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identidad personal
Universidad de Concepción
1. Introducción
Dentro de las muchas escuelas que surgieron a partir de las enseñanzas de Buda la
escuela del reduccionismo budista destaca por negar la existencia de un “yo”
sustancial, en este sentido este tipo de reduccionismo se ve comprometido con las
siguientes proposiciones:
1. No hay un yo.
2. La persona es un posición conceptual, algo que es solo convencionalmente y
no en última instancia real (Siderits, 2011, pág. 298).
Como se puede apreciar el reduccionismo budista plantea una distinción entre los
términos del “yo” y “persona”, mientras que por un lado el término “yo” es utilizado
para hacer referencia a una parte simple del conjunto de partes que componen el
complejo psicofísico de los organismos, es decir, una esencia con las propiedades
de simplicidad y perdurabilidad antes mencionadas. En segundo lugar el término
persona hace referencias a la totalidad de las partes que componen el complejo
psicofísico de los organismos.
Bajo la mirada del sentido común, no parece extraño considerar al “yo” como una
entidad simple y persistente a una serie de transformaciones físicas y psicológicas,
no de otra forma llegamos a considerarnos a nosotros mismos como las mismas
personas en tiempos distintos pese a la pérdida o agregado de partes psicofísicas
en el transcurso de nuestras vidas1. Pero es justamente esta intuición lo que el
argumento budista busca remediar al considerar esta presunción como la fuente
principal del sufrimiento existencial. Para esto a cabo el argumento reduccionista por
excelencia es el de la impernanencia de sustancias, decir la idea de que:
Una entidad simple no podría sufrir ningún tipo de cambio, ya que esto requeriría
que una parte de la entidad cambie mientras que otra parte permanezca igual, y
las [entidades] simples no tienen partes. Pero dado que una cosa duradera
puede provocar un cambio en otras cosas solo por si misma experimentando
algún tipo de cambio, se deduce que una cosa duradera simple no podría ser
1 Incluso más tiempo si tomamos en consideración las distintas religiones que postulan una
existencia más allá de la vida como organismos físicos.
causalmente eficaz. Pero, [como] se afirmó, que algo exista es solo para que sea
causalmente eficaz. Por lo tanto, no puede haber entidades duraderas simples y,
por lo tanto, no puede haber un yo2 (Siderits, 2011, pág. 299)
Esta forma de reduccionismo budista deja al término “persona” como una mera
ficción conceptual3 para la que no existe objeto último al que hacer referencia en la
ontología final. Cabe destacar que el argumento budista de la impermanencia tiene
cierto parecido con los argumentos de Parménides acerca de la unidad del “ser”. Al
igual que los filósofos budistas Parménides pretendía demostrar a través del análisis
lógico que el ser era uno, y por tanto simple e inmutable. En este sentido es
interesante señalar la oposición de las conclusiones budistas reduccionista y
parmenideas que pese a llegar ambas a afirmar que la realidad es en última
instancia ilusoria, el budista por su parte considerara que no es posible que existan
sustancias que no presenten cambio alguno, mientras que él griego por otra llegara
a la conclusión opuesta negando cualquier cambio posible en la realidad.
Existirían buenas razones para no considerar que el todo y sus partes encuentre su
lugar en nuestra ontología final, entre ellas se pueden encontrar, por ejemplo,
ciertas dificultas para explicar la igualdad entre un conjunto de átomos particulares y
los objetos macrofísicos que componen, es decir, ¿son los átomos de la mesa
idénticos a la mesa misma?5 Podría creerse que sí, pero esto deja abierto el camino
para diferentes paradojas, entre ellas el cómo explicar la unidad de la mesa
constituida por una infinidad de partículas atómicas, por otro lado, e invirtiendo la
cuestión, hasta qué punto la mesa deja de ser un objeto macrofísico al serle
retirados átomos de forma consecutiva. Para combatir esta idea podría decirse que
tanto la mesa como el los átomos están ocupando el mismo espacio al mismo
tiempo, por otro lado, la mesa por sí sola no posee poder causal alguno, sino que,
más bien, esto es consecuencia de los átomos que lo componen. Pero estos
argumentos más que negar una diferencia entre átomos y mesas parecen recalcar
aquello que ya sabíamos, es decir, que la mesa por sí misma no es más que un
subproducto del ordenamiento de sus partes más fundamentales y que en última
instancia todas sus propiedades tan solo son propiedades derivadas de su conjunto
de átomos particulares.
