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Karl Marx a 200 años de su

nacimiento.El punto de viraje


hacia una práctica revolucionaria
Daniel Duarte
Universidad de Buenos Aires
danielduarte979@gmail.com

Resumen
El siguiente texto pretende ser un breve ensayo que recorre parte de la trayectoria
emprendida por Karl Marx que lo llevó a comprender la necesidad de establecer un vín‐
culo entre la teoría y la praxis. El texto intenta ser una crítica frente a aquellos que, pre‐
tendiendo defender el marxismo o intentando volver a él, abandonan toda praxis revo‐
lucionaria.

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Introducción
2018, en un afán por constituir efemérides redondeadas, se convirtió en el año de
diversos aniversarios que traen a colación eventos evocables desde las más diversas
perspectivas políticas. ¿Que se evoca? ¿Que se selecciona de esa historia? ¿Qué objetivo
guarda ese recorte? La tarea interminable del historiador no se debe tanto a la multipli‐
cidad de hechos humanos ocurridos, sino a la multiplicidad de conclusiones que pue‐
den elaborarse. Es claro, esa elaboración esconde intereses de época, de orientación polí‐
tico‐académica pero, sobre todo, de clase.
Cien años de la reforma universitaria, que sacudió al movimiento estudiantil latinoa‐
mericano y abrió el camino, en la disputa política, para desarrollar perspectivas revolu‐
cionarias o (su contraparte) nacionalistas para nuestro continente. Cincuenta años del
mayo francés, y de los eventos ocurridos en 1968, donde se sintetizaron (como en nin‐
gún otro momento) las contradicciones desarrolladas en paralelo por la crisis capitalis‐
ta, la crisis de la burocracia soviética y el intento de las masas por superar esas direccio‐
nes anquilosadas.
También cien años de Brest‐Litovsk, del fin de la primera guerra, la revolución alema‐
na y (causa/consecuencia) del derrumbe del imperio alemán que dio lugar a una tardía
y débil República parlamentaria. Apenas setenta años antes Marx y Engels publicaban
en Londres El Manifiesto del Partido Comunista (del cual se cumplieron nada menos que
170 años en febrero de 2018) el mismo Marx del que este año se conmemoraron 200 años
de su nacimiento.

Marx nace
Karl Heinrich Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, una antigua ciudad
Renana ubicada cerca de la frontera francesa. Desde 1815 formaba parte de la
Confederación Alemana, una nueva unidad territorial, conformada durante el Congreso
de Viena, con la intención de restablecer el orden político del continente luego de las
guerras napoleónicas.
Por su cercanía con Francia (y debido a los años de ocupación) existía en la región una
fuerte influencia liberal que se correspondía con cierto desarrollo industrial. Sin embar‐
go, y con la formación en germen del proletariado, el liberalismo no adquirió en
Alemania el carácter revolucionario que había mostrado en la revolución francesa for‐
zando a que, el ala más izquierdista de los revolucionarios alemanes terminen inclinán‐
dose al democratismo o, incluso, al socialismo.

La formación de dos clases antagónicas, que toman posición contra la reacción, explica el desarrollo
paralelo del movimiento liberal y de un movimiento democrático y socialista, que se opondrán cada
vez más a medida que se acentúen las luchas de clases. (Cornú, 1965: 25‐26)

Karl contaba, por ambas líneas familiares, con celebres rabinos entre sus antepasados.
Fue Herschel Marx, padre de Karl, quien rompió con esta tradición al convertirse al pro‐
testantismo. Era abogado, y poseedor de algunos viñedos, que permitían a la familia
cierta posición acomodada pero no lujosa. Según diferentes biografías Henriette
Presborck, madre de Karl, era una judeo‐holandesa semi‐analfabeta que valoraba más el
bienestar de su familia y la tranquilidad económica que el estudio. Poco se sabe de la
relación de Karl con su madre, solo que esta le regañaba (incluso en su adultez) por no

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procurarse una situación de bienestar económico para él y su familia. En su formación,


Karl desarrolló mayor interés por las discusiones con su padre y los amigos de este, con
quienes se formó mientras estudiaba en el Gimnasio de Tréveris.
Es probable que la influencia de Herschel indujera a Karl, sin mucho convencimien‐
to, al estudio del derecho en la Universidad de Bonn. Sin embargo la carrera no le satis‐
facía, los resultados en los exámenes no eran buenos y Karl prefería pasar su tiempo en
fiestas y tabernas, o involucrado en discusiones filosófico‐históricas. En ese ambiente
Marx pudo profundizar en los debates políticos de la época enmarcados por el dominio
prusiano (y su burguesía conservadora) sobre el territorio, luego del proceso de unión
aduanera, el zollverein, que entró en vigor el 1 de enero de 1834.

Marx crece
Al promediar los dieciocho años Karl Marx era un joven descontento con su carrera
universitaria, frecuentador de tabernas y un poeta relativamente mediocre. Durante el
verano de 1836, en su regreso a Tréveris, comenzó un romance secreto con Jenny von
Westphalen (una joven de familia noble quien luego sería su esposa), con lo que agregó
a su estado de ánimo las pasiones de un amor no concretado.
Los malos resultados en los exámenes y el descontento con la Universidad de Bonn
culminaron con la ida de Karl a Berlín para continuar allí con sus estudios. Debido a su
crianza, Marx era aún un idealista, influido en parte por Kant y Fichte, así como por las
ideas de la revolución francesa de Voltaire y Rousseau (Gemkow, 1975: 24). No obstan‐
te, en Berlín, se aproximaría más a la doctrina de Hegel y a un ámbito educativo más
serio.

Berlín ofrecía, por lo demás, un medio mucho más favorable que Bonn para los estudios. Los estu‐
diantes llevaban allí una vida menos disipada que en otras ciudades, y su universidad había reuni‐
do allí los más célebres maestros.
En esa época, la Universidad de Berlín era el centro del hegelianismo, y esa doctrina, que presenta‐
ba el singular encanto de reducir el desarrollo de lo real al de la idea, y de permitir así al hombre
participar de alguna manera en la creación del mundo y regular la evolución del mismo, ejercía en
todos los campos una influencia muy grande. Todas las ciencias se inspiraban en las concepciones y
en el método hegeliano, se disputaba el favor de recibir una parte de sus luces, y todo parecía en el
hegelianismo tan verdadero, tan racional, que en apariencia desafiaba el tiempo. (Cornú, 1965: 69)

Marx, sin duda, fue afectado por la filosofía de Hegel (por ser esta la orientación filo‐
sófica más general de todos los que se formaron en la Universidad de Berlín en aquel
tiempo). Pero otras dos influencias concluyeron por ser más determinantes. En una
estrategia por combinar su pasión por la filosofía, pero sin dejar de lado el estudio del
derecho (quizá por no defraudar a su padre) hacia 1837 Marx orientó sus estudios a la
filosofía del derecho combinando las enseñanzas de dos de sus profesores, Eduard
Gans1 y Friedrich Savigny2. A pesar del claro enfrentamiento político existente entre
ellos, Marx pudo sintetizar valiosas enseñanzas de ambos.

[Gans] consideraba fundamental el problema social y, aun antes de haberse iniciado realmente la
lucha política, preveía que ésta sería relegada a un segundo plano por la lucha social. No ocultaba
sus simpatías por la clase obrera, entonces atrozmente explotada, carente de toda ley social y de toda
organización sindical… (Cornú, 1965: 75)

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La influencia de Savigny, que se hizo sentir sobre él junto con la de Gans, tampoco fue despreciable,
por lo menos desde el punto de vista metodológico, y la enseñanza de este maestro, se esforzaba por
extraer una doctrina del estudio minucioso de los hechos y de los textos, no habría de ser para él una
enseñanza inútil. (Cornú, 1965: 76)

Gans, influido a su vez por los saintsimonianos, se inclinaba en sus clases por remar‐
car los conflictos sociales y las paupérrimas condiciones de vida a la que era sometida
la clase obrera. Savigny, a pesar de su conservadurismo, se comportaba como un cate‐
drático serio, brindando suma importancia el estudio de los hechos históricos concretos.
Los hechos que atravesaron los debates de esta intelligentisia fueron los ocurridos duran‐
te revolución francesa. Lo mismo ocurrió (antes) con Kant y Hegel, pero mientras el pri‐
mero elaboró el grueso de su teoría previo a la revolución;

Lo contrario sucedía con respecto a Hegel. Había atravesado la época de los trastornos económicos
de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX y se empeñó en explicar al mundo tal cual deviene.
Nada permanece inmóvil. Su idea absoluta, su razón, solo vive y se manifiesta en un proceso conti‐
nuo. (Riazanov, 1971: 55)

Marx encontraba en estos una base sólida que estructurará su pensamiento y lo vin‐
culará a ciertos grupos con las mismas problemáticas.
En una carta escrita a su padre, en noviembre de 1837, Marx decide romper con el ide‐
alismo en el que se había formado. Había llegado, según sus propias palabras, a “un
punto límite” y explicaba su nueva definición en torno a la filosofía diciendo “sin filo‐
sofía no hay nada que hacer.” Marx comenzaba un proceso de ruptura con la tradición
idealista de sus años de juventud y, en parte también, rompía con su amado padre.

Marx se reproduce
Entre 1837 y 1842‐43 Marx se vinculó a un grupo de intelectuales conocidos como
Junghegelianer. Este grupo, según Lenin “…se esforzaba por extraer de la filosofía de
Hegel conclusiones ateas y revolucionarias” (Lenin, 2000) Iniciados con la crítica de
David Strauss en su libro “La vida de Jesús” de 1835, el interés del grupo radicaba en
mostrar que la religión era un producto histórico, por lo que (contrariamente a la impor‐
tancia que Hegel le daba al Luteranismo como religión oficial) el nuevo Estado debía ser
menos religioso y más racional.
Por un lado, quedaba claro en estas premisas el impacto de la revolución francesa.
Pero por otro, también se iba clarificando el carácter conservador del Estado y de la bur‐
guesía alemana. La llegada al gobierno de Federico Guillermo IV, en 1840, generó espe‐
ranzas de cambios liberales. Pero contrariamente a lo esperado el nuevo Rey de Prusia
censuró la prensa liberal, prohibió en las universidades a los profesores críticos (como a
Bruno Bauer en 1842) y se opuso a ciertas reformas constitucionales progresistas.

Por efecto del incesante crecimiento de la reacción, que con Federico Guillermo IV adoptó una forma
pietista y romántica, los Jóvenes Hegelianos entraron en pugna cada vez más abierta con el Estado
prusiano.
El espíritu agresivo de estos jóvenes reflejaba el robustecimiento de la oposición de la burguesía, que
reclamaba cada vez con más vigor reformas políticas, en especial la libertad de prensa y un régimen
constitucional. (Cornú, 1965: 173)

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Las discusiones pasaron del estudio de la religión, al de la política; del análisis crítico
de los textos de Hegel, a una crítica revolucionaria; del plano del debate, al plano de la
acción. Esos mismos debates fueron los que hicieron estallar al grupo de los Jóvenes
Hegelianos llevando a sus miembros al retiro (como el caso de Bauer) al individualismo,
al materialismo o, incluso, a una vuelta al idealismo.
Hacía 1842, ya trasladado a Colonia para trabajar en la Gaceta Renana, Marx había
radicalizado lo suficiente sus puntos de vista como para considerar que el Estado no era
el representante de los intereses generales ni mucho menos la forma más elevada de la
humanidad. No implicó esto una ruptura con el hegelianismo sino, como recordaría
años más tarde en El Capital3, una antítesis de sus postulados.

Mi método dialéctico no sólo difiere del de Hegel, en cuanto a sus fundamentos, sino que es su antí‐
tesis directa. Para Hegel el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en
un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es más que su manifestación externa. Para
mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto y traducido en la mente humana. (…) La
mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel, en modo alguno obsta para que haya sido el
quien, por primera vez, expuso de manera amplia y consciente las formas generales del movimien‐
to de aquélla. En él la dialéctica está puesta al revés. Es necesario darla vuelta, para descubrir así el
núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística. (Marx, 1988: 19‐20)

Todavía inmerso en los debates filosófico‐religiosos de los Jóvenes Hegelianos, Marx


escribió en 1843 Sobre la cuestión judía y Crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
Posteriormente, la Gaceta, donde trabajaba como periodista, fue clausurada y debió par‐
tir al exilio en Paris junto con su familia. Allí se vinculó a Arnold Ruge y todo un grupo
de alemanes exiliados que desarrollaban su práctica política, todavía, a la espera de cier‐
tas reformas en Alemania. Ruge, que pertenecía al ala reformista de estos alemanes exi‐
liados, reconocía en un escrito de 1846 las diferencias que ya se veían entre Marx y el
resto de los socialistas.

Ya los primeros números fueron a caer en el más decidido comunismo, esto es, en la tendencia de
una secta que en Francia está muy delimitada y apenas goza del apoyo de los grandes talentos, mien‐
tras que en Alemania constituye un fenómeno apenas motivado y apoyado a lo sumo por una redu‐
cida propaganda de obreros. (Enzensberger, 1999: 30)

Al promediar los veintiséis años Karl Marx era un joven que había alcanzado una
madurez suficiente gracias al estudio serio, el debate en círculos políticos, y el impacto
causado por la realidad social. Los límites, en la posibilidad de transformar esa realidad,
que encontró al interior del grupo de intelectuales, así como el fracaso de la expectativa
reformista para Alemania, la persecución y el exilio, terminó de inclinarlo hacia el comu‐
nismo como doctrina y a la búsqueda del apoyo de la clase obrera como base social
transformadora.
La importancia de resaltar estos años radica en que fue aquí cuando Marx alcanzó a
expresar los dos elementos más descomunales de su vida4.
Por un lado, la necesidad imperiosa de unificar la teoría con la praxis. La misma que‐
daría expresada en una crítica escrita en 1845 contra Ludwin Feuerbach5, uno de sus vie‐
jos compañeros de la Junghegelianer. Allí expresa su ruptura definitiva con el “antiguo
materialismo” realiza una perfecta mixtura entre los problemas teóricos y prácticos y
da, como conclusión, una guía de acción.

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Por otro lado, expresó la idea de que las tareas por realizarse no podían venir de la
mano de un sector minoritario y aislado, sino que dependían de la lucha de la clase
obrera por su emancipación. Esta era su tarea histórica y, a la vez, la tarea de toda la
humanidad. La dicotomía dialéctica expresada en El manifiesto del Partido Comunista “La
historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las
luchas de clases” expresa en parte esta idea, y el famoso cierre del manuscrito
“¡Proletarios de todos los países, uníos!” marca también un programa de acción.
El filósofo español Ciro Mesa, en un trabajo de 2004, afirma que el primer concepto
marxiano (de la década de 1840) de la historia, no está referido al componente científi‐
co (que se aplicará luego) sino al concepto de subversión.

Por más que en nuestra época se haya llegado a asumir generalmente, también por el pensamiento
más conservador, que el interés práctico es inherente al concepto de historia y al conocimiento his‐
tórico, desde nuestro horizonte actual resulta endemoniadamente complicado comprender que una
concepción de la historia puede entenderse a sí misma como una parte de la transformación revolu‐
cionaria del mundo. La dificultad ante la que nos encontramos tal vez resida en el hecho del bloqueo
actual de la posibilidad de una praxis que pudiera transformar lo existente. Sin embargo, la inmi‐
nencia de esta posibilidad, algo tan alejado de nuestras expectativas, es precisamente lo que anima
y mueve los textos de Marx y Engels de esa época. (Mesa, 2004: 30)

La concepción materialista de la historia se entiende a sí misma como una forma de


intervenir en la realidad misma. Esta visión de la historia, como crítica al pensar burgués
es, según Marx, la “Historia profana”, es decir la crítica a la ideología alemana, frente a
la “Historia sacra” comúnmente aceptada, la del idealismo.
De este modo, Karl Marx hacía extensible a todos los oprimidos un programa de
acción que se concretaba en una síntesis superadora. Ya no era el Estado burgués (tal
como lo entendía Hegel) la forma más alta de organización humana, sino el comunismo,
aquel sistema donde la abolición de todas las formas de explotación permitieran al ser
humano alcanzar su grado más ostensible de libertad.

Marx muere
Karl Marx murió el 14 de marzo de 1883. Al parecer solo nueve personas asistieron a
su funeral en el cementerio londinense de Highgate. En el discurso que leyó frente a su
tumba, Engels subrayó los dos grandes descubrimientos hechos por su amigo; “la ley
del desarrollo de la historia humana” y “la ley específica que mueve el actual modo de
producción capitalista”. Esas eran apenas algunas de las tareas que había desarrollado
Marx a lo largo de su vida. Pero lo más interesante del discurso de Engels consta en el
señalamiento de que todo lo había hecho como producto de su voluntad revolucionaria.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la cien‐
cia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudie‐
ra depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica
tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se tra‐
taba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la indus‐
tria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimien‐
tos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de
la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación

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del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia
situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación. (Engels, 1999)

Según el propio Engels “tal era la verdadera misión de su vida”, por lo cual a conti‐
nuación subrayó lo que consideró la obra más determinante en la vida de Marx, aque‐
lla de la cual podría estar verdaderamente orgulloso aunque no hubiera hecho ninguna
otra cosa, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores.
Las largas horas de estudio, incluyendo la realización inconclusa de El Capital como
su obra culmine, no lo detuvieron en su intervención política, de hecho, formaba parte
de ella. La acción militante transformadora uniendo la teoría y la praxis le dio a su plan‐
teo político una escala universal.

Marx resucita
Poco tiempo debió pasar para que el marxismo fuera “revisado”. Fue la socialdemo‐
cracia alemana que, luego de la recuperación económica del capitalismo hacia fines del
siglo XIX y de cierto crecimiento en la intervención obrera en sindicatos y parlamentos,
consideraron caducas dos de los aportes que Engels había resaltado frente a la tumba de
Marx; “la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista”, al descon‐
fiar (producto de la reciente recomposición económica) de la ley de la caída tendencial
de la tasa de ganancia; y en el “derrocamiento de la sociedad capitalista y de las institu‐
ciones políticas creadas por ella” al poner ahora su confianza en el parlamento burgués
y a los sindicatos como organismos de cambio paulatino hacia el socialismo.
Esta revisión abrió todo un debate al interior de la recientemente formada Segunda
Internacional, quebrando los partidos socialdemócratas europeos en alas revoluciona‐
rias y alas reformistas. Sin embargo será el ala revolucionaria del Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia el que, luego de una escisión en su segundo congreso de 1903,
rescataría al marxismo del revisionismo reinante.
El bolchevismo (hasta ese momento una fracción del POSDR) en la figura de Lenin,
desarrolló primero un programa que mostraba la necesidad de un partido independien‐
te, de la clase obrera, y con una forma de centralismo democrático para su funciona‐
miento. Fue el ¿Qué hacer? de 1902. Luego logró interpretar la recuperación económica
del capitalismo de fin de siglo XIX y principios del XX mostrando un cambio en la etapa
de desarrollo capitalista, sin negar la ley del valor ni la caída tendencial de la tasa de
ganancia, fue con Imperialismo, fase superior del capitalismo (McDonough, 1997). En ello
radicó uno de los principales valores de Lenin, recuperó al marxismo frente a sus detrac‐
tores utilizando el “método” de Marx (sin copiarlo esquemáticamente), y llevándolo
como nadie a la praxis revolucionaria.
Los hechos posteriores a la revolución rusa derivaron en un acelerado proceso de
burocratización. La acción asesina del stalinismo (y toda la secuela burocrática posterior
a 1953) se convirtió para los críticos de la revolución en el ariete contra el bolchevismo.
Es abundante la literatura que intentó “resucitar” a Marx para oponerse a la más gran‐
de expresión revolucionaria de la historia. No alcanzó, para contradecirlos, con los seña‐
lamientos hechos por Trotsky en su debate contra Willi Schlamm. Allí, Trotsky afirma‐
ba que el bolchevismo había resultado en la expresión más grandiosa del marxismo, uti‐
lizando el método de Marx, interpretó el desarrollo histórico en forma dialéctica, enten‐
diendo el hecho que, incluso los procesos históricos superadores contienen, en su seno,

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su propia negación, “…evidentemente el stalinismo ha “surgido” del bolchevismo; pero


no surgió de una manera lógica, sino dialéctica; no como su afirmación revolucionaria,
sino como su negación termidoriana. Que no es una misma cosa.” (Trotsky, 1975: 16)
Al error del partido de clase y la toma del poder, Lenin habría agregado otro más. El
capitalismo continuó, por lo que su caracterización del imperialismo como etapa final
del capitalismo también habría sido un error. Demostrable en el solo hecho de una
supuesta oposición a Marx por desconocer (para la nueva etapa) la Ley del Valor. Una
nueva vuelta atrás, y un pedido de resurrección de Marx intentando borrar todo su des‐
enlace revolucionario.
Todavía un tercer sector intenta resucitar a Marx. Es el sector de intelectuales que
recupera sus estudios, sus análisis, desvinculándolos de la praxis y convirtiéndolo en un
pensador muerto. Lo elevan a los cielos para enterrarlo, para que nadie pueda ser como
el, para endiosarlo negando su verdadera esencia, copiando esquemáticamente lo que
dijo para mostrar la imposibilidad de hacer algo hoy.

Conclusión
Trotsky dijo una vez que “…en cada pequeño burgués exasperado hay una partícula
de Hitler” pero omitió decir que en cada joven enamorado (o enamorade), disconforme
con su carrera, idealista (no convencido) y revolucionario, existe una partícula de Marx.
Negar esto es endiosarlo, es suponer que (más allá de sus características personales y
contextuales) cada una de las personas de este mundo no contiene en sí mismo la poten‐
cialidad de realizar grandes cosas.
Quienes plantean volver a Marx, lo hacen por miedo al bolchevismo o simplemente
por pereza. Organizar, acampar frente a una fábrica en apoyo a huelguistas, debatir y
disputar direcciones políticas (al interior de un partido o incluso del Estado) es muy
difícil… Por lo que se tiene que buscar la forma de demostrar que Marx es solo un filó‐
sofo genial, un teórico (porque estudiaba mucho) o, simplemente divinizarlo a él y su
teoría como algo inalcanzable.
Todos pueden ser Marx (aunque ya no es necesario que nadie lo sea), si se puede estu‐
diar conscientemente, interpretar la realidad aplicando un método y actuar para trans‐
formar el mundo colocándose, siempre, del lado de los explotados.

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Notas
1 Eduard Gans (1797‐1839) fue jurista alemán, liberal, enfrentado al gobierno prusiano, por cuyo motivo su
obra Vorlesungen über die Geschichte der letzten fünfzig Jahre fue censurada. Fue profesor de derecho en Berlín, donde
murió, curiosamente, el día que Karl Marx cumplió veintiún años.
2 Friedrich Karl von Savigny (1779‐1861) jurista alemán, catedrático de derecho romano en la Universidad de
Berlín hasta 1842. Fundó la escuela histórica del derecho, en oposición al racionalismo ilustrado, demostrando que
la teoría del derecho no puede separarse de la práctica del mismo.
3 La cita es del epílogo a la segunda edición alemana.
4 “Desde 1844‐1845, años en que se formaron sus concepciones, Marx fue materialista y, especialmente, parti‐
dario de Ludwig Feuerbach, cuyos puntos débiles vio, más tarde, en la insuficiente consecuencia y amplitud de
su materialismo. Para Marx, la significación histórica universal de Feuerbach, que “hizo época”, residía precisa‐
mente en el hecho de haber roto en forma resuelta con el idealismo de Hegel y proclamado el materialismo…”
(Lenin, 2000).
5 Nos referimos a las Tesis sobre Feuerbach, publicadas póstumamente por F. Engels en 1888.

Bibliografía
Cornú, Auguste (1965) Marx Engels, del idealismo al materialismo histórico. Buenos Aires: Ed. Platina Stilcograf.
Engels, Friedrich (1999) [1883] Discurso ante la tumba de Marx. Recuperado el 1 de agosto de 2018 de
https://www.marxists.org/espanol/m‐e/1880s/83‐tumba.htm
Enzensberger, Hans (1999) Conversaciones con Marx y Engels. Barcelona: Anagrama.
Gemkow, Heinrich (1975) Carlos Marx. Biografía completa. Buenos Aires: Ed. Cartago.
Lenin, Vladimir (2000) [1915] Carlos Marx. Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo. Recuperado el
1 de agosto de 2018 de https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/carlos_marx/carlosmarx.htm
Marx, Karl (1888) [1845] Tesis sobre Feuerbach. Recuperado el 1 de agosto de 2018 de
https://www.marxists.org/espanol/m‐e/1840s/45‐feuer.htm
Marx, Karl (1988) El capital. México: Siglo XXI.
Marx, Karl (1999) El manifiesto del Partido Comunista. Barcelona: Edicomunicacion.
McDonough, Terrence (1997) “Lenin, el imperialismo y las etapas del desarrollo capitalista” en revista Vientos
del Sur, Mayo.
Mesa, Ciro (2004) Emancipación frustrada. Sobre el concepto de historia en Marx. Madrid: Biblioteca Nueva.
Riazanov, Dimitri (1971) Marx y Engels. Santiago de Chile: Quimantu.
Trotsky, León (1975) Bolchevismo y stalinismo. Buenos Aires: El Yunque.

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F E R NA N D O R A M Í R E Z . E S C O N D E R L A AU S E N C I A . RESEÑA CRITICA AL EVENTO “M A R X NA C E ” E N BU E N O S A I R E S

Esconder la ausencia.
Reseña critica al evento
“Marx nace” en Buenos Aires
Fernando Ramírez
Universidad de Buenos Aires
fercesar28@hotmail.com

Resumen
Análisis critico en torno al evento “Marx Nace” realizado en el Teatro Cervantes de la
Ciudad de Buenos Aires con ocasión del 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx.

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¿Marx nace o se (des)hace?


Con el auspicio del Ministerio de Cultura de la Nación se organizó, en abril de 2018,
la jornada “Marx Nace” con objeto del Bicentenario del nacimiento de Karl Marx. Un
afamado dio porteño se encargaría de describir el evento del siguiente modo;

“Marx Nace” es el nombre de la jornada organizada por el Cervantes y el Goethe‐Institut, con apoyo
de la Fundación Rosa Luxemburgo y curaduría de Fernando de Leonardis y Carla Imbrogno. No es
un congreso sobre marxismo; tampoco un ciclo de espectáculos. Desde pasadas las 10 y hasta las 23,
hay lecturas comentadas de escritos del autor, performances de sus textos de ficción, diálogos, filo‐
sofía, música y proyecciones. (Yaccar, 2018).

La actividad contó, entonces, con todas las características de una verdadera “indus‐
tria cultural” donde se mezclaron “ofertas” tales como remeras, postales y libros de las
más diversas extracciones temáticas sobre Marx, junto a un variopinto grupo de pane‐
listas invitados. Se destacaba en el ambiente, sobre todo, “el espíritu pluralista” que rei‐
naba en las salas dando muestra de independencia de criterios a la hora de exponer
ideas. De acuerdo a las declaraciones del director del propio teatro;

Yo puedo decir que coincido en uno por ciento con las decisiones del gobierno‐ dijo a Infobae
Alejandro Tantián, director del Teatro Cervantes y quien sostiene una programación de elevadísima
calidad dramatúrgica‐ pero también debo decir que no hubo nunca ningún reproche ni consejos por
parte del gobierno para la programación de nuestras obras en el teatro. La autarquía del Cervantes
ha sido siempre respetada y lo digo como funcionario que soy. (Rojas, 2018)

La convocatoria fue estimada en alrededor de cinco mil personas. El pluralismo, sin


embargo, brilló por su ausencia. De las mesas de debates fueron excluidos los principa‐
les referentes políticos afiliados al marxismo. La jornada no contó con la presencia de
ningún dirigente sindical clasista, ni de legisladores parlamentarios de afiliación mar‐
xista siendo Argentina quizá el único país del mundo donde dicha corriente cuenta con
un peso significativo.
Cabe hacer mención que fueron invitadas figuras del campo académico con reconoci‐
da trayectoria en la docencia universitaria, y con trabajos publicados referidos a la obra
de Marx y a la tradición del marxismo en diversas disciplinas, tales como: el Sociólogo
Eduardo Grûner (referenciado en el Frente de Izquierda como corriente política); el pro‐
fesor Pablo Nocera, también de sociología (quién fuera candidato en más de una opor‐
tunidad para la dirección de la carrera integrando la Lista de Izquierda); el historiador
Hernán Camarero, y el profesor Rolando Astarita, quién cuenta con un pasado militan‐
te y fuera autor de numerosos trabajos y artículos sobre economía y otras temáticas rea‐
lizados desde la perspectiva del marxismo. Exceptuando a estos invitados, el mensaje
evidente fue restringir la posibilidad que quienes encarnan la política con una impor‐
tante tradición de izquierda, y fuerte presencia actual en el escenario nacional, no con‐
taran con esta tribuna para brindar sus testimonios e ideas. Aunque el evento fuera pre‐
sentado, por más de un panelista, intentando demostrar que “Marx no ha muerto”, la
intervención recurrente de los expositores pareció intentar demostrar lo contrario.
Otras de las figuras destacadas que desfilaron por el Teatro Cervantes, fueron la ensa‐
yista Beatriz Sarlo y el historiador Felipe Pigna. Este último caracterizado por suscribir
a la línea “nacional y popular” y por desarrollar todo un trabajo abocado fundamental‐
mente a la “divulgación” en el campo de la Historia Argentina. Pigna, además, fue uno

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F E R NA N D O R A M Í R E Z . E S C O N D E R L A AU S E N C I A . RESEÑA CRITICA AL EVENTO “M A R X NA C E ” E N BU E N O S A I R E S

de los intelectuales del gobierno anterior que se sumó inmediatamente a la campaña que
pedía “ceder la palabra” del ministro de cultura de la Nación, Hernán Lombardi, ni bien
alcanzado el gobierno luego de las elecciones de 2015.
Poco se puede agregar a la invitación extendida a personajes como Juan José Sebreli,
quien revistó en su juventud en las filas de “la izquierda intelectual” y hace años profe‐
sa una orientación derechista hoy afín al gobierno de Mauricio Macri; o como Vicente
Palermo, integrante del Club Político Argentino, usina de intelectuales y propagandis‐
tas de las políticas del gobierno nacional a la hora de justificar el ajuste, la represión poli‐
cial y los presos políticos, tal cual lo probaron en varias de sus intervenciones por diver‐
sos medios gráficos y televisivos.
Lo único claro en este combo de personajes fue la invisibilización de quienes luchan
día a día entre las filas de los trabajadores desde el campo del marxismo. Se dejó de lado
para ello una de las principales sentencias, justamente, de Marx: “Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo
que se trata es de transformarlo” (Marx, 1888).

Operación Tarcus
La mesa conformada por el historiador Horacio Tarcus, de larga trayectoria en rese‐
ñas y estudios de bibliografía marxista y director del Centro de Documentación e
Investigación de la Cultura de Izquierdas (CEDINCI), estuvo conformada además por
el sociólogo Emilio De Ipola y la doctora en Ciencias Sociales (abocada a los estudios de
género) Laura Fernández Cordero. Tuvo como principal eje marcar “modos de lectura
críticos”, “por fuera de las tradiciones ortodoxas” del marxismo donde se destacó la
exposición de Horacio Tarcus eminentemente representativa de esta orientación. Tarcus
llevó las palmas en una operación de “desmarxistizar” a Marx so pretexto permanente
de no petrificarlo en los “dogmas” o no retener “ningún guardián de la verdad” a la
hora de ensayar “lecturas e interpretaciones”. Su prédica puede resumirse en un Marx
profundamente light, impotente e inofensivo para cualquier proyecto revolucionario. La
obsesión crítica de Tarcus se colocó en una línea vieja y repetida, la del izquierdismo que
abjura de la construcción partidaria. Su afirmación textual fue, frente a estas críticas, que
“Marx no era un hombre de partido”. Sumado esto a que Marx y Engels habrían tenido
“autonomía” en la Liga de los Justos y de “grupos existentes de la época”. Debe ser
entonces que el título Manifiesto del Partido Comunista lo que para Tarcus representó
poco menos que una ornamenta en la perspectiva de Marx. Tarcus hizo pasar gato por
liebre cuando elevó y superpuso las experiencias particulares de Marx y Engels con sus
proyecciones políticas a partir de la dictadura del proletariado, la centralidad de la lucha
de clases y la necesidad de que el proletariado tome el poder para la transformación his‐
tórica hacia una sociedad sin clases y sin explotadores ni explotados. El otro punto con‐
tra el que Tarcus arremetió fue la herencia del leninismo, un parche que tanto intelec‐
tual presuntamente anti dogmático que sueña con la “reformulación del marxismo”, no
deja de batir hace décadas sin explicar mejor donde demonios colocarían el legado leni‐
nista además de bibliotecas y las formas de “iconos superados” más allá de los recono‐
cimientos “políticamente correctos” acerca de quien dirigió “la revolución que cambio
la historia del siglo veinte” al decir del propio Tarcus. Si Tarcus intentó rescatar a Marx
de la ortodoxia, para ello no tuvo reparos en hacer con Lenin un entierro necesario. La
diatriba continuo de forma más local al burlarse de Infobae (por una primera nota que
este medio publicó con ácidas críticas a la jornada como lo hizo), fue fácil para reivindi‐

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HIC RHODUS. DOSSIER: A D O S C I E N T O S A Ñ O S D E L NA C I M I E N T O D E K A R L M A R X . N U M E R O 14. A G O S T O DE 2018

car la expresión del “pluralismo” sin hacer del teatro “un aparato ideológico del Estado”
preso del macrismo, según respondió Tarcus a quienes por derecha y por izquierda
cuestionaron el evento. Pero la ideología del anti partido y el anti leninismo prenden en
cualquier aparato si encuentra el método para hacerlo. Tarcus tuvo la habilidad de pre‐
sentar su recorrido en historiografía marxista enumerando una lista eterna de autores
marxistas pero optando por una selección que lo descubre: como lo insinuara a las cla‐
ras, el diálogo con Derrida, como ya aludiera en otras intervenciones, le interesó más
que con Lenin y no hubo falta de posición en eso: el último debe tener un sepelio digno
mientras que el primero tiene que revivir una y otra vez.

