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Caravelle

Un lujo mexicano: Julio Torri


Rafael Olea Franco

Citer ce document / Cite this document :

Olea Franco Rafael. Un lujo mexicano: Julio Torri. In: Caravelle, n°78, 2002. pp. 143-161;

doi : https://doi.org/10.3406/carav.2002.1354

https://www.persee.fr/doc/carav_1147-6753_2002_num_78_1_1354

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Résumé
RÉSUMÉ- Analyse de la production littéraire du Mexicain Julio Torri (1889-1970), membre de
m'Ateneo de la Juventud, qui a laissé une œuvre brève autant par le nombre de livres publiés que par
la dimension de ses textes, difficiles à classer du point de vue générique - ils tiennent du poème en
prose, de l'essai et du mini-conte, avec des accents propres à l'aphorisme ou à la parabole. Partant de
l'hypothèse que cette brièveté ne provient pas d'un manque de créativité, on essaie de montrer que
Torri, par le biais de textes qui sont à la fois création et réflexion sur la littérature, avait conscience de
proposer une esthétique nouvelle, largement opposée au réalisme, prédominant dans la littérature du
Mexique post-révolutionnaire. On peut alors conclure que l'œuvre de Torri, pleinement accessible au
lecteur d'aujourd'hui, mérite une place eminente dans l'histoire de la littérature mexicaine du XXe
siècle.

Abstract
ABSTRACT- Analysis of the literary productions of the Mexican Julio Torri (1889-1970), member of the
Ateneo de la Juventud, who left quite a small work because of the few books he published and due to
the size of his texts, difficult to classify as far as genre is concerned- they are related to prose poems,
essays and mini tales, with distinctive features belonging to aphorism and parable. Supposing that this
small production is not due to a lack of creativity, we try to demonstrate that Torri, through texts which
are both a creation and a reflection on literature, was conscious of proposing a new aesthetics, mostly
opposed to realism, predominant in Mexican post revolutionary literature. In conclusion, we think that
Torri's work, largely available to contemporary readers, deserves an eminent place in the history of
20th century Mexican literature.

Resumen
RESUMEN- En este ensayo, se analiza la literatura del escritor mexicano Julio Torri (1889-1970),
miembro del Ateneo de la Juventud, que dejó una obra breve tanto en la cantidad de volúmenes que
publicó como en la extensión de sus textos, cuya clasificación genérica resulta difícil, pues linda entre
los poemas en prosa, el ensayo corto o el minicuento, junto con inflexiones de formas como el
aforismo o la parábola. A partir de la hipótesis de que esta brevedad no es producto de una falta de
creatividad literaria, se intenta demostrar que Torri, mediante textos que son al mismo tiempo creación
y reflexión sobre la literatura, era muy consciente de que proponía una nueva estética, en gran medida
contraria al realismo que predominaría en la cultura mexicana a partir de la Revolución. De este modo,
llega a la conclusión de que la obra de Torri, que es muy legible para el lector actual, debe tener un
lugar importante dentro de la historia de la literatura mexicana del siglo XX.
CM.H.LB. Caravelle
n° 78, p. 143-161, Toulouse, 2002

Un lujo mexicano: Julio Torri

PAR

Rafael OLEA FRANCO


El Colegio de México

En 1949, Augusto Monterroso, uno de los más notables precorridos


(la palabra es de Borges y se la devuelvo de inmediato) de su
injustamente menos famoso precursor Julio Torri, comete el doble
anacronismo de nombrar su primer libro Obras completas (y otros cuentos),
título que manifiesta ya la extrema ironía que cruzará toda su obra. En
primer lugar, digo que se trata de un anacronismo porque, amén de que
Monterroso aprovecha con sagacidad que uno de sus cuentos se llama
precisamente «Obras completas», no pueden ser «completas» (o quizá no
pueden más que ser «completas») unas obras que apenas se inician; y en
segundo lugar, porque el título también le correspondería con legítimo
derecho al precursor: Julio Torri, escritor de dilatada vida (1889-1970) y
de obra breve, quien seguramente lo habría adoptado con entusiasmo.
Las «obras completas» de creación publicadas en vida del autor se
reducen a: Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros
(1964). 2 En realidad, este último y lacónico título se limita a reunir los
dos libros anteriores, a los cuales se agregó una sección denominada
«Prosas dispersas»; su extensión puede medirse por las 180 páginas que lo
forman. La acuciosa labor de búsqueda de Serge I. Zaítzeff, gran
conocedor y difusor de Torri, ha sido coronada con dos libros que
recogen textos desconocidos del autor: Diálogo de los libros y El ladrón de
ataúdes, y con la edición de sus Epistolarios.^ A esta pequenez cuantitativa

1 Con este título, parafraseo y rindo homenaje a Augusto Monterroso, quien definió a
Torri así: «Julio Torri era un lujo mexicano que muy pocos gozaron y siguen sin gozar»
(Viaje al centro de la fábula, Era, México, 1989, p. 40).
2 Ensayos y poemas, Librería y Casa Editorial de Porrúa Hermanos, México, 1917; De
fusilamientos, La Casa de España en México, México, 1940, y Tres libros, Fondo de
Cultura Económica, México, 1964.
3 Diálogo de los libros, comp. y est. preliminar Serge I. Zaïtzeff, Fondo de Cultura
Económica, México, 1980. [Este libro contiene textos creativos no coleccionados por el
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de su obra se suma el hecho de que un buen número de sus escritos


-siempre de difícil definición genérica: ¿poemas en prosa, ensayos,
cuentos breves?- no alcanzan a rebasar una escasa página.
Ya es un tópico de la crítica lamentarse de la brevedad de la obra de
Torri, e incluso reprocharle su carácter antiprolífico, como hizo Alfonso
Reyes, quien desde su compartida época ateneísta no sólo había sido su
gran amigo e impulsor sino también su más pertinaz crítico, según se
percibe en un comentario de 1941, donde luego de afirmar que nuestro
autor había escrito algunas de las más bellas páginas de la década de
1910, Reyes dice que Torri «no admite más reparo que su decidido apego
al silencio».^ Sin embargo, creo que censurar ese rasgo significa no
comprender las intenciones literarias del autor: en lugar de deplorar esa
brevedad, hay que procurar gozarla con una intensidad igual a aquella
con que la obra fue escrita, como puede percibirse en los propios textos.
Por ello me interesa demostrar aquí que el carácter conciso de su arte no
es resultado de una falta de vitalidad literaria, sino más bien un aspecto
fundamental de una propuesta de innovación artística, pese a lo que el
propio autor dijo en alguna ocasión.
En efecto, la primera noticia que recibe Reyes sobre el futuro libro
inaugural de su amigo Torri llega en una tímida posdata de una carta:
«Pronto te llegará un pequeño libro mío. Por exigencias de Pedro
Henríquez, y de dinero, me resolví a salir a la plaza del vulgo.
Perdonadme vosotros». 5 Poco tiempo después, Torri completa esta
imagen, cuando al aludir a la extensión y características de los textos que

