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XVI
PLOTINO (I)
Quizá sea útil finalizar este análisis de las obras de Plotino indicando el
terna principal de cada Enéada, sí bien ha de tenerse presente que Plotino
considera su filosofía como un todo orgánico cuyas partes se hallan
íntimamente relacionadas entre sí, y que por consiguiente hay gran número
de superposiciones, pues nunca trata un tema aislándolo del resto de su
sistema. Jamás puede tenerse la seguridad de contar con todos los
testimonios de su pensamiento con respecto a un punto en particular, si no
se lo ha rastreado a lo largo de todas las Enéadas. Lás divisiones por temas
realizadas por Porfirio constituyen, no obstante, una indicación útil acerca
del lugar en que es posible hallar la información más completa sobre el
pensamiento de Plotino respecto de cualquier asunto particular. Así, la
primera Enéada se ocupa principalmente de la ética, la segunda y tercera de
la filosofía de la naturaleza y el universo material, la cuarta del Alma, la
quinta de la Inteligencia divina, y la sexta del primer principio, lo Uno.
Por otra parte, Plotino coloca lo Uno o Bien más allá de la Inteligencia y
más allá del Ser. Es el origen de la Inteligencia divina y del mundo de las
Formas, que es su contenido; mas lo Uno mismo no es ni una Inteligencia
ni una Forma. Cierto número de caminos diferentes condujeron a Plotino a
esa idea de la trascendencia absoluta de lo Uno, y ello hace que lo presente
en cierto número de maneras también diferentes. Una de esas maneras de
acceso es la neopitagórica. Lo Uno es la unidad absoluta, de la que procede
todo número o pluralidad, es decir, toda la realidad considerada desde un
punto de vista pitagórico. Cuando Plotino considera a lo Uno de ese modo,
sus razones para colocarlo más allá del ser son de orden lógico. No
podemos predicar el ser de lo Uno, no podemos decir “lo Uno es” sin
introducir por lo menos una dualidad entre sujeto y predicado, y no es
posible que exista dualidad en la unidad primordial, la Unidad absoluta,
que es el principio de unificación de todas las cosas.
Acentuando esta positiva semejanza con Dios, Plotino dice que lo Uno es
pura voluntad, se ama a sí mismo y es causa de sí mismo (VI, 8, 15, y 18).
Y si bien se preocupa por excluir de Él toda suerte de pensamiento que
pertenezca a la órbita de nuestro intelecto, ya que éste implica la dualidad
de sujeto conociente y objeto conocido, incluso cuando, como ocurre en la
Inteligencia divina, ambos son sólo dos aspectos de una realidad única, con
todo se muestra igualmente afanoso por demostrar que la “ausencia de
pensamiento” en lo Uno no es una mera inconsciencia y que lo Uno está
por encima y no por debajo del pensar. De suerte que habla de Él como
poseedor de una “superintelección”, una auto-conciencia inmediata que es
Él mismo (Y, 4, 2). Las descripciones positivas que Plotino hace de lo Uno
parecen a veces hacerlo descender muy cerca de la Inteligencia divina, y es
preciso admitir que en su pensamiento los diferentes planos de la realidad
no están estrictamente deslindados entre sí como lo están en las rigurosas
clasificaciones de los neoplatónicos posteriores. Mas para él la distinción
sigue siendo clara. La compleja realidad de la Inteligencia divina es en
principio inteligible; su causa trascendente, lo Uno, se halla, en su infinita
simplicidad, fuera del alcance del pensamiento o del lenguaje.
