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Roxx
Índice
Créditos 12
Índice 13
Sinopsis 14
1 15
2 16
3 17
4 18
5 19
6 20
7 21
8 22
9 23
10 Epilogo
11 Autora
Sinopsis
Felizmente casada con su novio de la secundaria, Poppy tenía una vida
bendecida con el esposo de sus sueños. Luego todo cambió. Ya no es una
esposa. Ya no es la envidia de sus amigas solteras. Ahora la gente la mira con
lastima mientras susurran una sola palabras a sus espaldas.
Viuda.
Años después de la trágica muerte de su esposo, años de dolor, pena y de
desear por una vida que nunca recuperará, Poppy decide terminar la lista de
cumpleaños de Jamie. Hará las cosas que él más deseaba hacer. Porque tal vez,
solo tal vez, si puede completar esa lista, puede comenzar a vivir de nuevo.
Poppy espera que completar la lista sea difícil. Espera que sea doloroso.
Pero lo que no espera es a Cole. ¿Podría el hombre que trajo las noticias de la
muerte de su esposo y rompió su corazón, ser el que le ayude a volver a
armarlo?
Prólogo
—¡Poppy! —Jamie salió corriendo de la oficina y entró en la cocina.
La sonrisa en su rostro hizo que mi corazón palpitara, como siempre lo
hacía, lo que significaba que había sido un lío de palpitaciones desde el día en
que lo conocí hace cinco años.
Nos topamos el uno con el otro el primer día de nuestro segundo año en
laUniversidad de Montana. Literalmente. Salía apresuradamente de una
conferencia de economía, con los brazos cargados de libros, cuadernos de notas
y un plan de estudios. Jamie había entrado corriendo, demasiado ocupado
mirando por encima del hombro, a una rubia pechugona, para verme en la
entrada del salón de clase.
Después que los dos nos recuperamos del choque, Jamie me ayudó a
levantarme del suelo. En el momento en que mi mano se deslizó en la suya, la
rubia pechugona había sido casi olvidada.
Ese fue el día en que conocí al hombre de mis sueños.
Mi esposo.
James Sawyer Maysen.
—¿Adivina qué?
—¿Qué? —Solté una risita cuando me levantó y me puso sobre la
encimera, colocándose entre mis piernas abiertas. La excitación irradió de su
cuerpo y no pude evitar sonreír ante la luz que brillaba en sus ojos.
—Acabo de agregar un par de cosas a mi lista de cumpleaños. —Sacudió
su puño en el aire—. Las mejores ideas hasta ahora.
—Oh. —Mi sonrisa vaciló—. Por favor dime que estas no son ilegales.
—No. Y te dije que la alarma de incendio podría no ser ilegal. Podría
necesitar activar legítimamente una alarma de incendio antes de cumplir
cuarenta y cinco años.
—Será mejor que sea así. No tengo ningún deseo de sacarte de la cárcel
solo porque estás decidido a tachar un ítem de tu loca lista.
La “lista de cumpleaños” de Jamie se había convertido en su última
obsesión. La había empezado hacía un par de semanas después que una serie
de comedia le dio la idea, y desde entonces, había estado soñando con estas
grandes ideas, aunque algunas eran más ridículas que grandiosas.
Esta lista era la versión de Jamie de una lista de deseos. Excepto que, en
lugar de una larga lista para llevar a cabo durante la jubilación, Jamie se había
asignado cosas que hacer antes de cada uno de sus cumpleaños. No quería
completar una lista desalentadora cuando prácticamente había vivido su vida.
En cambio, quería tachar las cosas de la lista todos los años antes de su
cumpleaños. Hasta ahora, había llenado casi todo hasta que cumpliera
cincuenta.
Teníamos nuestra propia lista en “pareja”: lugares a los que queríamos
viajar y cosas que queríamos hacer juntos. Esta lista de cumpleaños no era para
eso. Era solo para Jamie. Estaba llena de cosas que quería hacer, nada más para
él.
Y aunque puede que me haya quejado sobre algunos de los ítems más
arriesgados y más locos, lo apoyaba de todo corazón.
—Entonces, ¿qué has agregado hoy?
Sonrió.
—Mi mejor idea hasta el momento. Aquí va. —Levantó los brazos,
extendiéndolos de par en par y enmarcando una carpa invisible—. Antes de
cumplir treinta y cuatro años, quiero nadar en una piscina de gelatina verde.
—Está bien. —Sonreí, lejos de estar convencida que fuera su mejor idea,
pero era Jamie—. ¿Pero por qué gelatina? ¿Y por qué verde?
—¿No crees que sería genial? —Se movió entre mis piernas, sonriendo aún
más cuando dejó caer sus brazos—. Es una de esas cosas que todo niño quiere
hacer, pero ningún padre les permitirá que hagan. Piensa en lo divertido que
sería. Puedo agitarme y revolcarme dentro. Aplastarla con los dedos de las
manos y los pies. Y elegí verde…
—Porque es tu color favorito —terminé, sorprendida que incluso hubiera
hecho la pregunta en primer lugar.
—¿Qué piensas?
—¿Honestamente? Suena como un desastre. Además de eso, las manchas
de gelatina. Serás unalienígena ambulante durante una semana.
Se encogió de hombros.
—Estoy bien con eso. Mis estudiantes pensarán que es increíble, y te tengo
a ti para ayudarme a limpiarlo.
—Sí, así es.
Lo ayudaría a limpiar su piel de vuelta a su bronceado normal y a
deshacerse de un charco lleno de gelatina verde porque lo amaba. Algunos
elementos en la lista de Jamie me parecían extraños, pero si lo hacían feliz, haría
lo que pudiera para ayudarlo. Durante los siguientes veinticinco años, o por el
tiempo que él quisiera, estaría a su lado mientras él tachaba cosas.
—¿Qué más agregaste hoy?
Deslizó sus manos alrededor de mi cintura y se acercó un poco más.
—De hecho, agregué uno y lo taché al mismo tiempo. Es para mi vigésimo
quinto cumpleaños. Me escribí una carta para dentro de diez años.
—Eso es lindo. —Si tuviera una lista de cumpleaños, me robaría esa idea—
. ¿Puedo leer la carta?
—Claro. —Sonrió—. Tan pronto como cumpla treinta y cinco años.
Fruncí el ceño, pero Jamie lo borró con un suave beso.
—Tengo que ir a hacer algunos recados. ¿Necesitas algo mientras estoy
fuera?
Recados. Claaaro. Mañana era nuestro primer aniversario de bodas y
apostaría mucho dinero a que sus “recados” consistían en buscarme un regalo
de última hora. A diferencia de mí, que había comprado su regalo hace dos
meses y lo había guardado en la lavandería, Jamie siempre estaba de compras
en Nochebuena o el día antes de mi cumpleaños.
Pero en lugar de molestarlo por su tendencia a posponer las cosas, solo
asentí.
—Sí, por favor. ¿Te importaría pasar por mí a la tienda de licores? —
Organizábamos una barbacoa de primavera mañana para celebrar nuestro
aniversario y el único trago que teníamos en la casa era el tequila favorito de
Jamie.
—Nena, te lo dije. No necesitamos tener cócteles elegantes. Solo comprar
algunas cervezas en la tienda mañana y nos beberemos las cosas que tengo.
—Y, cariño, te lo dije. No a todos les gustan los chupitos de tequila.
—Claro que les gusta. Los chupitos de tequila son una bebida clásica de
las fiestas.
Puse los ojos en blanco y me reí.
—No vamos a tener una fiesta de fraternidad mañana. Somos adultos
ahora y podemos permitirnos algo de variedad. Por lo menos, podríamos
comprar algo de mezcla para margarita.
—Bien —refunfuñó—. ¿Tienes una lista?
Asentí, pero cuando traté de salir de encima de la encimera, me mantuvo
atrapada.
—¿Puedo preguntarte algo? —Sus cejas se juntaron mientras su sonrisa
desaparecía.
—Por supuesto.
—Hemos estado casados por casi un año. ¿Qué es lo que más te gusta de
estar casada conmigo?
Mis manos se acercaron a su rostro, apartando el cabello rubio de donde
había caído en sus ojos azules. Ni siquiera tuve que pensar en mi respuesta.
—Me encanta que pueda decir que soy tu esposa. Me llena de orgullo todo
el tiempo. Como cuando estamos en tu escuela y los padres vienen a decirme lo
mucho que sus hijos aman tu clase, estoy muy orgullosa de poder llamarte mío.
La tensión en su rostro desapareció.
No estaba segura de dónde había venido su pregunta, pero era una buena.
Especialmente hoy, la víspera de nuestro aniversario.
Jamie retrocedió, pero agarré el cuello de su camisa y lo jalé de vuelta a mi
espacio.
—Espera. Es tu turno. ¿Qué es lo que más te gusta de estar casado
conmigo?
Esbozó una sonrisa socarrona.
—Que tengas sexo conmigo todos los días.
—¡Jamie! —Golpeé su pecho mientras él se reía—. Ponte serio.
—Lo digo en serio. Ah, y me encanta que siempre te ocupes de cocinar y
de mi ropa. En serio, cariño. Gracias por eso.
—¿Me estás tomando el pelo?
Asintió y sonrió más ampliamente.
—Me encanta ser el que te ve crecer cada vez más hermosa.
Mi corazón se aceleró de nuevo.
—Te amo, Jamie Maysen.
—Yo también te amo, Poppy Maysen.
Se inclinó hacia delante y acarició sus labios con los míos, provocándome
por un breve momento con su lengua antes de dar un paso atrás y dejarme ir.
—Conseguiré tu lista en la tienda de licores —Salté de la encimera y saqué
la nota adhesiva que había hecho antes.
—Está bien. Vuelve pronto. —Jamie metió la lista en su bolsillo y me besó
el cabello antes de salir por la puerta.
Tres horas más tarde, Jamie aún no había regresado. Cada vez que
llamaba a su teléfono, sonó y sonó y sonó hasta que se activó su correo de voz.
Estaba haciendo todo lo posible para ignorar el nudo en el estómago.
Probablemente solo estaba de compras. En cualquier momento, estaría en casa y
podríamos salir a cenar. Conociendo a Jamie, acababa de perder la noción del
tiempo o se tropezó con un amigo y habían salido a tomar una cerveza.
Él está bien.
Una hora más tarde, todavía no estaba en casa.
—Jamie —le dije a su correo de voz—. ¿Dónde estás? Se está haciendo
tarde y pensé que íbamos a cenar. ¿Perdiste tu teléfono o algo así? Tienes que
volver a casa o llamarme. Me estoy preocupando.
Colgué y paseé por la cocina. Él está bien. Él está bien. Al cabo de una hora,
le había dejado otros cinco mensajes de voz y me había mordido todas las uñas.
Una hora después de eso, había dejado quince correos de voz y empecé a
llamar a los hospitales.
Estaba buscando el número del departamento de policía cuando sonó el
timbre. Lanzando mi teléfono en el sofá de la sala, corrí hacia la puerta, pero
mis pies trastabillaron al ver un uniforme a través del cristal de la puerta.
Oh Dios. Mi estómago se revolvió. Por favor, que esté bien.
Abrí la puerta y salí al porche.
—Oficial.
El policía se erguía alto, su postura era perfecta, pero sus ojos verdes lo
traicionaban. No quería llamar a mi puerta más de lo que yo lo quería en mi
porche.
—Señora. ¿Es usted Poppy Maysen?
Solté un sí ahogado antes que la bilis subiera por mi garganta.
La postura del policía se relajó un poco.
—Señora Maysen, me temo que tengo malas noticias. ¿Le gustaría entrar y
sentarse?
Negué.
—¿Es Jamie?
Asintió y la presión en mi pecho se apretó tanto que no pude respirar. Mi
corazón latía tan fuerte en mi pecho que me dolían las costillas.
—Solo… solo dígame —susurré.
—¿Está aquí sola? ¿Puedo llamar a alguien?
Negué otra vez.
—Dígame. Por favor.
Tomó una respiración profunda.
—Lamento informarle, señora Maysen, pero su esposo fue asesinado hace
unas horas.
Jamie no estaba bien.
El policía siguió hablando, pero sus palabras fueron ahogadas por el
sonido de mi corazón destrozado.
No recuerdo mucho más de esa noche. Recuerdo que vino mi hermano.
Recuerdo que llamó a los padres de Jamie para decirles que su hijo ya no estaba
en este mundo, que había sido asesinado en un robo en una tienda de licores.
Recuerdo desear estar muerta también.
Y recuerdo a ese policía sentado a mi lado todo el tiempo.
Capítulo 1
30° Cumpleaños: Comprarle a Poppy su
restaurante
Poppy
1 Es un término en inglés para los frascos de vidrio usados tradicionalmente para conservas y
que comenzaron a usarse como recipientes para bebidas y en algunos casos comidas en años
recientes.
flor fresca en cada mesa. Era difícil de creer que este era el mismo taller en el
que había entrado hace un año. Que finalmente pude eliminar el olor a gasolina
a cambio del de azúcar y especias.
No importaba lo que sucediera con The Maysen Jar, si fracasaba
miserablemente o tenía éxito más allá de mis sueños más descabellados,
siempre estaría orgullosa de lo que había logrado aquí.
Orgullosa y agradecida.
Me había llevado casi cuatro años salir a rastras de abajodel peso de la
muerte de Jamie. Cuatro años para que la niebla negra del dolor y la pérdida se
difuminara en gris. The Maysen Jar, me había dado un propósito el año pasado.
Aquí, no era solamente la viuda de veintinueve años que luchaba por sobrevivir
todos los días. Aquí, era una empresaria y la dueña de un negocio. Estaba en
control de mi vida y mi propio destino.
El pitido del horno me sacó de mi ensoñación. Me puse una manopla y
saqué el pequeño frasco, dejando que el olor a manzanas, mantequilla y canela
flotara hasta mi nariz. Luego fui al congelador, saqué mi helado favorito de
vainilla y coloqué una cucharada encima de la corteza entretejida de la tarta.
Envolví el tarro caliente en una servilleta de tela negra y deslicé la tarta enfrente
del malhumorado anciano.
—Disfrute. —Contuve una sonrisa petulante. Una vez que cavara en ese
pastel, me lo ganaría.
Lo miró durante un largo minuto, inclinándose para inspeccionar todos
los lados del recipiente antes de recoger su cuchara. Pero con ese primer
bocado, un involuntario ronroneo de placer escapó de su garganta.
—Escuché eso —bromeé.
Refunfuñó algo por lo bajo antes de tomar otro humeante bocado. Luego
otro. El pastel no duró mucho; lo devoró mientras yo pretendía limpiar.
—Gracias —dijo en voz baja.
—De nada. —Tomé el recipiente vacío y los puse en una cubeta de
plástico—. ¿Quiere uno para llevar? ¿Tal vez para postre después de cenar?
Se encogió de hombros.
Lo tomé como un sí y preparé una bolsa para llevar con tarta de
arándanos en vez de tarta de manzana. Metiendo dentro un menú y las
instrucciones de recalentamiento, coloqué la bolsa artesanal marrón junto a él
en el mostrador.
—¿Cuánto? —Sacó su billetera.
Le hice un gesto para que se fuera.
—Invita la casa. Un regalo de mi parte como mi primer cliente, señor…
—James. Randall James.
Me tensé al oír el nombre, como siempre hacía cuando oía decir Jamie o
una versión parecida, pero no dejé que me afectara, contenta porque las cosas
estuvieran mejorando. Hace cinco años, hubiera estallado en lágrimas. Ahora,
esa punzada era manejable.
Randall abrió la bolsa y miró dentro.
—¿Vendes productos para llevar en los frascos?
—Sí, el frasco va incluido. Si lo devuelve, le doy un descuento en su
próxima compra.
Cerró la bolsa y murmuró:
—Mmm.
Nos miramos el uno al otro en silencio durante algunos segundos, cada
uno se volvió cada vez más incómodo, pero no dejé de sonreír.
—¿Eres de aquí? —preguntó finalmente.
—He vivido en Bozeman desde la universidad, pero no, crecí en Alaska.
—¿Tienen estos lujosos restaurantes de frascos en el norte?
Me reí.
—No que yo sepa, pero hace tiempo que no estoy en casa.
—Mmm.
Mmm. Hice una nota mental de no responder nunca más a una pregunta
con “mmm” Hasta que conocí a Randall James, jamás me había dado cuenta de
lo molesto que era.
El silencio entre nosotros regresó. Molly estaba dando vueltas en la cocina,
probablemente descargando los platos limpios del lavaplatos, pero por mucho
que quisiera estar ahí para ayudarla, no podía dejar a Randall aquí solo.
Eché un vistazo a mi reloj. Tenía planes esta noche y necesitaba preparar
los quiches del desayuno antes de irme. Aquí de pie mientras Randall
reflexionaba sobre mi restaurante no era algo que había figurado en mis planes.
—Yo, mmm…
—Construí este lugar.
Su interrupción me sorprendió.
—¿El taller?
Asintió.
—Trabajé para la empresa de construcción que lo construyó en los años
sesenta.
Ahora su inspección tenía sentido.
—¿Qué le parece?
Normalmente no me importaban demasiado las opiniones de los demás,
especialmente de un extraño cascarrabias, pero por alguna razón, quería la
aprobación de Randall. Él era la primera persona en entrar a este lugar que no
era miembro de la familia ni parte de mi equipo de construcción. Una opinión
favorable de un extraño me animaría enormemente cuando llegara el día de la
inauguración.
Pero los ánimos bajaron cuando, sin mediar palabra, Randall se puso la
gorra y se bajó del taburete. Se pasó la bolsa para llevar alrededor de una
muñeca mientras agarraba su bastón con la otra mano. Luego emprendió su
lento camino hacia la puerta.
Tal vez mi tarta de manzana no era tan mágica como lo había pensado
Jamie.
Cuando Randall se detuvo en la puerta, me animé, esperando cualquier
señal de que hubiera disfrutado de su rato aquí.
Miró por encima del hombro y me guiñó un ojo.
—Buena suerte, señora Maysen.
—Gracias, señor James. —Mantuve mis brazos quietos a los lados hasta
que se dio la vuelta y empujó la puerta. Tan pronto como estuvo fuera de la
vista, lancé los brazos al aire, articulando:¡Sí!
No estaba segura si iba a volver a ver a Randall James otra vez, pero
tomaba su despedida como la bendición que estaba anhelando.
Esto iba a funcionar. The Maysen Jar iba a ser un éxito.
Podía sentirlo en lo profundo de mis huesos.
Ni treinta segundos después que Randall desapareció por la acera, la
puerta se abrió de nuevo. Esta vez, una niña pequeña recorrió a gran velocidad
el pasillo central.
—¡Tía Poppy!
Me apresuré a dar la vuelta al mostrador y me arrodillé, lista para el
impacto.
—¡BichitoKali! ¿Dónde está mi abrazo?
Kali, mi sobrina de cuatro años, soltó una risita. Su vestido color rosa de
verano se movía detrás de ella mientras corría hacia mí. Sus rizos castaños,
rizos que combinaban con los de Molly, rebotaban sobre sus hombros mientras
volaba a mis brazos. Besé su mejilla y le hice cosquillas en los costados, pero
rápidamente la dejé ir, sabiendo que no estaba aquí por mí.
—¿Dónde está mami?
Asentí hacia la parte trasera.
—En la cocina.
—¡Mami! —gritó mientras corría en busca de Molly.
Me puse de pie justo cuando la puerta tintineó otra vez y mi hermano,
Finn, entró con Max, de dos años, en sus brazos.
—Hola. —Cruzó la habitación y me envolvió contra su costado para un
abrazo—. ¿Cómo estás?
—Bien. —Apreté su cintura, luego me puse de puntillas para besar la
mejilla de mi sobrino—. ¿Cómo estás?
—Bien.
Finn estaba lejos de estar bien, pero no hice ningún comentario.
—¿Quieres algo de beber? Te prepararé tu café con leche y caramelo
favorito.
—Claro. —Asintió y puso a Max en el suelo cuando Molly y Kali salieron
de la cocina.
—¡Mamá! —Todo el rostro de Max se iluminó mientras se dirigía hacia su
madre.
—¡Max! —Ella lo levantó, besando sus mejillas regordetas y abrazándolo
fuerte—. Oh, te extrañé, cariño. ¿Pasaste un rato divertido en casa de papá?
Max solo la abrazó mientras Kali se agarraba a su pierna.
El divorcio de Finn y Molly había sido duro para los niños. Ver a sus
padres desdichados y dividir el tiempo entre dos hogares había pasado factura.
—Hola, Finn. ¿Cómo estás? —La voz de Molly estaba llena de esperanza
porque le dijera algo amable.
—Bien —le dijo cortante.
La sonrisa en su rostro desapareció cuando se negó a mirarla, pero se
recuperó rápidamente, concentrándose en sus hijos.
—Tomemos mis cosas de la oficina y luego podremos ir a casa y jugar
antes de la cena.
Me despedí con un gesto de mi mano.
—Te veo mañana.
Asintió y me dio su sonrisa más grande.
—No puedo esperar. Esto va a ser maravilloso, Poppy. Simplemente, lo sé.
—Gracias. —Sonreí despidiéndome de mi mejor amiga y excuñada.
Molly miró a Finn, esperando que le dijera algo, pero no lo hizo. Besó a
sus hijos en despedida y luego le dio la espalda a su exesposa, tomando el
taburete que Randall había dejado vacante.
—Adiós, Finn —susurró Molly, y luego llevó a los niños de regreso a la
pequeña oficina pasando por la cocina.
En el momento en que oímos cerrarse la puerta de atrás, Finn gimió y se
frotó el rostro con las manos.
—Esta mierda apesta.
—Lo siento. —Le di una palmadita en el brazo y luego fui detrás del
mostrador para preparar su café con leche.
El divorcio fue solo hace cuatro meses y ambos luchaban por adaptarse a
la nueva normalidad de las diferentes casas, los horarios de custodia y los
incómodos encuentros. La peor parte de todo era que todavía se amaban. Molly
estaba haciendo todo lo posible para conseguir solo una fracción del perdón de
Finn. Finn estaba haciendo todo lo posible por obligarla a pagar.
Y como la mejor amiga de Molly y la hermana de Finn, estaba atrapada en
el medio, tratando de darles el mismo amor y apoyo.
—¿Todo está listo para mañana? —Finn apoyó los codos en el mostrador y
me observó mientras preparaba su café con leche.
—Sí. Necesito hacer un par de cosas para el menú del desayuno, pero
luego ya lo tengo todo listo.
—¿Quieres cenar conmigo esta noche? Puedo esperar a que termines.
Mis hombros se pusieron rígidos y no dejé de mirar el goteo del espresso.
—Mmm, de hecho, tengo planes esta noche.
—¿Planes? ¿Qué planes?
La sorpresa en su voz no fue chocante. En los cinco años transcurridos
desde la muerte de Jamie, rara vez había hecho planes que no lo hubieran
incluido a él o a Molly. Casi había perdido contacto con los amigos que Jamie y
yo tuvimos en la universidad. La única amiga con la que aún hablaba era Molly.
Y últimamente, lo más cerca que estuve de hacerme un nuevo amigo había sido
mi conversación anterior con Randall.
Finn probablemente estaba emocionado, pensando que estaba de algún
modo sociabilizando y diversificándome, lo cual no era del todo falso. Pero a mi
hermano no le iban a gustar los planes que había hecho.
—Voy a una clase de karate —espeté y comencé a calentar la leche. Podía
sentir su ceño fruncido en mi espalda, y efectivamente, todavía estaba allí
cuando le entregué su café con leche terminado.
—Poppy, no. Pensé que hablamos de abandonar esta cosa de la lista.
—Hablamos de eso, pero no recuerdo haber estado de acuerdo contigo.
