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ANALES DE LITERATURA CHILENA

Año 2, Diciembre 2001, Número 2, 221-233

VIOLENCIA Y EROTISMO EN “AGUAS ABAJO” DE MARTA BRUNET

Rubí Carreño Bolívar


P. Universidad Católica de Chile

Este artículo explora las relaciones entre sexualidad y violencia presentes en


“Aguas Abajo” de Marta Brunet, cuento publicado originalmente en 1943 en un
libro del mismo nombre. En “El escándalo como modo de recepción”, la crítica
chilena Kemy Oyarzún define los textos que componen Aguas Abajo como “relatos
que parten in media res, en un “momento existencial”, instante en el que los supues-
tos y las certidumbres se resquebrajan ... Textos de acción liminar, ante todo desesta-
bilizadores” (p. 28).
Desde nuestra lectura, la crisis presente en los tres relatos de Aguas abajo:
“Piedra callada”, “Aguas abajo” y “Soledad de la sangre” se debe a la confusión
entre sexualidad y violencia en el seno familiar y social que determinará las cons-
trucciones de género. Ser hombre o mujer en esta narrativa implica ejercer y recibir
violencia bajo la apariencia de prácticas eróticas. Es así como en “Piedra callada” y
en “Aguas Abajo” el incesto eclipsa la descarnada lucha de poderes entre “el padre”
y “la madre” y en “Soledad de la sangre” el abuso sexual a la esposa desdibuja el
abuso económico de la que es víctima1.
El aporte de Brunet a la comprensión de la violencia doméstica desde su dis-
curso literario consiste, a nuestro juicio, en los siguientes aspectos: primero, desar-
ticula la retórica de la complementación entre los sexos para mostrar las relaciones
entre los géneros (y también intragenéricas) como relaciones en que el poder se en-
cuentra erotizado. “La reina del hogar” de los discursos hegemónicos es en su narra-
tiva “un trapo de piso” y “el señor de la casa” es denominado “bruto” 2.

1
Marta Brunet es una de las primeras escritoras chilenas que relevará el trabajo doméstico
femenino, incluso prologará un libro de recetas. Junto con valorarlo, también abordará el tema
de “trabajo femenino alienado”, elaborado, posteriormente, por Mercedes Valdivieso en La
Brecha (1961) y por José Donoso en El obsceno pájaro de la noche (1970).
2
Para las concepciones hegemónicas de los géneros femenino y masculino en la década de
los cuarenta en Chile v. Familia y la crisis de los géneros. En este artículo también hemos visto
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En segundo lugar, los textos muestran y deconstruyen a la vez las creencias


que estigmatizan a los hombres como sujetos irremisiblemente violentos y a las
mujeres como víctimas fatales. Esto lo logran a través de relevar algunas estrategias
femeninas para responder a la violencia y defenderse de ella (evasión, silencio, vio-
lencia física); los aspectos victimarios en lo entendido como femenino (control de la
sexualidad de niños y niñas y exclusión de los hombres de los papeles adultos) y al
revelar que hay circunstancias en que los hombres adquieren el cariz de las víctimas.
Por todo lo anterior, se podría afirmar que para Brunet, así como posteriormente
para José Donoso, las identidades de víctima y victimario son máscaras intercambia-
bles. Finalmente, en Aguas Abajo queda claro que los conflictos de naturaleza eróti-
ca son usados para hacer invisible la violencia generalizada 3.
El criollismo, referente literario con el cual las primeras crónicas periodísti-
cas vinculan a Brunet, serviría como una mascarada consciente para narrar de mane-
ra inequívoca las confusas transacciones eróticas y tanáticas en el seno de institucio-
nes culturales que debieran definirse por la protección a los diversos sujetos que las
componen: esto es familia y nación. Como en otros escritores chilenos, la casa de
fundo no solo habla de la familia, sino que de la cultura de la hacienda chilena en su
conjunto.
Una vez que hemos establecido este marco global para la lectura de “Aguas
abajo” procedemos a su análisis.

