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DIALOGOS DE FUGITIVOS
BIBLIOGRAFIA ELEMENTAL
Los escritos de Brecht están publicados en veinte
volúmenes de Obras Completas, por Suhrkamp
Verlag K. G., Frankfurt a/Main, en la edición
original.
Merecen citarse los tomos de Théatre Complet,
publicados por L’Arche, París, y las ediciones de
algunas de sus obras editadas en inglés por Methuen
Ltd., Londres.
En castellano:
Teatro Completo en doce tomos, Ediciones Nueva
Visión, Buenos Aires. La revista “Primer Acto” ha
publicado, sobre todo en sus números 46, 76, 84 y
86, diversas obras y trabajos sobre Brecht.
En el volumen de Teatro Alemán Contemporáneo,
de Editorial Aguilar, Madrid, se incluye una versión
de El alma buena de Sechuan.
Aymá Editora, en su colección Voz Imagen, ha
publicado en el número 9 La ópera de perra gorda.
La furia de la guerra había asolado media Europa, pero todavía era joven y bonita y pensaba
cómo podría saltar hacia América, mientras que en el bar de la estación de Helsingfors dos
hombres, sentados, lanzando en torno a ellos miradas circunspectas, hablaban de política.
Uno era alto y grueso y tenía las manos blancas; el otro, más rechoncho tenía las manos de un
obrero metalúrgico. EI aIto sostenía levantado su vaso de cerveza y miraba a través de él.
ZIFFEL y KALLE se sorprendieron mucho cuando volvieron a encontrarse, dos días más
tarde, en el bar de la estación. KALLE no había cambiado. ZIFFEL iba ya sin el grueso
abrigo que llevaba la última vez, a pesar del clima veraniego.
ZIFFEL iba casi a diario al bar de la estación, porque en el gran local había un pequeño
stand para tabacos y, a horas variables, aparecía una muchacha con un par de bolsas bajo el
brazo, abría el stand y vendía cigarros y cigarrillos durante diez minutos. ZlFFEL tenía ya
un capítulo de sus memorias en el bolsillo interior de su chaqueta y esperaba a KALLE. Como
éste no vino en toda la semana, ZIFFEL llegó a pensar que había escrito este capítulo
inútilmente y dejó de escribir. A excepción de KALLE, no conocía en Helsingfors a nadie que
hablase alemán. Pero al décimo o undécimo día apareció KALLE y no acusó particulares
síntomas de sobresalto cuando ZIFFEL sacó su manuscrito.
Un día que hacía buen tiempo, ZIFFEL y KALLE caminaron un rato juntos, charlando.
Atravesaron la plaza de la estación y se detuvieron ante un gran monumento de piedra que
representaba a un hombre sentado.
ZIFFEL: Lee.
“Yo soy físico de profesión. Una rama de la física, la me-
cánica, que ha contribuido grandemente a la configura-
ción de la vida moderna; sin embargo, yo tengo poco que
ver con las máquinas. Incluso aquellos de mis colegas que
dan algunos consejos a los ingenieros para la construc-
ción de los stukas, y hasta estos ingenieros trrabajan, poco
más o menos, con la misma tranquilidad y tan alejados
de este mundo como un alto funcionario de ferrocarriles,
por ejemplo.
Pasé casi diez años de mi vida en un instituto situado en
una calle tranquila, bordeada de jardines. Comía en un
restaurante cercano; del arreglo de mi apartamento se
ocupaba una asistenta y me hice amigo de personas de mi
especialidad.
Hacía la vida tranquila de un animal intelectual. Como
ya he dicho, había disfrutado de una escuela convenien-
te, a lo que había que añadir ciertos privilegios, que quizá
no eran muy importantes, pero que me proporcionaban
una considerable ventaja. Yo procedía de una “buena fa-
milia”, y mis padres, a costa de grandes sacrificios econó-
micos, me habían situado en posesión de una cultura que
me proporcioanba una existencia muy diferente de la que
podían llevar millones de pobres diablos a mi alrededor.
Indiscutiblemente, yo era un señor y, como tal, podía
comer caliente varias veces al día, fumar lo que quisiera,
ir al teatro por la noche y tomar tantos baños como me
apeteciera. Mis zapatos eran cómodos y mi pantalón no
parecía un saco. Podía apreciar un cuadro y una pieza
musical no me ponía en un apuro. Y si hablaba del tiem-
po con mi asistenta, se consideraba un rasgo de humani-
dad por mi parte. La época era relativamente tranquila.
