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SELECCIÓN DE FRAGMENTOS DE LOS CLÁSICOS DEL MARXISMO

LENINISMO.

· F. Engels: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.


· F. Engels: Dialéctica de la naturaleza.(fragmentos)
· V.I Lenin: Carlos Marx. Breve esbozo biográfico con una exposición del
marxismo. (fragmentos).
· V.I Lenin: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. (fragmentos)
· F. Engels: Anti - Dühring (fragmentos).
· Marx y Engels. La ideología alemana(fragmentos)
· C. Marx: Prólogo de la contribución a la crítica de la economía
política(fragmentos).
· F. Engels: Carta a W. Borgius.
· F. Engels: Carta a Joseph Bloch.
· C. Marx: Carta a Joseph Weydemeyer.
· Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista (fragmentos).
· C. Marx: El Capital. Tomo 1 (fragmentos).
· V.I Lenin: El Imperialismo, fase superior del capitalismo(fragmento).
· C. Marx,: Glosas marginales al programa del Partido Obrero
Alemán(fragmentos).
· V.I Lenin: La economía y la política en la época de la dictadura del proletariado.

F. Engels: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.


Tomado de Obras Escogidas de Marx y Engels. Tomo Único.

El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía


Política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales
que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la
condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que,
hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.

Hace muchos centenares de miles de años, en una época aún no establecida


definitivamente, de aquel período del desarrollo de la Tierra que los geólogos
denominan terciario, probablemente a fines de este período, vivía en algún lugar
de la zona tropical -quizás en un extenso continente hoy desaparecido en las
profundidades del Océano Indico- una raza de monos antropomorfos
extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una descripción
aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban totalmente cubiertos de pelo,
tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los árboles y formaban manadas.

Es de suponer que como consecuencia directa de su(2) género de vida, por el que
las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies,
estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo
y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para
el tránsito del mono en hombre.
Todos los monos antropomorfos que existen hoy día pueden permanecer en
posición erecta y caminar apoyándose únicamente en sus pies; pero lo hacen sólo
en caso de extrema necesidad y, además, con suma torpeza. Caminan
habitualmente en actitud semierecta, y su marcha incluye el uso de las manos. La
mayoría de estos monos apoyan en el suelo los nudillos y, encogiendo las piernas,
hacen avanzar el cuerpo por entre sus largos brazos, como un cojo que camina
con muletas. En general, aún hoy podemos observar entre los monos todas las
formas de transición entre la marcha a cuatro patas y la marcha en posición
erecta. Pero para ninguno de ellos esta última ha pasado de ser un recurso
circunstancial.

Y puesto que la posición erecta había de ser para nuestros peludos antepasados
primero una norma, y luego, una necesidad, de aquí se desprende que por aquel
entonces las manos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. Incluso
entre los monos existe ya cierta división de funciones entre los pies y las manos.

Como hemos señalado más arriba, durante la trepa las manos son utilizadas de
distinta manera que los pies. Las manos sirven fundamentalmente para recoger y
sostener los alimentos, como lo hacen ya algunos mamíferos inferiores con sus
patas delanteras. Ciertos monos se ayudan de las manos para construir nidos en
los árboles; y algunos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos entre las
ramas, para defenderse de las inclemencias del tiempo. La mano les sirve para
empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear
a éstos con frutos y piedras. Cuando se encuentran en la cautividad, realizan con
las manos varias operaciones sencillas que copian de los hombres. Pero aquí es
precisamente donde se ve cuán grande es la distancia que separa la mano
primitiva de los monos, incluso la de los antropoides superiores, de la mano del
hombre, perfeccionada por el trabajo durante centenares de miles de años. El
número y la disposición general de los huesos y de los músculos son los mismos
en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz de
ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de
ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de
piedra, por tosco que fuese.

Por eso, las funciones, para las que nuestros antepasados fueron Adaptando poco
a poco sus manos durante los muchos miles de años que dura el período de
transición del mono al hombre, sólo pudieron ser, en un principio, funciones
sumamente sencillas. Los salvajes más primitivos, incluso aquellos en los que
puede presumirse el retorno a un estado más próximo a la animalidad, con una
degeneración física simultánea, son muy superiores a aquellos seres del período
de transición. Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en
cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan
largo que, en comparación con él, el período histórico conocido por nosotros
resulta insignificante. Pero se había dado ya el paso decisivo: la mano era libre y
podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y esta mayor flexibilidad
adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación.
Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto
de él.

Únicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la


transmisión hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los
músculos, los ligamentos y, en un período más largo, también por los huesos, y
por la aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones
nuevas y cada vez más complejas, ha sido cómo la mano del hombre ha
alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por
arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la
música de Paganini.

Pero la mano no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente
un miembro de un organismo entero y sumamente complejo. Y lo que beneficiaba
a la mano beneficiaba también a todo el cuerpo servido por ella; y lo beneficiaba
en dos aspectos. Primeramente, en virtud de la ley que Darwin llamó de la
correlación del crecimiento. Según esta ley, ciertas formas de las distintas partes
de los seres orgánicos siempre están ligadas a determinadas formas de otras
partes, que aparentemente no tienen ninguna relación con las primeras. Así, todos
los animales que poseen glóbulos rojos sin núcleo y cuyo occipital está articulado
con la primera vértebra por medio de dos cóndilos, poseen, sin excepción,
glándulas mamarias para la alimentación de sus crías. Así también, la pezuña
hendida de ciertos mamíferos va ligada por regla general a la presencia de un
estómago multilocular adaptado a la rumia.

Las modificaciones experimentadas por ciertas formas provocan cambios en la


forma de otras partes del organismo, sin que estemos en condiciones de explicar
tal conexión. Los gatos totalmente blancos y de ojos azules son siempre o casi
siempre sordos. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombre y la
adaptación concomitante de los pies a la marcha en posición erecta repercutieron
individualmente, en virtud de dicha correlación, sobre otras partes del organismo.
Sin embargo, esta acción esta acción aún está tan poco estudiada que aquí no
podemos más que señalarlas en términos generales.

Mucho más importante es l a reacción directa - posible de demostrar - del


desarrollo del resto del organismo. Como ya hemos dicho, nuestros antepasados
simiescos eran animales que vivían en manadas; evidentemente, no es posible
buscar el origen del hombre, el más social de los animales, en unos antepasados
inmediatos que no viviesen congregados. Con cada nuevo progreso, el dominio
sobre la naturaleza, que comenzara por el desarrollo de la mano del hombre,
haciéndole descubrir constantemente en los objetos nuevas propiedades hasta
entonces desconocidas.

Por otra parte, el desarrollo del trabajo, al multiplicar los casos de ayuda mutua y
de actividad conjunta, para cada individuo, tenía que contribuir forzosamente a
agrupar aún más a los miembros de la sociedad. En resumen, los hombres en
formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos
a los otros. La necesidad creó el órgano:) la laringe poco desarrollada del mono se
fue transformando, lenta pero firmemente, mediante modulaciones que producían
a su vez modulaciones más perfectas, mientras los órganos de la boca aprendían
poco a poco a pronunciar un sonido articulado tras otro.

La comparación con los animales nos muestra que esta explicación del origen del
lenguaje a partir del trabajo y con el trabajo es la única acertada. Lo poco que los
animales, incluso los más desarrollados, tienen que comunicarse los unos a los
otros puede ser transmitido sin el concurso de la palabra articulada Ningún animal
en estado salvaje se siente perjudicado por su incapacidad de hablar o de
comprender el lenguaje humano. Pero la situación cambia por completo cuando el
animal ha sido domesticado por el hombre.

El contacto con el hombre ha desarrollado en el perro y en el caballo un oído tan


sensible al lenguaje articulado, que estos animales pueden, dentro del marco de
sus representaciones, llegar a comprender cualquier idioma. Además, pueden
llegar a adquirir sentimientos desconocidos antes por ellos, como son el apego al
hombre, el sentimiento de gratitud, etc. Quien conozca bien a estos animales,
difícilmente podrá escapar a la convicción de que, en muchos casos, esta
incapacidad de hablar es experimentada ahora por ellos como un defecto.

Desgraciadamente, este defecto no tiene remedio, pues sus órganos vocales se


hallan demasiado especializados en determinada dirección. Sin embargo, cuando
existe un órgano apropiado, esta incapacidad puede ser superada dentro de
ciertos límites. Los órganos bucales de las aves se distinguen en forma radical de
los del hombre, y, sin embargo, las aves son los únicos animales que pueden
aprender a hablar; y el ave de voz más repulsiva, el loro, es la que mejor habla. Y
no importa que se nos objete diciéndonos que el loro no entiende lo que dice.
Claro está que por el solo gusto de hablar y por sociabilidad con los hombres el
loro puede estar repitiendo horas y horas todo su vocabulario. Pero, dentro del
marco de sus representaciones, puede también llegar a comprender lo que dice.
Enseñad a un loro a decir palabrotas, de modo que llegue a tener una idea de su
significación (una de las distracciones favoritas de los marineros que regresan de
las zonas cálidas), y veréis muy pronto que en cuanto lo irritáis hace uso de esas
palabrotas con la misma corrección que cualquier verdulera de Berlín.

Y lo mismo ocurre con la petición de golosinas. Primero el trabajo, luego y con él


la palabra articulada, fueron dos estímulos principales bajo cuya influencia el
cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano, que, a
pesar de toda su similitud, lo supera considerablemente en tamaño y en
perfección. Y a medida que se desarrollaba el cerebro, desarrollábanse también
sus instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos.

De la misma manera que el desarrollo gradual del lenguaje va necesariamente


acompañado del correspondiente perfeccionamiento del órgano del oído, así
también el desarrollo general del cerebro va ligado al perfeccionamiento de todos
los órganos de los sentidos. La vista del águila tiene mucho más alcance que la
del hombre, pero el ojo humano percibe en las cosas muchos más detalles que el
ojo del águila. El perro tiene un olfato mucho más fino que el hombre, pero no
puede captar ni la centésima parte de los olores que sirven a éste de signos para
diferenciar cosas distintas. Y el sentido del tacto, que el mono posee a duras
penas en la forma más tosca y primitiva, se ha ido desarrollando únicamente con
el desarrollo de la propia mano del hombre, a través del trabajo.

El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de


conciencia, la capacidad de abstracción y de discernimiento cada vez mayores,
reaccionaron a su vez sobre el trabajo y la palabra, estimulando más y más su
desarrollo. Cuando el hombre se separa definitivamente del mono, este desarrollo
no cesa ni mucho menos, sino que continúa, en distinto grado y en distintas
direcciones entre los distintos pueblos y en las diferentes épocas, interrumpido
incluso a veces por regresiones de carácter local o temporal, pero avanzando en
su conjunto a grandes pasos, considerablemente impulsado y, a la vez, surge con
la aparición del hombre acabado: la sociedad.

Seguramente hubo de pasar centenares de miles de años que en la historia de la


Tierra tienen menos importancia que un segundo en la vida de un hombre* - antes
de que la sociedad humana surgiese de aquellas manadas de monos que
trepaban por los árboles. Pero, al fin y al cabo, surgió. ¿Y qué es lo que volvemos
a encontrar como signo distintivo entre la manada de monos y la sociedad
humana? Otra vez el trabajo. La manada de monos se contentaba con devorar los
alimentos de un área que determinaban las condiciones geográficas o la
resistencia de las manadas vecinas. Trasladábase de un lugar a otro y entablaba
luchas con otras manadas para conquistar nuevas zonas de alimentación; pero
era incapaz de extraer de estas zonas más de lo que la naturaleza buenamente le
ofrecía, si exceptuamos la acción inconsciente de la manada, al abonar el suelo
con sus excrementos.

Cuando fueron ocupadas todas las zonas capaces de proporcionar alimento, el


crecimiento de la población simiesca fue ya imposible; en el mejor de los casos el
número de sus animales podía mantenerse al mismo nivel. Pero todos los
animales son unos grandes despilfarradores de alimentos; además, con frecuencia
destruyen en germen la nueva generación de reservas alimenticias. A diferencia
del cazador, el lobo no respeta la cabra montés que habría de proporcionarle
cabritos al año siguiente; las cabras de Grecia, que devoran los jóvenes arbustos
antes de que puedan desarrollarse, han dejado desnudas todas las montarías del
país.

Esta «explotación rapaz» llevada a cabo por los animales desempeña un gran
papel en la transformación gradual de las especies, al obligarlas a adaptarse a
unos alimentos que no son los habituales para ellas, con lo que cambia la
composición química de su sangre y se modifica poco a poco toda la constitución
física del animal; las especies ya plasmadas desaparecen. No cabe duda de que
esta explotación rapaz contribuyó en alto grado a la humanización de nuestros
antepasados, pues amplió el número de plantas 'y las partes de éstas utilizadas en
la alimentación por aquella raza de monos que superaba con ventaja a todas las
demás en inteligencia y en capacidad de adaptación.

En una palabra, la alimentación, cada vez más variada, aportaba al organismo


nuevas y nuevas substancias, con lo que fueron creadas las condiciones químicas
para la transformación de estos monos en seres humanos. Pero todo esto no era
trabajo en el verdadero sentido de la palabra. El trabajo comienza con la
elaboración de instrumentos. ¿Y qué son los instrumentos más antiguos, si
juzgamos por los restos que nos han llegado del hombre prehistórico, por el
género de vida de los pueblos más antiguos que registra, la historia, así como por
el de los salvajes actuales más primitivos? Son instrumentos de caza y de pesca;
los primeros utilizados también como armas. Pero la caza y la pesca suponen el
tránsito de la alimentación exclusivamente vegetal a la alimentación mixta, lo que
significa un nuevo paso de suma importancia en la transformación del mono en
hombre.

El consumo de carne ofreció al organismo, en forma casi acabada, los


ingredientes más esenciales para su metabolismo. Con ello acortó el proceso de la
digestión y otros procesos de la vida vegetativa del organismo (es decir, los
procesos. Análogos a los de la vida de los vegetales), ahorrando así tiempo,
materiales y estímulos para que pudiera manifestarse activamente la vida
propiamente animal. Y cuanto más se alejaba el hombre en formación del reino
vegetal más se elevaba sobre los animales.

De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta convirtió al gato y al


perro salvajes en servidores del hombre, así también el hábito a combinar la carne
con la dieta vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza física e independencia
al hombre en formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta
carnea fue en el cerebro, que recibió así en mucha mayor cantidad que antes las
substancias necesarias para su alimentación y desarrollo, con lo que su
perfeccionamiento fue haciéndose mayor y más rápido de generación en
generación. Debemos reconocer - y perdonen los señores vegetarianos - que no
ha sido sin el consumo de la carne como el hombre ha llegado a ser hombre; y el
hecho de que, en una u otra época de la historia de todos los pueblos conocidos,
el empleo de la carne en la alimentación haya llevado al canibalismo (aún en el
siglo X, los antepasados de los berlineses, los veletabos o vilzes, solían devorar a
sus progenitores) es una cuestión que no tiene hoy para nosotros la menor
importancia.