“AGUAS ABAJO”: LOS CUATRO LADOS DE UN TRIÁNGULO

La casa fue primero de quincha con revoque de barro. Pero, al correr del tiem-
po, el hombre empezó a subir las lajas del río y alrededor de las paredes ya
existentes hizo otras de piedra. Era como una casa metida dentro de una casa. O
mejor dicho como una habitación metida dentro de otra habitación, porque la
casa no era sino ese espacio doblemente murado... (Brunet 1943, pp. 82-83).

cómo el doble discurso en relación con los temas que se consideran privados también se vierte
en la producción de Marta Brunet periodista y Marta Brunet escritora. Brunet escinde su discurso
y su subjetividad de acuerdo con el lugar de enunciación a fin de poder decir lo que en el Chile
de 1940 no se decía, esto es, que las relaciones entre hombres y mujeres están cruzadas por el
poder.
3
Algo similar ocurrió durante la transición a la democracia. La discusión en torno a lo que
se denominó “la crisis moral”, llamó mucho más la atención que un posible debate sobre la
impunidad que pesaba (y pesa) en torno a los crímenes cometidos durante la dictadura o en
torno a la corrupción.
VIOLENCIA Y EROTISMO EN “AGUAS ABAJO” DE MARTA BRUNET 223

Quizás en una primera lectura el conflicto central de “Aguas Abajo” sea el


triángulo seudoamoroso producido entre “La Mujer”, “El Hombre”, y “La Mucha-
cha”. Sobre todo, porque la antigua historia de la mujer mayor desplazada de la
cama y de la cocina de “el Hombre” por una más joven tiene como ingredientes
adicionales el parentesco entre ambas mujeres.
Es así como desde el primer párrafo del relato se nos habla de este particular
triángulo: “La casa dentro de una casa” alude al incesto simbólico entre el padrastro
y la hijastra; las paredes de piedra y las de barro, el orden de la madre y el de la hija
construidos por “el Hombre” al poder escoger a una como “dueña de casa” y a la otra
como “su mujer”; el “espacio doblemente murado”, dirá la casa completamente ais-
lada del resto de la comunidad y de sus leyes, a no ser por el intercambio comercial.
Nuestra lectura abordará el triángulo de poder y erotismo presente en el cuen-
to, pero lo confrontará con aquello que está a la sombra de estas pasiones: es decir,
el resto de la familia y la relación con la comunidad.
El relato está formado por cuatro escenas separadas entre sí por puntos
suspensivos. Cada una de estas secuencias describe un aspecto de la triangulación en
que dos personajes se coluden para incluir-excluir a un tercero. Los puntos suspen-
sivos, “lo que no se dice” en el texto, contendrán la información que hace progresar
el relato, mientras que “lo dicho”, es decir, los diálogos en que dos personajes hacen
presente/ausente al tercero, se reiterarán en su estructura en las cuatro escenas, pro-
duciéndose así la sensación temporal de que la misma historia se repetirá una y otra
vez, como los monótonos trabajos de la familia, el fluir de las aguas y las estaciones.
Ambos aspectos, “lo dicho” y “lo no dicho” van convirtiendo a quien lee en testigo
y partícipe del secreto de familia que oculta ese espacio “doblemente murado” 4.

4
La erotización de la violencia se narra en los tres relatos a través de una constante: el
silencio. De este modo, en “Piedra callada” solo pequeños indicios señalarán a Eufrasia como
la asesina de Bernabé; en “Aguas abajo” la cúpula entre la muchacha y su padrastro quedará
replegada, escondida, en unos puntos suspensivos y manifiesta en la nueva situación de poder
de la muchacha, y por último, en “Soledad de la Sangre” no se narrará la vuelta a casa de la
protagonista, quedando oculto a nuestros ojos la resolución a la violencia conyugal. Brunet da
una forma literaria a lo que denominamos “secreto de familia”. Esta obliteración de lo narrado
es, paradójicamente, el motor narrativo de los tres relatos. Decir no diciendo el “secreto de
familia” da cuenta del pachacuti, un cataclismo emocional y pasional, que se esconde tras las
representaciones hegemónicas de la familia chilena de principios de siglo.
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ESCENA UNO: “EN LA CASA LA EXISTENCIA SE GUIABA POR LAS


