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MES DE SEPTIEMBRE

LEMA:“EN CRISTO ENCONTRARÁS EL VERDADERO SENTIDO DE TU VIDA”


Hay momentos en la vida en que uno entra en crisis, está desganado, no le gusta nada, se siente
mal. Crisis físicas, morales, familiares, espirituales...la lista puede ser interminable. La sociedad
está sobrecargada de exigencias en todos los niveles, son un cúmulo de agobios difíciles de
aguantar y soportar.
Nuestra vida está llena de momentos de duda y de no saber qué camino tomar. Porque existen
caminos en la vida de las personas que nos llevan necesariamente a un fin. Caminos fáciles o
difíciles y se tiene la costumbre de “probar un poco de todo”.
¿Cómo salir de una crisis? Ante toda situación, algo hay que hacer, no debemos quedar
estancados en ella, lamentándonos o enfureciéndonos. Pueden ayudarnos quienes nos rodean
pero la mayor parte debe ponerla cada uno.
Estar en crisis es como haber caído en un pozo, y es más profundo cuanto más honda es la
crisis. Sólo vemos las paredes negras y el fondo, pero no se nos ocurre mirar hacia arriba, donde
está la luz y el cielo azul.
Y en esa luz y en ese cielo azul está Dios. Dios que es Padre, Dios que es amigo, Dios que tiene
siempre una mano disponible para tenderla al que está en la mala. Cristo es único camino en la
vida y da sentido a tú vida. L a vida se llena de sentido cuando asumimos responsabilidades y
trabajamos con alegría, procurando hora a hora construir un mundo más humano, según el
proyecto de Dios. Todo tiene sentido cuando vivimos el día de hoy con tal entusiasmo, confiando
que la jornada de mañana será espléndida.
Dios quiere que nos realicemos; nos ha creado para el éxito, no para el fracaso. Si le permitimos
el caminará con nosotros y todo será más fácil.
Qué importantes somos a los ojos de Dios, si nos dejamos llevar y dirigir como niños por su
mano, Él nos guiará y cuidará siempre, en todo momento.
A veces nos cuesta ver al Señor en medio de nosotros y sobre todo en los momentos en que el
dolor y la cruz oscurecen nuestra mirada y nos invaden la angustia y el miedo. Pero Él llega para
ayudarnos, para hacernos descubrir en toda la vida y en nuestras cruces la misericordia de Dios,
sin desanimarnos y manteniéndonos firmes a pesar de los obstáculos. El proyecto de Dios para
cada uno de nosotros sigue en pie en medio de los problemas y las crisis, sólo debemos confiar y
continuar caminando.
Día a día constatamos que el tiempo no está en nuestras manos, que no somos dueños de
nuestra vida, somos administradores de Dios, quien depositó en nosotros, con gran confianza,
este gran tesoro que es la vida. Y si verdaderamente nos inunda el gozo de haberlo descubierto,
no dudemos en vivirlo y en mostrarlo al mundo, en cada uno de nuestros gestos.
Los jóvenes son los principales protagonistas de este nuevo milenio, pero también las principales
víctimas y cuántos de ellos no encuentran sentido en su vida. Muchos adultos criticamos su
accionar; hoy como nunca debemos acompañar y reflexionar junto con ellos en su búsqueda de
construir el propio proyecto de vida.
Tienen muchos valores para ofrecer al mundo de hoy: la espontaneidad que les permite
expresarse cómo son y cómo se sienten; la amistad los hace querer y dejarse querer por los
demás; el espíritu de lucha los ayuda a comprometerse con sus deseos; la audacia los hace
capaces de asumir tareas sin temor a las dificultades y al desánimo frente a lo que aparece como
imposible de cambiar. Pero no todos viven esos valores, sólo es cuestión que se les haga
conocer para que los sepan ver.
Y esa tarea nos toca muy de cerca a nosotros y a la Iglesia misma, de motivar e involucrar a los
jóvenes y hacerles conocer a Jesús vivo que responde a todas sus inquietudes para que sus
vidas tengan sentido y esperanza.
Encontrarse con el Señor no es difícil. Buscarlo es una manera de empezar a encontrarlo. Los
jóvenes son sal y luz de la tierra, el fermento de la masa, el futuro de la sociedad. ¡Felices los
jóvenes que encontraron en Jesús el sentido de su vida! Pues esto les ayudará a superar las
dificultades exteriores y los sufrimientos interiores.
“No hay amor más grande que ofrecer la vida por los que se ama”. (Jn 15, 13) Y Dios nos AMA,
¿Lo crees?
MES DE OCTUBRE

