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Artículo publicado en Ziegler, Sandra y Victoria, Gessaghi (comps.

) (2012): La formación de las


elites en la Argentina. Nuevas investigaciones y desafíos contemporáneos. Buenos Aires, Manantial-
FLACSO, pp. 277-295.
“¿La formación de quién?
Reflexiones sobre la teoría de Bourdieu y el estudio de las elites en la Argentina actual”1
Mariana Heredia2
En tanto conciencia crítica de la modernidad, la sociología ha hecho de las
desigualdades sociales una de sus grandes obsesiones. Frente al liberalismo que presenta a las
sociedades occidentales como colectivos compuestos por individuos libres e iguales, cuyo
destino reposa exclusivamente en la voluntad y el azar, la sociología es siempre un discurso
que incomoda. Desde sus orígenes, esta disciplina persevera en la identificación y denuncia
de la desigualdad entre las personas, sobre todo cuando los principios que las diferencian y
condicionan remiten a mecanismos excluyentes, irreversibles o ilegítimos. La tarea no ha sido
sencilla. Las desigualdades sociales van mutando y plantean formas particulares de
distribución y solapamiento entre las funciones, los prestigios, las riquezas y los poderes que
establecen diferenciaciones dentro de los miembros de cada sociedad.
Tras décadas de una sociología urgida por registrar la desestructuración de la sociedad
salarial y las privaciones de quienes quedaban por fuera de los principios de integración
predominantes desde la segunda posguerra, el escenario abierto con el nuevo siglo parece más
propicio para una mirada integral de la estructura social. A pesar de la reactivación económica
y las políticas redistributivas, no parecen registrarse modificaciones sustantivas en los niveles
de desigualdad por ingresos y calidad de vida. El análisis del carácter relacional de estos
procesos vuelve a resultar hoy imperativo para seguir mejorando las condiciones de existencia
de las mayorías. En este sentido, la reflexión sobre las elites sociales corre con cierta
desventaja en relación con el conocimiento del que disponemos sobre los sectores populares.
La configuración de las elites, bajo el nuevo ciclo del capitalismo, está menos documentada y
su estudio reclama una actualización de los marcos teóricos y los supuestos de los que
disponemos.

1 Un especial agradecimiento para Guillermina Tiramonti, Gabriela Benza, Gastón Beltrán, Ana Castellani, Isabel
Infante, Pablo Tovillas y Cecilia Veleda, por los comentarios a una versión anterior de este trabajo.
2 Socióloga de la Universidad de Buenos Aires, doctora en Sociología de la École des Hautes Études en Sciences
Sociales de París, investigadora del CONICET en IDAES-UNSAM. Docente de la UBA y la UNSAM.
mariana.heredia@conicet.gov.ar.

1
En lo que respecta al estudio de las elites sociales3, la sociología de Pierre Bourdieu se
erige como una referencia ineludible4. Hacia los años setenta, el autor de La distinción y su
equipo sintetizan un conjunto de tradiciones teóricas y contribuyen así a revitalizar el análisis
de las clases. En una doble controversia contra el marxismo y las teorías de la estratificación
social, Bourdieu subraya la importancia de la socialización primaria (familiar y escolar) en la
formación de las identidades de clase y ubica en este núcleo duro el mecanismo fundamental
de reproducción de las desigualdades. De este modo, la noción de “inconsciente de clase” –
que arraiga la pertenencia a cada grupo social en formas de pensar, sentir y actuar íntimas y
cotidianas- contrarresta tanto la apuesta a la voluntad política de la crítica marxista como la
confianza en el mérito y la movilidad de los teóricos de la estratificación social.
Perturbando el sentido progresista de la Francia de su tiempo, Bourdieu recalca que,
lejos de ser un dispositivo de integración y promoción social, el sistema educativo laico,
universal y gratuito constituye el mecanismo por excelencia de reproducción y legitimación
de las desigualdades de clase. La atención en la formación y la reproducción de las elites le
permite alcanzar dos objetivos a la vez: demostrar un reclutamiento selectivo y sesgado de las
elites francesas (tanto las económicas como las políticas) y revelar los procesos de
legitimación a partir de los cuales la cultura transmitida por el sistema educativo constituye
pero también jerarquiza las posiciones dentro de la sociedad.
No es sorprendente que, frente a la potencia de esta teoría, las dificultades propias del
objeto abordado y la escasez de investigaciones, los estudios de las clases altas en América
latina hayan tendido a inspirarse en este marco, sin ponerlo a prueba. Cuestionar hoy a
Bourdieu equivale casi a demoler la última gran teoría que enmarca nuestras reflexiones sobre
las clases. Pero este riesgo parece ser mayor cuando las elites son el objeto de estudio: la
carencia o la inaccesibilidad de los datos que las comprometen alienta la concentración de las
investigaciones en estrategias metodológicas de corte cualitativo. Estas opciones han llevado
a analizar a las familias tradicionales y/o sus espacios de encuentro tendiendo a suponer la
confluencia y la reproducción en el tiempo de capitales políticos, económicos, sociales y
simbólicos. Finalmente, la falta de investigaciones sistemáticas sobre el tema ha dificultado la

3 Del mismo modo que en la sociología francesa, utilizaremos como sinónimos el término elite social y clase alta.

4 Es sin duda La distinción (1999), la obra mayor en lo que respecta a la teoría boudieusiana de las clases. Otros
elementos empleados en esta apretada síntesis, Cf.: Bourdieu (1980, 1990); Bourdieu y Passeron (2003); Bourdieu y
de Saint Martín (1978; 1989), De Saint Martin (1993). Consideraremos las afirmaciones del autor en su tiempo y no
su vigencia para la sociedad francesa actual.

2
confrontación de hallazgos y la reflexión colectiva, necesarias para el ajuste de las categorías
que heredamos.
En respuesta a la invitación del equipo de Educación de FLACSO, en este artículo se
propone reflexionar sobre la pertinencia de la teoría de Bourdieu para la delimitación y el
estudio de las elites sociales en la Argentina actual5. Lejos de proponerse una confrontación
estrictamente teórica con el ambicioso programa bourdieusiano, este trabajo recupera
hallazgos propios y ajenos en pos de la actualización, el ajuste o el abandono de ciertos
aspectos de este marco para el abordaje de nuestro objeto. Se trata del corolario de una suerte
de desazón frente a los primeros resultados de una investigación en curso6. Este texto se
organiza en dos apartados. En el primero, presentamos una discusión sobre el modo de definir
a las elites sociales. En el segundo, reflexionamos sobre la importancia de la educación en la
formación y la legitimación de las elites sociales en la Argentina de hoy.

