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Los discursos escolares del siglo XXI

desde la perspectiva de nación, ciudadanía y democracia*


Delia Albarracín, UNCuyo

INTRODUCCIÓN

En nuestro país la indagación sobre ‘ciudadanía’, ‘democracia’ y ‘nación’ en los discursos


escolares del siglo XXI implica preguntar reflexivamente sobre el proyecto educativo en tanto
una de las instituciones principales de la organización nacional. El marco normativo del
sistema educativo argentino se crea a fines del siglo XIX, centuria plena de tensiones y
luchas sociales que buscan proyectarse políticamente. De allí que, para comprender la
problemática educativa desde su raíz, resulte necesario considerar los rasgos
fundamentales de la experiencia histórico-social de dicha época.
Arturo Roig ha investigado minuciosamente este período como parte de la Historia de las
Ideas latinoamericanas, valiéndose de una metodología que posibilita un modo genuino
de hacer filosofía en nuestra América. En diálogo y debate con un modo de entender la
filosofía que la limita al estudio de los sistemas teóricos de los grandes filósofos
europeos, Roig concibe que la filosofía recomienza cada vez que un sujeto, se pregunta
por la situación histórico-social en que se encuentra y se dispone a revisar las
explicaciones dadas a fin de hallar una comprensión más apropiada de su época y de su
lugar en el mundo. Es posible pensar entonces que, así como la filosofía europea
moderna fue obra de pensadores que brindaron una interpretación de los problemas
sociales y culturales implicados en el proyecto moderno y se hicieron eco del rol
hegemónico de sus respectivas naciones, la producción de muchos intelectuales
latinoamericanos y argentinos haya sido impulsada por una voluntad de afirmación
análoga respecto del lugar de nuestra América en el globo. Para acceder a ese
conocimiento, el filósofo mendocino nos propone una herramienta metodológica que
permite analizar si y en qué medida los intelectuales dieron cuenta en sus escritos de la
conflictividad social y buscaron la afirmación del hombre latinoamericano como sujeto
valioso a través de sus proyectos políticos.

*
Este trabajo fue leído en el Coloquio Internacional en homenaje al filósofo mendocino Arturo Roig
realizado en agosto de 2008 y publicado en Muñoz-Vermeren (comp) (2009) Repensando El siglo XIX
desde América Latina y Francia. Homenaje al filósofo Arturo Andrés Roig, Buenos Aires, Editorial
Colihue. Parte I, capítulo 3, pp. 153-163

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Nuestra indagación sobre los discursos escolares acerca de las ideas de nación,
ciudadanía y democracia en el presente siglo XXI se realiza en perspectiva con el
enfoque del gran pensador mendocino por dos motivos fundamentales:
En primer lugar porque los constructos conceptuales ‘nación’, ‘ciudadanía’ y, en menor
grado ‘democracia’, aparecen como elementos discursivos de la institucionalización de
la enseñanza básica universal y obligatoria, decisión que sería clave para la
consolidación del estado-nación argentino hacia fines del siglo XIX. Siendo el sistema
educativo una institución estabilizada como agente socializador, los sentidos que la
experiencia histórica social ulterior deposita en los contenidos ‘nación’, ‘ciudadanía’ y
‘democracia’ no borra o suplanta las anteriores, sino que se producen superposiciones,
densificaciones o complejizaciones de los mismos. Es entonces pertinente indagar en
los discursos escolares actuales los sentidos dados a los conceptos mencionados.
En segundo lugar porque nos interesa poner en práctica la propuesta de ampliación
metodológica realizada por Arturo Roig que resignifica el análisis del discurso
introduciendo aspectos que permiten acceder al nivel axiológico de los textos y al
universo discursivo. En este caso deberemos justificar la adaptación del método
roigiano, centrado en el análisis de discursos de intelectuales que de algún modo
quisieron expresar la realidad social en un proyecto político, al análisis de textos de
especialistas de ciencias sociales que plasman sus modos de ver la realidad social en
documentos destinados a la enseñanza; modos atravesados a su vez por mandatos
ideopolíticos y por dictámenes del mercado editorial que inevitablemente condicionan los
discursos escolares.
Al primero de estos asuntos nos dedicamos en los apartados 1 y 2, mientras que en los
apartados 3 y 4 nos referiremos al contexto en que se realiza el análisis y a los aspectos
metodológicos generales del análisis propuesto.