Finn pensaba que mi deseo de completar la lista de cumpleaños de Jamie
no era saludable.
Yo pensaba que era necesario.
Porque tal vez si terminara la lista de Jamie, podría encontrar una manera
de dejarlo ir.
Finn resopló y se lanzó sin preámbulos a nuestra discusión de siempre.
—Podría llevarte años acabar esa lista.
—¿Y qué si lo hace?
—Terminar su lista no lo traerá de regreso. Es solo tu manera de aferrarte
al pasado. Nunca vas a seguir adelante si no puedes dejarlo ir. Se ha ido, Poppy.
—Ya sé que se ido —espeté, la amenaza de las lágrimas me quemaba la
garganta—. Soy muy consciente que Jamie no volverá, pero esta es mi elección.
Quiero terminar su lista y lo menos que puedes hacer es ser solidario. Además,
miren quien habla de seguir adelante.
—Eso es diferente —replicó.
—¿Lo es?
Entramos en un duelo de miradas, mi pecho subía y bajaba mientras me
negaba a parpadear.
Finn se quebró primero y se desplomó hacia adelante.
—Lo siento. Solo quiero que seas feliz.
Di un paso hacia el mostrador y coloqué mi mano sobre la suya.
—Lo sé, pero por favor, trata de entender por qué tengo que hacer esto.
Negó.
—No lo entiendo. No sé por qué te sometes a todo eso. Pero eres mi
hermana y te amo, así que lo intentaré.
—Gracias. —Le apreté la mano—. Yo también quiero que seas feliz.
¿Quizás en vez de cenar conmigo, deberías ir a la casa de Molly? Podrían tratar
de hablar después que los niños se vayan a la cama.
Negó, un mechón de su cabello color rojizo cayendo fuera su sitio
mientras hablaba mirando al mostrador.
—La amo. Siempre lo haré, pero no puedo perdonarle lo que hizo.
Simplemente… no puedo.
Ojalá lo intentara más. Odiaba ver a mi hermano tan desconsolado. Molly
también. Yo saltaría ante la oportunidad de recuperar a Jamie, sin importar los
errores que haya cometido.
—Entonces, ¿karate? —preguntó Finn, cambiando de tema. Él podía
desaprobar mi elección de terminar la lista de Jamie, pero preferiría hablar de
eso que de su matrimonio fallido.
—Karate. Hice una cita para una clase de prueba esta noche. —
Probablemente era un error, hacer ejercicio físico extenuante la noche anterior a
la gran inauguración, pero quería hacerlo antes que el restaurante abriera y
estuviera demasiado ocupada; o me acobardara.
—Entonces, supongo que, mañana podrás tachar dos cosas de la lista.
Abrir este restaurante e ir a una clase de karate.
—En realidad. —Levanté un dedo, luego fui a la caja registradora por mi
bolsa. Saqué mi bolso de gran tamaño y hurgué hasta que mis dedos tocaron el
diario de cuero de Jamie—. Voy a tachar el del restaurante hoy.
No había completado muchos elementos en la lista de Jamie, pero cada
vez que lo hacía, lloraba. La apertura del restaurante de mañana iba a ser uno
de mis momentos de mayor orgullo y no quería que se inundara de lágrimas.
—¿Lo harías conmigo? —le pregunté.
Sonrió.
—Sabes que siempre estaré aquí para lo que necesites.
Lo sabía.
Finn me había mantenido en pie estos últimos cinco años. Sin él, no creo
que hubiera sobrevivido a la muerte de Jamie.
—De acuerdo. —Inhalé temblorosamente, luego tomé un bolígrafo del
frasco junto a la caja registradora. Dando vuelta a la página del trigésimo
cumpleaños, revisé cuidadosamente la pequeña casilla en la esquina superior
derecha.
Jamie le había dado a cada cumpleaños una página en el diario. Quería
algo de espacio para tomar notas sobre su experiencia o pegar fotos. Nunca
llegaría a llenar estas páginas, y aunque estaba haciendo su lista, no podía
forzarme a hacerlo tampoco. Entonces, cuando terminaba uno de los puntos,
simplemente marcaba la casilla e ignoraba las líneas que siempre
permanecerían vacías.
Como era de esperarse, en el momento en que cerré el diario, un sollozo
escapó. Antes que la primera lágrima cayera, Finn había doblado la esquina y
me había tomado en sus brazos.
Te extraño, Jamie. Lo extrañaba tanto que dolía. No era justo que no
pudiera hacer su propia lista. No era justo que su vida se hubiera visto
interrumpida porque le pedí que hiciera un estúpido recado. No era justo que la
persona responsable de su muerte todavía viviera libre.
No era justo.
El torrente de emoción me consumió y dejé salir todo contra la camisa azul
marino de mi hermano.
—Por favor, Poppy —susurró Finn en mi cabello—. Por favor, piensa en
detener esta cosa de la lista. Odio que te haga llorar.
Sollocé y me sequé los ojos, luchando con todas mis fuerzas para dejar de
llorar.
—Tengo que hacerlo —solté un hipo—. Tengo que hacer esto. Incluso si
me lleva años.
Finn no respondió; solo me apretó más fuerte.
Nos abrazamos unos minutos hasta que me recompuse y di un paso atrás.
No queriendo ver la empatía en sus ojos, miré alrededor del restaurante. El
restaurante que solo pude comprar con el dinero del seguro de vida de Jamie.
—¿Crees que le hubiera gustado?
Finn echo un brazo por encima de mis hombros.
—A él le hubiera encantado. Y estaría muy orgulloso de ti.
—Este fue el único elemento en su lista que no era únicamente para él.
—Creo que estás equivocada en cuanto a eso. Creo que esto era para él.
Hacer realidad tus sueños era la mayor alegría de Jamie.
Sonreí. Finn tenía razón. Jamie habría estado tan entusiasmado con este
lugar. Sí, era mi sueño, pero también hubiera sido suyo.
Limpiándome los ojos por última vez, guardé el diario.
—Será mejor que haga mi trabajo para poder llegar a esa clase.
—Llámame después si es necesario. Estaré en casa. Solo.
—Como dije, siempre puedes ir a cenar con tu familia. —Me fulminó con
la mirada y levanté las manos—. Es solo una idea.
Finn me besó en la mejilla y tomó otro largo trago de su café con leche.
—Me voy a ir.
—¿Pero vendrás mañana?
—No me lo perdería por nada en el mundo. Estoy orgulloso de ti,
hermanita.
Yo también estaba orgullosa de mí.
—Gracias.
Caminamos juntos hasta la puerta, luego la cerré con llave detrás de él
antes de regresar corriendo a la cocina. Me sumergí en lo que estaba haciendo y
preparé una bandeja de quiches que pasarían toda la noche en el refrigerador y
se hornearían frescas por la mañana. Cuando mi reloj sonó un minuto después
de deslizar la bandeja en la nevera, respiré hondo.
Karate.
Iba hacer karate esta noche. No tenía ganas de probar artes marciales, pero
lo haría. Por Jamie.
Así que me apresuré al baño, cambiando mis vaqueros y mi top blanco
por unos leggins negros y una camiseta deportiva sin mangas de color granate.
Me até la larga melena pelirroja en una cola de caballo que colgaba más abajo
de mi sujetador deportivo antes de ponerme mis zapatillas deportivas de color
negro y salir por la parte de atrás.
No me tomó mucho tiempo conducir mi sedán verde a la escuela de
karate. Bozeman era la ciudad de más rápido crecimiento en Montana y había
cambiado mucho desde que me mudé aquí para la universidad, pero aun así,
no tomaba más de veinte minutos llegar de un extremo al otro, especialmente
en junio, cuando los estudiantes se habían ido por el verano.
Cuando entré en el estacionamiento, mi estómago estaba hecho un nudo.
Con manos temblorosas, salí de mi automóvil y entré al edificio hecho de
ladrillos grises.
—¡Hola! —Una adolescente rubia me saludó desde atrás del mostrador de
la recepción. No podía tener más de dieciséis años y tenía un cinturón negro
atado en la cintura de su uniforme blanco.
—Hola —dije tomando aire.
—¿Estás aquí para tomar una clase?
Asentí y encontré mi voz.
—Sí, llamé a principios de esta semana. No recuerdo con quién hablé, pero
él me dijo que podía venir esta noche y hacer un intento.
—¡Increíble! Déjame traerte un formulario. Un segundo. —Desapareció en
la oficina detrás de la recepción.
Aproveché el momento libre para mirar a mi alrededor. Los trofeos
llenaban las estanterías detrás del mostrador. Los diplomas enmarcados escritos
en español y japonés colgaban en las paredes en columnas ordenadas. Fotos de
estudiantes felices estaban dispersas por el resto del vestíbulo.
Más allá del área de recepción había una gran plataforma atestada de
familiares sentados en sillas plegables. Orgullosos padres y madres se
encontraban frente a una larga ventana de vidrio que daba a una clase para
niños. Más allá del cristal, pequeños con uniformes blancos y cinturones
amarillos practicaban puñetazos y patadas, algunos más coordinados que otros,
pero todos bastante adorables.
—Aquí tienes. —La adolescente rubia regresó con una pila pequeña de
papeles y un bolígrafo.
—Gracias. —Me puse a trabajar, rellenando con mi nombre y firmando las
dispensas necesarias, luego se las volví a entregar—. ¿Necesito, eh, cambiarme?
Miré hacia abajo a mi ropa de gimnasia, sintiéndome fuera de lugar al lado
de los uniformes blancos.
—Estás bien por esta noche. Puedes usar eso, y si decides registrarte para
más clases, podemos conseguirte un gi. —Ella tiró de la solapa de su
uniforme—. Déjame mostrarte el lugar.
Tomé una respiración profunda, sonriendo a algunos de los padres
cuando se giraron y me notaron. Luego me encontré con la chica del otro lado
del mostrador de recepción y la seguí por un arco hacia una sala de espera.
Caminó directamente más allá del área abierta y a través de la puerta que decía
Damas.
—Puedes usar cualquiera de los ganchos y perchas. No usamos zapatos en
el dojo, así que puedes dejarlos en un cubículo con tus llaves. No hay casilleros,
como puedes ver —se rio—, pero nadie te robará nada. Aquí no.
—De acuerdo. —Me quité los zapatos y los puse en un cubículo libre con
las llaves de mi auto.
Maldición. Debería haberme pintado las uñas de los pies. El rojo que había
elegido semanas atrás ahora estaba apagado y astillado.
—Por cierto, soy Olivia. —Se inclinó para susurrar—: Cuando estamos
aquí, puedes llamarme Olivia, pero cuando estamos en el área de espera o dojo,
siempre debes llamarme Olivia sensei.
—Entendido. Gracias.
—Solo serán unos minutos más antes que la clase de los niños termine. —
Olivia me guio de vuelta a la sala de espera—. Puedes quedarte aquí y luego
comenzaremos.
—Está bien. Gracias de nuevo.
Sonrió y desapareció volviendo a la zona de recepción.
Me quedé en silencio en la sala de espera, tratando de fundirme con las
paredes blancas mientras miraba hacia el dojo.
La clase había terminado y los niños estaban haciendo una hilera para
inclinarse ante sus profesores. Senseis. Un niño pequeño movía los dedos de los
pies sobre una de las esteras azules que cubrían el piso. Dos niñas pequeñas
susurraban y reían. Un instructor llamó la atención y las espaldas de todos los
niños se enderezaron repentinamente. Luego se doblaron por la cintura,
haciendo una reverencia a los senseis y a una hilera de espejos que abarcaba la
parte posterior de la habitación.
La sala estalló en risas y aplausos cuando los niños fueron despedidos de
lahilera y salieron por la puerta. La mayoría me pasaron sin mirarme mientras
buscaban a sus padres o iban a cambiarse en los vestuarios.
Mis nervios aumentaron con rapidez cuando los niños despejaron la sala
de ejercicios, sabiendo que ya era hora de entrar allí. Otros estudiantes adultos
entraban y salían de los vestuarios, y ahora estaba aún más consciente que esta
noche sería la única persona que no vistiera de blanco.
Odiaba ser la nueva. Algunas personas disfrutaban la emoción del primer
día de clases o un nuevo trabajo, pero yo no. No me gustaba la energía nerviosa
en mis dedos. Y realmente no quería hacer el ridículo esta noche.
Solo no te caigas de bruces.
Ese era uno de los dos objetivos de esta noche: sobrevivir y mantenerse en
pie.
Le sonreí a otra estudiante cuando salió del vestuario. Saludó con la mano,
pero se unió a un grupo de hombres apiñados contra la pared opuesta.
No queriendo espiar a los adultos, estudié a los niños mientras iban de un
lado para otro hasta que un gran alboroto estalló en el vestíbulo.
Decidida a no mostrarle miedo a quien viniera en mi dirección, forcé las
comisuras de mi boca a levantarse. Cayeron cuando un hombre entró en la sala
de espera.
Cuando un hombre que no había visto en cinco años, un mes y tres días,
apareció en la habitación.
El policía que me había dicho que mi esposo había sido asesinado.
Capítulo 2
26° Cumpleaños: Tomar una clase de karate
Cole
Poppy Maysen.
Santa mierda
Poppy Maysen estaba de pie en mi dojo.
—Hola, sensei.
—Hola —respondí automáticamente, apartando la atención de Poppy
para saludar a un estudiante mientras pasaba.
No pasó mucho tiempo antes que mi mirada vagara hacia Poppy. Estaba
parada congelada contra la pared, mirándome como si hubiera visto un
fantasma.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cinco años? La última vez que la había
visto, había estado dormida en el sofá de su sala, temblando por la pesadilla
que había llevado a su puerta.
Y ahora estaba allí, vestida con ropa de gimnasia y esperando para tomar
una clase de karate. Para tomar mi clase de karate
—Hola, Cole. —Danny, un cinturón negro adolescente, me dio una
palmada en el brazo mientras pasaba.
Estaba parado en el camino de la gente yendo y viniendo a los vestuarios,
mirando a Poppy como un tonto.
—Hola, Danny.
Aparté mis ojos de ella otra vez y me deslicé a un lado. Cuando miré hacia
atrás, ella no se había movido.
¿Qué estaba pasando en su cabeza? ¿Estaba a punto de salir corriendo? Mi
rostro probablemente desencadenó una embestida de malos recuerdos. Y yo
parado allí, mirándola boquiabierto, probablemente no estaba ayudando.
Mierda. Forcé un pie delante del otro, dándole una ligera inclinación
mientras desaparecía en el vestuario de hombres. Si todavía estaba en la sala de
espera para cuando saliera, me sorprendería, pero diría hola. Quizás unos
minutos le darían a ella, y a mí, la oportunidad de superar la sorpresa de estar
en la misma habitación una vez más.
—Hola, Cole sensei.
—Hola, muchachos. —Saludé a un par de los niños más pequeños en el
camerino mientras se ataban los zapatos—. ¿Aprendieron algo nuevo hoy?
Los niños comenzaron a hablar sobre los nuevos golpes que habían
aprendido en clase esta noche, aunque ninguno podía recordar los nombres
japoneses. Los desconecté, dejando caer mi bolsa de lona en un banco y
pasándome una mano por el cabello.
Poppy Maysen.
¿Qué había estado haciendo estos últimos cinco años? ¿Qué había sido de
su vida? No la había vigilado después de esa horrible noche, pero ahora deseé
haberlo hecho.
Era tan impresionante ahora como lo había sido hace años.
Ondas sueltas de cabello largo y rojo. Piel tan perfecta y cremosa como el
helado derretido. Para una pelirroja, Poppy no tenía las típicas pecas, solo unas
pocas en el puente de su nariz. Y esos ojos azul aciano. Todavía
inquietantemente hermosos, como habían sido en su porche. Nunca olvidaré el
momento en que el fuego detrás de ellos se extinguió.
—¡Adiós, sensei!
—Adiós —dije mientras los niños salían por la puerta. Afortunadamente
no habían dicho nada importante porque no había registrado una palabra de lo
que habían dicho.
Mierda. Poppy Maysen.
Me encontraba con gente del pasado todo el tiempo, pero ninguno de ellos
me había sorprendido tanto. Y si no me controlaba, estaría tropezando conmigo
mismo en clase.
Frotándome el rostro con las manos, saqué las gafas de sol de mi cuello y
las arrojé al banco. Luego abrí la cremallera de mi bolso y me apresuré a
cambiarme de los vaqueros y un polo negro a mi gi blanco. Con mi cinturón
negro atado a mis caderas, tomé otra respiración larga. Algunos otros tipos se
estaban cambiando, pero les di la espalda, necesitaba solo un minuto para
asimilar todo bien.
¿Había encontrado una forma de encender el fuego detrás de sus ojos otra
vez? Realmente quería averiguarlo. Eso era, si no estaba ya a kilómetros de
distancia del dojo, para nunca más regresar.
—Los veo allá afuera. —Asentí a los otros chicos y abrí la puerta del
vestuario.
Poppy todavía estaba parada en su lugar contra la pared. Sus ojos se
movieron entre la gente apiñada en el área de espera. Era ruidoso ya que todo el
mundo pasaba antes de clase, y ella no se había dado cuenta que salí del
vestuario. Y a pesar de sus nervios obvios, mantuvo una pequeña sonrisa en su
rostro estoico.
Fuerza elegante.
Poppy tenía una fuerza elegante. Había pensado lo mismo todos esos años
atrás. Nunca había visto a una persona tan devastada, pero controlada. No
había gritado, ni llorado, ni arremetido. Solo había… conservado la calma. En
todo mi tiempo con el Departamento de Policía de Bozeman, nunca había
conocido a nadie, policía o civil, que hubiera manejado un trauma como ella lo
hizo.
Poppy aún no me había notado, así que tomé la oportunidad y me deslicé
hacia el espacio vacío de la pared a su lado. Me incliné y hablé en voz baja.
—Hola.
Su rostro se volvió hacia el mío, luego tragó y parpadeó. Mientras yo
había estado en el vestuario, ella aparentemente se había preparado para
nuestro próximo encuentro.
—Hola.
Hola. Incluso su voz me afectó. Cinco años atrás, las palabras que había
pronunciado estaban llenas de dolor. ¿Pero ahora? Su voz era tan clara. No
había nada suave o tímido al respecto. Nada cansado o rasposo. Era la voz más
pura que había escuchado en mi vida.
Mientras me limpiaba el sudor despreocupadamente de mi palma, tendí
mi mano.
—Soy Cole Goodman.
—Poppy Maysen.
Asentí.
—Lo recuerdo.
Los ojos de Poppy se clavaron en mi mano todavía extendida entre
nosotros y de vuelta a mi rostro. Luego, lentamente, sus delicados dedos se
ajustaron a los míos. En el momento en que su suave piel rozó mi palma callosa,
una ráfaga de electricidad viajó por mi brazo.
Mientras me congelaba, el aliento de Poppy se detuvo.
Nos miramos el uno al otro, aún tomados de la mano, y probablemente
luciendo como locos para los otros estudiantes que estaban de pie, pero no me
importó. No cuando la mano de Poppy todavía estaba en la mía y no había
hecho un movimiento para recuperarla.
—Cole. ¿Tienes un segundo? —me llamó Robert desde su oficina.
—Sí. —Mantuve la mano de Poppy por un segundo antes de dejarla ir y
caminar hacia la oficina. Me molestaba cada paso lejos de su lado.
Robert, mi instructor y el dueño del dojo, estaba sentado en su escritorio
con un par de lentes de lectura posados precariamente en su nariz mientras
hojeaba una pila de mensajes. Su cabello había empezado a escasear el año
pasado, así que nos sorprendió a todos esta semana al venir al dojo con el cuero
cabelludo recién afeitado. Había estado aprendiendo karate de Robert durante
casi dos décadas, desde que estaba en la escuela secundaria, y su nueva
apariencia todavía me estaba desconcertando.
—¿Qué pasa? —Tomé la silla frente a su escritorio.
—¿Puedes encargarte de esa nueva chica esta noche? Llamó para la clase
de introducción, pero lo olvidé un poco. Le enseñaría, pero necesito pasar algún
tiempo trabajando con los cinturones marrones esta noche para ver quién
podría estar listo para avanzar.
—Entendido. —Esperaba que no fuera demasiado incómodo para ella
porque quería un tiempo extra con Poppy, la oportunidad de aprender lo que
había estado haciendo en los últimos cinco años. Para ver cómo se había
recuperado de esa noche. Quizás descubra por qué reaccioné tan fuertemente a
ella después de solo treinta segundos.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Robert, alejando mis pensamientos de
Poppy.
—Ocupado. Iniciamos el nuevo comando especialcontra las drogas hoy.
—Bueno. Ya es hora.
Desde hace tiempo, en realidad. Como ex policía, Robert sabía que el
problema de las drogas en el área se estaba volviendo inmanejable. Se había
retirado del departamento del sheriff del condado hacía años, haciendo del
karate su trabajo de tiempo completo, pero el tráfico de drogas había estado
aumentado incluso cuando había estado en el departamento.
—¿Ese idiota jefe de policía al menos te puso a cargo del comando
especial?
Sonreí.
—Así es.
Robert me devolvió la sonrisa.
—Tal vez tu padre no es tan estúpido después de todo.
Me reí. Robert y papá nunca perdieron la oportunidad de bromear entre
ellos, incluso si el otro no estaba en la habitación. Su amistad fue la razón por la
que comencé a practicar karate a la edad de siete años. A papá le gustaba
llevarme cuando se reunía con Robert para practicar.
—¿Robert sensei? ¿Puedo…? —Olivia entró en la oficina desde el
vestíbulo, pero se detuvo en seco—. Oh, eh, hola, Cole sensei. —Metió un
mechón de cabello detrás de su oreja y estudió el suelo, tratando de ocultar sus
mejillas rojas.
—¿Qué necesitas, Olivia? —preguntó Robert.
—Yo estoy, eh… —Se removió nerviosamente por un momento, mirando
entre el piso y la puerta. Cuando sus ojos volvieron a los míos, giró y se fue.
—Por Dios —murmuró Robert—. No otra.
Levanté mis manos.
—Oye, no es mi culpa.
No pude evitar que Olivia desarrollara un enamoramiento por mí este año
pasado. Ella y sus amigas de diecisiete años. No solo era jodidamente raro, les
había enseñado a algunas de ellas desde que eran niñas pequeñas, estaba
molestando a Robert porque todas se apiñaban en la parte posterior del dojo y
soltaban risitas.
—Podrías ayudarme aquí. —Robert se levantó de su silla.
—¿Cómo? ¿Dejando de venir? —No podía evitar el rostro con el que nací
y estaba seguro que no iba a dejar que mi cuerpo se fuera solo por culpa de
algunas adolescentes obsesionadas—. Básicamente las ignoro ya. ¿Quieres que
sea un idiota con ellas y las lastime de por vida?
—No —murmuró—. Al menos trae a Aly de vez en cuando para que estas
chicas puedan ver que estás tomado.
No está pasando.
Ahora no era el momento de darle una actualización a Robert, pero Aly no
estaría en el dojo pronto, al menos no de mi brazo.
Me levanté y seguí a Robert de vuelta a la zona de espera. Siguió
caminando hacia el dojo, haciendo una reverencia en la entrada antes de entrar,
pero me detuve frente a Poppy.
—Vamos a comenzar.
Asintió y forzó una sonrisa nerviosa.
—Suena bien.
—Estarás conmigo esta noche.
Sus ojos se agrandaron un poco.
—Bien.
¿Tenía miedo de estar cerca de mí o simplemente estaba ansiosa por la
clase? Probablemente ambas cosas, pero no quería hacerla sentir aún más
incómoda, así que salté directamente al modo maestro.
—Nos inclinamos antes de entrar o salir del dojo.
