984-
94. La evaluación efectuada según los límites máximos nacionales va en el mismo
sentido, aunque está situada a un nivel más elevado (función del nivel del límite máxi-
mo). Según el Banco Mundial, estos resultados calificados de muy positivos, sobre todo
se deben a muchas reformas de ajustes estructurales y a la creación de empleos con bajo

79
sueldo, lo que favoreció el aumento de la tasa de participación de mano de obra poco
calificada y temporal y de las mujeres (Banco Mundial, 1995a), lo que puede explicar
que la tasa de desempleo no parezca reducirse (15-16% desde 1987).
No obstante, las evaluaciones del PNUD discrepan de esta visión optimista:
según el programa de las Naciones Unidas, en la región ANMO, Marruecos es el ante-
antepenúltimo país por lo que toca al PIB real per cápita (1995 PPA), la tasa monetaria
de pobreza está entre las más elevadas y sólo tiende a reducirse en las zonas rurales. La
pintura se vuelve más negra aún si se consideran los indicadores de desarrollo y pobre-
za humanos siguientes:
Marruecos Países árabes
PIB real por habitante ($EU PPA 1998) 1998 3305 4140
Indicador de Desarrollo Humano (IDH) 1998 0,589 0,635
Indicador de Pobreza Humana (IPH) 1998 38,4 ...
Esperanza de vida al nacer (años) 1960 46,7 45,5
1998 67 66
Población que corre el riesgo de morir
antes de los 40 años (%) 1998 11,3 12,2
Mortalidad infantil (por 1000 nacimientos
(vivos) 1960 163 166
1998 57 55
Insuficiencia ponderal de los niños < de 5
años (%) 1990-98 9 19
Población privada de acceso a agua potable (%) 1990-98 35 17
Población privada de acceso a servicios de salud 1990-98 38 13*
Población privada de acceso al saneamiento (%) 1990-98 42 23
Tasa de alfabetismo en adultos (%) 1970 22 31
1998 47,1 59,7
Hombres 1998 60,3 71,5
Mujeres 1998 34 47,3
Tasa bruta de escolaridad sin distinción de nivel 1980 38 47
1997 50 60
Masculino 1997 56 65
Femenino 1997 43 54
Niños que no terminan la enseñanza primaria (%) 1995-97 25 7*
Fuente: PNUD, 1997 y 2000
Nota: * 1995

80
El atraso de Marruecos en relación con el resto de la región se manifiesta en la
mayoría de los aspectos estudiados por el indicador de desarrollo humano. En realidad,
para los últimos años disponibles, se sitúa entre los tres o cuatro países árabes últimos
de la lista para la mortalidad infantil, el seguimiento médico de los nacimientos, la tasa
de alfabetización, el acceso al saneamiento, es el último para la alfabetización de las
mujeres, la tasa bruta de escolarización, el acceso al agua potable, el acceso a los servi-
cios de salud.
Si se considera su lugar en la escala de clasificación según el IDH, Marruecos
ocupa el sitio 124 de todo el mundo en 1998 (informe del PNUD, 2000) y entre los
países de la región ANMO, se sitúa en el ante-antepenúltimo lugar inmediatamente
ante Irak y Yemen. Presenta, en 1998, una diferencia de - 22 entre el IDH y el PIB per
cápita (PPA 1998). Esto indica que los resultados en términos de desarrollo humano
son mucho menos buenos que los resultados en términos de PIB per cápita y de pobreza
monetaria, señal de socialización relativamente escasa de los distintos tipos de recursos
y servicios.
En 1998 (informe PNUD, 2000), Marruecos se clasificaba en el sitio 65 del
mundo según el IPH, entre un grupo de sólo 85 países, sabiéndose que cuanto más alto
es el indicador de pobreza humana, mayor es el número del rango. Entre los 14 países
árabes clasificados que se incluyen en el cálculo del IPH, Marruecos es el antepenúlti-
mo en la clasificación según el IPH, inmediatamente delante de Irak y no muy lejos de
Yemen. Los resultados de Marruecos, en términos de IPH, son menos buenos que en
términos de IDH, lo que indica que el nivel medio de los indicadores sociales –el cual
es insatisfactorio de por sí – encubre grandes desigualdades, sexuales, regionales, so-
ciales..., la existencia de “áreas” en que las necesidades fundamentales no están satisfechas,
y una distribución relativamente mala de los beneficios del desarrollo humano, especial-
mente en detrimento de las regiones rurales.
El ejemplo de Marruecos permite mostrar lo que está en juego en los distintos
métodos de cálculos de las tasas de pobreza monetaria en cuanto llegan a evaluaciones
muy diferentes; el interés de un enfoque en términos de desarrollo humano; en cuanto
se intenta comprender el perfil del desarrollo y no sólo de un nivel de vida material; el
significado de las divergencias entre distintos indicadores o clasificaciones en cuanto a
los grados de socialización de las rentas y de los progresos sociales de un país.

Fuente: PNUD, 1996b, 1997, 1998 y 2000.

2.2.5 La pobreza humana, un enfoque político


Basado en el concepto de las capacidades, la pobreza se inscribe inme-
diatamente en lo político para el PNUD, que de esta manera se distancia del
enfoque en términos de necesidades fundamentales que supone que la pobreza

81
“es cosa natural”, y del enfoque en términos de capital humano, difundido por
el Banco Mundial, que considera el progreso social como un factor producti-
vo, uno de los componentes del crecimiento.
El PNUD no trata de aislar estadísticamente una categoría de pobres,
sino de evaluar las carencias de un conjunto de capacidades, localizando los
grupos, regiones… que acumulan más de una carencia. Entre estas capacida-
des, ocupan un lugar importante las que dependen de los servicios públicos:
los problemas de atribución de los presupuestos públicos, de accesibilidad, y
por fin, de distribución y de desigualdades, se toman en consideración como
siendo inherentes a la evaluación de la pobreza humana, y el PNUD milita de
modo evidente a favor de la intervención de los poderes públicos, en particu-
lar en la reducción de las desigualdades (PNUD 1996). La estructura de los
gastos públicos por además se estudia cuidadosamente , no para reducirlos,
sino para evaluar la relación entre los gastos públicos y el PNB, por una parte,
y el importe de los gastos sociales y de los gastos sociales humanos priorita-
rios, por otra parte8 .
Para el PNUD, las capacidades fundamentales –y sus carencias– se
inscriben pues en relaciones sociales y políticas específicas: aún cuando ab-
soluta, la pobreza no se presenta como universal, como natural. El desafío
que es su erradicación pasa por el poner en tela de juicio los intereses directos
que existen para perpetuar la pobreza, y por una redistribución de recursos –
económicos, sociales o políticos (PNUD, 1997). Esta manera de gestionar el
acceso al conjunto de recursos de los diversos componentes de la sociedad
hace necesaria la intervención del Estado, adaptándola según los contextos
específicos. Sin embargo, se incita a los pobres a que sean actores individua-
les del cambio, como lo implica la teoría de las capacidades: los individuos
deben acceder a la responsabilidad y al dominio de su propio destino y no
depender de los poderes públicos, de las ONG o de otras entidades y organis-
mos (PNUD, 1997). Deben comprometerse en diferentes tipos de luchas
sociales, poner en práctica sus capacidades para asentar sus derechos y orientar
el crecimiento hacia sus intereses. Los individuos no son ni simples factores de
producción, ni beneficiarios de medidas sociales, sino participantes que dispo-
nen de potencialidades que se trata de ampliar. El vínculo entre Desarrollo

8 Se introdujo, además, un indicador de gastos humanos en el informe del PNUD de 1991.

82
Humano y derechos humanos aparece explícitamente en el informe 2000,
consagrado a este tema. Según el informe, “los derechos humanos y el desa-
rrollo humano comparten una visión común –garantizar la libertad, el bienestar
y la dignidad de todos los pueblos, y por todas partes” (PNUD, 2000) Las
distintas libertades de los individuos –libertad frente a las discriminaciones, a
la necesidad, al desarrollo personal, al miedo, a las injusticias y a la violación
del derecho, al pensamiento y a la palabra, y libertad de trabajar decentemen-
te– son reivindicaciones comunes a las dos perspectivas.
La gran fecundidad del PNUD en materia de indicadores (prácticamen-
te un indicador nuevo o dos en cada informe anual) y su capacidad de afinar
sus herramientas de medida año tras año, tienen, es verdad, el inconveniente
de hacerlos poco útiles para diagnosticar, poner en práctica y seguir las medi-
das correctivas de los déficits de desarrollo humano. En esto, contrastan con
la sencillez aparente de la tasa de incidencia de la pobreza monetaria, cuya
determinación es sin embargo más opaca de lo que parece.
Los análisis anteriores muestran, no obstante, las dificultades para tra-
ducir en indicadores unos parámetros difícilmente cuantificables, y el
reduccionismo inherente a todo intento de objetivación, aún cuando la mone-
da no fuese el único medio de medida de la satisfacción de necesidades:
cualquiera que sea la gama de datos tomados en consideración, de criterios
sobre los cuales se basen la definición y la medida de la pobreza, los indicado-
res permanecen normativos y son impotentes para aprehender su subjetividad,
ni tampoco pueden representar la amplitud de su dimensión política. Más
ampliamente, como se mostrará en el capítulo siguiente, “Los informes sobre
la pobreza nos aprenden tantas cosas (¿o más?), sobre los valores y mentali-
dades de sus autores como sobre las realidades de la pobreza. El discurso
sobre la pobreza es, más a menudo (y esto es verdad para todas las épocas),
el fragmento explícito de un discurso latente sobre el Estado y sobre el porve-
nir de la sociedad” (Carré, 1995 : 213-215).

83
84
CAPÍTULO 4
De la pobreza a la exclusión:
límites de la medición,
multidimensionalidad de la pobreza

La utilidad de los indicadores no se puede negar, ni mucho menos: toda


política social tiene que determinarse en función de la población focalizada,
se tiene que prever el costo, los gastos que representa tienen que legitimarse,
ha de evaluarse su impacto y, por lo tanto, debe basarse en datos cuantitativos.
En todo caso, cualquiera que sean los fundamentos filosóficos de los enfo-
ques de la pobreza, es inherente a la construcción de indicadores su calidad
reduccionista y objetivante, y constituye una representación de la realidad a la
cual es posible oponer otras tantas. Los límites de los indicadores y de las
mediciones no sólo residen en el hecho de que dejen de lado una gran parte de
la experiencia humana y de la subjetividad asociada a un estado social, sino
también en la naturaleza de su referente normativo y de los postulados en que
se basan. En este capítulo se ahondarán ciertos elementos evocados en los
capítulos anteriores.

1 El interés de la medición y sus límites


1.1 ¿Quién mide la pobreza y para qué (por qué)?
No es posible discutir los límites de la medición sino refiriéndose al
para qué se intenta cuantificar su amplitud, es decir, poniendo en tela de juicio
la evidencia aparente de la necesidad de tal reflexión (“hay que medir la po-
breza”) para preguntarse quién la enuncia, y en qué perspectiva. Pero, ¿para
qué y para quién revestiría importancia saber exactamente cuántas personas
son pobres?; ¿qué se hace con esta “información”?; ¿por qué, además, la
pobreza debería presentarse como un conjunto de números recopilados en el
tiempo?
La formalización de indicadores y medidas de la pobreza tiene una his-
toria de aproximadamente dos siglos. Es, en efecto, a partir de fines del siglo

85
XVIII, pero sobre todo en el transcurso del siglo XIX, mientras se desarrollan
en Europa señales de interés por la estadística y la compilación de hechos
sociales, cuando se multiplican las encuestas sociales sobre la pobreza. Sus
formas y objetivos son diversos, y sus metodologías se van afinando poco a
poco. Sin embargo, más allá de las mejoras aportadas por el desarrollo de los
métodos estadísticos, es extraño constatar hasta qué punto las interrogaciones
y las preconcepciones subyacentes siguen siendo similares.
El “hecho” pobreza, cualquiera que sea su grado o su campo de defini-
ción, siempre se aprehende como “problema” de pobreza, sea al nivel ideológico
y moral, sea al nivel político y económico. Sin querer excluir el mero deseo de
conocimiento, podemos aventurar que los intentos de medir la pobreza se
caracterizan por el hecho de que están destinados a terminar en una interven-
ción: administrativa, represiva, caritativa o de otro tipo. Medir la pobreza,
pues, es ante todo señalar y contar a los pobres e intentar evaluar la naturaleza
y la gravedad del problema que plantean con respecto a criterios que se con-
sideran pertinentes. La medida de la pobreza oficia pues, de diagnóstico e
implica líneas divisorias y formas de clasificación, aislando diversos criterios
y, apreciando su nivel de gravedad. Por el sesgo de la clasificación que produ-
ce esta línea divisoria (o estas), los pobres se separan en una o en varias
categorías objetivas. Esta rigidez contrasta con los resultados de estudios que
muestran la volatilidad de estas diversas carencias, las fluctuaciones de los
modos de vida de los “pobres”, la imbricación de estados de mayor o menor
pobreza y riqueza en el tiempo, en el espacio y en el cuerpo social, la diversi-
dad de los estados calificados de pobreza según los periodos, los lugares y las
personas implicadas.
Además, desde el momento en que toda medida de la pobreza se supo-
ne arribar a un modo de intervención, es también en esta perspectiva como se
elabora la clasificación de los pobres. Como lo enuncia Rosanvallon (1995),
por medio de un método presentado como científico, la constitución estadísti-
ca, jurídica y administrativa de la población pobre por unos “prescriptores” le
permite llegar a ser un objeto de intervención pública. Especialmente la identi-
ficación y la construcción de líneas divisorias legitiman una distinción entre
pobres meritorios y no meritorios, entre los pobres que plantean un problema
moral y merecen medidas caritativas (los inválidos físicos o mentales, las
mujeres y los niños) y los que plantean un problema político y económico y a
quienes más bien corresponden medidas represivas o incitativas. Legitiman

86
también, eventualmente, la amplitud de las transferencias en dinero o en espe-
cies que se pondrán en marchan cuando pasen los pobres la línea divisoria.
Los indicadores de pobreza, lejos de ser neutros en la selección de los
criterios y límites, así reflejan la definición deparada a la pobreza, el juicio de
valor proyectado sobre ella y sobre los pobres, el cuadro filosófico, ético e
ideológico en el cual se inscribe el proceso y, por lo tanto, forzosamente, la
organización, la institución, interventor u otros agentes que lleven a cabo este
proyecto.

1.2 Múltiples interventores, múltiples puntos de vista


Hasta aquí, en este trabajo, hemos evocado dos categorías de agentes
que definen e intervienen en el debate sobre la pobreza: las instituciones inter-
nacionales (Banco Mundial, PNUD, CNUCED...) y los Estados con sus
administraciones. Existe una multiplicidad de otros agentes, a menudo insti-
tucionalizados: iglesias y establecimientos religiosos, asociaciones de todo tipo,
partidos, sindicatos y movimientos sociales, benefactores colectivos o indivi-
duales, investigadores, etc. Cada uno tiene sus motivaciones, sus
representaciones de lo que es la pobreza y por qué es deseable medirla o
conocerla y, finalmente, sus remedios.
Para el Banco Mundial, la pobreza plantea un problema como factor de
inestabilidad sociopolítica y como freno a la eficacia política. Presupone que el
mercado, cuando se reúnen las condiciones para su funcionamiento óptimo,
tiende a reducir la pobreza cuando se asegura una dinámica de crecimiento,
debiendo los Estados mejorar sobre todo el capital humano de los pobres em-
pleables, con el fin de permitirles que se integren en la economía como trabajadores
y, de esta manera, aprovecharse del crecimiento. Apoyándose en este punto de
vista liberal y mercantil, el principal indicador de pobreza es necesariamente el
ingreso, como capacidad de consumir bienes materiales o no materiales. Unos
criterios anexos permiten definir si la situación de tal o cual individuo u hogar lo
sitúa en la categoría de pobres empleables o en la de pobres que habrán de
depender necesariamente de diversas formas de asistencia.
Para las Iglesias y asociaciones caritativas, la pobreza plantea ante todo
un problema moral. No necesitan indicadores o evaluación precisa de la po-
breza, ni definir una categoría estadística. Caracterizados por cierto número

87
de atributos que denotan su indigencia, los individuos y familias pobres deben
tener el aspecto y la actitud de tales : deben ser humildes, hacer méritos y
manifestar su conformidad con los criterios morales al pedir ayuda; dicho de
otra manera, deben mostrar su vergüenza para permitir al benefactor absolver
su propia conciencia.
En los países democráticos e industrializados, la pobreza tiende a defi-
nirse según la dificultad de acceso a los bienes y recursos, evaluada de manera
relativa respecto al nivel medio de bienestar de la sociedad y no en relación
con un nivel de supervivencia mínimo o una determinada canasta de bienes.
El referente implícito en este caso es el de la cohesión social, que correría el
riesgo de encontrarse amenazada por la existencia de desigualdades demasia-
do grandes, o el de la integración/exclusión. Más ampliamente, y así como se
verá más abajo, el referente es también el referente político del concepto de
ciudadanía y sus derechos.
Las cifras que se producen no son solamente producciones intelectua-
les. Tienen una utilidad en la esfera de lo real:
“El índice (de desarrollo humano del PNUD) es ampliamente divulgado
y conscientemente utilizado para pesar a favor del mejoramiento de las condi-
ciones humanas, en el nivel nacional e internacional. Los movimientos sociales,
las sociedades caritativas, las organizaciones no gubernamentales (ONG), los
grupos de presión, los partidos políticos y los individuos comprometidos se
encuentran entre los que utilizan activamente los datos como un medio para
pesar sobre los que mandan y obtener mejores condiciones de vida para los
pobres; en cambio las organizaciones internacionales y los países donantes
fueron sometidos a la tiranía de las cifras por los gobiernos nacionales que
esperan acrecentar la ayuda extranjera evidenciando tasas de pobreza eleva-
das en sus países” (Oyen, 1996).
De allí, se deriva obligatoriamente cierto número de cuestiones éticas,
eventualmente conflictivas, relativas a la definición y a la cuantificación de la
pobreza, la primera de las cuales expresa probablemente la necesidad misma
de hacerla visible a los ojos del público (¿de qué público?) bajo cualquier
forma que sea.

88
1.3 Los límites de la medida: aspectos metodológicos
La pobreza aparece como una noción poco conceptualizada, que inclu-
ye a la vez realidades sociales vividas, sólo algunas de ellas mesurables, una
manera de examinar estas realidades y, sobre todo, una relación social y un
posicionamiento relativo en esta relación. La noción de pobreza expresa siempre
una carencia (de dinero, educación, alimentación, integración, relaciones, li-
bertad, seguridad, dignidad....) en relación con una norma de referencia, que
distinguirá la “normalidad” de la pobreza. Se basa de cierto modo en la per-
cepción de “signos exteriores de pobreza” que responden a las representaciones
vigentes: los pobres ante todo se definen, designan, señalan, por lo que no
tienen o por lo que no son.
Si la carencia o la privación (estado del que “carece de algo”) puede
verse como un estado en sí, hecho de realidades concretas y mesurables, la
pobreza, (estado social) no existe más que en relación con el otro y por medio
de representaciones basadas en una visión jerarquizada, clasificada de los gru-
pos sociales y sobre apreciaciones relativas de sí mismo y del otro, de lo que
hay que tener y de lo que falta. Detrás de la objetivación, inherente al proceso
de clasificación, de cuantificación y de construcción de indicadores, la desig-
nación de un conjunto de individuos así definidos como “pobres”, con todas
sus diferentes subcategorías, del “Pobre” como arquetipo, y de la pobreza
como estado, representa, por lo tanto, una construcción mental política, so-
cial y clasificatoria, impregnada de subjetividad y de relatividad, que depende
de quien la emplea y del contexto en el cual se dan estos hechos, estas repre-
sentaciones y estas apreciaciones. La maleabilidad de la noción de pobreza, su
complejidad, es propicia para que los problemas metodológicos sean instru-
mentalizados según la intención y los prejuicios de quienes se dedican a su
estudio. El objeto “pobreza“ así se define, ante todo, en función de un méto-
do, es muy contingente y tiene poco valor científico de por sí.