El consumo de carne en la alimentación significó dos nuevos avances de


importancia decisiva: el uso del fuego y la domesticación de animales. El primero
redujo aún más el proceso de la digestión, ya que permitía llevar a la boca comida,
como si dijéramos; medio digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne,
pues ahora, a la par con la caza, proporcionaba una nueva fuente para obtenerla
en forma más regular. La domesticación de animales también proporcionó, con la
leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en cuanto a composición era por lo
menos del mismo valor que la carne. Así, pues, estos dos adelantos se
convirtieron directamente para el hombre en nuevos medios de emancipación. No
podemos detenernos aquí a examinar en detalle sus consecuencias indirectas, a
pesar de toda la importancia que hayan podido tener para el desarrollo del hombre
y de la sociedad, pues tal examen nos apartaría demasiado de nuestro tema.

El hombre, que había aprendido a comer todo lo comestible, aprendió también, de


la misma manera, a vivir en cualquier clima. Se extendió por toda la superficie
habitable de la Tierra, siendo el único animal capaz de hacerlo por propia
iniciativa. Los demás animales que se han adaptado a. todos los climas - los
animales domésticos y los insectos parásitos- no lo lograron por sí solos, sino
únicamente siguiendo al hombre. Y el pase¡ del clima uniformemente cálido de la
patria original a zonas más frías donde el año se dividía en verano o invierno, creó
nuevas necesidades, al obligar al hombre a buscar habitación y a cubrir su cuerpo
para protegerse del frío y de la humedad. Así surgieron nuevas esferas de trabajo
y, con ellas, nuevas actividades, que fueron apartando más y más al hombre de
los animales.

Gracias a la cooperación de la mano, de los órganos del lenguaje y del cerebro, no


sólo en cada individuo, sino también en la sociedad, los hombres fueron
aprendiendo a ejecutar operaciones cada vez más complicadas, a plantearse y a
alcanzar objetivos cada vez más elevados.

El trabajo mismo se diversificaba y perfeccionaba de generación en generación


extendiéndose cada vez a nuevas actividades. A la caza y a la ganadería vino a
sumarse la agricultura, y más tarde el hilado y el tejido, el trabajo de los metales,
la alfarería y la navegación. Al lado del comercio y de los oficios aparecieron,
finalmente, las artes y las ciencias; de las tribus salieron las naciones y los
Estados. Se desarrollaron el Derecho y la Política, y con ellos el reflejo fantástico
de las cosas humanas en el cerebro del hombre: la religión. Frente a todas estas
creaciones, que se manifestaban en primer término como productos del cerebro y
parecían dominar las sociedades humanas, las producciones más modestas, fruto
del trabajo de la mano, quedaron relegadas a segundo plano, tanto más cuanto
que en una fase muy temprana del desarrollo de la sociedad (por ejemplo, ya en la
familia primitiva), la cabeza que planeaba el trabajo era ya capaz de obligar a
manos ajenas a realizar el trabajo proyectado por ella.

El rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a la cabeza, al


desarrollo y a la actividad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a explicar
sus actos por sus pensamientos en lugar de buscar esta explicación en sus
necesidades (reflejadas, naturalmente, en la cabeza del hombre, que así cobra
conciencia de ellas). Así fue cómo, con el transcurso del tiempo, surgió esa
concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres,
sobre todo desde la desaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue
dominando hasta el punto de que incluso los naturalistas de la escuela darviniana
más allegados al materialismo son aún incapaces de formarse una idea clara
acerca del origen del hombre, pues esa misma influencia idealista les impide ver el
papel desempeñado aquí por el trabajo.
Los animales, como ya hemos indicado de pasada, también modifican con su
actividad la naturaleza exterior, aunque no en el mismo grado que el hombre; y
estas modificaciones provocadas por ellos en el medio ambiente repercuten, como
hemos visto, en sus originadores, modificándolos a su vez.

En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es,
a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y
de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con
claridad las cosas más simples.

Ya hemos visto cómo las cabras han impedido la repoblación de los bosques en
Grecia; en Santa Elena, las cabras y los cerdos desembarcados por los primeros
navegantes llegados a la isla exterminaron casi por completo la vegetación allí
existente, con lo que prepararon el suelo para que pudieran multiplicarse las
plantas llevadas más tarde por otros navegantes y colonizadores.

Pero la influencia duradera de los animales sobre la naturaleza que los rodea es
completamente involuntario y constituye, por lo que a los animales se refiere, un
hecho accidental. Pero cuanto más se alejan los hombres de los animales, más
adquiere su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción intencional y
planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano.

Los animales destrozan la vegetación del lugar sin darse cuenta de lo que hacen.
Los hombres, en cambio, cuando destruyen la vegetación lo hacen con el fin de
utilizar la superficie que queda libre para sembrar cereales, plantar árboles o
cultivar la vid, conscientes de que la cosecha que obtengan superará varias veces
lo sembrado por ellos. El hombre traslada de un país a otro plantas útiles y
animales domésticos, modificando así la flora y la fauna de continentes enteros.

Más aún; las plantas y los animales, cultivadas aquéllas y criados éstos en
condiciones artificiales, sufren tales modificaciones bajo la influencia de la mano
del hombre que se vuelven irreconocible. Hasta hoy día no han sido hallados aún
los antepasados silvestres de nuestros cultivos cerealistas. Aún no ha sido
resuelta la cuestión de saber cuál es el animal que ha dado origen a nuestros
perros actuales, tan distintos unos de otros, o a las actuales razas de caballos,
también tan numerosas.

Por lo demás, de suyo se comprende que no tenemos la intención de negar a los


animales la facultad de actuar en forma planificada, de un modo premeditado. Por
el contrario, la acción planificada existe en germen dondequiera que el
protoplasma – la albúmina viva - exista y reacciono, es decir, realice determinados
movimientos, aunque sean los más simples, en respuesta a determinados
estímulos del exterior. Esta reacción se produce, no digamos ya en la célula
nerviosa, sino incluso cuando aún no hay célula de ninguna clase.

El acto mediante el cual las plantas insectívoras se apoderan de su presa aparece


también, hasta cierto punto, como un acto planeado, aunque se realice de un
modo totalmente inconsciente. La facultad de realizar actos conscientes y
premeditados se desarrolla en los animales en correspondencia con el desarrollo
del sistema nervioso, y adquiere ya en los mamíferos un nivel bastante elevado.

Durante la caza inglesa de la zorra puede observarse siempre la infalibilidad con


que la zorra utiliza su perfecto conocimiento del lugar para ocultarse a sus
perseguidores, y lo bien que conoce y sabe aprovechar todas las ventajas del
terreno para despistarlos. Entre nuestros animales domésticos, que han llegado a
un grado más alto de desarrollo gracias a su convivencia con el hombre, pueden
observarse a diario actos de astucia, equiparables a los de los niños, pues lo
mismo que el desarrollo del embrión humano en el claustro materno es una
repetición abreviada de toda la historia del desarrollo físico seguido a través de
millones de años por nuestros antepasados del reino animal, a partir del gusano,
así también el desarrollo mental del niño representa una repetición, aún más
abreviada, del desarrollo intelectual de esos mismos antepasados, en todo caso le
los menos remotos. Pero ni un solo acto planificado de ningún animal ha podido
imprimir en la naturaleza el sello de su voluntad. Sólo el hombre ha podido
hacerlo.

Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza


exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en
cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en
última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los, demás
animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo. Sin
embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la
naturaleza.

Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es


verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por
nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy
distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los
hombres que en Mesopotamia Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los
bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al
eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad,
estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. 'Los italianos de
los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos,
conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenían idea de que
con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región; y mucho menos
podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus
fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias,
vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie.

Los que difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este
tubérculo farináceo difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos
nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al
dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de
alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne,
nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos
en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los
demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas
adecuadamente.

En efecto, cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la naturaleza y


a conocer tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de
nuestra intromisión en el corso natural de su desarrollo. Sobre todo después de los
grandes progresos logrados en este siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos
en condiciones de prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas
consecuencias naturales de nuestros actos en la producción, por lo menos de los
más corrientes.

Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su
unidad con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural
de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el
cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la
antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo.
Mas, si han sido precisos miles de años para que el hombre aprendiera en cierto
grado a prever las remotas consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la
producción, mucho más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias
sociales de esos mismos actos. Ya hemos hablado más arriba de la patata y de
sus consecuencias en cuanto a la difusión de la escrofulosis.

Pero ¿qué importancia puede tener la escrofulosis comparada con los efectos que
sobre las condiciones de vida de las masas del pueblo de países enteros ha tenido
la reducción de la dieta de los trabajadores a simples patatas, con el hambre que
se extendió en 1847 por Irlanda a consecuencia de una enfermedad de este
tubérculo, y que llevó a la tumba a un millón de irlandeses que se alimentaban
exclusivamente o casi exclusivamente de patatas y obligó a emigrar allende el
océano a otros dos millones? Cuando los árabes aprendieron a destilar el alcohol,
ni siquiera se les ocurrió pensar que habían creado una de las armas principales
con que habría de ser exterminada la población indígena del continente
americano, aún desconocido, en aquel entonces.

Y cuando Colón descubrió más tarde América, no sabía que a la vez daba nueva
vida a la esclavitud, desaparecida desde hacía mucho tiempo en Europa, y
sentaba las bases de la trata de negros. Los hombres que en los siglos XVII y
XVIII trabajaron para crear la máquina de vapor, no sospechaban que estaban
creando un instrumento que habría de subvertir, más que ningún otro, las
condiciones sociales en todo el mundo, y que, sobre todo en Europa, al concentrar
la riqueza en manos de una minoría y al privar de toda propiedad a la inmensa
mayoría de la población, habría de proporcionar primero el dominio social y
político a la burguesía y provocar después la lucha de clases entre la burguesía y
el proletariado, lucha que sólo puede terminar con el derrocamiento de la
burguesía y la abolición de todos los antagonismos de clase. Pero también aquí,
aprovechando una experiencia larga, y a veces cruel, confrontando y analizando
los materiales proporcionados por la historia, vamos aprendiendo poco a poco a
conocer las consecuencias sociales indirectas y más remotas de nuestros actos
en la producción, lo que nos permite extender también a estas consecuencia
nuestro dominio y nuestro control.

Sin embargo, para llevar a cabo este control se requiere algo más que el simple
conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por completo el modo de
producción existente hasta hoy día y, con él, el orden social vigente.

Todos los modos e producción que han existido hasta el presente sólo buscaban
el efecto útil del trabajo en su forma más directa e inmediata. No hacían el menor
caso de las consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto
se manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación
gradual. La primitiva propiedad comunal de la tierra correspondía, por un lado, a
un estado de desarrollo de los hombres en el que el horizonte de éstos quedaba
limitado, por lo general, a las cosas más inmediatas, y presuponía, por otro lado,
cierto excedente de tierras libres, que ofrecía cierto margen para neutralizar los
posibles resultados adversos de esta economía primitiva.

Al agotarse el excedente de tierras libres ' comenzó la decadencia de la propiedad


comunal. Todas las formas más elevadas de producción que vinieron después
condujeron a la división de la población en clases y, por tanto, al antagonismo
entre las clases dominantes y las clases oprimidas. En consecuencia, los intereses
de las clases dominantes se convirtieron en el elemento propulsor de la
producción, en cuanto ésta no se limitaba a mantener bien que mal la mísera
existencia de los oprimidos. Donde esto halla su expresión más acabada es en el
modo de producción capitalista que prevalece hoy en la Europa Occidental. Los
capitalistas individuales, que dominan la producción y el cambio, sólo pueden
ocuparse de la utilidad más inmediata de sus actos. Más aún; incluso esta misma
utilidad – por cuanto se trata de la utilidad de la mercancía producida o cambiada -
pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único incentivo la
ganancia obtenida en la venta.

La ciencia social de la burguesía, la Economía Política clásica, sólo se ocupa


preferentemente de aquellas consecuencias sociales que constituyen el objetivo
inmediato de los actos realizados por los hombres en la producción y el cambio.
Esto corresponde plenamente al régimen social cuya expresión teórica es esa
ciencia. Por cuanto los capitalistas aislados producen o cambian con el único fin
de obtener, beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta,
primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un
industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y
obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo
lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador. Igual ocurre con
las consecuencias naturales de esas mismas acciones Cuando en Cuba los
plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas
para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una
generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias
torrenciales de los trópicos barriesen la capa de la protección de los árboles, y no
dejasen tras sí más que rocas desnudas Con el actual modo de producción, y por
lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias
sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente
son sólo los primeros resultados, lo más palpables. Y luego hasta se manifiesta
extrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones que perseguían
esos fines resulten ser muy distintas y, en la mayoría de los casos, hasta
diametralmente opuestas; de que la armonía entre la oferta y la demanda se
convierta en su antípoda, como nos lo demuestra el curso de cada uno de esos
cielos industriales de diez años, y como han podido convencerse de ello los que
con el «crac» han vivido en Alemania un pequeño preludio; de que la propiedad
privada basada en el trabajo de uno mismo se convierta necesariamente, al
desarrollarse, en la desposesión de los trabajadores de toda propiedad, mientras
toda la riqueza se concentra más y más en manos de los que no trabajan; de que (
... )*
2 Véase el libro de C. Darwin The Descent of Man and Selection in Relation to
Sex, publicado en Londres en 1871.
* Sir Willian Thomson, autoridad de primer orden en la materia, calculó que ha
debido transcurrir poco más de cien millones de años desde el momento en que la
Tierra se enfrió lo suficiente para que en ella pudieran vivir las plantas y los
animales. (N. De Engels.)

F. Engels: Dialéctica de la naturaleza (fragmentos)


Tomado de: Dialéctica de la Naturaleza. Editorial de Ciencia Sociales, La Habana,
1982

" En esta obra se concibe la dialéctica como la ciencia de las leyes más generales
de todo movimiento. Esto significa que sus leyes deben regir tanto para el
movimiento en la naturaleza y en la historia humana como para el que se da en el
campo del pensamiento. Puede ocurrir que una de estas leyes se reconozca en
dos de las tres esferas citadas e incluso en las tres, sin que el rutinario metafísico
se percate de que la y por él reconocida es en todos los casos la misma.