La clase alta “en el papel”: ¿con qué criterios se define hoy una elite social?
Los trabajos de Bourdieu han sido más innovadores en la triangulación de teorías y
estrategias metodológicas que en la creación de criterios novedosos de identificación y
demarcación entre las clases. A la hora de ensayar una descripción sobre las distintas
posiciones que componen el campo social, Bourdieu se refiere al volumen total del capital
que poseen y a su composición. Estima indispensable establecer un vínculo entre la
investigación empírica sobre las clases y las teorías de la estratificación social. Este diálogo
permitiría

“…recortar clases en el sentido lógico del término, es decir, conjuntos de agentes que
ocupan posiciones semejantes y que, situados en condiciones semejantes y sometidos a
condicionamientos semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e
intereses semejantes y de producir por lo tanto, prácticas y tomas de posición
semejantes. Esta clase “en el papel” tiene la existencia teórica propia de las teorías: en
la medida en que es producto de una clasificación explicativa, del todo análoga a la de
los zoólogos o los botánicos, permite explicar y prever las prácticas y las propiedades
de las cosas clasificadas y, entre otras cosas, las conductas de las reuniones grupales.
(…) Contra el relativismo nominalista que anula las diferencias sociales reduciéndolas

5 Desarrollamos una reflexión semejante con respecto a la noción de “campo”, cf. Heredia & Kirtchik (2010).

6 Nuestra aproximación a las elites sociales está basada en el uso de fuentes estadísticas, la realización de entrevistas
en profundidad y el análisis de la prensa destinada a este grupo social.

3
a meros artefactos teóricos, debemos afirmar así la existencia de un espacio objetivo
que determina compatibilidades e incompatibilidades, proximidades y distancias”
(Bourdieu, 1990: 284-285, subrayado en original).

Aunque en algunas de sus investigaciones, el sociólogo francés se muestra sensible a


la oposición entre las clases altas de la gran metrópoli y de los pueblos de provincia, su
mirada tiende a centrarse en una escala nacional y a recuperar los principios de estratificación
convencionalmente utilizados en su época. En La distinción, las distintas fracciones de “la
clase dominante” se refieren tanto a la antigüedad del patrimonio familiar como a la
naturaleza de las ocupaciones desempeñadas (empresarios o comerciantes versus
profesionales liberales versus artistas-profesores-intelectuales) (Bourdieu, 1999: 259). Para la
Francia de los años setenta, Bourdieu se interesa en una elite social nacional, de largo arraigo
en el país y en la riqueza, cuyo capital económico reposa o bien en la propiedad y/o dirección
de las grandes empresas (públicas o privadas) o bien en el ejercicio de una actividad
profesional altamente remunerada y/o reconocida. Más allá de ciertos gradientes, capitales
económicos, políticos, sociales y simbólicos tienden a confluir en su delimitación de las
clases altas. Las particularidades de la Argentina, pero también del capitalismo actual, llaman
a reflexionar sobre estos criterios y sus inconvenientes.

Cuestión de apellido: sobre la permanencia de las familias tradicionales


Frente a la complejidad e inestabilidad de la Argentina contemporánea pocas certezas
parecieron menos cuestionadas que la existencia, a fines del siglo XIX y principios del siglo
XX, de una elite social relativamente homogénea y solidaria. Vinculados a las grandes
propiedades de la pampa húmeda y las actividades agropecuarias de exportación, los “grandes
terratenientes”, los miembros de las “familias patricias”, la “alta sociedad de Buenos Aires”,
la “generación del ochenta”, los grandes hombres del “orden conservador” parecieron
términos transparentes y homologables. Parecía evidente que una elite de notables habría
acumulado y controlado, hasta las primeras décadas del siglo, los principales resortes del
poder económico y político del país. No sorprende, entonces, que gran parte de la sociología
de mediados de siglo XX se preguntara con obsesión sobre el devenir de este grupo social y
que muchos presupusieran su necesaria reproducción en el tiempo.
A contramano de este consenso generalizado, una nueva generación de historiadores
emprendió, en los últimos años, el estudio minucioso de aquellos convencionalmente
identificados con la “oligarquía”. Estos estudios permitieron “historizar” la elite social
tradicional (Hora, 2002: 100). Según demuestran, hacia las primeras décadas del siglo XX, los

4
impuestos sucesorios y la fragmentación de la herencia por efecto demográfico habrían
erosionado la centralidad de las grandes propiedades (ídem: 321). Contra las imágenes
monolíticas de las familias “patricias”, estos autores subrayan las diversas vertientes que
confluyen en la alta sociedad de la época y su carácter relativamente advenediso (Losada,
2008:2-30). Finalmente, la cerrazón o la fluidez de las elites agropampeanas no es un
interrogante de única respuesta. Hora y Losada subrayan las grandes oportunidades para el
enriquecimiento abiertas por la integración al mercado mundial y la paz del roquismo así
como la importancia de los advenedisos en la conformación de las elites de fines del siglo
XIX. Apuntan, también, que una indudable cerrazón se observa ya con los albores del siglo
XX por el alto precio de las propiedades rurales y los códigos de honor de los establecidos
(Gayol, 2008).
Los hallazgos de esta nueva historiografía redefinen el interés de las producciones
sociológicas que intentaron desentrañar la composición de las elites sociales para períodos
posteriores. Si bien los estudios sobre las elites en la Argentina contemporánea comparten la
“búsqueda de un sujeto perdido” (Heredia, 2005: 104), no todas las perspectivas definieron
del mismo modo esa falta. Los estudios de inspiración marxista insistieron en la existencia de
un núcleo duro –una fracción persistente pero declinante de la burguesía pampeana (para
Portantiero, 1977 y O’Donnell, 1977) o un grupo diversificado y homogéneo (para Sábato y
Schvarzer, 1985)– que había desaprovechado o boicoteado (respectivamente, según estos
autores) la dirección del proceso de modernización. Los estudios de tradición weberiana, en
cambio, subrayaron que una sociedad aluvional y de fuerte movilidad ascendente como la
Argentina (Germani, 1963) servía para ilustrar el desencuentro entre el estatus, la riqueza y el
poder (De Imaz, 1962 y 1964).
Si, como contribuye a subrayar esta nueva historiografía, la homogeneidad
presupuesta de las elites patricias no fue tal, con más razón se impone interesarse en los
momentos de apertura, consolidación y encierro de quienes aspiraban a alcanzar y permanecer
en la cúspide de la pirámide social. El interrogante sobre la perpetuación en las posiciones de
riqueza y poder de las familias que componían las clases altas argentinas a fines de siglo XIX
requiere volver la mirada sobre los apellidos y la capacidad de sus portadores para retener y
expandir cierto control sobre los principales resortes de la economía y la política.
Aún cuando toda sociedad conoce niveles relativos de reproducción/renovación de sus
elites y a la espera del avance de las investigaciones en curso, algunos indicios parecen
reafirmar un menor peso de las familias tradicionales en la Argentina actual que en la Francia
descripta por Bourdieu. La inestabilidad institucional y las recurrentes crisis de acumulación

