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1.

1. LA CONCIENCIA MORAL

Qué afirmamos en expresiones tales como «tengo la conciencia tranquila», «me remuerde la conciencia», «allá cada
cual con su conciencia» o «he obrado según me dictaba la conciencia». Parece que reflejan claramente el significado
moral y la importancia que concedemos a esta capacidad para orientarnos en nuestra vida cotidiana y juzgar la bondad o
maldad de las acciones, tanto propias como ajenas. La conciencia.

Heteronomía y autonomía:
Para juzgar sobre la bondad o maldad de las acciones o de las normas, la conciencia se sirve de principios en virtud de los
cuales la persona rige su vida. En ocasiones no nos percatamos muy bien de cuáles son nuestros principios, pero lo cierto
es que cualquier persona se atiene a algunos, se de cuenta o no de ello.

Estos principios pueden venirle impuestos o dárselos ella a sí misma, racional y libremente. En el primer caso hablamos
de heteronomía y en el segundo, de autonomía.

- Una conciencia es heterónoma cuando se guía por:

a) los dictados del instinto o las apetencias;


b) por la tradición;
c) por la autoridad de otros, sean personas concretas, sea una mayoría.

Si la conciencia acepta los principios emanados de cualquiera de estos tres supuestos sin haber reflexionado sobre tales
principios y sin haber decidido si su orientación es buena, entonces esa conciencia es heterónoma.

- Una conciencia es autónoma, por el contrario, cuando es ella la que propone las normas morales que deben regir
su acción, habiendo reflexionado y decidido sin coacciones.

Sin duda, las personas empezamos a aprender las normas en la sociedad en la que vivimos: en la familia, en la escuela,
en el grupo de amigos de distintas edades. Es decir, que en principio nos vienen de «fuera». Pero eso no significa que
seamos heterónomos.

Actuamos de forma autónoma si somos nosotros los que decidimos reflexivamente qué normas consideramos buenas y
si somas capaces además de crear otras nuevas. Obramos de forma heterónoma, por el contrario, si nos guiamos par las
apetencias o por lo que otros nos dictan, sin haber considerado por nuestra parte qué es lo propio de perso nas
verdaderamente humanas.

Autonomía y universalidad

«Autonomía» equivale entonces a «autolegislación», a darse a sí mismo leyes propias.

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Pero, en cuanto hablamos de leyes, estamos indicando que valen para un grupo a bien universalmente, porque una ley
no puede valer para una sola persona. En el caso de la moral, las leyes han de valer universalmente porque son aquellas
que cualquier persona debería cumplir para ser verdaderamente humana y no inhumana.

Por eso, con la expresión «autonomía moral» nos referimos a la capacidad que tenemos las personas de guiarnos por
aquellas leyes que nos daríamos a nosotros mismos porque nos parecen propias de seres humanos. No tiene, pues, nada
que ver con «hacer lo que me da la gana», ni tampoco can la independencia frente a toda norma.

EI desarrollo de la conciencia

Comportarse de forma autónoma es una posibilidad que cada ser humano puede realizar o no. Si repasamos la historia,
podremos observar que las conductas heterónomas están siempre relacionadas con situaciones de servidumbre en sus
distintas formas, mientras que los seres autónomos se comportan como seres dueños de sus propios actos, porque en
definitiva el término «autonomía» es sinónimo de libertad: es libre quien se da a sí mismo sus propias leyes y las sigue,
siempre que entendamos por «sus propias leyes» aquellas que extendería a todos los seres humanos.
De ahí que podamos valorar el tránsito de la heteronomía a la autonomía como un progreso, como un ganar en madurez,
que puede lograrse individual y socialmente.

Los individuos tenemos una conciencia capaz de progresar, pero también las sociedades tienen una conciencia que
puede ir madurando desde la heteronomía a la autonomía: desde regirse por tradiciones, autoridades y costumbres no
asumidas reflexivamente, hasta guiarse por principios verdaderamente humanizadores.

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LA DIGNIDAD ES EL LENGUAJE DE LA AUTOESTIMA, NUNCA DEL ORGULLO

La dignidad no es cuestión de orgullo, sino un bien preciado que no podemos colocar en bolsillos ajenos ni perder a la
ligera. Dignidad es autoestima, respeto por uno mismo y salud. Es también la fuerza que nos levanta del suelo cuando
tenemos las alas rotas con la esperanza de llegar a un punto lejano donde permitirnos mirar el mundo de nuevo con la
cabeza alta.

