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ANALISIS DE LA LEY 140-15 DEL

NOTARIADO EN LA REPÚBLICA
DOMINICANA
Contenido
I. Introducción
II. ¿Acto auténtico la regla, acto bajo
firma privada la excepción?
III. Consagración legal de la “legalización
en Procuraduría”
IV. Potestad de los notarios para
“interpretar” sus actos.
V. ¿cómo se legalizan las firmas ahora?
VI. El número notarial
VII. Competencia territorial
VIII. Solo ECANOT puede hacerlo.
IX. “Soporte papel”
X. Transmisión del protocolo
XI. “Facultad exclusiva del notario”
XII. Registro de testamentos y poderes
XIII. Conclusión

Resumen
Desde la promulgación de la nueva Ley del
Notariado, el 7 de agosto de 2015, varios
sectores han vertido críticas contra el
contenido de la misma, especialmente la tarifa.
Se puntualizan otros aspectos controversiales
y no menos importantes que dicho tarifario,
con la esperanza de que sean tomados en
cuenta, si es que se va a reformar la ley.
I. Introducción
La nueva Ley del Notariado y del Colegio
Dominicano de Notarios, número 140-15,
deroga y sustituye la ley 301, que tenía más de
50 años de vigencia. Ello se hacía necesario,
según los considerandos de la nueva
normativa, porque la última mencionada, por
datar de 1964, “demanda de una actualización
y adecuación”.
Hubiera sido mejor si a la vieja ley le hubieran
modificado aquellas disposiciones que debían
ser “actualizadas y adecuadas”. Eso ahorraba
el trabajo de tener que hacer tablas de
concordancia y tener que acostumbrarnos a
que lo que antes estaba en el artículo 1 ahora
aparezca en los artículos 16 y 31 o que lo
dispuesto por el artículo 4, ahora lo regule el
18.
Lo que es peor, la ley fue propiciada por el
Colegio Dominicano de Notarios,
conjuntamente con el desaparecido
Comisionado de Apoyo a la Reforma y
Moder-nización de la Justicia, pero no fue
discutida con los sectores interesados, tales
como la Procuraduría General de la República,
el Consejo Nacional de la Empresa Privada
(CONEP), la Asociación de Bancos y otras
entidades.
El autor de este artículo desea dejar por
sentado que allá por los años 2010 y 2011 fue
convocado a algunas reuniones en el
Comisionado y en la sede nacional del Colegio
de Notarios, pero como esas reuniones se
efectuaban días de semana y el escriba reside
en Santiago, no se puede decir que fue coautor
del proyecto. Además, debe quedar claro que
en esas reuniones, este redactor manifestó su
desacuerdo con varias de las modificaciones
propuestas.
Hecha esa aclaración, quisiera comenzar este
análisis de la nueva Ley del Notariado
resaltando que el grueso de las críticas que leo
en la prensa son hechas a la tarifa establecida
en el artículo 66 de la controversial norma.
En efecto, alguna de estas críticas le reprochan
a la ley el establecimiento de “tarifas abusivas
e irracionales que vienen a encarecer aún más
una justicia ya de por sí costosa y que por lo
tanto la aleja más de las grandes mayorías”.
No obstante, aunque concuerdo que algunas
disposiciones de dicho tarifario son excesivas,
creo sinceramente que el debate no debe solo
concentrarse en ese tópico, pues hay otros
aspectos de la ley no menos controversiales
que, incluso, chocan con algunas
justificaciones que se dieron para modificar la
cin-cuentenaria ley 301, como aquella de que
“en el contexto de una economía en
crecimiento y cada vez más abierta al
intercambio y a la competencia, constituye
una necesidad ineludible la actualización de la
legislación dominicana sobre las funciones del
notariado” (ver considerando primero).
A continuación, abordo someramente aquellos
aspectos criticables de la nueva normativa
notarial, más allá de la nueva tarifa que,
insisto, si bien contiene algunos montos
irrazonables, no es en puridad lo más
censurable de la ley, desde mi punto de vista.
Sin más preámbulos, a continuación expongo
las disposiciones más controversiales de la
nueva Ley del Notariado y del Colegio
Dominicano de Notarios, independientemente
del tarifario establecido por la misma.
II. ¿Acto auténtico la regla, acto bajo firma
privada la excepción?
El artículo 2 pretende establecer unos
principios, a través de los cuales “se
interpretará y aplicará” la nueva ley. En ese
contexto, transcribo el numeral 3:
“Instrumentos notariales. Las actas auténticas
recogerán las actuaciones de los notarios de
manera regular y como expresión de una
mayor y mejor seguridad jurídica; y los actos
bajo firma privada serán la excepción para los
asuntos de menor transcendencia”.
Si interpretamos ese texto al pie de la letra,
debemos concluir que, como regla general,
todo acto debe ser redactado en la forma
auténtica, y solo deben ser redactados como
actos bajo firma privada, de modo
excepcional, aquellos relativos a “asuntos de
menor trascendencia”.
En primer lugar, creo sinceramente, que la
mayor o menor trascendencia de un acto no la
da la forma de instrumentación, sino el
contenido intrínseco del mismo o lo que
significa para las partes. ¿O acaso es más
trascendente, por ejemplo, un acta de
estipulaciones para divorcio por mutuo
consentimiento, en donde los cónyuges no han
fomentado bienes, que un acto de
compraventa cuyo objeto es un valioso
inmueble? ¿Qué debemos entender por
trascendente? No creo que sea la forma de
instrumentación.
En segundo lugar, ¿debemos interpretar este
texto considerando que, como regla general,
todo acto debe redactarse en la forma
auténtica, excepto cuando la ley permita la
redacción bajo firma privada? ¿O no es eso lo
que se debe en-tender cuando se nos dice,
palabras más, palabras menos, que el acto
auténtico es la regla y el acto bajo firma
privada la excepción?
Creo que si interpretamos la ley en el contexto
de “una economía en crecimiento… abierta al
intercambio y a la competencia”, la redacción
en la forma auténtica de todo acto jurídico no
ha de ser la regla; en eso era mucho mejor la
ley anterior, cuando decía en su artículo 1, que
los notarios eran oficiales públicos instituidos
para redactar actos auténticos cuando las
partes “deban o quieran”, es decir, cuando la
ley así lo disponga expresamente, los actos
deben redactarse en la forma auténtica, pero,
cuando la ley no lo haga obligatorio, es
facultativo para las partes redactar el
documento como acto auténtico o bajo firma
privada, a su elección.
Por eso, creo que debe prevalecer la
interpretación tal cual la regía la ley anterior,
aunque la nueva ley dé a entender otra cosa,
subrepticiamente.
III. Consagración legal de la “legalización
en Procuraduría”.
La nueva ley reivindica una práctica hasta
ahora ilegal y por demás, inexplicable: si el
notario tiene fe pública (artículo 20), esta debe
bastarse a sí misma, y su firma no tiene que ser
certificada por nadie.
No obstante, la ley dispone, en su artículo 13,
que el llamado recibo notarial será pagadero
respecto de todo acto notarial “en que deba ser
certificada la firma del notario en la
Procuraduría General de la República”. Tal
certificación de firma solo debería exigirse si
el documento va a ser presentado en el
extranjero, pero no en el territorio nacional.
IV. Potestad de los notarios para
“interpretar” sus actos.
Según el artículo 16, “Los notarios son
oficiales públicos instituidos por el Estado
para recibir, interpretar y redactar los
actos…”. ¿Interpretar? Y si hay un desacuerdo
en cuanto al contenido y alcance del acto entre
las partes firmantes, ¿lo que “interprete” el
notario se impone al juez a la hora de dirimir
el diferendo? ¿Entonces. ya el juez no tendrá
que determinar cuál fue la intención de las
partes ni interpretar los contratos, conforme
las pautas de los artículos 1156 y siguientes
del Código Civil? Quiero creer que esto no fue
lo que pensaron los que incluyeron el
inoportuno vocablo a que hacemos referencia.
V. ¿cómo se legalizan las firmas ahora?
La ley 301 estableció por primera vez, de
forma expresa, la posibilidad legalización de
firmas de actos bajo firma privada y consagró,
en los artículos 56, 57 y 58 la forma en que
debía efectuarse aquella: había dos formas de
legalización, una en que las firmas eran
puestas en la presencia del notario y otra en
que no (artículo 56); se establecía cómo
debían legalizarse las huellas digitales de las
personas que no sepan o no puedan firmar
(artículo 57) y finalmente, se expresaba que la
legalización daba autenticidad a las firmas,
pero no fecha cierta al acto (artículo 58).
Nada de lo antes indicado ha sido recogido por
la ley 140, la cual, en su artículo 16, se limita
a decir que el notario “podrá dar carácter de
autenticidad a las firmas que hayan sido
otorgadas ante él mediante un acto bajo firma
privada”.
Frente al silencio, ¿qué debemos entender?
¿El notario es libre para elegir cómo legaliza?
¿Desapareció la legalización de huellas de los
actos bajo firma privada? Si no desapareció,
por lo menos el legislador no nos indica cómo
debe hacerse. ¿Será aplicando por analogía lo
que se hace en los actos auténticos, conforme
el artículo 31 párrafo V?
VI. El número notarial.
Conforme la ley de 1964, en cada municipio
debía ser nombrado un notario por cada 1500
habitantes o fracción mayor de 750 (artículo
4).
Esa proporción ahora es sustancialmente
aumentada por el artículo 18 de la nueva ley:
un notario por cada 10,000 habitantes o
fracción mayor de 5000.
Tomemos como ejemplo al municipio de
Santiago. Según el último Censo de Población
y Vivienda (2010), ese municipio tiene
691,262 habitantes, por lo que, conforme la
antigua ley, le correspondían 461 notarios
(691,262 ÷ 1,500 = 461, incluyendo uno por la
fracción mayor de 750).
En cambio, conforme la nueva ley, con esa
misma población, a Santiago solo le
corresponden 69 notarios. Supongamos –que
es mucho suponer– que en Santiago se
mantuvo el número según la ley y hay
nombrados 461 notarios. Si ese fuera el caso,
para que en ese hidalgo municipio se pueda
nombrar un notario más, su población tendría
que aumentar a 4, 620,000 habitantes! O irse
muriendo de a poco los existentes, hasta
reducir su número a 69, o a lo que permita el
crecimiento poblacional de los próximos años
terminados en 0. Así resulta de la disposición
transitoria única de la nueva normativa: “Si al
entrar en vigencia la presente ley, el número
de notarios por municipio y el Distrito
Nacional excede el número expuesto en el
Artículo 18 de la presente ley, no se harán
nuevos nombramientos hasta alcanzar el
número previsto por el artículo precitado”. Y
así en todo el país.
Por si no están satisfechos, hagamos el mismo
ejercicio en el Distrito Nacional, dejando de
lado otras situaciones particulares: según el
Censo de 2010, el Distrito tiene 965,040
habitantes, por lo que le correspondían 643 no-
tarios, según la ley anterior. Imaginemos, otra
vez, que la fidelidad a ese número se mantuvo.
Conforme la nueva ley, le tocan 97. Así las
cosas, para que un nuevo y afortunado notario
sea nombrado en la antigua Ciudad Trujillo, la
población de esta tendría que aumentar a 6,
440,000 habitantes. O, de nuevo, irse
muriendo de a poco, hasta que el número se
reduzca a lo que le corresponde según su
población.
Dicho de otra manera, no se nombrará un
notario en el país, por todos estos siglos, sin
hipérbole. El que quiera ser notario que ruegue
porque el territorio siga siendo fragmentado en
nuevos municipios, para mudarse a uno de
ellos. Así creo que el número comenzará en 0.
VII. Competencia territorial.
El artículo 19 dispone lo siguiente:
“Domicilio. El notario está obligado a
establecer un único estudio u oficina en la
demarcación geográfica para la cual fue
nombrado y todos los actos que instrumente
tienen que estar enmarcados y deben referirse
a su ámbito de competencia territorial,
incluyendo los actos que afecten los derechos
inmobiliarios, los cuales deberán ser
instrumentados por un notario de la
jurisdicción territorial donde esté radicado el
inmueble de que se trate”. En otras palabras, si
se va a vender, hipotecar o de cualquier modo
enajenar un inmueble que esté ubicado en
Pedernales, usted tendrá que ir al Sur
profundo, no solo a efectuar los trámites
registrales, sino, ante todo, a buscar un notario
de esa localidad.
Con relación a esto, me hago eco de las críticas
vertidas por el distinguido historiador y
notario, doctor Wenceslao Vega Boyrie: “Esto
complica mucho, pues hay frecuentes casos en
que un solo acto de venta abarca varios
inmuebles en jurisdicciones diferentes. Como
los notarios tienen su jurisdicción por
municipio, aun si el acto se refiere a inmuebles
en varios municipios de una misma provincia,
para cada inmueble en un municipio deberá
haber un acto separado instrumentado por un
Notario de ese municipio. Imagínese el caos
cuando para una sola operación que abarque
muchos inmuebles repartidos en varios
municipios del país, hubiese que hacer un acto
separado para cada uno. Es no solo
complicado, sino además costoso para las
partes que tendrían que pagar a varios
notarios”.
Agrego yo: quizás la intención de esto sea
buena, pero viene a complicar y dificultar las