autor -y que habían aparecido en las efímeras revistas de la época-, prólogos diversos, así
como parte de la interesante correspondencia Julio Torri/Alfonso Reyes.] El ladrón de
ataúdes, pról. Jaime García Terrés, comp. y est. preliminar S. Zaítzeff, Fondo de Cultura
Económica, México, 1987. Epistolarios, éd. de S. Zaítzeff, UNAM, México, 1995.
4 En efecto, Reyes recordaba así el ambiente literario de inicios de la década de 1910: «Y
apenas salía de su infancia Julio Torri, graciosamente diablesco, duende que apagaba las
luces, íncubo en huelga, humorista heiniano que nos ha dejado algunas de las más bellas
páginas de prosa que se escribieron entonces; y luego, terso y fino, tallado en diamante
con las rozaduras del trato, no admite más reparo que su decidido apego al silencio...»
(«Pasado inmediato», en Pasado inmediato y otros ensayos, El Colegio de México, México,
1941, p. 43-44; las cursivas son mías). Fiel a su costumbre de reelaborar trabajos previos,
para este comentario Reyes retomó un viejo ensayo de 1913 sobre su recién abandonada
patria («Nosotros», Revista de América, París), donde había calificado a su amigo Torri
como una promesa: «... y apenas salía de su infancia Julio Torri, nuestro hermano el
diablo, duende que apaga las luces, íncubo en huelga, humorista que procede de Wilde y
Heine y que promete ser uno de los primeros de América» (cito por Simpatías y diferencias.
Cuarta Serie, en Obras completas, FCE, México, 1956, vol. IV, p. 304-305; las cursivas
son mías). Habría que citar también un artículo de enero de 1917, publicado en Madrid,
en el que, luego de transcribir párrafos de dos cartas, una de Mariano Silva y Aceves y otra
del propio Torri, que le anuncian la próxima aparición del libro de su entrañable amigo,
Reyes concluye: «Gracias sean dadas a ese amigo tan exigente; gracias a esa pobreza tan
fecunda» (A. Reyes, Obras completas, éd. cit., vol. VII, p. 472). Me gusta la expresión
pobreza fecunda para definir la labor literaria de Torri, casi inédita a inicios de aquel 1917.
5 J. Torri, Carta a A. Reyes, 21 de octubre de 1916, en Epistolarios, p. 74.
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formarían Ensayos y poemas confiesa: «Mi libro te alcanzará uno de estos


días. Es libro de pedacería, casi de cascajo. No puedo hacer nada de
longue haleine. Tengo por ello mucho despecho, como puede verse en el
dicho libro». 6 Conjeturo que tanto este comentario como la afirmación
de que se decidió a publicar debido a una amistosa insistencia y a la
necesidad de dinero, son meros mecanismos retóricos {captatio
benevolentiae) detrás de los cuales el autor desea encubrir sus intenciones,
pues aparenta que no anhelaba difundir su obra, para la cual finge fines
extra literarios, al mismo tiempo que simula lamentar que no sea distinta.
En cuanto al primer punto, es decir, la influencia de sus amistades,
vale la pena adelantar que, como se confirma en su relación con
Henríquez Ureña y, sobre todo, en varios momentos de su diálogo
escrito con Reyes, la insistencia de los amigos nunca ejerció en el escritor
una presión real para inclinarlo a publicar antes de tiempo; así, por
ejemplo, en una carta que dirige al primero, le agradece haberlo citado
pese a que entonces Torri aún no había publicado nada por no tener,
según él, suficientes escritos de calidad: «De paso, gracias por haberme
anticipadamente citado en tu artículo. Aun no hay bastantes flores raras y
curiosas en mi jardín. Además: después de los 25 años, debe sólo
publicarse libros perfectos». 7 Destaco este afán de rigor perfeccionista,
expresado en la intimidad del diálogo a distancia con uno de sus mejores
amigos, pues es un aspecto que no concuerda con los motivos
circunstanciales (y pecuniarios) que más tarde esgrime frente a Reyes para
justificar su decisión de publicar su libro inicial. Del mismo modo, hay
que señalar que el largo plazo de veintitrés años que median entre 1917 y
1940, fechas de publicación de su primer y su segundo libros, no pudo
ser acortado ni siquiera por la insistencia de Reyes en los años veinte,
cuando desde su misión diplomática en Sudamérica éste pidió a Torri la
entrega de material inédito para un volumen de los prestigiosos
«Cuadernos del Plata», colección de Buenos Aires que él dirigía y donde,
por cierto, Borges publicó su tercer libro de poemas: Cuaderno San
Martín(\929).
Hay diversos indicios que apuntan hacia la «falsedad» o insinceridad
de las anteriores confesiones de Torri. Esto se percibe, en primer lugar,
en su decisión de difundir su libro no sólo entre su íntimo círculo de
amistades en México, al cual pertenecía en principio el propio Reyes,
sino también entre personajes del mundo cultural con los que no trataba
con regularidad; así, en octubre de 1917, durante su estancia diplomática
en Madrid, Reyes recibió un paquete con varios ejemplares de Ensayos y
poemas, el largamente anunciado y esperado primer libro de su
compañero ateneísta, quien, con la esperanza de difundir su exigua obra
en el medio literario español, había anexado ejemplares para Enrique

6 J. Torri, Carta a A. Reyes, 13 de diciembre de 1916, en Epistolarios, p. 79.


7 J. Torri, Carta a P. Henríquez Ureña, 22 de octubre de 1914, en Epistolarios, p. 223.
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Diez Cañedo, Juan Ramón Jiménez y Amado Nervo (entonces también


en funciones diplomáticas en España). Es obvio que si en verdad el autor
hubiera tenido conciencia de la modestia de su obra, no habría intentado
una difusión de este tipo.
La misma conclusión se deduce de sus palabras, pues luego del
penúltimo pasaje que he transcrito, donde lamentaba no poder escribir
nada de «largo aliento», Torri añadía, con una seguridad que se opone al
sentido del verbo inicial: «Temo que haya en él [libro] demasiada
petulancia para nuestros paladares estragados»;8 esta mención de los
«paladares estragados» implica que, a juicio suyo, los gustos literarios de
entonces están viciados, corrompidos, por lo que los lectores podrían no
ser aptos para apreciar el valor de nuevas tendencias estéticas. Es decir,
pese al aparente tono humilde de las líneas citadas, vemos que, muy
astutamente, en el fondo el escritor está afirmando la novedad extrema de
su libro, cuyo carácter particular y distinto quizá implique la falta de
comprensión de sus receptores, acostumbrados al «viciado» panorama
literario de la época. Vale la pena comentar, de paso, que el autor se suma
aquí a otra fuerte tradición literaria occidental, la cual en
Hispanoamérica se convirtió en un tópico a partir de los modernistas: el
terrible aislamiento en que se hunde el escritor debido a la
incomprensión de un público que en no pocas ocasiones es calificado de
filisteo. En fin, me he demorado en la cita previa para enfatizar que desde
el principio el autor se mostró muy consciente del carácter innovador de
su literatura, la cual rompía con algunos de los modelos formales y
temáticos más aceptados de su tiempo.
La íntima pero no tan secreta confianza de Torri en la originalidad y
valor de su obra aumentó al conocer el comentario de Reyes, quien en la
carta de agradecimiento por el antecitado envío califica Ensayos y poemas
con un juicio hiperbólico: «Tu libro está escrito de una manera perfecta.
Ya no necesitas aprender más»;9 y luego de elogiar de forma breve y
cifrada varios de los textos, concluye con una ponderación extrema: «¿Por
qué has vacilado tanto en publicar tu libro? ¿Qué te estás tú figurando?
Tenía razón Mariano [Silva y Aceves] al decirme que era el mejor que se
había escrito en México».10 Pese a tener la misma edad que Torri, Reyes
poseía ya cierta fama en el mundo literario hispánico, lo cual explica que
el incipiente escritor se haya entusiasmado por las alabanzas de su
corresponsal: «Acabo de recibir tu última en que me dices cosas tan gratas
de mi libro. Para un primerizo como yo, esto es para perder la cabeza». H
Con la ventajosa perspectiva crítica que otorga la distancia temporal, hoy
cabe preguntarse si los elogios de Reyes fueron excesivos, o sea, si

