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La nueva estrategia de poder del capitalismo mundial // Suely Rolnik

Este texto presenta dos extractos de la entrevista de Aurora Fernández Polanco y Antonio Pradel a de Suely
Rolnik para Re-visiones (# Cinco – 2015) [1] Fue reformulado por la autora durante los últimos dos meses y
fundamentalmente a partir de los últimos hechos políticos ocurridos en Brasil, cuyo corolario momentáneo ha
sido el allanamiento de la residencia del expresidente Lula da Silva y de su instituto, y su conducción
coercitiva a declarar ante la Policía Federal.

Extracto 1 (acerca de las izquierdas)

AFP/AP.- ¿Cómo ve usted lo que está pasando con los gobiernos de


izquierda en América Latina?

SR.- Yo creo que lo que pasó en la Unión Soviética y lo que ahora


estamos viviendo con los gobiernos de izquierda en América Latina son
experiencias muy tristes y decepcionantes, pero también muy valiosas.
¿Por qué? Porque nos permiten reconocer lo que puede la izquierda y
también lo que no puede, dados sus límites infranqueables inherentes a
su propia lógica. Pues bien, lo que la izquierda puede es practicar el
máximo grado de resistencia en el ámbito del Estado. Una forma de
resistencia que tiene que ver con luchar por una democracia que no sea
solamente política, sino que también sea económica y social: por la
distribución más justa de la riqueza material, lo cual incluye los
derechos a la vivienda, a la salud, a la educación, etc. Por eso siento
gratitud para con los ancestros de izquierda, que son los que lucharon
en el contexto de la democracia burguesa, pese a que unos hayan sido
más lúcidos, más valientes, más persistentes e, incluso y sobre todo, más
íntegros que otros. En este sentido, yo he sido, soy y, probablemente,
seguiré siendo de izquierda. Incluso, más que pensar en términos de
izquierda y derecha, me gusta la idea de Laymert Garcia dos Santos de
que deberíamos pensar en términos de una menor o mayor
permeabilidad del Estado al neoliberalismo, a sus supuestos y al modo
en que éste actúa a escala planetaria[2] codo a codo con el Capitalismo
Mundial Integrado, tal como lo llama Guattari al capitalismo
financiarizado, que ha colonizado el conjunto del planeta.[3] Ser a favor
de un Estado más justo y con menos permeabilidad al neoliberalismo es
lo mínimo de lo mínimo; no tener ni siquiera esta conciencia moral ya es
del dominio de la psicopatología, con fuerte tendencia a la psicopatía.

AFP/AP.- Y más allá de lo que puede la izquierda, ¿cuáles son sus


límites?

SR.– Si hemos vivido el destino de las así denominadas revoluciones del


siglo XX como una traición es porque todavía manteníamos la creencia
de que un día existiría esta totalidad llamada Revolución (un vestigio de
la idea monoteísta de Paraíso, no sólo por la supuesta ausencia del mal,
sino y por sobre todo a causa de su supuesta perfección eterna, donde
estaríamos también supuestamente libres de las turbulencias ineludibles
de la vida y de las diferentes reacciones frente a ellas, con los conflictos
que esto involucra). Sin embargo, lo que está pasando en América Latina
nos lanza hacia otro nivel de lucidez, que depende de un saber ético,
más allá de una conciencia moral: lo que puede la izquierda choca contra
su propio límite, el límite del régimen antropo-falo-ego-logo-céntrico
del que ella misma forma parte. Incluso es eso lo que, en algunos países
del continente, la ha llevado a extremos de autoritarismo, como ha sido
el caso de Cuba y, actualmente, también el de Venezuela y el de Ecuador,
de distintos modos y en distintos grados. Es esto también lo que la ha
llevado en otros países del continente a altos grados de corrupción, tal
como en los casos de Argentina y de Brasil. Resulta evidente que este
derrocamiento de las izquierdas no sólo en el continente sudamericano
sino en el ámbito internacional es peligrosísimo (la masa fascista y toda
esa mierda); pero, por otro lado, sirve para darnos cuenta en nuestra
experiencia corporal que no basta con actuar macropolíticamente. ¿Por
qué? Porque, desde el punto de vista micropolítico, por más que se haga,
por más brillante que sean las ideas y las estrategias, por más valientes
que sean las acciones, por más éxito que tengan, por menos autoritarias
y corruptas que sean, lo que se logra en la mejor de las hipótesis es una
reacomodación del mismo mapa, con la única diferencia de que sea más
justo. Y todo vuelve al mismo lugar. Yo no me sorprendo para nada de
que todo se repita y vuelva a aquello de lo que pretendíamos salir. No
siento ni resentimiento, ni rabia, ni odio ni tampoco me siento
traicionada, porque sé que en el marco de esta lógica no podría ser de
otra manera y, además, porque gracias a esta situación podemos
reconocer más claramente que hay que desplazarse de la micropolítica
dominante, la micropolítica reactiva del inconsciente colonial-
capitalístico que comanda al sujeto moderno que todavía somos.

AFP/AP.- A esta noción de inconsciente colonial usted la creó hace


algunos años y la ha venido trabajando desde entonces. ¿Como la
definiría hoy en día, que ha pasado a denominarla “inconsciente
colonial-capitalístico”?

SR.- Sí, tiene razón, es importante aclararlo para nuestra conversación…


Para eso necesitaré plantear algunas ideas que nos tomarán un poquito
más de tiempo. Tengo que hablar de dos tipos de experiencia que
hacemos del mundo. La primera es la experiencia inmediata basada en
las capacidades de percepción y de los sentimientos del yo. Éstas sirven
para descifrar las formas del mundo según los contornos actuales de la
cartografía cultural. Es decir, cuando veo una forma, o cuando escucho,
o cuando siento algo, lo asocio inmediatamente con el repertorio de
representaciones que poseo, de manera tal que lo que voy a ver, escuchar
o sentir está marcado por ello. Desde luego que esto es muy importante,
pue4s hace posible la vida en sociedad. Pero no es más que una de las
experiencias de la subjetividad; es la dimensión de esa experiencia que
llamamos «sujeto» En nuestra tradición occidental se confunde
«subjetividad» con «sujeto», porque es sólo esa capacidad la que tiende
a estar activada. Sin embargo, la experiencia que la subjetividad hace del
mundo es mucho más amplia y más compleja.

