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AMERICANO: LAS T R A D I C I O N E S P E R U A N A S DE
RICARDO PALMA
Eva Ma VALERO
Universidad de Alicante
la ciudad adquiera esa especie de «plusvalía literaria» 1 que la transforma en un espacio mítico2.
Las Tradiciones constituyen un corpus narrativo prolifico y consistente, publicado en seis
volúmenes (entre 1872, 1883, y 1911), que, como ha señalado Enrique Pupo-Walker, significan
en la literatura del Perú el nacimiento del cuento como género de profunda raigambre nacional,
en el que por primera vez —anticipándose a la novela— , se mitifica la historia peruana34.
En este sentido, creo conveniente recordar las siguientes palabras de Julio Ramón Ribeyro,
sucesor de Palma en el siglo XX en lo que se refiere a la literatura urbana limeña. En ellas
encontramos la clave para entender la ficcionalización del imaginario popular en las Tradicio
nes:
La literatura sobre las ciudades las dota de una segunda realidad y las convierte
en ciudades míticas.
Que estas representaciones sean fidedignas no tiene mucha importancia. Si lo son,
poseen a parte de su valor estético uno documental [...]. Pero pueden ser también
representaciones equivocadas, tendenciosas o fantasistas. La Habana de Lezama
Lima puede ser delirante, la Praga de Kafka onírica y el Bagdad de Las Mil y una
Noches fabuloso. Pero es gracias a estos autores o libros que dichos espacios dejan
de ser espacios geográficos para convertirse en espacios espirituales, santuarios que
sirven de peregrinación y de referencia a la fantasía universa f .
La obra del tradicionista es un ejemplo emblemático de esa literatura que utiliza la recupe
ración de la tradición popular para crear un discurso que se acomoda en los lindes difusos entre
la historia y la literatura, entre la realidad y la ficción. Ribeyro consideró que la historia y la
memoria de los limeños pervivió gracias a la obra de Ricardo Palma, quien, en las siguientes
palabras, nos da la mejor definición de ese género original que es «la tradición»: El tradicionista
tiene que ser poeta y soñador; el historiador es el hombre del raciocinio y de las prosaicas
realidades.
El sentido de esta originalidad de las Tradiciones se encuentra en la creación del viaje
irrepetible hacia el pasado, a través de una conjunción que nadie antes había cultivado: la
fundación literaria de la historia —preferentemente colonial, pero también incaica y republica
na^— y, como fiel discípulo del costumbrista Manuel Ascencio Segura, la visión criollista,
popular y chispeante, de la literatura limeña. A esta última la enriqueció con la marca inconfun
dible de un estilo, al que la oralidad, unida al recuerdo, imprime su peculiaridad formal. En
cualquiera de las nueve series que componen las Tradiciones peruanas se pueden encontrar
múltiples ejemplos de esta recuperación de la memoria oral y de la lengua coloquial en la
escritura:
¡Cómo! ¡Qué cosa! ¿No conoció usted á las Pantojas? ¡Chimbambolo! ¡Pues hom
bre, si las Pantojas han sido en Lima más conocidas que los agujeros de los oídos!5
1 Julio Ramón Ribeyro, «Gracias, viejo socarrón», en su Antología Personal, México, Fondo de Cultura Econó
mica, 1994, pág. 128.
2 Recordemos la aseveración de Raúl Porras Barrenechea: «La ciudad —ya lo sabéis— la fundaron en colabora
ción don Francisco Pizarro y don Ricardo Palma». En su Pequeña antología de Lima. El río, el puente y la alameda,
Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea, 1965, pág. 9.
3 Enrique Pupo-Walker, «Prólogo», El cuento hispanoamericano, Madrid, Castalia, 1995, pág. 51.
4 Julio Ramón Ribeyro, «Gracias, viejo socarrón», op. cit., págs. 128-129. La cursiva es nuestra.
5 Ricardo Palma, «Sabio como Chavarria», en Tradiciones peruanas, tomo II, Barcelona, Montaner y Simón,
1894, pág. 123.
E l im agin ario popular en un c lá sic o am ericano: las Tradiciones peruanas d e R icardo P alm a 1129
Pero la plasmación del habla popular dista mucho de generar un estilo descuidado en su
escritura. Tal y como Palma recuerda en diversos escritos, la esencia de la «tradición» estaba en
la elaboración formal y no tanto en el fondo de lo narrado, pues en ella se revela el pretendido
espíritu popular de esta literatura:
A mis ojos la tradición no es un trabajo que se hace a la ligera: es una obra de arte.
Tengo una paciencia de benedictino para limar y pulir mi frase. Es la forma más que
el fondo lo que las hace populares (carta a Vicente Barrantes)8.
