Vous êtes sur la page 1sur 4

Beato Francisco de Paula Castelló Aleu

(1914-1936)
Francisco de Paula Castelló i Aleu nació, circunstancialmente, en
Alicante, el 19 de abril de 1914. Tenía sólo dos meses cuando murió
el padre que, procedente de Lérida, vivía entonces en tierras
alicantinas. Su madre, maestra, cristiana ejemplar y excelente
educadora, se hizo cargo de la familia. Ella le impartió la enseñanza
primaria en los diversos pueblos de su carrera de maestra nacional, y
le preparó para su primera comunión, que recibió en Juneda, donde
entonces ejercía Teresa Aleu. Su vida se desarrolló casi toda en
Lérida, y en Barcelona, donde Francisco realizó sus estudios
superiores. A los 12 años comenzó el bachillerato como alumno
interno en el colegio de los Maristas de Lérida. Y en el Instituto
Químico de Sarriá, dirigido por los padres de la Compañía de Jesús,
obtuvo su licenciatura en Ciencias químicas, iniciada en 1930. No
había cumplido los 15 años cuando, inesperadamente, murió Teresa
Aleu. Entonces Francisco propuso a sus hermanas consagrarse los
tres a la Virgen María, y así lo hicieron. Esta vinculación filial con la
Madre de Dios, amorosamente inculcada por Teresa, fue una
constante en toda la vida de Francisco. Y también debió a la
cristianísima Teresa, tan buena maestra como forjadora de almas, la
recia formación que siempre caracterizó al futuro confesor, apóstol y
mártir. Mientras vivió su madre pudo costearle los estudios
secundarios. Al morir Teresa, su tía paterna, María Castelló, le
sufragó los estudios superiores. Ella había de ser la segunda madre
en la tierra de los tres huérfanos, María, Teresa y Francisco de Paula.

Contribuyó a perfeccionar su formación su asidua asistencia y


participación activa en los actos de la Congregación Mariana de
Lérida y de Barcelona, de la Acción Católica, y en los de la Federacíó
de Joves Cristians -los 'fejocistes"-, que acabó siendo su asociación
predilecta. Pero quizá la impronta definitiva se la marcó el joven
jesuita padre Galán, que desde Asturias había ido a Sarriá a sentarse
en los bancos de las mismas aulas que Castelló frecuentaba. El padre
Galán, cuando la Compañía de Jesús fue disuelta y despojada de sus
bienes por el sectarismo de la Segunda República, dio una tanda de
Ejercicios Espirituales en una pensión barcelonesa a varios de sus
condiscípulos. Sobre ellos Francisco había escrito a sus hermanas:
"No he perdido ni una idea, ni una sola palabra. Han sido días de
una gran alegría espiritual.

Francisco de P. Castelló no fue un miembro de número de las varias


asociaciones a las que perteneció. En todas fue socio activo, y muy
activo. Cuando cursaba su licenciatura en Química, las tardes de los
domingos y festivos las dedicaba a dar clase de catecismo a los niños
del Patronato Obrero de la Sagrada Familia de Barcelona, dirigido
por los padres jesuitas, y a dar lecciones prácticas muy útiles a los
trabajadores en una sección de perseverantes que le había sido
encomendada. Cuando, todavía muy joven, consiguió un puesto de
químico en la fábrica de abonos leridana popularmente llamada la
Cros, daba también clases gratuitas de matemáticas, física y química
a los obreros que querían perfeccionarse profesionalmente. Y por la
noche enseñaba nociones básicas de ciencias y de religión a los niños
del Canyeret, barrio pobre de Lérida en cuya escuela estatal no se
impartía instrucción religiosa, porque lo impedía la Constitución
republicana.

A pesar del ambiente hostil que las aciagas elecciones de febrero de


1936 habían provocado en toda España, el Día de la Buena Prensa
que entonces se celebraba por san Pedro, Francisco anduvo por las
calles de Lérida repartiendo revistas y diarios católicos a los
transeúntes. Y cuando hubo de incorporarse a filas como simple
soldado, se desvivió reclutando ejercitantes para una tanda de
Ejercicios programada en la Casa de Cristo Rey.

A Francisco le tocó realizar el servicio militar en Lérida, como


soldado de complemento, en una época bien turbulenta. Comía en
casa de su tía María, pero debía hacer todos los servicios como los
demás reclutas. Ingresó en el cuartel -que por entonces era todavía
la imponente mole pétrea de la vieja Seo convertida en castillo- el 1
de julio de 1936, y hasta el día 17 del mismo mes le tocó realizar
múltiples lecciones de instrucción teórica y práctica. En una de
teórica sucedió que el oficial instructor se permitió ciertas pullas
contra la religión. Castelló se alzó de su asiento y atajó serenamente
al provocador sectario: -Ruego al señor oficial que se atenga a su
cometido y no zahiera los sentimientos de los creyentes... Se lo pido
en virtud de las mismas leyes de la República. Era la primera
confesión de su fe. Las otras no serían sino la consecuencia o
corolario de ésta.