El gobierno de la República no era ni bueno ni malo, por
lo tanto, más bien bueno en conjunto, puesto que sólo se
ocupaba de sus propios asuntos, como la distribución de
los cargos, etc., dejando casi en paz a las gentes que sólo
indirectamente tenían algo que ver con ellos y que cons-
tituían el pueblo. En todo caso, yo salía adelante gracias a
mis dones naturales —como siempre fueron—. Claro que
en mi profesión, como en otras, no faltaban las friccio-
nes. En ocasiones eran necesarias algunas pequeñas bru-
talidades, se tratara de una mujer o de un colega; de vez
en cuando, alguna debilidad de carácter de mediana im-
portancia, pero, en el fondo, nada que no pudiera arre-
glar fácilmente, tan fácilmente como cualquier otro de
mi mismo medio. Desgraciadamente, los días de la Re-
pública estaban contados.
Yo no tengo la intención ni la capacidad para esbozar un
cuadro del brusco y terrible aumento del paro forzoso y de
la depauperación general, ni para revelar las fuerzas que
repercutían en ello. Lo que resultaba más alarmante en esta
amenazadora situación era que en ninguna parte se podían
descubrir las causas del repentino empeoramiento.
Parecía que todo el mundo civilizado era sacudido por
convulsiones inquietants. ¿Por qué? Nadie lo sabía. Los
hombres de los institutos de estudios de la coyuntura,
que disponían sin embargo de datos precisos en el ámbi-
to de los fenómenos económicos, sólo utilizaban la cabe-
za para moverla negativamente. Los políticos “se pusie-
ron en movimiento” como las vigas de una casa durante
un temblor de tierra. Las publicaciones científicas de los
economistas se agotaron y, en su lugar, se fundaron innu-
merables revistas de astrología.
Yo hice una extraña observación.
Comprobé que en los centros de la civilización la vida se
había hecho tan complicada que ni siquiera los mejores
cerebros podían ya abarcarla, ni hacer la menor previ-
sión. Todos sin excepción, con toda nuestra existencia,
dependíamos de la economía, y la economía es un asunto
tan complicado que, para comprenderla en su totalidad,
hace falta más inteligencia de la que existe. ¡Los hombres
habían edificado una economía cuya comprensión reque-
ría superhombres!
El análisis de la situación tropezaba con dificultades muy
particulares. Recuerdo ahora un experimento de la física
moderna, el factor de incertidumbre, de Heisenberg. Se
trata de lo siguiente: Las investigaciones en el campo del
átomo resultaban entorpecidas porque necesitábamos len-
tes de gran aumento para poder observar los procesos en
las más pequeñas partículas de materia. La luz de los mi-
croscopios tiene que ser tan fuerte que provoca elevacio-
ens de temperatura y alteraciones, verdaderas revolucio-
nes en el mundo de los átomos. Mientras lo observába-
mos, quemábamos precisamente aquello que queríamos
observar. De manera que no observábamos la vida nor-
mal de ese microcosmos, sino una vida perturbada por
nuestra observación. En el ámbito social parece que exis-
ten ahora fenómenos análogos. El análisis de los procesos
sociales no deja intactos tales procesos, sino que actúa
sobre ellos con bastante intensidad. Actúa, sin más, de
un modo revolucionario. Probablemente, éste es el moti-
vo por el que los medios dirigentes estimulan tan poco
los análisis en profundidad en el campo social.
Como no aparecía ningún superhombre capaz de domi-
nar esta economía y ciertas gentes proponían ya simplifi-
carla radicalmente, para hacerla dominable y dirigible, se
prestó oído en tal situación a algunos hombres que pro-
clamaron su resolución de no tener absolutamente en
cuenta la economía.
De repente, este ¿Cómo-se-llama-exactamente? estuvo en
todas las bocas.
Desde hace años, este hombre excepcional había reunido
en torno a él, en una ciudad de provincia, célebre por su
arte y por su cerveza, a varios pequeñoburgueses y les
había convencido, con una elocuencia insólita en nues-
tro país, de que estaban en vísperas de una gran época.
Después de hacer el payaso durante algunos años, ganó
la confianza del presidente del Reich, un general que ha-
bía perdido la primera guerra mundial y fue puesto en
situación de preparar la segunda.
Pero yo, que ya había vivido una de esas grandes épocas
en mi juventud, solicité con urgencia un puesto en Praga
y abandoné el país precipitadamente.”
KALLE quiso interrumpir la lectura en varias ocasiones, pero su respeto por la letra escrita le
había contenido.
ZIFFEL miraba con aire sombrío los polvorientos jardínes del ministerio de Asuntos
Exteriores, donde le tenían que renovar su permiso de residencia. En un periódico sueco,
expuesto en una vitrina, había visto las noticias sobre el avance de los alemanes en Francia.