A cada cual su negocio


El gobierno ha logrado presentar la imagen auspiciosa de un evento “masivo” y gene‐
rador de interés en “materia cultural” cuando en la propia Ciudad de Buenos Aires ha
llevado adelante políticas de desguace cultural y educativo. Durante los años de gestión
en la jefatura de gobierno y luego desde el ejecutivo nacional esa política se manifestó
en los cierres de centro culturales, en las privatizaciones y negocios inmobiliarios, en la
reducción de espacios verdes, en los bajos salarios ofertados reiteradamente a los docen‐
tes y en su orientación más general en política educativa. Los intelectuales alejados del
marxismo o más preocupados por remarcar que Marx “vive”, pero lejos de cualquier
proyecto revolucionario han podido expresarse en el marco del “pluralismo” tan cele‐
brado. Los medios y las “conciencias preocupadas” por el “Teatro Cervantes teñido de
rojo” seguramente habrán conseguido calmar sus ansiedades.
Lo más característico, sin embargo, fue que en paralelo a “Marx Nace”, ese mismo día
se realizó en la facultad de Ciencias Sociales un encuentro que proponía reorganizar un
reagrupamiento internacional para los revolucionarios alineados en el marxismo. Una
buena forma de conmemorar a Marx, dándole nueva vida de cara a las problemáticas
actuales del movimiento obrero mundial.

Un fantasma recorre el mundo


Mezclando intereses de diversos tipos, el público que concurrió pudo elegir, tanto
góndolas de consumo, como una selección de importantes y destacados libros que pue‐
den convertirse en un material de estudio y debate sostenido en el tiempo, con la opor‐
tunidad de materializarse en una orientación política y teórica para la transformación
histórica y social que deja atrás la sociedad capitalista. De ello dependerá la extensión y
profundización de la lucha que brinden quienes no requieren de ninguna industria cul‐
tural “políticamente correcta” para lograr dichos fines y comprenden que “sin teoría
revolucionaria, no hay práctica revolucionaria” como dijera Lenin, a quién Tarcus le
dedicó más flores para su entierro que otra cosa.

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F E R NA N D O R A M Í R E Z . E S C O N D E R L A AU S E N C I A . RESEÑA CRITICA AL EVENTO “M A R X NA C E ” E N BU E N O S A I R E S

Bibliografía:
Marx, Carlos (1888) “Tesis sobre Feuerbach” en Engels, Federico Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica ale‐
mana. Recuperado el 15 de mayo de 2018. https://www.marxists.org/espanol/m‐e/1840s/45‐feuer.htm
Rojas, Diego (2018) “Marx Nace: 5 mil personas asistieron al homenaje en el teatro Cervantes a 200 años su naci‐
miento”. Recuperado de Infobae, 9 de abril de 2018. https://www.infobae.com/cultura/2018/04/09/marx‐nace‐
cinco‐mil‐personas‐asistieron‐al‐homenaje‐en‐el‐teatro‐cervantes‐a‐doscientos‐anos‐su‐nacimiento/
Yaccar, María (2018) “Acciones para eludir el mito” Recuperado de Página/12, 7 de abril de 2018.
https://www.pagina12.com.ar/106636‐acciones‐para‐eludir‐el‐mito

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Oposiciones, metáforas y
paradojas del concepto de
historia en los primeros
escritos del joven Marx
(1842-1848)
Eugenia Fraga
Fac. de Ciencias Sociales, IIGG, UBA
euge.fraga@hotmail.com

Resumen
En el presente trabajo indagaremos en las diferentes definiciones del concepto de his‐
toria dadas por Karl Marx en varios de sus escritos principales del llamado período de
juventud de su obra: La gaceta renana, Los anales franco‐alemanes y Los manuscritos econó‐
mico‐filosóficos. En todos los casos, delinearemos distintos tipos de conceptualizaciones
y metáforas utilizadas, así como las mutaciones operadas entre los distintos textos y las
paradojas que emergen entre ellos.

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Introducción
Como hemos afirmado en otro trabajo (Fraga, 2017) en el que nos abocamos al análi‐
sis de los textos de la segunda parte de su llamado período de juventud (1845‐1848),
resulta innegable que la historia constituye un problema relevante en la obra de Marx
(Aguirre Rojas, 1986; Blanchette, 1983; Chaui, 2006; Cohen, 1979; Domarchi, 1972;
Hobsbawm, 1984; Rader, 1979; Shaw, 1978). Como mostramos allí, emergen todo a lo
largo de su obra temprana nociones como las de “historia universal” (Marx, 1982a: 215),
“desarrollo histórico” (1982e: 456), “némesis histórica” (1982g: 559), “relato histórico”,
“reminiscencias históricas” (p. 610), “acciones históricas” (1978: 91), “historia empírica”
(p. 95), “espíritu de la historia”, “fabricación de la historia” (p. 96), “meta de la historia”
(p. 106), “historia profana” (p. 143), “concepción de la historia”, “fuerza propulsora de
la historia” (1985: 22), “fases históricas” (p. 38), “base real de la historia”, “protohistóri‐
co”, “historicidad” (p. 41), “fuerza motriz de la historia”, “filosofía de la historia”, “his‐
toriografía”, “historia real”, “proceso histórico” (p. 42), “épocas de la historia” (p. 43),
“inicios de la historia” (p. 61), “premisa histórica” (p. 62) o “papel histórico” (p. 68).
Ahora bien, es de suponer que toda esta familia de palabras se apoya en alguna defi‐
nición singular del concepto de historia. Dado que la obra del autor es muy extensa, en
este trabajo nos concentraremos en rastrear la conceptualización que Marx hace de la
historia, muy específicamente, en la primera parte de su denominado “período de
juventud”, es decir, en los textos que van desde 1842 hasta 1844 (en el trabajo ya men‐
cionado nos hemos dedicado, en cambio, al estudio de La sagrada familia y La ideología
alemana). Dividiremos el escrito en tres etapas, cada una correspondiente a una publica‐
ción clave: la Gaceta renana, los Anales franco‐alemanes, y los Manuscritos económico‐filosó‐
ficos.
El abordaje propuesto para responder a nuestro interrogante se enmarca una vez más
en la perspectiva de la historia conceptual. Nos hacemos eco de Koselleck cuando pos‐
tula que “una palabra se transforma en concepto cuando la plenitud de un contexto polí‐
tico‐social de significación y experiencia, en el cual y para el cual se usa la palabra, ingre‐
sa totalmente en la palabra” (1974, p. 21). Consideramos que “historia” no es únicamen‐
te una palabra, sino que, en el contexto de la obra temprana de Marx, ésta constituye un
concepto en sentido fuerte. Esto tiene que ver con que, por la relevancia otorgada al pro‐
blema de la historia en su teoría, lo que en principio podría ser un mero vocablo logra
condensar la experiencia de la que es contemporáneo, es decir, se convierte en un
“soporte semántico” con un contenido sociopolítico. En un concepto, explica el autor,
pueden medirse el “espacio de experiencias” y el “horizonte de expectativas” de una
época dada, a partir del rastreo del conjunto de definiciones otorgadas al mismo en ella.
De hecho, Koselleck mismo presenta el ejemplo de la concepción moderna de la histo‐
ria como dando forma a un concepto propiamente dicho. Por otro lado, el trabajo se
enmarca también en la perspectiva afín de la “metaforología”, especialmente en la
variante delineada por Hans Blumenberg (2014). El análisis de las metáforas asociadas
a los conceptos es esencial puesto que permite poner de relieve que muchas veces en la
teoría social las “definiciones” no alcanzan, por lo que se precisan ciertas “imágenes”
para expresar unas “ideas” complejas y cargadas, especialmente en tanto asociadas a
representaciones del pasado, del presente y del futuro. En las conclusiones del trabajo
profundizaremos en los conceptos y metáforas utilizados por Marx en la primera parte
de su obra de juventud.

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EUGENIA FRAGA. OPOSICIONES, M E T Á F O R A S Y PA R A D O JA S D E L C O N C E P T O D E H I S T O R I A E N L O S P R I M E R O S E S C R I T O S ...

Primera etapa: La Gaceta Renana


En Los debates sobre la libertad de prensa, Marx realiza una serie de oposiciones en torno
al concepto de historia. Así, en primer lugar, al prevenir sobre el tipo de análisis que está
por realizar, establece que glosará la marcha de los debates “como observador históri‐
co”, a la vez que expondrá “opiniones positivas” sobre los mismos (Marx, 1982a: 177).
Como vemos, un primer estrato parece ser el de la pura marcha de los acontecimientos
históricos, y un estrato posterior, que se monta sobre el anterior, parece ser el de los jui‐
cios emitidos sobre dichos acontecimientos. En otras palabras, nos enfrentamos a la opo‐
sición hechos históricos / opiniones. Una segunda oposición que aparece es la de histo‐
ria / modernidad (p. 175), pero la misma no es desarrollada conceptualmente, y apenas
se deja entrever, aunque podemos deducir que la historia constituye aquí un sinónimo
del pasado o la tradición1.
En un tercer momento, ya adentrándonos en el tema concreto del artículo, Marx pos‐
tula el entrelazamiento entre historia y prensa, es decir, entre la “situación peculiar del
país” y su literatura periodística. Es de notar que la historia, aquí, es concebida como
historia nacional. Siguiendo esta mísma línea temática, el autor plantea la idea de que la
censura “impide la historia”, va en contra de la misma, la obstaculiza (Marx, 1982a: 182).
Podemos ver aquí que el vector de la historia parece coincidir con el trayecto de la cen‐
sura a la libre prensa, o más abstractamente, de la represión a la libertad2. De hecho, más
adelante, se postula que la prensa es la manifestación misma del “espíritu histórico del
tiempo”, es la voz del despliegue de la historia (p. 184). Esto lo lleva a Marx a pregun‐
tarse, irónicamente, por la posibilidad de que ciertos sujetos ‐los censores‐ se encuentren
“exentos de la totalidad histórica”, es decir, al margen de su tiempo. Por supuesto, desde
su perspectiva, esto es imposible, y de allí la irracionalidad de aquella conducta (p. 185).
Podemos destacar aquí entonces una tercera oposición: historia / censura, así como una
nueva identidad, por la cual historia equivale a libertad de expresión.
Marx afirma que no pretende juzgar a la prensa de acuerdo a “su idea” sino de acuer‐
do a “su existencia histórica“; en otras palabras, si por un lado está la teoría sobre las
cosas, por otro se encuentra su positividad factual, práctica. Vuelve a aparecer aquí la
primera oposición mencionada. En forma seguida, el autor sostiene que la “cultura espi‐
ritual” de un pueblo es a la vez el fundamento histórico y la historia misma de la pren‐
sa (Marx, 1982a: 205). Surge aquí un cruce entre varios elementos. En tanto “fundamen‐
to histórico”, Marx parece referir al pasado de la literatura periodística; pero en tanto
“historia”, parece estar haciendo referencia a un devenir, al desarrollo de la prensa a lo
largo del tiempo. Y nuevamente, los límites de la historia parecen ser los de un “pue‐
blo”. Esto mismo podemos ver más adelante, cuando Marx dice de la “historia univer‐
sal” que es “la voz del pueblo” (p. 215). Y en la misma página, sostiene que para “mirar
la propia historia” es necesario “echar la vista atrás”, es decir que nuevamente la histo‐
ria es concebida como algo pasado. Sobre el final del artículo, vuelven a contraponerse
las “apreciaciones verdaderamente históricas” a la “manera de ver imaginaria”. Pero
esta vez, lo histórico no es meramente factual, sino que es concebido en términos de
“razón de la historia” (p. 217). Podríamos desglosar aquí una cuarta oposición, deriva‐
da de la primera: razón histórica / opinión.
En el resto de los escritos periodísticos de Marx en la Gaceta Renana, las referencias al
problema de la historia son mucho más espaciadas. En El editorial de la Gaceta de Colonia,
aparece una única referencia, en la cual se postula que la filosofía es siempre la “quin‐
taesencia espiritual” de su tiempo. Lo que nos interesa remarcar es que Marx afirma que
esta función de la filosofía no es sino “la prueba que la historia debía a su verdad”. En

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otras palabras, la filosofía es la toma de conciencia, por parte del espíritu del tiempo, del
devenir histórico (Marx, 1982b: 230‐231). Como vemos, aquí Marx presenta una impron‐
ta hegeliana aún muy fuerte3. Nuevamente, aquí la historia está puesta del lado factual,
y la filosofía sería su racionalización.
En El manifiesto de la Escuela Histórica del Derecho, a su vez, la referencia a la historia es
doble. En un primer momento, el autor distingue entre el tono filosófico de los france‐
ses, y el tono histórico de los alemanes (Marx, 1982c: 241). Aquí Marx está criticando el
“servilismo” de los alemanes, su tradicionalismo, frente al “liberalismo” de los france‐
ses, frente a su modernidad. Como puede apreciarse, aquí la historia vuelve a ser sinó‐
nimo de pasado y tradición. Sin embargo, en un segundo momento, la perspectiva cam‐
bia. El autor habla de su escrito en tanto “juicio histórico”, y lo opone a las “quimeras
históricas”, los “vagos sueños sentimentales” y las “ficciones” (p. 243). Emerge aquí de
nuevo aquella cuarta oposición entre razón histórica / opinión. Es de notar sin embargo
que también las quimeras pueden ser históricas, pero esto tiene que ver con que se apo‐
yan en un pasado imaginario y buscan perpetuar la tradición.
Finalmente, en Debates sobre la ley castigando los robos de leña, Marx habla de la “dure‐
za indiscriminada en el castigo” a los robos por parte de los campesinos, como constitu‐
yendo “un hecho tanto histórico como racional”(Marx, 1982d: 251). El asunto comienza
a complejizarse, porque si bien sigue apareciendo la dualidad entre hechos y razones, o
empíria y teoría para decirlo en términos más filosóficos, vemos ahora con claridad que
ambas instancias tienen su dosis de verdad, de realidad, de efectividad, incluso de
razón. En este sentido es que cabe hablar de una razón de la historia, de una racionali‐
dad en su despliegue4.

Segunda etapa: Los Anales Franco‐Alemanes


La segunda experiencia periodística importante de Marx es la de los Anales Franco‐
Alemanes. En uno de sus artículos, quizás uno de los más conocidos, Sobre la cuestión
judía, las referencias a la historia vuelven a ser abundantes. Incluso, aparece un primer
esbozo de definición del concepto:

Desde el momento en que el judío y el cristiano aceptan que sus respectivas religiones no son ya más
que dos fases diferentes de desarrollo del espíritu humano, dos diferentes pieles de serpiente de la
muda de la historia, los hombres, las serpientes que han mudado de piel, no se enfrentarán ya en un
plano religioso, sino solamente en un plano crítico, científico, en un plano humano. (Marx, 1982e:
464‐465)

Las diferentes religiones aparecen aquí en una suerte de continuum histórico: el cris‐
tianismo sería la superación del judaísmo, en la misma medida en que el ateísmo es la
superación del cristianismo. Esa serie de fases históricas, a su vez, no es sino el paso de
una comunidad mediada por la religión, a una comunidad plenamente humana. El vec‐
tor de la historia, esta vez, se orienta desde la religión hacia la ciencia, es decir que el
desarrollo histórico tiene un sentido crítico. Pero además, se utiliza la figura de la ser‐
piente que muda de piel para graficar el cambio histórico: la serpiente ya contiene en
potencia todas sus pieles, pero las más superficiales van cayendo una tras otra, dejando
ver cada vez más la verdadera esencia de la serpiente. Así como anteriormente la histo‐
ria se oponía a la censura, aquí se la opone a la religión, al tiempo que se la iguala a la
ciencia, a la crítica y al humanismo5.

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Marx plantea que, “al cabo de tantos siglos de historia devorada por la superstición”
al fin se logrará que “la superstición sea devorada por la historia” (Marx, 1982e: 468). En
cada caso, la historia es utilizada de forma diferente. Que la historia haya sido devora‐
da por la superstición implica que, en el pasado, la hegemonía la retenía la religión en
la disquisición de los asuntos humanos. Pero que la superstición sea devorada por la his‐
toria implica que el pasado religioso será inevitablemente rebasado por el despliegue de
la historia, con toda su fuerza y su razón. Si por un lado la historia es el pasado, por otro
es la imposición del futuro. En una tercera referencia, por su parte, la historia es enten‐
dida no ya como rémora del pasado sino como motor racional de su propio despliegue.
Así, al afirmar que “el judaísmo no se ha conservado a pesar de la historia, sino gracias
a ella” (p. 487), el autor deja clara la indisociabilidad entre el judaísmo y el capitalismo.
El judaísmo, aunque debe ser superado, fue tan indispensable para el desarrollo histó‐
rico como el capitalismo, al cual también hay que dejar atrás. Es que la historia no es una
realidad efectiva, siempre ya realizada y plena, sino una realidad en perpetuo devenir,
así como en constante autoperfeccionamiento y de autoconcientización progresiva.
En otro artículo de los Anales, titulado En torno a la crítica de la filosofía del derecho de
Hegel, el problema de la historia cobra una relevancia singular. Veamos el nuevo acerca‐
miento al concepto delineado por Marx:

La misión de la historia consiste, según esto, en descubrir la verdad más acá, una vez que se ha hecho
desaparecer al más allá de la verdad. Y, ante todo, la misión de la filosofía, puesta al servicio de la
historia, después de desenmascarar la forma de la santidad de la autoenajenación del hombre, está
en desenmascarar la autoenajenación bajo sus formas profanas. (Marx, 1982f: 492)

Lo primero que hay que destacar es que la historia es una entidad con una misión. Y
como ya hemos visto, esa misión está asociada a la verdad positiva de la ciencia y la
libertad, en contraposición a la quimera imaginativa de la religión, la tradición y la
represión. Pero además, la historia tiene una servidora: la filosofía es la encargada del
desenmascaramiento de las verdades de la historia de detrás de los velos enajenantes
divinos y seculares. La historia no es inmediatamente transparente, sino que se encuen‐
tra oculta por la objetivación y el ulterior extrañamiento de su propio devenir. Pero es
también su propio devenir el que sacará su verdad a la luz.
Acto seguido, Marx describe la peculiar situación alemana en el seno del “firmamen‐
to histórico”. Los alemanes “han compartido las restauraciones de la historia moderna
sin haber tomado parte en sus revoluciones”. En la historia como devenir, ocurren tanto
revoluciones como restauraciones, es decir que la historia no es lineal sino que parece
avanzar y retroceder sin solución de continuidad6. A su vez, la historia puede subdivi‐
dirse en etapas, una de las cuales ‐la más reciente‐ es la modernidad. Por otro lado, Marx
afirma que la singularidad de la historia alemana ‐nuevamente una historia nacional‐ es
que su filosofía parece ir en contra de la historia, en tanto esta última supone “un látigo
tradicional, histórico”, una escuela que se autofundamenta en “sus títulos históricos”,
en sus “títulos cristiano‐germánicos”, una “escuela a la que la historia sólo le muestra
su a posteriori“ (Marx, 1982f: 492‐493). Vuelve a aparecer aquí la paradoja de que la his‐
toria es a la vez pasado y futuro, es a la vez tradicional y moderna. Si por un lado la his‐
toria alemana es la de su legado religioso y étnico, por otro lado la historia universal
busca imponerle su verdad, lo cual sólo puede hacer a posteriori, porque la historia ale‐
mana va rezagada respecto de la historia universal. Vemos surgir entonces una quinta
oposición: historia local / historia universal.

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Pero además de dirigir una crítica a la filosofía alemana, el autor dirige una crítica a
las posiciones más liberales que, sin embargo, van a buscar el fundamento de la libertad
“más allá de nuestra historia, a las selvas vírgenes teutónicas”. Marx se refiere aquí a las
posturas primitivistas, que creen posible hacer retroceder a la historia. Por ello se pre‐
gunta, en ese caso, “¿cómo distinguir nuestra historia de la libertad de la historia de la
libertad del jabalí?” (p. 493). En una primera lectura, pareciera que no sólo los hombres
tienen historia y libertad, sino que éstas podrían encontrarse también en el reino animal.
Sin embargo, esta postura es precisamente la que el autor está criticando: el pasado del
hombre se confunde de tal modo con el de los animales, que es necesario operar una dis‐
tinción clara entre unos y otros. Y dicha distinción viene dada, justamente, por la pose‐
sión ‐o deberíamos decir, por la construcción‐ de la historia y de la libertad. Toma forma
aquí una sexta oposición entre animalidad e historia. La historia, como vemos, es lo emi‐
nentemente humano.
Surge entonces una nueva complejización: la historia no necesariamente se equivale a
la realidad, pues, como afirma Marx, las “realidades alemanas” se hallan “por debajo
del nivel de la historia, por debajo de toda crítica” (Marx, 1982f: 493). Aquí, la historia
concebida como historia de liberación es sinónimo de la historia concebida como movi‐
miento crítico de la realidad. La oposición planteada más arriba parece entonces inver‐
tirse. Lo factual puede oponerse al dictado de la historia, entonces: hechos históricos /
crítica histórica. Aquí Marx parece recaer por un momento en una postura hegeliana por
la cual “el concepto” es más racional que la realidad7. Y es aquí también donde aparece
la famosa figura de la historia como repetición tragicómica:

Es instructivo, para esos pueblos, ver cómo el antiguo régimen, que ellos vivieron como tragedia,
representa ahora su comedia, convertido en el espectro alemán. Su historia fue trágica mientras [...]
el antiguo régimen era el orden del mundo existente en lucha con un mundo en gestación, mientras
vivía al amparo de un error histórico‐universal, que no era simplemente un error personal. [...] La
historia es siempre concienzuda y pasa por diversas fases antes de enterrar a las formas muertas. La
fase final de una forma de la historia del mundo es la comedia. [...] ¿Por qué esta trayectoria históri‐
ca? Para que la humanidad pueda separarse alegremente de su pasado. Este regocijante destino his‐
tórico es el que nosotros queremos. Marx, 1982f: 494)

La historia es el pasado trágico del antiguo régimen feudal y religioso, con su falta de
libertad, su jerarquía, su enajenación. Pero una vez iniciada la era moderna, la perma‐
nencia alemana en una realidad que va a la zaga de la historia liberadora sólo puede ser
vivida como farsa. Si la historia tiene una razón, también comete errores: la historia erra‐
da es la historia local, y la historia racional es la historia universal. Como vemos, la his‐
toria no es una mera sucesión de etapas, sino que en su seno se libran luchas entre los
órdenes ya existentes y los órdenes en gestación. Es decir que en un mismo momento
histórico conviven los restos del mundo que muere y los gérmenes del que está por
nacer. Por ello, antes de terminar de enterrar el pasado, la historia toma conciencia de él
para luego poder avanzar más fácilmente, casi con agrado. La historia es una entidad no
sólo racional sino consciente, es una historia humanizada. Por último, vemos que la his‐
toria es concebida como predestinación: su desarrollo presenta una orientación ya pau‐
tada ‐la libertad, la modernidad‐, que, a pesar de todas las trabas y de todos los errores,
al final siempre triunfará8.
Cuando la historia se repite, en lugar de transformarse y avanzar, ella se asemeja a un
“recluta torpe”, que sólo sabe practicar “los ejercicios ya trillados”. En este sentido es
que Marx habla de “prehistoria” y “posthistoria”. La prehistoria es aquella que se guió

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por “la imaginación” y “la mitología”; la posthistoria es la de la filosofía, que toma con‐
ciencia de la historia, es decir, de la realidad material, como hemos visto, a posteriori. De
aquí que Marx afirme que Alemania es “contemporánea filosófica del presente, sin ser
su contemporánea histórica” (Marx, 1982f: 495). Esto quiere decir que, por muy progre‐
sivo que sea el pensamiento alemán, su realidad material no se condice con él. Alemania
vive una posthistoria sin haber vivido la historia, de allí la comedia que parece repre‐
sentar en el concierto del mundo. Y es por ello que, en cierto sentido, Alemania perma‐
nece en la prehistoria: su filosofía es una prolongación meramente ideal, fantástica, de
la historia real del desarrollo, de la que carece.
La historia alemana es entonces una “historia hecha de sueños”, que sin embargo
debe ser incluida en la “realidad existente” del “presente oficial moderno”, para poder
ser sometida a crítica y convertirse en una prolongación no ya abstracta sino real del
mismo (Marx, 1982f: 496). Llegamos a un nuevo nivel de complejidad en la teoría: hay
historia en el plano material y en el ideal, y puede tratarse de una historia soñada tanto
como de una historia científica9. Pero si triunfa la historia crítica, entonces se logra la
emancipación. Y la emancipación sólo puede alcanzarse por medio de “la formación de
una clase atada por cadenas radicales”, una clase “que ya no puede apelar a un título
histórico, sino simplemente al título humano” (p. 501). Como vemos, la conformación
de lo que luego será el proletariado depende de que éste posea un alcance general, que
no sea una mera particularidad al interior de la sociedad civil, sino que devenga una
clase universal. Aquí la historia vuelve a ser sinónimo de lo particular, mientras que lo
humano equivale a lo general universal. Tenemos aquí nuestra séptima oposición: his‐
toria particular / universalidad humana, que es en realidad un desprendimiento de
aquel otro par que oponía historia local e historia universal.

Tercera etapa: Los Manuscritos económico‐filosóficos


En los siguientes escritos de Marx, el problema de la historia deviene absolutamente
fundamental. En los Manuscritos económico‐filosóficos, el autor habla de una “interesante
justicia de la historia, que condena a la teología”. La teología es definida como “el lado
putrefacto de la filosofía”, que por su carácter putrefacto termina contaminando y
dando muerte a la filosofía misma (Marx, 1982g: 559). Como vemos, la historia perma‐
nece una entidad humanizada, pues posee la capacidad de hacer justicia, en este caso,
demostrando con su razón la irracionalidad de la teología10. Es que la teología presupo‐
ne a la historia, en vez de explicarla, como debiera hacer una ciencia positiva. Por ejem‐
plo, explica el origen del mal a partir de un “pecado original”, tautología indemostra‐
ble, en lugar de indagar en las realidades históricas concretas que fueron haciendo
emerger lo que luego sería catalogado como “el mal” (p. 596). Nuevamente se nos deja
en claro que la historia no es algo dado de una vez y para siempre, y siempre igual a sí
misma, sino que debe ser pensada en términos procesuales, y en conexión estrecha con
la realidad material11.
Pero es estrictamente a partir del tercer manuscrito que el concepto de historia
comienza a tomar una forma más delimitada. Dice Marx que “la propiedad sobre la tie‐
rra es la primera forma de propiedad privada”, y por ello “la industria empieza enfren‐
tándose históricamente a ella como una forma especial de propiedad”. Lo que esto quie‐
re decir es que la propiedad de la tierra, por ser la primera, aparece como la forma uni‐
versal de la propiedad; por esto es que la propiedad industrial se le opone, en un prin‐
cipio, como forma particular, localizada. Sin embargo, a partir del mismo desarrollo his‐

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tórico, la propiedad industrial privada logra “convertirse, bajo la más general de las for‐
mas, en una potencia histórica universal” (Marx, 1982g: 614‐615). El enfrentamiento his‐
tórico es entonces concebido como un enfrentamiento entre formas particulares y for‐
mas generales de la propiedad. Asimismo, vemos nuevamente que la historia no es line‐
al, porque algo que surge como universal puede devenir particular, y viceversa. Como
sabemos, el planteo del autor es que por el devenir histórico, la propiedad privada tam‐
bién caducará; de hecho, se plantea que la propiedad misma, independientemente de la
forma que adopte, tenderá a desaparecer:

El comunismo como superación positiva de la propiedad privada [...] es el secreto descifrado de la


historia y que se sabe como esta solución. Todo el movimiento de la historia es, por tanto, como su
acto real de procreación, el acto de nacimiento de su existencia empírica y es también para su con‐
ciencia pensante, el movimiento comprendido y consciente de su devenir. (p. 617)

La historia posee un secreto, en el sentido de que, como dijimos antes, la historia se


esconde tras el velo de las abstracciones religiosas y seculares. Pero este secreto es final‐
mente develado porque la historia despliega su conciencia sobre su propio acontecer. La
historia también es pensada en términos de problema que finalmente encuentra su pro‐
pia solución. La historia, nos dice Marx, es un movimiento, el movimiento que va de la
procreación a la existencia, pasando por el nacimiento como momento bisagra, y es
siempre autoconsciente, se autocomprende. La autocomprensión viene de la mano del
comunismo, pero no se trata de un comunismo inacabado, a la manera del socialismo
utópico. Éste último “busca en algunas formas históricas sueltas opuestas a la propie‐
dad privada una prueba histórica en favor suyo”, pero con esto sólo consigue manifes‐
tar lo contrario a lo que pretende, pues “suponiendo que realmente haya existido algu‐
na vez, su ser pasado refuta precisamente las pretensiones de la esencia” (Marx, 1982g:
617‐618). El socialismo utópico, en efecto, se remonta al pasado histórico buscando legi‐
timar la propiedad comunal como lógicamente anterior ‐y por ende, lógicamente supe‐
rior‐ a la propiedad privada. Pero este argumento le juega en contra, pues la historia sólo
puede avanzar hacia adelante, en el doble sentido de que no se puede retroceder, pero
también de que avanzar es siempre mejorar. Nada que provenga del pasado puede ser
superior a lo que se avecina desde el futuro, la historia es una historia de progreso12.
Del hecho anterior se confirma, además, la “necesidad histórica de la propiedad pri‐
vada” (Marx, 1982g: 618). El capitalismo tiene su razón histórica de ser, es el resultado
de la historia universal anterior. Esa historia anterior es “la historia de la industria”, y la
industria, con su existencia objetiva, es “la parte sensible más actual, más accesible de la
historia”, es decir, es su materialidad misma, su realidad más palpable. Quien ignore
este hecho, postula Marx, no puede adjudicarse la legitimidad de la ciencia. La verda‐
dera ciencia, entonces, será aquella que estudie la realidad histórica: en otras palabras,
aquella que dé cuenta del capitalismo13. Y dar cuenta del capitalismo implica aceptar que
“la industria es la relación histórica real” entre la naturaleza y el hombre” (p. 623).
Tenemos aquí presentado un nuevo rasgo de la historia: la historia es una relación, la
relación entre la humanidad y el mundo material circundante. El despliegue de esta
relación es, justamente, la historia. De hecho, es la relación misma la que hace surgir los
elementos relacionados. Es la historia de la naturaleza la que hace emerger al hombre,
así como es la historia del hombre la que gesta la naturaleza:
Para que el ‘hombre’ se convierta en objeto de la conciencia sensible y la necesidad del ‘hombre en
cuanto hombre’ se convierta en necesidad, hay que pasar por toda la historia, como historia de des‐

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arrollo y preparación. La historia es de por sí una parte real de la historia natural, de la transforma‐
ción de la naturaleza en hombre. (p. 624)

Decir que la historia es una preparación nos da la pauta de que la historia tiene un
objetivo. Ese objetivo, como vimos, es el comunismo, y este puede ser pensado como la
conciencia del hombre en cuanto hombre, es decir, del hombre en tanto existencia mate‐
rial. Deducimos entonces que el objetivo de la historia, su meta, tiene que ver con alcan‐
zar la plena concientización de su desarrollo. Asimismo, Marx afirma que la historia del
hombre es la continuación de la historia de la naturaleza. Como vimos más arriba, el
hombre es gestado en el seno de la naturaleza, y es en este sentido que la suya puede ser
concebida como una rama particular de la historia natural14. Pero se agrega aquí una
nueva dimensión: la historia es una entidad real, material. La historia no es aquí un rela‐
to, una teoría, un concepto, sino que es un devenir concreto y factual que, en todo caso,
puede ser reconstruido a posteriori a partir de volverlo consciente. Encontramos todo
esto confirmado más adelante en el texto:

Para superar la propiedad privada real, hace falta la acción real del comunismo. La historia se encar‐
gará de llevarla a cabo, y ese movimiento que idealmente nos representamos ya como auto supera‐
ción tendrá que recorrer en la realidad un proceso muy duro y muy largo. Sin embargo, debemos
reconocer como un progreso efectivo el hecho de que tengamos ya de antemano la conciencia tanto
de la limitación como de la meta de este movimiento histórico, y una conciencia, además, que se
eleva por encima de él. (Marx, 1982g: 632)

Así como la historia no es, en principio, un relato, el comunismo no es, en principio,


una idea. Si la historia es un movimiento real, y su meta es el comunismo, entonces éste
no puede sino ser otro movimiento igual de real. La historia se desplegará de este modo
por su propia fuerza, alcanzará esta auto superación por su propio carácter racional y
consciente. Pero la garantía de que le historia alcanzará su meta no significa que el cami‐
no hacia ella sea fácil. La historia es un devenir arduo, requiere tiempo y esfuerzo, algo
que ya había anunciado Hegel15. Sin embargo, en la crítica de Marx, Hegel sólo tenía en
cuenta la “expresión abstracta, lógica, especulativa del movimiento de la historia”, y no
pensaba en cambio en “la historia real del hombre” (Marx, 1982g: 647). En efecto, Hegel
define a la historia universal como “el Estado superado” (p. 657)16. Los neohegelianos,
por su parte, “reducían todo el movimiento histórico” a las relaciones entre el mundo y
su propia “soberbia espiritualista” (p. 646). De este modo, en ambos casos, “la historia
se veía reducida a la historia de la producción del pensamiento abstracto, es decir, abso‐
luto” (p. 649).
Para Marx, en cambio, toda abstracción es en realidad una exteriorización del com‐
portamiento material de los hombres en su relación con el mundo. Y esta “actuación
conjunta de los hombres”, su “comportamiento real, activo”, es, precisamente, el “resul‐
tado de la historia” (Marx, 1982g: 650). Tenemos aquí un nuevo y central elemento en la
definición de la historia: la historia, dice el autor, es siempre un devenir colectivo, “gené‐
rico”, y, en última instancia, humano. A esta concepción de la historia, Marx la denomi‐
na, justamente, “humanismo consecuente“. El humanismo es la “verdad unificadora”
del idealismo y el materialismo. Sólo esta perspectiva es capaz de “comprender el pro‐
ceso de la historia universal” (p. 653), porque su punto de vista es el de todo el género
humano, el de aquel gran colectivo de hombres. La historia, afirma el autor, es “el acta
de nacimiento” del hombre; el hombre nace, como vimos, de la naturaleza, y deviene lo
que es, a la par que la historia va tomando conciencia de ese devenir y lo deja asentado.

