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Lo que no tiene nombre (2013) Piedad Bonnet

PIEDAD BONETT nace en 1951 en Amalfi, Antioquia, uno de los pueblos más tradicionales del departamento. A los ocho años se trasladó a Bogotá.
Se perfiló como una mujer de “pensamiento liberal a pesar de ser educada de manera muy conservadora”1

“Su poesía, teatro y narrativa están profundamente arraigadas en su experiencia vital y expresan la visión de la mujer de clase media que ha vivido
en un país desgarrado por múltiples violencias, desigualdades y conflictos”.

Sus libros de poesía “El hilo de los días” y “Explicaciones no pedidas” dibujan el paisaje en el que luego se instalará su tragedia. Imágenes que
sostienen la vida como “escenario”, así lo mencionará luego en “Lo que no tiene nombre” y lanza una frase reveladora: “los hechos como siempre,
acorralan las palabras”. Su estilo personal honesto y racional, sin caer en la frialdad o el distanciamiento, logra evidenciar sus influencias literarias
pero atravesadas por su experiencia estética, casi como si las palabras volvieran al exterior con las huellas de su alma. Esto hace inevitable que su
vida y su oficio estén entrelazados y que defina la poesía como una “opción de vida”.

En su libro “Lo que no tiene nombre”, la autora narra íntimamente los sucesos anteriores y posteriores al suicidio de su hijo Daniel y los entrelaza en
un ir y venir, de los momentos significativos de sus vidas, sobrepasando la tristeza y ofreciendo un ritual personal del duelo.

El tiempo cronológico de la historia nos ubica al iniciar el relato en el año 2011, en los momentos siguientes a la muerte de su hijo y lo que ocurre,
siempre oscila entre 1980 y 2012 aproximadamente. Se mencionan los hechos relevantes de sus vidas en Colombia, Estados Unidos y Europa,
describiendo la vida de un joven de clase media alta, que se debate entre el deseo de ser artista y las presiones sociales de la época frente a ser un
profesional exitoso, que pueda hacerse cargo de sí mismo y de una familia, cuando se padece una enfermedad mental incurable que hace casi
imposible seguir los parámetros de la “normalidad”.

La estructura del texto se nos ofrece en 4 partes: I- Lo irreparable, II- Un precario equilibrio, III- La cuarta pared, IV- El final. A través de un lenguaje
cargado de imágenes, metáforas y reflexiones, Piedad Bonnett acerca al lector a su experiencia para proponer un encuentro en la enfermedad, muerte
y duelo de su hijo, dando a conocer los detalles de un acontecimiento trágico de su familia, intentando retirar un poco el velo de la censura y el estigma
que la sociedad religiosa y moralista ha levantado frente al suicidio y la enfermedad mental, pero sin quedarse en la queja, o el drama, sino en la
profundidad y misterio de lo que implica el “ser humano”:
“Este libro no es una homilía de consuelos falsos ni de ilusiones mentirosas de castigos, recompensas, reencarnaciones o reencuentros en el más allá. Lo que no tiene nombre dice algo muy claro:
los rituales religiosos y sociales de la muerte -el velorio, las misas, el funeral, el entierro-, aquello que pudo servir durante milenios como rito de paso del final de la vida, como consuelo, a Piedad (y
con ella a muchos de nosotros) ya no nos sirven.”2

Piedad Bonnnett en su necesidad de comprender el muro que levantó su hijo para sentirse acorralado por sus circunstancias, lo deconstruye
delicadamente para no caer en el juicio o la culpabilidad y se sorprende ante el descubrimiento de un fino hilo entre la locura y la creación:
“Daniel me confesó alguna vez, pocos meses antes de su muerte, en un segundo de sinceridad y como de pasada, que cuando estaba encerrado en su cuarto veía pasar gente a su alrededor,
pero que su médico le había enseñado a ‘focalizar’. También sé ahora, por sus terapeutas de los últimos tiempos, que sentía permanentemente que el mundo le enviaba sutiles mensajes que debía
descifrar, pero que él sabía desterrar esos espectros de su mente gracias a un esfuerzo continuado de su voluntad. No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le
habla, con la pretensión de los poetas de poder ‘leer’ las señales del mundo para luego ‘traducirlas’ en ritmos y en imágenes. Y me duelo del horrible parloteo del universo en los oídos de mi hijo y
de saber que lo que para mí ha sido siempre un gozoso ejercicio de inmersión en la realidad, al agigantarse en su cabeza era para él tortura infernal, fuente de miedo.”