—Entendido.—Asintió y se apartó de la pared.
Tomé la delantera, demostrando la técnica adecuada antes de entrar y
pasar a las esteras. Poppy me siguió, manteniendo una distancia de un metro
entre nosotros mientras observaba el espacio.
—Estarás allí para inclinarte. —Señalé la pared de atrás—. Solo sigue las
instrucciones de Robert sensei. Después de eso, haremos un entrenamiento. Haz
todo lo que puedas, pero no te excedas. Entonces tú y yo trabajaremos juntos el
resto de la clase. ¿Suena bien?
Asintió, pero no se encontró con mis ojos.
—Poppy. —Sus ojos se elevaron a los míos cuando susurré su nombre—.
Será más divertido si te relajas.
—No estoy aquí para divertirme, estoy aquí… Solo estoy fuera de mi zona
de confort. —Mientras hablaba, agitó las manos, sus muñecas girando en
círculos.
Poppy Maysen hablaba con sus manos.
Y era lo más adorable que había visto en mi vida.
Incapaz de ocultar mi sonrisa, entré en su espacio, saboreando la forma en
que se quedó sin aliento. Sintió la electricidad entre nosotros tan fuerte como
yo.
—Si llega a ser demasiado, solo dame una señal. Tal vez ese giro de
muñeca que acabas de hacer. —Sus ojos se estrecharon y sonreí más
ampliamente—. Tranquila, asesina. Solo te estoy molestando.
Arqueó una ceja.
—¿Te burlas de todos tus nuevos estudiantes?
—Quizás. —Sonreí—. Entonces, ¿qué tienes…?
—¡Alineación! —anunció Robert.
Poppy giró y corrió hacia la hilera con los otros estudiantes, y me uní a los
instructores adelante mientras la clase comenzaba. Todo el tiempo, mis ojos se
mantuvieron fijos en Poppy. Estaba haciendo todo lo posible por ocultarlo, pero
también me miraba.
Eso fue hasta que su atención se centró únicamente en tratar de seguirle el
ritmo al entrenamiento.
Robert había vuelto a la oficina y eligió a un instructor más joven, Danny,
para dirigir el ejercicio. El imbécil lo había tomado como carta libre para
torturar a todos. No estaba teniendo problemas para seguirle el ritmo,
demonios, apenas había sudado, pero Poppy y todos los demás en ese lado de
la habitación se veían miserables.
No se podía negar que Poppy estaba en forma. Con esos leggins ajustados
y la camiseta sin mangas como una segunda piel, su cuerpo dejaba poco a la
imaginación, pero un entrenamiento de karate era un animal diferente. Y
Danny estaba presionando demasiado, incluso para algunos de los estudiantes
senior.
—Es suficiente —le dije a Danny cuando pidió otra serie de cincuenta
flexiones. Ya habíamos hecho cien.
—¿Tiene problemas para mantener el ritmo, Cole sensei? —El pequeño
imbécil hinchó su pecho.
—Eso está bien, todos —llamé, e ignoré a Danny con una mirada
penetrante—. Vayan y tomen algo.
Poppy se levantó del suelo y caminó hacia la fuente de agua. Tenía el
rostro enrojecido y la frente sudorosa, pero maldita sea si esas mejillas rosadas
no la hicieran parecer aún más bella. La imagen de ella acostada junto a mí en la
cama, con las mejillas enrojecidas por otro tipo de ejercicio, se me vino a la
cabeza.
Mierda.
Lo último que necesitaba era ponerme duro debajo de mi gi.
Afortunadamente, la parte superior colgaba lo suficientemente baja como para
ocultar mi ajuste rápido mientras todos estaban en fila para tomar agua.
—Ahora ese si es un trasero que vale la pena apretar —susurró Danny,
con los ojos pegados al culo de Poppy. No estaba seguro si había querido
decirlo en voz alta, pero vi rojo. Tenía razón, su trasero era espectacular, pero
no podía decir eso en voz alta.
—Cuidado, Danny. —Puse mi mano sobre su hombro y lo arrastré fuera
de la línea—. Fuiste demasiado lejos con ese entrenamiento. No presionamos
tanto cuando tenemos estudiantes invitados y lo sabes. Estaba dispuesto a
dejarlo pasar, pero acabas de cruzar la línea. Te toca hacer el circuito de ejercicio
y abdominales por el resto de la clase. Si veo que aflojas, nos quedaremos hasta
tarde y haremos otro entrenamiento hasta que conozcas los límites. ¿Entendido?
Su rostro palideció.
—Lo siento, sensei.
—Tratamos a las mujeres con respeto, dentro y fuera de este dojo.
Piénsalo. No lo digas. —Señalé el otro lado de la habitación y me alcé a mi
altura máxima de metro ochenta y ocho—. Ahora ponte a trabajar.
Asintió, con los hombros caídos mientras se alejaba.
Después que todos los demás bebieron algo, tomé un poco de agua de la
fuente y luego hice un gesto a Poppy para que se uniera a mí en el rincón más
alejado de la habitación.
Se secó la frente con el dorso de la mano izquierda, sus anillos de boda
brillando en la luz del techo.
—Está bien por esta noche —señalé su dedo anular—, pero la próxima
vez, querrás quitártelos. Es mejor dejarlos en el vestuario que cortarte el dedo y
que te los corten en el hospital.
—Mmm… —Dejó caer su mano e inspeccionó el anillo de compromiso
esmeralda y la alianza de oro blanco—. No me los he quitado desde que
Jamie… ya sabes.
—Ah, sí, claro. —Creo que no necesitaba preguntar si se había vuelto a
casar, no si aún llevaba los anillos de su difunto esposo—. Bueno, solo piénsalo
para la próxima vez. ¿Estás bien después del entrenamiento?
—Estoy viva y no me he caído de bruces. —Sonrió—. Esa es una victoria
para mí esta noche.
Me reí.
—Entonces nos aseguraremos de pasar los próximos treinta minutos de
pie y dejarlo por hoy.
—Me gustaría eso.
Pasé los siguientes minutos enseñándole sobre sus posturas y cómo tomar
los pasos semicirculares adecuados. Cuando tuvo eso, le pedí que hiciera un
puño.
—¿Así?
—No del todo. —Tomé sus manos para ajustar su agarre, pero en el
momento en que nos tocamos, me olvidé por completo del karate.
Mis ojos se encontraron con los de ella mientras los dos nos congelábamos,
y las otras personas en el dojo desaparecían. Justo como ese apretón de manos
en el pasillo, su toque bloqueó el mundo y envió fuego ardiendo a través de mis
venas.
Y derecho a mi polla.
Me separé rápido, necesitaba un momento para pensar cosas asexuales
antes de hacer las cosas realmente incómodas.
—Mmm. —Le indiqué hacia adelante—. Continúa y practica algunos
pasos más, como acabo de mostrarte.
—Claro. —Su voz musical no ayudó a mi creciente erección.
Mientras caminaba hacia los espejos, busqué en mi cerebro imágenes poco
sexys e hice todo lo posible para evitar mirar sus esbeltas piernas. Miré la calva
de Robert. Las goteras de sudor sobre las esteras. Los pies peludos de Danny.
Los repasé todos y para cuando Poppy caminó de regreso a mi lado, la
hinchazón de mi bóxer era al menos manejable.
—¿Estuvo bien?
—Lo hiciste genial. Voy a buscar algunas almohadillas. —La rodeé
ampliamente mientras caminaba hacia la pila de esteras en la pared del fondo,
pero su aroma a vainilla parecía seguirme—. Contrólate —murmuré mientras
agarraba una almohadilla grande y una pequeña.
—¿Qué fue eso, sensei? —preguntó un cinturón verde.
—Oh, eh, dije que tu kata 2 realmente está saliendo bien.
—¡Gracias!
Hice todo lo posible para no tocar a Poppy durante el resto de la clase,
pero incluso con las almohadillas como una barrera, nos rozamos de vez en
cuando. Cuando terminaron nuestros treinta minutos, estaba desesperado por
una ducha fría.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Robert, uniéndose a nosotros antes que
terminara la clase.
—Bien—. Despejé el nudo en mi garganta—. Es innato en ella.
—Ja —se burló Poppy—. Más como torpe. Pateé sus dedos más de lo que
pateé la almohadilla. —Sus grandes ojos azules me miraron con su centésima
disculpa—. Lo siento.
—Como dije, estoy bien. No dolió ni un poco.
Se volvió hacia Robert y sonrió.
—Gracias por recibirme esta noche.
—Me alegra que te hayas unido a nosotros. Vuelve cuando quieras.
—Aprecio la oferta y que me dejara probar esto, pero no creo que el karate
sea para mí.
Robert asintió.
—Me parece justo. No es para todos. Si alguna vez cambias de opinión,
siempre eres bienvenida. —Estrechó la mano de Poppy y luego pidió a toda la
clase que se retirara.
Sin decir una palabra, Poppy se escabulló hacia la puerta, su cabello
acariciando su espalda mientras desaparecía en el vestuario.
La visión de su retirada me golpeó en el estómago. No regresaría al dojo y
no quería esperar otros cinco años para verla nuevamente. Entonces, en lugar
de visitar a los otros estudiantes, corrí al vestíbulo y esperé a que Poppy saliera
del baño de mujeres.
2Es una palabra japonesa que describe una serie de movimientos controlados que se practican
solos o en pareja.
No tardó más de un minuto en salir al pasillo con las llaves en la mano y
las zapatillas en los pies. En el momento en que me vio, sus pies se detuvieron.
—Oh, hola.
—Yo, mmm… Solo quería decir que fue agradable verte.
—Gracias. —Dio unos pasos hacia la puerta.
—Espera —espeté antes que pudiera irse—. ¿Puedo verte de nuevo? Para
ponernos al día.
Se detuvo y se volvió, una guerra se desarrollaba detrás de sus ojos. No
quería decir que sí. No quería decir que no.
—No lo sé.
Fue honesta.
Con la honestidad podía trabajar.
—¿Al menos lo pensarás?
—Está bien. —Se dirigió a la puerta de nuevo, pero justo antes de tocar el
pomo, se detuvo, hablando por encima de su hombro—. Gracias por quedarte
conmigo esa noche.
Luego se fue antes que pudiera decir por nada.
—Joder —gruñí y me froté el rostro.
—¿Qué fue eso? —Robert había aparecido a mi lado.
—Oh, nada. Solo un largo día. Será mejor que me cambie.
Me apresuré en el vestuario, no queriendo quedarme para la charla de esta
noche, y me despedí antes de dirigirme a casa.
Lo que necesitaba era una cerveza, o tres, y algún tiempo a solas para
pensar.
Algo sobre Poppy era diferente, y no solo las circunstancias extremas bajo
las que nos habíamos conocido. Ninguna mujer había agitado mi sangre como
lo había hecho esta noche, ni siquiera Aly.
Aly, cuyo automóvil estaba en mi entrada, bloqueando el garaje, cuando
llegué a mi casa.
—Maldición. No esta noche. —Negué, estacioné mi camioneta negra en la
calle y salí justo cuando ella pasaba por la puerta principal con una caja en los
brazos.
—Hola —dijo Aly, bajando los escalones del porche.
Crucé la corta acera y la encontré junto al automóvil.
—Hola.
—Lo siento. Estaba tratando de irme antes que llegaras a casa.
—Está bien. Ven, déjame ayudarte. —Extendí la mano y levanté la caja de
sus brazos.
—Gracias. —Abrió la puerta trasera de su auto y puse la caja dentro.
Cuando me levanté, estaba quitando la llave de mi casa de su llavero—. Aquí
tienes.
Nuestros dedos se rozaron cuando la tomé de su mano, pero no tuve ni
una pequeña sacudida. Tocar a Aly, la mujer con la que había salido durante
dos años y con quien viví durante seis meses, no era nada en comparación con
el contacto que había sentido antes con Poppy.
Cementó la decisión que tomé la semana pasada. Romper con Aly no
había sido fácil, pero había sido correcto.
—Cole. —Se acercó, mirándome con ojos suplicantes. Los mismos ojos que
usaba cada vez que quería que la follara sin sentido.
—No, Aly. —Di un paso atrás—. Ambos sabemos que eso lo haría más
difícil.
Sus hombros se tensaron cuando retrocedió.
—Más difícil para mí, ¿quieres decir? Porque estás bien. Una semana
después que nos separamos y vuelves a la normalidad. Como si los últimos dos
años juntos no significaran nada. Mientras tanto, estoy viviendo en la
habitación de invitados de mi hermana, llorando para dormir todas las noches.
—Lo…
—Lo sientes. Lo sé. —Cerró la puerta del auto y giró sobre sus talones
mientras rodeaba el capó. Abrió la puerta del conductor, pero se detuvo,
mirándome por encima del auto. Entonces esperó.
—Cuídate, Aly.
Resopló, luego subió al auto y se retiró de la entrada, secándose las
lágrimas de las mejillas.
Esperé a que su auto desapareciera por la calle antes de entrar. De pie en
mi sala de estar, barrí mis ojos sobre los muebles. Las almohadas se habían ido.
Aly las había tomado, junto con la manta que siempre había usado cuando
estábamos viendo televisión.
Odiaba haberla lastimado. Era una buena mujer, simplemente no era la
adecuada para mí. Después de dos años, nunca había sentido que fuera la
indicada. Nunca me había imaginado pidiéndole que se casara conmigo. Ni una
sola vez. Habíamos roto y regresado durante nuestro primer año y medio
juntos, pero luego había perdido a su compañera de cuarto y se había mudado
conmigo. Incluso después de seis meses de Aly diciéndome que me amaba,
nunca me había sentido obligado a corresponderle.
Me dirigí a la cocina por una cerveza, y cuando abrí la puerta del
refrigerador, sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo y lo presioné entre la
mejilla y el hombro.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. —O al menos lo estaba. La nevera estaba vacía. Aly también
había tomado toda mi cerveza. Maldición. ¿Quién se llevaba la cerveza de un
hombre? Eso era malvado. Ni siquiera bebía cerveza, lo cual debería haber
tomado como una señal.
—Estaba llamando para ver si tú y Aly podrían venir a cenar mañana. No
los hemos visto a los dos en semanas.
—Veo a papá casi todos los días.
—Eso no cuenta. Yo no los he visto a los dos en semanas.
Respiré hondo y cerré la puerta de la nevera. Mamá iba a enojarse porque
había roto con Aly. Tenía sus esperanzas en una boda y nietos.
—Mamá, escucha. Aly y yo rompimos.
—¿Qué? —Jadeó—. ¿Cuándo?
—La semana pasada —murmuré y me preparé.
—¡La semana pasada! —gritó—. ¿Por qué no llamaste para decirme? ¿Se
encuentra bien? ¿Dónde va a vivir?
—Con su hermana hasta que pueda encontrar un lugar nuevo. Está
herida, pero fue lo mejor.
—¿Y cómo estás?
—Bien, pero me siento como un imbécil.
—Oh, Cole.
Suspiré.
—Lo intenté, mamá. Realmente lo hice. Pero simplemente no…
—No la amas. Lo sé. No fue difícil de ver.
Abandoné mi nevera y saqué un taburete de debajo de la isla, cayendo
sobre el asiento.
—Debería haberlo terminado antes. No debería haberlo prolongado tanto
y herido aún más.
—Bueno —dijo mamá—, al menos no te casaste con ella.
—Cierto.
Mis ojos se posaron en la computadora portátil a mi lado y la deslicé.
Mientras mamá hablaba en mi oído, mis dedos abrieron Google. Luego
teclearon el nombre de Poppy.
Su página de Facebook apareció primero. En lugar de una foto de perfil,
había un logotipo para The Maysen Jar. ¿Qué era The Maysen Jar? Hice clic en
la imagen para leer el pie de foto. ¡Gran inauguración mañana!
¿Poppy tenía un restaurante y se iba a abrir mañana?
—¡Cole! —gritó mamá en el teléfono.
—¿Eh? Oh, lo siento. ¿Qué dijiste?
—Te pregunté si querías venir a cenar mañana.
Cerré la foto de perfil e hice clic en otra foto de Facebook. Esta era de
Poppy parada afuera de un restaurante. Su cabello estaba recogido en un moño
y su brazo estaba enroscado con una morena. Solo media metro sesenta cinco o
sesenta y siete, pero sus piernas se extendían por kilómetros en sus jeans
ajustados y tacones. La foto era impresionante, pero lo que realmente me atrajo
fue su sonrisa.
Una sonrisa que quería ver por mí mismo.
—Cole —resopló mama.
—Lo siento, mamá. —Cerré la computadora portátil—. No puedo ir a
cenar mañana. Tengo planes.
Capítulo 3
29° Cumpleaños: Hacer paracaidismo
Poppy
Cole
Poppy
4 Es el nombre del personaje de una línea de limpieza para uso doméstico de Procter & Gamble.
Dos horas después de haber dejado el apartamento de Jimmy, perdí
cualquier esperanza de convertirme en una virtuosa del ukelele.
—Oh, no estoy de acuerdo. —Mia sonrió—. Solo necesitas algo de
práctica. Démosle un último intento a ese último acorde.
—Está bien. —Recogí el ukelele de mi regazo y coloqué mis dedos
cuidadosamente.
Ella ajustó mi dedo índice.
—Mueve este aquí.
Toqué las cuerdas, y por primera vez, el sonido que salió de mi
instrumento fue en realidad melódico. Mis ojos se dispararon hacia Mia
mientras una enorme sonrisa se extendía por mi rostro.
—¡Lo hice!
—¿Ves? Nada de talento musical —se burló—. La práctica hace progresos.
Me gusta eso. Progresos. No al maestro.
Toqué las cuerdas de nuevo, luego dejé el instrumento, queriendo
terminar mi lección con una buena nota.
—Muchas gracias, Mia.
—De nada. Déjame conseguirte algunas cosas. Siéntate. —Dejó su ukelele
y se levantó, desapareciendo en la habitación de atrás.
Mis ojos vagaron por el pequeño espacio cuadrado. Tres guitarras
colgaban en la pared del fondo, y las dos encaramadas en la esquina estaban
cubiertas con brillantes pañuelos estampados. A mi lado había un piano vertical
negro, la parte superior cubierta con marcos de colores y fotos de estudiantes
felices. El sofá floral en el que estaba ocupaba la otra pared libre, dejando
espacio suficiente para la silla de madera que Mia había colocado en medio de
la habitación para poder sentarse frente a mí durante nuestra lección.
El estudio de música de Mia era tan ecléctico como su dueña.
Encontré a Mia Crane a través de Google. Había tenido tantas críticas de
cinco estrellas de sus clases de guitarra que no había dudado en preguntarle si
sería mi instructora de ukelele, y cuando llegué a su casa hace una hora, sabía
que había tomado la elección correcta.
Mia había estado esperando que llegara, parada descalza en el porche de
su casa. Una mirada a su sonrisa despreocupada y los nervios que había tenido
sobre estas lecciones habían desaparecido. Me envolvió en un abrazo en lugar
de un apretón de manos, luego me llevó a su estudio de música, en este
pequeño, lindo edificio que había construido al lado de su casa.
—Está bien, Poppy bella. —Su voz cantarina la precedió cuando salió de la
parte de atrás.
Poppy bella. Mi familia también me había llamado así cuando era niña.
El ligero aroma a eucalipto y a loción de pepino volvió con Mia. Su largo
cabello castaño estaba trenzado holgadamente sobre un hombro, y la cantidad
de brazaletes colgados de un brazo era casi tan impresionante como sus
enormes pendientes de aro.
—Puedes llevarte ese ukelele a casa. —Dejó una caja negra en el sofá—.
Aquí hay un estuche e incluí algunas notas sobre qué practicar esta semana.
—Gracias. —Me puse de pie y alisé mi vestido negro—. Realmente aprecio
que me hayas tomado como estudiante. —Me había dicho cuando llamé que
estaba llena, pero que encontraría la forma de meterme en su agenda.
—El gusto es mío. Quiero a todos mis chicos, pero tener estudiantes
adultos puede ser muy divertido. Una vez que te guiemos a través de lo básico,
podremos tener una sesión musical.
Me reí. Nunca antes había escuchado una “sesión musical” de ukelele,
pero si alguien podría hacerlo genial, era Mia Crane.
—¿Has estado enseñando por mucho tiempo?—le pregunté mientras
empacaba el instrumento.
—Durante años. Desde que mis hijos comenzaron el jardín de infantes.
Estaba tan aburrida y sola mientras estaban en la escuela que decidí comenzar a
enseñar guitarra durante el día.
—¿Tus hijos tocan?
—Mi hija. —Sus ojos se suavizaron—. Evie es ahora profesora de música
en la secundaria. Pero nunca he podido convencer a mi hijo. Siempre fue
demasiado activo en los deportes y no estaba realmente interesado.
La puerta de un auto se cerró de golpe y la sonrisa de Mia se hizo tan
grande que no pude evitar devolvérsela.
—Hablando del diablo. Lo hice sentir mal para que viniera a cenar esta
noche.
—Entonces no te molestaré más. —Cerré el estuche y coloqué mi bolso
sobre mi antebrazo—. ¿Te veo la próxima semana?
—Estaré aquí. Y si alguna vez necesitas ajustar tu horario en el
restaurante, solo avísame. Somos solo yo y mi esposo en estos días y él siempre
está trabajando. —Sonrió—. Podemos hacer una lección más tarde en la noche.
Yo facilitaré el vino.
Sonreí.
—Me gustaría eso. Y yo traeré chocolate.
—Sabía que me caerías bien.
Ambas nos reímos cuando salíamos por la puerta de su estudio hacia el
camino que conducía al frente de su casa.
—¿Mamá?—gritó la voz de un hombre desde el porche.
Mis pies se quedaron inmóviles y mi sonrisa vaciló. Conocía esa voz.
—¡Aquí atrás, Cole!—gritó Mia.
¿Cole era el hijo de Mia?
Sí. Seguro que lo era.
Rodeó la esquina de la casa y se detuvo. La sorpresa en su rostro
reflejabala mía, pero se recuperó primero.
—Hola. —La sorpresa se transformó en una lenta sonrisa cuando sus ojos
se encontraron con los míos y comenzó a caminar hacia nosotras otra vez. No
usaba sus gafas de sol normales hoy y sus ojos brillaban bajo el sol de la tarde.
—Hola. —¡Maldita respiración entrecortada! Sonaba como una adolescente
enamorada.
La reacción natural de mi cuerpo hacia Cole no estaba alineada con mi
mente. En la semana desde que lo había visto, había intentado darle sentido a
Cole Goodman. A la forma en que me hacía sentir.
Lo había estado intentando sin suerte.
Cole traía muchas emociones que no estaba lista para explorar.
Me molestaba que incluso después de una semana, pudiera cerrar los ojos
y aún ver los suyos. Que todavía pudiera oler su jabón Irish Spring. Sin
embargo, no podía recordar a qué olía Jamie.
Así que me había resignado a mantenerme un poco lejos de Cole, a
conseguir cierta distancia hasta que tuviera esta atracción bajo control.
Mantendría nuestra relación estrictamente profesional mientras investigaba el
caso del asesinato de Jamie.
Hasta acá llegaron mis intenciones.
Me inscribí para lecciones de ukelele con su madre.
—Veo que conoces a Poppy—dijo Mia cuando Cole llegó a su lado.
El apartó sus ojos de los míos para sonreírle a su madre, luego se inclinó
para besar su mejilla.
—Claro que sí. Hola, mamá.
Le dio unas palmaditas en el pecho.
—Me sorprende que incluso te haya reconocido. ¿Cuánto tiempo ha
pasado? ¿Un año? ¿Dos?
Se rio entre dientes y la tomó en sus brazos.
—Qué dramática. —Su sonrisa era amplia cuando miró por encima de su
cabeza hacia el estuche del ukelele en mi mano—. ¿Sobreviviste a su cámara de
tortura? Estoy impresionado.
