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El honor de un
c aba l l e r o
Para las alegrías de mi vida:
John, Brynn, Jason y Taylor.
Seguid siempre los dictados de vuestro corazón.
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ÍNDICE
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Capítulo 33 ........................................................................... 191
Capítulo 34 ........................................................................... 199
Capítulo 35 ........................................................................... 206
Capítulo 36 ........................................................................... 210
Capítulo 37 ........................................................................... 213
Capítulo 38 ........................................................................... 217
Capítulo 39 ........................................................................... 223
Capítulo 40 ........................................................................... 229
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA ..................................................... 235
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
QUERIDO LECTOR
Estoy muy feliz de que hayas escogido leer la historia de Taylor y Slane. Taylor
se ha convertido en una de mis heroínas favoritas. Es combativa, tiene mucha fuerza
de voluntad y, además, sabe utilizar la espada como cualquier hombre. Como es una
mercenaria que vive en las calles, nunca piensa en el honor. Hace lo que debe para
sobrevivir. Slane, por otra parte, es, de verdad, un hombre de honor. Es galante y
caballeroso. Es el tipo de héroe en el que las mujeres piensan cuando se imaginan un
caballero medieval. ¿Cómo pueden juntarse un hombre de honor y una mercenaria?
¡Bueno, tendrás que leer El honor de un caballero para descubrirlo!
Gracias de nuevo por dejar que El honor de un caballero te lleve a un maravilloso
mundo de aventuras, esplendor medieval y amor.
LAUREL O'DONNELL
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Un beso robado
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Prólogo
Inglaterra, 1340
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parecían unos gigantes con armaduras plateadas. La luz arrojó profundas sombras
sobre sus rostros, transformándolos en horripilantes máscaras que hicieron que
Taylor se acordara de los ogros de los cuentos que solía contarle su madre.
—Llegó la hora, milady —dijo uno de los ogros con una voz que sonó hosca y
amenazante a los oídos de Taylor.
La desesperada mirada de la pequeña se volcó de nuevo sobre su madre. Se le
estaba acabando el tiempo. Tenía que parar aquello, detener ese horror.
—¡No! —gritó la niña, encontrando por fin algo de fuerza en su voz—. ¡No
pueden hacer eso! —Agarró a su madre del brazo, empujándola hacia el fondo de la
habitación.
Su madre le tocó suavemente la mejilla.
—Él vendrá —le volvió a decir y, con delicadeza, apartó de su brazo los
pequeños dedos de Taylor. Luego, se dirigió hacia la puerta.
Taylor observó la figura erguida y alta de su madre y deseó poder sentir la
confianza que ella exhibía. De inmediato, las dos bestias se situaron detrás de la
mujer, formando una maciza pared de carne musculosa y acero frío. Taylor se vio
envuelta en un sentimiento que la hundía cada vez más en la desesperación Siguió al
cortejo hasta que llegaron al pasillo. Sólo había una única oportunidad. Sólo existía
un hombre que podría evitarlo.
Voló a través del corredor vacío, completamente consciente del cielo que
despertaba a medida que el sol ponía en fuga a la oscuridad de la tierra;
completamente consciente de que los rayos del sol presagiaban la fatalidad del
destino de sí madre. No podía lograr que sus pequeños pies se movierar con la
suficiente rapidez a través de las resbaladizas piedra; del pasillo. El traje de seda se le
enredaba en las piernas, refrenando sus apresurados pasos. Por fin, se detuvo frente
a una puerta cerrada. El miedo surgió como una ola salvaje, compitiendo con el
valor. Pero, como un brioso caballero, luchó contra su pavor y alzó la mano para
empujar la puerta.
La habitación estaba oscura, excepto por la luz de una única vela que estaba en
un escritorio. Taylor avanzó titubeante. Entre sombras, pudo reconocer la silueta de
un hombrd sentado detrás del gran escritorio.
El hombre alzó lentamente sus ojos negros cuando ella entró. La llamarada
ondeante de la vela lanzaba reflejos rojizos y anaranjados hacia su rostro, dibujando
sombras demoníacas sobre las cejas.
A pesar de que los cinco sentidos le decían que corriera, que no provocara la
furia de su padre, Taylor sabía que no podía darse por vencida.
—Por favor —murmuró—. Ten piedad.
El hombre se recostó y sus ojos desaparecieron completamente en la oscuridad.
Después de un largo momento, se restregó los ojos con aire cansado.
—La amo, tú lo sabes —murmuró—. Se lo di todo. Le di todo lo que quiso. —
Movió la cabeza y el pelo gris se agitó sobre sus hombros.
Taylor creyó descubrir un destello en los ojos de su padre cuando él levantó la
cabeza; se preguntó si podría ser una lágrima.
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escondidas al patio vacío. Agachado y concentrado, vio que la figura se movía con
agilidad de sombra en sombra, hacia los portones principales.
Jared entornó los ojos y se movió silenciosamente a través del patio, sus largas
zancadas acercándolo a la figura, de espaldas a él.
—Es demasiado tarde para un paseo nocturno —dijo Jared en voz baja. La
figura se volvió para mirarlo. Unos ojos verdes relumbraron, desafiantes, hacia él.
Rápidamente, la niña puso los brazos detrás de la espalda, para que él no viera algo
que sujetaba con fuerza en las manos.
El movimiento lo sorprendió. Aunque llevaba el rostro oculto bajo una capa de
terciopelo, la reconoció de inmediato. La hija de Diana. ¿Qué hacía una niña como
ella paseando por allí a esas horas de la noche?, se preguntó. Y además, sin ningún
acompañante.
—¡No trates de detenerme! —le dijo la pequeña.
Por primera vez, Jared vio el hatillo que cargaba sobre los hombros. Ella
empezó a alejarse, pero el hombre la sujetó por la muñeca y tiró de ella. El anillo de
su dedo resplandeció en la luz azul de la noche. El anillo tenía dibujadas dos espadas
entrelazadas con una gran letra S, grabada en el centro. Levantó sus ojos hacia los de
la jovencita.
¿Habría robado el anillo?
Taylor levantó la barbilla y lo miró desafiante.
—Era de mi madre —dijo con voz firme.
La miró detenidamente durante un momento.
—¿Estás huyendo? —le preguntó.
—Me marcho de aquí —contestó ella.
—¿Sin nadie que te cuide? ¿Ni un guardia?
—¡No necesito ningún guardia!
Jared reflexionó un instante sobre esas palabras. Pudo ver rasgos de la madre en
cada uno de sus orgullosos movimientos: en la preocupación que se encontraba bajo
su mirada desafiante; en el valor con el que movía los hombros. Era tan joven... Tan
joven y tan inexperta. Jared miró hacia las puertas. El mundo exterior se la comería
viva.
—¿Adónde te diriges?
Taylor hizo una pausa momentánea. Miró la puerta de madera y después hacia
las paredes que rodeaban el castillo, como si allí se encontrara la respuesta.
—A Londres —contestó finalmente.
Él gruñó en voz baja. Taylor no tenía ni idea de aquello en lo que se estaba
metiendo; no sospechaba qué clase de gente estaba esperando allí fuera para
aprovecharse de una niña de doce años. Seguramente terminaría de prostituta. O
muerta, en la carretera, sin su elegante capa de terciopelo. Durante un momento se
preguntó si se le habría ocurrido meter algo de comida en su hatillo. La miró de
reojo. «Bueno, creo que, al menos, le debo esto a milady», se dijo a sí mismo.
—Hacia allá me dirijo yo. ¿Puedo acompañarte?
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Capítulo 1
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gratificada cuando vio que la sonrisa de Irwin empezaba a desvanecerse. Anudó los
lazos que rodeaban su cintura, mientras lo miraba.
—Es un placer hacer negocios con usted, Irwin —dijo, y dio un paso al frente,
dejándolo atrás.
Irwin se movió para cortarle el paso.
Volvió lentamente los ojos hacia él.
—Mi paga —se quejó. Extendió la mano, con la palma hacia arriba.
—¿Sabes una cosa, Irwin? Tal como yo lo veo, tienes dos opciones. Puedes
pedirle a Jared que te pague, pero él es un hombre inteligente y todo lo que tendría
que hacer sería mirarte a los ojos para ver que lo has estafado. —El rostro de Irwin
pasó del gris al blanco. Pero se recuperó rápidamente.
—¿Estafado? Yo soy un hombre recto. Yo nunca...
—Te he visto, Irwin.
Farfulló por un momento, sus manos temblando nerviosamente.
—¡Ha sido un error, un malentendido!
Taylor asintió.
—Lo sé. Y te entiendo, de verdad. Pero me temo que Jared no es de los que
perdonan. ¿Sabes lo que le hizo al último hombre al que atrapó con las manos en
nuestra bolsa llena de dinero?
Irwin negó con la cabeza, los ojos negros abiertos, esperando ansiosamente la
respuesta.
—Lo siguió hasta un callejón y... bueno, nunca se volvió a ver a ese infeliz.
Supongo que terminó convertido en comida para ratas.
—¿Comida para ratas? —repitió Irwin.
Taylor asintió.
—No es de los que perdonan.
—Tú... tú has dicho que tengo dos opciones.
—Pues sí. Puedes llevarte lo que te he visto robar de nuestro dinero... y
desaparecer.
Irwin no se movió durante un largo rato. Taylor sonrió para sus adentros al ver
cómo la nariz del bribón se contraía nerviosamente.
—Pero... —protestó sin mucha convicción.
Taylor alzó un dedo, indicándole que se callara.
—Comida para ratas —le recordó—. Y la próxima vez —murmuró, acercando
su rostro al del hombre— asegúrate de que nadie te esté mirando cuando robes.
—¡Sully! —exclamó Jared.
Taylor se dio la vuelta y vio a Jared abriéndose paso entre la multitud que lo
felicitaba. Era casi medio metro más alto que ella; su cabeza calva resplandecía a la
luz de la antorcha.
—¡Yo pago la cerveza esta noche! —le dijo.
Taylor asintió.
—Es lo lógico. Irwin, aquí... —Taylor se volvió hacia Irwin sólo para darse
cuenta de que había desaparecido. Esbozó una sonrisa que iluminó su rostro—. A
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Se paró a dos pasos de la pared, en un lugar en donde era capaz de ver a todos
los hombres. El que había caído se puso de pie. Irwin estaba al lado del de barba,
tocándose el vientre.
El hombre al que le faltaban dos dientes sacó una pequeña daga. Toda la
divertida alegría que Taylor había sentido hasta ese momento desapareció de
repente. Cuando se sacaban armas, ya no se trataba de un juego. En ese momento, ya
se trataba de pelear por su vida. Desenfundó la espada. Los hombres se detuvieron
confundidos, sin saber cómo reaccionar.
—¡Es una mujer! No sabe cómo usarla —les aseguró Irwin—. Es sólo una
fanfarronada, para montar un espectáculo. —Irwin tragó saliva. —Vamos, no seáis
cobardes, no os pago para que huyáis de las peleas —les dijo a sus hombres—.
Vosotros sois dos... y ella es sólo una...
El hombre al que le faltaban los dientes se decidió al fin, y avanzó hacia la
muchacha, furioso; el odio se reflejaba en sus ojos oscuros. Esa joven lo había
insultado enfrentándose a él sin mostrar el menor asomo de miedo, y por eso ardía
de rabia. Taylor pensó que eso la beneficiaba, pues cuando a un hombre lo ciega la
rabia está perdido. De todos modos, se dijo, no debía pelear; debía huir de allí lo más
rápidamente posible...
Eso le decía la razón. Pero los dolorosos recuerdos permanecían en su interior,
como brasas todavía calientes. Necesitaba enterrarlas de nuevo. Necesitaba una
pelea.
El rufián se le acercó con pasos firmes. Taylor no se movió hasta que él trató de
atacarla. Luego se agachó y se alejó con un giró veloz, pero él la persiguió. Taylor
detuvo uno de sus movimientos y la daga de su agresor rebotó inofensivamente en el
filo de su espada. Él siguió atacándola y ella se movió con cuidado alrededor del
pequeño espacio que había en el callejón, esperando el momento ideal para actuar.
Finalmente, con un brusco movimiento, el hombre acercó su arma al rostro de Taylor
y ella aprovechó el momento. Echó la cabeza hacia atrás, alejándose del filo de la
daga en el mismo instante en que ésta pasaba justo debajo de su barbilla, al tiempo
que intentaba clavarle la espada. Pretendía herirlo lo suficiente como para asustarlo,
pero el idiota se le plantó delante y la espada se enterró en su pecho. Por un
momento, todo se congeló. Los oscuros ojos del hombre sin dientes se agrandaron
con sorpresa; su boca se entumeció por el aturdimiento. Abrió la mano y soltó la
daga, que cayó, rebotando contra el suelo.
Taylor sacó de un tirón la espada del pecho del herido y se volvió para salir
corriendo.
El puñetazo que le dieron en el rostro la hizo caer y rodar por el suelo. Su
cabeza dio frenéticas vueltas durante un momento, mientras le ardía la mejilla con un
dolor insoportable. Una patada en el costado la hizo girar hasta quedar de espaldas.
Permaneció quieta, con los ojos abiertos, tratando de recuperar el aliento; no sabía
bien si los puntos blancos que brillaban frente a sus ojos eran las estrellas de la noche
o retazos de dolor que le enturbiaban la vista.
Un rostro oscuro, de toscas facciones, apareció en su campo de visión; tenía el
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cabello sucio y la cara cubierta de costras. Sintió que unas manos sacudían sus
hombros, vio que unos labios se movían y escuchó sonidos ininteligibles. De pronto,
un nuevo puñetazo la hizo echar la cabeza hacia atrás. Esta vez estuvo segura de que
los resplandores blancos que inundaban su visión no venían de los cielos.
Permaneció quieta durante un rato largo, su mejilla haciendo presión contra la
suciedad y el polvo del suelo. Lentamente, las estrellas que flotaban frente a ella se
desvanecieron y el mundo volvió a su ser. La luz de la luna bañaba su jarra de
cerveza, que naturalmente se había volcado durante la pelea. Sus ojos recorrieron el
pequeño río de cerveza que formaba un pequeño charco en el suelo.
Las palabras del hombre de la barba interrumpieron su mareo.
—¿Ya has tenido suficiente?
—Me habéis tirado la cerveza —se quejó Taylor. Fue castigada con una patada
brutal en el abdomen.
A medida que levantaba su brazo herido para protegerse de cualquier otro
ataque, escuchó unas carcajadas.
—Estabas en lo cierto —le murmuró Irwin al oído—. Ha sido un gran
espectáculo.
Sus risas chillonas se desvanecieron a lo lejos.
Taylor se quedó acostada en la calle durante un largo rato, viendo cómo se
agrandaba el charco que formaba la cerveza y deseando que los zumbidos de su
cabeza se detuvieran. Notó el sabor de la sangre en la boca y rastreó con la lengua
hasta que descubrió que tenía una herida en el labio. Se puso boca arriba con
dificultad y levantó una mano para tocarse la mejilla izquierda, que le ardía de dolor.
Sabía que se hincharía y le saldría un moretón. Cerró los ojos, haciendo un inventario
de sus heridas: el estómago, el costado, pero sobre todo el rostro. La mejilla izquierda
era lo que peor estaba. La derecha también le ardía, pero el dolor no era ni
remotamente parecido al que sentía en el lado izquierdo. Ya sentía la hinchazón
alrededor del ojo izquierdo. Por lo menos creía que no se había roto nada.
La cabeza le daba vueltas y le dolía de manera insoportable. Se frotó la frente
con las yemas de los dedos, intentando, sin éxito, que desapareciera el dolor. Abrió
los ojos para contemplar los cielos y al Dios que la había entregado a semejante
destino.
¡Entonces fue cuando se dio cuenta de que su anillo ya no estaba! ¡El anillo de
su madre! ¡Se lo habían quitado del dedo!
Trató de ponerse en pie, pero sólo pudo ponerse de rodillas, sus piernas no la
obedecían.
—¡Maldición! —Susurraba, quejándose a medida que sentía dolor en cada
músculo de su cuerpo. No estaba en condiciones de perseguir a los ladrones, pero se
juró que recuperaría el anillo. Como fuera.
Echó un rápido vistazo al callejón, esperando que no se hubieran llevado nada
más. El hombre al que le faltaban los dientes se encontraba tirado a menos de dos
metros de ella. Sus ojos pasaron rápidamente por encima de él y por la cerveza
derramada y se posaron en el callejón. ¿Dónde estaba su espada? No era eso lo que
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Capítulo 2
Slane entró en la fonda Wolf; sus ojos azules se entrecerraron con recelo a
medida que evaluaba la estancia principal. Era el tipo de antro en donde se
fraguaban problemas en cada esquina; en donde, bajo cada sombra, acechaban
ladrones y en donde un asesino podía ser contratado con un chelín. Escuchó risas y
conversaciones a su alrededor. Una prostituta que estaba sentada cerca de la puerta
se agachó debajo de la mesa para mostrarle sus habilidades a un comerciante ansioso
de aprender. Cuatro hombres con cota de malla estaban sentados a la derecha de
Slane; todos tenían la mirada turbia por haber bebido demasiada cerveza. La mayoría
de las mesas estaban ocupadas por figuras solitarias que bebían o que llenaban sus
barrigas con verduras al vapor y cordero. Nadie pareció notar su presencia, pero él
sabía que todos eran conscientes de que había entrado.
—¿Qué puedo hacer por usted, milord?
Slane se volvió y vio a un hombre bajito a su lado. Su calva cabeza apenas le
llegaba al hombro.
—Estoy buscando a un hombre llamado Jared Mantle.
El posadero se rió con satisfacción.
—Milord debe comprender que yo no puedo...
Rápidamente, Slane sacó una moneda de oro, silenciando las objeciones del
posadero. Cuando se hubo guardado la moneda, el hombre apuntó con su dedo
regordete en dirección a una mesa que había en la parte trasera, a la cual estaban
sentados dos hombres. Slane atravesó la habitación, dirigiéndose hacia la mesa
señalada.
Una única vela iluminaba las dos figuras que conversaban con mucha seriedad;
uno de ellos debía de ser comerciante, pues ningún caballero que se respetara se
vestiría con colores tan escandalosos ni se amarraría al cinto una pañoleta amarilla y
roja. Los ojos de Slane evaluaron rápidamente la armadura de cuero que llevaba el
otro hombre y notó la seguridad en sí mismo que irradiaba, por lo que dedujo que
era Jared. Era mucho más viejo de lo que se había imaginado, pero su edad era,
probablemente, un testimonio de su destreza. Todavía estaba vivo, después de todo.
—¿Jared Mantle? —preguntó Slane.
El hombre levantó sus ojos desconfiados y alerta, que se encontraron con los de
Slane.
—¿Quién pregunta?
Slane miró al comerciante y después a Jared.
—Slane Donovan.
Jared entornó los ojos, sin entender qué pretendía su interlocutor.
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—Te apuesto lo que quieras a que haces muchos amigos con esa actitud —dijo
Slane, moviéndose hacia los establos.
—Nadie necesita amigos como ése —replicó Taylor, mirando, por última vez, la
espalda del hombre que se alejaba y siguiendo a Slane.
—Buen trabajo —la felicitó Jared acercándose al dúo.
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Jared estaba sentado debajo de un árbol; a unos pocos pasos de él, Taylor
caminaba hacia delante y hacia atrás. Con cada paso, sus músculos se estiraban y casi
lanzaba exclamaciones de placer. Después de una cabalgada tan larga, se sentía feliz
de haberse bajado de la montura. Hizo una pausa para mirar, por encima de su
hombro, el riachuelo donde estaban bebiendo los caballos y vio a Slane echándose
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agua en el rostro.
—¿Por qué estará buscando el anillo? —preguntó Taylor.
Jared bufó.
—No lo sé —respondió, bebiendo un poco de cerveza de su cantimplora. Se
limpió la boca con la manga y se la ofreció a Taylor—. Pero parece que no está
interesado sólo en el anillo.
Taylor tomó la cantimplora y la levantó hacia sus labios. La refrescante cerveza
bajó por su garganta llena de polvo.
—Me ha estado preguntando por ti —susurró Jared.
Taylor bajó la cantimplora y miró a Jared sorprendida. Él levantó las cejas y
asintió. Volvió a mirar a Slane, quien ahora estaba de pie, estirándose, con los brazos
levantados ál cielo.
—¿Qué le dijiste?—preguntó Taylor.
Jared se rió.
—Que eras una niña gorda, perezosa y rubia.
Taylor levantó la ceja, divertida.
—¿Y te creyó?
—Ellos no te conocen como yo —dijo Jared, riéndose con satisfacción.
Taylor se agachó al lado de su amigo y le entregó la cantimplora.
—¿Crees que lo envía mi padre?
Jared miró a Slane con los ojos entornados. Un gesto de desconfianza se dibujó
en su rostro.
—No lo sé —dijo al fin, en un tono muy bajo—. Todo lo que sé es que ese
hombre no me gusta.
Su mirada se volcó sobre Taylor.
—Así que mantente alejada de él, ¿me oyes?
—Ya me conoces, Jared —dijo Taylor—. Yo no busco problemas.
Jared bufó y se restregó el rostro con las manos.
Taylor caminó hacia los caballos. Slane estaba revisando las riendas y las
correas del animal y ella se fijó en sus hombros fuertes y en su dorada cabellera.
¡Había oído tantas historias sobre él! Lord Slane Donovan, del Castillo Donovan, el
que había ganado el torneo en Warwickshire. Después, había ganado también en
Glavindale. Y otro. Y también había oído hablar de las grandes batallas en las que
había peleado al lado del Rey. Se estremeció. Todo le parecía tan irreal. Iba a
apartarse de allí, cuando la llamó la suave voz de él.
—¿Dónde estaba Jared cuando te hirieron?
De manera lenta, Taylor se dio la vuelta y le dijo:
—Él no es mi protector. Soy una mujer libre y hago lo que deseo.
Él levantó su mirada y ella se sorprendió de lo azules que eran sus ojos.
Enseguida, esas cejas castañas se inclinaron sobre sus ojos y volvió a concentrarse en
el caballo. ¡La había ignorado sin decir una sola palabra! Se llenó de exasperación.
Pero en esa exasperación había algo de victoria, pues ella era la mujer a la que estaba
buscando; se encontraba justamente a su lado... ¡y él ni siquiera lo sabía!
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Capítulo 3
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que comer lo que la tierra les ofreciera. Fresas. Un conejo aquí o allá. Un puñado de
nueces. Raíces. Poder degustar una fresca taza de avena le parecía el colmo de la
buena vida.
—Un poco —admitió entre dientes.
Él hizo un gesto hacia la posada, guiándola.
Pero los pies de Taylor no se movieron. ¿Qué hacía Slane ahí afuera? ¿Por qué
no estaba en la fonda, esperándola? Era muy sospechoso.
—Soy capaz de asegurarme de que cuiden bien de los caballos —le dijo—. No
necesito ayuda.
—Soy bastante consciente de eso —contestó Slane.
—¿Entonces qué haces aquí? —le preguntó—. ¿Estás vigilándome?
Slane se enderezó un poco.
—Sólo quería asegurarme de que te encontrabas bien —dijo.
Taylor lo miró, escéptica.
—Estoy perfectamente bien —dijo en un tono condescendiente—. No necesito
un guardaespaldas, gracias. Entraré dentro de un minuto.
—Como quieras. —Slane hablaba con un tono muy tranquilo y se dirigió hacia
la fonda.
Cuando Taylor vio que Slane desaparecía, un sentimiento extraño se apoderó
de ella. De repente, tuvo la clara impresión de que aquel hombre no mentía, de que
era cierto que sólo quería asegurarse de que ella se encontraba bien. «No seas tonta»,
se dijo, para apartar esos pensamientos, «él no tiene interés alguno en tu bienestar».
Y, sin embargo, el pensamiento permaneció en su cabeza, dejándola inquieta.
Decidió que le contaría una rápida historia al chico. Para cuando hubiera terminado,
estaba segura de que este sentimiento habría desaparecido.
Jared se llevó la jarra de cerveza a los labios y bebió un gran sorbo. Cuando
volvió a poner el vaso en la mesa, se dio cuenta de que Slane estaba en la puerta,
buscándolo. Alzó el brazo y lo agitó en el aire para llamarlo.
—¿Dónde está Sully?
—Cuidando de los caballos —contestó Slane mientras se sentaba frente a él.
Jared llamó al posadero y el pequeño y regordete hombre se dirigió hacia ellos.
Pidieron tres tazas de avena y un pato. El posadero asintió con satisfacción y se
dirigió hacia la cocina.
—Conoces bien a Sully —le dijo Slane.
—Lo suficiente —contestó Jared.
—¿Dónde os conocisteis?
—Haces demasiadas preguntas para ser un hombre que se niega a contestar las
preguntas que le hacen los demás.
Slane se quedó en silencio.
—Fuimos contratados por el mismo señor hace algunos años. Cuando ese
trabajo se terminó, permanecimos juntos. —Jared se encogió de hombros, como si
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decir eso fuera suficiente. Slane abrió la boca para hacer otra pregunta, pero el otro lo
interrumpió—. Después de cenar, hablaré con el posadero para averiguar si él ha
visto el anillo o si alguien ha tratado de venderlo.
Slane entornó los ojos.
—¿Venderlo? —preguntó—. ¿Por qué tratarían de venderlo?
—Es de plata... debe de valer bastantes monedas. Si fue robado o...
—¿Quién te ha dicho que había sido robado? —preguntó Slane con tono
exigente.
—Bueno, me imaginé...
—¿Y cómo sabías que el anillo era de plata? —Él no había mencionado ese
detalle.
Jared tragó saliva y miró hacia otro lado.
La puerta se abrió de nuevo, haciendo que una ola de viento inundara la
habitación y se agitaran, amenazantes, las llamas del fuego. Taylor entró y cerró la
puerta.
Jared se sintió aliviado a medida que ella se acercaba. Taylor se detuvo antes de
llegar a la mesa, sacudiéndose el polvo y mirando a los dos hombres.
—¿Qué tal vais, chicos? —preguntó con voz inocente.
Slane dio un golpe en la mesa con la palma de la mano.
—Ya es suficiente —ordenó—. Quiero respuestas.
Taylor lo ignoró y se sentó muy tranquila. Bebió un sorbo de cerveza. Luego,
dejó la jarra sobre la mesa y habló.
—¿Respuestas a qué?
—Quiere saber por qué creo que el anillo fue robado —le dijo Jared.
—Y cómo supo que el anillo era de plata —añadió rápidamente Slane.
—Él trabajaba para lord Sullivan, es obvio que conoce el anillo.
La mirada de Slane pasó de Jared a Taylor. Jared se puso tenso, pero enseguida
se acordó de que Taylor no era de las que cedían. Ni siquiera frente a un furioso lord.
—¿Cómo sabías que se trataba del anillo de los Sullivan? Yo no os he dicho a
ninguno de los dos que el anillo que busco sea el anillo de los Sullivan —preguntó
Slane.
Taylor no dejó de sonreír.
—Nos describiste el anillo; y yo conozco el blasón de Sullivan porque en una
ocasión trabajé para él.
Jared sonrió, satisfecho. Ella pensaba de manera rápida y eso le hacía sentirse
orgulloso.
Slane se recostó en su asiento, pero su mirada todavía reflejaba sospecha. Se
cruzó de brazos.
—Vale... pero nada de eso explica cómo sabe Jared que el anillo ha sido robado.
Taylor lo imitó, recostándose contra el asiento y cruzándose de brazos.
A Jared le costó mucho trabajo no soltar una carcajada.
—Bueno —contestó Taylor—, si Sullivan no lo tiene y está buscándolo... debe
de ser porque se lo han robado.
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Taylor vio cómo la alegría se esfumaba de los ojos de Jared a medida que
miraba algo por encima de su hombro. Un escalofrío le recorrió la espalda y giró la
cabeza. Cuando vio a Irwin estuvo a punto de lanzarse sobre él, pero se contuvo.
Cerró los ojos un segundo para controlar la rabia. Cuando los abrió, estaba más
tranquila, aunque el corazón seguía golpeándole con fuerza en el pecho.
Jared puso las manos sobre las de ella.
—No hagas nada apresurado —le advirtió.
—Nunca hago nada sin pensarlo antes —replicó tranquila, forzando las
palabras a través de sus apretados dientes. No le quitó la mirada de encima a Irwin.
—¿Qué pasa? —preguntó Slane.
Taylor sintió la sangre desbocándose a través de todas las venas de su cuerpo.
Trató de ponerse en pie, pero Slane la agarró del brazo.
—¿Adónde vas? —le preguntó, dejando de mirar a los hombres que acababan
de entrar—. No te estoy pagando para que arregles cuentas con un ex amante.
—Ésta va por cuenta de la casa —contestó con su usual sarcasmo y trató de
soltar su brazo. Pero Slane no la soltó, y se encaró con él, mirándolo con rabia.
—No me servirías de nada si te matan —le dijo—. Muerta, no podrías concluir
tu trabajo.
—No soy yo la que va a morir —le contestó ella.
—Él tiene el anillo que estás buscando —interrumpió Jared.
Slane se giró para mirar a los hombres.
—¿Un hombre? —murmuró.
—No te metas en esto —le advirtió Taylor—. Ésta es mi pelea y no quisiera que
te hirieran tu bonito rostro. —Le sonrió con sus todavía hinchados labios antes de
liberar su brazo y clavar su mirada en Irwin.
En el momento en que Taylor se puso en pie, los ojos de Irwin se fijaron en ella.
Sus pequeños rasgos se llenaron de pavor y sus diminutos ojos se movieron
nerviosamente de un lado a otro. Por un momento, Taylor pensó que Irwin iba a salir
corriendo. Aparentemente, sin embargo, los cuatros hombres que estaban detrás de
él lo envalentonaron, ya que, de repente, se enderezó y se acercó a ella.
Los ojos de Taylor se achicaron y se pasó la lengua por los labios. Estaba
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Capítulo 4
—¡Alguien tiene que pagar por todo este desastre! —El posadero gritaba
extendiendo sus brazos para señalar las mesas destrozadas, los vasos rotos y toda la
comida esparcida por el suelo—. ¡Miren cómo ha quedado mi posada! ¿Saben cuánto
me costará arreglar todo esto?
Slane lo ignoró y se tocó el labio herido. Jared y él se habían defendido bien de
los compañeros de la rata. Tres de ellos habían salido corriendo rápidamente, y el
hombre gordo al que Taylor había derribado aún seguía en el suelo. El puñetazo
recibido por Slane en la mandíbula había sido el primero, último y por tanto único
golpe que había recibido. Levantó la cabeza y miró a Jared, quien todavía estaba en
guardia en la puerta, esperando a que Sully regresara.
Jared se paseó frente a la puerta, como un padre preocupado por su hija. Slane
notaba que se le tensaban los músculos a medida que abría y cerraba los puños. En
un par de ocasiones se echó hacia delante, como para salir corriendo a buscar a
Taylor, pero se contuvo, resignado a dejar que lidiara sola con Irwin. Jared vio que
Slane lo miraba y negó con la cabeza. Slane estaba ahora seguro del tipo de relación
que tenían. Si fueran amantes, Jared habría salido a buscarla.
—¿Cómo podré hacer negocios ahora? ¿Dónde comerán mis clientes? —
continuaba lamentándose el posadero.
Slane estaba cansado de oír sus quejas. La cabeza le dolía cada vez más.
—Nosotros nos encargaremos de eso —le dijo, impaciente.
El posadero cesó al momento en sus lamentaciones, asustado por el tono
agresivo de Slane. Por alguna razón, éste se sintió incómodo. No estaba seguro de si
era porque Sully no había regresado todavía o porque habían encontrado el anillo,
pero no a la mujer que él buscaba. Se pasó las manos por la cabeza, acariciándose el
pelo. «¡Dios mío!», pensó. «Tal vez ni siquiera esté viva».
Volvió a pensar en Sully. Ya debería estar de vuelta. Miró a Jared, quien estaba
tratando de atisbar algo a través de la oscura calle. Fuera, una feroz lluvia impedía
ver casi cualquier cosa situada más allá de unos cuantos metros. Slane oía la lluvia
golpeando contra el techo. A pesar de su malherido rostro, Taylor parecía capaz de
cuidarse sola, se recordó a sí mismo. Pero era emocional e impulsiva; ¿le habría
pasado algo?
Slane se puso de pie y pasó por encima de un hombre que estaba en el suelo.
Puso una mano en el hombro de Jared para darle ánimo.
—Volverá —le aseguró, aunque él mismo no estaba muy seguro.
Jared suspiró, manteniendo la mirada fija en la calle.
—Le daré unos cuantos minutos más y saldré a buscarla.
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—No podrás encontrarla con esta lluvia —dijo Slane, retirando la mano del
hombro del Jared. A pesar de su pesimismo, sabía que, si el otro se empeñaba en
buscarla, él lo ayudaría. Y desde luego nada le importaría el aguacero, pues
consideraba que lo ocurrido era, al menos en parte, culpa suya.
Se recostó contra la pared y tocó la bolsa que había recuperado Jared; tras unos
momentos de duda, la vació en la palma de la mano: cuatro chelines y el anillo, eso
era todo. Slane bufó. ¿De qué le servía el anillo si la chica Sullivan no lo llevaba
puesto? Dejó que las cuatro monedas cayeran encima del cuerpo que se encontraba a
sus pies. Desaparecieron entre los dobleces de la camisa del hombre regordete.
Jared levantó un asiento del suelo y se sentó en él, negando con la cabeza.
«Un padre preocupado», pensó Slane.
El silencio descendió sobre la habitación como una nube, cubriéndolo todo.
Slane vio cómo el posadero lo miraba de reojo desde una esquina; el hombre se
escondió rápidamente cuando vio que Slane también lo estaba mirando a él.
—No puedo dejaros solos ni un minuto.
Slane miró hacia la alegre voz y se encontró con Sully, que entraba como un
ciclón por la puerta, con las ropas empapadas y el cabello goteando.
—Mirad el desastre que habéis organizado.
Un extraño sentimiento de alivio se apoderó de Slane al ver el herido rostro de
Sully. Y notó, con satisfacción, que no había nuevas heridas.
Jared gritó desde su asiento.
—¿Estás bien?
Sully asintió.
—¿Y qué pasó con Irwin? ¿Está...?
—No nos volverá a molestar —prometió en tono grave. Su mirada se posó en
Slane—. Bien... ¿has encontrado lo que buscabas?
Slane levantó el anillo, mostrándoselo.