8 J. Torri, Carta a A. Reyes, 13 de diciembre de 1916, en Epistolarios, p. 79.


9 A. Reyes, Carta a J. Torri, 3 de octubre de 1917, en Epistolarios, p. 96.
10 Ibid., p. 97.
H J. Torri, Carta a A. Reyes, noviembre de 1917, en Epistolarios, p. 98.
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estuvieron motivados por el cariño y el deseo de impulsar a un amigo que


se había mostrado reacio a publicar; 12 o bien, si en verdad los textos de
Torri significaron una vital renovación estética dentro de la cultura de un
país que vivía en pleno sacudimiento revolucionario. Espero que mi
análisis responda y disipe estas dudas.
En primer lugar, una simple lectura de la obra de Torri contradice el
supuesto remordimiento del autor por no haber podido construir una
obra de «largo aliento». En este sentido, no es casual que diversos pasajes
de sus breves escritos, e incluso textos completos, elaboren una especie de
teoría literaria en la que se exalta la escritura breve al mismo tiempo que
se exhibe un enorme desprecio por los artistas que producen sin reserva,
por quienes no saben contenerse y violan el pudor verbal. De hecho, él
considera que el recato es una de las grandes virtudes a las que puede
aspirar un escritor: «El horror por las explicaciones y las amplificaciones
me parece la más preciosa de las virtudes literarias. Prefiero el enfatismo
de las quintaesencias al aserrín insustancial con que se empaquetan
usualmente los delicados vasos y ánforas». 13
El texto «El descubridor», del cual él dijo que cifraba su poética, 14 y
que cito completo porque es una muestra práctica de su propia teoría,
expresa con claridad su idea de cómo debe proceder el escritor en su
trabajo:
A semejanza del minero es el escritor: explota cada intuición como una
cantera. A menudo dejará la dura faena pronto, pues la veta no es
profunda. Otras veces dará con rico yacimiento del mejor metal, del oro

12 Como he dicho, la presión de los amigos para que publicara con más frecuencia nunca
incentivó a Torri, quien prometía mucho pero cumplía poco. En este sentido, sin duda
Reyes fue su más incansable impulsor. Por ejemplo, en 1924 Torri le comunicaba que
había vuelto a escribir y ofrecía vagamente enviarle los textos: «Con la ociosidad, he
vuelto a escribir un sinnúmero (10 o 12) de pequeñas cosas que alguna vez te enviaré. Son
historietas, con fondo mexicano remoto, de casos y sucesos curiosos» (Carta a Reyes,
1924 [sin fecha exacta], en Epistolarios, p. 168). Es obvio que este anuncio incitó a Reyes
a pedir, pocos años después, los textos de su amigo para formar un volumen de los
«Cuadernos del Plata» -colección que entonces dirigía en Buenos Aires-, como se deduce
del hecho de que en una de sus cartas Torri se comprometa a enviarlos para una
publicación formal: «Muy caro Alfonso: Dentro de unos días te mandaré el original del
pequeño libro que me pides para los Cuadernos del Plata. Los dioses te recompensen esta
bella solicitud de hermano mayor que tienes para conmigo» (Carta a Reyes, febrero de
1929, en Epistolarios, p. 178). Pese al afecto y a la buena voluntad manifiestos en esta
carta, el ofrecimiento nunca se concretó.
13 «El ensayo corto», en Tres libros, op. cit., p. 33-34. Todas las citas de los textos
creativos de Torri, cuya referencia se colocará entre paréntesis, corresponden a esta
edición.
14 En la entrevista que le concede el escritor, Emmanuel Carballo le pregunta dónde ha
definido su poética, a lo que Torri responde de inmediato que en «El descubridor»; y para
demostrar tanto la estima que tiene a ese escrito como su permanente deseo de concisión,
lee al entrevistador el texto completo (E. Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana
[1965], Eds. El Ermitafio-SEP, México, 1986, p. 174-175).
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más esmerado. ¡Qué penoso espectáculo cuando seguimos ocupándonos


en un manto que acabó ha mucho! En cambio, ¡qué fuerza la del
pensador que no llega ávidamente hasta colegir la última conclusión
posible de su verdad, esterilizándola; sino que se complace en mostrarnos
que es ante todo un descubridor de filones y no mísero barretero al
servicio de codiciosos accionistas! ( p. 57)
Sin duda, este creador mexicano es una rara ave literaria cuya teoría
no se contradice en la práctica, por lo que al seguir los conceptos
anteriores, acude a una estrategia narrativa que se limita a mostrar al
lector vertientes apenas descubiertas y se complace en insinuar el camino
de una lectura que aquél debe completar. Fiel a sus convicciones, el autor
nunca agota las posibilidades de un tema literario; incluso podría parecer,
a primera vista, que no aprovecha sus asuntos al máximo, como si
temiera llegar a ser prolijo y excesivo, lo cual sería, desde su particular
estética, sinónimo de esterilidad. Por ello no hay en Torri el terror al
vacío, a la página en blanco, sino más bien a la abundancia, al daño que
produce en la obra la prodigalidad, según afirma en una especie de
aforismo cuya pertinencia harían muy bien en recordar algunos escritores
actuales: «Los poetas pródigos corren el peligro de acostumbrarse a su
facilidad en perjuicio de su perfección...»^ Así, dice haber trabajado los
temas de su primer libro con el propósito de alcanzar la perfección, ^ que
para él sería la brevedad y la concisión, aptitudes que admiraba en
algunos de los escritores que leía en esa época, por ejemplo George
Bernard Shaw.
Esta brevedad de la escritura tiene su correspondencia precisa en las
formas literarias frecuentadas por Torri, quien desde sus inicios como
lector (y luego escritor) se acercó a géneros que entonces (e incluso ahora)
se consideraban como menores y que se caracterizan por su concisión y
su lengua muy cuidada: el poema en prosa, el miniensayo, el cuento
breve, el epígrafe, el aforismo; de ahí, por ejemplo, su inveterado afán de
coleccionista de epígrafes, los cuales suelen servirle de punto de partida
para sus escritos, es decir, como la fuente de la cual se nutre su creación,
en un proceso que él mismo admite que es opuesto a los usos comunes
del epígrafe, según declara en una misiva a Reyes en la que expone el
extraño método de algunas de sus composiciones:
Yo, trabajo ahora géneros de esterilidad, como poemas en prosa, etc.
Pronto te mandaré algunas composiciones. Las escribo de la siguiente
manera: tomo un buen epígrafe de mi rica colección, lo estampo en el
papel, y a continuación escribo lo que me parece, casi siempre un