Pongamos un ejemplo. De todos los progresos teóricos que se conocen, tal vez
ninguno
represente; un triunfo tan alto del espíritu humano. La dialéctica llamada objetiva
domina toda la naturaleza, y la que se llama dialéctica subjetiva, el pensamiento
dialéctico, no es sino el reflejo del movimiento a través de contradicciones que se
manifiesta en toda la naturaleza, contradicciones que, en su pugna constante en lo
que acaba siempre desapareciendo lo uno en lo otro que lo contradice o
elevándose ambos términos a una forma superior, son precisamente las que
condicionan la vida de la naturaleza. Atracción y repulsión. En el magnetismo
comienza la polaridad, que se manifiesta en el mismo cuerpo; en la electricidad, se
divide en dos o en más, entre las que media una tensión mutua. Todos los
procesos químicos se reducen a los fenómenos de la atracción y la repulsión
química.

Por último, en la vida orgánica laformación del núcleo de la célula debe, asimismo,
considerarse como un caso de polarización de la proteína viva y, partiendo de la
simple célula, la teoría de la evolución demuestra cómo todo progreso, hasta llegar
de una parte a la planta más complicada y de otra al hombre, es el resultado de la
pugna constante entre la herencia y la adaptación."

V.I. Lenin: Carlos Marx. Breve esbozo biográfico con una exposición del
marxismo. (fragmentos)
Tomado de Obras Escogidas en tres tomo, T. I, Editorial Progreso, Moscú 1970.

La dialéctica

La dialéctica hegeliana, como la doctrina más universal, rica de contenido y


profunda del desarrollo, era para Marx y Engels la mayor adquisición de la filosofía
clásica alemana. Toda otra fórmula del principio del desarrollo, de la evolución, les
parecía unilateral y pobre, les parecía que mutilaba y desfiguraba la verdadera
trayectoria del desarrollo en la naturaleza y en la sociedad (desarrollo que a
menudo se efectúa a través de saltos, catástrofes y revoluciones). "Marx y yo
fuimos seguramente casi los únicos que tratamos de salvar" (del descalabro del
idealismo, comprendido el hegelianismo) "la dialéctica consciente para traerla a la
concepción materialista de la naturaleza". "La naturaleza es la piedra de toque de
la dialéctica, y hay que de Ir que las ciencias naturales modernas, que nos han
brindado materiales extraordinariamente copiosos" (¡y eso fue escrito antes de ser
descubiertos el radio, los electrones, la transformación de los elementos, etc.!) "y
que aumentan cada día que pasa, demuestran con ello que la naturaleza se
mueve, en última instancia, por cauces dialécticos, y no sobre carriles metafísicos"

"La gran idea cardinal de que el mundo no puede concebirse como un conjunto de
objetos terminados - escribe Engels -, sino como un conjunto de procesos en el
que las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras
cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un
proceso de génesis y caducidad; esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada,
sobre todo desde Hegel, en la conciencia habitual, que, expuesta así, en términos
generales, apenas encuentra oposición. Pero una cosa es reconocerla de palabra
y otra cosa es aplicarla a la realidad concreta, en todos los campos sometidos a
investigación". "Para la filosofía dialéctica no existe nada definitivo, absoluto,
consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie
más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de
lo inferior a lo superior cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma
filosofía". Así pues, según Marx, la dialéctica es "la ciencia de las leyes generales
del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano".

Este aspecto revolucionario de la filosofía hegeliana es el que Marx recoge y


desarrolla. El materialismo dialéctico "no necesita de ninguna filosofía entronizada
sobre las demás ciencias". Lo único que queda en pie de la filosofía anterior es "la
teoría del pensamiento y sus leyes, la lógica formal y la dialéctica". Y la dialéctica,
tal y como la concibe Marx, así como Hegel, engloba lo que hoy se llama teoría del
conocimiento o gnoseología, que debe enfocar también históricamente su objeto,
investigando y sintetizando los orígenes y el desarrollo del conocimiento y el paso
del no conociendo l conocimiento.

La idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado actualmente casi entera en la


conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos.
Sin embargo, esta idea, tal y como la formularon Marx y Engels, arrancando de
Hegel, es mucho más vasta, más rica de contenido que la teoría de la evolución al
uso. Es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro
modo, en un terreno superior (la "negación de la negación"); un desarrollo que no
discurre en línea recta, sino en espiral, por, decirlo así; un desarrollo a saltos, a
través de catástrofes y de revoluciones, que son otras tantas "interrupciones en el
proceso gradual", otras tantas transformaciones de la cantidad en calidad;
impulsos internos del desarrollo originados por la contradicción, por el choque de
las diversas fuerzas y tendencias que actúan sobre un determinado cuerpo o en
los límites de un fenómeno concreto, o en el seno de una sociedad dada;
interdependencia e íntima e inseparable concatenación de todos los aspectos de
cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente de
manifiesto aspectos nuevos), concatenación que ofrece un proceso único y lógico
universal del movimiento: tales son algunos rasgos de la dialéctica, doctrina del
desarrollo mucho más compleja y rica que la teoría corriente. (Véase la carta de
Marx a Engels del 8 de enero de 1868, donde se ridiculizan las "rígidas
tricotomías" de Stein, que sería absurdo confundir con la dialéctica materialista.)

La concepción materialista de la historia.

La conciencia de que el viejo materialismo era una doctrina inconsecuente,


incompleta y unilateral llevó a Marx a la convicción de que era necesario "poner en
armonía con la base materialista, reconstruyéndola sobre ella, la ciencia de la
sociedad". Si el materialismo en general explica la conciencia por el ser, y no al
contrario, entonces, aplicado a la vida social de la humanidad, exige que la
conciencia social se explique por el ser social "La tecnología - dice Marx (en El
Capital, t. I) - nos descubre la actitud del hombre ante la naturaleza, el proceso
directo de producción de su vida, y, por tanto, de las condiciones de su vida social
y de las ideas y representaciones espirituales que de ellas se derivan". En el
prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política expone Marx una
fórmula íntegra de los principios del materialismo aplicado a la sociedad humana y
a su historia. Dice así:

"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones


necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que
corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. "El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura
económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura
jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida
social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que
determina su ser, sino, por contrario, el ser social lo que determina su conciencia.
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales
de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción
existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las
relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De
formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en
trabas suyas. Y se abre así una época, de revolución social Al cambiar la base
económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa
superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que
distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones
económicas de producción y que pueden apreciarse con las ciencias naturales, y
las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las
formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y
luchan por resolverlo.

Y del mismo modo que no podemos juzgar de un individuo por lo que él piensa de
sí, tampoco podemos juzgar de estas épocas de revolución por su conciencia, sino
que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones
de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales
y las relaciones de producción"... "A grandes rasgos, podemos designar como
épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de
producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués". (Compárese con
la concisa fórmula que Marx da en su carta a EngeIs del 7 de julio de 1866:
"Nuestra teoría de la organización del trabajo determinada
por los medios de producción").

Son revolucionarias únicamente porque tienen ante sí la perspectiva de su tránsito


inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus
intereses futuros, porque abandonan sus propios puntos de vistas para adoptar los
del proletariado". En bastantes obras de historia (véase Bibliografía), Marx nos
ofrece ejemplos profundos y brillantes de historiografía materialista, de análisis de
la situación de cada clase concreta y, a veces, de los diversos grupos o capas que
se manifiestan dentro de ella, mostrando con toda evidencia por qué y cómo "toda
lucha de clase es una lucha política". El pasaje que acabamos de citar indica lo
intrincada que es la red de relaciones sociales y grados transitorios de una clase a
otra, del pasado al porvenir, que Marx analiza para extraer la resultante de la
evolución histórica. Donde la teoría de Marx encuentra su confirmación y
aplicación más profunda, más completa y más detallada es en su doctrina
económica.

La doctrina económica de Marx

"El fin que persigue esta obra - dice Marx en su prefacio a El Capital - es descubrir
la ley económica que preside los movimientos de la sociedad moderna es decir, de
la sociedad capitalista, de la sociedad burguesa. El estudio de las relaciones de
producción de una sociedad determinada y concreta en su aparición, su desarrollo
y su decadencia en la historia es lo que constituye el contenido de la doctrina
económica de Marx. En la sociedad capitalista impera la producción de
mercancías; por eso, el análisis de Marx empieza con el análisis de la mercancía.

La lucha de clases

Todo el mundo sabe que, en cualquier sociedad, las aspiraciones de los unos
chocan abiertamente con las aspiraciones de los otros, que la vida social está
llena de contradicciones, que la historia nos muestra la lucha entre pueblos y
sociedades y en su propio seno; sabe también que se produce una sucesión de
períodos de revolución y reacción, de paz y de guerras, de estancamiento y de
rápido progreso o decadencia. El marxismo ha dado el hilo conductor que permite
descubrir la lógica en este aparente laberinto y caos: la teoría de la lucha de las
clases. Sólo el estudio del conjunto de las aspiraciones de todos los miembros de
una sociedad determinada, o de un grupo de sociedades, permite fijar con
precisión científica el resultado de estas aspiraciones. Ahora bien, el origen de
esas aspiraciones contradictorias está siempre en las diferencias de situación y
condiciones de vida de las clases en que se divide toda sociedad. "La historia de
todas las sociedades que han existido hasta nuestros días - escribe Marx en el
Manifiesto Comunista (exceptuando la historia de la comunidad primitiva, añade
más tarde Engels) - es la historia de las luchas de las clases. Hombres libres y
esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una
palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre
con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las
clases beligerantes... La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las
ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase.
Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las
viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía,
se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase.
Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos
enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y
el proletariado". Desde la Gran Revolución Francesa, la historia de Europa pone
de manifiesto en distintos países con particular evidencia la verdadera causa de
los acontecimientos, la lucha de las clases. Ya la época de la Restauración dio a
conocer en Francia a algunos historiadores (Thierry, Guizot, Mignet, Thiers) que,
al sintetizar los acontecimientos, no pudieron menos de ver en la lucha de las
clases la clave para comprender toda la historia francesa. Y la época
contemporánea, la época que señala el triunfo completo de la burguesía y de las
instituciones representativas, del sufragio amplio (cuando no universal), de la
prensa diaria barata que llega a las masas, etc., la época de las potentes
asociaciones obreras y patronales cada vez más vastas, etc., muestra de un modo
todavía más patente (aunque a veces en forma muy unilateral,
"pacífica","constitucional") que la lucha de las clases es el motor de los
acontecimientos. El siguiente pasaje del Manifiesto Comunista nos muestra lo que
Marx exigía de la sociología para el análisis objetivo de la situación de cada clase
en la sociedad moderna, en relación con el análisis de las condiciones de
desarrollo de cada clase: "De todas las clases que hoy se enfrentan con la
burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Las capas
medias - el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino
- luchan todas contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales
capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más
todavía,son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia.

"Del mismo modo que no podemos juzgar de un individuo por lo que él piensa de
sí, tampoco podemos juzgar de estas épocas de revolución por su conciencia, sino
que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones
de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales
y las relaciones de producción". "A grandes rasgos, podemos designar como
épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de
producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués". (Compárese con
la concisa fórmula que Marx da en su carta a Engels del 7 de julio de 1866:
"Nuestra teoría de la organización de] trabajo determinada por los medios de
producción".)

El descubrimiento de la concepción materialista de la historia, o, mejor dicho, la


consecuente aplicación y extensión del materialismo al campo de los fenómenos
sociales, acabó con los dos defectos fundamentales de las teorías de la historia
anteriores a Marx. Primero, en el mejor de los casos, estas teorías sólo
consideraban los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin
investigar el origen de esos móviles, sin percibir las leyes objetivas que rigen el
desarrollo del sistema de las relaciones sociales, sin advertir las raíces de estas
relaciones en el grado de progreso de la producción material; segundo, las viejas
teorías no abarcaban precisamente las acciones de las masas de la población,
mientras que el materialismo histórico permitió por primera vez el estudio, con la
exactitud del naturalista, de las condiciones sociales de vida de las masas y de los
cambios experimentados por estas condiciones. La "sociología" y la historiografía
anteriores a Marx acumularon, en el mejor de los casos, datos no analizados y
fragmentarios, y expusieron algunos aspectos del proceso histórico. El marxismo
señaló el camino para una investigación universal y completa del proceso de
nacimiento, desarrollo y decadencia de las formaciones socioeconómicas,
examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y concentrándolas
en las condiciones, exactamente determinables, de vida y producción de las
distintas clases de la sociedad, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la
elección de las diversas ideas "dominantes" o en su interpretación y poniendo al
descubierto, sin excepción alguna, las raíces de todas las ideas y diversas
tendencias en el estado de las fuerzas materiales productivas. Son los hombres
los que hacen su propia historia; pero ¿qué determina los móviles de estos
hombres, y, más exactamente, de las masas humanas?, ¿a qué se deben los
choques de las ideas y aspiraciones contradictorias?, ¿qué representa el conjunto
de todos estos choques que se producen en la masa toda de las sociedades
humanas?, ¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida
material que forman la base de toda la actuación histórica de los hombres?, ¿cuál
es la ley que preside el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx se detuvo
en todo esto y trazó el camino del estudio científico de la historia concebida como
un proceso único y lógico, pese a toda su imponente complejidad y a todo su
carácter contradictorio.

V. I. Lenin: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo.


(fragmentos)
Tomado de Obras Escogidas en tres tomos, T. I, Editorial Progreso, Moscú 1970.

(I)
La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna
de Europa, y especialmente a fines del siglo XVIII, en Francia, donde se dio la
batalla decisiva a toda la basura medieval, a la servidumbre en las instituciones y
en las ideas, el materialismo demostró ser la única filosofía consecuente, fiel a
todos los principios de las ciencias naturales, hostil a la superstición, - a la
santurronería, etc. Por eso, los enemigos de la democracia hacían cuanto podían
por "refutar", minar y calumniar el materialismo y defendían las diversas formas del
idealismo filosófico, que se reduce siempre, de uno u otro modo, a la defensa o al
apoyo de la religión. Marx y Engels defendieron con la mayor energía el
materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que
significaba todo cuanto fuera desviarse de éI. Donde con mayor claridad y
detenimiento están expuestas sus opiniones es en las obras de Engels Ludwig
Feuerbach y Anti-Dühring que, como el Manifiesto Comunista, no deben faltar a
ningún obrero consciente. Pero Marx no se paró en el materialismo del siglo XVIII,
sino que llevó más lejos la filosofía. La enriqueció con adquisiciones de la filosofía
clásica alemana, sobre todo del sistema de Hegel, que, a su vez, había conducido
al materialismo de Feuerbach. La principal de estas adquisiciones es la dialéctica,
o sea, la doctrina del desarrollo en su forma más completa, más profunda y más
exenta de unilateralidad, la doctrina de la relatividad del conocimiento humano,
que nos da un reflejo de la materia en constante desarrollo. Los novísimos
descubrimientos de las ciencias naturales - el radio, los electrones, la
transformación de los elementos - han confirmado de un modo admirable el
materialismo dialéctico de Marx, a despecho de las doctrinas de los filósofos
burgueses, con sus "nuevos" retornos al viejo y podrido idealismo.