Taylor caminó hacia él y le quitó el anillo de la mano, inspeccionándolo. Miró a
Slane por un instante y él alcanzó a ver un destello de victoria en aquel ojo verde que
no estaba hinchado. La tomó del brazo, alejándola de los demasiado curiosos oídos
del posadero, y la llevó hacia una mesa cerca del fuego.
Rápidamente, Taylor se soltó, alejándose del fuego. Slane la miró
interrogativamente y la siguió a una mesa lejos del calor de las llamas. Se sentó frente
a ella.
—Antes que nada, quiero agradecerte que me ayudaras a encontrar el anillo.
Taylor se encogió de hombros y abrió la boca para decir algo, pero Slane se
apresuró a hablar.
—¿Cómo sabías quién lo tenía? —preguntó.
—Yo sé muchas cosas —replicó evasivamente.
Slane bufó.
—Él te lo quitó a ti, ¿verdad?
Observó la incomodidad en el rostro de Taylor. Ella se enderezó, como
preparándose para responder a una agresión. ¿Contra quién? ¿Contra él?
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Lord Slane,
Gracias por ayudarme a recuperar el anillo de mi madre.
Sully.
Abrumado por la sorpresa, Slane sólo podía mirar fijamente la nota. Enseguida,
sus manos comenzaron a temblar de ira mientras arrugaba lentamente el pergamino
en su puño apretado.
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Capítulo 5
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—Tiene el rostro herido e hinchado y viaja con un hombre mayor —dijo Slane.
El dueño del establo asintió.
—Sí, los he visto. Ayer estuvieron aquí, temprano. —Dejó caer un balde de
pienso en el comedero de los caballos—. No dijeron mucho, pero pararon en la
fonda. A mediodía, ya habían partido.
«Estaban viajando de noche», pensó Slane. «Hicieron lo mismo que yo habría
hecho si fuera ellos». Maldijo a su hermano en silencio. De no ser por Richard, él no
estaría metido en aquel lío. Esa pequeña arpía lo estaba obligando a perseguirla. No
tenía tiempo para eso. Elizabeth lo estaba esperando.
—¿Hacia dónde se fueron? —preguntó.
—Hacia el oeste. Hacia Woodland Hills —contestó.
—Gracias —dijo Slane mientras sacaba su caballo del establo. Miró hacia el
oeste. Un niño corría al lado de la carretera. Un campesino guiaba un caballo que
tiraba de una carga de paja. Pero Slane no les prestó atención.
Ella se estaba alejando del castillo Donovan. Lo estaba alejando de Elizabeth.
Pero no podía dejar de perseguirla. Se había convertido en un asunto que iba más
allá de su deuda con Richard, más allá de la lealtad a su familia. Ella lo había
insultado. Había herido su orgullo. Y se burlaba de él. La encontraría muy pronto y
le demostraría que nadie... ¡nadie!... se burla de Slane Donovan.
Taylor echó la cabeza hacia atrás, riéndose, y su risa retumbó a través del
bosque. Las pequeñas llamas de la fogata que Jared había prendido se reflejaban,
brillantes, sobre el rostro de Taylor.
—¿Así que Slane estuvo ayer en el pueblo?
Jared asintió y avivó las llamas con un palo.
—Debo admitir que es un hombre persistente. Cualquier otro se hubiera dado
por vencido —dijo Taylor. Se recostó sobre el lecho de hojas que había construido—.
Ya ha pasado más de una semana.
—Ese herrero también dijo que había otro hombre preguntando por el anillo y
la mujer que lo llevaba puesto.
La sonrisa de Taylor desapareció.
—Dijo que el hombre parecía un mercenario, que llevaba una espada y una
armadura acolchada. No me gusta esto. Si fuese un único hombre el que nos persigue
—negó con la cabeza—. Pero es más de uno. No me gusta nada en absoluto. Aquí
está pasando algo muy peligroso, Sully.
De repente, por el rabillo del ojo detectó que algo se movía; vio un rápido
resplandor de movimiento. Se enderezó y puso su mano en la espada.
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Detrás de ella sonaron pasos apresurados, por lo que se volvió y logró, justo a
tiempo, evitar la espada de su primer atacante. Blandió la suya una y otra vez
haciéndole retroceder. Casi había logrado acorralarlo, cuando él se sobrepuso y atacó
de nuevo a Taylor con fuerzas renovadas; pero no le sirvió de mucho, porque la
joven estaba preparada y, tras un rápido movimiento, lo hirió en la mano. El
desconocido lanzó un grito de dolor y dejó caer su espada, que Taylor alejó
rápidamente de una patada. Asustado, el hombre echó un vistazo y vio a sus
camaradas caídos. Entonces, con una expresión de espanto en el rostro, salió
corriendo y desapareció en el bosque.
Taylor trató de ayudar a Jared en su batalla contra el último de sus agresores
que quedaba en pie. Blandía un hacha frente a Jared y éste logró agacharse en el
último segundo, dejando que el arma le pasara rozando la cabeza. Agachado, Jared
lanzó su espada, pero la hoja rebotó inútilmente en la armadura del atacante.
Taylor blandió su acero contra él, alcanzando a tocarle en el hombro. Gritó y
agitó el hacha con más fuerza, pero la chica logró esquivar la punta del hacha, la cual
cayó, enterrándose en el suelo. Taylor le dio una patada, para que quedase lejos de su
alcance.
Jared le propinó entonces un tremendo golpe en el costado, logrando abrir un
pequeño agujero a través de la armadura. El hombre se quedó quieto durante un
segundo antes de desplomarse al suelo como un árbol talado en seco.
Taylor se volvió y examinó el bosque en busca de más atacantes. Pero nadie
salió de la oscuridad.
—¿Estás bien? —le preguntó Jared, falto de aire.
Taylor asintió y lo miró, buscando heridas en el cuerpo de su amigo, pero no
encontró ninguna. Se quedó quieta, respirando con dificultad hasta que su corazón
recuperó el ritmo normal de sus latidos. Entonces se arrodilló junto al hombre caído
y lo empujó para colocarlo boca arriba. Su rostro estaba cubierto con un paño negro,
haciéndolo parecer un verdugo. Revisó su armadura y la túnica negra que lo cubría.
Miró a Jared y le dijo:
—No tiene insignia.
—¿Qué diablos está ocurriendo? —preguntó Jared.
Con un rápido movimiento, Taylor le quitó la máscara que llevaba puesta.
Esperaba poder reconocerlo, pero jamás había visto aquel rostro. Pasó su espada a
través de la máscara, limpiándole la sangre. Miró a Jared, con sus ojos negros llenos
de determinación.
—No lo sé, pero te juro que voy a averiguarlo.
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Capítulo 6
Slane estaba sorprendido de lo fácil que había sido seguir el rastro de Taylor. Al
principio. Durante una semana, Slane les había seguido los pasos y ellos le llevaban
una ventaja de medio día. Pero hacia el final de esa primera semana, su rastro
desapareció repentinamente, como si se hubieran desvanecido en el aire.
Slane se dio cuenta entonces de que Taylor había estado jugando con él. Le
había permitido seguirla, llevándolo por bosques peligrosos y pueblos
multitudinarios. Cuando el juego se volvió aburrido, ella simplemente decidió acabar
con él, dejándolo detrás y perdido.
A pesar de todo, Slane continuó su búsqueda y pasó otra semana tratando de
conseguir cualquier pista sobre ellos, preguntando, buscando y analizando, hasta que
se quedó sin pistas ni recursos de rastreo. Frustrado, insatisfecho y furioso más allá
de toda racionalidad, Slane tomó una habitación en una fonda para viajeros.
En su habitación, solo, pensó en sus desgracias mientras se daba un baño en
una tina de madera. Movió el cuerpo, hundiéndose más en el agua. Tomó un
recipiente de cerámica del suelo, cerca de la bañera, y se echó el contenido sobre la
cabeza, suspirando fuertemente mientras notaba que el agua templada recorría todo
su cuerpo, limpiando la suciedad. Nunca encontraría a esa mujer. Frustrado, golpeó
la bañera con el recipiente antes de dejarlo de nuevo en el suelo. La rabia hervía en
sus venas cada vez que pensaba en lo fácil que hubiera sido pegarle en la cabeza... si
hubiera sabido que ésa era la mujer que buscaba. Las claves habían estado allí: su
comportamiento extraño, su conocimiento del anillo. Pero él había sido demasiado
ciego para verlas en ese momento.
«Demasiado ciego y, sencillamente, demasiado estúpido», se dijo.
Slane hundió el rostro en el agua, tratando de disolver así la ira, pero el calor
del agua sólo parecía aumentar su rabia. «Cuando encuentre a esa maldita mujer, le
torceré el cuello. Aprenderá el verdadero significado del respeto». Sacó la cabeza del
agua y a medida que varios chorros de líquido tibio bajaban por su rostro, sintió que
una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios. Se vio a sí mismo enseñándole la
forma en que debía tratar a un caballero del reino.
De repente, una figura oscura se movió en las sombras de la habitación y Slane
se quedó paralizado. ¡Alguien estaba en su habitación! Miró rápidamente hacia su
derecha y vio su espada todavía enfundada, apoyada contra la pata de un asiento al
otro lado del cuarto. Maldita sea. Demasiado lejos.
—Habría renunciado gustosa al dinero que me pagaste sólo para poder ver la
expresión de tu rostro cuando recibiste mi nota —dijo una voz femenina mientras
salía de las sombras y recorría los pocos pasos que la separaban de la bañera.
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A pesar de que iba cubierta por una capa marrón y una capucha que escondía la
mitad de su rostro, Slane la reconoció de inmediato.
—Tú... —dijo en un susurro. ¡La mujer Sullivan! Sus dedos se clavaron en el
borde de la bañera y sintió cómo sus uñas se enterraban en la madera. Imaginó que la
madera era la suave piel del cuello de Taylor y logró tranquilizarse un poco. ¿Qué
diablos estaba haciendo allí?
—¿No te alegras de verme? —preguntó la joven, riendo.
Cogió una banqueta que había al lado de la cama y la puso cerca de la bañera.
Se sentó y lo miró divertida.
—He oído que me estabas buscando.
Slane se quedó quieto. Allí tenía a la mujer a la que había estado buscando,
sentada en un asiento a menos de medio metro, y todo lo que podía hacer era mirarla
asombrado. A la luz de la vela, el maltrecho y herido rostro que recordaba había
desaparecido, las heridas habían sido reemplazadas por una mejilla tan redonda y
suave que se encontró a sí mismo abrumado por la perfección. Percibió que Taylor
olía a lavanda gracias a una pequeña brisa que entró por las ventanas abiertas y
circuló por toda la habitación, envolviéndolo todo en un delicado aroma. Sintió una
pulsión debajo del agua y cambió su posición para que su virilidad no ascendiera
hasta la superficie del agua.
«Se trata sólo de la mejilla de una mujer», se reprochó a sí mismo Slane. «Has
visto miles de mejillas en tu vida».
Taylor movió los labios provocativamente antes de quitarse la capucha. A
medida que la tela se retiraba y destapaba la cabeza, su cabello negro se agitaba
salvajemente sobre los hombros. Inmediatamente se fijó en la redondez de sus labios;
la hinchazón que antes los desfiguraba había desaparecido por completo.
—¿Estabas buscándome o mis fuentes de información estaban equivocadas?
Slane sintió que las pulsaciones de su entrepierna aumentaban con velocidad.
Se hundió en la bañera, poniendo el brazo disimuladamente entre los muslos. Era
una criatura absolutamente maravillosa. ¿Cómo podía saber él que detrás de aquellas
heridas y moretones se encontraba la mujer más bella que jamás había visto? Se
obligó a sí mismo a apartar la mirada de su rostro. Ella se merecía su desprecio por lo
que había hecho, no su deseo.
—Sabes muy bien que te he estado buscando —contestó—. ¿Has venido a reírte
de mí por no haber sido capaz de encontrarte?
—Bueno... —Hablaba burlonamente, con la risa todavía en la voz y una sonrisa
en los labios.
¡Maldición! Slane examinó el reflejo de Taylor que se formaba en el agua de la
bañera.
—¿Por qué has venido? —exclamó pensando otra vez en lo inútil que resultaba
su espada al otro lado de la habitación.
—Vayamos al grano, ¿no te parece, Slane? —Su rostro perdió de repente el
gesto burlón, casi amable—. ¿Por qué me estabas buscando?
—¿Por qué me lo preguntas a mí? ¿No te lo dijeron tus fuentes? —preguntó
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prometían revelar algún día. Alcanzó su túnica, se la puso por encima de la cabeza y
se ató las botas.
De repente, se oyó un estruendo en la calle e inmediatamente después el sonido
de espadas chocando en abierta batalla.
Taylor se quitó la capa y sacó su arma para correr hacia la puerta.
Pero, antes de que pudiera dar dos pasos, la puerta se abrió bruscamente y el
cuerpo de Jared la atravesó volando.
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Capítulo 7
Jared cayó en el suelo frente a Taylor y se quedó quieto, con los ojos abiertos y
vidriosos mirándola a ella. Una gran mancha de sangre se extendía sobre su
abdomen, agrandándose y volviéndose más roja a cada instante. Escuchó voces a su
alrededor y supo que debía mirar hacia arriba; que debía dejar de mirar a su amigo,
tendido en el duro suelo, sin moverse. Pero parecía no poder dejar de mirarlo. «Esto
no está ocurriendo», pensó. «Esto no está ocurriendo».
—¿Qué diablos está pasando?
El grito de Slane la sacó de su estupor. Miró hacia arriba y vio a cuatro hombres
vestidos de negro entrando a toda prisa a la habitación, con sus armas listas para
atacar. Una daga voló hacia la cabeza de Slane pero él logró esquivarla lanzándose al
suelo. El puntiagudo puñal se clavó en la pared, detrás de él. Slane rodó por el suelo
y empuñó su arma, arrojándose detrás de la bañera, que estaba en medio de la
habitación.
Tratando de deshacer la bruma de incredulidad que la estaba paralizando,
Taylor volvió los ojos para enfocarlos en Jared. ¿Por qué estaba todavía en el suelo?
¿Por qué no se había levantado para enfrentarse a sus atacantes? Creyó oír que Slane
la llamaba por su nombre, pero su confusa mente se negaba a concentrarse en nada
que no fuera Jared.
De reojo, logró ver un movimiento y giró para ver cómo uno de los hombres de
negro levantaba su espada para atacarla. De repente, Slane estaba allí. Salió de detrás
de la bañera y, de un fuerte empujón, tiró a su atacante al suelo.
—¡Taylor!
Como en la distancia, Taylor oyó que Slane la llamaba de nuevo. Pero no fue
verdaderamente consciente de ello hasta que el caballero la agarró con firmeza y tiró
de ella para alejarla del lugar en donde se había quedado clavada.
Aquellos hombres habían herido a Jared. El horror de esa verdad surgió como
un murmullo en su mente.
Una de las espadas pasó muy cerca del hombro de Slane pero éste logró darse
la vuelta rápidamente para enfrentarse al soldado.
Taylor sintió un agudo dolor en su antebrazo. Miró hacia abajo, sorprendida al
ver que sólo estaba apretando, como había hecho tantas veces, la empuñadura de su
espada. Pero el brazo le dolía... hasta que aflojó la presión de sus dedos en torno a la
empuñadura. Cuando un segundo y un tercer soldado se lanzaron a atacarla, Taylor
se supo defender, agachándose hacia la derecha para evitar un golpe y haciendo
chocar su espada contra la del otro soldado. Actuó por instinto, sin pensar, hasta que
finalmente el peso bien conocido de su espada la condujo de vuelta a la horrible
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realidad.
Aquellos hombres habían herido a Jared; ese pensamiento la fortaleció,
azuzando la ira que quemaba su corazón.
Se desahogó dándole una patada en la ingle a uno de ellos, que se dobló de
dolor, lo que Taylor aprovechó para darle otra patada, ahora en el costado,
haciéndolo rodar por el suelo.
Alcanzó a ver el resplandor de otra espada, pero no tuvo tiempo de esquivar el
golpe. El filo le cortó el labio y luego cayó sobre el cuerpo, enviando una oleada de
dolor que le pareció que le llegaba hasta la cintura; pero la armadura de cuero
absorbió la peor parte del dolor, el cual disminuyó convirtiéndose en una pequeña
molestia. Lanzó un puño hacia atrás y descargó un tremendo puñetazo en la mejilla
del soldado, que se quejó agudamente y se tambaleó hacía atrás. Taylor retrocedió,
examinando rápida y cuidadosamente sus alrededores.
Vio que Slane derrotaba a su oponente, dándole un rápido golpe en el
estómago; después, giró hacia atrás y vio a los otros tres hombres, todos de pie,
cercándola.
Slane se volvió para ayudar a Taylor y atacó al hombre que tenía más cerca,
quien respondió con mucha pericia, revolviéndose y dándole al caballero una patada
que lo hizo caer al suelo, lanzando un grito de dolor. Pero no estaba derrotado, y
logró rechazar de un puñetazo el segundo ataque de su agresor, quien cayó al suelo
como un fardo.
Taylor aún estaba conmocionada. Esos hombres habían matado a Jared. ¡No!,
gritó una voz dentro de ella, en un intento desesperado para ignorar tan terrible
posibilidad. ¡No está muerto! Blandió su espada y, de manera experta, se la clavó en
el cuello a uno de los hombres, que cayó al suelo, tropezándose contra otro de los
atacantes. Los tristes ojos de Taylor regresaron a Jared. Todavía no se movía. Sus ojos
permanecían abiertos y no parpadeaba. Su pecho estaba quieto. «¡Tengo que llegar a
él!», pensó, y dio un paso hacia delante. El soldado que había derribado de un
puñetazo ya estaba recuperado y se levantó para bloquearle el camino.
—¡No! —gritó otra vez, y lo atacó brutalmente, blandiendo su espada una y
otra vez, los metales chocando ente sí. Pero ese soldado era un experto esgrimista, y
esquivó cada uno de los golpes de Taylor con poco esfuerzo.
Por fin, cansada de ese juego, Taylor le dio una patada en el estómago,
lanzándolo hacia atrás. Entonces se volvió para acercarse a Jared, sólo para
encontrarse con otro hombre que la estaba amenazando con su espada. Levantó su
arma justo a tiempo para bloquearla, pero la fuerza del choque la hizo retroceder
unos pasos.
Frunció el ceño, con todos sus sentidos alerta, esperando un repentino ataque
de sus opositores. Entonces, oyó un amenazador sonido de muchos pasos en el suelo
de madera del corredor y se volvió a mirar hacia la puerta. Media docena de
hombres vestidos con los mismos tajes negros entraron en la habitación, con sus
armas listas para el ataque.
Taylor maldijo. Eran demasiados.
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le decía:
—Taylor, Jared está muerto.
—¡No lo sabes!
—He visto a muchos muertos.
—¡Y yo también, por eso sé que no está muerto!
Él conocía los riesgos de ser su cómplice, de llevarla a todas partes consigo...,
pensó Taylor.
—¡No está muerto!
Jared sabía que era muy peligroso viajar con ella...
Slane la miró con una expresión de calmada tristeza, sus ojos azules penetrando
hasta el fondo del alma de Taylor.
—¡No está muerto! —Lo repetía a pesar de que sabía que sus palabras no eran
verdad. Había visto la muerte innumerables veces; había matado a varias personas,
pero nunca pensó que le podría ocurrir a Jared. Taylor sintió que la angustia le
rasgaba el corazón y sintió cómo sus ojos ardían con abrasadoras lágrimas. Ellos
sabían que su padre enviaría hombres a buscarla algún día.
Se alejó de Slane a medida que las hirvientes lágrimas inundaban sus ojos. «Se
ha ido», pensó. «Se ha ido, como mi madre».
—Taylor.
La voz de Slane era un suave murmullo, una caricia.
Deseaba con todo su corazón ceder ante sus sentimientos; quería ser consolada.
Casi acudió a él... casi se dejó tocar por él.
Pero no lo hizo. Como había hecho años atrás, se desprendió de su dolor y se
limpió los ojos con la manga, rechazando cualquier sentimiento de autocompasión.
Jared estaba muerto. Ahora ella estaba sola.
Y tendría que cuidarse sola. Nadie la protegería. Sacudió los hombros
levemente, como para deshacerse también de la idea de la muerte de Jared, y evitó la
mirada fija de Slane. Pero no pudo controlar las lágrimas que amenazaban con salir
de sus ojos, sin importar cuántas veces se dijera a sí misma que debía seguir adelante,
sin importar cuántas veces se dijera a sí misma que era culpa de Jared por... por
ofrecerle su amistad.
Su labio inferior tembló, y luego tembló su cuerpo entero. Una única lágrima se
deslizó por su mejilla.
Slane le puso un dedo en la barbilla, levantándola suavemente hasta que sus
ojos se encontraron con los de él. Su mirada azul profunda penetró en su mente como
si pudiera leer todos sus pensamientos, todos sus dolorosos recuerdos. Ella no podía
esconder el dolor que sentía. En ese momento no, todavía no.
—Lo siento —murmuró él.
Y de verdad lo sentía. Se notaba en la sinceridad de su voz, en la sombra de
dolor que se asomaba a sus ojos. Pero todo lo que podía hacer Taylor era quedarse
allí, de pie, conteniendo los sollozos que amenazaban con consumir su cuerpo.
Él se acercó, tomó un mechón de cabello de Taylor que estaba sobre su mejilla y
se lo colocó suavemente detrás de la oreja.
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Slane rodeó la muñeca de Taylor con sus manos, y ella lo dejó hacer. Permitió
que le acariciara suavemente la muñeca. Sabía que no estaba rota. Pero le gustó la
forma en que él la tocaba, y también su suavidad y la preocupación que mostraba por
ella.
Durante un momento, no era la mujer que había sido cazada. Durante un
momento, él no era el cazador. Sólo eran un hombre y una mujer.
—¿Cuánto tiempo hacía que lo conocías? —Slane hizo la pregunta sin levantar
sus ojos hacia los de ella.
—Ocho años. —Él levantó la mirada para encontrarse con la de ella y Taylor
pudo ver sorpresa en sus ojos. Ella sonrió—. Nos fuimos juntos del castillo.
Él agachó la cabeza para posar los ojos de nuevo sobre su muñeca.
—¿Te enseñó a pelear?
—Jared decía que teníamos dos maneras de ganarnos la vida: la lucha y la
prostitución.
Taylor vio la expresión de desagrado en el rostro de Slane.
—Dijo que, naturalmente, nosotros elegiríamos la lucha. Por eso me enseñó a
pelear.
Slane dio suavemente la vuelta a la mano de Taylor para inspeccionar la palma.
Luego deslizó su dedo índice sobre los nudillos.
—No tendrías que haberlo hecho.
—Yo quise hacerlo.
—¿Por qué no regresaste al castillo? —preguntó Slane.
—¿Después de lo que hizo mi padre? —refunfuñó Taylor—. No quiero verlo...
Nunca lo volveré a ver.
—Él te quiere ver.
Taylor se quedó inmóvil. Después de todo ese tiempo, ¡finalmente se
preguntaba dónde estaba y qué hacía su propia hija! Una repentina añoranza surgió,
sin embargo, dentro de su pecho. De pronto quiso volver donde estaban los amigos
que había dejado; quiso volver a las tierras que había amado. Pero la imagen de su
padre bailó burlonamente sobre la idílica escena de su ensoñación. Había tratado de
prepararse para este momento, pero ahora que se enfrentaba a él no sentía sino
amargura. Se soltó de la mano de Slane.
—¿Así que por eso me buscabas?
¿Por qué se sentía tan traicionada?
—Está viejo y quiere reconciliarse —lo defendió Slane.
—Quiere tener una heredera —dijo ella—. Pues ya puede ir olvidándose de eso,
porque no regresaré.
—¿No quieres verlo? ¿No piensas hablar con él? —preguntó Slane.
—No tengo nada que decirle.
—Es tu padre, por el amor de Dios. Si quiere verte de nuevo, tú tienes una
obligación...
—Un buen consejo, sobre todo viniendo de un hombre que nunca escuchó a su
padre —contestó Taylor.
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Capítulo 8
Taylor no había terminado aún de abrir los ojos cuando todo lo que había
pasado volvió a ella en veloces imágenes sucesivas grabadas en su memoria: el
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Después de haber caminado a buen paso durante más de medio día, sin
descanso, Taylor y Slane llegaron a un hermoso prado enmarcado por una tupida
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su rostro y un largo y oscuro mechón de cabello cayó sobre uno de sus senos.
Durante un momento, él creyó sentir que lo observaba con profunda admiración,
como lo hacían todas las damas de la corte. Había sorpresa en aquellos ojos. Pero
seguramente se lo había imaginado, pues Taylor no se parecía a las mujeres que
había conocido hasta entonces. Era muy distinta.
Dio un paso hacia ella.
—¿Tú no practicas? ¿No te entrenas? —le preguntó.
Taylor clavó en él los ojos, otra vez llenos de sarcasmo.
—Estoy segura de que habrá suficientes oportunidades para practicar. Pero en
este momento estoy muy cansada.
Slane la observó mientras ella se acomodaba bajo las ramas de un inmenso
roble, y luego le dio la espalda nuevamente para volver a concentrarse en su
actividad.
Taylor permaneció observándolo en silencio. No estaba cansada en absoluto.
Estaba agitada, y la extraña agitación aumentaba dentro de ella a medida que
contemplaba los movimientos de aquel hombre que, no sabía por qué razón, de
repente llenaba todos sus pensamientos.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 9
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Slane se detuvo frente a una carreta para negociar con un mercader de cueros.
Por supuesto, intentaba adquirir algunos frascos, alforjas y botas para transportar
vino. Taylor caminaba pensativa por delante de él.
Ella zigzagueaba atravesando las hileras de tiendas, inspeccionando las
rebanadas de pan humeante expuestas en una repisa, en una panadería, y
degustando un trozo de carne salada de venado bajo el toldo de otro mercader.
Entonces se acercó a la caseta de un vendedor de condimentos. Tazas de hierbas
picadas, pimientos y sal llenaban su larga mesa de madera. Taylor se quedó mirando
un enorme tazón de roble lleno de ajos frescos. Una tremenda ola de tristeza inundó
su corazón. A Jared le encantaba visitar a los mercaderes de especias. El ajo siempre
había sido su condimento favorito. Ella siempre le decía que hedía durante días
después de comerlo, pero él se limitaba a reírse de ella y le decía que prefería oler a
ajos que oler a los horribles perfumes con los que los nobles se empapaban. Él se
quedaba hablando con los mercaderes durante horas, discutiendo las mejores
maneras de usar anís, jengibre o pimienta para realzar el sabor de la comida. Era el
hombre más feliz del mundo cuando discutía sobre la mejor manera de condimentar
un conejo o un pato.
—¿Te gusta mi cebolla?
Taylor miró al mercader que se dirigía a ella, un hombre sorprendentemente
delgado, con una cara llena de pecas y unos pocos pelos de barba roja saliendo del
mentón.
—¿Qué? —En el primer instante no estaba segura de que el hombre se hubiera
dirigido a ella.
—Mis cebollas. Veo que las encuentras de tu gusto.
Confundida, Taylor lo miró con aire interrogante. El pecoso mercader apuntó
con el dedo a sus ojos.
—Sólo una buena cebolla puede lograr eso, ¿no?
Taylor pasó la mano por el borde de sus ojos y los encontró húmedos.
—Sí, tienes buenas cebollas —dijo, con una voz ligeramente más fuerte que un
suspiro—. Muy buenas cebollas.
Siguió caminando con mucho cuidado, asegurándose de que estaba siempre
protegida por la mirada de Slane. Se secó las lágrimas con la mano, esperando que
Slane no hubiera sido testigo de ese momento de debilidad, y se recolocó un mechón
de pelo que se había liberado de la trenza. Echó un vistazo a la calle, a los peatones
que avanzaban con prisa para llegar a sus destinos.
Cuando miró hacia el otro lado, un destello de luz en la mitad de la calle llamó
su atención. El objeto estaba medio enterrado en el polvo, pero Taylor podía ver un
brillo plateado bajo el sol. Se agachó y volvió a incorporase, sosteniendo una
embarrada joya entre sus manos.
Entonces alguien gritó desde uno de los puestos:
—¡Ladrón!
Taylor dobló levemente las rodillas y su mano voló a la empuñadura de su
espada. El pequeño mercader adornado con joyas de oro no estaba apuntando su
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
furioso y tembloroso dedo hacia ella, sino hacia un hombre vestido con mallas
harapientas y una sucia túnica que estaba parado junto a su tenderete. Tenía una
espesa barba cubierta de migajas de lo que debía ser su última comida. No parecía un
ladrón. La mayoría de los ladrones habrían corrido hacia la multitud para
desaparecer en medio del gentío, pero ese hombre se detuvo, sencillamente,
quedándose parado con una expresión de desconcierto, casi de miedo.
—¡Ladrón! —gritó el mercader de nuevo, mientras se abalanzaba sobre el
hombre y lo apresaba bruscamente del brazo, para empujarlo contra el mostrador del
kiosco—. ¡Devuélvame ese anillo!
El barbudo abrió los ojos, sorprendido.
—Yo... yo no he robado nada —protestó tímidamente.
Taylor miró el anillo que se encontraba en la palma de su mano y frunció el
ceño levemente.
—Una joya interesante —murmuró una voz familiar con un tono provocador.
Levantó la mirada para ver a Slane estudiando el anillo en su mano—. ¿Lo compraste
con esa bolsa repleta de monedas que llevas siempre contigo? —Taylor hizo un gesto
de desconcierto.
—Lo encontré en la calle —contestó ella.
En el puesto más cercano a ellos, el mercader sujetaba con fuerza la muñeca del
hombre de la barba, empujando su mano sobre el mostrador. El mercader se volvió y
tomó un largo y amenazante cuchillo que colgaba de la pared detrás de él.
—Creo que eso le pertenece al mercader, ¿no te parece? —preguntó Slane.
Taylor abrió los labios para contestar, mientras que el mercader gritaba ferozmente al
hombre.
—¿Sabe usted qué hago con los ladrones?
Slane la interrumpió antes de que pudiera dar cualquier explicación.
—¿Dejarías que le cortaran la mano a ese hombre sólo para poder usar esta
nueva joya? —dijo sin esconder la ira en su tono.
Taylor abrió sus ojos ante la dolorosa acusación. ¿Tan mala opinión tenía de
ella? De cualquier modo, le dejaría pensar lo que quisiera. Se dio la vuelta y se alejó
de allí.
Slane la agarró por la muñeca, apretándola dolorosamente y forzándola así a
abrir la mano. Le quitó el anillo. Luego, se dirigió al mercader cuando estaba a punto
de dejar caer el cuchillo sobre la muñeca inmóvil del hombre de la barba.
—¡Deténgase! —le ordenó—. ¡Yo tengo su anillo!
El mercader miró a Slane y bajó lentamente su cuchillo. Aún tenía agarrado al
campesino.
—¿Dónde está? —preguntó el mercader bruscamente.
Slane extendió la mano y dejó caer el anillo encima del mostrador.
—Deje ir a ese hombre.
El mercader le lanzó una mirada de sospecha.
—¿Y cómo lo ha encontrado usted? —le preguntó agresivamente.
—Se había caído a la calle. —Slane dio un paso hacia el mercader, su mano
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
empuñando firmemente la espada, por si acaso—. Deje que este hombre se vaya.
El mercader obedeció y soltó el brazo. El hombre no desperdició un segundo y
salió corriendo lo más rápido que pudo a través de la multitud, desapareciendo entre
el enorme gentío. Slane dio otro paso hacia el mercader.
—Espero que la próxima vez no castigue a un hombre antes de haberse
asegurado de que es culpable.
Taylor estaba frotándose sus doloridas muñecas. Se encontraba pensativa y
ausente. Tan condenadamente noble. ¿Y si el anillo que ella encontró no fuera el
mismo que el mercader echaba de menos? ¿Y si el hombre realmente lo había robado
y lo había tirado en la mitad de la calle para que un cómplice lo recogiera? El anillo
tuvo que llegar allí de alguna manera, no había ido por sus propios medios. Tal vez
el hombre no era tan inocente como Slane creía. Negó con la cabeza. Slane y ella eran
muy diferentes. Nunca verían las cosas de la misma manera. Además, ella habría
devuelto el anillo si Slane le hubiera dado la oportunidad de hacerlo.
Taylor continuó caminando por la calle.
Slane apuró el paso para alcanzarla, y en cuestión de segundos logró caminar a
su lado, adoptando su ritmo.
—¿Por qué no le devolviste el anillo al mercader? ¿Acaso no te importaba que
ese hombre pudiera perder la mano?
Taylor se detuvo momentáneamente y contempló el vasto cielo. Sus ojos tenían
el más sutil toque de tristeza.
—Debes de tener muy mala opinión de mí.
Slane se detuvo a su lado.
—Tal vez no entiendo tu manera de pensar. He sido educado para seguir un
estricto código de comportamiento. Un código que al parecer tú no sigues.
—El único código que yo sigo es aquel que me ayuda a mantenerme viva —dijo
ella—. Durante ocho años he estado mirando constantemente por encima de mi
hombro para cuidarme la espalda. Sospecho de todo... y de todos. —Lo miró durante
un largo rato sin entender siquiera por qué confiaba en él cuando todo lo que había
aprendido le dictaba que se alejara de Slane sin mirar atrás.
—No tienes que sospechar de mí —le susurró Slane—. Estoy aquí para
ayudarte.
Taylor lo miró fijamente a los ojos tratando de ver más allá de la evidente
honestidad que brillaba a través de sus gestos. Pero no podía.
—No puedo confiar en ti —replicó, y continuó su camino.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Slane observaba la forma en que las coloridas luces del fuego bailaban como
pequeños diablillos sobre el negro pelo de Taylor. Era una mujer vibrante, llena de
vida. No obstante, también estaba llena de misteriosos pensamientos que él no tenía
la esperanza de llegar a comprender. Quizá la analizaba más de la cuenta y sacaba
demasiadas conclusiones sobre ella. Después de todo, era sólo una mujer.
Slane se volvió a concentrar en su cena y llevó una pierna de cordero a su boca,
arrancándole un enorme mordisco.
—¿Qué estás pensando? —preguntó con la boca llena.
Taylor levantó la mirada de su cerveza.
—¿Acaso tu código no dice nada sobre lo conveniente o inconveniente de
hablar con la boca llena? —dijo en tono de broma.
Slane se sintió terriblemente avergonzado, lo cual le resultó muy incómodo
porque nunca se había sentido avergonzado. Se cubrió la boca con la mano y dejó de
mirarla para terminar de masticar el bocado de cordero. «Maldita sea por hacerme
sentir como un tonto. Y me maldigo por darle importancia a lo que piensa».