15 Julio Torri, «Holocaustos» [comentario al libro del mismo nombre de J. Núñez y


Domínguez], La Nave, mayo de 1916, p. 124; también en Diálogo de los libros, p. 66.
1" Al recordar el largo proceso de gestación de Ensayos y poemas, que de hecho duró de
1911 a 1917, dice Torri: «En este libro traté de redondear los temas hasta hallar la
perfección» (apud Emanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, p. 173).
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desarrollo musical del epígrafe mismo. Es como si antes de comprar un


vestido, adquirieras el clavo del que lo has de colgar. En esta imagen
aparece un poco absurdo mi procedimiento, pero tú descubrirás que no
lo es. 17
En fin, las estructuras literarias que atraen a Torri, tanto en sus
funciones de lector como de escritor, son lo que él llamó muy
acertadamente «géneros de esterilidad». Se ubica así en una estética muy
alejada de las grandes formas narrativas o poéticas que buscan que el
texto literario alcance una fundamental trascendencia (filosófica,
histórica, social).
Además, su convicción de que es preferible la brevedad y repugnante
la abundancia lo lleva hasta el extremo de casi aconsejar el silencio. Por
ello en un escrito con una profunda intención irónica, como se observa
en la especie de oxímoron de su título, «De la noble esterilidad de los
ingenios», alaba las obras que no se realizaron, las que se quedaron en
mero proyecto o borrador, y que constituirían una historia literaria
íntima y secreta:
Para el vulgo sólo se es autor de los libros que aparecen en la edición
definitiva. Pero hay otras obras, más numerosas siempre que las que
vende el librero, las que se proyectaron y no se ejecutaron; las que
nacieron en una noche de insomnio y murieron al día siguiente con el
primer albor [...] Tienen para nosotros el prestigio de lo fugaz, el refinado
atractivo de lo que no se realiza, de lo que vive sólo en el encantado
ambiente de nuestro huerto interior, (p. 36)
El deseo de Torri por construir una literatura autor reflexiva en la que
prima lo que ahora llamaríamos función metaliteraria, no sólo fue una
elección personal sino también una necesidad derivada de su entorno
cultural, donde se suscitó una discusión letrada sobre los diversos modos
de escritura de la época. Para ejemplificar este debate, analizaré un
artículo periodístico de Antonio Caso titulado «De la marmita al cuenta
gotas», que citaré in extenso debido a su importancia. En su ensayo,
publicado en El Universal Ilustrado el 23 de noviembre de 1917, es decir,
poco después de la aparición de Ensayos y poemas. Caso se había
propuesto comparar el estilo literario decimonónico con el
contemporáneo; para ello recurrió a una especie de alegoría basada en dos
utensilios comunes, la marmita y el cuenta gotas, a partir de cuyas
características generales realizaba una reflexión sobre el arte de su tiempo:
La marmita es un humilde trasto de práctica y banal alfarería que suele
ponerse a fuego vivo sobre la hornilla del brasero para obtener la cocción
de prosaicas legumbres y viandas de mucho sustento.

17 J. Torri, Carta a A. Reyes, enero de 1914, en Epistolarios, p. 53.


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£1 cuenta gotas es un distinguido utensilio de farmacia que discreta y


matemáticamente expulsa de su seno preciados y sutiles venenos de
química preparación.
También los instrumentos humanos poseen su peculiar psicología. La
marmita es bulliciosa, trivial, parlanchína como una comadre. £1 caldo
hierve en ella a borbotones.
El cuenta gotas es aristocrático, reticente, parco como confesión estricta o
tácita, como entendimiento desconfiado, como un poeta perfecto del
novísimo barco, como un aprendiz de ensayista, lector asiduo de Walter
Pater y Robert Louis Stevenson.18
Interrumpo aquí la transcripción para mencionar que al final de este
pasaje aparece ya una clara alusión a Torri, quien desde años atrás se
había dedicado a difundir la obra de los dos autores mencionados, Pater y
Stevenson, cuyo conocimiento reconocía incluso como una prenda de
superior calidad intelectual; así, en una misiva a Reyes, su casi
permanente corresponsal, Torri dice que en la cena de despedida de
México organizada en honor de Henríquez Ureña, había estado presente,
entre otras personas, Antonio Álvarez Cortina, a quien describe
elogiosamente como «... un aristócrata muy inteligente, que sin
influencias ni consejos de nadie, descubrió a Pater y a Stevenson» .19
Volviendo al ensayo de Caso, la intención última de éste era
«equiparar a la marmita plebeya nuestra vieja literatura hispano
americana, tan verbosa y desmelenada, y al gotero preciso y hermético,
esta nueva literatura que "brota a pulsaciones", según dijo en alguna
parte, no sé con qué propósito, Alfonso Reyes».20 Luego invocaba una
serie de escritores cuyo ímpetu creativo se semejaba, a juicio suyo, al
proceso propio de la marmita: Heredia, Olmedo, Andrade, Sarmiento,
en el ámbito hispanoamericano, y Prieto, Altamirano, Riva Palacio, en el
mexicano. En contraste con esa literatura de profundo aliento y sentido,
consideraba que las obras de su tiempo carecían del vigor propio de la
marmita:
Abrid un libro de un contemporáneo, y el esfuerzo vernáculo, hispano
americano, os evocará la exactitud micrométrica del cuenta gotas.
Todo en estos libros de hoy se dice a medias o cuartas partes. Como para
Voltaire, créese a pie juntillas que el secreto de causar tedio está en
decirlo todo claramente. Débese sugerirlo apenas, dejando al lector su
autonomía espiritual, volviéndolo colaborador inteligente del que escribe;
sin tiranizarlo con tempestuosos endecasílabos; sin vejarlo con

18 Antonio Caso, «De la marmita al cuenta gotas», en Obras completas, pról. Leopoldo
Zea, comp. Rosa Krauze de Kolteniuk, UNAM, México, 1976, vol. DC, p. 25.
19 J. Torri, Carta a A. Reyes, abril de 1914, en Epistolarios, p. 65.
20 a. Caso, «De la marmita al cuenta gotas», p. 25.
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explosiones de mal gusto patriótico; sin demagógicas contorsiones; sin


ruido... 21
Esta cita de Caso, donde el autor define con claridad los rasgos
diferenciales de una nueva literatura, demuestra muy bien un fenómeno
que se presenta con inusitada frecuencia en la historia de la crítica
literaria: el que un acerbo opositor a una corriente estética renovadora
pueda distinguir con certeza la propuesta que ésta realiza, pero, por su
propia afiliación a otra tendencia artística, esté incapacitado para
disfrutarla y para captar su función revolucionaria dentro del arte de su
tiempo. Por ello Caso, que no era un lector descuidado, reconoció uno
de los elementos fundamentales de la concepción estética implícita en las
nuevas corrientes literarias: su apuesta a que el arte fuera sobre todo
sugerencia o alusión, aunque en lo personal sus hábitos y gustos de lector
(con base en su capacidad lingüística y genérica) constituían un lastre que
lo retenía en la orilla opuesta.
En efecto, como he expuesto, la concepción artística que se deduce de
la obra de Torri considera que la literatura debe ser una sugerencia, la
insinuación de algo intangible que puede concretarse en el acto de la
lectura, de acuerdo con las capacidades del receptor. Esta concepción
explica por qué en uno de sus primeros artículos, Torri expresa su enojo
extremo al referir cómo, en una conversación de sobremesa, alguien que
no había entendido una expresión artística -potencialmente, cualquier
lector o espectador- pidió que ésta se repitiera y que se le explicara su
sentido, método con el cual, es obvio, se perdería la oportunidad de que
se produjera una genuina y espontánea reacción estética:
Al acabar la historia, uno de los presentes pidió que se le contara de
nuevo, naturalmente sin las reticencias y la rapidez necesaria al buen éxito
del cuento. Esta súplica, delatora de un embotamiento de las partes más
ligeras del espíritu, nos recordó a los que allí estábamos, a cierto
personaje de El abanico de lady Windermere de Óscar Wilde, que pide
siempre le repitan lo que se acaba de decir y que le expliquen menuda y
pacientemente los chistes y agudezas que florecen en la conversación de
las personas ingeniosas. Tuvo razón Wilde en zaherir con su ironía del
más fino temple, a esas gentes pesadas y torpes que están anestesiadas
para cualquier manifestación de la inteligencia por burda y modesta que
sea, como el más vulgar cuento milesio. Cada vez que alguien refiere algo
chistoso, no falta quien le arrolle con su rudeza y su sed de
explicaciones^
Esta exigencia de comunión absoluta entre el espectador y el creador,
necesaria para generar el hecho estético, se convierte en sus escritos
creativos en el deseo de que el lector participe activamente para