5
parecen haber sido, en nuestro país, oportunidades propicias para la recomposición de las
familias poderosas y adineradas. Por un lado, en lo que respecta a las elites políticas, aún
cuando los apellidos sigan siendo fundamentales en ciertas provincias, el gobierno, los
partidos y la gestión pública nacional no parecen reflejar, luego del retorno a la democracia,
predominio alguno de las familias patricias, más bien todo lo contrario7. Por otro lado, en lo
que refiere a las elites económicas, los estudios de caso dan cuenta de la concentración y
extranjerización de la propiedad, la llegada de nuevos jugadores; la marginalización de las
antiguas familias frente al ascenso de profesionales con conocimientos y conexiones
internacionales. La Sociedad Rural Argentina y los grandes propietarios pampeanos (Heredia,
2003; Gras, 2009), las elites bancarias y bursátiles (Heredia, 2008), la vitivinicultura
mendocina (Heredia, 2010) e incluso las entidades tradicionales como el Jockey club
(Heredia, 2011) nos llevan a concluir que lejos de constituir grupos poderosos y exclusivistas,
los miembros de familias tradicionales ocupan un lugar secundario. Victoria Gessagui (en este
volumen) documenta las tensiones que conocen los miembros de las familias tradicionales
entre simplemente heredar o reconvertise a los imperativos del mundo de hoy.
De escalas y temporalidades: la Nación, las categorías socio-ocupacionales y la movilidad
Una alternativa es volver a las perspectivas que han intentado delimitar no ya histórica
sino sistemáticamente a quienes habría que asociar con las más altas posiciones de la
sociedad. Es de hecho la opción del sociólogo francés cuando homologa las elites sociales a la
patronal (Bourdieu y De Saint Martín, 1978), a la nobleza de Estado (Bourdieu, 1989) o al
conjunto de profesiones que utiliza para clasificar a quienes ubica en los peldaños superiores
de la pirámide social.
Para las teorías de la estratificación social desarrolladas en Occidente en los años
cincuenta8, la ocupación constituye el pilar de la inscripción de los individuos en la estructura
social. En correspondencia con los análisis de Bourdieu, esta perspectiva supone la existencia
de “categorías distintivas y perdurables que se caracterizan por un acceso diferencial a los
recursos que otorga el poder y las posibilidades de vida correspondientes” (Portes y
Hoffmann, 2003: 356). Esta teoría no concibe los estratos socioeconómicos sólo en función

7 Esta afirmación se sostiene en un apareamiento entre la base de elites políticas, económicas y corporativas (1976-
2001) del proyecto PIP 1350 (dirigido por Ana Castellani) y un listado de apellidos tradicionales basado en estudios
genealógicos e historiográficos.

8 Entre las referencias ineludibles de la teoría de la estratificación y la movilidad social, ver: Erikson y Goldthorpe
(1992).

6
de la propiedad o no propiedad de los medios de producción sino que contempla otros
recursos que otorgan autoridad, como el control del trabajo de otras personas y las
competencias educativas o técnicas. Siguiendo este esquema, el peldaño superior de la
estructura social y ocupacional está compuesto por “capitalistas” y “altos ejecutivos”.
Si bien algunos recaudos aparecían ya entre los primeros teóricos de la estratificación
social, los mismos fueron soslayados por los bourdieusianos y merecen ser recordados porque
revisten particular vigencia para la Argentina actual. Dahrendorf (1968: 41-48) alertó
tempranamente sobre la tendencia del capitalismo avanzado a la “descomposición del
capital”. La creciente separación entre la propiedad y la gestión de los medios de producción
se acompañaba del repliegue de los capitalistas y la multiplicación de los altos gerentes.
Barber (1957: 100-102) subrayó la falta de correspondencia entre la estructura social nacional
y la estructura social de las comunidades locales. En otras palabras, los miembros de las
categorías socio-ocupacionales superiores de una actividad productiva no necesariamente
residen en la zona en la que se produce esa riqueza.
El predominio de empresas nacionales y familiares en la segunda posguerra, en el caso
francés en particular, opacó para Bourdieu y sus discípulos la importancia de estas dos
observaciones. En un país como el nuestro caracterizado por una gran concentración y
extranjerización de la propiedad en las principales ramas de actividad y por la fuga
sistemática de capitales al exterior, asistimos a un desajuste de escalas: el espacio económico
no se corresponde con las fronteras de la Nación.
La desterritorialización de las grandes empresas, vinculada al desembarco de
multinacionales y a las inversiones provenientes de fondos diversificados, conlleva por lo
tanto un avance de la managerización en las elites sociales argentinas (Luci, 2010: 54-58).
Una primera descripción de los jefes de hogar porteños pertenecientes al 5% superior de la
distribución del ingreso en la Ciudad de Buenos Aires en 2008 iría en este sentido. Si bien
encontramos aquí un porcentaje de patrones y socios más elevado que en el resto de los
hogares, alcanzan apenas el 14% de los jefes de hogar ubicados en el 5% superior; la
abrumadora mayoría (70%) son asalariados del sector público y privado (Tabulaciones
propias de la EAH).
También aquí el cuestionamiento reciente de la permanencia en una misma categoría a
lo largo del ciclo vital y la pérdida de homogeneidad intracategorial (Fitoussi y Rosanvallon,
1997) es pertinente para el estudio de las clases más altas. Por un lado, en términos agregados,
son los empresarios de pequeñas y medianas unidades quienes más se adecuan a la imagen
convencional de dueño-patrón con personal a cargo, pero son sus empresas las más débiles y

