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Familias tóxicas: 4 formas en las que causan trastornos mentales

Las familias tóxicas pueden generar psicopatologías y otros problemas a alguno de


sus integrantes.

Una de las instituciones sociales más importantes son las familias, ya que
constituyen el núcleo fundamental de socialización y enculturación de los
individuos, especialmente en los primeros años de vida.

Esto hace que los psicólogos, que nos encargamos de velar por el bienestar
emocional y psicológico de las personas, prestemos mucha atención a las distintas
relaciones interpersonales que se desarrollan en el seno de las familias. No solo
importan las características personales de los individuos: también es necesario
prestar a las relaciones que establecen, especialmente si estas se llevan a cabo en
la familia. Es por eso que el tema de las familias tóxicas es tan importante.

Artículo recomendado: "Los 8 tipos de familias y sus características"


Familias que generan problemas mentales
La familia no solo es importante para educar a los niños y fomentar su
aprendizaje, sino que también genera una serie de hábitos y dinámicas que son de
gran interés por su influencia en los trastornos mentales que pueden generar en
alguno de sus miembros. De hecho, la psicología observa y estudia con atención las
formas de organizarse en sociedad, y la familia, claro está, es uno de los elementos
más importantes.

Hay muchos tipos de familias. Familias numerosas, familias de solo dos


integrantes, familias estructuradas, desestructuradas, felices, apáticas, violentas…
depende mucho de la personalidad de sus miembros y, cómo no, de las
circunstancias. Además, cada familia (en el caso de que haya hijos) tiene sus
propios estilos educativos: las hay más democráticas y más autoritarias, las hay
más abiertas y liberales y también más cerradas e impermeables. El vínculo
familiar que se establece entre padres e hijos es clave e influirá sobremanera en la
personalidad, las creencias y la salud mental del niño.

Algunas relaciones familiares disfuncionales basadas en la sobreprotección, el


abandono, la violencia o la proyección han sido ampliamente estudiadas por los
psicólogos para establecer vínculos entre estas formas de relacionarse y la
aparición de algunas enfermedades psicológicas y psiquiátricas.

El tabú de la psicopatología en el núcleo familiar


Cuando los psicólogos tratamos estos conflictos y problemas en las familias, es
común que recibamos todo tipo de críticas. Vivimos en una cultura donde la
familia es una institución cerrada. Los integrantes de cualquier familia recelan
mucho de que una persona externa evalúe e intente cambiar dinámicas y hábitos,
porque esto es vivido por los miembros de la familia como una intromisión a su
intimidad y a sus valores más arraigados. La familia puede ser disfuncional y estar
creando problemas mentales en sus miembros, pero sigue costando mucho
realizar terapia sin encontrarnos con reticencias y malas caras.

Hay algunas ideas preconcebidas que distorsionan la labor del terapeuta: “Todo
tiene que quedar en familia”, “La familia siempre te querrá bien”, “No importa lo
que pase, la familia siempre ha de estar unida”. Son frases e ideas muy enraizadas
en nuestra cultura y que, aunque aparentemente nos hablan de unidad y de
fraternidad, esconden una mirada desconfiada y recelosa ante cualquiera que
pueda aportar un punto de vista objetivo sobre estas dinámicas y relaciones
familiares (aunque sea con la noble intención de ayudar).

Esta concepción sobre la familia causa mucho dolor, desazón y desesperanza entre
las personas que tienen la sensación de que sus familiares no han estado a la
altura de las circunstancias, que no han estado a su lado incondicionalmente y
ofreciéndoles apoyo. En casos extremos, como en el de haber sufrido algún tipo de
maltrato, las consecuencias negativas para el bienestar emocional pueden ser
serias.

No todas las familias son nidos de amor, confianza y afecto. Hay familias en las
que se generan situaciones de estrés permanente y en la que uno (o varios) de sus
miembros causa malestar y sufrimiento a otro(s) miembros(s). Algunas veces
puede ser un daño que se hace sin querer, sin mala intención, y en otras pueden
existir factores que realmente llevan al odio y a la violencia, física o verbal. En
otros casos, el problema no es tan evidente y está más relacionado con el estilo
educativo que emplean los padres o el "contagio" de inseguridades o problemas de
unos miembros a otros.

Familias tóxicas y su relación con los trastornos mentales de sus integrantes


No es la intención de este texto señalar los errores de los padres y madres, pero sí
nos parece oportuno tratar de aportar luz sobre algunos mitos y malentendidos
culturales que causan que algunas familias sean un auténtico desastre. La
convivencia dentro de una familia tóxica es absolutamente devastadora para cada
uno de sus miembros, y esto tiene consecuencias directas con la aparición de
ciertas psicopatologías asociadas a tener que lidiar con altas dosis de presión,
estrés y hasta malos tratos.

Vamos a conocer un total de cuatro formas en las que las familias tóxicas
contaminan a alguno de sus integrantes, pudiendo llegar a causarle trastornos
mentales y conductuales.

1. Etiquetas y roles: Efecto Pigmalión y su nefasta influencia en los hijos


Todos los padres, en alguna ocasión, hemos puesto alguna etiqueta a nuestro hijo.
Frases como “el niño es muy movido”, “es vergonzoso” o “tiene mal carácter” son
una muestra de sentencias que, aunque los adultos no nos demos cuenta, están
causando un fuerte impacto emocional a nuestros hijos. Estas frases, dichas una y
mil veces en el entorno familiar, acaban por afectar seriamente a los niños.