1.3.1 Objetivación y reduccionismo


Es inherente al proceso estadístico y a la construcción de indicadores
que las cuestiones metodológicas se presenten como mediaciones entre los
diversos niveles de subjetividad, por una parte, y su objetivación en una medi-
da, por otra. Modos de cálculo, elección de variables y de criterios, coeficientes

89
de ponderación, de conversión,... están en constante interacción con el pro-
ceso, el sentido de los indicadores, la forma en que estos se utilicen; sus
procedimientos de construcción, su grado de fiabilidad están intrínsecamente
vinculados con su pertinencia y con su representatividad.
En efecto, como ya se dijo en el capítulo II, bajo el aspecto de rigor, de
objetividad y de cientificidad, el cálculo de indicadores de pobreza está cons-
truido sobre un gran número de apreciaciones subjetivas y relativas, todas las
cuales van a pesar sobre el resultado final y hacer que aumente o disminuya
en muchos millares el número de pobres reconocidos y contabilizados: elec-
ción (implícita o explícita) de una norma y de la composición de la canasta de
bienes de referencia, establecimiento de un precio y luego de un factor de
conversión en paridad de poder adquisitivo, evaluación del consumo no mo-
netarizado, elección de basarse en los individuos o en la familia, de aplicar tal
o cual coeficiente de equivalencia a sus diferentes miembros; evaluación de
los ingresos no monetarios de las diferencias entre medios urbanos y rurales,
apreciación del nivel de conocimiento (alfabetización), de conformidad a una
norma sanitaria, etc. La mera pregunta de saber si se establece una línea divi-
soria (entre la “normalidad” y la pobreza) en el nivel mínimo de supervivencia
o en el nivel de vida medio de la población de un país y en su evolución, es
fundamental respecto a la filosofía subyacente y a las medidas e indicadores
que se deriven de ésta.
Uno de los problemas fundamentales con los que se enfrenta todo in-
tento de “medir la pobreza” suele ser la escasez de datos básicos, o su falta de
coherencia. En numerosos países, el estado de las estadísticas, la fiabilidad de
los censos así como su frecuencia y su nivel de detalle, no entregan informa-
ciones sobre los ingresos, los niveles de vida, la nutrición, la salud,... en calidad
y cantidad suficientes. O entonces, la base estadística es tan poco sólida y/o la
pobreza es de tal conflictividad que una gran diversidad de medidas se con-
frontan, oscureciendo la imagen de la pobreza. Hace falta agregar también,
que, incluso en los países capitalistas desarrollados, las poblaciones pobres
viven a menudo en un nivel bastante elevado de informalidad y/o inestabili-
dad (no sólo con relación al empleo, sino también a la vivienda, a la salud, al
estatuto civil, etc.), lo que puede dificultar la obtención de informaciones pre-
cisas en cifras. Este tipo de restricciones favorece la ampliación del espacio
que ocupan las extrapolaciones –raramente explicitadas– en la construcción

90
de indicadores de pobreza. También es a menudo determinante el número de
variables tomadas en consideración para el cálculo de un indicador.
En realidad, el buscar una confiabilidad y una cobertura suficientemen-
te representativa, a menudo determina de manera bastante pragmática la
elección de las variables. Así, el no tomar en consideración unos elementos
difíciles de cuantificar (por ejemplo, la imagen de sí mismo, el sentimiento de
satisfacción, la calidad de la alimentación...) resulta más bien de razones prác-
ticas y metodológicas que de argumentos filosóficos o teóricos. Es también el
principal argumento utilizado para justificar el predominio de un indicador
con un solo criterio, típica pero no exclusivamente la tasa de incidencia de la
pobreza monetaria. Finalmente, son factores de disponibilidad y de confiabi-
lidad de los datos los que se utilizan para explicar, por ejemplo, por qué el
cálculo del nivel de vida de los hogares se basa más bien en el consumo que
sobre los ingresos, en un gran número de países del Tercer Mundo.

1.3.2 ¿Uni o multidimensionalidad?


La elección del número de variables consideradas para calcular un indi-
cador de pobreza no depende sólo de cuestiones metodológicas: resulta de
posicionamientos a propósito de la definición de la pobreza, sus causas y sus
manifestaciones. Como se ha visto en los capítulos II y III, dos enfoques
dominan: uno, focalizado en una sola dimensión, la del ingreso (o de los gas-
tos), y otro, basado en varios criterios.
La “concepción unidimensional de la pobreza, centrada sobre los fallos
de la distribución de los ingresos, se une con un sistema de integración social
estribado en el trabajo (asalariado), en el cual se considera realizada la partici-
pación en la esfera productiva de todos los individuos aptos para él. La pobreza
está asociada a la vez con una retribución insuficiente de quienes cuya pro-
ductividad marginal es débil (lo que implica actuar sobre la distribución de los
ingresos primarios) y secundariamente con un conjunto de “desventajas so-
ciales”, residuales, que se trata de reducir primero con una lógica de seguros,
y subsidiariamente con la puesta en práctica de redes de seguridad asistencia-
les” (Strobel 1996:206) El enfoque monetario de la pobreza difundido por el
Banco Mundial forma parte característica de esta categoría: estriba en una apre-
ciación de las necesidades fisiológicas fundamentales, traducidas en términos

91
monetarios sobre la base del prejuicio según el cual el ingreso permite -o no–
satisfacer estas necesidades. Remite a la idea de un mínimo de subsistencia,
pero excluye la consideración del acceso a bienes y servicios colectivos.
Los enfoques multidimensionales (como el del PNUD), situándose en
el nivel de la satisfacción de las necesidades esenciales, fundamentales o bá-
sicas, pero ampliadas a la salud, el agua y el saneamiento..., miden el nivel de
satisfacción de estas necesidades tanto a través de los ingresos individuales
como de los recursos colectivos, intentando tener en cuenta el conjunto de las
condiciones de existencia, y caracterizar la pobreza como un cúmulo de des-
ventajas o “deprivaciones” sufridas y vividas en diferentes planos de la vida
cotidiana y social por los individuos o los hogares. Este enfoque insiste en la
dimensión fundamentalmente social, si no política, de la pobreza, porque las
condiciones de vida no se limitan a los únicos aspectos materiales e indivi-
duales (vivienda, alimentación, ingreso...) e incluyen la comunicación social,
el acceso al trabajo, a los cuidados, etc.(ídem).
Crear indicadores complejos que intenten dar cuenta de la multidimen-
sionalidad de la pobreza y permitan apreciar la diversidad de sus perfiles expone
necesariamente a multiplicar los riesgos de errores y las extrapolaciones (aun-
que también puede incitar al mejoramiento de los sistemas de información
sobre el bienestar de las poblaciones, así como lo recomienda el PNUD) La
integración de un número importante de variables en el cálculo de un indica-
dor plantea el problema de las dificultades de cálculo, de la complejidad y
sensibilidad de los indicadores, así como de la redundancia de las variables:
por ejemplo, un hogar subalimentado tendrá una mayor propensión a que naz-
ca en él unos niños con peso insuficiente, a que tenga una esperanza de vida
inferior a la media, una mortalidad infantil superior y una vulnerabilidad ma-
yor a las diferentes enfermedades. Considerar el conjunto de estos factores en
el cálculo de un indicador único puede llevar, si no se está atento, a otorgar
demasiado peso a una combinación de factores que indican fenómenos que
están lógicamente unidos entre sí.
Strobel, subraya la dificultad que surge:
“Cuando se trata de agregar las escalas de medida utilizadas, con el fin
de definir un “puntaje” único que permita clasificar los hogares en una escala
de pobreza y medir su grado de pobreza. Es posible seguir interrogándose
sobre los efectos de contracción que suscitan estos métodos, en la medida en

92
que construyen implícitamente equivalencias entre cifras cuya conmensura-
bilidad no está verdaderamente demostrada y en las cuales, por este hecho,
proceden por aditividad, concibiendo la pobreza como un cúmulo de desven-
tajas. De esta manera, partiendo de una hipótesis inicial de multidimensionalidad
de la pobreza, se llega, finalmente a una clasificación unidimensional (Stroble
1996:207).
Una de las dimensiones de la pobreza es la de la subjetividad. Las encues-
tas que intentan determinar la percepción que tienen de su situación aquellos
hogares permiten, en efecto, tomar en cuenta factores tales como la motivación,
la ambición, la inhibición, la vergüenza, el sufrimiento moral y físico etc., que
son importantísimos, por ejemplo, en lo que toca a su sentimiento de pertenen-
cia social y de identidad nacional, o a la receptividad de los grupos interesados
frente a las diversas medidas que se les depara. Los enfoques multidimensiona-
les son tanto más valiosos cuanto que permiten establecer tipologías y no
solamente graduaciones de la pobreza en términos de condiciones de existen-
cia, combinada con indicadores de ingresos y con análisis en términos de pobreza
subjetiva. De esta manera, es posible llegar a identificar “diferentes formas de
pobreza”, a veces acumulativas (hogares que acumulan pobreza monetaria, ma-
las condiciones de vida y sentimiento agudo de no poder hacer frente a las
dificultades de la existencia), otras veces selectivas en el sentido en que las
poblaciones en cuestión no son identificadas como “pobres” según la totalidad
de los planos de análisis “puestos en obra” (Strobel 1996: 207).

2. Lo vivido y las trayectorias de vida de los pobres y de sus hijos


Los enfoques cuyos límites se acaban de analizar rápidamente son los
de las medidas cuantitativas y de los indicadores cuantitativos, que descansan
en el postulado de una carencia en relación con una norma básica, refiéranse
a una sola dimensión o a varias; que estas dimensiones sean solamente mate-
riales o que incluyan bienes no materiales; que se basen en una visión
individualista o integren la visión colectiva o, finalmente, que definan la po-
breza como absoluta o relativa con una sociedad dada. A estos enfoques se
oponen, a menudo para completarlos, visiones más bien cualitativas, que insis-
ten sobre lo vivido y lo percibido por los grupos, familias e individuos “pobres”,
y que se basan en encuestas biográficas o en observaciones etnográficas. Es-
tos enfoques sociológicos y antropológicos, así como los que desarrollan las

93
corrientes de sociología clínica o psicosociales, intentan interpretar lo que ha
llevado a tal o cual individuo u hogar a ser pobre y constituyen el fundamento
del análisis sobre las trayectorias, las causas y sus dinámicas acumulativas,
los efectos de ruptura...
En efecto, examinada en el nivel microeconómico y microsocial, la
multidimensionalidad de la pobreza no es muy diferente de la diversidad vivi-
da y percibida: estos estudios ponen el acento en las trayectorias individuales,
que dejan un gran espacio a los factores cualitativos y subjetivos, a la flexibi-
lidad de los perfiles y de las historias de vida y sobre todo a las consideraciones
dinámicas. Dejándose difícilmente aprehender por unos indicadores, estos
enfoques no se prestan al proceso mismo de “medir”, y manifiestan más bien
el afán de “comprender”. Así como los procesos cuantitativos, estos análisis
de trayectorias, que ampliamente tienen en cuenta lo vivido y lo percibido por
los “pobres”, se inscriben en el campo de los discursos sobre la pobreza: las
imágenes así compuestas, cuya representatividad es a veces discutible, pue-
den también utilizarse para suscitar reacciones morales o sentimentales, para
recalcar la frialdad y anonimato de las cifras; estas imágenes se prestan tam-
bién a la manipulación, al sensacionalismo, y a usos políticos e ideológicos...
Se hablará esencialmente aquí de los niños, de su pobreza escandalosa, vio-
lenta, y reproductora de pobreza.
En realidad, la pobreza afecta más concretamente a los niños. Suele
haber más niños pobres que hogares pobres en términos relativos. La razón es
simple y ya la mencionamos. Hay más niños en los hogares pobres que no se
definen como tales, sobre todo en los países en vía de desarrollo. Las causas
son más difíciles de delimitar y más variables según los países y los momen-
tos. La insuficiente educación, en particular, en materia contraceptiva, el peso
más elevado de la tradición y la religión sobre todo en el campo, el sentimien-
to de potencia a veces cuando uno se encuentra a la cabeza de una familia
numerosa, el trabajo infantil para completar la insuficiencia de renta. A estas
causas, se añaden obviamente los efectos benéficos de la fuerte reducción de
la mortalidad infantil, y en sentido contrario los efectos indirectos de la urba-
nización acelerada que, al reducir el núcleo familiar a los padres directos, al
reducir la solidaridad entre los parientes o al volverla más difícil, tienden a
reducir la tasa de natalidad, más rápidamente sin embargo en los hogares no
pobres que en los hogares pobres.

94
2.1 Una muy baja movilidad social de los niños nacidos pobres
La trayectoria de vida de los niños pobres se caracteriza por una muy
baja movilidad social, especialmente en los países cuyo PIB per cápita no es
muy elevado y la distribución de los ingresos muy desigual. Los niños de las
familias indigentes (pobreza extrema) tienen poca oportunidad de salir de este
estado de miseria. Los que nacen en familias pobres, pero no indigentes, tie-
nen algunas oportunidades de conocer una mejora de su situación,
permitiéndoles a algunos de ellos, franquear la frontera de la línea de pobreza
sin por eso alejarse mucho de ella. En los países del Tercer mundo en particu-
lar, la movilidad social, en realidad, a no ser excepciones individuales, se
limita, ora a la política que, gracias a la corrupción que la acompaña a veces,
permite enriquecimientos personales, ora, más frecuentemente relacionados
al deporte, a la música y a la criminalidad (robos, tráfico de droga, etc.). La
variedad de situaciones que permiten conocer una mejora significativa de los
ingresos gracias a la movilidad social es bastante reducida y muy a menudo
arriesgada porque ésta es casi inexistente, excepto los ejemplos dados. Por lo
cierto esta visión pesimista se basa en el postulado, por desgracia muy a
menudo y demasiado frecuentemente comprobado, que nada significativo se
hace ni se hará a favor de los pobres y sus familias si no es acrecentar la
represión y focalizar algunos programas específicos con objetivos de cliente-
lismo. Obviamente, si unas medidas radicales debieran tomarse tanto en la
redistribución de los ingresos como en los programas educativos, de salud,
etc., la movilidad social podría aumentar y las trayectorias de vida podrían
depender más de las decisiones individuales que de las dificultades impuestas
por el estado de pobreza en esos países.
Nacer pobre es muy a menudo seguir siéndolo toda su vida y dar a luz
a niños pobres. Se conocen los mecanismos de este casi determinismo social.
El niño pobre sufre una serie de dificultades y éstas son tanto más fuertes
cuanto más dual es la sociedad, es decir, especialmente desigual. Cuando la
amplitud de la pobreza, su profundidad y su desigualdad son especialmente
elevadas, el determinismo social es casi absoluto. El niño debe trabajar para
ayudar a que sobreviva la familia y este trabajo se hace en detrimento de su
asistencia a la escuela. El niño tiene cada vez más dificultad para combinar
trabajo y escuela y abandona completamente ésta al acabar la enseñanza pri-
maria. La escuela pública es a menudo de calidad mediocre, cuando no es una

95
simple guardería, donde apenas se aprende, porque se paga muy mal a los
profesores y los alumnos son demasiado numerosos. Se convierte en un lugar
de discriminación en numerosos países subdesarrollados, en la medida en que
los niños de las capas medias y ricas la abandonan para ir a escuelas privadas,
y volver luego, al ser estudiantes, a las universidades públicas, a las que los
niños pobres no tienen acceso debido a su nivel insuficiente.

2.1.1 El niño explotado


La ley protege menos al niño en los países subdesarrollados que en los
países desarrollados, pero sería un error pensar que el trabajo infantil, porque
está prohibido, no existe en estos países. Aunque aún marginal, se desarrolló
con el aumento del trabajo efectuado a domicilio en los países desarrollados.
Es sin embargo casi inexistente en las empresas que no son las que se dedican
a actividades directamente criminales como la prostitución, y no se traduce
sino muy raramente por un abandono total de la escuela antes de la edad legal.
De modo general, el trabajo infantil existe sobre todo en los países
subdesarrollados, y más concretamente en los estratos sociales más pobres
de la población. Son numerosos los ejemplos de chiquillas que tejen alfombras
en condiciones de trabajo execrables, sin ventilación, de niños pequeños em-
pleados, debido a su poca corpulencia, para extraer el carbón en estrechos
socavones, de niños de muy poca edad empleados en tareas repetitivas y tra-
bajando a veces para tratantes de segunda mano relacionados con unas empresas
multinacionales, al parecer, respetables.
El ejemplo de Brasil es interesante por muchos motivos: se trata de una
sociedad con ingreso intermedio, que conoce desigualdades particularmente
fuertes, donde la agricultura, antaño gran consumidora de trabajo, ocupa hoy
relativamente a pocas personas. Si hace poco tiempo el trabajo infantil se
concentró en actividades agrícolas, como en toda sociedad donde prevalece la
agricultura, hoy en día ya no es así, excepto en las regiones más pobres muy
poco industrializadas.
En Brasil, el porcentaje de actividad de los niños de muy poca edad –de 5
a 9 años– es de 3,2% aproximadamente. Es más importante (4,8%) en las
regiones pobres, poco industrializadas y urbanizadas, como el Nordeste, que en
las regiones ricas como el Sureste, donde es de 1,3%, en 1995. El porcentaje de

96
los niños de 10 a 14 años que estudian y trabajan en un mismo día es de
aproximadamente 13%, los datos soliendo ser más altos en las regiones po-
bres donde la amplitud y la profundidad de la pobreza son más elevadas. Cifra
especialmente significativa, el porcentaje de los niños de 10 a 14 años que
trabajan más de 40 horas por semana llega a unos 24% . A diferencia de los
niños menores de 10 años, los porcentajes son especialmente elevados en al-
gunas regiones ricas e industriales como el Estado de São Paulo donde llega a
más de 41% (Unicef-Brasil, 1997). El trabajo infantil pobre es así además
asociado al desarrollo de la industria, por razones, eso sí, de competitividad
(se paga muy poco su trabajo) pero también de adaptabilidad mayor que el
trabajo de los adultos.
Los niños de los países del Tercer mundo trabajan o en la casa, con la
familia o en una familia como criado, o en empresas, en general, pequeñas, o
por fin en la calle. Se puede pensar que las consecuencias más negativas sobre
la salud y el porvenir de los niños pobres son más importantes cuando los
niños trabajan en la calle, lo son algo menos cuando trabajan en las empresas,
y finalmente en la casa. Los niños de las calles estuvieron más a menudo
abandonados por su familia que los otros y sus condiciones de supervivencia
son muy precarias. Se observa, por ejemplo, en Brasil que cuantos más po-
bres presentan las regiones y las ciudades, tanto más importante es el porcentaje
de niños que trabajan en la calle. En Belém, en 1995/96, el porcentaje de niños
que trabajaban en la calle era de 44% mientras que era de 18% en São Paulo,
ciudad más rica e incluyendo a menos pobres en porcentaje de la población.
Por el contrario, 13% de los niños trabajaban en empresas en Belém contra un
41% en São Paulo y un 60% en Porto Alegre (Dieese, 1997).
El niño de los países pobres que trabaja fuera de la familia, en pequeños
talleres o en la mina, lleva y llevará mucho tiempo los estigmas de la especifici-
dad de su situación. Lejos del cariño de los padres, sufrirá muy a menudo los
efectos devastadores para su personalidad del autoritarismo del adulto, o inclu-
so de su crueldad y de la injusticia de sus decisiones sin apelación. Su situación
se parece en realidad mucho más a la servidumbre que al trabajo asalariado por
tres razones: el ingreso que percibe es insuficiente para la supervivencia, toma a
menudo la forma de un casi salario en especie (alojamiento a veces, comida a
menudo, regalos), es arbitrario (Morice en Schlemmer, 1996: 280). Servidum-
bre que aumenta su madurez y, porque demasiado precoz, limita su expresión

97
imaginativa. Como lo observa Bonnet (en Schlemmer, 1996: 259):. “el niño
está desamparado ante esta clase de enemigo, no siente este trabajo de zapa
que viene a minar sus costumbres, cambiar sus gestos y su manera de pensar”.
Más envejece en el trabajo, más disminuyen sus capacidades físicas y psíqui-
cas... su fuerza de resistencia se reduce a lo largo de los meses; lo que se
afecta, es su vitalidad, esta energía profunda que empuja a todo niño hacia
adelante, a despecho de todo. “Pero, liberado de este trabajo impuesto y colo-
cado en un recorrido escolar más normal, aprende más rápidamente, la madurez
impuesta y sufrida traduciéndose ahora de manera positiva, y sueña con casti-
gar a los amos deseando ser juez o policía, o con ayudar a construir el futuro
de los niños explotados”.
La situación del niño abandonado es la peor de todas. El niño abando-
nado trabaja, ya no va a la escuela. Muy joven, debe diariamente apañárselas
para sobrevivir. Se comprende fácilmente que busque entonces nuevas solida-
ridades, a falta de las que ya no tiene, conviviendo con los que conocen una
situación similar a la suya. El niño abandonado por lo tanto no está solo,
intenta vivir y sobrevivir en grupo. Las condiciones de su supervivencia son
difíciles: por definición, no pasan por un empleo formal. Como tiene poca
instrucción, poca formación para tal o cual oficio, y no tiene casi ningún acti-
vo material, el niño abandonado busca en la calle un empleo informal de estricta
supervivencia (vigilar coches, pequeños servicios como limpiar botas, etc.) y
sufre para estos empleos la fuerte competencia de adultos, también acorrala-
dos ellos en busca de empleos de supervivencia, y las “reglas del juego”
impuestas de fuerza por otros adultos (pago de tributos para obtener el usu-
fructo de algunos metros de acera). Muy rápidamente, se enfrenta pues con
los aspectos criminales de la ilegalidad y, para sobrevivir, puede ser llevado a
buscar un alivio a sus penas en la utilización de drogas que resultan devasta-
doras, o caer en la violencia y la criminalidad.