En su proceso creativo, la poeta carga el lenguaje y las palabras de carácter, las dibuja vivas (“Las preguntas se alzan y mueren al instante, vencidas,
derrotadas”, pág. 21), cotidianas (Te quiere, tu ma, pág. 17), tristes (…con voz ahogada, dónde está Dani, pág. 28), implacables (…es un suicidio por
balance, pag 21), irreversibles (Si, Piedad. Es un hecho. Sucedió, pág. 20), ansiosas (…susurré un no desesperado, pág. 23), existenciales (Estamos
vivos, pág 26), imposibles (…habría, resulta baladí referida a los muertos, pág. 41), desgarradoras: Mamá, Daniel se mató, y resignadas: eso no es
ya mi hijo (pág. 29)

La elección del lenguaje, la metáfora, la poesía y la referencia a los escritores preferidos, a los que aparecen en este acontecimiento coyuntural, la
investigación seria del tema desde distintas ópticas, la construcción de la obra “en caliente de manera muy intelectual y reposada” como señala Héctor
Abad, no son producto del azar sino de una selección racional de un ritual para vivir el duelo de su hijo y expresar su dolor como sabe hacerlo, a
través del arte, conectando con la experiencia de otros, detonando los más profundos pensamientos, sentimientos y cuestionamientos humanos.

Así, sus reflexiones alcanzan a plantearnos situaciones de humanidad, a comprender que el fallecimiento de un miembro de una familia evidencia los
lazos creados y que las fortalezas que forjamos como grupo, lo que se ha acordado, ponen a prueba las relaciones. Nos recuerda también el
sentimiento primitivo de sobrevivencia, la ineludible exigencia de nuestro cuerpo para satisfacer las necesidades más básicas, es decir, a pesar de
todo, la vida sigue su curso.

1
Revista Tiempo en la casa, No. 20, 2015
2
http://blogs.elespectador.com/cultura/quitapesares/loquenotienenombre
Utiliza la escritura, la razón, la escogencia de las palabras y la imagen poética para mostrarnos sus cartas, sin misterios y sin ocultamientos. La
sinceridad tanto en los hechos que trae al relato, así como el mencionar poemas, lecturas, temores, no son un artificio de la artista para atraer al lector
e introducirlo en una trama. El lector en este caso es invitado a conocer sus pensamientos, a preguntarse junto con ella sobre eso de lo que estamos
hechos. También nos hace notar que la capacidad de sobrecogerse ante el sufrimiento no depende de la razón, sino de la alteridad. Frente a la
muerte estamos solos, pero es “una experiencia que se aprende en vida solo a través del otro”.

La escritura mesurada, contenida, pero rica en matices no decorativos ni rimbombantes, nos conducen a recuerdos no lineales de la vida de Daniel en un
vehículo del ser que reconocemos todos: el cuerpo. El cuerpo de su hijo está latente y se menciona en varios estados por los que pasó, se va convirtiendo
en punto de fuga en cada línea, para dirigir la mirada a la presencia, la limpieza, la putrefacción, la ausencia, la fuerza, la fragilidad, la levedad, la pesadez,
la existencia, la desaparición, el nacimiento, la muerte. Resalta poéticamente la capacidad del cuerpo para sentir, somatizar, reflejar.

La narración nos deja clara la concepción de la autora frente a la vida y la muerte y nos detiene en sus pensamientos casi como si nos lo dijera en la
privacidad de su habitación; sus relatos se ubican siempre en la perspectiva de la madre consciente de la subjetividad de su percepción, pero al despojados
de sensiblería, nos permite identificarnos en la profundidad de sus conclusiones. Comprueba las premisas intelectuales de la literatura pero ahora aprendidas
en sus propias vivencias: los espacios cambian de acuerdo al estado de nuestra alma, y son las situaciones límite las que nos detienen abruptamente
despertando nuestros sentidos, siendo así la muerte el suceso que nos lleva a preguntarnos por la corporalidad y el tiempo.

Sus descripciones comprueban que las circunstancias cambian la experiencia de un mismo lugar, que los objetos nos hablan de quien los llena con su uso
cotidiano y la manera en la que los utilizamos habla de nuestros hábitos más íntimos. Y como las formas, los olores, la textura de cada cuerpo y las maneras
únicas de cada ser humano, nos permiten guardar su recuerdo.

La naturaleza aparece en el libro de Piedad Bonnett como un personaje, que delata los sentimientos y estados de ánimo, pero se queda impasible con su
belleza ante las desgracias humanas. En este punto la influencia de poetas como Aurelio Arturo, Whitman, Silva, Vallejo han pulido la sutileza y sensibilidad
de sus metáforas, y se exponen sus “…corrientes secretas de vida y muerte”.

Aunque la obra no está escrita en verso, su manejo del lenguaje, de las imágenes conducen al lector por un camino poético pero real, que le hacen pensar
en su propia vida. El libro deja al descubierto el proceso creativo del artista, la materia prima de sus creaciones, lo que no se quiere nombrar, esa búsqueda
incesante del poeta de aquello que nos hace humanos. Es por eso que este libro no es una novela, ni un poema, sino más bien una crónica autobiográfica,
un objeto personal ritual para sobrevivir al dolor.

Seminario de pensamiento estético I


Liliana Vargas Bedoya

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