El otro tipo de experiencia que la subjetividad hace del mundo, al que


llamo el «afuera-del-sujeto», es la experiencia de las fuerzas que agitan
el mundo como un cuerpo vivo que produce efectos en nuestro cuerpo
en su condición de viviente. Y esos efectos consisten en otra manera de
ver y de sentir lo que pasa en cada momento (lo que Deleuze & Guattari
llamaron «perceptos» y «afectos», respectivamente). Es un estado que
no tiene imagen, que no tiene palabra. No es que el mundo como
supuesto «objeto» influya sobre nosotros como supuestos sujetos, sino
que el mundo «vive» en nuestro cuerpo bajo el modo de afectos y
perceptos. Y como este estado es el de una especie de mundo larvario
que no tiene ni imágenes ni palabras y es, por principio, intraducible en
la cartografía cultural vigente, ya que es exactamente lo que escapa a
ella, se genera una fricción entre ambos. Dicha fricción produce una
experiencia de desestabilización, de desterritorialización que promueve
una inquietud, un malestar. Ésta es una experirencia inevitable en
cualquier tipo de cartografía cultural y en cualquier época, pues resulta
de la propia esencia de la vida. Lo que cambia de una cartografía a otra,
o de una época a otra, es el tipo de relación con la inquietud que
predomina en la subjetividad. Es algo que tiene consecuencias muy
importantes porque es precisamente esa experiencia la que convoca al
deseo a actuar para recobrar un equilibrio vital. Y ahí es donde todo se
juega, pues son distintas las perspectivas que orientarán esta acción: si
estas dos capacidades se encuentran activas, y si la subjetividad se
sostiene en la tensión de la desestabilización que promueve la relación
entre ambas, el mundo larvario que la habita encontrará una posibilidad
de germinación. Es la acción del deseo la que se encargará de engendrar
esa germinación, en un proceso de creación impulsado por los efectos
de las fuerzas del mundo en nuestro cuerpo que tiene su propia
temporalidad. La acción pensante del deseo consistirá en seleccionar
conexiones para inventar algo que, convertido ya entonces en imagen,
palabra, gesto, obra de arte u otra manera de alimentarse, de amar, otro
modo de existencia, sea portador de la pulsación de aquello que pide
paso. Y si logra hacerlo…
AFP/AP.- ¿Y…si logra hacerlo?

SR.- Si logra inventar una forma portadora de esta pulsación, el mundo


larvario se vuelve sensible y tendrá un poder de contagio, de
contaminación inmediata; porque cuando los cuerpos afectados por las
mismas fuerzas lo encuentran, se establecen las condiciones para que la
subjetividad logre sostenerse en el estado de desestabilización, de
manera tal que el proceso de creación pueda desencadenarse llevado por
su propio deseo. Son distintos devenires de uno mismo y de su campo
relacional. La brújula que conduce al deseo en este proceso es una
brújula ética. Su aguja apunta hacia la propia vida, hacia lo que está
pidiendo paso para que ésta siga respirando, pulsando. Una brújula que
no orienta al deseo según una forma o un contenido, pues es
precisamente eso lo que tendrá que ser creado para que la nueva manera
de ver y de sentir encuentre un lugar. La referencia que orienta a esa
aguja es la perseverancia de la vida como criterio primordial de
evaluación, es lo que Spinoza denominó conatus.

Es totalmente distinto lo que pasa con el deseo desde una perspectiva


antropo-falo-ego-logocéntrica, que es la que define al inconsciente
colonial-capitalístico. De forma muy resumida, ésta consiste en
anestesiar los afectos y los perceptos, la capacidad que tiene el cuerpo
de descifrar el mundo desde su condición de vivo, o sea, desde los
efectos de las fuerzas del mundo en las fuerzas que lo componen. Es la
experiencia de la subjetividad afuera-del-sujeto lo que queda
bloqueado. La subjetividad pasa a existir solamente en su experiencia
como sujeto. En esas condiciones, la fricción entre los territorios vigentes
y su cartografía, por un lado, y el estado de extrañamiento que la
experiencia de las fuerzas produce, por otro, se vive como una amenaza.
Sin acceso al mundo larvario que se ha generado, la subjetividad
sucumbe a una interpretación apresurada del sujeto. Como el sujeto es
inseparable de una determinada cartografía cultural y se confunde con
la misma, como si fuera el único mundo posible, interpretará el
desmoronamiento de «un» mundo, el supuestamente suyo, como una
señal del fin «del» mundo y de sí mismo. Desde esa perspectiva, para
interpretar la causa de su malestar solamente le resta al sujeto
encontrarla en una supuesta deficiencia de sí mismo o proyectarla en el
mundo, escogiendo a un otro específico como pantalla de su proyección.
Y éste otro puede ser una persona, un pueblo, una color de piel, una
ideología, un partido, etc.
AFP/AP.- ¿Y qué pasa en cada una de esas interpretaciones?

SR.- En la primera, cuando el yo proyectará sobre sí mismo la causa del


malestar y de su supuesto desmoronamiento, se va a intoxicar de culpa.
Pasa a verse a sí mismo como insuficiente, incapaz, inferior, débil,
fracasado, looser, no deseable… una mierda… Ahí una de las maneras
de actuar del deseo para recobrar el equilibrio será el consumo de algo
desde donde la subjetividad se rehaga un contorno reconocible, de
manera tal que pueda librarse del sentimiento de exclusión. En el marco
de la política de subjetivación dominante, los objetos de ese consumo
serán productos de toda índole que le ofrece el mercado:
si soy una mujer, en los momentos que me encuentro atrapada en esa
política del deseo, me entregaré, a veces compulsivamente, al consumo
de cremas, de ropas…, o miles de cosas para la casa; si
soy un hombre atrapado en esa trampa, los objetos de consumo que
capturarán mi deseo serán el coche, de ser posible, un último modelo y
el más caro, por supuesto cero kilómetro, u otras cosas por el estilo (en
Brasil este tipo de comportamiento es todavía muy generalizado, incluso
entre las capas más desfavorecidas, que han aumentado sus ingresos
durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores, el PT). Pero los
productos por consumir también pueden ser visiones del mundo, y
entonces lo mismo da la iglesia evangélica que Marx o Deleuze &
Guattari (es cuando el dúo se vuelve desodorante de lujo para
neutralizar los olores de la vida cuando se ve sofocada y evitar
enfrentarlos), porque la intención es una sola: mimetizarlos para
recobrar un contorno y un sentido. Visiones del mundo, ya sean
religiosas o laicas, ideológicas o teóricas, pasan a funcionar como un
sistema moral como cualquier otro, desde el cual nos orienta este tipo de
brújula.