Cuando los seres humanos se relacionan entre sí, se encuentran con un gran número de situaciones de exigencia social.
Estas demandas pueden provenir de un amigo, un familiar, un superior o un desconocido, y adoptar la forma de ruego,
mandato o favor. Aunque la respuesta natural a este tipo de requerimientos debería estar guiada por lo que uno
considera más adecuado, en muchas ocasiones las personas suelen estar tan “presionadas” o “influenciadas” por los
demás que terminan actuando en contra de sus propios principios, creencias o conveniencias. Nadie nace
predeterminado a ser sumiso, esto se aprende de forma paulatina, “sin darse cuenta”. No es una cuestión biológica ni
hereditaria, es un comportamiento aprendido y por lo tanto modificable. Hemos descubierto que si decidimos aceptar la
manipulación de los demás no seremos recriminados e incluso podríamos ser reforzados por tal sumisión, y que, por el
contrario, si decidimos defender nuestros derechos legítimos, la situación producirá altos niveles de ansiedad,
desaprobación o culpa. Así, poco a poco, muchas personas van desarrollando un repertorio aparentemente adaptativo,
pero en realidad se van convirtiendo en “marionetas humanas” que pierden uno de los valores más importantes del ser:
la dignidad. Desgraciadamente muchos individuos se habitúan tanto a la explotación y al abuso que ya no pueden
procesar adecuadamente la realidad en la que viven. En estos casos, “darse cuenta” de la manipulación es un requisito
imprescindible para cualquier entrenamiento asertivo posterior. El sujeto inasertivo se acostumbra tanto a las injusticias
de los otros que ya no siente malestar e inclusive puede llegar a percibir estos atropellos como normales: “Así debe ser”.
Múltiples ejemplos de la vida cotidiana confirman lo anterior: una mujer puede justificar el maltrato de su esposo
afirmando: “Él es así, ésa es su manera de ser”, o un empleado aceptar la agresión de su jefe afirmando: “Él busca que
todo funcione bien en la empresa”. No podemos olvidar que “no hay peor traición que traicionarse a sí mismo”.

EN CADA UNO de nosotros hay un sistema de principios en el que el “yo” se niega a rendir pleitesía y se rebela. No
sabemos cómo surge, pero en ocasiones, aunque el miedo se oponga y el peligro arrecie, una fuerza desconocida tira de
la conciencia y nos pone justo en el límite de lo que no es negociable y no queremos ni podemos aceptar. No lo
aprendimos en la escuela, ni lo vimos necesariamente en nuestros progenitores, pero ahí está, como una muralla
silenciosa marcando el confín de lo que no debe traspasarse. Tenemos la capacidad de indignarnos cuando alguien viola
nuestros derechos o somos víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato. Poseemos la increíble cualidad de
reaccionar más allá de la biología y enfurecernos cuando nuestros códigos éticos se ven vapuleados. La cólera ante la
injusticia se llama indignación. La defensa de la identidad personal es un proceso natural y saludable. Detrás del ego que
acapara está el yo que vive y ama, pero también está el yo aporreado, el yo que exige respeto, el yo que no quiere
doblegarse, el yo humano: el yo digno. Una cosa es el egoísmo moral y el engreimiento insoportable del que se las sabe
todas, y otra muy distinta, la autoafirmación y el fortalecimiento de sí mismo. Cuando una mujer decide hacerle frente a
los insultos de su marido, un adolescente expresa su desacuerdo ante un castigo que considera injusto o una persona

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exige respeto por la actitud agresiva de un compañero, hay un acto de dignidad personal que engrandece. Cuando
cuestionamos la conducta desleal de un amigo o nos resistimos a la manipulación de los oportunistas, no estamos
alimentando el ego sino reforzando la condición humana. Por desgracia no siempre somos capaces de actuar de este
modo. En muchas ocasiones decimos “sí”, cuando queremos decir “no”, o nos sometemos a situaciones indecorosas y a
personas francamente abusivas, pudiendo evitarlas. ¿Quién no se ha reprochado alguna vez a sí mismo el silencio
cómplice, la obediencia indebida o la sonrisa zalamera y apaciguadora? ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo
tratando de perdonarse el servilismo, o el no haber dicho lo que en verdad pensaba? ¿Quién no ha sentido, aunque sea
de vez cuando, la lucha interior entre la indignación por el agravio y el miedo a enfrentarlo?

Un gran porcentaje de la población mundial tiene dificultades para expresar sentimientos negativos que van desde la
inseguridad extrema, como por ejemplo la fobia social, el estilo represivo de afrontamiento, el desorden evitativo de la
personalidad, hasta las dificultades cotidianas y circunstanciales, como por ejemplo, tener una pareja desconsiderada o
un amigo “ventajista” y no hacer nada al respecto. La explotación psicológica surge cuando los aprovechados encuentran
un terreno fértil en el que obtener beneficios, es decir, una persona incapaz de oponerse. Los sumisos atraen a los
abusivos como el polen a las abejas.

¿Por qué nos cuesta tanto ser consecuentes con lo que pensamos y sentimos? ¿Por qué en ocasiones, a sabiendas de
que estoy infringiendo mis preceptos éticos, me quedo quieto y dejo que se aprovechen de mí o me falten el respeto?
¿Por qué sigo soportando los agravios, por qué digo lo que no quiero decir y hago lo que no quiero hacer, por qué me
callo cuando debo hablar, por qué me siento culpable cuando hago valer mis derechos? Cada vez que agachamos la
cabeza, nos sometemos o accedemos a peticiones irracionales, le damos un duro golpe a la autoestima: nos flagelamos.
Cuando exigimos respeto, estamos protegiendo nuestra honra y evitando que el yo se debilite. En el proceso de aprender
a quererse a sí mismo, junto al autoconcepto, la autoimagen, la autoestima y la autoeficacia, el autorrespeto. La ética
personal que separa lo negociable de lo no negociable, el punto de no retorno. Hay una herramienta psicológica,
estudiada y refrendada en innumerables investigaciones, llamada asertividad. referida a la capacidad de ejercer y
defender nuestros derechos personales sin violar los ajenos (por ejemplo: decir no, expresar desacuerdos, dar una
opinión contraria o no dejarse manipular).