Marx profundizó y desarrolló el materialismo filosófico, lo llevó a su término e hizo


extensivo el conocimiento de la naturaleza alcanzado por el materialismo filosófico
al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una
conquista inmensa del pensamiento científico. Al caos y a la arbitrariedad, que í
imperaban hasta entonces en las concepciones relativas a la historia y a la
política, sucedió una teoría científica unida, y ordenada de asombrosa manera que
muestra cómo de un tipo de vida de la sociedad se desarrolla, en virtud del
crecimiento de las fuerzas productivas, otro superior, cómo del feudalismo, por
ejemplo, nace el capitalismo.
Del mismo modo que el conocimiento del hombre refleja la naturaleza, es decir, la
materia en desarrollo, que existe independientemente del hombre, su
conocimiento social (es decir, las diversas opiniones y doctrinas filosóficas,
religiosas, políticas, etc.) refleja el régimen económico de la sociedad. Las
instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica.
Así vemos, por ejemplo, cómo las diversas formas políticas de los Estados
europeos modernos sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el
proletariado. La filosofía de Marx es el materialismo filosófico acabado, que ha
dado una formidable arma de conocimiento a la humanidad, sobre todo a la clase
obrera.

(II)

Una vez hubo reconocido que el régimen económico es la base sobre la que se
alza la superestructura política) Marx centró su atención en el estudio de este
régimen económico. La obra principal de Marx El Capital, está consagrada al
estudio del régimen económico de sociedad moderna, es decir, de la sociedad
capitalista. La economía política clásica anterior a Marx se había formado en
Inglaterra, en el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo
sentaron en sus investigaciones del régimen económico los fundamentos de la
teoría del trabajo base del valor. Marx prosiguió su obra, fundamentando con toda
precisión y desarrollando consecuentemente esa teoría, y poniendo de manifiesto
que el valor de toda mercancía lo determina la cantidad de tiempo de trabajo
socialmente necesario invertido en su producción.

Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de
unas mercancías por otras), Marx descubrió relaciones entre personas. El cambio
de mercancías expresa el lazo establecido por mediación del mercado entre los
distintos productores. El dinero indica que este lazo se hace más estrecho,
uniendo indisolublemente en un todo la vida económica de los distintos
productores. - El capital significa un mayor desarrollo de este lazo: la fuerza de
trabajo del hombre se transforma en mercancía. El obrero asalariado vende su
fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la fábrica o de los instrumentos de
trabajo. Una parte de la jornada la emplea el obrero en cubrir el coste del sustento
suyo y de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis,
creando para el capitalista la plusvalía, fuente de la ganancia, fuente de la riqueza
de la clase capitalista. La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la doctrina
económica de Marx.

El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al obrero, arruina al pequeño
patrono y crea el ejército de parados. En la industria, el triunfo de la producción en
gran escala se advierte enseguida, pero también en la agricultura nos
encontramos con ese mismo fenómeno: aumenta la superioridad de la gran
agricultura capitalista, crece el empleo de maquinaria, la hacienda campesina cae
en las garras del capital dinero, languidece y se arruina bajo el peso de la técnica
atrasada. La decadencia de la pequeña producción reviste en la agricultura otras
formas, pero esa decadencia es un hecho indiscutible. Al aplastar la pequeña
producción, el capital hace aumentar la productividad del trabajo y crea una
situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma
producción va adquiriendo cada vez más un carácter social - cientos de miles de
millones de obreros son articulados en un organismo económico coordinado -,
mientras que el producto del trabajo común se lo apropia un puñado de
capitalistas. Crecen la anarquía de la producción, las crisis, la loca carrera en
busca de mercados, la existencia de las masas de la población se hace cada vez
más precaria. Al aumentar la dependencia de los obreros respecto al capital, el
régimen capitalista crea la gran potencia del trabajo asalariado.

Marx va siguiendo la evolución del capitalismo desde la economía mercantil,


desde el simple trueque, hasta sus formas más altas, hasta la gran producción. Y
la experiencia de todos los países capitalistas, tanto de los viejos como de los
nuevos, hace ver claramente cada año a un número cada vez mayor de obreros la
exactitud de esta doctrina de Marx. El capitalismo ha vencido en el mundo entero,
pero esta victoriano es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.

(III)

Cuando el régimen feudal fue derrocado y vio la luz la «libre» sociedad capitalista,
en seguida se puso de manifiesto que esa libertad representaba un nuevo sistema
de opresión y explotación de los trabajadores. Como reflejo de esa opresión y
como protesta contra ella, comenzaron inmediatamente a surgir diversas doctrinas
socialistas. Pero el socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba a la
sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción,
fantaseaba acerca de un régimen mejor, quería convencer a los ricos de la
inmoralidad de la explotación. Pero el socialismo utópico no podía señalar una
salida real. No sabía explicar la naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el
capitalismo ni descubrir las leyes de su desarrollo, ni encontrar la fuerza social
capaz de emprender la creación de una nueva sociedad. Entretanto, las
tormentosas revoluciones que acompañaron en toda Europa, y especialmente en
Francia, la caída del feudalismo, de la servidumbre de la gleba, hacían ver cada
vez más palpablemente que la base de todo el desarrollo y su fuerza motriz era la
lucha de clase.

Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal fue alcanzada sin
desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más
o menos libre, más o menos democrática, sin una lucha a muerte entre las
diversas clases de la sociedad capitalista.

El genio de Marx está en haber sabido deducir de ahí antes que nadie y aplicar
consecuentemente la conclusión implícita en la historia universal. Esta conclusión
es la doctrina de la lucha de clases. Los hombres han sido siempre víctimas
necias del engaño de los demás y del engaño propio, y lo seguirán siendo
mientras no aprendan a discernir detrás de todas las frases, declaraciones y
promesas morales, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.
Los partidarios de reformas y mejoras se verán siempre burlados por los
defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por
bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de una u otras clases
dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio:
encontrar en la misma sociedad que nos rodea, educar y organizar para la lucha a
los elementos que puedan - y, por su situación social, deban - formar la fuerza
capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo.

Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la salida de la


esclavitud espiritual en que han vegetado hasta hoy todas las clases oprimidas.
Sólo la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el
régimen general del capitalismo. En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el
Japón y desde Suecia hasta el Africa del Sur, se multiplican las organizaciones
independientes del proletariado. Este se instruye y se educa manteniendo su lucha
de clase, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, adquiere una
cohesión cada vez mayor, aprende a medir el alcance de sus éxitos, templa sus
fuerzas y crece irresistiblemente.

F. Engels: Anti - Dühring (fragmentos)


Tomado de Editora Política, La Habana, 1963.

Esbozo teórico.

La concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y


con ella el intercambio de sus productos, es la base de todo orden social; de que
en todas las sociedades que desfilan por la historia, la distribución de los
productos, así como la división social en clases o estamentos, se rige por lo que
se produce y cómo se produce y por el modo de intercambiar lo producido. Según
eso, las causas últimas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones
políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea cada vez
más clara que se forjan de la verdad y justicia eternas, sino en los cambios
operados en el régimen de producción y de cambio; han de buscarse no en la
filosofía, sino en la economía de la época de que se trata. Cuando nace en los
hombres la conciencia de que las instituciones sociales vigentes son irracionales e
injustas, de que la razón se ha tornado en sinrazón y la caridad en plaga(3)esto no
es más que un indicio de que en los métodos de producción y formas de cambio
se 'han producido imperceptiblemente, mutaciones con las que ya no concuerda el
orden social, cortado por el patrón de condiciones económicas anteriores. Con lo
cual, dicho está que en las nuevas condiciones de producción tienen forzosamente
que contenerse ya - más o menos desarrollados - los medios necesarios para
poner término a los males descubiertos. Y esos medios no han de sacarse de la
cabeza de nadie, sino que es la cabeza la que tiene que descubrirlos en los
hechos materiales que nos ofrece la producción. (...) "el nombre de "materialismo
histórico" para designar esa concepción del curso de la historia universal que ve la
causa final y la fuerza propulsora decisiva de todos los acontecimientos históricos
importantes en el desarrollo económico de la sociedad, en las transformaciones
del sistema de producción y de cambio, en la consiguiente división de la sociedad
en distintas clases y en las luchas de estas clases entre sí.

C. Marx y F. Engels: La ideología alemana. (fragmentos)


Tomado de Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1982.

La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de


individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por
tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello,
su comportamiento hacia el resto de la naturaleza. No podemos entrar a examinar
aquí, naturalmente, ni la contextura física de los hombres mismos ni las
condiciones naturales con que los hombres se encuentran, las geológicas, las oro-
hidrográficas, las climáticas y las de otro tipo. Toda historiografía tiene
necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación
que experimentan en el curso de la historia por la acción de los hombres.

Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o


por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir
del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se
halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida,
el hombre produce indirectamente su propia vida material.

El modo como los hombres producen sus medios de vida depende, ante todo, de
la naturaleza misma de los medios de vida con que ¡se encuentran y que se trata
de reproducir. Este modo de producción no debe considerarse solamente en
cuanto es la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, mías
bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado
modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal y
como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por
consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo
cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones
materiales de su producción.

Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez,


un intercambio entre los individuos. La forma de este intercambio se halla
condicionada, a su vez, por la producción.(...)

Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos, que, como
productores, actúan de un determinado modo, contraen entre sí estas relaciones
sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente
que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de
falsificación, la trabazón existente entre la organización social y política y la
producción. La organización social y el Estado brotan constantemente del proceso
de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan
presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es
decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como
desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones
materiales, independientes de su voluntad. La producción de las ideas y
representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente entrelazada
con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje
de la vida real.

Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se


presentan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material.
Y lo mismo ocurre con la producción espiritual tal y como se manifiesta en el
lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica,
cte., de un pueblo. Los hombre¿¡ son los productores de sus representaciones, de
sus ideas, cte., pero los hombres son reales y actuantes, tal y como se hallan
condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La
conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los
hombres es su proceso de vida real. 'Y si en toda la ideología los hombres y sus
relacionesaparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno
responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al
proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico.

Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del


cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de
lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre
predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al
hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando
de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos
ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones
nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones
necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y
sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra
ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la
apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio
desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su
intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y
los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida,
sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se
parte de la conciencia como del individuo viviente; desde el segundo punto de
vista, que es el que corresponde a la vida real, se arte del mismo individuo real
viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia.
Y este modo de considerar las cosas no ea algo incondicional. Parte de las
condiciones reales y no las pierde de vista ni por un momento. Sus condiciones
son los hombres, pero no vistos y plasmados a través de la fantasía, sino en su
proceso de desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de
determinadas condiciones.

Tan pronto como se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser
una colección de hechos muertos, como lo es para los empiristas, todavía
abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como para los
idealistas.

Allí donde termina la especulación, en la vida real, comienza también la ciencia


real y positiva, la exposición de la acción práctica, del proceso práctico de
desarrollo de los hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa a
ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente pierde, con la exposición
de la realidad, el medio en que puede existir. En lugar de ella, puede aparecer, a
lo sumo, un compendio de los resultados más generales, abstraído de la
consideración del desarrollo histórico de los hombres. Estas abstracciones de por
sí, separadas de la historia real, carecen de todo valor. Sólo pueden ¡servir para
facilitar la ordenación del material histórico, para indicar la sucesión en ¡serie de
sus diferentes estratos. Pero no ofrecen en modo alguno, como la filosofía, una
receta o un patrón con arreglo al cual puedan aderezarse las épocas históricas.
Por el contrario, la dificultad comienza allí donde se aborda la consideración y
ordenación del material, sea el de una época pasada o el del presente, la
exposición real de las cosas. La eliminación de estas dificultades hállase
condicionada por premisas que en modo alguno pueden exponerse aquí, pues se
derivan siempre del estudio del proceso de vida real y de la acción de los
individuos en cada época. Destacaremos aquí algunas de estas abstracciones,
para oponerlas a la ideología, ilustrándolas con algunos ejemplos históricos.

Historia

Tratándose de los alemanes, situados al margen de toda premisa, debemos


comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y
también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para "hacer
historia", en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer,
beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho
histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la
satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material
misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición
fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita
cumplirse todos los días y a toda¡; horas, simplemente para asegurar la vida de
lo¡; hombres. Y aun cuando la vida de los sentidos se reduzca al mínimum, a lo
más elemental, como en San Bruno, este mínimo presupondrá siempre,
necesariamente, la actividad de la producción. Por consiguiente, lo primero, en
toda concepción histórica, es observar este hecho fundamental en toda su
significación y en todo su alcance y colocarlo en el lugar que le corresponde. Cosa
que los alemanes, como es sabido, no han hecho nunca, razón por la cual la
historia jamás ha tenido en Alemania una base terrenal ni, consiguientemente, ha
existido nunca aquí un historiador.

Los franceses y los ingleses, aun cuando concibieron de un modo


extraordinariamente superficial el entronque de este hecho con la llamada historia,
sobre todo los que se vieron prisioneros de la ideología política, hicieron, sin
embargo, los primeros intentos encaminados a dar a la historiografía una base
material, al escribir antes que nada historias de la sociedad civil, del comercio y de
la industria.

Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de


satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello conduce a nuevas
necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho
histórico. Y ello demuestra inmediatamente de quién es hija espiritual la gran
sabiduría histórica de los alemanes, que, cuando les falta el material positivo y no
vale chalanear con necedades políticas ni literarias, no nos ofrecen ninguna clase
de historia, sino que hacen desfilar ante nosotros los "tiempos prehistóricos", pero
sin detenerse a explicarnos cómo se pasa de este absurdo de la "prehistoria" a la
historia en sentido propio, aunque es evidente, por otra parte, que sus
especulaciones históricas se lanzan con especial fruición a esta "prehistoria"
porque en ese terreno creen hallarse a salvo de la injerencia de los "toscos
hechos" y, al mismo tiempo, porque aquí pueden dar rienda suelta a sus impulsos
especulativos y proponer y echar por tierra miles de hipótesis.

