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para dirigirnos a la cuestión de por qué los seres humanos, a pesar de tener
conciencia de que la literatura es ilusión, parecen necesitar de las ficciones.
Ideas como esta fueron articuladas en un principio por Sir Francis Bacon,
quien arguye que las ficciones “entregan una sombra de satisfacción a la mente…
en los puntos donde la naturaleza de las cosas lo niega.” [7] Esto no es
exactamente la misma manera que la forma de construir mundos de Goodman,
pero muestra como podemos acceder a lo inaccesible inventando posibilidades.
Es una visión que ha sobrevivido a través del tiempo. De hecho, cuatrocientos
años después, Marshall McLuhan describe “el arte de la ficción” como una
extensión de la humanidad. [8]
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productos resultantes de ello. Lo que aparece evidente incluso para una
observación superficial. De hecho, en epistemología encontramos a las ficciones
como presuposiciones. En ciencia ellas son hipótesis: las ficciones proveen los
fundamentos para imágenes de mundo (world-pictures). Incluso, los supuestos
que guían nuestras acciones son, a su vez, ficciones. En cada uno de estos casos,
la ficción tiene una tarea diferente que realizar: con las propuestas
epistemológicas es una premisa; con las hipótesis es una prueba (test); con las
imágenes de mundo es un dogma, cuya naturaleza ficcional debe permanecer
oculta si las bases no han de ser perjudicadas; y con nuestras acciones es
anticipación. Considerando que las ficciones poseen aplicaciones tan variadas,
podríamos preguntarnos perfectamente qué es lo que parecen ser, qué logran y
qué revelan en literatura, y para este propósito es apropiado, entonces, volvernos
a un ejemplo desde el cual podremos extrapolar otras ideas.
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puntualmente pertinente, ya que, en su fase más elaborada, tematiza al proceso de
ficcionalización en sí mismo.
De todas maneras, los protagonistas narran sus aventuras a las princesas, de las
que están enamorados, porque debían duplicarse a sí mismos para cruzar la
frontera hacia el territorio prohibido. Cuando cuentan sobre sus hechos a las hijas
de Basilio, la queste épica es inesperadamente restituida, porque a través de sus
disfraces, los príncipes deben usar sus cuentos para lograr que su ser verdadero
se haga íntimo con las princesas, sin tener que quitarse las máscaras. Por lo que,
el motivo de su queste no es reproducir lo que han conseguido en el mundo, sino
que insuflar sus aventuras con un significado que es inherente a ellas. Este
significado no consiste en la demostración de su virtud y coraje, el rescate del
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oprimido, la deposición de tiranos o el castigo de la envidia y la venganza; sino
que es, más bien, el deseo de impresionar a las princesas con la sugestión de que
el amazonas y el pastor son, de hecho, los héroes de estas aventuras.
Esta estructura del doble significado se asemeja a la de los sueños. Paul Ricoeur
apunta: “Puestas todas las preguntas de escuela de lado, los sueños atestiguan que
constantemente significamos algo otro de lo que decimos; en los sueños, el
significado manifiesto se refiere infinitamente a significados ocultos; esto es lo
que hace de cada soñador un poeta.” [18] En vista de tal correlación, resulta
mucho más revelador que, en Arcadia misma, el sueño y el doble significado
sean considerados fenómenos intercambiables. En un momento crítico del
desarrollo de la historia nos enteramos que “Pamela mantenía su acostumbrada
majestad, estando ausente donde estaba, y presente donde no estaba. Entonces, al
terminar la cena, tras algunos discursos ambiguos, que podían, por miedo a
equivocarse, ser interpretados en dos sentidos o conjuntamente extrañados de la
mente del hablante (hablando, como en un sueño, no lo que pensaban, sino lo que
debería pensarse pensar)” (A 624-25). El doble significado y la estructura de los
sueños son explícitamente equivalentes.
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extensión hacia la cual la ficcionalidad literaria modifica el patrón idéntico que
parece subyacer a ambos. El doble significado en literatura no es ni la repetición
de la dualidad en los sueños, ni una representación de lo anterior, a pesar del
hecho de que las descripciones contemporáneas del Romance Pastoril se remitan
constantemente a la analogía con el sueño. [19] Las diferencias se volverán
aparentes si consideramos nuevamente los disfraces en la Arcadia de Sidney.