1. NACIÓN: ESE OSCURO OBJETO DE CONSTRUCCIÓN ARGENTINA

Por su pertenencia a los sectores dominantes, la formación de los intelectuales del siglo
XIX tenía como base las corrientes de pensamiento predominantes en Europa,
especialmente la ilustración, el romanticismo y el positivismo. La intencionalidad de dar
cuenta de la compleja realidad social latinoamericana y de proyectar un modelo de
nación autónoma se expresaba en ellos ya sea mediante la directa aplicación de
categorías de esas corrientes filosóficas o mediante su resignificación o la invención de
nuevas categorías. La metodología roigiana es clave para inferir de qué modo eran
comprendidos los conflictos propios de esta región atravesada por experiencias de

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conquista, sometimiento y aculturación y qué lugar ocupaban los diversos sujetos y
grupos sociales en el modelo de estado nación proyectado.
Arturo Roig interpreta que en el ‘interregno’, período ubicado entre el quiebre de las
instituciones estatales hispánicas en la segunda década del siglo XIX y la conformación
del nuevo estado nacional en la segunda mitad de dicho siglo, quedan al desnudo los
elementos que integraban la nación, realidad social que se había mantenido sumergida
por debajo de la superestructura colonial. Se produce una inversión de sentido de lo que
había sido una lucha sordamente social y públicamente política dentro del antiguo
estado, pues aparece ahora en primer plano una lucha de clases con las características
específicas de esta realidad social. En este contexto, los intelectuales surgidos de
clases sociales que hasta entonces tenían poder político pero no económico, se vieron
ante la necesidad de “organizar sus propuestas sobre la base de una ineludible
evaluación de aquellos aspectos que habían quedado al ‘descubierto’, con la intención
de ‘recubrirlos’ con la nueva superestructura jurídica. De ahí la inevitable mirada social
que debían ejercer”. (Roig, A., 1993: 46).
Esta intencionalidad de ocultar la diversidad y evitar su manifestación en términos de
participación política se vio favorecida por el liderazgo demagógico de caudillos
terratenientes que arrastraron a los sectores populares con engañosas promesas,
contribuyendo a su sujeción en el nuevo sistema bajo formas opresivas similares a las
que habían padecido durante la colonia española. Al respecto sostiene Roig:
“No se debe olvidar la presencia alarmante durante todo el interregno de sectores que no se dejaban
incorporar fácilmente o que no querían incorporarse y que constituían esa plebe señalada
despectivamente en el Ecuador como los ‘chagras’ ... “el ‘guajiro’ en Cuba, el ‘sabanero’ en Bogotá,
los ‘rotos’ en Chile, los ‘léperos’ en México o los ‘gauchos’ del Río de la Plata. Elementos sociales de
democracia inorgánica que hacían una política instintiva, más de resistencias que de acción calculada
y que adherían a aquellos caudillos surgidos del sector terrateniente con los que creían identificarse,
los temidos “demagogos” denunciados por Simón Bolívar en sus últimos días . (Roig, A., 1993: 46).

Al referirse a los sentidos positivos y negativos dados a la ‘barbarie’ en la tradición intelectual


argentina, Roig demuestra que, a pesar de los altibajos que tuvo la valoración del par
dicotómico civilización-barbarie, en nuestro país prevaleció el sentido negativo de la
barbarie. Tanto durante el predominio del conservadorismo tradicional de raigambre
hispano-criolla que, en medio de enfrentamientos de unitarios y federales prevalece hasta
1852, como a partir de los gobiernos liberales declaradamente europeizantes que le
sucedieron, en las grandes políticas predominó el sentido negativo de la barbarie. Ello se
advierte claramente en las medidas impulsadas entre 1852 y 1930 en el marco del proceso
modernizador del país bajo la ideología liberal, cuya base económica se mantuvo casi
intacta aunque los teóricos intelectuales fuesen espiritualistas católicos, positivistas o