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Ahora bien, en tanto el hombre deviene lo que es, va tomando forma históricamente su
naturaleza17. En este sentido, entonces, es que “la historia es la verdadera historia natu‐
ral del hombre” (p. 655).

Conclusión
Luego de analizar minuciosamente los distintos escritos de la primera parte del perí‐
odo de juventud de Marx, nos atrevemos a esbozar algunas conclusiones parciales.
Como vimos, mientras que en los primeros escritos la historia aparecía definida de
modo tácito y a partir de pares de conceptos opuestos, en los escritos posteriores el abor‐
daje de la historia es más complejo, adopta más dimensiones. Esto se relaciona, en nues‐
tra opinión, con el hecho de que mientras los primeros escritos son artículos periodísti‐
cos, los escritos posteriores son de carácter más estrictamente teórico. Consideramos
que la urgencia de la coyuntura hace que los escritos periodísticos deban presentar su
posición sin detenerse en sutilezas y matices, a la vez que los escritos teóricos, ya sean
de carácter más filosófico o más económico, tienen el objetivo, justamente, de alcanzar
la clarificación y la sofisticación conceptual. De este modo, mientras que en la Gaceta
Renana casi no aparecen definiciones distinguibles de la noción de historia, y en cambio
priman las antinomias tajantes, en los Manuscritos económico‐filosóficos abundan las defi‐
niciones multifacéticas de la historia, que incluso llegan a cuestionar o borrar las antino‐
mias planteadas con anterioridad. En este sentido, los escritos aparecidos en los Anales
Franco‐Alemanes constituyen un punto de quiebre, pues si bien fueron textos publicados
en formato periodístico, su contenido presenta un alto grado de complejidad filosófica.
En cuanto a las definiciones concretas del concepto de historia, podemos clasificarlas
en tres tipos: las definiciones oposicionales, las definiciones descriptivas, y las definicio‐
nes figurativas. Mientras que las definiciones oposicionales aparecen fundamentalmen‐
te en los escritos periodísticos, las descriptivas y las figurativas son las más frecuentes
en los escritos teóricos. Dentro de las definiciones oposicionales del concepto de histo‐
ria, entonces, se cuentan las siguientes antinomias: historia moderna (opuesta a la tradi‐
ción); historia de libertad (opuesta a la censura); historia real (opuesta a la idealidad);
historia científica (opuesta a la religión); historia en devenir (opuesta a lo estático); his‐
toria que avanza (opuesta al retroceso); historia heterogénea (opuesta a la linealidad); e
historia revolucionaria (opuesta a la pura crítica). En cuanto a las definiciones descrip‐
tivas, tenemos que la historia es racional, consciente, crítica, progresiva (en el sentido de
que se va perfeccionando), necesaria (pues tiene un destino), justa (pues salda sus pro‐
pios errores), conflictiva (se da como enfrentamiento entre formas de propiedad), rela‐
cional (es la relación entre los hombres y el mundo), y colectiva (en el sentido de gené‐
rica).
En un tercer nivel, podemos rastrear las metáforas (o definiciones figurativas) que
Marx utiliza para describir a la historia. Así, tenemos que la historia cambia como una
“serpiente” que muda de piel; que la historia se encuentra oculta tras el “velo” de las
abstracciones; que la historia se repite como “tragedia” y como “comedia”; y que la his‐
toria permite ser pensada como “problema” que busca y alcanza su propia solución. Es
necesario destacar, sin embargo, que el conjunto de estas definiciones de la historia no
siempre se acoplan, sino que a veces se contradicen. Así, podemos ver dos mutaciones
que se operan en las definiciones del concepto de historia. La primera mutación es la
que va de una acentuación de la historia nacional a una acentuación de la historia uni‐
versal. En efecto, si en sus primeros escritos Marx piensa a la historia como propiedad

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de un país, a partir de La crítica de la filosofía del derecho de Hegel la piensa en términos


genéricos, mundiales. La segunda mutación que observamos es aquella por la cual, en
un primer momento, se destaca la distinción entre la historia humana y la historia ani‐
mal, y, en un segundo momento, se iguala la historia humana a la historia natural. Es en
los Manuscritos económico‐filosóficos que se opera esta mutación, pues allí es que se ponen
en pie de igualdad, por primera vez, el humanismo y el naturalismo.
Por último, no podemos dejar de remarcar ciertas paradojas en la conceptualización
que Marx hace de la historia. La primera de ellas es que la historia parece referir a veces
al pasado y a veces al futuro. Lo que sucede es que la historia no es ni lo uno ni lo otro:
es el movimiento total que va del uno al otro. La segunda paradoja que vemos es la de
que la historia local convive con la historia universal. En los textos, esto se resuelve con‐
siderando a lo local como propio de las formas sociales precedentes, y a lo universal
como lo propio del porvenir. La tercera paradoja que quisiéramos resaltar es la de que
la historicidad aparece tanto en el plano material como en el plano ideal, es decir, tanto
en el devenir histórico como en sus abstracciones. Esto, en realidad, es plenamente cohe‐
rente con la postura general de Marx, y se termina de comprender cuando vemos que la
historia de las ideas se corresponde con la historia de los hechos. Lo que esto pone de
relieve es que la historia es tanto el movimiento concreto como su relato consciente, pero
éste último se reintroduce en la historia a partir de la función conscientizante que la filo‐
sofía tiene en la historia. Si bien la dimensión factual siempre tiene preponderancia en
el despliegue histórico e incluso en su propia conceptualización, la dimensión ideal de
la historia termina reconciliándose con aquélla por causa de ese mismo despliegue.

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Notas
1 Para un análisis contemporáneo de la relación entre la historia, la tradición y la modernidad, y de la historia
como estudio de la modernidad capitalista, remitimos a Zhang, 2007.
2 Para un estudio sobre el concepto de “libertad” en el marco de la teoría de la historia de Marx, remitimos a
Addis, 1966.
3 Remitimos a la siguiente citas de Hegel extraída de La fenomenología del espíritu, para entender cómo lo his‐
tórico efectivo y concreto se opone a lo racional, conceptual y espiritual: “En lo que respecta a las verdades histó‐
ricas, por hacer una breve mención de ellas en cuanto de ellas se toma en consideración lo puramente histórico (es
decir, cuando ellas se toman por su lado exclusivamente histórico sin entrar en asuntos conceptuales o de princi‐
pio), en lo que respecta a las verdades históricas, digo, se concede fácilmente que esas verdades conciernen a la
existencia particular, conciernen a un contenido por el lado de su contingencia o incluso de su arbitrariedad, con‐
ciernen a determinaciones de ese contenido que no son necesarias” (Hegel, 2006: 143).
4 Si bien tanto Marx como Karl Popper dan un lugar relevante a la racionalidad en sus concepciones de la his‐
toria, se trata de dos enfoques bien diferentes: mientras el primero postula que la racionalidad es un rasgo de la
historia, el segundo criticará esta idea afirmando que la racionalidad es una cualidad humana a pesar de lo que
muestra la historia (Suchting, 1972).
5 A pesar de la crítica que Marx realiza a la religión, y a pesar de su postulación del ateísmo como superación
de las religiones y como meta de una historia verdaderamente humana, distintos autores han mostrado cómo la
filosofía de la historia marxiana presenta rasgos claramente mesiánicos, redencionistas, salvacionistas, y por ello
religiosos (Löwith, 2007).
6 Esta afirmación de que la historia no es lineal es, en esta etapa del pensamiento de Marx, aún superficial,
pero se irá profundizando a lo largo de su obra y será absolutamente central en sus últimos escritos ‐los escritos
en torno a la “cuestión rusa”‐, en los cuales destierra toda noción de filosofía de la historia, de historicismo, de
necesidad histórica y de determinismo (Tarcus, 2008).
7 Nuevamente, remitimos al modo en que Hegel opone, esta vez en La filosofía del derecho, la realidad histórica
factual al concepto ideal de las cosas: “Para el concepto de la cosa es indiferente [...] su origen histórico [...] De lo
que se trata es de saber si estas instituciones son racionales y por lo tanto en y por sí necesarias” (Hegel, 1988: 293).
8 Nociones como las de destino o predestinación denotan cierto determinismo en la concepción de la historia
marxiana. Esta cuestión es trabajada a fondo en Sánchez Estop, 1984.
9 Tiempo más tarde, Benedetto Croce hará esta misma distinción, pero afirmando que la verdadera historia es
la gnoseológica: la historia es el conocimiento, en el presente, de su propia lógica práctica (Croce, 1915).
10 Esta relación entre la historia y la justicia, o mejor dicho, esta concepción de la historia como realización de
un objetivo de justicia, es trabajado en profundidad por diversos autores (Cohen, 1980).
11 Para una revisión crítica de la dimensión material y materialista de la concepción marxiana de la historia,
remitimos a Wright Mills, 1989.
12 Para un estudio más acabado de la concepción progresiva de la historia, que da cuenta de las lecturas que
Marx realizó de la filosofía moral escocesa, y especialmente de Adam Ferguson, remitimos a Hill, 2013. Asimismo,
para un estudio del modo en que la dialéctica del progreso histórico empalma con las ideologías de los movimien‐
tos sociales contemporáneos, remitirnos a Löwy, 1996.
13 La “Escuela de los Anales”, especialmente de la mano de uno de sus máximos referentes, Fernand Braudel,
retomará este principio de estudiar la “larga duración” de la historia ‐aquí, el “modo de producción” capitalista‐
para poder comprenderla de manera total (Aguirre Rojas, 1992).
14 Para un trabajo sobre el concepto marxiano de “naturaleza” y su relación con el problema de la historia,
remitimos al estudio de Zhang, 2006.
15 En palabras del propio Hegel, respecto a su concepción de la historia como producto del esfuerzo: “el espí‐
ritu del mundo ha tenido la paciencia de recorrer esas formas en el largo extenderse del tiempo y de tomarse el
inmenso trabajo que representa la historia universal, y porque el espíritu del mundo tampoco podía cobrar con‐
ciencia de sí con un trabajo menor” (Hegel, 2006: 134).
16 Efectivamente, Hegel define a la historia como la versión racional, necesaria, ideal de instituciones entre las
que prima el Estado: “cuál sea o haya sido el origen histórico del estado en general o de un estado particular [...]
no incumbe a la idea misma del estado. [...E]s, en cuanto fenómeno, un asunto histórico” (Hegel, Principios de filo‐
sofía del derecho, p. 319); y más adelante: “La idea del estado [...] es la idea universal como género y como poder

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absoluto frente a los estados individuales, el espíritu que se da su realidad en el proceso de la historia universal”
(Hegel, 2006: 324‐325).
17 Para profundizar en este cruce entre la historia y la naturaleza humana, que toma la forma de una doble
definición de la historia como naturaleza humana y de la naturaleza humana como intrínsecamente histórica,
remitimos a Edgell y Townshend, 1993.

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Zhang, Wenxi (2006) “The concept of nature and historicism in Marx”, en Frontiers of Philosophy in China, Vol.
1, Nº 4, pp. 630‐642.

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El lugar de la Reforma
del ‘18 en la evolución
de las formas de lucha
estudiantil en Argentina
Mariano Millán
CONICET-Instituto Ravignani / Sociología e IIGG - UBA
marianomillan82@gmail.com

Resumen
Este artículo es un ensayo sobre el lugar de la Reforma de 1918 en la evolución de las
formas de acción y organización del movimiento estudiantil argentino, desde 1871 hasta
el presente. La tesis principal es que el acontecimiento de la Reforma en Córdoba cons‐
tituye un punto de llegada de numerosos debates y confrontaciones anteriores y, al
mismo tiempo, inaugura una tradición de ideas y modos de lucha con fuerte presencia
en los momentos más álgidos de la lucha de clases en el siglo XX.

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Introducción
La Reforma Universitaria de Córdoba en 1918 ha sido tradicionalmente considerada
como el acontecimiento inicial del movimiento estudiantil argentino y latinoamericano.
También como el disparo de largada para la constitución de numerosas identidades
políticas e ideológicas de las izquierdas (marxistas, nacionalistas y/o socialistas) en
nuestro país y en América Latina, que remodelaron la relación entre intelectuales y com‐
promiso político.
Desde las primeras compilaciones realizadas en los años ’30 por el dirigente reformis‐
ta Gabriel Del Mazo (1956), se impuso una perspectiva de análisis dirigida a localizar la
Reforma en contextos sociales y políticos más amplios que los de la vida universitaria.
Algunos trabajos reconstruyeron la crónica de aquellas jornadas de 1918, como los de
Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti (1987), Gabriel Solano (1998), Victoria Chabrando
(2012), Pablo Rieznik (s/f) o Eduardo Díaz de Guijarro (2018). Otros delinearon perspec‐
tivas de mayor escala sobre las ideas políticas del movimiento estudiantil argentino y
latinoamericano a partir de la gesta cordobesa, como el influyente libro de Juan Carlos
Portantiero (1978), el inmerecidamente casi olvidado trabajo de Gustavo Hurato (1990),
las obras de María Caldelari y Patricia Funes (1998), Néstor Kohan (1999), Hugo Biagini
(2000), Osvaldo Graciano (2008), Martín Bergel (2008) y la reciente tesis de Natalia
Bustelo (2015). Algunos de estos libros y artículos bucearon en las concepciones univer‐
sitarias y sus relaciones con la política, otros procuraron mayor énfasis a las afinidades
entre las ideas políticas del movimiento estudiantil y las de la intelectualidad del perío‐
do, una tradición en la que se inscriben libros como los de Patricia Funes (2007) y Pablo
Requena (2018). Un tercer grupo, donde ubicamos a Portantiero, Bustelo y Constanza
Bosch Alessio (2014), hizo hincapié en la sintonía entre la revuelta universitaria y la fun‐
dación de ciertas corrientes de izquierda, reconstruyendo los balances que hicieron los
grupos militantes de sus propias experiencias y analizando sus iniciativas políticas a
partir de ello.
En la última década cobraron importancia las investigaciones que abordaron la
Reforma prestando mayor entidad a las características de la vida académica y a la socia‐
bilidad dentro de las instituciones universitarias. En esta renovación del campo se ubica
el trabajo señero de Pablo Buchbinder (2008) y las obras en curso de Gabriela Schenone
(2009; 2011) y Luciana Carreño (2017; 2018).
Como puede notarse, existen notorias diferencias entre los enfoques para observar la
Reforma, desde una localización más amplia en el conjunto social a una más abocada a
los aspectos universitarios. Estas aproximaciones contienen una llamativa divergencia:
quiénes tomaron el primer punto de vista observaron con más detalle las repercusiones
de los hechos de 1918; por el contrario, las investigaciones que adoptaron el segundo
dedicaron mayor esfuerzo a explicar las causas.
En este ensayo proponemos una lectura de la Reforma Universitaria de 1918 como
acontecimiento fundante, más no inaugural, del movimiento estudiantil argentino.
Entendemos que la Reforma constituye el resultado de una evolución de casi medio
siglo en la acción política y gremial de los alumnos, donde observamos cambios en las
formas de lucha, en los reclamos, en el carácter y los alcances de las organizaciones, y
en los posicionamientos universitarios y políticos. Para ello en primer lugar reconstrui‐
mos los antecedentes del movimiento estudiantil. Luego, a partir de y sin reiterar las
crónicas existentes, marcamos las peculiaridades de los hechos ocurridos en Córdoba
durante 1918. Finalmente, comentamos someramente la amplia y heterogénea tradición

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que ha vertebrado un siglo de experiencias de lucha en la Universidad.

Algunas consideraciones sobre el contexto nacional e internacional


La Reforma Universitaria de Córdoba de 1918 se produjo en el contexto internacional
signado por el final de la Gran Guerra y el triunfo de la Revolución Rusa. Se trataba de,
hasta el momento, la más profunda crisis del capitalismo en su fase imperialista, donde
coexistían instituciones dirigidas por una elite cerrada, como destacaron Christopher
Clark (2014) o Arno Mayer (1984), con los partidos obreros más numerosos de la histo‐
ria, como el Partido Social Demócrata Alemán, y con procesos de movilización y auto‐
organización proletarias inéditos, como los soviets en Europa Oriental y Central. En esta
gran crisis se hundieron imperios de cientos de años, como el Otomano, el Zarista y el
Austro‐Húngaro, último reducto de la otrora omnipotente familia Habsburgo. Estados
Unidos, acreedor de las potencias vencedoras en la contienda, ingresó con renovadas
fuerzas en la política internacional con la sorprendente influencia personal de su presi‐
dente Woodrow Wilson. En China, pocos años antes se había producido una revolución
democrática que sepultó un orden imperial milenario e inició un período de crisis pro‐
longadas que desembocaron en la Revolución y la fundación de la República Popular en
1949.
En nuestro continente los levantamientos de masas de mayor trascendencia, funda‐
mentalmente campesinas, ocurrían en el seno de la Revolución Mexicana. En Argentina,
Chile y Uruguay el movimiento obrero contaba con importantes organizaciones políti‐
cas y gremiales y constituía una fuerza de creciente peso. En nuestro país los trabajado‐
res protagonizaron numerosos enfrentamientos violentos como la Semana Roja y, des‐
pués de la Reforma, la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde y la Forestal, sólo por citar
algunos casos resonantes. Al mismo tiempo, como resultado de confrontaciones arma‐
das dentro de la burguesía, se establecieron sensibles modificaciones en la instituciona‐
lidad representativa del Estado mediante la Ley Sáenz Peña, que abrieron el camino
para el ascenso del radicalismo al poder, con la victoria de Hipólito Yrigoyen en 1916.
Considerados estos factores, una comprensión cabal del proceso de la Reforma tam‐
bién requiere tomar en cuenta las condiciones de la estructura universitaria y sus rela‐
ciones con la reproducción social en un sentido más amplio.

La estructura universitaria argentina en la primera parte del siglo XX


Para 1918 en Argentina existían cinco universidades, dos de las cuales fueron nacio‐
nalizadas con posterioridad a la Reforma: Córdoba (fundada en 1613), Buenos Aires
(1821), Litoral (1889, nacionalizada en 1919), La Plata (1890, bajo jurisdicción federal
desde 1905) y Tucumán (1912, nacionalizada en 1920). Las facultades más importantes
eran las de Derecho y Medicina, claves para comprender la incidencia de la universidad
en el ejercicio del poder por aquellos años, cuando “el Estado vigiló celosamente el ejer‐
cicio ilegal de estas profesiones [y] […] construyó un lazo estrecho entre los mismos
Estados, las universidades y las profesiones.” (Buchbinder, 2018: 14). En tercer lugar se
ubicaban las casas dedicadas a la Ingeniería (generalmente bajo el rótulo de Ciencias o
Matemáticas), aún sobrevivían las facultades de Teología y, desde fines del siglo XIX, se
estaban fundando las primeras de Filosofía y Letras y Ciencias Naturales. Los órganos
de gobierno estaban integrados por miembros vitalicios y constituían una mixtura entre
profesores, también designados de por vida, y representantes de las corporaciones pro‐

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fesionales y/o confesionales, como en Teología. Durante los años previos a la Reforma
los estudiantes universitarios representaban un pequeño contingente humano: en 1916
apenas superaban las 7.100 personas (Buchbinder, 2005: 75) sobre un conjunto de alre‐
dedor de 8.000.000 de habitantes para 1914. Se trataba de una minoría del 0,088% de la
población, compuesta casi exclusivamente por jóvenes varones burgueses.
Estos datos resultan fundamentales para marcar ciertas diferencias con el escenario
actual. Hacia 2015 en Argentina se contaban 130 universidades (50% estatales), con
12.617 ofertas de carreras entre pregrado, grado y posgrado (SPU, 2017). Solamente la
UBA concentra una red de 12 facultades (Agronomía, Arquitectura, Derecho,
Económicas, Exactas y Naturales, Farmacia y Bioquímica, Filosofía y Letras, Ingeniería,
Odontología, Psicología, Sociales, Veterinaria) un Ciclo Básico Común, dos colegios
secundarios, un hospital y numerosas entidades educativas y sanitarias. En las univer‐
sidades, aunque con notorias diferencias entre sí, quienes integran los organismos de co‐
gobierno, entre los que se cuentan estudiantes, deben ser elegidos periódicamente. Las
designaciones docentes regulares requieren de concursos. El peso de las corporaciones
profesionales y del empresariado sobre la actividad académica, aparentemente crecien‐
te durante las últimas décadas de crisis presupuestaria crónica, es diferente según las
profesiones y ciencias que se considere. Asimismo, en el centenario de la Reforma la
cifra de alumnos universitarios supera levemente los 2.000.000 (Fachelli y López Roldán,
2017: 6) sobre una población estimada en menos de 43.000.000, es decir un 4,65%. A dife‐
rencia de hace un siglo, las mujeres concentran, aproximadamente, el 60% de la matrí‐
cula (SPU, 2017). En 2010 los graduados de la educación superior eran de 3.300.000 de
personas (Alonso, 2015) con lo cual la/os universitaria/os en la Argentina actual superan
el 12% de la población.
Como bien ha denunciado el movimiento estudiantil, la realidad institucional de la
universidad argentina en el siglo XXI dista grandemente de lo normado, aun cuando
estas reglamentaciones establecen límites de hierro para la democratización de los órga‐
nos de dirección de las facultades. No obstante, las diferencias en este aspecto y en el del
contexto nacional e internacional respecto de los años de la Reforma son cualitativas.
Por ello la recuperación de la tradición reformista y la aplicación de sus principios supo‐
nen un cotejo riguroso de estas circunstancias. Asimismo, vale destacar que este conjun‐
to de ideas tomaron forma tras una acumulación histórica de varias décadas, donde con‐
vergieron experiencias estudiantiles y fenómenos de mayor alcance.

El movimiento estudiantil argentino, 1871 ‐ 1918


Desde el último cuarto del siglo XIX los alumnos argentinos protagonizaron reitera‐
das protestas contra el autoritarismo y la baja calidad académica de los profesores, recla‐
mando desde los primeros tiempos cuestiones como la docencia libre (Vidal, 2005: 194).
Al respecto sirven de ejemplo las confrontaciones y procesos de organización ocurridos
tras el caso de Roberto Sánchez, un alumno de Derecho de la UBA que en 1871 se suici‐
dó a causa de la deshonra por la desaprobación de un examen; y de José María Ramos
Mejía, de Medicina, a quién se le negó la matriculación en 1874 como sanción por las crí‐
ticas que había publicado en la prensa acerca de los métodos pedagógicos de los profe‐
sores de su facultad. En 1872 “doscientos jóvenes se reunieron en asamblea para formar
la Asociación 13 de diciembre [fecha del suicidio de Sánchez] crear una Junta
Revolucionaria pro‐Reforma Universitaria y editar los periódicos mensuales 13 de
diciembre y El Estudiante.” (Bustelo, 2018: 34). En 1875, bajo la dirección del citado Ramos

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Mejía, se fundó el Círculo Médico Argentino.


Durante casi medio siglo los alumnos ampliaron los tipos de reclamos, aunque gene‐
ralmente se orientaron hacia cuestiones relativas al ejercicio de la profesión. Como ha
explicado Pablo Buchbinder (2018), en las sociedades hispanoamericanas las universida‐
des constituían un mecanismo central en la “reproducción de la élite”:

¿Qué buscaban los jóvenes que acudían a estudiar en la Universidad? Responder esta pregunta nos
lleva […] hasta las raíces coloniales de las instituciones universitarias. […]. El acceso a la burocracia
civil o eclesiástica y la posesión de los cargos en las audiencias o en los cabildos catedralicios esta‐
ban a menudo supeditados a la ostentación de alguno de los títulos, ya fuese de bachiller, licencia‐
do o doctor, que otorgaban algunas de las más de treinta universidades […] en Hispanoamérica […]
una verdadera élite “titulada” ‐especialmente desde mediados del siglo XVIII cuando la venta de
cargos fue progresivamente limitada‐ se superpuso con notables ventajas a otra signada por la rique‐
za material o por otro tipo de méritos… (14).

Esta localización de la Universidad en la estructura social continuó durante el perío‐


do de consolidación de los Estados Nación del continente. En el caso argentino, desde
la Ley Avellaneda, en la década de 1880, las casas de altos estudios se dedicaron central‐
mente a la formación de los miembros de la élite y de los profesionales liberales.
(Buchbinder, 2005: 56/80). El pasaje de un sujeto por la Universidad era, entonces, un
medio para afianzar su plaza en la élite. Por ello, como ha afirmado Natalia Bustelo,
desde 1873:

…se inauguraba […] un juvenilismo que se pronunciaba sobre las cuestiones gremiales de los estu‐
diantes y que, a pesar de su declarada apoliticidad, enlazaba la reforma universitaria a una mejor
formación de una elite oligárquica, sobre la que no se dudaba que estaba destinada a dirigir el país.
(2018: 38)

Siguiendo la tipología de las movilizaciones estudiantiles elaborada por Eduardo


González Calleja para el caso español, durante estas décadas los estudiantes argentinos
desarrollaron fundamentalmente: “La movilización «troyana», o algarada estudiantil
motivada por razones de disciplina académica. […] no tenían carácter político, se mani‐
festaban en forma de una explosión de violencia incontrolada, estaban dirigidas en
general contra el profesorado y quedaban circunscritas al recinto universitario.” (2005:
23).
En este horizonte de preocupaciones surgió la Unión Universitaria de 1890 en Buenos
Aires y otras similares en Córdoba (Buchbinder, 2018: 13). Para el nuevo siglo lo hicie‐
ron los primeros Centros de Estudiantes: 1904 Medicina e Ingeniería, 1905 Derecho y
Filosofía y Letras.
El creciente nivel de organización iba acompañado por otros fenómenos concomitan‐
tes. En primer término, como señaló Natalia Bustelo, una ingente influencia del socialis‐
mo y el anarquismo entre los alumnos, tendencia que se hizo evidente, por ejemplo, en
la fundación del Centro Socialista Universitario por José Ingenieros, o en la revista Ideas
codirigida por Manuel Gálvez (2018: 38).
Esta generación protagonizó una lucha de largo aliento entre 1903 y 1906. Primero en
Derecho y luego en Medicina, se desarrollaron manifestaciones, ocupaciones y huelgas
que paralizaron por períodos prolongados la actividad académica. Podemos observar,
entonces, que durante la primera década del siglo XX las acciones del movimiento estu‐

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diantil porteño adoptaron otra tonalidad, una forma más cercana a lo que González
Calleja llamó la movilización corporativa escolar, que tenía:

…origen académico, pero estaba vinculada a razones ideológicas, como la defensa de los valores de
la democracia, la libertad de expresión o el laicismo, lo que daba un tono de incipiente politización
a la protesta. […] su rápido desarrollo, frecuentemente tumultuario, superaba los límites de las ins‐
tituciones académicas para convertirse en un problema de orden público que requería la interven‐
ción de las autoridades.” (2005: 24)

Prácticamente al mismo tiempo, en la cercana La Plata la Universidad fundada en


1890 era nacionalizada bajo iniciativa del ministro Joaquín V. González y articulada bajo
un modelo preponderantemente científico, en desmedro de la tradición profesionalista
imperante en Hispanoamérica. Se trataba de una universidad que, a diferencia de la de
Córdoba o Buenos Aires, buscó conectarse con el desarrollo del conocimiento a nivel
internacional, privilegiar una enseñanza acorde con la moderna pedagogía y trabajar
fuertemente en la extensión (Buchbinder, 2005: 81/91)
Volviendo la mirada a la UBA, desde el punto de vista reivindicativo el resultado más
importante para el movimiento estudiantil fue la aprobación de nuevos estatutos que
significaron, en palabras de Tulio Ortiz y Luciana Scotti (2008) una “reforma antes de la
Reforma”. En estas reglamentaciones se restringieron las competencias de las academias
profesionales y:
La administración y el gobierno de las facultades porteñas quedaron […] en manos de un nuevo
organismo: el consejo directivo. Sus integrantes serían nombrados por los mismos consejeros, pero
sobre la base de una propuesta votada en una asamblea integrada por todos los profesores titulares
y suplentes. Se establecía, además, que durarían dos años en sus funciones y se renovarían por ter‐
ceras partes cada dos. (Buchbinder, 2008: 54)

Desde el punto de vista organizativo, este ciclo llegó a su punto culminante en la fun‐
dación de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), en 1908. En coinciden‐
cia con estas articulaciones, durante el mismo año de su institución la FUBA participó
del Primer Congreso de Estudiantes Americanos en el Teatro Solís de Montevideo, junto
a delegaciones de varios países. En Uruguay se había aprobado recientemente la parti‐
cipación de representantes estudiantiles en el co‐gobierno universitario. Esta reivindica‐
ción fue tomada por el Congreso, junto a otras gremiales y académicas en el marco de
un debate estudiantil de marcada “perspectiva continental”, que anticipó varios
“…principios del reformismo de Córdoba” (Oddone y Paris, 2010: 96). Estos congresos
se reiteraron en 1910 en Buenos Aires y en 1912 en Lima.
Al tiempo que se desarrollaban los mencionados acontecimientos y se vertebraban
estas organizaciones, dentro de las elites argentinas y latinoamericanas emergía y gana‐
ba influencia un heterogéneo cuerpo de ideas que tomaban mayor distancia con las
metrópolis imperialistas, el capitalismo norteamericano y reafirmaban el rol de América
Latina como futuro centro de la civilización. Esta verdadera ruptura puede advertirse
en los escritos de José Enrique Rodó, Rubén Darío, Manuel Ugarte, José Martí o José
Vasconcelos, por citar autores de amplia circulación, que presentaban enormes contras‐
tes con las visiones de generaciones intelectuales anteriores, presentes en los textos de
Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi, entre otros escrito‐
res clave en la constitución de los Estados Nación en América Latina. Quizás uno de los
casos más interesantes al respecto lo constituye la trayectoria personal de José

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Ingenieros, para quién: “Una serie de acontecimientos erosionaron su fe mecanicista en


el desarrollo evolucionista, lineal y autosuficiente de las fuerzas productivas de toda for‐
mación social; su eurocentrismo se disolvió frente a la Gran Guerra y las revoluciones
mexicana y rusa.” (Requena, 2018: 53).
A pesar de tratarse de un conjunto laxo, heterogéneo y contradictorio de ideas, existí‐
an varias preocupaciones comunes. La primera era resaltar la oposición entre el mate‐
rialismo yanquee y el espiritualismo latino, continuador de las tradiciones greco‐roma‐
nas en el Nuevo Mundo. La segunda consistía en marcar la brecha entre una vieja gene‐
ración, con anclaje geográfico e ideológico en una Europa devorada a sí misma en la
Gran Guerra, con la joven generación hispano/latino/americana (según de quién se
trate) compuesta por el mestizaje, donde se incubaba una nueva forma de la cultura que
daba centralidad a lo humano y a sus valores por sobre la industria y el capital.
Algunas de estas ideas se trasladaron a los principios educativos y a los posiciona‐
mientos universitarios del movimiento estudiantil. Uno de las críticas más corrientes de
los alumnos hacia la actividad académica radicaba en el carácter profesionalista e ins‐
trumental de la formación propuesta. A principios del siglo XX, tanto entre los estudian‐
tes como dentro de la élite liberal, existían serios cuestionamientos respecto de la forma‐
ción universitaria argentina. La organización de la Universidad Nacional de La Plata
expresaba parte de esas inquietudes. La reforma porteña de 1906, sin embargo, no reco‐
gió esos aspectos. Por ello, como dice Pablo Buchbinder, en su etapa fundacional los cen‐
tros de estudiantes:
no fueron concebidas[os] […] sólo como instituciones gremiales, sino como núcleos culturales en tér‐
minos generales y como asociaciones de verdaderos intelectuales. Para los estudiantes de Ingeniería,
por ejemplo, se trataba del lugar para adquirir un auténtico bagaje cultural que no era posible obte‐
ner a través del estudio de las ciencias físico‐matemáticas y, así, suplir una falencia derivada del
carácter profesionalista de la enseñanza. Los centros organizaban ciclos de conferencias sobre dis‐
tintos temas y construyeron grandes bibliotecas, cuyas existencias iban más allá de las vinculadas
con los temas específicos que se trataban en cada facultad. (2008: 55)

Como podemos notar, la Reforma fue precedida de varias décadas de activismo y


organización estudiantil. Una parte de las razones para su rápida evolución de un movi‐
miento reivindicativo a uno político radican, como subrayó Victoria Chabrando (2012),
en el ciclo de protesta cordobés (algo que fue considerado por Pablo Rieznik como el
“primer Cordobazo”). La otra, y fundamental, se localiza en la acumulación histórica
del movimiento estudiantil argentino. Parafraseando a René Zabaleta Mercado, el
ascenso estudiantil y popular de 1918 “se explica porque [el movimiento estudiantil]
utilizaba sus experiencias anteriores; no necesitaba mucho tiempo para retomarlas por‐
que ya las había acumulado dentro de sus adquisiciones organizativas y culturales.”
(1987: 123).