Los disfraces atraen algo que también juega un rol en los sueños, pero es
generalmente dejado al margen de la teoría de los sueños: esto es, las formas del
disfraz en las que los pensamientos del sueño son envueltos. La división de
Sidney de los protagonistas en personaje y máscara se asemeja al sueño, tanto
como que el disfraz sirve para ocultar a los príncipes consiguiéndoles acceso a un
mundo prohibido. El engaño es necesario, en cada caso, para permitir el cruce de
fronteras. Pero, una vez los príncipes han entrado al reino prohibido, ellos
también desean ser percibidos como lo que son (porque ellos desean conseguir el
amor de las princesas). Esta inevitabilidad los lleva a jugar con su propia
mascarada, y aquel juego libre con la propia duplicidad comienza a configurarse
tal como en los sueños.
Esto ya nos entrega una primera mirada de lo que puede lograrse, a través de la
estructura de doble significado operativa en la ficcionalización, y también de lo
que la separa de la del sueño. Estar presente para uno mismo, y todavía verse a
uno como si uno fuera un otro, es una condición de “éxtasis”, en la cual, con
bastante literalidad, uno está aparte de uno mismo. Uno sale del encierro de uno
mismo y, así, se da la posibilidad de tenerse a uno mismo. Respecto a esto, la
ficcionalización literaria aventaja la analogía del sueño, cuya estructura
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comparte. Paul Ricoeur, quien todavía tiende a sostener juntos al sueño y a la
poesía, llama la atención especialmente sobre esta develación velada: “Para
sobrellevar lo que permanece abstracto en la oposición entre regresión y
progresión [esto es, en el sueño], se requeriría un estudio de estas relaciones
concretas, cambios de énfasis y la inversión de los roles entre las funciones de
disfraz y revelación.” [22]
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pertinente aquí para asistir una disposición como esta: “Nuestro auto-
entendiemiento racional puede formalizarse, a través de la idea de lo humano
como un ser generalmente inseparable de un rol social, pero no definido por un
rol particular. El actor-del-rol o portador de la figura social no puede identificarse
con esa figura, pero no puede concebirse separado de ella sin que este pierda su
humanidad… Solo a través del otro de uno mismo uno tiene uno mismo. Con
esta estructura del doppelgänger, que vincula al portador del rol y a la figura del
rol, nosotros creemos que hemos encontrado una constante… La estructura del
doppelgänger… hace posible todo auto-entendimiento, pero de ningún modo
deben colocarse una mitad contra la otra en el sentido de que es mejor por
naturaleza.” [23]
IV
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Como hemos visto, la estructura del doble significado vincula la
ficcionalidad literaria al sueño. Sin embargo, la primera no es por ningún motivo
una representación y menos una repetición de lo último. De hecho, aunque el
soñador este consciente de qué él está durmiendo, todavía permanece en los
confines de su sueño. En cambio, la ficcionalización en literatura conlleva a la
condición de “éxtasis”, que permite a uno ser simultáneamente uno mismo y
aparte de uno mismo. Hans-Georg Gadamer considera que este es uno de los
mayores logros de la humanidad, lo que lo hace tomar una posición crítica contra
Platón: “Incluso Platón, en su Fedro, comete el error de juzgar el éxtasis de estar
fuera de uno mismo, desde el punto de vista del pensamiento racional y de verlo
como una mera negación del ser dentro de uno mismo, como una forma de
locura. De hecho, ser fuera de uno mismo es la posibilidad positiva de ser
completo con algo más.” [26]
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que hacemos de nosotros a través de la ficción, aun cuando la ficcionalidad
funcione como una extensión del ser humano y así de la impresión de que es en
sí misma un marco de referencia tal.
Mirar con impotencia el patio y no saber qué hacer; oír el terco sonido de las
propias tripas en el momento de la emoción amorosa; traicionar y no ser capaz de
detenerse en el hermoso camino de la traición; levantar el puño entre el gentío de
la Gran Marcha; hacer exhibición de ingenio ante los micrófonos secretos de la
policía; todas estas situaciones las he conocido y las he vivido yo mismo, sin
embargo de ninguna de ellas surgió un personaje como el que soy yo, con mi
curriculum vitae. Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que
no se realizaron. Por eso les quiero por igual a todos y todos me producen el
mismo pánico: cada uno de ellos ha atravesado una frontera por cuyas
proximidades no hice más que pasar. Es precisamente esa frontera (la frontera
tras la cual termina mi yo), la que me atrae. Es más allá de ella, donde empieza el
secreto por el que se interroga la novela. Una novela no es una confesión del
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autor, sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa
en que se ha convertido el mundo. [30]
Las posibilidades de las que habla Kundera yacen más allá de lo que es,
aunque no podrían existir sin lo que es. Esta dualidad es evidenciada a través de
la escritura, que es motivada por el deseo de sobreponer la realidad que rodea al
novelista. Por lo tanto, él no escribe sobre lo que es, y su sobreposición está
relacionada a una dimensión que retiene su equivocidad, porque depende de lo
que es, sin embargo no puede derivarse de lo que es. En una mano, la realidad del
escritor se desvanece a un rango de sus propias posibilidades, y en la otra, estas
posibilidades sobreponen lo que es y en consecuencia lo invalidan. Pero esta
penumbra de posibilidades no podría llegar a ser si el mundo, al cual construye
en el horizonte, hubiese quedado atrás. En cambio, ellas empiezan a descubrir lo
que permaneció oculto en el mundo mismo, ahora refractado por el espejo de
posibilidades, exponiéndolo, de tal modo, como una trampa.