—Estoy pensando en lo que haré en el futuro —dijo ella finalmente, rompiendo
el silencio.
Slane la miró de nuevo, sorprendido, y devolvió la pierna de cordero al plato.
—Pensé que ya lo habíamos acordado. Pensé que vendrías conmigo al castillo
Donovan.
—Yo te dije que ya veríamos.
Slane pensó en dejarla ir para regresar solo al castillo Donovan. Su simple
presencia se había tornado inquietante. Pero también pensó en el otro juramento que
había hecho a su hermano. Un juramento que su honor no le permitía romper.
—Hay otras personas buscándote. Aunque me dejes, acabarías igual en el
castillo.
—O podría no hacerlo.
—¿Crees de verdad que estás preparada para vivir tu vida de esa manera,
mirando constantemente sobre tu hombro para cuidarte las espaldas?
—Llevo haciéndolo ocho años.
—Pues ya va siendo hora de cambiar —dijo Slane—. Enfréntate a tu pasado y
ponle fin a esta situación.
—Es muy fácil para ti decirlo, Slane —respondió ella—. No eres tú quien debe
hacerlo.
Slane resopló, incrédulo.
—Ya lo hice —murmuró—. Una vez. —En ese momento sintió la mirada
curiosa e interrogante de Taylor sobre él.
—¿Fue cuando desafiaste a tu padre? ¿Cuando te convertiste en caballero?
Ella observaba con atención su vaso de cerveza, lo que le dio a Slane una no
deseada pero irresistible oportunidad para estudiar cuidadosamente sus facciones.
Sus largas pestañas le acariciaban las suaves mejillas mientras miraba la bebida, Los
labios llenos y cautivadores se habían humedecido con la resplandeciente cerveza.
¡Por Dios! No había manera de negar la belleza de sus facciones. Si fuera vestida con
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
un traje de fino terciopelo y no con la rústica armadura de cuero que llevaba, todos
los hombres de Inglaterra se pelearían por su atención y por su mano. Su mirada se
paseó por el hermoso cabello de Taylor, tan oscuro como el cielo de la noche, y llegó
a su suave y elegante cuello de bronceada piel, tan cremosa, tan perfecta. De repente
alejó su mirada de Taylor, incómodo, al darse cuenta de que podría observarla
durante todo el día sin dejar de asombrarse por su belleza. ¿De qué estaban
hablando? Ah, sí. Su padre.
—Sí, fue un escándalo —dijo Slane—. Mi padre quería convertirme en
sacerdote, en un servidor de la iglesia. Ya había un caballero en casa: mi hermano
Richard. —Rió amargamente, acomodando las piernas en una nueva posición—.
¿Puedes imaginarme vestido de sacerdote?
—No —contestó Taylor de manera rotunda. Slane estaba asombrado por lo que
perfectamente podría ser la primera respuesta sincera que ella le había dado hasta el
momento.
—Yo tampoco —admitió él—. Así que me escapé y huí al castillo de mi tío. Él
me entrenó y me patrocinó en secreto.
—Tu padre debió de enfadarse mucho.
—Estaba muchísimo más que enfadado. No sólo se negó a hablar a mi tío
después de aquel incidente, sino que además me vetó, me prohibió la entrada en mi
hogar y me amenazó con desheredarme.
—Lo normal, en tu caso, hubiera sido que los demás caballeros del reino te
rechazaran, que te convirtieras en un guerrero errante, sin hogar —dijo Taylor sin
aparente emoción.
—Sin honor. —Los ojos de Slane se cerraron levemente—. Pero mi hermano
Richard convenció a mi padre para que volviera a admitirme. Le dijo que
abandonaría el castillo si no me permitía regresar a casa con mi honor intacto. Mi
padre necesitaba un heredero, alguien responsable como Richard. Así que finalmente
accedió. —Rió con tristeza, al tiempo qué la amargura se hacía más notable en su
voz—. Pero no regresé en ese momento. Me mantuve alejado durante años del
castillo Donovan, asistiendo a torneos y peleando en guerras locales.
—¿Por qué no regresaste a casa? —Taylor parecía cada vez más interesada.
Ahora fue Slane quien miró meditabundo su vaso de cerveza.
—Regresé —contestó. Revolvió la bebida con suavidad y finalmente tomó un
largo trago—. Hace un año. Estaba listo para perdonarlo todo, para afrentar mi
nuevo futuro. Pero mi padre murió justo antes de mi regreso.
—Lo lamento —susurró Taylor.
Slane se encogió de hombros.
—Richard era ya el dueño del castillo Donovan.
Taylor sonrió, negando con la cabeza.
—No es ésa la historia que yo había oído.
Slane le dirigió una mirada de sorpresa.
—¿No? ¿Qué estás diciendo? —Percibió una extraña satisfacción en los ojos de
su compañera de viaje, un cierto aire travieso que emanaba de ella burlonamente.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
—Lo que yo oí, lo que me contaron cuando aún vivía en el castillo de mi padre,
fue que tú dejaste el castillo para hallar tu propio destino. Atravesaste muchos
pueblos buscando una manera de demostrar tu valor. Por fin, llegaste a un pueblo
asediado por un dragón, al que, por supuesto, mataste, convirtiéndote en el héroe del
lugar. De igual manera, en los pueblos vecinos luchaste contra un gigante, mataste a
un hechicero y salvaste a una doncella, según algunos una princesa, de ser
secuestrada. Incluso en una historia encontraste el Santo Grial.
El caballero no pudo contener la risa.
—Es un trabajo muy impresionante para alguien que sólo asistió a torneos y
peleó en pequeñas guerras, ¿no crees? ¿Y qué me dices de ti? ¿No has matado a
ningún dragón?
Ella negó con la cabeza mientras una entretenida sonrisa se dibujaba en su
rostro.
—Sólo he matado a algunos dragones de tipo humano —contestó—. Tú sabes
muy bien que yo no hago cosas heroicas.
—Cuéntame entonces tus aventuras después de dejar el castillo. ¿Adónde
fuiste?, ¿qué hiciste?
La mirada de Taylor cambió sutilmente. El brillo alegre de sus ojos fue
sustituido por otro de dolor.
—Jared... —dijo ella, y se quedó callada. La simple mención de su nombre
provocaba que se le hiciera un nudo en la garganta. Cerró los ojos por un instante y
Slane pudo ver cómo luchaba para alejar la amenazante tristeza de sus ojos. Miró a
Slane y continuó—. Jared no sabía qué hacer conmigo. No estoy segura de las
razones por las cuales él siquiera quería seguir conmigo, pero me alegra que lo
hiciera. Fui insoportable al principio. Testaruda, voluntariosa, desafiante. No tenía
ningún respeto hacia la autoridad.
Slane soltó una risilla.
—¿Y qué ha cambiado de todo eso?
Taylor lo miró sobresaltada, y sonrió. Continuó como si no la hubiera
interrumpido.
—Finalmente, fuimos a casa de un viejo amigo de Jared. Vivía en una carreta
gitana en el bosque Grey. A eso lo llamamos nuestro hogar durante una temporada.
Jared me entrenó, me enseñó a luchar. Y Alexander... bueno, digamos que yo era
muy joven y muy ingenua entonces. Me enamoré perdidamente de Alexander.
Slane sintió un agudo dolor en el corazón. Su mano apretó compulsivamente el
vaso de cerveza.
—Y ese tal Alexander ¿te correspondió?
Se quedaron en silencio unos momentos. Finalmente Slane levantó la mirada
hacia Taylor. Ella lo estaba mirando de una manera muy extraña.
—No creo que eso sea de tu incumbencia.
Slane asintió con la cabeza. Le disgustó mucho el sentimiento de ansiedad que
atravesaba su cuerpo. Eligió, entonces, finalizar la conversación acerca de su pasado.
Había cosas que él no debería saber. Había cosas que él no quería saber.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 10
Después de una noche agitada, llena de oscuros sueños en los que Jared y unos
hombres vestidos de negro la observaban desde las sombras de su mente, Taylor se
levantó. Era un día luminoso. Los cálidos rayos del sol, aunque no pudieron borrar
sus sueños enteramente, sí ayudaron a disminuir la sensación incómoda que aún no
la había abandonado del todo, después de la noche que había pasado, plagada de
pesadillas y malos presagios.
Se vistió lo más rápido que pudo y bajó las escaleras para reunirse con Slane. En
cuanto entró en el salón, intuyó un peligro, algo que no podía precisar, un
sentimiento amenazador que la hizo ponerse alerta. Observó el salón con atención.
Cerca de la mitad de las mesas estaban ocupadas por granjeros o guerreros. Ninguno
de los guerreros llevaba casco. Vio cómo los hombros de Slane se relajaban al tiempo
que se dirigía hacia un hombre que cargaba una bandeja llena de vasos de cerveza.
Taylor se dirigió hacia el fondo del salón y se instaló en una mesa cerca del
pasillo. Mientras se deslizaba en el asiento, volvió a examinar el salón, haciendo un
inventario de sus ocupantes. Un cansado granjero levantó un vaso de cerveza hacia
sus labios, los oscuros círculos debajo de sus ojos contaban la historia de un hombre
que no había dormido mucho últimamente. Taylor se preguntó si también en sus ojos
se notaría el cansancio, pero no llegó a responderse porque le llamó la atención una
mesa donde estaban sentados varios guerreros, todos embebidos en una seria
conversación. Uno de los hombres dirigió su mirada hacia Taylor, pero enseguida
volvió su atención hacia sus compañeros. Siguió recorriendo el salón con la mirada y
observó a Slane, que estaba hablando con el posadero. Trató de mirar hacia otro lado,
pero había algo en Slane que hizo que su mirada se mantuviera sobre él. Tenía una
figura muy imponente, era dos palmos más alto que el posadero. Sus fuertes manos
reposaban en sus caderas mientras hablaba. La fuerte contextura de sus músculos
podía verse plenamente debajo de su túnica de tela translúcida. Su rubia melena caía
sobre sus hombros como una suerte de cascada dorada. Cuando él sintió que Taylor
lo miraba, le sonrió suave y placenteramente. Ella le devolvió la sonrisa.
Se tranquilizó después de su examen, no parecía que los amenazara ningún
peligro. «Debo de estar más cansada de lo que creía», pensó. Ésa era la única razón
que podía encontrar para explicarse la calidez que sentía en el vientre. «Jared se
avergonzaría de mí», se dijo. Él le había enseñado a estar alerta, a mantener sus
sentidos despiertos, sin importar cuan cansado se sintiera su cuerpo. Ésa era la única
manera de sobrevivir, de evitar a cualquier hombre al que su padre hubiera enviado
tras ella, y Jared le insistía en que esa actitud debía ser tan natural para ella como
respirar: desconfiar de todos; no confiar en nadie.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Ahora descubría que no era tan dura como pensaba. Aquí estaba, sintiéndose
perturbada por la simple sonrisa de un hombre al que apenas conocía. ¿Por qué
estaba siguiendo ciegamente a Slane al castillo de su hermano? Porque... ¿no tenía
adónde ir?
¿O era, tal vez, porque Jared se había ido y ella necesitaba alguien a su lado,
ahora que el mundo parecía estar en su contra? Y Slane era el único que estaba al
alcance. Pero había algo más. Le gustaba provocarlo. Le gustaba juguetear con él... Le
gustaba Slane. Él era todo lo que ella no era. Él tenía todo lo que ella no tenía. Y a
pesar de que él desaprobaba su manera de vivir, de vez en cuando lo había
sorprendido mirándola. Y había algo en su forma de mirarla, algo que hacía que
Taylor deseara estar en sus brazos.
No. Ella no quería sentirse así.
Volvió a observar el salón, alejando sus pensamientos de Slane. Dos hombres,
seguramente comerciantes, la observaban desde una mesa cerca del fuego.
De pronto, el ruido producido por un hombre que se levantaba de otra mesa,
interrumpió sus pensamientos. El hombre empujó su silla hacia atrás de una manera
casi violenta y dejó a sus compañeros sin quitarle de encima la mirada a Taylor,
mientras se aproximaba a ella.
Por un momento sus ojos se encontraron. Había algo familiar que la perturbaba
en este hombre gordo que se dirigía hacia ella. Lentamente, el reconocimiento se
pintó en su cara y se puso tensa. Miró a los dos amigos que habían quedado en la
mesa y la estaban contemplando con una sonrisa burlona.
Cuando llegó donde ella estaba, el hombre gordo dio un fuerte golpe en la
mesa.
—¿Sully? —sus carcajadas reverberaron en el salón—. Yo sabía que algún día
nos volveríamos a encontrar —su voz era nasal, marcada por un silbido incómodo
que instantáneamente le puso los nervios de punta. Ella lo recordaba muy bien.
—Hola, Hugh —dijo con frialdad—. Ha pasado mucho tiempo.
Hugh recorrió el salón con la mirada.
—¿Dónde está Jared?
—Él no está aquí —dijo ella.
Hugh frunció el entrecejo.
—¿Qué quieres decir con que él no está aquí? Tiene que estar, sois inseparables.
—Él no está aquí —repitió ella.
Hugh tomó una silla, se sentó gruñendo. Las patas de la silla crujieron debajo
de su peso.
—Es una condenada pena —dijo suavemente Hugh—. Una pena —dijo
mientras un silbido salía de su nariz.
—¿Todavía trabajas en el negocio de la carne? —preguntó Taylor.
Hugh sonrió mostrando una grotesca sonrisa sin dientes.
—Prefiero llamarlo placer.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Su risa despidió un fétido olor que alcanzó a Taylor, la cual no pudo ocultar un
gesto de repugnancia.
—Jared y tú me debéis mucho dinero —dijo Hugh—. Aquella chica pudo
haberme dado mucho.
—Era una niña —gruñó Taylor.
—A muchos señores les gustan jóvenes —repuso Hugh.
Taylor apretó los dientes.
—Eres muy inocente —agregó Hugh, alcanzando el brazo de Taylor a través de
la mesa y frotando su grasienta mano en él—. Si accedes a trabajar para mí, podría
hacer mucho dinero. Seguro que eres salvaje...
—Eres un cerdo, Hugh —dijo calmadamente—. El mundo sería un lugar mejor
sin ti. Y si no me quitas tu mano en este instante, voy a tener que hacer del mundo un
lugar mejor.
Hugh dejó de frotar su brazo y Taylor vio, con placer, la ira en sus ojos.
—Siento que lo veas así. Sólo tengo dos alternativas. Dame el dinero que me
debes.
—No te debo nada.
—Mataste a dos de mis hombres esa noche —gruñó Hugh.
—Y mataría diez más para mantener a esa niña lejos de tu repulsivo alcance.
Vete de aquí ahora, antes de que te atraviese la garganta con mi espada. Me pones
enferma.
Hugh se puso en pie con brusquedad, tirando la mesa al hacerlo. Su mano se
dirigió hacia la daga que estaba en su cinturón pero Taylor estaba preparada para él.
Ya había sacado la espada y la estaba apuntando a la enorme barriga de Hugh.
—¿Cuál es el problema?
Taylor reconoció una voz familiar y se volvió para ver que Slane estaba de pie
junto a ella.
—Esto no te incumbe —dijo Hugh—. Así que aléjate.
Su silbido se hacía cada vez más ruidoso.
Slane le lanzó a Taylor una mirada.
—Sí me incumbe. Verás... la dama está conmigo.
—¿Dama? —Hugh miró a sus hombres—. Muchachos, ¿alguien ve a una dama
por aquí?
Sus hombres rieron estrepitosamente.
Taylor no respondió a su provocación, manteniendo la punta de espada a sólo
unos centímetros de su estómago. El asco que el enorme hombre le producía se podía
ver con claridad en cada línea de su rostro.
Hugh volvió su atención a Slane.
—Ella robó algo que era mío, me debe mucho dinero.
Slane metió la mano dentro de la bolsa que estaba en su cinturón.
Taylor se incorporó al instante, presionando su manó sobre Slane para detener
su movimiento.
—Ninguna moneda para él —dijo silenciosamente.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Viajaron todo el día, parando sólo dos veces a que los caballos, que Slane había
comprado en Sudbury, descansaran. Cuando el sol se puso, buscaron una fonda.
Escondido en mitad del bosque, el edificio era más un mesón de dos pisos que una
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Era muy tarde cuando Taylor bajó las escaleras de la fonda. Vio al posadero al
fondo, mezclando cerveza y agua. Sonrió cuando vio que trataba de esconder la
botella.
Sacó un pergamino enrollado. Con mano temblorosa, el posadero tomó el rollo,
observándolo.
—Dáselo a Corydon —le indicó Taylor—. Dile que es de parte de Taylor
Sullivan.
Slane miró el techo; sus manos estaban descansando detrás de su cabeza. Era
tarde, pero no había sido capaz de dormirse. La paja de la cama era demasiado fina;
la fonda estaba demasiado silenciosa; la noche demasiado fría. Se preguntó si Taylor
tendría frío. Había viajado la mayor parte del día en silencio. Ahora, miraba la puerta
que separaba sus habitaciones. ¿Estaría dormida? ¿Su cabello estaría esparcido por
toda la almohada en espléndidos rizos? ¿Estarían sus labios separados a medida que
tomaba dulce aliento tras dulce aliento? ¿Estaría desnuda bajo las sábanas?
Maldiciendo en silencio, se puso de lado, dándole la espalda a la puerta. ¿Qué
derecho tenía él de imaginarse semejantes cosas?
Forzó sus pensamientos para que se concentraran en otra cosa. ¿Por qué ella no
le había dicho que Hugh había sacado una daga? Él había tratado de hablar con ella
mientras cabalgaban pero Taylor no había querido escuchar, levantando la barbilla
de manera desafiante e ignorando sus esfuerzos por disculparse.
Él había cometido el error de acusarla, cuando ella lo único que había hecho era
defenderlo. «¿Defenderme?», pensó Slane. «¡Esa mujer me ha salvado la vida!». Negó
con su cabeza y volvió a darse la vuelta. No le había dado el crédito que se merecía.
¿Y qué había hecho Taylor para que Hugh creyera que ella le debía dinero?
Hubiera querido preguntárselo, pero sabía que ya la había ofendido al asumir que
ella era culpable, por lo que se guardó las preguntas para sí mismo.
Ella era una criatura de desinhibidas emociones. Era deslumbrante, desafiante,
atrevida y valiente. Cosas que no podrían describir a Elizabeth.
Elizabeth. Pensó en su frágil figura, en sus amables ojos. Sus labios. Pero no
eran los labios de Elizabeth los que su imaginación trajo a colación. Esos labios tenían
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 11
Lo que vio Slane le produjo tanta furia que por un instante se le nubló la vista.
Pero sólo por un instante. Un hombre con el labio cortado estaba en el borde de la
cama de Taylor, separándole las piernas. Otro hombre, con una cicatriz debajo del ojo
izquierdo, tenía una mano sobre la boca de Taylor y su puño enredado en su grueso
cabello.
Pero ésa no fue la imagen que causó olas de ira en Slane. Ésa no fue la imagen
que hizo que se llevara la mano a la espada. Ésa no fue la imagen que hizo que
sintiera una ira insoportable de la cual ni siquiera había oído hablar en su vida. Fue
la imagen de Hugh montado con sus piernas abiertas, sobre Taylor, estrujándole los
brazos.
Los lascivos ojos del hombre estaban muy abiertos, celebrando el expuesto
pecho de Taylor.
—Tú me darás más de lo que me corresponde —decía. El silbido de su aliento
se convirtió en una amenaza.
—¡No! —gritó Slane, lanzándose hacia el hombre más cercano, blandiendo su
espada en una ira ciega. El asustado hombre, se apartó de él, cayendo sobre Hugh y
Taylor, aplastándolos.
El hombre del labio cortado dejó caer rápidamente los pies de Taylor y sacó su
espada. Slane se enfrentó a él, cruzaron armas pero la ira lo consumía de tal manera
que ninguno de sus movimientos fue efectivo. El hombre los esquivó todos,
convirtiéndolos en inofensivos golpes.
—¡Quítate de encima de mí, cerdo gordo! —gritó Taylor, dando patadas,
tratando de liberarse.
Bruscamente Hugh empujó al hombre de la cicatriz, apartándolo de Taylor, y
acomodó su sexo entre las piernas de la joven, pero ella se defendió dándole un
puñetazo. Entonces él le dio un golpe en la cabeza, lo que la dejó aturdida por unos
segundos.
—¡Matadlo! —les ordenó Hugh a sus hombres—. Después la poseeremos.
El hombre del labio cortado se unió al primero para atacar a Slane con una
daga, bloqueándole la visión de Taylor. Invadía a Slane una ira furiosa, por lo que
empujó al hombre de la cicatriz y comenzó a darle golpes. El hombre trató de
defenderse pero la ira que hervía dentro de Slane era demasiado grande para que se
detuviera. Slane le enterró la espada en el estómago, y el desgraciado cayó al suelo
como una piedra. Hecho una fiera, Slane fijó sus ojos en el del labio cortado, que
parecía aterrorizado por lo que le había sucedido a su compañero. Miró con horror la
espada ensangrentada de Slane y dejó caer su arma.
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Detrás del hombre, Slane vio a Hugh quitándole la manta a Taylor y dejando al
descubierto su vientre.
—Fuera de mi camino —le gritó Slane.
El hombre dio un paso dubitativo hacia la puerta.
—Ahora —ordenó Slane.
El hombre salió corriendo de la habitación.
—¡Qué buen trabajo!
Slane miró a Hugh y le asestó un golpe. La mano herida de Hugh seguía
asiendo a Taylor, mientras que con la otra mano presionaba la daga contra su blanca
garganta.
—Podemos compartirla, ¿sabes? —sugirió Hugh, siguiendo la mirada de Slane.
Se sintió enfermo sólo de pensarlo y levantó su espada—. No, no —advirtió Hugh—.
Si te pones, tonto ella morirá.
Taylor parecía débil y mareada.
—No puedo creer que hayas dejado escapar a su amigo —murmuró.
Slane apretó los dientes. Ella estaba en lo cierto. Él debió haberlos matado a
todos. Su puño apretó la espada.
—Déjame pasar —advirtió Hugh de nuevo, presionando aún más la espada
contra la piel de Taylor.
—Si la hieres, tu muerte será la más desagradable —replicó Slane.
—Tus valientes palabras no me engañan —dijo Hugh—. Yo conozco a los de tu
clase. Se suponía que tú debías protegerla. Si la mato, habrás fallado, un deshonor
que mi muerte no podrá reparar. Ahora retrocede o la mato.
Después de un largo y tormentoso momento, Slane bajó lentamente su arma.
No podía poner en riesgo la vida de Taylor. Él lo sabía y Hugh lo sabía también. Se
alejó de la puerta.
—Estoy desilusionada, Slane —dijo Taylor mientras Hugh la llevaba hacia la
puerta. Su familiar sonrisa burlona volvió a dibujarse en los labios de Taylor—. Al
menos, escúpele o algo.
Hugh se acercó; ahora Taylor estaba a un paso de Slane, delante del hombre
gordo como si fuera un escudo. Taylor y Slane cruzaron miradas por un rápido
segundo. Algo pasó por los ojos de ella. Algo que no era ni mareo ni
desvanecimiento. Slane supo que algo iba a ocurrir.
De repente, Taylor metió un dedo en la herida de la mano de Hugh y apartó la
daga de su cuello usando la otra mano.
Hugh la dejó ir con un quejido de dolor, pero Slane interrumpió su quejido,
clavándole la espada. Hugh miró sus manos ensangrentadas y luego miró a Slane,
sonrió, mostrando unos dientes amarillos e, inmediatamente después, cayó al suelo.
Slane esquivó la caída con agilidad. El cuerpo produjo un ruido sordo al
golpear contra el suelo. Después se hizo el silencio.
En el instante de silencio, Slane pudo sentir su propio corazón latiendo en su
garganta. Se volvió hacia Taylor, que estaba sentada, muy quieta, sobre la cama, sus
piernas escondidas bajo su cuerpo.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Slane sintió cómo le subía la ansiedad por el cuerpo. ¿Estaría herida? No veía
sangre.
Se había cubierto con la manta y Slane pudo ver cómo asomaba el dedo
meñique de uno de sus pies bajo la lana. Sus ojos se movieron hacia arriba,
inspeccionándola para ver si tenía alguna herida. Se detuvo en la piel desnuda que
está justo encima de los pechos. A la suave luz de la luna que brillaba a través de la
ventana abierta, su piel se veía como un suave pétalo de rosa e igualmente delicada.
Sus ojos se movieron hacia el cuello de Taylor, pero éste prácticamente no había sido
tocado por la daga de Hugh; sólo tenía un pequeño punto rojo que no tardaría en
desaparecer. Slane se sintió aliviado y tragó saliva.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Taylor asintió y un mechón de su negro pelo se movió hacia delante, sobre sus
hombros.
Slane se acercó y le extendió la mano. Ella pasó de mirar el cuerpo de Hugh a
mirar a Slane. Extendió su mano y sus dedos se tocaron.
Slane se estremeció con el contacto. Miró la mano de Taylor, admirado por su
pequeñez. La ayudó a ponerse en pie. Cuando se levantó, Taylor parecía de la
realeza, una diosa cuyo cabello negro caía como una cascada sobre sus hombros. La
manta se deslizó unos centímetros.
De repente, Slane deseó quitarle la manta y verle sus deliciosos y perfectos
pechos.
—Te tomaste tu tiempo... ¿no? —murmuró ella.
Slane sintió que la garganta se le secaba más.
—¿Estás herida?
—Sólo en el orgullo.
Slane sintió que algo se movía en su mano y se dio cuenta que todavía tenía la
mano de Taylor en la suya. Sabía que debía soltarla, pero había algo en él que hacía
que sus dedos se aferraran orgullosamente a los de ella, ignorando la orden que su
mente les había enviado.
Sus verdes ojos resplandecieron en su cara brillando como esmeraldas
hirvientes a la luz del sol. Después de haber sido atacada, ¿cómo podía estar allí, de
pie, tan bella?, se preguntó Slane. ¡Dios mío! Estaba radiante. ¿No sabía, acaso, lo que
le estaba haciendo a él? Lo sabía. Slane estaba seguro de esto. Esa pequeña arpía
estaba tratando de seducirlo, de desviarlo de su código, de hacerle romper sus
promesas.
Y estaba funcionando. Soltó rápidamente su mano y se echó para atrás, casi
tropezándose con su propio pie en su afán.
—Bueno... sí... —se aclaró la garganta a medida que se volvía a mirar a Hugh—.
Le diré al posadero que saque estos cuerpos de aquí y...
Ella se enderezó y él pudo jurar que vio algo similar al miedo en los ojos de
Taylor antes de que su rostro adquiriera la misma expresión calmada de siempre.
Slane vaciló. ¿Quién sabía qué otros hombres la estaban buscando? Él ya sabía
que Corydon la estaba persiguiendo y si ese bufón de Hugh había podido entrar tan
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
fácilmente a su habitación...
¿Cómo podía dejarla sola ahora, después de lo ocurrido?
—¿Cómo entraron los hombres? —preguntó Slane.
Taylor levantó los hombros y se subió un poco la manta.
—Estaban aquí cuando me desperté.
Slane sintió una pizca de decepción cuando Taylor le dio la espalda. Quería
seguir mirando su hermoso rostro para siempre.
Apretando la manta contra su pecho, Taylor se sentó en la cama; parecía una
reina sentándose en su trono.
—¿Cerraste la puerta con seguro? —le preguntó Slane.
—¿Parezco tonta?
No, pensó él. Sabía que ella había echado el cerrojo a la puerta, así que sólo
podía haber una respuesta a esa pregunta; sólo había una persona que tuviera otras
llaves: el posadero. Slane decidió bajar a hablar con él y se dirigió hacia la puerta.
—¿Slane?
Él se detuvo ante la suavidad de su voz; nunca la había oído hablar con ese tono
de incertidumbre.
—Tal vez podrías quedarte... un momento... —sugirió ella.
Slane vaciló.
—¿Quedarme? —repitió. Dios, cómo quería quedarse. Pero Elizabeth... No.
Taylor era peligrosa. No podía quedarse. Ni un minuto más.
—No puedo. —Se hizo un largo silencio—. Estarás bien si aseguras la puerta —
le dijo, tratando de tranquilizarse más a sí mismo que a ella. Cuando ella no contestó,
la miró por encima del hombro... y enseguida supo que no debía haberlo hecho.
Taylor se sentó recta como una tabla, sujetando la manta contra su pecho. Su
cabello caía en oscuras ondas sobre sus hombros, pasando por sus brazos y llegando
hasta su cintura. Era una verdadera diosa.
—Sí —murmuró ella—. Imagino que estás en lo cierto.
Slane respiró hondo. Estaba contento de que ella estuviera siendo racional.
Estaba contento de que ella lo entendiera. Extendió su mano para abrir la puerta y
sintió que un gran peso se le quitaba de encima.
—Después de todo, no queremos comprometer tu reputación. Sería más que
deshonroso que pasaras más de cinco minutos en una habitación conmigo. ¿Qué
pensarán los granjeros de ti?
Slane se quedó helado cuando oyó estas palabras. ¿Sería porque eran verdad o
porque se estaba burlando de él? ¿O ambas cosas? Dudó durante un instante, su
sentido del deber luchando contra su sentido del bien y del mal. Después abandonó
la habitación, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
sentado en una mesa cerca del fondo de la habitación principal. Tenía la cabeza hacia
delante, descansando sobre el pecho. Cuando Slane se acercó a él, pudo ver que tenía
los ojos cerrados.
«Así que así fue como pudieron entrar», pensó Slane. «Estaba dormido y le
quitaron las llaves». Sintió cómo la furia hervía en su sangre, lista para explotar como
un volcán. Pensó en lo que le hubiera podido pasar a Taylor por culpa de este
idiota...
—Señor, no estoy nada satisfecho con el servicio de este lugar —dijo en un tono
áspero.
El posadero no se movió.
Slane le puso una mano firme encima del hombro.
—Escúcheme, idiota... —empezó a decir pero se detuvo cuando el hombre se
cayó, golpeando su cabeza contra la mesa.
Slane retrocedió cuando vio la daga enterrada en su espalda. Miró hacia arriba,
hacia las escaleras, donde estaba el cuarto de Taylor. ¿En qué se había metido?, se
preguntó.
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Capítulo 12
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Taylor esperó hasta que Slane, tras azuzar a su caballo, la pasó. «Sí», pensó.
«Nos pagaron bien: leyéndonos la mano, lo único con lo que la mujer gitana podía
pagarnos». Y se sintieron muy bien recompensados. Tuvieron bastante con arrancar a
la pobre niña de las horrorosas garras de Hugh.
Pero Slane no necesitaba saber eso.
Slane se bajó de su caballo y le dio las riendas a un niño del establo, quien
sonrió y se llevó a los animales. Miró a Taylor, que estaba en la puerta del establo,
concentrada, mirando algo al otro lado del camino. Ella se había negado a mirarlo
después de haber galopado hacia el pueblo, adelantándosele. Pero él no. Estaba lejos
de no mirarla.
Taylor estaba de pie, muy tiesa, erguida y orgullosa, con su largo cabello negro
en una gruesa trenza que colgaba sobre su espalda. Él la había visto esa mañana, en
la fonda, mientras le daba vueltas a su cabello con la misma gracia con la que se
peinaban las mujeres del castillo.
Negó con la cabeza y dejó de mirarla. Nunca podría entender cómo había caído
tan bajo, cómo podía haber llegado a ser una mercenaria. ¡Ser pagada por haber
salvado a una niña pequeña de las manos de Hugh! Se sintió desilusionado y no
supo exactamente por qué. No tenía razón alguna para esperar nada más de ella.
Slane dejó los establos y se acercó a Taylor. Por un momento, sólo un momento,
cuando su mirada siguió la curvatura de la mejilla hacia sus labios, sintió que su
pulso se aceleraba repentinamente. Ella lo miró.
Todo se detuvo en ese instante. Esos ojos verdes penetraron su alma, buscando
las profundidades de su ser. Ahondaron hasta el fondo y sacaron algo tibio y tierno
que él no sabía que tenía dentro. El sentimiento lo rodeó como el fuego cálido del
hogar en una noche lluviosa.
Rápidamente dirigió su mirada hacia otro lado, lejos de Taylor. No se había
dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración hasta que lo dejó salir
todo en una silenciosa exhalación. Parpadeó por un momento, sin saber qué acababa
de ocurrir. Intranquilo, le entregó la capa que le había comprado a un mercader en
Sudbury.
—Ponte esto —le indicó y se dirigió hacia el centro del pueblo.
Cuando Slane miró hacia abajo, se alegró al ver de reojo que la parte de abajo de
la capa marrón estaba alrededor de las botas de Taylor. Era un poco grande para ella
pero funcionaría por ahora como disfraz. Corydon conocía a Taylor, así que debía
llevar oculto el rostro si quería ahorrarse desagradables encuentros.
Slane se dio cuenta de que ella ni siquiera le había preguntado nada y sonrió.
Lo había entendido sin palabras. ¿Se estaba formando algún acuerdo tácito entre
ellos?
Se sintió feliz por un momento... hasta que vio a un grupo de soldados
dirigiéndose hacia ellos. Los reconoció de inmediato y se detuvo. Sus túnicas negras
anunciaban su alianza: Corydon.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Dio un paso hacia atrás y se volvió sólo para ver otro grupo, más pequeño, de
caballeros vestidos de negro acercándose a ellos por la calle.
Taylor se movió hacia delante pero Slane la agarró por la muñeca y la empujó
hacia unas sombras creadas por una puerta cercana. Furtivamente, Slane miró a
ambos lados de la calle. Estaba vacía, no había ni campesinos ni compradores
alrededor. Si salían de su escondite los verían.
Entonces oyó un ruido procedente de la puerta que estaba detrás de ellos y
miró para descubrir que era la mano de Taylor que movía el picaporte
insistentemente de manera infructuosa.
Volvió a mirar hacia la calle. Los soldados se aproximaban. Eran demasiados,
no podían plantarles cara, pues eso sólo significaría la muerte de Slane y la captura
de Taylor.
—Quédate aquí —le indicó Taylor, poniéndolo delante de ella como si fuera un
escudo.
Por lo menos esto la protegerá, pensó Slane.
De repente, ella se lanzó hacia él, envolviendo sus brazos en el cuello de Slane,
que se habría caído al suelo si no hubiera estado apoyado en el marco de la puerta.
Abrió la boca para regañarla pero, rápidamente, Taylor presionó sus labios contra los
de él, acercando también su cuerpo.