2.2 Pobreza y violencia


El pobre vuelve a ser en las mientes la “clase peligrosa” que fue antaño
en Europa. En América Latina o África, bandas paramilitares se dan a veces
por objetivo el de “ limpiar” la ciudad, de noche, por el asesinato, de niños
que duermen en la calle. Se limita el acceso a barrios enteros por la organiza-
ción de fuerzas de seguridad privada que prohiben la entrada. Progresivamente

98
se da el caso que la sociedad tiende a practicar, efectivamente, el apartheid
social, y a rechazar al pobre.
El desarrollo considerable de la violencia en algunas ciudades del Tercer
mundo, tanto en África como en América Latina, está a menudo relacionado
con el aumento de la pobreza. Sin contar con que el aumento de la pobreza
puede favorecer unas explosiones de violencia colectiva (saqueo de supermer-
cados o incluso de cantinas escolares), una inseguridad creciente en las calles,
un desarrollo de la criminalidad en relación con el consumo de distintas drogas.
La violencia de los pobres contra los ricos se desarrolla entonces; la violencia
de los pobres contra los pobres, menos mediática y más desconocida, se acentúa
también. Esta última dificulta a la vez su integración en la sociedad civil y las
posibilidades de aumentar la poca movilidad social de la que sufren.
Unas relaciones pueden existir entre el aumento de la violencia y el de
la pobreza, pero son especialmente complejas. En efecto, no se estableció que
la pobreza fuera causa de la violencia (Londono, 1996). Aunque puedan exis-
tir relaciones entre el aumento de la pobreza y el de la violencia, la gran mayoría
de las pruebas econométricas muestran la ausencia de correlación entre la
pobreza (o el subempleo) y la violencia. Al contrario, se establecen algunas
fuertes correlaciones entre el consumo de alcohol, las enfermedades neurosi-
quiátricas y la insuficiencia de educación, por una parte, y el porcentaje de
homicidios, por otra. El factor religioso contribuye indirectamente, en algu-
nos casos, al bajo porcentaje de homicidios, sobre todo cuando prohíbe el uso
de alcohol de diversas clases y cuando, de manera más general, sus prohibi-
ciones y recomendaciones son compartidas por una comunidad. Numerosos
países, en los cuales la pobreza es extensa y más concretamente los países
musulmanes, no conocen ni un fuerte consumo de alcohol, ni una violencia
comparable con la que domina en la mayoría de las ciudades latinoamerica-
nas. La educación, cuando es insuficiente, no puede contener los impulsos de
violencia. Bastaría con aumentar los gastos para la educación para que se
aminorase la pobreza y disminuyese la violencia.
Añadamos finalmente que la tentación podría ser grande, al asemejar la
pobreza con una clase peligrosa, que se multiplicaran los encarcelamientos,
se sobrecargaran las penas de prisión concentrándolas sobre los pobres. Dis-
tintos estudios sobre el sistema penal en los Estados Unidos (Western y otros
1998) ponen de manifiesto que para una violencia per cápita comparable con

99
la que se observa en Europa (excepto, no obstante, el porcentaje de homici-
dios, que representan, sin embargo, una escasa parte de los encarcelamientos),
la tasa de encarcelamiento es seis veces más alta en EE.UU que en los países
europeos. La población negra, en la que se concentra mayormente la pobreza,
tiene una tasa de 1947 encarcelamientos por 100.000 personas contra 306 en
la población blanca (recordemos: 84 para Francia), y siete por ciento de los
negros americanos están en la cárcel. Se puede añadir finalmente que, si las
desigualdades han aumentado mucho en estos veinte últimos años en los Esta-
dos Unidos, más que en los otros países desarrollados (Freemanr, 1998), la
tasa de criminilidad bajó en aquéllos, en estos quince últimos años, a veces
mucho. Esta doble evolución fue acompañada por un fuerte aumento del en-
carcelamiento, para alcanzar tasas considerables hoy. “...Mientras el consenso
en torno a la protección social se deterioraba, las estrategias adoptadas para
con las poblaciones llamadas descarriadas, se hicieron cada vez más punitivas
y se parecen a políticas de exclusión”.

3. La exclusión y el problema de los vínculos sociales


Los análisis en términos de trayectorias, de lo vivido y sentido, que
integran la multidimensionalidad de la pobreza y sobre todo la dimensión sub-
jetiva, han permitido constatar que las formas de la pobreza eran muy diferentes
según el grado de desintegración o conservación de los vínculos sociales. Se-
gún Paugam (1991), se podría oponer la pobreza integrada de las sociedades
“tradicionales” a la pobreza marginalizante de las sociedades industriales. El
considerar esta dimensión particular conduce a una transformación funda-
mental de la noción de pobreza, en el contexto específico de Estados
providenciales. La importancia constatada de esta dimensión social, y más
precisamente el efecto poderoso que tiene una ruptura de los vínculos sociales
para la profundidad, la dinámica y la irreversibilidad de la pobreza en los
países industriales, constituye el principal fundamento del concepto de exclu-
sión. Además, el enfoque en términos de exclusión se aparta de los postulados
del pensamiento económico liberal, según los cuales la pobreza sería un fenó-
meno individual: al contrario, ella constituiría un fenómeno social, cuyo origen
debe buscarse en los principios mismos del funcionamiento de las sociedades.

100
3.1 Una referencia a las dimensiones de la ciudadanía
La exclusión, o desafiliación, como prefieren llamarla unos estudios
franceses recientes (Castel, 1991), la descalificación social (Paugam, 1991),
la desinserción (de Gaulejac y Taboada Leonetti, 1994), acontece al término
de trayectorias individuales a lo largo de las cuales se acumulan y se refuerzan
cierto número de privaciones y de rupturas específicas, que se acompañan de
mecanismos de estigmatización, relegación y de rechazo. Se trata pues de pro-
cesos multidimensionales, que actúan no sólo en el nivel de las personas
concernidas, sino también en el de las representaciones de las que son objeto.
El concepto de exclusión remite a dimensiones sociales, económicas,
políticas y simbólicas articuladas unas con otras. Sobre todo, se refiere esen-
cialmente a cuatro grandes sistemas de integración o de pertenencia: el sistema
democrático y jurídico, el mercado del trabajo, el sistema de seguros y de
protección social, la familia y la comunidad9 . Ahora bien, estos cuatro siste-
mas de integración remiten a los sistemas de derechos, inscritos en la visión
de la ciudadanía definida por Marshall10 , que distingue “tres dimensiones esen-
ciales de la ciudadanía –civil, política y social”– (Hirschman, 1991 : 14). En
realidad, es en el marco de la instauración de una ética y de instituciones
republicanas basadas en el concepto de ciudadanía, de igualdad de derechos y
de cohesión del cuerpo social, en el que surge el tema de la pobreza, en la
Europa del siglo XIX como tema social11 .
La exclusión se opone pues a la satisfacción de los derechos ligados a
la ciudadanía y se define entonces por una denegación de derechos. Las defi-
niciones oficialmente adoptadas por las instituciones europeas son
particularmente significativas de esta transformación del concepto. En 1975,
cuando la Comunidad Europea lanzaba su primer programa europeo de lucha
contra la pobreza, el Consejo de Ministros Europeos escogía la siguiente defi-
nición: “se considerarán pobres las personas, familias y grupos de personas
cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan limitados que los
excluyen de los modos de vida mínimamente aceptables en el estado miembro

9 Euvrard F. y Prelis (1994) “La lucha contra la pobreza y la construcción europea”, in


Recherches et prévision, citado por Strobel 1996.
10 Conferencia sobre el “desarrollo de la ciudadanía” dada por el sociólogo inglés Marshall en
1949, analizada por Hirschman 1991 : 13 y siguientes.
11 Los derechos económicos y sociales figuran en particular en el Preámbulo de 1946 de la
Constitución francesa.

101
en el que viven” (EUROSTAT, 1988a). Así como lo señala Strobel (1996 :
203), veinte años más tarde, en 1994, cuando la definición de la pobreza
arriba citada sigue siendo válida, el Consejo de Europa define a los excluidos
como “grupos enteros de personas [que] se encuentran parcial o totalmente
fuera del campo de aplicación efectiva de los derechos humanos”. El mismo
año, el Observatorio de políticas nacionales de lucha contra la exclusión, ad-
junto a la Comisión de las Comunidades europeas, afirma en su segundo informe
anual que “la exclusión social puede ser analizada en términos de denegación
–o de no respeto– de los derechos sociales [es decir, el derecho que tiene]
cada ciudadano[...] a una cierta calidad de vida mínima, así como [...] a
participar en las principales instituciones sociales y profesionales”.

3.2 Los efectos acumulativos de la exclusión


El cuadro específico en el cual aparece la noción de exclusión –las
sociedades industriales de Europa Occidental– se caracterizan por la impor-
tancia del trabajo como vínculo social fundamental, ya sea en términos de
status, de acceso a la protección social o de sociabilidad.
Es por el trabajo, o más precisamente, por la generalización del trabajo
asalariado, paralelamente con el crecimiento económico, como se ha podido
producir la integración social y el reforzamiento de la cohesión social. La
pobreza ha llegado a ser paulatinamente marginal, en favor no solamente del
aumento de los ingresos primarios, sino también del aumento de las transfe-
rencias sociales aseguradas por el Estado-providencia, paralelamente al
desarrollo de un tratamiento social de los pobres. Se consideraba la movilidad
social, apoyada por una poderosa política de educación, casi obtenida en el
plazo de una vida y entre las generaciones, e impedida la transformación en
rupturas de las “averías” (enfermedad, desempleo, accidentes monoparentali-
dad, dificultades diversas), gracias a la entrega de recursos compensatorios.
Desde el momento en que el empleo sigue siendo preponderante para defi-
nir la naturaleza de la posición social y del vínculo social de un individuo, no es
extraño que las dificultades encontradas en el mercado de trabajo se pongan en el
centro del análisis de la exclusión, que se trate del desempleo o de la precariedad.
Estas dificultades serían así el factor determinante de una acumulación de fenó-
menos de marginalidad y de rupturas: reducción del consumo de bienes, que
conduce a una dificultad de asumir sus deberes sociales y de preservar su imagen

102
frente a los otros; dificultades de vivienda, que pueden conducir a la relegación en
barrios alejados o a la pérdida de la vivienda, al alejamiento del círculo de amigos
y de conocidos; a dificultades familiares, conduciendo al aislamiento afectivo;
reducción de los gastos en salud y de la capacidad de alimentarse, provocando
una degradación de las condiciones de salud; interiorización de sentimientos de
vergüenza y de indignidad, que afectan la motivación y que puede conducir a
estados depresivos. La exclusión se manifiesta también por una frecuente margi-
nalización en el acceso a los derechos, que no siempre es contrapesada por los
mecanismos de la asistencia social, como lo muestran los trabajos sobre los sin
casa o las situaciones de gran desamparo.
El proceso de exclusión aparece así como una caída, como una espiral,
desencadenada por una ruptura inicial: la pérdida de empleo, dificultades fa-
miliares o separación, fracaso escolar, enfermedad, discapacidad. Otros
aspectos, objetivos y subjetivos, tienden entonces a sumarse a la situación
inicial, acrecentando la vulnerabilidad de la persona y reforzando las dificul-
tades para salir de ella. El tiempo tiene un papel importante en la profundidad
y resistencia de una situación de exclusión: el desempleo de larga duración
produce un efecto de inercia que no existe al comienzo del periodo de no-
trabajo; reencontrar un lugar donde vivir es más difícil para una persona que
está sin casa desde hace mucho tiempo; reinsertarse en un proceso de apren-
dizaje años después de haberlo dejado es más difícil que inmediatamente
después de haberlo dejado. La dinámica de la exclusión, favorecida por la
precarización del empleo en los países capitalistas industriales, representa así
un obstáculo a las trayectorias de movilidad que constituyen el paradigma
dominante de los decenios que siguieron la Segunda Guerra Mundial.

3.2.1 La exclusión en los países en vía de desarrollo


Una reflexión sobre la exclusión y la marginalización está también ha-
ciéndose en los países en vía de desarrollo, aunque generalmente menos elaborada
conceptualmente. El libro coordinado por Rodgers y otros. (1995) como con-
tribución a la cumbre mundial para el Desarrollo social se da como objeto de
conceptuar un enfoque de la exclusión que permita incluir las distintas dimen-
siones de la pobreza en un contexto de globalización de las relaciones
económicas, y formular este enfoque en términos que la extraigan de su
europeo-centrismo para volverla pertinente en otros contextos; siguiendo al

103
mismo tiempo consciente de los riesgos de caer en la trampa de la exportación
de los conceptos del norte hacia el sur, en contextos donde la pobreza y el
precarización no se asocian con la falta de integración, como lo implica la litera-
tura europea (Gore 1995: 4-5). Los principales elementos sugeridos por las
contribuciones a esta obra son que (Gore 1995: 9-10):
• Los procesos de exclusión necesitan considerarse sobre fondo de rela-
ciones internacionales y sobre la naturaleza y las configuraciones de
los regímenes internacionales que los basan;
• en el contexto de los países en desarrollo y de los países en transición,
el campo de análisis debe incluir otros factores que los mercados labo-
rales, así como los procesos por los cuales estos mercados se desarrollan;
• es importante no solamente centrarse en los derechos sociales, así como
lo hicieron los trabajos sobre la Europa Occidental, sino también sobre
los derechos cívicos y políticos;
• es importante analizar las distintas instituciones sociales en las cuales
las normas que controlan las prácticas que excluyen y que incluyen se
negocian, incluso los hogares y los Estados nacionales, que son cen-
trales en los debates europeos, pero yendo más allá.
De manera similar, las conclusiones de este trabajo dibujan los contor-
nos de un Estado que no excluye, o no produce de exclusión (Gore 1995: 30):
tiene la capacidad de tomar decisiones según el interés nacional, en el marco
de las relaciones internacionales, en particular por lo que se refiere al lugar
relativo del Estado y de los mercados como mecanismos de repartición y acu-
mulación; mediatiza las relaciones entre los mercados y los individuos, en
términos de acceso a los recursos económicos, políticos y culturales (como el
acceso a la tierra, al crédito, al empleo, etc.); se manifiesta por estructuras
sociales y políticas que administran el equilibrio de los poderes, de tal modo,
que concedan a los grupos sociales un estatuto y un conjunto de derechos
cívicos, políticos y sociales, que determinen un paradigma de integración so-
cial.
Esta visión, que surge no sólo de la evolución del pensamiento occidental,
sino también de las nuevas expresiones permitidas en algunos países en desa-
rrollo por unas aperturas democráticas y la multiplicación de organizaciones de la
sociedad civil, impregna de manera creciente los trabajos de las organizaciones

104
internacionales. El informe 2000 del PNUD, mencionado más arriba, se consagra
a la relación entre derechos humanos y pobreza. Sin inscribirse explícitamente
en un enfoque en términos de exclusión, milita para una mayor participación,
una mejor integración, una menor discriminación, para una democracia inclu-
siva, para la movilización de los derechos cívicos y políticos al servicio de los
derechos económicos, sociales y culturales (p. 75). Los trabajos de la Comi-
sión Económica y Social de las Naciones Unidas para el Asia Occidental en
términos de conceptualización de la pobreza dan prueba de esta ampliación
del campo del análisis a la política, a los derechos, y a la integración/exclu-
sión. El propio Banco Mundial, en su informe 2000/2001 sobre la pobreza, da
prueba de una notable evolución en sus análisis, influidos por la imposición
creciente de los conceptos de gobernación y capital social. Aunque no se sitúa
explícitamente en una perspectiva de exclusión, adopta una visión ampliada,
que integra los argumentos filosóficos de Amartya Sen. La pobreza se refiere
a la gente, a las personas humanas detrás de las estadísticas. Supera los aspec-
tos de renta y pobreza humana para englobar la vulnerabilidad, la impotencia,
las desigualdades. Los tres marcos de acciones propuestos tienen por objeto
mejorar el poder de los pobres, garantizarles una mejor seguridad, y propor-
cionarles más amplias oportunidades, movilizando al estado y las instituciones.

4. ¿Un paradigma operacional?


Desde hace uno o dos decenios, paralelamente con la aparición de nue-
vas formas de pobreza y con el aumento del número de hogares afectados y
del problema social, económico y político que se plantea, retomando a menu-
do los fundamentos de trabajos más antiguos (especialmente Secrétan y Simmel,
1959), los paradigmas analíticos desarrollados en la Europa Occidental tien-
den a conciliar la necesidad de cuantificar la pobreza para hacerla objeto de
acción pública, de aprehender sus diversas dimensiones y de comprender por
medio de qué mecanismos y procesos uno “se cae” en la pobreza, se perma-
nece en ella o se sale de ella. Más ampliamente, bajo vocablos diversos y en
cuadros conceptuales tan diferenciados, se examinan estas cuestiones en la
perspectiva de comprender la evolución de la sociedad en su conjunto.
Se plantea así un nuevo “tema social” (Rosanvallon 1995) en que se
relacionan los enfoques macrosociales, económicos y políticos (y en particular

105
el análisis de las transformaciones del mercado de trabajo y de los sistemas
educativos y de protección social), con estudios de unos ámbitos particulares
(barrios desfavorecidos, grupos de inmigrantes, jóvenes….) y de trayectorias
individuales, para mostrar cómo se articulan, se refuerzan y producen “calle-
jones sin salida” y bloqueos. Más allá de sus dificultades sobre el mercado del
trabajo, que es su característica central, los pobres son sujetos completos, y
los investigadores e interventores intentan comprender qué representaciones
tienen los pobres de sí mismos y del mundo, cómo perciben las instituciones,
la naturaleza y las formas de las relaciones sociales y familiares y los vectores
de socialización, qué peso tienen para ellos ciertos afectos, valores y senti-
mientos, en particular la vergüenza, su propio estado, los procesos que los han
llevado a su situación presente y las dificultades para salir de ella. Se busca
ayuda entonces en unos análisis sicosociales que apoyen los estudios más
cuantitativos: siendo estudiada la dimensión patológica de la pobreza en tér-
minos que se diferencian de las consideraciones sobre la inadaptación de los
pobres o sus diversas discapacitaciones.
La multiplicación de estos enfoques y su capacidad para imponerse en
el mundo occidental han contribuido a esfuminar los contornos del fenómeno
estudiado y a hacerlo aparecer como más indeterminado. Como lo subraya
Fassin, es casi imposible constituir una problemática científica única: “ya que
la realidad sobre la cual opera este trabajo científico, es a la vez heterogénea –
ya que está definida por el solo hecho de plantear un problema a la sociedad y
no por un problema objetivo como la pobreza o el desempleo– y cambiante –
no solamente porque se transforma, sino porque evolucionan las
preocupaciones de la sociedad respecto a ella. La única unidad que se puede
reivindicar a propósito de estos temas es que cuestionan, por su sola presen-
cia, los principios que constituyen los cimientos del orden social. Por eso que
se considera que pertenecen a una categoría única” (Fassin, 1996:64, 65).
Se puede constatar una evolución similar en los países en desarrollo,
donde la lucha contra la pobreza adopta estrategias ampliadas, en particular
implicando de manera creciente las organizaciones no gubernamentales. Si la
salida por el crecimiento y el mercado sigue siendo el nec plus ultra, la intro-
ducción de programas, por formales que sean, destinados a aumentar la
participación, a mejorar la gobernación, tiende a transformar los términos del
debate. Cierta exigencia de coherencia aparece hoy día, que implica en la
lucha contra la pobreza el conjunto de las instituciones.