Consideraciones sobre la estructura social y universitaria cordobesa


Uno de los rasgos más salientes de la ciudad y la Universidad de Córdoba hacia prin‐
cipios del siglo XX lo constituía el peso decisivo de los cuadros católicos dentro de su
burguesía y sus autoridades. Asimismo, las hipótesis de Carlos Agulla en cuanto al rol
central de la “casa de Trejo” para la reproducción de una élite local, reviste un enorme
significado cuando se observa el anacrónico modo de funcionamiento de la Universidad
Nacional de Córdoba y la negativa de sus autoridades a llevar a cabo reformas, como las

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realizadas en Buenos Aires. En la ciudad mediterránea existía una inédita imbricación


entre el conjunto de la estructura social y la Universidad:

Los sectores dominantes en Córdoba fundaban su predominio […] en su naturaleza doctoral que abría,
además, el camino al ejercicio de las profesiones liberales y a la carrera en la burocracia, en el gobierno,
en la justicia y […] en la misma academia. […] todo intento de modificación de la estructura de poder
en la ciudad de Córdoba debía ser […] una reforma universitaria.” (Buchbinder, 2008: 86).

Desde el último tercio del siglo XIX había emergido en la ciudad un grupo de burgue‐
ses dueños de talleres fabriles, generalmente de origen ibérico, que se fueron entrelazan‐
do con las familias tradicionales de Córdoba, dominantes en la vida política y universi‐
taria de la ciudad (Pianetto, 1991: 88). Asimismo, durante aquel período cobró intensi‐
dad la disputa entre clericales y anti‐clericales, mayormente liberales, en el seno de la
burguesía cordobesa (Moyano, 2006). Estas fricciones se producían en un marco contra‐
dictorio en la correlación de fuerzas de estos conglomerados: a nivel nacional predomi‐
naban los liberales, pero a escala provincial se imponían los católicos. Esta situación,
según Silvia Roitenbrud (2000), fue parte de las motivaciones de ciertos actores del cris‐
tianismo local para proyectar, desde Córdoba, la creación de un gran partido católico y
nacionalista. Al respecto, resulta necesario recordar que el liberalismo mediterráneo
había llegado a la presidencia de la Nación con la figura de Miguel Juárez Celman en
1886, siendo desalojado en 1890, cuando se produjo la Revolución del Parque. Estas con‐
tradicciones se vieron alteradas por el surgimiento del radicalismo como fuerza política
nacional, que en el contexto provincial agrupó a partidarios de ambos conjuntos.
Desde el punto de vista de la conformación del campo cultural e intelectual cordobés,
como señaló Pablo Requena, desde década de 1870 se fueron estableciendo espacios e
instituciones, generalmente de perfil liberal, que potenciaron el desarrollo de las cien‐
cias y las artes en la ciudad. Las más salientes fueron la Academia Nacional de Ciencias,
que editaba su Boletín y las Actas, el Observatorio Astronómico Nacional, que imprimió
los Resultados del Observatorio Astronómico Nacional y los Anales de la Oficina Meteorológica
Nacional, y la Sala de Pintura del Museo Provincial. Algunas de estas prácticas y disci‐
plinas fueron permeando la actividad universitaria, como puede verse en los artículos
científicos publicados en la Revista de la Universidad Nacional de Córdoba durante 1914
(2018: 84‐90).
La clase obrera cordobesa, como la de otras ciudades argentinas, se había expandido
numéricamente durante el medio siglo anterior a la Reforma. La incipiente industriali‐
zación concitó la migración de proletarios de las provincias vecinas, como Catamarca,
La Rioja y San Luis, quienes se desempeñaron en la fabricación del calzado, en la indus‐
tria gráfica, en la panadera, en los servicios de transporte, incluido el ferrocarril, en la
construcción y otros rubros de servicios y alimentación. Entre fines del siglo XIX y prin‐
cipios del XX se constituyeron las principales sociedades de resistencia por oficios, tales
como fideeros, hojalateros, cigarreros, sastres, etc. (Pianietto, 1991: 91). En ese mismo
período, como ha indicado Lucas Poy, en la ciudad de Córdoba se localizaba uno de los
conjuntos regionales de centros socialistas más activos (2016: 163). En disputa con el gre‐
mialismo (a veces mutualismo) y el socialismo por la conducción política de los trabaja‐
dores, la Iglesia Católica organizó el “Círculo de Obreros Católicos” y la “Asociación de
Josefinos”.
Si comparamos las formas de acción política y sindical de los trabajadores cordobeses
respecto de los de Buenos Aires o Rosario, puede constatarse que hasta 1910 no se pre‐

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senciaron los niveles de masividad y/o violencia de las otras grandes ciudades argenti‐
nas (Vagliente, 2018: 173). En gran medida a causa de la debilidad relativa del proceso
de industrialización local, en otra a raíz de la incidencia organizativa del catolicismo
entre los asalariados cordobeses. Sin embargo, como destacó Ofelia Pianetto, esta ten‐
dencia sufrió un vuelco decisivo hacia 1917, cuando se fundó la Federación Obrera Local
en el marco del comienzo de un ciclo de luchas reivindicativas de la clase obrera cordo‐
besa, tanto urbana como rural, que prosiguió hasta 1921. Consideramos que este es un
aspecto menos subrayado por la bibliografía sobre la Reforma y que resulta fundamen‐
tal para comprender sus características y su legado para el movimiento estudiantil del
siglo XX.

Una lectura del acontecimiento


En el extenso conjunto de obras acerca de la Reforma de 1918 pueden encontrarse
numerosas crónicas de los acontecimientos protagonizados por estudiantes de la
Universidad Nacional de Córdoba entre fines de 1917 y la conclusión del año siguiente
(Portantiero, 1978: 30‐58; Ciria y Sanguinetti, 1987: 23‐48; Solano, 1998; Buchbinder,
2008: 86‐115). En todas ellas aparecen datos y consideraciones que nos orientarán a dife‐
renciar las fases del conflicto.
El comienzo del “acontecimiento” de la Reforma tuvo lugar durante la última parte
de 1917 y se caracterizó por la protesta de académico‐corporativa. La primera fue el
rechazo del Centro de Estudiantes de Ingeniería contra una nueva ordenanza que
aumentaba la carga horaria. En su repudio también consideraban grave la baja calidad
académica y pedagógica de los profesores.
Los segundos, y al parecer de mayor escala, fueron los reclamos de los alumnos de
Medicina contra la modificación del régimen del internado en el Hospital de Clínicas,
propuesta por los académicos de la Facultad, que consistía en una exclusión de las prác‐
ticas para los alumnos de 4to. y 5to. año y el establecimiento de serias limitaciones para
los de 6to. y 7mo., así como la clausura de los horarios nocturnos. Un colectivo estudian‐
til envió un memorial al ministro de Justicia e Instrucción Pública, José Salinas, donde
criticaban duramente a la academia de Medicina, denunciando a sus miembros como
una élite excluyente, que limitaba el acceso a la profesión al tiempo que ejercían el nepo‐
tismo (“Llama la atención el hecho de que numerosos académicos tengan sus hijos ubi‐
cados en puestos dependientes de la Facultad de Medicina y de la Universidad”).
Reclamaban el fin de la condición vitalicia de los académicos, la vigencia de normas
democráticas y la instauración de un mecanismo de selección basado en el voto de los
profesores, como en Buenos Aires, para concluir el auto‐reclutamiento estamental
vigente en Córdoba.
Este tipo de acción institucionalizada, el petitorio o la carta, dirigida a las autoridades
del gobierno nacional, a quien se consideraba un aliado, marca una forma moderada del
movimiento. Esta modalidad persistió durante el verano hasta fines de marzo de 1918,
cuando el Consejo Superior decidió no dar lugar a ninguno de los reclamos. A partir de
ese momento los alumnos comenzaron a llevar adelante movilizaciones callejeras y
actos públicos, al tiempo que se conformó el comité pro‐Reforma, con representantes de
todas las facultades. Comenzaba una segunda fase, donde predominó una forma de
acción que González Calleja denominó “movilización profesional”:

…movilizaciones de protesta de largo desarrollo y con mayor continuidad, basadas en el asambleísmo

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y la huelga, dirigidas por sindicatos de estudiantes que se integraban críticamente en el sistema y exi‐
gían el derecho a la representación y a la defensa de sus intereses por los cauces legales. (2005: 24)

En respuesta, las autoridades clausuraron la Universidad, prohibiendo el ingreso a


los alumnos. Éstos decidieron fortalecer su alianza con el gobierno nacional, enviando
una nueva nota donde se reconocía la necesidad de transformaciones en los planes de
estudios, pero al mismo tiempo se remarcaba que cualquier avance en tal sentido tenía
como requisito previo una democratización de los órganos de gobierno en sintonía con
los avances de la democracia en el país. Era impensable que “el régimen aristocrático
batido en retirada por el principio de la soberanía popular” prosiguiera en la
Universidad.
En una respuesta positiva hacia el movimiento estudiantil, el 11 de abril presidente
Hipólito Yrigoyen designó a Nicolás Matienzo como interventor de la Universidad. Ese
mismo día, en Buenos Aires, fue constituida la Federación Universitaria Argentina
(FUA), y se eligió a Osvaldo Loudet (alumno de Medicina de la UBA) como su primer
presidente. El movimiento estudiantil aspiraba, evidentemente, a desarrollar la acción
sindical reconocida a nivel nacional, que según Eduardo González Calleja puede enten‐
derse como la situación en la cual, “en un contexto pluralista, un sindicato estudiantil
podía ver reconocido su papel de interlocutor válido por las autoridades académicas y
políticas sobre asuntos que afectasen a los estudiantes.” (2005: 24/5). En Córdoba, cinco
días después, se fundó la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), que reemplazó al
comité pro‐Reforma en la dirección estudiantil del conflicto. Su primera conducción
recayó en el triunvirato compuesto por Enrique Barros (Medicina), Horacio Valdés
(Derecho) e Ismael Bordabehére (Ingeniería).
Antes de que concluyera el mes de abril fueron reformados los estatutos cordobeses,
que adoptaron una forma muy similar a la contemplada en la UBA, permitiendo a los
profesores la elección de autoridades. A principios de mayo Matienzo resolvió la desti‐
tución de todos los decanos, vicedecanos e integrantes de las academias con más de dos
años de antigüedad. El 28 de mayo se realizaron los comicios en todas las facultades,
donde fueron electos, en su mayoría, decanos, vicedecanos y consejeros directivos apa‐
rentemente afines a la FUC. Pocos días después cesó la intervención, cuando sólo falta‐
ba la reunión de la asamblea universitaria y la votación del rector. Se daba prácticamen‐
te por descontado que sería electo el candidato de los reformistas, el Dr. Enrique
Martínez Paz.
Parecía que efectivamente se estaba produciendo una transformación universitaria
con la participación del movimiento estudiantil a través de un accionar sindical recono‐
cido. Sin embargo, el día 15 de junio el ancie regime de la casa de Trejo demostró que aún
tenía elementos para responder al desafío transformador. En la votación, tras varios
intentos, fue elegido el candidato conservador Antonio Nores. Los alumnos denuncia‐
ron la conspiración de una logia católica, la Corda Frates, que habría presionado a los
representantes para alterar la elección.
Aquel día se produjo uno de los hechos más salientes de la historia universitaria
argentina y, tal vez, de Occidente. Los alumnos ingresaron por la fuerza al recinto, ven‐
ciendo la resistencia de los gendarmes, e impidieron con puñetazos y puntapiés, enfren‐
tando a personas que portaban armas blancas, que fuera oficializada la victoria de
Nores. Capturaron el libro de actas y anotaron: “La asamblea de todos los estudiantes
de la Universidad de Córdoba decreta la huelga general, 15 de junio de 1918”.

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El proceso de movilización daba un salto cualitativo con el empleo de la acción direc‐


ta, el método de la huelga y la utilización de la violencia contra las autoridades y sus
agentes armados. El rector que no fue, Antonio Nores, escribió al presidente Yrigoyen
reclamando garantías y anunciando que prefería “dejar un tendal de cadáveres antes
que renunciar”. Asumió dos días después, con la protección de un poderoso escudo
policial. La resistencia volvió a las calles y plazas, donde se realizaban diariamente
manifestaciones y actos que contaron con una novedad de primer orden: la alianza estu‐
diantil‐obrera‐popular. El 21 de junio se publicó por primera vez el Manifiesto Liminar,
donde se proclamaba “bien alto el derecho sagrado a la insurrección”. El 23, en un mitin
de más de 9.000 asistentes, recordemos que la Universidad no alcanzaba los 1.000 alum‐
nos, Alfredo Palacios se solidarizó con el movimiento e instó a su continuidad, viendo
en estos acontecimientos el comienzo de una nueva etapa histórica en el país y en
América Latina. En respuesta, la policía reprimió varias de estas manifestaciones y actos
y el rector cerró la UNC.
Esta nueva etapa de mayor radicalidad comenzó también una crisis en la relación con
el principal aliado de la fase anterior, el gobierno, y de disputa interna en la conducción
del movimiento. Las vacilaciones de Yrigoyen se debían, allende sus propias conviccio‐
nes personales, a la alianza que lo sostenía en Córdoba. El gobierno radical de la provin‐
cia estaba en manos de la fracción católica del partido, entre ellos el ministro “Ingeniero
Carlos Argañaraz, profesor de la UNC, quien era acusado de integrar la Corda Frates.”
(Vidal, 2005: 205). Ambos gobiernos, nacional y provincial, seguramente veían con rece‐
lo la participación obrera y popular en la discusión universitaria.
Esta percepción, asimismo, era parte de las ideas y posiciones de una fracción estu‐
diantil moderada, que en este contexto representó una fuerza conservadora. Entre el 20
y el 31 de julio sesionó en Córdoba el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, convo‐
cado por la FUA. En los debates se impuso el presidente Osvaldo Loudet, para quién:
De las universidades no deben salir únicamente médicos, abogados, ingenieros; deben salir hombres,
deben salir caballeros como los que se forman en las universidades inglesas…
Este es un congreso universitario, y ha de estudiar los problemas con espíritu universitario. Quiere decir,
que todo es ajeno a él, menos las cuestiones de pedagogía superior.” (Ciria y Sanguinetti, 1987: 31)

El carácter retardatario del congreso resultó evidente en varios aspectos. El más grave
fue la derrota ajustada de la moción presentada por Gabriel Del Mazo y Dante Ardigó
para un pronunciamiento en favor de la gratuidad de los estudios universitarios. Sin
embargo, en las resoluciones de este encuentro pueden encontrarse muchos de los prin‐
cipios clásicos del reformismo universitario, que constituyen una tradición para la mili‐
tancia estudiantil argentina:

…autonomía, gobierno tripartito paritario, asistencia libre, docencia libre, régimen de concursos y
periodicidad de cátedra, publicidad de los actos universitarios, bienestar estudiantil, extensión y
orientación social universitaria, libertad de juramento, nacionalización de las universidades del
Litoral y Tucumán…” (Ciria y Sanguinetti, 1987: 33).

Muchas de estas ideas eran el resultado de debates y conquistas previas en otras uni‐
versidades del país o de América Latina, como en el caso del Uruguay. Su proclamación
el contexto de una revuelta estudiantil y popular ha sellado de manera indeleble estos
principios en la conciencia de los universitarios argentinos. No obstante, debe recono‐
cerse que las resoluciones del Primer Congreso y el Manifiesto Liminar, constituyen

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documentos que expresan iniciativas diferentes dentro del movimiento de la Reforma,


una identidad político‐universitaria que a lo largo de un siglo se ha mostrado amplia,
heterogénea y también contradictoria.
No obstante estas divergencias, en Córdoba el movimiento de lucha continuó duran‐
te agosto. Con la universidad cerrada se reclamaba a Yrigoyen una nueva intervención.
En función de la importancia de la crisis universitaria cordobesa, que afectaba a su pro‐
pio partido y se había convertido en una cuestión nacional a causa de la solidaridad de
los estudiantes de otras ciudades y de los socialistas, el presidente volvió a intervenir la
Universidad Nacional de Córdoba, a principios del octavo mes de 1918. Telémaco Susini
fue designado y, tras ello renunció Antonio Nores, quién proseguía en el rectorado de
una universidad clausurada. Este nombramiento, sin embargo, no se hizo efectivo, moti‐
vando nuevas manifestaciones en la ciudad. El 23 de agosto, finalmente, el presidente
determinó que el nuevo interventor fuera el mismísimo ministro José Salinas. Tres días
después, la FUC realizó una concentración con 20.000 asistentes. En este contexto, la
solidaridad entre obreros y estudiantes constituía una situación política inédita. Como
resalta Eduardo Díaz de Guijarro, la enorme convocatoria tuvo su contrapartida con la
adhesión de la Federación Universitaria a la huelga general decretada por la Federación
Obrera Local los días 2 y 3 de septiembre, anunciada en un gran acto el 1ro de septiem‐
bre (2018: 7).
Entretanto, la intervención no se hacía efectiva y la universidad se encontraba acéfala
y cerrada, sin actividad académica. En vistas de ello, el 9 de septiembre un centenar de
estudiantes de la FUC tomaron la Universidad y emitieron una proclama anunciando su
reapertura, la designación de numerosos docentes e invitando al pueblo a concurrir a la
inauguración de los cursos. En pocas horas el Ejército fue enviado a recuperar el control
del edificio, situación que motivó numerosas escaramuzas con los ocupantes, quienes
resistieron arrojando objetos contundentes tras sendas barricadas. Cuando concluyeron
los enfrentamientos fueron procesados por sedición numerosos alumnos. No obstante,
el ministro del Interior anunció que el día 11 llegaría José Salinas para asumir la inter‐
vención. Con estos hechos comenzaba el final del acontecimiento reformista. La inter‐
vención comprobó numerosas irregularidades de la administración anterior, así como
restableció el régimen de internados del Hospital de Clínicas y comenzó a regir el esta‐
tuto de Matienzo.
Las distintas formas de respuesta de los católicos, como la formación del Comité Pro‐
Defensa de la Universidad, fueron cobrando tonos cada vez más violentos. Desde lo ver‐
bal se identificó al movimiento de la Reforma con la subversión, despreciando la parti‐
cipación de obreros en las manifestaciones universitarias. En las calles, se pasó de las
movilizaciones en “desagravio” realizadas en junio a los ataques criminales, como el
sufrido por Barros en noviembre en el Hospital de Clínicas. Esta acción despertó la soli‐
daridad popular en un acto con más de 20.000 personas, que fue duramente reprimido
por la policía, estableciéndose enfrentamientos violentos durante varias horas.
El movimiento de la Reforma se expandió por otras universidades del país como La
Plata, Buenos Aires, Tucumán y el Litoral, adoptando características distintas según las
corrientes políticas que allí actuaron. La experiencia cordobesa, mediatizada por los
estudiantes viajeros tanto de Córdoba como de otras universidades argentinas, inspiró
a toda una generación de militantes universitarios de América Latina.
El ala moderada pugnó, y consiguió, una relativa democratización de la vida acadé‐
mica, cuestionada luego con la contra‐Reforma comenzada en 1922. Estas reformas,

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según Pablo Bucchbinder, tuvieron el efecto de eliminar numerosas barreras burocráti‐


cas para la obtención de los títulos. El ala radical, representada por dirigentes e intelec‐
tuales de la talla de Deodoro Roca, batalló hasta sus últimos días por transformar la
reforma universitaria en una revolución social. En palabras del maestro de la juventud
“el puro universitario es una cosa monstruosa”, un camino que fue seguido en otras lati‐
tudes por marxistas como el cubano Antonio Mella o el peruano José Carlos Mariátegui.
En nuestro país, la centenaria pervivencia de ciertos ideales orientó, en buena medida,
el desarrollo del movimiento estudiantil en los enfrentamientos sociales del siglo XX.

La identidad reformista, a un siglo vista


A principios del siglo XXI el movimiento estudiantil argentino conserva muchas de
las instituciones fundadas en el proceso reformista, cuyo cenit fueron los acontecimien‐
tos de Córdoba en 1918. La FUA, la FUBA, la FUC, y diversas (a veces antagónicas)
agrupaciones estudiantiles, como el Movimiento de Orientación Reformista (MOR), el
Movimiento Nacional Reformista (MNR), la Franja Morada, el Frente de Agrupaciones
Universitarias de Izquierda (FAUDI), la Unión de Juventudes de por el Socialismo (UJS),
por citar algunos ejemplos, han sido protagonistas principales o secundarios de nume‐
rosos enfrentamientos sociales en diferentes etapas en los cien años que nos separan de
la Reforma.
Como hemos visto, la acción directa, la alianza y solidaridad con el movimiento obre‐
ro, la perspectiva anti‐imperialista presente en las ideas latinoamericanistas, el reclamo
por la democracia y la autonomía universitaria, las huelgas, la lucha de calles y el ejer‐
cicio de la violencia contra los agentes armados del orden son elementos constitutivos
de un acontecimiento, la Reforma, que fue punto de llegada de numerosas iniciativas
ideológicas y organizativas anteriores. Al mismo tiempo, estos fueron los rasgos los más
salientes del movimiento estudiantil argentino durante los “largos años sesenta”
(Goose, 2005), entre los combates de Laica versus Libre (1956‐1958) (Manzano, 2009;
Califa, 2014) y la Misión Ivanissevich (1974‐1975), cuando las luchas estudiantiles y uni‐
versitarias se ensamblaron con los enfrentamientos protagonizados por la clase obrera
en un ascenso de masas que todavía no se ha vuelto a repetir. En hechos como el
Cordobazo, el Viborazo, los Rosariazos, los Tucumanazos, el Quintazo, el Correntinazo
y muchos más, el movimiento estudiantil tomó parte activa y protagónica, siendo con‐
ducido por agrupaciones, centros y federaciones que, desde distintos ángulos, se consi‐
deraban herederos de la Reforma de 1918 (Millán, 2013).
Tras la restauración de la democracia en 1983, en su disputa con el peronismo los radi‐
cales recordaron que los gobiernos justicialistas, generalmente aliados con el catolicis‐
mo, fueron contrarios a los principios inspirados en los acontecimientos de 1918. Algo
que se reiteró con el régimen surgido del golpe de Estado de 1966, también con fuerte
presencia del catolicismo y del peronismo, que realizó una nueva y violenta interven‐
ción universitaria (Morero, 2016), una condición que con notorios vaivenes se prolongó
hasta mediados de los ’80.
Con estos posicionamientos, el radicalismo y su agrupación estudiantil, Franja
Morada, pretendieron convertir a la Reforma en la fuente de legitimidad para un régi‐
men universitario cuyas cuentas pendientes con la dictadura todavía son discutidas, con
una democracia estamental cada vez menos democrática y más estamental, y con una
voluntad de hierro por adaptarse a los dictados del capital en el siglo XXI. La Reforma
de 1918 fue, sobre todas las cosas, autonomía y co‐gobierno.

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Por el contrario, para los intérpretes de izquierda de la tradición reformista, los acon‐
tecimientos de Córdoba representan el derecho sagrado a la insurrección, el anti‐impe‐
rialismo y la lucha por una universidad libre de las ataduras de las corporaciones y com‐
prometida con el pueblo. Si hoy la universidad argentina no responde al modelo preten‐
dido por el Pacto de Bolonia, como ocurre en Chile, en parte se debe a la pervivencia de
estas tradiciones de la Reforma, que articulan a quienes se resisten a convertir de nues‐
tras facultades en enseñaderos low cost.
La Reforma no se encuentra en los homenajes de quienes administran un sistema uni‐
versitario en decadencia, que no cuenta con recursos para pagar sueldos que superen la
línea de pobreza. La Reforma vive en lo/as militantes que resistieron la Ley de
Educación Superior y recuperaron la FUBA. Son ellos y ellas quienes, con los métodos
de 1918, resistieron las acreditaciones de Facultades y Carreras a la CONEAU, un orga‐
nismo que atenta contra la autonomía, y lucharon por la democratización y el presu‐
puesto universitario.

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47
48
A cien años de la Reforma
Universitaria: Comienza la
unidad obrero – estudiantil
Carlos David Garberi
Universidad de Buenos Aires - IMPA

Resumen
El presente trabajo forma parte de una investigación para la tesis de Maestría en
Educación: Pedagogías críticas y problemáticas socio educativas, de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA. A su vez, es la continuación de una serie de investigacio‐
nes sobre la historia del movimiento estudiantil argentino que comenzaron hace algu‐
nos años bajo el marco de un grupo de investigación radicado en la Secretaria de
Extensión y Bienestar Estudiantil en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En el
presente artículo pasare revista a la Gazeta Universitaria del año 1919, órgano de la
Federación Universitaria de Córdoba (FUC), para analizar cuáles fueron los relieves de
la unidad del movimiento estudiantil cordobés con la clase obrera de la misma provin‐
cia, teniendo proyección a nivel nacional. El impacto de la revolución rusa y su ideario,
la primera guerra mundial, la crisis económica y la inflación, la lucha contra la ley de
residencia y la represión estatal, la luchar por las libertades democráticas, las acciones
conjuntas llevadas adelante, son los temas por los cuales a travesera este artículo. Pensar
la Reforma Universitaria como un movimiento dialéctico con las luchas sociales de toda
la provincia. Este movimiento de adentro hacia fuera, y viceversa, pone de relieve como
el movimiento estudiantil comienza un proceso que va del cuestionamiento de la uni‐
versidad al cuestionamiento de la sociedad.

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“El hecho es innegable. Desde el primer momento el obrero estuvo al lado del estudiante, alen‐
tándolo con su presencia, apoyándolo con sus armas de lucha. Pronto este acercamiento se troco
en íntima vinculación. Los gremios iban a la huelga por las campañas de los estudiantes, y estos
hacían lo propio con las del proletariado, entrando como en su casa a los locales obreros para dar‐
les conferencias y deliberar con ellos.”
Julio V. González, “Significación social de la reforma universitaria”, Conferencia en la
Facultad de Derecho de la UBA, 1923

En un trabajo anterior (Garberi, 2009) señalábamos que las capas medias y los secto‐
res de elite llegan a la Universidad con un bagaje ideológico y cultural que adquieren en
el seno de la familia y lo consolidan con la enseñanza media. En absoluta tensión con
este bagaje cultural e ideológico entran en contacto con lo más avanzado de la produc‐
ción intelectual. Esto lleva a que se produzca una transformación cualitativa en la estruc‐
tura mental de estos sectores, a la hora de reinterpretar la sociedad y su propio ámbito
de interacción intelectual. Se produce una nueva interpretación cultural. En este senti‐
do, la relación intelectual con el mundo produce el quiebre llevando a procesos de des‐
clasamiento, que permiten a estos sectores terminar cuestionando sus propios orígenes
de clase.
Al mismo tiempo, resulta importante aclarar la forma en que utilizamos la categoría
revolución. Para nosotros, la Reforma universitaria fue una verdadera revolución un
verdadero cambio profundo en la estructura social de las instituciones universitarias.
Los marginados, los silenciados, los ninguneados de la universidad subvierten el orden,
toman el poder y ponen a andar un nuevo tipo de universidad. A pesar del carácter libe‐
ral y reformista del movimiento y sus pensadores, la contradicción con la estructura
arcaica a la que se enfrentaron los llevó por la senda de una verdadera revolución. En el
andar del proceso los estudiantes fueron tomando conciencia de la necesidad de barrer
revolucionariamente las trabas que le imponía el viejo régimen. Así, observamos cómo
el programa cristalizado en el Manifiesto Liminar terminó imponiendo transitoriamen‐
te el gobierno de los estudiantes. A pesar de que los protagonistas de la reforma pudie‐
ron instrumentar a su favor “populismo temprano” (Drake, 1992) (Mackinnon y
Petrone, 1998) del gobierno de la Unión Cívica Radical (Rock, 1978), la experiencia de la
vinculación con ese gobierno y esa fuerza política les condujo a una conclusión funda‐
mental: que, si no tomaban en sus propias manos los destinos de sus reclamos, la refor‐
ma nunca hubiera dado a luz. Por otro lado, creemos que la reforma universitaria termi‐
nó constituyendo un efecto boomerang para América Latina. Las oleadas revoluciona‐
rias que llegaron producto de la revolución rusa de octubre de 1917 tomaron dimensio‐
nes particulares en junio de 1918 en Córdoba, para terminar, desparramándose como
pólvora por todo el continente. En un trabajo reciente Hernan Camarero pone de relie‐
ve esta situación:
…Desde 1917, a partir de una huelga ferroviaria, se produjo en esa provincia un intenso fenómeno
de movilización y organización entre los obreros del calzado, de la madera, gráficos, albañiles, pin‐
tores, caleros y molineros entre otros. […] En 1918 estalló una combativa y exitosa huelga en el cal‐
zado, que consolidó el poder de la Federación Obrera local, constituida por la mayoría de los gre‐
mios de la ciudad de Córdoba, a partir del impulso de miembros del PSI. […] sus militantes fueron
los principales impulsores de la unificación de unos cuarenta sindicatos en la Federación Obrera
Provincial (FOP). […] La FOP se solidarizó con la Federación Universitaria Cordobesa (FUC) que, en
ese momento, recorría los claustros universitarios. La formación del Comité Pro‐Córdoba Libre da

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cuenta de ello. La FUC y los dirigentes estudiantiles e intelectuales (como Enrique F. Barros,
Deodoro Roca, Tomas Bordones y Saúl Taborda, entre otros), a su vez, daban respaldo a las luchas
de los sindicatos y la FOP. Ambas entidades expresaron abiertamente su simpatía con la Revolución
rusa. La solidaridad obrero – estudiantil era entendida como clave para afrontar la lucha contra la
“oligarquía reaccionaria, conservadora y clerical” […] El acuerdo se expreso en iniciativas concretas:
en enero de 1919 la FOP, la FUC y el PSI organizaron una huelga general de 48 horas en la provin‐
cia en protesta por la represión policial‐militar de la Semana Trágica.” (Camarero, 2017:182‐184)

La reforma comenzó, en toda América, el camino del cuestionamiento de la universi‐


dad y derivó hacia el cuestionamiento de la sociedad. Para el movimiento estudiantil se
produjo un salto en conciencia y organización. Entre otros, la sociedad se nutrió de cua‐
dros que fortalecerían proyectos nacionales, antiimperialistas y socialistas.
En este artículo me propongo analizar la relación entre el movimiento estudiantil
Cordobés y el movimiento obrero, a través del seguimiento de varios números de La
Gaceta Universitaria, órgano de prensa del Federación Universitaria de Córdoba, corres‐
pondiente al año 19191. Para esto, trabajare, principalmente, desde una serie de catego‐
rías conceptuales y operativas de Antonio Gramsci (1981), entre ellas, las de hegemonía,
crisis orgánica, intelectuales, dirección intelectual y moral. A su vez, para dar cuenta de
las transformaciones operadas en la conciencia del movimiento estudiantil al calor de la
revolución universitaria, articulare el arsenal teórico gramsciano a las categorías de sub‐
ordinado y oprimido, para abordar la estrategia adoptada por los estudiantes en su rela‐
ción con el movimiento obrero.
Como propusimos en un trabajo anterior (Garberi et al, 2009) el carácter revoluciona‐
rio de la reforma universitaria puso de relieve un cuestionamiento al régimen que alber‐
ga relaciones controladas y monitoreadas por el vértice del estado capitalista. Los refor‐
mistas del 18 marcaron a fuego la ausencia de lo más avanzado de la ciencia dentro de
las aulas. Desarrollaron una pedagogía crítica a las formas de la enseñanza hasta llegar
a la raíz epistemológica reinante. El movimiento estudiantil se planteó el problema del
poder en la universidad: “El demos descansa en los estudiantes” proclamó el Manifiesto
Liminar aquel 21 de junio de 1918. Pero la alianza entre los estudiantes y un sector de
graduados de la Córdoba rebelde no se limitó a sostener el aislamiento de los muros
universitarios levantados por la tradición eclesiástica.