Inmovilizado por la sorpresa, Slane entreabrió la boca mientras los labios de
Taylor se posaban sobre los suyos; por un momento, apretó el pequeño cuerpo de la
joven contra el de él, sintiendo cómo lo invadía una oleada de excitación. Se
estremeció y trató de soltarse pero el abrazo de Taylor era firme y no le permitía
alejarse.
Por fin logró quitar sus labios de los de ella y exclamar:
—¿Qué diablos estás haciendo, mujer? ¿Has perdido el sentido?
—A menos de que quieras perder más que los sentidos, me devolverás el afecto
que te estoy ofreciendo. Y más vale que lo hagas bien —le advirtió murmurando y
mordisqueándole el oído.
Slane sintió brotes de placer a través de todo su cuerpo. Su mente le decía que
se resistiera pero su cuerpo ya estaba sucumbiendo a la seducción. Inmediatamente
después, su nublada mente se concentró lo suficiente para entender lo que Taylor
estaba haciendo. Un disfraz desesperado: una prostituta y su cliente.
Taylor siguió besándolo mientras le pasaba las manos por el cabello,
aferrándose a él como si sus labios fueran su única salvación. Slane apretó su
pequeño cuerpo, intentando que a los ojos de los observadores la escena pareciera
natural. Sabía que debía ser convincente, de lo contrario estarían acabados.
Decidido a seguirle el juego, pasó su lengua con suavidad sobre los labios de
Taylor, tratando de que los abriera para él. Sintió cómo se estremecía ella mientras
los abría. Era una excelente actriz o...
A la distancia, Slane escuchó unos pasos marchando cada vez más cerca de
ellos, por lo que la apretó con más fuerza. Metió su lengua más hondo en su boca
hasta que un suave gemido escapó a través de los labios abiertos de Taylor. Entonces
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Capítulo 13
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Slane abrió la boca para protestar, pero rápidamente la cerró para hacer un
enfático gesto de desprecio con sus labios.
Alexander le echó una mirada a Slane.
—Me encantaría. Durante un rato.
Slane sabía que debía estar agradecido porque hubiera otra espada para
proteger a Taylor. Pero no lo estaba. La tensión, la desconfianza y la antipatía que
sentía hacia ese individuo nublaban su buen entendimiento. No quería que ese
Alexander estuviera con él... o más bien, con Taylor. Se balanceó sobre su caballo.
¿Qué le estaba pasando? A Taylor le vendría bien tener a un viejo amigo a su
lado. Especialmente después de la reciente muerte de Jared. Pero ¿por qué tenía que
ser Alexander?
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las venas.
Apartó la mirada bruscamente para evitar la perturbadora escena y, más aún,
para huir del súbito impulso de darle un puñetazo a ese hombre. Bajó la mirada y
encontró sus manos fuertemente cerradas con el pan aplastado entre ellas.
Asqueado de sí mismo, arrojó el pedazo de pan violentamente. Debería estar
pensando en Elizabeth, sola, esperándolo, en lugar de dolerse porque otro hombre
tocara a Taylor.
Se obligó a caminar con calma hacia el arroyo. No era de su incumbencia lo que
Taylor hiciera con su vida. Él tenía una vida propia para vivir. Elizabeth. Con
esfuerzo, trató de reconstruir la imagen de Elizabeth en su mente, y luchó para
encontrarla en su memoria. Se sorprendió del mucho tiempo que le llevó recordar
que ella tenía los ojos marrones y grandes. Ojos marrones y grandes que lo miraban
siempre con absoluta confianza. En los últimos tiempos, su relación con Elizabeth
había mejorado mucho. Ahora podían sentarse y encontrar una agradable compañía
el uno en el otro, e incluso reír juntos. Recordó sus suaves y pequeñas sonrisas, la
manera en la que su mano cubría su boca mientras reía, como si demostrar cualquier
signo de diversión fuera un acto poco femenino. La extrañaba. Sí, como se extraña a
una hermana.
Miró sobre su hombro a Taylor y a Alexander, apenas vislumbrándolos entre
los caballos. Se habían separado pero no completamente. Se encontraban tan cerca
como para que Alexander estirara su mano y acariciara su mejilla.
Slane frunció el ceño. ¿Qué le estaba haciendo Taylor? Era el beso, se dijo a sí
mismo. El sabor de sus labios permanecía en él como un fantasma. Debía recordar su
cometido: acompañarla en su regreso al castillo Donovan. Además de eso, ella no
debía interesarle.
—¿Donovan?
Slane se volvió para encontrar a Alexander detrás de él.
—Los acompañaré sólo hasta aquí —dijo Alexander.
Una sensación de alivio atravesó a Slane tan completa e intensamente que se
sintió mareado. Sus manos se abrieron; su rostro se relajó. Los músculos de sus
hombros se aflojaron. Todo lo que pudo hacer fue asentir.
Alexander rió con suavidad. Miró nuevamente a Taylor, y Slane siguió su
mirada. Ella se encontraba al lado de un enorme árbol de maple. Parecía pequeña y
muy vulnerable. Cuando Alexander volvió su mirada hacia Slane, encontró en él una
cierta dureza.
—Sully le ha estado dejando rollos de pergamino a Corydon, invitándolo a que
la encuentre.
—¡No!
—Por eso pude encontrarlos yo tan fácilmente. Y le aseguro que los hombres de
Corydon están ya muy cerca.
—Ella jamás haría una cosa así —dijo Slane mirando a Taylor, quien se
encontraba recostada contra el árbol, sentada con las rodillas apoyadas sobre su
pecho.
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Capítulo 14
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sido ofrecido, pero, repentinamente, otra mano más grande se metió en medio y le
arrancó el papel a Taylor de los dedos.
—Yo tomaré eso.
Taylor dio un saltito y se volvió para encontrar a Slane detrás de ella con el
pergamino firmemente agarrado. El corazón se le sacudió en el pecho. Se aproximó a
Slane para tomar el rollo de su mano, pero él, hábilmente, lo alejó de su alcance.
Desenrolló el pergamino; sus ojos azules estudiaron el papel durante un largo
rato, antes de levantar su mirada hacia Taylor.
Tragó saliva con esfuerzo. Su instinto le dictaba a Taylor que corriera para
escapar de la furia que se alcanzaba a ver ardiendo en la mirada de Slane. Pero, en
lugar de eso, levantó la cabeza y lo miró valientemente a los ojos.
No dejó de mirarla mientras le decía al posadero:
—Discúlpenos, por favor.
Taylor pudo oír una ira apenas moderada en su voz. Escalofríos de pavor
subieron como disparos por su cuerpo.
Haciendo un gesto de comprensión, el posadero tomó la silla para dejarla a un
lado y se alejó por el vestíbulo.
La mirada acalorada de Slane se clavó en ella. Tenía los ojos vidriosos y
apretaba con rabia el pergamino. Durante un momento desenfrenado, Taylor pensó
que iba a golpearla. Y lo hizo, pero con palabras.
—¿Estás loca? —le reclamó con un silencioso susurro—. ¿Acaso estás poseída
por los demonios?
Oh sí, estaba poseída por demonios. Pero no por el tipo de demonios en que él
estaba pensando.
Slane levantó el puño con el que fuertemente agarraba el pergamino para situar
el fajo de papel frente a los ojos de Taylor.
—¿De qué se trata todo esto?
Ella abrió la boca para dar explicaciones, pero lo pensó mejor y volvió a cerrarla
sin decir nada. ¿Cómo podría contarle que estaba decidida a vengar la muerte de
Jared? ¿Cómo podía hablarle de su agonía por haberlo perdido? No tenía ninguna
intención de exponerse a sí misma a una situación tan ridicula. Cerró la boca y se
alejó para irse.
Slane la tomó fuertemente del brazo y la empujó hasta el centro de la sala, cerca
de la chimenea. Los ojos de Taylor se desviaron rápida y ansiosamente para mirar el
fuego, antes de liberar su brazo de la mano de Slane y alejarse de la chimenea
avanzando hacia las escaleras.
Slane la tomó del brazo para detenerla.
—Me vas a decir qué es lo que intentas hacer con estas cartas. ¿Acaso quieres
traicionarme?
Negó con la cabeza mientras sus ojos se llenaban de confusión.
—Quería que Corydon me encontrara —admitió.
Los ojos de Slane se entrecerraron hasta convertirse en ardientes destellos
azules.
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Justo cuando llegaron a Sherville, una brumosa lluvia comenzó a saturar el aire.
Alcanzaron a refugiarse en una posada antes de la estrepitosa caída de un fuerte
aguacero.
Slane nunca había visto tanta gente en una posada. Algunos parecían muy
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enfermos; sus caras estaban pálidas y la piel les colgaba de sus escuálidos huesos.
Slane avanzó a través del gentío usando sus hombros, empujando a los
campesinos para llegar hasta donde estaba el posadero y asegurar su alojamiento.
Cuando se dio la vuelta y miró la sala de estar, frunció el ceño. En la parte más
alejada del cuarto, un hombre tosió severamente y se dobló con un brusco
movimiento, apretando su pecho como si se estuviera incendiando.
—Esta maldita plaga está por todas partes —murmuró un hombre cerca de
Slane.
—Todas las personas que todavía pueden sostenerse en pie están huyendo de la
ciudad —añadió otra voz.
Slane se abrió paso hasta la mesa, donde Taylor lo aguardaba entre una docena
de hombres y mujeres; todas las mesas de la posada estaban abarrotadas. Slane se
sentó en el borde del banco, opuesto a ella, y alcanzó una de las cervezas que la
camarera de la posada había dejado frente a él. Tomó un largo trago y bajó el vaso.
—He conseguido una habitación para los dos esta noche —dijo.
Ella asintió levemente para indicar que lo había escuchado, pero no dijo palabra
alguna. Apartó un mechón de cabello de su cara, sus ojos estaba posados sobre el
hombre que estaba a su lado, que se inclinaba sobre ella cada vez que se llevaba un
bocado de comida a la boca. Taylor se alejó un poco más del hombre, pero Slane vio
la irritación reflejada en las tensas líneas que se formaron alrededor de su boca.
Miró a Slane, frunciendo el ceño, enfurecida, y se puso en pie para tomar
súbitamente una de las jarras de cerveza que había sobre la mesa.
—Creo que voy a subir a mi habitación ahora.
Slane carraspeó deliberadamente, apartando su mirada.
—Nuestra habitación —la corrigió.
Ella se detuvo congelada.
—¿Qué?
—El posadero sólo tenía una habitación disponible. Probablemente la última
habitación disponible de este pueblo.
—¿No te preocupa tu reputación? —preguntó ella.
—No tengo más opciones.
Taylor giró alejándose de la mesa, agarrando con fuerza la jarra de cerveza con
su temblorosa mano. Mientras se abría paso entre la enorme multitud, fue empujada
rudamente. Se tropezó y soltó la jarra, que cayó al suelo y rodó, dejando un rastro de
tibia cerveza a lo largo de la superficie. Taylor recobró su postura y se encaró con el
desventurado hombre que la había empujado.
Slane se puso tenso. No le parecía muy apropiado increpar al pobre granjero
por lo que había ocurrido. Sólo había sido un accidente.
El hombre se disculpó. Le rogó sinceramente a Taylor que lo perdonara. Ella
rugió algo que hizo que el rostro del granjero palideciera; entonces caminó furiosa
buscando la puerta.
Slane hizo un gesto con la cabeza y se incorporó, agarrando su jarra de cerveza
y la siguió. Una vez fuera, la vio sentada bajo la protección de un enorme árbol, con
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la cabeza entre los brazos. La lluvia caía levemente a su alrededor. Él recordó que la
primera vez que los había contratado a Jared y a ella, la había visto tan valiente, tan
llena de confianza... confianza suficiente para mentir sobre su verdadera identidad y
mostrarse tranquila al hacerlo. No obstante, las últimas semanas habían sido
demasiado intensas. Ella había perdido a su más cercano amigo. Se habían enterado
de que su padre, un hombre al que ella no le había importado durante ocho años,
quería verla. Se encontraba abrumada por todo esto.
Las sombras del árbol, que se balanceaba lentamente, la sumían en una
oscuridad que apenas permitía vislumbrar su rostro cuando algún rayo de luna se
colaba entre las delgadas nubes.
Slane sabía que debía dejarla sola, que necesitaba tiempo para resolver todas
sus inquietudes. Pero, de alguna manera, no podía mantenerse lejos de ella. Encorvó
los hombros y atravesó velozmente la carretera evitando la lluvia. Se sentó en el
suelo junto a ella, mirándole furtivamente el rostro.
—No quiero tu compasión.
—No te la estoy dando. Sólo quiero que sepas que no estás sola.
Ella resopló suavemente, incrédula.
Le dio su jarra de cerveza y ella lo miró antes de aceptarla.
Slane sabía ahora que Taylor no era lo que parecía ser. Pretendía ser fuerte e
inalterable, alguien a quien no le importaba lo que estaba bien. Aun así, sentía
intensamente. Tenía un arraigado sentido del honor. Y le había salvado la vida de la
daga de Hugh, sin jactarse jamás de haberlo hecho. Slane aventuró otra mirada hacia
ella.
Bajo un rayo perdido de luz de luna, un mechón de su cabello relució como
ónix negro. Slane quería tocar la oscura seda para comprobar si verdaderamente era
tan suave como parecía. Él sabía que no debía, pero en el siguiente instante, su mano
se levantó para acariciar su cabello. Era más suave de lo que había imaginado. Sus
ojos se volvieron a los de ella. Eran tan brillantes, tan llenos de ilusión... Y había
dolor en esos ojos... dolor que Slane quería mitigar desesperadamente.
Posó la palma de su mano sobre la mejilla de Taylor, acariciándola con su
pulgar. En contraste con su tez blanca como la luz de la luna, su mano parecía negra.
Volvió a mirarla a los ojos. Las más brillantes y preciosas esmeraldas que jamás
había visto le devolvían la mirada, brillantes, centelleantes.
—Taylor —susurró.
—Slane, no lo hagas —murmuró ella.
Él no estaba seguro de haber entendido.
—No creo que pueda resistir... —Alejó su rostro de la caricia de Slane y se puso
de pie—. Debemos regresar a la posada.
Slane se incorporó rápidamente para no dejarla escapar.
—¿Qué has dicho, Taylor?
Ella no le contestó.
—¿Te he herido de alguna manera?
—Yo sólo protejo tu reputación. No quiero que te encuentren aquí afuera con
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Capítulo 15
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relajó un poco.
La luz de la luna entraba suavemente por la ventana, lo que le permitió ver a
Slane dormido en el suelo al lado de la cama. Extendió la mano para despertarlo pero
se detuvo a medio camino. ¿Qué podría decirle? ¿Que estaba tan asustada como una
niña pequeña?
Movió las piernas en la cama pero cuando la paja sonó, se quedó inmóvil. Sus
ojos se movieron hacia Slane, pero no se había movido. Silenciosamente, tomó la
espada y se puso en pie. Miró de nuevo a Slane, recogió sus botas y se acercó a la
puerta.
—¿Adónde vas?
Taylor saltó. Slane estaba todavía acostado en el suelo pero sus ojos ahora
estaban abiertos.
—Por una cerveza —explicó murmurando como si todavía tratara de no
despertarlo.
—No creo que sea una buena idea que vayas sola al salón principal.
—¿Quieres sostener mi mano mientras voy al baño? —le dijo con sarcasmo—. O
tal vez me puedes dar la comida con una cuchara ya que, claramente, no soy capaz
de hacer nada yo sola.
Después de un momento, Slane respondió:
—Por lo menos ponte la capa que te compré.
Taylor tomó la capa que él le lanzó y salió de la habitación. Hizo una pausa en
el corredor para ponerse las botas y la capa antes de bajar al salón comunal. Pidió
una cerveza al posadero y se sentó en la parte de atrás del salón, en la sombra.
Mirando su cerveza, Taylor reflexionó sobre lo que había sentido cuando Slane
la había tocado. Se había sentido cálida y... amada. ¿Amor? Se rió de sí misma. Sabía
que no existía tal cosa como el amor. Lo que ella y Slane podían compartir sólo podía
ser lujuria. Se preguntó si lo que sentía por Slane era el mismo sentimiento que había
hecho que mataran a su madre.
Su madre. Incluso ahora, ocho años después, su recuerdo era todavía muy
doloroso. Se limpió las lágrimas y se llevó la cerveza a la boca. Tal vez era tan
doloroso para ella porque nunca había entendido cómo su padre pudo matar a su
madre. O qué tipo de amor había causado que su madre tuviera tanta fe en un
hombre que nunca apareció para salvarla. Eso no podía ser amor. Su padre no podía
haber amado a su madre. Uno no quema a alguien al que ama.
No existía tal cosa como el amor verdadero. Su padre se lo había dicho aquel
aciago día, y ahora ella estaba convencida de que era verdad. El amor era una ilusión:
algo que la gente murmuraba al oído de su compañero pero que, realmente, no
sentía. Lo que ella sentía por Slane sólo era deseo.
De repente, la puerta se abrió y vio a seis hombres vestidos de negro entrando
en la fonda. Por unos segundos, el corazón dejó de latirle. Uno de los hombres señaló
hacia la parte de atrás de la sala y después hacia las escaleras.
Taylor se puso la capucha para esconder su rostro entre las sombras de la capa,
y esperó hasta que los hombres hubieron pasado por delante de ella; después se puso
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—¿Qué ocurre?
—Tengo una idea mejor —contestó ella y lo guió hacia los caballos.
Los caballos se movieron nerviosamente cuando notaron que Taylor se
aproximaba, pero ella los acalló con suaves palabras. Miró por encima del hombro a
Slane, que estaba a su lado, protegiéndola. Le indicó que se apurara con un rápido
movimiento de la mano.
Taylor agarró las riendas del caballo más cercano y del que estaba a su lado y
los guió hacia la puerta con una expresión de triunfo en su rostro.
—¿Haces esto a menudo? —le preguntó Slane mientras tomaba uno de los
caballos y montaba.
Taylor subió a su caballo y lo miró con una agradable sonrisa.
—Sólo se lo hago a las personas que no me gustan.
Movió la cabeza hacia atrás cuando vio la marca del caballo en su costado. La
marca de Corydon. Azotó al caballo y salió cabalgando por el camino.
Con una sonrisa de satisfacción, Slane también azotó a su caballo, siguiendo a la
pequeña impulsiva.
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Capítulo 16
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que se hable de esa manera. Lady Elizabeth no tiene la peste. Además, las cosas
mejorarán ahora. Estoy segura. Lord Slane querrá seguir con los planes que tenían.
—Pero nadie querrá venir a este pueblo maldito.
—No creo que les importe que haya o no invitados en su boda. ¡Después de
todo llevan un año esperando!
¿Boda? La mente de Taylor se negó a interiorizar esa palabra, se negó a aceptar
lo que las voces estaban diciendo.
—Me imagino que tienes razón. Si lady Elizabeth sobrevive...
—Claro que lo hará. Cuántas veces te lo tengo que decir...
Taylor vio cómo las mujeres salían del salón real. Luchó contra las ganas que
tenía de echar a correr detrás de ellas y sacudirlas para exigir una explicación. En vez
de hacer eso, se quedó sentada, quieta durante un largo momento, incapaz de
poderse mover, sin querer pensar. Pero los pensamientos llegaron a ella, de todas
maneras.
Una boda. Habría una boda.
Cuando se puso en pie, sus piernas temblaban. Si se concentraba en andar sin
caerse conseguiría no pensar en lo que acababa de oír... No pensar en cómo Slane no
le había dicho la verdad.
¡Que Elizabeth era su prometida!
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Capítulo 17
Las horas pasaron en un suspiro, una tras otra, sin sentir. Taylor tenía un
considerable montón de monedas frente a ella y una cerveza en la mano que no le
supo amarga, para nada. Levantó los dados, los agitó vigorosamente en su mano y
después los dejó caer al suelo.
Hubo un momento de silencio mientras los dados caían en posición; después
hubo un bramido de incredulidad que hizo que Taylor sonriera levemente. Se agachó
para recoger las monedas del suelo y las añadió a su montón.
—¡Tienes más suerte que a una verruga en la mano de un rey! —gritó uno de
los hombres.
—¡Dejadlos volar de nuevo, muchachos! —dijo Taylor animándolos con una
sonrisa que los desarmó—. Mi suerte tiene que acabar en algún momento.
El hombre que estaba sentado al lado de ella se rió, pasó su oscuro cabello sobre
sus hombros y le puso la mano en la espalda a Taylor.
—Suéltala, desgraciado —bufó una voz.
Taylor vio que una sombra se acercaba a ella. Comenzó a ponerse en pie pero se
detuvo al ver que la figura entraba en el círculo de luz de la antorcha. Slane apareció,
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—No entiendo qué es lo que quieres. —Se rió entre dientes, de manera triste—.
Debo decir que me tenías engañada. Creí que te entendía. Y después... —Su barbilla
tembló. No, no podía llorar—... Después la vi a ella.
Desvió la mirada rápidamente, hacia la bolsa de las monedas que estaba sobre
sus piernas. Sus temblorosas manos trataban de anudarla con un hilo, pero no lo
lograban. Finalmente, se detuvo y cerró los puños, tratando de controlar sus
temblores.
—Elizabeth no es el problema aquí —dijo, sencillamente, Slane—. Di mi palabra
de que te llevaría al castillo de tu padre.
Ella lo miró sorprendida.
—¡Bastardo! —murmuró.
Ante las frías manipulaciones de ese hombre, Taylor sintió que todos los años
durante los cuales Jared le había enseñado a no perder el control se derrumbaban
para convertirse en nada. Se puso en pie, sintiendo una mezcla de rabia, miedo y
agonía.
—¡Entonces tendrás que romper esa promesa!
Se dio la vuelta para salir corriendo y sintió que su garganta se cerraba y que
indeseables lágrimas subían hacia sus ojos. Pero no le mostraría a Slane lo mucho que
la había herido. ¡Nunca le dejaría ver sus lágrimas!
Slane la tomó del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara de frente.
—Mi palabra es sagrada para mí. La promesa que le hice a mi hermano no se
romperá. Juro por mi tumba que no será así. Si tengo que ponerte cuatro guardias
para que vigilen todos y cada uno de tus movimientos veinticuatro horas al día, así lo
haré. Te lo aseguro, Taylor, te lo aseguro.
—Tu maldita promesa... Con tu hermano está bien ¿no? De un noble a un noble.
Pero a una mercenaria, a una marginada... en este caso tu promesa no significa
nada... ¿verdad? ¡Me mentiste! ¿También eso formaba de tu promesa? ¿Sí? Mentiste.
¡Todo fue una mentira, sólo para traerme hasta aquí! Cuando dijiste que te
importaba, ¡estabas fingiendo! Bueno, pues yo también lo estaba haciendo. ¡No
significas nada para mí!, eres otro de esos nobles que miente y hace que una mujer
piense que tu... —Se detuvo bruscamente y sintió cómo temblaba su pecho—. No
eres mejor que mi padre...
Una lágrima rodó por su mejilla.
—Te odio, Slane Donovan. Y escupo en tu cara.
Trató de lanzarle un escupitajo pero su boca estaba seca. Le dio la espalda,
limpiándose el rostro con la manga de la túnica.
Slane frunció el ceño y entornó los ojos.
—Nunca te he mentido, Taylor —dijo suavemente—. Yo no miento. Va en
contra del código al que le he jurado mi vida y mi lealtad. Puede que me odies, pero
una cosa es ser mentiroso y yo no lo soy.
—¡Tu preciado código es un chiste! —gritó ella, con los ojos llenos de
lágrimas—. Y a mí no me hables amablemente, que no me engañarás de nuevo con
tus suaves palabras, así que guárdalas para tu prometida.
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Taylor se retiró a uno de los silenciosos y tranquilos jardines. Era obvio que esos
jardines alguna vez habían sido hermosos, pero ahora parecían ruinas. Malas hierbas
cubrían los rosales, como tratando de ahogar su esplendor. Se sentó en uno de los
bancos del jardín con la bolsa de las monedas sobre las piernas y dejó caer la cabeza
hacia delante. Algunas lágrimas cayeron sobre la bolsa, convirtiéndose en pequeñas
manchas doradas a la luz de los moribundos rayos del sol. Sentía que no podía
detener las lágrimas y, en cierto modo, no quería hacerlo.
Ella había creído que le importaba. Y claro que le importaba. Sólo que no era
ella la que le importaba, sino la alianza entre su hermano y su propio padre. Y
Elizabeth. Pero ella no. Ella había confiado en él. Había confiado en sus sentimientos
hacia él. Pero ahora estos sentimientos estaban rotos en miles de fragmentos.
Durante esos últimos ocho años sólo había tenido un amigo... un verdadero
amigo. Y cuando lo perdió encontró a Slane. Él estaba allí y ella necesitaba a alguien.
Alguien en quien confiar... un amigo. ¿Por qué había llegado a pensar que ella le
importaba? Ahora sabía que no, que nunca le había importado...
Taylor se puso de pie y empezó a caminar, tratando de controlarse. De manera
frenética se limpiaba las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos.
¿Qué podía esperar de un noble? Había esperado mucho más de lo que él era
capaz de ofrecer, eso estaba claro. De todas maneras... su beso. ¿Por qué ese beso la
había hecho ilusionarse? Él había sido tan amable con ella cuando todos los demás la
miraban como una paria...
«Maldito sea», pensó. La había manipulado. Había utilizado las palabras
precisas y ella había caído en su juego como una niña pequeña. Y, sin embargo, le
gustaba cómo la había hecho sentirse. Como una igual.
Se dirigió hacia el patio interior del castillo. Ésa era la razón por la que debía
irse de allí. Él la había hecho darse cuenta de lo que significaba que un hombre la
mirara... como se mira a una mujer.
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Capítulo 18
Slane se asomó a la ventana y miró fijamente la luz del naciente sol. «No debí
dejar que se fuera», pensó de nuevo. «Debí detenerla. He comprometido mi promesa.
¿Y para qué? Debido a mi ira irracional. A mis sentimientos». Nunca había permitido
que sus sentimientos se apoderaran así de él. Siempre había podido controlarlos.
Pero no con Taylor. Sus acusaciones se habían clavado profundamente en su
corazón. ¡Y sus palabras estaban tan llenas de odio! Pero... ¿tenía razón?, preguntó
una voz. No. No tenía razón. Él no era un mentiroso.
Bajó su mirada a la cornisa de la ventana. Había tratado de decirse a sí mismo
que no le importaba que ella se hubiera marchado. Y no le importaba. Pero cuando
su enfado se calmó, empezó a importarle. Entonces se puso a buscarla por todo el
castillo, en cada habitación y en cada rincón. Pero lo único que encontró fue el
cadáver de su acompañante. El hombre infectado por la peste sólo había hecho que
su preocupación por Taylor creciera. No sólo se enfrentaba a la amenaza de los
hombres de Corydon y de los mercenarios de Richard, sino que además ahora tenía
que luchar contra la peste.
Cada segundo de cada minuto, Slane tenía que luchar contra el deseo de
olvidarse de todo lo importante para salir corriendo tras ella. La necesidad de
protegerla y verla sana y salva era tan fuerte que lo estaba destruyendo. Pero iba en
contra de su código. ¿Cómo podía dejar a Elizabeth cuando estaba tan enferma?
Tenía que sacarla de ese pueblo invadido por la peste o nunca sobreviviría.
Trató de decirse que Taylor era tan fuerte, tan experimentada que estaría bien
hasta que él pudiera llevar a Elizabeth sana y salva al castillo Donovan. Después
regresaría, encontraría a Taylor y la llevaría ante su hermano. Pero en el fondo sabía
que Taylor estaba en peligro, un peligro mortal. Cada momento que pasaba al lado
de Elizabeth era un momento más en el que Taylor podía salir herida. O caer
asesinada. Cerró su mano en un puño. Sí, ella era fuerte y experimentada, pero
también era una mujer... y ahora estaba sola.
Si pudiera conseguir a alguien que cuidara de Elizabeth, alguien que la llevara a
salvo al castillo Donovan... Pero ella era su responsabilidad. Responsabilidad, una
extraña manera de pensar en su prometida, pensó. Pero, extraña o no, sabía que era
la verdad.
—¿Slane?
Slane se dio la vuelta al escuchar el sonido de la voz de Elizabeth. Sus ojos
estaban ahora abiertos, vidriosos debido a la fiebre. Se acercó a ella y le vio una capa
de sudor en la frente. No había mostrado ningún síntoma de la muerte negra y Slane
se sentía aliviado por eso. Se arrodilló a su lado, tomando suavemente su mano.
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Elizabeth abrió los ojos. La luz se colaba en su cuarto por entre las cortinas
abiertas, pero algo oscuro le impedía ver la claridad. Por un momento pensó que era
John, pero después vio con más nitidez un cabello dorado que colgaba en brillantes
ondas sobre unos fuertes hombros. Supo que era su amado. Se animó inmensamente
y se sintió casi como su antiguo ser. Se sentó en la cama.
Slane se apartó de la ventana al ver su movimiento. Había un algo de
preocupación y un poco de rabia en su ceño, que desapareció cuando la vio sentada
en la cama. Se puso a su lado y Elizabeth le ofreció su mano.
Su inmensa mano cubrió toda la de ella, llenándola de calor.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor —sonrió Elizabeth—. Mejor, ahora que estás aquí.
Una mirada de preocupación enturbió los ojos azules de Slane por un
momento, pero desapareció segundos después de haber asomado. Le sonrió pero
Elizabeth pudo descubrir la tensión alrededor de sus labios.
—¿Ocurre algo malo? —le preguntó.
—No —dijo él—. Todo estará bien ahora que estás mejorando —le dijo mientras
le acariciaba la mano.
Elizabeth miró la mano de Slane sobre la suya. La estaba acariciando de una
manera ausente, como si su mente estuviera concentrada en otra cosa.
—¿No has terminado de buscar a la muchacha, verdad?
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Capítulo 19
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en una de sus botas y, tras haber sacado una pequeña daga, cortó rápidamente la
soga que ataba las manos de Taylor.
La joven se frotó sus doloridas muñecas. De repente, se quedó inmóvil, como si
ese simple movimiento le hubiera causado mucho dolor.
—Slane... No sé si podré caminar. La herida del costado duele como el diablo;
todavía está sangrando.
Slane sintió cómo sus dientes rechinaban. Ese bastardo pagaría por eso, se juró
en silencio. Debía tomarla en brazos y sacarla de allí, pero no había ninguna manera
de atravesar el gentío. De repente, un pensamiento surgió en su mente. No era
agradable, pero no había otra opción. Se cortó en el dedo índice con la daga y puso el
arma de nuevo en su bota.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Taylor.
—Sacándote de aquí —contestó Slane. Escudriñó a su alrededor hasta que
encontró un borracho inconsciente en el suelo. Se agachó y limpió su dedo cerca de la
boca del hombre, manchándole la piel del rostro con sangre. Después se puso de pie
y retrocedió hasta tropezarse con un granjero. El granjero se volvió al ver los
horrorizados ojos de Slane y siguió su mirada hasta encontrarse con el borracho.
El granjero tragó saliva y apuntó con un dedo tembloroso.
—¡Mirad!
—¡Dos mío, ese hombre tiene la peste! —gritó alguien detrás de Slane.
—¡La peste está aquí! —gritó otra mujer al ver la sangre cerca de los labios del
borracho—. La muerte negra ha entrado en la posada.
Todas las personas que estaban de pie corrieron en estampida hacia la puerta de
entrada, empujándose y dándose codazos frenéticamente para salir. Una sonrisa de
satisfacción se dibujó en los labios de Slane mientras observaba el alocado gentío
correr hacia la puerta. En ese momento un niño se tambaleó y cayó sobre sus manos
y rodillas haciendo que la sonrisa de Slane se borrara de su rostro. Cientos de pies se
estrellaban pesadamente contra el suelo alrededor del pequeño mientras la
estampida de gente huía de la muerte negra. Slane saltó sobre una mesa que se
encontraba caída en el suelo y se abalanzó sobre el niño, pero sabía que cuando lo
alcanzara sería demasiado tarde.
Entonces apareció Taylor y agarró a la criatura con un abrazo protector. Slane
vio cómo un hombre se tropezaba contra ella y la tiraba al suelo de un fuerte
empujón. Inmediatamente, Slane apuró su carrera para alcanzarla, pero mientras
corría hacia ella, Taylor logró gatear hasta incorporarse y recostarse contra una
pared, protegiendo al niño con su cuerpo del tumulto.
Finalmente Slane los alcanzó y se acomodó de tal manera que su cuerpo sirviera
de escudo para proteger a Taylor de los empellones y golpes del enloquecido gentío.
Con el niño retorciéndose entre ellos, Slane inclinó su cabeza orgulloso para
encontrarse con los ojos de Taylor. Pero cuando ella levantó hacia él sus exquisitos
ojos, Slane vio un destello de dolor brillando en su mirada. Taylor empezó a caer
lentamente contra la pared, y Slane pudo abrazarla por los hombros con una mano,
mientras tomaba al niño con la otra. De pronto, una mujer apareció a su lado y se
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llevó al niño. Slane apenas pudo verla abrazar al pequeño y alejarse velozmente en la
oscuridad de la noche.
Tomó a Taylor en sus brazos, negándose a reconocer el miedo que
prácticamente lo paralizaba y le cortaba la respiración. Ignorando sus temores, llevó
a Taylor con mucho cuidado hasta un banco, donde la tumbó.
—Francamente, me has decepcionado, Slane Donovan —murmuró Taylor y se
detuvo, agotada por el esfuerzo. Luego, muy despacio, levantó el brazo derecho y
señaló su túnica.
Slane siguió su mirada. La túnica estaba empapada con sangre fresca. La
angustia lo atravesó como una espada.
—Aléjate de ella Donovan.
Slane se volvió y vio a Magnus Gale. El hombre sostenía una plato de comida
con una mano y con la otra apretaba la empuñadura de su espada. Era musculoso y
se encontraba cubierto por un protector de cota de malla.
—Ella me pertenece —añadió Magnus, apretando su mandíbula—. Y también
me pertenece la recompensa que ofrecen por su cabeza.
—No habrá tal recompensa, Magnus —lo corrigió Slane, incorporándose para
encararse con él—. La llevaré al castillo de mi hermano—. Se volvió hacia Taylor—.
Necesitamos un médico —dijo. Examinó el lugar con sus ojos para quitarse
finalmente la túnica y apretarla alrededor de la herida de Taylor. Tomó la mano de la
joven y notó que estaba muy fría. La rabia se apoderó de él. Besó sus nudillos antes
de posar su mano firmemente sobre la herida—. Continúa apretando la herida o te
desangrarás hasta morir.
Magnus dio una palmada en el hombro desnudo de Slane.