El 18 de julio, en vista de los graves acontecimientos que se


rumoreaban, Castelló recibió orden de acuartelamiento. Los jefes de
la guarnición leridana se inclinaban a favor del Alzamiento militar.
Esta mayoría, apoyada por grupos no grandes de paisanos de los
mismos sentimientos patrióticos, se hizo dueña durante un día y
medio de la situación en Lérida. Habían de ser horas decisivas para
el futuro de Francisco Castelló. El coronel en jefe de la plaza formó
con los soldados más fiables varias escuadras y los envió a custodiar
los edificios clave para el dominio de la ciudad. A la escuadra de
Castelló se la vio aquella mañana del histórico día hacer guardia ante
la prisión provincial y luego ante Radio Lérida. Tenían órdenes
severísimas de no permitir el acceso a las máquinas de la Radio a
nadie que no exhibiera el permiso escrito y firmado por el coronel.
Un jefe militar intentó penetrar en el edificio de la Radio y le fue
denegado el paso. Luego, fue este mismo jefe, una vez fracasado en
Lérida el Alzamiento militar, quien personalmente detuvo uno a uno
a los seis componentes de la escuadra de la Radio, y de uno en uno
los condujo a un infecto cuchitril improvisado en un ángulo del
incomparable claustro gótico de la catedral-fortaleza y cuartel.

Allí sufrió Castelló lo indecible. Recibió cierto día la visita de un


jerifalte revolucionario que algo podía en aquella situación. Traía
una encomienda del cuñado de Francisco, recientemente casado con
su hermana María, para interceder por él. Subió, en efecto, hasta el
claustro ojival y consiguió de los guardianes que el químico de la
Cros, ahora cautivo, saliera a pasear con él por aquellos aireados
pasillos en cuadro. Pronto le insinuó que, para salvar la vida, apelara
a la apostasía o al disimulo de su fe católica. A lo que el recluso
contestó: -Si me proponen la alternativa de apostasía o muerte,
optaré por ésta. Era la segunda confesión, esta vez en la intimidad
de una breve conversación confidencial... Confesión silenciosa, pero
decisiva para Castelló.

A mediados de septiembre Francisco fue trasladado a la prisión


provincial, la misma de la que él y sus compañeros habían sido
guardianes en la mañana del 18 de julio. El día 29 él y sus cinco
compañeros de escuadra fueron conducidos a la Paería
-Ayuntamiento- para, en el regio salón de sesiones convertido en la
sede del Tribunal Popular, ser interrogados y sentenciados.
Francisco iba sereno, sabía lo que le esperaba. Pocos días antes
había sufrido un interrogatorio astuto e insidioso. Con facilidad se
desenredó de las marañas acusatorias con que querían atraparle, por
lo cual el fiscal hubo de recurrir a la verdadera causa de su detención
y así dijo: ¡Bueno! ¡Terminemos de una vez!... ¿Eres católico? -¡Sí,
católico soy!, contestó serenamente. Sin más, el fiscal pidió para él
pena de muerte. Más generoso, más político, el presidente invitó a
Francisco a seguir defendiéndose. Mas el reo replicó sin vacilar:
-Para qué? Si ser católico es delito digno de pena capital, renuncio a
mi defensa. Por mi fe daría gustoso cien vidas que tuviera. Era la
tercera confesión. Ni más rotunda ni más gallarda podría haber sido.
Cuantos la oyeron se quedaron atónitos.
También los otros cinco compañeros de escuadra fueron condenados
a la misma pena. Sólo a última hora le fue conmutada a uno por la de
cadena perpetua, y fue éste quien luego testificó sobre la actitud que
Francisco observó durante la permanencia de cuatro horas en el
subterráneo del palacio de la Paería, húmedo por las filtraciones del
próximo Segre, donde por un resto de pudor de los verdugos fueron
retenidas las víctimas hasta bien entrada la noche, cuyas sombras
habrían de encubrir su traslado al cementerio y el trágico final: el
fusilamiento. Contaba con 22 años.

Mientras los otros compañeros estaban en actitud pasiva,


anonadados y aturdidos por la sentencia fatal, Francisco sacó
tranquilamente papel y lápiz y, a la luz de una bombilla mortecina,
sentado sobre un banco de cemento ennegrecido por la humedad,
escribió sus tres cartas transidas de fe, esperanza y caridad. Era su
última confesión... Aquellas cartas admirables fueron entregadas por
sus retenedores a la novia de Francisco, María Pelegrí, que al día
siguiente fue a la Paería a recoger los posibles recuerdos que su
novio hubiera dejado a sus familiares -el reloj, la estilográfica,
alguna medalla-, sin sospechar de otros recuerdos mucho más
valiosos. Copiadas luego afanosamente por los admiradores del
mártir, fueron pronto publicadas íntegras -en 1938- en Toulouse y
luego parcialmente en el libro del obispo Antonio Montero, "Historia
de la persecución religiosa en España".

El 11 de Marzo de 2001, S.S. Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro,


declara Beato a Francisco Castelló Aleu, elevándolo a los altares.

Vous aimerez peut-être aussi