106
5. Nuevas metodologías
Estas aproximaciones novadoras se articulan con instrumentos esta-
dísticos de medición de la pobreza y permiten adaptar los métodos a una
realidad heterogénea y cambiante. Así, en Francia se han desarrollado nuevos
métodos de análisis estadistíco con el fin de abarcar los diferentes procesos
de exclusión en toda su complejidad. “Las únicas encuestas tradicionales ver-
ticales que permiten la observación de una población dada en el instante t, se
mostraron insuficientes para la comprensión de fenómenos tales como la in-
serción, el desempleo de larga duración, etc.”. Desde comienzos de los años
1970, el INED y después el INSEE desarrollaban estudios retrospectivos so-
bre la vida familiar, el origen social y la carrera profesional anterior de las
personas interrogadas. Pero, en los años 80, y especialmente durante el pro-
ceso de evaluación del RMI (renta mínima de inserción), se inauguraron los
estudios longitudinales (el Diario del CNRS, 1997). Aún cuando más difíciles,
costosos y complejos, los estudios empíricos llegan a ser, sobre todo en los
países occidentales, medios de enriquecer los datos sobre la pobreza, de apre-
hender más precisamente el rol del mercado del trabajo, la relación entre la
desigualdad y la pobreza. Sin embargo, la complejidad de los enfoques sobre
la pobreza, su individualización, la consideración temporal y la de sus dinámi-
cas, los alejan de los objetivos de medición y de construcción de indicadores,
incluso cuando es posible aislar como determinantes ciertos aspectos (educa-
ción, ingreso, desempleo, vivienda, por ejemplo).

Recuadro 5
El tratamiento estadístico de la exclusión por EUROSTAT

En 1998, el órgano estadístico de la Comunidad Europea, EUROSTAT, designó


un grupo de trabajo consagrado a “estadísticas sobre la exclusión social y la pobreza”.
Este grupo intenta establecer un procedimiento para tratar estadísticamente la
multidimensionalidad del concepto de exclusión social, el mejoramiento de los indica-
dores estadísticos sobre la exclusión social y la pobreza en el nivel comunitario habiendo
sido enunciado como prioridad del programa de Acción Social de la Comisión para el
año 1998-2000. Una posición prudente se ha adoptado durante las reuniones del grupo
de trabajo: las estadísticas sólo pueden reconocer el riesgo de exclusión social, pero no
exactamente señalar quién sufre la exclusión social.

107
El marco conceptual distingue los recursos, que determinan diversas posibilida-
des de escoger un estilo de vida (conocimientos, competencias, dinero, redes sociales,
status social); los hábitos que representan restricciones estructurales o el cuadro insti-
tucional; y finalmente, los resultados que pueden ser objetivos o subjetivos.
Considerando la diversidad de conceptos cubiertos por el término exclusión
social, se han clasificado los criterios más pertinentes por orden de importancia: prime-
ro, los bajos ingresos, sobre la base de la constatación que, aunque la exclusión social
supera la pobreza monetaria y está causada por un conjunto de factores objetivos y
subjetivos, es en unas situaciones de bajos ingresos en las que la exclusión social tiene
las consecuencias más graves y más difíciles de superar; luego, la situación en el mer-
cado del trabajo, el empleo constituyendo un elemento central del vínculo social, ya
que permite el acceso a la protección social, a un estatus, a contactos sociales, además
de un ingreso; finalmente los indicadores sociales, seleccionados por razones pragmá-
ticas, mientras no exista una definición uniforme y comúnmente aceptada de exclusión
social.
Se propuso un planteamiento progresivo en seis etapas: establecer la relación
entre los bajos ingresos y la exclusión social; establecer relaciones entre bajos ingresos,
exclusión social y empleo; identificar los factores de exclusión social (por ejemplo, la
educación, la vivienda, la salud, el transporte, etc. ); determinar la estratificación según
el mercado de trabajo y otros factores (mapa de la pobreza); establecer vínculos entre
bajos ingresos, mercado de trabajo, situación familiar y exclusión social; y estudiar los
aspectos longitudinales de la exclusión social.
Se decidió que la variable independiente sería siempre el grupo de bajos ingre-
sos, identificado de manera relativa, el que sería analizado en término de un cierto
número de variables dependientes, incluso sus relaciones internas. En cuanto al tema
de incluir en un enfoque estadístico criterios subjetivos, se decidió que este tipo de
datos no era suficientemente confiable. Los documentos de este grupo de trabajo ates-
tiguan la dificultad para traducir la noción de exclusión en términos estadísticos en una
perspectiva multidimensional, dinámica y acumulativa, como lo imagina el marco con-
ceptual.

Fuente: EUROSTAT, 1998b.

Los enfoques de la exclusión tienden hacia un sesgo común a todas las


concepciones de la pobreza: un cierto reduccionismo en la visión que proyec-
tan, que terminan por imponer una representación dual de la sociedad. En
efecto, los usos corrientes han hecho derivar la dimensión de proceso que
está en el corazón de la noción de exclusión hacia la descripción de un estado
de exclusión, que afecta durable sino irremediablemente a grupos calificados

108
de excluidos. Se llega así a una escisión entre excluidos e incluidos, entre
quienes están fuera y quienes están dentro, sin precisar mucho con relación a
qué, y unificando en una forma de estigmatización un conjunto dinámico y
diversificado de criterios y factores.
Robert Castel, al preferir el término desafiliación al de exclusión, cues-
tiona los sesgos generados por la noción predominante en Francia de exclusión:
“La exclusión no es una ausencia de relaciones sociales, sino un conjunto de
relaciones sociales particulares a la sociedad tomada como un todo. No hay
nadie fuera de la sociedad, sino un conjunto de posiciones cuya relaciones
con su centro son más o menos distendidas” (1995).
Estos métodos y paradigmas innovadores han conducido a modificar la
mirada sobre el fenómeno de la pobreza y sobre las responsabilidades en juego.
Han contribuido a legitimar la consideración de la palabra de los pobres y de los
excluidos allí donde, en los siglos pasados, la desconfianza expresada para con
ellos podía conducir a privarlos de sus derechos cívicos, así como pasaba en
las casas de trabajo inglesas. Además, han acompañado la concepción y la eva-
luación de una amplia gama de medidas destinadas no sólo a “luchar contra la
pobreza”, sino, más ampliamente, a favorecer la inserción de las poblaciones
afectadas rompiendo con lo que puede ser llamarse “círculo vicioso de la pobre-
za”, no sólo en el nivel de los factores económicos, sino también en el de los
elementos constitutivos de su identidad individual y social.
También permitieron una toma de conciencia de la amplitud del campo
de los derechos –o del no derecho– no sólo en las democracias occidentales,
sino también en los países en desarrollo. Aunque las consideraciones, en tér-
minos de derechos e integración, parecen a menudo limitarse al plan de los
discursos, en particular en los países pobres, no o poco democráticos y muy
incitados a adoptar formalmente los paradigmas de las organizaciones inter-
nacionales, se abre una brecha en la pared que separaba pobreza y política aún
hace poco y que disimulaba las contradicciones que podían oponer la satisfac-
ción de las distintas categorías de derechos a unas lógicas económicas o
políticas.

109
110
CONCLUSIÓN
De la medición a los derechos

En los capítulos anteriores, hemos presentado las diferentes formas de


medir la pobreza, situándolas en una perspectiva comparativa, explicitando
sus presupuestos teóricos, las definiciones en que se basan y la forma en que
integran o no el tema de las desigualdades y de las múltiples dimensiones de
la miseria, las metodologías y las hipótesis que plantean sobre los medios para
luchar contra la dramática situación que intentan evaluar. Hemos destacado
los límites, las imprecisiones, las obligaciones, y las dificultades para integrar
aspectos difícilmente mesurables, tales como las representaciones y sentimien-
tos que acompañan el estado de pobreza material.
La pobreza se aborda y analiza fundamentalmente como problema. Po-
líticamente, la pobreza constituye una amenaza para la estabilidad y la cohesión
social y un desafío a la legitimidad del Estado. Económicamente puede ser
considerada como un freno al crecimiento, un costo en cuanto a la falta de
ingresos fiscales y gastos en programas sociales y sistemas de protección so-
cial. Ideológicamente se incluye en unos registros éticos, religiosos o no. La
medición de la pobreza permite dar un marco cuantitativo al problema, con-
duciendo a tomar decisiones que se impondrán al conocer esta medición.
Dicho de otra manera, la “pobreza”, evaluada por la medición como poco
importante, podrá ser más fácilmente tolerada que un “grave” problema, ya
que incitará a las diferentes categorías de interventores a poner en práctica
medidas cuyo costo podrá ser un factor que las frenen o limiten.
La medición de la pobreza no puede ser de por sí el diagnóstico del
problema, como si reflejara fielmente una realidad existente fuera de la medi-
ción. Ella es una “construcción por actores y organismos que buscan a la vez la
cientificidad, la objetividad y la operacionalización”, como lo señala François
Ireton (1988) en el caso de Egipto. Medir la pobreza es tener ya hipótesis sobre
la definición de este estado calificado de pobre, sobre los criterios pertinentes

111
para delimitarla, sobre sus manifestaciones patentes e incluso, a menudo, so-
bre las causas y los efectos de la pobreza en sus diferentes manifestaciones.
Dicho de otra manera, sobre la naturaleza del problema que plantea (y a quie-
nes afecta) y sobre las medidas deseables para reducir el problema (y no
necesariamente reducir la pobreza). Las clasificaciones, niveles, medidas y
otras categorías son el producto de estas hipótesis, expresión de las mismas,
permitiendo pasar de la percepción y de las observaciones al hecho objetiva-
do, y luego al problema medido.
En efecto, todo intento de medición o de establecimiento de estadística
aparece y se desarrolla en un contexto que lo justifica, lo orienta y a menudo le
proporciona sus motivaciones (implícitas o explícitas). Si este contexto es espe-
cífico a unas culturas, unas historias, unos países y unas regiones, es dominado
hoy, por las concepciones predominantes en la historia europea, elaboradas por
el liberalismo político y económico y fundadoras de los proyectos republicanos.
La estadística como disciplina surge en la Europa occidental hace alre-
dedor de un siglo y medio, con el doble objetivo: servir de fundamento a la
ciencia y mejorar las formas de gobierno. Está asociada a la aparición de la
concepción de objetividad como fundamento del conocimiento, que debe pre-
sentarse en hechos, con el riesgo de transformar en ciencia unas nociones
generadas por la ideología. Aparece en un contexto de génesis o consolida-
ción de los Estados europeos y de sus aparatos administrativos y de gigantescos
cambios sociodemográficos (urbanización galopante, explosión de los me-
dios de comunicación…).
Los misterios de la nueva ciencia estadística se elaboran y aplican en
una buena medida en el terreno de la demografía y de los problemas sociales
y, específicamente en el de la pobreza. Paralelamente, como lo señala Eric
Brian (1998), los estadísticos del estado, profesión en vía de formación, se
apoyan en el presupuesto de la consistencia científica de los frutos de la labor
administrativa que, asociada con los modos de gobernar, debe proporcionar
un diagnóstico y conducir a soluciones frente a la patología social de la pobre-
za que conlleva problemas de inseguridad, de higiene pública, de criminalidad.
Defienden también la estabilidad del aparato estadístico, inherente a su exis-
tencia y a su pertinencia, en la medida en que requieren series continuas e
instrumentos estables. De esta génesis proceden las categorías e instrumen-
tos de medida utilizados para analizar la pobreza y sólo se puede constatar su

112
relativa inercia: los intentos de medir la pobreza permanecen ampliamente tram-
posos en sus pretensiones de objetividad y cientificidad, y en su enfoque por
agregación de casos individuales.
En todo caso, los trabajos sobre la pobreza no tienen el mismo referen-
te en los países desarrollados que en los subdesarrollados: en los primeros, se
tiende a interpretar las trayectorias de los pobres o de los excluidos como falla
de una “maquinaria” que prometía el bienestar a todos. En realidad, en la
Europa Occidental, la pobreza se construye progresivamente, no sólo ya como
una externalidad negativa, sino como un “tema social”, situado en el corazón
de la formación de una sociedad republicana y ciudadana en la cual, según la
concepción marshaliana, interactuan los derechos cívicos, políticos y socia-
les. La transformación fundamental se basa en la atribución de iguales derechos
a todos los ciudadanos, incluso los pobres, mientras que las visiones caritati-
vas y filantrópicas los mantenían dependiendo del sentido moral y del sentido
del deber de los demás grupos y personas. La solidaridad nacional, por medio
del Estado redistributivo, se impone como una obligación legal. En los países
subdesarrollados, la pobreza se concibe más como un avatar de la propia po-
breza de los países (y/o de la corrupción del gobierno, por ejemplo), o se
concibe en términos comunitarios.
La visión de la pobreza como violación de los derechos humanos es
aún embrionaria: aún cuando tiende a imponerse en los países desarrollados
está ausente en la mayor parte de los discursos oficiales en los países pobres,
con excepción de ciertas instituciones religiosas (verbigracia la teología de la
liberación) y de numerosos comités y organizaciones de defensa de los dere-
chos de los más pobres.
Con la ambición de extender esta visión a escala planetaria y transfor-
marla en unos pilares de la lucha contra la pobreza, la Organización de las
Naciones Unidas consagra uno de sus dos grandes pactos internacionales a
los derechos económicos, sociales y culturales12 .
En él figuran entre otros: el derecho a trabajar (art. 6.1) por una remu-
neración que permita, al mínimo, a los trabajadores y sus familias llevar una
vida decente (art. 7); el derecho a la seguridad social, incluso el seguro social

12 Adoptado en diciembre de 1966 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, (resolu-
ción 2200 A (XXI)) y entró en vigor en Enero de 1976. El segundo pacto es aquel que se
refiere a los derechos cívicos y políticos.

113
(art. 9); el derecho para todos a un nivel de vida decente para sus familias,
incluso alimentación, vestuario y hábitat adecuados, así como al mejoramien-
to continuo de sus condiciones de existencia (art. 11.1); el derecho de cada
uno a estar exento de hambre (art. 11.2).
La medición de la pobreza tiene además una noble finalidad: atestiguar
la desmedida de la miseria como violación de los derechos humanos y contri-
buir a la satisfacción de estos derechos.
Paradójicamente, es en esta perspectiva ambiciosa en la que se revela
más incapaz de dar cuenta de las dimensiones menos cuantificables de la mi-
seria y de los sufrimientos que inevitablemente produce, a no ser que se
multipliquen y se combinen los criterios de forma a aproximarse a su multidi-
mensionalidad.

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123
124
Postfacio
Blandine Destremau
Pierre Salama1

La Pobreza enredada en las


turbulencias macroeconómicas
Cada día se vuelve más inaguantable la pobreza. Su amplitud, profundi-
dad, heterogeneidad plantean nuevos problemas. La mayor parte de las
economías latinoamericanas experimentaron un empeoramiento sensible de
su pobreza en los años ochenta, aún cuando la pobreza disminuyó, en la pri-
mera mitad de los años noventa, con el control de la inflación o, incluso, con
la hiperinflación y la vuelta del crecimiento, las desigualdades se acentuaron
en la mayoría de los países. En la segunda mitad, la inestabilidad macroeco-
nómica de los regímenes de acumulación se impone como la característica
más importante de los regímenes de acumulación con dominante financiera,
instaurados para salir de la crisis inflacionaria de los años ochenta. Esta ines-
tabilidad acentúa la vulnerabilidad de los estratos sociales más pobres de la
población2.
El crecimiento reaparecido es en general modesto y las tasas de forma-
ción bruta de capital quedan bajas, ya que la mayoría de estas economías
conservan, consolidan, en algunos casos, los aspectos rentistas que las ca-
racterizaban y alimentan la desigualdad profunda de los ingresos. El crecimiento
proporciona pocos empleos en la industria y le acompaña un incremento de
los empleos informales. Los empleos se vuelven más precarios y se desarrolla

1 Respectivamente, investidora en el Cnrs y Greidt, Profesor de la Universidad París-XIII,


Greidt y CEPN-Cnrs.
2 Se tendrá que esperar el final de los años noventa para que el Banco Mundial subraye la
vulnerabilidad de los más pobre a la inestabilidad económica y esboce con esto un deslice
en su política de lucha contra la pobreza. Recordemos que se centraba sobre la búsqueda de
grandes equilibrios que se pensaban obtener por una liberalización del conjunto de los mer-
cados y un retroceso importante del Estado en lo económico, por una parte y sobre programas
focalizados a favor de los más pobres por otra. Hasta hace poco tiempo, esta institución no
analizaba los efectos devastadores sobre los pobres de la nueva dependencia financiera, o
apenas lo hacía.

125
el tiempo parcial en el trabajo. Por eso, el crecimiento actúa de una manera
moderada sobre la pobreza. El regreso a una estabilidad relativa de los precios
conduce a una disminución de la pobreza, gracias a sus efectos sobre la dis-
tribución de los ingresos, pero dura poco tiempo. La apertura brutal de las
economías a la economía mundial suscita, a la vez, la destrucción más o
menos importante de segmentos del aparato industrial y una modificación
sustancial del tejido industrial gracias a un desarrollo importante de la produc-
tividad laboral.
Parco en empleos, el crecimiento también es “tacaño” para distribuir
sus frutos: los ingresos del trabajo, a excepción de las categorías más califica-
das, aumentan menos que el crecimiento de la productividad, y, con el
incremento de las actividades financieras y de los ingresos que se derivan de
ellas, las desigualdades tienden a acentuarse otra vez. El crecimiento parco
en empleos y en alza de poder adquisitivo, no puede aliviar de manera durade-
ra y significativa la pobreza. Ésta nace de la baja calidad de los empleos y de
la imposibilidad de obtener empleos, incluso informales, con unas horas se-
manales de trabajo suficientes. El crecimiento reaparecido es específico: sufre
una lógica financiera de la cual se va haciendo cada vez más difícil escapar.
Las crisis financieras de la segunda mitad de los años noventa son reveladoras
de la dinámica “de la economía casino” que tiende a instaurarse con la libera-
lización brutal del conjunto de los mercados y la retirada, a veces muy
importante, del Estado. Las turbulencias macroeconómicas tienen efectos al-
tamente multiplicadores sobre la pobreza. La crisis acentúa la pobreza, y la
recuperación macroeconómica –de igual importancia y duración similar– no
produce efectos compensatorios. La elevada volatilidad macroeconómica pro-
duce efectos de histéresis que frenan la reducción de la pobreza que podría
generar el crecimiento si fuera más estable. Este conjunto de nuevos aspectos
caracteriza las principales economías latinoamericanas desde el decenio de
los años noventa. Es lo que vamos a examinar.

126
1. El crecimiento reaparecido
El regreso del crecimiento:
El crecimiento parece a priori el remedio milagroso a la pobreza3 por
dos razones según Edwards (1995): el empleo y la productividad crecen y con
ellos suben los salarios. Sin discutir por el momento la pertinencia de las dos
razones mencionadas por Edwards, se puede observar (gráfico 1) de 1990 a
1997 una relación creciente entre el crecimiento per cápita y la reducción de
la pobreza4, pero sin embargo, con una dispersión relativamente importante
en torno a la línea regresión. Algunos países tienen una reducción importante
de su pobreza con un índice de crecimiento relativamente modesto, otros, al
contrario, conocen una pequeña reducción de su pobreza con un crecimiento
más substancial.

Gráfico 1
Disminución de la pobreza e ingreso nacional bruto real por habitante – 1990/1997
(Tasa media anual de variación en porcentajes)
11 Uruguay
10
9 Chile
8 y=1.5765x – 1.1463
2
7 Brasil R =0.63
6 Panamá
5 Costa Rica
4
3 Ecuador Colombia Argentina
2 Paraguay
1 Bolivia
0 México Honduras
-1 0 1 2 3 4 5 6 7 8
-2
-3 Venezuela
-4
-5

,QJUHVRQDFLRQDOEUXWRUHDOSRUKDELWDQWH

Fuente: Elaborado sobre la base de información oficial suministrada por los países y de periodos especiales de las
respectivas encuestas de hogares, CEPAL (2001).