7
vulnerables del mercado. Por otro lado, la fragilización de los estatutos laborales y sus
consecuencias para los trabajadores se han correspondido con una gran diversificación de los
modos de inversión, propiedad y gestión que ha tornado inestable, heterogéneo y opaco el
universo de los rentistas, propietarios y dirigentes de empresa.
Las líneas de riqueza: la globalización y el patrimonio de los ricos
Ante los problemas que plantean las categorías clásicas de la estratificación social,
aquellas que sirvieron de base a los análisis de Bourdieu, los conceptos teóricos han ido
perdiendo consistencia analítica al tiempo que los estudios sobre estratificación social tendían
a replegarse en el uso de herramientas meramente estadísticas. Vale la pena preguntarse, no
obstante, hasta qué punto estas estrategias – la definición de la pertenencia a los estratos
beneficiados por atribuciones exclusivamente patrimoniales- no expresan más cabalmente el
carácter advenedizo y descarnado del universo de la riqueza actual.
Inspiradas en la delimitación y el análisis de la pobreza, se han ido desarrollando
investigaciones sobre la distribución de los ingresos y la clasificación de individuos y/o
hogares en segmentos de renta semejantes. Interesa aquí no sólo el quantum de ingreso
percibido por unidad de tiempo sino también, en la medida en que se analizan hogares, su
composición por el peso demográfico sobre esos ingresos y por la cantidad de miembros
comprometidos en su obtención. Del mismo modo que en el caso de los hogares clasificados
en los deciles o quintiles más bajos, lo que caracteriza a los hogares ubicados en los tramos
superiores es su altísima heterogeneidad interna.
La estrategia más habitual es definir esa línea en relación con la posición de los
individuos en la distribución del ingreso nacional, fijando en el 10 o 5% superior de esa
distribución a los individuos/hogares ricos. Otras estrategias refieren explícitamente a la línea
de pobreza. Para algunos autores, un individuo/hogar rico sería aquel que obtiene un múltiplo
de la línea de pobreza (Danziger, Gottschalk y Smolensky, 1989). Para otros, la línea de
riqueza delimita el máximo acumulado de recursos compatible con la erradicación de la
pobreza; la frontera dependería, por lo tanto, del nivel y de la distribución del ingreso en cada
sociedad (Medeiros, 2006).
Para muchos, resulta revulsivo admitir que el nivel requerido para ubicarse en el 5 o
10% superior sea “tan” bajo. En 2008, según datos de la EAH, “alcanzaba” con ganar $6.000
en la Ciudad de Buenos Aires para pertenecer al 5% de jefes de hogar más ricos9.

9 Algunas consultoras que han intentado corregir las cifras de las encuestas públicas suelen colocar, en 2009, por
encima de los $10.000 los ingresos de los miembros del 10% más alto. Gentileza de Guillermo Oliveto.

8
Recientemente, un artículo de La Nación, señalaba que sólo el 1,1% de los argentinos cobraba
2.000 dólares ($8.000) o más por mes (21/3/10, sección economía y negocios: 1-2). Se trata
de sumas equivalentes a las obtenidas por empleados de ingresos medios en Europa o los
Estados Unidos.
Frente a esta perplejidad, Piketty (2001: 18) propone diferenciar a las “clases medias
altas” (ubicadas en el segmento 90-95), de las “200 familias” situadas en el centésimo
superior de la distribución (99-100). Sus hallazgos confirman una composición sociológica
diferenciada. Mientras los individuos/hogares ubicados apenas por encima de ese nivel de
riqueza (90) se ganan mayoritariamente la vida a través de su trabajo y conviven en barrios e
instituciones pobladas de personas de clase media, los que ocupan la cúspide (99) detentan
patrimonios absolutamente singulares, de fuerte resonancia mediática. Sería evidentemente
ilusorio establecer una frontera estricta entre los asalariados, de un lado (sea cual sea su nivel
de salarios), y los poseedores de patrimonio, por el otro: los gerentes superiores perciben
muchas veces una parte creciente de sus remuneraciones en forma de retornos sobre el capital.
Mientras que la posición de las “clases medias altas” (fracción 90-95) depende principalmente
de los movimientos de compresión y expansión de las jerarquías salariales, la posición de las
“200 familias” (fracción 99-100) depende sobre todo de las perturbaciones percibidas por los
ingresos del capital y las ganancias de las grandes empresas de las que son originarias. El
peso relativo de cada una de estas categorías y su magnitud patrimonial varían, no obstante,
según la intervención pública y el momento histórico.
En contraposición con los análisis de inspiración bourdieusiana, los estudios recientes
sobre las clases altas tienden a concentrarse en personajes extremadamente ricos (y con
frecuencia famosos) y a detenerse menos en sus raíces familiares, trayectorias educativas,
hábitos culturales, redes sociales que en su sentido de oportunidad, su popularidad, su
consumismo desenfrenado (Entre otros: Rothkopf, 2009). Muchos de ellos son los que
Pakulski (2004: 189) denomina “ricos corporativos”, altamente celebrados en los rankings de
la revista Forbes, aquellos que no heredaron una fortuna sino que, disponiendo de
conocimientos especializados, han contribuido a crear y gestionar la riqueza.