—¡Cole!—Mia lo golpeó en el estómago.
—Ay. Dios, mamá. —Fingió estar herido, soltándola y retrocediendo para
frotar su vientre extremadamente plano—. Y te preguntas por qué no vengo de
visita con más frecuencia.
Ella rio y miré mis pies, tomándome unos segundos para desterrar todos
los pensamientos sobre los abdominales de Cole.
—Entonces, ¿cómo se conocen ustedes dos?—preguntó Mia, mirando
entre nosotros.
—Eh… —¿Cómo explicaba esto? Tu hijo estuvo allí en la peor noche de mi
vida. Tu hijo está investigando el caso del asesinato de mi esposo. Tu hijo me hace sentir
cosas que no quiero sentir.
Nop. Eso no funcionaría.
Afortunadamente, no tuve que explicar porque Cole vino a mi rescate.
—Poppy fue al dojo la otra noche.
—¿Karate y ukelele?—preguntó Mia—. Y dueña de un negocio. Estoy
impresionada.
—Gracias. —Mis ojos encontraron los de Cole, y volví a mirar a Mia—. Te
veré la próxima…
—Te quedarás a cenar—interrumpió Mia.
—Oh no. Gracias, pero no quiero entrometerme en una cena familiar. —El
estuche del ukelele se balanceó violentamente a mi lado mientras agitaba los
brazos.
Cole pasó por delante de su madre y se metió en mi espacio y,maldita sea,
mi respiración se entrecortó de nuevo. Suficiente de eso.
—Permíteme. —Cole se inclinó y tomó la caja de mi mano. El roce de sus
dedos envió un estremecimiento a través de mis hombros—. Será mejor que
cedas ahora. Ella es más terca que yo y papá combinados. No tienes
oportunidad.
—Pero…
—Vamos, chicos. —Mia marchó hacia la puerta lateral de su casa—. Cole,
le darás a Poppy un recorrido mientras comienzo la cena.
—Está bien, mamá—gritó y comenzó a seguirla.
—Realmente debería irme.
Él solo siguió caminando.
—Escuchaste a la mujer a cargo. Vamos adentro.
Me quedé inmóvil en el camino. No quería ser grosera con Mia, pero otra
cena personal con Cole solo agregaría más confusión a mis ya confusos
sentimientos.
—Poppy. —Cuando Cole llegó a la puerta, echó un vistazo por encima de
su hombro—. Una cena. Vamos.
—Pero…
—Si no vienes, ella vendrá por ti, y confía en mí, no quieres eso. Es solo
una cena.
Es solo una cena.
Me lo había dicho a mí misma hace unas semanas cuando Cole cenó
conmigo en el restaurante. Excepto que no fue solo una cena. Fue la cena con un
hombre cuyo contacto me hacía estremecer. Fue la cena con un hombre que
parecía atravesar mis defensas. Fue la cena con un hombre que despertó
sentimientos que había reservado solo para mi esposo.
—Hola, hijo.
Aparté mi mirada de la espalda de Cole mientras otro hombre rodeaba el
costado de la casa. Su corbata estaba suelta y la chaqueta del traje estaba sobre
un brazo. Sin preguntar, supe que este debía ser el padre de Cole. Parecían casi
idénticos, excepto por su diferencia de edad. El padre de Cole tenía un toque de
gris en su cabello oscuro y tenía la mandíbula un poco más redondeada que su
hijo.
—Hola, papá. Conoce a Poppy Maysen. Se quedará a cenar. —Cole asintió
hacia mí, luego se apartó para que su padre pudiera entrar.
—Hola, Poppy. Soy Brad. —Me saludó—. Entra y siéntete como en casa.
—En realidad, debería ir…
Brad desapareció en su casa antes que pudiera terminar mi oración.
—Se sentirán decepcionados si no te quedas—dijo Cole.
Dios.
—¿Me haces sentir culpable? ¿De verdad?
Sonrió.
—Lo que sea que te haga entrar.
Dos horas más tarde, estaba en el porche delantero de la casa de la
infancia de Cole con una gran sonrisa.
La cena había sido… solo una cena.
Cole debe haber sentido mi confusión interna porque se había centrado
principalmente en sus padres durante toda la comida. Había molestado a Mia
sobre su obsesión de dos décadas con General Hospital. Había discutido con su
padre sobre la alineación del equipo de fútbol de los Bobcats de la Universidad
de Montana y sus posibilidades de llegar a las eliminatorias en el otoño. Y me
había tratado como si hubiera cenado ahí cientos de veces antes. Como si fuera
una cuarta persona normal en su mesa que solo necesitaba la explicación
ocasional de una broma interna.
Y sus padres habían proporcionado el amortiguador perfecto para la
atracción entre nosotros.
—Gracias por acompañarnos. —Mia me abrazó en el porche delantero.
—De nada. Gracias por la comida. No he comido nada tan delicioso en
mucho tiempo.
Cole se rio.
—Ahora está mintiendo, mamá. Deberías comer en su restaurante.
—Oh, tenemos pensado hacerlo—declaró Mia—. Iremos mañana por la
noche. ¿Entendido, jefe? Estarás en casa a las seis.
—Sí, señora Crane—estuvo de acuerdo Brad cuando Mia se deslizó en su
costado.
Sonreí ante sus palabras cariñosas mientras les decía adiós con la mano.
En la cena, me enteré de que Brad y Mia se habían casado jóvenes, pero que ella
nunca había tomado su apellido. Lo llamaba “jefe” por su trabajo y él “señora
Crane”.
—Te acompañaré hasta tu auto—dijo Cole, bajando los escalonescon el
estuche de mi ukelele.
Brad y Mia desaparecieron en el interior mientras Cole me acompañaba
por el camino de entrada y hacia mi auto unas pocas casas más abajo.
—Tu madre es buena cocinera.
Cole murmuró.
—Le ganarías.
—No sé nada de eso, pero gracias.
Puse los ojos en blanco ante el sonido de mi voz entrecortada. ¿Por qué no
podía llenar mis pulmones cuando Cole y yo estábamos solos? Se había sentado
frente a mí en la cena y no había tenido problemas para respirar. ¿Pero ahora?
Me sentía como si acabara de correr cinco kilómetros.
Tomé algunas respiraciones lentas, esperando que cuando volviera hablar
mi voz retornara a la normalidad.
—¿Descubriste algo sobre el caso?
—Lo siento. —Negó—. Todavía no.
Sus cejas estaban fruncidas y un par de arrugas surcaron su frente. Había
algo que no me estaba diciendo, pero no lo presioné. Simplemente estaba
agradecida porque estuviera ayudando al detective Simmons.
—¿Así que el ukelele?—preguntó, cambiando de tema—. Supongo que es
otra cosa en la lista.
Sonreí.
—Así es. Sin embargo, no puedo creer que, de todos los instructores de
guitarra en Bozeman, casualmente eligiera a tu madre como mi maestra. —O
que hubiera entrado en su dojo de karate.
—Coincidencia. —Se rio entre dientes—. Parece un tema recurrente entre
nosotros.
No me digas. Agradecía que no les hubiera mencionado todas esas
coincidencias a sus padres. Cole se había quedado callado toda la noche acerca
de cómo nos conocimos realmente, dándome la oportunidad de disfrutar la
conversación de la noche con personas que no conocían a Jamie. Fue agradable
tener una noche en la que nadie me mirara con lástima o preocupación por mi
estado emocional.
Esta noche, solo había sido Poppy.
—Mi madre está medio encantadapor ti. Espera una invitación para cenar
después de cada una de tus lecciones.
También estaba encantada con Mia.
—Entonces la próxima semana, me aseguraré de traer el postre.
—Postre. Eso me recuerda, todavía no he probado tu famosa tarta de
manzana.
—Estaré en el restaurante mañana si quieres pasar. —La invitación salió
de mi boca antes que mi cabeza pudiera interceder. Y una vez que salió, no
hubo vuelta atrás.
Cole sonrió cuando llegamos a mi auto.
—Entonces es una cita.
Una cita.
Una cita con Cole Goodman.
Una oleada de excitación y un escalofrío de terror se deslizaron por mi
espalda.
Capítulo 6
41° Cumpleaños: Decir sí a todo durante todo un
día
Cole
—¿Qué demonios?
Piso el freno con fuerza, apenas haciendo el giro en el estacionamiento
donde una patrulla del departamento de policía de Bozeman estaba estacionada
detrás de un Oldsmobile de los setenta verde menta. El agente tenía la libreta de
multas en una mano, mientras con la otra le estaba haciendo gestos para que se
calmara a una enfurecida mujer con cabello gris rizado. Su caftán turquesa
estaba agitándose alrededor de sus tobillos y las mullidas pantuflas rosas
mientras clavaba un esquelético dedo en el pecho del agente.
Cuando me detengo justo detrás del patrullero, puedo escucharla gritando
y maldiciendo sobre el sonido de mi motor diésel. Estacionando la camioneta,
no me molesté en cerrarla mientras salía hacia la escena. Cinco largos pasos y
me coloqué detrás del agente, el oficial Terrell Parnow. Estaba haciendo su
mejor esfuerzo para mantenerse firme, pero la mujer no era pequeña y el dedo
apuñalando pecho no paraba.
La mujer me miró pero siguió gritando:
—Voy a llamar a mi maldito abogado y tú, hijo de…
—¿Cuál es el problema? —Alcé la voz lo suficiente para cerrarle la boca a
la loca mujer. Ella dirigió la mirada hacia mí mientras Terrell miraba sobre el
hombro.
Se relajó mientras dejaba la mano caer a un costado.
—Detective Goodman. Solo estaba redactando una multa porque…
—Te diré cuál es el problema. —La mujer rodeó a Terrell y se colocó frente
a mí—. ¡Este niño está intentando ponerme una multa por velocidad cuando no
iba rápido!
—Señora, iba a sesenta y cinco en una zona de cuarenta. —Me miró con
ojos marrones suplicantes—. De verdad, detective. La detecté con el radar.
Se giró hacia Terrell, su caftán girando alrededor de sus pantorrillas, pero
antes que pudiera lanzarse a despotricar de nuevo, me coloqué entre ellos. Me
alcé en toda mi altura, mirando justo sobre mi nariz al pálido rostro de la mujer.
—Saltarse el límite de velocidad y asalto a un agente de la ley. Nada
bueno.
Se tambaleó hacia atrás, llevándose una mano al pecho.
—¿Qué? —dijo jadeante—. ¿Asalto?
—Correcto.
—Pero…
—Oficial Parnow, ¿le importa si tomo sus esposas? Dejé las mías en la
camioneta.
La mujer jadeó de nuevo.
—Detective, yo no, mmm… —Él se movió desde detrás de mí a mi lado,
hablando entre dientes—: No creo que necesitemos acusarla de asalto.
—Aceptaré la multa por velocidad. —La mujer corrió al lado de Terrell
como si ahora fuera su mejor amigo—. Por favor.
Contuve una sonrisa, luchando por mantener el ceño en mi rostro.
—No sé. Parecía bastante serio cuando me detuve.
—A veces me dejo llevar —me informó ella, luego miró hacia Terrell,
asintiendo duramente—. Iba demasiado rápido. Tenía razón.
Terrell me miró y yo me encogí de hombros.
—Es su decisión, oficial.
Asintió, volviéndose hacia la mujer que ahora estaba aferrada a su brazo.
—Señora, si vuelve a su auto, terminaré de poner la multa. Luego puede
seguir su camino.
—Oh, gracias. —Le apretó el brazo y luego lo soltó, mirándome de soslayo
mientras volvía a su Olds.
Cuando la puerta del conductor se cerró, me reí entre dientes.
—¿Habría presentado cargos contra ella? —preguntó Terrel.
—No. Solo quería que se callara.
Terrell sonrió.
—Inteligente.
Me encogí de hombros y señalé el Olds con la barbilla.
—Entrégale la multa y déjala seguir su camino.
—Sí, señor. —Llevó su libreta a su ventanilla, devolviéndole la licencia y
registro. Luego arrancó la multa por velocidad y ella se marchó, saliendo del
estacionamiento a una velocidad cautelosa.
—Gracias. —Terrell se unió a mí junto a su patrulla y suspiró—. Eso se
salió de control. Parece estar sucediéndome mucho últimamente.
—Desafortunadamente, es parte del trabajo.
—¿Todo el tiempo? No he detenido a nadie en un mes sin conseguir un
montón de mierda. ¿Crees que estoy haciendo algo mal?
—Lo dudo. —Le palmeo el hombro—. Vamos. Saldré a patrullar contigo
por un rato.
Se le iluminó el rostro.
—¿De verdad?
—De verdad. Déjame tomar mis llaves. —Volví a mi camioneta,
inclinándome para apagar el motor. Luego saqué mis lentes de sol de la
guantera y fui a la patrulla.
Deslizándome en el asiento del pasajero, sonreí ante el entusiasmo de
Terrell. En su rostro oscuro se mostraba una amplia sonrisa, y estaba
tamborileando los dedos en el volante.
—Entonces, ¿has estado teniendo algunas detenciones duras últimamente?
—pregunté mientras salía del estacionamiento.
—Sí. —Su sonrisa se convirtió en una mueca—. No importa lo amable que
sea, todo el mundo pelea contra la multa. Pregunté a otros de los chicos de
patrulla, pero ninguno parece tener el mismo problema.
No quería ser quien desilusionara al chico, pero su rostro era
probablemente la razón por la que le costaba tanto últimamente. No a causa del
color de su piel, sino porque a sus veintidós años, Terrell Parnow tenía un
rostro de bebé si alguna vez había visto uno.
Redondo, mejillas regordetas. Suaves ojos marrones. No había nada duro
o anguloso en él. Añádele su baja estatura y su cuerpo delgado, y lo único
intimidante en él era que el chico tenía un arma.
Pero si nadie intervenía, su confianza seguiría menguando y solo
empeoraría la situación. Dejaría el cuerpo o alguien pensaría que podía
presionarlo demasiado.
—Mira, Terrell. Seré sincero contigo. —Me quité los lentes de sol, así podía
verme los ojos—. Estás luchando una ardua batalla. Tienes la mitad de tamaño
que la mayoría de los chicos de patrulla, y por defecto la gente no va a tomarte
en serio. Tienes que averiguar una forma de ser firme, pero no convertirte en un
imbécil. Encuentra el equilibrio entre pusilánime e imbécil. ¿Entiendes?
Terrell permaneció callado. La radio se encendía y apagaba mientras la
central llamaba a otros autos, pero el chico no dijo una palabra.
Mierda. ¿Fue demasiado directo para él? ¿Lo había asustado? Tenía que
saber que parecía un adolescente, ¿cierto? Abrí la boca para bajarle el tono un
poco, pero habló primero.
—¿Y si me dejo crecer la barba?
Sonreí.
—Merece la pena intentarlo.
—Gracias, detective. Aprecio la honestidad.
—Sin problema. Y es Cole.
Asintió.
—Cole.
—Otra cosa —dijecuando pasábamos junto a otro auto patrulla yendo en
la otra dirección—. Si los otros chicos de patrulla dicen que cada detención es
buena, son unos mentirosos. Con cada cuatro buenas detenciones, tendrás una
mala. Es normal para todo el mundo y todos hemos estado allí. Endurece la piel
y no dejes que las malas te afecten.
—Está bien. —Asintió. Condujimos en silencios unos cuantos bloques
hasta que Terrell habló de nuevo—: ¿Qué debería haber hecho diferente con esa
mujer?
Me froté la barbilla, la barba incipiente más de lo normal porque no me
había afeitado esta mañana.
—Si hoy estuviera en tu lugar, no la habría dejado salir del auto. No la
habría dejado maldecirme, y muy seguramente no le habría permitido tocarme.
¿Pero cuando tenía tu edad? ¿Cuando era un novato? Probablemente habría
hecho lo mismo que tú. Habría permanecido allí y aceptado su mierda hasta
que se cansara. Luego le habría entregado la multa, habría vuelto a la patrulla y
habría conseguido una cerveza cuando llegara a casa.
—¿De verdad? —Enderezó el cuerpo.
—De verdad.
Por la siguiente hora, condujimos por Bozeman, permaneciendo sobre
todo en silencio. Había estado de camino al restaurante de Poppy para un
descanso temprano para cenar cuando había visto a Terrell, pero esta hora o dos
eran importantes para el joven agente. Así que fui con él, maravillándome de
cuánto había cambiado mi ciudad natal con los años.
Una vez Bozeman había sido una pequeña ciudad universitaria para
esquiar, pero la población había crecido estos últimos diez años. Grandes
almacenes y cadenas de restaurantes habían llegado a este valle en la montaña.
La construcción había aumentado mientras los constructores reemplazaban los
campos de trigo con complejos de edificios y casas. Campos abiertos se habían
llenado de centros tecnológicos y edificios de oficinas.
—¿Has vivido mucho aquí? —le pregunté a Terrell.
—Solo un par de años. Me mudé de Arizona a Montana por el esquí, luego
decidí ir a la academia.
—Bozeman está cambiando rápido. Nada de esto estaba aquí cuando iba
al instituto. —Señalé las nuevas urbanizaciones a ambos lados de la calle.
Estábamos en el límite de la ciudad, a kilómetros de donde recordaba que
estaba el último semáforo cuando era niño.
Terrell sonrió.
—Escuché que puede que tengamos un Best Buy.
Fruncí el ceño.
—Genial. —Podía vivir sin un Best Buy.
Echaba de menos la sensación de hogar que una vez tuvo Bozeman. Estos
días me encontraba cada vez menos con rostros conocidos en el supermercado.
Me quedaba atrapado en el tráfico casi cada mañana. Y caminar por Main
Street, algo que recordaba con cariño de niño, ahora solo me enojaba. Las
tiendas locales habían perdido mucha de su autenticidad, convirtiéndose en
sofisticadas, en un esfuerzo de imitar las ciudades de esquiadores como Aspen
o Breckenridge.
Se desvaneció el encanto de pequeña ciudad y subieron los índices de
criminalidad.
Bozeman estaba llegando a ser tan mala como una jodida gran ciudad.
Drogas. Asesinatos. Incluso estábamos viendo la influencia de fuertes bandas
criminales.
—Vaya. ¿Qué demonios?
Fui sacado de mis pensamientos cuando Terrell giró la cabeza a un lado.
Un Chevy Blazer naranja pasó volando a nuestro lado, acelerando en la
dirección contraria.
En un segundo, Terrell encendió la sirena y las luces, y realizó un giro
completo en U. Clavó el pie en el acelerador mientras el motor de la patrulla
resonaba. Alcanzamos el Blazer en poco tiempo, haciéndolo detenerse a un lado
del camino.
—Ve primero —le dije a Terrell mientras me quitaba el cinturón.
Asintió y ambos salimos de la patrulla. Acercándonos con cuidado,
siempre alerta como se nos había enseñado, Terrell se acercó al lado del
conductor mientras yo iba al contrario.
—Buenas tardes —saludó Terrell al conductor—. Licencia, registro y
seguro, por favor.
Me incliné para mirar por la ventanilla del pasajero. El conductor, un
joven universitario, estaba rebuscando en su billetera. Tuvo que intentarlo tres
veces con sus dedos temblorosos para sacar su licencia del bolsillo plástico.
—Aquí tiene. —Le temblaba la voz así como los dedos mientras le
entregaba el documento a Terrell.
—¿Sabe por qué ha sido detenido —Terrel miro el documento—, Quincy?
—¿Iba, mmm, demasiado rápido?
Terrell asintió.
—El límite de velocidad es de sesenta.
—Oh. ¿De verdad?
Vamos, Quincy no te hagas el idiota. ¿Por qué los jóvenes siempre intentan
hacerse los tontos?
Terrell frunció el ceño.
—Ahora deme su registro y seguro.
—De acuerdo. —Quincy alcanzó la guantera, apartando su mirada de la
mía. Con un pop, abrió la guantera y hubo una explosión de papeles. Recibos.
Envoltorios de caramelos. Recibos de estacionamiento de la universidad. Todo
salió de golpe, incluso una identificación que aterrizó justo en el asiento junto a
mi ventanilla, bocarriba.
Entrecerré los ojos ante la identificación de Colorado. La foto de Quincy
estaba junto al nombre Jason Chen. Entrecerré los ojos y me fijé en la fecha de
nacimiento. “Jason Chen” tenía veintisiete años.
A la mierda. Si este niño tenía veintisiete, entonces yo estaba en los
malditos cuarenta.
—Quincy, creo que será mejor que salgas del auto —intervine—. Y trae esa
otra identificación contigo.
Diez minutos después, Quincy me estaba estrechando la mano y
prometiendo nunca volver a comprar una identificación falsa.
—Gracias. Muchas gracias, oficial.
Solté su mano.
—No lo hagas de nuevo.
—No lo haré. —Negó—. Lo prometo. No lo haré. Fue estúpido por mi
parte conseguir esa identificación en primer lugar.
—Esta es tu primera vez, Quincy. —Alcé un dedo frente a él—. Tu pase
libre y tu única oportunidad para aprender de tu error. No lo tomes por
sentado, porque no tendrás un segundo.
—Sí, señor. Gracias.
—Bien. —Moví la cabeza hacia el Blazer—. Ahora sal de aquí.
Asintió y se apresuró de vuelta a su auto, despidiéndose de Terrell y de mí
con la mano mientras volvía a la carretera.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Terrell—. ¿Por qué lo dejaste irse con
una advertencia?
Me encogí de hombros.
—Tiempo atrás, alguien me dio esa mismaoportunidad y cambió mi vida.
Lo devuelvo cuando puedo. Además, ese chico era inofensivo. Le quitamos su
identificación falsa. Podíamos haberlo reportado, pero creo que realizamos una
mejor impresión de este modo, ¿no crees?
—Seguro. Ese chico estaba a punto de orinarse encima. —Terrell asintió y
comenzó a regresar a la patrulla—. Una oportunidad. Me gusta eso.
Sonreí, sabiendo que Terrell robaría el término que yo mismo robé.
—Simplemente úsalo con sabiduría.
Poppy
Cole
—¿Alguna pregunta?
Matt cerró el archivo del comando especial que acababa de poner en su
escritorio.
—No. Está bastante claro. Voy a trabajar en esto ahora mismo.
—Gracias. Realmente aprecio que estés dándole importancia.
Sonrió.
—Me alegro de ser parte del comando especial.
Le di una palmada en el hombro antes de volver a mi escritorio. Recluté a
Matt para que se uniera a mi comando antidroga después de quitarle a
Simmons el caso del asesinato de James Maysen.
Tal como lo había sospechado, el trabajo que Simmons había hecho para
investigar el asesinato en la tienda de licores había sido una mierda. Las
declaraciones de los testigos eran insignificantes, las fotografías de la escena del
crimen carecían de detalles, y el video de las cámaras de seguridad de la zona
había sido revisado por un novato que ya no estaba en la fuerza. Sorpresa,
maldita sorpresa, no habían encontrado una pista para localizar al asesino de
Jamie.
Cinco años más tarde, no había nada que pudiera hacer sobre las
declaraciones de los testigos y las fotografías, por lo que mi plan era utilizar el
video con la esperanza de tropezar con una pista. Tal vez, si tuviera suerte,
encontraría algo que Simmons había pasado por alto.
Mi teléfono en el escritorio sonó, haciendo eco en el tranquilo lugar. No
me sorprendió cuando Jefe de Policía apareció en el identificador de llamadas,
nadie me llamaba a mi teléfono de escritorio, excepto papá.
—Goodman —le contesté, por si acaso era el asistente de papá.
—¿Tienes unos minutos para hablar? —preguntó papá.
Revisé mi reloj.