21 Ibid., p. 26.
22 J. Torri, «Escocia como patria espiritual» (1913), incluido en Diálogo de los libros,
p. 60.
152 C.M.H.LB. Caravelle

completar el significado potencial (o los significados potenciales) del


texto. Con ello, su estética se muestra revolucionaria para su época, ya
que gran parte de la literatura de entonces era más proclive a dar al
receptor todo «digerido», a no dejar demasiados cabos sueltos que éste
tuviera que completar. Al establecer una relación dinámica con el lector,
Torri otorga a su obra un rasgo muy moderno que en parte explica la
vigencia de la mayoría de los textos que nos legó.
Para finalizar con el ensayo de Caso, vale la pena añadir que él no era
tan ingenuo como para concluir su reflexión con el último pasaje aquí
transcrito: una vez que ha asestado el golpe contra sus contemporáneos, si
bien sigue pugnando por el retorno a un estilo «grandilocuente», como él
dice, a la vez aventura una posición conciliadora que pretende rescatar
algunas innovaciones verbales de su presente:
Sin embargo, buena falta hacen hoy en las letras patrias y, en general, en
las letras americanas, poetas que, como Chocano y Almafuerte, posean el
estro grandilocuente de los viejos cantores de América. Faltan ingenios
literarios como Sarmiento. Faltan escritores populares en la más noble
acepción del vocablo, que es, por supuesto, la única tolerable por el buen
gusto y la crítica.
Estamos en un periodo de afinación y transmutación de los valores
literarios. Nos emancipamos ya del plebeísmo antipoético de nuestros
antepasados; nos sentimos a mil leguas de su algarabía huera y sandia.
Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva, Martí, Rubén Darío, rectificaron
en el siglo pasado nuestra conciencia artística, y la rectificaron para
siempre.
No volverá el desmelenamiento romántico, la briosa poesía de motín y
asonada, ni todo aquello que desacatamos inevitablemente; pero urge
precisar si, al ganar lo adquirido, no hubimos de perder un tanto de lo
que poseyeron nuestros padres y que nosotros no sabemos ni podemos
tener.
Seamos amigos del cuenta gotas; pero recordemos, a pesar de nuestra
suficiencia y nuestros procedimientos químicos, que muchos lustros
cantó trivialmente, sobre la lumbre del patrio hogar, la plebeya y
generosa marmita de los abuelos. 23
Al parecer, la relación entre Torri y el «maestro Caso», como ya se le
conocía entre los jóvenes universitarios, no fue nunca tersa; el primero
recordaba muchos años después que el otro se había formado una mala
impresión sobre él por sus aficiones mundanas; y en cuanto a la disputa
alrededor del calificativo «cuenta gotas» que le había endilgado, opinaba:
«[Caso] Era muy generoso. Yo escribí "La oposición del temperamento
oratorio y el artístico" en contra suya. Antonio, le diré, emitía opiniones
contradictorias en corto tiempo. El texto le molestó. Escribió dos
artículos muy graciosos contra mí en El Universal Me llamaba el

23 A. Caso, «De la marmita al cuenta gotas», p. 26-27.


Julio Torri 153

'cuentagotas'». 24 Ignoro si en estas palabras había una oculta intención


irónica, porque no obstante el calificativo inicial, la memoria de Torri no
pinta a su contemporáneo como muy «generoso».
Más allá de simpatías o diferencias personales, cabe destacar, desde
una perspectiva estética, que en el fondo el concepto de literatura
propugnado por Caso parte de una idea de «utilidad» artística, de
carácter social o histórico, que de ningún modo es compartida por Torri,
quien en varios de sus escritos responde de manera indirecta la eterna
pregunta ¿para qué sirve la literatura? Así sucede en la ficción titulada
«Era un país pobre», especie de parábola burlona en la que el autor
imagina un país donde el bienestar de la economía y toda la realidad
material dependen del buen desarrollo de la literatura, la cual se
transforma en la fuente generadora de cualquier desequilibrio:
El dictamen de los críticos señalaba a algunos escritores de pensamiento
tan torturado, de invenciones tan complicadas y de psicología tan aguda
y monstruosa, que sus libros volvían más desgraciados a los lectores, les
ennegrecían en extremo sus opiniones y les hacían, por último, renunciar
a descubrir en la literatura la fuente milagrosa adonde purificar el espíritu
de sus cuidados, (p. 41)
Con un extremo tono cáustico, «Era un país pobre» finaliza de
manera rotunda y definitiva con esta irrebatible conclusión:
«Ciertamente las artes no pueden ser el único sostén del bienestar de un
pueblo» {idem)- De estas palabras debe el lector decantar el «mensaje»
último: el arte no puede ser nunca —por desgracia, diría algún idealista
revolucionario- el motor exclusivo del bienestar de un pueblo; y al no
haber una relación directa entre realidad social y literatura, resulta
impropio que ésta se supedite a restricciones ajenas a su naturaleza
estrictamente verbal. Consecuente con esta premisa, Torri nunca busca
validar su obra con elementos ubicados fuera del texto mismo: puesto
que el arte sólo sirve como arte, es decir, funciona para provocar en los
lectores o espectadores reacciones de carácter estético, únicamente puede
ser juzgado y evaluado dentro de sus propios parámetros; sin duda, la
suya es una concepción que apunta hacia la autonomía (relativa,
matizaríamos ahora) del arte.
De este modo, su poética entra en franca contradicción con algunas
tendencias dominantes de la literatura mexicana de la primera mitad del
siglo XX -realismo de la novela de la Revolución y de la novela
indigenista, por ejemplo—, según las cuales el arte debe tener otra
finalidad además de la estética. No es raro entonces que Torri se aparte
de cualquier teoría que postule, aunque sea de forma tenue, un propósito
no artístico. Por ello incluso se burla finamente del realismo literario; así,
en un pasaje que también sirve para explicar que él no se haya aventurado