Clase alta y educación: ¿cómo y por qué investigar la formación de las elites argentinas?
El sistema educativo resulta, en la vasta obra de Bourdieu y sus discípulos, una
problemática de particular predilección y es, en esta especialidad, en la cual su sociología
resulta ser más original, convincente y políticamente significativa. La atención no sorprende a
quienes conocen la sociedad francesa: el prestigio de esta nación así como las esperanzas

9
colectivas e individuales que se juegan allí en la democratización de la cultura saltan a la
vista. Durante décadas, la expansión y el fortalecimiento de las instituciones culturales
respondían a algunos de los grandes ideales de la revolución de 1789: la promoción de la
civilización, la integración de los ciudadanos, la liberación de las conciencias y, más tarde, la
selección justa y eficaz de las elites de la república.
Es nada menos que este pilar de la identidad francesa el que sufrirá los embates de la
sociología crítica. Más allá de la impersonalidad de los mecanismos de reclutamiento de las
instituciones educativas y estatales (básicamente concursos anónimos a escala nacional),
aquellos que alcanzaban credenciales educativas en los establecimientos más exigentes y
prestigiosos del hexágono no sólo provenían mayoritariamente de familias de profesionales y
empresarios prósperos; estos graduados también estaban llamados a cubrir, a su turno, los más
altos puestos de las organizaciones públicas y privadas del país. Existía, entonces, una
correspondencia entre jerarquías educativas, socio-ocupacionales y simbólicas y eran las
primeras las que soldaban la cadena.
Pero la crítica no se limitaba a registrar el carácter reproductivo de este sistema de
selección, denunciaba también sus arbitrariedades, las dimensiones desembozadamente
clasistas, que pesaban sobre estas pruebas. Como ilustran Bourdieu y De Saint Martín (1978)
en “Le patronat”, a través de la observación de las entrevistas de admisión a una gran escuela,
los evaluadores incorporaban sistemáticamente a sus preguntas aspectos referidos a los
hábitos culturales y sociales del candidato, excediendo (y por lo tanto sesgando) la evaluación
de las competencias y los conocimientos explícitamente requeridos.
Con esta prodigiosa transmutación de desigualdades sociales en desigualdades
culturales o, dicho de otro modo, de desigualdades arbitrarias en desigualdades legitimadas, el
sistema educativo permitía no sólo reproducir la dominación sino tornarla, para el resto de la
sociedad, aceptable y valorada. De ahí que denunciar “el racismo de la inteligencia”, “la
violencia simbólica de la cultura legítima” equivaliera, en ese mundo, a denunciar el disfraz
de los poderes económicos y políticos instituidos. En palabras de Bourdieu y Passeron
(2003:106):

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“Las clases privilegiadas encuentran en la ideología que podríamos llamar carismática
(pues valoriza la ‘gracia’ o el ‘talento’) una legitimación de sus privilegios culturales
que son trasmutados de herencia social en talento individual o mérito personal. Así
enmascarado, el ‘racismo de clase’ puede permanecer sin evidenciarse jamás”.
Las especificidades sociohistóricas, el sistema educativo y la formación de las elites
Aunque se subrayen sus componentes críticos y ahistóricos, los interrogantes y el
impacto del trabajo de Bourdieu son indisociables de los logros alcanzados por el Estado de
bienestar francés. En el clímax de un período que había conducido a la relativa
“medianización” de las sociedades occidentales, con la expansión de las clases medias, la
atenuación de las desigualdades económicas y la expansión de los servicios públicos
universales, la sociología podía aún documentar la recalcitrante confluencia entre la clase de
origen y la de destino, entre las jerarquías educativas y las jerarquías socio-económicas.
Como subraya Sidicaro (2003: xxxi), Bourdieu y su equipo denunciaron “los mecanismos
‘suaves’ de desigualdad y de dominación…con los partidos conservadores y socialistas
coincidiendo en la preservación y la ampliación de las regulaciones públicas”.
Si sus conclusiones generaron, en los años sesenta y setenta, polémicas, reacciones
adversas e iniciativas progresistas de combate a la reproducción, en los años ochenta y
noventa, sirvieron tanto de legitimación a algunas reformas neoliberales como de fuente de
desencanto e impotencia para quienes asistían al desguace de las instituciones públicas. En
efecto, incluso cuando Bourdieu participó de varias propuestas de reforma del sistema
educativo e incluso cuando se alineó sin dudarlo detrás de quienes se movilizaban en la
defensa de los servicios públicos, su obra provocó, en esas perversas paradojas de la historia
intelectual, un debilitamiento de quienes creían y trabajaban en defensa de la democratización
educativa.
A diferencia de otros comentaristas que atribuyen estas derivas a la incomprensión de su
obra o a la descontextualización de sus conclusiones, resulta evidente que, en su voluntad de
expansión teórica, Bourdieu no prestó mayor atención a las especificidades históricas y
nacionales de los sistemas educativos y socio-económicos. Si estas lagunas se justifican por el
combate teórico y político que libraba en la Francia de los años sesenta, resultan menos
aceptables veinte años más tarde, cuando sus afirmaciones eran exportadas a países del Sur o
del Este. Su sociología desestimó los avances democratizadores del Estado providencia en
materia educativa, en la medida en que no se interesó por las tasas de escolarización de cada
nivel a lo largo del tiempo, la distribución en el territorio de los establecimientos educativos,
el nivel de privatización/estatización del sistema, la existencia de dispositivos de

