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Los expertos y la democracia

Mario Gensollen
¿La toma de decisiones políticas requiere de expertos o puede confiarse en la democracia para
tomar las decisiones correctas? Para los críticos de la democracia, no se puede confiar en la
democracia en este sentido; para los demócratas epistémicos, sí se puede confiar en ella. No
obstante, tanto los críticos de la democracia como los demócratas epistémicos parecen compartir
una concepción instrumentalista de la legitimidad de la democracia y de la legitimidad política en
general. En la teoría política contemporánea, muchos consideran que la democracia es un buen
medio para alcanzar decisiones correctas.
A pesar de ello, Hans Kelsen articuló el siguiente reto: “La doctrina de que la democracia
presupone la creencia de que existe un bien común objetivo identificable y que la gente es capaz
de conocerlo y, por tanto, hacer de éste el contenido de su deseo es errónea. Si fuera correcta, la
democracia no sería posible”. Fabienne Peter —politóloga de la Universidad de Warwick— ha
entendido el reto de la siguiente manera: si existe una decisión correcta que puede tomarse, y si
alguien es un experto legítimo para hacer afirmaciones acerca de cuál es la decisión correcta, la
causa epistémica de la democracia se desmorona.
¿Cuáles son las alternativas a la defensa instrumentalista epistémica de la democracia? Una
opción consistiría en defender la democracia en fundamentos prácticos: la democracia no es
legítima porque busque una verdad independiente al proceso, sino porque el proceso de toma de
decisiones incorpora valores (morales) tales como la equidad, la dignidad, etc., que otorgan valor
al resultado. Otra opción sería preservar el papel central de las consideraciones epistémicas para
la evaluación del procedimiento de toma de decisiones directamente, no indirectamente por vía
de sus resultados.
¿Cuál es el alcance de la toma de decisiones democrática? ¿Bajo qué circunstancias la toma de
decisiones democrática —en oposición a la toma de decisiones por expertos— es potencialmente
legítima? ¿Cuál es el espacio lógico al que pertenece la democracia? Para Peter, cuando no existe
un experto independiente al proceso sobre cuál es la decisión correcta, entonces existe prima
facie un caso para la toma de decisión democrática. La política tiene lugar cuando se necesita la
acción colectiva pero las personas están en desacuerdo acerca de qué hacer. La toma democrática
de decisiones tendría lugar cuando no existen expertos independientes al proceso deliberativo. En
este sentido, parece que es la democracia deliberativa —no la agregativa que depende
exclusivamente de la agregación de las preferencias individuales o creencias a través del voto,
donde cada voto tiene el mismo peso— la que de mejor manera hace frente al problema inicial,
pues la deliberación entre los miembros del colectivo democrático, bajo ciertas condiciones de
igualdad, es una característica justificatoria importante de la legitimidad de la democracia.
Peter ha diseñado un argumento interesante, pero polémico, para mostrar por qué la democracia
tiene legitimidad en tanto procedimiento de toma de decisiones, y no en tanto método que nos
acerque a la correcta toma de decisiones. En breve, el argumento es el siguiente: hacer depender
la legitimidad política de la corrección de las decisiones presupone un derecho a hacer
afirmaciones sobre cuál es la decisión correcta, ya que sin la posibilidad de juzgar cuál es la
decisión correcta, sigue siendo indeterminado si una decisión es o no legítima. Por lo tanto, en una
forma de dar sentido a la teoría de la legitimidad política, es preciso que alguien, o un pequeño
grupo de personas, tenga el derecho de hacer afirmaciones sobre cuál es la decisión democrática
correcta y, como tal, legítima. Y este derecho de hacer afirmaciones sobre lo que se debe creer
deriva de hechos, objetos o verdades independientes del procedimiento. Otra manera de decir lo
mismo es que una teoría de la democracia que fundamente su legitimidad en sus resultados sólo
funciona si hay alguien —o un pequeño grupo de expertos— que tenga el derecho de hacer
afirmaciones sobre cuál es la decisión correcta, que se deriva de una verdad independiente al
procedimiento. Para cualquier área de toma de decisiones donde hay un derecho independiente al
procedimiento de hacer afirmaciones sobre cuál es el resultado correcto, la toma de decisiones
democrática es redundante o necesita ser defendida por otros medios.
Para Peter, una democracia entendida como un método adecuado para llegar a decisiones
correctas, y no como un procedimiento para deliberar sobre asuntos en los que ninguna persona
puede reclamar el estatus de experto, se enfrenta al siguiente dilema de autoridad: si la autoridad
práctica se justifica por razones epistémicas, entonces la autoridad práctica legítima no es
democrática. Si, por otra parte, la autoridad práctica de la democracia es legítima, debe
justificarse sobre bases no epistémicas. En otras palabras, para aquellas áreas de toma de
decisiones donde existe un experto, o seguimos a aquellos que saben cuál es la decisión correcta,
en cuyo caso nuestra toma de decisiones no es democrática, o insistimos en la toma de decisiones
democrática, en cuyo caso no podemos defender la legitimidad de la democracia sobre bases
epistémicas, sino defenderla por razones puramente prácticas.
El argumento de Peter trata de mostrar que la democracia no tiene lugar frente a problemas
donde existen expertos que puedan dar una solución correcta. El espacio lógico de la democracia
se encuentra donde hay problemas en los que existe un desacuerdo profundo y persistente, quizá
incluso razonable. No obstante, si no podemos resolver el conflicto deliberando, será la
democracia agregativa la solución final. El problema, como vemos, no se resuelve. ¿Acaso se ha
resuelto uno solo de los acertijos, paradojas y problemas teóricos a los que se enfrenta la
democracia? Quizá no. La democracia —esa manida palabra y ese concepto turbulento— siempre
será problemática.
mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen

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