Ahora bien, ¿en qué sentido el mundo es una “trampa”, y qué nos
convoca a sobreponer sus fronteras? Todos los autores de ficcionalización hacen
esto, y así, también, lo hacen los lectores de ficción, quienes continúan leyendo a
pesar de su conciencia de la ficcionalidad del texto. El hecho de que nos parezca
necesario este estado “extático” de ser a un lado, fuera y más allá de nosotros
mismos, imbricados y aún así desprendidos de nuestra propia realidad, se deriva
de nuestra propia inhabilidad de estar presentes para nosotros mismos. Los
fundamentos desde los cuales somos permanecen insondables e invisibles para
nosotros. Malone de Samuel Becket dice: “Vive e inventa” [31] , porque no
sabemos que es vivir, por lo tanto debemos inventar lo impermeable. Hay una
sentencia similar, igualmente expresiva, de H. Plessner, quien corrobora a
Beckett desde un ángulo más bien diferente; el de la antropología social: “Yo
soy, pero no me tengo a mí mismo”. [32] “Tener” mienta aquí saber lo que es ser,
lo que requeriría una instancia trascendental para aprehender una certeza auto-
evidente de nuestra existencia con todas las implicaciones, significancias y
significados (sentidos). Por consiguiente, si deseamos tener lo que permanece
impenetrable, somos conducidos más allá de nosotros mismos; y como no
podemos ser, al mismo tiempo, nosotros mismos y la instancia trascendental
hacia y desde nosotros mismos que resulta necesaria para predicar lo que
significa ser/existir, nos catapultamos hacia la ficcionalización. Beckett dio voz a
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lo que Plessner había propuesto como un problema: esto es, que la auto-
modelización propia es la respuesta para nuestra inaccesibilidad con nosotros
mismos. La ficcionalización comienza donde el conocimiento se escapa y esta
línea divisoria se vuelve el origen de las ficciones, a través de las que nos
extendemos a nosotros mismos más allá de nosotros mismos.
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que complementan la realidad. Frank Kermode las llama “ficciones-concordes”
[34] , porque ellas cierran algo, que por sus propia naturaleza es abierto. La
ficcionalización en literatura, en cambio, parece tener un objetivo diferente. Para
transgredir las realidades, que de otro modo resultan inaccesibles (inicio, final,
ser en la mitad de la vida), sólo puede lograrse mediante la espectacularización
de lo sostenido. Esta puesta en escena es promovida por el impulso de llegar más
allá de uno mismo, aunque no para trascender a uno mismo, sino que volverse
accesible para uno mismo. Si un movimiento tal surge de la necesidad de
compensación, entonces esta necesidad permanece básicamente insatisfecha en
las ficciones literarias. Esto es, porque las últimas siempre están acompañadas de
signos gobernados convencionalmente, que señalizan la naturaleza del “como si”
de todas las cosas que ellas bosquejan. Consecuentemente, una compensación
espectacularizada de lo que falta en la realidad, nunca oculta el hecho de que, en
el análisis final, no es nada más que una forma de hacer creer, y así, por último,
todas las posibilidades abiertas deben carecer de autenticidad. Sin embargo, lo
que resulta notable es el hecho de que nuestra conciencia sobre esta
inautenticidad no detiene nuestra ficcionalización continua.
¿Por qué esto es así, y por qué aún somos fascinados por la ficcionalidad,
cuyo auto-descubrimiento revela cualquier compensación esperada como pura
apariencia? Lo que importa para la potencia de lo aparente es lo siguiente:
(2) Las posibilidades entramadas nunca esconden o sortean la escisión entre ellas
mismas y las realidades insondables. Por consiguiente, la apariencia invalida toda
forma de reconciliación.
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podrá ser una auténtica compensación de lo que permanece esquivo. Y si esta es
la forma de espectacularización que continúa siendo efectiva, entonces,
necesariamente, la realización de nuestro deseo de aprehender lo inescrutable no
puede ser la raíz antropológica de nuestras ficciones literarias.