—Sí, pero tengo que salir en unos quince minutos.
Iba a salir temprano hoy para poder encontrarme con Poppy en el
restaurante a las dos, luego iríamos a la feria. Eso nos daría algunas horas para
subir a las atracciones antes que la multitud del viernes por la noche aumentara
y las filas se alargaran.
—No debería ser un problema. Sube un momento.
Colgué el teléfono, saqué las llaves y la billetera de mi camioneta del cajón
de mi escritorio.
—¿Convocado por el hombre de arriba? —bromeó Matt.
—La historia de mi vida. —Sonreí—. Te veo el lunes. Que tengas un buen
fin de semana.
—Igualmente.
Me despedí de Matt y de algunos otros chicos antes de subir las escaleras
de dos en dos hasta el cuarto piso. Cuando llegué ahí, esquivé a un par de
personas que pasaban. Incluso un viernes por la tarde, la oficina de papá estaba
ocupada. No tenía idea de cómo terminaba alguna maldita cosa con la gente
que siempre entraba y salía de las reuniones.
Reuniones. La idea de pasar cinco días a la semana en reuniones
consecutivas me ponía los pelos de punta. Me sofocaría con el traje y la corbata,
justo como Poppy había adivinado.
Habían pasado casi dos semanas desde nuestro paseo por el parque y
había estado ansioso por el día de hoy desde entonces. Los dos habíamos estado
ocupados con el trabajo y solo la había visto una vez en las últimas dos semanas
cuando me detuve en el restaurante para almorzar con Matt y algunos otros
compañeros del departamento. La saludé y le presenté a los muchachos, pero
ella había estado ocupada así que no me quedé mucho tiempo.
Pero hoy solo éramos nosotros dos y no había forma que llegara tarde.
Revisé mi reloj otra vez mientras caminaba por el pasillo hacia la oficina
del fondo. Papá siempre me pedía hablar por unos minutos, pero luego estaría
aquí por una hora. Eso no estaba sucediendo en mi día con Poppy. Papá tenía
trece minutos y ni un segundo más.
Cuando llegué a rincón, asentí hacia su asistente, pero no se detuvo a
saludarme, de todos modos estaba hablando por sus auriculares. En todos los
años que ella había trabajado para papá, probablemente solo le había dicho
veinte palabras a la mujer, así que simplemente crucé la puerta abierta de papá.
—Hola.
Se incorporó de la mini nevera, sosteniendo una botella de agua.
—Hola. ¿Quieres una?
—No. Estoy bien. ¿Qué pasa?
Se sentó en su silla de escritorio.
—Toma asiento.
Mierda. Esto tomaría más de trece, ahora doce, minutos.
—No puedo quedarme mucho tiempo. En serio, papá. Tengo que irme
rápido.
Asintió mientras tragaba un sorbo de agua.
—Esto no llevará mucho tiempo. Solo quiero que me informes sobre el
asesinato de Maysen-Hastings.
Fruncí el ceño. Esta era una de las condiciones de papá para tirar de los
hilos con mi jefe y transferirme el caso de Simmons el mes pasado. Papá quería
estar “completamente informado”. Estaba aprendiendo que mantenerlo
completamente informado se sentía casi como ser micro administrado. Pero
como no iba a dejar esta oficina hasta que tuviera su informe, me senté en el
borde de su silla de madera para invitados y apoyé los codos sobre mis rodillas.
—No hay cambios en mi teoría desde el último informe. Sigo pensando
que el asesino se escondió en el complejo comercial en algún lugar y luego se
escapó horas después.
La tienda de licores donde Jamie Maysen y la cajera, Kennedy Hastings,
habían sido asesinados formaba parte de un complejo de tiendas. O el asesino
se había metido en una de las tiendas más pequeñas junto a la de licores o había
llegado a la tienda de víveres a través de un muelle de carga. A pesar de eso,
ninguno de los testigos o las cámaras lo había visto después de realizar los
disparos, lo que significaba que probablemente se había estado escondiendo en
un área para empleados no monitoreada en video.
—Todo esto me molesta —dijo papá después de otro trago de agua—.
Tuvimos agentes en la escena unos minutos después que se realizaron los
disparos. ¿Cómo no nos dimos cuenta?
Me encogí de hombros.
—No tengo idea, pero de alguna manera se escapó. Supongo que se ocultó
durante un par de horas y mantuvo un perfil bajo. Luego salió como si nada del
complejo, como si fuera otro cliente. Probablemente pasó junto a la escena del
crimen y se metió directamente en un auto.
Bastardo escurridizo. La cámara de la tienda había grabado al sospechoso
asesinando a la cajera y a Jamie, y luego nada, según el expediente del caso de
Simmons.
Hacer que un novato revisara las transmisiones de video fue
probablemente el mayor error de Simmons en el caso. Suponía que el novato
solo revisó la hora directamente después de los asesinatos, no horas después.
—Entonces, ¿en qué vas revisando las cintas? —preguntó papá.
—He visto todo lo que teníamos como evidencia, pero no es mucho.
Todavía estoy esperando saber de la tienda de víveres y de algunas de las otras
tiendas del complejo para ver si se han guardado grabaciones extendidas en
algún lugar. Crucemos los dedospara encontrar algo más. Y he pedidotodo el
metraje de las cámaras de los semáforos de toda esa área también. Se está
sacando de los archivos. Deberían tenerlo a principios de la próxima semana.
—Espero que aparezca en una cámara.
Asentí.
―Yo también, pero si no, recurriré al Plan B.
El plan B era mi Ave María.
El complejo de tiendas estaba al lado de una de las calles más concurridas
de Bozeman. Si no atrapamos al asesino en cámara saliendo del complejo,
entonces el Plan B era catalogar todos los autos que pasaron por los semáforos
de la zona durante un tramo de cinco horas después del asesinato. A partir de
ahí, comenzaría a comparar los auto con los que se vieran en las imágenes de
las distintas cámaras de seguridad de las tiendas. Tenía la esperanza de poder
compilar una pequeña lista de autos que habían estado en el complejo y luego
revisar las placas desde las cámaras de semáforo. Con las placas, podría sacar
registros de vehículos y tal vez encontrar a alguien que coincida con la
descripción del asesino.
El Plan B era más complicado, era un trabajo realmente jodido que me iba
a llevar bastante tiempo.
—El plan B es mucho trabajo, Cole. —Cuando le hablé de ello hace una
semana, se había encogido por la cantidad de horas que había estimado que
tomaría el Plan B.
—Esperemos que no llegue a eso, pero si no vemos al tipo en la cámara, es
el único ángulo que tengo.
Papá suspiró.
—Esto es mi culpa. Debería haber hecho más para seguir la investigación
de Simmons. Nunca debí dejar esto sin resolver por tanto tiempo.
—Bueno, no fuiste solo tú. Todos nos ocupamos y esto fue olvidado. Por
todos nosotros. —Todos menos Poppy.
—Cuando me preguntaste por este caso hace un par de semanas, dije que
podías tenerlo, pero que era en tu propio tiempo y no recibías ninguna ayuda.
Papá y mi jefe no querían que el impulso que teníamos con el comando
antidroga recibiera un golpe porque estaba envuelto en este caso estancado de
asesinato que tenía una pequeña posibilidad de resolverse.
Respetaba lo que decían, pero eso no hacía que encontrar tiempo extra
fuera más fácil. Ya estaba dedicando largas horas al comando especial. Añade a
eso tiempo para pasar con Poppy y ayudarla en esta lista, y estaría quedándome
sin combustible en el futuro previsible.
—Sí. Lo recuerdo. Pero encontraré la manera de incluirlo.
—Estoy cambiando de opinión.
Parpadeé sorprendido.
—¿Qué quieres decir?
—Todavía vas a tener que incluirlo entre el trabajo del comando, pero le
estoy pidiendo otro favor a tu jefe y le pediré a Matt Hernandez que colabore
también. Tal vez entre ustedes dos, el caso de asesinato puede tener más
avances.
Me senté en mi silla, aturdido.
—¿En serio?
—En serio.―Tomó otro trago de su agua.
—¿Por qué? ¿Qué te hizo cambiar de parecer?
—Estoy enojado porque este caso no se manejó correctamente, y además
de eso, tu madre está encantada con Poppy.
Ya somos dos.
Papá se aflojó la corbata.
―Ella es todo lo que he oído desde que vino a cenar. Dios, hemos comido
en su restaurante cuatro veces en los últimos diez días.
Sonreí.
―Suena como mamá.
―Y no es la única encantada. No pienses que no noté la forma en que la
mirabas durante la cena.
Maldita sea. Cuando le pedí a papá que transfiriera el caso, no había
revelado exactamente lo que sentía por Poppy. Con suerte, si fuera sincero con
él ahora, no me quitaría el caso.
—No voy a mentir y decir que este caso no es personal o decir que no
tengo sentimientos por ella.
—Y no voy a mentir y decir que mis sentimientos hacia ti no son la razón
por la que tienes este caso en primer lugar. Lo que diré es que debes ser
inteligente. Te estoy dando a Hernandez para ponerse al frente.
Joder no. Este era mi caso.
—Papá…
—Piénsalo, Cole. —Levantó una mano para interrumpirme—. ¿Quieres
una relación con esta mujer?
Cerré mi boca
—Entonces esto tiene que hacerse según las reglas. No digo que vayas a
joder la investigación, perocolócate en los zapatos de un abogado. Digamos que
realmente encuentras al asesino. ¿Cómo se va a ver para un abogado defensor
cuando el nombre del novio de la viuda está en todo el informe policial? No le
des al asesino más oportunidades de las que ya ha tenido.
Suspiré y me apoyé en la silla. Papá tenía razón. Si realmente encontramos
al asesino, quería que el hijo de puta pagara, y para que eso suceda, la
investigación en sí no podría ser cuestionada.
—Bueno. Pero, ¿puedo seguir participando?
—Participa —asintió papá—, pero hazlo tras bambalinas. Haz el trabajo
sucio. Dedica tu tiempo a mirar secuencias de video, pero deja que Matt ejecute
cualquier interrogatorio. Deja que sea el rostro de la investigación.
—Entendido.
—Y no te preocupes. Incluso si no eres el líder, este caso podría ser
importante para tu carrera.
—No es por eso que estoy haciendo esto.
—Lo sé. —Levantó las manos—. Solo digo. Podría ser ese caso que te
garantice que obtengas mi trabajo cuando me retire.
Negué.
—Eso no… no tenemos tiempo para hablar de eso hoy.
—Tienes razón. Hablemos de eso más tarde. —Sus ojos miraron el reloj en
la pared detrás de mi espalda—. Ya pasaron quince minutos. Te puedes retirar.
Me levanté de la silla.
—Gracias, papá.
—Salúdame a Poppy.
—Lo haré. —Papá había sido tremendo policía en sus días, lo
suficientemente inteligente como para saber a dónde me estaba yendo esta
tarde sin necesidad que se lo dijera.
Pero incluso los buenos policías tenían puntos ciegos, y mi carrera era la
suya. No importa cuántas veces le dijera, simplemente no podía ver por qué
nunca me iba a gustar su trabajo.
Algún día, tendría que hacerlo ver. Y esperaba que no estuviera
decepcionado de su hijo.
—Hola, Molly. ¿Poppy está atrás?
—Sí. —Molly me indicó que me acercara hacia la caja registradora
mientras se inclinaba sobre el mostrador—. Escucha, tuvo una mañana difícil.
Sé que ustedes estaban planeando ir a la feria esta tarde, pero creo que no está
preparada.
¿Una mañana difícil? Mi ritmo cardíaco saltó una muesca.
—¿Qué pasó?
—Dejaré que ella te diga. —Asintió hacia la puerta de la cocina—. Está en
la oficina, solo ve atrás.
No perdí el tiempo empujando la puerta oscilante y caminando
directamente a la oficina, donde encontré a Poppy con la cabeza entre las manos
sobre el escritorio.
—Hola.
Sus ojos rojos e hinchados se dispararon hacia los míos.
—Hola.
¿Le temblaba la barbilla? Iba a romper mi maldito corazón. Nunca la había
visto llorar, ni siquiera después que mataran a su marido. Hablando de un
golpe en el estómago.
—¿Qué pasó? —Caminé hacia el escritorio, apartando una pila de papeles
para poder sentarme en el borde. Puse mis palmas en mis muslos,
presionándolos, luchando contra el impulso de atraer a Poppy a mis brazos.
Poppy se secó los ojos y resopló.
—Almorcé hoy con los padres de Jamie y con Jimmy, el abuelo de Jamie.
Tuvimos una gran pelea. Les pregunté si podría tener la camioneta vieja de
Jamie, ya que técnicamente es mía, pero la han tenido en su rancho todos estos
años. Me preguntaron por qué quería la camioneta, lo que me llevó a decirles
que quería arreglarla, lo que los llevó a preguntarme por qué nuevamente y
finalmente admití que estaba completando la lista de cumpleaños de Jamie.
—No salió bien, ¿eh?
Resopló.
—De ningún modo. Debbie, su madre, comenzó a llorar. Kyle me informó
que no me correspondía hacer la lista de su hijo y que estaba cruzando la línea.
Imbéciles. No conocía personalmente a los padres de Jamie, pero tratar así
a Poppy decía mucho. Pero llamarlos imbéciles probablemente no ayudaría.
—Lo siento.
—Está bien. —Se encogió de hombros—. Esperaba que estuvieran
molestos por eso, pero creo que esperaba que en el fondo entendieran por qué
quería completar su lista. Todos solíamos ser cercanos una vez. Ahora… las
cosas son diferentes. Me culpan por la muerte de Jamie.
—¿Qué demonios? —¿Los padres de Jamie culpaban a Poppy por su
muerte? Eso era una mierda—. No eres responsable de su muerte. —Esa
responsabilidad le pertenecía al imbécil enfermizo al que cada vez me dedicaba
más y más a cazar.
Poppy miró su regazo.
—No, tienen razón. En parte tengo la culpa. Fui yo quien le pidió a Jamie
que fuera a la tienda de licores en primer lugar. Realmente no quería ir, pero lo
hizo por mí.
¿Pensaba seriamente que esto era su culpa?
—Tú no tienes la culpa.
Un par de lágrimas comenzaron a caer otra vez, y se apresuró a secarlas.
—Sí, la tengo. Estaría vivo si no le hubiera pedido que fuera a esa tienda.
—No. —Me incliné más cerca—. No tienes la culpa. ¿El tipo que apretó el
gatillo? Él tiene la culpa de la muerte de Jamie. No tú.
Asintió, pero no levantó la vista.
—Poppy, mírame. —Incliné hacia arriba su barbilla con mi dedo—. Hay
cosas en el mundo fuera de nuestro control. Las acciones de otras personas
principalmente. Nada de lo que hiciste causó la muerte de Jamie.
—Lo sé —susurró—. Lógicamente, sé que tienes razón. Pero todavía siento
que todo esto es culpa mía. —Sus hombros comenzaron a temblar cuando se
rompió en lágrimas, bajando por su hermoso rostro.
Al diablo. La agarré de los brazos y la levanté de la silla. Luego la abracé,
susurrandocontra su cabello mientras lloraba sobre mi camisa negra.
Ni una vez intentó empujarme lejos. En cambio, se derrumbó contra mi
pecho, sus manos empuñaban el algodón a mis costados mientras soltaba todo.
Cuando se aferró con más fuerza, la agarré con más fuerza. Cada una de sus
lágrimas envió una lanza a través de mi corazón.
¿Había estado viviendo con esta culpa durante cinco años? No es de
extrañar que hubiera sido tan diligente en visitar a Simmons. Estaba buscando
algunas respuestas, un lugar para echar la culpa y poder quitársela de encima.
Poppy lloró con fuerza, pero no duró mucho. Se recuperó, resoplando y
respirando profundamente antes de retroceder.
—Lo siento. —Secó las manchas húmedas de mi camisa.
—No lo lamentes. —Atrapé su mano debajo de la mía hasta que me miró a
los ojos—. No te disculpes por las lágrimas, ¿de acuerdo?
Asintió y solté su mano para que pudiera secarse el rostro. Luego dio otro
paso atrás, enderezándose. Maldita sea. Incluso con el rostro hinchado, era
hermosa. Dejaba que su gracia, su increíble fuerza, brillara a través de su triste
sonrisa.
Mis brazos ya se sentían vacíos con ella de pie a un metro de distancia.
Cuando bajó los hombros, tuve un breve destello de esperanza de que me
necesitaría otra vez, pero en cambio se sentó en la silla de su escritorio.
—Estoy bien. —Asintió—. Estoy bien.
Lo estaba. Estaría bien. De alguna manera, encontraría una forma de que
estuviera bien. No podría recuperar a su marido, pero podría rastrear a su
asesino. Podría ser el hombro en el que llorara. Y, tal vez, podría ser el hombre a
su lado cuando comenzara una nueva vida.
—Sabes que la peor parte del almuerzo fue Jimmy. —Bajó la cabeza—.
Debería haberle dicho antes. Lo veo una vez a la semana y nunca le he dicho
que estaba haciendo la lista de Jamie. Se veía tan herido en el almuerzo. Debería
haberle dicho.
—Dale algo de tiempo y estoy seguro que entrará en razón. Todos lo
harán. —Estaba hablando sin saber aquí; nunca había conocido a esta gente,
pero estaba buscando algo para hacerla sentir mejor.
—Voy a fingir que sabes de lo que estás hablando y solo te creeré.
Me reí.
—Buen plan.
—Hablando de planes. Será mejor que vayamos a la feria si vamos a subir
a todas las atracciones hoy.
—No tenemos que ir. Si prefieres hacerlo más tarde, entonces podemos
esperar.
Negó.
—No, quiero ir. Será una distracción divertida.
—Está bien. —Tendí una mano para ayudarla a ponerse de pie—.
Vámonos.
Cuatro horas después, estaba abrochando mi cinturón de seguridad
cuando un trabajador del carnaval nos encerró en una jaula. Una jaula que una
vez había sido de un blanco limpio, pero ahora se veía con óxido.
—Odio el jodido The Zipper 6 —murmuré—. ¿Estás segura acerca de esto?
Poppy se veía verde.
—Estoy segura.
Mentirosa. No había ni una pizca de confianza en su voz.
—Tal vez deberíamos tomar un descanso. Regresar y hacer esto en una
hora más o menos. —Habíamos dejado The Zipper para el final porque era la
atracción que más la había asustado.
—No. —Aseguró su propio cinturón de seguridad con manos
temblorosas—. Esta es la última atracción y luego terminamos. Solo tenemos
que superar esto, y hemos terminado.
—Está bien. —Extendí la mano y agarré la manija del costado de la cabina.
Mi mano se sentía pegajosa porque estaba sudando hasta las bolas. Hacía un
calor infernal, probablemente más de treinta y dos grados, y no había nada de
brisa. Estar atrapado en esta cabina de metal caliente no estaba ayudando.
Necesitaba agua. Mejor aún, una jodida cerveza. No había subido a tantas
atracciones desde que era un niño, y aun así, mamá y papá habían limitado mis
boletos. Pero hoy no había límite. Había gastado casi doscientos dólares en
boletos porque me había negado a que Poppy pagara.
Estas jodidas ferias estaban facturando en grande. Bastardos. Incluso los
juegos para niños habían costado cinco dólares. Uno pensaría que podrían
permitirse un poco de pintura en aerosol para arreglar estas cosas.
—Disfruten el viaje. —Con nuestra cabina bloqueada, el trabajador golpeó
el costado y luego regresó al panel de control.
—Oh, Dios mío —gimió Poppy cuando la cabina se balanceó hacia atrás,
su rostro iba de verde a blanco, haciendo coincidir sus nudillos en la barra sobre
nuestras rodillas.
6Es una atracción mecánica, consiste en dos hileras de cabinas sujetas a una estructura que da
vueltas a la vez que las cabinas sujetas a esta lo hacen.
—¿Dime otra vez por qué estamos haciendo esto? —Esperaba que una
distracción le ayudara mientras terminaban de subir las personas. Y luego
tendríamos que aguantar durante el viaje de dos minutos.
—Jamie nunca tuvo la oportunidad de subir a muchas atracciones en las
ferias. Siempre estaba ocupado con la vida de campo, pero amaba cosas como
esta. Incluso me suplicó que fuéramos a Disneylandia para nuestra luna de
miel.
Tragué saliva, no queriendo imaginarme a Poppy en una luna de miel. Un
cosquilleo molesto se arrastró hasta mi cuello. Había estado apartando las
imágenes de Poppy y su esposo, metiéndolas en una caja que no tenía planes de
abrir jamás, pero la maldita tapa seguía abriéndose.
No ayudaba cuando había recordatorios en todas partes, como los anillos
de boda que siempre brillaban en su dedo.
La peor parte era que, le pedía que me hablara de él. Y no era que no
quisiera saber. Sí quería. Quería saber todo sobre Poppy. Simplemente no sabía
cómo escucharla hablar sobre Jamie, ver cómo se suavizaba su rostro, me haría
sentir.
Celoso. Como un imbécil, estaba celoso.
La cabina se sacudió nuevamente y Poppy se quedó sin aliento,
devolviendo mis pensamientos a la atracción. Mi mano libre se extendió y tomó
una de las suyas de la barra.
Entrelazó sus dedos con los míos y los apretó.
—Sigue distrayéndome.
Sonreí, sorprendido de nuevo por lo bien que esta mujer me había
descifrado.
—¿Subías a atracciones cuando eras niña?
—No. Esto siempre fue más de Finn.
No recordaba mucho de Finn Alcott, aparte de su cabello, que era del
mismo color que el de Poppy, y cómo había apoyado a su hermana cinco años
atrás. Después que le envió un mensaje de texto, él había ido a su casa y se
había hecho cargo, haciendo las llamadas telefónicas difíciles para que no
tuviera que dar la noticia del asesinato de Jamie.
—¿Cómo está él? —le pregunté.
—Está bien. —La cabina se sacudió y Poppy agarró mi mano con tanta
fuerza que me tronaron los nudillos—. Él y Molly están luchando para
adaptarse a su divorcio.
Traté de ajustar mi mano y restaurar un poco de flujo de sangre, pero no
me lo permitió así que solo la dejé apretar.
—No me di cuenta que habían estado casados.
—Sí. Se divorciaron no hace mucho tiempo.
Debajo de nosotros, el trabajador del carnaval gritó algo que no pude
entender y la cabina comenzó a oscilar.
—Ultima atracción, ultima atracción, ultima atracción —dijo Poppy.
—Sólo cierra los ojos. Dos minutos, y todo habrá terminado.
Asintió y cerró los ojos.
Luego montamos The Zipper.
Mientras Poppy mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, mantuve los
míos abiertos y en nuestras manos unidas. Cuando el paseo terminó y nuestra
cabina dejó de temblar, me había aprendido de memoria la sensación de sus
delicados dedos enlazados con los míos.
—Poppy. —Sus ojos todavía estaban cerrados mientras nuestra cabina se
detenía para descargar primero—. Poppy, necesito mi mano para que podamos
salir.
Sus ojos se abrieron y todo su cuerpo se relajó.
—Lo hicimos —susurró.
—Lo hiciste.
—No. Lo hicimos. —Sus ojos miraron a los míos mientras sonreía—. No
hubiera hecho esto sin ti, Cole.
Me incliné más cerca, ya no tenía prisa para salir de esta caliente jaula. No
con sus ojos y su mano sosteniendo la mía.
—Estoy encantado de…
—Oigan —espetó el operador de la atracción—. ¿Ustedes van a salir?
Maldita sea.
—Lo siento. —Poppy liberó su mano y se apresuró a desabrocharse el
cinturón de seguridad.
También me desabroché el mío, saliendo a la plataforma. Mi camisa se
estaba pegando a mi espalda y me aferré a la barandilla mientras seguía a
Poppy por las escaleras hacia abajo.