Desde la perspectiva paranoica, el yo proyecta la causa de su malestar


sobre el otro (de raza, género, clase, ideología, etc.) y lo demoniza, y va
a intoxicarse de odio y resentimiento. Esto puede llevar a acciones
extremadamente agresivas, cuyo poder de contagio tiende a crear las
condiciones para el surgimiento de una masa fascista. Actualmente en
Brasil, por ejemplo, estamos viviendo algo así: mediante la
manipulación de imágenes, se proyecta sobre Dilma y el PT el malestar
de la crisis que el país está atravesando. Más allá de Brasil, la experiencia
de extremada desestabilización que estamos viviendo hoy en día en el
planeta es igualmente portadora de este tipo de riesgo. Es éste un triste
destino de la experiencia de la desestabilización, si consideramos que la
misma es una experiencia primordial de la subjetividad, pues funciona
como una alarma que nos indica que la vida nos ha llevado a un estado
desconocido, ya presente en el cuerpo pero todavía sin imagen, ni
palabra, ni gesto; un estado que le impone al deseo una exigencia de
pensar-actuar para darle una consistencia existencial. Son momentos en
que la imaginación colectiva es accionada para inventar una nueva
manera de existir, otras alianzas, nuevos sentidos, etc. Es precisamente
la potencia del deseo convocada por la desestabilización la que
es cafisheada (chuleada, proxenetizada) por el capital a través de los
medios, que refuerzan el fantasma de peligro inminente fabulado por el
sujeto, propagando el miedo para transformar el estado de
desestabilización en potencia de sumisión. Éste es el peligro real y que
resulta del peligro imaginario del Yo, instrumentalizado por los medios,
los principales coadyuvantes del capital en la contemporaneidad. Éstos
son los dos destinos de la política del deseo conducida por el
inconsciente colonial-capitalístico del sujeto moderno en su versión
actual.

AFP/AP.- ¿Entonces es al inconsciente colonial-capitalístico que usted


se refería cuando decía que lo que puede la izquierda choca contra su
propio límite; el límite del régimen de subjetivación al que denominó
antropo-falo-ego-logo-céntrico, del que ella misma formaría parte?

SR.- Sí, exactamente, el poder del inconsciente colonial-capitalístico


abarca a la subjetividad de la propia izquierda. Incluso entre los
militantes de izquierda, el sujeto moderno tiende a afirmarse aún más
acríticamente, pues sus ideologías justifican la negación del valor de la
resistencia en el ámbito de la política de producción de subjetividad y
de deseo, por considerarlo burgués e individualista. Este prejuicio tiene
que ver con su tendencia a reducir la subjetividad al sujeto, no sólo
teóricamente, sino también en su modo de existir, lo cual caracteriza a la
política de subjetivación antropo-falo-ego-logocéntrica.
Desplazarse de este modo de subjetivación pasa por un «devenir
revolucionario», como decía Deleuze. Dicho devenir es impulsado por
las irrupciones de afectos del saber-del-cuerpo que nos fuerzan a
reinventar la realidad, cosa que no tiene nada que ver con «la»
Revolución, total y con R mayúscula. La idea de Revolución pertenece a
esta misma lógica del inconsciente colonial-capitalístico, en su versión
de izquierda: cuando la experiencia afuera-del-sujeto se encuentra
anestesiada –me refiero a la experiencia de los efectos de las fuerzas del
mundo vivo en nuestro cuerpo vivo– no tenemos la posibilidad de
descifrar el mundo desde los afectos de desestabilización y nuestra única
brújula es el mapa cultural donde estamos ubicados. Entonces vivimos
“ese” mundo como una totalidad absoluta, eternamente cerrada sobre sí
misma. En este caso, no tenemos cómo imaginar desplazamientos en su
cartografía, ni tampoco suponer que eso sea posible o deseable. Lo
máximo que se puede imaginar es otra supuesta totalidad que la
reemplazará como un solo bloque, mediante la toma del poder del
Estado. Una totalidad proyectada en el futuro, supuestamente más
perfecto y cuya eternidad esté más asegurada gracias al poder absoluto
del Estado, lo que es inherente a la idea de Revolución.
Es ésta la idea que orienta las acciones del deseo en la política de
subjetivación antropo-falo-ego-logocéntrica en su versión de izquierda.
Por no tener cómo actuar en el sentido de reinventar la realidad en los
puntos donde sea necesario desde y ante lo que la vida pide, el deseo
termina por actuar contra la vida; se vuelve reactivo. Un ejemplo
obvio son los giros totalitarios que incluyen a ciertos gobiernos de
izquierda en nuestro continente como los que acabo de mencionar; e
igualmente graves aunque menos obvias son las acciones
gubernamentales relativas al medio ambiente, que parten de una
absoluta sordera ante la catástrofe ecológica que está amenazando las
propias condiciones de la vida en el planeta; y esto vale también
para ciertos gobiernos mínimamente de izquierda, o no totalmente
permeables al neoliberalismo, como los de Dilma y Lula ( lo propio
ocurre en esos gobiernos con su manejo catastrófico de la grave cuestión
indígena en Brasil).
Éstas son las razones por las cuales, para mí, no supone ninguna
sorpresa que todo vuelva al mismo lugar. La figura de Hannah Arendt
me inspira para lidiar con la experiencia tan difícil que estamos viviendo
en el planeta, especialmente en América Latina, que es la realidad que
vivo más directamente. Cuando ella estaba presente en el juicio a
Eichmann[4], en vez de ponerse en el lugar de la víctima, invadida por
los sentimientos de odio y resentimiento, pudo mantenerse en contacto
con los afectos del malestar que habían irrumpido en su cuerpo
provocados por aquella escena, los cuales además la conectaban con la
memoria del cuerpo de su propia experiencia del nazismo en el campo
de concentración. Acercarse a esos afectos y encontrarles un decir
requiere tiempo, y Arendt pudo esperar ese tiempo. Por eso no pudo
respetar la dead line de su reportaje para el New York Times y necesitó un
año para encontrar las palabras adecuadas para decir aquellos afectos.
Logró así describir cómo se produce el mal y cómo está presente en la
banalidad de la vida cotidiana. Por haber mantenido activo el
pensamiento para descifrar los afectos del nazismo en su propia
subjetividad, apartando los sentimientos tóxicos originados en el miedo,
logró identificar el origen del mal justamente en la ausencia de
pensamiento. Así ella se salvó del destino nefasto que estos efectos
podrían haber generado en su subjetividad, que sería precisamente el
colapso de su capacidad de pensar. De cierto modo, su idea de ausencia
de pensamiento como origen del mal tiene que ver con mi idea de la
política de producción del pensamiento bajo el inconsciente colonial-
capitalístico, aunque es otra la dimensión de ese fenómeno en el que
Arendt trabaja teóricamente.
AFP/AP.- ¿Y cómo contribuye esto para afrontar la situación actual?