—Ella no irá a ningún lado contigo. Yo la llevaré al castillo Donovan.
Slane giró y atacó con la velocidad de una cobra, envolviendo su mano
alrededor del cuello de Magnus. El plato de comida cayó al suelo y la comida se
esparció por todas partes.
Slane se abalanzó sobre Magnus, forzándolo a tropezar de espaldas.
Finalmente, lo empujó contra la pared; el golpe fue tan fuerte que Taylor creyó notar
cómo temblaba el edifició. Pero Slane ni se inmutó, sólo sacó violentamente la espada
de Magnus de su vaina y la arrojó al otro extremo de la habitación. Luego apretó más
la garganta de Magnus.
—Tal vez no me has oído la primera vez, sucia escoria —dijo Slane a través de
su contraída mandíbula—. La dama viaja conmigo.
Magnus trató de liberarse por un instante. Al cabo de un rato se quedó
completamente quieto.
—Mi señor —dijo el encargado de la posada—. No quiero problemas aquí. Por
favor. Resuelva sus asuntos fuera.
—Esa es una buena idea —contestó Slane. Sostuvo a Magnus de tal manera que
no pudiera moverse y se dirigió de nuevo a Taylor—. ¿Podrás salir sola? —preguntó.
—No... no lo sé —dijo ella en un susurro.
De repente, Magnus lanzó una patada a Slane, que se cayó de espaldas.
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arremeter contra él, golpeándolo de nuevo en el abdomen con el hombro, pero Slane
lo esquivó y lanzó un pesado golpe que se estrelló contra la garganta de Magnus. Se
escuchó un escalofriante crujido. Entonces, Magnus se desplomó sobre él,
repentinamente. Su enorme mole lo aprisionó sin misericordia. Slane luchó para
liberarse del peso y se movió hasta que, por fin, pudo hacer un movimiento de
palanca con su rodilla y empujar el cuerpo de Magnus con la pierna lo suficiente
como para deslizarse. Se incorporó y asumió una postura dominante sobre el cuerpo
del hombre que estaba boca abajo frente a él, esperando a que se levantara.
Pero nunca lo hizo.
Slane esperó un largo instante antes de agacharse y tomar el cuerpo de Magnus
del hombro para darle la vuelta. Los ojos del mercenario estaban muy abiertos y
vidriosos. Sin vida.
—Mi bar —gimió el posadero, quien reaparecía detrás de una mesa volteada—.
¿Quién va a pagar por todos los daños y la pérdida de mis ingresos?
La mirada de Slane se desvió hacia Taylor; no se había movido del sitio donde
había caído. Su cabeza estaba doblada hacia su pecho, su pelo cubría
desordenadamente su cara, y gotas de sangre comenzaban a caer del costado de su
túnica.
—Busque un doctor —dijo Slane acaloradamente— antes de que destruya el
resto de su posada.
Slane se movió hacia Taylor y se arrodilló a su lado. Sus propios pensamientos
parecían burlarse de él. Taylor era muy fuerte, muy valiente... Se pondría bien.
Pero Taylor no se movía y Slane tenía miedo de tocarla, miedo de no ver sus
ojos abrirse una vez más.
—¿Taylor? —susurró con una voz ronca.
Buscó con su mano el cuerpo de Taylor, sólo para descubrir que estaba
temblando. Con suavidad tocó su cuello y rezó, conteniendo el aliento. Con un alivio
tan intenso que lo llevó al borde del agotamiento, sintió su sangre pulsar bajo su tibia
piel.
—Oh, Dios —susurró con gratitud. Rápidamente, tomó su túnica de nuevo y
una vez más la presionó sobre la herida del costado. Le apartó el cabello de la cara
para poder verla—. ¿Taylor? Taylor, ¿puedes escucharme?
Ella entreabrió los ojos, como si fuera a dormirse en cualquier momento.
—Oh —gimió, tratando de incorporarse. El dolor le recorrió todo el cuerpo,
torturando cada una de sus articulaciones. Dobló su cuerpo llevando sus rodillas
hacia su pecho, y levantó la mano para posarla sobre su herida. Su mano tocó la de
Slane. En ese momento, abrió los ojos para encontrarse con su mirada.
La agonía que reflejaba su mirada le rompió el alma.
—Duele tanto, Slane...
Retiró el poco cabello que quedaba sobre su rostro, maldiciéndose por no
haberlo hecho antes.
—El posadero ha ido a buscar un médico. Te pondrás bien —la animó, tratando
de esconder la duda en su mente.
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Capítulo 20
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mirándolo con atención. Vio tal pánico en sus ojos que impulsivamente tomó su
mano.
—Te pondrás bien —le dijo para tranquilizarla—. Elizabeth me ha curado en
más de una ocasión.
—Querido —dijo Elizabeth en tono reiterativo—. Mi bolsa.
Slane asintió y se apresuró hacia la puerta, dándole la misma orden a John.
Habló brevemente con una camarera, dándole instrucciones para conseguir toallas
limpias y agua tibia. Cuando hablaba, sus ojos se mantenían vigilando a Taylor. Veía
cada inspiración, cada gesto de dolor. Incluso, pudo sentir el segundo en el que ella
cerró los ojos. Esperó a que los abriera de nuevo. Pero sus párpados permanecían
cerrados. «Abre los ojos, Taylor», deseó profundamente. Sus ojos continuaban
cerrados. Se la veía tan serena, tan llena de paz como si estuviera dormida o...
Incapaz de aguantar más su punzante temor, Slane corrió al lado de Taylor.
—¿Elizabeth?
—Hay que llevarla a una habitación con cama. No puedo hacerlo aquí. Voy a
coserle la herida, y tendrá que estar muy quieta después para que el hilo no se
rompa, tenemos que moverla ahora porque luego no podremos hacerlo.
Slane asintió.
—Estoy seguro de que hay suficientes habitaciones disponibles en este lugar.
Slane miró a Taylor, a su amoratado y torturado rostro, pero en esta ocasión él
ya conocía la belleza que se escondía tras las horribles marcas que estropeaban sus
facciones. Era una belleza que relucía a través de los hematomas y del barro. Un
mechón de cabello había caído sobre sus ojos, y él quería apartarlo
desesperadamente. En cambio, se agachó y la alzó en sus brazos, tratando de ignorar
la flacidez de su cuerpo y la manera en que su cabeza caía hacia atrás. Hizo lo posible
por ignorar el sentimiento de ansiedad que creaba un vacío en su estómago.
Elizabeth lo siguió hacia las escaleras. Sacudió la cabeza, desempolvando su
vestido.
—No puedo imaginar cómo una mujer puede meterse en peleas y acabar con
una herida de espada. Debe de ser una mujer sin ninguna educación ni refinamiento.
¿Quién es, mi señor?
Los dientes de Slane rechinaron.
—Es la futura esposa de mi hermano —contestó.
—¡Pobre Richard! Me temo que se sentirá gravemente decepcionado.
—¿Slane?
Slane despertó sobresaltado. Tardó unos instantes en recordar que había dejado
a Elizabeth acomodada en una habitación y después había ido a sentarse al lado de
Taylor. Estar a su lado era inevitable.
Había estado tan furioso, tan enfadado cuando se dio cuenta de que Taylor se
había ido. Pero ahora, enfrentado al pensamiento de que ella podría morir, encontró
que su ira se había desvanecido y algo más... algo que no había sentido antes estaba
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surgiendo en su pecho.
Sus ojos se acostumbraron a la tenue luz que producía la vela. Los hermosos
ojos verdes de Taylor estaban abiertos y lo miraban directamente. Se precipitó hacia
la cama, arrodillándose. Tomó su mano. Su cuerpo se estremeció de alivio. Se inclinó
hacia ella, acariciando su mejilla con los nudillos; no se sorprendió al sentir su piel
febril al tacto. Se apresuró a empapar un pedazo de tela en un recipiente con agua
que estaba en el suelo cerca de la cama y lo pasó sobre la frente de la chica.
—Taylor, Taylor —susurró para sí—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—Podrías traerme una cerveza —susurró ella.
Slane sonrió suavemente mientras continuaba refrescando la frente de Taylor
con el retazo de tela. Su mirada se posó sobre sus verdes ojos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
Ella gimió.
—Me siento como si un caballo me hubiera pisoteado —contestó al cabo de un
rato. Levantó su mano y se la llevó al costado, acariciando suavemente su herida.
Frunció levemente el ceño y sus facciones se ensombrecieron. Cuando devolvió la
mirada a Slane, sus ojos se veían decididos—. ¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó.
Slane apartó la mirada y depositó de nuevo el pedazo de tela dentro del
recipiente. ¿Por qué se sentía culpable? Como si la hubiera traicionado de alguna
manera. Era una idea ridícula. No le había jurado lealtad a esa mujer, sólo a su
hermano.
—No era importante —dijo a la defensiva—. Nuestra relación, la tuya y la mía,
no es nada más de lo que parece.
Aún no podía levantar la mirada y enfrentarse a ella. Escuchó un ruido y volvió
la cabeza para ver los torneados labios de Taylor retorcerse, llenos de cinismo.
—Supongo que estaba equivocada —susurró ella.
Slane vio cómo sus labios temblaban, la manera en la que su garganta se movía.
—Nunca fue mi intención herirte, Taylor —dijo suavemente.
—No, esas cosas pasan.
Slane decidió dejar de sentirse culpable. Pero algo se lo impedía.
—Dime, ¿qué ibas a hacer? ¿Adónde planeabas ir cuando huíste de mi lado?
—Realmente no me importaba adonde ir —contestó ella—. Siempre y cuando
fuera lejos de ti.
Esta vez, Slane logró sostenerle la mirada. Sus ojos parecían más enormes y
verdes que antes. Recordaban a un exuberante bosque verde. La luz emitida por la
vela sobre su cabeza, la hacía verse angelical.
De manera inconsciente, sus dedos levantaron un mechón de su hermosa
cabellera que se enredó entre sus nudillos.
—Dios mío, eres muy hermosa.
—Será mejor que te alejes de mí. Muy lejos de mí —advirtió ella—. Sólo te
traeré problemas.
Slane asintió. Sabía que ella tenía toda la razón, que debía alejarse de ella lo más
que pudiera. Pero Taylor lo necesitaba.
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Capítulo 21
—No podemos moverla —le dijo Slane a John. Miró de frente a su amigo en el
salón principal; el fuego de la fogata brillaba detrás de él—. No hasta que los puntos
hayan sanado.
—No es seguro estar aquí —murmuró John, acercándose a él—. Piensa cuán
peligroso es para Elizabeth.
—¿Qué quieres que haga? —exigió Slane, dirigiéndole una fulminante mirada a
John.
El hombre se enderezó un poco pero no dijo nada.
—No puedo mover a Taylor —repitió Slane. Se cruzó de brazos y miró, furioso,
a John—. Esperaba que el temor a la peste retrasara a Corydon.
—Puedo llevarme a Elizabeth —ofreció John—. Puedo acompañarla hasta el
castillo Donovan y tú te reunirás allí con nosotros cuando Taylor esté lo
suficientemente bien como para moverse.
Slane negó con su cabeza.
—Tú solo no podrás con Corydon y no puedo dejar sola a Taylor. Si hubiera
alguien más a quien yo pudiera confiar a Elizabeth...
John refunfuñó y se sentó con fuerza en un banco cercano.
—¿Estás completamente seguro de que se trata de Corydon? —preguntó Slane.
—No —admitió John—. Pero debemos asumir que se trata de él. De todos
modos da igual, aunque no lo fuera. Tú sabes que no tardará en venir.
Slane sabía que John estaba en lo cierto. Sabía que no había manera de que ellos
dos fueran capaces de proteger a dos mujeres indefensas de las fuerzas de Corydon.
Pero si se movían, a Taylor podrían abrírsele los puntos y empezaría a sangrar de
nuevo o las heridas podían infectarse. Suspiró.
—No tenemos opción sino esperar hasta que Taylor se recupere lo suficiente
como para cabalgar. Tenemos que arriesgarnos.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
midiendo cada paso. Con una de sus manos sobre la herida, abrió las cortinas y la
fuerte luz del sol que inundó la habitación la encegueció. Se cubrió los ojos y alejó su
rostro de los poderosos rayos del sol. Después de un momento, se puso la mano
sobre la frente, haciendo sombra, y volvió su mirada hacia la calle que estaba abajo.
También estaba vacía. No veía a los hombres de Corydon ni a ningún
mercenario. Es más, no veía a nadie. Ni siquiera a Slane.
De repente, la puerta que estaba detrás de ella se abrió y Taylor se dio la vuelta,
poniendo su mano, de manera instintiva, en su arma. Pero no iba armada. Sintió otra
oleada de dolor en el costado.
Una mujer con una bandeja de comida en sus manos entró a la habitación.
Taylor hizo una mueca de desagrado y se puso la mano de nuevo en la herida,
maldiciendo en voz baja. Conocía ese rostro.
Odiaba ese rostro.
La mujer pasó cuando vio a Taylor en la ventana. Durante un corto momento,
sus ojos se cruzaron. Elizabeth era hermosa. Su cabello color almendra brillaba a la
luz del sol; su piel era impecable. Conscientemente, Taylor llevó su mano a su mejilla
herida, tratando de ocultarla de los ojos de la mujer. Algo se debilitó en ella. ¿Cómo
se le había ocurrido competir con una mujer que era todo lo que un hombre podía
desear?
Elizabeth puso la bandeja en la mesa cerca de la cama y se apresuró hacia ella.
—No deberías estar fuera de la cama —dijo en un tono de voz suave y
cariñoso—. Se te abrirán los puntos. —Trató de tomar a Taylor del brazo.
Taylor la esquivó de una manera tan violenta que golpeó su codo contra las
cortinas detrás de ella. Volvió a sentir que le dolía la herida y necesitó de toda su
fuerza para no doblarse del dolor.
—Yo puedo sola —le dijo entre dientes. Pero a pesar de su afirmación, se quedó
cerca de la ventana, con la mano en la herida.
Elizabeth se cruzó de brazos y le dijo:
—Te he traído algo de comida. La avena está sorprendentemente buena para
ser de una fonda.
Sería una esposa maravillosa. Una madre maravillosa. Un torrente de dolor
surgió dentro de Taylor, amenazando con derrumbarla. Peleó contra el nudo que
sentía en la garganta para no llorar. Elizabeth era todo lo que ella misma pudo haber
sido.
Elizabeth se acercó a la cama y le hizo un gesto.
—Por favor. Déjame mirarte los puntos.
Taylor no podía dejar de mirarle la mano a Elizabeth. Tan delgada, tan suave.
Agraciada. Eficiente.
Taylor la odiaba. Mirando a la prometida de Slane a la cara, no podía encontrar
ninguna razón, ninguna, para que Slane no se casara con ella. Incluso su maldita
mano era perfecta.
—Soy perfectamente capaz de cuidarme mis propias heridas.
Elizabeth juntó sus perfectas y pequeñas manos y, sencillamente, dijo:
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
—Eso veo.
—No —dijo Taylor con una ira y una amargura que nunca había sentido
antes—. No creo que lo hagas. No creo que puedas.
Elizabeth frunció el ceño y dijo:
—Slane me ha pedido que cuide de ti. Con todo lo que sabes de heridas,
deberías saber que estarse moviendo puede hacer que se abran los puntos. Y no
queremos que te desangres, ¿verdad?
Taylor sonrió de una manera infame.
—Bueno, al menos una de nosotras no quiere eso.
Elizabeth se puso muy seria. Estaba empezando a perder la paciencia.
—Desde que mi amado me pidió que te cuidara, he venido a tu habitación dos
veces al día a traerte las comidas.
Amado. Taylor sintió que miles de puñales se le clavaban en el corazón.
Temerosa de lo que pudiera decir, le dio la espalda a Elizabeth para mirar hacia la
ventana. El brillante sol la cegó, pero ella siguió mirando fijamente la luz.
Pasó un largo momento antes de que Taylor oyera los suaves pasos de
Elizabeth a través de la habitación y el suave sonido de la puerta cerrándose.
Taylor regresó lentamente a su cama y se sentó en ella cuidadosamente,
manteniendo el brazo izquierdo contra su costado herido. La angustia se apoderó de
ella, llenándola de rabia, de confusión pero, sobre todo, de un sentimiento de derrota.
Levantó los ojos hacia la bandeja y vio vendajes limpios y también pan y una
taza de avena. Sabía que tenía que cambiarse los vendajes. Lo sabía pero no le
importaba. De todas maneras, cuanto más tiempo estuviera herida, más tiempo
tendría para estar cerca de Slane.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
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Slane abrió la puerta del cuarto de Elizabeth, quien estaba sentada en la cama,
sus finos y marrones bucles liberados de su peinado y sueltos, cayendo sobre su
espalda. La joven se volvió y saludó a Slane con una exuberante sonrisa.
—Estaba pensando que tal vez deberíamos invitar a nuestra boda a Duke Roza.
Tal vez traiga un poco de su famosa sidra.
Slane no había escuchado ni una palabra de lo que había dicho Elizabeth.
Caminó hacia ella, la tomó por los brazos y la atrajo hacia él. Bajó sus labios hacia los
de ella y la besó. Con todas sus fuerzas, intentó imaginarla en la cama con él, su
delgado cuerpo enrollado amorosamente entre sus brazos. Pero no importaba cuánto
lo intentara, sus pensamientos regresaban al cuerpo de Taylor. Y es que ese pequeño
vistazo a su desnuda y cremosa piel cerca de la parte redonda de sus senos lo había
afectado demasiado...
Besó a su prometida, intentando con todas sus fuerzas sentirse atraído por ella...
Pero estaba perdido. Lo supo en ese mismo momento. Nunca podría sentir la misma
pasión por Elizabeth que sentía por Taylor. Bufó de manera feroz y soltó a su
prometida, alejándose de ella. No se atrevió ni a mirarla a los ojos.
—Lo siento —susurró.
Slane le dio la espalda y salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta
detrás de él. Se iba a casar con Elizabeth. Taylor estaba comprometida con su
hermano. Ella salvaría cientos de vidas inocentes si se casaba con Richard. Slane le
había prometido a su hermano que se la llevaría. Le había dado su palabra. Su
palabra era su promesa.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 22
A medida que las heridas de Taylor iban sanando, ella estaba cada vez más
ansiosa por salir de la habitación, necesitaba moverse y hacer algo de ejercicio. Se
había escapado de la cama más de una vez, tratando de estirar las piernas, tratando
de que sus músculos funcionaran de nuevo.
Un día abrió las cortinas de su habitación para ver la brillante mañana, si no
llovía bajaría a estirar las piernas. Entonces oyó la risa de una mujer y volvió su
mirada hacia la calle. Al principio, no vio a nadie pero luego vio dos figuras: Slane y
Elizabeth. Slane señalaba alguna cosa y Elizabeth reía.
Taylor se alejó de la ventana. Pero no lo hizo lo suficientemente rápido y tuvo
tiempo de ver cómo Slane besaba en la mejilla a Elizabeth. Con una maldición, cerró
las cortinas y regresó a la oscuridad de su cuarto. Eso había sucedido hacía tres días y
no había vuelto a abrir las cortinas desde entonces.
Pero ahora sentía que cada minuto su agitación y su incomodidad crecían
dentro de ella, volviéndose cada vez más fuertes. Debía salir de ese maldito cuarto
antes de que las paredes se le cayeran encima... Se levantó de la cama y a pesar de
saber que no debía hacerlo, salió de su habitación, deteniéndose en la puerta para
examinar el corredor. Estaba vacío, así que lo atravesó corriendo y bajó las escaleras.
Cuando llegó al último escalón, examinó el salón y el corredor y, con alivio, los
encontró vacíos y silenciosos. El fuego ardía al fondo de la habitación. Alcanzó a
sentir algunas corrientes de calor y éstas lograron disipar un poco la gélida humedad
de esa fría habitación. Por un momento, pensó en acercarse al fuego, al calor...
acercarse a las brasas traicioneras y destellantes que siseaban negras promesas de
carne humana chamuscada.
Dejó de mirar el fuego y se sentó en una mesa cerca de las escaleras, volviendo
el asiento para favorecer la posición de su herida.
Hacía tres días que Slane no iba a verla. La única que la había visitado en esos
días solitarios para ayudarle a cambiar los vendajes y darle comida había sido la
esposa del posadero. Taylor negó con la cabeza.
¿Qué esperaba, acaso? Desde luego, prefería no ver a Elizabeth. Y sabía que
Slane estaba haciendo todo lo posible para estar lejos de ella.
—¿Puedo traerle algo?
Taylor vio al posadero. Se llamaba Rollins, recordó Taylor. Ella le ofreció una
pequeña sonrisa.
—Una cerveza —dijo y después escuchó los pasos del posadero, alejándose
hacia la parte trasera de la posada.
Taylor descansó su barbilla contra la parte de atrás del asiento. No necesitaba a
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nadie. Podía sobrevivir por su cuenta. Entonces, ¿por qué se sentía tan sola?
Algo le rozó la pierna y ella miró hacia abajo. Un gato se estaba frotando contra
ella.
Un sentimiento de desolación la invadió y se agachó para acariciar el pelo del
gato. «No necesito a nadie», se dijo a sí misma de manera orgullosa. «Y deja de tener
pena de ti misma. Y deja de pensar en él».
—Aquí está.
Era la voz de una mujer. El gato salió corriendo.
Escuchó cómo se acercaban unos pasos y sintió que el conocido sentimiento de
odio la invadía.
—¿Qué haces aquí? Slane se ha llevado un buen susto al ver que tu habitación
estaba vacía.
Por supuesto, era Elizabeth.
Taylor no podía verlos juntos. La imagen de Slane besando la mejilla de
Elizabeth reapareció en su memoria; había tratado de alejar esa imagen de su mente
con todas sus fuerzas, pero no podía, la imagen permanecía incrustada en su
memoria, negándose a abandonarla.
—No deberías estar aquí —dijo Slane—. Es pronto para que salgas de tu
habitación.
El timbre de su voz hizo que Taylor temblara. Trató de ignorar los temblores
pero una parte de su corazón se estaba derrumbando.
Después de un momento de incómodo silencio, Elizabeth preguntó:
—¿Cómo te sientes? ¿Te encuentras mejor?
Taylor no contestó. ¿Cómo podía responder cuando se sentiría mejor si
estuviera muerta?
—Tienes mejor aspecto —observó Elizabeth—. Ahora todo lo que debes hacer
es lavarte bien el cabello y quedarás como una chica bastante atractiva, ¿verdad,
Slane?
No hubo respuesta pero Taylor pudo sentir la mirada de Slane en su espalda.
—Estoy segura de que le encantarás a Richard —continuó Elizabeth. Taylor
hubiera jurado que había algo de desdén en su voz.
¿Qué importancia tenía el hecho de que ella le gustara o no a Richard? Todo lo
que quería era unir sus fuerzas con él para matar a Corydon. Lo haría por Jared.
Taylor se dio la vuelta y miró a la pareja. Eran perfectos. Un hombre y su mujer.
El estómago le dio un vuelco. Eran el uno para el otro. No había sitio para una
mercenaria indeseable como ella.
Sus ojos se posaron en los de Slane y pensó que había detectado un poco de
simpatía antes de que él desviara su mirada hacia Elizabeth.
Por un momento, el silencio llegó a ellos como una nube de tormenta, tapando
el sol. Finalmente, Taylor pasó al lado de Slane y se apresuró a subir las escaleras
pues prefería la frialdad de su habitación que ese tipo de compañía. Sabía que no
podía permanecer ahí. Cada día que pasaba se destruía más a sí misma.
¿Por qué le había dolido tanto ver a Slane besando a Elizabeth? Él no debería
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—No —murmuró—. Pero tampoco quiero que me lleve allí un noble sin
corazón.
Slane la soltó como si lo hubiera quemado.
—Sí tengo corazón.
—Pero desearías no tenerlo. —Él frunció el ceño pero ella continuó—. Ni
siquiera puedes mirarme cuando Elizabeth está a tu lado.
Slane miró hacia otro lugar, apretando sus puños. Taylor miró fijamente su
espalda, como tratando de memorizar cada detalle de él. Como tratando de... ¿De
qué? Ellos no tenían esperanza. No podrían tener ningún futuro juntos. Y ella no
quería ningún futuro con él, se dijo a sí misma de manera firme mientras sentía un
nudo en la garganta y lágrimas quemándole los ojos.
Taylor se sentó en la cama y sintió cómo empezaba a arderle la herida de
nuevo. Miró hacia sus manos entrelazadas, ¿Por qué no dejaba que se fuera? ¿Por
qué no podía actuar de manera racional? ¿Por qué...?
Slane se arrodilló frente a ella, tomándola firmemente del brazo, forzándola a
que lo mirara a los ojos.
—No quiero herirte.
—Entonces, déjame ir —le suplicó.
—No puedo.
—¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? Me estás condenando a...
—No te estoy condenando a nada, te estoy salvando —la interrumpió.
Taylor miró los confusos ojos azules de Slane y deseó... deseó no haberlo
conocido nunca. Deseó que su padre nunca hubiera querido reconciliarse con ella.
¿Cómo podría vivir en el castillo Donovan viendo a Slane feliz con su hermosa
esposa?
—Soy tu amigo —dijo Slane.
¿Amigos? ¿Eso era todo?, se preguntó Taylor en silencio. Entonces, ¿por qué
sentía que él le estaba arrancando el corazón, lanzándolo al suelo y enterrándole la
punta de su espada? La amargura la embargó. ¿Cómo se atrevía a tratarla de esa
manera?
—No. No eres mi amigo. Nunca seremos amigos. Así que regresa donde tu
pequeña novia. No necesito tu protección. No necesito nada de ti.
Slane se irguió sobre ella como una estatua.
—Estoy atado a mi promesa. Me comprometí a llevarte ante Richard. Y lo haré.
Una repentina sospecha invadió sus pensamientos. ¿Por qué Slane le había
prometido a su hermano que la llevaría ante él? ¿Por qué Richard necesitaba verla en
el castillo Donovan? Tal vez su padre estuviera allí, pensó, esperándola.
Pero después, sus sospechas se desvanecieron a medida que se perdió en la
mirada profunda y azul de Slane, que nublaba sus pensamientos.
«Idiota», pensó Taylor. «Idiota. Antes eras una mujer muy práctica. Y ahora,
basta con una mirada de esos profundos ojos para que te conviertas en barro entre
sus manos».
Intentó sostenerle la mirada, y casi lo consiguió, aunque estaba temblando.
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—No te preocupes, Slane —dijo al fin, sin poder ocultar las lágrimas—. No me
voy a morir.
Pasó un largo momento antes de que ella escuchara los pasos de Slane alejarse y
el crujido de la puerta antes de cerrarse.
Se quedó de pie, sin moverse, dejando que la angustia de haber sido tan idiota
la invadiera. Después arrojó la cabeza sobre la almohada y sollozó...
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Capítulo 23
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Él mismo era el que debía llevar a su futura esposa al castillo de su hermano. Pero no
podía. No con Taylor herida. No podía hacer dos cosas a la vez. Y Taylor necesitaba
más de su protección. Era a ella a quien Corydon quería matar.
Elizabeth no debería estar donde se encontraba el peligro. Dos hombres podían
ofrecerle la protección que ella necesitaba para viajar de manera segura hasta el
castillo Donovan. John y Colm. Podía mandar a John con Elizabeth y pagarle a Colm
para que los acompañara. Así estaría segura. Nada malo le sucedería en tal
compañía. Y la vería de nuevo cuando llegara con Taylor al castillo Donovan.
Asintió pero no se sorprendió de la facilidad con que le había llegado la
respuesta.
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Capítulo 24
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El calor ardía en sus mejillas y Taylor tuvo que sonreír y mover la cabeza. Sin
desearlo, sintió que su cuerpo se hundía en el asiento, relajándose. La calidez de la
sonrisa de Slane la envolvió y llegó hasta su alma, lugar al que el fuego distante de la
habitación, no alcanzaba a llegar.
—¿Siempre has sido así de embustero?
—Aprendo rápido —murmuró Slane.
Sorprendida, Taylor lo miró y se rió.
—Entonces debo de ser una muy mala influencia para tu noble carácter.
—No estoy tan seguro de que sea cierto eso del noble carácter, pero sí, eres una
mala influencia para mí de otras formas.
Slane hizo una pequeña pausa. Sus ojos, como si tuvieran voluntad propia,
viajaron despacio de arriba abajo por el cuerpo de Taylor.
—Muy mala influencia, en efecto.
—Pero me imagino que es bueno para vosotros, los nobles, tratar de vez en
cuando con gente común y corriente —dijo Taylor mirándolo a través de sus
pestañas—. No es bueno quedarse en ese pedestal todo el tiempo.
Slane asintió.
—Sí. Ocasionalmente, sí siento la necesidad de sentarme con el campesinado. Es
la única manera de mantenerse el contacto con lo que está sucediendo, en realidad,
en el país. —Se rascó la barbilla, esperando una respuesta. Cuando vio que no iba a
recibir ninguna, añadió—: Entonces, niña campesina, contadme algún chisme local.
—Oh, sí, milord, como gustéis —respondió ella—. ¿Deseáis que haga la venia
mientras os cuento el chisme o prefieres que tus mozas permanezcan de pie?
—Prefiero que todas mis mozas se postren ante mí en señal de adoración —
contestó Slane.
—Entonces no debes tener muchas mozas realmente deseosas —replicó Taylor.
De repente, la asaltó la imagen de Slane abrazando y besando a una mujer con
cabello largo y castaño. Tosió y subió sus rodillas hacía su pecho.
—En realidad, prefiero las que dan la pelea —dijo él—. Son mucho más
interesantes.
—Me imagino —murmuró ella.
Se quedaron en silencio, el crujido del fuego era lo único que se escuchaba en la
habitación. Taylor no pudo evitar volverse para mirar a Slane. Y cuando lo hizo, se
dio cuenta de que él también la estaba mirando. La joven sonrió al ver que la
contemplaba con una expresión muy cariñosa. Y él respondió también con una
sonrisa. El rostro de Slane se había transformado. Ya no tenía esa mirada oscura y
preocupada a la cual ella se había acostumbrado. Era una mirada llena de calidez y
promesas. Sintió que sus preocupaciones se desvanecían bajo su destello.
Inmediatamente, Taylor tuvo una revelación tan clara que le ardió el corazón: no era
digna de él, incluso en caso de que él llegara a poseerla. Si ella llegara a tocar el alma
de Slane, un alma pura y blanca, ésta se tornaría negra y se calcinaría como ocurría
con su propio corazón.
Taylor miró hacia el lado opuesto del cuarto, donde ardían las llamas del fuego.
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Taylor asintió pero no estaba dispuesta o no podía hablar más del asunto.
—¿Un recuerdo que tiene que ver con tu madre?
Taylor se volvió como si Slane le hubiera pegado una bofetada y estuvo a punto
de ponerse de pie pero no lo hizo.
—Sé que la quemaron —dijo suavemente Slane.
La joven trató de levantarse pero Slane se puso de pie y colocó sus dos manos
encima del asiento, atrapándola. Había algo similar al pánico corriendo por las venas
de Taylor, revolviendo su vientre, diciéndole que huyera.
—Eso sucedió hace mucho tiempo, Taylor —dijo Slane—. Es hora de que
puedas hablar de ello.
Taylor desvió su mirada, incapaz de encontrarse con sus ojos. Sólo había una
manera de escaparse.
—¿Dónde está Elizabeth?
Slane le puso la mano en la barbilla y le levantó el rostro, forzándola a mirarlo a
los ojos. Taylor sintió como si un rayo la hubiera atravesado.
—La envié al castillo Donovan.
Solos. Estaban solos. ¿Era un tonto? ¿O en realidad creía que su honor podía
protegerlo? Su dedo pulgar rozó la mejilla de Taylor, siguiendo el ángulo. La joven
sintió que su corazón latía con rapidez. Desbocado.
La mirada de Slane se posó en los labios de Taylor. La caricia de sus ojos le
provocó un placentero cosquilleo y Taylor aguantó la respiración, temerosa de
moverse, temerosa de que él fuera a retirar la mano de su barbilla. Instintivamente,
se lamió los labios como si eso fuera a esconderlos de Slane.
Él tragó saliva. Estaba tan cerca que su aliento llegaba al rostro de Taylor, con
un dulce y leve olor a cerveza. La mano de Slane pasó de la barbilla hacia su nuca y
después descansó sobre su hombro.
Quería que la besara. Desesperadamente, necesitaba sentir los labios de Slane
contra los suyos. Pero no podía moverse. Estaba atrapada en su embrujadora mirada,
en sus caricias.
Después, Slane se acercó tanto a ella que sus narices estuvieron a punto de
tocarse. Su garganta emitió un sonido, como si fuera a decir algo, pero cuando ella
bajó la mirada sus labios se cerraron sin emitir una sola palabra. La sangre de Taylor
palpitaba en sus oídos; su cuerpo entero temblaba con un deseo que nunca antes
había sentido.
El fuego crepitó y salieron unas cuantas chispas de la madera ardiente.
De repente, la tomó de los hombros firmemente, sus dedos enterrándose en la
piel de Taylor.
—Soy un hombre honorable —dijo entre dientes—. He dado mi palabra.
Taylor abrió la boca para decir algo. Quería decirle que estaba bien, que lo
entendía. Ella sabía qué clase de hombre era él. Pero las palabras no le salieron.
Slane agachó su cabeza y Taylor cerró los ojos, anticipando el beso. Pero, en
lugar de besarla, él se alejó con un quejido.
—No sería suficiente —bufó—. No contigo...
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Salió de la habitación y subió las escaleras casi corriendo, sin volverse a mirarla
ni una sola vez.
Taylor permaneció sentada con los ojos cerrados, deseando que regresara,
deseando sentir sus dedos rozando su piel. Pero ninguno de los dos deseos se
cumplió. Cuando abrió los ojos, la habitación estaba vacía. Su mirada se volcó en la
sombra que quedaba en la pared, rodeada de la luz ondeante del fuego. Sintió que la
luz la rodeaba y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Con un suspiro, se puso de pie y
volvió a su habitación.
Apenas entró, se quitó la espada y la dejó en la cama. Caminó alrededor de la
habitación durante un momento, inquieta por los sentimientos que Slane había
despertado en ella. Después, su mirada se posó de nuevo en la espada.
La luna llena brillaba en el cielo, y su resplandeciente luminiscencia se reflejaba
sobre la lustrada hoja plateada de la espada. Sabía que debería tomarla. Sabía que
debería prepararse y practicar para la batalla contra Slane. Pero había una parte de
ella que no quería hacerlo. Una parte de ella deseaba que Slane la derrotara.