3 Aunque tenemos conciencia de sus límites, los indicadores utilizados aquí son indicadores
de pobreza monetaria llamada absoluta. Para una comparación con los indicadores de po-
breza no monetaria, véanse los informes anuales del PNUD.
4 La literatura sobre este tema es abundante, para una posición algo “extrema” véase D. Dode
(Continúa en la siguiente página)

127
La eficacia del crecimiento sobre el nivel de la pobreza depende a priori
de varios parámetros. Los dos primeros se refieren a la tasa de crecimiento y
a su carácter duradero, por una parte; a la amplitud de la pobreza (H0), a su
profundidad (H1: la distancia entre la línea de la pobreza y los ingresos de los
pobres) y a la distribución de la pobreza entre los pobres (H2), por otra. Mien-
tras más elevado sea el crecimiento, siendo todas cosas iguales por otra parte,
más tenderá a bajar la amplitud de la pobreza; mientras menos importante
sean la importancia de la pobreza y su grado de desigualdad, más disminuirá
la pobreza, siendo igual la tasa de crecimiento. El crecimiento puede afectar
al ingreso absoluto y relativo de los pobres cuando es, por ejemplo, especial-
mente inflacionario, pero puede también no aumentar las desigualdades entre
los pobres; aumentar la parte de los primeros deciles en el ingreso del país,
pero acentuar las desigualdades entre los nueve primeros deciles y el último
decil. Esta es la razón por la que no se puede considerar el crecimiento por su
solo aspecto cuantitativo: es necesario calificarlo y clasificarlo, estudiar por
periodos los distintos regímenes de acumulación, según lo que les hace diná-
micos (mercado interno y mercado externo, tipo de distribución de los ingresos,
etc.)
El crecimiento es superior al que alcanzó en los años ochenta para el
conjunto de las economías latinoamericanas (entre las cuales el Caribe), la
tasa de crecimiento del PIB per cápita (valor de 1995) es de un 1.4% de 1990
a 1999 contra un -1% en los años ochenta. Las divergencias de crecimiento
entre estos dos decenios son a veces importantes: Argentina registra un creci-
miento per cápita de 3,3% contra -2,1%, Perú 2,9% contra -3,3%; a veces de
menor importancia: Brasil registra un crecimiento del 1% contra -0,7%, México
1,3% contra -0,3%, finalmente, Colombia se encuentra en una situación parti-
cular, puesto que su índice de crecimiento per cápita es superior en los años
ochenta (1,6%), mientras que en el decenio siguiente es de 0,5% (Cepal, 2001,

regresión inclinada de 1.07. Según estos autores, el 80% de la variación positiva del ingreso
de los pobres se debería al aumento del ingreso medio (crecimiento observado en un plazo
de 5 años) y 20% se deberían a una menor desigualdad de los ingresos en el tiempo y entre
los países (p.5), hecho que les lleva a decir que “las políticas macroeconómicas en favor del
crecimiento son buenas para los pobres, ya que elevan su nivel de ingreso sin ningún efecto
desfavorable sistemático sobre la distribución del <ingreso>” (p.9), apreciación que impug-
naremos más adelante.

128
p. 83). Sin examinar detalladamente las estadísticas, se sabe, sin embargo, que
este crecimiento es más débil que el que se alcanzó en los años cincuenta a
setenta, y como lo veremos, es especialmente volátil.

La disminución de la pobreza y luego su estabilización relativa


La pobreza disminuye después de haber aumentado mucho a fines de
los años ochenta. Según las investigaciones llevadas a cabo por el Banco
Mundial, bajo la dirección de Q. T. Wodon (2000), el indicador que mide la
amplitud de la pobreza en América Latina (H0), disminuye ligeramente, pues-
to que pasa de un máximo alcanzado en 1992, de 39.65% a 36,92% en 1996.
La crisis de los años 98 y 99, invertirá esta evolución de manera más (Argen-
tina) o menos importante (Brasil), según la importancia y la duración de la
crisis5. El indicador que mide la profundidad de la pobreza (H1) disminuye
también así como el que mide la desigualdad entre los pobres (H2). Estos dos
últimos indicadores son especialmente importantes: los pobres son en prome-
dio menos pobres que en 1992 y las desigualdades entre los pobres se reducen
ligeramente, mientras que las desigualdades en el conjunto de la población
tienden a acentuarse tal como lo veremos. Las evoluciones de la extrema po-
breza son las mismas que las de la pobreza como se puede ver en el siguiente
cuadro.

5 Con la segunda fase de sustituciones de las importaciones, dichas de bienes pesados, la


industrialización en Brasil favorece el énfasis de las desigualdades y también la reducción
de la pobreza. La larga crisis inflacionaria de los años ochenta es la causa del énfasis de las
desigualdades y de la pobreza. La apertura de la economía y la liberalización de los merca-
dos suscitan evoluciones contrastadas: la pobreza y las desigualdades disminuyen, se
estabilizan, luego tienden a aumentar; siguen siendo muy importantes en el norte y nordeste
del país, pero a partir de 1996, aumentan sensiblemente en algunas regiones entre las más
industrializada (São Paulo) como se puede observar en tabla 1: Amplitud de la pobreza en
Brasil, anexo.

129
Cuadro 1
Evoluciones de los principales indicadores de pobreza e indigencia

Pobreza Extrema pobreza

H0 H1 H2 H0 H1 H2
1986 33,75 14,84 9,06 13,32 5,94 4,05
1989 38,26 18,18 11,54 17,59 8,02 5,24
1992 39,65 19,20 12,60 18,65 9,10 6,36
1995 36,92 17 10,63 15,94 7,20 4,87
1996 36,74 16,93 10,72 16,10 7,38 5,09
1998° 35,83 n.d. n.d. 15,55 n.d. n.d.

Fuente: Wodon, Banco Mundial (2000), p.16


Nota: ° Los datos para 1998 son proyecciones.

Estas evoluciones favorables de los indicadores de la pobreza6 son con-


firmadas por el coeficiente entre el ingreso medio de la población y el ingreso
de la línea de la pobreza en numerosos países (excepto Colombia, cuyo índice
de crecimiento per cápita en los años noventa es más bajo que el que se alcan-
zó en los años ochenta, y en los años de crisis), así como se puede ver en el
siguiente cuadro:

Cuadro 2
Evoluciones a) de la relación ingreso medio sobre de la línea de pobreza, y b) de la
amplitud de la pobreza (%)

Argentina (urbana) México Brasil Chile Colombia (urbana)


a b a b a b a b a b
1986 6,16 12,93 2,22 33,99 3,42 30,02 1,91 47,79 1,17 63,99
1989 4,90 19,89 3,08 23,44 2,77 43,81 1,99 50,97 1,40 57,93
1992 4,77 14,58 2,97 26,94 2,08 46,72 1,89 46,16 1,60 53,57
1995 4,71 14,91 3,08 25,37 2,84 38,12 2,94 30,75 1,62 54,07
1996 4,99 15,22 2,48 32,10 3,05 36,67 3,17 28,02 1,68 52,24

Fuente: Wodon, Banco Mundial (2000), p.26-27

6 Para más detalles, país por país, ver Cepal (2000): Panorama Social de América Latina,
tablas p.40 y 42. A modo de ejemplo, las evoluciones de los principales indicadores (calcu-
lados en relación con la población) –limitados aquí al sector urbano– de Argentina, Colombia
y México en estos cuadros. Ver anexo, tabla 2.

130
Mientras más importante y duradero es el crecimiento, sus efectos po-
sitivos sobre la pobreza tienen mayor probabilidad de ser importantes. La
reducción de la amplitud de la pobreza a la vez depende, no obstante, de la
importancia al mismo tiempo del indicador de la profundidad de la pobreza y
del indicador de las desigualdades entre los pobres.
Según los trabajos de Wodon (2000, p.7 y 56), la elasticidad neta de la
pobreza con relación al crecimiento7 es de -0,94, lo que significa que para un
de crecimiento de 1%, la pobreza baja de 0,94%, todas cosas siendo iguales
por otra parte (mismo nivel de desigualdades) o también que la amplitud de la
pobreza, siendo en 1996 de 36,74, esta reducción corresponde aproximada-
mente a un tercio de punto (0,34). Esta elasticidad es de -1,30 para la extrema
pobreza. La elasticidad de la pobreza en las desigualdades (medida por el
coeficiente de Gini) es de 0,74 para los pobres y 1,46 para los indigentes. El
estudio pone de manifiesto que los efectos sobre la profundidad de la pobreza
y sobre las desigualdades entre los pobres, tanto del crecimiento como de la
reducción (el aumento) de las desigualdades, son aún más importantes que los
que se observaron sobre la amplitud de la pobreza. Cabe decir cuán enormes
pueden ser los efectos de un regreso del crecimiento y de una reducción de las
desigualdades sobre la amplitud de la pobreza, el aumento del nivel de vida de
los pobres y sobre las desigualdades que sufren, como vimos en el caso brasi-
leño (tabla 1, anexo).

Las enseñanzas del Plan Real en Brasil


La pobreza disminuye mucho en Argentina, debido a la hiperinflación y al reapa-
recer el crecimiento a principios de los años noventa. En la medida en que la profundidad
de la pobreza era relativamente baja, comparada con las otras economías latinoamerica-
nas, esta evolución se explica fácilmente. La profundidad de la pobreza es mucho más
importante en Brasil y, sin embargo, la reducción del indicador de pobreza es importan-
te. Esto es lo que hace interesante estudiar este caso. La pobreza disminuye brutalmente
en 10 puntos en Brasil (ver tabla 1, anexo). La amplitud de esta reducción, su aspecto
repentino y su rapidez, genera la siguiente pregunta: ¿se puede considerar que baste que
el crecimiento se reanude, que la liberalización de los mercados siga adelante y que cese
la inflación para erradicar la pobreza sin que se fomenten políticas distributivas a favor
de los más pobres?

7 72 observaciones sobre 12 países de 1986 a 1996.

131
En los años 93-95, varios factores actuaron a favor de los más pobres: los
precios de los bienes alimentarios crecieron menos que el nivel general de los precios
(ahora bien, los más pobres gastan más en alimentación que las categorías superiores); la
inflación cesó brutalmente y gracias al crecimiento el ingreso de las capas no pobres
(pero no por eso ricas), mejoró mecánicamente (el ajuste actuó temporalmente a favor
suyo y se volvieron a contratar trabajadores), de modo que el poder adquisitivo de
aquellos aumentó. Sus anticipaciones que sean positivas (la estabilización es duradera)
o negativas (la estabilización no durará), el retraso en algunas compras de bienes durade-
ros han permitido la desmultiplicación de su demanda. La apertura de las fronteras,
iniciada a partir del principio de los años noventa, confirmada con el Plan Real, divide
más claramente que antes, la actividad económica en dos zonas: una abierta a la compe-
tencia internacional y otra quedando relativamente protegida aún por la misma naturaleza
de los productos. La estructura de los precios relativos se altera: los precios de los
bienes amenazados por la competencia internacional crecen menos rápidamente que el
nivel general de los precios, el de los bienes protegidos aumenta más rápidamente. Ahora
bien, es en este sector protegido, donde se sitúa la mayoría de los empleos informales y,
por lo tanto, los ingresos más bajos. La deformación de los precios relativos va a
permitir temporalmente que los ingresos de las categorías más desamparadas puedan
crecer. No fue, pues, el sólo crecimiento el que permitió la reducción importante de la
pobreza, sino también y, sobre todo, la modificación de las anticipaciones y la alteración
de la estructura de los precios relativos, es decir, el conjunto de los mecanismos que
generaron una modificación en la distribución de los ingresos a favor de los estratos más
modestos, son las condiciones en las cuales se produjo el crecimiento (reducción consi-
guiente de las desigualdades de ingresos a raíz del fin de la inflación y de la posibilidad de
modificar los precios relativos) las que explican la reducción importante de la pobreza.
Con la continuación del crecimiento, la estabilización de los precios, estas condiciones
tienen un papel cada vez menos importante. Los efectos redistributivos (más igualdad,
menos pobreza) se agotan. El nivel de la pobreza se estabiliza y su curso tiende a
invertirse con el aumento de los empleos precarios e informales, sobre todo, en algunas
regiones muy industrializadas como São Paulo.

2. La amplitud de la reducción de la pobreza depende no sólo del


crecimiento, sino también del tipo de empleo creado

Un crecimiento parco en crear empleos


Se sabe que, en algunos países, en ciertos momentos, hace falta, por
ejemplo, un 3% de crecimiento para crear empleos; en otros países y en otros
o el mismo momento, un 5% es necesario; etc. Se sabe también que la infla-
ción, cuando alcanza niveles muy elevados, aumenta la tasa de inflación de

132
modo inversamente proporcional al lugar ocupado en la escala de los ingresos:
excepto el 5% más rico que se beneficia de la inflación, las otras capas cuanto
más bajos son sus ingresos más afectados se ven en fuerte proporción. Tam-
bién se sabe que más desigual es el crecimiento, menos grandes son las
oportunidades de mejorar el nivel de vida de los más pobres en general, salvo
si esta desigualdad acrecentada se limita a los ingresos de los “no probres”.
El análisis del crecimiento in abstracto sólo ofrece, por lo tanto, un inte-
rés limitado. Es preferible calificar el crecimiento, analizando sus elementos
motores (¿sobre qué sectores descansa?), sus elementos distributivos (¿cuáles
son las capas más favorecidas por este crecimiento y a cambio dinamizan o
frenan este crecimiento?), y la parte creciente –pero, diferente según los países–
de la internacionalización del mercado de los bienes y de los capitales.
Para comprender la evolución de la pobreza, hay que estudiar el em-
pleo y los ingresos que este crecimiento genera. El conjunto de los estudios,
numerosos, de Cepal (2000, p. 100 y siguientes) o del BID (1998), ponen de
manifiesto que, fuera de algunos pequeños países, las desigualdades entre
capital y trabajo han crecido, las que existen entre trabajo calificado y no
calificado también y que por fin el porcentaje de los empleos informales en la
población activa aumentó.
Las causas de esta reciente evolución están estrechamente vinculadas
con la apertura brutal de estas economías a la economía mundial, con la libe-
ralización casi simultánea del conjunto de los mercados y con una disminución
sensible de la intervención del Estado en lo económico. Las consecuencias
aparecen rápidamente: DIN de las hiperinflaciones, aumento del poder adqui-
sitivo de los más desamparados, “deverticalización” del aparato de producción
(sustituido por importaciones de segmentos de líneas de producción) y, en
ciertos casos (Argentina), tendencia a “primarizar” la economía (abandono de
unos tramos enteros del aparato industrial para provecho de actividades pri-
marias), reorganización por fin del aparato de producción. Más precisamente,
pero sin que sea posible desarrollar aquí este aspecto: el sector sometido a la
competencia internacional se ensanchó y no pudo sobrevivir, sino transfor-
mándose profundamente. La productividad laboral aumentó mucho en las
grandes economías durante los años noventa, a excepción obviamente de los
periodos de crisis y su ritmo fue aproximadamente dos veces superior al de
Estados Unidos (Katz, J., 2000), al mismo tiempo que el tejido industrial del

133
país se transformaba: una menor integración y una “deverticalización” en cur-
so, más o menos pronunciada, según los países, y finalmente más importación
de bienes de equipo. La brecha de la productividad con los países desarrolla-
dos, que se había ensanchado en los años ochenta, se encogió8, pues, pero la
heterogeneidad de los niveles de productividad se acentuó entre el sector pro-
tegido y el sector competitivo. La tasa de formación bruta del capital aumentó
poco, sigue siendo muy baja cuando se lo compara con las economías asiáti-
cas, y subraya la persistencia de comportamientos rentistas por parte de
numerosos empresarios y de los estratos sociales más acomodados de la po-
blación. Por lo tanto, el crecimiento reaparecido fue y es, por no decir más,
parco en empleos. En Brasil, el empleo formal cayó mucho de 1989 a 1996
(con un aumento parcial de 1992 a 1995), esta reducción continuó en 1997 y
1998 en la industria de transformación, se invirtió ligeramente y luego mucho
en 1999 y 2000, según los datos del IPEA. Esta característica no es sólo pro-
pia de Brasil, afecta a las principales economías latinoamericanas como se
puede ver en los gráficos 2 y 3.

Gráfico 2
30
América Latina: PIB y empleo manufacturero
CHI
H 25 HON BRA ARG
MD
QWH
COL CRI
FU URY MEX
RS DOM
 R 20 HON MEX
UH PAR
UX ECU ARG
FWD
URY
BOL DOM COL CRI
IX PAR VEN CHI (1997)
QD ECU BRA
P
15
VEN
HRO BOL PAN PAN
S
P
(
10
2.70 2.80 2.90 3.00 3.10 3.20 3.30 3.40 3.50 3.60 3.70 3.80 3.90

/RJDULWPRGHO3,% HQGyODUHVGH 

1990 1997 Tendencia


Tendencia 1990
1990

Fuente: Elaborado sobre la base de los datos oficiales de los países Cepal (2001)

8 El análisis de las causas del aumento de la productividad: aumento de las capacidades o


importación masiva de bienes de equipo que substituyeron a los bienes de equipo produci-
dos localmente, queda fuera de nuestro propósito en este estudio.

134
Gráfico 3
América Latina: PIB y empleo en comercio y servicios


MHD
WQ 70 PAN
PAN
HF CRI
UR BOL PAR COL URY
SV DOM
ECU
BRA BRA
URY ARG
LRF
MEX
CRI
LY HON VEN ARG
HUV
DOM
HON VEN MEX CHI
\R BOL
LF 70
UH
P
RF
Q
H
RH
OS CHI
P
(
30
2.70 2.85 3.00 3.15 3.30 3.45 3.60 3.75 3.90

/RJDULWPRGHO3,% HQGyODUHVGH 

1990 1997 Tendencia (1990) Tendencia (1997)

Fuente: Elaborado sobre la base de los datos oficiales de los países Cepal (2001)

Para una misma tasa de crecimiento del PIB, el crecimiento de los


empleos manufactureros baja cuando no se vuelve negativo, su parte en los
empleos se reduce a veces drásticamente. La evolución de los empleos en el
comercio y los servicios sigue un camino inverso. A.F. Calcagno (2001) seña-
la que de 100 empleos creados en América Latina de 1990 a 1996, más de 4/5
son empleos informales (p.81 y siguientes). Las desigualdades se acrecenta-
ron profundamente, en todas las economías latinoamericanas (a excepción,
no obstante, de Costa Rica), y más concretamente en México y Perú. Los
ingresos del trabajo asalariado, en conjunto, aumentaron de 1991 a 1996 (con
excepción notable de Argentina, donde bajaron), pero este movimiento global
se efectuó con una dispersión acentuada (incluso con una baja para Argenti-
na), una informalización mayor –la tasa de informalidad pasa de un 51.6% en

135
1990, en término medio según el BID, al 57.4% en 19969 (op. cit. p. 10) –y
una disminución de la creación de los empleos (con una reducción de los
empleos públicos que pasan de un 15.3% en 1990 a un 13.2% en 1995, pero
un aumento de los empleos en los sectores no expuestos a la competencia
internacional, entre los cuales la construcción y los servicios, pasando sus
porcentajes de 58.4% en 1990 a 63% en 1995 (op. cit. p. 10 y 11)).

¿Serán pobres los desempleados?