SR.- Tal como lo dije anteriormente, y lo repito ahora, no me siento mal


con relación a lo que está pasando, estoy más bien atenta y muy
movilizada, con muchas ganas de encontrar personas y grupos que lo
estén pensando, para compartir ideas sobre la situación que vivimos, así
como maneras de enfrentarla. Creo que estamos en una situación muy
favorable para problematizar la idea de resistencia e ir más lejos no
solamente en sus supuestos, sino también y sobre todo en el ámbito de
la vida humana donde ésta interviene y en los tipos de prácticas que
involucra. El neoliberalismo, la teoría política del Capitalismo Mundial
Integrado, es el discurso único, el “occidéntico”, tal como lo llama
Laymert, que se impone a la vida humana y sobrecodifica sus múltiples
formas y su permanente variación. Es en este sentido que la resistencia
pasa por enfrentar lo que molesta a la vida en cada momento y en cada
contexto. Estamos delante de la urgencia de hacer un giro en esa
dirección: para eso hay que activar el saber-del-cuerpo y actuar
micropolíticamente, incluso con relación a los problemas que se
plantean en el plano macropolítico. Desde esta perspectiva, en lugar de
decir que soy de izquierda o, más bien, a favor de un Estado más justo y
menos permeable al neoliberalismo, yo diría que me siento parte de un
tipo de comunidad transnacional que resiste a lo intolerable, luchando
por la afirmación, la preservación y la expansión de la vida, mediante
actos de creación que respondan a sus demandas. Y si bien –y por
supuesto– esta lucha incluye la dimensión macropolítica, no puede
reducírsela a ella. El objeto de la resistencia en el sentido micropolítico
es mucho más amplio, sutil y complejo que el objeto de las luchas en el
ámbito del Estado, principalmente cuando éstas se reducen a la
conquista del poder.

***

Extracto 2 (acerca de la nueva estrategia del poder)

AFP/AP.- ¿Y su ilusión pasada y su implicación con Lula?


SR.- Creo que Lula ha sido importantísimo para Brasil: su presencia ha
producido un desplazamiento de la política de subjetivación
engendrada por el abismo de clase que caracteriza al país que resulta de
su formación colonial-esclavista, y que nunca se ha movido
verdaderamente. Y pese a que haya mucho más por desplazar, éste es
un proceso irreversible. Para mí, se trata de un logro micropolítico de
suma importancia. Fue la primera vez desde la fundación de la
República en Brasil que el presidente es un obrero, y además un
migrante del nordeste del país (una región muy pobre de donde
provienen la mayor parte de los obreros de São Paulo), y que, más que
todo, mantiene los gestos y el habla propios de esa clase social, y lo hace
sin ninguna interferencia despotenciadora del trauma de clase. Eso ha
movido el inconsciente colonial tan poderoso en Brasil. Por ello siento
por Lula admiración y gratitud. Al inicio de su gestión publiqué un
ensayo sobre esto y sigo pensando lo mismo.[5]

Si bien es cierto que la crisis por la cual está pasando el gobierno en


Brasil resulta, por un lado, de la actual crisis económica local e
internacional y, por otro, de la imposibilidad de los gobiernos de Lula y
de Dilma de imponer límites más severos al neoliberalismo, su
magnitud y el modo como sucede son producto de una nueva estrategia
de poder introducida por el Capitalismo Mundial Integrado, que se está
instalando internacionalmente. El capitalismo industrial se basaba en
una sociedad disciplinaria, tal como Foucault lo descifró tan bien. Una
sociedad gestionada por un Estado de Bienestar Social en el así llamado
Primer Mundo, mientras que en el así llamado Tercer Mundo, cuando
las fuerzas de izquierda amenazaban tener demasiado poder, ésta era
gestionada por dictaduras impuestas mediante golpes militares,
concretamente apoyados por los centros de poder del capitalismo
internacional. Sin embargo, para el nuevo tipo de capitalismo, que se
viene instaurando aproximadamente desde 1976 en adelante, esos
regímenes resultan inadecuados para su modo de funcionamiento, y se
hace necesaria una neoliberalización de los Estados. Incluso las
dictaduras en América Latina y en la Unión Soviética se acabaron no
sólo por la presión de los movimientos sociales y de resistencia contra el
totalitarismo, sino que, y quizá por sobre todo, sucumbieron por la
presión del capital financiarizado. El nuevo régimen necesita una
flexibilidad de la subjetividad y de la sociedad, como así también del
Estado para seguir los intereses del capital en su movimiento frenético.
Es muy distinto al modo rígido e identitario propio de la sociedad
disciplinaria, tanto en su versión del Estado de Bienestar Social como en
los regímenes dictatoriales. En estos últimos, la rigidez y la idea de
identidad individual, cultural y nacional se vuelven mucho más
exacerbadas y, además, suelen estar acompañadas de un fervoroso
nacionalismo. Todo esto está en las antípodas de la fluidez del
movimiento mundial e integrado del capital financiarizado.
AFP/AP.- ¿Y cómo funciona ésta nueva modalidad de poder?

