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Terapia en pareja psicoanalítica

La terapia de pareja desde el psicoanálisis permite conocer nuestros deseos y anhelos más
inconscientes que nos mueven en nuestra toma de decisiones, en nuestra manera de sentir las
relaciones de pareja, de vivirlas y de establecerlas.

Muchos son los retos que una pareja debe afrontar para consolidar su relación y variadas las
situaciones que ponen a prueba la relación. Los cambios laborales, la llegada de un hijo/a, mudanzas
son algunas de las situaciones que pueden afectar a las relaciones de parejas. También todas las
situaciones personales que cada miembro de la pareja esté atravesando repercutirán de una manera u
otra en la forma de relacionarse, en la posibilidad de comunicarse fluidamente con el otro, de tenerse
en cuenta, de poder acompañarse, de vivir la intimidad o alejarse.

La terapia de pareja psicoanalítica es distinta a la terapia individual psicoanalítica, focalizándose en


el conocimiento de la realidad psíquica y funcionamiento psíquico de la pareja, es decir, en el
inconsciente común de la pareja, y se apoya en el conjunto de desarrollos teóricos y clínicos que
conforman el psicoanálisis. Este tipo de terapia tiene aún un desarrollo menor que la terapia individual
en la praxis psicoanalítica y, a pesar de que en gran parte lo que produce sufrimiento psíquico en las
personas que acuden a terapia es del ámbito de las relaciones íntimas significativas, se tiende con
frecuencia a un abordaje individual. Como recogen de Gurman (2011), gran parte de las personas que
acuden a terapia lo hacen por conflictos en las relaciones y, a su vez, las personas que presentan
malestar en las relaciones íntimas, sufren en mayor proporción problemas de ansiedad, depresión,
impulsos suicidas, abuso de sustancias, problemas médicos agudos y crónicos y diversas patologías,
por lo que sorprende que la terapia de pareja sea aún un abordaje minoritario.

La pareja es vista como un sistema interactivo y la terapia se basa en el conocimiento de este sistema
de influencia y regulación mutua. En él, el funcionamiento psíquico está constituido por lo
intrasubjetivo (determinantes psíquicos que vienen del mundo interior) y lo intersubjetivo
(determinantes psíquicos que incluyen al otro). Una oportunidad de ayudar a ambos miembros de la
pareja a reconocer qué miedos son fundamentalmente similares, y que apunta a mostrar cómo, tanto
consciente como inconscientemente, cada uno estimula ciertos funcionamientos en el otro, y como se
construye un funcionamiento entre los dos. Al identificar o reconocer la contribución de ambos
miembros a la relación y a dicho funcionamiento, los sentimientos de culpa o vergüenza disminuyen,
sienten alivio y la calidad de la relación se ve reforzada.

Sin embargo, existen dificultades en el tratamiento en pareja que hacen que la intervención sea
compleja y/o desaconsejen este tipo de intervención. Por ejemplo, que una de las personas no lo desee
o se sienta forzada a ello a lo largo de las sesiones, que no tenga la capacidad para enfrentarse a la
frustración y los sentimientos de hostilidad, que la pareja forme una alianza contra el terapeuta, que
se precise una terapia individual previa ya que el conflicto no sea tratable en terapia conjunta, o que
la terapia conlleve una forma de entenderse que resulte contraproducente o pueda ser utilizada de
manera patológica por alguno de los miembros.

La resistencia de cada miembro a iniciar un cambio es también una posible dificultad. Ambos pueden
temer el cambio, ya que esto puede significar nuevas normas o reglas en la diada, o significar dejar
al otro detrás. Es por todo ello importante conseguir la participación de ambos, de manera voluntaria
y sin presiones, en el trabajo conjunto a lo largo de las sesiones iniciales.

Uno de los primeros objetivos de la terapia será mejorar y favorecer la comunicación en la pareja,
para posteriormente poder explorar otras cuestiones: fantasías, deseos, temores, patrones de
vinculación que se establecieron en la infancia, etc., que interactúan con aspectos similares del mundo
interno de cada uno de los miembros de la pareja. La relación de pareja, como cualquier vínculo, tiene
presencia de las experiencias relacionales que se han ido sucediendo desde la infancia.