No. No podía rendirse ante él. Sabía que tenía que pelear con cada gramo de
fuerza que tuviera. Como le había enseñado Jared.
Tomó la empuñadura de la espada, mirando fijamente el reflejo de la luna en la
brillante hoja. Sus ojos se rodearon de tristeza; había líneas de tristeza cerca de su
boca. Taylor nunca se había visto tan sola y tan perdida en su vida.
Ese rostro, esa imagen que la miraba desde el pulido filo de la espada no era
ella. Ella era mucho más fuerte que esa cosilla debilucha de ojos trágicos. La mano de
Taylor sujetó con firmeza el mango de la espada. Sabía lo que tenía que hacer.
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Capítulo 25
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Capítulo 26
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Slane se dejó caer sobre la cama, profundamente anonadado, sin dejar de mirar
hacia la puerta. ¿Acaso había sido Taylor quien había entrado en su habitación,
anunciando que iría al castillo Donovan? ¿O sería que por fin se había quedado
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Slane silbó, cortó el aire, golpeó la carne y derramó sangre. Unos instantes después
los dos hombres yacían muertos a sus pies. El encargado de la posada y su hija se
habían escabullido a un sitio seguro en el momento en el que comenzó la pelea. Sólo
Slane estaba de pie cerca de los bultos sin vida de los dos criminales. Slane apretó la
espada con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron de alabastro. Entonces, escupió
sobre los cadáveres.
Lentamente, Taylor se levantó, mientras Slane tomaba un trapo que encontró en
una mesa cercana para limpiar su espada. Una vez la limpió, la plateada superficie
del arma volvió a brillar. Puso de nuevo la espada en su vaina y miró a Taylor con
cierto aire de asesino. Ella estuvo a punto de estremecerse, pero mantuvo la
compostura.
—¿Estás bien? —Sus palabras eran gentiles, generando un crudo contraste con
la letal mirada que se podía percibir en sus ojos.
Taylor asintió.
Slane se irguió completamente y se volvió para encararse con el encargado de la
posada y su hija, quienes se encontraban asomados tras la puerta de la cocina. Señaló
a Taylor:
—Esta mujer está conmigo. Si los veo a ustedes o a sus patrones mirándola con
desdén, recibirán la misma lección que han recibido estos desgraciados.
Asombrada por la intensidad de su ira, Taylor levantó su mano distraída y se
sobó la mejilla; supuso que, en su propio estilo inusual, él acababa de defender su
honor... si le quedaba algo de ello todavía. Se acercó a él, examinando la masacre.
—Habría podido encargarme de ellos sola, ¿sabes? Y probablemente todavía
estarían vivos.
—No merecían menos de lo que han obtenido —contestó Slane cerrando los
ojos. Después de un rato los abrió lentamente. Posó sus dedos sobre la mejilla de
Taylor y ella sintió cómo su corazón se aceleraba con la caricia. En los profundos ojos
azules de Slane, pudo ver su ira y su preocupación. Y también pudo ver sus
disculpas.
Taylor sonrió levemente.
—Me he encontrado en peores situaciones.
Slane sonrió.
—De eso no me cabe la menor duda.
Miró de nuevo al encargado de la posada y a su hija, quienes se encontraban
acurrucados. Cuando Slane volvió su mirada hacia Taylor, los dos supieron que no
podrían quedarse allí por más tiempo.
—Llegó el momento de marcharnos —anunció Slane en un tono moderado.
—Justo cuando me estaba empezando a gustar este lugar —murmuró ella.
—Busca tu bolsa y yo pagaré lo que debemos y unas pocas monedas de más
para que se encarguen de estos dos desgraciados —dijo Slane suavemente y señaló
los dos cuerpos con la cabeza.
Taylor asintió y se dirigió a las escaleras. Sabía que debían partir. Rápidamente
el rumor correría; el rumor acerca un hombre y una mujer, los dos fuertemente
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armados. Corydon enviaría a sus hombres. Ella no podía pelear bien todavía. Aún no
estaba lo suficientemente recuperada para luchar tan bien como sabía hacerlo.
Cuando regresó con sus cosas, Slane ya había pagado la cuenta y se encontraba
subiendo las escaleras para recoger sus pertenencias.
—Oye, Slane —dijo Taylor llamando su atención.
Él se volvió para mirarla por encima del hombro.
—La vida sería endemoniadamente aburrida sin mí, ¿no crees?
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Capítulo 27
Tras un largo día de viaje, Taylor no podía creer que finalmente había llegado el
momento de bajarse de su caballo. Ató su corcel a un árbol, cerca de un arroyo,
regodeándose al estirarse y moverse. Se había debilitado por estar sentada en la
posada. Necesitaba ejercicio para tonificar los músculos.
Posó los ojos sobre la pequeña colina frente a ella. Se acercaban cada vez más al
castillo Donovan. Y cuanto más se aproximaban, más sentía que un fuerte
nerviosismo se apoderaba de ella.
Taylor miró entonces a Slane. Él acariciaba su corcel mientras el animal bebía
agua del pequeño arroyo. El sol se estaba poniendo y la tenue luz dorada parecía
estirarse suavemente para tocarle todo el cuerpo, una vez más. Taylor estaba
cautivada por el poder que veía en las manos de Slane mientras acariciaba el cuello
de su caballo. Lo había visto blandir su espada con fuerza desmedida, pero verlo
hacer una tarea tan sencilla como acicalar su corcel la sorprendía desmedidamente.
Su mirada se paseaba a lo largo del cuerpo de Slane; desde sus fuertes hombros,
pasando por su esbelta cintura, finalizando en sus mallas, que se curvaban
hermosamente sobre los músculos de sus piernas.
De pronto, él se volvió y fijó su mirada en Taylor. Intentando parecer que no lo
había notado, ella se movió y dirigió su mirada a un prado despejado que se veía a
su derecha. Sintió cómo el cálido rubor se apoderaba de sus mejillas, y rápidamente
se dirigió hacia la leve colina que bordeaba el prado, alejándose de Slane.
Cuando llegó a la cima de la colina, sintió un fuerte vacío en el estómago. Frente
a ella se extendían las más hermosas tierras que había visto en toda su vida. Grupos
de árboles coloreaban las enormes y verdes praderas. Perfectas colinas, cubiertas de
un intenso y verde césped, llenaban el paisaje. Un lago azul resplandeciente se
asomaba tras una de las laderas.
«¡Oh, Dios», pensó. «No sabía que estuviéramos tan cerca». Sintió cómo la
tensión agarrotaba sus músculos mientras una enorme oleada de recuerdos la
invadía, inclemente.
—¿Taylor?
Al oír la voz de Slane, dio un saltito y se volvió para mirarlo.
La sonrisa con la que él se había acercado inicialmente había desaparecido
sustituida por un gesto de preocupación.
—¿Estás bien?
—Estamos entrando en las tierras de Sullivan —dijo Taylor con tal mesura que
hasta ella misma se sorprendió.
Slane asintió.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
—Sabes que debemos atravesar esta comarca para llegar al castillo Donovan.
Taylor volvió su mirada hacia el hermoso paisaje. Sí, lo sabía. Sin embargo, no
estaba preparada. Durante años había evitado entrar a estas tierras. Había evitado
cualquier cosa que tuviera que ver con ellas, y se había negado a aceptar cualquier
trabajo que tan sólo la acercara a la propiedad Donovan. Ahora, parada en la puerta
de su antiguo hogar, sintió que una punzante ansiedad se apoderaba de ella. Tenía
que alejarse de esas tierras, de esos dolorosos y perseverantes recuerdos.
Se había vuelto para huir, para correr lejos de allí, cuando se topó cara a cara
con Slane.
Gentil, pero firmemente, Slane posó sus manos sobre los hombros de Taylor.
—Todo está bien, Taylor —dijo con una tranquilizadora y melodiosa voz.
Taylor humedeció sus labios y miró a su alrededor, como si los hombres de su
padre fueran a salir de los árboles que los rodeaban y la fueran a llevar velozmente al
castillo Sullivan.
Slane la tomó del mentón y la obligó a mirarlo fijamente a los ojos.
—No dejaré que te pase nada —susurró—. Te lo prometo.
Su tacto y su mirada sincera le infundieron cierta sensación de calma, y sus
palabras borraron el miedo. Él era un hombre que honraba su palabra. Su juramento.
Su honor. Taylor sabía que cumplía lo que decía. Se inclinó hacia él, posando su
mejilla en su hombro.
Slane la abrazó, dándole mayor seguridad.
Humo, llamas, borrosos recuerdos se prolongaban en su mente. Taylor dejó
caer su cabeza hacia un lado, reposando su mejilla sobre el hombro de Slane. Las
lágrimas quemaban sus ojos; la nube de humo, producida por las llamas de sus
recuerdos, irritaba sus pupilas. Quiso borrar las imágenes, borrarlas de una vez para
no tener que volver a verlas jamás. Se negó a reconocer el efecto que esos recuerdos
tenían sobre ella. Todo había pasado hacía mucho tiempo. Todo había terminado.
Se alejó del abrazo de Slane, dejando atrás la comodidad y tranquilidad que él
le ofrecía. Bajó de la colina y se dirigió hacia los caballos.
—¡Taylor! —llamó Slane.
Ella se detuvo, pero no se volvió. Su corazón temblaba añorando su tacto, su
sosiego. Tenía miedo de volverse; miedo de no poder resistir el encanto y el consuelo
que él le ofrecía. Le tenía miedo... tenía miedo a enamorarse de él.
—¡Humo!
Se volvió. Slane señalaba hacia la comarca de Sullivan. Los recuerdos de humo
y fuego resurgieron en su mente. Comenzó a temblar. No podía ser. No podía haber
humo. No podía haber fuego. Eso había pasado hacía años. Temblando, se volvió de
nuevo y dio la espalda a Slane.
—No me importa —dijo con frialdad.
—¿No te importa? —Sus largos pasos lo llevaron a alcanzarla justo cuando ella
se paró frente a los caballos—. Tal vez pienses que no te importa. Pero te importa.
¡Éste es tu hogar!
—Lo fue —contestó ella—. Pero ya no lo es.
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que Slane la miraba desde lo alto. Hizo un gesto con la cara y se apartó. Taylor volvió
la mirada al hombre caído y se acercó a él. Había recibido una fuerte paliza y no
había manera de saber cuánto tiempo llevaba allí colgado.
Se agachó y lo tomó del brazo, arrastrándolo para darle la vuelta. Se quedó
helada al ver su rostro. Aun maltratada y azotada, reconoció esa cara. Sus entrañas
eran un remolino de agonía y rechazo. Finalmente, se alejó de él; su cara se convirtió
en una máscara de desprecio.
—¿Quién es? —preguntó Slane, saliendo del castillo.
—Mi padre —susurró ella.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 28
Slane se agachó al lado del hombre que estaba en el suelo y puso la oreja cerca
de su pecho. El más leve temblor de su corazón palpitaba suavemente contra su oído.
Slane levantó la cabeza y puso una mano cerca de los labios del hombre. Unas
débiles corrientes de aire golpeaban su mano a intervalos regulares. Slane quitó la
mano y miró los ojos cerrados del hombre.
—¿Lord Sullivan? —dijo.
El hombre se quejó y abrió lentamente los ojos.
—¿Quién le hizo esto? —exigió Slane.
Lord Sullivan abrió la boca pero no salió ningún sonido de ella.
Slane se volvió hacia Taylor. El viento de la noche levantaba levemente los rizos
de su cabello y los lanzaba con delicadeza hacia atrás, hacia sus hombros. De otra
manera, no se habría movido. Estaba parada como una estatua de granito, mirando
con ojos fríos.
—Se está muriendo —susurró Slane, furioso con la inmovilidad de Taylor.
Pero ni estas palabras hicieron que se acercara a su padre; no se arrodilló con
ternura ni lloró.
—Es tu padre —le recordó Slane, sorprendido por su frialdad.
—¿Taylor?
La entrecortada voz de lord Sullivan hizo que Slane se volviera hacia él. Sus
ojos se habían agrandado, convirtiéndose en piscinas de un marrón profundo. Su
mirada pasó de Slane a Taylor con un renovado vigor, como si se le hubiera
concedido un deseo. Pero la felicidad que Slane detectó por un momento en el rostro
del viejo, se desvaneció de repente.
Slane se volvió hacia Taylor. No se había movido. Ni siquiera había
parpadeado. ¡Maldita sea!, pensó. ¿Qué le pasa a Taylor? Se puso de pie y se acercó a
ella.
—¡Es tu padre! —murmuró con dureza—. Ve a él.
Pero ella no se movió. No se volvió a mirar a Slane tampoco, sólo miraba a su
padre con una expresión tal de desprecio que Slane se sorprendió.
—Taylor —rogó su padre—. Al fin te encuentro. —Extendió su vieja y
temblorosa mano hacia ella, sus dedos abiertos, como tratando de alcanzar algo—.
Perdóname, hija.
Taylor se puso tensa, apretó la mandíbula y cerró los ojos.
—Perdóname —le rogó.
Slane esperó, como lo hizo el padre de Taylor, que estaba deseoso de escuchar
las palabras que lo sanarían. Slane se volvió a mirarla, urgiéndola a que lo perdonara.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Ella abrió un poco los labios pero la palabra que salió de ellos no fue una que lo
absolviera.
—Nunca —gruñó.
La mano del viejo se convirtió en un puño y cayó al suelo.
—Taylor —exclamó Slane—. Se está muriendo. Déjalo irse en paz.
—¿Y mi madre qué? —contestó ella furiosa—. ¿Murió, acaso, en paz cuando
esas llamas devoraron su piel? ¿Sí?
Lord Sullivan se quejó. Cuando Slane se volvió hacia él, sus ojos se volcaron
hacia su cabeza antes de que su cuerpo se agitara contra la tierra y exhalara su último
aliento. Slane se arrodilló a su lado poniendo una mano cerca de la boca del viejo.
Pero sabía que lord Sullivan estaba muerto. Colocó una mano en su pecho y rezó en
silencio. Su último deseo no se había cumplido. No lo habían perdonado como él
esperaba. Después de tantos años, de tanto dolor... Taylor habría podido dejarlo
morir con honor, en paz, pero ella no sabía nada acerca del honor como tampoco del
amor.
Slane se volvió a mirarla con incredulidad, como si ella fuera una oscura diosa
sorda a los ruegos desesperados de sus fieles.
—¡Es tu padre! ¡Y está muerto! Ahora no podrás experimentar su amor. Nunca.
¿Por qué? ¿Por qué no has podido perdonar a un hombre que estaba a punto de
morir?
—¿Por qué debería haberlo hecho después de lo que le hizo a mi madre?
—¡Quería tu perdón, Taylor! Ahora está muerto.
—Me parece muy bien —replicó ella, furiosa—. Se lo merece. Mató a mi madre
sin remordimiento alguno. No fue piadoso con ella. Ni siquiera cuando yo se lo pedí.
Él se negó a escuchar mis ruegos. Y yo le rogué; le rogué que no le hiciera daño. Le
rogué que no la separara de mi lado. —Aparecieron lágrimas en sus ojos—. Ni
siquiera dejó que me despidiera de ella.
Slane vio una brillante tristeza llenar sus ojos, pero estaba tan furioso con ella
por ser tan insensible que no pudo evitar apretar su puño frente a sus ojos.
—¡Era tu padre! ¡Él te dio la vida! ¡Lo maldijiste! ¡Lo maldijiste en una horrible
muerte de la cual nunca podrá escapar! ¡Habrías podido darle la paz con tres
malditas palabras! ¡Sólo tres palabras, Taylor!
Taylor no retrocedió cuando vio que Slane se le acercaba.
—¿Perdonó él, acaso, a mi madre? —le respondió Taylor—. ¡La asesinó! ¡Le
quitó la vida al permitir que la quemaran! ¿Existe una muerte más horrible que ésa?
No tengo por qué darle paz. ¡Que se pudra por lo que me hizo a mí! ¡Por lo que le
hizo a ella!
—¡Escucha lo que dices! —gritó Slane.
Pero ella no estaba escuchando. Su voz se quebró en el momento en que intentó
hablar.
—¡No sabes lo que es el que te quiten a tu madre! Nunca lo perdonaré. ¡Nunca!
Slane bajó el tono de su voz.
—¿No te das cuenta de lo que acabas de hacer, Taylor? —dijo mientras esperaba
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ver una horrible expresión reflejada en sus ojos cuando entendiera lo que acababa de
ocurrir. Pero esa expresión nunca llegó—. Has abandonado a tu madre para siempre
—dijo Slane—. Has escogido que la ira y el odio de tu padre se vuelvan tuyas. Ahora
tienes su frío corazón latiendo en tu pecho, no el de tu madre.
Taylor comenzó a mover la cabeza, negando sus palabras, pero se detuvo,
paralizada por la incredulidad. Su boca se abrió en una silenciosa negación pero su
voz se ahogó en la agonía de la revelación provocada por Slane. El dolor que le causó
pensar en lo que se había convertido, inundó sus párpados y se derramó por sus
mejillas. Se quedó de pie, temblando, su cuerpo entero agitándose de tristeza.
Slane abrió su boca para hablar pero, de repente, Taylor se dio la vuelta,
corriendo hacia su caballo. En un único fluido movimiento, se montó en el caballo y
salió cabalgando.
—¡Taylor! —Slane se apresuró a su caballo y se montó en él rápidamente—.
¡Taylor! —gritó de nuevo pero sabía que ella no se detendría. Cabalgaba como una
mujer poseída, sus manos moviendo las riendas una y otra vez, su cabello volando
de manera salvaje.
Slane espoleó a su caballo con toda su fuerza, exigiéndole que cabalgara lo más
rápido posible.
Taylor continuó cabalgando, se acercó a un bosque cercano y después
desapareció entre sus profundas sombras.
—¡Taylor, detente! —gritó Slane, persiguiéndola por entre los gruesos árboles.
Sabía que ella era una experta amazona pero también sabía que no estaba
concentrada, no estaba pensando hacia dónde se dirigía. Slane vio cómo el caballo de
Taylor se tropezó contra un árbol caído y su corazón se detuvo por un momento,
mientras vio cómo ella estuvo a punto de caerse durante un largo momento y
después pudo volver a acomodarse. Tenía que alcanzarla.
Clavó las espuelas con fuerza para que su caballo se adentrara en las
profundidades del bosque, esquivando árboles caídos y ramas amenazantes. Vio que
el caballo de Taylor se tropezaba y fustigó al suyo para que fuera más rápido. Su
corazón dio un vuelco al imaginarse la agonía que ella debería estar sintiendo. Sabía
que él, de alguna manera, le había causado esa agonía pero ella debía ver la verdad...
Slane sabía que debía alcanzarla si quería que se detuviera. Sintió cómo la
sangre le palpitaba en los oídos y el viento lo rozaba. Su caballo esquivó otro árbol
caído y se vio a sí mismo justo detrás de Taylor, siguiéndola por un pequeño sendero
despejado.
Justo en ese momento, una sombra negra se posó sobre Slane, oscureciendo la
luz de la luna. Miró hacia arriba y vio una inmensa pared de árboles frente a ellos.
Una masa dura de troncos y ramas caídas que resultaban impenetrables para un
caballo.
—¡Taylor! —gritó.
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Capítulo 29
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acariciaban con una sedosa suavidad que le permitía acercarse cada vez más hacia
los húmedos pétalos de su feminidad. Los tocó de manera delicada y los abrió para
tocar la joya preciosa que se encontraba escondida debajo de ellos. El dulce sonido de
su voz jadeante, la suave curva de su espalda arqueada, en efecto, mostraban que
Slane sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Taylor no hubiera podido detenerlo aunque lo hubiera deseado. Pero lo único
que quería era más de él, más de sus caricias. Temblores de placer inundaron su piel
y la pasión palpitó a través de sus venas a medida que él la acariciaba, llevándola
hasta las cimas del gozo.
Slane quitó su mano de la feminidad de Taylor y se sorprendió gratamente al
escuchar un quejido de objeción. Despacio, comenzó a desvestirla, levantando su
túnica sobre su plano vientre, pasando por sus delgadas costillas y sobre sus senos.
Bajó su cabeza hacia sus montañas, adorando su piel con suaves besos. Le quitó la
túnica con cuidado, sin apartar los labios de sus senos. Su lengua recorría la punta
rosada de sus duros pezones.
Taylor jadeó, su mente iba de un lado a otro, su mundo giraba sobre su eje.
Los labios de Slane volvieron a reclamar los de Taylor, apretándolos hasta que
ella quedó sin aliento. Sus manos recorrieron los costados del cuerpo de la joven
hasta llegar a su cintura. Los besos de Slane recorrieron la garganta de Taylor hasta el
valle entre sus senos.
Cuando hubo liberado el cuerpo de Taylor de su vestimenta, la miró con
adoración. Era la mujer más bella que jamás había visto. Rápidamente, se quitó la
camisa.
Taylor observó la gloriosa desnudez que revelaba Slane. Como si hubieran
corrido una cortina, se reveló su bronceado pecho, brillando como el bronce a la luz
del sol. Los músculos alineaban su exquisita figura y más músculos aparecían
ciñendo su estómago. Nunca había visto a un hombre más apuesto. Cuando se quitó
los pantalones, se maravilló con la firmeza de sus piernas.
Se agachó hacia ella pero se sostuvo un rato sobre ella con sus manos,
observando sus ojos. Ella extendió sus brazos hacia él, pasando sus manos a lo largo
de sus brazos, de sus hombros y de su cabello.
Se acercó hacia ella y Taylor inspiró profundamente cuando el pecho de Slane
tocó sus senos desnudos, sus pezones temblando de placer. Después, el cuerpo de
Slane cubrió el de ella como una tibia manta. Sintió que algo le tocaba su lugar más
íntimo y supo de inmediato de qué se trataba. Abrió sus piernas, tratando de sentirlo
contra ella, tratando de estar más cerca de él.
Slane casi explota con su invitación. Su miembro, al adelantarse, encontró una
caliente humedad esperándolo. Taylor lo deseaba tanto como él a ella. Slane gimió
suavemente cuando se dio cuenta del deseo que la consumía. Bajó su mano y de
nuevo tocó su núcleo, abriéndolo. La joven levantó las caderas y él se encontró
fácilmente dentro de ella.
Sintió que se ponía rígida y se detuvo, alejándose un poco para mirarla a la
cara. ¿Podría ser verdad?, se preguntó a sí mismo. ¿Podría ser virgen? La besó en los
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labios con una poderosa pasión y después le besó todo el cuello con besos ardientes y
húmedos. Acarició suavemente uno de sus senos, como si estuviera usando una
pluma, hasta que ella se relajó de nuevo.
La penetró por completo.
Taylor gimió y lanzó su cuerpo hacia delante, indecisa. Él respondió a su
invitación y comenzó a moverse. Primero lo hizo despacio y después su ritmo se
incrementó a medida que ella coordinó sus movimientos con los de él. Un éxtasis
maravilloso crecía dentro de Taylor hasta que sintió que no podía más. Él le tocó los
senos, masajeándolos, apretándolos y besó su cuello con caricias de líquido caliente.
El deseo de ella creció hasta picos de pasión palpitantes, pasando a través de las
estrellas hasta llegar a un cielo que no sabía que existía. Después, él le besó los labios
de un modo tan ferozmente posesivo que la lanzó hacia los cielos, haciéndola
explotar en millones de luces centellantes. Se mantuvo en esos cielos durante un
largo momento hasta que su cuerpo cayó de nuevo en la tierra como si fuera una
estrella fugaz, quemándose como un feroz infierno. Finalmente, Taylor permaneció
acostada allí, debajo de él, sin aliento.
Slane la miró anonadado. Antes, había pensado que era hermosa pero no era
nada comparada con la vibrante criatura que estaba ahora debajo de él. Sus mejillas
eran rosadas y brillantes, su aliento fluía más suavemente en un dulce ritmo de
felicidad. Era mucho más de lo que hubiera podido imaginarse. Era todo lo que
siempre había deseado. Y con ese pensamiento, volvió a penetrarla, una y otra vez
hasta que su propio mundo explotó en un gozo comparable al de ella. Se endureció y
dejó que sus semillas la invadieran mientras la sostenía con fuerza y se unían sus
cuerpos y sus almas.
Lentamente, la realidad empezó a penetrar su mente. Sintió la brisa de la noche
enfriando su caluroso cuerpo. Escuchó a su caballo a lejos y a algunos pájaros a su
derecha. Pero, sobre todo, podía sentir los senos de Taylor contra su pecho, su plano
vientre contra el de él, su hombría protegida dentro de la tibieza de ella. Despacio, se
salió de ella, rodando hacia un lado.
Taylor no quería abrir los ojos; estaba segura de que todo había sido un sueño.
Se sentía... segura, de alguna manera. Era tonto y ridículo pero se sentía tranquila y
tibia y...
Abrió los ojos. La oscuridad del cielo se había desvanecido y había sido
reemplazada por el rojo del sol naciente. Sintió la blanda hierba bajo su espalda,
escuchó un suave relincho y miró hacia el lugar de donde procedía el ruido. Vio el
caballo de Slane comiendo.
Volvió su mirada a Slane. Él la estaba mirando con una pequeña sonrisa en su
rostro.
—¿Qué? —le preguntó ella de manera defensiva.
—Eres hermosa —murmuró Slane.
Taylor no estaba preparada para la honestidad que irradiaba la voz de Slane.
Sintió cómo subió el calor a sus mejillas y tuvo que volver la cabeza.
La risa estruendosa de Slane agitó su cuerpo.
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ofreció su túnica.
Taylor la tomó y se la puso por encima de la cabeza. Slane se puso las medias y
Taylor hizo lo mismo. Trató de alcanzar una de sus botas pero miró a Slane por
encima de su hombro. La estaba mirando de manera serena. Ella se enderezó y lo
miró con sospecha. Pero su recelo desapareció cuando vio que en la mirada de Slane
sólo había ternura.
El caballo relinchó a la distancia, Slane rió y acercó a Taylor hacia él, besándole
el cuello. Pero todos los instintos de Taylor afloraron. Se puso tan rígida como una
piedra.
Slane apartó las manos.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Taylor se concentró en escuchar pero no había ningún ruido. Los pájaros, el
bosque a su alrededor estaba quieto, silencioso y en guardia.
—Slane —le advirtió, mientras buscaba con su mirada por entre los árboles que
estaban a su alrededor.
Slane siguió la mirada de Taylor, acercándola a él de manera protectora.
Todos los instintos del cuerpo le decían a Taylor que sacara su arma. Su mirada
se volcó sobre el caballo de Slane. ¿Dónde diablos está mi corcel?, se preguntó. ¡Su
espada estaba en su caballo! ¡Miró a su alrededor pero no había rastro de él!
Se acercó al caballo de Slane, pero Slane la tomó de la muñeca.
—¿Qué? —preguntó ella, mirándolo. Pero Slane estaba mirando algo que estaba
justo frente a él.
Taylor volvió la cabeza y vio una fila de hombres vestidos de negro que se
acercaba hacia ellos. Algunos los apuntaban con arcos y flechas; otros desenvainaron
sus espadas. Taylor se paralizó cuando vio al hombre que caminaba delante de los
demás. Estaba todo vestido de negro y su oscura capa ondeaba detrás de él con la
brisa; parecía el ala de un murciélago. Una sonrisa horrible se dibujaba a lo largo de
sus delgados labios y sus ojos oscuros.
—Corydon —refunfuñó Slane.
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Capítulo 30
El odio ardía en las venas de Taylor, a medida que observaba al hombre vestido
de negro. Examinó el suelo con la esperanza de encontrar un arma de cualquier tipo,
pero no halló nada. Ni siquiera un tronco viejo. Ahí estaba ella, cara a cara con el
asesino de Jared, apenas vestida y completamente desarmada. Vio a Corydon
aproximarse con los ojos entrecerrados. Dio un brusco paso hacia delante, hacia él,
tomando impulso con la mano, lista para atacar con el puño.
Inmediatamente, Slane tomó la muñeca de Taylor, que se encontraba ya en el
aire, y la atrajo hacia él en un gesto de protección. Luego se situó entre ella y
Corydon intentando protegerla de la mirada lasciva del hombre y también para
impedir que Taylor llevara a cabo algún acto impulsivo.
—¡Él mató a Jared! —susurró Taylor.
—Hacerte matar no te hará ningún bien —respondió Slane.
Sólo en ese momento la mirada de Taylor se desvió hacia los arqueros, quienes
ya estiraban sus arcos, tensaban sus cuerdas y apuntaban sus flechas directamente al
pecho de la joven.
—Llevo mucho tiempo buscándote, querida —le dijo Corydon—. Qué suerte
encontrarte por fin —rió con cierto aire lujurioso—. Qué placer tan absoluto. Tus
pequeñas notas de amor fueron de gran ayuda. Me sentí tan decepcionado cuando
dejé de hallarlas.
Taylor se movió intentando rodear a Slane y pararse frente a él, pero él la
detuvo, tomándola de la muñeca.
Corydon le echó un vistazo al castillo, que ardía envuelto en llamas.
—Cuando desapareciste tuve que inventar un nuevo plan.
Los ojos de Slane siguieron la mirada de Corydon; la incredulidad y el rechazo
que sintió hacia ese hombre hicieron que lo mirara con un profundo desprecio.
—Fue usted —le susurró Slane—. Usted quemó la aldea y el castillo.
Taylor sintió que un hielo congelaba su sangre. Toda la destrucción y
devastación que acababa de ver había sido obra de Corydon. Ese hombre no sólo
había asesinado al único amigo verdadero que ella había tenido, sino que también
había quemado a cientos de personas inocentes.
—Yo sabía que, de todas las personas, sería usted quien la traería —le dijo a
Slane. Luego, su oscura mirada se dirigió hacia Taylor—. Así que vine hasta aquí
para sitiar el castillo y esperar a que tú llegaras, Taylor. Lo único que tuve que hacer
fue llamar a la puerta y convencer a tu viejo padre de que eras mi prisionera.
Corydon soltó una suave risilla, pasando su mano, cubierta por un guante
negro, sobre su bigote.
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apenas burlar el filo del arma. Debía concentrarse en la batalla, pues si seguía
pensando en Taylor estaba perdido. Concentró su esfuerzo y su mirada en Corydon.
Si tan sólo pudiera quitarle la espada...
Corydon hizo un amago hacia la izquierda, pero dirigió su espada a la derecha.
Slane esquivó el movimiento con facilidad. Continuó burlando las embestidas de
Corydon hasta que éste lanzó un espadazo dirigido a su cabeza. Slane se movió en
dirección al filo y agarró la muñeca del hombre, deteniendo el movimiento.
Slane mantuvo la distancia entre él y Corydon, los músculos le dolían. Entonces
Corydon pisó el descalzo pie de Slane, quien gimió y dio un empellón a su oponente,
forzándolo a retroceder, y tratando de ignorar el dolor que sentía en el pie.
Miró con furia la oscura cara de su enemigo. Los dedos de sus pies palpitaban
en agonía, pero Slane sacó el dolor de su mente. Corydon no era un hombre
honorable, y tampoco lo era su forma de luchar.
Entonces una idea se formó en su mente. Una idea que bordeaba el deshonor.
Recordó el movimiento que le había dado a Taylor la victoria sobre él cuando
combatieron.
Slane pudo evadir la espada de Corydon durante un buen rato. Pero finalmente
el enemigo logró posar la afilada hoja con fuerza sobre su pecho, empujándolo hacia
atrás. Él se tropezó y cayó sobre su trasero.
Corydon elevó la espada sobre su cabeza para dar la estocada final. Fue
entonces cuando Slane se apoyó en uno de sus talones y lanzó la otra pierna hacia su
enemigo. Pero en lugar de ponerle una limpia zancadilla a Corydon, como alguna
vez había visto hacer a Taylor, Slane le dio una patada justo en el centro de la rodilla,
derribándolo como un árbol que cayó derecho hacia él.
Mientras caía, Corydon logró apuntar su espada hacia abajo y dirigirla a Slane.
Sin embargo, su brazo se encontraba ligeramente desviado. La espada cayó en el
suelo a sólo unos pocos centímetros de distancia del rostro de Slane. El peso del
cuerpo de Corydon empujó el arma hacia abajo, enterrándola en la tierra.
Slane levantó el puño y lo golpeó en la cara y en el estómago. Corydon se
movió para bajarse de encima de Slane, quien inmediatamente lo golpeó de nuevo en
la cara. Slane intentó tomar la espada de la tierra para atacar a Corydon, pero la
espada se encontraba firmemente enterrada y no logró extraerla del suelo.
Corydon lo agarró por detrás, rodeando sus hombros con los brazos, luego le
dio la vuelta con mucha fuerza y le dio dos golpes en el estómago. Un terrible dolor
explotó en su interior a través de su garganta, haciéndolo doblarse sobre sus rodillas.
Cuando Corydon asestó un firme golpe sobre su rostro, Slane sintió que caía al fondo
de un abismo.
Pero se recuperó al instante. Se levantó del suelo y sacudió la cabeza, tratando
de aclararse la vista. Cuando sus ojos comenzaron a enfocar el panorama, vio a
Corydon tratando de desenterrar la espada del suelo. La movía con frenesí,
intentando desesperadamente liberar la espada de las garras de la tierra.
Slane se agachó y se acercó a Corydon como un rayo, empujándolo y alejándolo
así del arma. Cuando Corydon se volvió, Slane le dio dos fuertes golpes en la cara y
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Capítulo 31
Los arqueros tensaron los arcos, fijando su blanco. Slane tomó el brazo de
Taylor y tiró de ella, poniéndola detrás de él. Se preparó, entonces, para afrontar el
primer ataque de las flechas.
De repente, se escucharon gritos que provenían del bosque tras los arqueros. En
ese momento, los hombres de los arcos se volvieron a tiempo para ver una
guarnición de jinetes emanar de las profundidades del bosque, blandiendo sus
espadas. Los jinetes atravesaron la línea formada por los arqueros, cortándola como
maleza.
Slane echó un fugaz vistazo al campo de batalla. Pudo ver a varios arqueros
aún apuntándole a él, e intentando acatar las órdenes de su señor. Llevó a Taylor al
suelo y la cubrió con su propio cuerpo. Varias flechas silbaron sobre sus cabezas.
Debajo de él, Slane podía sentir el suelo temblando cada vez que golpeaban los
cascos de los caballos y las botas de los soldados. A su alrededor, oía el furioso rugir
de los caballos, los gritos de los hombres que morían y el sonido de una flecha
rompiendo una cota de malla. Una nube de polvo golpeó su cara. Volvió la mirada y
vio la punta de una flecha clavada en el suelo a pocos centímetros de su mejilla.