cosas, especialmente en los casos que cita el
profesor Vega Boyrie, máxime para quienes
tienen un notario de su confianza y tienen que
salir a buscar otro.
VIII. Solo ECANOT puede hacerlo.
De conformidad con el artículo 22.6, para ser
notario, entre otras cosas, es necesario
“Aprobar el ciclo de capacitación del curso
integral de formación en Derecho Notarial
impartido y administrado por la Escuela
Nacional de Capacitación Notarial
(ECANOT), instituida por esta ley bajo la
dirección y control del Colegio Dominicano
de Notarios, sin perjuicio de aquellos cursos
de capacitación notarial que puedan impartir
instituciones académicas avaladas por el
Colegio Dominicano de Notarios, de la
República, el cual establece la libertad de
enseñanza: “El Estado garantiza la libertad de
enseñanza, reconoce la iniciativa privada en la
creación de instituciones y servicios de
educación y estimula el desarrollo de la
ciencia y la tecnología, de acuerdo con la ley”.
En efecto, si desde 1918 existía la posibilidad
–al menos teórica– de que se establezca el
notariado como carrera universitaria
autónoma y la Constitución garantiza la
libertad de enseñanza, ¿cómo puede otorgarse
válidamente a una única escuela una especie
de monopolio para impartir “ciclos de
capacitación” o para dar un aval, paralelo al
del Ministerio de Educación Superior, Ciencia
y Tecnología? No abundo más en el tema por
la naturaleza de este artículo, aunque ganas no
me faltan.
IX. “Soporte papel”.
Según el artículo 31.a, las actas serán
redactadas “a máquina, computadora, en
forma manuscrita o mediante cualquier otro
medio electrónico que permita el impreso en
soporte papel”. En otras palabras, parecería
que el documento electrónico queda
descartado, pues todo acto auténtico tiene que
ser impreso “en soporte papel”.
Sin embargo, poco más abajo, el mismo
artículo dice, en su párrafo IV: “En lo que se
refiere al documento digital y firmas digitales,
la presente disposición legal reconoce los
alcances establecidos por la ley nacional que
trata sobre comercio electrónico, documentos
y firmas digitales, normas complementarias y
reglamento de aplicación. La Suprema Corte
de Justicia establecerá, por vía reglamentaria,
todo lo relativo al procedimiento para el uso
de los documentos y firmas digitales en
ocasión del ejercicio de la función notarial”.
Como se ve, por un lado, la ley da a entender
que los actos auténticos solo pueden ser
redactados en “soporte papel”, pero, por otro
lado, se reconoce la vigencia de la ley sobre
comercio electrónico y firmas digitales y
faculta a la Suprema Corte de Justicia a
reglamentar esa forma de redacción.
No obstante, cabe destacar que la ley a que
remite el texto que comentamos es la 126-02,
sobre comercio electrónico, documentos y
firmas digitales, cuyo reglamento de
aplicación está contenido en el Decreto
número 335-03 de fecha 8 de abril de 2003 y
que esta ley no se refiere para nada a la
instrumentación de actos auténticos en forma
digital; incluso, esa misma ley señala, en su
artículo 9, que podrán servir como medios de
prueba y tendrán el mismo valor probatorio.
La Orden Ejecutiva número 145 de 1918;
además, el artículo 5 de la Ley 301 de 1964
disponía que para ser notario se requería, entre
otras cosas, “poseer el título de doctor o
licenciado en derecho o de notario”,
disposición que no repite la ley 140-15.
Un acto bajo firma privada o, lo que es lo
mismo, no tienen el mismo valor que los actos
auténticos. Así las cosas, cabe preguntarse qué
es exactamente lo que puede reglamentar la
Suprema Corte de Justicia, en virtud de este
texto.
X. Transmisión del protocolo.
El artículo 55 de la ley de 1964 establecía que,
en caso de pérdida definitiva de la investidura
notarial, por muerte, renuncia, destitución o
inhabilitación, de un notario, su protocolo
sería vendido en pública subasta, entre los
notarios de su municipio, previa puesta en
marcha de una serie de operaciones, a cargo
del Juez de Paz.
La nueva ley, no solo no sustituye ese
complicado procedimiento, sino que le añade
una participación obligatoria del presidente
del Colegio Dominicano de Notarios (ubicado
en la ciudad capital), a quien hay que entregar
el protocolo y el archivo bajo inventario y
luego, el Consejo Directivo del Colegio debe
requerir al Juez de Paz del municipio del
notario, que proceda a las operaciones
tendentes a la venta en pública subasta (cfr.
artículo 50).
Cabía esperar que el procedimiento
establecido en la ley 301 fuese sustituido con
menos trámites y dificultades, pero lo han
complicado más, con una fastidiosa
intervención obligatoria del presidente del
Colegio Dominicano de Notarios y el Consejo
Directivo de este, sin que se sepa cuál es la
utilidad de tal proceder. Hubiera sido mejor
disponer que, cuando un notario pierda su
investidura en alguno de estos casos, su
archivo pasara de pleno derecho al Juzgado de
Paz de su municipio o circunscripción o a
cualquier otra oficina pública, donde pudiera
ser libremente consultado ese archivo y
expedirse copias de lo que conste en el mismo.
XI. “Facultad exclusiva del notario”.
Bajo este intitulado, el artículo 51 de la ley 140
dispone:
“En los términos y alcances de la presente ley
se consideran asuntos comprendidos en la
facultad exclusiva del notario, mediante el
ejercicio de su fe pública:
Todos aquellos en los que haya o no
controversia judicial de carácter privado y los
interesados le soliciten que haga constar bajo
su fe y asesoría los acuerdos, hechos y
situaciones de que se trate.
La instrumentación o levantamiento del acta
de embargo de cualquier naturaleza; dicha
acta, además de las menciones propias,
contendrán las enunciaciones establecidas al
respecto por el Código de Procedimiento
Civil.
La instrumentación o levantamiento del
proceso verbal relativo a los desalojos,
lanzamientos de lugares, protesto de cheques,
fijación de sellos y puesta en posesión del
administrador judicial provisional.
Párrafo.- Para todas estas actuaciones el
notario requerirá dos (2) testigos, a pena de
nulidad del acto de que se trate”.
Con la primera de estas competencias
“exclusivas” del notario no hay problemas: las
partes pueden comparecer ante un notario,
para que haga constar “los acuerdos, hechos y
situaciones de que se trate”.
Ahora bien, el numeral 2 de este artículo le
otorga competencia al notario para la
instrumentación de las actas relativas a
embargos, regulados por el Código de
Procedimiento Civil. Entonces se hace
necesario cuestionarse: si los notarios tienen
competencia exclusiva para la realización de
embargos (conservatorios y ejecutorios,
incluyendo retentivos, ejecutivos,
inmobiliarios), ¿significa esto que los
alguaciles perdieron tal competencia, que les
otorgaban tanto el Código de Procedimiento
Civil, como la Ley de Organización Judicial,
número 821 de 1927? Si esto es así, ¿entonces,
son nulos todos los embargos practicados por
alguaciles, desde la entrada en vigencia de esta
ley, promulgada en fecha 7 de agosto de 2015
y publicada en la Gaceta Oficial en fecha 12
de agosto del mismo año?
Más todavía: ¿entonces, los notarios tienen
potestad “exclusiva” para instrumentar actas
de embargo, pero no para realizar la venta en
pública subasta, en el mercado público? Al
menos eso da a entender el texto, pues no les
da competencia a los notarios para esta última
actuación.
Además, ¿también perdieron los jueces de paz
la facultad de fijar sellos, cuando ello sea
requerido? ¿Debemos considerar modificados
todos los artículos del Código de
Procedimiento Civil y otras leyes, que antes
regulaban estos importantes aspectos, ya que
ahora todo es competencia “exclusiva” del
notario?
Recuérdese que esta ley, como todas las
dominicanas, deroga “cualquier otro texto
legal que le sea contrario” (capítulo IX, bajo la
rúbrica “DISPOSICIONES
DEROGATORIAS Y MODIFICACIONES”,
numeral 3).
No quiero imaginar el caos que esta
disposición provocará, en el momento en que
empiecen a declararse nulos embargos,
protestos y otros actos, instrumentados por
alguaciles, sobre la base de que deben ser
instrumentados por notarios.
XII. Registro de testamentos y poderes.
Los artículos 64 y 65 de la nueva Ley del
Notariado crean un “Registro de Testamentos
y Poderes”, adscrito a la División de Oficiales
de la Justicia del Consejo del Poder Judicial,
registro en el cual deberán presentarse, dentro
de los cinco días hábiles de la actuación, a
partir de la instrumentación del testamento o
poder, “un extracto de la actuación haciendo
constar nombre del testador o poderdante,
lugar y fecha del testamento o poder, testigos
requeridos al efecto, sin hacer figurar el
contenido esencial del acto que otorga,
modifica, revoca o amplía el testamento o
poder”.
Este es un registro totalmente innecesario, que
desconoce la naturaleza de los testamentos, tal
y como están regulados por el Código Civil y
la Ley de Registro de Actos Civiles, Judiciales
y Extrajudiciales. En efecto, conforme la
esencia de estas disposiciones, el testamento
siempre puede ser revocado por el testador,
antes de su muerte; por lo tanto, la normativa
está diseñada para que el testamento no reciba
ninguna publicidad indebida antes de la
muerte del testador; por eso, cuando el notario
instrumenta un testamento auténtico (supongo
que es el único sometido al registro creado),
no debe someterlo a la formalidad del registro;
solo lo registra en la primera copia que expida
–lógicamente a la muerte del testador– a favor
del beneficiario, que es cuando el testamento
tendrá plena vigencia y podrá ser ejecutado.
Si todo esto es así, ¿para qué crear un registro
de testamentos? Peor aún, el notario se lleva la
peor parte, porque si no somete el testamento
al dichoso registro, se arriesga a una fuerte
multa y hasta a la destitución, en caso de
reincidencia (artículo 65). Mucho menos
entiendo qué se persigue con el registro de
poderes. Supongo que solo se referirá a
poderes otorgados en la forma auténtica.
XIII. Conclusión.
Hasta aquí mis observaciones a la nueva Ley
del Notariado y del Colegio Dominicano de
Notarios.
Solo quise hacer un rápido y sucinto esbozo de
aquellas disposiciones de la ley que, a mi
juicio, son las más cuestionables y cuya
aplicación generará dificultades en la práctica.
Que quede claro que no pretendí ser
exhaustivo. Otras acotaciones se quedaron en
el tintero, por considerarlas menos
importantes que las aquí vertidas.
De todas, me preocupan más las relativas al
número de notarios y las competencias
exclusivas de estos. Por un lado, no creo que
haya sido intención del legislador clausurar los
nombramientos de notarios, por los siglos de
los siglos, sin ningún amén jamás, y, por el
otro, tampoco creo que se haya querido privar,
especialmente a los alguaciles, de funciones
que han venido ejerciendo desde la fundación
de la República.
Las otras, aunque me preocupen menos, no
deberían dejarse de lado en una eventual
modificación, que ahora todos piden, menos
unos pocos. Y es que, como se puede notar,
importantes aspectos del ejercicio del
Notariado, como las formalidades de
legalización de firmas, para solo citar un
ejemplo, están a la libre discreción de cada
notario y, además, parece que se derogó la
legalización de huellas en los actos bajo firma
privada o por lo menos, no está claro.
Mucha gente ha denostado la ley. Otros la
defienden a rajatabla y algunos la consideran
un paso trascendental.
Con todo el respeto que me merece tan
distinguidos hombres de toga, opino que no es
para tanto.
También he sabido –aunque oficiosamente–
que contra la recién nacida ley se han recibido
ya 22 acciones directas de
inconstitucionalidad en el Tribunal
Constitucional. Como decimos los fanáticos
del béisbol, si no es un récord, al menos es un
buen average.
Mientras, la ley está vigente. Fue promulgada
y publicada y no fue provista de vacatio legis,
lo que a mi juicio fue un error. El Senado, de
una manera inelegante y un tanto atípica,
aprobó un proyecto de ley que suspendía la
vigencia de la 140 por un año, reviviendo con
ello las disposiciones de las leyes 301 de 1964
y 89-05. Esa iniciativa, sin embargo, recibió
un amplio rechazo en la Cámara de Diputados,
con más de 100 votos en contra y menos de
una decena a favor.
La Cámara Baja decidió entonces, designar
una Comisión Coordinadora, que prepararía
un proyecto de modificación a la Ley número
140-15 en un plazo de un mes. Yo quiero
pensar, sinceramente, que los aspectos
controvertidos sean incluidos en esa
modificación que, no es lo único que cuenta.
Fuentes consultadas.
- “Rol del notario ante la nueva ley 140-15”.
Alejandro Moscoso Segarra. Listín Diario, 3
de septiembre de 2015. Edición digital.
- “Presidente de la SCJ dice que ley notarial
tiene vicios”. El Caribe, 30 de septiembre de
2015. Edición digital.
- La Ley número 140-15: No solo la tarifa
cuenta, José Benjamín Rodríguez Carpio.
- “Surge el cartel de los notarios”, periódico El
Día, 17 de septiembre de 2015, edición digital.
LA FUNCIÓN CALIFICADORA DEL REGISTRADOR DE TÍTULOS EN
LA REPUBLICA DOMINICANA