Aunque no le queramos dar importancia, estas etiquetas afectan a la identidad del


niño, a cómo se percibe y se valora a sí mismo. A pesar de que el niño quizá no sea
vergonzoso realmente, oír ese adjetivo repetidamente en las personas de su
familia, a las que admira, sientan un precedente sobre cómo debe comportarse o
actuar, de acuerdo con las expectativas generadas. Esto es lo que se conoce como
profecía autocumplida o Efecto Pigmalión, ya que el rol o la etiqueta que los
adultos le han impuesto al niño acaba convirtiéndose en una realidad.

Por eso, poner una etiqueta a un hijo es una forma de contaminar su conducta,
inculcándole ciertas ideas esencialistas sobre cómo es o cómo deja de ser. Estas
etiquetas, para colmo, son fáciles de propagar y suelen ser repetidas hasta la
extenuación por profesores, amistades de la familia y vecinos, enquistándose cada
vez más en el entorno cercano del niño, lo cual agrava el problema.

2. Amores que matan


Muchos padres y madres usan una máxima recurrente que repiten a sus hijos
siempre: “nadie te va a querer como te queremos nosotros”. Esta frase, aunque
puede tener gran parte de razón, frecuentemente hace que muchas personas que
se han sentido poco queridas en su entorno familiar asuman que, de alguna
manera, no tienen ningún derecho a sentirse mal, puesto que todo lo que hizo su
familia fue “por su bien”. Esto, en casos extremos, puede llevar a que no se
denuncien situaciones de abuso o malos tratos.

Hay que empezar a redefinir el amor fraternal de una forma más sana. El amor de
una familia es obvio, pero hay amores mal entendidos, amores que matan.
Compartir genes con alguien no es motivo para que alguien se crea con el derecho
de hacerte daño, manipularte o coaccionarte. Ser pariente de alguien tiene que ver
con compartir una carga genética y biológica, pero el vínculo emocional va mucho
más allá de eso y el primero no es condición indispensable para el segundo, ni
tampoco la causa. Las personas vamos madurando y aprendiendo qué familiares
tienen nuestro afecto y cariño, y esto no es algo que venga escrito en el libro de
familia.

Sentar las bases de las relaciones familiares en el respeto es el primer paso hacia
una mejor comprensión de nuestras identidades y espacios.

3. Padres sobreprotectores
Una de las tareas más difíciles de los padres a la hora de educar a sus hijos es
mantener un equilibrio entre establecer normas y hábitos de comportamiento y
amar y consentir a los pequeños de la casa. En este caso los extremos no son nada
aconsejables, y mientras que algunos padres pecan de negligentes y desatienden a
sus hijos, otros son sobreprotectores y están demasiado encima de ellos.

Este estilo de crianza no es positivo en absoluto, ya que el niño no se enfrenta a


situaciones sociales o de riesgo controlado por la sobreprotección que ejercen
sobre él sus padres, con lo cual no vive las experiencias necesarias para que pueda
madurar y afrontar sus propios retos. Bajo este estilo de aprendizaje, la mayoría
niños se vuelven algo más inseguros y parados que los demás. Los niños necesitan
explorar su entorno, claro está que contando con el apoyo de una figura de apego
como el padre o la madre, pero la sobreprotección puede dañar su aprendizaje y la
confianza en sí mismos.

Para que el niño pueda desarrollarse y explorar el mundo que le rodea de forma
independiente, es necesario que ofrezcamos soporte y ayuda al niño, pero este
apego no debe ser confundido con un excesivo control.

4. Deseos e inseguridades proyectadas en los pequeños de la casa


Ser padre no es solo una gran responsabilidad sino también la obligación de
cuidar y educar a un ser humano, en toda su complejidad. Nadie está obligado a
tener hijos, en nuestras sociedades es una elección personal que puede depender
de múltiples factores, como la estabilidad económica o la capacidad para
encontrar una pareja ideal, pero al final también es una decisión que tomamos de
forma muy personal.

Si tenemos en cuenta esto, tener hijos se puede planificar y por tanto es preciso
que tomemos responsabilidad sobre ello. Los hijos no deben servir como una
forma de arreglar problemas de pareja, ni de sentirnos respetados por los demás,
y mucho menos una forma de trasladar nuestras frustraciones y deseos
incumplidos hacia otra persona.

Todos los padres queremos que nuestro hijo sea el más inteligente de la clase y el
mejor en los deportes, pero hay que evitar a toda costa que carguen con la presión
de nuestros deseos. Si en tu juventud fuiste un jugador de fútbol de segunda
división que no pudiste llegar a ser profesional por una lesión, no fuerces a tu hijo
a que tenga que ser profesional del fútbol. Tratar de comparar o presionar a un
niño para que sea lo que tú quieras que sea no solo le aboca a una situación de
vulnerabilidad emocional, sino que puede mermar su autoestima y coartar el libre
desarrollo de su personalidad. Déjale que haga su camino y decida por sí mismo,
bríndale tu apoyo y los consejos necesarios, pero no proyectes en él lo que tú
hubieras querido ser.

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