El tercer factor que aquí interviene de antemano en el desarrollo histórico es el de


que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzo¡¡ al mismo
tiempo a crear a otros hombres, a procrear: es la relación entre hombre y mujer,
entre padres e hijos, la familia. Esta familia, que al principio constituye la única
relación social, más tarde, cuando las necesidades, al multiplicarse, crea nuevas
relaciones sociales Y. a su vez, al aumentar el censo humano, brotan nuevas
necesidades, pasa a ser (salvo en Alemania) una relación secundaria y tiene, por
tanto, que tratarse y desarrollarse con arreglo a los datos empíricos existentes, y
no ajustándose al "concepto de. la familia" misma, como se suele hacer en
Alemania.

Por lo demás, estos tres aspectos de la actividad social no deben considerarse


como tres fases distintas, sino sencillamente como eso, como tres aspectos o,
para decirlo a la manera alemana, como tres "momentos" que han existido desde
el principio de la historia y desde el primer hombre y que todavía hoy siguen
rigiendo en la historia.

Construcción de viviendas. De suyo se comprendo que, entro los salvajes, cada


familia tiene su propia cueva o choza, como entre los nómadas ocupa cada una su
tiende aparte. Y el desarrollo ulterior de la propiedad Privada viene a hacer aun
mía necesaria esta economía doméstica separada. Entre los pueblos agrícolas, la
economía domestica común es tan imposible como el cultivo en común de la
tierra. La construcción de ciudades representó un gran progreso. Sin embargo, en
todos los períodos anteriores, la supresión de la economía aparte, inseparable de
la abolición de la propiedad privada, resultaba imposible, entre otras cosas, porque
no se daban lea condiciones materiales para cito. La implantación de una
economía domestica colectiva presupone el desarrollo de la maquinaria, de la
explotación de las fuerzas naturales y de muchas otras fuerzas productivas, por
ejemplo de las conducciones de aguas, de la iluminación por 9901 de la
calefacción a vapor, etc., así como la abolición de la ciudad y el campo. Sin estas
condiciones, la economía cultive no representaría de por sí, una nueva fuerza de
producción, carecer¡ de toda base material, descansaría sobre un fundamento
puramente teórico; es decir, sería una pura quimera y se reduciría, en la práctica,
a una economía
de tipo conventual. Lo que podía llegar a conseguimos se revela en la agrupación
en ciudades y en la construcción de casas comunes para det erminados fines
concretos (prisiones, cuarteles, etc.).

La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la


procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación - de una
parte, como una relación natural, y de otra como una relación social -; social, en el
sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos,
cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y dirigida a cualquier
fin. De donde se desprende que un determinado modo de producción o una
determinada fase industrial lleva siempre aparejado un determinado modo de
cooperación o una determinada fase social, modo de cooperación que es, a su
vez, una "fuerza productiva"; que la suma de las fuerzas productivas accesibles al
hombre condiciona el estado social y que, por tanto, la "historia de la humanidad"
debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y
del intercambio.

Pero, asimismo es evidente que en Alemania no se puede escribir este tipo de


historia, ya que los alemanes carecen, no sólo de la capacidad de concepción y
del material necesarios, sino también de la "certeza" adquirida a través de los
sentidos.
(3) Palabras de Mefistófeles en el "Fausto" de Goethe. (N. de la R.).

C. Marx: Prólogo de la contribución a la crítica de la Economía Política


(fragmentos)
Tomado de Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels , Editorial Progreso, Moscú.

"(...) Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones


jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni
por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el
contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resumen Hegel,
siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre
de "sociedad civil" y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla e la
Economía Política. En Bruselas, a donde me trasladé en virtud de una orden de
destierro dictada por el señor Guizot, hube de proseguir mis estudios de Economía
Política, comenzados en París. El resultado general al que llegué y que, una vez
obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la
producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que
corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales.
El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura que se levanta
la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas
de la conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del
hombre la que determina su ser sino por el contrario, el ser social es lo que
determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las
fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las
relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica
de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto
hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se
convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.

Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la


inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas
revoluciones, hay que distinguir siempre los cambios materiales ocurridos en las
condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud
propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas,
artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres
adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo
que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos
juzgar a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, hay que
explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el
conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de
producción.

Ninguna forma social desaparece antes que se desarrollen todas las fuerzas
productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas
relaciones de producción antes que las condiciones materiales para su existencia
hayan madurado, en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso la humanidad
se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues bien
miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se
dan o, por lo menos, se están, gestando, las condiciones materiales para su
realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de
progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción
asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de
producción son la última forma antagónica del proceso social de producción;
antagónicas no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un
antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos.
Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad
burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de
este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de
la sociedad humana.
F.Engels: Carta a W. Borgius. Londres, 25 de enero de 1894
Tomado de Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels. Tomo Único. Editorial
Progreso, Moscú.

1. (...) Por relaciones económicas, en las que nosotros vemos la base


determinante de la historia de la sociedad, entendemos el modo cómo los
hombres de una determinada sociedad producen el sustento para su vida y
cambian entre sí, los productos (en la medida en que rige la división del trabajo).
(...)

a) El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc.,


descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los
unos, sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación
económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás, efectos puramente
pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad
económica, que se impone siempre, en última instancia. (...) No es, pues, como de
vez en cuando, por razones de comodidad, se quiere, imaginar, que la situación
económica ejerza un efecto automático; no, son los mismos hombres los que
hacen su historia, aunque dentro de un medio dado que los condiciona, y a base
de las relaciones efectivas con que se encuentran, entre las cuales las decisivas,
en última instancia, y las que nos dan el único hilo de engarce que puede
servirnos para entender los acontecimientos, son las económicas, por mucho que
en ellas puedan influir, a su vez, las demás, las políticas e ideológicas. (...)

Otro tanto acontece con las demás casualidades y aparentes casualidades de la


historia. Y cuanto más alejado esté de lo económico el campo concreto que
investigamos y más se acerque a lo ideológico puramente abstracto, más
casualidades advertiremos en su desarrollo, más zigzagueas presentará su curva.
Pero si traza usted el eje medio de la curva, verá que cuanto más largo sea el
período en cuestión y más extenso el campo que se estudia, más paralelamente
discurre este eje al eje del desarrollo económico. (...)
F. Engels: Carta a Joseph Bloch. Londres, 21 - (22) de septiembre de 1890
Tomado de Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels. Tomo Único. Editorial
Progreso,
Moscú.

(...) Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última


instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni
Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo
que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una
frase vacua abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los
diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta las formas
políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después
de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e
incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes,
las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior
de estas hasta convertirlas en un sistema de dogmas ejercen también su
influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan,
predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y
reacciones entre todos estos factores en el que, a través de toda la muchedumbre
infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna
es tan remota o tan difícil de probar que podemos considerarla como inexistente,
no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el
movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica
cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado.

Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en


primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son
las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su
papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que
merodea como un duende en las cabezas de los hombres (...).

En segundo lugar, la historia se hace de tal modo que el resultado final siempre
deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las
cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones
especiales de vida, son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas
con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las que surge una
resultante - el acontecimiento histórico - que, a su vez, puede considerarse
producto de tina fuerza única que, como un todo, actúa sin conciencia y sin
voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que le opone otro, y lo
que resulta de todo ello es algo que nadie ha querido. (...).

El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto
económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo.
Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se
negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la
debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las
acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época
histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya
no había posibilidad de error. Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que
se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar s in mas una nueva
teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus
tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos
"marxistas" y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado.
(... )

C. Marx: Carta a Joseph Weydemeyer. Londres, 5 de marzo de 1852


Tomado de Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels. Tomo Único. Editorial
Progreso,
Moscú.

(...) Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la


existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho
antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo
histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de
éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de
las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la
producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del
proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia
la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases . (...).

C. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista. (fragmentos)


Tomado de Obras Escogidas de Marx y Engels en tres tomos,Tomo I, Editorial
Progreso, Moscú.

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la


vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa
y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios
en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los
representantes de la oposición, más avanzados, como a sus enemigos
reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista? De este hecho resulta una doble
enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de
Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus
conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del
comunismo un manifiesto del propio partido. Con este fin, comunistas de las más
diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente
Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco ,y
danés.
I
Burgueses y Proletarios

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días(5) es la historia de las


luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y
siervos, maestros(6) y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras
franca y abierta; lucha que terminó

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una
completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple
escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios,
caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos,
oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos
agrupaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido entre las ruinas de la sociedad


feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las
viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por
otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber


simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada
vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se
enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras
ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la
burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación de África
ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados
de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias,
la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general
imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta
entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la


demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su
puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de
los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció
ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no
bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron
entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la
manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los
industriales millonarios - jefes de verdaderos ejércitos industriales -, los burgueses
modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el


descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el
desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra.
Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban
extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
desarrollándose la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo
término a todas las clases legadas por la Edad Media. La burguesía moderna,
como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie
de revoluciones en el modo de producción y de cambio.

Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del


correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los
señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna(7); en unos sitios
República urbana*

En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del


desarrollo económico de la burguesía, independiente; en otros, tercer estado
tributario de la monarquía; después, durante el período de la manufactura,
contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas y, en
genera, piedra angular de ¡as grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente
la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El
Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los
negocios comunes de toda la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.


Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las
relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que
ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para
no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago
al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo
caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del
cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha
sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y
desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada
por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta,
descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones, que hasta


entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al
jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus
servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría
las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media,


tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada
holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la
actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a
los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy
distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los


instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y
con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las
clases industriales precedentes.

Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las


condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la
época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y
enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos,
quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo
estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, Y los hombres,
al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y
sus relaciones recíprocas. y a Francia como país típico de su desarrollo político

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la
burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse
en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del
mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y
al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han
sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por
nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las
naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas,
sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos
productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del
globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos
nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción
productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del
antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se establece un
intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se
refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción
intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez
y los exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las
numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al
constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la
corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los
bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba
todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente
hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a
adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada
civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su
imagen y semejanza.

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes


inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en
comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al
idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la
ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países
civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al
Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de


producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población,
centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de
unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política.
Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos
federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido
consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo
interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo


de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más Grandiosas
que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y
a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la
asimilación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la
navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la
tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?.

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base
se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un
cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las
condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal
de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones
feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya
desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron
en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y
política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase
burguesa. Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las
relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de
propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por
encanto, tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que
ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con
sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del
comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas
modernas contra las actuales relaciones de' producción, contra las relaciones de
propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta
mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma
cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad
burguesa.

Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte


considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas
productivas ya creadas.

Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera
parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la
superproducción. La sociedad s encuentra súbitamente retrotraída a un estado de
súbita barbarie diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la ha
privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen
aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que di pone no favorecen ya el régimen
burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para
estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que
las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la
sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las
relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas
creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la
destrucción obligada de una mas de fuerzas productivas; de otra, por la conquista
de nuevos mercado y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo
lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyen do
los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven


ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las
armas que debe darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán
esas armas: los obreros modernos, los proletarios. En la misma proporción en que
se desarrolla la burguesía, e decir, el capital, desarróllale también el proletariado,
la clase d los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar
trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital.
Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier
otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la
competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del
proletario todo carácter propio y le hacen perder Con ello todo atractivo para el
obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen
las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por
tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios
de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio
de todo trabajo como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción.
Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios.
Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más
aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien
por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del
movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en


la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica,
son organizadas en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están
colocados bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales.

No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino


diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del
burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más
mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama
que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto


mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el
trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños Por lo que
respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda
significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía
según la edad y el sexo.

Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su


salario en metálico, se convierte en víctima de otros lamentos de la burguesía: el
casero, el tendero, el prestamista, etc. Pequeños industriales, pequeños
comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las
clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus
capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas les y sucumben en la
competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad
profesional se ve depreciada ante os nuevos métodos de producción. De tal
suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la


burguesía comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros
de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del ¡sino oficio de la localidad
contra el burgués individual que los explota directamente. No se contentan con
dirigir sus ataques contra as relaciones burguesas de producción, y los dirigen
contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías
extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las
fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la
Edad Media.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo do el país y
disgregada por la competencia. Si los obreros forman asas compactas, esta
acción no es todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la
burguesía, que para alcanzar sus opios fines políticos debe - y por ahora aún
puede - poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los
proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los
enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta,
los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos
de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la
burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios,


sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren
mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de
los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las
diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel
igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses
entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez
más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca
al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el. obrero
individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones
entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses
y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar
asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión
de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de


sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los
obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de
comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros
de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas
locales que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una
lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de Media, con sus
caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los
ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelvo
sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero
resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones
intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos
intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en
Inglaterra.

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el


proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al
principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma
burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la
industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En
todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y
arrastrarlo así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a
los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella
misma.

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenaza en
sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos
elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace,


el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad,
adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa
clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas
manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la
burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado,
particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta
la comprensión teórica del conjunto del movimiento
histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es
una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y
desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es
su producto más peculiar.

Los estamentos medios - el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el


artesano, el campesino -, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la
ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios,
sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver
atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen
ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo as! no
sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus
propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El lumpem proletario, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más
bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una
revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está
más bien dispuesto a venderse a la' reacción para servir a sus maniobras.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las


condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus
relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones
familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, yugo del capital, que es el
trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en
Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al
proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él
meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses
de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de


consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones
de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas
productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y,
por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios
no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha
venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en
provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la
inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa
inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin
hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la


burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de
cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía. Al esbozar las
tases mas generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la
guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad
existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el
proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el
antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una
clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos,
arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre,
llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse
a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno,
por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que
la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de
seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a
ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz
de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera
dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el
punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él.

La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la


existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es
la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el
acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo
asalariado.

El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los


obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de
oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros,
resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación.
Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las
bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía
produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y

ª Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, que son los
propietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Por
proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos,
que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su
fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa
de 1888)
5 Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que
precedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida.
Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la
tierra; Maurer ha demostrado que ésta fue la basesocial de la que partieron
históricamente todas las tribus germanas, y se ha ido descubriendo poco a poco
que la comunidad rural, con la, con la posesión colectiva de la tierra, ha sido la
forma primitiva ¿e la sociedad, desde la India hasta Irlanda. La organización
interna le esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que
tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por Morgan de la
verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la tribu. Con la desintegración de
estas comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la sociedad en clases
distintas y, finalmente, antagónicas.
7 Comunas Se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de
arrancar a sus amos y señores feudales la autonomía local y los derechos
políticos como «tercer estado».
*Así denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus
comunidades urbanas, una vez comprobados o arrancados a sus señores
feudales los primeros derechos de autonomía (Nota de F. Engels a la edición
Alemana de 1890.)
Carlos Marx: El capital
Tomado del Capital Tomo I

Mercancía y dinero

La mercancía
Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia y magnituddel
valor)(9) La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de
producción se nos aparece como un "inmenso arsenal de mercancías" y la
mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del in
análisis de la mercancía.