Caracteres de la Función Calificadora

En Derecho hipotecario registral, de acuerdo


con el doctrinario espanol Javier Gomez Galligo,
es determinar si el acto o contrato (titulo en
sentido formal como en sentido material),
presentando el Registro de Propiedad, reúne o no
los requisitos exigidos por el ordenamiento
jurídico para su validez y para su eficacia frente
a terceros, con la finalidad de que solo tengan
acceso , y por tanto la protección del sistema, los
títulos validos, perfectos.

El fin perseguido con la escrupulosa


calificación, es evitar el ingreso a Registro de
Títulos de documentos deficientes que puedan
conspirar con el esfuerzo originario que se hizo
con el saneamiento.

Otros autores españoles citan que calificar es


decidir si el hecho del cual se solicite el asiento,
llega al Registro con los requisitos exigidos para
que sea registrable, es decir, se trata de
determinar si, conforme a la ley, procede o no
practicar el asiento calificado.

Para comprobar la legalidad de los


documentos presentados a Registro son objeto
de una depurada comprobación, particularmente
minuciosa en los casos inmatriculación de fincas,
no solo por el Registrador, sino a través de un
proceso en el que intervienen topógrafos,
propietarios colindantes, consejo de distrito,
asesores jurídicos, entre otros.

En el registro solo deben ingresar negocios


jurídicos de disposición perfectamente sanos, o
al menos aparentemente sanos.

El Reglamento General de Registro de


Titulos, en su Artículo 43, define la función
calificadora como “La facultad que el Registrador
de Títulos tiene para examinar, verificar y
calificar los actos, sus formas y demás
circunstancias.”.

La función calificadora se aplica sobre


toda actuación solicitada al Registro de Títulos,
comprendiendo:[1]
a) Las actuaciones por las que se pretende la
inscripción y/o anotación de derechos, cargas y
gravámenes sobre inmuebles.
b) Las solicitudes de certificaciones en general y
las certificaciones con reserva de prioridad en
particular.