24 J. Torri apudE. Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana, p. 171 .


154 C.M.H.LB. Caravelle

a transitar por un género extenso como la novela, pone estas palabras en


boca de uno de sus primeros personajes: «En principio nunca leo novelas.
Son un género literario que por sus inacabables descripciones de cosas sin
importancia trata de producir la compleja impresión de la realidad
exterior, fin que realizamos plenamente con sólo apartar los ojos del
libro». 25 De nuevo, el texto afirma implícitamente que la literatura debe
crear un mundo de ficción independiente de la realidad inmediata.
Otro elemento que avalaría la anterior idea es la ausencia casi
absoluta, en la literatura de Torri, de alusiones a los grandes
acontecimientos históricos del México contemporáneo, su alejamiento de
las preocupaciones sociales y políticas de su época. Cuando no sucede así,
lo que encontramos son referencias distanciadas e irónicas sobre los
movimientos históricos que marcaron la evolución de México durante el
siglo XX. Así, por ejemplo, la que es quizá su única referencia directa a la
Revolución Mexicana aparece en «La feria», donde mediante un estilo
que pretende reproducir la oralidad cotidiana, construye un texto
formado por un entrecruzamiento de voces dispersas que transmiten las
reacciones que el acto festivo de la feria provoca en personajes de
distintos estratos sociales; en una invención que es al mismo tiempo
baladronada y pretexto genial, uno de los personajes de este singular
escrito, una mujer indígena, quiere engañar a otra mujer de su raza con
esta hábil declaración: «—Yo sabía leer, pero con la Revolución se me ha
olvidado» (p. 68); de este modo, con una agudeza irónica exacerbada, el
autor se burla sin recato de esa idea tan difundida, y tan cara para algunas
vertientes de nuestra literatura, de que la Revolución trastrocó todos los
valores previos, de que implicó una ruptura definitiva con el pasado.
Con base en la concepción global del arte literario brevemente
expuesta aquí, se escribe la obra de Torri, cuyo elemento estructural más
visible es la ironía. ¿Pero a qué clase de ironía me refiero cuando digo que
tal vez sea éste el recurso retórico más importante de su sistema literario
(como se habrá podido apreciar por los pasajes transcritos)? El análisis de
un par de textos de Torri ayudará a avanzar por este camino, el cual
servirá tanto para distinguir sus rasgos irónicos como para contrastar su
estilo con el de los escritores mexicanos que acuden a este recurso, cuyo
número es relativamente escaso, pues aunque las generalizaciones son
siempre peligrosas, creo que el matiz irónico suele estar casi ausente de la
tradición cultural mexicana, más inclinada al tono grave, serio y
ceremonioso, que incluso llega a tintes trágicos.
Como sabemos, todo comienzo literario desempeña una función de
elemento diferencial de los materiales verbales, es decir, empieza por
construir la tradición literaria dentro de la cual se propone la lectura de
un texto. Así, el escrito «De fusilamientos», en lo personal una de las
creaciones de Torri que más disfruto, se inicia del siguiente modo: «El

25 «El embuste», en Diálogo de los libros, p. 51.


Julio ToRRi 155

fusilamiento es una institución que adolece de algunos inconvenientes en


la actualidad» (p. 49). La primera sorpresa que el autor depara a su
probable lector es la definición del fusilamiento como una institución, o
sea, como algo establecido y permanente que forma parte de nuestra
realidad cotidiana. Quizá en su momento inaugural, «De fusilamientos»
corra el riesgo de todo discurso irónico: el ser tomado al pie de la letra
por un receptor excesivamente ingenuo que no maneje los códigos
lingüísticos; pero, en última instancia, éste es un peligro siempre latente
que habla más de la incapacidad del lector que de las habilidades
expositivas del narrador.
En un segundo e inmediato momento, «De fusilamientos» describe,
mediante una larga y pormenorizada lista, cuáles son los «inconvenientes»
a los que el fusilado se ve sujeto: la amenaza de contraer un resfriado («El
rocío de las yerbas moja lamentablemente nuestros zapatos, y el frescor
del ambiente nos arromadiza», p. 49); la imposibilidad de apreciar la
belleza del campo («Los encantos de la diáfana campiña desaparecen con
las neblinas matinales», p. 49); la falta de educación de los jefes de escolta
y el aspecto deplorable de los soldados rasos («Aunque sean breves
instantes los que estáis ante ellos, no podéis sino sufrir atrozmente con su
vista. Se explica que muchos reos sentenciados a la última pena soliciten
que les venden los ojos», p. 49); la mala calidad del tabaco o licor que se
suministra al condenado para cumplir su última voluntad («La palidez de
muchos en el postrer trance no procede de otra cosa sino de la baja
calidad del licor que les desgarra las entrañas», p. 50); la tosca
sensibilidad del público que asiste a los actos de fusilamiento («En balde
asumiréis una actitud sobria, un ademán noble y sin artificios. Nadie lo
estimará. Insensiblemente os veréis compelidos a las burdas frases de los
embaucadores», p. 50); la carencia de periodistas especializados en
fusilamientos, etc. Después de esta enumeración, «De fusilamientos»
concluye con un párrafo sumario que simula con ironía una prédica
moral: «Si el Estado quiere evitar eficazmente las evasiones de los
condenados a la última pena, que no redoble las guardias, ni eleve los
muros de las prisiones. Que purifique solamente de pormenores
enfadosos y de aparato ridículo un acto que a los ojos de algunos
conserva todavía cierta importancia» (p. 50).
Como las anteriores citas demuestran, Torri usa un estilo irónico
bastante depurado, pues logra contrastar todos los terribles momentos
inherentes al fusilamiento con una serie de supuestos e imaginarios
«inconvenientes» que son minucias frente a la atrocidad de la muerte del
fusilado. Porque difícilmente podríamos pensar en una realidad más
terrible que los instantes previos a un fusilamiento; y sin embargo el
autor la degrada, en cierta medida la «purifica» hasta provocar la sonrisa
del lector, que se vuelve cómplice con el simple acto de captar ese primer
y profundo sentido irónico del texto. Además, mediante un hábil uso del
pronombre «vosotros» («no podéis sino sufrir atrozmente con su vista»,
156 CM.H.LB. Caravelle

«En balde asumiréis una actitud sobria»), incluso sumerge al lector (en un
sentido simbólico, claro está) en la posición misma del acto, lo hace
compartir directamente las penurias del fusilado o de los asistentes.
Ahora bien, leído fuera de sus particulares circunstancias históricas, el
texto parece aludir al fusilamiento tradicional, es decir, el asociado a la
impartición de la justicia legalizada en cualquier sociedad moderna del
mundo occidental. Pero hay un dato que ayuda a distinguir el momento
de enunciación: aunque «De fusilamientos» abre el libro con ese mismo
título publicado en 1940 por La Casa de España en México, en realidad
fue escrito en 1915, según consigna el autor al final del texto; este hecho
resulta excepcional, ya que Torri casi nunca establece la fecha de creación
de sus obras; el dato tenía pues la intención de aludir inequívocamente a
la época en que México se encontraba en plena efervescencia
revolucionaria. En efecto, a mediados de la década de 1910, para las
diversas facciones que estaban en lucha (zapatistas, villistas, carrancistas,
federales, etc.), el acto del fusilamiento sumario se había convertido en
un método infalible para acabar con las huestes enemigas, para «pasar por
las armas» a quien no comulgara con sus ideas; pero Torri desea superar e
incluso cancelar este aspecto de la realidad inmediata y visible,
circunscrito a un período histórico específico. En suma, de nuevo se
encuentra en su obra una actitud distanciada respecto del doloroso
movimiento revolucionario.
Para reflexionar sobre la dimensión ideológica implícita en un texto
de 1915 que alude elusivamente a los fusilamientos del México
revolucionario, Jorge Aguilar Mora acude a una comparación entre «De
fusilamientos» y «Las tarjetas de Martín López», relato de Cartucho
(1931) donde Nellie Campobello describe con crudeza sentimental los
efectos de un fusilamiento; 26 según él, el texto de la escritora «es una
negación radical -en lo vital y en lo literario— de esa estampa de los
fusilamientos que en estilo decente escribió Julio Torri».27 Y al abundar
sobre la honda significación cultural de ambos estilos literarios, el crítico
concluye:
Frente a la historia, frente al testimonio de tantos fusilados, es difícil, si
no imposible, demostrar que la ironía de Torri lograba su probable
cometido: demostrar y condenar de pasada lá barbarie de esos hechos. Y
quizás también sea imposible demostrar que Torri fracasó. Pero al colocar
su texto frente al de Nellie Campobello, al menos sucede un
acontecimiento que no se puede soslayar; ante ambos textos se tiene que