Taylor se sacudió bajo él, pero Slane no pensaba dejarla salir de ahí hasta estar
seguro de lo que estaba pasando. Levantó la cabeza para poder ver mejor a los jinetes
que se encontraban lejos. Unos pocos se habían separado del grupo para perseguir a
los arqueros que aún quedaban en pie, tratando de escapar para protegerse en el
bosque. El resto de los jinetes combatían contra varios caballeros de armadura negra.
Slane se incorporó, permitiendo que Taylor hiciera lo mismo.
—¿Quiénes son? —preguntó.
Slane no contestó. Conocía muy bien los colores y los escudos. De hecho,
conocía a algunos de los hombres; los iba reconociendo a medida que se acercaban.
Se mantuvo en pie mientras uno de los jinetes se aproximaba a él. El enorme caballo
de guerra levantó la pata y la dejó caer pesadamente al lado de Slane. Pedazos de
tierra volaron y cayeron sobre sus pies descalzos. Slane miró los ojos negros del
jinete. Pero la mirada del jinete no estaba dirigida a él; estaba dirigida a Taylor.
—¿Es ella? —preguntó el jinete.
Slane fijó su mirada sobre él, entrecerrando los ojos y mostrando malestar ante
la mirada lujuriosa del jinete, que examinaba a Taylor con desfachatez.
—Sí, Richard, ella es Taylor —dijo Slane con disgusto.
Finalmente, la mirada del jinete se dirigió a Slane.
—Bien hecho, hermano —reconoció—. Con esta acción te libras de deberes
conmigo.
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Slane sintió la mirada de Taylor sobre él, pero no se atrevió a enfrentarse a ella
en ese momento. Después tendría tiempo para explicarle todo. Luego podría volver a
enderezar las cosas.
—¿Cómo nos habéis encontrado? —preguntó Slane a Richard.
—Elizabeth tuvo la precaución de decirme que podríais encontraros en peligro
—explicó Richard, mientras tranquilizaba a su caballo, que aún estaba excitado por la
batalla—. Y como sabía por dónde vendríais salí para encontrarme con vosotros por
el camino.
Slane gruñó.
—Y, por lo que veo, hice bien —dijo Richard, echando un vistazo a los restos
que se veían en el suelo.
—Sí —asintió Slane. Fijó de nuevo la mirada en su hermano—. Corydon está
muerto.
—¿Muerto? —preguntó Richard anonadado.
—Sí —dijo Slane sin emoción alguna. Se sentía muerto por dentro ahora que
Richard estaba allí, ahora que su hermano se llevaría a Taylor de su lado—. Lo
derroté en combate.
—Vaya, parece que éste es mi día de suerte —dijo Richard alegremente—. Bien
hecho, hermano. Cuando regresemos al castillo Donovan daremos un banquete, y
celebraremos así tu triunfo. —Su mirada se posó en Taylor, sus ojos pequeños y
oscuros como los de una serpiente—. Y el mío. —Richard le tendió una mano a
Taylor, y algo muy parecido al pánico se apoderó de Slane. Taylor se alejó de la
mano extendida y la expresión jovial de Richard se tornó negra inmediatamente.
Slane sabía que su hermano estaba acostumbrado a que las mujeres le
obedecieran sin hacer preguntas. Dio un paso hacia delante.
—Ella tiene su propio caballo para montar —dijo.
—¿Sí? —Richard examinó el campo de batalla—. ¿Dónde? ¿Dónde está su
caballo?
Slane miró a Taylor, quien, a su vez, lo miraba con una desolación tan profunda
que pudo sentirla en su alma. Quería abrazarla, tenerla entre sus brazos y llevársela.
En lugar de eso, señaló su caballo en la distancia.
—Allí —dijo.
Richard miró hacia el caballo.
—Muy bien —dijo—. Ella montará su propio caballo.
Slane le dio la espalda a su hermano, cubriendo a Taylor para impedir que la
pudiera ver.
—Ve con él —susurró, esperando que en esta ocasión ella no discutiera.
Taylor lo miró con aprensión.
—Hablaré contigo más tarde en el castillo —prometió Slane, acariciando su
mejilla con la punta de los dedos.
Entonces, fue recompensado con una rápida transformación. Los ojos de Taylor
se encendieron de ternura y una sonrisa se asomó a sus labios. Asintió y se dirigió
hacia donde estaba el caballo. Slane la observaba con una ansiedad creciente,
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
mientras que ella tomaba el caballo de las riendas y subía sobre el animal.
Cuando Slane volvió la cabeza, su mirada chocó con los ojos sospechosos e
inquisitivos de Richard. Se irguió para que sus ojos quedaran al mismo nivel que los
de su hermano. Sabía que no podía luchar más contra lo que sentía por Taylor.
Aquellos sentimientos eran más fuertes que él. Y, francamente, no quería luchar
contra ellos. Ahora, simplemente debía enderezar las cosas. Aún no había perdido su
honor.
El castillo Donovan se irguió ante los ojos de Taylor como una montaña. Una
extraña e inquietante sensación recorrió su cuerpo, mientras desviaba los ojos para
mirar a Richard. Él la observaba, como lo había hecho durante todo el viaje al castillo
Donovan. No le gustaba ese hombre. No le gustaban sus oscuros y furtivos ojos, ni la
abrupta brusquedad con que trataba a todos los que lo rodeaban. No, él no le
gustaba. Ni siquiera un poco. ¡Porque no se parecía nada a Slane!
Miró por encima del hombro, con la esperanza de ver a Slane, pero no halló
señal de él. Aún sentía una ráfaga de emoción cuando pensaba en sus besos, sus
caricias, la tierna manera en la que le había hecho el amor. Ansiaba sentir su piel
contra la de Slane, sus labios contra los de él. Y era ésa la oportunidad que le ofrecía
el castillo Donovan. La oportunidad de estar con Slane. Se negó a pensar en lo que
pudiera depararle el futuro. Se negó a pensar en algo que no fuera el castillo Do-
novan... por ahora.
Los cascos del caballo golpearon estrepitosamente sobre el puente levadizo,
irritando los oídos de Taylor. Estaba entrando al castillo. Richard la seguía mirando
fijamente como si ella fuera alguna especie de premio. Ahora que su padre y
Corydon estaban muertos, ¿por qué era ella tan importante para él? ¿Por qué la
contemplaba con tanto triunfo en la mirada?
Lo miró de reojo. Aquellos pequeños ojos negros la contemplaban como... como
los de una serpiente. No podía dejar de sentir que en cualquier momento la atacaría.
Enfadada por su incertidumbre y por la perturbación que le estaba causando
Richard, volvió la cabeza para encararlo, mirándolo fijamente a los ojos.
—¿Tiene algún problema? —le preguntó.
La sonrisa desapareció de su rostro. Sus ojos hervían de furia, sus dientes
rechinaban. Obviamente, él no estaba acostumbrado a que le hablaran de esa manera.
Pero ahora que Slane había matado a Corydon, ahora que la muerte de Jared había
sido vengada, ella ya no necesitaba la ayuda de Richard. Poco le importaba lo que él
pensara.
Richard se acercó a ella.
—Obviamente, aún tienes que aprender unas cuantas cosas —murmuró—,
como, por ejemplo, respeto. —Se enderezó en su silla—. Yo te enseñaré eso.
Taylor resopló con disgusto e incredulidad, a medida que entraban por el
portón hacia el patio interior. «Qué tonto tan pomposo», pensó mientras
contemplaba el castillo. Era una enorme fortaleza que albergaba muchas
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Cuando al fin la liberó, Taylor cayó al suelo sobre una rodilla. Se frotó el cuello,
intentando tomar cada dolorosa bocanada de aire posible.
Una mueca de satisfacción curvó los labios de Richard, mientras gritaba por
encima de ella.
—Ana.
Taylor vio que por lo menos cinco sirvientes merodeaban en la sombra,
tratando de escapar de las órdenes de su señor.
—Indíquele a lady Taylor su habitación —ordenó.
«Esposo», pensó Taylor entumecida, dándose cuenta, finalmente, de lo que él
había dicho.
Una de las mujeres dio un paso hacia delante haciendo una reverencia.
Antes de irse, Richard añadió:
—Asegúrese de que lleve un vestido apropiado.
Taylor respiró con lentitud, intentando calmarse, hasta que su pulso volvió a su
ritmo natural. «Esposo», pensó nuevamente. ¿Qué diablos...?
—¿Milady?
Taylor desvió su mirada hacia Ana. Era una mujer joven, de unos quince años,
de ojos y pelo castaños.
—Por aquí—dijo ella, dirigiéndose a las escaleras.
Las lágrimas inundaron los ojos de Taylor. «¡Debe de haber algún error!»,
pensó. ¿Cómo podía Richard pensar que iba a convertirse en su esposo? ¿Por qué
quería casarse con ella? ¿Qué le podía ofrecer a él? De pronto, se le ocurrió en un
momento de lucidez. La dote. Si Richard estaba tan desesperado por el oro, ¿se la
habría pedido en matrimonio a su padre a cambio de una sustanciosa dote? Pero, de
ser así... ¿por qué Slane no le había dicho nada? ¿Acaso él no lo sabía? Y con su padre
muerto, ¿quién daría la dote? A menos que... Taylor se recostó lentamente contra el
muro. Ahora que su padre estaba muerto, ella era la única heredera legítima del
castillo y las tierras Sullivan. ¿Sería eso lo que quería Richard?
Taylor giró para echar un vistazo desesperado a la enorme puerta doble tras
ella. Dos guardias permanecían vigilantes justo al otro lado de la puerta.
Ana la tomó del brazo con delicadeza.
—Por aquí, milady.
Taylor dio un paso, luego otro, permitiendo que Ana la guiara. Slane vendría.
Le diría que todo había sido un error, que no sabía nada sobre los deseos de Richard
de casarse con ella.
Pero incluso mientras pensaba esto no podía evitar sentir la traición enrollarse
sobre ella como una serpiente.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Capítulo 32
—No tienes que casarte con ella —le dijo Slane a Richard.
En cuanto llegó al castillo, Slane buscó de inmediato a su hermano, a quien
encontró en el solar estudiando cuidadosamente sus libros de contabilidad. Se
sorprendió al ver cuánto tiempo podía su hermano mirar las penosas cifras que se
hallaban en aquel libro. Parecía como si estuviera esperando a que mágicamente los
números se multiplicaran frente a sus ojos.
Richard alzó la mirada por encima de la libreta.
—¿De qué diablos estás hablando?
—No necesitas su dote. Puedes dejarla.
—¿Dejarla? —exclamó Richard, cayendo sobre su silla con cierta exasperación—
. ¿Acaso has perdido el sentido común, hermano?
Slane frunció el seño y dio un paso hacia delante, diciendo:
—Richard...
Posó firmemente sus manos sobre el escritorio y se inclinó hacia su hermano.
—Corydon está muerto. La amenaza de invasión ya no existe.
—Siempre existe una amenaza de invasión. Corydon era sólo un tonto entre los
muchos que están al acecho. Aún necesito caballeros y soldados para vigilar mi
castillo.
Slane empezó a sentir que un río de agujas le pasaba por la nuca y se deslizaba
por su piel como una araña mortal buscando un blanco en el cual inyectar su veneno.
—Tú no la quieres. Y ella no quiere convertirse en tu esposa.
Richard se encogió de hombros.
—Me imagino que una esposa podría convertirse en un inconveniente.
—Ella no se quiere casar. Déjala ir —aconsejó Slane.
Richard frunció el ceño.
—¿A quién le importa lo que ella quiera o no quiera? Lo importante es lo que
yo necesito.
Slane sintió que su sangre comenzaba a hervir.
—Richard, tú no la necesitas.
—Necesito su dote igual que antes —dijo Richard moviendo sus manos en un
gesto de impaciencia.
—Si la dote es lo único que necesitas, toma las tierras y termina con todo esto.
Ella no quiere ni una sola parte de ese terreno.
—Ella es la heredera de esas tierras. No quiero tener ningún problema legal.
Esas tierras serán mías legalmente y por matrimonio, y todo gracias a ti. ¿Te he
dicho, hermano, lo orgulloso que estoy de ti? Sabía que de todas las personas, serías
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
tú el único que no me fallaría. Todos esos mercenarios son inútiles. —Richard hizo
un gesto de decepción con el labio—. ¡Pero tú! Ah, hermano, ¡yo sabía que podría
confiar en ti!
Slane cruzó los brazos sobre su pecho, mirando fijamente a su hermano.
—Me encontré con algunos de esos mercenarios en el camino —dijo Slane
secamente—, y uno de ellos casi mata a Taylor.
—Es una pena. Pero por fortuna tú los superaste a todos y conseguiste
traérmela. Muy bien hecho, hermano. Bien hecho. —Richard levanto los brazos por
encima de la cabeza, gimiendo suavemente, luego se puso de pie.
Slane observó a su hermano durante un largo rato. En ese momento lo odiaba
por su frialdad y su ambición.
—¿Dónde está ahora?
—Vamos a celebrar el éxito de tu misión. ¿Me acompañarás, verdad? —Pasó al
lado de Slane, rozándolo.
Slane lo tomó de la manga y lo obligó a volverse, de manera que su hermano
quedara cara a cara con él.
—Respóndeme. ¿Dónde está? ¿Dónde la tienes? —exigió Slane.
—Por ahora, ella se encuentra en el antiguo cuarto de madre. —Richard se
inclinó hacia—. Has debido de aprender mucho en tus viajes con ella. Dime... ¿cómo
te las arreglaste para no tener que amordazarla?
Slane sintió la rabia viajar por sus venas.
—Ella es una criatura elocuente que no se reserva sus opiniones —asintió
Slane—. Pero ésa no es la forma en la que se trata a una mujer.
Richard se encogió de hombros.
—Es imprudente y necesita el brazo duro de un hombre. —Sus ojos brillaron,
mostrando expectativa. Slane tenía que hacer grandes esfuerzos para controlar su
furia.
—Richard, tú siempre crees que todo el mundo necesita probar tu duro brazo.
Richard hizo un leve gesto de desinterés.
—Lo que ya funciona no vale la pena cambiarlo.
—Yo creo que en el caso de Taylor vale la pena cambiar de idea. —Slane se
dirigió hacia la puerta—. No reacciona bien a los golpes. —Hizo una pausa y estiró el
brazo para abrir—. ¿No la vas a liberar?
—Nunca he tenido intenciones de liberarla —respondió Richard—. Tú lo sabes.
Slane se sintió desolado. Había sido un tonto al llevar a Taylor al castillo. ¿En
qué había estado pensando? Sólo quería pagarle a su hermano la deuda que tenía con
él para poder seguir con su vida, y ahora se daba cuenta de lo equivocado que había
estado.
—Ah —dijo Richard, mostrando una risilla que iluminaba su rostro—. Todo
este tema del matrimonio te ha hecho olvidar a tu amada. Bueno, hermano, ya te he
alejado de ella por mucho tiempo. Debe de estar esperándote en el gran salón. Ve a
buscarla.
Slane abrió la puerta con brusquedad. Sus pensamientos no estaban en absoluto
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
con Elizabeth. Debía ver a Taylor. Debía asegurarse de que se encontraba bien.
—¿Por qué no cenáis con mi prometida y conmigo? —sugirió Richard.
Prometida. Slane quedó congelado, agarrotado por la manera en la que Richard
pronunció aquella palabra. Como si Taylor fuera una posesión.
Richard pasó al lado de Slane, lo rozó, pero no lo miró.
Slane, dubitativo, se detuvo a pensar un momento. No le gustaba nada la forma
en que lo trataba Richard. No le gustaba la mirada astuta en los ojos de su hermano.
Estaba tramando algo. Pero Slane sabía que su única opción pasaba por seguirle el
juego. Richard era el señor del castillo y su palabra era la ley. Una ley a la cual Slane
había jurado lealtad, por encima de todo.
A pesar de las peticiones y los ruegos de Ana, Taylor decidió usar únicamente
sus mallas y su túnica. Ya no le importaban las miradas de los guardias, ni los ojos
curiosos de los campesinos que la miraban como si fuera un bicho raro mientras se
dirigía al gran salón. Se sentó en el lugar que le indicaron y se bebió de un solo trago
la jarra de cerveza que le sirvieron.
Echó un vistazo al salón. Todos los campesinos se deleitaban con su ración de
comida. Los guardias descansaban en sillas. De cuando en cuando se escabullían
para tomar otra cerveza y en su trayecto pellizcaban los traseros de las criadas que se
encontraban por allí. Un acróbata hacía piruetas en mitad del salón, lanzando bolsas
de frijoles en círculos. Los perros ladraban de emoción y corrían de mesa en mesa
para robar las sobras de comida que caían al suelo.
Desde los ojos de Taylor, que se encontraba en la mesa principal, el gran salón
era un caos total. No podía evitar pensar que todo aquello estaba mal. No podía estar
allí. Eso tenía que ser un error. Examinó el salón de arriba abajo, dirigiendo sus ojos
continuamente hacia las grandes puertas de madera. Por allí entraría la única
persona en la que ella confiaba; la única persona que podía explicarle qué era lo que
estaba sucediendo.
Slane dijo que regresaría. Ni siquiera había terminado de pensar aquello,
cuando dos hombres se pasearon a través de las grandes puertas de madera. El
corazón de Taylor cesó de latir durante un segundo, mientras la preocupación roía su
conciencia. Se recostó en su silla, forzándose a sí misma a calmarse.
Esposa. La oscura y horrible palabra se negaba a abandonar sus pensamientos.
Esposa ¿Por qué Slane no le había dicho nada? Seguramente él tampoco lo sabía. De
haberlo sabido, jamás la habría llevado al castillo Donovan. Y mucho menos después
de lo que habían compartido.
Cuando Slane y Richard se aproximaron, Taylor no pudo evitar notar el paso
fuerte, el carisma y el verdadero poder de Slane. Era fascinante observarlo. Se trataba
del hombre más apuesto del salón. Atenta sólo a su amado, Taylor no alcanzó a notar
el gesto de amargura en el ceño de Richard.
Las miradas de Slane y de Taylor se encontraron. Algo en su mirada le enviaba
una vibración que atravesaba todo su cuerpo, una señal de esperanza que se esparcía
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
en su corazón.
Mientras daban la vuelta a la mesa para acomodarse, Taylor se puso de pie para
saludar a Slane. La sonrisa que invadió su alma alcanzó a revelarse en sus labios. De
repente, supo que todo iría bien.
Pero en ese momento Richard se puso delante de Slane y la miró con odio. Un
seco golpe en la mejilla sorprendió a Taylor y la envió, tambaleándose, de vuelta a su
silla. La fuerza del golpe fue tal que la joven terminó con su silla en el suelo.
—¡Taylor! —Slane, pasó por encima de la silla para arrodillarse en el suelo al
lado de ella. La ayudó a enderezarse y sentarse—. ¿Estás bien?
Taylor negó con la cabeza y aquel movimiento hizo que él fijara la mirada en su
cuello. Vio allí las huellas de la mano de Richard, tornándose ya en moretones
oscuros. Taylor pudo ver cómo los ojos de Slane se abrieron con incredulidad y furia.
Cuando alzó la mirada, desde los moretones hasta los ojos de Taylor, el dolor y la
culpa comenzaron a nublar sus siempre asombrosos ojos azules. Su mandíbula se
contrajo y su puño se cerró mientras se ponía de pie lentamente para enfrentarse a su
hermano.
—Maldito seas, Richard.
La mejilla de Taylor dolía mucho, pero ese dolor no se comparaba con la
desazón que sentía viajar por su cuerpo. Se acercó a él para detenerlo.
—Déjalo, no pasa nada —le dijo.
Pero Slane no la escuchó.
El rostro de Richard era una máscara de indignación. Sus ojos se fijaron en los
de Taylor con una mirada de desaprobación.
—Le ordené que se quitara esa ropa de hombre y se pusiera algo apropiado —
advirtió—. Yo soy el señor de este castillo y ella aprenderá a obedecerme... o tendrá
que enfrentarse a las consecuencias.
Slane apretó el puño y movió el brazo hacia atrás. Taylor, que se encontraba de
pie detrás de él, tomó rápidamente su brazo, agarrándole con fuerza por el codo para
evitar el desastre. Si Slane pegaba a su hermano estaría perdido.
—No, Slane —le aconsejó—. No valgo la pena. Piensa en lo que estás haciendo.
—Aun así, él forcejeó con ella, tratando de soltarse—. ¿Cómo podría yo salir de aquí
si te metieran en el calabozo? —susurró.
Lentamente, Slane dejó de forcejear y bajó el brazo. Taylor sintió que el alivio
invadía su cuerpo. Vio la mirada de Richard posarse sobre ella y sobre Slane
alternativamente. Vio también cómo la incredulidad iba abriendo sus ojos. Una
sonrisilla curvó sus labios.
—No reacciono bien a la autoridad —explicó, mientras soltaba el brazo de
Slane—. Puede que alguien ya se lo haya explicado mejor que yo.
En el rostro de Richard se dibujó un gesto de ira. Dio un paso adelante,
blandiendo su puño cerrado frente a la cara de la joven.
Taylor permaneció de pie, imperturbable, segura de que Slane interceptaría a
Richard si intentaba atacarla. Y así lo hizo. Capturó la mano de Richard cuando
iniciaba un movimiento para golpearla.
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caballero le lanzó una mirada hostil, pero ella ni siquiera vaciló en su afán por salir
del salón. Prácticamente, salió volando por las grandes puertas de madera. Cuando
se encontró fuera, se detuvo y miró por encima de su hombro. Slane seguía hablando
con Elizabeth.
Vio cómo tomaba su mano, y la mirada sincera en sus ojos. Echó a correr y se
alejó de aquella escena que le destrozaba el corazón.
Fue corriendo hacia donde se encontraba el guardia. Con la mirada nublada por
el llanto examinaba las actividades matutinas de la gente. El pánico empezó a crecer
en ella. Se sentía atrapada, prisionera. Debía salir de allí. Debía escapar. Dio un paso
hacia delante, y luego otro.
De repente, se detuvo con brusquedad. ¿Qué iba a conseguir si escapaba?
Richard enviaría hombres a buscarla. Incluso podría mandar a Slane. No, la deuda de
Slane ya había sido cancelada. Eso había dicho Richard. Ya se había librado de
Richard... y de ella. Pero los hombres irían a buscarla. Los Corydon, los Magnus. Los
que no tienen nombre: los mercenarios sin miedo, los de sus pesadillas. No
encontraría ni un momento de paz. Siempre estaría cuidándose la espalda. Ésa no era
una buena forma de vivir. Ya estaba cansada de aquello.
Jared le habría dicho que se pusiera en pie para pelear.
Taylor enderezó sus hombros con rabia y se limpió las lágrimas que habían
humedecido sus ojos. No escaparía. No volvería a huir nunca más.
Con una nueva decisión, se dio la vuelta y se dirigió al castillo en busca del
hermano de Slane.
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Capítulo 33
Slane luchó contra la urgencia que sintió de llamar a Taylor, mientras ella
escapaba del gran salón; luchó contra el impulso de ir tras ella, tomarla en sus brazos
y protegerla de todos los horrores a los que su hermano la había sometido y a los que
incluso ahora la sometería. Lo que sentía por ella se fortalecía cada vez que la veía,
cada vez que estaba cerca de ella. Ahora el vacío que sentía en su corazón cuando
Taylor no estaba a su lado, cuando no podía oler su esencia o escuchar su melodiosa
y dulce voz, crecía en su interior de manera profunda y oscura. Era un vacío
creciente en su alma que necesitaba ser llenado. Taylor Sullivan era la única que
podía hacerlo.
—Slane, querido, ¿te encuentras bien?
Slane miró a Elizabeth y se dio cuenta de que sabía exactamente qué debía
hacer. Pero también sabía que no sería fácil. Tomó con sus manos las de su
prometida.
—Tenemos que hablar —dijo con delicadeza.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Ven conmigo —susurró él, sacándola del gran salón y llevándola a una
pequeña habitación adyacente.
Elizabeth frunció el ceño.
—¿He hecho algo? —preguntó, curvando sus labios hacia abajo.
Slane se tocó el cuello, pensativo. No quería herirla. Aún así, sabía que lo haría.
—Elizabeth... —comenzó.
Ella se aferró con fuerza a su mano.
—Lamento todo lo que hice y lo que pude haber hecho.
—No —dijo Slane con un tono de agonía en su voz. Le soltó la mano y vio cómo
la confusión se apoderaba de sus enormes ojos marrones—. No has hecho nada. —Y
era la verdad—. No puedo mentirte, Elizabeth. Simplemente no puedo... —Slane le
pasó una mano por el cabello, suspiró y se irguió decidido—. Deseo continuar
nuestra amistad... verdaderamente lo deseo. Pero no puedo casarme contigo.
—¿Qué? —dijo ella con voz ahogada.
—No te amo —le dijo Slane suavemente.
Ella se dejó caer en un asiento cercano a la ventana.
—Me amabas —susurró ella, apenas logrando emitir un sonido.
—No. Lo que yo sentía por ti era un enorme cariño. Me sentí protector. Pero
nunca me enamoré. Cuando mi padre nos ordenó que nos casáramos nunca me
preguntó si yo lo aprobaba.
—A mí tampoco me consultaron —asintió ella.
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hacerlo.
Se detuvo frente a la última puerta y levantó el puño para golpearla con fuerza.
Tras un momento de silencio, Taylor golpeó de nuevo la puerta de madera,
impaciente.
Al ver que nadie contestaba, empujó la puerta y entró en la habitación.
Estaba oscuro, pero sus ojos se ajustaron rápidamente a la tenue luz, emanada
por una sola vela sobre una mesa cercana. Una manta sobre una enorme cama llamó
su atención, pues algo se movía bajo ella, retorciéndose con fuerza como una enorme
bestia. Dio un paso hacia la cama y finalmente pudo discernir dos figuras bajo la
manta.
—Más vale que esto sea importante —advirtió una voz bajo la enorme manta de
piel. Richard asomó la cabeza. La mirada llena de rabia en su cara fue reemplazada
por sorpresa, y entonces una oscura sonrisa ensombreció sus labios—. Querida —dijo
Richard.
La figura junto a él, aún escondida bajo la manta, soltó un gemido.
—No estoy hablando contigo, estúpida —murmuró él.
Una cabeza asomó por entre las mantas, y Taylor se sorprendió
momentáneamente al ver a Ana, la sirvienta que la había acompañado a su
habitación. Taylor sacudió la cabeza, consternada, y miró dura y fijamente a Richard
a los ojos.
—Creo que ya es hora de terminar con esta farsa —declaró.
—¿Farsa? —replicó Richard—. No sé qué quieres decir.
—Este compromiso de matrimonio. Es una farsa.
—No hay farsa donde puede haber ganancias económicas.
—No me casaré contigo —dijo Taylor.
Richard se sentó en la cama, frunció el ceño y curvó los labios.
—No creo que tengas otra opción.
—Me voy —añadió ella como si él no hubiera hablado.
Richard sonrió.
—No puedes irte. No dejaré que te vayas —dijo, categórico.
Taylor sintió que se le revolvía el estómago; sabía que en esas tierras la palabra
de Richard era la ley. Sin embargo, continuó.
—No puedes retenerme aquí.
—Si lo que necesitas es que te encierre en el calabozo, entonces lo haré —dijo
Richard con tono siniestro—. Tu padre hizo un trato conmigo. Pienso honrar su
último deseo.
Taylor estaba horrorizada. Su mente trabajaba con furia. Quería despotricar,
insultar y preguntarle por qué razón, en el nombre del cielo, quería casarse con ella.
—¿Supongo que éste es el comienzo de un maravilloso matrimonio, verdad,
Richard? —dijo sarcásticamente.
Los labios de Richard se torcieron en una mueca.
—Todos seremos felices. Tú, acostado en la cama con ésa. Yo aquí, con ganas de
arrancarte la cabeza. Slane... —Su voz se quebró con tal agonía que no pudo
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continuar.
—Sí. Él será feliz también —continuó Richard—. Slane tenía conmigo una
deuda enorme, que pesaba sobre él como una losa. Yo restauré su preciado honor
cuando mi padre quiso desheredarlo; ahora, al traer a mi queridísima esposa a mi
lado, ha terminado de pagar su deuda. Por fin se ha librado de mí. Puede casarse con
Elizabeth y ser feliz. Muy lejos de aquí.
El pecho de Taylor se contrajo dolorosamente. Slane la había manipulado,
decepcionado. Y ella había caído en su trampa. Él había hecho todo lo posible para
llevarla al castillo de su hermano. Después de todo, ¿cómo podía un hombre de
honor hacerle el amor cuando estaba comprometido con otra mujer?
—No me quedaré aquí —dijo.
Richard envolvió su cuerpo desnudo en la manta y se levantó de la cama.
Pero Taylor no se dio ni cuenta. Ni siquiera cuando él se le acercó. Su mente
estaba concentrada en una batalla con su corazón. Slane no la deseaba si tenía una
mujer como Elizabeth a su lado. Elizabeth era hermosa, comprensiva y noble. Él la
había mentido. Pero ¿cómo había podido fingir esas miradas, esas caricias? No
existía el amor, ahora lo sabía. Y ahora se daba cuenta de que había aprendido una
dolorosa lección. Tampoco existían los caballeros de honor. Sólo eran horribles,
decepcionantes mitos a los que las mujeres se aferraban. Y al final, todas las mujeres
estaban condenadas a descubrir la oscura naturaleza de esta ilusión.
—No tienes opción —dijo Richard muy cerca de ella—. Estás en mis tierras, en
mi castillo. Me perteneces para que yo haga contigo lo que me venga en gana.
Un terrible dolor se apoderó de Taylor y no pudo concentrarse más en sus
pensamientos. Su mente seguía repitiendo: «Él mintió, él mintió». Su corazón
continuaba discutiendo: «No pudo hacerlo, no pudo hacerlo». Estaba perdida en un
limbo de confusión.
Con sutileza, Richard le tomó la mano y la guió hacia la puerta.
—Ven, amada mía.
Taylor apartó su mano con violencia.
—¡No me toques! —dijo repentinamente, y salió de la habitación muy furiosa,
atravesando el pasillo sin importarle los divertidos y desdeñosos ojos de los
guardias.
Trató desesperadamente de convencerse de que Slane no le había mentido. Pero
la evidencia era irrefutable. Lo había visto con Elizabeth. Los había visto
abrazándose.
¿Qué expectativas tenía? Las lágrimas llenaron sus ojos en un ataque de
angustia. No existe el amor, se repetía.
Entonces, ¿por qué se sentía como si estuviera muriendo de amor?
Unas manos se posaron sobre sus hombros, levantó su cabeza para ver las
figuras borrosas de los guardias.
—Su señoría ha sugerido que la escoltemos a sus aposentos —explicó uno de
ellos.
Taylor reconoció la determinación en la voz del guardia. En medio de su
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estupor, sabía que la iban a encerrar. Era una prisionera. Era una posesión de
Richard.
Asintió, pero entonces, ¡se volvió con enorme agilidad y sacó una de las
espadas del guardia de su vaina! Se enfrentó a ellos con desesperación. El miedo le
corroía el estómago. Estaba en enormes problemas, y lo sabía. No podría escapar. Ni
de Richard ni de los sentimientos que Slane había despertado en ella. Lo único cosa
que le quedaba, lo único que sabía hacer, era pelear. Blandió la espada frente a ella,
agitándola de lado a lado como si estuviera previniendo algún tipo de maldad.
Los guardias se miraron y el que todavía tenía su espada la sacó de su vaina.
Si hubiera sido la que alguna vez fue, se habría reído. Habría escapado en un
abrir y cerrar de ojos. Les habría dicho a los guardias que no tenían ninguna
oportunidad, los habría convencido para que no pelearan con ella. Sabía que esos
hombres no querían pelear. Pero no era la que solía ser. Sentía las lágrimas
derramándose por su rostro, aun cuando luchaba por detenerlas. Su visión vacilaba.
—No queremos herirla —dijo uno de los guardias.
Taylor levantó su brazo para enjugar las lágrimas de sus ojos y mejillas. Y yo no
quiero herirlos, habría dicho. Pero su garganta estaba tan estrechamente cerrada que
las palabras se ahogaron antes de pronunciar sonido alguno.
Arremetió contra el guardia armado y éste esquivó el ataque con facilidad.
Mientras sus espadas se encontraban, su instinto de supervivencia se apoderó
de ella. Sintió surgir en su interior partes de la persona que alguna vez fue. Atacó
instintivamente, manejando al hombre con cada ataque, despejando el camino hacia
las escaleras. Giró de repente y corrió a toda velocidad hacia la escalera en espiral,
saltando escalones hasta que llegó a la primera planta. Salió corriendo de la escalera
de piedra en dirección al pasillo que comunicaba con el gran salón. El corredor
estaba atestado de aldeanos y mercaderes, de mercenarios y guardias. Tuvo que
empujar a varias personas para abrirse camino a través de la muchedumbre.
—¡Detenedla! —gritó una voz detrás de ella.
Mientras escapaba, volvía la mirada, rápidamente, registrando las caras que
alcanzaba a ver. Un hombre de barba roja la miró con ojos llenos de maldad. Un
gordo mercader apuntó un dedo en su dirección. Una mujer noble gritó y se escondió
detrás de un guardia. Todos eran enemigos, todos de poco fiar. Alguien la tomó de la
muñeca. Ella se soltó y continuó corriendo a través del corredor. En algún lugar a su
izquierda, alguien reía.
Y entonces a lo lejos, en el pasillo, lo vio asomando la cabeza sobre las demás
personas. Su rubia cabellera se batía en el viento. A pesar de la distancia, Taylor
creyó haber visto el brillo de sus ojos azules. De repente, tras de él, surgió Elizabeth.
Taylor sintió un crudo y primitivo lamento aplastarla tan intensamente que se
convirtió en dolor físico en su pecho. Casi se doblaba del dolor.
Sintió entonces unas manos en los hombros, en los brazos. Las innombrables
masas enemigas la sujetaban, pero luchó con todas sus fuerzas, pataleando y
peleando. Le quitaron la espada de las manos. En algún lugar, alguien estaba
gritando.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
Las manos y el peso sobre sus hombros la empujaron hacia abajo, abajo. Ella
seguía luchando, pero la abrumadora fuerza era demasiada, no podía seguir
peleando. Una vez vencida, fue forzada a caer sobre sus rodillas.
Un grito de angustia recorrió el corredor y miró aterrada a todos lados, sin ser
plenamente consciente de que quien estaba gritando era ella.
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Capítulo 34
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
—No tuviste que hacerlo —se lamentó ella, soltando un sollozo que se
derramaba desde su alma.