Sin embargo, para el sentido común las mesas y las personas no son como la
montaña dorada y para los reduccionistas budistas tampoco. Los términos de
nuestra ontología convencional son útiles y así demuestran nuestra creencia en
4 Los partidarios de esta concepción pueden hacer referencia a átomos entendidos como las
partículas ultimas de la realidad, pero como en las ciencias físicas las entidades bajo el nombre de
átomos están constituidas a su vez por partes aún más pequeñas, se entiende que los átomos de los
filósofos serían las partículas realmente ultimas para la ontología final y no las utilizadas por las
ciencias físicas.
5 Curiosamente esta cuestión tampoco ha pasado desapercibida en la historia del pensamiento
científico, por ejemplo a principios del siglo XX el físico Arthur Eddington escribió acerca de las “dos
mesas”, la sólida de la experiencia cotidiana y la que está compuesta de átomos, muy separados
entre sí por espacio vacío en mayor parte (Dennett, 2017, pág. 57).
artefactos tales como mesas y autos, etc. pero sobre nuestra creencia de que
somos personas agénciales, responsables6 y moralmente responsables de nuestros
actos. Es por esto que la ontología budista otorga un grado de verdad provisional a
nuestras proposiciones acerca de entidades convencionales, pero que en última
instancia no serían verdaderas para la ontología final.
Para evitar complicaciones entre las proposiciones que sostienen ambas ontologías,
el reduccionista budista se ve en la obligación de plantear una barrera semántica
que deje fuera la incorporación de términos de nuestra ontología final en la ontología
de lo convencional y viceversa, evitando así paradojas del estilo de Sorites, de si la
mesa es idéntica a los átomos o hasta qué punto deja de serlo al serle retirados de
uno en uno. De otra forma nuestro lenguaje convencional perdería utilidad al verse
comprometido con paradojas irresolubles para el nivel convencional. Esto no quiere
decir que las preguntas acerca de nuestra libertad y responsabilidad carezcan de
relevancia para la vida, tan solo señala que su respuesta no puede encontrarse en
nuestra ontología final.
6 En efecto, no de otra forma “el niño puede encontrar motivo para cepillarse los dientes si no
identifica aquellos elementos futuros a los que se ahorra, como la ocurrencia del dolor de las caries
dentales” (Siderits, 2011, pág. 302)
quien es el que lleva esta responsabilidad moral esta incorrectamente planteada e
nuestra ontología final, pues no existe una entidad ultima a la que adscribir estos
juicios, sin embargo en el nivel convencional la pregunta responderse haciendo
referencia a la persona como el conjunto de sus partes físicas que perduran durante
la vida del organismo.
7
Los budistas, en tiempos en que la teoría de la evolución aún no había sido formulada, presentaban
como argumento en contra de la circularidad que “el samsara no tiene comienzo: no hay una primera
vida en la serie de vidas que tiene esta vida como su último miembro” (Siderits, 2011, pág. 307). En
este sentido no existe un comienzo para nuestra interpretación de folk de la realidad, pues siempre
ha estado acompañándonos en la serie infinita de vidas.
no es mi intención abordar de lleno esta cuestión aunque algo más mencionaré al
final de este trabajo. En cualquier caso Siderits y compañía dan por resuelta esta
cuestión dando pie a que el estudio empírico posterior ofrezca los detalles
necesarios acerca de la aparición y desarrollo de nuestros términos convencionales,
cuya utilidad para los organismos que los posean es también difícilmente
cuestionable.