Todas las solicitudes de inscripciones,


anotaciones y/o certificaciones presentadas a
consideración de los Registros de Títulos y los
documentos que se agreguen, deben reunir los
requisitos exigidos por la Ley de Registro
Inmobiliario, el Código Civil, otras leyes
aplicables, el presente Reglamento y demás
disposiciones complementarias que procedan.[2]

La función calificadora es responsabilidad


exclusiva del Registrador de Títulos o del
Registrador de Títulos Adscrito, cuando
corresponda, respecto de las actuaciones en las
que intervenga. Es obligatoria, indelegable y se
ejerce con independencia funcional, en el marco
de la Ley de Registro Inmobiliario, del presente
Reglamento, y de otras normas jurídicas
aplicables[3].

La función calificadora comprende las


facultades de:[4]
a) Comprobar que la documentación presentada
esté completa y cumple con los requisitos de
forma y fondo establecidos para la actuación
solicitada.

b) Verificar la procedencia o improcedencia,


validez y la naturaleza inscribible del acto o
contrato presentado.

c) Examinar y verificar las formalidades y


legalidad de los documentos y de la operación
que le es solicitada, para determinar su
procedencia.

d) Examinar y comprobar la legitimidad y


capacidad legal de los otorgantes del acto y/o de
los solicitantes.

e) Verificar la competencia del funcionario


o Abogado Notario que autorice, legalice o
ante el cual se instrumente el acto.

f) Verificar que se hayan pagado la contribución


especial para integrar el Fondo de Garantía de
Inmuebles Registrados, así como cualquier otro
impuesto o tasa que corresponda.

g) Solicitar cualquier documentación


complementaria que considere conveniente.
h) Citar, si lo considera pertinente, al o a los
solicitantes, propietarios y/o beneficiarios de
cargas y gravámenes, o a sus representantes, si
los hubieren, para que ratifiquen o rectifiquen
algún documento sobre el que hubiere alguna
duda respecto de su contenido. Artículo 49. En
ningún caso el ejercicio de la función calificadora
es apta para subsanar los defectos, errores u
omisiones que pudieren contener los documentos
presentados.

El Registrador de Títulos al ejercer la función


calificadora no está facultado para presumir
aquello que no está expresamente consignado en
los documentos presentados.[5]

En toda decisión emanada de los Tribunales


de la Jurisdicción Inmobiliaria, la función
calificadora del Registrador de Títulos se limita a
constatar que no existan vicios de forma
sustanciales. En caso de existir impedimentos
para la ejecución de la decisión de un Tribunal de
la Jurisdicción Inmobiliaria, el Registrador de
Títulos debe comunicar mediante escrito
motivado al Juez o Tribunal que dictó la decisión
dicha situación, solicitando impartir las
instrucciones expresas y escritas que estime
convenientes. Mientras el Registro de Títulos no
reciba instrucciones expresas y escritas del Juez
o Tribunal no deberá ejecutar la decisión.[6]
El resultado del ejercicio de la función
calificadora se concreta en el acto administrativo
de ejecutar o rechazar definitivamente la
solicitud de inscripción, anotación o certificación
y su documentación.[7]

En nuestro sistema el Registrador de


Titulos es un interprete autpriozado de la
legalidad del documento, y nuestro mas alto
Tribunal, la Suprema Corte de Justicia, a dicho
que el Registrador es juez de la legalidad del
documento que le es presentado.
En nuestro ordenamiento jurídico, la
calificación entrana una delicada labor
profesional, que precisa tomar en consideración
todos los elementos constitutivos de los derechos
reales que recaen sobre los inmuebles. Es
obligación del registrador examinar esos
elementos de existencia y validez del documento
presentado, verificar que efectivamente los
requisitos establecidos por la plena eficacia, han
sido satisfechos por el interesado, y por lo tanto
tiene que depurar la documentación que se le ha
presentado.

La primera calificación es compartida por


la Direccion Nacional de Mensuras Catastrales,
sus Direcciones Regionales, los Tribunales de la
Jurisdiccion inmobiliaria y los Registros de Titulos
, con motivo de la materialización del proceso de
saneamiento, lo que da lugar a la inmatriculación
o primer registro.

En los actos posteriores, en las


actuaciones que siguen al primer registro,
corresponde a los Registros de Titulos calificar los
documentos, salvo los actos de levantamiento
parcelarios: el saneamiento, el deslinde y las
modificaciones parcelarias (refundición,
subdivisión, urbanización parcelaria y
regularización parcelaria); en cuyos casos
corresponde a la Direccion de Mensuras calificar
los aspectos catastrales.

Naturaleza Juridíca de la Calificación


Registral

La doctrina iberoamericana levanta la


posición de que la calificación registral tiene un
estrecho vinculo con lo judicial, esto asi, porque
una decisión del Registrador tiene un amplio
valor y eficacia a las esferas administrativas y
judiciales, porque contra la calificación del
registrador se puede interponer recursos ante los
tribunales, y estos se tienen que pronunciar al
respecto.

Gómez Gálligo reputa esta decisión, y


sostiene que aunque el Registrador decide con
total independencia sobre una cuestión que
afectara de manera decisiva los derechos de las
personas interesadas en la situación incribible, la
calificación no es una función judicial, pues su
finalidad no es la de resolver una situación
contenciosa, sino la de decidir si se incorpora o
no al Registro de la Propiedad, con eficacia erga
omnes, y en ocasiones con eficacia constitutiva,
lo que constituye una nueva situación jurídica
inmobiliaria.

Otros tratadistas manifiestan que el


Registrador en un funcionario de la jurisdicción
voluntaria, porque su actuación esta
determinada por instancia de parte, y existe un
indiscutible predominio de interés privado; la
actuación de oficio resulta muy excepcional, y
esta determinada por la comisión de un error
puramente material en que incurre el Registro o
por motivo del interés publico. Se rige por un
procedimiento especial y no por el procedimiento
administrativo común, esta dirigida a la
atribbucion de derechos reales frente a terceros.

En nuestro país la calificación esta vinculada


a la función judicial, porque muchas veces la
decisión emanada del Registrador puede afectar
derechos que están fuera de la orbita de lo
administrativo y, además, contra tal decisión
eventualmente se puede interponer el recurso
jurisdiccional ante el Tribunal Superior de
Tierras.

Hay que señalar que la función calificadora


también participa de la naturaleza administrativa
del orden judicial. EL Regisdtrador de Titulos
depende de la Direccion Nacional de Refistro de
Titulos, que constituye un órgano de la
jurisdicción inmobiliaria, y esta, a su vez,
depende del Consejo del Poder Judicial.

EL Exceso Calificatorio

Nadie puede discutir la trascendencia,


gravedad y delicadeza de la función calificadora,
y el responsable de vigilar el correcto y
equilibrado desenvolvimiento de la oficina
registral inmobiliaria se centra en la figura del
Registrador de Títulos.

Su esfuerzo tiene que estar dirigido con


mucha prudencia, con esmerado tacto y marcada
ecuanimidad, evitando en su exigente función de
calificador, que nada le haga incurrir en excesos
o que, en sentido contrario, pueda llegar al
defecto o riesgo que puede impulsar cualquier
asomo de ligereza.

Si el Registrador se excediere, podría


contravenir el alto propósito del Registro de
Títulos o Registro de la Propiedad, podría atacar
directamente la seguridad jurídica, la seguridad
de tráfico inmobiliario, el crédito territorial, la
publicidad registral y la prioridad.

Al referirse a la calificación desmedida o


excesiva, el autor mexicano Bernardo Pérez del
Castillo afirma que con frecuencia algunos
registradores tienden a considerarse juez de
jueces y se introducen al estudio de un
documento en los aspectos más insignificantes,
lo que conlleva muchas veces al entorpecimiento
y dilatación en el proceso registral, así como el
innecesario congestionamiento de los
documentos, y en algunas ocasiones, puede
fomentar la corrupción.

El Registrador tiene que procurar certeza y


confianza, el llamado ius certum o seguridad del
derecho, actuar en todo momento como un
genuino celoso centinela de los derechos
registrados, pero al hacerlo no puede perder de
vista que tiene que armonizar ese buen
propósito, que no es más que la seguridad
jurídica, con la necesidad de agilizar el despacho
del expediente, a fin de que la respuesta sea
oportuna, que no es otra cosa que la seguridad
de tráfico inmobiliario.
Lo que persigue el sistema registral
dominicano con una escrupulosa calificación, es
evitar el ingreso al Registro de documentos
deficientes que puedan conspirar con el esfuerzo
originario que se hizo con el saneamiento, se
adoptaron todos lo cuidados para garantizar que
los derechos ingresaran con toda limpieza,
absolutamente saneados.

Caracteres de la calificación registral

Son varios los caracteres que se pueden


verificar en la calificación registral, así se puede
asegurar que la función calificadora revela una
exclusividad a cargo del Registrador de Títulos,
quien lo realiza con entera libertad, absoluta
independencia, total autonomía, y sin que en
ningún caso pueda delegarla.

La norma contenida en el Artículo 46 del


Reglamento General de los Registro de Títulos,
modificado, indica que la función calificadora es
responsabilidad exclusiva del Registrador de
Títulos. Ahí queda retratado el carácter de
exclusividad.

Wilson Gómez, citando a los argentinos García


Coni y Ángel Frontini, señala que estos últimos
autores establecen en su obra titulada Derecho
Registral Aplicado que: “Ya no se discute que el
registrador debe calificar los documentos, pues
no es un amontonador de papeles que mecaniza
su labor, sino un especialista que cumple una
tarea intelectiva”.

El Registrador tiene la obligación de calificar,


y se cumple el carácter de obligatoriedad
calificatoria en la letra del artículo 47 del antes
indicado Reglamento cuando establece lo
siguiente: “La función calificadora es obligatoria,
indelegable y se ejerce con independencia
funcional, en el marco de la Ley de Registro
Inmobiliario, del presente Reglamento, y de otras
normas jurídicas aplicables.

