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Sabías que hay cosas de nuestra relación y vida privada que es mejor no
contar? Aquí te contamos cuáles son y por qué. Es mejor prevenir que
curar.
Simplemente no era.
Con él me bajé del bus de que el amor era una película de Disney en repeat.
Punto positivo, eso sí, porque si uno no se baja de ese bus solito la vida
misma se encarga de bajarlo a uno a la fuerza. Nada más complejo y
lleno de altibajos que el amor.
Pero también entendí que a pesar de no aspirar a Disney, una relación que
vale la pena si debe tener componentes claves que en la mía no
parecían estar por ninguna parte: complicidad, libertad de ser quien se
es realmente y ante todo la certeza de que por muy diferentes que
seamos compartimos una misma idea de camino por la vida.
¿A qué me refiero?
A que es obvio que no podemos ser iguales y que no nos deben gustar las
mismas cosas pero que en cuanto a la visión del mundo, de la vida y del
futuro, debemos ir de la mano.
La sociedad espera que digamos que fue lo más difícil que hemos hecho en
nuestras vidas, que estamos mal y que decirle adiós a esa persona con
la que ya todos nos veían es una prueba titánica. Y la verdad... ni tanto.
Por lo menos en este caso no lo fue.
Hubo más alivio que angustia y más esperanza que remordimiento. Fue un
momento revelador de esos que a veces la vida nos regala de pura
buena onda porque cree que merecemos iluminarnos de vez en cuando
y entender que a veces sí sabemos que es lo mejor para nosotros. En
ese momento entendí que mucho mejor sola que miserablemente
cómoda.
Porque si no podemos brillar ni ser nosotros mismos con nuestra pareja (a
pesar de la vida misma y sus caminos culebreros) estamos en el lugar
equivocado.
Porque Disney no existe, pero sí existen los amores plenos, sanos, que no
se estancan sino que se transforman, esos que no son fuegos
artificiales que hacen mucho ruido sino un lugar siempre calientito en
el corazón.
Porque nada pesa más en la vida que esos amarres que damos por sentados
y las decisiones que tomamos en parte por seguir la corriente.