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29/12/2018 Columna: Javier Cercas: Dios no es humorista | EL PAÍS Semanal

PALOS DE CIEGO › C O L U M N A

Dios no es humorista
Javier Cercas
29 DIC 2018 - 18:00 COT

Aunque hayamos terminado el año como siempre, hechos


una ruina, estaría bien empezarlo riéndonos a mandíbula
batiente
AL CONTRARIO, Dios es un humorista, es como se titulaba una
novela de Ludwig Pursewarden, un personaje de El cuarteto de
Alejandría, aquella tetralogía de Lawrence Durrell que algunos
leímos de adolescentes y que yo desde entonces no he vuelto a leer,
por miedo a que no me guste tanto como me gustó. (No es raro: no
he vuelto a leer Miguel Strogoff desde los 8 o 9 años, pero me
acuerdo de ella como si acabara de leerla; no he vuelto a leer
Rayuela desde los 18 o 19 años, pero la tengo presente cada vez que
siento la tentación letal de apretar el tubo del dentífrico desde
abajo). En cuanto a Pursewarden, era un personaje extraordinario, o
así lo recuerdo yo, un diplomático británico, borracho, blasé y
suicida que se dedicaba a soltar a diestro y siniestro frases
rutilantes, del tipo: “Las verdaderas ruinas de Europa son sus
grandes hombres”. O: “Hace falta una inmensa ignorancia para
acercarse a Dios. Me temo que yo siempre he sabido demasiado”. O:
“Dios mío, por fin empiezan a tomarme en serio. Esto me impone
terribles obligaciones. Tengo que reírme dos veces más”.

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¿De verdad puede ser Dios un humorista? Eso es lo que también


pensó alguna vez Imre Kertész, quien un día de junio de 1983
escribió en una entrada de su diario: “A mí me parece que Dios es un
humorista, un humorista desde luego un poco cruel, aunque no
desprovisto de la bondad sabia pero limitada de los verdaderos
humoristas”. ¿Había leído Kertész a Durrell y estaba repitiendo, de
forma consciente o inconsciente, el título de Pursewarden? Aunque
es difícil imaginar a dos escritores más distintos que el húngaro y el
inglés, no hay que descartarlo, porque El cuarteto se publicó entre
1957 y 1960, más de 20 años antes de la anotación de Kertész, en la
que por lo demás es imposible no admirar eso de “la bondad sabia
pero limitada” del humorista auténtico. Sea como sea, lo que
demuestra que Kertész era mejor escritor que Durrell (o más
perspicaz, o simplemente mejor lector de Ka a) es que en seguida
comprende que se equivoca, comprende que Dios no puede ser un
humorista y que de hecho los hombres hemos inventado el humor
para paliar las insuficiencias de Dios, o más bien su ausencia; y por
eso a renglón seguido se corrige: “Si Dios —y con Él la vida— fuese
perfecto (transparente y desprovisto de muerte y de miedo), el
humor no existiría”. Claro que no: el humor es la feliz válvula de
escape del pánico, es el consuelo de los que carecen de consuelo, es
un arma de destrucción masiva de todas las certezas, es el sentido
de quien sabe que nada tiene sentido o no se conforma con que el
único sentido sea la muerte (porque sin muerte no hay vida), es la
alegría pletórica y sin esperanza que resulta de la adhesión sin
resquicios a lo real, que es insuficiente y efímero, pero es lo único
que hay. No he mencionado a Ka a porque sí; ni siquiera porque sea
uno de esos escritores escasísimos que se empiezan a leer en la
adolescencia y nunca se terminan de leer. Lo he hecho porque nadie
como él sabía que el humor es la cosa más seria que existe, que un
día sin risa es un día perdido y que, en un mundo sin Dios, el sentido
del humor es casi una obligación moral. Lo dijo o lo vino a decir
muchas veces, pero, que yo sepa, nunca de forma tan clara como en
un libro que no escribió él, sino Gustav Janouch, un esloveno casi
anónimo que conoció en su juventud praguense a Ka a, quedó
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deslumbrado por él y en 1951, casi 30 años después de la muerte del


escritor checo, publicó un libro donde rememora las
conversaciones entre ambos. Allí dice Ka a: “En estos tiempos tan
despojados de Dios es preciso ser gracioso. Es un deber”. Y en
seguida añade: “La orquesta del barco siguió tocando en el Titanic
hasta el final. De ese modo se le arranca a la desesperación el suelo
que está pisando”.

Así que, aunque hayamos terminado el año como siempre, hechos


una ruina y sabiendo demasiado para acercarnos a Dios, estaría
bien empezarlo riéndonos a mandíbula batiente, imitando la bondad
sabia aunque limitada de los verdaderos humoristas, tocando y
tocando hasta el final para arrancarle el suelo a la sucia
desesperanza. Feliz 2019.

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