Con respecto a ello, es fundamental que el terapeuta sea sensible al ritmo de cada miembro y a la
capacidad comprensiva e integradora de la diada, adoptando el ritmo de aquel que requiera más
tiempo para ello. Los miembros de la pareja van eligiendo las características de la otra persona que
parecen confirmar su visión interna del mundo, construyendo una imagen e idea en base a sus propias
experiencias y mundo interior, e influyendo en la pareja a través de mecanismos de identificación
proyectiva interpersonal. Con el tiempo, la intensidad y repetición de estas interacciones puede
suponer patrones relacionales que comiencen a ser un problema en la relación.

La salud de la pareja radica en que cada individuo pueda ser flexible para cambiar y alternar sus
funciones y dependencia en la diada de manera flexible, ya que, de lo contrario, si estas permanecen
rígidas e inmutables, si la colusión es rígida, se vuelve patológica. Por ejemplo, si un miembro
siempre cuida y el otro se deja cuidar y cuando cambian las necesidades de la pareja esto permanece
inamovible.

La terapia de pareja requiere de un papel activo del terapeuta en el que la capacidad interpretativa es
un instrumento fundamental que, a su vez, requiere de unas premisas. El foco de la interpretación es
la pareja, su relación y su colusión, en la dimensión intersubjetiva, interpersonal. No es una
interpretación de la persona individual.

Son en gran parte interpretaciones extratransferenciales, en las que se revela el entramado del mundo
interno de la persona y como se externaliza en su relación en la diada y con el mundo. Esto supone
una dificultad, que es encontrar el momento y la forma adecuada para hacerlo de manera conjunta,
con intervenciones en las que se muestre y estimule la capacidad de la pareja para observar de forma
diferente su conducta y la comprensión de su mundo interno.

La empatía del terapeuta juega un papel central en la técnica, enfatizándose la necesidad de


comprender la experiencia subjetiva y afectiva de ambos miembros, proporcionando una base segura.
Si el tratamiento se desarrolla adecuadamente, ambos miembros se irán sintiendo más dispuestos a
expresar lo que sienten. Esta manera de mostrarse y el modo en que el terapeuta facilita el desarrollo
de la capacidad para poder conocer y aceptar la diferencia en las vivencias subjetivas, es importante
para generar en la pareja un apoyo empático.

Lo que sucede en las sesiones tiene consecuencias en la vida real de la pareja, que a su vez puede
tener un efecto importante en el tratamiento y afectar a la relación con el analista y la propia terapia.
La interpretación extratransferencial de lo que sucede fuera de la terapia es extremadamente
importante. Cualquier cosa que transpire en la pareja fuera de la terapia no puede ignorarse. Para
describir esto ponen el ejemplo de un miembro de la pareja que revela alguna cuestión en la sesión
experimentada como una traición por la pareja. Esto puede conducir a problemas en la vida real de
ambos, y a su vez afectar a la relación con el terapeuta y la terapia en sí.

En definitiva, los autores del artículo postulan que, en la actualidad y atendiendo a los cambios
culturales, la terapia de pareja puede ser muy beneficiosa. Salvar la relación de pareja no es el objetivo
del tratamiento, de modo que la psicoterapia puede conducir también a reconocer la imposibilidad de
permanecer juntos y a separarse de manera amistosa. La terapia de pareja falla cuando no ayuda a la
pareja a cambiar y/o permanecer juntos de manera patológica o a no separarse de manera agresiva.

La terapia psicoanalítica de pareja se dirige pues de manera preferencial a los que, al vivir su relación
marital durablemente, se enfrentan a su evolución, es decir al cambio. El estado de crisis dificulta el
diálogo, reduciendo considerablemente la función de lo imaginario, y desde allí de la
interfantasmatización, acelera los mecanismos de proyección, reduciendo la expresión emocional a
descargas impulsivas, a veces violentas, que consumen rápidamente la reserva narcisista de la pareja.
Los cónyuges se encuentran decepcionados, afligidos, desorientados. En este contexto se inscribe la
solicitud de una terapia.