La Reforma en disputa, una nota al pie


Como señala Galfione (2002), se ha intentado a lo largo del tiempo limar las aristas
revolucionarias de la reforma hasta institucionalizarla y convertirla en un símbolo del
status quo.

De esta forma, la reforma ha quedado identificada con ciertas modificaciones (la asistencia libre o la
renovación periódica de los cuerpos académicos, por ejemplo) en la letra de alguna ordenanza; ha
sido clausurada quedando negada así en lo que ella, según sus realizadores, tenía de más propio: su
ser “proceso dinámico”. (Galfione, 2002)

Abordar la reforma más allá de los muros universitarios en que pretenden encorsetar‐
la, permite pensarla como un instrumento vigente de transformación social.
Procederemos a analizar la unidad del movimiento estudiantil en un contexto nacional
e internacional donde la correlación de fuerza entre la burguesía y la clase obrera se

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inclina a favor de esta última. Dicho en la crítica al aislamiento universitario por los pro‐
pios estudiantes:

…los profesionales de la política egoísta y los gobernantes por ellos elegidos enturbiaron las aguas,
que debieron ser puras, de toda educación, fue porque en la universidad no estuvo definida y clara
y fuerte la conciencia de su función social… (La Gaceta… nro 4, 1919: 6)

Es necesario retomar la lectura de la reforma en clave de la Filosofía de la Praxis, es


decir, tratando de comprender como los reformistas del 18, al cuestionar el status uni‐
versitario y vincularse con los sectores explotados de la sociedad, comienzan a construir
una dialéctica entre teoría y práctica.

De la transformación universitaria a la crítica activa de la sociedad


La reforma hace estallar una verdadera crisis orgánica en el mundo universitario. Los
mecanismos que legitiman el régimen político académico se desarticulan. En otros tér‐
minos, los subordinados transitan hacia una posición de dominados. Van tomando con‐
ciencia de la situación y actúan en consecuencia transformando revolucionariamente la
universidad. Y de esta crítica a la universidad con el tiempo va naciendo y profundizán‐
dose la crítica a la sociedad…

La tiranía del centavo influye en la felicidad y determina el sufrimiento físico del pueblo. El hambre
y el frío estragan su salud y debilitan su brazo y su cerebro. Pero lo más doloroso es la maldad de
los hombres envileciendo su conciencia…” (La Gaceta… nro 13, 1919: 1)

Es que la sociedad Argentina de 1918 también expresaba una situación de crisis, debi‐
do a que la correlación de fuerzas entre las clases, abierta con la Revolución Rusa a nivel
internacional, ponía la balanza a favor de los explotados. En este sentido, la crítica a la
sociedad de clases y la barbarie capitalista está presente en el espíritu de los reformistas
del 18:

Mientras el sistema de privilegios destine a un solo miembro al pequeño círculo que usufructúa toda
la naturaleza terrestre y los pueblos en que, sin trabajar, se sirve a expensas del pueblo; mientras el
pueblo – que es el cuerpo de la sociedad – se vea privado de los elementos necesarios para nutrirse
integra y suficientemente y careza de libertad para desarrollar sus actividades u organismo indus‐
triales, intelectuales y morales; mientras todos los hombres no vean siquiera respetado y protegido
el fruto de sus esfuerzos racionales, a la vez que palpan los abusos del monopolio, en la tierra, en el
gobierno, en el comercio, en la instrucción, etc., sería inútil o estéril toda tentativa parcial de mejora
social o democrática…La ignorancia y los atrasos de los pueblos, está en el crimen social que,
poniendo en manos de unos pocos la propiedad absoluta de la tierra, – y por consiguiente de todo
lo que ella puede producir, ‐ les ha entregado a esos pocos, a esa insignificante minoría, la vida, la
existencia física, intelectual y moral del resto de la humanidad. (Ferrer, 1919: 2)

Los estudiantes condenan la guerra imperialista


La crítica al genocidio Inter imperialista, conocido como Gran Guerra, la describe
como el instrumento de las grandes potencias capitalistas por la rapiña de los mercados,
arrastrando a los pueblos a una contradicción ajena a sus intereses:

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…Los grandes potentados de la tierra son los únicos impacientes. Ellos deciden, porque ellos man‐
dan. No les interesa saber si el pueblo sufre. No quieren comprender que la lección le ha impuesto
al mundo una era mejor y más humana. Que la brutal matanza de cinco años ha demostrado al
mundo que mientras decida el egoísmo de su suerte, no habrá paz, no habrá felicidad y no habrá
vida…el pueblo que trabaja, aquel que elabora con su propio sudor el pan para sus hijos, es pueblo
que no va ganando nada en la partida, pero que presta su sangre para satisfacer la ambición de sus
magnates… ¡Si hasta la tranquilidad del mundo es un comercio! (...) (La Gaceta… nro 13, 1919: 1)

La crítica a la guerra imperialista es implacable como guerra de clases que deja un ten‐
dal de muertos en las clases trabajadoras que “…no va ganando nada en la partida”.

La clase obrera tiene derecho a tener sus propias ideas


El movimiento estudiantil levanta su voz contra las persecuciones al movimiento
obrero y denuncia que la reacción de las clases dominantes se encuentra a la orden del
día, dado que, la burguesía tiene un temor cada vez más grande a un desborde revolu‐
cionario. Cuestiona a la sociedad civil que se organiza contra el proletariado, por medio
de las funciones que cumplen la Liga Patriótica y Asociación Nacional del Trabajo.
Señala a su vez, que los sectores dominantes, cuenta con la anuencia y complicidad de
los aparatos ideológicos y represivos del Estado, por medio de la legislación basada en la ley
de residencia y defensa social. En palabras de La Gaceta:

...Si dicen que le explotan, es anarquista. Si pide leyes que lo amparen ante la desenfrenada explota‐
ción de sus amos, es terrorista. Si protesta de su miserable condición de esclavo, es peligroso ¿Y
cómo no ha de serlo, si quienes deciden su suerte son sus propios amos y ellos disponen de la fuer‐
za y ellos pueden dictar leyes sociales y de residencia que los amparen?...las clases elevadas, las que
han podido gozar de los beneficios de la escuela, las que han conseguido abrir sus cerebros hacia
horizontes más amplios, las que tienen el deber de hacer felicidad del pueblo, esas se organizan mili‐
tarmente para matar al pueblo; esas, forman asociaciones del trabajo y se prestan a sitiar por ham‐
bre al obrero, y elevan la bandera nacional para enlodarla con su egoísmo y entonan el himno nacio‐
nal para callar la protesta popular, y usurpan el nombre de patria para disimular su verdadera anar‐
quía. Esta es la verdadera vergüenza de hoy. El pueblo debe callar porque la moral del momento no
permite decir la verdad y porque el orden social no permite que el que no tienen otra ocupación que
pasear en su automóvil o emborracharse en el cabaret, deje de multiplicar su capital por dos, por
cuatro o por cien. (La Gaceta… nro 13, 1919: 1)

Estos planteos son a su vez una disputa de sentido simbólico por construir una noción
de patria hegemónica alternativa a la de las clases dominantes. Esta batalla por imponer
una noción de patria justa, igualitaria, soberana tiene un fuerte sentido de radicalidad
democrática. El movimiento estudiantil la da en el plano ideológico, pero también la da
en las calles.

El 13 por la noche se congregaron en la plaza General Paz 12 mil pechos entusiastas y alborozados,
dispuestos a resarcirse de la forzosa continencia de cuatro días antes ¡Y a fe que lo hicieron cumpli‐
damente! El itinerario fijado se recorrió entonando la Marsellesa y vivando todo lo que el afecto
popular de Córdoba Libre tiene por más caro…el impedimento al Partido Socialista de ostentar su
bandera, pretexto de que era roja. Las autoridades de la F. U. dejaron constancia de su protesta por
el abuso (…) (La Gaceta… nro 15, 1919: 2)

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La Federación Universitaria contra la represión por las libertades democráticas


En un clima social de donde Asociación Nacional del Trabajo y la Liga Patriótica van
construyendo un concepto de patria hegemónico a servicio de los intereses patronales,
como señalamos anteriormente, el movimiento estudiantil pone blanco sobre negro:
“Todo el mundo se reparte en dos patrias. La patria de los privilegiados y la patria de
los desposeídos.” (Orgaz, 1919: 1)
Pero el movimiento estudiantil no se conforma con denunciar la situación, sino que se
plantea como un actor que articula un frente de resistencia a las políticas represivas, A
través de, por ejemplo, su participación en la Federación de Asociaciones Culturales de
Buenos Aires.
La Federación de Asociaciones Culturales de Buenos Aires se dirige al pueblo de la República para
denunciarle atentados inicuos a las libertades civiles más elementales… Millares de hombres han
sido aprisionados por el mismo motivo, y los hay entre ellos condenados a los largos año de cárcel,
después de sufrir castigo corporal, por delito insignificante para derecho común. La libertad de
prensa ha sido repetidamente violada, y se ha prohibido la venta de libros y folletos que circulan en
todo el mundo civilizado. Han sido censurados centros de cultura y bibliotecas que desempeñaban
una noble misión educador, y se ponen obstáculos a la celebración de reuniones públicas…se han
efectuado a la sombra de las leyes de residencia y defensa social, sancionada bajo la presión del
miedo, del interés subalterno de la ignorancia…se ha declarado la guerra al extranjero, sentimiento
que ya ha sido juzgado con frase decisiva por Alberdi: “La aversión al extranjero es barbarie en todas
partes, y en la América del sur es algo más: es causa de ruina y disolución”….¡Vergüenza da que aun
tengamos que gasta nuestras fuerzas en sostener estos principios, sancionados hace ya mas de una
centuria! (La Gaceta… nro 13, 1919: 6)

La apelación a los intelectuales de mayo y de la Generación del 37 es una constante


que pone a los estudiantes en la sintonía de una verdadera radicalidad democrática. Es esta
radicalidad la que une su derrotero al movimiento obrero en la lucha por la defensa de
las libertades democráticas y la cultura general para la población, que se refleja en el
combate por detener el cierre y destrozos de las bibliotecas populares, y en la lucha por
anular una legislación que es esencialmente reaccionaria.

De la denuncia a la acción
El movimiento estudiantil comienza a construir comités que le permitan junto a la
clase obrera y otros sectores, combatir las políticas represivas. De esta manera “La
Federación de Asociaciones Culturales se presenta al señor jefe de policía y expresa su
más formal protesta por la prohibición de realizar el mitin pro–afianzamiento de las
libertades constitucionales y derogación de las leyes de residencia y de defensa social y
revela como inexactos los fundamentos de dicha resolución” (Berman y Aprile, 1919: 2)

La clase obrera devuelve la solidaridad


La clase obrera no pierde oportunidad de mostrar su solidaridad con el movimiento
estudiantil apoyando su lucha hacia el interior de la universidad. Se está construyendo
una síntesis de los intereses de ambos movimientos.
Entre las múltiples manifestaciones de simpatía con que ha sido honrada la “Gaceta Universitaria”
desde su aparición, destáquese por su alto significado, la de la Federación Obrera Local

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Cordobesa...Nos dirige una carta estimulante su Secretario general, ciudadano Pablo B. López, en la
que dice que esa poderosa entidad desea cooperar, en la forma en que lo ha hecho, “a la realización de
los ideales que se ha propuesto la juventud estudiosa y progresista”. (La Gaceta… nro 15, 1919: 6)

La Federación obrera local resuelve protestar por inicuo atentado de que fueron víctimas el pueblo
y los estudiantes e incitar a estos a que perseveren en su lucha contra el jesuitismo y el dogma (…)
(La Gaceta… nro 13, 6)

La simbiosis que se va construyendo entre la clase trabajadora y el movimiento estu‐


diantil es cada vez más fuerte.

El movimiento estudiantil contras las leyes represivas


La lucha por las libertades democráticas es uno de los reflejos más claros de como la
revolución democrática traspasa los muros universitarios y se proyecta al conjunto de la
sociedad. El eje democrático fortalece y constituye un verdadero pilar para la unidad
obrera estudiantil. La exigencia al Estado Nacional de la derogación de las leyes conser‐
vadoras de residencia y defensa social. En este sentido los estudiantes conforman fren‐
tes políticos con otros sectores de la sociedad:
…la Federación Socialista, la Federación Universitaria, el Comité Femenino Córdoba Libre, y el Libre
Pensamiento, representados por los subscriptos, se constituyeron en comité de propaganda en favor
de la sanción del nuevo Código Penal que esta a estudio del Honorable Congreso de la Nación, y por
la derogación de la leyes de defensa social y de residencia. (La Gaceta… nro 15, 1919: 5)

De esta manera, junto a la Federación Socialista, llama a pasar a la acción:

La Federación Socialista ha tomado la siguiente resolución: Invitar a todas las agrupaciones cultura‐
les, gremiales y políticas que persiguen los propósitos enunciados a constituir un comité mixto con
el objeto de gestionar el decreto 4561 de 25 de junio de P.E. Provincial…Fijar el día 12 de julio a las
8:30 pm. para la reunión de delegados de las agrupaciones que resuelvan formar el mencionado
comité en el local Colon 115 de esta Ciudad. (La Gaceta… nro 14, 1919: 6)

El movimiento estudiantil es consciente de que debe luchar por una nueva dirigencia
moral e intelectual de la sociedad, que debe construir una nueva hegemonía. Por eso hace
de la defensa de las bibliotecas populares y los centros culturales una cuestión de índo‐
le estratégica:

…son esas bibliotecas o centros de cultura, cuyo fin exclusivo es la elevación mental y moral de los
trabajadores, de esas otras asociaciones, de la índole de “Córdoba Libre”, que sin estar formadas por
obreros o para obreros, por los sentimientos y ideales que animan a sus componentes, tienen fines
concordantes…sabe el proletario, tiene el hondo convencimiento de que la fuerza de sus opresores
reside, por una parte en las formas de producción, que les someten a una servidumbre económica,
y por la otra, en su ignorancia, en su falta de conocimientos, que le ponen a merced de la habilidad,
inteligencia o astucia de los que tanto han aprovechado la experiencia humana condensada en libros
y trabajos, para satisfacer sus egoístas ambiciones…se sabe que todos los grandes revolucionarios
han sido hombres de vasta cultura o de grandes sentimientos, y que toda revolución es precedida
por una intensa renovación espiritual. En ese sentido es que se dice que la ciencia desempeña un
papel revolucionario. Los trabajadores saben perfectamente que beneficio le han de proporcionar los

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conocimientos, tanto para comprender mejor los derechos que les asisten, cuanto para luchar con
éxito por su triunfo. (La Gaceta… nro 14, 1919: 6)

El movimiento estudiantil contra la inflación


En el marco de un proceso inflacionario que devoraba la capacidad adquisitiva de los
trabajadores, los comerciantes se amparan en leyes proteccionistas para justificar las
alzas en los precios de los productos básicos. Así se denunciaba en la Gaceta
Universitaria:

Continuó andando el tiempo y el amo encontró como desquitarse aumentando el precio de sus pro‐
ductos al amparo de leyes proteccionistas y especulando con el hambre popular. Acaparó los pro‐
ductos y luego impuso precios fabulosos que llevaron de nuevo la miseria al trabajador. (La Gaceta…
nro 17, 1919: 2)

Una vez más pasan de la denuncia a la acción directa, lanzando una campaña contra
la especulación en los precios de los productos de consumo para la canasta familiar, lla‐
mando a todo el pueblo a sumarse a la misma.

Lo entiende así la F. U. y ante detalles como el de las vergonzosas especulaciones que pueden evi‐
tarse, se empeña en llamar la atención de los poderes públicos ante la angustiosa situación que se ha
creado a las clases llamadas menesterosas de la sociedad con hecho como el de los precios…Al efec‐
to se propone iniciar una campaña en pro del abaratamiento de las subsistencias que culminara en
un mitin monstruo para el cual se cuenta con la indudable participación del pueblo entero. (La
Gaceta… nro15, 1919: 5)

El proceso ideológico: Del pensamiento reformista al revolucionario


Los estudiantes cordobeses se van a pronunciar frente a la crisis de la segunda inter‐
nacional señalando en la muerte de J. Jaures el punto de inflexión del fracaso de las polí‐
ticas reformistas llevada adelante por esta internacional. Frente a este proceso comien‐
zan por saludar la perspectiva soreliana del sindicalismo revolucionario.

El cadáver de Jaures fue el símbolo del fracaso definitivo de la paz conservadora del socialismo, es
decir del socialismo burgués. Esta dura hora de profunda renovación ha cavado un abismo entre dos
ideologías, entre dos métodos de acción. Los generosos propósitos reformistas de Jaures han cadu‐
cado definitivamente, y frente a ellos se levanta hoy victorioso el pensamiento de Georges Sorel que
encarna los altos ideales del sindicalismo revolucionario que sólo confía en la acción directa del pro‐
letariado. (La Gaceta… nro 17, 1919: 1)

El internacionacionalismo proletario se traslada al espíritu de unidad de movimiento


estudiantil mundial.

Los estudiantes socialistas revolucionarios de Francia envían un fraternal saludo a los estudiantes
del mundo entero. Como nuestros hermanos franceses reconocemos también nosotros la absoluta
necesidad de grandes transformaciones económicas y sociales que culminen con la definitiva aboli‐
ción del orden capitalista de la sociedad. (La Internacional del Espíritu, En Gaceta Universitaria, Año
II, número 18: pág. 5)

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La revolución rusa marcó la dinámica de la radicalidad democrática entrelazando las


reivindicaciones del horizonte democrático burgués con las socialistas. Así lo empeza‐
ron a clarificar los estudiantes rebeldes de Córdoba cuando señalan las diferencias entre
los interlocutores y las perspectivas trazadas por la democracia liberal norteamericana
y la revolución rusa.

Los trabajadores del mundo, los desheredados, los rebeldes, los utopistas, los miserables de todas par‐
tes siguen con amor a ese hombre que anima la gran Revolución Rusa, Lenin…La lucha se ha iniciado
más formidable entre aquellos mismos principios democráticos, y los inminentemente sociales de la
Revolución Rusa: entre Wilson y Lenin, aquel se dirige a los gobiernos aliados, éste habla a los traba‐
jadores del mundo. ¿Cuál triunfará? Quién sabe si como dice Román Rolland: “el reloj del mundo esta
atrasado y hay que ponerlo a la hora con el de Petrogrado” (La Gaceta… nro 17, 1919: 6)

Reflexiones Finales
La Reforma del 18 abrió una crisis orgánica a partir de un proceso de radicalidad
democrática que puso al movimiento estudiantil a pensar un nuevo tipo de intelectual a
partir de pasar de una consciencia de subordinado a una de oprimido, reconociendo las
relaciones antagónicas con las castas dominantes. La alianza con el movimiento obrero
llevó a trasladar la conciencia revolucionaria al plano de la sociedad, a través de la acción
directa en la defensa de las libertades democráticas, de las condiciones materiales de vida
y de la cultura como forma de elevación del ser humano. Más allá del discurso hegemó‐
nico sobre la reforma en la actualidad que la reduce a un hecho universitario. La presen‐
te indagación me permite formular la hipótesis de que el movimiento estudiantil de la
Córdoba del 18 fue de la crítica de la universidad a la crítica a la sociedad. Un abordaje
articulado con otras fuentes me permitirá poner a prueba dicha hipótesis.

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Notas
1 Para este trabajo se han consultado los números 13 a 21 de La Gaceta Universitaria, correspondientes al segun‐
do año de esta publicación. Fueron publicadas entre abril y septiembre de 1919. Archivo del Museo Casa de la
Reforma Universitaria, UNC.

Bibliográfía
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58
La reforma universitaria
de 1918. Fundación
del movimiento estudiantil
latinoamericano
Gabriel Solano
Legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (FIT/PO)

Resumen

Hace 100 años los estudiantes cordobeses encendieron la llama de la Reforma


Universitaria. Aunque este proceso comenzó en la atrasada y clerical provincia de
Córdoba, no tardó en extenderse a otras universidades del país y, desde ahí, a toda
América Latina y el mundo. Con la bandera de la Reforma Universitaria se funda el
movimiento estudiantil americano y toma forma su programa por la participación estu‐
diantil en el gobierno de casas de altos estudios, la autonomía universitaria, la docencia
libre y la extensión universitaria.

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Reeditamos a continuación un texto de Gabriel Solano publicado en la revista En Defensa del


Marxismo Nro 20, de mayo de 1998, en ocasión del 80 aniversario de la reforma universitaria de
Córdoba. El texto ha sido revisado y modificado con el objeto de concretar esta nueva publica‐
ción.

La Reforma representó mucho más que un mero episodio estudiantil. Tuvo presente
desde un primer momento el ímpetu de los sectores medios en un contexto más gene‐
ral determinados por la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa y el ascenso general de la
clase obrera europea de la primera posguerra. Si este proceso influirá decididamente en
el auge del movimiento reformista, la derrota de la revolución y el equilibrio capitalista
que se dará a mediados de la década del 20 jugarán en su contra.

La reforma Universitaria es parte fundamental de la historia de América Latina.


Varias generaciones posteriores fueron tributarias de este movimiento: de sus filas sur‐
girá en la década del 20 el planteamiento de formar un movimiento nacionalista de con‐
tenido burgués capaz de viabilizar un desarrollo capitalista similar al de los países cen‐
trales en nuestro atrasado y semicolonial continente. Este será el programa del APRA
peruano, fundado por uno de los máximos dirigentes reformistas, Haya de la Torre.
También de las filas de la Reforma surgirá el cubano Mella, fundador del PC cubano,
que pasará por arriba del reformismo y proclamará la inviabilidad de los objetivos de la
Reforma fuera del cuadro de la revolución social acaudillada por la clase obrera.

Por último, a modo de introducción, debemos señalar que uno de los mayores méri‐
tos de la Reforma es que puso de manifiesto la unidad de la transformación educativa y
cultural con la transformación social y política de la sociedad. Nada más alejado para un
estudiante reformista que el apoliticismo o el academicismo, entendidos como variantes
que rechazan la vinculación del movimiento estudiantil con la lucha política y social.
Los reformistas no dudaron en apoyar a partidos políticos cuando pensaban que estos
favorecían su lucha; de la misma manera cuando consideraron que éstos no existían
resolvieron fundarlos, e incluso llegaron a combatir los partidos que ellos habían funda‐
do cuando vieron que no respondían a sus intereses y se lanzaron a construir otros nue‐
vos. Es por eso que el estudio de la Reforma, y de los diversos caminos que eligieron sus
protagonistas, mantiene hoy todo su interés para la juventud.

La universidad anterior a la Reforma

Las universidades argentinas se regían por una ley dictada en 1885. Valía tanto para
las universidades de Córdoba, La Plata o Buenos Aires. En estas dos últimas, sin embar‐
go, se habían realizado reformas para darle una cierta participación al cuerpo docente
compuesto por la elite liberal. La intención de la clase dominante era limitar las atribu‐
ciones del clero que hasta el momento gozaba de toda clase de prebendas y dotar al
Estado de un personal político propio. Esto llevo a que en el terreno educativo los insti‐
tutos dependientes del episcopado perdieran la atribución de expedir títulos habilitan‐
tes, atribución que se le dio a la Universidad de Buenos Aires.

Los cambios en la educación superior fueron reflejando los cambios en las principa‐
les ciudades del país, principalmente en Buenos Aires. “Desde 1869 a 1914, la población
argentina casi se había quintuplicado. Los extranjeros, que en 1869 no pasaban de
210.292, cuarenta y cinco años más tarde sumaban 2.357.292, o sea el 30 % de la pobla‐

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ción total”(Ciria y Sanguinetti, 1983: 21). Con el aumento de la población se fue gestan‐
do una clase media urbana que empezó por presionar para una democratización del
acceso y la organización misma de la universidad. Esto produjo que en las universida‐
des, que hasta el momento eran un coto cerrado de las clases dominantes, la matrícula
tienda a un crecimiento incorporando a nuevos sectores. En la universidad de Buenos
Aires, por ejemplo, la matrícula pasó de 4.000 estudiantes en 1910 a 10.000 en 1918. Para
contrarrestar esta tendencia surgieron los proyectos educativos para introducir en el
educación media la enseñanza técnica para alivianar la presión sobre la educación supe‐
rior. En forma simultánea aparecía en escena una nueva clase social, el proletariado, que
ya tenía para principios de siglo una fuerte organización gremial; en 1896 se había fun‐
dado el primer partido obrero del país, el Partido Socialista.

En la universidad de Buenos Aires ya se habían manifestado los primeros signos de


malestar. En 1871 a raíz del suicidio de un estudiante provinciano aplazado en la facul‐
tad de Derecho los estudiantes realizaron una reunión y “osaron votar en favor de cier‐
tas reformas del régimen de estudio”(Halperín Donghi, 1962). La protesta, sin embargo,
no pasó a mayores. Desde 1903 hasta 1906, un movimiento huelguístico paralizó la
Universidad de Buenos Aires e inspiró la fundación del centro de estudiantes de
Medicina e Ingeniería, en 1904, de Derecho al año siguiente, y la Federación
Universitaria de Buenos Aires el 11 de setiembre de 1908. Ante estos acontecimientos el
diario La Nación recomendaba eliminar a los “elementos hetereogéneos” que “invaden
la Universidad”.

La universidad de Córdoba

Estos antecedentes ordenaron la rebelión que iba a producirse en 1918. No era casual,
tampoco, que esta estallara en Córdoba.

La ciudad es un claustro encerrado entre barrancas; el paseo es un claustro con verjas de fierro; cada
manzana tiene un claustro con monjas y frailes; los colegios son claustros; toda la ciencia escolástica
de la Edad Media es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia, contra todo lo que salga
del texto y el comentario. Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que no sea Córdoba.
(Facundo, 1998)

Este comentario de Sarmiento coincide con el clima que nos transmite J. B. Justo sobre
su universidad:

Entrar en la vetusta casa en que funciona la universidad de Córdoba es caer bajo la obsesión de imá‐
genes eclesiásticas. En medio del patio nos encontramos con una gran estatua de fray Trejo y
Sanabria, estatua bastante pesada para que no pudiera ser volteada a lazo en la última revuelta estu‐
diantil. (Justo, 1933: 280)

No fue casualidad que una de las consignas coreadas por los estudiantes cordobeses
era “Frailes NO”.

Los cambios que se habían realizado en las otras universidades ya para 1917 no habí‐
an llegado a Córdoba. Desde su fundación, en 1614, por los jesuitas la universidad no
había perdido su aspecto monacal. Se estudiaba todavía el derecho público eclesiástico
y canónico, y se enseñaba en filosofía del derecho que “la voluntad divina era el origen

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HIC RHODUS. DOSSIER: LA REFORMA DEL ‘18 CIEN AÑOS DESPUÉS. N U M E R O 14. A G O S T O DE 2018

de los actos de los hombres”. El juramento profesional se prestaba indefectiblemente


sobre los evangelios. Sus estatutos establecían que “los cuerpos directivos no se renova‐
rán jamás” y solo un tercio de los mismos eran ocupados por profesores que tenían cla‐
ses a cargo. Sus integrantes eran designados por las denominadas “academias”, corpo‐
raciones completamente dominadas por el clero y la reacción. Una suerte de logia secre‐
ta, denominada Corda Frates1, vinculada al arzobispado, tutelaba de hecho la casa de
estudios.

1917‐ Comienzo de la Reforma

Cuando transcurría el año 1917 comienzan los primeros signos de renovación. En el


país crecía el número de huelgas y la fuerza de los sindicatos. El Partido Socialista
aumentaba su representación parlamentaria e Hipólito Yrigoyen, candidato de un par‐
tido nuevo, la Unión Cívica Radical, era consagrado presidente de la nación por el sufra‐
gio universal, desplazando a los sectores más conservadores del gobierno.

Las movilizaciones estudiantiles se concentraron especialmente en dos reclamos: el


del centro de estudiantes de Ingeniería contra la “ordenanza de decanos”, que estable‐
cía nuevas condiciones de asistencia a clases; y el centro de estudiantes de Medicina que
denunciaba la supresión del régimen de internado en el hospital de Clínicas. Esta pro‐
testa se amplió luego a otros aspectos de la organización y funcionamiento de la Escuela
de Medicina y de su régimen docente.

En 1918, al iniciarse nuevamente las clases, los estudiantes vuelven a plantear sus
reclamos. Se realizaron las primeras asambleas convocadas por los centros de estudian‐
tes de Medicina e Ingeniería y se resolvió ir a la huelga si no se cumplían sus reclamos.
El 10 de marzo se realiza una movilización callejera, de la que participa también la facul‐
tad de Derecho. Se funda el Comité Pro‐Reforma que dirigió el movimiento hasta que
se fundó la Federación Universitaria de Córdoba (F.U.C.) el 16 de mayo de 1918.

Como las autoridades habían resuelto no tomar en cuenta los reclamos estudiantiles,
el 14 de marzo el Comité pro Reforma da a conocer su primer documento en el que
llama a la huelga general por tiempo indeterminado. El documento denunciaba que la
“La Universidad Nacional de Córdoba amenaza ruina” y que el “estado de cosas impe‐
rante en lo relativo a los planes de estudio, como la organización docente y disciplina‐
ria dista en exceso de lo que debe constituir el ideal de universidad argentina”. El obje‐
tivo inicial, entonces, trata de provocar modificaciones frente a una situación docente
insostenible, pero no incorpora todavía el reclamo de la participación estudiantil en el
gobierno universitario. En definitiva, lo que se buscaba era que la Universidad cordobe‐
sa se pusiese a la altura de las de Buenos Aires y la Plata, mediante el camino de presio‐
nar al gobierno de Yrigoyen obligándolo a intervenir.

El 1 de abril, día de comienzo de clases, era una fecha clave para los estudiantes. Se
iba a comprobar si la orden de huelga era escuchada o no. La huelga fue total; ni un estu‐
diante concurrió a clases. Las autoridades deciden contraatacar y resuelven clausurar la
universidad debido a “los reiterados actos de indisciplina que públicamente vienen rea‐
lizando los estudiantes”. Las autoridades le comunican al ministro de instrucción que
“los jóvenes huelguistas firmes en su empeño revolucionario y de franca rebeldía, pro‐
nunciándose en reuniones públicas con graves dicterios contra las autoridades de la

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casa, cometiendo atropellos contra los estudiantes pacíficos que desean inscribirse, lle‐
garon el día 1, señalado para la inauguración de los cursos a los mayores extremos de
insubordinación.

También el Comité pro Reforma se dirige al gobierno nacional solicitando la interven‐


ción. Esta es decretada el 11 de abril y es nombrado para la tarea José N. Matienzo. Los
estudiantes ven a la intervención como un triunfo y resuelven levantar la huelga. El
gobierno radical es considerado como un aliado para terminar con la vieja dirección cle‐
rical y conservadora. Los estudiantes esperan que a partir de una colaboración mutua
de los estudiantes y el interventor se puedan imponer hombres que compartan sus prin‐
cipios en la dirección de la Universidad.

15 de junio, huelga general

Córdoba entra nuevamente en un período de calma. El 19 de abril se reanudan las cla‐


ses y las primeras medidas de Matienzo son similares a las que solicitan los estudiantes.
El interventor anuncia un proyecto de reformas de los estatutos que termina con la
inamovilidad de los cargos directivos ya que estos han “producido una verdadera
anquilosis al organismo universitario”. Las reformas de los estatutos (Reforma
Matienzo) dan participación en la elección de consejeros y del rector al cuerpo de pro‐
fesores. Con este cambio los estudiantes se mostraban satisfechos. Aunque la reforma no
les daba participación, ellos tampoco la solicitaron.