11
acompañamiento y asistencia a los estudiantes con dificultades, el nivel de homogeneidad de
los conocimientos impartidos. La educación aparece siempre como un velo, una
superestructura indolente o sesgada, frente a la contundencia de la determinación “en última
instancia” de las clases. Paralelamente, soslayando el franco-centrismo de los estudios de
Bourdieu, sus importadores tendieron a sobreestimar el lugar de la educación en la
preservación y reproducción de las jerarquías sociales, políticas y económicas dentro de las
sociedades capitalistas. A excepción tal vez del hexágono, el acceso a la riqueza y el poder no
ha requerido necesariamente una convalidación educativa específica.
De este modo, cuando la historicidad del sistema educativo es considerada evidente y
determinante, la problemática de la formación de las elites no puede pasar por alto sus
características más salientes. En la Francia estudiada por Bourdieu, el Estado nacional
controlaba los establecimientos educativos en todos los niveles, precisaba y garantizaba en
todo el territorio los contenidos que habían de transmitirse y evaluarse, seleccionaba por
concursos nacionales a gran parte del personal docente y a los alumnos que habrían de ser
retenidos según sus calificaciones, establecía concursos en distintas reparticiones y
especialidades para el reclutamiento de ciertas elites. Evidentemente, la Argentina actual, con
la descentralización educativa a las provincias, la privatización de la matrícula de los niños y
jóvenes de hogares de sectores medios y altos, la heterogeneidad de los contenidos
impartidos, las debilidades de la formación docente, la flexibilización de los criterios de
evaluación educativa (tanto en los establecimientos públicos como privados), la virtual
desaparición de los concursos como mecanismo de reclutamiento de los cuadros estatales,
presenta una situación completamente diferente.
Frente a esta configuración particular del sistema educativo argentino, la temporalidad
de la formación de las elites merece ser explicitada. ¿Hemos de indagar la formación de las
elites proyectivamente, suponiendo que las desigualdades educativas de hoy consolidarán las
desigualdades sociales del mañana? En tal caso, una pregunta interesante es en qué medida la
delimitación de circuitos educativos cada vez más segmentados y endogámicos impactará, en
el futuro, en el acceso a los puestos más destacados del sector privado y público. Otra
posibilidad es analizar retrospectivamente la formación de las elites: tal vez, en la Argentina
de hoy, no son necesariamente los claustros educativos los que proveen la formación y las
pruebas determinantes para el acceso o la perpetuación de una persona en posiciones de elite:
¿cuáles son los “exámenes” que debe atravesar con éxito un hijo de la elite para reproducirse
en ella o un “plebeyo” para abrirse allí un lugar?; ¿quiénes contribuyeron y cómo a la
formación de aquellos que pasaron exitosamente estas pruebas?

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La privatización de la matrícula en las clases altas y la experiencia escolar fragmentada
La teoría bourdiesiana supone un alto nivel de integración dentro de las elites, sobre
todo en lo que respecta a los procedimientos y los principios jerárquicos que las estructuran.
El sistema educativo francés es a la vez causa y consecuencia de este singular nivel de
integración. Es habitual aún hoy que las familias asignen a los logros educativos de sus hijos
una atención absolutamente preponderante en sus estrategias y que se sometan, sin
objeciones, a las reglas fijadas por los establecimientos de elite. Del mismo modo, es
frecuente que los profesionales franceses, incluso en la madurez de sus carreras, se clasifiquen
y clasifiquen a sus pares en función de los diplomas que poseen y de los concursos que
superaron con éxito. Estas condiciones son difícilmente extrapolables. Para Howard Becker
(2006), la noción de campo supone cierto monopolio de reglas y prácticas, característico de
espacios relativamente pequeños, estables y cerrados. Según este autor, “uno siempre puede
hacer otra cosa”, no se está necesariamente obligado a competir con otros, con reglas
estrictamente establecidas.
El Estado argentino nunca logró alcanzar el nivel de integración –en términos aquí de
cobertura y prestigio- del sistema educativo francés estudiado por Bourdieu. Si bien, como
demuestra Gessaghi (s/f), en algún momento, los establecimientos públicos lograron capturar
la preferencia de algunas familias de las clases altas, los colegios privados siempre fueron una
opción –sobre todo en el nivel secundario- y lo son aún más en la actualidad –en todos los
niveles-. Entre otras muchas razones por los conflictos que atraviesan los colegios públicos
universitarios, las instituciones privadas han reconquistado las preferencias de la clase alta. En
lo que respecta a la matrícula privada sobre el total, son los conglomerados más prósperos y
centrales los que detentan tasas más altas de privatización. Hacia fines de la década de 2000,
frente a un promedio nacional de 25%, el de la provincia de Buenos Aires es de 30,5% y el de
la Ciudad de Buenos Aires es de 48%. Dentro de la provincia de Buenos Aires, el nivel de
privatización es más alto en los municipios más ricos. Así, Vicente López (62%) y San Isidro
(58%) encabezan la lista con los porcentajes más altos de alumnos de EGB (Educación
General Básica: 1º al 9º año de escolarización) en establecimientos privados (Veleda, en
prensa). Más allá de esta concentración geográfica, la concentración socioeconómica de la
matrícula privada es innegable. En los hogares de la Ciudad de Buenos Aires pertenecientes al
10º decil, el 66% de los alumnos de escuela primaria y el 58% de los de nivel secundario
asistían a escuelas privadas (CIPPEC, 2007).
Como en la comercialización de otros servicios, la diversificación y segmentación del
mercado educativo no llevan a la integración y jerarquización de estos establecimientos en

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una misma escala, por todos reconocida y admirada. Si bien los colegios privados preceden
incluso a la formación del Estado argentino, siguiendo las demandas de las familias-clientes,
se han multiplicado y diferenciado. Como han permitido puntualizar Tiramonti y Zeigler
(2008), existen hoy distintos tipos de establecimientos destinados a las elites. El
desplazamiento de las familias adineradas a los countries y barrios cerrados también se ha ido
acompañando de la creación de filiales o de nuevos establecimientos, próximos o integrados a
estos emprendimientos inmobiliarios (Del Cueto, 2007).
El acceso a instituciones de elite no supone necesariamente, como en el caso francés,
que las familias prioricen la formación intelectual ni que se sometan a las reglas estrictas de
un colectivo elitista. Los estudios realizados sobre la elección de la escuela en familias de
clase media y alta tienden a subrayar el inglés y ciertos símbolos de estatus (la red de
contactos, el concert, el uniforme) como criterios predominantes de elección de los
establecimientos (Veleda, en prensa). Del mismo modo, los estudiantes no se estratifican
necesariamente según los niveles de exigencia de sus escuelas. En el caso de los colegios
privados de clase media alta y alta, los estudiantes suelen señalar que se sienten “cómodos”,
que “los comprenden”, “que les cabe la onda del colegio”. Una temática recurrente entre ellos
es que viven en una “burbuja”, en términos de acumulación de ventajas, pero también de
aislamiento (Kessler, 2002). Por su parte, los directivos y docentes de estos colegios observan
un claro desajuste entre el “poder adquisitivo” y el “nivel cultural” de las familias, que tiende
a expresarse en el alarde, la prepotencia y la liberalidad de las costumbres. El directivo de un
colegio francés constataba sorprendido que los padres desconocen completamente la
autoridad de la escuela y que les dan casi siempre la razón a los niños (entrevista con la
autora, 27/11/09). Docentes extranjeros de otro colegio se consideraban “mucamas de lujo”
por el trato imperativo y poco respetuoso de la mayoría de sus alumnos (entrevista con la
autora, 11/3/10; también en Kessler, 2002).
Si existe algún clivaje de jerarquización y oposición planteado dentro de la elite es el
que identifican Kessler (2002) y Méndez (2010) entre los alumnos y graduados de los
colegios públicos universitarios. Mientras los alumnos de las instituciones privadas no
necesariamente registran a estos pares, los estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires o
del Pellegrini dan cuenta de un fuerte sentido de pertenencia y se refieren con desdén a las
instituciones privadas. Es probable que, en estos claustros públicos, algunas de las hipótesis
de Bourdieu conserven cierta vigencia. Ahora bien, no es posible analizar su lugar en la
formación de las elites sin subrayar que se trata de espacios marginales y en repliegue,

