Vous êtes sur la page 1sur 1

Los esclavos de los ingenios de azúcar y de las plantaciones de algodón eran vendidos a los prósperos

caficultores del sur, o eran liberados y transformados en «moradores». Por ello eran los plantadores de
café fluminenses y los del valle del Paraíbalos únicos interesados en el mantenimiento del régimen de
trabajo servil.
En los años 80 del siglo XIX, la lucha contra la esclavitud se transformó en una auténtica campaña:
pronunciamientos militares y manifestaciones callejeras movilizaron a la población contra el
mantenimiento de la institución. La propaganda abolicionista del Ejército estimulaba las fugas de esclavos
de las plantaciones y de las haciendas.
Al mismo tiempo, el parlamento discutía el tema continuamente. Había dos corrientes dentro del
movimiento abolicionista: los «moderados», que defendían la abolición de la esclavitud por medio de una
reforma de la legislación, evitando la movilización popular; y los «radicales», que reclamaban la
insurrección y el uso de la violencia.
La campaña abolicionista ganó las calles, estimulada por las innumerables asociaciones emancipadoras. En
la prensa, los periódicos abolicionistas participaron activamente en la acción.
En el norte y el nordeste, el movimiento por la liberación de los esclavos se extendió rápidamente,
contando con una intensa participación popular. Según el análisis de los historiadores Jão José Reis y
Eduardo Silva:
Una vez abolida la esclavitud en Amazonas y en Ceará, en 1884, y vaciadas las provincias del norte por el
tráfico interprovincial, la batalla decisiva se entabla en el corazón del Imperio –Río, Minas y sobre todo São
Paulo– donde se concentran las actividades agro-exportadoras. […] Santos, ciudad portuaria, se transforma
en la Meca de los desbandados. El área vecina de Cubatão y el quilombo de Jabaquara –capitaneado por el
criollo sergipano Quintinto de Lacerda y por el portugués Santos «Garrafão»– son ejemplos vivos de la
quiebra del paradigma tradicional, y en este sentido, de un tipo cualitativamente nuevo de resistencia, que
podríamos denominar «quilombo abolicionista». Los quilombolas, que llegaron a ser unos 10.000,
construyeron sus barracas con dinero recolectado entre los comerciantes. La población local, incluso las
mujeres, protegieron el quilombo de las investidas policiales […].
La propaganda abolicionista, la abolición progresiva, el fondo de emancipación, la inmigración extranjera,
las manumisiones festivas de los últimos años, todo concurría para hacer el cautiverio insoportable. Por
todas partes, en las zonas del café, salían bandos por las haciendas y se anunciaban catástrofes. El «Trabajo
libre» se convirtió en el gran asunto en la prensa y en las plazas. La idea de que el sistema era injusto, o que
estaba arruinado, se generalizó y la fuerza policial perdió el rigor […]. En Ceará,los barqueros se negaron a
transportar esclavos. En São Paulo, los ferroviarios y los carreteros ayudaban a los fugitivos de Antonio
Bento; en el largo de Bexiga, los niños de la calle, en grandes algaradas, ridiculizaban a los capitães do mato
que se quedaban sin oficio ni beneficio.
El proceso abolicionista ganó fuerza cuando la Ley Saraiva-Cotegipe, o Ley de los Sexagenarios (1885),
liberó a los esclavos con más de sesenta años. Tres años después, el 13 de mayo de 1888, la princesa Isabel
firmó la Ley Áurea, liberando a los esclavos en todas las provincias del Imperio. Con esta medida, la
monarquía perdió el apoyo del único grupo que la sustentaba: los hacendados esclavistas fluminenses
y del valle del Paraíba.

Vous aimerez peut-être aussi