El fruto de esta hibridez entre el criollismo popular y la predilección por el pasado, que
combina y reformula las características inherentes a las corrientes costumbrista y romántica9,
fue un género fundacional por lo novedoso y original. Diversos críticos han abordado la
dificultosa tarea de definir este nuevo género, del que siempre se destaca la heterogeneidad
literaria y la fusión entre aspectos dispares. Así, por ejemplo, José Miguel Oviedo define la
«tradición» como
En este mismo sentido de hibridez literaria incide la definición de Raúl Porras Barrenechea:
6 Ricardo Palma, «Refranero limeño», en Tradiciones peruanas, tomo IV, op. cit., pág. 329.
7 Ricardo Palma, «La maldición del general Miller», ibidem , pág. 351.
8 Cit. en Jorge Cornejo Polar, «Palma, entre el costumbrismo y la novela», en Estudios de Literatura Peruana,
Lima, Universidad de Lima y Banco Central de Reserva, 1998, pág. 147.
9 Ventura García Calderón acusa la emulación y la superficialidad del romanticismo peruano, al que opone el
«criollismo» y la «tradición» como propuesta literaria original del Perú: «en realidad, ningún otro pueblo menos
romántico que el peruano. [...] El individualismo exasperado de los románticos, característico de la escuela violenta,
debía de parecer una exageración inmotivada a este pueblo tranquilo, donde el robusto personalismo de los primeros
conquistadores se transformaba en pereza; [...] todos estos sentimientos frenéticos eran extranjeros a una raza apacible,
realista, superficial en religión, profundamente sociable. [...] mientras los unos proferían lamentos, los otros simplemen
te reían. [...] Como no existen, en el pequeño medio, crisis violentas, vida intensa, en vez de escribir vastas novelas se
trazan en miniatura artículos de costumbres. [...] Pero lo más nacional, lo más original también de esta vena criolla, es
la «tradición» de Ricardo Palma». Del romanticismo a l modernismo, París, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísti
cas, 1910, págs. VI, XIV y XV.
10 José Miguel Oviedo, Ricardo Palma, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, pág. 32.
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La reelaboración escrita de la tradición oral está en la base de la invención del mito urbano.
Y la imprecisión histórica, uno de los rasgos característicos de la memoria oral, se convierte en
el mejor instrumento para crear una Lima inventada, pero henchida de esa verdad proverbial que
se desprende de la historia popular112. Ahora bien, Palma, a pesar de conferir veracidad a los
hechos que narra, no pretendió en ningún momento hacer historia, tal y como manifiesta
explícitamente en más de un fragmento:
A través de la fusión entre la oralidad, el recuerdo y la fantasía, Palma creó la Lima del
imaginario popular, se negó al ser el «hombre del raciocinio y las prosaicas realidades»,
infundió aliento a la historia, y recorrió en su imaginación tanto «la ciudad silenciosa de la
conquista»15 — monótona, apacible y pueblerina—, como la ciudad en que vivió, entristecida y
pobre tras el embrollado proceso republicano; aldea silenciosa como en la colonia, pero ahora
con tonalidades y matices decadentes. En suma, construyó una Lima poética a través de la
anécdota colorista, y sustituyó la provecta veracidad histórica por el pintoresquismo de la
leyenda popular, que le permitió dotar a la ciudad del embrujo de su alma graciosa y singular.
Luis Alberto Sánchez, en el libro que dedica a la ciudad creada por Palma, acierta en utilizar
en el último capítulo el «Símbolo de Gulliver» para el análisis de esa Lima imaginaria pintada
con sonrisas y excesos: «para la pequeñez del asunto, sus ojos tuvieron exageraciones
macroscópicas. [...] trató de revivir la época, valiéndose de anécdotas y leves aventuras, agigan
tadas por su imaginación»16.
11 Raúl Porras Barrenechea, El sentido tradicional en la literatura peruana, Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea,
1969, págs. 57 y 59.
12 En el siguiente fragmento, Martín Adán dilucida este aspecto fundamental de la Lima imaginaria proyectada
por Palma en las Tradiciones: «Palma hace de la imprecisión su mejor instrumento, su prodigioso tirafondo: con una
fecha, un refrán, una sonrisa y un nombre hace un párrafo henchido de verdad transparente. Detrás de Palma, no está
sino la sombra de la Lima que inventa. La Lima sustancial e indispensable del limeño está entre éste y Palma, la
deseamos, la reparamos y la ganamos. [...] Muchísimo más ha dicho de verdadero la mentira cordial, la euforia cabal,
que la probidad narrativa o descriptiva». De lo barroco en el Perú (1968), en El más hermoso crepúsculo del mundo
(Antología), México, F.C.E., 1992, pág. 366.
13 «La Conga», Tradiciones peruanas, tomo IV, ed. cit., págs. 315 y 318. La cursiva es del autor.