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vestigios de un pasado en el cual la evaluación y apreciación de la calidad educativa eran aún
criterios determinantes en la elección y la formación de las elites.
Bastan dos ejemplos para ilustrar la diversa trama normativa de los dos sistemas.
Mientras los franceses acuñaron la frase “bête à examen” (bestias de examen) para designar a
aquellos jóvenes que, acostumbrados a atravesar innumerables pruebas, desarrollan destrezas
particulares en el uso del tiempo, el control de la ansiedad, la organización de las ideas, en la
Argentina, varias escuelas de elite se dan por misión “contener” a los alumnos, haciendo de
los exámenes y concursos situaciones “traumáticas”. Paralelamente, mientras los franceses
denuncian con recurrencia la existencia de “pistons”, una fórmula coloquial que designa las
“cuñas”, los contactos privilegiados que facilitan el acceso a ciertos puestos y desvirtúan la
neutralidad de los concursos, es evidente que, en nuestro país, esta sospecha no tiene ningún
sentido. Cuando no hay mecanismos impersonales de formación y selección, los conocidos
son la principal vía de acceso a ciertas posiciones y privilegios. En entrevistas y
observaciones informales con familias, alumnos y profesores es notable corroborar cómo se
manifiesta cada vez más explícitamente que, en vista de la reproducción o el acceso a
posiciones de elite, la función primordial del colegio “es hacerse buenos amigos”.
Naturalización, legitimación y legitimidad de las elites
La crítica bourdieusiana a los mecanismos de legitimación de las elites sociales también
es hija de su sociedad y de su tiempo. En el apogeo del Estado providencia, pero también al
calor de los movimientos políticos de diversa índole que durante los años sesenta y setenta
denunciaron los privilegios y las prerrogativas de las elites, era lógico asumir que las
desigualdades sociales requerían un discurso de legitimación. Frente a las diferencias
existentes, un conjunto de factores, ciertamente extraordinarios como lo había anunciado
lúcidamente Weber (1992:245), facilitaron las conductas de clase y su relativa eficacia.
Algunas de estas condiciones eran la co-presencia de miembros de diversas clases en espacios
comunes, la relativa visibilidad de las diferencias, el carácter masivo, homogéneo y
activamente movilizado de los perjudicados, la delimitación de denuncias y objetivos claros,
un espacio público sensible a la situación de las mayorías, la presencia de un agente
prioritario y relativamente eficaz de intervención (el Estado). Bajo estas condiciones, para
poder reproducir sus beneficios, las elites sociales (en este caso, las francesas) estaban
obligadas a explicarlos y tornarlos relativamente aceptables.
En la Argentina reciente, se desmontaron muchas de estas condiciones. Las
desigualdades sociales y educativas no se replegaron ya a un estado de relativa legitimación;
fueron naturalizadas por los grupos más y menos perjudicados. En la medida en que la

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asociación entre capacidad adquisitiva y capacidad de acceso a mejores servicios es aceptada
como la única posible por gran parte de los argentinos, no hace falta dar explicaciones
incómodas; nadie las reclama. Es probable que muchos padres de la elite no consideren justo
que el dinero abra y cierre tantas puertas, establezca principios de exclusión tan
infranqueables. En todo caso, no les es necesario justificar estos beneficios para poder
reproducirlos. La fragmentación actual de la sociedad argentina ha disminuido el contacto
entre miembros de sectores sociales distintos. Al mismo tiempo, la heterogeneidad de los
perjudicados hace más difícil el establecimiento de críticas y reclamos aglutinadores, al
tiempo que el Estado ha visto erosionada, por arriba y por debajo, su capacidad para
intervenir en pos de la equidad. Si bien algunas coyunturas críticas – el retorno a la
democracia, la escalada del desempleo, la crisis del año 2001, el enfrentamiento en torno a las
retenciones agropecuarias- ofrecieron una oportunidad para tematizar las desigualdades
sociales, lo que ha predominado es cierta naturalización de las diferencias.
Contrariamente a los discursos que sobreestiman el lugar del consenso en la
estructuración del orden social, la reproducción de las desigualdades sociales y educativas no
requiere la convicción de las mayorías sobre las virtudes del mercado o la justicia de este
modo de organización. Alcanza con que las personas actúen como si estuvieran convencidas.
Crean o no en las ventajas del Estado subsidiario en materia educativa, un número creciente
de hogares le otorgan su apoyo “práctico”. No importa si las desigualdades son aceptables
(como supondría la idea de legitimidad), son la única realidad posible e imaginable (como
instituye la idea de naturalización).
Pero existe otra distinción que ha partido aguas entre los bourdieusianos a partir de los
años noventa y que reviste particular interés para nuestro propósito. Se trata de aquella que
diferencia la noción de legitimación de la de legitimidad. Como plantea Boltanski (1990: 128)
en un texto liminar de ruptura con su maestro, la sociología de Bourdieu supone una
representación del mundo según la cual todos los comportamientos humanos, sean cuales
sean, pueden comprenderse como orientados a la satisfacción de intereses individuales, el más
general de ellos la búsqueda de poder. Por consecuencia, todas las relaciones entre los
hombres pueden ser reducidas a “pruebas de fuerza” entre dominantes y dominados. Esta
llave universal reduce todas las pretensiones a actuar en nombre del bien común, a meras
racionalizaciones de intereses escondidos. Además, reserva al analista, y sólo a él, la
capacidad para develar estas ilusiones y para tomar la palabra en nombre del interés general.
Desde la perspectiva de Bourdieu, las disputas en torno de la justicia, de la legitimidad de un

