Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
CIENCIAS
SOCIALES
Vivir afuera
Antropología de la
experiencia urbana
Colección: Ciencias Sociales
Serie: Investigaciones
Director: Máximo Badaró
Segura, Ramiro
Vivir afuera: Antropología de la experiencia urbana / Ramiro Segura;
con prólogo de Alejandro Grimson. 1a edición San Martín: Universidad
Nacional de General San Martín. UNSAM EDITA, 2015.
176 pp.; 21x15 cm. - (Ciencias Sociales. Investigaciones / Máximo Badaró)
ISBN 978-987-1435-94-4
1. Antropología. 2. Geografía. 3. Etnografía. I. Alejandro Grimson, prolog.
II. Título
CDD 306
ANTROPOLOGÍA DE LA EXPERIENCIA
URBANA
Los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y
especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro ha-
ciendo lo posible para no golpearse.
1. Presentación
El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los antropólogos no estudian aldeas (tribus, pueblos,
vecindarios...); estudian en aldeas.
Clifford Geertz, La interpretación de las culturas
en este trabajo, las cuestiones sobre las que nos detendremos, si bien tienen
en cuenta las peculiaridades locales, obtienen validez en relación con el objeto
analítico más que en relación con el enclave empírico. Por esto, como se verá, la
“suma de las partes” de este trabajo no componen una totalidad, no restituyen
(en gran medida porque es imposible hacerlo) “la ciudad”, sino que buscan dar
luz a ciertos problemas de la experiencia urbana contemporánea. Idealmente, el
libro fue pensado como un laboratorio donde se ponen a prueba teorías; es decir,
donde se encuentran y dialogan teorías que hablan (generalmente desde pocas
ciudades) sobre la ciudad y las ciudades, con lo que ocurre con los modos de
experimentar una ciudad por parte de distintos actores sociales.
Por medio de esta operación buscamos también remarcar (y cuestionar) la
“geografía de la teoría” que dominó largo tiempo los estudios urbanos. Desde
una perspectiva poscolonial, Jennifer Robinson ha señalado recientemente la
paradoja de una teoría urbana construida a partir de una espacialidad restrin-
gida (las historias y las experiencias urbanas europea y norteamericana), con
pretensiones de conocimiento universal sobre las ciudades (Robinson, 2011).
La aplicación de estas teorías en ciudades de otras latitudes, habitualmente, ha
conducido (y conduce) a la conclusión de que estas pertenecen a una categoría
diferente (y deficiente) de ciudad.
Esto es particularmente relevante en el caso específico de la “experiencia
urbana”, noción cuya fuerte carga normativa (cuando no etnocéntrica) radica
en que la forma ideal de la vida urbana se encuentra generalmente asociada a
algún universo cultural específico: habitualmente, la polis griega y su espacio
público, o la modernidad clásica europea del siglo XIX –paradigmáticamente
París– con sus tensiones, conflictos y horizontes futuros aún abiertos. De esta
manera, este conjunto de imágenes subyace a distintos juicios (generalmente
negativos) acerca de las ciudades contemporáneas, claramente alejadas en
escala, población, conflictividad e inserción en el mundo económico de aquel
universo cultural que se toma como instrumento de medida.
Por más deseables que sean aquellas experiencias históricas, en el abordaje
de una situación específica debemos abandonar (o al menos dejar en suspen-
so) semejante carga normativa, ese “deber ser” de la vida en las ciudades. Para
apoyar esta posición, no está de más señalar la singularidad (pretendidamente
universal) del urbanismo europeo occidental, muy diferente al oriental y al del
continente americano. La nostalgia que a veces se intuye en muchos trabajos
es por demás infundada, pues incluso en nuestro caso ni siquiera se trata de
un paraíso perdido.
Por esto, en lugar de estudiar las ciudades del “sur global” como casos em-
píricos interesantes por su anomalía respecto de los parámetros occidentales
(lo que conduce necesariamente a un neo-orientalismo), se trata siguiendo a
Ananya Roy (2013) de trabajar con geografías teóricas abiertas (que incluyen
24
Introducción
lo realizado en el norte) para producir una serie de conceptos que permitan re-
conocer la heterogeneidad y multiplicidad de las modernidades metropolitanas.
Mezcla de particularidad y generalización, los conceptos y las teorías ur-
banos son producidos en lugares específicos –y esos lugares, como venimos
diciendo, importan– y luego se encuentran sujetos a una historia de viajes,
apropiaciones, préstamos y resignificaciones. Por eso, antes que una antropo-
logía de “la ciudad”, este libro condensa el ejercicio de una antropología de
la experiencia urbana en una “ciudad ordinaria” (Robinson, 2002), entendida
como un locus donde mirar procesos compartidos con otras ciudades así como
particularidades locales y dialogar críticamente con conceptos construidos en
otras latitudes.
Sin ánimo de discutir las opciones metodológicas, cada una de las cuales
tiene sus potencialidades y sus límites, no se sabe muy bien a qué se refiere
la autora con etnografía urbana ni cuáles serían sus críticas. Parece bastan-
te claro que la diferencia entre la práctica etnográfica y, para ponerle un
26
Introducción
29
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
potencian, al tiempo que desaparecen los pocos efectos positivos que podría
llegar a presentar en ciertas circunstancias específicas.