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krausistas. Las exigencias de crecimiento económico de este período determinaron una
macro-política de modificación y reconstitución de la población que implicó el exterminio de
la población indígena y la represión violenta de la población hispano-indígena en provincias
del interior, en el Paraguay, en la Patagonia y en el Chaco (Roig, A., 1993: 65-66).
Es oportuno señalar que en la mirada social que implica inevitablemente la construcción de
la nación, las diferencias entre los intelectuales pasaban por la formación de una identidad
mezcla de cosmopolita, influenciada por la ilustración, o motivada por la recuperación de un
pasado y un tipo social criollos, en el caso de pensadores influenciados por el romanticismo.
Mas como lo ha observado Oscar Terán, ninguno de ellos pensó seriamente que los pueblos
aborígenes fueran un material que debía incorporarse a la nacionalidad argentina. (Terán,
2007). Por su parte A. Roig señala que para el estado liberal burgués las ovejas en el sur o
los quebrachales en el Chaco fueron bienes a tal punto más preciados que las etnias de
origen, que justificaron diversas campañas de conquista para la ocupación de las tierras.
Hacia el 1900, cuando comienza a hacer oír su voz el inmigrante europeo de extracción
obrera o campesina agrupado en torno a las banderas del anarquismo, cambiaría el sujeto
de atribución de la barbarie. Si Sarmiento pensó alguna vez que el progreso vendría de la
mano de una educación pública que asegurara ‘maestras rubias para nuestros niños
morenos’, esta valoración se invirtió cuando la praxis contestataria de los inmigrantes pasó
a ser calificada como de ‘ideas disolventes’ y percibida como nueva amenaza para el
proyecto liberal burgués. Es por ello que el ‘estorbo’ de estas nuevas voces constituiría un
factor más que refuerza la alineación del discurso intelectual dominante en el par positivista
“orden y progreso”, en que comenzará a transitar la institucionalidad argentina. Las
diferencias entre posiciones netamente liberales y posiciones que abogan por el regreso a
fuentes de tradición gauchesca como símbolo de lo nacional serán en todos los casos
‘funcionales’ a la principal herramienta práctico-discursiva positivista de disciplinamiento
mediante formas alternativas de coacción y búsquedas de consenso.
Ejemplos de posiciones diferentes para un mismo fin son entre otros: el arielismo hacia
1900, como respuesta ante la amenaza de pérdida de las tradiciones nacionales por la
presencia de una ‘turba cosmopolita desenraizada’; el discurso de ‘regreso al campo’
proclamado por R. Rojas hacia fines de la primera década del siglo XX ante el temor al
poder obrero en las ciudades que exaltó ‘la raza criolla’ como depositaria de los valores
tradicionales de la nación argentina, que será el ‘núcleo duro’ de los nacionalismos
posteriores; otro ejemplo es el discurso de Martínez Estrada hacia los años treinta, vocero
de la cultura oligarca que pretende reformular la barbarie, para Sarmiento encarnada en
Facundo, y generar un nacionalismo pesimista deshistorizado y deshistorizante que

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presenta a esta parte de América como una barbarie irremediablemente determinada por la
extensión de la pampa (Roig A., 1993: 63-74).
Estas diferentes posiciones de los intelectuales no obstaculizarían el accionar de los
sectores de mayor poder que, en alianza con los proyectos del capitalismo organizado de
las grandes potencias, mostraron una decidida voluntad de constituir un estado nacional a su
medida al precio de doblegar hacia el interior la resistencia tanto de caudillos provinciales
como de comunidades de indígenas nativos. Ello explica que, sancionada ya la constitución
argentina de 1853, se sucedieran combates desiguales entre las fuerzas estatales que
buscaban consolidar el dominio del territorio y los grupos sociales que se rehusaban a ser
objeto de un poder autoritario y homogeneizante. El proyecto de la clase terrateniente
mostró su fuerza inclaudicable especialmente a partir de la batalla de Pavón en que da
comienzo un período de sostenida organización institucional avalado por las tres sucesivas
presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda entre 1862 y 1880. El establecimiento de
Buenos Aires como la Capital de la nación y la creación del partido autonomista nacional,
allanan el camino para el ascenso al poder de una oligarquía que, en medio de fraudes
electorales, exclusión de los sectores populares y represión del movimiento obrero, impone
el modelo económico agro-exportador.
¿Qué idea de nación articuló entonces este proceso de organización del estado nacional
argentino?
A. Grimson (2007) distingue tres perspectivas sobre nación: la esencialista según la cual
nación, cultura, identidad y territorio coinciden, como así también el Estado. Su existencia se
constataría en la existencia de comunidades que comparten una lengua, religión, formas de
ser, origen étnico y aspectos referidos a la forma de gobierno. Supone homogeneidad
cultural de sus miembros y la identidad de un ser nacional; la constructivista, para la cual no
existe la nación como una comunidad de rasgos, sino una comunidad imaginada construída
básicamente por el Estado moderno a través de dispositivos como la educación, los
símbolos nacionales, mapas, censos, mitos, rituales y el establecimiento de derechos.
Finalmente la pespectiva experiencialista de modo similar a la constructivista considera que
la identificación nacional es resultado de un proceso histórico y político contingente, pero
entiende que lo vivido en el proceso histórico-social configura dispositivos culturales y
políticos relevantes. Como lo material y lo simbólico se hallan profundamente imbricados, lo
sedimentado de esos procesos ‘inventados’ valen como experiencia compartida.
Frente a la generalizada aceptación en el campo académico de la perspectiva
constructivista, el autor argumenta que no cabe deslegitimar la categoría nación aludiendo
que es inventada, dado que toda categoría e incluso el mundo humano son de algún modo
inventados. Entendemos que esta mesurada visión posibilita no caer en un extremo donde el