La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para
satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de
estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no
interesa en lo más mínimo para estos efectos(10). Ni interesa tampoco, desde
este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si
directamente, como medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o
indirectamente, como medio de producción.

Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc., puede considerarse desde dos puntos de
vista: atendiendo a su calidad o a su cantidad.

Cada objeto de éstos representa un conjunto de las más diversas propiedades y


puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos. El descubrimiento de
estos diversos aspectos y, por tanto, de las diferentes modalidades de uso de las
cosas, constituye un hecho histórico(11). Otro tanto acontece con la invención de
las medidas sociales para expresar la cantidad de los objetos útiles. Unas veces,
la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde a la
diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir; otras veces es fruto de la
convención.

La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso(12). Pero esta utilidad de los


objetos no flota en el aire. Es algo que está condicionado por las cualidades
materiales de la mercancía y que no puede existir sin ellas. Lo que constituye un
valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía misma, el
hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la mercancía no depende de
que la apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco
trabajo. Al apreciar un valor de uso, se le supone siempre concretado en una
cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo, una tonelada de hierro,
etc. Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial: la
del conocimiento pericial de las mercancías (13) El valor de uso solo toma cuerpo
en el uso o consumo de los objetos. Los valores de uso forman el contenido
material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta. En el tipo de
sociedad que nos proponemos estudiar , los valores de uso son, además, el
soporte material del valor de cambio.
A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la
proporción en que se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de
otra(14), relación que varía constantemente con los lugares y los tiempos. Parece
pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y relativo, como si,
por tanto, fuese una contradicción in adjectola existencia de un valor de cambio
interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque). Pero, observemos la cosa
más de cerca.

Una determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las


más diversas proporciones por otras mercancías v. gr. por x betún, por y seda, por
z oro, etc. Pero, como x betún, y seda, z oro, etc. representan el valor de cambio
de un quarter de trigo x betún, y seda, z oro, etc.. tienen que ser necesariamente
valores de cambio permutables los unos por los otros o iguales entre sí. De donde
se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía
expresan todos ellos algo igual; segundo, que el valor de cambio no es ni puede
ser más que la expresión de un contenido díferenciable de él, su "forma de
manifestarse".

Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o


química, ni en ninguna otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades
materiales de las cosas sólo interesan cuando las consideramos como objetos
útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza visiblemente la
relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer
abstracción de sus valores de uso Dentro de ella, un valor de uso, siempre y
cuando se presente en la proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que
otro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon: "Una clase de mercancía vale tanto
como otra, siempre que su valor de cambio sea igual. Entre objetos cuyo valor de
cambio es idéntico, no existe disparidad de distinguir". Como valores de uso, las
mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio,
sólo se distinguen por la cantidad: no encierran, por tanto, un átomo de valor de
uso.

Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías estas sólo
conservan una cualidad: la de ser productos del trabajo. Pero no productos del
trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de
los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso.
Dejarán de, ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil
cualquiera. Todas sus propiedades materiales se habrán evaporado. Dejarán de
ser también productos del trabajo del ebanista, del carpintero, del tejedor o de otro
trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil de los productos del
trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y
desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos
trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al
mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.
Por tanto, un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o
materialización del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la longitud de este
valor? Por la cantidad de "sustancia creadora de valor", es decir, de trabajo, que
encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de
su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las
distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc. Se dirá que si el valor de una
mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertida en su producción, las
mercancías encerrarán; por más valor cuanto más holgazán o más torpe sea el
hombre que la produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo tarde en
producirlas.

Pero no; el trabajo que forma la sustancia de los valores es trabajo humano igual,
inversión de la misma fuerza humana de trabajo. Es como si toda la fuerza de
trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores que forman el
mundo de las mercancías, representase para estos efectos una inmensa fuerza
humana. Su expresión en una mercancía cualquiera, en una mercancía B, no hace
más que diferenciar el valor de la mercancía A de su propio valor de uso; no hace,
por tanto, más que ponerla en una relación de cambio con una clase cualquiera de
mercancías distinta de aquélla, en vez de acusar su igualdad cualitativa y su
proporcionalidad cuantitativa con todas las demás mercancías. A la forma simple y
relativa del valor de una mercancía corresponde la forma concreta equivalencia al
de otra.

Así por ejemplo, en la expresión relativa del valor del lienzo, la levita sólo cobra
forma de equivalente o forma de cambiabilidad directa con relación a esta clase
especial de mercancía: el Iienzo

Supongamos que una hora media de trabajo se materialice e un valor de seis


peniques, o doce horas medias de trabajo en u valor de seis chelines.
Supongamos, asimismo, que el valor del trabajo represente tres chelines o el
producto de seis horas de trabajo Si en las materias primas, maquinaria, etc., que
se consumen par producir una determinada mercancía, se materializan
veinticuatro horas medias de trabajo, su valor ascenderá a doce chelines. Si
además, el obrero empleado por el capitalista añade a estos medio de producción
doce horas de trabajo, tendremos que estas dos horas se materializan en un valor
adicional de seis chelines. Por tanto, el valor total del producto se elevará a treinta
y seis hora de trabajo materializado, equivalente a dieciocho chelines.

Pero como el valor del trabajo o el salario abonado al obrero sólo representa tres
chelines, resultará que el capitalista no abona ningún equivalente por las seis
horas de plustrabajo rendidas por el obrero y materializadas en el valor de la
mercancía. Por tanto, vendiendo esta mercancía por su valor, por dieciocho
chelines, el capitalista obtendrá un valor de tres chelines, sin desembolsar ningún
equivalente a cambio de él. Estos tres chelines representarán la plusvalía o
ganancia que el capitalista se embolsa. Es decir, que el capitalista no obtendrá la
ganancia de tres chelines por vender su mercancía a un precio que exceda de su
valor, sino vendiéndola por su valor real.
El valor de una mercancía se determina por la cantidad total de trabajo que
encierra. Pero una parte de esta cantidad de trabajo se materializa en un valor por
el que se abonó un equivalente e forma de salarios; otra parte se materializa en un
valor por el que no se pagó ningún equivalente. Una parte del trabajo encerrado e
la mercancía es trabajo retribuido; otra parte, trabajo no retribuido Por tanto,
cuando el capitalista vende la mercancía por su valor es decir, corno cristalización
de la cantidad total de trabajo invertido en ella, tiene necesariamente que venderla
con ganancia. Vende no sólo lo que le ha costado un equivalente, sino también lo
que no le ha costado nada, aunque haya costado el trabajo de su obrero Lo que la
mercancía le cuesta al capitalista y lo que en realidad cuesta, son cosas distintas.
Repito, pues, que vendiendo las mercancías por su verdadero valor, y no por
encima de éste, es como se obtienen ganancias normales y medias.

Las diversas partes en que se divide la plusvalía

La plusvalía, o sea, aquella parte del valor total de la mercancía en que se


materializa el plustrabajo o trabajo no retribuido del obrero, es lo que yo llamo
ganancia. Esta ganancia no se la embolsa en su totalidad el empresario
capitalista. El monopolio del suelo permite al terrateniente embolsarse una parte
de esta plusvalía bajo el nombre de renta del suelo, lo mismo si el suelo se utiliza
para fines agrícolas que si se destina a construir edificios, ferrocarriles o a otro fin
productivo cualquiera. Por otra parte, el hecho de que la posesión de los medios
de trabajo permita al empresario capitalista producir una plusvalía o, lo que viene a
ser lo mismo, apropiarse una determinada cantidad de trabajo no retribuido, es
precisamente lo que permite al propietario de los medios de trabajo, que los presta
total o parcialmente al empresario capitalista, en una palabra, al capitalista que
presta el dinero, reivindicar para sí mismo otra parte de esta plusvalía, bajo el
nombre de interés, con lo que al empresario capitalista, como tal, sólo le queda la
llamada ganancia industria o comercial.

Con arreglo a qué leyes se opera esta división del importe total de la plusvalía
entre las tres categorías de gentes mencionadas es una cuestión que cae
bastante lejos de nuestro tema. Pero de lo que dejamos expuesto, se desprende,
por lo me siguiente:

La renta del suelo, el interés y la ganancia industrial no que otros tantos nombres
diversos para expresar las diversas partes de la plusvalía de la mercancía o del
trabajo no retribuido ella se materializa, y brotan todas por igual de esta fuente y
sólo de ella. No provienen del suelo como tal, ni del capital de por sí; mas el suelo
y el capital permiten a sus poseedores obtener su parte correspondiente en la
plusvalía que el empresario capitalista estruja al obrero. Para el mismo obrero, la
cuestión de si esta plusvalía.
Como se convierte el dinero en capital

La fórmula general del capital

La circulación de mercancías es el punto de arranque del capital. La producción de


mercancías y su circulación desarrollada, o sea, el comercio, forman las premisas
históricas en que surge el capital. La biografía moderna del capital comienza en el
siglo XVI, con el comercio y el mercado mundiales.

Si prescindimos del contenido material de la circulación de mercancías, del


intercambio de diversos valores de uso, y nos limitamos a analizar las formas
económicas. que este proceso engendra, veremos que su resultado final es el
dinero. Pues bien; este resultado final de la circulación de mercancías es la forma
inicial en que se presenta el capital.

Históricamente, el capital empieza enfrentándose en todas partes con la propiedad


inmueble en forma de dinero, bajo la forma de patrimonio - dinero, de capital
comercial y de capital usurario Sin embargo, no hace falta remontarse a la historia
de los orígenes del capital para encontrarse con el dinero como su forma o
manifestación inicial. Esta historia se repite diariamente ante nuestros ojos.

Todo capital nuevo comienza pisando la escena, es decir, el mercado, sea el


mercado de mercancías, o de dinero, bajo la forma de dinero, dinero que, a través
de determinados procesos, tiende a convertirse en capital.

El dinero considerado como dinero y el dinero considerado como capital no se


distinguen, de momento, más que por su diversa forma de circulación.

La forma directa de la circulación de mercancías es M - D - M, o sea,


transformación de la mercancía en dinero y de éste nuevamente en mercancía:
vender para comprar. Pero, al lado de esta forma, nos encontramos con otra,
específicamente distinta de ella, con la forma D - M - D, o sea, transformación del
dinero en mercancía y de ésta nuevamente en dinero: comprar para vender.

9 C. Marx-. Contribución a la critica de la Economía política. Berlín 1859, p. 3.


10 "Apetencia implica necesidad; es el apetito del espíritu, tan natural en éste
como el hambre en el cuerpo - La mayoría (de las cosas) tiene un valor por el
hecho de satisfacer las necesidades del Espíritu" (Nicolás Barbon, A Discourse on
coining the new money lighter, in answer to Mr. Locke's
Considerations, etc.
Londres, 1696, pp. 2, 3. (1)
11 Las cosas tienen una virtud interna (vertue es, en Barbon, el término específico
pues designa elvalor de uso
12 "El valor natural (natural worth) de todo objeto con para satisfacer las
necesidades elementales de la vida humana o para servir a la comodidad del
hombre" (John Lockel sorno contideration,, on the Consequences of interest (2),
1691, en Works, cd. ndres, 1777, vol. Il. p. 28). tbe lower!' todavía con dos En los
escritores ingleses del siglo xvií, es corriente encontrarse los términos distintos
para designar el valor de uso y el valor
de cambio, que son "worth' and "value" respectivamente, como cuadra al espíritu
de una lengua que no es germánico y la idea refleja con un gusta de expresar la
idea directa con un término latino
13 En la sociedad burguesa, reina la fictio juris (3) de que todo comprador de
mercancías posee conocimientos enciclopédicos acerca de éstas.
14 "Él valor consiste en la proporción en que se cambia un objeto por otro.una
determinada
cantidad de un producto por una determinada , cantidad de otro" (Le Trosne, De
l'intérít social.
Physiocrate.P(4), cd. Daire, París, 1846, p. 889).

El capital. Capítulo XXIV.( fragmentos)


La llamada Acumulación Originaria

En el secreto de la acumulación originaria Hemos visto cómo se convierte el


dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y cómo la plusvalía engendra
nuevo capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía, la
plusvalía la producción capitalista y ésta la existencia en manos de los productores
de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este
proceso parece moverse dentro de un circulo vicioso, del que sólo podemos salir
dando por supuesta una acumulación "originaria" anterior a la acumulación
capitalista ("prevíous accumulation", la denomina Adam Smith); una acumulación
que no es resultado, sino punto de partida del régimen capitalista de
producción.

Esta acumulación originaria viene a desempeñar en economía política el mismo


papel que desempeña en teología el pecado original. Al morder la manzana, Adán
engendró el pecado y lo trasmitió a toda la humanidad.

Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como


una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos se nos dice -, había, de una
parte, una minoría trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativo, y de la otra un
tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más.
Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice que el hombre fue
condenado a ganar el pan con el sudor de su frente; pero la historia del pecado
original económico nos revela por qué hay gente que no necesita sudar para
comer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza,
los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja.

De este pecado original arranca la pobreza de la gran mayoría, que todavía hoy, a
pesar de lo mucho que trabajan, no tienen nada que vender más que sus
personas, y la riqueza de una minoría, riqueza que no cesa de crecer, aunque
haga ya muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas
niñerías insustanciales son las que M. Thiers, por ejemplo, sirve todavía, con el
empaque y la seriedad de un hombre de Estado, a los franceses, en otro tiempo
tan ingeniosos, en defensa de la proprieté. Tan pronto como se plantea el
problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto
de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a
todos los períodos. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la
conquista, la esclavización, el robo y el asesinato; la violencia, en una palabra. En
la dulce economía política, por el contrario, ha reinado siempre el idilio. Las únicas
fuentes de riqueza han sido desde el primer momento la ley y el "trabajo",
exceptuando siempre, naturalmente, "el año en curso". Pero, en la realidad, los
métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.

Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los


medios de producción ni los artículos de consumo. Necesitan convertirse en
capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que
pueden resumiese así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy
diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero,
medios de producción y artículos de consumo, deseosos de valorizar la suma de
valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra
parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de
su trabajo.