Por el otro lado, las investigaciones centradas en el análisis del emergente
mundo comunitario de los pobres urbanos que, como señala Svampa, “la so-
ciología argentina contemporánea ha sintetizado como el pasaje de la fábrica
al barrio” (2005: 160). En efecto, en estas investigaciones se ha señalado que,
frente a la pérdida de centralidad de la actividad laboral, con la consecuente
declinación de las formas de organización y de identificación propias del
mundo del trabajo, la vida social de los sectores populares tendió a quedar
circunscripta a los límites del barrio y de las organizaciones locales que allí
operan. Denis Merklen (2005) ha denominado a este proceso “inscripción te-
rritorial” de los pobres urbanos, es decir, que frente al proceso de desafialiación
generalizado y empobrecimiento, el barrio aparece como lugar tanto de replie-
gue como de inscripción colectiva. También se ha señalado que el proceso de
“territorialización de los sectores populares” (Svampa, 2005) producido en los
últimos 25 años no solo se relaciona con la pérdida de centralidad del mundo
del trabajo, sino también con una correlativa transformación profunda de las
políticas públicas. De este modo, una vasta bibliografía coincide en señalar
que la conjunción entre la limitación de la mayor parte de las prácticas coti-
dianas al espacio barrial y los procesos de inscripción territorial han reforzado
la segregación socioespacial de los sectores populares.
Nuestro interés se encuentra precisamente en el vacío que surge de cruzar
ambas miradas. Si en el último tipo abordaje –y de manera paradojal– más
allá de la efectiva constatación de la “territorialización” o “inscripción territo-
rial” de los sectores populares se ha prestado escasa atención a las dimensiones
territoriales, la focalización en lo territorial por parte del primer tipo de en-
foque en general ha implicado la minimización de las dimensiones prácticas
y simbólicas de la vida social. Buscamos conocer la experiencia de habitar un
espacio segregado en la periferia de la ciudad. Se trata de estudiar precisamente
lo que no se reduce a las condiciones de vida e infraestructura de un barrio
ni al estudio de los procesos políticos que tienen lugar en él, sino en conocer
el cotidiano de la vida barrial y urbana en el que ambas cuestiones (carencias y
política) están incorporadas en los puntos de vista de los actores y en la expe-
riencia cotidiana del habitar la periferia.
Para reponer la heterogeneidad y complejidad de la periferia, buscamos
“darle un papel protagónico al sujeto anónimo que vive y hace la periferia”
(Hiernaux y Lindón, 2004: 118). Conocer esta experiencia supone indagar en
los modos en que los residentes de la periferia viven la ciudad. En definitiva,
nos interesa el habitar “como el proceso de significación, uso y apropiación
del entorno que se realiza en el tiempo” a través de un “conjunto de prácti-
cas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden
31
Vivir afuera. Antropología de la experiencia urbana
del espacio, e indagar los usos y las apropiaciones de los distintos ámbitos de
una ciudad. Nos coloca ante una vida urbana que no se agota en el mapa y en
la cual los movimientos, los relatos y las prácticas, como remarcaba Michel
de Certeau (2000), no se localizan sino que espacializan, es decir, producen
espacio. A la vez, en muchas investigaciones el énfasis en la movilidad y la
blandura de la ciudad pierde de vista o minimiza tanto las posiciones –espa-
ciales y sociales– que los agentes ocupan en la vida urbana (Bourdieu, 2002),
como el hecho de que la ciudad presenta cierta resistencia y no es igualmente
maleable para todos los actores sociales. Atributos como la clase, la etnia y la
raza nos recuerdan que “la ciudad es más blanda para unas personas que para
otras” (Hannerz, 1986: 280).
Por esto, en nuestro abordaje de la periferia urbana de la ciudad de La Pla-
ta partimos de la precaución de evitar la tentación de encontrar “la aldea en la
ciudad” (Gorelik, 2008), prestando atención a las interacciones, los desplaza-
mientos y los usos que son constitutivos de la vida urbana, así como reconoce-
mos que la ciudad puede ser, según las situaciones, los actores involucrados y
los dominios de actividades, más o menos blanda, más o menos dura. De esta
manera, al estudiar un sector periférico de la ciudad no podemos suponer que
ese recorte sea relevante per se para los actores sociales involucrados, así como
tampoco esperamos que agote la vida urbana de esos actores (Althabe, 1999;
Bourgois, 2010). Las personas residen en espacios particulares, pero también
se mueven y desplazan por la ciudad y por otros dominios vinculados con el
trabajo, la recreación, los lazos de parentesco; es decir, los roles que desem-
peñan en su barrio son solo uno de los que potencialmente ocupan en los
distintos dominios de la ciudad y, por lo mismo, el barrio puede ser un espacio
socialmente relevante de su acción como puede no serlo, o serlo para algunas
actividades y no para otras.
Partiendo de la observación y descripción de “situaciones sociales” (Agier,
2012) necesariamente fragmentarias y situadas, el desafío consistirá en anali-
zar simultáneamente posiciones y movilidades, indagando cómo se entrelazan
en la experiencia urbana de los residentes en la periferia los límites y las fron-
teras con las relaciones y los intercambios.
33