ZlFFEL sacaba algunas hojas manuscritas del bolsillo de su chaqueta, cuando KALLE se
apresuró a hacerle una pregunta.
ZIFFEL se vio obligado a hacer una triste confidencia a KALLE: no veia posibilidad alguna
de continuar sus memorias, porque había vivido muy pocos acontecimientos.
La conversación recayó sobre Dinamarca, en donde, tanto ZIFFEL como KALLE, había
estado porque este país se encontraba en su camino.
ZIFFEL y KALLE exploraron el país; KALLE, metiendo la nariz acá y allá, como
representante de artículos de escritorio, mientras ZIFFEL, herido en su amor propio, buscaba
empleo como químico. De vez en cuando se encontraban en la capital, en el bar de la
estación, lugar que había llegado a gustarles a ambos por su carácter inhóspito. Ante un vaso
de cerveza, que no era cerveza, y una taza de café, que no era café, se comunicaban sus
experiencias.
Antes de levantar la sesión, KALLE hizo una propuesta de tipo comercial. En sus correrías
había descubierto que la ciudad estaba infestada de chinches. Y lo curioso era que no había
ningún establecimiento que las exterminara. Con un pequeño capital se podía fundar uno.
ZIFFEL prometió pensar en la proposición. Dudaba un poco de que se pudiera llevar
fácilmente a la población a emprender algo contra las sabandijas. Contaban con un excesivo
dominio de sí mismos. Así es que se separaron sin haber resuelto nada y se alejaron, cada uno
por su lado.
XIV
SOBRE LA DEMOCRACIA
SOBRE LA SINGULARIDAD DE LA PALABRA “PUEBLO”
SOBRE LA FALTA DE LIBERTAD EN REGIMEN COMUNISTA
SOBRE EL MIEDO AL CAOS Y A PENSAR
Cuando volvieron a verse, KALLE propuso cambiar de local. Le parecía que en un bar con
autoservicio, a menos de diez minutos de allí, era mejor el café. El corpulento puso una cara
desolada. Parecía no esperar nada de un cambio de ambiente; de manera que se quedaron.
(1) Se juega con el sentido y el sonido de las palabras Beute = botín y Ausbeute = explotación. El
juego fonético se pierde en castellano (N. del T.).
XVI
SOBRE RAZAS DE SEÑORES
SOBRE LA DOMINACION MUNDIAL
Llegó el otoño con lluvia y con frío. La dulce Francia había caído. La gente se escondía debajo
de la tierra. Sentado en el bar de la estación de H., ZIFFEL cortaba un cupón de su cartilla
del pan.
La camarera recogió el cupón del pan, el señor FULANO invadía Grecia, ROOSEVELT
iniciaba su campaña electoral, CHURCHILL y los peces esperaban la invasión, el ¿Cómo-se-
llama-exactamente? enviaba tropas a Rumania y la Unión Soviética continuaba callada.
XVIII
KALLE DICE LA ULTIMA PALABRA
UN ADEMAN IMPRECISO
1924. LA VIDA DE EDUARDO II DE INGLATERRA. Karel Capek, De la vida de los insectos; O’Neill, El
mono velludo; Shaw, Santa Juana; Elmer Rice, La
máquina de sumar; O’Casey, Juno y el pavo real.
1930. EL QUE DICE SI, EL QUE DICE NO, LA EXCEPCION Pirandello, Esta noche se improvisa.
Y LA REGLA, LA DECISION.
1931. SANTA JUANA DE LOS MATADEROS. Gorki, Sómov y otros; Alberti, El hombre
deshabitado.
1934. LA MADRE, CABEZAS REDONDAS, CABEZAS Anouilh, El baile de los ladrones; Hauptmann,
1937. LOS FUSILES DE LA MADRE CARRAR. Salacrou, La tierra es redonda; Eliot, Asesinato en
la catedral; Sherwood, El bosque petrificado;
Priestley, El tiempo y los Conway; Odets, El
muchacho de oro; Hernández, El labrador de más
aire.
1938. MIEDO Y MISERIAS DEL III REICH, VIDA DE GALILEO Cocteau, Los padres terribles; Wilder, Nuestra
ciudad.
1939. EL PROCESO DE LUCULO, MADRE CORAJE Y SUS HIJOS. Giraudoux, Ondina; Saroyan, El momento de tu
vida, Mi corazón está en las montañas.
1944. SCHWEYK EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Sartre, A puerta cerrada; Anouilh, Antígona; Alberti,
El adefesio.
1945. LAS VISIONES DE SIMONE MACHARD, Frisch, Ahora vuelven a cantar; T. Williams, El zoo