El carácter de motivación se materializa


cuando el Registrador, en ocasión de rechazar
definitivamente la solicitud de inscripción por un
defecto insubsanable u observa el expediente
para que sea corregida una deficiencia
subsanable, produce el correspondiente escrito
motivado.

Naturalmente, si el Registrador comprueba


que el expediente o documento que le es
presentado cumple con las exigencias de forma y
fondo establecidas, tiene que ejecutar la solicitud
de inscripción, anotación o certificación, según lo
establece la norma contenida en el Artículo 56 del
Reglamento General de Registro de Títulos,
modificado.

Los alcances y límites de la calificación


registral

La calificación tiene aplicación sobre todo


documento inscribible presentado en el Registro;
empero, los sistemas registrales no le otorgan los
mismos alcances, ni iguales límites, ni la misma
amplitud a este principio.

En nuestro sistema, el alcance de la


calificación con respecto al documento privado es
bastante amplio, comprende las facultades de
comprobar que la documentación presentada
esté completa y que cumpla con los requisitos de
forma y fondo establecidos para la actuación
registral de que se trate; puede examinar y
verificar la legalidad de los documentos, la
ratificación o rectificación documental, apreciar
la legitimación de firmas, establecer la capacidad
de los otorgantes y hasta hacer la comprobación
de que se han cumplido las obligaciones fiscales
o tributarias.

El criterio jurisprudencial de que “El


Registrador de Títulos es juez de la legalidad del
acto que se le somete”, corona la amplitud
reservada a la calificación registral, y es que el
Registrador puede incursionar en la parte
intrínseca del documento, puede, incluso, hacer
comparecer a los interesados o apoderados para
hacer comprobaciones y despejar dudas.

En vista de la gravedad que implica la función


registral en nuestro sistema, el rol de calificar a
fondo que pone sobre los hombros del
Registrador es de una gran responsabilidad; es
por ellos que este debe estudiar
exhaustivamente el expediente, cada uno de los
documentos que lo integran, más aún porque,
como se sabe, no siempre se exige al Abogado
Notario la instrumentación del acto público o
auténtico, a la fecha puede hacerlo bajo acto
privado con las firmas notariadas, y tratándose
de un Registro con inscripción constitutiva y
convalidante, los ciudadanos tienen que ser
necesariamente de alta prudencia, sin que esto
quiera decir que deba excederse en la
calificación.

Esta amplia facultad calificatoria, generadora


de un alto nivel de seguridad jurídica, se verifica,
además, entre otros sistemas registrales, en los
de Austria, Alemania, Inglaterra y Suiza.

Sin embargo, el Registrador al calificar


también tiene sus límites y no está facultado para
subsanar motu propio deficiencias u omisiones
importantes que pudieren revelarse en los
documentos que le son presentado, ni tampoco
presumir lo que no está
expresamente consignado en los mismos.

En lo concerniente a la calificación del acto


puramente administrativo, el Registrador de
Títulos tiene una facultad intermedia, limitada en
cuanto el documento privado; sin embargo, no
tanto así como la restricción que impone el
documento de naturaleza judicial, caso en el cual
el esfuerzo calificador solo se contrae a los
elementos extrínsecos, pero tampoco con las
amplitudes y libertades con que se escruta el
acto privado.

En la situación relativa al acto de orden


judicial, la calificación se contrae a los aspectos
formales, de congruencia de las decisiones bajo
las modalidades de sentencia, ordenanza, auto y
resolución, de acuerdo con la naturaleza del
procedimiento que se ha observado, de tracto
sucesivo, legalidad, competencia y justa causa.

En lo que tiene que ver con la calificación de


los actos que emanan de la autoridad judicial, la
norma contenida en el Artículo 51 del
Reglamento General de Registro de Títulos,
señala que la función calificadora del Registrador
de Títulos estará limitada a constatar que no se
verifiquen vicios de forma que
eventualmente pudieran resultar sustanciales.

En nuestro sistema registral, si el Registrador


de Títulos se encontrare en la imposibilidad de
ejecutar una decisión de un Tribunal de la
Jurisdicción Inmobiliaria, debe comunicar la
situación mediante escrito motivado al Juez o
Tribunal que dictó la decisión, solicitando impartir
las instrucciones expresas y escritas que estime
convenientes, conforme con la norma contenida
en el Artículo 52 del Reglamento General de
Registros de Títulos.

La Precalificación

Es una fase interna relativa al procedimiento


de ejecución de un determinado expediente
impulsado por una actuación registral; en esta un
profesional del Derecho con un importante nivel
de capacitación profesional en la material recibe
el expediente, por lo general de la fase de
inscripción y comprueba que han sido cumplidos
los principios registrales, las leyes, reglamentos,
normas complementarias y requisitos
establecidos por la Dirección Nacional de Registro
de Títulos.

El pre calificador verificará lo concerniente al


tracto sucesivo, actuaciones en curso y si cumple
con todas las exigencias técnicas establecidas
(entre ellas completar plantillas…).

Es obvio que la precalificación no puede


considerarse como una calificación previa, pues
la calificación registral es una facultad única del
Registrador de Títulos, quien es absolutamente
responsable de la misma; se trata entonces de
una ayuda propuesta que queda bajo su absoluta
consideración.

El resultado de la función calificadora

El Artículo 56 del Reglamento General de


Registro de Titulos dice que “ El resultado del
ejercicio de la función calificadora se concreta en
el acto administrativo de ejecutar o rechazar
definitivamente la solicitud de inscripción,
anotación o certificación y su documentación.”

En realidad el resultado del ejercicio de esta


función consiste en admitir la inscripción, o sea,
hacerla definitiva tras calificarla favorablemente
y, por tanto ordenar su ejecución; en caso
contrario, rechazar el documento o expediente;
una tercera posibilidad consiste en observarlo,
tras determinar que acusa una deficiencia
subsanable.
En el caso de que el expediente sea observado
por estar afectado por un defecto subsanable, el
Registrador deberá inscribirlo de manera
provisional por quince días. Dentro de ese plazo
tienen que ser rectificadas las deficiencias, en
caso contrario se producirá la caducidad de pleno
derecho.

Si el interesado subsana, la inscripción


provisional se convierte en definitiva y la fecha
se retrotrae a la fecha del asiento de
presentación consignado en el Libro Diario.

Mientras tenga vigencia la inscripción


provisional, el documento o expediente que
ingrese al Registro, relacionado con el inmueble
afectado, tiene que ser visto escrupulosamente
por el Registrador, quien adoptará la decisión de
lugar.

Si el expediente ingresa al Registro y se


establece que no está completo o presenta
defectos insubsanables, el mismo se debe de
rechazar de manera definitiva, mediante un oficio
expreso y motivado por el Registrador. En el cual
se debe exponer los hechos y el fundamento
jurídico, expresando los medios que sustentan el
rechazo, el órgano por ante el cual se puede
recurrir la decisión y el plazo reservado para
interponer el Recurso Jerárquico.
Dentro de las irregularidades insubsanables el
art. 58 establece:

a) La legalización de firmas o instrumentación del


acto auténtico por quien no está facultado para
ello a la fecha de su emisión.

b) La falta de calidad del otorgante para el acto


de que se trata.

c) La presentación de un acto no permitido por


las normas que regulan la materia.

d) La instrumentación de actos que no cumplan


con los requisitos de fondo y de forma
establecidos por la Ley de Registro Inmobiliario y
este Reglamento.

e) Los actos que presenten vicios de forma


sustanciales al no consignar, consignar
erróneamente o de forma insuficiente o equívoca
los datos que permitan aplicar correctamente el
principio de especialidad en relación a los
sujetos, al objeto y a la causa del derecho
registral.

f) La instrumentación de actos que no cumplan


con los requisitos establecidos en la Ley del
Notariado o de otras disposiciones legales.
Si el Registrador de Títulos presume la
falsificación o adulteración de un documento,
dentro del plazo correspondiente para resolver la
actuación, procederá al rechazo de la misma y
remitirá el expediente a la Dirección Nacional de
Registro de Títulos, a los fines de que ésta adopte
las providencias de lugar.

Cuando se compruebe que un expediente


cumple con todos los requisitos de forma y fondo,
o formuladas observaciones al mismo y estas
hayan sido corregidas adecuadamente dentro de
los plazos establecidos, el Registrador de Títulos
procederá a ejecutarlo.

Existe un recurso para atacar la calificación


negativa del Registrador; se denomina
jerárquica, y se interpone ante el superior
jerárquico inmediato de dicho oficial público, el
Director Nacional de Registro de Titulos; y, en la
eventualidad de que este identifique con la
calificación que ha dado al caso el Registrador
entonces, contra esta decisión se puede
interponer el recurso Jurisdiccional ante el
Tribunal Superior de Tierras.

En caso de que un expediente comprenda más


de una actuación sustentadas en actos de
disposición voluntaria, y algunas puedan ser
ejecutadas y otras no, se procederá al rechazo
del expediente indicando las actuaciones que son
procedentes para que puedan ser introducidas
individualmente nuevamente.

Con la interposición de estos recursos, el


asiento de representación levantado en el Libro
Diario se reserva automáticamente hasta que se
agoten la acción y los recursos administrativos.