SR.- La diferencia de esta nueva modalidad de poder radica en que


opera en el plano micropolítico, y por eso es mucho más sutil e invisible
y, por consiguiente, resulta más difícil combatirla. Su principal
dispositivo son los medios de comunicación, cuya estrategia se nutre de
información resultante de investigaciones sobre actos de
inconstitucionalidad basados en una operación conjunta de los poderes
judicial y policial que forma parte de la misma estrategia de poder. Este
dispositivo consiste en componer un discurso ficticio a partir de una
selección de esa información que se les impone a las subjetividades
como si fuera la propia realidad, tal como lo plantea Laymert. Yo
añadiría que la imposición de esa simulación de realidad tiene como
base el abismo existente entre la subjetividad y su experiencia del
mundo como cuerpo viviente, un abismo propio del inconsciente
colonial-capitalístico que la estructura. Con la operación de los medios
de comunicación, dicho abismo se amplía y se profundiza a tal punto
que ya no hay manera de transponerlo, lo cual lleva a adoptar la
narrativa ficticia de los medios como la única referencia para describir
lo que sucede.
Forma parte de esa misma estrategia que la realidad inventada por los
medios sea apocalíptica y que su causa se le atribuya a algunos
personajes de la escena pública, que pasan a ser sistemáticamente
demonizados. La inseguridad que esto genera en las subjetividades se
vuelve tan intensa que refuerza su disociación con relación a los afectos
de las fuerzas que las han generado, los cuales son entonces sustituidos
por los sentimientos de odio y resentimiento: es precisamente de estos
sentimientos que se alimenta el poder del CMI. Una estrategia de control
muy distinta a la estrategia del poder disciplinario, ya que no impone
formas de comportamiento ni determina lo que se puede y lo que no se
puede hacer (una estrategia moral), sino que actúa directamente sobre
la propia producción de subjetividad y del deseo. La primera interviene
en lo visible y la segunda en lo invisible. En lugar del adiestramiento de
la subjetividad y del deseo, en la nueva estrategia de poder la
subjetividad actúa positivamente a favor de los intereses del régimen
desde su propio deseo. La subjetividad fija y dócil del poder
disciplinario queda así reemplazada por una subjetividad fluida y
flexible. Ésta es ciertamente una de las razones por las cuales Deleuze
propone el concepto de “sociedad de control” para calificar al nuevo
régimen de poder.
Si tomamos el ejemplo de lo que estamos viviendo acá en Brasil, esta
operación encuentra un suelo especialmente fértil, ya que en este país
los medios forman un bloque monolítico en el espacio oficial de la
información, es decir, en la prensa gráfica y en la televisión.
Informaciones más críticas y cercanas a la realidad pueden encontrarse
solamente en internet, a través de iniciativas de una prensa autónoma,
pero que es frecuentada por una pequeñísima parcela de la población
del país, o en Facebook, donde este tipo de información tampoco llega a
todos, ya que su difusión se restringe a determinados círculos. El chivo
expiatorio del discurso apocalíptico de los medios, en el caso de Brasil,
es la presidenta de la República y el partido gobernante. Esta operación
toma como base el malestar de la sociedad que es producto de las dos
crisis que mencioné anteriormente. En su estrategia micropolítica de
poder, el CMI instrumentaliza la realidad de esa doble crisis y el
malestar que genera a través de su sustitución por una realidad ficticia
construida por los medios, lo que causa una grave crisis de credibilidad
del gobierno.
AFP/AP.- ¿Esta nueva estrategia del poder, que actúa
micropolíticamente, sustituye a la estrategia macropolítica?

SR.- Sin duda no. La implementación de la estrategia micropolítica de


poder, que interviene en el deseo, no sustituye a la estrategia
macropolítica, sino que lo que cambia es el modo de conquistar y
mantener el poder del Estado. La diferencia reside en que además de
garantizar el poder del Estado micropolíticamente, se hace un uso
micropolítico de las operaciones macropolíticas, seleccionando la
información de modo tal de atomizarla en elementos de la composición
de la narrativa ficticia construida por los medios. Tengo dos ejemplos
más que obvios del uso micropolítico de operaciones macropoliíticas en
Brasil.

El primero lo constituyen las investigaciones de actos de


inconstitucionalidad, cuya información los medios editan de modo tal
que solamente aparezcan aquéllos que han sido cometidos por
miembros del partido de gobierno, en una estrategia conjunta entre
sectores del Poder Judicial, de la Policía Federal y los medios. Ésta triple
alianza se hace desde el gobierno de Lula, pero se ha venido agravando
en el gobierno de Dilma (en el caso de Dilma, algunos de estos actos no
son ni siquiera contra el bien público, sino que tienen que ver con
cuestiones de gestión de la economía, en momentos en que existe una
urgencia y la única vía para resolverla es la transferencia de una parte
del presupuesto de un sector a otro durante un período breve de tiempo,
y ese tipo de giros de fondos es inconstitucional). Lo que se investiga es
sobre todo la corrupción, y lo más curioso es que dichas investigaciones
empezaron con una iniciativa del propio gobierno de Lula, cuya
intención era la de acabar con la impunidad inherente a la tradición
colonial y prerrepublicana tan presente, aún hoy en día, en el Estado y
en las elites del país (cabe acotar que ambos tienden a estar compuestos
por los mismos personajes). En esa operación surgen innumerables
casos de corrupción, incluso de muchos miembros del propio Partido de
los Trabajadores, lo cual revela, entre otras cosas, que la corrupción
forma parte de la propia lógica de la maquinaria del Estado, a la cual
muchos miembros de la izquierda no escapan. Sin embargo, los medios
«recortan» la información y privilegian exclusivamente la corrupción de
miembros del PT, mientras que toda la corrupción de miembros de los
demás partidos desaparece; y cuando no queda más remedio que
mencionarla, lo hacen en algún rinconcito de una página secundaria y
en algunos segundos del noticiero televisivo, siempre precedidos y
seguidos por ataques al gobierno.
El segundo ejemplo de operación macropolítica usada
micropolíticamente, que se lleva a cabo en simultáneo con la primera, se
basa en el hecho de que la Cámara de Diputados y el Senado están
tomados por los así llamados «coroneles», como se les dice en Brasil a
los capitostes de las elites rurales prerrepublicanas, y por las fuerzas más
contundentemente ignorantes y conservadoras de las clases medias y de
las elites urbanas. Ellos representan a sectores de la sociedad brasileña
que no soportan que, desde el gobierno de Lula, los «pobres» y los
«negros» frecuenten los lugares que desde siempre han sido los suyos y
que marcaban claramente los límites de clase y sus privilegios (los
aeropuertos, los shopping centers, etc.). Incluso en sus manifestaciones
callejeras declaran impúdicamente su odio contra los pobres y el PT, y
llegan a pedir que vuelva la dictadura. En ese escenario, diputados y
senadores tienden a actuar privilegiando la disputa de poder y sus
intereses privados en lugar de asumir su responsabilidad para con el
bien público. Los legisladores boicotean sistemáticamente las
propuestas de la Presidencia que permitirían avances sociales o, lo que
es más perverso aún, las leyes necesarias para enfrentar la crisis
económica internacional y retomar el desarrollo, de lo cual depende
incluso la posibilidad de asegurar avances en el plano social. Con ese
boicot de las oposiciones, se intensifica la crisis económica y se instaura
una crisis político-institucional gravísima y de vasto alcance, cuya causa
los medios de comunicación maquillan al atribuírsela a la incapacidad
del gobierno.

Con base en el recorte de la información acerca de esas dos operaciones,


se construye un discurso ficticio que, tal como lo ve Laymert, se va
imponiendo como una realidad paralela que termina por reemplazar a
la propia realidad. La simulación de realidad se hace por la vía de una
destrucción paulatina de la imagen de Lula y, acto seguido, la de Dilma
y la del partido de ambos, el PT. Dicha operación empezó durante el
segundo gobierno de Lula y se ha venido intensificado desde el
comienzo del primer mandato de Dilma, cuando, entre sus primeras
iniciativas, la presidenta intentó ponerles límites más severos a los
bancos, bajando la tasa de interés. El ataque de los medios a su imagen
y al partido de gobierno se ha vuelo violentísimo y fue arreciando más
aún desde entonces; y pasó a abarcar de nuevo, más recientemente, la
imagen de Lula y mucho más gravemente. Y así se la va humillando,
humillando y humillando durante un largo tiempo, el tiempo necesario
como para que el malestar de la población resultante de la crisis se
transforme en un odio y un resentimiento contra el gobierno que la
lleven a expresarse masivamente a favor del impeachment –el juicio
político– en un proceso supuestamente «legal y democrático».