Obreros libres, en el doble sentido de que no figuran directamente entre los


medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco
con medios de producción propios, como el labrador que trabaja su propia tierra,
etc.; libres y dueños de sí mismos. Con esta polarización del mercado de
mercancías, se dan las dos condiciones fundamentales de la producción
capitalista. El régimen del capital presupone el divorcio entre los obreros y la
propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo. Cuando ya se
mueve por sus propios pies, la producción capitalista no solo mantiene este
divorcio, sino que lo reproduce y acentúa en una escala cada vez mayor. Por
tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de
disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su producción,
mientras de otra parte convierte a los productores directos en obreros trabajo,
proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de
asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso
histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama
"originaria" porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de
producción.

La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura


económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a la superficie los
elementos necesarios para la formación de aquélla.

El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hasta que no dejó


de vivir sujeto a la gleba y de ser esclavo o siervo de otra persona. Además, para
poder convertirse en vendedor libre de fuerza de trabajo, que acude con su
mercancía a dondequiera que encuentra mercado para ella, hubo de sacudir
también el yugo de los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre los aprendices
y los oficiales y a todos los estatutos que embarazaban el trabajo. Por eso, en uno
de sus aspectos, el movimiento histórico que convierte a los productores en
obreros asalariados representa la liberación de la servidumbre y la coacción
gremial, y este aspecto es el único que existe para nuestros historiadores
burgueses.

Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos trabajadores recién


emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de si mismo, una vez que se
ven despojados de todos sus medios de producción y de todas las garantías de
vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. El recuerdo de esta
cruzada de expropiación ha quedado inscrito en los anales de la historia con
trazos indelebles de sangre y fuego.

A su vez, los capitalistas industriales, los potentados de hoy, tuvieron que


desalojar, para llegar a este puesto, no sólo a los maestros de los gremios
artesanos, sino también a los señores feudales, en cuyas manos se concentraban
las fuentes de la riqueza.

Desde este punto de vista, su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa contra
el régimen feudal y sus irritantes privilegios, y contra los gremios y las trabas que
éstos ponían al libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre
por el hombre. Pero los caballeros de la industria sólo consiguieron desplazar por
completo a los caballeros de la espada, explotando sucesos en que éstos no
tenían la menor parte de culpa. Subieron y triunfaron por procedimientos no
menos viles que los que en su tiempo empleó el liberto romano para convertirse
en señor de su patrono.

El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvo como punto


de partida la esclavización del obrero. En las etapas sucesivas, esta esclavización
no hizo más que cambiar de forma: la explotación feudal se convirtió en
explotación capitalista.
Para explicar la marcha de este proceso, no hace falta remontarse muy atrás.
Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya,
esporádicamente, en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV y
XV, la era capitalista sólo data, en realidad, del siglo XVI. Allí donde surge el
capitalismo hace ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el
punto de esplendor de la Edad Media, la existencia de ciudades soberanas, ha
declinado y palidecido.

En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones


que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los
momentos en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y
violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de
trabajo como proletarios libres, y privados de todo medio de vida. Sirve de base a
todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al
campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada
uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas
históricas diversas. Pero donde reviste su forma clásica es en Inglaterra, país que
aquí tomamos, por tanto, como modelo(15).

Cómo fue expropiada de la tierra la población rural

En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos


años del siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo XV, la
inmensa mayoría de la población se componía de campesinos libres, dueños de la
tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que ocultasen
su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff (baílío), antes siervo,
había sido desplazado por el arrendatario libre.

Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban su tiempo


libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y en parte una clase
especial, relativa y absolutamente poco numerosa, de verdaderos asalariados.
Mas también éstos eran, de hecho, a la par que jornaleros, labradores
independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza con
una extensión de y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los
verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales, en los que
pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban el combustible,
la leña, la turba, etc(16).

La producción feudal se caracteriza, en todos los pueblos de Europa, por la


división del suelo entre el mayor número posible de tributarios. El poder del señor
feudal, como el de todo soberano, no descansaba solamente en la longitud de su
rollo de rentas, sino en el número de sus súbditos, que, a su vez, dependía de la
cifra de campesinos independientes(17). Por eso, aunque después de la conquista
normanda, el suelo inglés se dividió en unas pocas baronías gigantescas, entre las
que había algunas que abarcaban por sí solas 900 de los dominios de los antiguos
lores anglosajones, estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas,
interrumpidas sólo de vez en cuando por grandes fincas señoriales. Estas
condiciones, combinadas con el esplendor de las ciudades, característico del siglo
XV, permitían que se desarrollase aquella riqueza nacional que el canciller
Forescue describe con tanta elocuencia en su Laudibus Lequm Angliae pero
cerraban el paso a la riqueza capitalista.

El preludio de la transformación que ha de echar los cimientos para el régimen de


producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV. El licenciamiento
de las huestes feudales -que, como dice acertadamente Sir James Steuart,
"invadieron por todas partes casas y tierras"- lanzó al mercado de trabajo a una
masa de proletarios libres y privados de medios de vida. El poder real, producto
también del desarrollo de la burguesía, en su deseo de conquistar la soberanía
absoluta, aceleró violentamente la disolución de las huestes feudales, pero no fue
ésta, ni mucho menos, la única causa que la provocó. Los grandes señores
feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon
un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los
campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos
.jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes de comunes.

El florecimiento de las manufactureras laneras de Flandes y la consiguiente alza


de los precios de la lana fue lo que sirvió de acicate directo, en Inglaterra, para
estos abusos. La antigua aristocracia había sido devorada por las guerras
feudales, y la nueva era ya una hija de los tiempos, de unos tiempos en los que
dinero es la potencia de las potencias. Por eso enarboló como bandera la
transformación de las tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas...

(15) En Italia, donde primero se desarrolla la producción capitalista, es también


donde antes declina la servidumbre.
El siervo italiano se emancipa antes de haber podido adquirir por prescripción
ningún derecho sobre el suelo. Por eso su emancipación se le convierte
directamente en proletario libre y privado de medios de vida, que además se
encuentra ya con el nuevo señor hecho y derecho en la mayoría de las ciudades,
procedentes del tiempo de los romanos. Al operarse, desde fines del siglo xv, la
revolución del mercado mundial que arranca la supremacía comercial al norte de
Italia, se produjo un movimiento en sentido inverso. Los obreros de las ciudades
vieron sé empujados en masa hacia el campo, donde imprimieron a la pequeña
agricultura allí dominante, explotada según los métodos de la horticultura, un
impulso jamás conocido.
(16) "Los pequeños propietarios que trabajan la tierra de su propiedad con su
propio esfuerzo y que gozaban de un humilde bienestar... formaban por aquel
entonces una parte mucho más importante de la nación que hoy... Nada menos
que 160,000 propietarios, cifra que, con sus familias, debía de constituir más de
l/7, de la población total, vivían del cultivo de sus pequeñas parcelas freehold
(freehold quiere decir propiedad plena y libre). La renta media de estos pequeños
propietarios oscilaba alrededor de unas 60 a 70 libras esterlinas. Se calculaba que
el número de personas que trabajaban tierras de su propiedad era mayor que el
de los que llevaban en arriendo tierras de otros." Macaulay, history of England, 10
ed., Londres, 1854, I, pp. 333-334. Todavía en el último tercio del siglo XVII vivían
de la agricultura las cuatro quintas partes de la masa del pueblo inglés (ob. cit., p.
413). Cito a Macaulay porque, como falsificador sistemático de la historia que es,
procura "castrar" en lo posible esta clase de hechos.
(17) El Japón, con su organización puramente feudal de la propiedad inmueble y
su régimen desarrollado de pequeña agricultura, nos brinda una imagen mucho
más fiel de la Edad Media europea que todos nuestros libros de historia, dictados
en su mayoría por prejuicios burgueses. Es demasiado cómodo ser "liberal" a
costa de la Edad Media.
V. I. Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo
Tomado de Obras Completas. Tomo 27, págs. 299 - 426.

VII. El imperialismo, fase peculiar del capitalismo

Intentemos ahora hacer un balance, resumir lo que hemos dicho más arriba sobre
el imperialismo. El imperialismo surgió como desarrollo y continuación directa de
las propiedades fundamentales de¡ capitalismo en genera. Pero el capitalismo se
trocó en imperialismo capitalista únicamente cuando llegó a un grado determinado,
muy alto, de su desarrollo, cuando algunas de las características fundamentales
del capitalismo comenzaron a convertirse en su antítesis, cuando tomaron cuerpo
y se manifestaron en toda la línea los rasgos de la época de transición del
capitalismo a una estructura económica y social más elevada.

Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico,


es la sustitución de la libre competencia capitalista por los monopolios capitalistas.
La libre competencia es la característica fundamental del capitalismo y de la
producción mercantil en general; el monopolio es todo lo contrario de la libre
competencia, pero esta última se va convirtiendo ante nuestros ojos en monopolio,
creando la gran producción, desplazando a la pequeña, remplazando la gran
producción por otra todavía mayor y concentrando la producción y el capital hasta
el punto que de su seno ha surgido y surge el monopolio: los cárteles, los
consorcios, los trusts, y, fusionándose con ellos, el capital de una docena escasa
de bancos que manejan miles de millones. Y al mismo tiempo, los monopolios,
que surgen de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima de
ella y aI lado de ella, dando origen así a contradicciones, roces y conflictos
particularmente agudos y bruscos.
El monopolio es el tránsito del capitalismo a un régimen superior. Si fuera
necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería
decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Esa definición
comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital
bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de las
alianzas monopolistas de los industriales y, por otra, el reparto del mundo es el
tránsito de la política colonia, que se extiende sin obstáculos a las regiones
todavía no conquistadas por ninguna capitalista, a la política colonial de
dominación monopolista de los territorios del globo enteramente repartido. Pero
las definiciones excesivamente breves, si bien son cómodas, pues recogen lo
principal, resultan insuficientes, ya que es necesario extraer de ellas, además,
otros rasgos muy esenciales de lo que hay que definir. Por eso, sin olvidar lo
convencional y relativo de todas las definiciones en general, que jamás pueden
abarcar en todos, sus aspectos las relaciones de un fenómeno en su desarrollo
completo, conviene dar una definición de¡ imperialismo que contenga sus cinco
rasgos fundamentales, a saber:
• La concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan
elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un
papel decisivo en la vida económica;
• La fusión de¡ capital bancario con el industrial y la creación, en el terreno de
este "capital financiero", de la oligarquía financiera;
• La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías,
adquiere una importancia particularmente grande;
• Se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las
cuales se reparten el mundo,
• Ha terminado el reparto territorial de] mundo entre las potencias capitalistas
más importantes.

El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo


la dominación de los monopolios y de¡ capital financiero, ha adquirido señalada
importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los
trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países
capitalistas más importantes.

Más adelante veremos cómo se puede y se debe definir' de otro modo el


imperialismo, si se tienen presentes no sólo los conceptos fundamentales
puramente económicos (a los cuales se limita la definición que hemos dado), sino
también el lugar histórico de esta fase de¡ capitalismo con respecto al capitalismo
en general o la relación del imperialismo y de las dos tendencias fundamentales
de] movimiento obrero.

Lo que ahora se debe consignar es que, interpretado en dicho sentido, el


imperialismo es indudablemente una fase peculiar de desarrollo del capitalismo.
Para dar al lector la idea más fundamentada posible de¡ imperialismo, hemos
procurado deliberadamente reproducir el mayor número posible de opiniones de
economistas burgueses obligados a reconocer los hechos de la economía
capitalista moderna, registrados de manera incontrovertible en especial.

Con el mismo fin hemos reproducido datos estadísticos minuciosos que permiten
ver hasta qué punto ha crecido el capital bancario, etc., qué expresión concreta ha
tenido la transformación de la cantidad en calidad, el tránsito del capitalismo
desarrollado al imperialismo. Huelga decir, naturalmente, que en la naturaleza y en
la sociedad todos los límites son convencionales y variables, que sería absurdo
discutir¡ por ejemplo, sobre el año o. la década precisos en que se instauró
"definitivamente" el imperialismo.

Marx, Carlos.- Glosas marginales al programa del partido


obrero alemán.-(fragmentos)
1. El trabajo es la fuente de toda riqueza y
de toda cultura, y como el trabajo útil sólo es
posible dentro de la sociedad y a través de
ella, todos los miembros de la sociedad
tienen igual derecho a percibir el fruto
íntegro del trabajo.

Primera parte del párrafo: << El trabajo es fuente de toda riqueza y de toda
cultura>>

El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los


valores de uso (¡qué son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni
más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza
natural, de la fuerza de trabajo del hombre. Esa frase se encuentra en todos los
silabarios y sólo es cierta si se sobreentiende que el trabajo se efectúa con los
correspondientes objetos e instrumentos. Pero un programa socialista no
debe permitir que tales tópicos burgueses silencien aquellas condiciones sin las
cuales no tienen ningún sentido. Por cuanto el hombre se sitúa de antemano
como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y
objetos de trabajo, y la trata como posesión suya, por tanto su trabajo se convierte
en fuente de valores de uso, y, por consiguiente, en fuente de riqueza. Los
burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza
creadora sobrenatural; pues precisamente del hecho de que el trabajo está
condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más
propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado
social y de civilización, esclavo de otros hombres, de aquellos que se han
adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por
consiguiente, vivir, más que con su permiso.

Pero dejemos la tesis tal como está, o mejor dicho, tal como viene renqueando.
¿Qué conclusión habría debido sacarse de ella?. Evidentemente, ésta: <<Como
el trabajo es la fuente de toda riqueza, nadie en la sociedad puede adquirir riqueza
que no sea producto del trabajo. Si, por tanto, no trabaja él mismo es que vive del
trabajo ajeno y adquiere también su cultura a costa del trabajo de otros>>.

En vez de esto, se añade a la primera oración una segunda mediante la locución


copulativa <<y como >>, para deducir de ella, y no de la primera, la conclusión.

Segunda parte del párrafo: <<El trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y
a través de ellas >>.

Según la primera tesis el trabajo era la fuente de toda riqueza y de toda cultura, es
decir, que sin trabajo, no era posible tampoco la existencia de una sociedad.
Ahora, nos enteramos, por el contrario, de que sin la sociedad no puede existir el
trabajo <<útil>>.

Del mismo modo hubiera podido decirse que el trabajo inútil e incluso perjudicial a
la comunidad, sólo puede convertirse en rama industrial dentro de la sociedad,
que sólo dentro de la sociedad se puede vivir del ocio, etc; en una palabra, copiar
aquí a todo Rousseau.
¿Y qué es trabajo <<útil>>?. No puede ser más que uno: el trabajo que consigue
el efecto útil propuesto. Un salvaje – y el hombre es un salvaje desde el momento
en que deja de ser mono – que mata a un animal de una pedrada, que amontona
frutos, etc., ejecuta un trabajo <<útil>>.