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exclusivo análisis de manipulaciones, de intereses privados y acuerdos secretos de cúpulas
socavan el legado de la idea de nación vinculado a la libertad, la igualdad y la
autodeterminación. Es indudable que resultaría sumamente engañoso, sobre todo en el caso
de la Argentina y de Latinoamérica, pensar su origen como una experiencia ‘compartida’ por
sus miembros. En tal sentido nos parece más saludable la perspectiva crítica que analiza el
proceso de construcción de la nación y visibiliza la experiencia de represión material y
simbólica a otros sectores sociales por parte de las elites. Pero al mismo tiempo creemos
preciso resaltar la lucha por la autodeterminación y buscar “comprender los sentidos de la
nación para los diversos grupos sociales y comprender la sedimentación de los procesos de
construcción en el funcionamiento de configuraciones nacionales”.
Un aspecto que permite recortar la identidad de lo nacional en América Latina surge del
análisis sobre la diferencia de ‘lo nacional’ en Francia y América Latina. Allí, como observa
Todorov, habría un sentido de nación ambivalente que al interior contrapone pueblo al
Estado, mientras que al exterior es vocación imperial o colonial que se opone a otra nación o
pueblo. En América Latina en cambio lo exterior se vive de diferente manera, ya que una es
la oposición a los países vecinos y otra la demarcación de su soberanía frente a países
centrales como condición necesaria de una democracia efectiva. Este aspecto señalado por
Grimson habilita pensar estados nacionales que a su vez formen parte de la gran nación
Latinoamérica, como lo visualizaron Bolívar y Martí.
La comprensión de nuestra matriz político- institucional requiere precisar el significado de
otros dos constructos que acompañan la construcción del estado nacional: ciudadanía y
democracia.

2. DEMOCRACIA Y CIUDADANÍA: ¿QUÉ SUJETOS, QUÉ DEMOS, QUÉ KRATOS?

A menudo en los medios masivos se escucha formadores de opinión que se refieren a la


inmadurez de nuestra república (‘somos una republiqueta’), a la falta de democracia, o a
una ‘ciudadanía’ cuyo comportamiento dista del que sería deseable en un país en
desarrollo. El análisis de Maristela Svampa sobre la ‘democracia’ en nuestra historia
nacional aporta al esclarecimiento de estos términos. Al referirse a las figuras de la
democracia en nuestro país, señala que las instituciones de la república -el ‘kratos’-
construyeron siempre una imagen de sí mismas como amenazadas por un ‘demos’- al
que percibieron como montoneras, masas desbordadas o mayorías plebeyas asociadas
al despotismo de los caudillos e incapaces de discernir lo que es conveniente para el
bien de la nación. Estas tensiones y ambigüedades no resueltas fueron construyendo la
idea de que sólo sería ‘posible’ entre nosotros una república asentada sobre un