AFP/AP.- ¿Ésta sería entonces una nueva modalidad de golpe de


Estado?

SR.- Es una pregunta muy pertinente, pues así lo están considerando


algunos sectores de las izquierdas en Brasil que todavía apoyan al
gobierno. Sin embargo, el denominarla golpe puede generar
malentendidos, ya que se trata de una toma del poder del Estado sutil y
que no se vale de la fuerza de las armas, sino que actúa
micropolíticamente utilizando la fuerza del deseo, por la vía de su
operación mediática. Para el CMI, la interrupción del mandato de un
presidente, que es lo que se está intentando hacer con Dilma, tiene que
ver con el hecho de que le quedan aún tres años en la Presidencia, por
eso la estrategia micropolítica de poder del CMI apunta a destituirla del
gobierno. Esto está pasando igualito con Bachelet en Chile en los últimos
doce meses y ya pasó en Paraguay, con el juicio político de Fernando
Lugo en 2012, pero allí resultó más fácil. Pese al grado patológico de
estupidez y a la falta de dignidad descarada que en este momento
emerge por todas partes en Brasil, insufladas por la operación de esa
nueva estrategia del poder, sucede que la población más pobre ha sido
en su mayoría militante o simpatizante del PT desde su fundación,
habiéndose identificado fuertemente con el partido. Hay que destruir
esa identificación para que, masivamente, la gente exprese un «sí»
al impeachment. Esto vuelve más lenta la preparación de este nuevo tipo
de “golpe de Estado”, que actúa con base en una operación micropolítica
que le permite maquillar su naturaleza y presentarse como un proceso
democrático. Acá no puede perpetrárselo así nomás, sin más ni menos,
en dos minutos y adiós, como lo hicieran con Lugo en Paraguay. La
estrategia de la triple alianza de los medios con sectores del Poder
Judicial y de la Policía Federal tiene que legitimarse en un cúmulo de
inconstitucionalidad y con argumentos jurídicos mucho mejor
construidos. Lo mismo pasa en Chile, donde la destrucción de la imagen
de Bachelet, que ya lleva un año, no ha logrado reducir
significativamente la aprobación de la presidenta.

AFP/AP.- ¿Y en qué punto se encuentra este proceso en Brasil en estos


momentos?

SR.- Sólo ahora este abuso perverso del malestar de la población está
logrando demoler totalmente la credibilidad del PT y su identificación
con éste, y, más allá del partido, con las izquierdas en general. Sin
embargo, si bien dicha demolición con relación al PT me parece que es
irreversible, no es precisamente lo que se dice sólida, ni tampoco
irreversible con relación a la aspiración de justicia social y, por ende, a
la creencia en los ideales de la izquierda en su mejor sentido.

Le doy un ejemplo. Cuando hablo con la gente, sistemáticamente sale el


tema: «el PT es una mierda, igual que todos los partidos y todos los
políticos». Y esto lo dice incluso gente que era del PT o que se
identificaba plenamente con éste antes de su decepción generada por la
operación macabra de los medios. Frente a esto, suelo decirles: «bueno,
respeto tu opinión, pero quiero compartir contigo mi modo de pensar
acerca de lo que está pasando. Siempre busco basarme en mi experiencia
para analizar si lo que está sucediendo es bueno o malo para la vida y
esto me sirve de referencia para formarme mis propias ideas y hacer mis
elecciones. Con esta referencia, cuando escucho la Globo (la cadena de
televisión privada líder absoluta de audiencia en Brasil), me doy cuenta
de que lo que dice casi nunca corresponde con lo que mi experiencia me
indica; es como si fuera una especie de ficción muy alejada de la
realidad”. Y cuando el interlocutor pertenece a una clase más pobre, que
es la gran mayoría de la sociedad brasileña, le pregunto: “¿si tú tomas
como base la experiencia de tu propia vida actualmente, la de tu familia,
la de tus amigos, la de la gente de tu barrio, la de tu trabajo… para
analizar lo que pasó efectivamente desde el primer gobierno de Lula,
que dirías? Y antes de que me contestes te digo que todo eso podría no
importarme para nada porque soy de clase media, estoy relativamente
bien, pero me importa y me afecta muchísimo porque además de
sentirme sumamente molesta con esas falsas informaciones que se
transmiten todos los días sin el menor escrúpulo, me molesta aún más
lo que está detrás de ellas: mantener el abismo entre las clases sociales
que hay acá desde siempre, y el racismo que lo acompaña, como si
todavía estuviéramos en la esclavitud, y eso para mí es insoportable.
Bueno, aunque puedo estar equivocada, pero mi impresión es que ha
mejorado muchísimo la situación de la gente más desfavorecida, que es
la gran mayoría del país. Dime, ¿a ti te parece que estoy equivocada?».
Y es muy frecuente que la respuesta sea: «no, no, eso es cierto, mi vida
ha mejorado mucho» y que, a partir de ese momento, la charla haga un
giro y comience un intercambio de ideas muy fecundo.
Esto es lo que pasa cuando uno consume televisión como su única fuente
de información y se encuentra totalmente a merced de su ficción (lo que
en Brasil es muy generalizado) o que, aunque no sea solamente
televisión lo que uno consume, en ese caso se reduzca a leer los
periódicos y las revistas de opinión (lo cual en este país se restringe a las
clases medias y altas); y estos, sin excepción, participan activamente en
la construcción de esa misma ficción. Sin embargo, es sorprendente
cómo en Brasil basta con plantear ideas fuera de ese ámbito ficcional y
más cerca de la experiencia que hace el cuerpo de las fuerzas que agitan
la realidad para que el interlocutor despierte de su hipnosis mediática y
vuelva a pensar. Por supuesto que esto sólo es posible cuando el
interlocutor todavía no está completamente esterilizado por el
inconsciente colonial-capitalístico en un grado de patología histórica
que ya no tenga cura (ése es desgraciadamente el caso de gran parte de
las clases medias y altas en el país).

AFP/AP.- ¿La nueva modalidad de poder pasa entonces por el juicio


político de los presidentes?