Slane vislumbró la agonía en la cara de Taylor, las lágrimas que resplandecían
como gemas en sus mejillas. Quería desesperadamente tocarla y prometerle que todo
iría bien. Levantó la mano para tocar la de ella, pero Taylor se movió, alejándose del
alcance de Slane. La confianza que ella había depositado en él le estaba siendo
arrebatada de alguna manera; Slane se sentía destrozado.
—Taylor —susurró desesperadamente—. No entiendo. ¿Qué fue lo que hice?
He hecho...
Taylor levantó su mirada para mirarlo fijamente. Decepción y angustia se
reflejaban en esos profundos ojos verdes.
—Me trajiste aquí, sabiendo que tendría que casarme con él. Y ni siquiera me lo
dijiste.
Sabía que ella decía la verdad desde que había empezado a hablar. Slane había
sabido durante todo el tiempo que debía contarle la verdad. Pero, de alguna manera,
no le había parecido tan importante. Al principio sólo quería concluir la misión, pero
luego, a medida que viajaba con ella, creció en él el miedo de que lo dejara y no lo
acompañara al castillo Donovan, arriesgándose a que algún mercenario la
encontrara...
Slane sabía que ella pelearía hasta el final; pensar en su muerte era más
doloroso que decirle la verdad. Así, le había dejado creer que su padre la quería de
vuelta, le había dejado creer que podía unir fuerzas con Richard para vengar la
muerte de Jared.
Había hecho mal. Debió contarle la verdad, debió permitirle tomar sus propias
decisiones. Ahora, ella jamás confiaría en él. Toda su vida había vivido bajo el código
de la verdad, del honor. La única persona que quería que tuviera confianza en él
jamás le creería. Sólo pensarlo lo dejaba estupefacto. Se incorporó tambaleándose.
—Taylor, haré todo lo que esté en mi mano para enmendar este error —dijo.
—No te molestes —respondió Taylor—. Ya has hecho suficiente.
Slane miró fijamente a Taylor durante un largo rato, sin poder encontrar
respuesta. Sin saber qué más decir y completamente desprevenido para el tormento
que causaría el rechazo de Taylor. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y dejó la
habitación en silencio.
Tres guardias que vigilaban la puerta lo miraron con interés cuando salió. Al
darse cuenta de que quien salía de la habitación era Slane y de que se encontraba
terriblemente perturbado, los tres desviaron sus ojos, simulando estar ocupados en
otros asuntos. Slane se esforzó por atravesar el pasillo, concentrándose en cada paso,
mientras sentía que se derrumbaba por dentro. No había considerado las desastrosas
consecuencias de su decepción. ¿Decepción? Sí, admitió para sí mismo. Decepción.
Eso era exactamente. Había decepcionado a Taylor. Le había hecho creer en algo que
no era verdad. Ahora sentía como si el mundo se estuviera partiendo en dos. ¡No le
había mentido!
No. Él no había mentido. De hecho, el padre de Taylor había querido hablar con
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ella y hacer las paces. El viejo quería verla, quería que regresara y lo perdonara,
incluso se la prometió en matrimonio a Richard.
Slane comenzó a bajar por la escalera en espiral, y, de pronto, se detuvo.
Recostó su frente contra la helada pared de piedra. ¿Qué había hecho? Había torcido
la verdad para que encajara con su misión, sin contarle a Taylor la parte más
importante: la parte que le cambiaría la vida para siempre. Sintió un punzante y
creciente dolor en su corazón.
Levantó las manos y las posó a los dos lados de su cabeza. Taylor... Ella le había
otorgado su confianza... Y él la había traicionado.
Golpeó la pared con los puños y rugió. Había traicionado a la única mujer que
significaba más para él que cualquier otra cosa en el mundo. La única mujer por la
cual daría su vida. Le había hecho daño. La había decepcionado.
Levantó la cabeza y un sentimiento de resolución llenó su mente. Era hora de
deshacer todo el mal que había hecho.
Slane golpeó la puerta con fuerza un par de veces. Como nadie contestó, golpeó
nuevamente. Esta vez con más fuerza.
—¡Maldita sea! —aulló una voz al otro lado. Entonces, la puerta se abrió
súbitamente. Richard se encontraba frente a él, desnudo y furioso.
Slane lo empujó para entrar.
—Sigue, hermano —dijo Richard sarcásticamente.
Slane oyó cómo la puerta se cerraba tras él. Cuando entró en la habitación vio a
Ana acostada a un lado de la cama, su desnudo trasero se asomaba en dirección a
Slane.
—¿Quieres una ronda? —preguntó Richard.
—Deshazte de ella —dijo Slane.
Una sonrisa iluminó el rostro de Richard.
—Sin duda alguna estás resuelto a hablar conmigo.
Richard chasqueó los dedos. Ana se levantó de la cama y pasó a su lado
corriendo.
—Pero tendrás que hacerlo frente a esta joven. Quiero que se quede aquí, para
que podamos proseguir nuestra tarea cuando terminemos nuestra charla.
Slane rechinó los dientes con fuerza.
—¿Qué te atormenta, hermano? —preguntó Richard, acomodándose para
sentarse en el borde de la cama, llevándose a Ana con él. Cuando Ana deslizó su
mano por el estómago y hacia la virilidad de Richard, él la alejó de un empujón,
ordenándole—: Sé buena, estás frente a un hombre que, después de todo, está
comprometido.
—Ya no estoy comprometido —dijo Slane.
—¿Qué? —musitó Richard—. ¡Pero ése fue el último deseo de nuestro padre!
Slane le dio la espalda a su hermano y caminó hacia la ventana.
—¿Qué sucedió? ¿Encontró ella algún defecto en vuestra honorable naturaleza?
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Capítulo 35
Slane se sentó en el salón principal durante el resto del día, tratando de pensar
en una manera de ayudar a Taylor. Pero todo lo que se le ocurría tenía la muerte
como final. Pensó en interceder por ella ante al rey. Pero su padre la había prometido
en matrimonio, había firmado y sellado el documento oficial con su propia mano.
Slane no tenía la más mínima posibilidad de ganar esa batalla. Pensó en llevarle a
Taylor un arma para luchar y huir del castillo. Pero la sola idea era absurda.
Hombres inocentes morirían.
La atormentada cara de Taylor continuaba recreándose en su mente. Sus
hombros caídos, sus apesadumbrados ojos verdes. Pasó una mano por su cabello y
hundió los hombros, derrotado. Él había causado ese desastre. ¡Si tan sólo le hubiera
contado la verdad! ¡Si tan sólo le hubiera dado a Taylor la opción de decidir sobre su
vida! Pero no lo había hecho. La había secuestrado, igual que había hecho Richard.
—¿Slane?
Levantó su cabeza y encontró a Elizabeth a su lado.
—Tienes un aspecto horrible —susurró, inclinándose para arrodillarse junto a
Slane. Tocó su brazo.
—¿Hay alguna cosa que pueda hacer para ayudar?
Slane alejó gentilmente su brazo de Elizabeth. Comenzó a sacudir la cabeza, y,
de repente, levantó su mirada hacia ella. ¿Podría ella liberar a Taylor? Se preguntó.
Pero pensó en los guardias que Richard había enviado para vigilar a Taylor. No.
Elizabeth tenía aún menos oportunidades que él de liberarla. Además, no quería que
lo hiciera. No quería estar en deuda con ella.
Slane volvió a sacudir la cabeza.
—No. No hay nada que puedas hacer —afirmó.
Lentamente, Elizabeth se levantó frente a él.
—Muy bien —dijo—. ¿Me acompañarías a cenar?
Slane la miró con ojos incrédulos. ¿Acaso no lo había oído cuando le dijo que no
se casaría con ella?
Elizabeth cambió levemente de postura y observó sus manos entrecruzadas.
—Todavía podemos ser amigos —dijo suavemente.
Se sintió como un imbécil. Elizabeth era una mujer con un corazón increíble.
¿Cómo podía perdonarlo después de todo lo que él le había hecho, después de todo
lo que le había hecho vivir? Se puso de pie y la tomó de las manos.
—Por supuesto que podemos ser amigos. Me encantaría cenar contigo —dijo
mientras sonreía—. Gracias por ser tan comprensiva.
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Slane volvió al salón principal más tarde, por la noche. Se sentó solo frente a la
chimenea. El fuego crepitante no podía calentar su espíritu congelado. La cerveza de
su vaso se derramaba, deslizándose por sus dedos a medida que Slane se inclinaba
en la silla, posando lentamente la cabeza sobre las rodillas.
¿Por qué? ¿Por qué no se lo había contado? ¿Por qué no le había contado lo que
la esperaba cuando llegaran al castillo?
Frustrado, se pasó la mano por el cabello. No le había dicho nada porque estaba
seguro de que la habría perdido. ¿Y ahora?, se preguntó silenciosamente a sí mismo.
Ahora sí que la había perdido.
La desolación lo consumía. Habría dado lo que fuera por poder enmendar esa
situación, por tener a Taylor otra vez a su lado. Sin embargo, parecía que ella hubiera
aceptado su destino. Taylor era una maestra de la supervivencia, él lo sabía. ¿Se
estaría dando cuenta de que sería la esposa de Richard para siempre? ¿Estaba
simplemente sobreviviendo como sólo ella sabía hacerlo? Slane sabía que debía
sentirse agradecido. Muchas, muchas personas prosperarían gracias a la unión entre
Taylor y su hermano. El castillo y las tierras continuarían protegidas. La gente estaría
a salvo.
Pero a él la gente le tenía sin cuidado. Nadie le importaba si no podía tener a
Taylor.
La desesperanza amenazaba con hundirlo en un abismo de desasosiego,
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aunque él intentaba luchar con fuerza contra el torbellino de lamentos que golpeaban
su corazón y su mente. Sabía que había alguna manera de arreglar esa situación.
Sabía que había una respuesta en algún lado. Todo lo que debía hacer era
encontrarla.
Miró el vaso de cerveza y supo que sentado allí, ahogándose en un lamentable
estupor, no iba a encontrar la respuesta que estaba buscando. Se puso en pie,
empujando el vaso a un lado y dio la vuelta.
En ese momento lo vio. Era el resplandor del metal en medio de la oscuridad,
justo al otro lado de la gran puerta doble. Frunció el ceño. ¿Era una armadura?, se
preguntó. No. Él conocía muy bien ese resplandor.
Desenvainó su espada y se dirigió hacia la puerta doble.
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Capítulo 36
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—Él disfruta de encuentros ocasionales con otras mujeres, ¿o no? Y sabe que yo
deseo hacer lo mismo con otros hombres que me parezcan atractivos. El señor
Richard y yo tenemos un... un acuerdo. —Taylor se acercó al guardia, asegurándose
de que su pecho tocara el brazo del hombre—. Además, si usted no se lo cuenta, yo
tampoco lo haré.
Después de echar un rápido vistazo al pasillo, el guardia pasó delante de Taylor
y se dirigió hacia el cuarto.
Entonces Taylor hizo un rápido movimiento con el brazo y lo golpeó en la parte
posterior de la cabeza con el candelabro. Las llamas titilaron cuando el duro metal lo
azotó. El guardia se tambaleó y ella lo golpeó de nuevo. Las velas se balancearon y
finalmente se apagaron. El hombre cayó de rodillas y se derrumbó cuan largo era.
Taylor echó un vistazo a ambos lados del pasillo; las antorchas consumiéndose
contra las paredes revelaban que no había nadie allí. Lo agarró por el brazo y tiró de
él hasta que lo metió en la habitación.
Rápidamente, agarró un atado de ropa y unas botas que había escondido bajo
su cama ese mismo día. Luego, se arrodilló al lado del guardia y examinó su torso
hasta llegar a la cintura, donde encontró su arma envainada. Tomó la espada con
mucho cuidado, se puso en pie y avanzó hacia la puerta y después a lo largo del
pasillo. Llegó a las escaleras de espiral sin que nadie la viera y descendió. La piedra
de los escalones era como hielo bajo sus pies descalzos. La sangre le retumbaba por
las venas con cada latido de su corazón. Pero ella siguió en la oscuridad hasta llegar
al último escalón.
Echó un vistazo a la derecha y luego a la izquierda y, finalmente vio la gran
puerta doble que llevaba al patio interior. Un paso más cerca de la libertad. Allí,
también el pasillo se encontraba vacío. Cada músculo de su cuerpo estaba en tensión.
Era una trampa. ¡Debía de serlo! Era demasiado fácil.
Avanzó cuidadosamente por el pasillo, sus oídos alerta a cualquier sonido, sus
ojos viéndolo absolutamente todo. Se escabulló por la puerta, a la libertad,
arrastrándose hacia la entrada del salón principal y deteniéndose para mirar al
interior, temiendo la posible presencia de sirvientes correteando por allí. Pero todo se
encontraba tan silencioso como el resto del castillo. Sólo veía un par de campesinos
abrazados al lado de la chimenea, buscando calor en medio del sueño.
Cuando estaba a punto de alcanzar la puerta doble que la llevaría al patio
interior, su mano se posó sobre la empuñadura de su espada con firmeza. De
repente, oyó un ruido y se quedó helada. Se recuperó rápidamente y giró con
agilidad, desenvainando la espada. Otra espada chocó con la suya. Pero no fue el
resplandeciente filo lo que la cautivó.
Eran esos ojos. Los ojos más azules que había visto jamás.
Slane estaba frente a ella tocando su espada. Permaneció completamente
anonadada durante un largo rato. No podía hacer absolutamente nada. Sabía que
debía atravesarlo con su arma. Sabía que debía cortar su traicionera cabeza y
separarla de su cuerpo. Pero no podía hacerlo. Sólo podía mirarlo fijamente a sus ojos
azules y recordar sus besos, sus caricias.
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Capítulo 37
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—Esto no tiene nada que ver con el honor, ¿verdad? Dime, Slane, ¿Te acostaste
con ella?
Slane tragó saliva con dificultad. No podía mentirle a su hermano. Pero
tampoco podía contarle la verdad. Sin embargo, su silencio fue más que una
respuesta.
—Eso pensé —susurró Richard.
Slane se sorprendió con la indiferencia que parecía reflejar la respuesta de su
hermano. Cualquier otro hombre estaría furioso al saber que le habían puesto los
cuernos. Pero a Richard no parecía importarle. Ni siquiera un poco.
Richard se encogió de hombros levemente.
—Me imaginé que ella no llegaría a mí siendo aún una virgen. Pero debo decir
que estoy un poco decepcionado de que fuera mi propio hermano...
—Lo que pasó no tuvo nada que ver contigo.
—¿Nada que ver conmigo? —preguntó Richard—. Es mi futura esposa.
—No voy a permitir que te cases con ella —afirmó Slane.
—¿Qué no vas a permitir...? —dijo Richard con mucha calma. Sus ojos negros se
abrieron con incredulidad—. Yo soy señor aquí, hermano. —Gradualmente, su voz
empezó a subir de tono—. ¡Jamás lo olvides! ¡Yo dirijo este castillo! ¡Yo soy el señor!
Tú seguirás cada una de mis órdenes. Cumplirás mis órdenes. Este es mi castillo,
Slane. No el tuyo.
Los ojos de Slane se entrecerraron al chocar con la rabia de su hermano. La
respiración de Richard se calmó y su voz bajó de tono, pero su rostro estaba tan rojo
como una remolacha.
—¿Así me pagas, después de todo lo que he hecho por ti?
Slane no pudo contener más la rabia. El resentimiento acumulado durante
tantos años contra su hermano explotó como una riada, como una estampida. Ya no
podía aguantar más. No podía seguir comportándose como un honorable caballero
que acata todas las órdenes de su señor.
—¿Lo que has hecho por mí? Tú no has hecho nada por mí, ¡salvo convertirme
en tu esclavo!
—Te defendí ante nuestro padre. Te habrían desheredado si no hubiera sido por
mí. Habrías caído en desgracia. ¡Arriesgué mi herencia por ti!
—Ya te he pagado esa deuda con creces. Te he rescatado una docena de veces.
¡Este castillo se mantiene en pie gracias a nrí! Es a mí a quien los aldeanos buscan
cuando necesitan algo. ¡Tú eres el señor, pero únicamente de título!
—Lárgate —musitó Richard—. Lárgate de mi castillo y no te atrevas a mostrar
tu cara aquí de nuevo.
Un frío y oscuro silencio los envolvía mientras se miraban el uno al otro. Slane
se irguió, el pavor lo coronaba como la punta de una enorme ola. ¿Qué había hecho?
—¡Lárgate! —ordenó Richard—. Nunca la volverás a ver. Ella me pertenece.
Por un momento, Slane permaneció mirando los negros ojos de su hermano.
Entonces, dio media vuelta y desapareció por la puerta mientras el grito de Richard
resonaba en sus oídos:
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Capítulo 38
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Debió de quedarse dormida de nuevo, pues cuando abrió los ojos, Ana se
encontraba sentada a su lado, sobre la cama. Llevaba doblada en las manos una
túnica blanca de algodón, que tendió reverentemente al lado de Taylor. Estiró la
prenda y la contempló durante un largo rato.
Taylor observaba los ojos marrones de la chica. Reflejaban tristeza y
desesperación.
—¿Quiere que la ayude? —preguntó Ana, cambiando levemente de postura.
Taylor permaneció callada durante un rato; su mente se negaba a funcionar. Y,
luego, se dio cuenta del significado de la túnica blanca, de su sombrío significado.
Sería su vestimenta final. La ropa en la que ardería. Volvió la mirada hacia la prenda
sobre la cama, un simple pedazo de ropa sin teñir.
En silencio, Ana dio un paso hacia delante y comenzó a desatar las cintas de la
camisa de dormir de Taylor, que permaneció sentada, inmóvil, mientras la muchacha
le quitaba la camisa de dormir y le ponía la túnica blanca, deslizándola a través de su
cabeza. La textura de la tela rozó su piel. Taylor echó un rápido vistazo a la blanca
túnica, sabiendo que pronto perdería su pureza, que pronto se convertiría en negros
jirones en llamas.
Que pronto ardería.
Golpearon suavemente a la puerta y se oyó la voz de un hombre.
—¿Estás lista?
Los ojos de Taylor se dirigieron hacia la ventana abierta. Allí vio que el cielo
estaba cubierto de nubes grises que apenas se pintaban de rosa con el sol naciente.
¿El sol naciente? ¡No podía estar amaneciendo! ¡Aún no!
Desafiando los pensamientos de Taylor, los tambores retumbaban en la
distancia, su golpeteo melódico llenaba el aire, llenaba sus oídos, ahogándolo todo
excepto su oscuro y llamativo ritmo. El pánico se apoderó de ella. Miraba hacia todas
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la fuerza necesaria para dar un paso. Echó un vistazo al guardia y vio la espada
envainada, colgada en su cintura.
«Cógela», dijo una voz dentro de ella. «Tómala y mata al guardia». Sintió que
sus dedos volvían a vivir, sintió que su mano empezaba a moverse. Pero justo en ese
momento, uno de los guardias la empujó hacia la carreta y perdió la oportunidad.
El carretero, un hombre pequeño que llevaba un gorro marrón y unas mallas
del mismo tono, abrió la jaula mientras ella se acercaba, esperándola junto a la
carreta. Taylor se detuvo ante la puerta de la jaula para echar un vistazo al
hombrecillo, que le dedicó una sonrisa superficial y vacía. La joven lo contempló
horrorizada. Su sonrisa sin dientes era casi grotesca y su protuberante panza parecía
obscena en un hombre tan enano. Él le hizo un gesto para indicarle que entrara en la
jaula
Taylor dudó, pero un fuerte empujón de uno de los guardias la introdujo de un
golpe en la pequeña prisión. Cuando la puerta se cerró tras ella, se detuvo un
momento para observar el patio interior. Pudo ver allí cada uno de los rostros sin
emoción que la miraban con ojos de condena. El carretero se sentó, le lanzó una
última mirada a Taylor y dio un latigazo al caballo. La carreta se sacudió
bruscamente hacia delante. La joven tuvo que agarrarse de uno de los barrotes para
no caer.
La carreta en la que la llevaban iba escoltada por cuatro hombres a caballo;
además, desde su sitio en la jaula pudo ver a otro grupo de hombres paseándose,
vigilantes, por las sombras del castillo, mientras la carreta avanzaba, con las manos
sobre las empuñaduras de sus espadas. Taylor quiso reír, pero su garganta estaba
seca. ¿Qué era lo que estaban buscando?, se preguntó sarcásticamente. ¿Serían
ladrones?
La carreta se desplazaba con rapidez a través del patio interior. Taylor había
entrado al castillo Donovan por su propia y tonta voluntad. Ahora, lo dejaba presa y
sentenciada a muerte. Echó un vistazo a la enorme estructura. Los habitantes del
castillo corrían tras la carreta, gritando con euforia, señalándola, incitando a otros a
que siguieran a la multitud; nadie quería perderse la gran hoguera.
De nuevo, la carreta se movió bruscamente y Taylor estuvo muy cerca de caer.
Sin embargo, logró balancearse e incorporarse hasta erguirse.
Cuando llegaron al patio exterior, comenzó a escuchar el tronar del murmullo
de cientos de voces. Cruzaron el umbral del puesto de guardia entre el patio interno
y el externo y, entonces, apareció la gran multitud. Todo parecía indicar que la aldea
entera había sido invitada a presenciar su ejecución.
A medida que se aproximaba la carreta, la muchedumbre fue callándose poco a
poco. Algunas mujeres que se encontraban al lado de sus hijos fruncían el ceño al
verla pasar. Los granjeros y sus hijos la observaban detenidamente. Camareras y
panaderas la miraban con desprecio.
—¡Puta! —gritó una voz que irrumpió en el silencio.
La multitud se balanceaba, moviéndose como un ente gigantesco que crecía por
todos lados. El rechazo hacia ella podía palparse entre la multitud. De repente, algo
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golpeó la carreta y la salpicó con un cálido líquido. Taylor parpadeó y se alejó de los
barrotes para ver de qué se trataba; vio un repollo podrido en el suelo de la jaula.
Miró su túnica de algodón y notó que el agua del repollo la había alcanzado.
—¡Ramera!
Unas voces se unieron a otras y levantaron un coro de insultos y protestas, una
gran voz de reprobación.
La carreta avanzó hacia el centro de la plaza exterior. A medida que recorría el
camino hacia su destino, Taylor se volvía sorda a los gritos del gentío. No oía a la
mujer pelirroja que la insultaba a gritos. No podía oír al carnicero que la amenazaba
con un cuchillo en el aire. No podía oír a los mugrientos niños que se burlaban de
ella. Sólo veía el poste... erguido como una almenara en mitad del patio. El pavor y la
desesperanza se apoderaron de ella.
Otro objeto chocó contra la carreta, salpicando su cara de alguna sustancia, pero
esta vez Taylor apenas lo sintió. No podía apartar la vista del poste. El pánico la
invadía. Iba a morir. Las lágrimas llenaron sus ojos, pero ella intentó detenerlas
parpadeando con determinación. «No le daré a esta plaga el gusto de ver mi miedo»,
se juró a sí misma.
La carreta se detuvo abruptamente, lanzando a Taylor al suelo de heno. Se
levantó con rapidez y observó a los guardias bajarse del caballo y avanzar hacia la
puerta de la jaula. El carretero se bajó de su asiento y, apresuradamente, fue a abrir la
puerta de la jaula.
La multitud se abalanzó sobre Taylor, pero los guardias los detuvieron.
Uno de los guardias introdujo un brazo en la jaula, tomó a Taylor y la sacó de la
carreta. La gente se abalanzó de nuevo y con más ímpetu sobre ella, y durante un
momento Taylor estuvo atrapada en un mar de cuerpos. No podía moverse, no podía
respirar. Todo lo que había a su alrededor eran voces condenándola a gritos. Con
fuertes bramidos, los guardias ordenaron a la gente que retrocediera. Los tambores
seguían retumbando.
El guardia que sujetaba a Taylor del brazo la empujó hacia delante, abriéndose
paso en medio de la multitud y tiró de ella hacia el poste aferrándose fuertemente a
su muñeca. En su camino, Taylor pudo ver a dos campesinos que apilaban ramas
secas alrededor del poste. A su derecha, había un hombre vestido de negro de pies a
cabeza sosteniendo una antorcha. ¿Sería uno de los hombres de Corydon?, se
preguntó su confundida mente. No, Corydon estaba muerto. Ese hombre era el
verdugo. Su verdugo.
El miedo se apoderó de ella cuando posó sus ojos en los de aquel hombre.
¿Estaría sonriendo bajo la capucha negra? Entonces, alguien la empujó por detrás,
impulsándola hacia delante. Los otros tres guardias emergieron de la multitud para
rodearla, formando una impenetrable pared de carne.
El que sostenía a Taylor de la muñeca la llevó hasta el poste. La zarandeó para
que mirara de frente a la multitud, tiró violentamente de sus manos y se las puso
alrededor del poste. Taylor sintió cómo la áspera cuerda le ataba las muñecas tan
fuertemente que se hundía en su piel.
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El gentío la abucheaba.
—¡Quemadla! ¡Quemadla! ¡Quemadla! —cantaban la muchedumbre, sus voces
llenaban el aire.
El guardia terminó de atarle las manos a Taylor y se agachó. Le envolvió los
pies con una segunda cuerda, amarrándola completa y firmemente al poste, y luego
se alejó. Dirigió un gesto afirmativo con la cabeza a una persona que se encontraba a
su lado, dio un paso atrás y, en ese momento, los dos campesinos comenzaron a
apilar más ramas alrededor de los pies de la muchacha.
Taylor observó a los campesinos durante un momento y se sintió extrañamente
distante, como si aquello no fuera con ella. Volvió la cabeza a un lado y... una oscura
y horrible cara llenó su visión. Richard estaba a unos pocos metros. La engreída
mirada de satisfacción en su rostro le daba un aspecto maligno. Taylor se dio cuenta
de que estaba mirando al mismísimo demonio. Apartó su mirada de Richard y
levantó los ojos al cielo para ver el tenue resplandor del sol que empezaba a asomar
en el horizonte.
Los dos campesinos se apartaron rápidamente de la pila de madera. De repente,
el retumbar de los tambores se detuvo, pero el último golpe pareció prolongarse una
eternidad en el aire. Finalmente, un espeluznante silencio se esparció por la plaza.
Se había levantado una suave brisa y Taylor notó, entre brumas, su agradable
caricia. El hombre de la capucha negra avanzó hacia ella y la joven se olvidó de la
brisa y fijó su atención en las brillantes llamas de la antorcha que portaba. Las llamas
parecían botar hacia ella con ganas de comenzar su misión. Instintivamente, intentó
alejarse del fuego mortal, pero las ataduras se lo impidieron. El hombre se detuvo
justo en frente de las ramas secas a los pies de Taylor y se volvió a mirar a Richard.
—Quemadla —ordenó Richard.
El verdugo de la capucha negra tocó las ramas secas con la antorcha. Las ramas
crujieron y crepitaron, convirtiéndose en pequeños escupitajos de fuego que silbaban
a sus pies.
Taylor observó cómo el fuego se esparcía de rama en rama, observó cómo las
hambrientas llamas devoraban la madera y sintió cómo el calor de las brasas
penetraba sus pies. Trató de levantar la mirada para observar a la silenciosa
multitud, pero el hipnótico movimiento de las llamas había cautivado sus ojos. El
fuego continuaba susurrando, condenándola a su destino, confirmándole lo que ella
ya sabía.
No había escapatoria.
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Capítulo 39
Con hambre de carne delicada, las llaman alcanzaban los pies de Taylor; sus
zarcillos se enredaban y tejían chasquidos en el aire. El intenso calor que subía desde
el suelo alcanzaba su rostro, amenazando con asfixiarla. Volvió la cara para alejarla
de las ardientes llamas, pero el calor siguió atacándola. Sintió un grito subir por su
garganta, sintió aullidos de terror comenzar a elevarse hacia la superficie, pero las
intensas olas de calor maltrataban su rostro de tal manera que apenas podía reunir
fuerzas para respirar. El aire caliente le quemaba los pulmones.
Aterrorizada, trató de alejar su cuerpo de las hambrientas llamas, del calor
infernal, pero el fuego la rodeaba, atrapándola en su abrazo mortal.
Entonces, algo que no alcanzó a ver se movió, algo que tenía la forma de una
gran sombra. Entonces, a través de la parte más intensa de la hoguera, a través del
ardiente centro azul profundo, Taylor experimentó una visión. En todo el corazón
del abrasador infierno, Slane se tambaleaba frente a ella, elevado sobre el suelo como
un dios. Taylor recordó su sueño: Slane se arrodillaría y besaría a Elizabeth en los
labios...
De pronto, supo por qué Slane se encontraba elevado sobre el suelo. Estaba
sobre un caballo. Por un instante, la confusión la arrolló y pensó que el calor de las
llamas estaba terminando con su cordura. ¿Qué podría estar haciendo Slane allí? Él
ya se había marchado.
De repente, la magnífica visión alzó su brazo y blandió su espada, cortando las
llamas en dos y empujando los troncos ardientes lejos de los pies de Taylor. ¿Sería un
sueño? Se preguntó. ¿Se estaría muriendo? Entonces, Slane se inclinó detrás de ella e,
inmediatamente, Taylor sintió que sus manos y sus piernas eran liberadas. ¿Qué
hacía él allí?
Uno de los guardias lo atacó y Slane lo cortó en dos de un solo golpe. Se volvió
rápidamente y recogió a Taylor con sus poderosos brazos, acomodándola sobre el
caballo, frente a él. Ella no podía dejar de mirar su rostro. ¡Su glorioso y maravilloso
rostro!
¿Qué hacía Slane allí?
El caballo dio una vuelta y Slane echó una mirada que parecía abarcarlo todo.
Taylor oyó los gritos de la gente y el entrechocar de espadas y le dio la impresión de
que todo aquello estaba ocurriendo muy lejos de ella. Entonces, los extraordinarios
ojos de un hombre la capturaron con su mirada. Después de todo, no podía ser real,
¿o sí? No con ese cabello glorioso que desafiaba las furiosas llamas con su brillo. No
con ese físico poderoso que se atrevía a negarle su presa a las llamas. Sus obstinados
ojos se suavizaron cuando iluminaron a Taylor.
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Capítulo 40
—¡Slane!
Slane escuchó el alarmante grito de Taylor mientras chocaba su espada contra la
de su hermano. Enseguida supo qué quería decirle, contra qué le estaba advirtiendo:
podía sentir el calor de las llamas arañándole la espalda. Esquivó los primeros dos
ataques de Richard, consciente de que no podía cederle terreno a su hermano. No
podía permitir que aquello ocurriera. No podía, y menos en ese momento cuando el
fuego ya alcanzaba su espalda.
Debía tomar la ofensiva, debía hacer que Richard retrocediera. Esa era su única
opción. Pero Richard atacaba de forma implacable, forzándolo a ponerse a la
defensiva.
En unos pocos segundos, Slane se encontró al lado de Taylor. Se arriesgó a
echarle una rápida mirada. A través del humo, alcanzó a verla mirándole la espalda,
con los ojos abiertos de par en par. El calor crecía cada vez más, el aire parecía
volverse más pesado a medida que se calentaba. Podía escuchar cómo las llamas se
alimentaban tras él, chasqueaban, bufaban y crepitaban, mientras devoraban todo lo
que se encontrara en su camino. Rápidamente, Slane apartó la mirada de Taylor y se
volvió para enfrentarse a su hermano, justo a tiempo para... bloquear un ataque
dirigido a su cabeza. Cuando sus espadas se cruzaron, Slane agarró el brazo de
Richard.
—Dámela —gruñó Richard.
—Nunca —replicó Slane y empujó a su hermano hacia atrás.
Richard se tambaleó, pero enseguida se enderezó para esquivar el ataque de
Slane.
Las llamas acorralaban a Slane y a Taylor, se acercaban cada vez más a ellos.
Slane sintió el infierno aproximarse por su espalda y empujarlo hacia delante. Buscó
a Taylor, con la esperanza de que ella aún permaneciera junto a él, y, cuando la vio a
su lado, se sintió aliviado. Richard tomó ventaja de su distracción momentánea y
atacó. Bajó su espada hasta el pecho de Slane, lo rajó rápidamente y volvió a levantar
su arma. Slane cayó y su espada voló hacia arriba, dando vueltas en el aire. Las
llamas bailaban en el reflejo del brillante metal, mientras el arma giraba por encima
del pasillo para, finalmente, desaparecer en el fuego.
Richard dio un paso hacia delante, y miró a Slane desde arriba.
—¡No! —gritó Taylor.
Richard miró fijamente a Taylor antes de alzar su arma para dar la estacada
final.
—Oh, sí —respondió.
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
LAUREL O’DONNELL
Laurel O'Donnell es una autora joven con sólo seis novelas editadas,
todas ellas históricas.
Comenzó su carrera con una nominación de la Asociación de
Escritores Románticos de Norteamérica al premio Golden Heart por Entre
dos tierras (The Angel and The Prince). Desde entonces ha sido nominada
también al premio Holt Medallion y a varios premios Romantic Times
Rewiever’s Choice. El honor de un caballero (A Knight of Honor) ganó el
premio Holt Medallion a la Mejor Novela Romántica Medieval.
EL HONOR DE UN CABALLERO
No importa el precio que tenga que pagar, Slane Donovan mantendrá la promesa que le
hizo a su hermano Richard: traer de vuelta a su prometida lady Taylor Sullivan al castillo
Donovan.
Taylor huyó de su casa la noche después de que su padre quemara a su madre en la
estaca. Desde entonces se ha dedicado a viajar con Jared Mantle, contratado como
mercenario. Ella es una mujer ruda, violenta y una fiera luchadora.
A Slane le cuesta creer que haya sido engañado por una mujer y ella alaba su
arrogancia. Pero después de que Jared es asesinado, Taylor decide viajar con Slane. Su
enemigo Corydon hará cualquier cosa por impedir que llegue al castillo Donovan.
Su viaje se acaba convirtiendo en un constante y salvaje huir, mientras intentan librarse
de Corydon, y llegan a Bristol, consumida por la peste, para encontrar a la prometida de su
hermano. Pero el peligro de que se enamoren es mayor que el de sus enemigos. Slane no
romperá jamás su promesa y Taylor nunca permitirá que ningún hombre controle su vida.
Slane se ve ante la dicotomía de mantener o no su promesa cuando descubre lo que su vil
hermano le tiene preparado.
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LAUREL O’DONNELL EL HONOR DE UN CABALLERO
ISBN: 978-84-8365-114-8
Depósito legal: M-3264-2009
Impreso en España por Unigraf, S.L.
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