Matienzo resuelve decretar vacantes todos los cargos de rector, decanos y académicos
con antigüedad mayor a 2 años; ¡sólo 7 quedaron en sus puestos! Se convocan eleccio‐
nes para todos los cargos vacantes. En la primera elección, realizada el 28 de mayo, para
elegir a todos los decanos, vice‐decanos e integrantes de los Consejos Directivos triun‐
fan los candidatos que contaban con el apoyo estudiantil. Matienzo considera que se
“abre una nueva época de existencia” para la universidad de Córdoba y da por finaliza‐
da la intervención.

Quedaba por cubrir el cargo principal, el de rector, para lo cual se convocó a la


Asamblea Universitaria (reunión de todos los Consejos Directivos) para el 15 de junio.
Los estudiantes, aunque no tenían participación directa, sabían que su presión iba a ser
fundamental. Decidieron participar de lleno en la campaña electoral y postularon como
su candidato a Enrique Martínez Paz, “Joven profesor destacado por su ilustración, des‐
vinculado de los antiguos círculos universitarios y de una reconocida y probada orien‐
tación liberal” (González, 1998: 46). Un día antes, el 14 de junio, en el teatro Rivera
Indarte, la F.U.C. realizó un acto público para defender su candidatura.

La composición mayoritariamente liberal de la asamblea hacía prever un triunfo del


candidato apoyado por los estudiantes. La Corda Frates levantaba como candidato a
Antonio Nores. Los estudiantes habían concurrido en masa a la universidad esperando
festejar el triunfo de su candidato. Pero en contra de lo previsto, luego de dos votacio‐
nes fallidas la Asamblea Universitaria elige como rector al candidato de la Corda Frates,
Antonio Nores. Cuando los estudiantes se enteraron de lo que sucedía en la Asamblea
invadieron la sala, desalojaron a la “canalla” y no dieron tiempo a la consumación legal
del triunfo. Los gendarmes, que rechazan la intimación para abandonar la universidad,
son arrollados hasta la puerta de la calle.2 La juventud se radicaliza cuando elementos

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mercenarios que actuaban como guardaespaldas intentan sacar sus cuchillos para agre‐
dir a los estudiantes. Los estudiantes, incluso, intentan incendiar el viejo edificio de la
Compañía de Jesús. Cuando esto sucedía, y los consejeros se escondían de los tumultuo‐
sos, Horacio Valdés, dirigente de la Federación Universitaria de Córdoba, ocupando el
pupitre del rector, escribe en un papel unas frases y lee la orden del día: “La asamblea
de todos los estudiantes de la Universidad de Córdoba decreta la huelga general. Junio
15 de 1918”.

Los estudiantes ganan la calle y recorren la ciudad de Córdoba vivando la huelga


general. Se dirigen al movimiento estudiantil del país: “Necesitamos saber que no esta‐
mos solos, que es uno el honor de los estudiantes argentinos. Reclamamos con urgencia
de nuestros camaradas el pronunciamiento de la huelga general universitaria”. La adhe‐
sión no se hace esperar y se decreta la huelga en todas las universidades del país.
Rápidamente, el movimiento gana la adhesión de los sindicatos obreros de la provincia
y del conjunto de la población. La prensa de la época testimonia de marchas de simpa‐
tía en diferentes provincias y ciudades como Rosario, Corrientes, Paraná, Bahía Blanca,
San Juan, Catamarca, Santiago del Estero, etc. En Córdoba las movilizaciones superan
las 10.000 personas (los estudiantes universitarios no superan los 1.500). El movimiento
estudiantil secundario también se pliega a la lucha y realiza su primera huelga general
de la historia.

Programa. El demos universitario

Los acontecimientos del 15 de junio sepultan la ilusión de que es posible concretar las
reivindicaciones de los reformistas a través de la intervención desde arriba del gobierno
radical. La alianza entre el movimiento estudiantil y la docencia liberal se fractura. El
movimiento reformista entra en una nueva etapa.

El programa de la Reforma va tomando forma a partir de la propia experiencia del


movimiento de lucha de la juventud. El movimiento reformista se considera como la
fuerza vital de la universidad, invirtiendo el planteo que hacía del “cuerpo de profeso‐
res” el depositario natural de la autoridad y del sentido mismo de la existencia de la
enseñanza. Si la finalidad de las escuelas y universidades es que la juventud adquiera
los conocimientos acumulados por la humanidad, razonaron los reformistas, nadie más
que la juventud sabe cómo organizarse para realizar esta tarea. Este fue el criterio que
prevaleció en las primeras universidades aunque en otro contexto histórico. Se trataba
todavía de la sociedad medieval y la Universidad era el reducto privilegiado de los hijos
de las nobles clases dominantes: eran los únicos que podían elegir y ser elegidos para
los organismos directivos. Sin embargo, cuando en la universidad empezaron a entrar
miembros de otras clases sociales el Estado le dio el mando de la universidad al “cuer‐
po de profesores” para regimentar a los nuevos contingentes juveniles. Fue un interés
político y social y no pedagógico el que determinó la composición del gobierno univer‐
sitario. El espíritu medieval y de casta fue encarnado ahora por la “oligarquía docente”
asociadas estrechamente con el clero.

Los estudiantes del 18 debieron hacer su propia experiencia. Intentaron primero ejer‐
cer presión sobre la intelectualidad liberal del propio “cuerpo de profesores” para desig‐
nar a un Rector afín a sus reclamos. Sin embargo, en el momento de votar, los profeso‐
res se habían inclinado por el candidato de la reacción.3 Entonces, los estudiantes se

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levantaron y declararon su propia revolución universitaria, formulada a través de su


Manifiesto Liminar: “La Federación Universitaria de Córdoba reclama un gobierno
estrictamente democrático y sostiene que el ‘demos universitario’, el derecho a darse el
propio gobierno radica principalmente en los estudiantes”. Surgió de esta manera el
planteamiento del cogobierno tripartito e igualitario (docente‐graduados y estudiantes).
Este principio, sin embargo, no tuvo nunca vigencia ya que todos los gobiernos hicieron
de la limitación y hasta de la eliminación de la participación estudiantil una cuestión de
Estado.

Democracia, autonomía, docencia libre y cátedra paralela

La crítica reformista al sistema educativo fue tomando, entonces, una dimensión más
general:

Exigimos una educación sin pretales ni anteojeras, que prepare a los hombres para la vida en lugar
de acondicionarlos para todos los despotismos. Por eso penetramos a los templos deslumbrantes de
luces y oro y rompimos en las manos de los charlatanes de feria el instrumento del vasallaje con que
atan las conciencias a todos los dolores y las miserias de este mundo ensombrecido por la bajeza y
la mentira cristiana. (González, 1998: 92)

La crítica al sistema educativo se proyectó como crítica al régimen social, en función


de un “ideal democrático” (poco a poco y en virtud de la diferenciación interna del
movimiento reformista, sus planteamientos empezaron a abordar las contradicciones
mismas de la propia ¨democracia¨, la realidad del antagonismo entre las clases sociales,
la unidad del estudiantado con la clase obrera en torno a una transformación global de
los fundamentos de la sociedad burguesa moderna). Desde un principio, entonces, la
democracia estudiantil se planeó desenmascarando el papel contrarrevolucionario del
clero, su alianza con los sectores conservadores. Se denunció la “mentira cristiana”
como un dogma anticientífico, cuya función es la de propagandizar entre las masas un
espíritu conformista a cambio de una realización futura en el ¨mundo de los cielos¨.

La autonomía fue concebida, en este contexto, como la facultad de los estudiantes de


dirigir la Universidad sin la intromisión de los poderes del Estado, en el ámbito propio
de la deliberación y la decisión libre de los alumnos y maestros despojados de toda otra
autoridad que su propia capacidad docente. El movimiento estudiantil sentó así las
bases para la autodisciplina, asentada en una aspiración y una lucha común también
expresada en el Manifiesto Liminar: “El concepto de autoridad que corresponde y acom‐
paña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede
apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La
autoridad en un hogar de estudiantes no se ejercita mandando, sino sugiriendo y aman‐
do: enseñando”. Es decir, convivencia de estudiantes y docentes sin necesidad de
“reglamentos disciplinarios”. Estos son extraños a “la sustancia misma de los estudios”,
su función es la represión y la regimentación de la juventud. Consecuentes, los reformis‐
tas plantearon el principio de la libre asistencia a clases, para que ninguna compulsión
reglamentaria forzara el presentismo.

Los planteamientos reformistas apuntaban a quebrar el monopolio político y cultural


del Estado en la educación. Por eso mismo se introdujo en el ámbito docente un princi‐
pio innovador: la docencia libre. Esta establecía que cualquier persona que acredite los

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conocimientos necesarios para ejercer la docencia pudiera hacerlo, aun en el caso de que
no formare parte de la “estructura docente” manipulada por la burocracia estatal. La
selección de los docentes debía darse por concurso, en el que los estudiantes debían
tener participación. Se garantizaba la libertad de pensamiento tanto para el docente
como para el estudiante que podía elegir entre diferentes cátedras. A la vigencia prácti‐
ca de este reclamo se lo denomina “cátedra paralela”.

Extensión universitaria

Otro de los principios más importantes de la Reforma es el de la extensión universi‐


taria. Los estudiantes no debían recluirse en los claustros sino vincularse “al conjunto
del pueblo”. Como dijo Deodoro Roca, una de las figuras más destacadas del movimien‐
to juvenil, “el solo universitario es una cosa espantosa”. La extensión universitaria era
consideraba una obligación del estudiante que debía devolver al “pueblo” los conoci‐
mientos que había podido adquirir en la universidad.

De este modo todavía vago y genérico el movimiento estudiantil de la Reforma plan‐


teó la necesidad de unirse al resto de la sociedad como una herramienta para desarro‐
llar su propio movimiento. Surgieron así las “universidades populares”, a las que acce‐
dían sectores de los trabajadores para tomar clases dictadas por los estudiantes. Es en el
desarrollo mismo de este movimiento que se evidenció rápidamente una división. Por
un lado, una tendencia (la mayoritaria) que vio en la extensión universitaria una suerte
de filantropía social y pedagógica como sinónimo de la transformación social. Por el
otro, como fue el caso del movimiento estudiantil cubano dirigido por Julio Antonio
Mella, se partió de la idea de que no era factible la revolución de la sociedad sin la revo‐
lución de la clase obrera. En consecuencia, el planteamiento de las extensión universita‐
ria y de las Universidades Populares se percibió como una forma de unidad obrero estu‐
diantil de carácter revolucionario, o sea de lucha contra el capitalismo.

La universidad bajo poder estudiantil

Luego del 15 de junio la situación había entrado en un impasse. El Rector vinculado a


la Corda Frates había renunciado luego que los estudiantes le impidieron asumir su
cargo. De esta forma, otra vez, las miradas iban hacia el presidente Hipólito Yrigoyen.
Los estudiantes, que lo consideraban su aliado, reclaman nuevamente la intervención
para que se cumplieran sus reclamos. El gobierno accede y el 2 de agosto el gobierno
nombra a Enrique Susini como interventor. Pero su persona, por ser considerado muy
izquierdista, desató la crítica de los sectores clericales que lograron que la intervención
no se haga efectiva.

Yrigoyen decide entonces nombrar al propio ministro de educación, José Salinas,


como interventor. Sin embargo, pasan los días y la intervención no llega. Los estudian‐
tes que comprenden que el tiempo conspiraba contra ellos deciden dar uno de sus pasos
más audaces. El 9 de setiembre ocupan la universidad y deciden asumir la función de
gobierno de la misma. “Mientras llega la intervención...” ‐decía un comunicado de la
Federación‐ “...se coloca a la universidad bajo superintendencia de la federación”. Se
nombran a tres estudiantes como decanos y se procede a nombrar a los profesores inte‐
rinos. Se constituyen mesas de examen y, contra lo esperado, muchos estudiantes

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reprueban. La facultad estaba en manos de los estudiantes. Para demostrarlo el prose‐


cretario de la Universidad fue descendido a mayordomo y su lugar ocupado por un
estudiante.

Los estudiantes habían invitado “al pueblo a la inauguración de las clases”, pero esta
no pudo realizarse porque el ejército, enviado por el gobierno nacional, ocupó la univer‐
sidad siendo detenidos todos los ocupantes. Sin embargo, esa misma tarde, el interven‐
tor informó a la Federación que “saldrán el miércoles 11”. Los estudiantes habían cum‐
plido su objetivo. El proceso contra los detenidos fue pronto olvidado.

La llegada del interventor José Santos Salinas fue festejada por los estudiantes como
un triunfo. Pronto se modifican los estatutos y se incorporan todos los principios de la
Reforma: autonomía, participación estudiantil en el gobierno universitario, docencia
libre, extensión universitaria y asistencia libre a clases. Después de varios meses de
lucha la Reforma Universitaria parecía un hecho. Rápidamente la Reforma se extiende
por todo el país. En las universidades de Buenos Aires, La Plata, Litoral y Tucumán los
estudiantes logran imponer los principios reformistas. Hacia 1921 la Reforma regía en
todas las universidades argentinas.

Con el prestigio de la Reforma a su favor los estudiantes argentinos son recibidos con
gran entusiasmo en el Congreso Internacional de Estudiantes que se reúne en México en
1921. “Mexicanos y argentinos dominaron el congreso con su devoción ardiente a las
ideas de regeneración social e impusieron las resoluciones adoptadas al fin y publicadas
como fruto de aquella asamblea” (Henríquez Ureña, 2016: 140). Así la reforma adquie‐
re prestigio mundial y rápidamente se expande durante más de una década por los paí‐
ses de América Latina.

Contrarreforma

Cuando en 1922 Yrigoyen es sucedido en el cargo por Marcelo T. de Alvear la situa‐


ción nacional e internacional estaba dando un viraje. La guerra mundial había finaliza‐
do. El capitalismo a nivel mundial estaba logrando cierta estabilización. La revolución,
que había nacido en Rusia en 1917, no logró, como esperaban sus máximos dirigentes,
triunfar en los principales países europeos. Aparecía, por primera vez, la sombra del fas‐
cismo en Europa. En el ámbito local la situación también tendía a estabilizarse y dismi‐
nuían el número de huelgas.

Alvear, que pertenecía al ala derecha del radicalismo, se apoyó en los sectores conser‐
vadores enemigos de la reforma. En noviembre de 1922 decide tomar la ofensiva y
ocupa con el ejército la Universidad del Litoral. La misma suerte corre la Universidad
de Córdoba. El poder en la universidad vuelve a estar en manos de las camarillas de
profesores. Para esto se reforman los estatutos limitando la participación estudiantil en
el cogobierno. Los estudiantes pueden elegir tres de los once miembros de los consejos
directivos, pero estos tres deben ser profesores. También en la Universidad de Buenos
Aires y en la de Tucumán se modifican los estatutos con un sentido antirreformista. Una
a una las conquistas estudiantiles son eliminadas de las universidades argentinas.

En 1928, con el regreso de Yrigoyen a la presidencia, la Reforma parece recuperar


terreno pero rápidamente vuelve a ser pisoteada cuando Uriburu, en 1930 y con un
golpe de Estado, derriba al caudillo radical. En solo dos meses interviene todas las uni‐

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versidades del país, elimina las conquistas reformistas y somete al movimiento estu‐
diantil a una intensa represión.

Las conquistas democráticas de la reforma solo pudieron sostenerse con la moviliza‐


ción intensa de los estudiantes y dentro de un contexto internacional favorable. Ni bien
estos factores no estuvieron presentes los gobiernos eliminaron las reformas estableci‐
das y colocaron el poder de la universidad en manos de las castas de profesores. Como
ahora vamos a ver, este proceso no se limitó a nuestro país sino que se replicó en otros
países. La Reforma mostró, entonces, su incompatibilidad con el régimen social vigen‐
te. Esta incompatibilidad exige superar los límites de la propia reforma, es decir su pre‐
tensión de hacer de la universidad y del mismo estudiantado la fuerza social dirigente
de la transformación social. Este debate es el que ganará rápidamente la atención de los
dirigentes reformistas.

La reforma cobra dimensión continental

Desde finales del siglo pasado la penetración del capital extranjero había creado en las
grandes ciudades del continente una clase media que pugnaba por ingresar en la uni‐
versidad. Su pretensión, sin embargo, chocaba la estructura medieval de éstas, que tení‐
an como función formar a los hijos de las clases dominantes. Esta contradicción fue la
base para que la chispa que se encendió en Córdoba en 1918 prendiera rápidamente
hasta expandirse durante más de una década por todo el continente. El fuego sacudió
primero al Perú, luego a Chile y Cuba, a Colombia, Guatemala y Uruguay. Una segun‐
da oleada, se dará en la década del 30 en el Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela
y México.

Los acontecimientos en los otros países del continente mantienen una similitud con
los ocurridos en Argentina. En Perú, por ejemplo, en las universidades que eran “acapa‐
radas intelectual y materialmente por una casta generalmente desprovista de impulso
creador no podían aspirar siquiera a una función más alta de formación y selección de
capacidades” (Mariategui, 2018) estalló en 1919 la rebelión estudiantil. Con su vista
puesta en Córdoba, la juventud peruana levantó las banderas de la Reforma
Universitaria.

En el país también el proceso político más general mantenía semejanzas con el argen‐
tino. La casta de los “civilistas”, representantes de los sectores más conservadores de la
oligarquía era derribada para dejar el poder a los sectores más liberales comandados por
Augusto Leguía, que asume el gobierno en julio de 1919. Leguía, llega al poder apoya‐
do por los estudiantes que lo consideran “maestro de la juventud”. Rápidamente las
demandas estudiantiles son cumplidas y se dicta una ley universitaria que incorpora las
pretensiones estudiantiles.

Sin embargo, el gobierno de Leguía, ni bien desplazó del poder al sector conservador
se convirtió él mismo en representante de las clases dominantes aliadas al imperialismo
y al clero. En 1923, el gobierno reprime una movilización estudiantil matando a dos
estudiantes. Las reformas son eliminadas de la Universidad. Víctor Raúl Haya de la
Torre, el máximo líder estudiantil, se debe exiliar en México.

En Chile, los estudiantes también habían proclamado su lucha por la Reforma de las
universidades. Decidieron apoyar, para esto, a un candidato liberal, Arturo

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Alessandrini, que disputaba el poder con el sector más conservador. Luego de ganar las
elecciones, Alessandrini seguirá el ejemplo de los gobiernos de Argentina y Perú, y
negará la posibilidad de cualquier reforma. Una situación similar se dio en otros países
dejando en claro la imposibilidad de viabilizar la reforma a través de los políticos libe‐
rales, que se veían rápidamente pasados al campo de la reacción.

La situación obligaba, entonces, a desplazar la atención de las modificaciones internas


de las estructuras de la universidad para poner toda la energía en la lucha política. Es
en este terreno donde el movimiento reformista se va a escindir entre dos tendencias
cada vez más definidas.

Los estudiantes crean sus partidos

La experiencia había demostrado que sin una transformación profunda de las atrasa‐
das sociedades latinoamericanas no era posible que la Reforma pudiera sostenerse en el
tiempo. Ahora bien: ¿Qué tipo de transformación tenía que darse? ¿Cuál era la clase
social llamada a encabezarlo? y ¿qué papel tenían reservados los estudiantes en esa
transformación? El aprismo, encabezado por el peruano Haya de la Torre y los partidos
comunistas nacientes le darán distintas respuestas a estas preguntas.

El aprismo, había elevado al estudiante al papel dirigente en el cambio social. Se basa‐


ba para esto en una teoría elitista de la nueva generación como motor de los cambios his‐
tóricos. Esta teoría había sido elaborada por el filósofo español Ortega y Gasset: “las
variaciones de la sensibilidad vital que son decisivas en la historia se presentan bajo la
forma de generación” y concluye “el revolucionario y el reaccionario del siglo XIX son
mucho más afines entre sí que cualquiera de ellos con cualquiera de nosotros” (Ortega
y Gasset, 1992: 6). Al entender la historia como una sucesión de sensibilidades encarna‐
das por cada generación se desplaza al conflicto social del ámbito de las clases al de las
edades.

Pero para Ortega y Gasset dentro de cada generación también había diferencias que
no estaban motivadas por las clases sociales sino por “la distancia permanente entre los
individuos permanentes y selectos”. Dentro de estos últimos se encontraban, claro está,
los estudiantes, que formarían luego el APRA peruano, y que se postulaban como los
dirigentes del cambio social. Este mesianismo estudiantil presente en todos los docu‐
mentos de los reformistas, gustoso de la exaltación del verbo y de la palabra inflamada,
sin embargo, se dará contra la pared al comprobar en la realidad la incapacidad de la
pequeña burguesía para desempeñar un papel independiente.

Es que en nuestro continente la pequeño‐burguesía había surgido directamente de la


penetración imperialista, que había creado en las principales ciudades ciertos extractos
medios que se beneficiaban por el comercio de las ciudades puertos. Surgían, a su vez,
algunas industrias livianas, que aprovechaban los recursos naturales y las materias pri‐
mas y a una clase obrera más barata que en las metrópolis imperialistas. Este fenómeno
de desarrollo desigual y combinado daba por resultado débiles mercados internos que
no permitían a la pequeño burguesía convertirse en burguesía industrial y liderar un
proceso de revolución democrática.

Esta limitación estructural estará presente en el APRA peruano y en todos los parti‐
dos que surgen bajo su influencia como el MNR boliviano, el PRA en Cuba, Acción

69
HIC RHODUS. DOSSIER: LA REFORMA DEL ‘18 CIEN AÑOS DESPUÉS. N U M E R O 14. A G O S T O DE 2018

Democrática de Venezuela, etc. Haya de la Torre toma como modelo para la creación del
APRA al Kuomintang chino, al que consideraba un movimiento policlasista dirigido por
la pequeño burguesía. El objetivo inicial que se propone no es la revolución socialista
porque…

…nuestros pueblos deben pasar por períodos previos de transformación económica y política y qui‐
zás por una revolución social ‐no socialista‐ que realice la emancipación nacional contra el yugo
imperialista y la unificación económica y política indoamericana. La revolución proletaria, socialis‐
ta, vendrá después...” (Haya de la Torre, 1936: 68).

Sin embargo, el planteamiento nacionalista pronto es abandonado: “Nuestro capita‐


lismo nace con el advenimiento del imperialismo moderno” (Haya de la Torre, 1935: 41)
transformando al imperialismo en agente de la modernización de los países semicolo‐
niales.

La respuesta vendrá de las filas del comunismo, y más precisamente de dos protago‐
nistas de la Reforma, el peruano Mariátegui y el cubano Mella. En primer lugar, atacan
la teoría de la joven generación. Mariátegui consideró que no era la “nueva sensibilidad”
de la juventud lo que había encendido su entusiasmo revolucionario sino que “era la
desesperada lucha del proletariado en las barricadas, en las huelgas, en los comicios, en
las trincheras. La acción heroica, operada con desigual fortuna, de Lenin y su aguerrida
fracción en Rusia, de Liebneckt, Rosa Luxemburgo y Eugenio Leviné en Alemania, de
Bela Kun en Hungría…” (Mariategui, 2015: 93)

A partir de las divergencias expuestas, Mariátegui, que en un momento había sido


solidario con Haya de la Torre, decide fundar el Partido Socialista peruano (ligado a la
III Internacional) en 1928, al que define como un “partido de clase y por consiguiente
repudia toda tendencia que signifique fusión con las fuerzas u organismos políticos de
otras clases” y denuncia que “El APRA constituye una tendencia confusionista y dema‐
gógica contra la cual el partido luchará vigorosamente” (Martínez de la Torre, 1974: 208‐
209). La Reforma se divide en dos caminos irreconciliables.

El fundador del Partido Comunista Cubano, Julio Mella, también parte de la crítica a
la teoría de la joven generación: “La lucha social” dirá “…no es cuestión de glándulas,
canas y arrugas, sino de imperativos económicos y de fuerza de las clases, totalmente
consideradas”. Para él, la liberación nacional no podrá ser obtenida por la pequeño bur‐
guesía sino por la clase obrera.

La concepción de Mella se basaba en la experiencia directa de los sucesos argentinos


y peruanos. Analizándolos se pregunta:

¿Puede ser un hecho la reforma universitaria? Vemos muchas dificultades se implanten totalmente.
Para un cambio radical, de acuerdo con las bases reformistas, es necesario el concurso del gobierno.
¿Es capaz un gobierno de los que hoy tiene América en casi todas sus naciones de abrazar íntima‐
mente los principios de la reforma universitaria? Afirmamos que es imposible. ¿Puede la juventud
universitaria imponer ella, de por sí, los principios nuevos en las universidades? En algunas de sus
partes sí, pero en otras no. En lo que a Cuba se refiere es necesario primero una revolución social
para hacer una revolución universitaria. (Mella, 2017)

El camino que trazó Mella, si bien no lo pudo recorrer en su totalidad, será seguido

70
G A B R I E L S O L A N O. L A R E F O R M A U N I V E R S I TA R I A D E 1918. F U N DA C I Ó N D E L M OV I M I E N T O E S T U D I A N T I L L AT I N OA M E R I C A N O

décadas más tarde por un movimiento naciente dirigido también, en gran parte, por
jóvenes universitarios. Fueron ellos los que crearon el “Movimiento 26 de Julio”, bajo el
liderazgo de Fidel Castro, que realizó la primera revolución obrera del continente. En la
patria de Mella, la Reforma triunfo como Revolución.

Balance. Vigencia de la Reforma

Deodoro Roca, una de las figuras características de la Reforma, tuvo razón cuando, en
1936, al trazar un balance de los sucesos del 18, comentó: “La reforma fue todo lo que
pudo ser. No pudo ser más de lo que fue, en dramas y actores. ¡Dio de sí todo!” Esta con‐
vicción, compartida por el resto de sus compañeros, significó que la Reforma superaría
el terreno puramente universitario y se abría a la lucha política más general. Pero al
hacerlo comprobó rápidamente sus propios límites. El movimiento reformista no pudo
desempeñar un papel independiente en la escena política, y rápidamente se dividió
entre los que se pasaron al terreno de la burguesía y los que abrazaron la causa del pro‐
letariado.

Pero si la reforma como movimiento social ha sido superado, sus reivindicaciones


democráticas que le dieron vida mantienen hoy toda su vigencia. La lucha por la auto‐
nomía, el cogobierno, la docencia libre, la cátedra paralela, debe ser integrada a un plan‐
teamiento de conjunto de la cuestión educativa. Esta lucha debe partir de la conclusión
a la que arribaron los sectores más avanzados del movimiento reformista: la transforma‐
ción educativa es inseparable de la transformación social dirigida por la clase obrera
contra la opresión y la miseria capitalista. La Revolución educativa solo puede realizar‐
se como revolución social.

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HIC RHODUS. DOSSIER: LA REFORMA DEL ‘18 CIEN AÑOS DESPUÉS. N U M E R O 14. A G O S T O DE 2018

Notas
1 El diario La Nación se preguntaba “¿Qué es la Corda?” ‐y respondía‐ “No es un partido, ni club, ni una socie‐
dad, ni nada que se le parezca. Es una tertulia de doce caballeros, católicos ‐este es su más fuerte vínculo espiri‐
tual‐ y de edades aproximadas, muy unidos entre si por lazos de amistad y aun de parentesco, que se reúnen en
comidas y almuerzos periódicos, ya en un hotel, ya en casa particular de alguno de ellos. Universitarios en su
mayoría, políticos casi todos, funcionarios y ex funcionarios, legisladores y ex legisladores, los asuntos públicos
los ocupan desde luego (…) Allí hay independientes, radicales azules, algún simpatizante con los rojos, algún pla‐
tónico amigo de los demócratas... Tienen gente en todos los partidos, tienen diputados de todos los rumbos. Así,
caiga el que caiga, triunfe el que triunfe, la Corda sale siempre parada” Publicado en La Nación, 16/6/1917.
2 Publicado en La Prensa, 16/6/1917.
3 Parte de este apartado fue trabajado en la revista La Caldera, nº 25, publicación de la UJS.

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Ortega y Gasset, José (1992) El tema de nuestro tiempo. Porrúa, Buenos Aires.

Sarmiento, Domingo (1998) Facundo. Ed. Porrúa, México.

72
Características del empleo
y la desocupación en el
Noroeste Argentino en la
posconvertibilidad (2003-2015)
Ariel Osatinsky
Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET/UNT)-Facultad de Filosofía y
Letras (UNT)
aosatinsky@yahoo.com.ar

Resumen
El artículo analiza la evolución y características de la desocupación y el empleo en los
aglomerados del NOA, vinculando esos procesos con las transformaciones que experi‐
mentaron las estructuras productivas de la región a partir de 2003.
Estas economías experimentaron una nueva etapa de crecimiento económico, y un
renovado impulso de sus exportaciones. Sin embargo, los cambios tuvieron un carácter
coyuntural.
La ausencia de transformaciones económicas estructurales explica la persistencia de
importantes problemas de empleo. El descenso de la desocupación tuvo un freno a partir
de 2007; no hubo cambios significativos en la distribución de los ocupados en las diferen‐
tes actividades económicas, mientras que el empleo informal continuó siendo elevado.

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HIC RHODUS. CRISIS C A P I TA L I S TA , P O L É M I C A Y C O N T R OV E R S I A . N Ú M E R O 14. A G O S T O DE 2018

Introducción
El Noroeste Argentino (NOA), región que abarca 470.184 kilómetros cuadrados, se
caracteriza por tener una participación reducida en el Producto Bruto Interno (PBI) del
país. En el largo período que va del modelo agroexportador (1980‐1930) a la industriali‐
zación sustitutiva de importaciones (1930‐1970), esa participación fue de 6%1, sin contar
con producción exportable de relevancia a nivel nacional, y con escasos productos sus‐
ceptibles de ser colocados en el mercado interno del país. En ese lapso, abarcó un por‐
centaje del total de habitantes superior (11%) al que tenía en la producción nacional
(Manzanal et al., 1989; Rofman et al., 1997; Ferrer, 2008, Velázquez, 2008, Bolsi et al.,
2009).
Como consecuencia de lo señalado, las provincias de esta región (Catamarca, Jujuy,
Salta, Santiago del Estero, y Tucumán) experimentaron históricamente un profundo
deterioro social, y tuvieron importantes segmentos de población afectados por los pro‐
blemas de empleo (Rofman et al., 1997; Bolsi et al., 2009).
Entre los años 1980 y 2002 las economías del NOA fueron afectadas por las transforma‐
ciones económicas neoliberales, entre las que podemos mencionar un proceso de desin‐
dustrialización, crisis de diversos cultivos ligados al mercado interno, y un retroceso de
actividades importantes como el comercio o la construcción, procesos que se agravaron
en el marco de la recesión de 1998‐2002 (Rofman et al., 1997; Rapoport, 2000; Ferrer,
2008). Estos cambios provocaron un acentuado deterioro laboral, expresado en el creci‐
miento de la desocupación, la subocupación y el empleo informal (Lindenboim 2008).
A su vez, en aquellos años el mercado mundial comenzó a tener un peso más signifi‐
cativo en las economías regionales, reflejado en la expansión de producciones primarias
destinadas a la exportación. En las respectivas estructuras económicas, producciones
ligadas al mercado mundial adquirieron un peso relevante, incrementando la importan‐
cia del sector primario.
A partir de 2003, las economías del NOA experimentaron una nueva etapa de creci‐
miento económico y un renovado impulso de sus exportaciones. Si bien la posconverti‐
bilidad tiene entre sus características un crecimiento importante del Producto Bruto
Geográfico (PBG), sobre todo en sus primeros años, hubo una continuidad en relación a
la creciente importancia del mercado mundial en las respectivas economías provincia‐
les. A su vez, la notable expansión de la producción fue perdiendo intensidad con los
años, agravándose las dificultades económicas.
En función de lo señalado, el artículo analiza las transformaciones que experimentaron
las estructuras productivas del NOA a partir de 2003, indagando si en el período de la
posconvertibilidad estos cambios persisten con los rasgos que adquirieron a fines del
siglo XX, o bien poseen características diferentes que reflejan la existencia de rupturas
con el ciclo anterior.
Se estudia la evolución y composición que tuvieron las estructuras productivas y las
exportaciones de las provincias bajo estudio en el período, y se describe el impacto que
las transformaciones económicas tuvieron en los respectivos mercados de trabajo, en
particular en los problemas de empleo.