—No importa qué nuevas atracciones tengan, The Zipper siempre me
llamaba como ninguna otra.
Se rio y levantó la mirada hacia el paseo.
—¡Tú y yo hemos terminado, The Zipper! Tú ganas.
Cuando su sonrisa volvió a mí, mi corazón saltó en un ritmo extraño, casi
como si se saltara un latido. Nunca antes había sentido algo así.
—Podría tomarme una cerveza. ¿Qué dices, detective? ¿Puedo comprarte
una fría?
Mi mujer perfecta.
—Seguro.
Capítulo 9
43° Cumpleaños: Ir a un autocine
Poppy
7Es una atracción mecánica, consiste en varias cabinas sobre una superficie ondulada que da
vueltas a la vez que se pueden girar las cabinas.
—Al menos entro en esta.
—¡Diviértanse! —gritamos Finn y yo a sus espaldas.
Mientras Cole y Kali se ponían en la fila para la atracción, Finn se acercó a
mi lado.
—Me gusta.
—No. —Fingí sorpresa—. ¿De verdad? No podría decirlo por la forma en
que prácticamente estabas montando su pierna.
—Búrlate todo lo que quieras. A ti también te gusta.
Cole todavía estaba sosteniendo la mano de Kali, sonriéndole mientras
esperaban en la fila.
—Sí. También me gusta. Es un amigo.
—¿Un amigo? Vamos. ¿Qué está sucediendo entre ustedes dos?
Me encogí de hombros.
—Me encontré con él en esa clase de kárate que fui el mes pasado. Hemos
cenado juntos unas cuantas veces, y me está ayudando con algunas cosas de la
lista de Jamie.
—Y.
—Y también está investigando el caso del asesinato.
—Y.
—Y… ya está. Nada más. Acabo de decírtelo. Es un amigo.
—Poopy —reprendió Finn.
Imité su tono.
—Finn.
—Sé honesta.
El inconveniente de ser extremadamente cercana a mi hermano era que
nunca podía esconderle nada.
—¿Honestamente? No lo sé.
—Bastante justo. —Finn saludó a Kali y ella sonrió desde el vagón de Tilt-
A-Whirl. Estaba sentada junto a Cole, aferrando con las manos la barra que
cruzaba sus regazos. Y Cole estaba sonriendo hacia mí.
La atracción se puso en marcha y los saludé a ambos con la mano mientras
comenzaban a girar.
—A él también le gustas. Como más que solo una amiga.
Suspiré.
—Lo sé.
No quería darle esperanzas a Cole. Sabíaque tenía sentimientos por mí,
justo como yo los tenía por él. Pero ya que no estaba segura de cómo lidiar con
ellos, era más seguro simplemente clasificarlo como un amigo.
Finn me rodeó los hombros con el brazo y me abrazó hacia su costado.
—Está bien amar siempre a Jamie.
—Siempre lo haré. —Siempre.
—Pero tal vez también ames a alguien más.
Hace dos años, lo habría negado rotundamente. Habría asegurado que mi
amor por Jamie era único y nunca encontraría lugar en mi corazón para nadie
más. Pero ahora, no estaba tan segura. En algún momento, quería más en mi
vida. Una familia. Hijos. Amor.
Así que en lugar de decir un no rotundo, susurré:
—Tal vez.
Finn me abrazó con más fuerza.
—Algo sobre lo que pensar. Como Jamie era mi mejor amigo en el mundo,
siento que estoy cualificado para decir esto. A él también le habría gustado
Cole.
Finn tiene razón. Él te habría gustado, Jamie.
Permanecimos en silencio mientras observábamos a Kali y a Cole en la
atracción. Para cuando volvieron, Kali había reclamado a Cole como suyo,
suplicándole que la llevara a una última atracción. Lo hicieron hasta que todos
los boletos habían desaparecido y estábamos caminando por la feria,
consiguiendo algo de beber y comprándoles a los niños un último bocadillo.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Finn después que las mini donas y
las limonadas recién exprimidas hubieran desaparecido.
Kali todavía estaba corriendo a nuestro alrededor en círculos, corriendo
literalmente alrededor de nuestras piernas, pero Max estaba a treinta segundos
de quedarse dormido en su cochecito. Y por las ojeras bajo sus ojos, la energía
de Finn también estaba desapareciendo rápidamente. Probablemente había
permanecido la mayor parte de la noche levantado trabajando.
—¿Quieres algo de ayuda para acostarlos? Podría ir y ayudar con el baño.
El rostro de Finn se iluminó.
—¿No te importaría?
—En absoluto. Puedes pasar algo de tiempo poniéndote al día.
—Lo aceptaré. Estoy atrasado con una entrega.
Eso no era sorprendente. Mientras Molly tenía más tiempo entre manos
tras el divorcio, Finn estaba luchando por mantenerse al día con el trabajo.
Nunca lo diría en voz alta, pero esta había sido una buena llamada de atención
para él. Había tomado por sentadotodo lo que había hecho Molly para manejar
a los niños y ocuparse de la casa. Ahora tenía que hacerlo él mismo, ser la
señora mamá tres días a la semana, y Finn Alcott, diseñador de paisajismo y
empresario.
Pero todavía era mi hermano, y quería ayudarlo antes que se
desmoronara.
—Los acompañaré afuera. —Cole puso la mano en mi espalda mientras
caminábamos por el estacionamiento de gravilla.
Obtuve el mismo cosquilleo que tuve antes cuando me había tocado ahí,
gustándome más la segunda vez que la primera.
Cuando alcanzamos el estacionamiento, Finn señaló con la barbilla una
gran fila de autos.
—El mío está por aquí.
—Te veo en el R Bar la semana que viene. —Cole le estrechó la mano.
—No puedo esperar. —Finn sonrió—. Fue agradable verte de nuevo.
—A ti también. —Cole miró a Kali y a un Max durmiendo—. Adiós, niños.
Kali se acercó corriendo y lo abrazó por las rodillas.
—¡Adiós, Cole!
Con una última ronda de despedidas, Cole y yo nos giramos y
atravesamos la gravilla hasta donde habíamos estacionado nuestros vehículos.
—Gracias de nuevo por venir conmigo. Fue divertido.
—De nada.
Alcanzamos mi auto y me detuve junto al maletero.
—Entonces, ¿qué es lo siguiente?
—¿Qué tal una cena?
Dudé. Cuando estábamos pasando tiempo juntos por la lista, tenía una
excusa para ver a Cole. ¿Pero una cena? La forma en que lo había preguntado
parecía más como una cita. Pero antes que pudiera pensar en una excusa, Cole
habló primero.
—Solo es una cena, Poppy.
Solo una cena. Tenía razón. Estaba haciendo más por una cena de lo que
necesitaba.
—Claro. Cualquier noche de la semana que viene que estés libre, solo
házmelo saber. Podemos cenar en el restaurante o en otro lugar.
Sonrió.
—Ningún restaurante puede compararse al tuyo. De hecho, he perdido
mucho de mi apetito por algo que no esté servido en un frasco.
Sonreí.
—Entonces te veré la semana que viene.
—Es una cita.
Justo como la última vez que había dicho esas tres palabras, mi corazón
saltó.
Y tal vez un día, el tirón de culpabilidad que venía con ello desaparecería.
Poppy
Cole
Bien. Las cosas no estaban jodidamente bien. Pero si pensaba que iba a
poder excluirme, Poppy Maysen tenía algo que aprender.
No me iba a ningún lado.
Supe al meterme en esto con ella que el camino sería difícil. Que tenía más
cosas que superar de las que podría imaginar. Tenía que darle su tiempo. Así
que mientras esperaba a que se diera cuenta que era la nueva constante en su
vida, había estado aquí, viendo videos.
Y arreglando esa vieja camioneta.
Había olvidado lo mucho que disfrutaba arreglando autos clásicos. Cuanta
diversión tuve cuando era niño trabajando en viejos cacharros con mi papá.
Además de mis breves encuentros con Poppy, esa camioneta me había dado
algo que esperar al final de cada largo día.
Terminé llevándola a la casa de mis padres porque papá tenía mejores
herramientas y un garaje más grande. Había estado más que feliz de separarse
del espacio del garaje, emocionado de saltar al proyecto conmigo. Mamá estaba
contenta porque había estado allí casi todas las noches durante las últimas dos
semanas.
Todas las noches excepto cuando Poppy había estado allí para sus clases
de ukelele.
Esas noches, le di algo de espacio.
—Deberías salir de aquí. —Matt apagó el televisor.
—Creo que lo haré. —Dejarlo sonaba como una maldita buena idea.
Necesitaba un poco de tiempo fuera de esta habitación. Un poco de tiempo para
pensar sobre el caso—. Te veo el lunes.
Matt asintió mientras ambos nos levantamos y regresamos a nuestras
oficinas en comisaría. No perdí un segundo agarrando mis llaves, lentes de sol
y billetera de mi escritorio y saliendo de la estación.
En el momento en el que salí del estacionamiento, mi dolor de cabeza
empezó a aliviarse. Debatí si irme a casa, pero cuando pasé por delante de un
supermercado, tuve una mejor idea. Con un paquete de seis cervezas frías en el
asiento del pasajero, manejé hasta la casa de mis padres para pasar la tarde
trabajando en la camioneta de Jamie Maysen.
Todavía era temprano, sólo las cuatro de la tarde, cuando llegué a casa de
papá y mamá, lo que significaba que tenía el garaje para mí solo. Papá aún no se
encontraba en casa y mamá estaba enseñando en su estudio. Así que entré, me
quité el arma y la placa, luego cambié mi polo del departamento de policía de
Bozeman por una camiseta blanca que había escondido en la parte trasera de mi
camioneta. Abrí la tapa de una cerveza y me puse a trabajar, dejando que el
ruido metálico de las herramientas sobre el metal ahogara los silenciosos
disparos del video del asesinato que había visto demasiadas veces.
Tres horas después, había vaciado por completo el interior de la cabina. El
asiento había sido sacado, junto con los tapetes. El volante y los paneles de la
puerta se habían ido. Incluso había quitado la radio, la guantera y el panel de
instrumentos. Lo único que quedaba era el tablero negro, que estaba en buen
estado, pero necesitaba una limpieza y un acondicionamiento a fondo.
Con el interior básicamente un caparazón, comencé con los objetos más
pequeños, usando un destornillador para sacar el parasol del lado del
conductor. Acababa de aflojar un tornillo cuando la visera se abrió y una foto
cayó al suelo.
Dejé a un lado el destornillador y me limpié las manos en los vaqueros
antes de levantar la foto.
Era una foto de Poppy y Jamie en la universidad. Jamie tenía sus brazos
alrededor del pecho de Poppy, su barbilla apoyada en su hombro. Ambos
sonreían a la cámara mientras estaban parados en una fila abarrotada en el
estadio de fútbol de la MSU.
Maldición. Ella se veía feliz. Tan jodidamente feliz.
Mi corazón latió con fuerza mientras estudiaba el rostro de Poppy. No
había cambiado mucho desde la universidad. Algo de la juventud que tenía en
la foto había desaparecido, y el dolor había borrado parte de su inocencia, pero
ahora era tan hermosa como lo era en ese entonces.
Igual de hermosa, pero ni de lejos tan feliz.
Quería ver ese tipo de alegría en su rostro otra vez. Quería ser el hombre
que la pusiera allí.
Yo. No Jamie.
—Hola.
Mis ojos se volvieron hacia la puerta del garaje. Tan perdido en mi
inspección de su foto, no había escuchado a la mujer misma entrando. Pero allí
estaba ella. Mi Poppy bella. El sol la iluminaba con un halo ámbar, y mi corazón
hizo esa extraña cosa del doble tamborileo antes de encontrar mi voz.
—Hola.
—Disculpa si te he asustado. —Caminó hacia la pared más alejada donde
todos los muebles con herramientas de papá estaban alineados.
—No pasa nada. —Rodeé el capó de la camioneta para unirme a ella,
tendiéndole la foto—. Ten. Acabo de encontrar esto.
Tomó la foto y sonrió.
—Mira qué jóvenes éramos. Esto parece que fue hace una vida. —Con un
dedo, tocó el rostro de Jamie, luego dejó la foto a un lado en una de las mesas
de trabajo.
Esperé, preguntándome cuándo me toparía con la pared que había
construido entre nosotros, pero me sorprendió plantando las dos palmas de sus
manos en la parte superior de la mesa y saltando para tomar asiento.
¿Esto significaba que había terminado de excluirme? ¿Terminado de
evitarme? Porque eso cambiaría mi larga y horrible semana.
—Sabes —dijo—, creo que esa fue la última vez que fui a un partido de
fútbol de los Bobcats. Tengo ganas de ver las ampliaciones que hicieron en el
estadio. ¿Me acompañarías a ver un partido este otoño?
—Sin pensarlo dos veces.
Eso me concedió la sonrisa que no había visto durante mucho tiempo.
Maldita sea, la había echado de menos estas últimas dos semanas. Esa
sonrisa. Su risa. Sus locos gestos con las manos. La distancia que había puesto
entre nosotros me estaba matando.
Señaló la camioneta.
—¿Cómo va el progreso?
Me giré y me apoyé contra el banco de herramientas, mi cadera al lado de
su rodilla.
—Bien. Creo que podré hacer todo el interior yo mismo. Pude encargar un
nuevo asiento y todas las piezas. Tengo un tipo que viene a reemplazar el
parabrisas la próxima semana, y le he preguntado a un amigo de papá si puede
ayudarme con la carrocería y la pintura.
—Lamento no poder ayudar. Pero llevas la cuenta de lo que te debo,
¿verdad?
—Por supuesto.
Cualquiera que fuera el total, lo estaba dividiendo por la mitad. No había
manera que pagara por toda esta camioneta, sin importar lo que ella dijera. No
cuando estaba tratando de montar un nuevo negocio, pagar a sus empleados y
a sí misma.
—Creo que será mejor que guardes los recibos.
Me reí. Nunca dejaba de sorprenderme lo bien que podía leer mis
pensamientos.
—¿Qué hay de nuevo? ¿Todo bien?
—Estoy bien. —Asintió—. De hecho, acabo de terminar una clase con tu
madre y vi tu camioneta, así que vine a saludarte.
Fruncí el ceño.
—Pensé que tus clases eran los martes.
—Así es, pero pedí un cambio esta semana. Me tomé toda la tarde libre
para una cita. —Alcanzó el cuello de su camisa. Hoy no estaba usando su
camiseta habitual del restaurante. En cambio, llevaba una especie de sujetador
deportivo con una sudadera suelta de manga corta por encima. El cuello estaba
cortado con el fin que pudiera deslizase sobre uno de sus hombros, enseñando
un poco de su piel perfecta.
Cuando tiró del cuello, metí una mano en mi bolsillo para no sentirme
tentado de ver qué tan sedosa era esa piel. Mi polla se sacudió contra la
cremallera mientras tiraba cada vez más de ese cuello, estirándolo para que su
hombro quedara completamente desnudo.
—¿Lo ves? —Giró la espalda hacia mí y me incliné más cerca.
—¿Te hiciste un tatuaje hoy?
Asintió y miró por encima de su hombro.
—Mi primero y único. Esa cosa duele como un infierno.
Sonreí.
—Confiaré en tu palabra.
—¿No tienes tatuajes?
Negué.
—Aún no. Simplemente no puedo pensar en nada que me gustaría
tatuarme. —Señalé su camisa, queriendo mantenerla abajo para poder ver de
cerca—. ¿Puedo?
—Adelante.
Mis dedos reemplazaron los de ella en el cuello de la camisa y suavemente
la tiré más abajo. Tuve cuidado de no tocar su piel, sabiendo que estaría
sensible, pero también para que mi polla no tuviera ninguna idea de a dónde
iba.
En su hombro derecho, cubierto con una envoltura de plástico, había una
larga secuencia de guiones delicados; el resto aún no está escrito.
—Me gusta. —Me esperaba que cualquier tatuaje que se hiciera, fuera algo
sobre Jamie, pero esto parecía más como algo solo para ella—. ¿Qué significa
eso?
—Es una canción lírica. Algo que siempre recuerdo. —Se ajustó la camisa
por encima del hombro mientras mis dedos la soltaban—. Los primeros años
después de la muerte de Jamie fueron difíciles. No vi mucho a ninguno de
nuestros viejos amigos. En general me limité a lo mío. Trabajé como
recepcionista en la oficina de un dentista hasta que compré el restaurante, y si
no estaba en el trabajo, entonces, el tiempo lo pasaba en casa o con Finn y
Molly.
Asentí y permanecí en silencio, sin querer que se detuviera.
—Pero después de tres años más o menos, empecé a salir más. Empecé a
encontrarme con viejos amigos. Siempre me hablaban como en los viejos
tiempos, pero en cuanto me alejaba, los oía susurrar viuda. Esa fue la primera
palabra que utilizaron para describirme a mis espaldas. Esa pobre viuda, Poppy
Maysen.
Miró fijamente, sin pestañear, a la camioneta mientras hablaba y la ira
brillaba en sus ojos.
—Odio esa palabra. Viuda. —Sus manos se apretaron en puños en el
banco de trabajo—. Cada vez que la oigo quiero gritar. La gente dice que una
viuda es lo que soy ahora. Como si esperaran que permanezca en este estado
permanente de dolor. Como si fuera inaceptable que considere seguir adelante
con mi vida.
No tenía que decir sus nombres, pero sabía que se refería a los padres de
Jamie.
—De todos modos —relajó sus manos—, fue entonces cuando comencé a
pensar en completar la lista de cumpleaños de Jamie. Y eso es lo que significa
mi tatuaje.
—Que el resto de tu vida todavía no está escrito.
Asintió y clavó su mirada azul en la mía.
—He estado pensando mucho en ti estas últimas semanas.
—¿Sí? —Mi pecho se comprimió mientras me preparaba para que
levantara esa pared. Mientras esperaba que me dijera que no sería parte de lo
que tenía sin escribir.
—Sí. —Miró su regazo—. Me asustas muchísimo, Cole —susurró.
—¿Es por eso que me has estado evitando?
—Lo siento. Solo necesitaba tiempo para pensar.
Quería tocarla, levantar su barbilla para que me mirara, pero mantuve mis
manos apretadas a los lados.
—¿Y qué se te ocurrió?
—Me gustas —le dijo a sus dedos—. Me gustas mucho.
La tensión salió volando de mis hombros y dejé escapar un suspiro. Le
gusto. Eso era bueno. No, eso era jodidamente genial. Si ella realmente estaba
dispuesta a reconocer sus sentimientos por mí, mi batalla cuesta arriba podría
comenzar a nivelarse.
—Me gustas mucho también.
—Pero…
—Espera. —Mi dedo voló a sus labios—. Déjame decir algo antes que te
lleves la mejor sensación que he tenido en semanas.
Sonrió contra mi piel.
—No estoy intentando tomar el lugar de Jamie ni borrar su memoria ni
hacerte olvidar que lo amabas. Solo estoy tratando de explorar esto entre
nosotros. —Me acerqué más, apoyando mi cadera contra su muslo.
Su aliento se atascó bajo mi dedo y lo dejé caer, descansando mi mano en
el otro lado de su regazo, atrapándola en mi espacio.
—Lo que iba a decir era —sus ojos sostuvieron los míos mientras
sonreían—; pero me gustaría tomar las cosas con calma y solo ver qué pasa.
Con calma. No iba a retroceder ni mantenerme a distancia. Solo quería
tomarse esto con calma. Y con calma, definitivamente podría manejarlo.
—Dios, quiero besarte. —Quería desnudarla y tomarla aquí mismo, en
estamesa de trabajo, pero como no estaba lista para eso, me conformaría con un
beso—. ¿Eso te asusta?
Asintió.
—¿Quieres que te bese, Poppy?
No se movió. Solo me miró a los ojos mientras nuestras respiraciones se
mezclaban. Luego, hizo mi año entero dándome el más leve asentimiento.
Cerré loscentímetros entre nosotros hasta que mi nariz rozó la de ella. Me
detuve cuando se puso tensa, luego esperé, sin mover ni un músculo. Pero justo
cuando estaba a punto de alejarme y darle un poco de espacio, se apoyó en mis
labios con un roce vacilante.
—¡Cole! ¿Quieres pizza?
Poppy y yo nos separamos apresuradamente, nuestras cabezas girándose
hacia mamá mientras cruzaba la puerta lateral del garaje.
—Joder —murmuré al mismo tiempo que Poppy gimió.
Salí del espacio de Poppy y miré a mamá ceñudo. No podría habernos
visto desde la puerta lateral, así que no podía enojarme demasiado, pero
maldito sea el beso impedido por mi madre. Se sentía como la época de la
escuela secundaria cuando me sorprendía besándome con mi novia en el
camino de entrada.
—¡Oh, Poppy! —dijo mamá, rodeando la vieja camioneta—. No me di
cuenta que aún estabas aquí. Hemos ordenado pizza. ¿Te quedarás?
Sonrió.
—Por supuesto. Gracias, Mia.
—Cole y Brad adoran la de carne, pero yo me pido la vegetariana. ¿Está
bien?
—Suena genial.
—¡Bueno! Te llamaré cuando llegue. —Mamá me guiñó un ojo antes de
darse la vuelta y salir por la puerta.
Pasé una mano por mi cabello y tomé unos segundos para poner mi polla
bajo control. Pensó que conseguiría algo más que mi mano esta noche y estaba
atascada contra mi cremallera, lista para salir y jugar.
Los dedos de Poppy trabajaban por su cuenta en enredados círculos, su
labio inferior entre sus dientes.
—Lo siento. —Levanté mis manos—. Dijiste lento.
Sacudió su cabeza.
—Está bien. Sólo estoy…
—Oye. —Me volví a acercar a la mesa, atrapando sus manos entre las mías
antes que se agitaran—. Iremos despacio hasta que estés lista para acelerar el
ritmo. Solo dame la señal cuando estés preparada. —La dejé ir e hice una
demostración de mi versión de su giro de muñeca—. Listo. Dame esa señal.
Se rio.
—Bueno.
Caminé a lo largo del banco hasta la mini nevera y saqué otra cerveza.
—¿Quieres una?
—Sí, por favor.
Abrí la cerveza y se la entregué. Inclinando la botella color ámbar a sus
labios, tomó un largo trago. La forma en la que su sexy garganta se movía
mientras bebía no estaba haciendo nada para ayudar con el problema en mis
vaqueros.
Dejó su cerveza y también que sus ojos vagaran por el banco de
herramientas. Se quedaron en mi arma y placa a unos pocos metros de
distancia.
—¿Puedo, mmm...? —Señaló mi arma.
Dejé la cerveza y recogí la Glock sacándola de la funda.
—Por supuesto. Tiene el seguro activado y la descargué cuando llegué
aquí.
La sostuvo con cuidado en su mano.
—No sé mucho sobre pistolas. Solo utilicé un rifle cuando hice el hunter
safety 8de niña. Es pesada.
Lentamente, envolvió la culata con ambas manos.
—¿Así se sostiene?
Negué y reposicioné sus manos para que una estuviera alrededor de la
empuñadura y la otra debajo de la base para soportar su peso.
—Así. Esta arma sería demasiado grande para ti sin mucha práctica. Tiene
un gran retroceso y está hecha para manos más grandes. La mayoría de las
mujeres oficiales que conozco llevan una versión de esta más pequeña.
Probablemente esta le enviará los brazos por encima de la cabeza y la
haría retroceder un paso o dos.
Algo así como el asesino tuvo un retroceso en el tiroteo de la tienda de
licores.
¿Qué mierda? Mi mente empezó a correr. ¿Cómo no pensé en esto? ¿Cómo
ninguno de nosotros había pensado en esto? ¿Y si el asesino de Jamie fuera una
mujer?