14 «Cada uno manda en su casa», Tradiciones peruanas, tomo II, ed. cit., pág. 74.
15 Luis Alberto Sánchez, Don Ricardo Palma y Lima, Lima, Imprenta Torres Aguirre, 1927, pág. 54.
16 Ibidem, pág. 111.
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Palma rescata las imágenes inveteradas de la ciudad, aúna una visión intrahistórica con su
aguda inventiva, de forma que la ciudad colonial adquiere vida propia en el relato, ya no como
mera imagen poética, o como objeto de análisis de un libro de viajes, sino como escenario y
ambiente y, sobre todo, como ciudad anímica, es decir, como espacio en el que sus moradores
obtienen todo el protagonismo e imprimen a la ciudad sus formas, sus anhelos e ilusiones, su
carácter propio, en definitiva, su idiosincrasia. Surge así en las «tradiciones» la identificación
entre la ciudad y sus habitantes, cuyo sesgo común se unifica en esa característica definitoria de
lo urbano limeño que en esta literatura es el criollismo.
En las Tradiciones, los limeños contemporáneos a Palma, saturados de historia entre real e
inventada, podían adivinar en cada calle de su ciudad una anécdota del tradicionista, de forma
que el hortus clausum virreinal se impregna de historia y de leyenda y se integra decididamente
en la conciencia republicana de mediados de siglo. Y de esa integración surge una revaloriza
ción de lo genuinamente limeño, que se encuentra adherido en su más auténtica expresión a las
clases medias de la sociedad virreinal. Palma, divertido y socarrón, se entusiasma con estos
agudos personajes que hacen alarde de ingenio, e insiste en el realce de lo propio y autóctono,
llevado a la exageración y a la caricatura. Tanto es así, que Porras Barrenechea le ha denomina
do «el más grande forjador de peruanidad»17.
Un buen ejemplo de la utilización de lo popular como medio para la afirmación de la
identidad a través de la literatura podría ser «La tradición de la saya y el manto», más cercana
a la crónica de costumbres que al relato. Aquí, el discurso pretende hacer memoria de esta moda
femenina, remontándose al año 1560 hasta llegar al siglo XIX, para darnos el testimonio directo
de su desaparición. Pero lo más interesante para lo que estoy tratando de plantear es la manera
en que Palma describe dicha moda como una de las características exclusivas que identifican,
diferencian y confieren personalidad propia a la Lima de la Colonia:
17 Raúl Porras Barrenechea, Tres ensayos sobre Ricardo Palma, Lima, Juan Mejía Baca, 1954, pág. 20.
18 Ricardo Palma, Tradiciones peruanas (selección), Madrid, Cátedra, 1994, págs. 625-626.
19 Carlos Villanes Cairo incide en la originalidad de la «tradición», como propuesta literaria inédita y novedosa:
«[La tradición] es una revelación de la historia que no aparece en los textos, es la certificación de un lenguaje castizo,
pero con el ingente valor añadido de cuanto hizo América por la lengua general, es una manera inédita de contar un
acontecimiento, desvelar un misterio o satisfacer una curiosidad, es correr el velo que envuelve secretos de palacio, casa
de gobierno, claustros, alcobas y conventillos, por eso Palma de los cuatrocientos y tantos fragmentos de sus tradiciones
hace un gran coipus que lo convierten en un clásico». «Prólogo» a su edición de Tradiciones peruanas, Madrid,
Cátedra, 1994, pág. 56.
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El pecado original de la Academia es aspirar a ser una autoridad que define lo que
es bueno y lo que es malo, y no una corporación que investigue el lenguaje. Tan
20 Alonso Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, pág. 364.
21 Tal y como ha explicado Alberto Escobar en su artículo «Tensión, lenguaje y estructura. Las Tradiciones
peruanas», «serán dilema para Palma la selección de vocabulario y las limitaciones del purismo. En que no se sometiera
totalmente a la Academia influyeron, sin duda, su espíritu liberal, su fe en un nacionalismo positivo, y su imagen
dinámica, vitalista, del lenguaje. [...]. Los argumentos invocados por Palma merecen ser atendidos. Se remite a dos
fuentes: la consagración de esas voces por el uso popular constante, así como su empleo por los escritores latinoameri
canos; es decir, la fuente oral y la fuente escrita. [...]. Para Palma el lenguaje no podía vivir de espaldas a los
requerimientos de la vida material y cultural de los hablantes, aunque repite que ese liberalismo tiene su control en la
aceptación popular y en el uso literario. Por eso rechazaba el purismo; por estacionario». Patio de letras, Caracas,
Monte Ávila Editores, 1971, págs. 129-130.