La pregunta parece ser una provocación. Lógicamente, la respuesta in-
mediata tendría que ser positiva, y bastaría con observar cómo sube en potencia
la pobreza y la indigencia en Argentina con la subida del desempleo conse-
cuencia de la larga recesión que atraviesa este país desde finales de los años
noventa para establecer una sólida relación entre ellos. Sin embargo, no siem-
pre se da tal caso. Para comprender esta respuesta paradójica, es importante
distinguir, por una parte, los empleos informales de los empleos formales y,
por otra, precisar lo que se entiende por empleos informales según los países
y, por otra parte, discutir a propósito de la definición del desempleo e interro-
garse sobre la pertinencia de la definición universal de la OIT cuando predomina
cierto tipo de empleos informales.
Los empleos informales resultan poco o nada protegidos, pero las sig-
nificaciones de la informalidad son diferentes según los países (ver recuadro).
La pérdida de un empleo informal lleva a buscar un empleo aún más informal
si es preciso, el status de desempleado, no permitiendo vivir, ya que faltan

9 Las comparaciones entre países son difícil de hacer, ya que las definiciones de la informali-
dad difieren por las razones que indicamos en el recuadro. No se puede limitar a una definición
centrada en el pago de las cotizaciones sociales, puesto que se observa que un porcentaje
más o menos pequeño de los empleos informales contribuyen, más o menos fuertemente,
para los empleos formales (OIT, 1999), ni sobre la dimensión de las empresas, aunque el
conjunto de estos datos es importantes de considerar. Cada país tiene pues sus propios crite-
rios. Según el IPEA, por ejemplo, la participación de los asalariados “sin declarar” en Brasil,
que tienen, por lo tanto, empleos informales, pasó de un 20.81% del conjunto de los em-
pleos de las grandes regiones metropolitanas en 1991, a 27.53% en el 2000, siendo
particularmente pronunciado es movimiento en São Paulo, ya que pasa de 19.09% a 28.23%,
sobrepasando a El Salvador y casi igual a Recife. La participación de los trabajadores “a
cuenta propia”, entre quienes se concentra la miseria, aumenta también, pero en una menor
medida, de 20.10% a 23.34%, siendo la progresión especialmente elevada en el Estado de
Río de Janeiro. Para un análisis comparativo, pero aproximado, véase OIT (1999).

136
asignaciones de desempleo en numerosos países donde el empleo informal es
muy importante y saca sus especificidades de formas peculiares de integrar al
trabajo una fracción importante de la población. Es lo que explica al contrario
que allí donde los empleos se protegen más, el desempleo se vuelve “posible” (a
menudo, acompañado de empleos informales a tiempo parcial), y la relación
entre su aumento y el de la pobreza puede establecerse. Cuando es muy impor-
tante la informalidad, ya no es pertinente esta relación. La pobreza está vinculada
con la calidad del empleo: los pobres ocupan los empleos de más baja calidad
(M. Dias David, 2001) y si existe una relación entre pobreza y desempleo, ésta
es indirecta: cuando se desarrolla el desempleo, unos empleos de baja calidad se
vuelven más importantes y aumenta la pobreza, sobre todo, por las formas que
toma el trabajo. Eso veremos al estudiar el caso brasileño.

Informalidad
El sector informal es un conjunto profundamente heterogéneo, no sólo por los
oficios que lo componen, la relación con el Estado y las leyes, sino también por sus
orígenes. La terminología de sector informal es ambigua: no destaca la especificidad de
las situaciones y no permite analizar las evoluciones posibles de los distintos empleos
informales (B. Lautier, 1994). Un ejemplo permite comprenderlo. Se puede, por ejem-
plo, observar en Argentina la presencia de un sector informal muy importante, cuando
se define este último por el hecho de no pagar las cargas sociales y no declarar (o
declarar de manera incompleta) a los trabajadores a los servicios fiscales y a la protec-
ción social, de modo que estos últimos no son el objeto de descuentos obligatorios y
corolario de esta ausencia, no tienen acceso a la protección social definida por ley.
El empleo informal en Argentina, no tiene los mismos orígenes que en Brasil, por
ejemplo, porque las dos formaciones sociales no tuvieron el mismo trayecto en la histo-
ria. En un caso, la colonización europea de asentamiento se acompañó de la erradicación
de la mayoría de los indios –menos numerosos, es verdad, que en los Andes o en México–
y no se recurrió a la importación de mano de obra esclava. Los empleos informales se
caracterizaban, entonces, esencialmente porque rodean la ley, al igual de lo que se obser-
va, con menor amplitud, en los países europeos. En el otro caso, la nueva inserción en la
división internacional del trabajo y la instauración de economías exportadoras, conduje-
ron a una destructuración de las relaciones de producción que existían en las comunidades
indígenas y, en algunos casos, a una importación masiva de mano de obra esclava. Estas
formas específicas de ingreso en el trabajo desestructuraron las relaciones de producción
preexistentes, desviándolas de sus finalidades para imponer la economía de exportación,
adaptaron estas relaciones de producción a la producción de bienes destinados a inter-
cambiarse en masa. Por lo demás, rastros importantes de estas antiguas relaciones de
producción perduran con el desarrollo de capitalismo. Sobre esta base se desarrollará

137
con ayuda de la violencia, las relaciones comerciales y capitalistas otra vez con la
industrialización. Esta es la razón por la que las formas de asalariamiento llevarán la
huella allí más que a otra parte de las formas personales de dominación. Lejos de vol-
verse anónimas, las relaciones de producción se caracterizarán por la privanza y el
salario no será sólo un intercambio de valor, sino también y sobre todo, un intercambio
de privanzas. Esta combinación “valor-privanza”, destacado por G. Mathias (1987), da
lugar a la vez nivel político, a formas de dominación caracterizadas por el autoritarismo
y el paternalismo, a nivel económico por la “modernización conservadora”, y a nivel
salarial por el asalariamiento incompleto, es decir, por formas de empleos informales.
Es decir por lo tanto, hasta qué punto es posible reducir la informalidad a la ilegalidad,
sobre todo cuando se basa en mecanismos de legitimación no comerciales (G. Mathias
y P. Salama, 1983) para oponerlos a la legitimación comercial resultante del desarrollo
de las relaciones capitalistas, anónimas. Es decir también, hasta qué punto el desarrollo
de este tipo de empleos en las ciudades, lejos de ser un accidente, tiene raíces históricas
profundas y forma parte integrante de la reproducción de estas sociedades profunda-
mente desigualitarias, ya desde el origen de la colonización.

El empleo formal e informal aumenta y pasa de 15 millones a 17 millo-


nes de 1991 al 2000, en las 6 regiones metropolitanas de Brasil. La participación
del empleo informal en el empleo total aumenta y el empleo en la industria de
transformación baja sensiblemente entre las mismas fechas, mientras que el
de los servicios crece considerablemente. Es en los servicios y en los empleos
informales donde se concentran los pobres. Cuando la importancia de los
empleos informales en la población activa tiene orígenes que no se pueden
reducir al hecho de rodear la legislación fiscal y nace de las maneras de inte-
grarse al trabajo, de la sumisión de las poblaciones indígenas y antaño esclavas,
la relación entre desempleo y pobreza es más compleja que la que se observa
en los países desarrollados o en Argentina: el desempleo, tal como se mide,
según las definiciones de la OIT, afecta esencialmente a categorías no pobres
de la población. Este punto controvertido, es el que vamos a analizar, partien-
do de dos estudios del caso brasileño.

Una relación positiva entre el aumento del desempleo y el de la pobreza


R. Paes de Barros et al. (2000) hacen una comparación de los efectos
de la inflación y del desempleo sobre la pobreza en un largo periodo. El resul-
tado de sus estudios econométricos revela que la relación es fuerte entre
crecimiento del desempleo, por una parte, y el aumento tanto de las desigual-

138
dades como de la pobreza, por otra: de mayo de 1982 a diciembre de 1998, un
aumento de dos puntos del desempleo se traduce en una subida de la pobreza
de 2.3 puntos. Más precisamente, la subida de 6.1 puntos del desempleo entre
estas dos fechas, explicaría el aumento de 7.1 puntos de la pobreza. Paradóji-
camente, esta relación entre el crecimiento del desempleo y el de la pobreza
sería más fuerte que la relación entre el aumento de la inflación y el de la
pobreza: por una subida de un punto de la inflación mensual, tendríamos un
aumento de 0.04 puntos de pobreza. El paso de una inflación de 0% –observa-
da cuando las políticas esfímeras de estabilización efímeras– a unos 80%
mensual explicaría un 3.2% del aumento de la pobreza y un 7.2 puntos del
índice de Theil utilizado para medir la desigualdad. Las conclusiones de los
autores son que la pobreza está asociada sobre todo al crecimiento del desem-
pleo, mientras que la variación de las desigualdades resultaría principalmente
de la subida de la inflación. Los autores matizan sus conclusiones para los
años 95 y siguientes: el aumento del desempleo tendría menos efectos negati-
vos sobre la pobreza y las desigualdades a partir de esta fecha.
Estos resultados sorprenden. Que el alza de la inflación tenga efectos
sobre la distribución de los ingresos es algo conocido de los economistas: se
observa que la tasa inflacionaria es más elevada para los que forman parte de
los deciles más bajos que para la gente cuyo ingreso se sitúa en los últimos
deciles más elevados. Que esta subida de las desigualdades tenga efectos so-
bre la pobreza, también se admite10, pero igualmente se acepta que este efecto
negativo pueda ser contrapesado por una tasa de crecimiento importante y una
subida consecutiva del empleo11. La “sorpresa” viene sobre todo de los resul-
tados obtenidos que establecen una jerarquía de las causas, llevando la ventaja
el aumento del desempleo al crecimiento de la inflación en la explicación de
la subida de la pobreza. Claro que se podría considerar que es indirecta esta
influencia del aumento del desempleo sobre la pobreza: acompañándose el
aumento del desempleo de un deterioro de la calidad de los empleos, en parte,
consecuencia del aumento del grado de informalidad. Así se podría observar
un aumento del desempleo que afecte sobre todo los empleos formales, en los

10
Aunque a menudo se analice menos y especialmente en este análisis de Paes et al.
11
El periodo de la dictadura militar en Brasil ofrece un ejemplo heterodoxo –con relación a la
corriente dominante del Banco Mundial– y sobrecogedor, al mismo tiempo, de un aumento
de las desigualdades de una tasa alta de crecimiento y una disminución de la pobreza en los
años setenta.

139
que se concentran las capas no pobres de la población, un aumento de los
empleos informales procediendo de las personas cuyo ingreso es demasiado
bajo para sobrevivir sin trabajar –aumento alimentado por las personas cuya
pérdida de sus empleos formales con ingresos modestos y subsidios muy ba-
jos no les permite sobrevivir–, y una disminución de la calidad de estos empleos.
Los autores de este trabajo no estudian esta relación más compleja.

Una relación fuerte entre la variación de la pobreza y la evolución de la


calidad de empleos
El corto estudio de Ramos et al. (1999) establece que la relación entre
el aumento del desempleo, por una parte y el crecimiento de la pobreza, por
otra, no es significativa. Ramos et al. hacen una simulación y muestran que si
los trabajadores desempleados recibieran un ingreso, equivalente al que reci-
bían cuando trabajaban, su situación no cambiaría significativamente, ya que
la variación de la pobreza se explica, sobre todo, por la calidad de los empleos
obtenidos (pudiendo medirse ésta por el número de años de escuela). Es aquí,
en parte, un resultado inverso al que se describió anteriormente, que va en
contra de lo que enseñan las teorías, pero verdad es que éstas se refieren sobre
todo a los países desarrollados.
La referencia a la calidad de los empleos en unos países donde existe
una informalidad muy fuerte lleva uno a interrogarse sobre definición del des-
empleo. Las estadísticas difieren mucho según si se refiere al enfoque del
IBGE (PME), que utilizan R. Paes de Barros et al., que corresponde a la que
admite la OIT o la del DIESSE (PED). La tasa de desempleo, medida por el
IBGE, sería del 7.45% en São Paulo en el 2000 y, medida por el DIESSE, del
11.02%. El DIESSE considera algunas formas de subempleo como revelado-
ras de un desempleo ocultado: algunas personas pueden temporalmente
desalentarse en su búsqueda de un empleo, otras tienen empleos precarios,
que no bastan para garantizar la estricta supervivencia. Si se añade a la tasa de
desempleo (PED), estas dos formas de desempleo escondido u “oculto”, se
obtiene para el Estado de São Paulo, según el IPEA, un 17.67% en el 2000, es
decir, una cifra superior de 10 puntos a la que indica el IBGE (7.45%).
El enfoque bajo el cual DIESSE presenta el desempleo y el subempleo
que el del OIT-IBGE. Claro que se puede considerar que hay cierta arbitrariedad
en la definición y en la medida del desempleo (¿qué nivel de precariedad

140
considerar?, ¿cuándo se puede afirmar que existe un desaliento para ponerse a
buscar un empleo?), pero a pesar de estos defectos, corresponde más a la
especificidad de las economías semi-industrializadas como Brasil, donde rei-
na un tasa de empleo informal especialmente elevado. Es bastante lógico que
se encuentren pocas relaciones significativas entre desempleo y pobreza en la
medida en que cuanto más pobre es uno, menos posibilidad tiene uno de no
trabajar, siendo inexistentes las asignaciones de desempleo para los pobres
concentrados en empleos informales de baja calidad. Por eso, además, las
estadísticas del IBGE ponen de manifiesto que la tasa de desempleo (PME) es
la más baja entre los trabajadores que tienen una escolaridad de cero a cuatro
años: un 5.42% en el 2000, mientras que es del 8.43% para los que tienen una
escolaridad de 5 a 8 años, de 9.17% para una escolaridad de 9 a 11 años, y
3.80% para los que pudieron aprovecharse de una escolaridad superior a 12
años. Se encuentran así resultados análogos a los de los países desarrollados
sólo para la categoría más instruida de los trabajadores, para los demás, los
resultados son contrarios a los observados. Dicho en otras palabras, mientras
que en los países desarrollados el desempleo es cuanto más importante cuan-
do menos instrucción se tiene, en las economías semi-industrializadas, es
exactamente al revés, a excepción de la categoría que tiene más de 12 años de
enseñaza. Esta última, por otra parte, conoció un desarrollo importante: el
empleo aumentó 50% de 1991 al 2000, según el IPEA. El empleo aumentó
para todas las categorías, según aumentaba la instrucción y, especialmente,
para el tramo de 9 a 11 años de escuela, excepto, como ya se señaló, los traba-
jadores que no se beneficiaron más que de una instrucción inferior a 4 años de
escuela. Hemos visto que esta evolución contrastada según el nivel de educa-
ción explicaba, en parte, la evolución de la pobreza, ésta aumenta menos de lo
que se hubiera podido esperar si sólo hubiese tenido en cuenta los niveles de
ingreso y sus evoluciones.
En la medida en que existe una relación sólida entre la calidad de los
empleos, el ingreso y el nivel de instrucción, se puede concluir, pues, como
Ramos et al., por la sencilla lógica del análisis, que hay una relación sólida
entre la pobreza y la calidad del empleo y pocas relaciones directas y fiables
entre la pobreza y el desempleo, sino indirectas como lo subrayamos. La falta
de relación directa entre aumento del desempleo e incremento de la pobreza,
sin embargo, no se averigua en unos países como Argentina en que la infor-
malidad presenta otra significación. El aumento fuerte del desempleo se traduce

141
por una fuerte alza de la pobreza y la multiplicación de empleos informales a
tiempo parcial.
Se puede deducir que el desarrollo de la precariedad, del trabajo a tiem-
po parcial, la rarefacción relativa de la creación de empleos formales a excepción
de los que exigen un nivel de instrucción relativamente elevado, constituyen
factores que posiblemente son de naturaleza a conducir a un aumento de nue-
vas formas de la pobreza.
La precariedad, al mismo tiempo que la intensidad del trabajo, aumen-
ta. El miedo de tener dificultades en encontrar un nuevo empleo, en caso de
despido, se hacen más fuertes que en el pasado y cambian, no sólo las condi-
ciones de trabajo, sino también la manera de vivir el trabajo. El “stress” aumenta,
debido a las nuevas condiciones de trabajo y, porque el miedo de perder su
empleo y de encontrarse en la pobreza son más fuertes hoy que ayer. Con la
búsqueda de una mayor flexibilidad del trabajo en la empresa y de nuevas
formas de dominación en el trabajo, las condiciones de trabajo tienden a acer-
carse entonces a las que prevalecen en los empleos informales. Se asiste, por
lo tanto, a un doble movimiento: por una parte, con la democratización de los
regímenes políticos, los empleos informales se comienzan a beneficiar mo-
destamente de algunas de las prestaciones (acceso a los cuidados médicos) y
se acerca a las ventajas que proporcionan los empleos formales; por otra
parte, los empleos informales se informalizan más con el desarrollo de la pre-
cariedad y la flexibilidad del trabajo. La introducción masiva de la flexibilidad
explica, en parte, hoy la persistencia de la pobreza a su nivel actual. Ayer,
anteayer la disminución de la pobreza venía de la creación de empleos, ayer
su aumento tenía por origen la inflación y unos efectos regresivos sobre la
distribución de los ingresos, hoy, la persistencia de la pobreza viene de la
naturaleza de los empleos creados. Tales evoluciones exigen un análisis en
término de exclusión y legitiman enfoques cualitativos de la pobreza que no
sean solamente monetarios como los que presentamos. Por eso también pare-
ce deseable que se utilice asimismo una batería de otros indicadores que intenten
medir la calidad de vida, en el trabajo, en el domicilio, al igual de lo que se
hace hoy en los países desarrollados, con el fin de entender cuáles son las
múltiples facetas de la pobreza. Estos indicadores, cuya mayor parte se pre-
sentó y se discutió en el libro, permitirían entender los fenómenos de exclusión,
comprender la influencia de una evolución diferenciada de los ingresos sobre

142
los comportamientos, comprender la influencia de los factores no moneta-
rios, relacionados con el medio ambiente y su degradación, con la reducción
de las dimensiones de la familia y con las modificaciones de la solidaridad,
etc., sobre la calidad de vida.

3. Crecimiento y desigualdades

Un aumento de las desigualdades


La rápida liberalización de los mercados, al permitir una erradicación
de los procesos hiperinflacionarios en los países donde hacía estragos, una
consolidación o una vuelta del crecimiento, ofrece una doble cara: en un pri-
mer momento, la pobreza y las desigualdades disminuyen, en un segundo
tiempo, el crecimiento se alimenta con la desigualdad profunda existente, a
menudo la acentúa, la alivia a veces cuando se hace más viva, pero al margen.
No llega a disminuir duraderamente la pobreza y las desigualdades, porque
las mantiene y se nutre de ellas.

Los años 80 denominados el “decenio perdido”


Las fluctuaciones de fuertes amplitudes del PIB, aumentando como bajando
(Salama, 1998; Rodrik, 2001), en un contexto depresivo y muy inflacionario durante
un largo periodo, afectan la distribución de los ingresos y la pobreza. Según CEPAL, en
un estudio mencionado y explotado por V. Bulmer-Thomas (1998), la descomposición
de estos años en fases recesivas, de crecimiento cero y, finalmente expansivas, revelan
a partir de 36 observaciones efectuadas en 11 países de la región, que, en 15 casos
analizados en periodo de recesión, el ingreso del 40% de la población más desampara-
da, se deterioró, mientras que el 15% más rico se mejoró en 7 casos y disminuyó en 8 de
cada 15 casos. Cuando la economía se estanca, de 4 casos observados, el ingreso medio
del 40% más pobre mejora ligeramente, mientras que el del 10% más rico, paradójica-
mente, baja ligeramente. En las fases ascendentes del ciclo, sobre 17 casos observados,
el ingreso del 40% más pobre se reduce en 5 casos, mientras que esta reducción sólo se
observa en 2 de cada 17 casos para el 10% más rico. Se comprende entonces que con
tales evoluciones del PIB y de las desigualdades, la amplitud y la profundidad de la
pobreza, las desigualdades entre los pobres hayan podido aumentar muy fuertemente.

143
Con algunas escasas excepciones, los distintos países de América La-
tina son especialmente desiguales, como lo muestra el siguiente cuadro, y,
entre ellos, Brasil es donde las desigualdades son más importantes12.

Cuadro 4
Indicadores de desigualdades en América Latina (el Caribe incluido)
1986-1996

Theil Gini Atkinson


1986 0.59 0.54 0.47
1989 0.73 0.58 0.52
1992 0.62 0.55 0.51
1994 0.65 0.56 0.51
1996 0.65 0.56 0.52

Fuente: Wodon, op.cit. p. 4.

Según estos distintos indicadores, la desigualdad aumentó en 10 años.


Después de haber alcanzado una cumbre a fines de los años ochenta, declina
ligeramente, o incluso se estabiliza13. Estos datos son insuficientemente finos
y sería necesario dividirlos según deciles. No disponemos de series tempora-
les para hacerlo, los únicos datos a nuestra disposición (1996) revelan una
particularidad importante: la relación del índice de Gini de los 10 deciles so-
bre el de los 9 primeros deciles, es muy elevada, mucho más que en Estados
Unidos, por ejemplo (Banco Interamericano de Desarrollo, p. 19).