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liberalismo restrictivo y una democracia delegativa.
Para la autora mencionada tanto la diferenciación alberdiana entre libertad civil y libertad
política, como la demonización sarmientina de los grupos indígenas y mestizos se hacen
presentes en nuestra carta magna. Así, la diferenciación entre ‘habitante’ y ‘ciudadano’
serviría no sólo para demonizar la barbarie americana, sino para delimitar dónde reside
el poder soberano: en el poder del estado y sus instituciones. Ve expresado claramente
esto en el artículo 22 de la Constitución de 1853 cuando afirma que el pueblo no
delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. Se trataría no sólo de una
exclusión político-simbólica, sino de un poder cuasi omnímodo que se puso
efectivamente de manifiesto en el feroz aplastamiento de las rebeliones de los caudillos
provinciales y en el exterminio de pueblos indígenas del sur argentino. Esta matriz
jurídico-político excluyente de los sectores populares que luchan por su reconocimiento
alcanza una fuerte tensión en algunos momentos clave. El irigoyenismo y el peronismo
tanto en su expresión de mediados de siglo XX como en las articulaciones con grupos
revolucionarios de los años sesenta y setenta, representarían los momentos de máxima
tensión.
Si interpretamos desde la historia de las diversas ideas sociales lo señalado por Svampa
sobre las figuras de la democracia, podríamos decir que los cien años de república que
van desde la organización del estado nacional hasta los setenta del siglo XX,
constituyen una historia de lucha entre una elite auto-legitimada en las instituciones y los
sectores sociales que ella excluyó o construyó como sujetos subalternos, meros
destinatarios de sus decisiones.
Con la reinstauración del estado de derecho en la década del ochenta los concepto de
nación y democracia entran en una relación antinómica; democracia pretende oponerse a
nación estableciéndose una diferencia con discursos nacionalistas de las dictaduras militares
precedentes que, bajo consignas de reorganización nacional sirvieron de plataforma para la
implantación del modelo neoliberal. De manera análoga a cómo en el período de
organización nacional del siglo XIX las fuerzas armadas nacionales exterminaron casi
totalmente la población indígena y sometieron a la población gaucha destinándola ya sea a
los ejércitos nacionales o al trabajo en las estancias, en la década de los sesenta y los
setenta del siglo XX las fuerzas armadas se apoderaron del aparato estatal impulsando una
doctrina que mediante el terror y la muerte de quienes aspiraban a un modelo diferente de
desarrollo económico y social, logró imponer nuevamente el modelo (neo)liberal. Este
recuerdo doloroso llevó a que el término ‘nación’ fuese prácticamente desterrado por los
intelectuales políticos de aquéllos años y que más bien los conceptos ‘democracia’ y
‘ciudadanía’ cubriesen mejor las expectativas de justicia.

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Sin embargo pronto pudo advertirse que la estrategia de globalización económica neoliberal
pretendía reducir la ‘democracia’ a la mera elección periódica de autoridades legitimadoras
de las nuevas formas de vinculación con las grandes potencias nacionales y con las elites
empresariales globalizadas y la ‘ciudadanía’ a la demanda de derechos individuales de
consumidores de un mercado global. La congénita ambigüedad de la moderna institución
‘ciudadanía’ parecía mostrarse ahora sin disimulo.
En efecto por un lado se pone en evidencia la ambigüedad de la ciudadanía en tanto
“pertenencia a una comunidad” por su vinculación con el constructo también ambiguo
‘nación’. Como vimos, en la era moderna este término alude a la voluntad de construir un
estado-nación que garantice la organización de una asociación de personas bajo un régimen
republicano y con ello asegure el orden económico-social y el progreso como aspectos
propios de la modernidad. Pero estas ‘construcciones’ suponían un proceso de
contractualización en el espacio-tiempo del estado nacional que excluía de dicha posibilidad
a las etnias y los sujetos en tanto miembros de comunidades; excluían a las mujeres y a los
niños como sujetos capaces de celebrar una libre contratación en una sociedad concebida
básicamente como mercado y excluía a la naturaleza, considerada como objeto de
dominación fundamental para la acumulación de riqueza (Santos, 2005). La pertenencia era
entonces apenas un vínculo abstracto que sólo puede fortalecerse mediante la exaltación de
valores patrióticos en defensa de un proyecto de progreso social que se presenta como
patrimonio común de individuos libres pero que en realidad excluye a muchos de esa
posibilidad.
Es así como la ‘ciudadanía’ muestra la ambigüedad de la igualdad de los individuos en tanto
titulares de derechos. El análisis histórico crítico de esta categoría pone de manifiesto el
carácter extraño y conflictivo de una sociedad moderna que busca borrar los lazos de
pertenencia a una comunidad histórico-cultural previa, para crear una nueva pertenencia a
‘estados modernos’ que fomentan rasgos antisociales y apolíticos en la medida que
proponen una vinculación basada en la demanda individual de derechos. Son los derechos
civiles los que fundan la posibilidad de ejercer la libertad de contratación, de circular, de
comerciar, de acumular propiedad para usarla como capital. La lógica del capitalismo
determinaría que los otros derechos vinieran luego a través de costosas luchas sociales y de
la mano de los civiles. Así los derechos civiles, en su aspecto de libertad para adquirir bienes
y acrecentar capital, definen quiénes podrán participar de los derechos políticos más allá del
sufragio e intervenir en las decisiones sobre intereses comunes y quiénes sólo legitimarán
gobiernos a través de un ‘derecho político’ reducido al sufragio; los derechos civiles pasarán
a determinar también qué lugar social y qué dignidad de vida tendrán los individuos y los
sectores de la comunidad según sea su participación en la economía: a educarse, a curarse