AGUAS”

La primera escena nos presenta a los personajes del relato en función de los
trabajos que realizan en el hogar. Estos trabajos están determinados por el flujo del
río, el curso de las estaciones y el lugar de poder que cada personaje ocupa en la
familia. El hombre cortará y venderá leña en verano, en el momento en que el cauce
del río le permite salir; la mujer tejerá mantas en el invierno, secundada por la vieja
y la muchacha; hasta que en la primavera, cuando el río aminora su flujo, se irá al
pueblo a comprar “las faltas”. Los dos trabajos que producen dinero serán realizados
por “el Hombre” y “la Mujer”, mientras que la abuela, la muchacha y los niños ten-
drán la función de asistir a “el Hombre” o a “la Mujer” según su sexo. La situación
de no ganar dinero va aparejada con el escaso poder de estos últimos personajes.
Las aguas aparecen en el relato con dos significados que según nuestra lectu-
ra se superponen: por un lado, el tiempo cíclico, el del trabajo, que se presenta radi-
calmente diferente al concepto heraclitiano del tiempo en tanto hay renovación de
los cuerpos, pero no de las subjetividades. Todo transcurre igual, año tras año, de
modo que las generaciones, en vez de evolucionar o cambiar, ocupan el mismo pa-
pel y lugar que las precedentes. El otro significado que adquiere el río tiene que ver
con las pasiones “desbordadas” y “naturales” que ocurren en la casa.
Usando el río y su fluir, en pocas páginas Brunet describirá los años y los días
de la familia. Llega la noche y todos ellos se acuestan a dormir en la casa sin paredes
y completamente aislada de los demás. “La Mujer” y “el Hombre” esperan a que el
resto de la familia, especialmente, la muchacha, Maclovia, quien en esta escena será
la tercera ex(in)cluida, se duerma.

El hombre y la mujer cambiaban rituales palabras, frases sueltas, oyendo como


las respiraciones iban haciéndose sonoras.
_¡No!
-¡Tan ormíos!...
-La Maclovia no...
-Toos.
-¿Y la vieja?
-¿Ella? No importa... (p. 90)

La distinción que hace la mujer entre la Maclovia y la vieja es significativa


para el devenir del cuento. No importa que la vieja escuche, ella interrumpirá el rezo
y sonreirá con sus dientes ralos ante el primer gemido (cfr. p. 90), mientras que para
la Maclovia, los sonidos de la cópula serán las señales que le da la madre sobre lo
que (no)debe desear:
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Pero a veces un gemido más agudo inquietaba el sueño de la muchacha, la


ponía al borde del desvelo, cuando no la despertaba de golpe, anhelante,
sabedora de lo que pasaba allí, viéndolo sin verlo, trasudando angustia, con
los pechos repentinamente doloridos y los muslos temblorosos, uno contra
otro, apretados (pp. 90-91).

La escena culmina con la muchacha que se ha vuelto a dormir y la necesidad


de rehacer la huella para ir al pueblo. De alguna forma, la salida al exterior ordena
temporalmente las pasiones de la casa.
Al observar la escena nos parece importante detenernos en el disciplinamiento
laboral de la familia, confrontado a la caotización de las pasiones que por la casa
circulan. Desde la lectura criollista, el cuento se leería como una crítica a las condicio-
nes de extrema pobreza y de hacinamiento que llevan a una familia a vivir en una ca-
sa sin paredes ni límites de ningún tipo, las familias pertenecientes a otras clases so-
ciales quedan ocultas. Para nosotros, existiría un vínculo entre las condiciones mate-
riales de la familia y las sexualidades que allí se practican; sin embargo, este vínculo
no se relacionaría, como veremos más adelante, exclusivamente con la pobreza.

ESCENA DOS: “MI TAITA NO, SU MARÍO”


-¿Onde está tu taita?- preguntó la mujer.
-Mi taita no; su marío. Tá allá, en el bajo– indicó la muchacha con un gesto.
-¿Nunca vai a entender a icirle taita?
- Nunca, mi taita murió
....
-¿Querís irlo a buscar? ...Vai a irlo a buscar ... Mal mandá ... No es ningún perro
sarnoso pa´ que no le podai hablar siquiera (pp. 92-93).