Sin embargo, existe un camino a mi parecer más sencillo de hacer frente a la crítica
de circularidad, y es que la propia pregunta por el sujeto de experiencia es una
pregunta (petición de principio) que puede resolverse desde la propia concepción
reduccionista. La pregunta misma por la circularidad de la explicación budista
presupone que la perspectiva de primera persona es algo necesario debido a que
nuestra experiencia personal de percibir el mundo así lo indica, pero es justamente
esta idea de entidades convencionales lo que pretende atacar el eliminacionismo del
“yo”, es decir que no porque nos parezca que deba existir un sujeto de experiencia
significa que de hecho existe tal cuestión9. De esta forma, a mi parecer la pregunta
por la circularidad abre una dicotomía engañosa que solo deja dos caminos a elegir,
8Aunque esto supondría una falacia de autoridad, pues Buda mismo no ofrece más argumentos de la
existencia de este elemento, por lo que la solución por esta vía parece poco resolutiva.
9 Según yo lo veo esto la afirmación de circularidad en el reduccionismo budista cae en una
Thomas Metzinger señala que la mayoría de las teorías antirrealistas sobre el “yo”
“yerran el tiro, al no lograr explicar qué podría sustentar la fenomenología del yo
como sustancia y cuál podría ser la historia causal o función biológica de esta ilusión
de sustancialidad” (Metzinger, 2011, pág. 283). Para Metzinger como para muchos
otros, incluido en este caso el propio Hume, la justificación más fuerte de los
defensores acerca de la realidad del “yo” estaría en el hecho de que forma parte del
conjunto de teorías folk que parecen necesarias para la fenomenología habitual. A
partir de este hecho es inferimos su realidad ontológica sin que haya una evidencia
empírica o argumento filosófico lo suficientemente fuerte que pueda probar su
existencia. De esto se deriva el hecho de que las teorías atirrealistas tradicionales
no hayan podido lograr zanjar el tema en cuestión.
Metzinger caracteriza tres teorías del antirrealismo ontológico o sustancial del “yo”:
1) el realismo científico, 2) la haecceitas Escolástica 3) las teorías de haces (p. 281-
282, 2011). La primera de ellas identifica al “yo” con su posición en el espacio y
tiempo10, volviéndolo así en entidades singulares con propiedades físicas no
compartidas con otros objetos. El problema aquí es que los “yoes” no son
entendidos comúnmente como cuerpos u organismos de manera simple, así sin
más. En segundo lugar la teoría de Escolástica de haecceitas postula que el “yo” es
una propiedad de ‘estedad’, una entidad primitiva que otorga diferenciación a los
objeto que la instancia, sin embargo movimientos filosóficos de este tipo no
contribuyen a explicar nada en cuestión, pues sólo introducen una nueva propiedad
adicional la cual debemos también explicar. Finalmente, la teoría de haz es
Más allá de las críticas particulares que se han dirigido en contra de estas
estrategias, todas comparten la deficiencia general de no explicar nuestra
fenomenología asociada a los relatos desde la perspectiva de primera persona.
Metzinger sin mostrar una preferencia particular por alguna de estas teorías se
concentra en resolver el problema de su carencia explicativa de la fenomenología
11
Algo así como la cosa en si kantiana.
12Gilbert Ryle, por ejemplo, era escéptico frente a la pasibilidad e conocimiento genuino de primera
persona, pues en general solo llegamos a conocernos de la misma forma inferencial por la cual
conocemos las otras mentes.
acerca del “yo”. Para el autor existirían dos razones en general que explican nuestra
preferencia por teorías que postulan la existencia de un “yo”, estas son: 1) la
‘disposición para encajar’ con nuestra red de teorías formadas tanto por procesos
evolutivos como por la experiencia particular, y 2) por su ‘congruencia intuitiva’, es
decir, su gasto relativamente económico de energía al incorporarlas a nuestra red
propia de teorías (Metzinger, 2011, pág. 287).
