Manuel Fraijé
A vueltas
con la religién
EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra)
198,1
Racionalidad de las convicciones
religiosas
1. Entre Atenas y Jerusalén
Los dos términos de esta colaboracién ~«racionalidad» y
sconviccién religiosa»— llegan hasta nosotros con cierto aire
de cansancio, En su largo caminar han conocido momentos
de exaltacién y dias de horas bajas. En general tuvieron que
celebrar sus triunfos por separado: con frecuencia, el presti-
gio de la raz6n origin6 un declive de la conviccién religiosa,
A su ver, las épocas de exaltacién religiosa mermaron la vie
gencia de lo racional, Pero también hubo largas épocas de
convivencia pacifica. No siempre predominé la conflictivi-
dad,
De suyo, pocas causas nobles habrin tenido tantos de-
fensores como ésta, Tedlogos y filésofos de todos los tiem-
pos intentaron hermanar religién y filosofia. Kant nos dejé
dicho que «una religién que, de forma irreflexiva, declare la
guerra ala razén no pode, a la larga, salir victoriosa». Y son
de sobra conocidos los esfuerzos de Hegel por derribar «el
muro divisorio» que se interpone entre la religin y la raz6n.
Hegel esboz6 todo un proyecto de reconciliacién. Su filoso-
fia de la religién pretendia climinar la «gricta» que separa re-
ligién y filosofia. El pensamiento ~concluye Hegel- debe to-
mat en serio la religi6n; y la religiOn tiene que atreverse a
apensat. Séanos permitido dejar ya aqui constancia de nuestra
simpatia por esta tesis hegeliana,
Otro gran pensador, Miguel de Unamuno, siempre tenso
entre Atenas y Jerusalén, nos legé su particular veredicto:
‘Filosofia y religidn son enemigas entre sy, por ser ene
25, se necesitan una a otra. Ni hay religién sin alguna base fi-
los6fica ni filosofia sin rafces religiosas; cada una vive de su con-
‘aria. La historia de la filosofta es, en rigos, una historia de la
religi6n> *
Unamuno conocié el desasosiego de las fidelidades con-
trapuerts. Anbelaba la doble eiudadanta, pero lo suyo fue
un jadeante ir y venir reclamando siempre en Jerusalén lo
que no encontraba en Atenas, El paso del tiempo no ha des-
dibujado el cardcter ejemplar de su particular «agonfa>,
Sin 4nimo de acumular testimonios, afiadamos que tam-
bién Feuerbach afirmé: «La religién sin ningsin tipo de filo-
sofia es idolatria», Y de todos es conocida la irénica afirma-
cin de Voltaire: sélo tenemos una pequefia luz para
orientarnos, la raz6n. Viene el tedlogo, dice que alumbra
poco, y la apaga,
Afirmaba Lachelier que «la filosofia debe comprenderlo
todo, hasta la religién». Probablemente, esta frase es también
valida a la inversa: la religién debe comprenderlo todo, has-
ta la filosofia, En realidad estamos ante dos senderos por los.
que el hombre de todos los tiempos intenté aleanzar un cua-
dro inteligible del mundo. Tanto la religién como la filosofia,
echaron sobre sus frégiles hombros la ardua tarea de pro-
yectar luz y sentido sobre un mundo que, en palabras de B.
Russell, parece haber sido ideado por un demonio.
A partir de la Iustracion, este dificil maridaje entre reli-
gin y filosoffa ha cuajado en una nueva disciplina: la filoso-
fia de la religin. El atrevimiento no deja de ser notable y su
+ M, de Unamuno, Del sentimiento trigicn de ls vids, Espasa-Calpe,
Madrid "1967, 91, = :
n
éxito es ain incierto. En nuestros dias, la responsabilidad de
esta nueva disciplina es enorme. En efecto: la filosoffa con-
vencional ha hecho dejacién de funciones en lo referente al
tema religioso. Deberd ser, pues, la filosofia de la religién
quien asuma esta delicada herencia,
Pero retrocedamos en el tiempo. Fue Tertuliano quien se
pregunt6 qué tenfa que ver Atenas con Jerusalén o, lo que es
igual, la raz6n con la religién. Su opcién fue clara: rechaz6 la
«Academia» y se refugié en la «iglesia». Platén pasé a ser
para él «padre de todas las herejfas». Tervuliano abrié asf un
gran abismo entre religién cristiana y filosofia. Aunque la
frase «credo quia absurdum est» no so encuentra literalmen-
te en sus escritos, responde con bastante exactitud a su con-
cepcién de la fe,
El mismo Justino el marti, que vio en la filosoffa una pla~
taforma apta para defender la religi6n cristiana, consideraba
que el verdadero filésofo es el que da su vida por la verdad.
Algo ~pensaba- que sdlo hacen los cristianos.
‘Hubo descalificaciones més enérgicas. Para Pedro Da-
miano, la raz6n era un invento del diablo. La tnica finalidad
de la filosoffa es convertirse en sierva, ancilla, de la teologia.
Y son tristemente conocidas las invectivas de Lutero con
tra la raz6n, La llama «bestia», «fuente de todo mal> y
«prostituta ciega del demonio». El reformador no se cansard
de repetir que el evangelio se opone a la raz6n, Eso sf: cuan-
do en Worms vio su causa en peligro, no apelé sélo al evan-
gelio, sino también ala ratio evidens. Con todo, es innegable
que Lutero propuso y vivié una concepcidn heroica de la fe,
a la que despojé del humilde sustrato racional que la tradi-
cién.ala que él pertonecfa le habia otorgado. La teologta pro-
testante nacerd con un enemigo declarado: Aristételes.
Latero relegé asf al olvido los grandes esfuerzos de re-
conciliacién entre fe y razén que le precedieron. Es sabido
que la férmula de Agustin ~«ergo intellige ut credas, crede ut
intelligas» = esfuérzate por entender, a fin de que creas; cree,
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