La pugna por el nombre y papel que se dará al hombre, en este diálogo entre
la madre y la hija, nos revela dos aspectos importantes para la compresión del cuen-
to; el primero se refiere a que la construcción de género masculina que estará signada
por ser “el marío” o “el taita” de alguien, al menos desde la construcción que las
mujeres realizan entre ellas. El segundo aspecto es la feroz rivalidad entre las muje-
res. Siguiendo a Girard en “El deseo triangular” (1961), pensamos que el hombre es
una mera excusa para la confrontación entre la madre y la hija5.

5
Ante el incesto con el padre o, incluso, en la relación sexual con cualquier hombre, la
madre brinda una “protección” que linda con el abuso: “De regreso al molino, sin mayores
explicaciones, le dio una paliza a Esperanza. Con lo que entendió que tenía que buscar otro
apoyo si quería casarse con Bernabé” (“Piedra callada”, p. 71). El “amor materno” se expresa-
rá en el alejamiento de los hombres, definidos por ella como “brutos” y se confundirá en su
226 RUBÍ CARREÑO BOLÍVAR

En el cuento, la madre no es solo el modelo a quien servir e imitar en lo


doméstico y en lo “que hacen las mujeres”, sino también, en un aspecto más esen-
cial: como expresa Girard el “sujeto desea el objeto porque el propio rival lo desea”
(p. 24). A través del doble vínculo “desea/no desees lo mismo que yo”, la madre
manda a la hija a buscar al “el Hombre” y, simultáneamente, le exige que lo llame
“taita”. Exhibe su sexualidad ante ella, pero le niega la posibilidad de realizar la
propia toda vez que no hay otros hombres más que “el Hombre”. Ya sea porque al
ofrecer a la muchacha asegura que el hombre no se vaya, o porque la competencia es
la única forma de relación, o porque gobernar la sexualidad de los demás sea una
forma de control, lo cierto es que la madre le señala al hombre qué desear cuando en
los preámbulos del coito le nombra a Maclovia, la única vez que se llama con un
nombre propio a un personaje en todo el relato, y luego le señala el hombre a la
muchacha, al tener sexo frente a ella y al mandarla a buscarlo.
No resulta extraño que la confluencia de dos deseos sobre un mismo objeto
engendre la violencia, sin embargo, y tal como se deduce del texto de Girard, la
violencia es previa y la univocidad de deseos, una mera justificación para ella. Los
puntos suspensivos de esta segunda escena probablemente cuenten la relación com-
petitiva en muchos planos, no solo el sexual, entre la madre y la hija. Situación que
probablemente también ocurrió entre la mujer y su propia madre, lo que explica la
precaria situación de la anciana.
El encuentro en el río entre la muchacha y el hombre, una vez que esta va
finalmente a buscarlo, ilumina gran parte de lo que para Brunet es la sexualidad
masculina. Si como vimos anteriormente, “el hombre”, dicho así, totalitariamente,
es un victimario que solo puede reprimir su “naturaleza” agresiva en la cárcel, como
ocurre en “Dos hombres junto al muro” (Brunet 1963), su sexualidad también apare-
cerá como un impulso irrefrenable, que no respetará edades ni parentescos.
Así, en esta narrativa ser hombre implica ser impulsivo y agresivo en la sexua-
lidad al no respetar límites. Esta lectura de la masculinidad se entiende al notar que
ni ellos se responsabilizan de sus actos y, por otro lado, nadie los responsabiliza toda
vez que, aunque objeto del deseo, es también un excluido de la alianza competitiva
entre mujeres. La misma situación se reproduce con los niños, que acompañan al
padre en las labores y que, al decir de la abuela, solo se dedican a jugar.