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beneficio, no merecen para la sociología ninguna atención: son meras legitimaciones de una
violencia originaria.
Por el contrario, Boltanski y Thévenot (1989) se interesan en los distintos argumentos
que se formulan en pos de alcanzar un acuerdo “justo” o, dicho de otro modo, un principio
legítimo de orden. Para ser creíbles estas argumentaciones suponen un conjunto de
condiciones: una humanidad común (en la que los sujetos se reconozcan como iguales),
principios normativos generalizables (susceptibles de enunciarse como una ley a la cual han
de someterse todos ellos); pruebas coherentes con esos principios. Lo interesante es que sobre
la base de distintas filosofías políticas, los autores definen siete principios de justificación,
cada uno de ellos con apoyaturas normativas, pruebas y formas de jerarquización distintas y
en competencia con las otras.
Detengámonos un momento en dos de estos principios, centrales para el tema de
análisis. La “ciudad mercantil”, inspirada en Adam Smith, supone la existencia de individuos
libres, susceptibles de someterse a una misma competencia. Los exámenes son aquí
mecanismos legítimos de clasificación y los más grandes serán quienes atraviesen más
satisfactoriamente estas pruebas. La “ciudad cívica”, inspirada en Jacques Rousseau, supone
la preeminencia de los colectivos y el principio normativo privilegiado es aquel que refiere a
la expansión y profundización de los derechos y el bienestar de las mayorías. La renuncia de
los intereses individuales y la entrega a las grandes causas se erigen aquí como la prueba del
propio valor, y los más grandes serán quienes contribuyan a la solidaridad, la integración, los
beneficios colectivos. Es evidente que estas dos “ciudades” definen principios de justicia
antagónicos; lo es también que gran parte de la política pública occidental ha intentado
dosificarlos en pos de alcanzar regulaciones satisfactorias.10 Lo interesante de esta
reformulación es que, aun con muchos recaudos, reconoce la posibilidad de “pruebas
legítimas”, asentadas sobre un principio normativo previamente acordado con el fin de soldar
un acuerdo.
Dado el relativo desinterés en el carácter transformador de algunas acciones humanas y
entre ellas de las acciones políticas, no es casual que las propuestas de ajuste derivadas de los
análisis de Bourdieu fueran infinitamente menos populares que sus críticas. Para muchos, la

10 En una competencia de matemáticas, los alumnos se someten a una misma prueba (con reglas precisas y conocidas
por todos) y aquel que resuelve mejor y más rápidamente una ecuación es “legítimamente” el ganador. En una
distribución del presupuesto, donde está establecido que los ingresos se destinen a los municipios más necesitados, el
intendente que acredite esta falta, recibirán “legítimamente” un porcentaje mayor que el resto.

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denuncia de los sesgos del sistema educativo y la cultura de los concursos agotaba la cuestión.
¡Como si, desmontando la “falsa promesa” de la escuela pública y las “arbitrariedades” de
ciertos mecanismos impersonales de selección, se resolviera, al invisibilizarla, la problemática
de la formación y el reclutamiento de las elites! No sólo sigue y seguirá habiendo elites (una
de las afirmaciones más banales pero también más olvidadas de la teoría social
contemporánea), sino que seguirán existiendo mecanismos, no necesariamente incluyentes,
explícitos ni legítimos, para formarlas y seleccionarlas.
Conclusiones
Se han apuntado aquí algunas discusiones sobre las “clases altas en el papel” que nos
invitan a precisar y eventualmente reformular, para el caso argentino, los criterios que
empleamos para delimitarlas, la supuesta confluencia de capitales y su relación con el sistema
educativo. Ahora bien, si la cartografía propuesta por Bourdieu necesita ser reconsiderada, lo
mismo parece ocurrir con los interrogantes que este autor se ha planteado. Las aspiraciones
descriptivas, por suerte, nunca son inocentes: reposan o presuponen grandes preguntas de
investigación y, en este caso, miradas críticas sobre la sociedad.
Siguiendo el interesante interrogante planteado por Ollin Wright (2005), “si la clase
(alta) es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?”, la preocupación por la formación de las elites
parece remitir a tres grandes cuestiones: la distribución diferencial de los recursos, la
conformación de las identidades colectivas y la determinación de oportunidades de vida
divergentes. Para Bourdieu y gran parte de la sociología francesa contemporánea, estudiar la
formación de las elites se justifica porque anuda la respuesta a estos interrogantes. Interesarse
en la formación de las elites suponía conocer las formas de reclutamiento selectivo, de
cohesión y de legitimación de las minorías privilegiadas. Hemos intentado argumentar que
estas cuestiones no encuentran las mismas respuestas en la Argentina actual. Por un lado, el
reclutamiento educativo se ha ido volviendo más excluyente pero no por el “racismo de la
inteligencia” sino por “el racismo del dinero”. Por otro lado, no está demostrado que esta
selectividad intelectual o monetaria que podemos identificar en las comunidades de algunos
establecimientos educativos constituyan canales privilegiados de acceso y reproducción de las
elites políticas y económicas argentinas. Asimismo, el reino del mercado está lejos de
garantizar la cohesión de “los elegidos”. Lo que está claro, por último, es que los exonera de
justificar sus privilegios.
En este marco y subrayados los riesgos de extrapolar irreflexivamente la teoría de
Bourdieu al estudio de las elites argentinas contemporáneas, una de sus alertas retiene
singular vigencia: “…tanto entre los estudiantes como entre los profesores, la primera

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tentación podría ser la de usar la invocación de la desventaja social como coartada o excusa,
es decir como razón suficiente para abdicar de las exigencias formales del sistema de
enseñanza. Otra forma de la misma abdicación (…), la ilusión populista podría conducir a
reivindicar la promoción de culturas paralelas generadas por las clases más desfavorecidas al
orden de la cultura enseñada. No alcanza con constatar que la cultura educacional es una
cultura de clase, pero actuar como si no lo fuera es hacer todo para que quede así” (Bourdieu
y Passeron, 2003: 109-110).
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