Las personas que practican la conducta asertiva son más seguras de sí mismas, más tranquilas, más transparentes y
fluidas en la comunicación, además, no necesitan recurrir tanto al perdón porque al ser honestas y directas impiden que
el resentimiento eche raíces.

LA ASERTIVIDAD ¿Qué significa ser asertivo? Ni sumisión ni agresión: Asertividad. DECIMOS QUE UNA persona es asertiva
cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir “no”, expresar desacuerdos,
dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin
manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el agresivo. Entre el extremo nocivo de los que piensan que el
fin justifica los medios y la queja plañidera de los que son incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos,

Evitemos perder nuestra individualidad, dejemos de justificar lo que es injustificable y evitemos formar parte de ese
engranaje que apaga día a día nuestras virtudes y maravillosas personalidades. Aprendamos por tanto a dejar de ser
súbditos de la infelicidad para crearla con nuestras propias manos y voluntades.

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l. OBSERVACIONES SOBRE LA COMUNICACION HUMANA

1.- La comunicación: necesidad antropológica

La comunicación humana es una necesidad personal que presupone participación, diversidad, algo poseído
solidariamente por varias personas, al menos dos, e implica al mismo tiempo unidad, cierta concordancia o fusión de las
partes para formar un todo: al menos unas de ellas o ambas hacen donación de algo al otro.

Las características de la comunicación son: relación entre personas, participación mutua, entrega, y referencia al ser-sí-
mismo. Es elemento humano, análogo al aprendizaje, aplicable a variados procesos dinámicos en el interior del ser del
hombre. La apertura, recepción y reciprocidad que configuran la comunicación hacen posible el proceso educativo como
clave de personalización y socialización creadora.

Ser hombre y ser en comunicación son la misma cosa; el hombre no puede realizarse sólo, en su interior está la
búsqueda del otro. Esta relación con él y la participación mutua, el contacto o encuentro, la donación, la referencia el
ser-sí-mismo, son elementos fundamentales del ser humano.

Jaspers y Marcel, filósofos existencialistas, han reflexionado profundamente en la comunicación y sus clases.
Una comunicación objetiva, en la que el hombre se relaciona con otro y le considera pieza manejable, automática, sin
contenido de donación, e impersonal, vivirán juntos, pero no convivirán, constituirán una colectividad, pero no una
comunidad. Es la relación más frecuente en los contactos sociales. Es comunicación imperfecta, pero ella puede
transformarse en el estímulo necesario para alcanzar la verdadera comunicación.

En la comunicación subjetiva, el hombre no se despersonaliza en relación con los demás, al contrario, muestra su
disponibilidad para con el otro en virtud de su libertad y autonomía. Las personas relacionadas son detectadas en un
clima de amor, de simpatía y de afecto.

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El hombre, además de heterocomunicarse, es un ser autocomunicado, merced a su capacidad reflexiva, de su conciencia
existencial y poder ser objeto y sujeto simultáneamente. Precisamente en esta comunicación consigo mismo, reside la
autorrealización del hombre.

1.1 Fundamentos de la relación interpersonal


Hemos señalado superficialmente algunas notas sobre comunicación, Radicalmente la naturaleza del hombre exige la
referencia "a otro" porque:
- La razón clave reside en el ser espiritual del hombre, que hace posible la donación sin pérdida o daño por parte del
donante ya que el espíritu no es divisible y permite la entrega, la participación,
· Las potencialidades del espíritu humano no se acaban en sí mismo, sino que necesita de otros, ya que, por su
plasticidad, adaptabilidad, y capacidad receptiva, ha de realizarse como persona y en facilitación con su entorno.
· Ser espiritual, embellecido de poder pensante, capaz de autorreflexión, comunicación consigo mismo, trasciende su
propio ser y comunica con el mundo intencionalmente
· Espíritu libre el del hombre que respeta conscientemente aquello que es exigencia humana: la libertad. La libertad de
ambos extremos relacionados (emisor, receptor), indispensable para la comunicación.
· El hombre es un ser-con y en medio de los otros: aprender a respetarlos, admirarlos y mutuamente crecer en su
humanidad.

No podemos olvidar circunstancias que limitan y atentan contra la autorreflexión y libertad humanas; son los distintos
fenómenos de incomunicación. Por citar algunas manifestaciones frecuentes en nuestro tiempo:
movimientos de protesta, llenos de agresividad y rebeldía, desprecian el diálogo y usan la violencia en lugar de razonar y
entenderse;
los "mass media", instrumentalizados por poderosas agencias de información, encubren la realidad deformándola,
alterando el deseo de saber y el derecho inalienable de conocer
la verdad de los sucesos;
el alcohol y drogas que esclavizando al hombre en su psique, le evaden de su calidad como tal, dificultando o anulando la
comunicación.

1.2 Ambitos de la comunicación


- FAMILIA
El hombre nace en el seno de la familia, primera célula social, que además de cuidar y estimular el desarrollo del niño, ha
de procurar su educación, colaborando con las instituciones a fin de favorecer la personalización y felicidad de su prole.
La comunicación e influencia familiar es decisiva en la orientación humana de los hijos. En ella se vive una profunda
influencia de socialización: la comunicación y amor conyugal, el respeto entre los miembros que integran la familia, la
solidaridad, la crianza, educación y atención a sus descendientes. Además del cuidado del cuerpo, la vivencia e
intemalización de valores religiosos,
morales, culturales, patrióticos, relación con otros familiares, amistades, en que participen los padres.