expresión con la violencia. Es lícito preguntarse entonces, si la exclusión de los hombres expresa
más bien una feroz competencia con lo masculino que una autentica protección. La crianza de
las hijas de las madres brunetianas tenderá a la exacerbación de su sexualidad a través de
alentar un incesto con el padre como ocurre en “Aguas abajo” o a la represión de la sexualidad,
como sucede en “Piedra callada”. No obstante, como veremos, las hijas o mujeres jóvenes in-
tentarán utilizar para su liberación, precisamente, lo que les ha sido negado: el sexo.
VIOLENCIA Y EROTISMO EN “AGUAS ABAJO” DE MARTA BRUNET 227

Aunque marginado de los pactos femeninos, “el Hombre” tendrá el poder de


gozar sin mediaciones ni justificaciones. La sexualidad masculina se vinculará al
placer y al mundo de la infancia:

Pareció que le crecieran raíces. Se la quedo mirando, mirando. Como si las


raíces se adentraran por la tierra y llegaran hasta esa obscura región de las
corrientes subterráneas, napas frías y calientes, subiéndole por los pies, por las
piernas, por el torso, inundándole el pecho, contradictorias, llegándole hasta
los brazos, hasta las manos, subiendo por los brazos nuevamente, rebotando
toda esa marejada en el cerebro, golpeando allí, insistiendo allí con su fluir y
refluir. Como aguas calientes y frías. Y como si el sol hubiera hecho de pronto
florecer todos los retamos de la tierra norteña en que pasara su infancia y el olor
fuera una borrachera que hiciera vacilar la montaña (p. 97).

El río aparece en esta cita vinculado a la sexualidad, como una metáfora de la


pasión que se desborda y sobre la cual no hay voluntad, consideraciones ni control.
La sexualidad femenina no se vincula tanto con el placer como con los goces
que del poder emanan: el poder de la madre que tiene al hombre para sí y el de la hija
que a través de su erotismo desplaza a la madre. En este sentido, para ambas, él será,
por sobre todo, un falo por el cual luchar, por quien competir, el que las convierte en
“mamita”, no en el sentido reproductivo del término, sino como está usada esta pala-
bra en el texto, es decir, la que tiene el poder: “...yo te lo mando. Pa´ eso soy tu
mamita” (p. 99) 6.
En este sentido, el falo es simplemente un símbolo de poder construido por
las mujeres, está despojado de sus capacidades genésicas y nutricias que las mujeres
reservan para sí mismas: “el hombre” no es padre de nadie, es “muy trabajador”,
como comenta la abuela y puede escoger con quien acostarse, a eso queda reducido
su poder real.
El ser “mamita” deserotiza a las mujeres, no por temores incestuosos, sino
porque el acento está en la competencia, y el poder más que en el placer. Respecto a
la sexualidad femenina, únicamente escuchamos el quejido convulso y por lo tanto
doble, de la madre, y que produce un dolor ambiguo entre los muslos cuando la mu-
chacha lo oye. El placer de una hiere a la otra; la afirmación de la subjetividad de
una, a través de su deseo, choca con la de la otra, presa del mismo desear. De ahí

6
La segunda vez que se usa la palabra “mamita” es al final del relato. La mujer llama así a
la que durante todo el cuento es tratada de “vieja”. Con ello, se refuerza el desamparo y situación
de no poder que adquiere la mujer, y por otro lado, la colusión entre las tres generaciones que
las impulsa por ciega lealtad a repetir el mismo destino, la misma traición una y otra vez.
228 RUBÍ CARREÑO BOLÍVAR

que, como dice Girard, “la propia violencia es el signo más seguro del ser que siem-
pre le elude. A partir de entonces, la violencia y el deseo van mutuamente unidos”
(p. 155).