Sin embargo, todo parece indicar que la forma en que nuestra mente ha sido
estructurada por la selección natural es un hecho meramente contingente, y por lo
tanto, no se puede afirmar que la necesidad fenomenológica del “yo” sea a su vez
una necesidad de la fenomenología metafísica. El hecho es que confundimos
ambas esferas y de ahí que creemos quimeras del pensamiento para las cuales no
existe explicación. Para reforzar esta idea podemos imaginar una serie de mundos
fenomenológicamente posibles13, cada uno de los cuales tiene sus propias
características particulares para quienes habitan en ellos. Algunos de estos mundos
serán imposibles de imaginar para nosotros mientras que otros parecen ser vecinos
cercanos los cuales encajan con nuestras experiencias y teorías perceptuales. Lo
interesante aquí es que no importa que tan diferente nos pueda llegar a parecer uno
de estos mundos, pues mientras estos sean “lógicamente consistentes siempre
podrían parecer experiencias fenoménicas posibles para ciertos sistemas
cognitivos” (Metzinger, 2011, pág. 289).
Ahora bien, mucha de los términos de nuestra psicología de sentido común, y entre
ellos el concepto de “yo”, pueden haber aparecido como el subproducto de
exportaciones a nivel cognitivo, a través por ejemplo de la utilización del lenguaje
por ejemplo. En este sentido nuestra psicología intencional no tendría por qué haber
sido seleccionada para nada en primer lugar, sino que tan solo su utilización
posterior por parte de nosotros hizo que paulatinamente fuera teniendo la utilidad
que hoy en día ostenta. No es mi intención abordar mas esta cuestión en lo
sucesivo, tan solo quería destacar alguna de las posibilidades explicativas que
podrían esgrimirse a favor de la aparición de uno de nuestras características
mentales típicas que no ha sido muy explicitado por los teóricos atirrealistas.
4. Conclusiones
En primer lugar hay que señalar que los argumentos budistas contra la permanencia
del “yo” parecen ser demasiado abstractos en contraste con las teorías antirrealistas
mencionadas por Metziger. En este sentido parece más favorable para los
eliminacionistas afrontar un ataque hacia nuestra fenomenología convencional que a
la eliminación de sustancias metafísicas en general por razones lógicas o en algún
sentido ideológicas. En segundo lugar, cabe destacar que pese a ser explicaciones
distintas de un mismo fenómeno, tanto Siderits como Metzinger en sus respectivos
ataques al realismo del “yo”, reconocen la utilidad asociada al concepto de persona,
del cual no es posible negar que una eliminación de este termino de sentido común
parece ser algo no tan solo poco realizable, sino que derechamente poco
impráctico. Por lo mismo, ambas teorías abogan por una separación de nuestra
ontología a dos niveles, lo que permitiría resguardar la utilidad de los términos
convencionales, entre ellos el concepto de persona, pero dejando abierta la
posibilidad del avance de la discusión a niveles ontológicamente más
fundamentales, o subpersonales.
Para finalizar y como critica personal a ambas posturas, la utilización de la teoría
evolucionista como argumento para nuestras adscripciones del “yo” en la psicología
del sentido común, es vaga pues nos introduce la idea de que todas nuestras
capacidades cognitivas deben su origen a la acción de la selección natural, cuestión
que como señale un poco más arriba, no nos da elección para concebir otras formas
de explicar su ocurrencia que estén menos comprometidas con la afirmación de un
paseleccionismo en la teoría evolutiva. Creo que, si bien, es parte de la ciencia
empírica desarrollar historia evolutiva de estas capacidades, al margen de lo
filosófico no es licito argumentar ligeramente por el origen evolutiva de una
capacidad y no dar mayores detalles de cómo pudo haberse seleccionado ese rasgo
por sobre otros.
Bibliografía
Córdoba, M. (2017). Identidad personal. Obtenido de Diccionario Interdiciplinal Austral;
ciencia, filosofía y teología: http://dia.austral.edu.ar/Identidad_personal
Dennett, D. (2017). Bombas de Intuicion y otras herramientas de pensamiento. 1-369.
Gould, S. J. (1982). Exaptation-A Missing Term in the Science of Form. Paleobiology, Vol. 8,
No. 1, 4-15.
Metzinger, T. (2011). The no-self alternative. Oxford Handbook of the Self, 279-296.
Siderits, M. (2011). Buddhist Non-Self: the No-Owner's Manual. Oxford Handbook of the
Self, 297-315.