Conceptos y mediciones
En el análisis de la dinámica de una determinada economía, no sólo importa la descrip‐

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ción del ciclo ascendente o descendente en el que se encuentre, sino también los cam‐
bios que sufre esta en cuanto al peso o la importancia relativa que poseen las distintas
actividades que la componen en un determinado período de tiempo. El estudio de las
transformaciones que experimentan los sectores primario, secundario y terciario, nos
permite conocer las características de la estructura económica.
Es la actividad económica o producción de bienes y servicios la que genera los recur‐
sos, y por lo tanto a la riqueza, de la que dispone una sociedad para satisfacer sus nece‐
sidades. El acceso a esos recursos o ingresos va a depender de la forma en que se parti‐
cipe en el proceso de producción. De allí, la importancia de analizar las características
laborales que posee la producción de bienes y servicios, así como los cambios en el
empleo que generan las transformaciones económicas. Un trabajador sin ocupación no
participa del proceso de creación de bienes y servicios y por lo tanto, queda marginado
de la distribución de riqueza que surge en el proceso de producción. A su vez, aquellos
que se encuentran ocupados, pueden sufrir bajos niveles salariales, condiciones preca‐
rias de empleo o bien, pueden no poseer una ocupación plena (Lindenboim, 2005).
El capitalismo es un modo de producción que tiende a deteriorar las condiciones de
trabajo de quienes tienen solamente su fuerza de trabajo para ofrecer. En particular, la
llamada etapa neoliberal se caracteriza por la aplicación de reformas económicas estruc‐
turales a nivel mundial, que transformaron al desempleo, a la subocupación, al empleo
informal y la precariedad laboral en las características sobresalientes de los mercados de
trabajo.
Teniendo en cuenta los procesos económicos y las transformaciones laborales que
tuvieron lugar en el mundo y en la Argentina entre las últimas décadas del siglo XX y
comienzos del siglo XXI, es claro que los empresarios para sobrevivir en la competencia
del mercado, impulsan el deterioro de las condiciones de empleo y la reducción de los
salarios. Ello tiene repercusiones en el mercado interno, debilitándolo y reduciendo su
tamaño (Graña, 2013).
El artículo analiza el período de la posconvertibilidad que, a diferencia de lo sucedido
hasta 2002, se caracteriza por una expansión de la economía argentina. Sin embargo, se
mantuvo una orientación económica de mayor dependencia con el mercado externo a
través del fomento de las exportaciones con fuerte presencia de producciones primarias,
adquiriendo producciones agro‐mineras mayor peso en distintas estructuras producti‐
vas (Féliz et al., 2012).
En la posconvertibilidad se puede observar distintas etapas: entre 2003 y 2007 la eco‐
nomía tiene tasas de crecimiento elevadas. Con posterioridad, la expansión del PBI
alcanza menor magnitud, y luego de 2011, tendría lugar una fase caracterizada por el
estancamiento económico.
En el trabajo se examina el peso de las actividades económicas y de los sectores prima‐
rio, secundario, terciario, en tanto ello permite caracterizar, en gran medida, el grado de
desarrollo económico. Se tiene en cuenta la evolución y composición del PBG y de las
exportaciones provinciales.
En el análisis de los respectivos mercados de trabajo, se considera tanto el empleo,
como la desocupación y la subocupación2. Asimismo, en el conjunto de población afec‐
tada por problemas de empleo, se incluye a quienes están afectados por el empleo infor‐
mal. Se trabajó con las tasas de desocupación y subocupación; la distribución de la
población ocupada según actividades económicas; el porcentaje de asalariados sin des‐

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cuento jubilatorio, y la evolución del empleo estatal. Por último, se considera el peso de
los Programas de Empleo, factor que influyó en el descenso de la desocupación en la
posconvertibilidad3.

Dinámicas económicas en el NOA en la posconvertibilidad.


Si bien la posconvertibilidad se inicia en 2002 con la devaluación de la moneda, es a
partir del año siguiente que la economía argentina comienza un ciclo de expansión, cre‐
ciendo el PBI a tasas elevadas en los primeros años del periodo.
En estos primeros años del nuevo ciclo, la significativa expansión se vincula con “las
condiciones macroeconómicas que imperaron tras la crisis y la salida de la convertibili‐
dad (amplia capacidad ociosa, desempleo elevado, salarios reales muy deprimidos y
una notable mejora en los términos de intercambio en el comercio internacional)”
(Belloni et al., 2016: 74).
En la segunda fase del período bajo estudio, a partir de 2007/08, el ritmo de crecimien‐
to disminuye notoriamente, en parte por la crisis económica mundial, y por el agota‐
miento de las condiciones iniciales. “Tras la finalización de la etapa de “crecimiento
fácil” basada en el aprovechamiento de la capacidad ociosa y los bajos salarios, el tipo
de cambio real se fue apreciando paulatinamente a partir de un incremento de la tasa de
inflación superior a la evolución del valor de la divisa” (Belloni et al., 2016: 86)4. Con los
años las dificultades en el sector externo fueron creciendo, impactando tanto en el mer‐
cado interno como en el conjunto de la economía ((Belloni et al., 2016).
Importa señalar también que en los dos subperíodos mencionados, si bien hubo una
expansión tanto de los sectores productores de bienes (agropecuario, industria, cons‐
trucción) como los servicios, la expansión de la producción de bienes tuvo mayor mag‐
nitud hasta 2007/2008 (Arceo et al., 2010; Costa et al., 2010).
La posconvertibilidad se caracterizó también por un renovado aumento de las expor‐
taciones, las que continuaron concentradas en los mismos pocos sectores de la etapa
anterior, careciendo de un proceso de diversificación (Belloni et al., 2016)5. La dependen‐
cia económica con relación al mercado externo, continuó siendo una característica de la
economía, lo que explica la expansión de los cultivos exportables en las producciones
agropecuarias. Asimismo, en el nuevo ciclo económico a partir de 2003, si bien la activi‐
dad industrial tiene una expansión, no tiene lugar en el marco de un proceso de indus‐
trialización, conservando la industria nacional elevados niveles de concentración y
extranjerización (véase Azpiazu et al., 2011).
Las provincias del Noroeste experimentaron a partir de 2003 un crecimiento económi‐
co que, con excepción de Tucumán, fue menor al promedio nacional, alcanzando en 2006
la región una producción de bienes y servicios un 20% mayor a la de 1998, último año
de crecimiento económico en los ´90 (Tabla 1).
Siendo el crecimiento del Noroeste menor al promedio nacional, sus economías conti‐
nuaron teniendo en la posconvertibilidad una participación reducida en la estructura
productiva del país (5%), porcentaje significativamente menor al peso que tienen en la
población total del país (Tabla 2). A su vez, cada una de las provincias del Noroeste con‐
servó el peso que tenía en la economía nacional. Este aumentó en los años de la última
recesión económica del siglo XX en dos de las provincias más relacionadas con la expor‐
tación de recursos primarios (Catamarca y Salta), teniendo una leve disminución en los
primeros años de la posconvertibilidad.

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Tabla 1. Evolución y variación relativa del PBG de las provincias del NOA.
1993‐2006.

(*) En el caso de Catamarca se consideró el PBG de 2005 ya que el correspon‐


diente a 2006 distorsiona la realidad económica provincial, al tener un valor
muy elevado fruto del significativo aumento que tuvieron los precios interna‐
cionales de los minerales exportados por la provincia aquel año.
Fuente: Larrechea et al., 2009, sobre la base de datos de las Direcciones
Provinciales de Estadística.

Tabla 2. Participación relativa del NOA en el PBG y la población total de la


Argentina. 1990‐2010 (años seleccionados)

Fuente: PBG: Larrechea et al., 2009, sobre la base de datos de las Direcciones
Provinciales de Estadística. Población: INDEC, Censo Nacional de Población y
Vivienda 1991, Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda 2001, y Censo
Nacional de Población, Hogares y Vivienda 2010.

Como se mencionó, a partir de 2007/08 hubo una disminución en el ritmo de crecimien‐


to. A la nueva fase de la crisis económica mundial que se desarrolla a partir de esos años,
se suma la desaparición de un tipo de cambio real elevado que caracterizó los primeros
años del período. Asimismo, “el aprovechamiento de la capacidad instalada llega a un
límite y a pesar de la mayor tasa general de ganancia, la inversión en medios de produc‐

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ción crece de manera lenta ya que las empresas aprovechan las posibilidades de super‐
explotación disponibles (tanto directamente de la fuerza de trabajo como, indirectamen‐
te, de la naturaleza)” (Féliz, 2016: 22).
Si se compara los valores de la Tabla 3 con los de la Tabla 1, es claro el menor crecimien‐
to que experimentaron las economías de las provincias bajo estudio a partir de 20076.

Tabla 3. Variación relativa del PBG de las provincias del NOA. 2007‐2011.

Fuente: Dirección de Estadística de la Provincia de Tucumán, Anuario Estadístico‐


Provincia de Tucumán. Año 2013; Dirección General de Estadísticas de Salta, Anuario
Estadístico‐Provincia de Salta. Año 2013‐Avance 2014; Martínez et al., 2013.

En la Tabla 4 se observa el peso que tenían los sectores primario, secundario y terciario
en el NOA y sus provincias, en relación al que poseían a nivel nacional.
Tabla 4. Peso relativo de los sectores Primario, Secundario y Terciario en el PBG.
NOA y Argentina. (1993‐2006).

(*) Como se señaló, en el caso de Catamarca se tomó 2005 puesto que en 2006 el peso
del sector minas y canteras aparece sobredimensionado fruto de una coyuntura extraor‐
dinaria de elevados precios de dicha producción en aquel año.
(**) Se trabajó con datos de 1994 por carecer de información estadística para el año
1993.
Fuente: Larrechea et al., 2009, sobre la base de datos de las Direcciones Provinciales de
Estadística; INDEC, Dirección Nacional de Cuentas Nacionales.

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El Noroeste presenta un peso mayor del sector primario ya que las expansiones de cul‐
tivos exportables y de la minería acontecieron en economías poco desarrolladas. En con‐
traposición, el sector secundario en el Noroeste tenía una participación más reducida
que el promedio nacional al poseer una actividad industrial de menor magnitud. La
expansión del sector secundario en la posconvertibilidad se explica más por el creci‐
miento de la construcción que por el del sector manufacturero. A su vez, en el sector ter‐
ciario, el promedio nacional era superior al de la región del NOA debido al mayor peso
de los servicios del sector privado en otras regiones del país.
En las Tablas 5 y 6 se observa el peso que tenían las principales actividades en las eco‐
nomías bajo estudio.

Tabla 5. Peso relativo de las principales actividades del PBG. Catamarca, Salta,
Santiago del Estero. (1993‐2006).

Fuente: Larrechea et al., 2009, sobre la base de datos de las Direcciones Provinciales de
Estadística; INDEC, Dirección Nacional de Cuentas Nacionales.

Tabla 6. Peso relativo de las principales actividades del PBG. Jujuy y Tucumán.
(1993‐2006).

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Fuente: Larrechea et al., 2009, sobre la base de datos de las Direcciones Provinciales de
Estadística; INDEC, Dirección Nacional de Cuentas Nacionales.
La primera de ellas agrupa a las provincias del NOA en las que el proceso de primari‐
zación característico de las últimas décadas del siglo XX, en particular de los años ‘90,
fue más intenso. En los años de la posconvertiblidad, a la importante expansión de cul‐
tivos exportables, en particular cereales y oleaginosas (soja) en Salta y Santiago del
Estero, se suman la exportación de combustibles en Salta y la producción minera en
Catamarca. Ello explica el significativo peso del sector primario en estas tres provincias
(Tabla 4). Importa señalar también que son producciones que tienen un importante cre‐
cimiento en un contexto de economías poco desarrolladas.
En las Tablas 5 y 6 se observa también que en la posconvertibilidad la construcción
experimentó un significativo crecimiento, mientras que la industria se expandió a un
menor ritmo, conservando una participación semejante a la que tenía en los años 90.
Cabe señalar que en Jujuy y Tucumán el sector manufacturero tiene un mayor desarro‐
llo que en las restantes provincias, en particular debido a la actividad azucarera y al con‐
junto de la producción vinculada a alimentos y bebidas, siendo el tabaco y la actividad
citrícola también importantes en Jujuy y Tucumán respectivamente.
En cuanto al sector terciario, el comercio tuvo una mayor expansión que las activida‐
des de la administración pública y servicios sociales (Tablas 5 y 6), las que continuaron
teniendo un peso importante cercano al 25% de la estructura productiva.
En el caso de los servicios vinculados al sector público importa señalar que teniendo
un peso relevante, perdieron participación sobre todo en los años 90 en las respectivas
economías provinciales por el avance del sector primario, producto del proceso de pri‐
marización que aconteció en el período.
Esa expansión en la década de 1990 del sector primario se dio en el marco de políticas
que fomentaron el crecimiento de producciones primarias ligadas al mercado mundial
(agrícolas, minera), y explica que, en el marco de la profunda recesión que atravesó la
economía nacional entre 1998 y 2002, las exportaciones continuaran creciendo en el
NOA. Con posterioridad, en tiempos de posconvertibilidad, las exportaciones siguieron
aumentando hasta 2011, y luego experimentaron un retroceso a partir de aquel año
(Tabla 7). Estas dinámicas formaban parte de un fenómeno nacional. “La apreciación
cambiaria combinada con la consolidación de una posición subordinada en el mercado
mundial, convergieron con la crisis global para colocar a las cuentas externas rápida‐
mente en su histórica situación de precariedad” (Féliz, 2016), mostrando la cuenta
corriente un déficit entre 2011 y 2014.

Tabla 7. Participación del NOA en las exportaciones del país (2010 y 2014). Tasa de
crecimiento 2003/10 y 2011/14 y Composición de las Exportaciones (2010).

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Fuente: Subsecretaría de Programación Económica, Ministerio de Economía y Finanzas


públicas, 2011. (*) Cámara Argentina de Comercio, Perfiles Exportadores Provinciales
2015.

La Tabla 7 muestra que las provincias del Noroeste conservaron una reducida partici‐
pación en el total exportado por el país, característica también presente en la década de
1990. Mientras la Región Pampeana abarca gran parte de los complejos productivos que
tuvieron una importante expansión en 2003‐2011 (oleaginoso, cerealero, ganadero, auto‐
motriz), el minero era el único complejo con cierta importancia en el total de exportacio‐
nes de la Argentina (6% del total) en el que el Noroeste tenía cierto peso (38%), que se
explica por la producción de Catamarca y, en menor medida, de Jujuy. Otras produccio‐
nes, en las que el NOA tenía una participación importante, representaban un porcenta‐
7
je reducido de las exportaciones totales del país . Importa destacar el crecimiento de la
participación de Catamarca y Santiago del Estero en las exportaciones argentinas, cuyas
dinámicas fueron disímiles: mientras que la mayor participación catamarqueña es fruto
de la producción minera que se desarrolló desde 19978, es decir en los años previos a la
posconvertiblidad, en el caso de Santiago del Estero, su participación tuvo un incremen‐
to importante a partir de 2003.

Tabla 8. Exportaciones según rubro. NOA. 2003, 2010, 2014.

Fuente: INDEC, Origen Provincial de las Exportaciones Argentinas; Subsecretaría de


Programación Económica del Ministerio de Economía y Finanzas públicas, 2011.

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Los recursos primarios, producciones de nulo o escaso valor añadido, o bajo grado de
elaboración, tenían un significativo y mayoritario peso en las exportaciones del
Noroeste (Tabla 8). En los años de la posconvertibilidad, la participación de este rubro
en las exportaciones creció aún más. Por el contrario, las manufacturas de origen indus‐
trial fueron perdiendo peso en las exportaciones totales de la región, y su peso era
menor al 20% en prácticamente todas las provincias, con la excepción de Tucumán.
En síntesis, las economías del Noroeste se expandieron en el nuevo ciclo que se inicia
en 2003, sin embargo no se observa transformaciones estructurales. La industria no
adquirió un mayor peso del que tenía en los ´90, el sector terciario continuó teniendo un
peso mayoritario en las estructuras económicas, y las producciones primarias orienta‐
das al mercado exterior siguieron expandiéndose. A su vez, el NOA mantuvo una par‐
ticipación reducida en la producción y en las exportaciones del país, siendo predomi‐
nante y creciente el peso de los recursos primarios en las exportaciones de la región.

Problemas de empleo y ocupados en el NOA


2003‐2006:
El período de la posconvertibilidad se caracterizó por un descenso de la desocupación
y la subocupación. Ello se vincula en parte, con el crecimiento económico de los prime‐
ros años del período y la reactivación de numerosas actividades. A su vez, como se ana‐
liza más adelante, hubo un importante crecimiento del empleo público y del número de
beneficiarios de Programas de Empleo. En estos procesos, si bien un importante núme‐
ro de empleos se generaron en el sector formal de la economía, el empleo informal o “en
negro” continuó afectando a un porcentaje elevado de los asalariados (Lindenboim,
2008, Costa et al., 2010; Jaccoud et al., 2015).
Cabe señalar que las mejoras que hubo en las variables del mercado de trabajo, en par‐
ticular el incremento del empleo, tuvieron lugar en la primera etapa de la posconverti‐
bilidad. “A partir de 2006 […] la economía argentina dio claras muestras de estanca‐
miento en la evolución de las variables del mercado de trabajo, profundizándose el pro‐
ceso conforme fueron pasando los años” (Jaccoud et al., 2015: 108).
En los aglomerados del NOA, en el marco de la expansión económica de los primeros
años del siglo XXI, tanto la desocupación como la subocupación tuvieron un importan‐
te descenso (Tabla 9), aunque estos problemas laborales todavía afectaban al 20% de la
PEA aproximadamente en 2006. En ese lapso, la población ocupada en los aglomerados
del Noroeste aumentó 12,9%.

Tabla 9. Porcentaje de desocupados y subocupados. Aglomerados del NOA.


2003‐2006 (3º trimestre).

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Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

Si bien hubo un descenso de los problemas de empleo en relación al significativo nivel


que habían alcanzado en el período recesivo previo, y un aumento de los ocupados, ello
no implicó un cambio estructural en el peso relativo que tenían las actividades econó‐
micas en la población ocupada de los aglomerados bajo estudio, como se observa en la
Tabla 10.

Tabla 10. Ocupados según actividad económica. Aglomerados del NOA. 2003 y 2006.

Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

El hecho de que la Encuesta Permanente de Hogares se realice en áreas urbanas expli‐


ca el muy reducido peso de las actividades primarias en el total de ocupados.
Probablemente por la brecha que existe entre estos porcentajes y el aporte que estas pro‐
ducciones hacen al PBG, se puede afirmar que las producciones primarias más relevan‐
tes, o que mayor expansión tuvieron (soja, cereales, minería), no son trabajo intensivo:
representaban cerca del 20% de la economía regional pero agrupaban el 2% del empleo
de sus aglomerados.
En el sector secundario, la industria no adquirió una mayor participación, a diferencia
de la construcción, actividad que incrementó su peso en el total de ocupados. Por su
parte en el sector terciario, comercio y los servicios vinculados al Estado agrupaban más
del 50% de los ocupados, adquiriendo la actividad comercial también una mayor parti‐
cipación en la mayoría de los aglomerados analizados.
El empleo público tuvo un significativo crecimiento en los primeros años de la poscon‐
vertibilidad (Tabla11), fenómeno vinculado al hecho de que el Estado actúa muchas
veces “como un sistema no formalizado de seguridad social, generando ocupación para
aquellos brazos que la actividad privada no puede absorber” (Pucci, 1994: 104)”. Al
igual que en la década de 1980, el empleo estatal volvía a expandirse de un modo signi‐

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ficativo, aunque a diferencia de aquellos años en los que prevaleció el estancamiento


económico, en la posconvertibilidad tal incremento tenía lugar en el marco de un conti‐
nuo crecimiento económico.

Tabla 11. Empleados estatales cada 1000 habitantes y variación relativa del empleo
estatal. Provincias del NOA. 2003‐2015.

Fuente: Dirección Nacional de Coordinación Fiscal con las Provincias del Ministerio de
Hacienda y Finanzas Públicas de la Nación.

A partir de 2003 se dio mayor alcance a una política que se comenzó a implementar en
diferentes países – entre estos la Argentina‐ en la década de 1990, por la cual para tener
acceso a una cobertura ya no era suficiente estar sin trabajo, sino que el acceso a un sub‐
sidio comenzó a vincularse con la necesidad de realizar una contraprestación laboral.
Así, se consideró como ocupados un número importante de beneficiarios del Plan Jefes
y Jefas de Hogares Desocupados (JJHD) y de otros Programas de Empleo, que realiza‐
ban algún tipo de contraprestación (Tabla 12). Ello también contribuyó al descenso de la
tasa de desocupación9.
Como se observa en la Tabla 12, hubo un número importante de desocupados que a
partir de 2003, integraron estos Planes y Programas10. El NOA que representaba en la
primera década del siglo XXI el 11% de la población argentina, concentraba el 17/18%
de estos planes y programas en el período 2003‐2006.

Tabla 12. Beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados y de Programas
de Empleo. Provincias del NOA. 2003‐2009.

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Fuente: elaboración propia sobre la base de datos del Sistema de Información del
Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, citados por Neffa et
al., 2011, pp. 97‐108.

El empleo informal o “en negro”, que se expandió notablemente en el país en las últi‐
mas década del siglo XX, continuó afectando a un porcentaje importante de los asalaria‐
dos en el ciclo que se inicia en 2003 (Tabla 13).
El hecho de que 5 de cada 10 asalariados se encuentren empleados “en negro” tiene
relación con el peso que tenían en el total de ocupados actividades como el comercio o
la construcción (cerca del 40% de los ocupados) donde esas modalidades están expan‐
didas, y con diferentes formas de empleo informal que desarrolla el propio Estado,
como es el caso por ejemplo de los beneficiarios de Planes y Programas de Empleo.

Tabla 13. Porcentaje de asalariados sin descuento jubilatorio. Aglomerados del


NOA. 2003 y 2006.

Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

2007‐2014:
A partir de 2007/08, la crisis económica mundial cobró fuerza e impactó negativamen‐
te en la economía y el mercado de trabajo. A su vez, la capacidad instalada llegaba a un
límite. En ese contexto, las mejoras laborales que se dieron en los primeros años de la
posconvertibilidad dieron paso a una etapa que se caracterizaría por una persistencia de
importantes problemas de empleo, con un ritmo significativamente menor de creci‐
miento de la tasa de ocupación. Incluso, con posterioridad a 2011, en el marco de un
estancamiento económico, hubo diversos casos de caída del empleo e incremento en la
tasa de desocupación.
Cabe señalar que desde 2007 las estadísticas producidas por el INDEC perdieron con‐
fianza debido a la intervención de la institución realizada por el Gobierno Nacional11.
En ese marco, con una menor expansión económica, la población ocupada de los aglo‐
merados creció a un ritmo menor. Entre los períodos 2003/06, 2006/10 y 2011/14, la tasa
de crecimiento de los ocupados en los aglomerados del NOA fue de 12,9%, 8,1% y 7%
respectivamente, es decir, una tendencia decreciente12.
La desocupación en 2007‐2011 desciende sólo en los aglomerados de Tucumán y Jujuy.
Con posterioridad, en estos aglomerados presenta una tendencia creciente, mientras
que en los restantes disminuye aunque a menor ritmo en relación a los primeros años
de la posconvertibilidad (Tabla 14).

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Tabla 14. Porcentaje de desocupados y subocupados. Aglomerados del NOA.


2007‐2014 (3º trimestre).

Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

La subocupación en la mayoría de los años del subperíodo se mantiene en valores cer‐


canos al 10%. En relación al empleo informal, persisten los elevados niveles en el perío‐
do, afectando en la mayoría de los aglomerados al 40% o más de los asalariados (Tabla
15).

Tabla 15. Porcentaje de asalariados sin descuento jubilatorio. Aglomerados del


NOA. 2011‐2014

Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

En tal coyuntura, cobraba mayor relevancia el empleo estatal, y el importante número


de desocupados beneficiarios de los Programas de Empleo. El empleo público continuó
creciendo a un tasa cercana al 20% (Tabla 11), y en este subperíodo de la posconvertibi‐
lidad las provincias del NOA llegaron a tener más de 50 empleados estatales cada 1000
habitantes, un incremento importante en relación a los años previos. En cuanto a los
beneficiarios de Planes y Programas de Empleo, su cantidad también creció, llegando el
NOA a representar en 2009 el 21% del total nacional (Tabla 12).
En cuanto a la distribución de la población ocupada en las distintas actividades econó‐

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micas, la Tabla 16 muestra que la primera década del siglo XXI terminaba sin cambios
significativos. El sector industrial continuó concentrando aproximadamente 10% de los
ocupados, al igual que la construcción, mientras que comercio y los servicios del sector
público concentraban más del 50% de los que trabajaban.

Tabla 16. Ocupados según actividad económica. Aglomerados del NOA. 2010.

Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares.

Reflexiones finales
En la década de 1990 la economía del país avanzó hacia “un tipo de orientación a la
exportación de productos básicos e intermedios, sin la expansión y desarrollo de los
bienes finales” (Gorenstein, 2012: 198), proceso que fue acompañado por la consolida‐
ción de la desindustrialización. Si bien a partir de 2003, las economías de las distintas
regiones argentinas experimentaron un nuevo ciclo de crecimiento, este no fue acompa‐
ñado por transformaciones de relevancia en la estructura productiva.
En las provincias del NOA las actividades primarias como la minería o producciones
agropecuarias, que tuvieron una importante expansión en los años 90, conservaron un
peso importante en las economías (cerca del 20%). A su vez, el sector secundario recu‐
peró la participación que tuvo en la década de 1990 sobre todo por la expansión de la
construcción. La industria, si bien se expandió, no adquirió mayor peso del que tenía en
los años 90, lo que refleja la ausencia de un genuino proceso de reindustrialización. El
sector terciario continuó representando el 60% de las economías provinciales del NOA.
En la posconvertibilidad las producciones ligadas al mercado mundial continuaron
consolidándose, expresado ello en el incremento de las exportaciones provinciales. Sin
embargo, no se fomentó la exportación de bienes con mayor nivel agregado y encade‐
namientos productivos hacia adelante y atrás.

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Tanto en relación a la producción de bienes y servicios como a las exportaciones del


país, las provincias del Noroeste mantuvieron una participación reducida.
Al continuar la orientación económica vinculada a la necesidad de ser competitivos
internacionalmente en una coyuntura mundial de profundas crisis, sin prevalecer el
mercado interno, se tiende a reducir los costos de producción manteniendo bajos nive‐
les salariales y condiciones de trabajo precarias e informales (Graña, 2013). Ello, suma‐
do a la ausencia de transformaciones económicas estructurales, explica en gran medida
que los problemas de empleo continuaran siendo preocupantes en el período bajo estu‐
dio.
La desocupación tuvo un descenso en los aglomerados del NOA. Esta caída, que sobre
todo se dio en los primeros años de la posconvertibilidad, se vincula con la expansión
general que tuvo la economía, sobre todo actividades como la construcción, y con el
importante crecimiento del empleo estatal y de los beneficiaros de Planes y Programas
de Empleo. Las actividades primarias, a su vez, de notable peso en la estructura produc‐
tiva, no se caracterizaban por tener una demanda significativa de empleo, como es el
caso de la minería o la soja.
El empleo informal siguió afectando a un elevado porcentaje de los asalariados.
Probablemente ello se vincule con el importante peso que tenían en la ocupación total
sectores con alta informalidad en las relaciones laborales como la construcción y el
comercio, y con las características precarias que tenían los Planes y Programas de
Empleo.
Se puede afirmar que, a pesar del notable crecimiento económico, las dificultades labo‐
rales continuaron siendo de magnitud en las provincias bajo estudio. Una determinada
región puede experimentar una expansión de su actividad económica, y esta puede no
traducirse en un mayor bienestar, si es que en ese proceso un sector importante de la
población no logra alcanzar una integración plena.

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Notas
* Agradezco los comentarios y sugerencias de los evaluadores anónimos de la revista.
1 Datos del Consejo Federal de Inversiones (CFI).
2 “Ni la primera revolución industrial (la aplicación de la fuerza de vapor a la producción, a fines del siglo
XVIII) ni la segunda (la aplicación industrial de la química, la electricidad y el petróleo, a fines del siglo XIX) cre‐
aron una masa de desocupados permanentes. Al contrario, ampliaron la masa de obreros ocupados en todo el pla‐
neta; esto es porque el capitalismo se encontraba entonces en una fase de ascenso y pudo – ampliando la escala
de producción, conquistando nuevos mercados, abriendo nuevas ramas productivas‐ absorber la mano de obra
que había sido dejada sobrante por la aplicación de la nueva tecnología. En la actualidad ocurre lo contrario […]
La sobreproducción de mercancías –y de los capitales que las producen‐ impiden al capitalismo absorber la mano
de obra puesta en excedencia por el cambio tecnológico” (Oviedo, 1998: 26).
3 El PBG expresa el valor de los bienes y servicios finales producidos por una economía provincial en un perio‐
do de tiempo determinado (generalmente un año).
4 Mientras que la desocupación agrupa a todos aquellos que sin tener ocupación la están buscando activamen‐
te, la subocupación hace referencia a los ocupados que trabajan involuntariamente menos de 35 horas a la sema‐
na (Neffa, 2005). Desocupados y ocupados conforman la población económicamente activa (PEA).
5 Las fuentes de información que se utilizan son, para los aspectos económicos, las respectivas Direcciones de
Estadística Provinciales, la Subsecretaría de Programación Económica del Ministerio de Economía y Finanzas
Públicas, el Consejo Federal de Inversiones, y datos del ex Ministerio de Industria de la Nación. El análisis de la
desocupación, subocupación, distribución de los ocupados según actividad económica, y empleo informal, se rea‐
lizó a partir de la información aportada por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Por último, la informa‐
ción correspondiente al empleo estatal y a la población beneficiaria de Programas de Empleo proviene de la base
de datos de la Unidad de Información Provincial del Ministerio del Interior y Transporte de la Nación, y del
Sistema de Información del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación.
6 “…las ganancias en competitividad del capital local estuvieron asociadas principalmente a un factor endeble
y transitorio como el tipo de cambio, en lugar de derivarse de una inversión sostenida en tecnología e infraestruc‐
tura que contribuya a una mejora en la competitividad externa vía reducción de costos productivos locales no sala‐
riales” (Belloni et al., 2016: 86).
7 En 2010 casi el 75% de las exportaciones del país seguían concentradas en los complejos oleaginoso (28,2%),
automotriz (12,7%), petrolero‐petroquímico (12,2%), cerealero (8%), minero (6,1%) y ganadero (5,8%)
(Subsecretaría de Programación Económica del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, 2011).
8 Se pudo obtener información de la evolución del PBG de Jujuy hasta el año 2011, y de Salta y Tucumán hasta
el año 2015. No se obtuvo datos en relación a la evolución del PBG de Catamarca y Santiago del Estero posterior
a 2006, aunque lo más probable, al igual que las restantes provincias del NOA y la economía nacional, es que tam‐
bién hayan experimentado un menor crecimiento.
9 Se refiere a los complejos frutícola, hortícola, tabacalero y azucarero, que en 2010 representaban el 2,2%, el
1,2%, el 0,5% y el 0,4% respectivamente de las exportaciones totales del país.
10 Si bien Bajo La Alumbrera, yacimiento minero ubicado en el departamento de Belén, produjo un notable
incremento del PBG y de las exportaciones de Catamarca, aportó a la provincia una porción minoritaria del valor
agregado por la explotación, no generó una importante demanda de fuerza de trabajo, agravó la desigual distri‐
bución que existía en cuanto a recursos imprescindibles como el agua o la energía eléctrica y generó una impor‐
tante contaminación en el NOA (véase Mastrangelo, 2004; Machado Araoz, 2009).
11 Cabe señalar que no todos los beneficiarios de Planes y Programas fueron considerados como ocupados, aun‐
que sí una parte importante de ellos.
12 Se trata de los Planes Jefes y Jefas de Hogares Desocupados, Programa de Empleo Comunitario (PEC), Seguro
de Capacitación y Empleo, Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, Programa de Recuperación productiva
(REPRO), Programa Desarrollo del Empleo Local (DEL),
13 El desplazamiento de los técnicos encargados de confeccionar la EPH restó confiabilidad a la evolución de los
indicadores laborales.
14 Datos de correspondientes al 3° trimestre de los años mencionados, de la EPH.

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91
92
¿El futbolista como integrante
de la clase obrera?
Una aproximación al caso
argentino
David Ibarrola
Universidad de Buenos Aires

Resumen
La pregunta que motiva el artículo es si los futbolistas son miembros de clase obrera.
La relación entre el futbolista como sector social, y el capitalismo atraviesa todo el tra‐
bajo. Situándome desde el punto de vista del materialismo histórico, pretendo abordar
esta problemática en el caso argentino, explorando acontecimientos puntuales de la his‐
toria de los futbolistas argentinos que forjaron su subjetividad.
Mediante este análisis, intento no sólo aproximarme a la respuesta a la pregunta, sino
que espero realizar un aporte para pensar una política socialista respecto a esta temáti‐
ca. Si los futbolistas son miembros de la clase obrera, es indispensable que los partidos
revolucionarios adopten una posición clara para este campo ya que el deporte, al fin y
al cabo, al ser uno de los grandes negocios mundiales no es ajeno a la tormenta de la cri‐
sis capitalista. Al contrario, es otra expresión de la descomposición social que genera la
crisis capitalista.