ESCENA TRES: “ES PIOR QUE MACHO”

Los puntos suspensivos de la escena tres ocultan la consumación de la rela-


ción entre “el Hombre” y la muchacha. Si en la escena uno la excluida era la mucha-
cha, en la dos, “el Hombre”, ahora empezará a ser relegada la mujer. Esto se obser-
va por la renovada confianza con que la muchacha enfrenta a la madre:

- Tai muy insolente vos– dijo la mujer vociferando


- Porque pueo– contestó la muchacha con iguales voces
- Vai a lavar la ropa
- No quero
- Vai a lavar la ropa
- No quero lavar la ropa. No quero entiende?. No quero lavarla. Lávela usté
- Vai a lavarla vos porque yo te lo mando. Pa eso soy tu mamita.
- No quero
- Lo que vai a conseguir es que te largue un güen palo
- Je! –rió la muchacha–. Haga la prueba no más... (p. 100)

Vemos que más que un genuino deseo por el padrastro, lo que prima es una
suerte de venganza contra la madre y ansias de escapar a la subordinación que ésta le
impone. No obstante, la revancha le da un poder ambiguo: ser la elegida de entre
todos los hermanos para ser la gozada por el padre significa la liberación de los
poderes paternos y maternos, pero también, un estigma, una mancha. Así, se consti-
tuye en victimaria y víctima, a la vez, del padre y de la madre. Como ha sucedido
históricamente, el pecado del sexo recae fundamentalmente en ella y libera a “el
Hombre” de cualquier responsabilidad.
En la medida en que el poder de “el Hombre” va, aparentemente, en aumento
en cuanto puede escoger entre las dos mujeres y separarlas, su papel de “taita” va
desapareciendo y queda solo el de “marío”:

- No es mi taita- protestó la muchacha desde lejos...


- Sí, ya sé que no es tu taita, es mi marío- dijo amargamente la mujer.
- Su marío... –y entrecerró los párpados, mirándola mientras que un gesto co-
mo el de la vieja mostraba en la boca los dientes de animalillo carnicero, fuertes
y crueles (p. 101).
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Las mujeres le otorgan el papel de “marío”, pero en su lucha que incluye al


hombre de manera absolutamente tangencial, se va aclarando que, casi sin darse
cuenta de su participación, va cambiando de “señora”. Él sigue su “impulso”, guiado
por la mujer, de acostarse con la muchacha, y esto implicará que ellas determinen
para él un nuevo papel, el de “marío” de la muchacha.
La escena homologa a la muchacha con la vieja, haciendo confluir nueva-
mente a las generaciones en un “destino” que se repite invariable. Mientras la boca
de la abuela se describió desdentada al inicio del cuento, cuando sonreía ante la
cópula de “la Mujer” y “el Hombre”, la de la muchacha aparece con dientes carnice-
ros, representando así, su poder sexual destructivo. No obstante, tarde o temprano,
como su abuela, y como pronto le ocurrirá a su madre, perderá los dientes y con ello
será relegada al último cobertizo.

ESCENA CUATRO: “LA DUEÑA DE CASA” Y “SU MUJER”

La cuarta escena convoca la revelación para toda la familia de lo que urdieron


la madre y la hija en la primera escena. Los puntos suspensivos ocultan que la madre
ya los encontró abrazados, la pareja es ahora entre “la Muchacha” y “el Hombre”
siendo la madre la tercera excluida. La obrita de teatro edípica tuvo un revés en su
resolución final y el sueño edipiano de toda ciudadana finalmente se consuma. Más
que el deseo por el padre, es el deseo de derrotar a la madre el que se realiza, deseo
fallido desde el comienzo, pues la muchacha ocupará ahora su lugar y, probable-
mente, su destino. Al cumplir el deseo de la madre la derrota y con ello, se pierde
también a sí misma.
Sin embargo, aunque la muchacha “ganó” la batalla, la guerra continúa de
manera aún más patética y con ello, Brunet ilumina un aspecto más de la construc-
ción de género femenina. Mientras la madre sigue luchando por mantener el poder
en la casa, nos va revelando el lado perverso de “la reina del hogar”, imagen que
determina la construcción femenina hegemónica para las mujeres chilenas de princi-
pios de siglo:

Pero cuando estuvieran comiendo, a lo mejor a él no le gustaba el pan hecho


por otras manos, tan regodeón como era, y la echaría de menos... Sino en el
abrazo carnal, en lo rutinario de la vida cotidiana. Puede que la muchacha ter-
minara por contentarse con ser tan solo “su mujer” y le fuera dejando lado a
ella para ser “la dueña de casa... (p. 109).