Pasé una mano por mi rostro cuando las cosas aparecieron bajo una nueva
perspectiva. Simmons no había jodido este caso de asesinato. Lo había mirado
desde el ángulo más obvio. Había estado buscando a un hombre.
Todos habíamos estado buscando a un hombre.
—¿Cole?
Parpadeé y me concentré en Poppy.
—Lo siento. Solo estaba pensando en algo.
Tomé el arma de sus manos y la puse en su funda.
—¿Todo bien? —preguntó, frunciendo el ceño.
Sonreí y mentí.
8Es una curso de aprendizaje de caza y utilización de armas para niños (a partir de 10 años) y
adultos.
—Sí. Todo fantástico. ¿Quieres pasar el rato conmigo mientras trabajo en
la camioneta antes de la cena, o quieres entrar y hablar con mamá?
—Estoy bien aquí.
Así era. Estaba perfecta justo aquí.
Y aún estaría mejor si pudiera encontrar al asesino de Jamie.
Capítulo 12
39° Cumpleaños: Subirme a un taxi y gritar:
“¡Siga ese auto!”
Poppy
Cole
Poppy
Poppy
—Algo se me olvida.
Estaba mirando mis cosas en el asiento trasero de la camioneta de Cole,
segura de haber olvidado empacar algo importante. Era el fin de semana
después de la pelea de pintura y Cole y yo nos dirigíamos a hacer una caminata
en el Parque Nacional de los Glaciares.
¿Qué estoy olvidando?Tenía mi bolsa de ropa y artículos de aseo con ropa
interior extra, pijamas, calcetines y una camiseta solo por si acaso. Tenía mis
botas de senderismo, calcetines de senderismo y cantimplora que había sacado
del almacén. Tenía mi bolso con la billetera, el teléfono, el cargador y el bálsamo
labial y crema de manos que usaba antes de ir a la cama cada noche.
Aun así, no podía quitarme la molesta sensación que faltaba algo.
—¡Poppy! —Mis ojos fueron a Cole en el asiento del conductor, sus dedos
golpeteando en el volante.
Le hice un gesto para que esperara.
—¡Estoy olvidando algo!
—Poppy, has estado mirando esa pila durante cinco minutos. No olvidas
nada. Solo vamos por una noche. Volveremos mañana.
—Bien. —Resoplé y cerré de golpe la puerta trasera. Luego me senté en el
lado del pasajero y también cerré de golpe la puerta. Nada me molestaba más
que no estar preparada para un viaje, pero desde que no podía recordar qué me
faltaba, no tenía más elección que irme sin lo que fuera.
Conmigo finalmente lista, Cole no perdió tiempo retrocediendo por la
entrada y tomando la carretera.
Todavía era temprano, solo las seis de la mañana, pero la luz de la mañana
de mediados de septiembre estaba empezando a brillar.
—¡Espera! —Extendí mis manos cuando Cole pisó los frenos—. Mis gafas
de sol. Olvidé mis gafas de sol.
Gruñó y movió la camioneta en reversa, acelerando hacia atrás hacia mi
casa.
Saqué las llaves de mi bolso y salí, apresurándome dentro para agarrar
mis gafas de sol de la encimera de la cocina, justo donde las había dejado para
no olvidarlas. Sonreí cuando volví a la camioneta, sintiéndome mucho mejor
por empezar el fin de semana bien.
Gracias a una cancelación de último minuto, Cole y yo habíamos
conseguido una habitación en una de las cabañas más bonitas del parque.
Seríamos capaces de hacer este viaje, sin dormir en una tienda, y tachar esto en
la lista de Jamie.
—De acuerdo. Estoy lista ahora.
Cole estaba negando cuando entraba de nuevo en la camioneta.
—¿Eres así en cada viaje?
Me encogí de hombros y me abroché el cinturón de seguridad.
—No creo en empacar ligero.
—Anotado. —Sonrió con suficiencia—. ¿Estás segura que estás lista para
irte? Podríamos dar otra vuelta por tu casa. Tal vez empacar algo más de ropa.
Una hielera en caso de quedarnos varados en el lado de la carretera.
Deberíamos probablemente tomar algo de gasolina extra también. Tal vez otra
rueda de repuesto.
Luché con una sonrisa y deslicé mis gafas de sol en mi nariz.
—¿Has terminado de burlarte de mí para que podamos seguir el viaje?
Se rio.
—Por ahora.
—Bien. Entonces hagamos esto. —Sonreí, prácticamente rebotando en mi
asiento. No podía esperar a hacer esta caminata.
Poppy
Estaba cerrando la puerta del balcón cuando la puerta del baño se abrió.
—Me siento como hombre nuevo.
—Bien. —Tenía una sonrisa en el rostro cuando me di vuelta, pero cambió
mientras Cole cruzaba la habitación.
Estaba secando su cabello con una toalla, usando nada más que unos
pantalones negros de pijama que colgaban bajo, increíblemente bajo, en sus
caderas.
Mi respiración no solo se cortó, se desvaneció. Cada molécula de oxigeno
se evaporó con una simple mirada.
Porque Cole era fornido, realmente fornido. Sus brazos parecían
cincelados, las hendiduras entre sus músculos parecían los valles de la montaña
que acabábamos de ver en nuestra caminata. Horas no bastarían para recorrer
esos bíceps. Su pecho estaba cubierto con un poco de vello, pero lo suficiente
para entretener a mis dedos por días. Y sus abdominales pertenecían a la
portada de una novela romántica. Había esperado que su estómago fuera plano.
Sus camisetas y polos nunca se levantaban en la parte de en medio, ni siquiera
después de una gran comida. Pero los abdominales de Cole no eran planos,
estaban marcados. La piel que cubría sus músculos era tan delgada que su
estómago era la definición de una tabla para lavar.
Si conociera quien inventó el karate, le enviaría una nota de
agradecimiento.
Cole soltó la toalla y moví los ojos al suelo, tratando de ocultar el hecho
que había estado babeando por la parte superior de su cuerpo.
—Espero que tengas analgésicos en esa enorme bolsa tuya.
—Seguro. —Jadeé, recordándome como respirar. Mis brazos se movieron
a la bolsa en la cama, buscando frenéticamente por la botella de pastillas al
fondo—. Aquí tienes.
—Gracias. —Abrió la tapa, sacó unas pastillas y tomó una de las botellas
de agua que había traído conmigo.
Los tendones de su garganta hipnotizándome mientras llevaba la botella a
sus labios y comenzaba a tragar. Como si estuviera siguiendo el camino del
agua, mis ojos viajaron por su garganta, guiándome a su clavícula y por la línea
del centro que cortaba entre sus pectorales y estómago. Observé su camino
hasta la V que desaparecía entre el elástico de su pijama, luego un poco más, al
bulto que ningún algodón podría contener.
Cole dejó caer la botella de agua de sus labios. Y regresé mi atención a mi
bolsa, pretendiendo organizarla mientras mis mejillas se enfriaban.
—¿Dolor de cabeza? —pregunté, moviendo cosas alrededor de mi bolsa.
—Estaré bien. —Colocó la botella de píldoras en la televisión y rodó su
cuello.
Estaba tratando de restarle importancia, pero sabía que le dolía.
Colocando mi bolsa a un lado, señale el final de mi cama.
—Ven y siéntate.
Sin preguntarme, se hundió en el colchón. Sus hombros moviéndose al
frente mientras agachaba la cabeza
Me subí a la cama detrás de él, permaneciendo de rodillas mientras me
acercaba a su espalda. Con el más leve toque, coloqué mis manos en sus
hombros desnudos. Una descarga eléctrica salió disparada por mis codos y el
calor de su piel inundando mis fríos dedos.
Cole se tensó y los músculos de su espalda se volvieron más
pronunciados, también sintió la descarga.
Mi corazón estaba acelerado, pero ignoré el tamborileo y comencé a mover
mis pulgares por la base de su cuello.
—No tienes que hacer esto.
Añadí más presión.
—Solo cierra los ojos y relájate.
Cole me dio el más leve movimiento con la cabeza y luego la volvió a
agachar, relajándose con cada segundo mientras trabajaba de arriba hacia abajo
su cuello, y luego de un lado a otro por sus hombros.
—¿Está ayudando?
Asintió.
—Tienes manos mágicas.
—Si el restaurante no funciona, quizás puedo volverme una masajista.
Una baja risa salió por su pecho, el movimiento enviando cosquillas por
mis brazos.
—Háblame de algo. Tu voz es relajante.
Mis manos se detuvieron. Nadie le había dado un cumplido a mi voz
antes. Era gracioso como un poco de halago hacía que me gustara algo de mí
que nunca antes consideré especial. Así que si mi voz podía calmar el dolor de
cabeza de Cole, después de un largo día cargándome a todas partes, le leería mi
lista de compras.
—¿De qué quieres que te hable?
—De lo que sea. ¿Qué tal de tu familia? ¿Eres cercana con tus padres?
Pensar en ellos calentó mi corazón.
—Lo soy. No nos vemos mucho, pero hablo con ellos algunas veces a la
semana. Y siempre vienen para los cumpleaños de Kali y Max y para Navidad.
—¿Cuándo fue la últimavez que estuviste en Alaska?
—Hace dos años. Fui un poco antes de comprar el taller y comenzar a
renovarlo para convertirlo en el restaurante. Pasé un par de semanas ahí
escuchando los consejos de mi papá para mi plan de negocios y teniendo la
ayuda de mi mamá para crear el menú.
Mis manos presionaron más fuerte en el cuello de Cole, trabajando duro
para sacar los nudos.
—¿Qué hacen tus padres?
—Papá es piloto. Tiene su propio negocio de suministros aeronáuticos en
el norte de Alaska. Lo ha construido a lo largo de los años y ahora tiene a
muchos pilotos trabajando para él. Podría retirarse en cualquier momento, pero
ama volar. Y mamá es una chef privada en Anchorage.
—¿De ahí salió tu amor por la cocina?
Sonreí.
—Sí. Mamá me enseñó como cocinar. —Me heredó su pasión por la
comida, mientras que papá pagó por mi títulode negocios en la Universidad de
Montana. Ambos me dieron las herramientas para crear mi carrera en la cocina.
—¿Y tus abuelos?
Mis manos se movieron de nuevo de su cuello a sus hombros. Con cada
movimiento circular de mis pulgares, la tensión disminuía.
—Todavía están en Alaska. Los padres de mi papá han vivido en el mismo
lugar por cincuenta años, a tres cuadras de la casa de mis padres. Y los padres
de mi mamá están en un asilo. Están en sus noventa, pero con buena salud.
Aunque ninguno de ellos puede escuchar bien.
Suspiró.
—Es bueno que todavía los tengas. Mis abuelos, todos fallecieron cuando
era joven.
—Lo lamento.
Antes de Jamie, nunca había perdido a nadie. Quizás es una pequeña
razón por la cual su muerte fue tan devastadora. Tan sorpresiva. Fue una
llamada recordándome que el tiempo con nuestros seres amados es fugaz.
Como si pudiera sentir mi momento de tristeza, Cole movió su mano y la
colocó sobre la mía, apretándola suavemente antes de volverla a colocar en su
regazo.
Froté sus hombros y cuello por un tiempo hasta que mis dedos finalmente
se cansaron. Pero no quería dejar de tocar a Cole, así que moví un poco más mis
rodillas. Mis manos deslizándose hacia arriba por su cuello, pasando por sus
orejas, y hasta su cabello.
—Reclínate.
Cole me miró a través de sus pestañas, viendo como mis dedos
masajeaban su cabello.
—Dedos mágicos —susurró—, y hermosos ojos.
Mis manos siguieron trabajando en su cabello mientras lo seguía mirando.
La intensidad entre los dos aumentaba con cada segundo que nos rehusáramos
a apartarnos, que nos rehusáramos incluso a parpadear.
Y en ese momento, me abrí por completo a Cole. Sin palabras, le dije lo
mucho que significaba para mí. Cómo había unido mis piezas rotas. Y con su
suave mirada, en la profundidad de sus ojos verde pálido, me mostró una
vulnerabilidad que nunca había visto. Sus ojos suplicándome que cuidara su
corazón.
Siempre lo protegería.
El calor entre nosotros fue aumentando, pero aun así, no apartamos la
mirada. Mis manos dejaron de moverse a la vez que mi pecho se volvía pesado
con respiraciones entrecortadas. Cole estaba sentado congelado delante de mí…
esperando.
Esperando mi señal.
Parpadeé antes de llenar mis pulmones con una respiración entrecortada.
—¿Harías algo por mí?
—Sin pensarlo dos veces.
—Bésame.
Su cabeza se apartó de mi hombro mientras giraba. Con sus brazos
tomando mis rodillas, Cole se inclinó hacia adelante, chocando su pecho
desnudo contra mí. Sus manos habían dejado la cama, viajando por mis
costados con el más ligero toque. Esos largos dedos rozando los costados de mis
senos antes de moverlos por mis brazos, y hacia mi cabello mojado.
Todo el tiempo los ojos de Cole no me dejaron.
Cuando su rostro se acercó más, bajé la mirada a sus labios. Solo tuve un
segundo para estudiarlos antes que me besara. En el momento en que nos
tocamos, mis ojos se cerraron y mis labios se abrieron para su legua. Tocó la
punta de la mía antes de regresar a rozar mis labios.
Un gemido de deseo salió de mi garganta mientras él jugaba.
Mordisqueando y succionando mis labios, pero conteniéndose. Mis manos, sin
moverse a mis costados, se movieron a su cintura, pero movió sus caderas, no
dejándome tomarlo.
—Cole —supliqué cuando se apartó.
Estaba jadeando mientras buscaba en mis ojos.
—¿Qué tan lejos quieres llevar esto?
La respuesta salió sin dudarlo.
—Hasta lo último.
Se movió hacia atrás, como si no confiara en él para estar cerca.
—¿Estás segura? Porque una vez que crucemos la línea, no vamos a
regresar.
Tomé su mandíbula.
—Estoy más segura que nunca. Esto. Nosotros. Quiero esto. Te quiero a ti.
Apenas y pude decir la última palabra antes que la boca de Cole chocara
con la mía. Esta vez, no hubo juegos. Nada de contenerse. Cole me besó tan
profundamente que estaba perdida para todo menos para su boca.
Mis manos se aferraron a su espalda mientras lo acercaba, necesitando
más. Estaba mareada por el palpitar entre mis muslos y la falta de oxígeno, pero
solo me aferré más fuerte, desesperada por consumirlo por completo.
Un gruñido, sus manos dejaron mi cabello y se movieron a mi trasero,
apretando mientras me levantaba de la cama y me recostaba, sin apartarse de
mi boca. Mientras mis caderas se movían hacia las suyas, su dureza frotando
contra mi agonizante clítoris. Me arqueé, frotándome contra el delgado algodón
que nos separaba.
La lengua de Cole regresó a mi boca, explorando sin detenerse mientras
sus manos se movían por mis senos. Apretándolos sobre mi camisola antes de
jalarla, liberándolos para poder llenar sus grandes manos.
Arqueé mi pecho contra sus manos, anhelando un toque más duro en mis
pezones. Y no me decepcionó. Con sus palmas todavía tomando mis senos, usó
su pulgar para girar y tirar mis duras puntas. Cada jalón y pellizco enviando un
disparo directamente a mi centro. Seguramente mi humedad había
empapadomis bragas y pantalones de dormir. Seguramente Cole podía sentir lo
mucho que lo necesitaba dentro.
Mis manos se deslizaron entre nosotros, moviéndose hasta llegar al
elástico en el pantalón de Cole, pero antes que pudiera hacer algo, se apartó,
maldiciendo.
—Mierda. Mierda. Mierda.
—¿Qué? —Jadeé.
Colapsó sobre mi pecho, jadeando y maldiciendo en la almohada. Cuando
levantó su cabeza, su mandíbula estaba tensa.
—No tengo condones.
Mierda.
Antes que pudiera decir algo Cole se bajó de mí, buscando el teléfono en la
mesita de noche.
—Voy a llamar a la recepción.
—¡Espera! —Golpeé su mano lejos del teléfono. Lo último que quería era
que llamara para que nos trajeran un condón que posiblemente llevaría quién
sabe cuánto tiempo en el hotel —. Estoy tomando la píldora, y no he estado con
nadie desde…
Su mano regresó a la cama.
—Acabo de tener mi revisión anual. Estoy limpio.
Levanté la cabeza de la almohada, presionando mis labios contra los
suyos.
—Entonces, ¿qué estás esperando?
Sonrió, la luz en sus ojos brillando mucho más de lo que había visto antes.
—Mi mujer perfecta.
El revoloteo en mi corazón fue tan fuerte que era básicamente todo lo que
podía sentir. Y con ese sentimiento llegó algo más, la comprensión de algo. No
debía de sentirme culpable por sentir mariposas por alguien que no fuera Jamie.
Debería de sentirme afortunada, increíble, mágicamente afortunada. Había
encontrado a alguien más que me hiciera sentir querida, amada y protegida.
Cole se había ganado esas mariposas.
Y debería de tenerlas.
Mientras regresaban sus labios a mi sonriente boca, cerré los ojos,
saboreando el momento. Saboreando el beso y el calor entre nosotros que
quemaba mi piel. Deseaba más de ese calor, más de su piel y su cuerpo, así que
deslicé mis manos por el elástico de sus pantalones. Con un agarré firme, llené
mis manos con el trasero de Cole.
—Poppy —gruñó mientras apretaba. Incluso con mis dedos presionando
fuertemente, apenas habían dejado marca en su músculo. Su cuerpo era tan
sólido. Tan duro. Cada centímetro.
Y ya estaba cansada de estas ropas manteniéndolo lejos.
Mis manos cambiaron su cintura por la mía. Enganchando mis pulgares en
mis pantalones y haciendo lo mejor para sacármelos, pero con su peso sobre mí,
apenas se movieron un centímetro.
Aparté mis labios de Cole y resoplé.
Se rio contra mi mejilla.
—Ese es mi trabajo. —Mirando mi mandíbula, comenzó a besar mi cuello.
Abandoné mis esfuerzos por desvestirme y dejé que sus manos se
movieran a mis costados, disfrutando la manera en que la lengua de Cole se
movía y como su boca succionaba mi piel.
Se movió hacia abajo, al espacio entre mi clavícula, y luego a uno de mis
senos. Su cálida boca encontrando mi pezón y succionando, moviendo la lengua
antes de dejarlo ir con un pop.
Le hizo lo mismo al otro pezón mientras sus manos se dirigían al
dobladillo de mi camisola. Para cuando terminó de moverse por mi torso,
estaba retorciéndome debajo de él. La tortura era agonizante. Hermosa. Me
estaba volviendo loca, pero no quería que se detuviera.
—Cole —supliqué—. Más.
Tarareó y se apartó de mi pecho, finalmente sacándome la camisola y
lanzándola al suelo. Se colocó de rodillas, sus ojos oscureciéndose conforme
veía mi piel desnuda.
—Eres tan hermosa.
Mi corazón se hinchó mientras dejaba escapar una respiración temblorosa.
Había tanto que quería decir, decirle lo especial que me hacía sentir, pero estaba
sin palabras. Todo lo que podía hacer era mirarlo mientras lentamente me
sacaba los pantalones y mis bragas de encaje.
Su boca regresó a mi piel y comenzó a explorar. Su lengua tomando cada
uno de mis senos antes que sus labios me hicieran cosquillas a un costado. Cole
succionó y mordió la suave curva de mi cadera. Besó el interior de mi muslo,
donde mi rodilla se doblaba. Luego se movió de regreso para volverlo a hacer,
esta vez con el lado que había ignorado.
Estaba en la misión de devorar cada centímetro de mi piel solo para ver si
alguna parte sabía diferente al resto. Para cuando llegó a mi centro, deslizando
la lengua por en medio, en una lamida eufórica, cada nervio en mi cuerpo
estaba pulsando desesperadamente por liberación.
Cole se puso de pie y se bajó los pantalones. Cuando se levantó, mis ojos
se dirigieron directamente a su larga y gruesa polla. Mi corazón volvió a
acelerarse al ver su tamaño. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que
tuve relaciones y Cole era grande.
Gateando de regreso a la cama, Cole me cubrió con su cuerpo, colocando
un brazo en mi espalda mientras el otro tomaba mi cabello. Presionó un suave
beso en mis labios, eliminando mis preocupaciones con esa caricia dulce.
Mientras su lengua tocaba mi labio inferior, su mano abandonó mi cabello
y se colocó entre nosotros para tomar su polla. Lo colocó en mi abertura,
esparciendo la humedad a mi clítoris. Mis caderas se arquearon cuando lo hizo
una y otra vez, mi cuerpo suplicando por más.
Finalmente colocó la punta en mi entrada y llevó su mano de regreso a mi
rostro. Luego con un suave deslizamiento, Cole me llenó completamente. No se
movió por un momento, dándome la oportunidad de ajustarme a su alrededor,
pero luego comenzó a moverse. Su profundo y deliberado ritmo me llevó más y
más alto, hasta que mis piernas comenzaron a temblar y mi piel estaba en
llamas.
No podía durar. Por más que quisiera alargar esta increíble sensación, mi
cuerpo era quien estaba guiándome. Así que cerré los ojos, eliminando todo lo
demás menos a Cole dentro de mí. Y me dejé llevar. Gemí mientras mi orgasmo
salió de mí en oleadas, mis paredes internas aferrándose alrededor de Cole
hasta que no pude moverme debajo de él.
—Dios, eres perfecta. —Cole volvió a besarme, luego comenzó a moverse
más rápido.
Hubiera esperado que encontrara su liberación pronto, pero solo seguía.
Una y otra vez comenzó a moverse volviendo a llevarme a la cima.
Mostrándome que, aunque estuviera exhausto, tenía la energía para seguir por
horas. Siguió empujando, sus caderas marcando un ritmo errático que no podía
predecir, hasta que estuve temblando debajo de él, lista para llegar una vez
más.
—Córrete, hermosa. —Jadeó—. Estoy aquí.
Con su grave voz en mi oído y su cálida boca en mi garganta, jadeé su
nombre justo antes que el segundo orgasmo irrumpiera con fuerza.
Palpitaba alrededor de él, mis caderas golpeando contra las suyas. Movió
su cabeza hacia atrás y dejó escapar un gruñido mientras terminaba, cálido y
húmedo dentro de mí. Todavía estaba viniéndome, pero me obligué a abrir los
ojos, deseando ver su rostro, su arrebatador rostro.
Sus largas pestañas se apretaron. Los tendones de su cuello se flexionaron.
Su mandíbula se tensó fuertemente.
Arrebatador.
Tanto había pasado desde que Cole llegó a mi vida. Los altibajos de mi
montaña rusa emocionalhabía sido casi demasiadopara manejar. Pero no me
arrepentía ni un segundo del viaje, no si es aquí donde me bajo. Aquí, entre los
brazos de este increíble hombre.
Cole colapsó sobre mí, abrazándome con fuerza, mientras jadeábamos por
aire. Presioné mis manos en su espalda, todavía sin querer dejarlo ir, hasta que
finalmente recuperáramos el aliento y la habitación dejó de girar. Salió y se dejó
caer a un costado. Luego con un rápido movimiento, me llevó a su pecho.
—Ahora, estoy agotado.
Solté una risita contra su cuello. Entre la caminata y el sexo, podía apostar
que caería muerto en menos de cinco minutos.
—Voy a limpiarme. Ya regreso. —Con un beso en su mejilla, giré fuera de
la cama y fui al baño. Apresurándome a limpiarme, queriendo regresar a sus
brazos antes que se durmiera.