- OTRAS FORMAS DE COMUNICACION SOCIAL


La educación de los ciudadanos alcanza tal importancia que las estructuras políticas, socioeconómicas y culturales se
hallan relacionadas con aquella. La formación para el bien común, la honradez, el trabajo serio y responsable, la
satisfacción del deber cumplido y demás valores que entrañan una convivencia justa y en paz son imprescindibles para el
progreso de los pueblos. Los mass media, influyen de tal modo que en sociología se hace referencia a la "cultura de
masas", como opuesto a la cultura académica, o al menos diferente a ella.

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En la sociedad moderna, paralela a la enseñanza sistemática, alternan medios informales de comunicación-aprendizaje.
Es "convivencia social" que habilita para la inserción del educando en la sociedad de .la que forma parte "su saber hacer"
usual y profesional, técnicas de trabajo, nuevas tecnologías y habilidades requeridas en actividades a la luz de
necesidades sociales que surgen involucradas con el desarrollo natural y las crecientes urgencias de la llamada "sociedad
del bienestar".

2.- LA COMUNICACION EDUCATIVA


La comunicación está íntimamente implicada en el proceso educativo. El educando recibe el perfeccionamiento de que
carecía, por la doble vía del desarrollo natural y la educación; completa la obra de la naturaleza en el crecimiento y la
evolución.
La comunicación educativa más elemental y verificable es la instructiva, aunque no la más perfecta. Una escuela que se
precie de tal, debe facilitar la comunicación auténtica, cooperando a la personalización y socialización de sus alumnos. Es
comunicación en experiencias, vivencias, donaciones existenciales, a través de las cuales el educando dirige su propio
auto-educarse.
En esta dinámica que constituye el proceso educativo el maestro promueve y crea recursos didácticos cognoscitivos y
valorativos centrados en los alumnos, despertando aptitudes y actitudes comunicantes de personalización y
socialización.
Fruto de esta relación humana es el diálogo espontáneo, vivo y sincero. Es comunicación intersubjetiva, propicia al
desenvolvimiento de la relación existencial. Sigue la vía de la afectividad en un clima de simpatía, sentimiento y amor en
el respeto a la condición de sujeto del otro.

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¿Nos estamos convirtiendo en eternos adolescentes adictos al entretenimiento?
Algunos sociólogos dicen que se está produciendo una «infantilización de Occidente»

La sociedad nunca ha sido tan vieja y, a la vez, tan adolescente. El mundo jamás ha tenido más años a sus espaldas, los
humanos nunca han sido tan longevos, pero Occidente se ha rebelado ante las canas y quiere verse como un eterno
jovenzuelo.

Hace años que los sociólogos y los antropólogos vieron este problema y decidieron darle un nombre. Es la
“infantilización de Occidente”, dijeron. Es la era del culto a la juventud, la veneración de la inmadurez, la exaltación de lo
aniñado. Son los valores que disparan como metralla las industrias del entretenimiento, los medios de comunicación, las
campañas de marketing y publicidad. Y han convencido a la población en masa hasta convertirla en una sociedad
adolescente, de adultos que juegan a las maquinitas, ríen los memes y leen los artículos de tetas y culos que inundan
internet.

La cultura que valoraba la experiencia y la sabiduría de los adultos languidece y, sobre su agonía, se alza una cultura que
desprecia a los que entran en la madurez. Vejestorios, los llaman; viejunos, vejetes. Ha ocurrido en apenas unas décadas,
rápido, y casi sin darnos cuenta. «El escritor Stefan Zweig decía que, a principios del XX, los jóvenes que querían tener
éxito en la vida intentaban aparentar más edad. Usaban gafas, aunque no las necesitaran o caminaban un poco
encorvados para parecer mayores. En la actualidad la tendencia apunta hacia lo contrario. Es llamativo que antes los
jóvenes intentaban parecerse a los adultos y ahora los adultos intentan parecerse a los jóvenes. Las personas maduras
imitan la conducta de los jóvenes hasta edades muy avanzadas.

¿Cuándo apareció esta cultura infantilizada?

Los estadounidenses que estudian este tema lo sitúan en los años 50. La hipótesis que plantean es que los soldados que
volvieron de la II Guerra Mundial empezaron a mimar a sus hijos mucho más que se hacía antes. No querían que las
nuevas generaciones pasaran por las experiencias traumáticas que ellos vivieron y los educaron con todo tipo de
caprichos. Además, en los años 50 aparece, por primera vez, una cultura juvenil: música para jóvenes, moda para
jóvenes…

En la sociedad, las características de los jóvenes empiezan a dominar sobre las de los adultos, Y esto cambia muchas
cosas; cambia la sociedad entera de un modo radical; La impulsividad empieza a dominar sobre la reflexión. Se nos llena
la boca hablando de derechos, pero ¿quién habla de deberes? Los deberes son cargas, son obligaciones que el adulto
tiene que asumir, y eso nos lleva muchas veces al pataleo.