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de enfermedades y a tener una vivienda propia (derechos sociales). Así los desocupados,
aquellos a quienes el sistema económico mismo imposibilita celebrar un contrato libre,
conforman una ‘ciudadanía de baja intensidad’ cuyo derecho político no es tal, ya que es
simple medio para legitimar decisiones de las elites gobernantes y cuyos derechos sociales
tampoco son tales, puesto que, privados de la libertad de trabajo para ejercer oficio o
profesión, el propio estado en mano de elites ciudadanas globalizadas durante los noventa,
relegó a la condición des-ciudadanizante de ser objeto de medidas asistencialistas (Delgado
y Nossetti, 2004).
Lo desarrollado nos permite destacar la estrecha articulación de los constructos nación,
democracia y ciudadanía y a la vez la especificidad que adquieren en nuestra realidad
argentina y latinoamericana. La historia política institucional muestra que, pese a la relación
de tensa oposición entre elites minoritarias a la caza de construir y mantener un estado
nación a la medida de sus intereses y mayorías que insisten en sus demandas de
reconocimiento, éstas han ideado estrategias de lucha por el reconocimiento y renovadas
formas de subjetivación. De allí que la categoría ‘ciudadanía’ deba ser significada entre
nosotros como modo de subjetivación política, como demanda de sujetos sociales en
términos de proyecto político. La forma apropiada para la expresión de esta demanda de
igual reconocimiento en tanto ciudadano que verdaderamente pertenece a la nación o
estado-nación es la ‘democracia’. No una democracia reducida al sufragio universal de
representantes de una parcialidad social, sino como participación auténtica del demos. Ello
implica hallar formas de ejercer el kratos a través de una democracia participativa que se
materialice en la participación en las decisiones sobre intereses comunes que se toman en
las instituciones del estado nacional. La democracia tal como la pensamos no se deja
encerrar en sistemas representativos maniobrados por elites que desean mantener un
estado a la medida de sus intereses. Constituye en cambio un valor clave que Rancière
define como la forma propia de la acción política, acción que desde una lógica de igualdad
irrumpe en las totalidades instituidas haciendo visible la exclusión de la palabra y la
capacidad de argumentar sobre lo que es común de algunos. Una acción que visibiliza los
que no han sido “tenidos en cuenta”, no han sido “contados como iguales. Una acción de
este tipo muestra que todo orden social es contingente y que existe la desigualdad de que
unos mandan y otros obedecen porque somos iguales y por lo tanto otra partición es posible.
(Rancière, J., 1996: 26 yss)

3. EL CONTEXTO SOCIOPOLÍTICO ARGENTINO EN EL NUEVO SIGLO

Con el siglo XXI, nuevas formas de hacer oír su voz denuncian el enquistamiento en el