La escucha psicoanalítica de una pareja en crisis requiere un marco (encuadre) terapéutico establecido
con discernimiento y firmeza. Se instala por el terapeuta de acuerdo con los pacientes después de
algunas entrevistas preliminares: pacientes y terapeuta forman entonces un grupo terapéutico, que se
convertirá en el lugar de depósitos, luego de transformación de los elementos conscientes e
inconscientes que invaden la relación marital y paralizan su crecimiento. El terapeuta es el guardián
del marco; garantiza la función continente, cuan intensos que sean los ataques, las proyecciones y las
angustias múltiples que se depositan en él. Como la madre que acoge en sus psiquis las descargas
pulsionales de su niño para transformarlas en pensamientos y en afecto, el terapeuta facilita la
verbalización y la representación por los cónyuges de ciertas angustias impensables, organizadoras
de la crisis, que pertenecen al pasado y que son reactivadas colectivamente por la situación
terapéutica.

Aun cuando vela por guardar su neutralidad, el terapeuta tiene un papel activo: hacer circular el habla,
ayudar a cada partenaire a descubrir el efecto de sus palabras y su mímica sobre el otro y poner en
vínculo el pasado de cada uno con el ahora de la crisis. Definir los pactos inconscientes, reconocer
las fantasías colectivas, restaurar la circulación fantasmática en la pareja son los objetivos de la
terapia.

La posición en frente a frente pareja y terapeuta favorece el despliegue de la transferencia,


dificultando al mismo tiempo su elaboración. Es a menudo en el après-coup de la sesión que un
trabajo de autoanálisis permitirá al terapeuta ubicarse lo más cerca posible de la vivencia de los
pacientes y lo más a distancia posible de sus propias emociones. Durante la sesión es gracias a su
capacidad de empatía que llega a entrar en contacto con la parte infantil a veces ignorada de los
pacientes.

La terapia psicoanalítica se detiene cuando la propia pareja, al sentirse capaz de regular por ella misma
sus conflictos, está en condiciones de reinstalar tal como le parezca el futuro del vínculo. Una terapia
analítica de pareja es una experiencia a vivir que reactiva frecuentemente el proceso creativo en el
vínculo.
En la psicoterapia de pareja, el trabajo se centrará en la contribución de cada miembro, y
especialmente en la dinámica de la relación entre ambos, perfilando una y otra vez la distinción entre
la realidad externa y la visión inconsciente que cada miembro de la pareja tiene de esa realidad. En
general, la estimulación del funcionamiento reflexivo de la pareja es otro de los objetivos
fundamentales del tratamiento.

Para Scharff y Scharff , los objetivos fundamentales serían:

• Reconocer y elaborar las identificaciones proyectivas e introyectivas mutuas de la pareja.


• Mejorar la capacidad de la pareja para proporcionarse mutuamente apego y autonomía, así
como la capacidad de progreso.
• Recuperar la capacidad de comunicación inconsciente, que permitirá el desarrollo de la
empatía, la intimidad y la sexualidad.
• Promover la individuación y la diferenciación entre los miembros de la pareja.
• Facilitar que la pareja recobre la confianza en sus posibilidades de crecimiento.

Salvar la relación de pareja, pues, no es objetivo del tratamiento, de manera que la psicoterapia puede
conducir a reconocer incompatibilidades insalvables y a separarse. Una psicoterapia psicoanalítica de
pareja acostumbra a estructurarse en sesiones semanales de 60 minutos. Puede tener una duración
variable, breve o prolongada, aunque en general no más allá de dos años, en función de las
necesidades de la pareja. Las primeras sesiones se dedican al diagnóstico, encuadrándose a
continuación la psicoterapia propiamente dicha. En un tratamiento psicoanalítico estándar, se presta
atención -obviamente- a los componentes inconscientes de la relación, a las situaciones que generan
afectos intensos, a las relaciones con las familias de origen, a los aspectos transferenciales y
contratransferenciales, a la interpretación de los patrones defensivos utilizados por la pareja y a
confrontar las ansiedades básicas (a ser abandonado, dañado, dominado) que están presenten en la
relación.