La cultura del pensamiento va mutando hacia una cultura de la satisfacción inmediata. La cultura se va convirtiendo en
entretenimiento. Esto cala en la política, que cada día se vuelve más simple. Todo ha de ser fácil, rápido de digerir. Tan
limitado a consignas y estampas sencillas que acaba convirtiéndose en algo dogmático; algo que, en sintonía con la visión
adolescente del mundo, no exige a los líderes políticos reflexión y complejidad. Hoy se busca al atractivo, al resultón, al
que escribe tuits ingeniosos, al que se ve bien en pantalla, al que tiene una imagen que «conecta con un electorado
envejecido pero muy rejuvenecido en mentalidad». Y esto desemboca en líderes fuertes, populismos y autoritarismos.

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Ocurre igual en los medios de comunicación. «Incluso la prensa más seria promociona el cotilleo más obsceno, el
chascarrillo, el escándalo, esas noticias que hacen las delicias del público con mentalidad adolescente», escribe Blanco
en su artículo ‘La imparable infantilización de Occidente’, en la revista Disidentia.com.

En esta infantilización de la sociedad aflora algo propio de la inmadurez: el miedo. Hoy, en el mundo más seguro que ha
visto la historia, los occidentales viven aterrados. «¡Tenemos miedo de todo!», expresa, con énfasis, el economista.
Miedo al móvil (¡Cuidado! ¡Cáncer de wifi!), miedo a la comida (¡Alejen de mí ese azúcar blanco y quemen esas grasas
trans!), miedo al otro (al que pasea sin rumbo porque podría ser un ladrón; al que se sienta en el parque porque podría
ser pedófilo). Y entre tanto pavor emerge una «sociedad del pánico», una «colectividad asustadiza», ultraconservadora,
que no ve en el cambio más que amenazas y peligros en vez de nuevas oportunidades.

En manos de los ‘expertos’


Un niño no puede valerse por sí mismo. Tampoco una sociedad infantilizada y, entonces, busca quien le cuide y le
proteja. Necesita expertos, terapeutas, guías que le ayuden a manejar una vida que se le hace demasiado grande. Porque
ahora sus ciudadanos se sienten pequeños, débiles, vulnerables.

Esta cultura terapéutica transmite la idea de que los sujetos son muy vulnerables. No somos capaces de gestionar lo que
nuestros antepasados llevaban de una forma normal. Hoy cualquier cosa crea un trauma, todo tiene que ser tratado por
un especialista y muchas personas ya no son capaces de gestionar su propia vida. Lo que la cultura popular diagnostica
como ahogarse en un vaso de agua.

Esta visión infantil de la vida da la vuelta a muchas más cosas. Hoy venden la idea de que la autoestima es necesaria para
el éxito; Esto es un error. No es la autoestima la que produce el éxito. Es el éxito el que provoca la autoestima. Antes no
se trabajaba la autoestima. Era una consecuencia del trabajo bien hecho, del esfuerzo, del mérito.

Y la autoestima que surge de la nada, sin trabajo ni sudor, lleva al narcisismo. El egoísmo y la falta de empatía que a
menudo se percibe en los niños se extiende hasta las edades más adultas. Cada vez hay más personas que se sienten
especiales, que se creen superiores a los demás. El narcisista se rodea de quien le adula, no de quien le critica, y no suele
asumir su propia responsabilidad. La traspasa a otros.

¿Cómo influye esta vida dependiente de los dispositivos digitales en la infantilización de Occidente?

—La tecnología hace que todo cambie mucho más rápido. Ahora lo importante es saber lo último. Sobrevaloramos lo
más reciente y despreciamos la experiencia (antes decían «Cuando seas padre comerás huevos»). Es como si lo más
novedoso siempre fuese mejor, como si el que conoce lo último tuviera ventajas sobre los demás. Está muy bien
informarte de lo nuevo, pero lo hemos llevado a la exageración.

Qué se puede hacer ante este problema, se preguntan los estudiosos. Tener más iniciativa, asumir la responsabilidad
individual y ser más autónomo, debemos ser conscientes de que la autoestima no hay que buscarla, viene después del
trabajo bien hecho. Y debemos saber que las experiencias negativas no tienen por qué crear traumas irreversibles. Hay
que aprovecharlas para aprender y hay que lidiar con ellas. En eso consiste madurar». O como dice la sabiduría
centenaria, lo que no te mata te hace más fuerte.

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LA ADOLESCENCIA UNA ETAPA INVENTADA

La adolescencia es la edad de la asunción de responsabilidades


La adolescencia no es un periodo fisiológico (eso es la pubertad) sino educativo. Se ha ido ampliando para evitar que los
niños entraran prematuramente en el mundo laboral. Conviene, pues, decir esto en mayúsculas: LA ADOLESCENCIA ES
UNA ETAPA INVENTADA EXCLUSIVAMENTE PARA EDUCAR. Para ello, decidimos con buen juicio liberar a los niños de las
'responsabilidades laborales', y alargamos el 'rito de paso' a la edad adulta. Pero las confusiones pedagógicas que hemos
sufrido, y que he descrito en 'El bosque pedagógico' (Ariel, 2017), han hecho que esa liberación de responsabilidades se
extienda a todos los dominios. En esto consiste la infantilización. Por ello, hay que insistir en que la adolescencia es la
edad de asumir responsabilidades, como recoge incluso el Código Civil, que considera que a los 16 años se pueden tomar
decisiones laborales, sexuales y jurídicas de extraordinaria relevancia, y a los 18 se entra en la mayoría de edad.