Las faltas o defectos subsanables


comprobadas por el Registrador se resuelven
entre nosotros cuando este, mediante un oficio
motivado, otorga al interesado un plazo no
mayor de quince días, para que lo corrija o
subsane; dicho Registrador procurará que su
actuación sea asentada en el Registro
Complementario.
Rol del notario ante la nueva ley 140-15

La invención de la escritura permitió que el hombre evolucionara en múltiples aspectos, en lo


que tiene que ver con la primera manera de hacer pruebas, el llamado documento oral o
documento notarial primitivo, desapareció porque la posibilidad de organizar los signos
gráficos permitió que las personas pudieran expresar con mucha precisión su voluntad.
El documento escrito se convierte en la prueba por excelencia y aparecen a su alrededor los
llamados escribas, individuos que ejercían un buen manejo de la escritura y la lectura, los
cuales ponían sus conocimientos al servicio de las personas que no sabían escribir,
asistiéndoles en las necesidades de esta índole.
La figura del escriba evolucionó en el tiempo hasta llegar al escribano o notario que llega a ser
un técnico jurídico depositario de la fe pública y más tarde un profesional dotado de una
autorización especial para que actúe, ejecute y compruebe directamente los hechos y los actos
jurídicos que se les requieran dentro del ámbito de su competencia.
Nuestro país ya no escapa al impacto cada vez más agresivos de los cambios legislativos, ni el
Notariado dominicano tampoco, como dice la expresión popular “ha pasado mucha agua por
debajo del puente” luego de que se incorporara a la legislación de la incipiente República
Dominicana la Ley de Escribanías Públicas, del 11 de mayo de 1857.
Un importante instrumento normativo de la función notarial fue la denominada Ley núm. 301,
de fecha 18 de junio de 1964, disposición de jerarquía precaria, pues, como bien se sabía, no
surgió de la acción del Congreso Nacional, sino del nefasto Triunvirato que se impuso tras el
derrocamiento del Gobierno Constitucional que presidió el profesor Juan Bosch.
No obstante, hay que reconocer que con esa disposición se le otorgó calidad de oficial público al
notario, se permite el uso de la máquina de escribir, instituye el régimen de legalización de
firmas y huellas digitales y permitió que el notario fortaleciera su calidad fedataria.
El cambio. Ley. 140-15
Ahora que acaba de aprobarse, promulgarse y publicarse la Ley núm. 140-15, denominada Ley
del Notariado, resulta oportuno destacar los alcances, contenido y límites de la misma, toda vez
que la misma no sólo aborda lo que tiene que ver con la función notarial, sino que también
trata a profundidad y norma al Colegio Dominicano de Notarios (CODENOT), al cual le otorga
la categoría de corporación de derecho público interno con carácter autónomo y personería
jurídica propia.
Por vez primera una disposición notarial traza principios generales y los integra a su articulado
poniendo en relieve el objeto de la misma, precisando que “(Ö.) es de orden público e interés
social y tiene por objeto regular el notariado y la función de los notarios”.
El nuevo cuerpo legal consigna como fin esencial del Colegio organizar y procurar la unidad de
los colegiados, defender sus derechos y promover la dignidad en el ejercicio de la grave función
que se pone sobre sus hombros.
Una indiscutible conquista es la instauración de la Escuela Nacional de Capacitación Notarial
(ECANOT), la cual procurará la formación, capacitación y actualización académica del
Notariado de nuestro país.
Hay que resaltar que esta nueva ley ordena que todos los actos notariales que se generen en la
administración pública, sus dependencias e instituciones autónomas y entidades de carácter
comercial en las cuales el Estado sea accionista mayoritario, tienen que ser instrumentados por
notarios suministrados por el Colegio, y la distribución de estos trabajos estará reglamentada
por la entidad notarial y ésta deberá someter dicho reglamento al Poder Ejecutivo.
En la derogada Ley del Notariado 301 se establecía que por cada mil quinientos habitantes
habría un notario, la nueva Ley dice que habrá un notario por cada diez mil habitantes y uno
más por la fracción que exceda los cinco mil. En los municipios donde la población no alcance
los diez mil habitantes habrá dos notarios.
La función notarial de los cónsules y vicecónsules ha sido impactada por la Ley núm. 140-15,
esta modifica la Ley núm. 716, del 9 de octubre de 1944, relativa a las funciones de los mismos,
y establece que los actos de estos funcionarios con motivo de ejercer la función notarial deben
acogerse a las exigencias establecidas por la nueva disposición legal. Así mismo, las faltas
cometidas en el ejercicio de la función notarial están sometidas al proceso disciplinario
instituido por la misma.
En esta ley está clara la más amplia facultad reglamentaria del Colegio Dominicano de
Notarios, en varios artículos se enfatiza la potestad que tiene para reglamentar el ejercicio de la
función y garantizar la seguridad jurídica nacional.
Se restringe el ejercicio de la función notarial en el caso de las personas que ostentan cargos
públicos, incluyendo los electivos, pues estos no pueden intervenir como notarios en actos que
involucren la administración pública y sus instituciones.
Se crea un régimen de firmas para el no vidente, el sordomudo que no sepa leer ni escribir en
sistema de lecto-escritura común, el extranjero que no entienda el idioma español, y de huellas
digitales o dactilares.
El notario y los alguaciles
Una de las innovaciones mayores de la ley consiste en la facultad exclusiva que se otorga al
notario y que antes estaba reservada al alguacil; ahora es el notario el oficial público que
intervendrá en el levantamiento de los procesos de todos los embargos, respetando los
requerimientos del Código de Procedimiento Civil, sólo en los procesos verbales, lo demás
quedará en manos del alguacil.
No menos novedosa resulta la atribución que ahora tiene el notario para instrumentar los
procesos verbales de desalojo, lanzamiento de lugares, protesto de cheques, fijación de sellos,
actividad que estaba en manos de los Jueces de Paz y en la instalación del administrador
judicial provisional.
El Notario y el testamento.
Otro punto nuevo es el que tiene que ver con la creación del Registro de Testamentos y
Poderes, el cual la ley dispone que esté adscrito al Departamento de Auxiliares de Justicia del
Consejo del Poder Judicial, y le otorga la facultad a dicho Consejo para redactar el Reglamento
de su funcionamiento.
Se instituyen Sub-registros de Testamentos y Poderes en la Sala Civil de la Corte de Apelación
de los distintos Departamentos Judiciales.
En verdad este registro viene a llenar un vacío que preocupaba a muchos profesionales del
derecho que no alcanzaban a vislumbrar la manera de controlar estos instrumentos que tanta
utilidad práctica tienen en la vida jurídica nacional.
La Tarifa de Honorarios Profesionales ha resultado actualizada conforme a los cambios que ha
experimentado el costo de la vida desde 1964 hasta la fecha de la nueva ley, y se hace la
precisión en su artículo 66, párrafo II: “Será nulo todo convenio por el cual se obligue al notario
a recibir honorarios menos que los que fija la presente ley. El notario que hubiere consentido
tal convenio estará, además sujeto a sanción disciplinaria, según la gravedad de la falta (Ö)”.
La responsabilidad del Notario
Esta nueva disposición legal también pone en blanco y negro la responsabilidad civil y
disciplinaria del notario, se verifica una contrapartida a los beneficios que le otorga, le hace
responsable de los daños y perjuicios que sean la consecuencia directa de su intervención, y las
sanciones disciplinarias van desde la amonestación que siempre será escrita, multas que
oscilan entre cinco y veinte salarios mínimos del sector público al momento de la infracción,
suspensión temporal entre seis meses y dos años y destitución, la cual entraña la revocación o
cancelación del exequátur.
La denuncia o querella se tramitará a través del Colegio Dominicano de Notarios, el cual
valorará los caracteres de seriedad de la misma, si reúne los méritos la tramitará a la Sala Civil
de la Corte de Apelación del lugar donde tenga su estudio abierto el notario de que se trate.
La decisión emitida por la Corte será objeto de apelación ante el Pleno de la Suprema Corte de
Justicia.
Este cuerpo legal constituye un paso trascendente, no sólo porque amplía el ámbito laboral de
estos oficiales públicos, sino porque garantiza el orden y la disciplina en la instrumentación de
los negocios jurídicos del país, otorga mayor seguridad jurídica, asegura el debido proceso de
ley y fortalece la institución notarial cuyo fundamento figura en el artículo 2.1 de la Ley núm.
140-15: “Las actuaciones notariales en la República Dominicana asimilan y fortalecen los
principios, leyes, normas y costumbres del notariado de tipo latino. Por tanto, se integran a las
orientaciones que surjan de la Unión Internacional del Notariado (...)”.
ANÁLISIS Y COMENTARIOS AL PROYECTO DE LEY SOBRE EL EJERCICIO DE LA ABOGACÍA Y LA
NOTARÍA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA

A fines de aumentar la baja calidad de los profesionales del Derecho


(sic), circuló recientemente en los medios un Proyecto de Ley
pretendiendo renovar la regulación del ejercicio de la Abogacía y de
la Notaría en la República Dominicana. Si la intención es laudable,
y tenemos que reconocer que aporta unos puntos positivos,
lamentamos también constatar que el intento carece de sentido[1] a
muchos niveles.

A primera vista, este proyecto de ley parece mucho a lo que está


actualmente vigente en Francia, modelo que tomaremos en
consideración -de manera esperamos no tan partidaria-, de por las
orígenes de un modesto servidor.

Sin embargo, el contexto económico y social de República


Dominicana es todo sino comparable, y es una de las numerosas
razones por las cuales tenemos a bien señalar las consideraciones
siguientes[2]:

Diferencia Abogado vs Jurista: A título preliminar, y para bien


entender el debate, hay que bien diferenciar un abogado de un
jurista. El abogado es, según la Real Academia Española, un
“Licenciado o doctor en derecho que ejerce profesionalmente la
dirección y defensa de las partes en toda clase de procesos o el
asesoramiento y consejo jurídico”, mientras que un jurista es
sencillamente una “persona que ejerce una profesión jurídica”.