El mecanismo de cambio que se intenta potenciar, como en todo tratamiento psicoanalítico, es la


capacidad de insight y -a partir de ahí- de contener las proyecciones, percibiendo al otro de manera
más precisa y realista. Se busca promover nuevas experiencias con el otro, de manera que pueda
reorganizarse la relación. Por tanto, un criterio de indicación importante para el tratamiento
psicoanalítico es que la pareja disponga de capacidad y de disponibilidad para observarse a sí misma,
para adentrarse en la comprensión de sus experiencias emocionales.

Para el psicoanálisis, y más allá de él, la intimidad es una necesidad humana básica y ocupa un lugar
central en la relación de pareja. Siguiendo la definición de Hatfield (recogida por Alperin, 2006), la
intimidad es un proceso en el que una díada intenta moverse hacia una completa comunicación de
afectos, pensamientos y conductas. La capacidad para intimar se inicia en la primera infancia, a partir
de las primeras relaciones interpersonales que experimenta el bebé con sus cuidadores, con su madre
y/o su padre, sintiéndose comprendido y compartiendo sentimientos positivos. A partir de ahí se
fundamenta la capacidad para la empatía, para sintonizar con el otro y para la reciprocidad, aspectos
claves para las relaciones futuras. Todos esos procesos requieren de un adecuado proceso de
separación e individuación, que comportará también la capacidad de estar solo. Por tanto, la capacidad
de estar con los demás tiene la misma raíz que la capacidad de estar solo/a.
Cada miembro de la pareja contribuye a generar una relación que tendrá una personalidad propia. En
muchas ocasiones esa “personalidad” será suficientemente sana, pero en otras aparecerá el conflicto.
Desde un punto de vista psicoanalítico, el tipo y la intensidad de los mecanismos de defensa que
genere la pareja serán definitorios de su mayor o menor salud/psicopatología. La disociación es uno
de los mecanismos de defensa fundamentales en la concepción psicoanalítica de la personalidad, y
como tal afecta también a la relación de pareja. La disociación -dicho de manera
simplificadacomporta una polarización de la experiencia psíquica, que queda organizada en
representaciones del self y de los demás positivas (bienestar, armonía con el otro, afirmación) y
negativas (ira, agresividad, amenaza). La disociación, pues, separa “lo bueno” y “lo malo”, en un
intento de preservar lo primero de lo segundo. En el ámbito interpersonal, ello tiende a conducir a
procesos de idealización y decepción. La disociación es un mecanismo de defensa asociado
especialmente a las experiencias traumáticas infantiles y a la desregulación de las emociones, aspecto
que contribuye a generar conflictos en la relación de pareja: así, algunas personas perciben y procesan
con especial sensibilidad aspectos de amenaza o humillación en las relaciones interpersonales,
basándose en percepciones de expresiones faciales, actitudes o tonos de voz (Siegel, 2008).

Evidentemente, esa especial sensibilidad puede conducir a una relación de pareja inestable y
turbulenta, marcada por el pesimismo, estado de ánimo también característico de las personas y de
las parejas en las que la disociación es intensa. Si predomina la identificación proyectiva también se
genera un importante obstáculo para la intimidad. La identificación proyectiva es un mecanismo de
defensa por el cual cada miembro de la pareja proyecta en el otro aspectos propios que generan
ansiedad, sentimientos de amenaza. Pueden ser aspectos agresivos de uno mismo, percibidos como
“malos” o “peligrosos”, que generan que el otro sea percibido como amenazante y, en muchas
ocasiones, que fuerzan a actuar de manera que se corrobore la certeza de lo proyectado. Eso “malo”
que se disocia y proyecta en el otro tiene su raíz en las experiencias relacionales infantiles: en este
sentido, podemos afirmar que la relación de pareja empieza en la infancia de cada persona que la
compone.

El diagnóstico y el tratamiento de los conflictos de pareja han estado claramente centrados en el


trabajo sobre patrones conflictivos de relación, caracterizados por el uso rígido y masivo de esos
mecanismos de defensa que acabamos de describir. Autores psicoanalíticos como Catherall, Dicks,
Feldman, Framo, Scharff o Wachtel, así como de prácticamente todas las orientaciones teóricas, han
prestado especial atención a dichos patrones (Scheinkman y Fishbane, 2004; Jaén y Garrido, 2005).

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