26 Quizá esta breve descripción acierte respecto de la naturaleza de los relatos de


Campobello, quien: «En cuadros de sencilla crueldad, con perspectivas de natural ternura,
presenta una visión infantil y dramática de la Revolución Mexicana» (Antonio Castro
Leal, «Nellie Campobello», en La novela de la Revolución Mexicana, selec, pról. y notas
de... Aguilar, México, 1960, p. 923).
27 Jorge Aguilar Mora, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la
Revolución Mexicana, Era, México, 1 990, p. 46.
Julio Torri 157

hacer una elección, y la elección va más allá de ser un mero hecho de


crítica literaria. Sin duda es importante reconocer que los dos son textos
ejemplares de caminos muy distintos recorridos por la literatura
mexicana; pero más importante aún es aceptar que son también posturas
muy diferentes no sólo de la literatura sino de la interpretación histórica
mexicana ante el comportamiento de otros mexicanos .28
Esta propuesta, basada en una polémica pero inteligente lectura
(además, muy bien documentada), implicaría cierto grado de rechazo de
la forma literaria como Torri codificó el fusilamiento, pues parecería que
este hecho real, inserto en terribles sucesos históricos, no debería ser
sometido a una construcción irónica que apunte hacia lo cómico. Me
parece que al exigir que el lector opte entre el texto de Torri y el de
Campobello, el estudioso sugiere una restricción de carácter ético que
significaría cancelar el primero; por mi parte, prefiero una recepción más
incluyente, que dé cabida a ambos textos y modos de escritura, pese a que
reconozco que la imagen literaria de la Revolución plasmada por
Campobello en sus estampas refiere con mayor vigor y precisión al
movimiento armado.
Me interesa ahora detenerme un instante en «El héroe», donde Torri
procede de manera paralela a «De fusilamientos», pues usando los
mismos recursos retóricos desarticula esa idea de heroicidad tan
importante para gran parte de la literatura, tanto de carácter realista
como fantástico. El héroe de su texto sería más bien un «antihéroe», y no
sólo por la infame situación que le corresponde vivir, sino también
porque él mismo percibe que su heroicidad se basa en un principio
engañoso: «Todo se adultera hoy. A mí me ha tocado personificar un
heroísmo falso. Maté al pobre dragón de modo alevoso que no debe ni
recordarse. El inofensivo monstruo vivía pacíficamente y no hizo mal a
nadie» (p. 58). Congruente con este comienzo degradado, el acto
definitorio del supuesto héroe, que tradicionalmente debería conquistarle
una inacabable dicha y fortuna, se convierte en el inicio de su via cruets,
ya que se ve obligado a casarse con la princesa del cuento, quien, para
contravenir de nuevo a la tradición literaria, no es la bella y delicada
princesita descrita en los relatos infantiles, sino una matrona pasada de
años que gusta del auxilio de frases rimbombantes para fingir una
felicidad conyugal que no existe: «En los momentos de mayor intimidad
mi egregia compañera inventa frases altisonantes que me colman de
infortunio: «la sangre del dragón nos une»; «tu heroicidad me ha hecho
tuya para siempre»; o bien «la lengua del dragón fue el ábrete sésamo»;
etcétera» (p. 59). Al final, en una «vuelta de tuerca» narrativa, el autor
pone en voz del héroe una frase que también parece altisonante pero que,
a modo de aforismo, expresa una verdad definitiva originada por la

28 /bid., p. 47.
158 C.M.H.LB. Caravelle

profundidad de su desencanto: «¡Cuánto envidio la sepultura olvidada de


los héroes sin nombre!» (p. 59).
En suma, considero que con base en los anteriores ejemplos del estilo
de Torri, puede afirmarse que la suya es una ironía que conserva su
vigencia en virtud de que no acude, para completarse, a ningún elemento
fuera del texto o de la literatura misma; esto es, requiere muy poco de
«situacional» o pragmático para ser comprendida. Considero que una
somera comparación con Jorge Ibargüengoitia, otro gran ironista de la
literatura mexicana, ilustrará muy bien lo que quiero decir. En Los
relámpagos de agosto (1964), Ibargüengoitia construye una buena novela
satírico-irónica usando dos elementos referenciales que están fuera del
texto: el período de la Revolución Mexicana y su correspondiente
novelística. Así, su ironía, que tiene una fuerte carga situacional y
contextual, corre el peligro de no ser descodificada en su totalidad por los
lectores. Quiero ser enfático para evitar confusiones: mi propósito no es
disminuir, ni un ápice, los alcances literarios de la narrativa de
Ibargüengoitia: sólo señalo una virtualidad literaria. En cambio, creo, aun
a riesgo de hundirme en las movedizas arenas de la especulación, que los
textos irónicos de Torri tienen, en principio, mayores posibilidades de
sobrevivir dentro del fluctuante e impredecible gusto del público lector;
aunque, para ser justos, también habría que matizar esta idea, pues está
claro que «De fusilamientos» requiere del lector menos conocimientos
previos de la literatura que «El héroe», texto que presupone, para su cabal
y completa comprensión, cierta familiaridad, por mínima que sea, con la
tradición heroica de los cuentos infantiles (o de otra índole).
Después de esta descripción general de las excelencias de la escritura
de Torri, resulta sorprendente que su imagen literaria haya sido
prácticamente silenciada en la historia de la literatura mexicana.2^
Aunque sé muy bien que deberá completarse con otros elementos
provenientes del sistema literario en que el autor se inscribe, aventuro
ahora una probable hipótesis para explicar parte del olvido en que se
sumergió su obra; me refiero al irresistible ascenso de la novela de la
Revolución Mexicana, impulsado en los años veinte por un gran número
de intelectuales y también desde algunas instancias oficiales, el cual acalló
otras tendencias artísticas que en conjunto formaban un complejo
entramado. Hacia fines de 1924 y principios de 1925, desde la relativa