Tercero. Conclusión: <<Y como el trabajo útil sólo es posible dentro de la


sociedad y a través de ella todo los miembros de la sociedad tienen igual derecho
a percibir el fruto íntegro del trabajo>>

¡Hermosa conclusión!. Si el trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a


través de ella, el fruto del trabajo pertenecerá a la sociedad, y el trabajador
individual sólo percibirá la parte que no sea necesaria para sostener la
<<condición >> del trabajo que es la sociedad.

En realidad, esa tesis la han hecho valer en todos los tiempos los defensores de
todo orden social existente. En primer lugar, vienen las pretensiones del gobierno
y del todo lo que va pegado a el, pues el gobierno es el órgano de la sociedad
para el mantenimiento del orden social; detrás de el, vienen las distintas clases de
propiedad privada, con sus pretensiones respectivas, pues las distintas clases de
propiedad privada son las bases de la sociedad, etc. Como vemos, a estas frases
hueras se les puede dar las vueltas y los giros que se quiera.

La primera y la segunda parte del párrafo sólo guardarían una cierta relación
lógica redactándolas de la siguiente manera: <<El trabajo sólo es fuente de
riqueza y de cultura como trabajo social>>, o, lo que es lo mismo <<dentro de
la sociedad y a través de ella>>.Esta tesis es, indiscutiblemente, exacta, pues
aunque el trabajo del individuo aislado (presuponiendo sus condiciones
materiales) también puede crear valores de uso, no puede crear ni riqueza ni
cultura.

Pero, igualmente indiscutiblemente es esta otra tesis:

<<En la medida en que el trabajo se desarrolla socialmente, convirtiéndose así en


fuente de riqueza y de cultura, se desarrolla también la pobreza y el desamparo
del obrero, y la riqueza y la cultura de los que no trabajan>>.

Esta es la ley de toda la historia, hasta hoy. Así pues, en vez de los tópicos
acostumbrados sobre <<el trabajo>> y <<la sociedad>>, lo que procedía era
señalar concretamente como, en la actual sociedad capitalista, se dan ya, al fin,
las condiciones materiales etc., que permiten y obligan a los obreros a romper esa
maldición social.

2-En la sociedad actual, los medios de trabajo son


mono-
polios de la clase capitalista el estado de dependencia
de
la clase obrera que de esto deriva es la causa de la
mise-
ria y de la esclavitud en todas sus formas.

Así, <<corregida>>, esta tesis, tomada de los Estatutos de la Internacional, es


falsa.En la sociedad actual los medios de trabajo son monopolios de los
propietarios de tierras (el monopolio de la propiedad del suelo es, incluso, la base
del monopolio del capital ) y de los capitalistas. Los Estatutos de la internacional
no mencionan, en el pasaje correspondiente ni una ni otra clase de monopolistas.
Hablan de <<los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las
fuentes de vida>>. Esta adición: <<fuentes de vida>>, señala claramente que el
suelo está comprendido entre los medios de trabajo. Esta enmienda se introdujo
porque Lassalle, por motivos que hoy son ya de todos conocidos, sólo atacaba a
la clase capitalista, y no a los propietarios de tierras. En Inglaterra, la mayoría de
las veces el capitalista no es siquiera propietario del suelo sobre el que se levanta
su fábrica.

3- <<La emancipación del trabajo exige que los medios de


trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que
todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto
equitativo del fruto del trabajo>>.

Donde dice <<que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común>>. Pero
esto sólo de pasada. ¿Qué es el <<fruto del trabajo>>? ¿El producto de el
trabajo, o su valor? Y en este último caso, ¿el valor total del producto, o solo la
parte de valor que el trabajo añade al valor de los medios de producción
consumidos? Eso del <<fruto del trabajo>>es una idea vaga con la que Lassalle
ha suplantado conceptos económicos concretos.

¿Qué es <<reparto equitativo>>? ¿No afirman los burgueses que el reparto


actual es <<equitativo>>? ¿Y no es éste, en efecto, el único reparto
<<equitativo>> que cabe, sobre la base del modo actual de producción? ¿Acaso
las relaciones económicas son reguladas por los conceptos jurídicos? ¿No surgen
por el contrario, las relaciones jurídicas de las relaciones económicas? ¿No se
forjan también los secretarios socialistas las más variadas ideas acerca del reparto
<<equitativo>>?

Para saber lo que aquí hay que entender por la frase de <<reparto equitativo>>,
tenemos que cotejar este párrafo con el primero. El párrafo que glosamos supone
una sociedad en la cual los <<medios de trabajo son patrimonio común y todo el
trabajo se regula colectivamente>>, mientras que en el párrafo primero vemos que
<<todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto
íntegro del trabajo>>.
¿<<Todos los miembros de la sociedad>>? ¿También los que no trabajan?
¿Dónde se queda, entonces, el <<Fruto íntegro del trabajo>>? ¿O sólo los
miembros de la sociedad que trabajan? ¿Dónde dejamos entonces, el derecho
igual de todos los miembros de la sociedad?

Sin embargo, lo de <<todos los miembros de la sociedad>> y <<el derecho


igual>> no son, manifiestamente, más que frases. Lo esencial del asunto está en
que, esta sociedad comunista todo obrero debe obtener el <<fruto íntegro del
trabajo>> lassalleano.

Tomemos, en primer lugar, las palabras <<el fruto del trabajo>> en el sentido del
producto del trabajo; entonces el fruto colectivo del trabajo será el producto social
global. ero, de aquí hay que deducir:

Primero :Una parte para reponer los medios de producción consumidos.

Segundo :Una parte suplementaria para ampliar la producción.

Tercero: El fondo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos debidos a


calamidades, etc.

Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de


mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la
forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su
trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del
individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere
a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio
que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de
trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra distinta. Por
eso, el derecho igual sigue siendo aquí en principio, el derecho burgués aunque
ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el
régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se da
más que como término medio, y no en los casos individuales.

A pesar de este proceso, este derecho igual sigue llevando implícita una
limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que
han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mida por el mismo rasero: por
el trabajo.

Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y rinden, en


el mismo tiempo, más trabajo o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para
servir de medida tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad, de
otro modo deja de ser una medida. No reconoce ninguna distinción de clase,
porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero
reconoce tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales
amplitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigualdad capacidad de
rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la
desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de
una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si
no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y
cuando se les enfoque desde un punto de vista igual, siempre y cuando se les
mire solamente en un aspecto solamente en un aspecto determinado; por
ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna
otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros
están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc.,. A igual
rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de
consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros,
etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual,
sino desigual.

Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista,


tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso
alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura
económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado. En la
fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la
subordinación esclavisadora, de los individuos a la división del trabajo, y con ella,
la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no
sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el
desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas
productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo
entonces podrá rebasarse totalmente el derecho horizonte del derecho burgués, y
la sociedad podrá escribir en su bandera : ¡De cada cual , según su capacidad ; a
cada cual, según sus necesidades!

Aun prescindiendo de lo que queda expuesto, es equivocado, en general, tomar


como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella, como si fuera lo
más importante.

La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la


distribución de producción. Y esta distribución es una característica del modo
mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa
en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas
a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo,
mientras la masa sólo es propietarias de la condición personal de producción, la
fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la
actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las
condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios
obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de consumo
distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la
democracia) ha emprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la
distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a
exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la
distribución. Una vez que está dilucidada, desde hace ya mucho tiempo, la
verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás?
V. I.. Lenin: La economía y la política en la época de la dictadura del
proletariado..
Tomado de Obras Escogidas en tres tomos. Tomo tres.

Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe


cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las
propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede menos de
ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente;
o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el
comunismo ya nacido, pero muy débil aún.

( ... ) Estas formas básicas de la economía social son: el capitalismo, la pequeña


producción mercantil y el comunismo. Y las fuerzas básicas son: la burguesía, la
pequeña burguesía ( particularmente los campesinos) y el proletariado.( ... )

De una vez, con un solo golpe revolucionario; se ha hecho todo cuanto puede, en
general, hacerse de un golpe: por ejemplo, ya el primer día de la dictadura del
proletariado, el 26 de octubre de 1917 (8 de noviembre de 1917), fue abolida la
propiedad privada de la tierra y fueron expropiados sin indemnización los grandes
propietarios de la tierra.

En unos meses fueron expropiados, también sin indemnización, casi todos los
grandes capitalistas, los dueños de fábricas, empresas de sociedades anónimas,
bancos, ferrocarriles, etc.. La organización de la gran producción industrial por el
Estado y el tránsito del “control obrero” a la “administración obrera” de las fábricas
y ferrocarriles están ya realizados en sus rasgos más importantes y
fundamentales; pero con respecto a la agricultura esto no ha hecho más que
empezar (las “haciendas soviéticas”, grandes explotaciones organizadas por el

Estado obrero sobre las tierras del Estado). Igualmente, a penas ha comenzado la
organización de las diferentes formas de cooperación de los pequeños labradores
como tránsito de la pequeña producción agrícola mercantil a la agricultura
comunista. Lo mismo cabe decir de la organización estatal de la distribución de los
productos en sustitución del comercio privado, es decir, en lo que atañe al acopio
y al envío de cereales a las ciudades y de los artículos industriales al campo por el
Estado.

Más abajo daremos los datos estadísticos que poseemos sobre esta cuestión. ( ...
) Los trabajadores han sido liberados de sus opresores y explotadores seculares ,
los terratenientes y capitalistas. Este progreso de la verdadera libertad y de la
verdadera igualdad, progreso que por su grandeza, magnitud y rapidez no tiene
precedente en el mundo, no ha sido tomado en consideración por los partidarios
de la burguesía (incluidos los demócratas pequeño burgueses), los cuales hablan
de la libertad y de la igualdad en el sentido de la democracia burguesa
parlamentaria, proclamándola falsamente ”democracia’’ en general o “democracia
pura” .(Kautsky).

Pero los trabajadores toman en consideración precisamente la verdadera


igualdad, la verdadera libertad (la que implica verse libre de terratenientes y
capitalistas), por eso apoyan con tanta firmeza al Poder soviético. ( ... )El
socialismo es la supresión de las clases. Para suprimir las clases, es preciso,
primero, derribar a los terratenientes y a los capitalistas. Esta parte de la tarea la
hemos cumplido, pero es sólo una parte y, además, no es la más difícil. Para
abolir las clases, es preciso, en segundo lugar, suprimir la diferencia entre los
obreros y los campesinos, convertir a todos en trabajadores. Esto no es posible
hacerlo de golpe.

Esto es una tarea incomparablemente más difícil y , por la fuerza de la necesidad


de larga duración. No es una tarea que pueda resolverse con el derrocamiento de
una clase cualquiera. Sólo puede resolverse mediante la reorganización de toda la
economía social, pasando de la pequeña producción mercantil, individual y
aislada, a la gran producción colectiva. Este tránsito es, por necesidad,
extraordinariamente largo, y las medidas administrativas y legislativas precipitadas
e imprudentes sólo conducirían a hacerlo más lento y difícil.

Solamente cabe acelerarlo prestando a los campesinos una ayuda que les permita
mejorar en enorme medida toda la técnica agrícola , transformándola de raíz Para
resolver esta segunda parte de la tarea, la más difícil, el proletariado, después de
haber vencido a la burguesía debe aplicar inalterablemente la siguiente línea
fundamental en su política con respecto a los campesinos: el proletariado debe
distinguir, diferenciar a los campesinos trabajadores de los campesinos
propietarios, al campesino trabajador del campesino mercader, al campesino
laborioso del campesino especulador.

En esta delimitación reside toda la esencia del socialismo. Y no es extraño que los
socialistas de palabras y demócratas pequeño burgueses de hecho (los Martov y
los Chernov, los Kautsky y Cia) No comprenda esta esencia del socialismo.

La delimitación aquí indicada es muy difícil, pues en la vida práctica todos los
rasgos propios del campesino, por variados y contradictorios que sean, forman un
todo único. No obstante, la delimitación es posible, y no sólo posible sino que
emana inevitablemente de las condiciones de la hacienda y de la vida del
campesino. El campesino trabajador ha ido formando durante siglos su odio y su
animosidad contra estos opresores y explotadores, y esta “formación”, producto de
la vida misma, fuerza a los campesinos a buscar la alianza con los obreros contra
el capitalista, contra el especulador, contra el mercader. Pero, al mismo tiempo, la
circunstancias económicas , las circunstancias de la economía mercantil,
convierten de ,modo inevitable al campesino ( no siempre, pero sí en una gran
mayoría de casos) en mercader y especulador.
Los datos estadísticos arriba citados muestran con claridad la diferencia que existe
entre el campesino trabajador y el campesino especulador. Los campesinos que
en 1918-1919 dieron a los obreros hambrientos de las ciudades 40 millones de
puds de grano, a los precios de tasa fijados por el Estado y a través de los
organismos, defectos perfectamente conocidos por el gobierno obrero, pero
irremediables en el primer período de transición al socialismo, estos campesinos
son unos campesinos trabajadores ,unos camaradas de los obreros socialistas
con todos los derechos, sus aliados más seguros, sus hermanos carnales en la
lucha contra el yugo del capital .

Pero esos otros campesinos que vendieron a escondidas 40 millones de puds de


grano a un precio equivalente al décuplo que el fijado por el Estado,
aprovechándose de la penuria y del hambre del obrero de la ciudad; defraudando
al Estado, aumentando y engendrando por todas partes el engaño, el pillaje y las
maniobras fraudulentas, esos campesinos son unos especuladores, unios aliados
del capitalista, unos enemigos de clase del obrero, unos explotadores. Pues tener
sobrantes de trigo recolectado en las tierras que pertenecen al Estado, con la
ayuda de aperos en cuya creación fue invertido, de uno u otro modo, no sólo el
esfuerzo del campesino, sino también el del obrero, etc., tener sobrantes del trigo
y especular con ellos significa se un explotador del obrero hambriento.

Vosotros violáis la libertad, la igualdad, la democracia, nos gritan desde todos


lados, señalándonos la desigualdad que nuestra Constitución establece entre el
obrero y el campesino, la disolución de la Asamblea Constituyente, las requisas
forzosas de los excedentes de trigo, etc. Nosotros replicamos: no ha habido en el
mundo Estado que haya hecho tanto para eliminar la desigualdad y la falta de
libertad que de hecho ha padecido durante siglos el campesino laborioso. Pero
jamás reconoceremos la igualdad con el campesino especulador , como no
reconoceremos la igualdad del explotador con el explotado, del harlo con el
hambriento, la libertad del primero de robar al segundo.

Y aquellos hombres instruidos que no quieran comprender estas diferencias,


nosotros los trataremos como a los guardias blancos, aunque se llamen
demócratas, socialistas , internacionalistas , Kautsky, Chernov, Mártov.

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