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poder de los sectores oligárquicos de la nación argentina y demandan una nueva
institucionalidad. Voces de distintos sectores sociales que padecen efectos perjudiciales
diversos de un estado venido a menos en las últimas décadas del siglo pasado,
irrumpen en el espacio público con estrategias renovadas de participación. La
fragmentación social crece en una realidad social con escasas fuentes laborales que, al
regirse por normas de competencia establecidas por los ‘ganadores’ de la globalización,
dejan escaso margen para que pueda hablarse de ciudadanos de la nación argentina.
Más bien parece rebrotar la diferencia entre habitantes y ciudadanos a que aludía la
anterior constitución nacional.
En este contexto aparecen como ciudadanos ‘plenos de derechos’ el sector social que
forma parte de una coalición internacional minoritaria, globalizada, prácticamente
desterritorializada, más liberada de anclajes locales cuanto más poder le ha transferido
el audaz proceso de privatización de los años noventa. Ciudadanos de un neoliberalismo
donde ‘tener es pertenecer’ (Delgado y Nosetti, 2004), los argentinos pertenecientes a
esta franja de ciudadanía patrimonialista conocen cómo escapar de experiencias como
el llamado ‘corralito financiero’ y de las consecuencias del proceso de
desindustrialización. Otro sector de ciudadanos pertenece a sectores medios con
capacidad de ahorro y que por lo tanto pudieron sustituir los modos de contratación
industrial o comercial por alguna de las estrategias por las cuales la economía
productiva devino para el neoliberalismo una actividad financiera. Con la democracia,
ambos sectores sociales se volvieron propensos a la práctica de una democracia de
opinión de rasgos elitistas, con pretensiones de imponer su agenda a través de su
capacidad de influencia en los medios masivos de comunicación y configurar así la
opinión pública. Otros sectores de la ciudadanía hacen oír su voz para reclamar por las
amenazas a la propia vida y a la vida de las generaciones futuras que implica la
contaminación del aire, de las aguas, de las napas del suelo, etc. y ponen en práctica
nuevas estrategias de participación. Otros se organizan para reabrir empresas y resolver
por iniciativa propia la situación de exclusión del mundo del trabajo sufrido con el
proceso de desindustrialización de los noventa. Otros demandan algún apoyo para las
actividades de cirujeo con que hicieron frente al desempleo. Y así podríamos continuar
nombrando distintos modos de expresión en el espacio público por parte de la
ciudadanía. En algunos casos se trata de una ciudadanía que hemos llamado
’insistencial’ porque insiste en construir una nación donde la democracia participativa
posibilite justicia para todos los sectores de la población; en otros casos se trata sólo de
demandas de ventajas financieras que hoy posibilita el mercado global nacional, aún en
desmedro de las políticas a nivel nacional.

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4. LA EDUCACIÓN FRENTE A LAS DEMANDAS DEL SIGLO XXI: CONCLUSIONES

Entendemos que un análisis crítico de la educación argentina en las últimas dos


décadas lo primero que debe preguntar es cuál ha sido el sentido de la voluntad de
transformación del discurso político-educativo a partir de la reinstauración de la
democracia. Al intentar responder a este interrogante, vemos la necesidad de analizar
las acciones político-educativas en relación con el contexto internacional y con nuestra
historia político-institucional previa. Esto nos permite interpretar, a la distancia, en qué
medida las acciones emprendidas constituyen una continuidad de la matriz republicana
excluyente a la que hemos aludido o en qué medida esas acciones evidencian un
aprendizaje superador.
En trabajos anteriores (Albarracín, 1996; 1999, 2003) nos hemos referido a que la
política educativa implementada en nuestro país durante los años noventa se inscribe en
el marco de objetivos y estrategias de acción acordados durante la década de los
ochenta que tenían por finalidad la aplicación de programas de ajustes económicos como
parte de los temas de la agenda neoliberal.
De manera similar a lo que sucedía en otros ámbitos de la política, nuestras decisiones
en el campo de la educación a partir de la reinstauración de la democracia obedecían a
una lógica por la cual la ciudadanía quedaba al margen de las mismas. La participación
en cónclaves internacionales de ministros de educación y asesores científicos que
presentaban diagnósticos regionales junto a agentes financieros neoliberales dieron
lugar a un nuevo estilo donde la toma de decisiones en dichos ámbitos aparecían
legitimadas científica y políticamente. A partir de allí, los países miembros ‘aplicaban’
esos acuerdos, reproduciendo la misma estrategia: la participación de técnico-políticos
más que de actores institucionales que puedan auspiciar una participación de base. Al
mismo tiempo las políticas neoliberales impulsaron una transformación del estado que
abrió paso a la toma de sectores estatales de servicio social y educativo como campo de
inversión de agencias transnacionales que aplicaron esos programas con la
incuestionada y débil legitimidad de una democracia meramente representativa.
Paradójicamente, al mismo tiempo que se difundían temas como los derechos humanos,
la educación ambiental, la educación en valores, esta democracia limitada legitimaba, a
través de las decisiones de sus instituciones políticas, las formas más crudas de
exclusión y de des-ciudadanización que sellaron nuevas formas de dependencia
(pérdida de derechos básicos a ejercer un oficio o una profesión y reproducir con
dignidad la propia vida, por mencionar la forma de exclusión del mundo social que
generó otras lacras sociales como el incremento del robo, la violencia y la