29 Ai encomio necesario para la impostergable labor «arqueológica» de rescate de la obra


de Torri, habría que añadir cierta sana actitud, a la vez elogiosa y mesurada: «Nadie, ni
siquiera sus críticos más entusiastas, diríamos que Torri es un escritor genial; pero sus
aportaciones, tanto literarias como editoriales, son hermosas e importantes en la literatura
mexicana [...] Le dio ímpetu ai poema en prosa o —mejor— a la prosa breve. Puede
afirmarse que introdujo el miniensayo, género cuyos buenos frutos requieren ritmo,
concreción, síntesis y adjetivación poéticos, combinados con la malicia y el remate
irremplazable y bien pensado de un soneto o un cuento» (Beatriz Espejo, Julio Torri,
voyerista desencantado, UNAM, México, 1986, p. 3).
Julio ToRRi 159

paz y tranquilidad impuesta por las balas de los militares triunfantes,


surge la discusión sobre si hay en México una literatura que sea
equivalente a la grandeza del movimiento revolucionario; uno de los
resultados de esta polémica es el proceso de reivindicación de la primera
gran novela de la Revolución Mexicana, Los de abajo (1915), de Mariano
Azuela, que había sido ignorada durante un decenio. En ella se encontró,
por fin, una lograda expresión literaria que manifestara las complejidades
de la rebelión armada. Sin duda, en la novela de Azuela y en las de otros
escritores se podía hallar lo que Caso añoraba desde 1917: una literatura
que combinara las exigencias sociales del momento con la buena
construcción artística; pero el acto de justicia que culminó con la
impostergable reivindicación de Los de abajo, derivó hacia el olvido y
silenciamiento de las otras formas verbales que estaban entonces vigentes,
por lo que acabó por forjarse una imagen plana y reduccionista del
riquísimo proceso cultural de los años veinte en México.
De este modo se hundió en el olvido la obra de escritores como Torri,
preocupados al detalle por la forma y con poco interés en una literatura
referencial y figurativa. Pero desde hace unos cuantos años, Torri ha
logrado renacer de ese silencio; como afirmó Jaime García Terrés en el
prólogo a la edición de El ladrón de ataúdes, con un tono admonitório
cuyo sentido último no logro desentrañar por completo: «No importa
qué advenedizo de variable edad habla hoy de Julio Torri, pontificando
sin necesidad de documentarse ni experiencia directa, sobre su persona o
su menguada obra. En cambio, hace alrededor de cuarenta y cinco años,
éramos unos cuantos los que lo cultivábamos». 30
Pues bien, yo reivindico para mí el calificativo de «advenedizo» del
que habla García Terrés. Si acaso este ensayo provoca entre sus receptores
el más mínimo deseo de acercarse a los textos de Torri, estoy seguro de
que el número de «advenedizos» que no conocieron ni trataron al autor
seguirá creciendo, para mayor gloria del escritor. Estoy convencido de
que el esfuerzo vale la pena, porque este autor, «... creador de prosas
cortas, depuradas, innovadoras», como lo definió muy bien y de manera
concisa Zaïtzeff,31 no decepcionará las expectativas de un lector sensible;
ya que las sirenas de la literatura sí cantarán para el Ulises que se atreva a
escucharlas, a diferencia de lo que sucede en el bellísmo poema en prosa
«A Circe», con el que abre Ensayos y poemas y que copio completo, como
última muestra de la vigencia de su arte:
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me
hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba
resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal.
Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.

30 Jaime García Terrés, Prólogo a El ladrón de ataúdes, p. 7.


31 Serge I. Zaítzeff, El arte de Julio Torri, Oasis, México, 1983, p. 21.
160 C.M.H.LB. Caravelle

¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como


iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí. (p. 9)
Con aviesa intención irónica, al iniciar este trabajo hablé de Torri
como un «precursor» de cierta tendencia de las letras mexicanas. En
«Kafka y sus precursores», un ensayo ya clásico para la cultura
hispanoamericana, Borges demostró de una vez y para siempre que un
escritor crea a sus precursores, es decir, modifica el modo como se lee la
literatura del pasado, pues propicia continuidades aparentes y descubre
semejanzas ocultas y novedosas. Asimismo, Borges intentó despojar al
término «precursor», de uso imprescindible para la crítica, de cualquier
connotación que suponga superioridad del presente sobre el pasado, a
partir de una concepción de la literatura como progreso: «En el
vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que
tratar de purificarla de toda connotación de polémica o de rivalidad. El
hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica
nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro».^2
Por ello hablar de Torri como «precursor» en el sentido tradicional y
preborgiano del término, por más egregia que sea la progenie literaria de
los «precorridos»: Arreóla, Monterroso, el propio Borges, es rebajarlo a
mero ensayo, a simulacro literario. Yo prefiero pensar que, como espero
habrán dejado entrever estas páginas, Julio Torri no sólo prefigura sino
que realiza una rica vertiente de la literatura mexicana del siglo XX.

RESUMEN- En este ensayo, se analiza la literatura del escritor mexicano Julio


Torri (1889-1970), miembro del Ateneo de la Juventud, que dejó una obra
breve tanto en la cantidad de volúmenes que publicó como en la extensión de
sus textos, cuya clasificación genérica resulta difícil, pues linda entre los poemas
en prosa, el ensayo corto o el minicuento, junto con inflexiones de formas como
el aforismo o la parábola. A partir de la hipótesis de que esta brevedad no es
producto de una falta de creatividad literaria, se intenta demostrar que Torri,
mediante textos que son al mismo tiempo creación y reflexión sobre la literatura,
era muy consciente de que proponía una nueva estética, en gran medida
contraria al realismo que predominaría en la cultura mexicana a partir de la
Revolución. De este modo, llega a la conclusión de que la obra de Torri, que es
muy legible para el lector actual, debe tener un lugar importante dentro de la
historia de la literatura mexicana del siglo XX.

32 Jorge Luis Borges, «Kafka y sus precursores», en Obras completas, Emecé, Buenos
Aires, 1974, p. 711-712.
Julio ToRRi 161

RÉSUMÉ- Analyse de la production littéraire du Mexicain Julio Torri (1889-


1970), membre de m'Ateneo de la Juventud, qui a laissé une œuvre brève autant
par le nombre de livres publiés que par la dimension de ses textes, difficiles à
classer du point de vue générique - ils tiennent du poème en prose, de l'essai et
du mini-conte, avec des accents propres à l'aphorisme ou à la parabole. Partant
de l'hypothèse que cette brièveté ne provient pas d'un manque de créativité, on
essaie de montrer que Torri, par le biais de textes qui sont à la fois création et
réflexion sur la littérature, avait conscience de proposer une esthétique nouvelle,
largement opposée au réalisme, prédominant dans la littérature du Mexique
post-révolutionnaire. On peut alors conclure que l'œuvre de Torri, pleinement
accessible au lecteur d'aujourd'hui, mérite une place eminente dans l'histoire de
la littérature mexicaine du XXe siècle.

ABSTRACT- Analysis of the literary productions of the Mexican Julio Torri


(1889-1970), member of the Ateneo de la Juventud, who left quite a small work
because of the few books he published and due to the size of his texts, difficult to
classify as far as genre is concerned- they are related to prose poems, essays and
mini tales, with distinctive features belonging to aphorism and parable.
Supposing that this small production is not due to a lack of creativity, we try to
demonstrate that Torri, through texts which are both a creation and a reflection
on literature, was conscious of proposing a new aesthetics, mostly opposed to
realism, predominant in Mexican post revolutionary literature. In conclusion,
we think that Torri's work, largely available to contemporary readers, deserves
an eminent place in the history of 20th century Mexican literature.

PALABRAS CLAVE: Julio Torri, Literatura mexicana del siglo XX, Ateneístas,
Narrativa breve, Poema en prosa.

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