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Un traidor

Tiembla, tiembla, tiembla. He visto a los perros hacerlos ¿y a los traidores? No toda culpa tiene
la figura de la soga. El trabajo de cuidar y transportar dinero tiene sus desventajas (cuando la
codicia o el Diablo se cruzan, risueños); así termina el gato cuidando canarios.
Dejaron un paquete en un banco, recogieron otro, y van cargados.
No deja de temblar, mal síntoma, y su compañero pregunta, sin sospechas, que pasa. Nada, nada,
recibe por toda respuesta. El dinero, amiguito, el dinero. ¿Qué significa para un perro, un gato,
un mortal agobiado por deudas, la nevera vacía, el papel perdido en la ruleta aporreado por los
sinsabores de la vida? El dinero, amiguito, el dinero.
Solo espera la señal convenida. Empuña una escopeta; el otro (que lo mira, cada vez más
preocupado) un revolver en el cinto. El carro tomará un largo camino: subir por una empinada y
sola carretera hasta llegar a un pueblo frío, en la meseta.
Las gotas de sudor, la boca seca, el corazón palpitante, ¿sufre tanto el traidor? Tal vez prefiere la
soga, hay un secreto alivio en el cuello, la ruina de lo posible (y la posibilidad, para quien
traiciona, es el peor de los monstruos).
El carro baja la velocidad, se detiene. ¿Qué pasa?, alguien pregunta. En el carril, un carro volcado,
un accidente.
El traidor suspira.

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