SR.- Seguro que no. Es importante señalar que la orquestación de esta


nueva estrategia de poder no pasa necesariamente por el juicio político
de los presidentes, ni por el acortamiento de sus mandatos, que es lo que
está pasando ahora en Venezuela con Maduro. En los casos de gobiernos
de América Latina con tendencia de izquierda que están al final de sus
mandatos, la estrategia es otra. En Perú, por ejemplo, cuyo presidente
actual, Ollanta Humala, es de izquierda, pero el país está en vísperas de
elecciones, es en ese ámbito que interviene el “golpe” mediático del
capital financiarizado, haciendo que sea casi segura la victoria de una
candidata de derecha. Dicha candidata es además la hija de Fujimori, un
dictador tenebroso que gobernó el país entre 1990 y 2000, y que incluso
sigue en la cárcel con una condena de 25 años por sus crímenes de
corrupción, secuestro y asesinato. Eso sencillamente se borra de la
memoria, de cara al poder de la realidad ficticia construida por los
medios que pasa a ser la propia realidad, en la cual se asocia a la hija
Fujimori con la salvación. Un otro ejemplo de esta índole ha sido el caso
de la destrucción del kirchnerismo en Argentina. El caso más reciente es
el de Bolivia, donde el “golpe” mediático del CMI se concentró en el
referendo para decidir sobre una nueva postulación de Evo a la
presidencia y la decisión fue el “no”.

Estos ejemplos hacen evidente que el carácter nítidamente micropolítico


de la nueva estrategia de poder instalada por el CMI, que se alimenta de
la producción de subjetividad y de deseo, no reemplaza a las luchas de
poder en el plano macropolítico. La novedad, tal como lo mencioné
anteriormente, es que el CMI las utiliza igualmente para alimentar y
fortalecer su estrategia micropolítica y viceversa: el nuevo régimen
utiliza su estrategia micropolítica para fortalecer sus intervenciones
macropolíticas. Con esta doble operación, la base de sostenimiento de
su poder macropolítico es el propio deseo de la población.
La nueva situación que estamos viviendo mundialmente es sumamente
compleja y difícil de descifrar, y el análisis que estoy haciendo es
seguramente insuficiente y debe afinarse. Los textos sobre esa situación
que afortunadamente están circulando cada vez más en la web, un
reciente encuentro con pensadores amerindios de distintos países de
América Latina y otros pensadores[6], así como algunas charlas con
amigos me han dado pistas interesantes para lograr dar algunos pasos
más. Entre esos amigos, en una charla con Amilcar Packer[7] (que ha
sido el curador del mencionado encuentro), él cuestionó mi análisis,
argumentando que los gobiernos de Lula y de Dilma no han
obstaculizado para nada los intereses del capital financiarizado, lo cual
invalidaría mi hipótesis sobre el motivo fundamental del ataque a sus
figuras y a su partido. Su comentario me pareció muy pertinente pues,
aunque Lula y Dilma hayan logrado aumentar los ingresos de la
población más pobre y mejorar sus condiciones de vida
significativamente, resulta efectivamente incuestionable que sus
gobiernos han sido muy permeables al neoliberalismo. Los bancos, las
constructoras, etc., se han beneficiado muchísimo, más que en gobiernos
anteriores; los números lo comprueban. ¿Entonces qué pasa? ¿Por qué
quieren destituir a Dilma y al PT del poder?

AFP/AP.- ¿Y logró encontrar alguna respuesta a estas preguntas?


SR.- Sí, lo he estado pensando. Una primera respuesta indica que la
nueva estrategia de poder no depende del grado en que un gobierno sea
de izquierda o perjudique al capital financiarizado. Más que el poder de
Dilma y del PT, el objetivo del CMI consiste en destituir el poder del
imaginario de izquierda asociado a ellos. Incluso es eso lo que ya está
sucediendo en Brasil con mucha gente de clase media que era
tradicionalmente de izquierdas. Y tal como lo mencioné anteriormente,
también entre la gente más desfavorecida esto ya está sucediendo, con
una aniquilación de ese imaginario más profunda que la mera
destrucción de su identificación con el PT. Aunque gran parte de esa
población no use la palabra “izquierda” para calificar a las acciones
sociales del gobierno, lo que importa es que su creencia en la posibilidad
efectiva de conquistar una dignidad social y económica se ha
quebrantado.

Por supuesto, dicha aniquilación no tiene un poder absoluto; siguen


sucediendo acciones de resistencia tanto macro como micropolíticas. Un
ejemplo de acciones macropolíticas lo constituyen los movimientos
sociales, como el de los Sin Tierra en el campo y el de los Sin Techo en
las ciudades, que siguen en sus luchas. Y un ejemplo de acciones
micropolíticas es el surgimiento de nuevos tipos de activismo,
principalmente entre los jóvenes y sobre todo entre las chicas, tanto en
las periferias como en las clases medias, que resisten trazando líneas de
fuga del actual estado de cosas, tal como viene sucediendo desde
algunas décadas por todo el planeta. Ellos no se identifican con el modo
de actuar de la izquierda, lo que no significa que son pasivos o
despolitizados, sino que tienen una nueva manera de descifrar la
realidad, de plantear los problemas y de actuar críticamente, es decir,
tienen una concepción distinta de la política. Logran acceder en sus
cuerpos a los efectos de la estrategia micropolítica de poder del
capitalismo financiarizado y es desde allí que le hacen frente, resistiendo
en ese mismo plano. Entre los ejemplos en Brasil de esa nueva forma de
activismo están las vastas manifestaciones callejeras de junio de 2013,
que empezaran con el rechazo al aumento del precio de los pasajes del
transporte público. Y, más recientemente, el movimiento de los
estudiantes secundarios que ocupó las escuelas públicas (que en éste
país son exclusivamente frecuentadas por la población de bajos
ingresos) contra el proyecto de la gobernación del estado de São Paulo
de cerrar 94 de esas escuelas. Su manera de manifestarse no pasa tanto
por las consignas, sino por la performatización de su mirada crítica,
creando dispositivos que puedan potencialmente provocar la activación
del pensamiento en la sociedad.
Pero desde una perspectiva más sutil, yo diría que, en definitiva, el
objetivo de la estrategia micropolítica de poder del CMI es, más
ampliamente, la destrucción del imaginario de cualquier forma de
resistencia y no sólo de la que viene de la tradición de las izquierdas. Se
trata de disolver por completo la creencia y la confianza en la posibilidad
de pensar desde los afectos y obrar críticamente, recreando la realidad
en los puntos en que esto se impone como urgencia. Hay que disolver el
poder de ese imaginario en la conducción del deseo y en sus acciones
pensantes, así como en la potencia de contaminación que dichas
acciones portan. En suma, hay que aniquilar la ética del deseo, su poder
de conducir sus acciones desde y para las demandas de la vida. Esto es
lo que efectivamente perturba el libre flujo mundial del capital
financiarizado y la gobernabilidad sin barreras para proteger sus
intereses (un Estado neoliberal). El efecto de esta estrategia es la
paralización del pensamiento, creando así las condiciones para su
sustitución por el discurso mediático. Así se consolida la sociedad de
control. En esta operación, el inconsciente colonial-capitalístico adquiere
un poder más sutil y más fuerte que nunca.