Es decir que un abogado litiga o asesora a una persona, mientras


que un jurista solo puede ser un empleado jurídico de una
compañía[3], ya que no asesora a nadie sino a la empleadora
misma[4]. Aquí yace el criterio de distinción: un jurista no puede
asesorar ni representar a una persona externa. Así mismo, las
compañías tienen sus in-house counsels que preparan y revisan
contratos, sin tener que llamar a los servicios de un abogado
externo. No obstante, en República Dominicana, hasta la fecha, las
dos nociones se confunden y todo licenciado se gradúa abogado.

Y es precisamente una de las supuestas[5] novedades de este


proyecto. En efecto, su Artículo 29 prevé como derechos de los
abogados:

“1. Prestar sus servicios, a título gratuito o a título oneroso, a


cualquier interesado que legalmente se los requiera, bajo la
modalidad de consejeros, asesores, mediadores, conciliadores y
árbitros;

2. Pactar con quien se lo requiera, la prestación de sus servicios


profesionales, para la tramitación, representación y defensa en los
casos que se ventilan en los tribunales de la República o cualquier
otra jurisdicción, cuando la consideren justa.

3. Obligarse a prestar sus servicios profesionales bajo la


modalidad de: suma única a ser pagada; suma a ser pagada
periódicamente o “iguala”; contratos de cuota-litis, cuya cuantía
será liquidada en cuotas periódicas, según el acuerdo; o conforme
una proporción con relación al valor de los bienes y derechos
objeto de la prestación de los servicios profesionales;

4. Convenir en la prestación de sus servicios bajo cualquier otra


modalidad que acuerde con su patrocinado;

5. Formar parte de las entidades de servicios, públicos o privados,


para cuya prestación se requiera la condición de Licenciado o
Doctor en Derecho, y bajo las condiciones que se requieran según
cada caso.”

Todo parece coherente: para poder subir en el tribunal, o asesorar


a alguien, un abogado tendrá que tener su “revalida”[6]. Si no, solo
será jurista.

A fines de ilustración, en Francia como en Estados Unidos, y en casi


todos los países del mundo, al graduarse de Licenciatura o de
Jurisdoctor, no se puede tampoco subir al estrado. En efecto, de la
misma manera que este proyecto quiere preverlo, el título
académico solo representa un pasaporte para poder pasar un
concurso de juez[7], de notario, o de abogado.

En lo que concierne al abogado, para hablar del caso francés, solo


luego del éxito al dicho concurso[8] se entra en una escuela de
formación de abogados, donde hay, entre otras cosas, clases de
práctica forense[9] y pasantías de seis meses, tanto en un bufete de
abogados como en “una institución vinculada al funcionamiento de
los tribunales o al proceso de reforma judicial, con el objetivo de
adquirir conocimiento y lograr experiencia con relación a la
práctica judicial y el sistema de justicia”(sic), para un total de un
año.

Reiteramos: todo este proceso es aplicable a abogados, es decir


quien quiere subir, no para juristas. Un jurista queda libre de
trabajar en un banco, en una empresa de servicios, etc., desde que
este graduado[10].

Elusión de la sanción del asesoramiento: Sin embargo, el


Proyecto de ley pretende sancionar “las personas que ejerzan la
abogacía o la notaría sin estar provistas de la correspondiente
reválida […] con multa de cincuenta (50) salarios mínimos, […] y
en caso de reincidencia con multa de doscientos (200) salarios
mínimos […]” (Art. 49), pero no define bien que es la abogacía.

En efecto, el artículo 4 del Proyecto solo precisa que “una persona


no podrá representar a otra en los actos y procedimientos
judiciales y extrajudiciales para los cuales la ley exija la
participación de un profesional de la abogacía, si no ha sido
autorizada según esta Ley a ejercer dicha profesión”[11],
eludiendo[12] el caso de las asesorías y consultas.

De ahí viene nuestro término “supuesta novedad”: si no cabía duda


en cuanto a subir al estrado, no queda del todo claro si asesorar a
alguien sin tener la “correspondiente revalida” está sancionado o
no. Si no lo es, nos parece que el exequatur era suficiente[13] para
alcanzar la meta.

En cuanto a los nuevos requisitos para poder ejercer en sí, el


proyecto prevé, además de los demás requisitos clásicos:

1) Haber validado la pasantía obligatoria prevista por esta ley;


2) Haber aprobado el examen de reválida previsto por esta ley; y,
3) Mantener actualizada la reválida quinquenal exigida por esta ley.

Pasantía:

«Artículo 9.- No es posible acceder al ejercicio de la abogacía sin


haber realizado la pasantía a que se refiere este Título y haber
aprobado el examen de reválida referido en el Título que sigue.

Párrafo I.- Para los fines de la aplicación de esta Ley, se entiende


por pasantía el trabajo voluntario realizado, por quien haya
obtenido un Título de Licenciado o Doctor en derecho, en una
institución vinculada al funcionamiento de los tribunales o al
proceso de reforma judicial, con el objetivo de adquirir
conocimiento y lograr experiencia con relación a la práctica
judicial y el sistema de justicia.

Párrafo II.- Los objetivos de la pasantía exigida por esta Ley son
garantizar que el pasante se familiarice con el funcionamiento
práctico del sistema de justicia »

a) Duración: Nuestra primera sorpresa será la larga duración de


dicha pasantía. Donde los demás países prevén entre seis meses y
un año como máximo, aquí hay dos. ¿Por qué tanto?[14]

b) Pertinencia: Por otro lado, la palabra “voluntario” en


conjunción con “pasantía” nos hace sonreír: si el jurista no quiere
litigar, ¿de qué le sirve estudiar el funcionamiento de los tribunales,
a fortiori dos años?
c) Remuneración: ¿Qué tal de la remuneración de dicha
pasantía? El tema queda totalmente eludido… ¿A propósito…? En
efecto, nadie ignora la queja de falta de recursos del Poder
Judicial... ¿Qué tal si propongamos una ley que nos asegura una
mano de obra de más o menos 1000 personas[15] anualmente,
pagada muy poco, o nada?[16]¡Genial! ¡Podemos hasta botar a los
asalariados actuales[17] (Huelgas a la vista)!

Resulta pues muy, muy interesante que la propuesta de ley venga


del mismo Poder Judicial (más precisamente de la Suprema Corte
de Justicia).

d) Logística: ¿Hay donde recibir DOS MIL pasantes[18], en


condiciones dignas? Los tribunales parecen llenos ya, ¿donde los
vamos a sentar? ¿Hay presupuesto para comprar muebles?[19]

e) Capacidad de enseñanza: Es más, fuera del tema de la mano


de obra barata o gratis, ¿tienen los tribunales una capacidad para
recibir y formar con calidad a DOS MIL pasantes?

Porque es precisamente el propósito oficial de dicha pasantía:


aprender con calidad; no trabajar como mensajero, o para hacer
fotocopias o café[20].

f) Oficinas privadas: Además, cuando dice, en su artículo 12, que


“las oficinas privadas de abogados podrán ser acreditadas como
centros de pasantía con la aprobación y supervisión de las Cortes
de Apelación de cada Departamento Judicial […]”, ¿quién
garantizará la calidad de enseñanza evocada más arriba? ¿Y bajo
qué criterios se obtendría la acreditación?[21]

g) Ruptura del mercado: De manera general, ¿¡qué firma de


abogados contratará paralegales en un futuro a un sueldo decente,
si puede obtenerlos de manera gratuita, o por un sueldo simbólico,
casi humillante!?[22]
En efecto, recordamos que esta pasantía será obligatoria para poder
esperar ejercer. Los aspirantes estarán pues dispuestos a
aceptarLO QUE SEA.

De ahí, que se producirá posiblemente el efecto siguiente: los


estudiantes no encontrarán a donde trabajar durante su
carrera[23] (sino en áreas ajenas al Derecho), lo que no
necesariamente es malo[24], ya que poco a poco habrá, al no
encontrar trabajo, como en los demás países, dos tiempos: uno para
estudiar, luego otro para trabajar[25].

Examen de reválida:
«Artículo 13.- Sólo después de que el Licenciado o Doctor en
Derecho haya recibido la aprobación de la pasantía por parte de
la Comisión de Reválida podrá presentarse a los exámenes de
aptitud para ser autorizado a ejercer la abogacía en la República
Dominicana, los cuales no podrán ser convalidados ni sustituidos
por ningún otro requerimiento o acto académico.”

a) Término confuso: El término examen de reválida es mal hábil:


¿porque un primer examen luego de pasantía se llamaría revalida?
¿Que perdimos en camino? “Examen de
culminación”[26] (precisamente al culminar la pasantía), hubiera
sonado mejor.

b) Dos exámenes diferentes para el mismo término: Según


el Artículo 14, « los exámenes de reválida se celebrarán dos (2)
veces al año ». Pero según el párrafo del Artículo 24, « Los
exámenes de reválida a que se refiere este Artículo se llevarán a
cabo cada cinco (5) años ». Provoca confusión. En el segundo caso,
se trata de los exámenes de reválida quinquenales, de control, que
constituirán el objeto nuestro tercer punto, y no del primero
examen siguiendo la pasantía. De ahí que si el término de “reválida”
aplica válidamente en el segundo caso, “examen de culminación”
hubiera sido más lógico para el primero.

c) Formación de la Comisión de Revalida: Sin pronunciarnos


sobre la pertinencia de su composición per se, cabe señalar que es
enteramente judicial. De ahí, reiteramos que el proceso parece
deber aplicarse solamente a los aspirantes litigantes.

d) Reprobación: El artículo 21 prevé que “quien repruebe la


reválida en cualquiera de los dos exámenes tres veces perderá el
derecho de presentarse a exámenes de reválida durante tres años.
Para acceder nuevamente a los exámenes tendrá que completar,
durante cada uno de esos tres años, las horas de educación
continua que se requieren para los profesionales en ejercicio de la
abogacía “. Esta sanción parece mucho al régimen francés. La
diferencia siendo que allá, reprobar 3 veces significa no poder
ejercer nunca, no solo perder la oportunidad de presentarse a los
exámenes[27].