Cole estaba esperando cuando regresé debajo de las sábanas que había
acomodado. Me llevó a su lado y colocó su nariz en mi cabello. Luego tomó mi
mano y entrelazo nuestros dedos.
—¿Estas bien? ¿Por estar conmigo?
Ya que me había desmoronado después de nuestro primer beso, su
pregunta no me sorprendió. Probablemente solo estaba esperando que tuviera
otro ataque de llanto. Pero no había nada en el sexo con Cole que provocara
lágrimas que no fueran de felicidad.
—Estoy mejor que bien. —Besé su pecho—. Estoy de maravilla. Y tú eres
el único con quien quiero estar.
—Bien. —Soltó un suspiro de alivio—. ¿Quisieras hablar de por qué no
tienes tus anillos?
Debí de suponer que no lo pasaría por alto.
—Era hora.
—Siempre puedes hablar conmigo de él. Sobre cómo te estas sintiendo.
Prométeme que me dirás si se vuelve demasiado.
—Lo prometo, solo que no aquí. Esta cama, es un lugar solo para nosotros,
¿está bien? Esto es solo nuestro.
Besó mi cabello.
—Está bien.
Cerré los ojos y me acurruqué contra él, feliz porque le gustaba
acurrucarse.
—Buenas noches.
Bostezó.
—Buenas noches, mi Poppy bella.
Luego me quedé dormida junto al segundo hombre con el que había
tenido sexo. El hombre que había ganado mi dañado corazón. El hombre que
me había estado sanando desde entonces.
El hombre que veía cuando soñaba con el futuro.
Cole
Poppy
Poppy
Una hora después de haber salido del restaurante con Belle, habíamos
regresado.
Las escasas pertenencias de Belle estaban en la camioneta de Jamie. Llamó
a su abuela para anunciar su embarazo y confirmar que todavía era bienvenida
en Oregón, lo cual era. Y le había dejado una nota a su padre, algo que no
esperaba que él viera, o le importara, hasta que se hubiera ido.
Así que, mientras Belle estaba dentro del restaurante usando el baño antes
de su viaje, yo estaba sentada en el asiento del conductor de la camioneta de
Jamie, mirando la foto que había sacado de la visera.
—No es exactamente comprarle un automóvil a un desconocido, pero creo
que estarías bien con eso. —Le toqué su rostro—. Me has cuidado durante
mucho tiempo. Cuídala a ella en su lugar, ¿de acuerdo?
Su sonrisa congelada era toda la respuesta que necesitaba.
Presioné un beso en mis dedos, luego sobre la foto, antes de meterla de
nuevo en la visera para que pudiera estar con Belle mientras conducía a
Oregón. Dejando la camioneta en marcha, agarré mi bolso y entré. Luego
caminé directamente a la caja fuerte de la oficina, donde saqué todo el dinero
que Molly había planeado llevar al banco mañana.
—¿Todo listo? —le pregunté a Belle cuando regresó a la cocina. Tenía la
bolsacon comida para llevar que Helen le había hecho enrollar sobre una
muñeca.
—¿Estás segura que puedo tomar prestada tu camioneta? No sé cómo la
devolveré aquí.
Sonreí.
—No estás pidiendo prestada esa camioneta, Belle. Es tuya.
—No, no puedo…
—Sí, sí puedes. Esa era la camioneta de mi esposo, y él querría que la
tuvieras. Sin discutir. Solo prométeme conducir con cuidado. Encuentra un
lugar donde quedarte esta noche antes que te canses demasiado. —Le entregué
el fajo de billetes—. Toma. Para tu viaje.
Lo miró con los ojos muy abiertos, probablemente nunca antes había visto
tanto dinero.
—Cuando te instales, tendrás que enviarme tu nueva dirección para poder
transferir el título de la propiedad de la camioneta a tu nombre. ¿De acuerdo?
Todavía estaba mirando el dinero.
—¿Belle? Necesitaré tu dirección, ¿de acuerdo?
Sus ojos se fijaron en los míos y asintió salvajemente.
—De acuerdo.
—Bien. Ahora será mejor que salgas a la carretera si quieres llegar a
Missoula antes que se haga demasiado tarde.
Las lágrimas inundaron sus ojos cuando tomó el dinero y lo guardó en el
bolsillo de su abrigo.
—Gracias.
Me acerqué y limpié una lágrima de su rostro. Un rostro tan joven, pero
tan valiente.
—Mantente en contacto.
Cayó en mis brazos, abrazándome tan fuerte con sus delgados brazos que
apenas podía respirar.
—Conduce con cuidado.
Asintió contra mi pecho, luego me dejó ir, despidiéndose mientras
desaparecía por la puerta trasera.
Mantenla a salvo, Jamie. Llévala a Oregón.
No estaba segura si enviar a una chica de dieciséis años en un viaje de
doce horas era inteligente, pero era mejor que la alternativa. Y tenía fe en que
una vez que Belle llegara a Oregón, su abuela cuidaría de ella.
Hasta entonces, tenía a Jamie.
Ignoré el ardor en mi garganta y respiré profundamente justo cuando
Helen entraba irrumpiendo por la puerta de la cocina. Me giré para ver sus
brazos llenos de platos sucios y el estrés escrito en todo su rostro.
—Iré al mostrador. Tómate un descanso rápido. —Salí, sonriendo mientras
ella suspiraba y volvía a trabajar.
No mucho después que el ajetreo de la cena disminuyera. Cole entró al
restaurante con una carpeta de manila bajo el brazo. Se colocó detrás del
mostrador para un beso, luego colocó la carpeta sobre el mostrador.
—¿Qué es esto? —Abrí el archivo. Una foto de la escuela de Belle era lo
único dentro.
—Esta es la hija de la cajera.
Miré con ojos muy abiertos y sin parpadear la imagen. En la parte inferior,
escrito con un marcador, estaba su nombre completo. Tuesday Belle Hastings.
Tuesday.
Belle me había dado su segundo nombre en lugar del primero. Si me
hubiera dicho Tuesday, habría recordado su nombre en los artículos del
periódico sobre el asesinato. Había memorizado esos artículos, los impresos
junto a los obituarios de Jamie y Kennedy.
—¿Cuáles son las posibilidades? —murmuré. Coincidencias. Realmente
eran lo nuestro.
—¿Qué? —preguntó Cole.
Cerré la carpeta.
—Nunca vas a creer lo que hice esta tarde.
Capítulo 20
28° Cumpleaños: Surfear en una multitud
Cole
Poppy
—Goodman.
Fruncí el ceño cuando Cole respondió su teléfono. Era la mañana después
de nuestra cena en casa de Brad y Mia y se suponía que teníamos el viernes
para pasarlo juntos.
Me había levantado temprano y nos había hecho el desayuno para ambos:
estábamos comiendo en el comedor por primera vez en mucho tiempo.
Habíamos estado hablando de llevar a Nazboo a pasear cuando su teléfono
había sonado, y dado que era la estación en la otra línea, no podía ser ignorado.
—Sí, estaré allí en veinte.
Maldición. Adiós a nuestro día libre.
—Lo siento. —Cole me dio una sonrisa triste mientras colgaba el
teléfono—. Si pudiera quedarme, lo haría, pero realmente necesito ir a la
estación.
—Está bien. —No podía culparlo por anteponer la oportunidad de hacer
un arresto antes un tiempo en el sofá conmigo—. Cuídate.
—Lo haré. —Se puso de pie y me besó en la frente, llevando su plato al
fregadero.
Me levanté y lo seguí con el mío.
—Me ocuparé de los platos. Puedes irte.
—Te lo compensaré. —Tomó el plato de mi mano, lo dejó, y luego me
subió sobre la encimera.
Le aparté el cabello oscuro de la frente mientras se ponía entre mis
piernas.
—¿Qué tenías en mente?
—¿Qué tal si compró comida china de camino a casa y tomamos un
almuerzo tardío y vemos una película?
—¿Puedo elegir lo que veremos?
Asintió.
—Sí, pero puedo vetar dos veces.
—Una.
—Una. —Se inclinó y rozó sus suaves labios con los míos—. Me daré
prisa.
—Envíame un mensaje cuando salgas de la estación. Podría llevar a
Nazboo a mi casa para empezar a empacar mis cosas.
—No te agotes. Ahorra algo de energía para mí. —Sonrió y me besó de
nuevo antes de salir corriendo de la cocina. Su pantalón de chándal insinuaba el
culo perfecto debajo del algodón gris.
Había esperado pasar mucho tiempo apretando ese culo hoy. En cambio,
empezaría a empacar para poder mudarme oficialmente.
Suspiré y salté del mostrador, enjuagué los platos y los puse en el
lavavajillas. Estaba a punto de subir cuando Cole volvió a bajar, vestido con
vaqueros y un grueso suéter verde. El jersey de punto hacía que el verde en sus
ojos se destacara más que en su habitual polo negro.
—Te amo. —Envolví mis brazos alrededor de él, respirando
profundamente su olor fresco.
—También te amo. —Me inclinó hacia atrás para que sus labios pudieran
moldearse a los míos. Su lengua se deslizó entre mis dientes, haciéndome
cosquillas, antes de alejarse—. Nos vemos pronto. —Un beso más en mi frente y
se había ido, caminando hacia el garaje.
Contuve a Nazboo mientras íbamos a la puerta de entrada para
despedirnos desde porche.
Nazboo dejó escapar un gemido mientras él salía del garaje y a la calle,
dejándola atrás con su segundo dueño favorito.
—Lo siento —le froté las orejas—, pero volverá pronto. Andando. Vamos
a empacar algunas cosas antes que regrese.
Me apresuré a tomar mi propia ducha, sin molestarme en lavarme el pelo
ysolo recogiéndolo, y luego me puse unos vaqueros ajustados, un jersey de
cuello alto gris ancho y mi TOMS negros favoritos. Nazboo subió delante
mientras cruzábamos la ciudad, y cuando llegamos a mi casa, decidí comenzar
a empacar en la pequeña oficina.
Dos horas después, estaba sentada en el suelo, clasificando libros y
papeles en tres pilas: guardar, botar y Jamie. La pila de guardar había estado
creciendo más rápido, con el montón de tirar en segundo lugar. El montón de
Jamie era el más pequeño con algunos de sus viejos libros que iba a darle a
Jimmy.
—¡Nazboo! —llamé, tomando un descanso de la clasificación.
Había desaparecido hace unos quince minutos y no podía oír sus patas
golpeando los pisos de madera, lo que significaba que se había quedado
dormida o que estaba causando problemas.
Esperé y escuché, pero nada.
—¡Nazboo!
Esta vez escuché pasos en la sala de estar antes que viniera trotando por el
pasillo y a la oficina con un libro en la boca.
—¡No! —Salté del suelo—. Chica mala. —Le arranqué el libro de la boca y
le apunté con el dedo en la cara—. Chica mala, Nazboo. No. No. No. No
masticamos libros.
Maldición. No era la única culpable. En mi apuro esta mañana, había
olvidado sus palitos de cuero.
Salí de la oficina y fui a la cocina, agarrando una toalla de papel para
limpiar el libro. Una vez que estuvo seco, lo reconocí de las cosas de Jamie.
—Jimmy no va a querer este ahora. —La portada estaba destruida con
marcas de dientes y baba, aunque el interior no estaba tan mal. Hojeé las
páginas, sorprendida cuando apareció una carta metida en el medio.
Doblada en tres partes, en la solapa superior decía Para Jamie en su 35°
cumpleaños.
—Oh, Dios mío. —Di un grito ahogado y me tapé la boca.
Era esta. La carta que pensé que estaba perdida. La carta que Jamie se
había escrito a sí mismo para dentro de diez años.
La carta que Jamie había escrito el día de su muerte.
Esta carta era una de las dos cosas en la lista de cumpleaños que Jamie
había hecho él mismo. Busqué esta carta. Destrocé la casa un año después de su
muerte buscándola, pero nunca pude encontrarla. Pero aquí estaba todo el
tiempo, metida en un libro que Nazboo había usado como su juguete de
mascar.
Y ahora finalmente podía leer las últimas palabras que Jamie había escrito.
Lágrimas amenazaron, pero tragué el nudo en mi garganta y tomé dos
largas respiraciones. Luego fui a mi pequeña mesa de comedor y tomé asiento.
Con cuidado, abrí la carta, sonriendo ante la letra descuidada de Jamie. Solo
llenó la mitad superior de la página. Por supuesto, su carta no era larga, ese no
había sido su estilo.
Inhalé, llenando mis pulmones por completo, antes de leer sus palabras.
Viejo yo,
Te estás poniendo viejo ya, amigo, así que antes de llegar a los cuarenta, quería
darte un consejo. No tengas una crisis de la mediana edad. No seas ese tipo. Es
triste,patético y realmente me cabrearía. Mira a tu alrededor. Estoy seguro que sigues
siendo genial ya que eres yo. Tu esposa es jodidamente sexy. La vida es buena. Así que
quédate tranquilo y sé bueno con Poppy. Es lo mejor que te ha pasado.
No lo arruines,
Joven Yo
Me reí mientras las lágrimas llenaban mis ojos. Esto era solo… tan Jamie.
Esta carta era todas las cosas maravillosas, ridículas y dulces que mi esposo
había sido.
Y estaba tan feliz de haberla encontrado. Ahora podría ponerla con su lista
de cumpleaños, donde pertenecía.
Gracias, Jamie. Gracias por ayudarme a encontrar esto.
Si era Jamie o no, no lo sabía. Solo estaba agradecida que otra coincidencia
me haya llevado a su carta.
Estas increíbles coincidencias.
Y tal vez era una tontería, pero le agradecía a la casualidad por traerme a
Cole.
Sorbí, sonriendo nuevamente con los ojos llorosos mientras volvía a leer la
carta. Luego la volví a doblar y la llevé a mi bolso, deslizándola en el diario de
Jamie. Mañana, dejaría que Jimmy la leyera también. A él le gustaría eso.
Después que el diario fue guardado de manera segura, me incliné para
rascarle las orejas a Nazboo.
—Supongo que no estás en problemas. Pero no más libros para mascar,
¿entendido?
Me lamió el rostro.
—Lo tomo como un sí. —Me levanté e hice un gesto con la cabeza hacia el
garaje—. Vamos. Veamos si podemos encontrar algunas cajas.
Una hora después, había empaquetado la pila para guardarla y la había
cargado en mi auto. Terminé de arrojar a la basura la pila para botar y estaba
revisando mi teléfono para ver si Cole había enviado un mensaje de texto. No lo
había hecho, así que decidí empezar a empacar lo de la cocina.
Una hora más tarde, cuando todos los cajones estuvieron vacíos y limpios,
revisé mi teléfono de nuevo, sin ver nada de Cole.
—Probablemente esté ocupado —le dije a Nazboo.
Sus ojos marrones se abrieron, pero por lo demás, no se movió de donde
se había quedado dormida al lado de la nevera.
—Le enviaré un mensaje.
Envié un mensaje corto, preguntándole si tenía alguna idea de cuándo
terminaría en la estación, y luego me puse de nuevo a empacar.
Los minutos pasaron y mi teléfono permaneció en silencio en el
mostrador. Mis ojos se movían a la pantalla con tanta frecuencia que dejé de
concentrarme en empacar. Pero no importaba cuánto tratara de concentrarme
en ordenar platos y electrodomésticos al azar, no podía dejar de revisar
constantemente mi teléfono. Y cada vez que aparecía vacío, mi pánico crecía.
Había algo inquietantemente familiar acerca de esto. Algo completamente
indeseable. Los recuerdos atormentaban mi mente desde la última vez que
había estado en esta cocina, desesperada por que sonara mi teléfono.
Él está bien. Solo está en el trabajo. Me recordé una y otra vez que Cole
estaba bien. Que el hormigueo ansioso en la nuca era solo porque estaba aquí.
Que encontrar la carta de Jamie había refrescado viejos recuerdos. Era solo déjà
vù.
A pesar de mis mejores esfuerzos por no comparar el pasado con el
presente, cuando sonó el timbre, una lanza de terror atravesó mi acelerado
corazón. Contuve la respiración cuando mis pies inestables doblaron la esquina
de la cocina.
Mis ojos fueron a la ventana de la puerta, y por un momento, retrocedí
cinco años atrás. Me llevó un segundo separar los recuerdos de la realidad, pero
cuando lo hice, la ola de alivio que se estrelló sobre mí casi me tiró al suelo.
El hermoso rostro de Cole estaba del otro lado del cristal.
Me apresuré por el pasillo, Nazboo corriendo para alcanzarme, y giré la
cerradura.
—Hola —dije tomando aire y presionando una mano en mi corazón
todavía palpitante—. Ese fue el más intenso de los déjà…
Dejé de hablar ante la mirada en los ojos de Cole. Estaban llenos de dolor.
De terror. Había visto esa combinación en sus ojos antes. Era la misma mirada
que había tenido la noche en la que estuvo en este mismo porche y me dijo que
mi esposo había sido asesinado.
—¿Cole?
Mi voz parecía empeorar el dolor y todo su rostro se retorció en agonía.
—Me estás asustando. ¿Qué es? Dime. —Esperé tres segundos—. Por
favor.
Tragó saliva.
—Encontramos a la persona que asesinó a Jamie.
Mi mano se apretó contra mi boca, pero aun así un sollozo escapó.
Ninguna cantidad de respiraciones calmantes podía contener mis lágrimas, y
me inundaron los ojos, goteando por mis mejillas.
—¿Lo hiciste? ¿Se acabó? —Una increíble sensación de finalidad se instaló
en mi pecho. Todavía estaba llorando, pero las lágrimas ya no estaban llenas de
miedo. Estaban llenas de alivio. Se terminó.
Cole asintió, pero no parecía en absoluto aliviado. ¿No eran estas buenas
noticias? Un asesino estaba fuera de las calles. Había encontrado al tipo malo.
¿Por qué todavía parecía que quería estar en cualquier lugar menos en mi
porche?
—Hay más. —Su voz se quebró.
La tensión volvió de golpe, llenando mis músculos mientras permanecía
en silencio, esperando que Cole continuara.
Cuando miró sus pies y luego hacia arriba de nuevo, las lágrimas en sus
ojos golpearon como un martillo contra mi pecho.
—¿Qué? —supliqué—. ¿Qué no quieres decirme?
Una lágrima rodó por su mejilla.
—Es mi culpa. Es mi culpa que Jamie fuera asesinado.
Capítulo 22
Cole
—Por favor, por favor, agente, por favor.—La chica agarraba mi brazo—. Por
favor no me arreste. Prometo que nunca más haré algo parecido.
—Mira, niña. Lo siento. Pero tú y tus amigos estaban destrozando propiedad
privada. El grafiti es ilegal, incluso si ese edificio está abandonado. No puedo dejarte ir.
—Especialmente porque era la única de su pandilla que había logrado atrapar.
—No. —Sus ojos me suplicaron mientras hablaba—. Lo juro. Ni siquiera estaba
pintando. Mire. —Levantó los dedos, todos estaban limpios.
—Entonces no te meterás en muchos problemas. Vamos. —Tomé su codo y
comencé a llevarla de regreso a mi patrulla.
—Por favor. —Era alta, probablemente un metro setenta y siete u ochenta, así que
siguió mis pasos mientras seguía suplicando—. Solo tengo dieciséis. Si me arrestan, me
enviarán de regreso a California. Pero no puedo regresar. No puedo.El novio de mi
madre… —Detuvo sus pies, tirando de mis brazos así que también me detuve—. Por
favor. No puedo volver a vivir con él. —Con su mano libre, levantó el cabello largo y
oscuro de su nuca, revelando un grupo de seis quemaduras de cigarrillos brillando bajo
la farola.
Mierda. Esta chica podría estar jugando conmigo, pero las lágrimas en sus ojos y
el tormento en su rostro se veían como la verdad.
—¿Tienes dieciséis?
Asintió.
—¿Cómo llegaste a Montana?
—Vine con mi novio. Tiene veintiún años y nos mudamos aquí juntos. Pero mi
padre vive aquí, simplemente no tiene la custodia oficial.
—¿Y este novio era uno de los vagos que estaba destrozando esa pared?
Negó.
—No.
Mis ojos se estrecharon ante su mentira.
—¿De verdad?
—No lo haré de nuevo —susurró—. Por favor.
Solté su brazo y respiré profundamente. Sin un rastro en sus manos, no podía
probar que había estado pintando con aerosol. Todo lo que podía demostrar era que
estaba con la pandilla, lo que significaba que probablemente recibiría una palmada en la
muñeca y un billete de ida a California con servicios sociales. Entonces, en lugar de
arrastrarla a mi coche patrulla, alcé un dedo frente a su rostro—. Esta es tu única
oportunidad. La única oportunidad. Si te atrapo de nuevo, conduciré tu trasero a
California yo mismo.
—Gracias. —Echó sus brazos alrededor de mi cintura—. Gracias. —En el
momento en que me soltó, giró y corrió en la dirección opuesta.
—¡Sé buena! —dije a su espalda.
—¡Lo seré! —Se despidió y desapareció en la esquina.
Cole
Cole,
Hace exactamente un año, decidí terminar la lista de cumpleaños de Jamie. Estaba
parada en la cocina de mi casa y tomando un selfie. Así es como comenzó todo esto. Una
selfie de mí llorando frente a un pastel de cumpleaños de chocolate.
Desearía poder volver a ese día, no para borrar este último año, sino para decirme
que aguante. Para decirme a mí misma que siga respirando, porque muy pronto, alguien
especial entrará en mi vida y la hará más fácil. Me diría a mí misma que no llorara,
porque él estaríaallí para ayudarme a terminar la lista de cumpleaños. Sujetaría mi
mano cuando necesitase algo de fuerza. Me dejaría llorar en su camisa cuando no
pudiera contener las lágrimas. Él haría que fuera fácil enamorarme de nuevo.
Porque lo hago. Te amo, Cole. Puedo probarlo también. Hazme un favor. Deja esta
carta y mira el gran libro. Y no te límites a hojearlo. Realmente detente y mira.
Dejé la carta y abrí el libro grande. Excepto que no era un libro, era un
álbum de fotos. Poppy había impreso todas sus fotos diarias y me había hecho
este libro.
Mi corazón se retorció mientras miraba la primera página. Ver su primera
foto dolió. Tal como lo había descrito en la carta, estaba Poppy, hermosa, pero
miserable, de pie junto a un pastel lleno de velas encendidas.
Las páginas que siguieron no fueron mucho mejores. Sus ojos azules
estaban apagados y sus sonrisas eran forzadas. Parecía un fantasma de mi
Poppy.
Seguí volteando, odiando cada una de estas imágenes, hasta que llegué a
la mitad del libro y el dolor en mi pecho comenzó a aliviarse. El punto medio
fue cuando las fotos comenzaron a incluir el restaurante. Las sonrisas de Poppy
llegaban a sus ojos, y un puñado de páginas más tarde, encontré la foto que le
había sacado el día que caminábamos por el parque. El día que bromeó acerca
de tener una gran nariz.
A partir de ahí, las fotos fueron todas las que reconocía, ya que había
sacado la mayoría de ellas. Hojeé rápidamente el resto del libro, queriendo
regresar a la carta de Poppy, pero me detuve en la última página.
A diferencia de la mitad del libro, esta página no era un collage, sino una
sola foto. Era una foto simple, completamente del rostro de Poppy. Sus ojos
brillaban, como lo hacían cada vez que la hacía reír. Su sonrisa era amplia, como
cuando le decía que la amaba.
Su felicidad irradiaba fuera de la página, y la absorbí por unos momentos
antes de volver a la carta.
¿Lo viste?
Asentí.
Hiciste eso, Cole. Tú. Tú y todas estas locas coincidencias que nos unieron. Ahora
haz una cosa más por mí. Revisa la lista de cumpleaños de Jamie.
Con amor,
Poppy