93
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El fútbol es un deporte que apasiona a los argentinos. Tanto en las derrotas como en
las victorias se transforma en tema de conversación durante la semana. Cuando un
grupo de jugadores ha tenido una temporada exitosa y a la siguiente comienza tenien‐
do una mala racha, en los medios, en las tribunas y en las calles se habla de “aburgue‐
samiento” de los futbolistas. Ya no estarían empujados por la necesidad de destacarse
para poder llevar un plato de comida a su casa. Están “salvados”. Son frecuentes las crí‐
ticas a las mega‐estrellas del fútbol mundial al momento de sufrir un traspié deportivo,
respecto a la monumental suma de dinero que perciben a diario, como si el alto nivel de
ganancia fuera inversamente proporcional a la voluntad o el rendimiento deportivo.
Otros quizás pensarán en los jugadores de las categorías menores que combinan
entrenamientos con trabajos en fábricas o en comercios. Que se levantan a las seis de la
mañana y llegan por la noche, todo en pos cumplir el sueño de jugar este deporte. O los
niños que dejan su infancia y su adolescencia en su pueblo natal y viajan a las grandes
urbes a buscar suerte en algún club. Cuando un futbolista muere de un golpe contra los
paredones de contención de concreto de las canchas ¿No es similar a cuando un obrero
de la construcción cae a un pozo ciego y pierde la vida por no tener las medidas de segu‐
ridad necesarias?
Nuestro objeto de estudio es complejo y heterogéneo. Ser futbolista en Argentina
tiene una gran relevancia social y dota a los más destacados de una notoria preeminen‐
cia social. Pero de entre todos los futbolistas que hay en nuestro país, separados por
género, variante del fútbol, nos circunscribiremos específicamente a los futbolistas mas‐
culinos “de once”, rama de este deporte de mayor desarrollo e imagen. Más que una
cuestión de comodidad o arbitrariedad, este recorte también dice mucho sobre la socie‐
dad en la que vivimos. El capital, esa fuerza poderosa que somete todo a su voluntad es,
como sabemos, tremendamente parasitaria. Aquellas esferas de la economía que consi‐
dera rentables son rápidamente transformadas por esta, mientras que las otras quedan
a la deriva sin poder competir con ellas1. Estos desbarajustes, que se ven en la esfera de
la actividad industrial de un país (Lenin, 2008).
No es nada novedoso decir que el capitalismo es parte fundamental en la génesis del
fútbol en nuestro país. Algunos autores (Frydenberg, 2011) han vinculado la expansión
de dicho deporte al desarrollo urbano de Ciudad de Buenos Aires en los primeros años
del siglos XX. La llamada acumulación originaria del capital en Argentina, la llegada del
ferrocarril y los inmigrantes de fines del siglo XIX, fueron factores de vital importancia.
En los aglomeramientos urbanos que se formaban en los espacios baldíos que dejaba el
tendido de las vías del ferrocarril comenzaba emerger la pasión por este deporte. De
acuerdo con Frydenberg, el crecimiento de las ciudades, particularmente aquellas con
puerto, como Buenos Aires, La Plata y Rosario, se produjo en paralelo con la “democra‐
tización” del fútbol. Al mismo tiempo, la clase trabajadora argentina daba sus primeros
pasos y sus primeras luchas. Fue un periodo también en que desde el Estado se estimu‐
laba la creación de grupos para practicar deporte, tal es así, que éste cedía terrenos y
desarrollaba acuerdos con dichas instituciones, en pos de impulsar este asociacionismo
entre población (Daskal, 2010). El comienzo de la proliferación masiva de clubes y la
transformación de estos en un polo de atracción para la población tampoco son casua‐
les. Las primeras victorias del movimiento obrero argentino, la obtención de una reduc‐
ción en la jornada laboral, un espacio mayor para la escolarización, y la reducción del
trabajo infantil, tuvieron como resultado un aumento sustancial del tiempo libre de la
población trabajadora argentina, que se traduciría en una demanda de espacios de reu‐
nión y dispersión. La génesis del futbol acompaña, entonces, la llamada “moderniza‐

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ción” de nuestro país, la emergencia y los primeros pasos del proletariado argentino.
Pero el capitalismo de hoy no es el mismo de hace casi cien años. Este modo de pro‐
ducción se encuentra en una gigantesca crisis que detonó hace casi diez años, y el
deporte no es ajeno a esto (Vallejos, 2009). Las consecuencias de esta crisis en el futbol
son las mismas que en cualquier otra esfera de la economía: se retrae el mercado, se
deteriora la situación de los clubes, se atrasan los pagos de salarios, quiebras de clubes,
entre otras tantas cosas. A medida que la descomposición del sistema capitalista avan‐
za, los clubes argentinos se deterioran cada día más, incapaces de escapar a esta tenden‐
cia. La relación del capitalismo, otrora motor de su expansión, con el fútbol, se ha rever‐
tido. En el medio del caos organizativo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), ha
quedado de manifiesto el vínculo entre el desarrollo capitalista y el provenir de un sec‐
tor de la población argentina que establece una relación profunda con este deporte.
Mientras los dirigentes de la AFA recientemente se aprestaban a entregar los derechos
de televisación al capital extranjero, evaluaban la posibilidad de “privatizar”2 los clubes,
a espalda de socios y trabajadores del deporte, se sucedían huelgas y pronunciamientos
en contra de la “privatización”. Se entiende entonces, que la respuesta a la pregunta que
encabeza nuestro trabajo irá trazando vínculos con la relación más general entre fútbol
y capitalismo e instará a reflexionar sobre el accionar político sobre esta situación.

Clase obrera y trabajo productivo


Las clases sociales siempre están ligadas a una fase del modo de producción, es decir,
a las relaciones que contraen los hombres para satisfacer sus necesidades materiales. Lo
que define a la clase obrera bajo el modo de producción capitalista es su posición de no pro‐
pietarios, desposeídos, cuya condición es producto de un proceso histórico en que le fue
arrebatado el acceso a los medios de producción. Esta debe someterse al dueño de los
medios de producción, la burguesía, para poder reproducir su existencia y la de sus des‐
cendientes. Lo que se lleva a cabo es la venta de la fuerza de trabajo del obrero, como
una mercancía más, pero creadora de valor. La dominación del capital ha llevado a esta
masa a una situación común, con intereses comunes.
Es interesante detenerse en la situación del futbolista. Puede resultar evidente que
estos venden su fuerza de trabajo para reproducir su existencia, “viven” de ser contra‐
tados por los clubes. Ahora bien ¿Cuál es la expropiación que han sufrido estos para
verse obligados a dicha situación? Responder esta pregunta no es algo sencillo, debido
a que, en un principio, los jugadores eran efectivamente los fundadores de estos clubes
deportivos, y hacían las veces de directivos, socios y financistas3. Esta situación se pro‐
longó hasta la década del veinte, cuando la masividad de los clubes pobló a las institu‐
ciones de hinchas que comenzaron a participar en la vida democrática de las institucio‐
nes. Este crecimiento también motorizó que muchos de los jugadores ya no fueran
socios del club en el que jugaban debido a la enorme movilidad de equipos.
Este proceso erosionó progresivamente esta indiferenciación inicial, alumbrando una
complejización en la composición y roles en el seno de los clubes, dando lugar a funcio‐
nes más especializadas y formalizadas. En principio, en el rol dirigencial se consolida‐
ron los sectores socio‐económicos más altos y los profesionales, principalmente debido
a su “línea directa” con los niveles del Estado y los potenciales donantes privados, cuan‐
do no eran ellos mismos los aportistas. Al mismo tiempo, las instancias asamblearias
pasaron a ser instancias cada vez más extraordinarias (Godio, 2011).

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Esta situación, como se verá más adelante, se materializará en una serie de conflictos
durante el siglo XX y decantará en una situación en la que el futbolista se encuentra
separado de los clubes, y debe “venderse” a estos. No parece ser un proceso violento,
sino gradual, acompañado de transformaciones en el mundo del deporte. Los límites
estrechos del amateurismo comenzaban a ser un impedimento para una actividad que
se tornaba en un negocio atractivo.
Hechas estas consideraciones, que a falta de un mejor nombre denominaremos
“estructurales”, se abre otra discusión vinculada íntimamente al concepto de clase: ¿Qué
características debe de tener el trabajo para ser denominado productivo según la teoría
marxista? Éste es un punto crucial, debido a que la condición para formar parte de la
clase obrera es realizar un trabajo productivo. Marx sostiene que el trabajo productivo es
aquel que produce plusvalía. Es decir, el trabajo debe de ser asalariado y producir capital
productivo, y dicha fuerza de trabajo debe de ser comprada por el capital. Implica una
relación históricamente dada. El problema no está en la utilidad o necesidad social de la
mercancía producida, ni si ésta adopta un carácter material (Mandel, 1977). Así lo afir‐
ma Marx:

Por ejemplo, los maestros de establecimientos educacionales pueden ser simples asalariados del
empresario del establecimiento (…) Aunque en relación a los alumnos estos maestros no son traba‐
jadores productivos, lo son en relación con su empleador. Éste cambia su capital por la fuerza de tra‐
bajo de ellos, y se enriquece gracias a este proceso. Lo mismo ocurre con empresas tales como tea‐
tros, lugares de diversión, etc. En tales casos la relación del actor con el público es la de un artista,
pero en relación con su empleador es un trabajador productivo (1974: 347).

A partir de esto, podemos sostener que el futbolista produce una mercancía no mate‐
rial: el espectáculo deportivo. Sería un grave error pensar al futbolista únicamente par‐
tiendo de una relación unilateral entre éste y quien lo contrata. Por el contrario, el méto‐
do marxista consiste en pensar la totalidad del proceso productivo. Y al hacer esto se
puede dar cuenta que el futbolista sí produce plusvalía, ya que su salario (por más ele‐
vado que pueda ser) siempre es inferior a los valores que produce. Para ver esto alcan‐
za con observar los balances anuales de los clubes, en relación a los costos y ganancias
en comparación con el ítem de gastos del fútbol. Tomemos en consideración la produc‐
ción del espectáculo del fútbol en su totalidad y todo lo que esta genera: banderines,
remeras, televisación…

Una vez obtenida, tiene que repartirla con capitalistas que realizan otras funciones en el conjunto de
la producción social (...) La plusvalía se fracciona, por lo tanto, en varias partes. Sus fragmentos caen
en manos de diferentes categorías de personas y asumen formas diferentes, independientes las unas
de las otras, tales como la ganancia, el interés, beneficio comercial (...) (Engels, 1975: 173).

Ahora bien, más allá de la posición del jugador en el entramado de estos negocios,
¿Cómo procesa este grupo las “experiencias” de dicha posición? Estas vivencias, here‐
dadas o compartidas, articulan la identidad de sus intereses comunes y contrapuestos a
los de otro grupo de hombres. La “experiencia” de formar parte de una clase está
ampliamente determinada por las relaciones de producción a los que los hombres están
sujetos. Lo subjetivo y lo objetivo se sintetizan en la noción de clase y sólo pueden ser
separados de forma artificial, analítica, para fines expositivos.
Las personas no actúan “de forma clasista” en un momento específico, sino a lo largo
de un proceso histórico. E. P. Thompson analiza cómo los individuos se comportan de

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acuerdo a sus intereses de clase, incluso antes y como condición de que haya formacio‐
nes maduras de clase, “con sus instituciones y valores conscientemente definidos en
función de la clase” (Meiksins Wood, 2001: 98). Estos elementos, su disposición a com‐
portarse como una clase, su conciencia de clase, emergerán como consecuencia de la expe‐
riencia común y las conclusiones de la misma. En todo esto también juegan un papel
relevante las particularidades históricas y culturales del medio en que se forma la clase.
Entonces, la siguiente tarea será realizar un análisis de distintas situaciones puntua‐
les con el propósito de entender en qué medida la vida de un grupo de seres humanos
depende de la entrega de la fuerza de trabajo para la obtención de los medios de vida
bajo la forma de salario, en qué lugar del proceso de proletarización se encuentra una
determinada fracción de la sociedad, si existen elementos de coacción extraeconómica,
entre otras cosas. La desposesión, su posición objetiva, no es el único factor que deter‐
mina la pertenencia a la clase obrera. Considerando estos enfrentamientos sociales, pro‐
cesos de lucha, excediendo una visión que se restrinja a una relación entre individuos,
permitirá ver a una clase social como una totalidad histórica. Retomando a Iñigo
Carrera, “al analizar procesos de enfrentamientos sociales podrá conocerse cuáles de las
múltiples relaciones establecidas por los conjuntos de individuos, están en juego en un
momento determinado y, por ende, si se están constituyendo en clase.”(2003: 7).

El caso argentino
Luego de que varios conflictos concatenados hayan preparado el terreno, en 1931 una
huelga de futbolistas, que incluyó una movilización a plaza de mayo y un pedido de
audiencia con el presidente de facto (Uriburu), terminó desembocando en la profesiona‐
lización del futbolista argentino (Frydenberg, 1999).Hasta ese momento predominaba lo
que se conoce como “amateurismo marrón”, en el cual el jugador cobraba un salario
encubierto, generalmente por partido o se le conseguía un trabajo en el Estado, al cual
nunca asistía físicamente.
Diversas protestas que exigían la implementación de remuneración salarial por prac‐
ticar la actividad fueron impulsando la formación de una Asociación mutualista de
jugadores para 1929. Los futbolistas convocados para la selección nacional también se
sumaron al reclamo y fueron sancionados. Como consecuencia de esto se sumó la
amnistía al principal reclamo de los huelguistas que era el “pase libre” (poder negociar
dónde jugar sin que haya necesidad de acuerdo entre ambos clubes).Finalmente el arbi‐
traje estatal terminó imponiendo la profesionalización con la intención de desactivar el
conflicto y otorgar beneficios a las instituciones, debido a que creía que los jugadores ya
no se interesarían por el reclamo del pase libre si sus ingresos eran suficientes. Sin
embargo, los dirigentes de los clubes comenzaron a preocuparse por poner un límite al
sueldo del futbolista. Ya no podían enarbolar argumentos amateurísticos, cuando
durante el marronismo los jugadores pedían aumentos (Frydenberg, 1999). Se habría
una nueva etapa.
Esta profesionalización dio comienzo a la era en la cual sólo sirven los resultados
(ganar), ser eficaz. Otros factores debían ajustarse al clima de época, entre ellos la corpo‐
ralidad. Para lograr satisfacerlas necesidades del creciente espectáculo ya no había lugar
para la laxitud y la flexibilidad, propias del fútbol amateur. Comenzó a imponerse una
disciplina regular de entrenamiento, con el apoyo de los medios que se ocupaban de
hacer propaganda sobre el mal estado físico del jugador promedio, en pos de lograr una
mayor excelencia. Un rol importante jugaba el Diario Crítica que “enfatizaba en sus edi‐

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toriales la íntima relación entre el éxito deportivo y el training” (Frydenberg, 2011:198)


y se instaba a los futbolistas a tomar clases de gimnasia.
¿Qué reacción hubo de parte de los jugadores? Disgusto en aquellos que no podían
asistir a las mismas por el hecho de que trabajaban también en otros rubros, aunque
también rechazo por considerarlo humillante o inútil. Aquellos que no podían entrenar
a ese ritmo comenzaron a quedarse atrás, perdiendo competitividad y dificultando el
desarrollo de su carrera deportiva. El paso de la ilegalidad a la legalidad en la circula‐
ción del dinero dio lugar a una serie de relaciones sociales que implicaron obligaciones
para los jugadores. Al comenzar a ver el cuerpo del jugador como una máquina, que
debía rendir en calidad, aparece la consideración de un profesional como alguien que se
dedica concienzuda y racionalmente a la actividad. Los futbolistas presentaron muchas
resistencias a este cambio en su rutina que a su vez eran sancionadas en muchas ocasio‐
nes por el club. Se puede pensar esto como la expresión de un proceso de racionaliza‐
ción que el futbolista va realizando sobre su propia actividad. El fútbol ya no era toma‐
do como un juego, sino como una profesión.
Años después, en 1948, tuvo lugar otra huelga de jugadores durante el primer gobier‐
no peronista. Selecciono este conflicto, porque en el Futbolistas Argentinos Agremiados
(FAA) intervino enfrentando a la AFA. El conflicto que estalló en Abril de ese año, fue
el corolario de una serie de medidas de lucha, como los paros simbólicos desarrollados
durante los primeros minutos de los encuentros. Por tanto no fue una noticia que sor‐
prendió a nadie cuando, el jueves ocho de ese mes anunció la suspensión de la primera
fecha del campeonato que comenzaba ese fin de semana.
¿El motivo del paro? La antigua reivindicación del “pase libre” venia ahora acompa‐
ñada de otras cuestiones producto de la nueva situación post‐1931 “…sueldos y primas
(garantizando un mínimo y eliminando el máximo, fijado unilateralmente por los clu‐
bes en $1500), la apertura del libro de pases, el pago de sumas adeudadas por los clubes
a ciertos jugadores” (Frydenberg y Sazbón, 2015: 65), junto con un convenio colectivo de
trabajo. De estos reclamos, el más significativo era el reconocimiento de la personaría
jurídica de FAA como su representación gremial frente a la Secretaria de Trabajo y
Previsión. Contra la intransigencia de los clubes, los jugadores redoblaron su organiza‐
ción y su estado de alerta, convocando asambleas extraordinarias. La AFA respondía
con amenazas de suspender el campeonato y de rescindir el contrato a aquellos jugado‐
res que se sumasen a la medida de fuerza.
En Julio, se llegó a un punto intermedio: los jugadores levantaron la huelga y los diri‐
gentes se declararon en “sesión permanente” para discutir el régimen de contratación
de los futbolistas profesionales, en comisión paritaria con FAA, lo cual fue visto como
un gran triunfo de los huelguistas, ya que reconoció a dicha organización como la inter‐
locutora de una de las partes en conflicto. Empero, la esencia del accionar de la AFA era
dilatar la cuestión, mientras FAA respondía con amenazas de paro y asambleas. Esta fue
la dinámica de la situación hasta Noviembre, cuando los jugadores convocaron a un
paro simbólico de un minuto en caso de que no se aprueben los proyectos. Frente a esto
AFA declaró que el torneo estaba suspendido, volviendo la medida atrás al ver la reac‐
ción negativa del público futbolero. Pero al hacerlo desconoció todos los avances de la
negociación comenzada en Abril y a la propia FAA para futuras negociaciones. FAA res‐
pondió declarando una huelga para el 10. Los clubes decidieron presentar formaciones
alternativas, plagadas de juveniles, para las cinco últimas fechas del campeonato, lo cual
generó una caída en la venta de entradas. La intransigencia de las dos partes era eviden‐
te: “La AFA, por su parte, rescindió los contratos de los huelguistas, “por culpa de los

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jugadores”, aplicándoles duras sanciones, incluyendo su inhabilitación por dos años. Al


mismo tiempo, se resolvió crear unilateralmente una comisión para reestructurar el fut‐
bol profesional” (Frydenberg y Sazbón, 2015:70). Ya eran muchos los dirigentes que
planteaban la vuelta al amateurismo. Por el lado de los jugadores se organizaban parti‐
dos amistosos públicos, que llamaban la atención de la población y de los medios.
Ya en Febrero de 1949 las partes se fueron acercando: la AFA levantó las inhabilitacio‐
nes. En Abril se logró destrabar el conflicto: se reconoció a FAA, se le otorgó personaría
jurídica, se puso un máximo de tres años de contrato y se firmó el convenio colectivo de
trabajo, que otorgaba un sueldo mínimo, pero se mantuvo una cláusula del tope de sala‐
rios máximos. Esto último provocó que casi cien futbolistas migrasen hacia otras ligas
donde esta traba no exista, entre ellas muchas figuras. La AFA los expulsó por incum‐
plimiento de contrato.
La selección de estos dos puntos de la historia de los futbolistas argentinos obedece a
su consideración como momentos determinantes en la historia de su lucha reivindicati‐
va y en la constitución de su identidad como colectivo. Hay un hilo de continuidad entre
ambos conflictos: la lucha de los huelguistas por la libre contratación. La existencia de
una representación gremial que los aglutine en el medio habla de un fuerte salto de cali‐
dad organizativa y permite pensar la Asociación Mutualista como un antecedente direc‐
to de las FAA. El problema de la libre contratación no es un tema menor: algunos auto‐
res (Frydenberg y Sazbón, 2015) aseguran que con esto los futbolistas buscaban ser tra‐
tados como iguales, rompiendo la relación paternalista que los clubes tenían con ellos.
Estos buscaban controlar a los futbolistas, los cuales eran considerados su principal acti‐
vo económico. Además sentían que esto era lo correcto, argumentando todos los gastos
de formación que implica un deportista profesional. Los dirigentes en el 48´ se anotaron
un triunfo ya que no otorgaron esta concesión.
Como sabrá el lector estas no fueron las únicas luchas de los futbolistas a lo largo de
su historia. Recién en 1971, mediante otra huelga, se logró el cumplimiento del “Estatuto
del Futbolista Profesional”. Hay que rescatar que en dicha circunstancia, como “repre‐
salia” el ente mayor de nuestro fútbol y los presidentes más importantes, Kent y
Armando decidieron presentar equipos de juveniles (que habían reemplazado a los
huelguistas) el resto del campeonato. Sin embargo cuando sus clubes, River y Boca se
enfrentaron, solo el primero presento una formación juvenil, resultando sin embargo
igualmente vencedor.
Ya sea en defensa de su convenio, ante amenazas de anularlo o frente a la agresión
sufrida por algún futbolista, las últimas décadas estuvieron regadas de luchas reivindi‐
cativas. En 1975 River Plate logró ser campeón tras 18 años. Cuando estaba por dispu‐
tarse el partido definitivo estalló una nueva huelga: el motivo eran las modalidades con‐
tractuales. Los futbolistas luchaban, otra vez, por tener el pase en su poder, tras concluir
su relación contractual con el club. La situación era grave, ya que el club además, no
toleraría otro fracaso deportivo (no ser campeón). La historia cuenta que un grupo de
pibes, que la mayoría luego no logró trascender en su carrera, venció por 1 a 0 a
Argentinos Jrs. en la cancha de Vélez, con gol de Diego Bruno. Los memoriosos cuentan
que en el partido siguiente, el del festejo, los jugadores profesionales, un plantel de
experimentados, maltrato y acusó a los jóvenes de haberlos “tirado al bombo”.
¿Qué es lo que se pudo observar en este breve recorrido histórico? La progresiva for‐
mación de un grupo de individuos con intereses comunes. Siguiendo sus luchas vemos
como experimentaron su situación objetiva de clase, obrera, y se constituyeron como tal.

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Al factor objetivo se le sumo la experiencia y su asimilación en tanto fracción de la clase


trabajadora argentina. Como un pasado común, heterogéneo, coloreado por amateuris‐
mo, el marronismo, las asociaciones civiles sin fines de lucro y el amor por el juego,
tuvieron un rol importante en este proceso. Esta igualdad entre dirigente‐hincha‐juga‐
dor‐socio de la que habla Frydenberg (2011), que dio lugar a relaciones personales entre
deportistas y directivos, sumado a los vínculos emocionales que atan a las personas a las
instituciones deportivas son parte del acervo común en el que un grupo de individuos,
se fue configurando en parte de una clase social. Este es el sentido que Thompson le da
a la cuestión:

…las determinaciones objetivas ‐la trasformación de las relaciones de producción y las condiciones
laborales‐ nunca se imponen sobre cierta materia prima indiferenciada de la humanidad, si no sobre
seres históricos, los portadores de los legados históricos, las tradiciones y los valores” (Meiksins
Woods, 2001: 109).

Se puede pensar entonces a los futbolistas como parte de esta clase social.

A modo de cierre
A pesar de ser visto por la mayoría como un entretenimiento, el campo del fútbol no
deja de reflejar todas las contradicciones y la descomposición social del capitalismo, su
crisis. Si el fútbol en tanto espectáculo es un mercancía como cualquier otra, el enfoque
adecuado para entender este problema es tomar al fútbol como una unidad económica,
una mercancía “…cuya principal función es la de generar plusvalía como producto mer‐
cantilizado. (...) un eslabón dentro del capitalismo monopolista que se esfuerza por crear
permanentemente nuevos mercados y expandir así el rendimiento económico...” (Gil,
2000: 1). No se debe caer en el error de centrar la mirada en el fútbol como un reproduc‐
tor de la ideología burguesa, como ilustra Sazbón (2011) cuando comenta las posiciones
de Mumford o Parry quienes lo entienden como actividades distractivas de posibles
levantamientos políticos o Brohm que plantea el deporte como una correa de trasmisión
de valores asociados al mercado, que valen también para este, como la competencia, el
self‐made‐man, etc. No se trata de que el fútbol se “vuelve” en contra de los intereses
del proletariado, sino de que las mercancías en general se vuelven contra quien las pro‐
duce. Pensar así permite analizar el problema del fútbol como un problema más del
capitalismo y no tomarlo de forma aislada evitando pensar que la cuestión es inherente
al propio deporte. Nada es malo o bueno per se, sino que su contenido y forma están
íntimamente vinculados con las relaciones sociales de producción. En un período de
más de cien años hemos pasado de la creación esforzada de jóvenes y trabajadores de
espacios de recreación bajo el formato del asociacionismo no lucrativo4, al funciona‐
miento actual de gran parte de los clubes como cuasi‐empresas, poblados de gerentes,
lugar de negociados para los capitalistas del fútbol y plataforma de lanzamiento para
futuros políticos patronales (Hijós, 2013). Los principios de asociación, bien común,
sociabilidad, democracia e integración propios de los clubes fundados a fines del siglo
XIX y principios del XX (Frydenberg, 2001) inevitablemente se iban a encontrar en su
camino con la potencia social y económica del capital. ¿Cuál fue el resultado de esta con‐
flagración? El profesionalismo, los sponsors, la intervención científica de los cuerpos, las
giras internacionales en tierras lejanas, la compra‐venta de menores… los resultados
están a la vista. Este fenómeno no responde a otra cosa que a la tendencia del capital a
penetrar y controlar sectores que no administraba ni influía de forma directa, transfor‐

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mando todas las actividades en fuentes de lucro (Heller, 2016) . El capital tiende a inva‐
dir todos los ámbitos de la vida económica y social. La única forma de terminar con esta
realidad invertida en donde la mercancía en tanto producto se vuelve contra su produc‐
tor, es organizando la sociedad bajo los intereses del proletariado. Solo así el sujeto se
reconciliará con el objeto, el productor con el producto.
Ahora bien el panorama del fútbol nos insta a pensar en una intervención socialista
en la temática. Ya los primeros partidos obreros habían tenido el desafío de afrontar
muchos de los acontecimientos narrados en este artículo. Tanto el Partido Socialista (PS)
como el Partido Comunista (PC) intervinieron en el asunto atacando la mercantilización
y desarrollando sus propias ligas amateurs, promoviendo prácticas vinculadas a formar
una “cultura obrera” (Guiamet, 2013; Camarero, 2011). La comparación, pese a la enor‐
me diferencia temporal, es útil. El deporte hoy se encuentra infinitamente más mercan‐
tilizado que entonces ¿Cuáles son las consignas que el partido del proletariado debe
levantar hoy? ¿Debe intervenir en la lucha reivindicativa de los jugadores, que como
vimos, han construido sus instituciones laborales? ¿Acaso deberá trazar una distinción
entre los contratos millonarios y los jugadores de las últimas divisiones? Las explosio‐
nes de la crisis capitalista son y serán espectaculares, ya que “no pueden dejar de expre‐
sar ahora lo que corresponde a un periodo de agotamiento histórico” (Rieznik, 2015: 14).
No hay duda que varias de esas propuestas pueden combinarse para dar forma a una
política obrera y socialista para el futbol. Los revolucionarios deben preguntarse si quie‐
ren un deporte amateur o consideraran al futbolista como un trabajador, implicando
esto que esta sea su medio de vida.
No se le escapa al autor de este artículo que, según la teoría marxista, las clases socia‐
les se definen en relación a otra. En el modo de producción capitalista, las dos principa‐
les clases son el proletariado y la burguesía. ¿Existe un antagonismo de este tipo entre
el futbolista y quien lo contrata? Esta pregunta no es sencilla. A lo largo de la historia
también hemos visto a los dirigentes de los clubes sancionando, extorsionando y tratan‐
do de frenar la organización de los futbolistas. Hablando de los futbolistas como un acti‐
vo económico del club, argumentando los gastos de formación, pero a la vez apelando
al pasado amateur del futbol, cuando estos cruzaban una línea que afectaba sus intere‐
ses como representantes electos de los clubes. O aliviándose cuando se sacaban de enci‐
ma a los más “revoltosos”, con la intención de “controlar el vestuario” (Macri et al, 2009)
y acusándolos de “corporativos” (Godio, 2011).
El tema no se agota aquí. No hay que dejar de tener en cuenta que, en Argentina,
quien contrata lo hace en nombre de una asociación civil sin fines de lucro. Esto impli‐
ca que los dirigentes electos no perciben un salario por su actividad, la cual, en princi‐
pio, no es su medio de vida. Aun así, estas entidades están igualmente sometidas a los
vaivenes de la economía como cualquier otra unidad económica. Deben contratar per‐
sonal y despedirlo, pedir préstamos bancarios, etc. El espectáculo del futbol hace varias
décadas ha adoptado un carácter mercantil. La especialización, los profesionales técni‐
cos, van ganando cada vez más poder en los clubes, empleando las técnicas y directri‐
ces aprendidas en las mejores escuelas de negocios, incluso rompiendo con la tradición
de no percibir un salario por su actividad .En síntesis, no solo no parece ser una tarea
tan sencilla determinar qué es lo que aparece oponiéndose a los trabajadores/futbolistas,
sino que también suma un nuevo tópico de reflexión para los socialistas: como interve‐
nir desde el punto de vista dirigencial en los clubes, en el marco de recientes experien‐
cias societarias progresistas como Boca es Pueblo o la recientemente creada
Coordinadora del Hincha.

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Comenzando por una simple pregunta, en el curso de su respuesta por la afirmativa,


me he encontrado con la necesidad de abrir y complejizar otras, que quedaran pendien‐
tes para próximo trabajos. La muerte de un futbolista en el ejercicio de su profesión (con
una vida útil hasta poco más de los 30 años, que gana muy poco dinero, que seguramen‐
te ha pospuesto completar su trayectoria educativa, expuesto a todos los males que
abundan en nuestro futbol, por el sencillo hecho de que quienes administran este depor‐
te no pretenden gastar ni una moneda de más en medidas de protección) es una mues‐
tra más del abandono social al que somete el capitalista al conjunto de los explotados.
Gómez6, Ortega7, y muchos otros también son víctimas del sistema capitalista.

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D AV I D I BA R R O L A . ¿E L F U T B O L I S TA C O M O I N T E G R A N T E D E L A C L A S E O B R E R A ? U NA A P R OX I M A C I Ó N A L C A S O A R G E N T I N O

Notas
1 Sobre el vaciamiento de las ligas femeninas, ver https://www.minutouno.com/notas/1490290‐niunamenos‐el‐
futbol‐jugadoras‐denuncian‐discriminacion‐la‐afa.
2 En nuestro país los clubes se organizan bajo el formato de asociaciones civiles sin fines de lucro. Los

intentos de transformar a los clubes en SAD, un formato jurídica comercial, rompería con esta tradición
centenaria y habilitaría de un modo abierto el ingreso de capitales privados, rigiendo las instituciones por
posesión de acciones y no por criterios democráticos (un socio, un voto). Estos intentos, que salieron del
mundo de los clubes, para llegar a los distintos parlamentos, fueron frecuentes sobre fines del siglo XX y
en los últimos años (Daskal y Moreira, 2017)
3 Al respecto Marx agrega “Así, pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase
para sí. En la lucha, de la que no hemos señalado más que algunas fases, esta masa se une, se constituye como
clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase.” (Marx, 1987:136).
4 Esto es en la mayoría de los casos, aunque es necesario mencionar equipos que eran fundados con el estímu‐
lo de las patronales, con el propósito de enfrentar grupos de obreros y generar sentimientos de identificación con
la empresa. Esto, a juzgar por lo señalado por autores que han trabajado períodos históricos similares, parece ser
una práctica de alcance mundial (Wheeler, 1978).
5 Formato jurídico que reglamenta cargos ad honorem y obliga a reinvertir las ganancias de la asociación, en
este caso el club, en su propio patrimonio.
6 Ver Prensa obrera “Sobre la muerte de Cristian Gómez”, 28/5/2015
7 http://canchallena.lanacion.com.ar/1832432‐en‐el‐ascenso‐todo‐sigue‐igual‐tras‐la‐muerte‐de‐ortega‐en‐
mayo‐cinco‐jugadores‐chocaron‐contra‐paredones

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