Educación continua y Reválida quinquenal:

«Artículo 22.- La primera reválida[28] no otorga un derecho


irrevocable ni permanente. Queda automáticamente sin efectos en
caso de no reválida en el plazo de cinco (5) años establecido y
regulado bajo este Título. Podrá ser cancelada por la comisión de
faltas según lo establece esta misma Ley.

Artículo 23.- Conforme el Artículo que antecede, quien haya


adquirido el derecho a ejercer la abogacía, mediante el
cumplimiento de las condiciones ya previstas en esta ley, está
obligado a mantener sus conocimientos actualizados en base a una
educación continua debidamente validada, según las
disposiciones que siguen de este Título.”

a) Duración de la educación continua: El Artículo 24 prevé


que “sólo los abogados en ejercicio que acrediten su participación
en programas de educación continua, en cursos que alcanzaren no
menos deseiscientas (600) horas reales cada año calendario,
serán admitidos a renovar su título para continuar en el ejercicio
de la abogacía.”

La cifra de SEISCIENTAS HORAS anuales es puramente, y


perdónenos la expresión, grotesca. Esto significaría un ritmo y
una duración de enseñanza de Maestría, donde los conocimientos
son nuevos y profundizados, no actualizados.

Por otro lado, a un ritmo de 45 semanas de estudio por año[29],


hablaríamos de 13 horas y 20 minutos semanales, o sea
aproximadamente 4 horas y media por día, 3 veces a la semana.

Además, dudamos mucho de que la actualización jurídica


dominicana sea tan profusa que se merezca cursar maestría tras
maestría toda su vida para poder ejercer.

A título de ejemplo, en Francia, donde la actualización jurídica es


netamente más frecuente que en República Dominicana, la
formación continua pedida a los abogados en ejercicio es
de VEINTE HORAS[30]. Sí, TREINTA VECES MENOS.
Entendemos pues que hubo verosímilmente un error en cuanto a la
cuantía de horas anuales de formación continúan y que la cifra de
veinte horas anuales parece más coherente.

b) Educación continua de duración necesariamente


mayor para el poder judicial: Si los litigantes “de baja
calidad”[31] necesitan 600 horas anuales para actualizarse y estar
al nivel de lo que se espera de ellos, a fines de mostrar el ejemplo, y
para poder seguir y entender las ya acertadas argumentaciones de
los litigantes, desarrolladas gracias a la educación continua
obligatoria, lógicamente los jueces deberán seguir[32] aun
mas horas de educación continua . Pongamos 900 horas, es
[33]

decir, 6 pm a 10 pm CADA DIA DEL AÑO[34]. Los jueces ya


se entusiasman de este nuevo horario.

c) Profesorado y calidad de la educación continua: Según el


Artículo 25, “sólo serán computables para fines de esta Ley los
programas de educación continua que lleven a cabo las
instituciones autorizadas por la Comisión Nacional de Reválida.”.

De ahí 2 preguntas:

¿Quién será digno de impartir un programa de educación continua?


El articulo 26 precisa, entre otras, que “son instituciones
autorizadas para la educación continua de reválida: 1. Las
universidades dominicanas a las que el Ministerio de Educación
Superior, Ciencia y Tecnología haya evaluado y certificado el nivel
académico necesario para impartir docencia en los programas
que sean elaborados por la Comisión Nacional de Reválida. […]”,
¡cuando esta ley precisamente pretende paliar a la supuesta
deficiencia de su formación! ¿De quién se burlan? ¡O la formación
universitaria es de calidad, o no lo es! Porque lo que esta ley dice, es
que un graduado es actualmente de “baja calidad”… ¿Y de dónde,
precisamente, se gradúa?[35]

Pues, si la universidad formó mal al abogado, ¿Por qué sería capaz


de mantenerlo mejor actualizado? ¡Hay que ser lógico!

¿De dónde sacarán tantos profesores capaces y como les


remunerarán?
Además de este aparente problema de nivel de la educación
continua, hablaríamos aquí de aproximadamente 40000 abogados
que deberían recibir una educación continua de calidad para poder
ejercer. Si ponemos un profesor por 40 abogados en educación
continua, se trataría de mínimo 1000 profesores[36] necesarios.
¿De dónde?[37] ¿Y con qué recursos se pagarían?[38] O, ¿los
abogados tendrían que financiar dicha educación continua? La ley
evita el tema.

d) Periodicidad del examen de reválida: Tal como lo


evocamos, el Párrafo del Artículo 24 dice que “los exámenes de
reválida […] se llevarán a cabo cada cinco (5) años.” Pues ¿solo una
vez cada cinco años…? ¿Los abogados tendrán que estar listos por
cuando se organizarán, y no cuando se acaban los cinco años de
validez de su “revalida” anterior? Y si fallan, al esperar cinco años
más para el próximo examen, ¿quedan suspendidos mientras tanto,
hasta la próxima sesión, cuando pasará el (necesario) vencimiento
del plazo de vigencia de su anterior revalida?

e) Dualidad inútil: Si como quiera se va a llevar a cabo un examen


de comprobación de la educación continua, para evaluar si los
conocimientos adquiridos durante la educación continua fueron
bien asimilados, ¿por qué obligar el abogado a seguir seiscientos
horas? Entendemos que solo una de las dos opciones es necesaria,
y es precisamente lo que parece admitir el Párrafo I del Artículo 28:
“Párrafo I: La Comisión de Reválida podrá exonerar de la
obligación de presentarse al examen quinquenal de reválida a
aquellos profesionales de las ciencias jurídicas habilitados para el
ejercicio de la abogacía que hayan aprobado satisfactoriamente
más de ochocientas (800) horas reales de educación continua para
abogados en las instituciones educativas certificadas conforme
esta ley”. O sea que, fuera de la (todavía) ridícula cifra, la
posibilidad de no pasar examen fue contemplada.

f) Contenido del examen: Partiendo de la idea que el examen de


reválida quinquenal seguiría en pie, ¿Cuáles serian las materias
contempladas? ¿Todas? Si soy litigante penalista desde 30 años,
¿me prohibirán seguir ejerciendo porque me queme en Derecho
Internacional Público? A un cardiólogo no se le pide actualizarse y
pasar exámenes de neurología.

De ahí, dos opciones:

Exámenes por materia: Y por ende, limitación[39] del


ámbito de práctica. Si solo se pasan exámenes de penal y
comercial, solo se puede litigar en estos ámbitos, no en los demás.
Pues, si se pretende litigar en todas las ramas del derecho, se
pasarán exámenes en todas las ramas;

Exámenes en la misma educación continua: ¿Quién mejor


que el mismo profesor del curso está apto para evaluar si los
conocimientos que impartió fueron adquiridos? Nadie. De ahí, la
segunda opción, a nuestro entender mejor: no tener examen
quinquenal sino exámenes en la misma formación continua. Si el
abogado se quema, no se validarán las horas, y tendrá que cursar de
nuevo, hasta correcta asimilación de los conocimientos[40]. De tal
manera, el abogado se actualizará adecuadamente en los ámbitos
de su predilección y de su práctica profesional, y no únicamente en
los temas que caerían en el examen quinquenal[41].
En cuanto a la indexación de los honorarios, otro tema
controversial que contraviene al principio mismo de la
profesión liberal, no nos extenderemos sobre este aspecto por falta
de tiempo y espacio, y nos dejaremos la posibilidad de desarrollarlo
ulteriormente. Como indicado al inicio de nuestro escrito, tampoco
hablaremos del procedimiento disciplinario y de las sanciones
contemplados en el proyecto,[42]quitando otra prerrogativa al
Colegio de Abogados: el tema de la autonomía siempre
disminuyendo del Colegio de Abogados merece en sí otro artículo.

Para concluir, y sin extenderse sobre los numerosos casos de


corrupción que podrían surgir en cada etapa de todos estos
procesos, consideramos, tal como lo señala justamente el quinto
considerando del proyecto[43], que el verdadero problema para
esta Suprema Corte de Justicia yace en la baja calidad de
abogados litigantes con los cuales tiene que lidiar a diario. Obligar
a todos los profesionales del derecho seguir este proceso nos parece
ser poco prudente, además del gigantesco problema logístico que
conlleva.

La mejor solución nos parece ser pues, al inicio, de limitar el


problema a estos, sin querer (todavía) legislar sobre los demás
juristas; y crear una escuela de formación de abogados, con un
examen nacional de entrada: igual al proceso seguido por la
existente escuela de formación de jueces (Escuela Nacional de la
Judicatura). Se podría igualmente usar el ahorro susodicho
realizado con las pasantías para esos fines (examen como
formación).

Además, limitando el caso a los únicos litigantes, constituirá un


buen empiezo, y podría determinar de manera más serena la línea
de conducta a seguir para los demás profesionales del derecho. De
tal manera, evitaría también insultar directamente la calidad de
enseñanza en las universidades dominicanas, y, al formar
personalmente los futuros litigantes, evitará futuras quejas (como
la actual) del mismo Poder Judicial sobre la calidad de su
formación.
Por otro lado, y solo para extender un poco más las posibles
soluciones, se pudiera imitar a Francia y limitar el acceso a la
SCJ[44] a solo unos abogados litigantes.

Pero de todos modos, tal filtraje debe realmente ser a favor de la


justicia, y no solamente constituir una disfrazada limitación del
acceso a la profesión[45] por parte de los que “ya están adentro”.

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