AFP/AP.- ¿Y cómo está reaccionando la izquierda ante esta nueva


operación del CMI?

SR.- El imaginario de izquierda no logra alcanzar la dimensión


micropolítica en la cual interviene el CMI y, por consiguiente, no puede
ofrecernos instrumentos como para resistir en este terreno; ésta es
probablemente la razón que está llevando a los jóvenes activistas a
desplazarse de ese imaginario. Es también la razón de la imposibilidad
de la izquierda para reconocer hasta ahora la dimensión política de la
contracultura en Brasil en los años 1960. Una clara señal de esta
imposibilidad es que la violencia que sufrió la contracultura por parte
del Estado militar en Brasil no ha sido reconocida por la Comisión de
Amnistía creada en 2001, cuya definición de quienes tienen derecho a la
reparación se limita a aquéllos que militaron en partidos u
organizaciones políticas, o sea, los que actuaron macropolíticamente. Lo
mismo sucede con la Comisión Nacional de la Verdad creada en 2012
que, a pesar de haber reconocido también a los indígenas como víctimas
de la dictadura, lo cual constituye sin duda un paso fundamental, no
incluyó en su lista ni a la gente de la cultura, ni a las minorías que han
sido violentamente perseguidas por el régimen militar. Podemos incluso
considerar al nuevo tipo de activismo como una reactivación del
imaginario de resistencia que caracterizó a la contracultura. Sin
embargo, hay un cambio significativo en esa actualización de los ideales
de la contracultura en la nueva generación: en lugar de demonizar a las
instituciones y hacer sus experimentaciones en espacios supuestamente
no institucionales –tal como era el caso de los contraculturales, que se
imaginaban en un mundo paralelo–, los jóvenes de hoy saben que no
hay un mundo afuera de este mundo y actúan en el seno de las
instituciones vigentes, buscando producir desplazamientos de su
cartografía (ejemplo de ello es el caso de las escuelas públicas que acabo
de mencionar).

[1] Re-visiones es una revista de arte y pensamiento visual contemporáneo, indexada,


bilingüe, de libre acceso, con una periodicidad anual y adscrita desde sus inicios a
proyectos I+D: “Imágenes del arte y reescritura de las narrativas en la cultura visual global”
(2009-2012) (HAR2009-10768) y “Visualidades críticas: reescritura de las narrativas a
través de las imágenes” (2013-2016) (HAR2013-43016-P) del Plan Nacional del
Ministerio de Economía y Competitividad del gobierno de España. Dirección
electrónica: http://www.re-visiones.net/. Enlace la entrevista
mencionada:http://www.re-visiones.net/spip.php?article128 ; ISSN: 2173-0040.
[2] Idea propuesta por Laymert Garcia dos Santos, pensador brasileño, en su
ponencia intituladaLenguajes Totalitarios, en el Programa de Acciones Culturales
Autonomas (P.A.C.A.). São Paulo: Casa do Povo, 12/11/2015 (apoyo: proyecto
Episodios del Sur, Goethe-Instititut São Paulo y America del Sur). Disponible
en: https://vimeo.com/153449199 .
[3] El Capitalismo Mundial Integrado (CMI) es una noción de Guattari que he
recuperado muy recientemente releyendo nuestro libro Micropolítica – Cartografías
del deseo, para prepararlo para la edición de Cuba. Su idea es que el capitalismo es
mundial e integrado porque logró colonizar el conjunto del planeta y que no hay
ninguna actividad humana que no esté impregnada de esta operación; no le gusta el
término globalización porque se refiere a un fenómeno exclusivamente económico
y capitalista que, además, encubre y pasa por alto su dimensión colonizadora.
[4] Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (Barcelona: Lumen S.A,
2003); título original: A Report on the Banality of Evil (USA: Penguin Classics, 2006).
[5] “L’évenement Lula”. Parachute Art Contemporain_Contemporary Art,
Montreal, nº 110: Économies bis, 04/05/06 2003; L’effet Lula”, Chimères, Paris, nº 49:
Désir des marges, Paris, 2003. En castellano: “Lula”, Radarlibros, Página 12. Buenos
Aires, 02/03/03 y también “O acontecimento Lula”/ «El acontecimiento Lula»,
GLOB(AL.) – Global América Latina/Brasil, Rede Universidade Nômade, LABTeC/
UFRJ, Río de Janeiro: Instituto de Estudios del Trabalho y la Sociedad y editorial
DP&A, nº (0), ene. 2003. Edición bilíngüe (portugués/ español).
[6] Me refiero al encuentro intitulado Buen vivir o vivir bien, organizado por el
Goethe-Institut de La paz y São Paulo y con curaduría de Amilcar Packer en Casa
do Povo, en São Paulo, el 26.01.2016 (uno de los eventos de Episodios del Sur,
proyecto de la gestión de Katharina von Ruckteschell-Katteen en el Goethe-Institut
de São Paulo y América del Sur). El encuentro duró un sábado entero, desde las 9:00
hasta las 22:30. Con intervalos para el almuerzo que compartimos en una gran mesa,
y pasamos todo el día recostados en hamacas y almohadones dispuestos en el
espacio. Cada uno presentaba sus ideas acerca de las urgencias del presente y su
noción de “buen vivir” y los demás las discutían. Por supuesto, las distintas
definiciones del buen vivir tenían en común el hecho de ser muy “distantes de la
ontología del trabajo, del bienestar social, de las democracias occidentales, de los
ideales de vida burguesa y de las aspiraciones de ascensión de clase y de riqueza y
placer material, profesional o sexual”, tal como lo había planteado Amilcar en el
texto de divulgación del evento. Se ha problematizado igualmente el uso fetichizado
de esa noción, una moda actualmente en los debates intelectuales en Occidente.
[7] Amilcar Packer, brasileño de origen chileno, artista e investigador, trabaja
conmigo –junto con el boliviano/ alemán Max Jorge Hinderer Cruz (curador,
ensayista y crítico de cultura) y con la brasileña Tatiana Roque (matemática, filósofa
e historiadora de la ciencia)– en el Programa de Acciones Culturales Autónomas
(P.A.C.A.), que desarrollamos desde 2014 con la intención de crear una plataforma
de producción colectiva de pensamiento ante las urgencias del presente

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