12 La CNUCED propone un indicador más complejo, con el fin de tener en cuenta la forma-
ción social en su totalidad. Considera la parte en el ingreso del 40% más pobre, el 20% de
los más ricos y el 40% restante calificados de “capas medias”, para mayor sencillez en cada
país. Así, se obtienen 5 grupos de países. El primero se compone de los países más desigua-
les, puesto que el 20% de los más ricos tienen 60% y más de las riquezas producidas; las
capas medias 30% y el 40% más pobre de 10% de estas riquezas. El país clasificado primero
en este grupo por ser más desigual es Brasil.
13 Para un estudio comparativo con las economías asiáticas, estudiadas por periodos según las
fases de crecimiento y de crisis, véase L. Taylor (2000).

144
Gráfico 4
Concentración del ingreso total y excluyendo al 10% más rico

12345678901234567890123456789012123456789012
12345678901234567890123456789012123456789012
Brasil 12345678901234567890123456789012123456789012
Guatemala 12345678901234567890123456789012123456789012
Panamá 1234567890123456789012345678901212345678901
1234567890123456789012345678901212345678901
1234567890123456789012345678901212345678901
1234567890123456789012345678901212345678901
Paraguay
Ecuador 123456789012345678901234567890121234567890
12345678901234567890123456789012123456789
12345678901234567890123456789012123456789
Chile 12345678901234567890123456789012123456789
Honduras 12345678901234567890123456789012123456789
México 1234567890123456789012345678901212345678
1234567890123456789012345678901212345678
1234567890123456789012345678901212345
1234567890123456789012345678901212345
Bolivia
El Salvador 1234567890123456789012345678901212345
1234567890123456789012345678901212345
12345678901234567890123456789012123
12345678901234567890123456789012123
Rep. Dominicana
123456789012345678901234567890121
Argentina
Perú 123456789012345678901234567890
123456789012345678901234567890
123456789012345678901234567890
123456789012345678901234567890
Venezuela 123456789012345678901234567890
123456789012345678901234567890
Costa Rica
Uruguay 1234567890123456789012345
1234567890123456789012345
12345678901234567890
12345678901234567890
Jamaica 12345678901234567890
EUA 12345678901234567890

0.20 0.30 0.40 0.50 0.60

1234567
1234567
Gini 90% Gini total

Fuente: BID (1998), a partir de encuestas de hogares.

Hasta cierto punto, estamos en presencia de una bipolarización en la


concentración de los ingresos efectuada, en parte, en detrimento de una frac-
ción importante de las capas medias y, por supuesto de la más pobre, por lo
menos en el periodo inflacionario (Salama, 1995; Londono y Szekely, 2000).
Esta evolución se debe, en parte, a los beneficios sacados de la hiperinflación
por el 5% a 10% de la población (la clase más acomodada) y, cuando acaba la
subida de los precios, habiéndose agotado la fuente de su enriquecimiento
absoluto y relativo, se observa a menudo una decadencia relativa y ligera de

145
su parte en el ingreso nacional14. En la misma línea de pensamiento, se debe
considerar en realidad la deformación de la curva de Lorenz15: se puede muy
bien observar a la vez una concentración de los ingresos, medida por el coefi-
ciente de Gini, y constatar al mismo tiempo un aumento de la parte de los 30%
más pobre en el ingreso nacional (deciles donde se concentran los pobres), de
modo que combinada con un crecimiento per cápita positivo, la amplitud de la
pobreza disminuye. Pero, se puede observar también, menos frecuentemente
por cierto, al mismo tiempo, una reducción de la parte del primer decil (el más
rico) y una reducción de la participación del 30% más pobre, de manera tal
que, a pesar del crecimiento, la amplitud de la pobreza no está reducida. Por
último, se puede constatar un ligero aumento de la concentración de las rique-
zas que se debe casi exclusivamente al 10% (o al 5%) más ricos, de manera
que el crecimiento per cápita, no pueda generar una disminución de la ampli-
tud de la pobreza a la altura de la que se hubiera podido obtener si las
desigualdades se hubiesen mantenido o si se hubiesen reducido.
Según las investigaciones de Székely M. y Higert M. (1999), la distri-
bución de los ingresos, limitada a los únicos ingreso del trabajo, se hizo más
desigual en 11 de 14 países16 en el decenio de los años noventa. En Bolivia,
Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Uruguay y Venezuela, el
aumento de la concentración de los ingresos se explica esencialmente por el
aumento de las desigualdades entre los 9 primeros deciles, mientras que en
Brasil y Perú, sería debido al aumento de la parte relativa en el ingreso de los
percentiles situados entre 90 y 95, en Nicaragua y Panamá en los percentiles
95 y 98, en México y Paraguay de los 2% más rico de la población (p.28).

14 Tal es la evolución observada en Brasil, donde el 10% más rico cuenta con un 48.8% de las
riquezas distribuidas en 1986; un 53.2% en 1989 y un 46.8% en 1999, concentrándose espe-
cialmente esta reducción en el 1% más rico (15.2 en 1986; 17.3% en 1989 [periodo
inflacionario]; 13.9% en 1995 [final de la hiperinflación] y 13% en 1999). El 9% siguiente
conoce una estabilización de su parte relativa (33.6% en 1986 y 33.8% en 1999, después de
haber tenido un alza a 35.9% en 1989) (fuente: IBGE/PNAD). Notemos aquí que limitamos
el análisis sólo a los ingresos recibidos, haciendo abstracción de la concentración muy ele-
vada de los patrimonios.
15 Curva que pone con relación a los percentiles, deciles o quintiles de la población con el
ingreso acumulado que reciben.
16 El número de países examinados en la investigación se limita a 14, ya que son países cuyas
estadísticas se pueden comparar.

146
Gráfico 5
Desigualdad en LAC en los 90
(ciudades con aumento de la desigualdad)

0.6

0.58 Honduras 89 Brazil 92


Panama 91 Nicaragua 93
0.56

0.54
L
Q
L
* 0.52
 El Salvador 95
H
G

H 0.5
LF
G
Q
, 0.48
Perú 91
0.46 Venezuela 95

0.44

0.42 Uruguay 89

0.4
1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

Gráfico 6
Desigualdad en LAC en los 90
(ciudades con desigualdades constantes)
0.6 Bolivia 96
0.58 Colombia 91

0.56 Chile 90 Ecuador 95


Mexico 89
L 0.54
LQ
*
H 0.52
G
H
F
L 0.5
G
,Q
0.48
C. Rica 89
0.46

0.44

0.42
0.4
1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

Fuente: Szekelyer y Hilbert, p. 32, Op. cit.

147
La pobreza es considerable en América Latina, tanto por su amplitud
como por su profundidad. El sólo crecimiento no puede reducir duradera-
mente la pobreza. Ya hemos visto que la reducción de 10 puntos de la pobreza,
en dos años en Brasil, se explicaba esencialmente por los efectos redistributi-
vos del fin de la hiperinflación y por el cambio de las anticipaciones. Para
destacar la importancia de las modificaciones de la distribución de los ingre-
sos sobre la pobreza, se puede razonar inicialmente a contrario con la ayuda
de unos bosquejos. Se supone que el crecimiento, al permanecer al mismo
tiempo, ni demasiado elevado, ni demasiado débil, no tiene efectos redistribu-
tivos, que es estable y durable.

Crecimiento – desigualdad – pobreza:


Hace ya algunos años, N. Lustig (1989) había estimado para México
cuantos años eran necesarios para colmar la brecha entre el nivel de remune-
ración alcanzado por los 10% más pobres, luego por el 10% siguiente, etc., y
el salario mínimo de 1977, próximo a la línea de pobreza. Nora Lustig formu-
la dos hipótesis. El crecimiento se supone neutro desde el punto de vista de la
distribución de los ingresos; se supone que el coeficiente de Gini sigue siendo
estable a lo largo del periodo; la tasa de crecimiento es regular y es de 3% al
año. Con estas hipótesis, la población que compone el primer decil (los más
pobres) tendría que esperar 64 años para que su ingreso alcanzara la línea de
pobreza, el segundo decil sólo tendría que esperar 35 años y el decil siguiente
21 años. Esto muestra la amplitud del problema de la pobreza en un país, no
obstante menos desigual que Brasil y cuan vano es esperar del sólo crecimien-
to, aunque fuera no desigual, una resolución rápida del problema de la pobreza.
Más recientemente, Paes de Barros R. y Mendonça R. (1997) realizaron simu-
laciones interesantes para Brasil. La hipótesis consiste también en suponer
constante la distribución del ingreso (la de 1993) y en calcular el número de
años de crecimiento continuo y regular para que la amplitud de la pobreza
baje. Los autores obtienen los siguientes resultados: 10 años de crecimiento
con un porcentaje de 3% al año, permite una reducción de la pobreza de 8
puntos, pero de 2 puntos si el crecimiento es sólo de un 2%. Los autores
analizan luego el efecto de la distribución del ingreso sobre la amplitud de la
pobreza. El método consiste en suponer la conservación del ingreso medio de
Brasil y en afectar al país una curva de Lorenz de otro país menos desigual. Si

148
Brasil tuviera la misma curva de Lorenz que Colombia, la pobreza bajaría 8
puntos, esta reducción sería de 6 puntos si la curva adoptada fuera la de
México. En esta lógica, se puede también calcular cuál tendría que ser el
índice de crecimiento durante 10 años –con conservación de la distribución
del ingreso– para obtener una reducción equivalente a la que se realiza, adop-
tando la distribución de los ingresos de otro país, conservando, al mimo tiempo,
su ingreso medio inicial. Para obtener el mismo grado de desigualdad que
Colombia y México, el crecimiento tendría que ser respectivamente de 2.8%
y 2.4% anual.
El crecimiento nunca es neutro en términos de distribución del ingreso.
Durante un largo periodo fue especialmente desigual. Birdsall y Londono (1997)
pusieron de manifiesto que se evaluaba a la población llamada pobre en Amé-
rica Latina en 110 millones de personas aproximadamente en 1970 y que
alcanzaba a 150 millones en 1995. Si la desigualdad de los ingresos, medida
aquí por el coeficiente de Gini, hubiese seguido siendo estable, a lo largo de
estos años, el número de pobres habría ascendido a 120 millones de personas.
La diferencia de 30 millones de pobres adicionales, es el producto del aumento
medio de las desigualdades observado en este periodo, sea por causa del au-
mento de la inflación, de la falta de crecimiento durante el “decenio perdido” o
por la desigualdad inherente a ciertos regímenes de acumulación. El tomar en
cuenta las desigualdades que genera el crecimiento en este periodo, aumenta
la amplitud de la pobreza. A contrario, no tenerlas en cuenta, subestima el
tiempo que se ha de esperar para que la pobreza disminuya.

¿Disminuir las desigualdades?


Unas pruebas econométricas efectuadas principalmente por las institu-
ciones internacionales y unas recientes formalizaciones, atribuyen un papel
importante a la distribución de los ingresos para explicar el crecimiento17.
Cuanto menos importantes sean las desigualdades del ingreso –medi-
das por la relación entre los dos primeros (o los 4 primeros) deciles y los dos

17 Es sorprendente que para demostrar las relaciones entre equidad y crecimiento, la mayor
parte de las pruebas toman periodos muy amplios, por ejemplo: de 1965 a 1990, en los
cuales se mezclan algunas fases de alta coyuntura (1965-1982) y fases de fuerte depresión
(el decenio perdido de los años 80) y componen muestras de países cuya homogeneidad es
cuestionable (por ejemplo: Banco Mundial, 1993).

149
últimos–, más fuerte y duradero es el crecimiento e inversamente (Birdsall et
al. en Turnham et al., 1995)18.
Unas pocas desigualdades del ingreso constituirían así un factor posi-
tivo para el crecimiento y éste actuaría a largo plazo sobre la disminución de la
pobreza, en primer lugar de manera poco importante, si los pobres están dis-
tantes de la línea de pobreza, luego masivamente si las desigualdades entre los
pobres son poco altas. Contrariamente, unas desigualdades importantes no
favorecerían el crecimiento y el círculo virtuoso que se acaba de describir no
podría desarrollarse. En estas condiciones, ¿cómo obtener un fuerte creci-
miento en unos países donde las desigualdades del ingreso son especialmente
importantes, como es el caso de la mayoría de las economías latinoamerica-
nas?, ¿Hace falta redistribuir los ingresos en favor de las capas más pobres o
“esperar” que el crecimiento obre para los más favorecidos19, impulsando al
mismo tiempo su desarrollo por medidas de liberalización?
Insistir en el grado de desigualdades de ingreso y la no-liberalización de
la economía, podrían proporcionar una “explicación” del crecimiento más mo-
derado en América Latina que en los países asiáticos20 y definir una política

18 Estas conclusiones se opondrían así a la tesis desarrollada por Kuznets, según la cual la
distribución de los ingresos seguiría una curva en U invertida. Al principio, las desigualda-
des se acentuarían con el crecimiento, puesto que los trabajadores se desplazarían de los
sectores de baja productividad hacia los de productividad más elevada. O también, a los
análisis de Kaldor, que ponen en relación el grado de desigualdad y la importancia del
ahorro. Un aumento de las desigualdades debería permitir lograr fuentes de ahorro suple-
mentarias (ahorrando aún más las capas acomodadas que las que no lo son) y, por lo tanto,
aún más inversión y crecimiento. Sobre este punto véase también Dollar et al. (op.cit.).
19 La observación debe por supuesto matizarse. Las instituciones internacionales consideran a
menudo que hace falta ayudar directamente y por medio de programas faocalizados, a la
pobreza extrema (los indigentes). Los “otros pobres”, cuyo ingreso se sitúa entre la línea de
indigencia y la línea de pobreza, no deben beneficiarse de una redistribución de los ingre-
sos, sino de programas de educación y salud. Tengamos en cuenta que esta posición comienza
a evolucionar: becas de escolaridad pagadas a las madres de familia pobres y, más tímida-
mente, redistribución por medio de la fiscalidad (Ver Valier J., 2000).
20 Utilizamos intencionalmente el condicional. La mayoría de las economías latinoamericanas cono-
ció fases de desarrollo prolongadas, de los años 50 a los 70, y para algunos más larga, con una
distribución de los ingresos especialmente desigual y una intervención del Estado por lo menos
sustancial, puesto que algunos teóricos concentraban su investigación, en aquella época, sobre el
papel de los Estados en la industrialización y el Banco Mundial, más keynesiano que hoy, pretendía
favorecer su intervención. Para un estudio detallado de los fundamentos teóricos de la intervención
importante del Estado en los países subdesarrollados, ver G. Mathias y P. Salama (1983). Añada-
mos finalmente que es en una fase de énfasis de las desigualdades, hecha posible por un golpe de
Estado militar, que Brasil conoció lo que algunos llamaban en esa época, “un milagro económico”.

150
económica susceptible de actuar sobre la pobreza, su amplitud y su profundi-
dad, gracias a la liberalización de los mercados. Al contrario, disminuir la
pobreza y las desigualdades, reanudar con el crecimiento podrían resultar de
una intervención del Estado más consecuente, menos burocrática, actuando,
a la vez, sobre una política redistributiva de los ingresos y una política indus-
trial, parecidas a las observadas en numerosos países asiáticos. Hay que
reconocer, sin embargo, que las recomendaciones dominantes, hechas por las
instituciones internacionales, hacen hincapié, en general, en el papel regula-
dor del mercado y en los aspectos nocivos de la intervención del Estado cuando
ésta sobrepasa los límites definidos por el enfoque liberal: no-intervención en
la asignación de los recursos, en la inversión productiva, una política redistri-
butiva limitada por los principios de rawlsinos de equidad y justicia21, una
intervención del Estado limitada a algunos sectores no comerciales: la salud
(insistiendo en la prioridad a la financiación de políticas preventivas), la edu-
cación (favoreciendo la enseñanza primaria), la infraestructura (transporte y
también energía, alcantarillas, etc.). Este tipo de intervención, limitado a la

21 La redistribución debe ser tal que no debe amputar el nivel absoluto de los ingresos de
ciertas capas, para beneficio de otras, para que no se sientan no incitadas a trabajar menos.
En cambio, puede diferenciarse la progresión de los ingresos, lo que, en los países donde
domina una profunda desigualdad de los ingresos, deja poco margen a una política redistri-
butiva, sobre todo si el crecimiento es bajo o ausente. En realidad dos ideas se oponen: la
primera insiste en este enfoque en término de equidad y justicia y, considera que la libera-
ción de las fuerzas del Mercado habría de impulsar el crecimiento y permitir así una progresión
mecánica de los ingresos de los más pobres que se añadiría a la que se obtendría gracias a la
redistribución de los ingresos según las normas definidas; la segunda adopta otro enfoque de
justicia y equidad, considerando, en primer lugar, las desigualdades desde un punto de vista
ético y luego desde un punto de vista económico. Dicho de otro modo, unas medidas de
redistribución pueden tener un costo, incluso en términos de crecimiento que conviene cal-
cular, pero deben tomarse por razones éticas, a riesgo de que se vayan haciendo en largo
tiempo. Estas medida pueden también tener cierta eficacia económica al permitir que se
cambie la regulación y se mejore la valorización del capital en los sectores que responden al
aumento de la demanda solvente producida por la mejora del poder adquisitivo de las capas
que tienen los ingresos más bajos. Pero, también pueden no favorecer el crecimiento y ser
poco eficaces (para discutir de esta eficacia, ver Bourguignon [1999] y su propuesta de
mejorar el ingreso de las capas medias para aumentar por retrueque el de los más pobres).
Por lo tanto, el argumento económico no basta de por sí para justificar una redistribución
importante de los ingresos a favor de los más pobres, aunque pueda considerarse. Una polí-
tica de redistribución que sólo obedeciera a unos argumentos económicos tendría fundamentos
bien frágiles. Por eso los argumentos de carácter ético deben ponerse en primer lugar. No se
puede evitar señalar que, más o menos, los argumentos éticos y económicos van hoy en la
misma dirección.

151
producción de externalidades para las empresas o, previniendo las que son
negativas produce el Mercado, podría y es de índole a disminuir el indicador
de pobreza humana construido por el PNUD. Sus efectos son importantes en
mejorar el nivel de vida de las capas más pobres y las más modestas22. Pero
resulta muy limitado.
En conclusión, el crecimiento es parco en empleos industriales, pero
prolífico en empleos informales. La flexibilidad del trabajo aumenta (mayor
precarización, trabajo a tiempo parcial), los salarios distan mucho de seguir la
evolución de la productividad laboral, a excepción de los que poseen un em-
pleo muy calificado, el desempleo tiende a aumentar, a pesar del desarrollo de
empleos informales. El crecimiento tiene efectos positivos sobre la pobreza,
pero son más pequeños que los previstos, no sólo, porque a medio plazo los
índices de crecimiento siguen siendo modestos con relación a loa años 50-70,
pero sobre todo, porque, se inscribe en un régimen de acumulación específico
altamente inestable que vamos a analizar. La paradoja es entonces la siguien-
te, mientras que ayer la pobreza se acrecentaba con la inflación, hoy puede
proceder de ciertas formas, precarias, a tiempo parcial, de integración en el
trabajo. Obtener un trabajo no significa necesariamente salir de la pobreza,
pero puede conducir a ella cuando la “calidad” del trabajo es baja.
El debate a propósito de los efectos del crecimiento sobre la pobreza,
considerada in abstracto, poco sentido tiene, “ya que desvía la atención de
cuestiones que tendrían que ser sobre las cuales se habría de concentrar la
atención: quién trabaja, cómo y en qué circunstancias” (Rodrik, 2000, p. 9).

4. Un régimen de acumulación específica con dominante financiera


La dependencia financiera se volvió exorbitante y se traduce en una
fuerte vulnerabilidad macroeconómica desde principios de los años 90. Esta
sería principalmente la causa de la crisis y del aspecto contrastado de la co-
yuntura durante un plazo medio.
22 Unas pruebas pusieron de manifiesto también que los países que dedicaban más recursos (en
porcentaje del PIB) a estos gastos, registraban un crecimiento elevado y duradero (para
examinar estos estudios, Fislow, 1996). Al contrario, los que gastaban poco en educación,
salud, infraestructura, investigación, registraban un crecimiento bajo e irregular durante un
largo periodo, sobre todo si paralelamente ellos consagraban la mayor parte de sus ingresos
públicos para pagar una burocracia “desproporcionada”, para colmar los enormes déficits
de sus empresas públicas.

