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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MORELOS

PROFESOR: MANUEL REYNOSO DE LA PAZ


MATERIA: SIGLO XX
TRABAJO: CARTA A BATAILLE (SOBRE SUS REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE)
ALUMNO: VLADIMIR DELGADO CAMPOS

En esta carta quisiera plantear algunas reflexiones que me surgen a partir de los
pensamientos filosóficos que plantea Bataille sobre la muerte. Iniciaré reconociendo los
planteamientos mismos de nuestro autor y junto a él intentaré plantear mis inquietudes.

Nuestro autor considera que la muerte no puede enseñarnos cosa alguna pues, si algo
pudiéramos aprender acerca de la muerte sería a condición de permanecer vivos pues
sólo en vida es posible aprender. En este punto Bataille, ve en la vida y en la muerte dos
mundos heterogéneos, ve la imposibilidad de indagar en el mundo de la muerte; la
muerte entonces es un eterno misterio y lo que de ella de afirme no será sino una
especulación. Por ende la muerte nada enseña. En este punto nuestro autor afirma lo
siguiente:

Es verdad: reflexionamos acerca de la muerte de los otros. Trasladamos hasta


nosotros la impresión que nos causa la muerte de los otros. Nos imaginamos a
menudo en la situación de aquellos que vemos morir, pero justamente sólo podemos
hacerlo a condición de vivir. La reflexión sobre la muerte es un tanto más
circunspectamente irrisoria cuanto que vivir es siempre dispersar la atención de uno,
y por mucho que nos afanemos, la muerte está entonces en juego.1

Es por lo anterior que para nuestro autor no resulta importante el tema de la muerte, es
decir, no es importante morir, ni pensar la muerte, ni hablar, ni preocuparse de ella pues
de antemano, nada enseña esa negatividad sobre la cual nos empeñamos por entender.
Sin embargo, dice Bataille “Podemos intentar una especie de corrección, evidentemente
no absoluta, pero sigue siendo posible responder con alguna precisión a los detalles del
problema.”2

Dicho lo anterior considero que Bataille ha presentado el fenómeno de la muerte no sólo


como un fenómeno inaccesible (pues sólo lo vivo accede y lo muerto no accede de tal

1
forma que se escinde un muro impenetrable entre la vida y la muerte) sino como una
aporía lógica: una negatividad sobre la cual nos empeñamos por entender pero de la cual
no estaremos seguros de nada.

Nuestro autor propone esta reflexión desde el amok porque considera que el espíritu
humano está formado de tal manera que por él no puede pasar la tragedia sin dejar
enseñanza. Para Bataille la tragedia necesariamente implica algún tipo de enseñanza en el
espíritu humano, algún tipo de consecuencia. Por ello afirma:

El espíritu humano está hecho de tal manera que la tragedia no ocurre sin enseñanza,
sin consecuencias. Debe tener consecuencias. O si no, es como si no existiera.
Justamente se trata de saber si la tragedia no tiene efecto en un mundo no trágico, en
el que se actúa útilmente o estúpidamente. Si está a merced de las explicaciones
dadas en el nivel de ese mundo, o si tiene algo de soberano.3

En las líneas siguientes nuestro autor argumenta que lo que la tragedia enseña es el
silencio, es un parar el habla, y el silencio no podría ser silencio y no tendría sentido si no
detiene, al menos por un lapso de tiempo, al pensamiento. De tal forma que nada hay que
decir acerca de la muerte porque la muerte es tragedia y ante la tragedia hay un silencio
que detiene el pensamiento.

Esta muerte trágica, muerte soberana, muerte que borra todo discurso y todo
pensamiento, esta muerte que impone un silencio es la muerte llama poderosamente mi
atención. ¿Por qué ese silencio que se impone ante nosotros? ¿Por qué ese quiebre del
pensamiento que lo trágico de la muerte nos impone? ¿Por qué esa incapacidad del
habla? ¿Por qué la pérdida del lenguaje? Si el fenómeno de la muerte es una aporía y de la
muerte nada podremos saber, entonces debemos al menos aprender a escuchar ese
silencio.

Ese silencio es todo lo que queda cuando entre nuestros muertos y nosotros se alza un
muro impenetrable que nos impide saber o experimentar la muerte del otro, ese silencio
es todo lo que tenemos ante la imposibilidad de saber lo más mínimo sobre la muerte.
Ante la aporía de la muerte, tenemos sólo silencio trágico, o en palabras de Bataile,
2
tenemos quiebre del pensamiento, soberanía. Así, ante la muerte ya no hace falta el
pensamiento, ya no hace falta el lenguaje. En ese sentido afirma Bataille:

Lo soberano reside en el terreno del silencio, y si hablamos de él, nos aferramos al


silencio que lo constituye. Siempre es una comedia, un embuste. Podemos
ciertamente proceder al estudio, pero en las peores, en las más penosas condiciones.
En el plano del momento soberano, el lenguaje perturba todo lo que toca, lo altera, lo
corrompe, lo empaña con un procedimiento que sólo corresponde a las operaciones
vulgares, como lijar una tabla o labrar un campo. Ni siquiera es suficiente decir: no se
puede hablar del momento soberano sin alterarlo, sin alterarlo en tanto que
verdaderamente soberano., en el momento que buscamos algo, lo que sea, no
vivimos soberanamente.6

Pero ante el silencio y el quiebre del pensamiento no es lo más sensato entregarse al


terror y la angustia. Si ya no es posible conocer porque un muro impenetrable se alza
entre nosotros y nuestros muertos, si ya no es posible conocer porque lo trágico quiebra
nuestro pensamiento y nos hace callar, entonces hay que acercarnos a ese muro
impenetrable y escuchar ese silencio que nos envuelve; hay que pegar nuestro oído a ese
muro abrumador y, en silencio, tratar de escuchar cualquier sonido del otro lado de ese
muro.

Así, el silencio impuesto por lo trágico de la muerte no representará un fenómeno


abrumador sino un invaluable regalo, una condición de posibilidad para escuchar del otro
lado del muro. Si el silencio es absoluto, si nos pegamos bien a ese muro y si nuestra
atención es suficiente, sentiremos y escucharemos lo que sucede al otro lado del muro: a
lo lejos, un poderoso y grave latir, un corazón “muerto” que late con una fuerza mayor
que un corazón orgánicamente vivo.

Así sabremos, al menos, que nuestros muertos siguen, de algún modo, vivos. Los seres
humanos no morimos, somos inexorablemente eternos, no tenemos posibilidad de morir.
Ojalá muriéramos y con ello murieran nuestras bajezas; no, no morimos. Seguimos
construyendo mundos.

3
Así, la idea de estar del otro lado del muro tiene una función ética y ontológica: ya que no
morimos y nuestros actos siguen creando mundos cuando orgánicamente ya no estamos,
entonces debemos ser de forma radical, debemos estar entregados y comprometidos con
nuestros actos, y estos deben ser lo mejor posible.

Citas:

1 Bataille, Goerges, La oscuridad no miente, [Selección, traducción y epílogo de Ignacio Díaz de la


Serna], Taurus, Madrid, 2007, p. 97.

2 Ibidem, p. 98.

3 Idem.

4 Ibidem, p. 100.

5 Ibidem, p. 104.

6 Ibidem, p. 106.

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