Adolescencia infantilizada
Prolongar demasiado la adolescencia resulta conflictivo porque, simultáneamente, la adolescencia se está infantilizando,
con lo que, bajo un engañoso disfraz de protección, los estamos perjudicando, y si la prolongamos más, hacemos lo
mismo con la infantilización. se centran en la toma de decisiones. Los lectores de esta sección saben que la función
principal de la inteligencia es dirigir la conducta y que, por lo tanto, la toma de decisiones y las virtudes necesarias para
llevarlas a cabo son los temas fundamentales de la educación. Todo lo demás —la información, los conocimientos, los
procedimientos— está orientado a la acción. La neurología nos dice que el cerebro adolescente se rediseña por
completo: aumenta la proporción de sustancia blanca, la sustancia gris sufre una nueva poda sináptica, el cerebro en su
totalidad se hace más rápido y eficiente, y cambian también los sistemas motivacionales.

Por esta razón, los adolescentes que durante la infancia habían aprendido a conducir su cerebro (que era un ciclomotor),
de repente se encuentran al volante de un Ferrari. Tener esa potencia es fantástico si sabes conducirla; de lo contrario, es
mortal. Por lo tanto, resulta imprescindible explicar a los adolescentes que deben sacarse el carné de conducir de su
nuevo cerebro.

Algunos investigadores creen que la autorregulación debería ser considerada como el indicador más importante

La capacidad de dirigir bien el propio cerebro se denomina, desde la ética y el derecho, autonomía; desde la psicología
actual, desarrollo de la inteligencia ejecutiva, y desde la psicología antigua, educación de la voluntad.

Estamos asistiendo a una poderosa 'ola de fondo' educativa, a la que apenas prestamos atención porque estamos
demasiado distraídos en la efímera espuma de las rompientes de la moda. Stuart Shanker describe bien la situación:
“Vivimos en medio de una revolución en la teoría y la práctica educativas. Los avances científicos en diversos campos
apuntan a una misma conclusión: que el modo de comportarse de un alumno en la escuela puede depender del modo

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en que sepa autorregularse. Algunos investigadores creen que la autorregulación debería ser considerada como un
indicador aún más importante que el cociente intelectual”.

Conocer los avances


Tenemos datos rigurosos que prueban que el desarrollo de la inteligencia ejecutiva —que sucede fundamentalmente
durante la adolescencia— correlaciona con mejores resultados académicos (Diamond), mejor adaptación al mundo
laboral, familiar y social (Mischel), mejor comportamiento social (Eisenberg), menor incidencia en el consumo de drogas
(Sayette, Hull), menos trastornos de alimentación (Herman) y menos conductas sexuales de riesgo (Wiederman).

Estamos cegando las fuentes del talento adolescente y, para mayor injusticia, después los culpamos a ellos

Me parece imprescindible dar a conocer estos avances a todos los profesionales que tratan con adolescentes, a los
padres y a los mismos adolescentes. Esa es la tarea que hemos emprendido en la cátedra Inteligencia Ejecutiva y
Educación, que dirijo en la Universidad Antonio de Nebrija, y en los programas educativos de la Fundación UP. Durante
esta semana está abierto el plazo de inscripción del seminario 'El talento adolescente', en www.universidaddepadres.es.
Lo hemos titulado así porque 'talento' es el buen uso de la inteligencia, que depende de las funciones ejecutivas. No está
antes, sino después de la educación. Se consolida durante la adolescencia, como hace años mostró Benjamin Bloom con
'Developing talent in young people' .

Los adultos estamos cegando las fuentes del talento adolescente y, para mayor injusticia, después los culpamos a ellos de
tal desafuero. Por eso, me arrogo el papel de ser su defensor, lo que supone cuidarlos y también exigirles más. Pero no
he visto nunca echarse atrás a nadie que se sienta capaz de progresar.

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1. Un acercamiento a la palabra responsabilidad


Es muy frecuente hablar de libertad, de defender esta capacidad del
hombre de ser libre, sin embargo no se habla tanto de responsabilidad. Ser
responsable supone asumir las consecuencias de los propios actos, de
nuestras decisiones.
No significa

