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Si tomamos en cuenta los dramáticos sucesos que últimamente se han dado en la

política de Guatemala, resulta idóneo que un actor, Jimmy Morales, lograra


cómodamente la victoria frente a la ex primera dama Sandra Torres en la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales que se llevó a cabo la semana pasada.

La elección de Morales se dio tras seis meses de levantamiento político, el cual


inició con el descubrimiento de una red dedicada a la defraudación aduanera que
operaba en los niveles más altos del Gobierno. En respuesta, cientos de miles de
ciudadanos indignados se valieron de las redes sociales y tomaron las calles en un
arrollador despliegue de unidad popular que culminó con la renuncia del entonces
presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, y la de su ahora ex vicepresidenta,
Roxana Baldetti, quienes enfrentan cargos de corrupción y cohecho.

Los guatemaltecos posteriormente rechazaron a un candidato presidencial corrupto


de la clase política, determinando así una segunda vuelta entre Morales y Torres
para el 25 de octubre.

Resulta fácil ver esto como una victoria para la democracia; los diplomáticos
estadounidenses, ansiosos por la estabilidad de la región, quieren creer esto más
que nadie. No obstante, hemos visto esta historia antes: Tal y como lo muestran los
recientes acontecimientos en el Oriente Medio, los repentinos brotes de democracia
pueden desvanecerse rápidamente. Las protestas y las elecciones no son
suficientes. El arduo trabajo de construir la democracia inicia una vez que las aguas
han vuelto a su cauce. Y no está muy claro si Guatemala está lista o no para llevar
a cabo esta tarea.

No es que los políticos deslumbrantemente corruptos del país hayan cambiado de


la noche a la mañana. En un viaje reciente a Guatemala, tuve la oportunidad de
entrevistar al expresidente Pérez Molina en la cárcel. “En realidad, nada ha
cambiado en el país, excepto que yo estoy aquí en lugar de estar en la Presidencia”
dijo, calificándose a sí mismo y a sus deshonrados colegas como “chivos
expiatorios”.

Uno no tiene que identificarse con este hombre para saber que él está en lo correcto.
El Estado de Derecho hasta el momento rige en su caso, pero la administración de
la justicia en Guatemala aún depende mucho de una comisión que Naciones Unidas
estableció para erradicar la corrupción y del compromiso de unos cuantos
magistrados y jueces con valores éticos.

Culpable o no, hasta ahora Pérez Molina en verdad está pagando los platos rotos
del sistema. El Congreso le quitó la inmunidad, desviando así la atención de su
propia corrupción, ya que en las elecciones de la semana pasada, la mitad de sus
diputados fueron reelectos y los mismos tres partidos con participación en el Poder
Legislativo obtuvieron la mayoría de las curules. Mientras tanto, el Congreso está
debatiendo el mínimo indispensable en lo que respecta a reformas políticas, y si los
esfuerzos anteriores son algún indicador, lo más probable es que sus miembros se
cerciorarán de que todo cuanto sea aprobado protegerá su propia inmunidad, así
como también sus intereses económicos y políticos.

Morales ha prometido perseguir la corrupción, pero él no puede sanear la política


guatemalteca sin la ayuda del Congreso. Y es muy difícil que esta se vaya a dar:
Solamente 11 de los 158 miembros del recién electo Congreso pertenecen a su
partido, Frente de Convergencia Nacional.

Además, existen problemas con el FCN en sí. Este partido fue fundado por oficiales
militares de derecha que tienen vínculos con las mismas redes del crimen
organizado que han tomado la política guatemalteca y cuyos miembros principales
están implicados en brutales crímenes de guerra cometidos durante la guerra civil
de 36 años en el país. De hecho, uno de esos veteranos ha sido elegido diputado
del nuevo Congreso como miembro del partido de Morales.

Se rumorea que los asesores de campaña, sospechosos de tener vínculos directos


con la violencia política de la posguerra y con el crimen organizado, tienen
posibilidades de ocupar altos puestos en el gobierno de Morales. Tal y como me lo
expresó el fundador del partido, general José Luis Quilo Ayuso, los veteranos del
Ejército están cobrando una cuota de poder en la próxima administración, en
puestos que “son motivo de preocupación para nosotros”.

Al mismo tiempo, poderosos sectores empresariales que históricamente han


manipulado la palestra política como si fuera su feudo personal acechan detrás del
fresco rostro político de Morales. Sus representantes hablan con locuacidad sobre
los valores conservadores que comparten y la cercana relación de trabajo que ya
han establecido con Morales. Un prominente hombre de negocios me dijo que
elogian a Morales porque aprende con rapidez y es de mente abierta, y que ven su
inexperiencia como un elemento valioso.

Ante este escenario, la carga de construir una democracia incumbe a los


ciudadanos guatemaltecos que se movilizaron durante los últimos seis meses con
el fin de derrocar el statu quo. Sin embargo, el frente unido que los hizo tan eficaces
ha sido despedazado por un proceso electoral causante de divisiones y la salida de
aliados de la comunidad empresarial que abandonaron la política callejera por los
conocidos corredores del poder político. Después de las elecciones, uno de los más
antiguos activistas me dijo: “Es algo irónico: Aquí siempre luchamos y siempre
perdemos”.

El miedo, que había estado ausente en las protestas de los últimos seis meses, está
regresando sigilosamente. Los activistas saben que evitaron la represión,
principalmente porque sus protestas se mantuvieron pacíficas, y temen que un
regreso a la política de siempre por parte de Morales podría incitar a la frustración
popular y que se torne en actos violentos, dándole al Gobierno una excusa para
silenciarlos. El general Quilo advirtió lo mismo, diciendo que los manifestantes
podían protestar libremente, siempre y cuando se comportaran y se abstuvieran, en
sus propias palabras, de “manchar paredes o dañar carros”.

No hay mal desenlace que sea inevitable cuando se trata de la historia de una
primavera democrática. La trayectoria de la democracia es confusa y poco directa.
No obstante, la posibilidad de giros equivocados, como el que parece estar tomando
Guatemala, puede evitarse siempre y cuando los demócratas guatemaltecos y sus
socios internacionales se mantengan vigilantes, sensatos y comprometidos. Tal y
como me lo dijo Nineth Montenegro, la diputada que estuvo en el centro de la lucha
por la reforma: “Nosotros no hemos hecho todo este trabajo para rendirnos ahora”.

(Anita Isaacs es profesora de Ciencias Políticas en Haverford College y autora del


libro que está por salir, “From Victims to Citizens: The Politics of Transitional Justice
in Postwar Guatemala” (De víctimas a ciudadanos: La política de la justicia
transicional en la posguerra en Guatemala).

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