De este modo, lo femenino se construirá en relación directa con los papeles y


poderes que asigna “el Hombre”, será la “reina del hogar” solo en tanto “el rey de la
casa” la escoja como tal. Ahora bien, Brunet invierte esta situación victimizante al
mostrar que, en realidad, nadie espera realmente que “el Hombre” ejerza su deseo.
230 RUBÍ CARREÑO BOLÍVAR

La alianza sigue estando entre mujeres que se repartirán el papel de “dueña de ” o


“mujer de”.
Ser “su mujer”, implicará tener relaciones sexuales con “el Hombre” y ser “la
dueña de casa”, cocinarle y atenderlo. Ambos papeles son los únicos que confieren
cierto poder a las mujeres dentro de la casa. La abuela y luego “la Mujer”, cuando es
desplazada por “la Muchacha”, pierden la capacidad de intervenir en la familia, y
deben justificar su permanencia en la casa a través de trabajos percibidos como de
menor importancia en tanto no se vinculan directamente con “el Hombre”.
Así, vemos que la lucha triangular poco tiene que ver con el sexo u otros
aspectos placenteros de la vida. La sexualidad simplemente tapa las ganas de ser
quien manda en la familia. Así lo explicita claramente la madre: “No sólo le quitaba
el hombre. Le quitaba el hogar, la responsabilidad de la vida familiar, el derecho al
mando. Y era su hija....” (p. 104).

NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS...

Dijimos al comienzo que el río simbolizaba en el cuento el tiempo laboral de


la familia a la vez que las pasiones. Ambas expresiones humanas se presentan “natu-
ralizadas”: se trabaja según el curso de las aguas, “el hombre” escoge pareja sexual
como “si una napa subterránea” lo inundara y desde la lectura criollista que el espa-
cio y lenguaje avala, es “normal” que los que viven “aguas abajo” pierdan los lími-
tes de lo humano al no respetar los límites que la cultura impone.
Sin embargo, pensamos que en Brunet la “confluencia de aguas” tiene que
ver con lo que hemos llamado “el cuarto lado del triángulo” es decir, los demás, el
contexto en que esta familia ha aprendido a hacer sus lazos. Las relaciones familia-
res competitivas y fieras reproducen la forma en que “el afuera” interacciona. Este
está presente en el cuento únicamente a través del intercambio comercial, lo que no
deja de ser importante. La casa/el fundo/la nación, son espacios superpuestos en los
que la jerarquía y el poder son el único principio organizador. La familia, por cierto,
será funcional a este sistema, producirá los bienes, venderá y comprará, imitará el
deseo de otro y no vivirá el placer sino a través de la violencia. El criollismo, o más
precisamente el neocriollismo7, como referente literario privilegiado en Brunet, pone
en escena, no solo las relaciones intra e inter genéricas, sino también las existentes

7
Para ver la pequeña polémica entre criollismo y neocriollismo v. “La querella del criollismo.
Montaña adentro” de Alone (p. 29) y “Género y canon: la escritura de Marta Brunet” de Kemy
Oyarzún.
VIOLENCIA Y EROTISMO EN “AGUAS ABAJO” DE MARTA BRUNET 231

entre patrones e inquilinos. Según nuestra lectura, la pobreza de estos últimos no es


un mero telón de fondo para la “fatalidad” criollista.
La pobreza de estos personajes habla de una violencia mayor ejercida por las
otras clases sociales que interpretan, representan, ignoran o, simplemente, se benefi-
cian de ese sistema violento. En ese sentido, el criollismo de Brunet si se lee de
manera más o menos literal –lectura que su proyecto realista propicia– podría enten-
derse como una denuncia a las condiciones de vida de la gente que vive “montaña
adentro”, “aguas abajo”, pero también, como un referente literario a través del cual
se ejerce una fuerte estigmatización: los pobres representados cargarían el estereoti-
po de que “eso” solo le ocurre a “ellos”. Al desatender el marco violento más am-
plio, se los convierte en chivos expiatorios en los que se deposita la violencia, libe-
rando de ella a las otras clases sociales 8.
No obstante, pensamos que Brunet usa a los que viven “montaña adentro”
para referirse a la sociedad chilena en su conjunto. Así, en “Aguas Abajo”, los per-
sonajes serán llamados como “El Hombre” y “La Mujer”, otorgando el universalis-
mo que las clases altas y medias reclaman para su autorrepresentación9. Por otro
lado, la narración ocurrirá entre la montaña y las aguas, que quizás sea una de las
descripciones más literales de la geografía chilena.
Pensamos que el criollismo de Brunet es una máscara que, precisamente, le
permite “decir” un problema que afecta a la sociedad en su conjunto: el idiolecto, la
ambientación centrina de sus relatos, la semiamistosa jerarquía presente en las rela-
ciones entre patrones e inquilinos, “la fatalidad” como motivo que justifica las ini-
quidades, oculta bajo “el poncho del padre” (usando una expresión donosiana) la