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desvalorización de la educación formal).
Sin embargo, a poco de iniciado el nuevo siglo, como lo hemos señalado en el Apartado
3, comienzan a sentirse voces que deslegitiman las acciones de la pasada década. En
este contexto nos preguntamos ¿en qué medida los discursos escolares se hacen eco
de estas diversas demandas de la ciudadanía? ¿cómo se presenta en los discursos
escolares la idea de nación, una vez que el desencanto por la clase política despierta
voces donde la ‘nación’ parece ser un marco de contención o pertenencia de la
ciudadanía? ¿qué idea de ‘nosotros los argentinos’ se brinda en los discursos escolares
en un contexto donde se oyen demandas diversas que dan cuenta de la fragmentación
de los vínculos sociales?
Si bien no presentamos en este artículo resultados parciales del estudio que estamos
llevando a cabo, quisiéramos finalizar con una breve presentación de la metodología
donde hemos seguido los lineamientos del filósofo y maestro Arturo Roig.
Partimos del supuesto de que los discursos escolares presentan de manera densa y a
veces contradictoria estas ideas, ya que los textos que abordan contenidos curriculares
sobre estas cuestiones plasman los modos en que los autores dan cuenta del complejo
contexto nacional y mundial. Más allá del diferente nivel de conocimiento y de reflexión
sobre los hechos y procesos que posean los distintos autores de los textos y que los
temas sean presentados desde supuestos filosóficos e ideopolíticos que no siempre
están totalmente explícitos, siguiendo a A. Roig mantenemos que los textos refieren
siempre de algún modo el contexto. En nuestro caso, de ese contexto focalizamos
nuestra mirada en la demanda de los ciudadanos a ser reconocidos como
pertenecientes al ‘demos’ y en la demanda de una nueva institucionalidad sintetizada en
la consigna ‘que se vayan todos’ que movilizó a algunos sectores urbanos hace ya más
de un lustro.
La perspectiva adoptada consiste en un estudio sincrónico de textos que, por estar
escritos en un lapso de tiempo donde se protagonizaron hechos altamente significativos
desde el punto de vista de las ideas de ‘nación’, ‘ciudadanía’ y ‘democracia’, de algún
modo reflejan, refractan, aluden o eluden esos significados. Como universo discursivo
(UD) tomamos los años 2002-2007, pues entendemos que es un lapso donde acontecen
hechos significativos en términos de aprendizajes a nivel de conciencia política general.
Como corpus de análisis (muestra) tomamos los textos escolares en uso durante el año
2007, pues entendemos que:
“vistos desde una mirada macro-discursiva, no pueden jamás ser ajenos a los caracteres básicos
de la sociedad de la cual son expresión aquéllos. Esos caracteres son: a) la diversidad discursiva;
b) la conectividad discursiva; c) los modos propios de referencialidad discursiva”. (Roig,
1993:131).
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No obstante que no se trata de un estudio diacrónico ni comparativo, tenemos en cuenta
lo señalado por A. Roig en cuanto a que “no existe un método sincrónico puro y siempre
se siente la necesidad de establecer diacronías aunque sean pequeñas”. Los discursos,
cualquiera fueran los supuestos axiológicos que los sustenten, expresarían de algún
modo la conmoción causada por los hechos que movilizaron a desocupados, ahorristas y
a ciudadanos amenazados por el accionar de los macro emprendimientos económicos
que comprometen el ambiente y la propia vida.

BIBLIOGRAFIA
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Imaginarios y desafíos”, en Revista Erasmus Año 6 –Nº 2, Río Cuarto, Ediciones del ICALA
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