22 «Dice usted, señor Palma, en su libro, que soy el más fecundo de los neólogos». Carta de Miguel de Unamuno
a Ricardo Palma en Salamanca, a 29 de octubre de 1903». Miguel de Unamuno, Epistolario americano (1890-1936),
Laureano Robles (ed.), Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1996, pág. 170.
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absurdo me parece que niegue entrada a un vocablo usado en extensa región, como el
que una Academia de Ciencias naturales rechace a un insecto porque no lo conoció
antes23.
Hace años [...] hice constar que la condición requerida, como base para una
intimidad de relaciones, por los americanos, era una franca orientación liberal por
nuestra parte.
Apoyábame en declaraciones recientes de varios escritores de América, entre
ellos Ricardo Palma y Valentín Letelier, quienes, «con la España inculta, estancada
en su progreso y reaccionaria en su política, nada quieren, porque otra cosa será
contradecir los mismos principios de vida de las repúblicas americanas»25.
Esa España reaccionaria, contra la que lucharon Unamuno o Altamira, generó también la
queja de Palma, quien en el siguiente párrafo confirma las ideas que acabamos de escuchar en
palabras de Altamira:
Las fiestas del Centenario colombiano han dado el tristísimo fruto de entibiar
relaciones. Los americanos hicimos todo lo posible, en la esfera de la cordialidad,
porque España, si no se unificaba con nosotros en lenguaje, por lo menos nos conside
rara como a los habitantes de Badajoz o de Teruel, cuyos neologismos hallaron cabida
en el léxico. Ya que los otros vínculos no nos unen, robustezcamos los del lenguaje.. ,26.
23 Ibidem.
24 Carta de Unamuno a Ricardo Palma, en Salamanca, a 18 de abril de 1904. Ibidem, pág. 180.
25 Rafael Altamira, España en América, Valencia, Casa Editorial F. Sempere y Compañía, 1908, pág. 48.
26 Ricardo Palma, Neologismos y americanismos, en Tradiciones peruanas completas, Madrid, Aguilar, 1952,
pág. 1379. Cit. por José Miguel Oviedo, op. cit., pág. 48.
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En este mismo sentido, conviene recordar algún breve fragmento de las manifestaciones de
Palma que don Alonso Zamora Vicente recoge en su Historia de la Real Academia Española:
Sin embargo, aquella ingente labor lexicográfica no cayó en el olvido, y muy pronto vio la
luz en las dos publicaciones que hemos mencionado. Como recuerda Carlos Villanes Cairo, cien
años después, en 1992, la vigésima primera edición del Diccionario de la Lengua Española,
celebratoria del Quinto Centenario-Encuentro de Dos Mundos, incluye gran cantidad de los
vocablos propuestos por Palma, fruto de su apasionada labor lexicográfica28. Una dedicación
que no es sino otra de las manifestaciones del talante que alentó su actitud como intelectual
latinoamericano: la necesidad de afirmar y formular una identidad nacional.
Las Tradiciones peruanas, situadas en el origen de la narrativa breve en Hispanoamérica,
convierten a Palma en un clásico. Y el afán de distinción y exclusividad que se desprende tanto
de la fijación de la tradición vernácula como del género literario que le da vida —la tradición—,
se vio refrendado por la labor desarrollada como lexicógrafo29. Con la recuperación de varios
centenares de voces americanas, y la mitificación del imaginario popular limeño en las Tradi
ciones, Palma consiguió dar voz —valga la redundancia— a la conciencia nacional peruana en
la menuda o gran historia de su leyenda interior.
27 Ricardo Palma, carta a Víctor Balaguer (Lima, octubre, 2, 1895). En Alonso Zamora Vicente, op. cit., pág. 364.
28 Carlos Villanes Cairo, «Introducción» a Tradiciones peruanas, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 28.
29 Sobre la unión indisoluble entre la labor lexicográfica y literaria desarrollada por Palma, Alberto Escobar
comenta: «el tema de la lengua, en tanto problema cultural, entrañó en el pensamiento de Palma antes que como
especulación como experiencia creadora. Pero ambos planos se corresponden: su visión de la lengua aparece en las
Tradiciones con plenitud y transparencia inhallables en sus pocas líneas teóricas o en las listas de los opúsculos citados;
y, a su turno, la unicidad artística de las Tradiciones demanda ser vinculada con aquellla imagen de la lengua que
preside sus páginas. Por ende, si estudiamos el estilo de las Tradiciones no hay modo de soslayar esa otra línea del
quehacer paimista, dispersa, pero significante en su mundo novelesco. Al rechazar la intransigencia purista y aceptar los
límites que imponen el uso popular y el literario, Palma asume dos actitudes que tienen realidad material en su prosa».
«Tensión, lenguaje y estructura. Las Tradiciones peruanas», en op. cit., pág. 131.