8
Desde un proyecto vinculado a las vanguardias, María Luisa Bombal no visita la casa de
los inquilinos y se queda en la de los patrones. En su narrativa, descrita por las primeras
crónicas periodísticas como “vaporosa” o “lírica”, la violencia se dice a través de metonimias;
una patada en la chinela, la quema de unas fotos. A pesar de que con ello se reproduce el
estereotipo de que la violencia en las clases altas es más bien psicológica que física, Bombal
levanta una censura respecto a su clase y a los modos en que esta permanece invisible respecto
a ciertos temas.
Brunet narra desde un proyecto que se quiere mimético lo que Bombal apenas sugiere, esto
no solo se debe, creo yo, a lo diverso de sus proyectos literarios, sino también al lugar del
fundo a través del cual han escogido hablar.
Aunque históricamente se ha hecho rivalizar a Brunet y a Bombal, o se las ha puesto juntas
por motivos equivocados, la lectura dialógica de ambas autoras permite “oír” dos aspectos de
la voz de la madre en relación con la violencia, una dice lo que omite la otra.
9
Esta misma estrategia la usará Eltit en Los trabajadores de la muerte.
232 RUBÍ CARREÑO BOLÍVAR

crítica aguda que Brunet realiza a la cultura de la hacienda chilena. Bajo estos elemen-
tos criollistas, los golpes, incestos, asesinatos, la explotación inter géneros e interclases
que ocurren en la casa-fundo, son tolerados e incluso ignorados por la primera críti-
ca que la consagra.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Alone (Díaz Arrieta). “La querella del criollismo: Montaña adentro”. Zig- Zag
2572 (10 de julio 1954), p. 29.
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RESUMEN / ABSTRACT

El artículo explora las significaciones del erotismo amalgamado a la violencia en “Aguas abajo” de
Marta Brunet. En este cuento, el triángulo “amoroso” entre la madre, la muchacha y el hombre releva
la rivalidad extrema entre madre e hija y la exclusión de lo masculino de los papeles adultos. La
sexualidad femenina aparece como una forma de obtener poder al interior de la familia y la masculina
como un estado “natural” de la cual “el hombre” no es responsable. Las relaciones endogámicas y
encerradas de los inquilinos del “fundo chileno” expresarían una situación social más amplia que
podría sortear las censuras a través del diálogo con el criollismo.
VIOLENCIA Y EROTISMO EN “AGUAS ABAJO” DE MARTA BRUNET 233

VIOLENCE AND EROTISM IN “AGUAS ABAJO” OF MARTA BRUNET

This article explores the meanings of the erotic conjoined with the violent in Marta Brunet’s short
story “Aguas abajo”. In this text, the “love triangle” made up by the figure of “the mother,” “the
young girl” and “the man” represents more than what the trivial or classical conflict would lead us to
expect. The story portrays an underlying yet central rivalry between the mother and the daughter
which excludes the masculine element from the interplay of significant adult roles. Within the family
dynamics, female sexuality is a way of obtaining power, while male sexuality is assumed as a “natural
drive” of which the man is not responsible. In this story, the endogamic and claustrophobic relationships
within the Chilean “fundo” (country estate) express a broader social situation which can overcome
the limitations placed upon human relationships only through an interpersonal dialogue that
incorporates regional elements in the self-expression of the characters.

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