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La responsabilidad no significa sólo responder ante uno mismo, hemos de responder también ante los demás.
Significa que podemos definir a la persona responsable como aquella que asume las consecuencias de sus actos
intencionados, resultado de las decisiones que tome o acepte; y también de sus actos no intencionados, de tal modo
que los demás queden beneficiados lo más posible o, por lo menos, no
perjudicados; preocupándose a la vez de que las otras personas en quienes
puede influir hagan lo mismo.
1.1 La responsabilidad: condiciones y tipos.
a) ¿Qué es la responsabilidad? Una persona responsable toma
decisiones conscientemente y acepta las consecuencias de sus actos,
dispuesto a rendir cuenta de ellos. La responsabilidad es la virtud o
disposición habitual de asumir las consecuencias de las propias decisiones,
respondiendo de ellas ante alguien. Responsabilidad es la capacidad de dar
respuesta de los propios actos.
b) Condiciones para que exista responsabilidad.
Para que pueda darse alguna responsabilidad son necesarios dos
requisitos:
· Libertad. Para que exista responsabilidad, las acciones han de
ser realizadas libremente. En este sentido, ni los animales, ni
los locos, ni los niños pequeños son responsables de sus actos
pues carecen de uso de razón (y el uso de razón es
imprescindible para la libertad).
· Ley. Debe existir una norma desde la que se puedan juzgar los
hechos realizados. La responsabilidad implica rendir cuenta de
los propios actos ante alguien que ha regulado un
comportamiento.
c) ¿Responsabilidad ante quién?
El hombre responde de sus actos ante sí mismo (juicio de conciencia)
y otros hombres. A su vez, la responsabilidad ante los demás puede ser de
varios tipos: responsabilidad jurídica (ante las leyes civiles), familiardoméstica
(ante la familia), laboral, etc.
d) ¿Puede haber exceso de responsabilidad?
Sí. Hay exceso de responsabilidad cuando se piden cuentas -a sí
mismo o a otros- de comportamientos que no estaban regulados o que no
era preciso regular. Suele darse cuando falta amor a la libertad; por
ejemplo, si se pretende regular y controlar todo y al detalle, atenazando
diversidad e iniciativas. Pero es más frecuente la irresponsabilidad.
1.2 ¿Es bueno ser responsable?
· ¿Cómo disminuye la responsabilidad?
Disminuye la responsabilidad lo que disminuye la libertad, es
decir, lo que entorpece la voluntad y el entendimiento, que son las
facultades necesarias para realizar acciones libres. Por ejemplo, la
violencia, la ignorancia y el miedo.
· ¿Es mejor ser poco responsable?
No, no. Es preferible ser hombres libres, dueños de sus actos,
capaces de tomar decisiones y de asumir sus consecuencias. Da
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gusto tener en el propio equipo a alguien que cumple los
compromisos con responsabilidad.
· ¿Por qué suena mal la responsabilidad?
La palabra responsabilidad trae malos recuerdos a la imaginación
por varios motivos: Normalmente sólo se relaciona con errores o
castigos, pues cuando la consecuencia de una acción es un premio
no suele hablarse de responsabilidad sino de mérito.
Responder ante otros parece ir contra la propia libertad. Ambas
cosas van unidas: sin libertad no hay responsabilidad, sólo quien
es dueño de sus actos puede responder de ellos.
La responsabilidad se ve como opuesta a la diversión. En realidad
sólo se opone al tipo de diversión sin medida; pues una persona
responsable sabe divertirse en los momentos y modos razonables.
· ¿Qué excusas hay para evitar responsabilidades?
Como la responsabilidad suena mal, es frecuente inventarse
razonamientos que eviten rendir cuentas. Podemos agruparlos en
tres tipos:
Para evitar responsabilidades ante los demás, es frecuente echar
las culpas a otro, o bien decir "soy libre y hago lo que me da la
gana"; queriendo expresar que no rindo cuentas de mi
comportamiento ante nadie. La libertad humana no es así.
Para quitarse responsabilidad ante la propia conciencia, un recurso
habitual es evitar reflexionar: aturdir la cabeza hasta que no
pueda pensar. Otro sistema es decir "yo paso de todo", o "ningún
asunto me importa".
2. ¿Hay relación entre libertad y responsabilidad?
Ya hemos hablado en otro tema de la libertad, así que tú mismo
puedes responder a esta pregunta. Para que no quede duda alguna
daremos una respuesta.
Sí existe una íntima relación entre libertad y responsabilidad. ¿Por
qué? Si no fuésemos libres no tendría sentido la responsabilidad. El hecho
de ser libres, de elegir nuestros actos tras una decisión voluntaria y
deliberada, es lo que en consecuencia exige que demos cuenta de las
consecuencias, de los resultados. Se supone que somos seres inteligentes y
que aplicamos nuestra razón a lo que hacemos y no actuamos a lo loco. Si
obrásemos así las consecuencias de nuestras acciones serían de temer y
causaríamos daños a los demás y a nosotros mismos.
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Ya hemos dicho también que no vivimos solos en el mundo y que
nuestros actos repercuten para bien o para mal en los demás, en este
sentido tenemos un compromiso de comportarnos como personas ante la
sociedad. No podemos concebir nuestras vidas fuera de todo compromiso.
Esto ocurre cuando pensamos únicamente en nosotros mismos y no
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consideramos al resto del mundo, buscando exclusivamente pasarlo bien.
Es cierto que el compromiso exige esfuerzo, pero todo lo que conlleva
esfuerzo es en definitiva lo que acaba mereciendo siempre la pena.
Ser responsable significa obedecer. Obedecer a la propia conciencia,
obedecer a las autoridades, obedecer a mis superiores, sabiendo que esa
obediencia no se refiere a un acto pasivo, de esclavo, sino a un acto
operativo de compromiso, de deber.
La confianza es un valor fundamental, sin el cual no podemos