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ofrece una respuesta al problema que Alcmeón consideraba insoluble: vincular
conjuntamente inicio y final para crear una última posibilidad a través de la cual,
el final, incluso si no puede ser sobrepuesto, puede ser ilusoriamente pospuesto.
Henry James dijo una vez: “El éxito de una obra de arte... puede medirse por el
grado mediante el que produce una cierta ilusión; esa ilusión nos hace creer, que
hemos vivido, por un tiempo, otra vida – de que tuvimos una milagrosa extensión
de la experiencia.” [37]
[3] Sir Philip Sydney, The Defense of Poesie, en The Prose Works, ed. Albert
Feuillerat (Cambridge,1962), III, 29.
[4] Resulta pertinente señalar la naturaleza de esta palabra, puesto que utilizo
“duplicar” en su varia posibilidad de sentidos. Como un proceso de generación
de un doble, de un otro, como también el doblez, el pliegue. Por eso du-plicar,
plegar doblemente. (N. del T.)
[5] Véase mi ensayo “Feigning in Fiction”, en Identitiy of the Literary Text, ed.
Mario J. Valdès y Owen Miller (Toronto, 1985), pp. 204-28.
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[7] Véase Sir Francis Bacon, The Advancement of Learning and New Atlantis, ed.
Arthur Johnston (Oxford, 1974), p. 80.
[11] Véase Dieter Henrich, “Versuch ubre Fiktion und Wahrheit”, en Funktionen
des Fiktiven, Poetik und Hermeneutik, X, ed. Dieter Henrich y Wolfgang Iser
(München, 1983), pp. 516.
[14] William Shakespeare, As You Like It, ed. Agnes Latham (London, 1975) p.
80.
[16] Sir Philip Sydney, The Countess of Pembroke’s Arcadia, ed. Maurice Evans
(Harmondsworth, 197); todas las citas pertenecen a la edición de Complete
Arcadia, la cual se basa en la edición de 1621 de Sir William Alexander y
combina la revisada y fragmentaria New Arcadia con partes de la Old Arcadia, la
cual apareció por primera vez como una edición completa en 1912. Sir Alexander
escribió el texto vinculante.
[17] Una técnica tan omitida, pero esperada, ha sido descrita como una “función-
resta”, por ejemplo, minus prijom por Jurij M. Lotman, Die Struktur literarischer
Texte, traducción alemana de Rolf Dietrich Keil (München, 1972), pp. 144 ss.,
207 y 267.
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[18] Paul Ricoeur, Freud and Philosophy: An Essay on Interpretation, tr. Denis
Savage (New Haven , 1977), p. 15.
[20] Por esto mismo utilizo la forma re-velar. Mostrar, pero también volver a
ocultar. (N. del T.)
[21] Debo mencionar que este término es la difícil traducción del término inglés
“oneself”, que desde una perspectiva cognitiva es la expresión que se utiliza para
caracterizar la configuración del ser humano que se vuelve consciente de ser
parte de un todo, pero a la vez, identificado respecto de todas estas partes, es
decir, como un uno mismo, y a la vez como un sí mismo. De todas maneras,
mantuve la traducción como “uno mismo”, pero es necesario tener esta
aclaración en mente. (N. del T.)
[26] Hans-Georg Gadamer, Truth and Method, (New York, 1975), p. 111.
[27] Véase Gordon Globus, Dream Life, Wake Life: The Human Condition
through Dreams (Albany, 1987), p. 57.
[29] Eduard Dreher, Der Traum als Erlebnis (München, 1981), pp. 62-93; “El
sueño... descubre las posibilidades potenciales de un auto-liberado frente a un
auto-control” (68) “El actor de sueños tiene a su disposición una fantasía
creativa, que como regla va claramente más allá de la fantasía-deseo del
soñador.” (84).
[30] Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, Barcelona, Tusquets, 1986,
traducción del checo de Fernando de Valenzuela, p. 226-227.
17
[32] Helmuth Plessner, “Die anthropologische Dimension der Geschichlichkeit”,
en Sozialer Wandel. Zivilisation und Fortschritt als Kategorien der
soziologischen Theorie, ed. Hans Peter Dreizel (Neuwied, 1972), p. 160.
[34] Véase Frank Kermode, The Sense of an Ending: Studies in the Theory of
Fiction (New York, 1967), pp. 4 y 62-64.
[36] Hans Jonas, Das Prinzip Verantwortung (Frankfurt/M., 1989), pp. 343s.
[37] Véase Henry James, Theory of Fiction, ed. James E Miller, Jr. (Lincoln,
1972), p. 93.
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