LEMA : “MARIA, NOS ENTREGA AL SEÑOR DE LA VIDA”

“Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho” (Lc.1,38). Como perfecta
hija del Padre, María se entrega incondicionalmente a su voluntad y la hace propia.
El consentimiento de María es un profundo acto de fe y sabe que no se entrega a la voluntad
fría e impersonal de un Dios que a la distancia le dicta órdenes. Se adhiere a las disposiciones
del Dios que la ama personalmente.
Su aceptación le cambió el rumbo al mundo entero, ese SI fue la respuesta de la vida, para
que el autor de la Vida se haga carne y ponga su morada en nosotros.
María es la elegida por Dios para recibir a su propio Hijo en un acto de fe perfecta. Recibió
sin reservas a la Palabra única y eterna del Padre.
El Salvador ha sido deseado y acogido por una madre, por una jovencita que acepta libre y
conscientemente ser la servidora del Señor, y llega a ser la Madre de Dios. Ella daría a Jesús su
sangre, sus rasgos hereditarios, su carácter, su primera educación y tenía que crecer a la sombra
del Todopoderoso.
Dios no necesitaba una servidora para dar a su Hijo un cuerpo humano, sino que le buscaba
una madre y, para que María lo fuera de verdad, era necesario que Dios la hubiera mirado con
amor antes que a cualquier otra criatura. Por eso le dijo: “Lena de Gracia”.
Jesús, al nacer del Padre y de María es la Alianza entre Dios y la familia humana, y en eso
se arraiga la fe de la Iglesia: “Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre”.
María ocupa un lugar único en la obra de nuestra salvación. Es la maravilla única que Dios
quiso realizar en los comienzos de una humanidad reformada a su semejanza.
María es aquella que dio lugar a la Palabra de Dios en su vida, que la dejó resonar dentro de
sí desde la primera palabra del ángel en la Anunciación, hasta las últimas palabras de Jesús en
lo alto de la cruz. Demostró su adhesión a Dios y dejó que se manifestase en ella el Reino de
Dios.
El SI de María no significó ausencia de sufrimientos; por el contrario, no se le ahorró el dolor,
lo mismo que a su Hijo. El dolor propio de los que viven en el mundo. Y en ella también
aprendemos a vivir la aceptación en los momentos de la vida, sobre todo en los más difíciles. Ella
se ha convertido en la Madre del dolor. Dolor de una mujer que confía en las promesas, dolor que
se convierte en “esperanza cristiana”. Un dolor que es necesario para la alegría de la salvación.
Posiblemente es ahí donde María comprendió el por qué de todas las cosas que su amado Hijo
pasó, para salvarnos y redimirnos con el Padre y , sintió alivio; pero también dio gracias por la
nueva vida que los cristianos estaban por comenzar.
María no es figura del pasado, su SI en la Anunciación, ratificado en el Calvario, nos
engendró a la nueva vida de Cristo. Ella intercede ante el Padre para que Cristo crezca en
nosotros y su Reino se consolide en la tierra. Su súplica es poderosa porque Dios no desatiende
a la Madre de su Verbo Encarnado. María es la “omnipotencia suplicante”.
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Pero la misión Maternal de María hacia
los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más
bien muestra su eficacia.
María manifiesta el designio de amor que marca toda su existencia. Dios la amó por sí
mismo, la amó por nosotros, se la dio a sí mismo y nos la dio a nosotros (Jn 19,27).
Para nosotros, los jujeños, María es la Madre que peregrina junto a su pueblo, es la
mediadora, mujer de la contemplación y la oración, que quiso quedarse en nuestros corazones.
Dios creó a la mujer con un valor único e inmenso, el de ser MADRE, con todos sus
carismas: ternura, sacrificio, dolor, entrega...
¡ Qué Dios bendiga a todas las Madres!

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