obedecer, ni comprometernos. Es un presupuesto fundamental, el primer
paso. Confiamos en que aquello que nos proponen es bueno porque quien
nos lo propone es alguien honrado y de fiar que busca el bien de la
humanidad, el bien de cada hombre.
Podemos pensar por ejemplo, ¿qué ocurre con las leyes injustas, o
con otras que menoscaben a la persona y atenten contra su dignidad? En
este caso, no serían de obligado cumplimiento, ya que al aplicar nuestra
inteligencia y descubrir que es algo malo para el hombre, veo la
responsabilidad de defender la dignidad de la persona y en ese caso se
aplicaría la objeción de conciencia, derecho al que tiene acceso todo ser
humano.
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Pueden iluminar nuestro pensamiento unas palabras escritas por
Taylor Caldwell en su libro La columna de hierro, tomadas de las Leyes de
Cicerón:
La verdadera ley es la justa razón concordante con la naturaleza, de
alcance mundial, permanente y duradera. No sabemos oponernos ni alterar
tal ley, no podemos abolirla ni librarnos de sus obligaciones mediante
cualquier cuerpo legislativo y no necesitamos buscar a nadie que no seamos
nosotros mismos para que nos la interprete. La ley no difiere para Roma y
Atenas, para el presente y el futuro, sino que será eterna e inmutable,
válida para todas las naturalezas y todos los tiempos. El que la desobedece
se niega a sí mismo y a su propia naturaleza.
Viene a decir Cicerón, que la ley es algo que debe estar acorde con la
naturaleza del ser humano, si está en contra acaba dañando al hombre,
idea que goza de gran lógica.
Para ser responsable
Si queremos responder a estas obligaciones, lo primero que tenemos
que hacer es algo tan simple como oír y escuchar. Parece evidente pero
no lo es tanto. En numerosas ocasiones nos encontramos con
malentendidos, con que no hacemos bien un encargo, con enfados entre
amigos y la mayoría de las veces es debido a una mala comunicación, a que
tenemos que aprender a oír y escuchar.
3. La responsabilidad y la toma de decisiones.
Hemos dicho antes que no sólo se trata de aceptar decisiones de
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otros, sino de tomar decisiones dentro del ámbito de autonomía propia,
con el objetivo de mejorarse a uno mismo y de ayudar a los demás.
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Este sentido de responsabilidad supone una decisión previa, porque
en muchas de las cosas que hacemos o decimos no existe una decisión
formal anterior. Esa decisión previa aunque en muchas ocasiones
inconsciente, está esa preocupación por los demás, que nos lleva a tomar
decisiones y a ser responsables.
Una vez que se toma una decisión hemos de ser conscientes de que
somos responsables de las consecuencias y asumirlas.
Somos responsables de todos nuestros actos, especialmente cuando
suponen un acto de la voluntad, pero también cuando son resultado de una
falta de previsión. Es lógico que en alguna ocasión actuemos de un modo
irresponsable sin querer, en este caso ser responsable significa intentar
rectificar, reparar el daño causado y poner empeño en no cometer el mismo
error en otra ocasión.
4. La preocupación por los demás
A nivel humano, todos tenemos una responsabilidad hacia los demás.
Por supuesto, hay que respetar a los demás, pero esto significa despertarles
y exigirles dentro de la relación que exista con ellos: padres-hijos, maridomujer,
amigos… no sólo debemos hacernos responsables de nuestras
propias vidas, sino también prestar la atención adecuada a los demás, a
cualquier nivel.
5. ¿Cómo mejorar la responsabilidad?
1) ¿Cómo ser más responsables? El camino más rápido para
mejorar en responsabilidad es apreciar claramente que de nuestro
comportamiento dependen cosas grandes. Los hombres con ideales y metas
elevadas se responsabilizan enseguida de sus decisiones.
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2) ¿Qué cualidades ayudan a la responsabilidad? Hay varias
virtudes que se relacionan mutuamente con la responsabilidad. Digamos
dos:
Valentía. Para dar cuenta de los propios actos hace falta un valor
capaz de superar el temor al castigo. (Responsabilidad ante los demás).
Humildad. El orgullo dificulta pedir perdón; mientras que la persona
humilde reconoce sus fallos. (Responsabilidad ante uno mismo).
3) ¿La responsabilidad mejora con la edad? Con la edad suelen
tomarse decisiones más importantes, y normalmente la responsabilidad
aumenta. Pero no mejora por el simple paso de los años, sino por los
hábitos que se adquieren. Puede verse el tema madurez.
4) ¿Cómo ejercitar la responsabilidad? La manera habitual de
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desarrollar esta virtud es aceptar responsabilidades por las acciones
realizadas:
Responder de los encargos recibidos. Procurar cumplir los
compromisos, las tareas, los deberes. No sólo laborales, también deportivos
o familiares. Evitando atribularse con exceso de reglas que pueden conducir
a rechazar regulaciones y responsabilidades.
Reflexionar ante la propia conciencia. Es bueno reconocer errores y
culpas. Quien no reconoce culpas puede acabar siendo asesino en serie a
quien todo da igual.
5) ¿Cómo impulsar a otros en esta cualidad? Además de
recordar lo anterior, hay varios modos de animar a la práctica de esta
virtud:
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Presentar favorablemente las cualidades de una persona responsable,
por ejemplo hacer ver que da gusto tener en el propio equipo a alguien que
cumple los compromisos.
Poner encargos y preguntar por su cumplimiento; con el
correspondiente aplauso si se realizó bien.
También ayuda la existencia de premios y castigos según sea el
comportamiento. Evitando que todo gire en torno a esto, pues se trata de
obrar bien porque eso queremos, no sólo por esperar una gratificación, que
no siempre existe.

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