152
Expondremos sucesivamente las razones que fundan esta caracteriza-
ción de este régimen de acumulación, luego discutiremos, a la luz de las
recientes evoluciones, la inestabilidad relacionada con este régimen de acu-
mulación.

La liberalización de los mercados como respuesta a las fuertes infla-


ciones y a la atonía del crecimiento
En los años 90, la rápida apertura de las fronteras, condujo a una des-
trucción - reestructuración del aparato de producción, triunfando en parte la
destrucción sobre la reestructuración. El balance comercial se volvió muy nega-
tivo, sobre todo en los primeros años de liberalización de los mercados. El
rápido desarrollo de las exportaciones y la transformación a veces de su conte-
nido, no fueron y no son suficientes para compensar el de las importaciones. La
reestructuración del aparato industrial no fue bastante rápida e importante para
que las empresas modernizadas pudieran exportar bastante y compensar así el
vivo desarrollo de las importaciones, transformar positiva y duraderamente el
saldo del balance comercial por una razón sencilla: las inversiones son en efecto
insuficientemente elevadas con relación al PIB, sobre todo cuando se las com-
para con las que se hicieron en las economías asiáticas. Las bolsas conocen un
desarrollo considerable, no sólo, porque unos capitales vienen del extranjero
con motivo de las privatizaciones, sino también, porque las empresas arbitran
en favor de colocación lucrativa en cartera en lugar de invertir aún más.
La estabilidad relativa de la tasa de cambio nominal, tiene credibilidad
adquirida a precio de una liberalización súbita e importante de los mercados,
traduciéndose por una fuerte valoración de la moneda nacional en término
real. Se encuentra uno, por lo tanto, ante la siguiente paradoja, por una parte,
la liberalización financiera impone una relación más o menos estable de la
moneda nacional frente al dólar, la entrada masiva de capitales tiende a valo-
rar una tasa de cambio real, ya muy avalorado por la reducción de la inflación
paralela a la estabilidad de la tasa de cambio nominal; por otra parte, la valo-
ración de la tasa de cambio real en relación con el dólar, frena el desarrollo de
las exportaciones, al mismo tiempo que estimula las importaciones y eso cuanto
más geográficamente diversificado es el comercio (Brasil, Argentina a dife-
rencia de México, cuyo comercio se concentra sobre Norteamérica) y el propio
dólar se aprecia con relación a las otras divisas claves.

153
El déficit del balance de las cuentas corrientes crece mucho, no sólo,
porque el saldo del balance comercial se vuelve, en primer lugar, profunda-
mente negativo, y luego algo menos, sino también, porque aumentan los gastos
en turismo, los gastos relacionados con el de los beneficios y dividendos de
las empresas multinacionales, cuya elevada progresión está conforme con la
internacionalización creciente del capital, así como los gastos relacionados
con la compra de patentes extranjeras y finalmente los gastos crecientes vin-
culados con el servicio de una deuda externa en pleno desarrollo. Finalmente,
el déficit del balance de las cuentas corrientes, sólo expresa una parte de la
necesidad de financiación, puesto que a este último conviene añadir la amor-
tización de la deuda.
La subida de las tasas de interés o incluso su mantenimiento a un nivel
relativamente elevado, condición necesaria, pero no suficiente para atraer ca-
pitales23, por una parte hace más vulnerables a los bancos, reduciendo en
parte el valor de sus activos (Gavin y Haussmann, 1996), al incitarlos a con-
ceder malos créditos y, al aumentar el riesgo del no pago de los deudores; por
otra parte, esta subida eleva considerablemente el costo de los préstamos,
debilita, por lo tanto a los Estados ante el Estado Federal aumenta el déficit
presupuestario que una reducción de los gastos públicos no consigue vencer
e incita a revisar a la baja los proyectos de inversiones de las empresas, por
dos razones: una vinculada al costo, otra a la posibilidad de arbitrar en favor
de compra de bonos erarios públicos más rentables que la propia inversión.
La vulnerabilidad de los bancos, ya debilitados por la rápida liberaliza-
ción de los mercados financieros y el aumento de los créditos dudosos, aumenta
cuando los depósitos no siguen con mismo ritmo de crecimiento de las tasas
de interés y su capitalización se hace más urgente cuando aparece la crisis. El
costo para recapitalizar a los bancos y socializar sus pérdidas, alcanza ya di-
mensiones considerables en México después de las fuertes devaluaciones de
1994 y 1995.

23 Numerosos economistas comparten hoy esta posición. Rodrik (2001), página 23 y siguien-
tes, analiza esta lógica que conduce a una apreciación de las tasa de cambio real, escribiendo:
“las tasas de cambio flexibles son menos guiadas por las perturbaciones en la competitivi-
dad o fluctuaciones del balance comercial y más por el deseo de mantener los flujos de
capitales a corto plazo y la confianza de los inversores” (p. 24) y, añadiremos, a un alza real
de las tasas de interés al ser estas amenazadas.

154
Sólo se puede superar los déficit del balance de cuentas corrientes con
las llegadas de capitales cada vez más masivas a lo cual se añaden las salidas
cada vez más considerables en calidad de la amortización del capital prestado.
El funcionamiento de la economía se orienta hacia lo que Keynes nombraba
una “economía casino”: la necesidad de financiación llama entradas de capi-
tales, a la altura de esta necesidad creciente. Mientras más nos acercamos a un
nivel de déficit insostenible más aumentan las tasas de interés y acuden a
abundantes capitales flotantes colocados a muy corto plazo. Cruzado este lí-
mite –difícil de definir– la amplitud de los déficit (presupuestarios, balance de
las cuentas corrientes) suscita una caída de la credibilidad de la política eco-
nómica de los Gobiernos, de las salidas masivas de capitales, una reducción
drástica de las bolsas nacionales y, en la mayoría de los casos, un hundimiento
de la moneda con relación al dólar, todo esto seguido de una recesión, siendo
ésta aún más elevada, si el valor de la moneda se preserva, a pesar de la pérdi-
da de credibilidad que sufre la política económica del país que se traduce por
un aumento de las tasas de interés, un mayor déficit fiscal y una incapacidad
de llevar una política económica coherente (Argentina, desde 1998). Así pues,
mientras el funcionamiento de la economía casino no suscite temores de in-
solvencia, los déficit se colman por entradas de capitales. Déficit y entradas
van en el mismo sentido. Cuando los déficit siguen ahondándose, pero cesan
las entradas de capitales y salen estos del país, déficit y salidas de capitales se
añaden.
La lógica financiera introducida por el funcionamiento de una econo-
mía casino tiende a imponer una gran inestabilidad y, por lo tanto, fluctuaciones
importantes de la actividad económica. Se trata de un verdadero círculo vicio-
so. Esto considerado, sería erróneo atribuir, a esta única dimensión financiera,
por considerable que fuese, la responsabilidad de la llegada de una crisis.
Pesa estructuralmente, pero las crisis pueden también proceder de una valora-
ción de capital que se volvió insuficiente, debido a una excesiva inversión
relativa; de un deterioro profundo de los términos de intercambio de los pro-
ductos primarios, que conduce a un mayor déficit comercial; una subida de
las tasas de interés, si una parte importante de los ingresos presupuestarios
viene de la imposición de estas importaciones. Se puede considerar que la
crisis argentina a fines de los años 90 y comienzos del 2000, se explica a la vez
por causas financieras y por el deterioro de los términos del intercambio, cuyos
efectos se volvieron tanto más importantes, cuanto que se tornó primaria la

155
economía a lo largo del último decenio. Así mismo, se puede considerar que
la ligera disminución económica en 1998-99, observada en México, se expli-
ca por el contagio de la crisis financiera y la reducción de los ingresos
presupuestarios, causada por la baja del precio del petróleo y el alza consecu-
tiva de las tasas de interés adoptadas para evitar una subida del déficit
presupuestario.
Este régimen de acumulación con dominante financiera se convierte
progresivamente en una trampa, de la cual se hace cada vez más difícil salir
sin crisis. La lógica financiera de estos regímenes de acumulación imprime al
crecimiento un perfil de “montañas rusas”.
En resumidas cuentas, este tipo de crecimiento queda en un equilibrio
muy inestable. La durabilidad de este crecimiento es problemática. Cuando
ocurre la crisis, el temor de ver los capitales salir lleva a elevar las tasas de
interés a un nivel tal que se convierte en un obstáculo casi imposible de salvar
para los proyectos de inversión que necesitan recurrir al crédito y dificulta
mucho el reembolso de los créditos antiguos, lo que debilita a los bancos y
también a los Gobiernos muy endeudados y modifica las relaciones entre el
Estado central y los Estados federados muy endeudados. Considerándose in-
suficiente esta medida para restablecer la confianza de los mercados, una
política de austeridad es adoptada entonces. Los gastos públicos tendrían que
reducirse con mayor fuerza que los que garantizan al servicio de la deuda
interna y externa, aumentando de manera exponencial, a medida que las tasas
de interés se elevan y conviene lograr un excedente presupuestario (sin contar
el servicio de la deuda). Siendo difícil crear nuevos impuestos, la reducción
significativa de los gastos se vuelve también difícil, debido a su carácter in-
comprensible, la situación se soluciona ora por un “blindaje” financiero
consecuente, acompañado de una promesa de reducir estos gastos ora por una
devaluación o los dos al mismo tiempo. Las tasas de interés pueden entonces
bajar de nuevo y el crecimiento reanudarse sin que haya una subida significa-
tiva de la inflación, disminuir el déficit presupuestario.
Según los trabajos de Rodrik (2001), la volatilidad de los flujos brutos
de capitales privados en porcentaje del PIB24, medida por la diferencia tipo,

24 Una observación por país en cada decenio (80 y 90); se excluyen los países cuyos flujos de
capitales son muy volátiles por razones específicas, como Surinam, Panamá, Bahamas y
Nicaragua.

156
explicaría un poco más de la mitad de la volatilidad del PNB del conjunto de
las economías latinoamericanas, mientras que en los años 80, esta cifra era
de 20%.

La vulnerabilidad macroeconómica de estos modelos es profunda y sus


efectos sobre la pobreza son muy importantes
La crisis de fines de los 90 es “rica en enseñanzas”. Sólo Argentina
entró en una profunda recesión de la cual tiene bastantes dificultades para
salir. Brasil conoció una fuerte disminución, una recesión ciertamente, pero
no una depresión, el crecimiento se estableció próximo a cero. La ampli-
tud pues fue menos importante que lo que se podía prever. México no
conoció recesión, por el contrario la expansión se mantuvo. Sería pues un
error pensar que las fluctuaciones ocurrirían una tras otra, con un ritmo
cada vez más acelerado y, sobre todo, que sucederían más o menos simul-
táneamente.
Los efectos de la vulnerabilidad macroeconómica sobre la pobreza
son importantísimos, no solamente, porque al haber desaparecido la infla-
ción, la única manera de reducir la masa salarial sería disminuir el empleo
antes que los salarios reales (Marquez G., 2000, p. 7 y 8), si no también,
porque con la crisis se desarrollan unas actividades de supervivencia. Lo
informal, más importante, tiende a informalizarse aún más, al mismo tiempo
que aumenta el trabajo a tiempo parcial, cuyos ingresos son inferiores a los
que corresponden con la línea de pobreza y una fuerte precariedad tiende a
instaurarse. Utilizando los trabajos de De Janvry y Sadoulet (1999), N. Lus-
tig (2001), destaca los efectos de la crisis inflacionaria de los años 80: cada
vez que pierde un punto el PIB, durante las fases de recesión, la amplitud de
la pobreza urbana aumenta de 3.7% y la pobreza rural de 2%. Estas cifras
son más elevadas que las que presentamos con los trabajos de Wodon, pero
se refieren a momentos específicos, es decir, los periodos de crisis. La crisis
causa, por cierto, efectos desmultiplicados sobre la pobreza que no compensa
una recuperación económica de igual importe y de similar duración. El fe-
nómeno de histéresis se explica esencialmente por dos causas: la crisis
acentúa profundamente las desigualdades, aún más que en los países desa-
rrollados, debido a la poca protección social, reducida con la liberalización

157
de los mercados25; los servicios públicos, entre los cuales escuela y salud
sufren especialmente las reducciones de gastos, adoptadas para recuperar
un equilibrio presupuestario26. La duración media de la escolaridad baja y
decae su calidad. Los niños pobres frecuentan menos asiduamente a la escue-
la y trabajan más. La búsqueda de actividades de supervivencia a corto plazo
se hace necesaria por la crisis, la calidad y duración de la escolaridad son más
débiles, la protección sanitaria reducida, la nutrición más insuficiente, dismi-
nuyen, en algunos casos, de manera irreversible, las capacidades de salir de la
pobreza cuando llega la recuperación económica.
La asimetría de los efectos puede resumirse en el cuadro siguiente (Lus-
tig, 2001).

Cuadro 5
Crisis y amplitud de la pobreza (en %)

Después de la crisis: PNB


per cápita
Años de Antes de la Años de la Vrs. Años de Vrs. Años antes
Países Después de la crisis
la crisis crisis crisis la crisis de la crisis
Argentina
(GBA) 1995 16.9 1993 24.8 + 26.3 1997 + + +
Brasil (regiones
metropolitanas) 1990 27.9 1989 28.9 + n.d. n.d n.d. n.d. n.d.
México 1995 36 1994 n.d. n.d. 43 1996 + + -
Venezuela 1994 41.4 1993 53.6 + 48.2 1996 + - -

Fuente: N. Lustig (extraído), op. cit., p. 19

25 Rodrik compara la crisis de los años 30 en los Estados Unidos con la de los años 80 en
América Latina, de amplitud y duración equivalentes: en un caso, pasó de “dejar hacer” al
intervencionismo y, en el otro, del intervencionismo a “dejar hacer”, favoreciendo así el
mercado en detrimento del Estado (Rodrik, 2001, p. 11 a 13).
26 Hicks N. y Wodon Q. (2001) estudian la elasticidad de los gastos sociales y, especialmente,
programas focalizados con relación al PIB en las fases de crecimiento y en las de recesión y
concluyen que los gobiernos son en general “pro-pobres” en las fases de crecimiento; esta
actitud cambia en las fases de recesión, bajando los gastos sociales en el momento mismo
en que, sufriendo los pobres la recesión con mayor fuerza que las otras capas, estos gastos
tendrían que aumentar. Para 1% de reducción del PIB per cápita, los programas focalizados
bajarían de 2% por cada pobre, la mitad de este efecto viene de la reducción del PIB, la otra
mitad del aumento de pobres (p. 109 y siguientes).

158
Como puede observarse, la pobreza aumenta mucho con la crisis y no
tiende a bajar, a pesar de un año o dos de recuperación económica. Hasta
tiende a aumentar y es necesario un periodo de crecimiento más largo y más
constante para que comience a bajar.
La volatilidad del PIB, explicada en parte por los flujos de capitales
privados en los años 90, induce a una fuerte volatilidad del ingreso de los
hogares y, más concretamente, de las capas más modestas. Rodrik (2001) es-
tablece una relación entre la volatilidad del ingreso de los hogares y la del
PIB, a partir de una identidad sencilla: el crecimiento del ingreso del enésimo
hogar es igual al crecimiento del PIB, al cual se añade la diferencia entre
crecimiento del ingreso del enésimo hogar y la del PIB. Esta diferencia expre-
sa la variación relativa del ingreso de un hogar con relación a la del PIB, es
decir, del ingreso medio. La volatilidad es medida por la varianza. A partir de
allí, se deduce que la volatilidad (varianza) del enésimo hogar es igual a la
volatilidad (varianza) del PIB más la del ingreso relativo de ese hogar (varian-
za), a la que se añade dos veces la covarianza entre las tasas de crecimiento
del PIB y del ingreso relativo de este hogar. Los tres términos tienen cada uno
un sentido preciso: el primero, expresa las macro perturbaciones, el segundo
las perturbaciones idiosincrásicas y el tercer término finalmente indica, según
sea positivo o negativo, que el ingreso relativo es pro-cíclico (el ingreso rela-
tivo crece más rápidamente que el PIB, en periodo de crecimiento y se reduce
con mayor fuerza en periodos de recesión) o no lo es. Se puede, por lo tanto,
considerar que el ingreso relativo de los hogares pobres es pro-cíclico, puesto
que su ingreso es especialmente vulnerable a los ciclos económicos. El interés
de esta descomposición es que permite definir mejor las políticas destinadas a
reducir la pobreza. Si la responsabilidad de la volatilidad del ingreso en el
enésimo hogar y aquí los hogares pobres o en vía de serlo, surgen principal-
mente de la volatilidad macroeconómica, entonces las políticas que han de
establecerse consisten en hacer hincapié en la búsqueda de la estabilidad ma-
croeconómica más que en las políticas focalizadas. Como la inestabilidad
macroeconómica procede en parte de la volatilidad de los flujos de capitales
privados, se puede pensar que, menos mercado y más Estado, podrían reducir
la volatilidad macroeconómica y, así, la volatilidad del ingreso de estos hoga-
res. Si la volatilidad se explica principalmente por razones idiosincrásicas,
entonces una política específica destinada a reducir el riesgo particular de
cada hogar, se hace necesaria. Y, así, finalmente, la volatilidad se explica por

159
la extrema sensibilidad de ciertos hogares (y en nuestro caso, los hogares po-
bres y próximos a la línea de pobreza) a las perturbaciones macroeconómicas,
entonces unos programas focalizados, insensibles a la baja de las recesiones,
se vuelven necesarios.
A excepción de algunos países como Chile, la volatilidad se explica,
sobre todo, por macro perturbaciones (primer término) y por una sensibilidad
relativa a estas perturbaciones (tercer término), y esto especialmente para las
categorías más pobres de la población. Estas observaciones tendrían que lle-
var a establecer nuevas políticas económicas, lejos de los espejismos suscitados
por la liberalización de los mercados, consolidando al mismo tiempo unas
políticas focalizadas para que las macro perturbaciones no las pongan en tela
de juicio. Por consiguiente, las políticas macroeconómicas habrían de privile-
giar la estabilidad económica antes que permitir el regreso a las grandes
fluctuaciones del siglo XIX en Europa. La regulación de los mercados se con-
vierte cada vez más en una necesidad. Pasa por un reconocimiento del papel
positivo de los Estados en lo económico y social. Es imprescindible transtor-
nar de arriba abajo los enfoques tradicionales si verdaderamente se quiere
reducir la pobreza.

160
Anexo
Tabla 1
Amplitud de la pobreza en Brasil

Proporción % Cont. % N. pobres (Mil)


Regiones y estratos
1993 1995 1996 1997 1998 1999 1999
Norte Urbano 47,46 38,49 39,57 39,61 40,53 39,95 4,98 2.711
Nordeste 63,96 52,05 53,13 52,86 50,35 50,90 42,03 22.880
Minas G/ E. Santo 38,54 27,82 28,21 27,50 28,76 28,62 10,43 5.676
R. Janeiro 43,52 28,50 29,16 28,86 28,55 27,88 6,81 3.707
São Paulo 34,16 22,01 24,17 25,21 25,11 29,35 18,77 10.217
Sur 24,49 17,85 17,59 18,11 17,76 19,71 8,72 4.729
Centro-oeste 47,11 37,44 37,71 34,62 34,56 37,43 7,61 4.145
Metropolitano 45,12 31,16 32,65 33,18 33,74 36,88 32,12 17.484
Urbano 40,35 31,20 31,46 31,30 30,14 31,78 45,95 25.016
Rural 51,56 41,51 43,42 42,84 41,61 40,26 21,93 11.940
Brasil 44,09 33,23 34,13 34,09 33,43 34,95 100 54.440

Fuente: S. Rocha (2000) a partir de los datos del IBGE/PNAD


Nota: Líneas de pobreza basadas en POF.

Tabla 2
Indicadores de pobreza e indigencia para tres países

H0 H1 H2 H0 H1 H2

Argentina 1990 21 7,2 3,4 5 1,6 0,8


1997 18 6,2 3,1 5 1,5 0,7
Colombia 1991 53 22 12,1 20 6,7 3,4
1997 45 19,1 10,8 17 6,1 3,5
México 1989 42 15,8 8,1 13 3,9 1,9
1998 39 13,4 6,4 10 2,5 1

Fuente: Cepal, 2000, p40 y 42.


Nota: Las columnas dos, tres y cuatro se refieren a la pobreza y las tres últimas a la indigencia; H1 y H2 se
calculan con relación a los hogares para la pobreza y con relación a la población para la indigencia.

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