Como quiera que sea, el tercer grupo de intérpretes me parece acertar con
el pensamiento normal de Plotino. Los pasajes en que él sugiere una
verdadera identidad entre el alma humana y lo Uno son muy pocos y su
doctrina corriente se opone por entero a al identificación. Con mucha
frecuencia insiste en la identidad de la parte superior del alma con la
Inteligencia divina. Somos más que “hombre” y más que “alma”. Durante
nuestro retorno a la parte superior del alma podemos despojarnos de
nuestra humanidad inferior y convertirnos en lo que legítimamente somos
y, en cierto modo, jamás hemos dejado de ser, la Inteligencia divina que es
también el Todo, la ilimitada totalidad del ser real. “Tú eras Todo, mas
alguna otra cosa se te había añadido además del Todo, y precisamente por
esa adición te empequeñeciste” (VI, 5, 12). Pero para el habitual modo de
pensar de Plotino, convertirse en el Todo no es lo mismo que convertirse en
lo Uno, aun cuando algunas veces se expresa como si lo fuera. Lo Uno o
Bien es trascendente tanto en el orden religioso como en lo cósmico. Es “la
luz encima de la luz” (y, 3, 12) y aun la propia Inteligencia divina sólo
puede conocerlo apartándose y saliéndose de sí misma en el éxtasis. Su
intelección divina normal le proporciona tan solo esa imagen pluralizada de
lo Uno que es el mundo de las Formas, su objeto y contenido propios.
Esta última manera de concebir la unión mística como una unión con un
Bien trascendente que es más que nosotros y distinto de nosotros mismos
entraña manifiestamente el lado religioso de esa actitud positiva hacia lo
Uno que hemos analizado anteriormente en su aspecto cósmico. Mas la
manera negativa de considerar lo Uno, ya presente en la tradición heredada
por Plotino (tradición en la que las dos clases de teologías negativas, la de
negación y la de trascendencia o analogía, ya habían sido distinguidas por
Albino) y no extraña a su propia experiencia personal, lo ayudó también a
distinguir lo Uno de la sumidad de nuestro yo, en el plano de la Inteligencia
divina. Debido a la simplicidad absoluta de lo Uno, al que Plotino se refiere
a veces en términos de negación extrema, El tiene que ser enteramente
distinto de todas las cosas. Decir que El no es una cosa porque en El no hay
pluralidad, con la limitación que la acompaña, o que no es una cosa porque
El es distinto de todas las cosas y más que ellas, son maneras verdaderas
pero inadecuadas de referirse a la causa última de la realidad que se alcanza
en la experiencia mística (Plotino insiste repetidamente en lo inadecuado de
cualquier manera de hablar de lo Uno, incluso de la suya). De ese modo, en
la unión mística se cóncilia la antinomia existente entre las formas positiva
y negativa de acercarse a lo Uno. Y la doble afirmación de la trascendencia
de lo Uno así asegurada, parecería liberar a Plotino de toda sospecha de
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL. UNIDAD I. Introducción a la filosofía antigua 11
de A. H. Armstrong, c. 16 (Eudeba, 2007)
El mundo de las Formas tal como lo describe Plotino difiere mucho del de
Platón. Aquél, quizá por efecto de la influencia estoica, acentúa
grandemente su carácter orgánico como realidad viviente singular. Existen
Formas de las individualidades1, cosa en la que ni Platón ni Aristóteles
creyeron. Una vez más es probable que haya aquí alguna influencia estoica
y que el interés de Plotino por la personalidad sea sólo aparente. Sócrates
tiene que ser en ese otro mundo el mismo que ha sido aquí y no algún otro
ni un universal no diferenciado. Pero para Plotino, si bien hay formas de los
individuos, el número total de las formas que existen en el mundo espiritual
es finito (no así, sin embargo, para su discípulo Amelio). La Inteligencia
divina es infinita en poder y se encuentra más allá de toda medición y
limitación exteriores, pero su contenido forma un todo finito. No por eso el
hecho de haber aceptado la existencia de Formas de las cosas particulares
en toda su particularidad deja de constituir un cambio importante. Esta
forma plotiniana de la doctrina, por la que el mundo de las Formas contiene
los arquetipos de todas las cosas individuales que son, han sido o serán, fue
la que se transmitió a los filósofos y teólogos cristianos, para ser aún más
ampliamente desarrollada por ellos.
1
En. V, 7. (N. del T.)
2
En. V, 8, 4. (N. del T.)
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