Vous êtes sur la page 1sur 242

Roberto Massari

TEORÍAS DE LA
AUTOGESTIÓN

2
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 137

3
Roberto Massari

Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en
Francia 1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS
Karl Marx y Fiedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya

4
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 22 DIALÉCTICA Y CONSCIENCIA DE CLASE


György Lukács
Libro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁN
Franz Mehring
Libro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA
Ruy Mauro Marini
Libro 25 MUJERES EN REVOLUCIÓN
Clara Zetkin
Libro 26 EL SOCIALISMO COMO EJERCICIO DE LA LIBERTAD
Agustín Cueva - Daniel Bensaïd. Selección de textos
Libro 27 LA DIALÉCTICA COMO FORMA DE PENSAMIENTO - DE ÍDOLOS E IDEALES
Edwald Ilienkov. Selección de textos
Libro 28 FETICHISMO y ALIENACIÓN - ENSAYOS SOBRE LA TEORÍA MARXISTA EL VALOR
Isaak Illich Rubin
Libro 29 DEMOCRACIA Y REVOLUCIÓN. El hombre y la Democracia
György Lukács
Libro 30 PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
Paulo Freire
Libro 31 HISTORIA, TRADICIÓN Y CONSCIENCIA DE CLASE
Edward P. Thompson. Selección de textos
Libro 32 LENIN, LA REVOLUCIÓN Y AMÉRICA LATINA
Rodney Arismendi
Libro 33 MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
Osip Piatninsky
Libro 34 VLADIMIR ILICH Y LA EDUCACIÓN
Nadeshda Krupskaya
Libro 35 LA SOLIDARIDAD DE LOS OPRIMIDOS
Julius Fucik - Bertolt Brecht - Walter Benjamin. Selección de textos
Libro 36 UN GRANO DE MAÍZ
Tomás Borge y Fidel Castro
Libro 37 FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Adolfo Sánchez Vázquez
Libro 38 ECONOMÍA DE LA SOCIEDAD COLONIAL
Sergio Bagú
Libro 39 CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMÉRICA LATINA
André Gunder Frank
Libro 40 MÉXICO INSURGENTE
John Reed
Libro 41 DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL MUNDO
John Reed
Libro 42 EL MATERIALISMO HISTÓRICO
Georgi Plekhanov
Libro 43 MI GUERRA DE ESPAÑA
Mika Etchebéherè
Libro 44 NACIONES Y NACIONALISMOS
Eric Hobsbawm
Libro 45 MARX DESCONOCIDO
Nicolás Gonzáles Varela - Karl Korsch

5
Roberto Massari

Libro 46 MARX Y LA MODERNIDAD


Enrique Dussel
Libro 47 LÓGICA DIALÉCTICA
Edwald Ilienkov
Libro 48 LOS INTELECTUALES Y LA ORGANIZACIÓN DE LA CULTURA
Antonio Gramsci
Libro 49 KARL MARX. LEÓN TROTSKY, Y EL GUEVARISMO ARGENTINO
Trotsky - Mariátegui - Masetti - Santucho y otros. Selección de Textos
Libro 50 LA REALIDAD ARGENTINA - El Sistema Capitalista
Silvio Frondizi
Libro 51 LA REALIDAD ARGENTINA - La Revolución Socialista
Silvio Frondizi
Libro 52 POPULISMO Y DEPENDENCIA - De Yrigoyen a Perón
Milcíades Peña
Libro 53 MARXISMO Y POLÍTICA
Carlos Nélson Coutinho
Libro 54 VISIÓN DE LOS VENCIDOS
Miguel León-Portilla
Libro 55 LOS ORÍGENES DE LA RELIGIÓN
Lucien Henry
Libro 56 MARX Y LA POLÍTICA
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 57 LA UNIÓN OBRERA
Flora Tristán
Libro 58 CAPITALISMO, MONOPOLIOS Y DEPENDENCIA
Ismael Viñas
Libro 59 LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO
Julio Godio
Libro 60 HISTORIA SOCIAL DE NUESTRA AMÉRICA
Luis Vitale
Libro 61 LA INTERNACIONAL. Breve Historia de la Organización Obrera en Argentina.
Selección de Textos
Libro 62 IMPERIALISMO Y LUCHA ARMADA
Marighella, Marulanda y la Escuela de las Américas
Libro 63 LA VIDA DE MIGUEL ENRÍQUEZ
Pedro Naranjo Sandoval
Libro 64 CLASISMO Y POPULISMO
Michael Löwy - Agustín Tosco y otros. Selección de textos
Libro 65 DIALÉCTICA DE LA LIBERTAD
Herbert Marcuse
Libro 66 EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Theodor W. Adorno
Libro 67 EL AÑO 1 DE LA REVOLUCIÓN RUSA
Víctor Serge
Libro 68 SOCIALISMO PARA ARMAR
Löwy -Thompson - Anderson - Meiksins Wood y otros. Selección de Textos
Libro 69 ¿QUÉ ES LA CONCIENCIA DE CLASE?
Wilhelm Reich

6
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 70 HISTORIA DEL SIGLO XX - Primera Parte


Eric Hobsbawm
Libro 71 HISTORIA DEL SIGLO XX - Segunda Parte
Eric Hobsbawm
Libro 72 HISTORIA DEL SIGLO XX - Tercera Parte
Eric Hobsbawm
Libro 73 SOCIOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA
Ágnes Heller
Libro 74 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo I
Marc Bloch
Libro 75 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo 2
Marc Bloch
Libro 76 KARL MARX. ENSAYO DE BIOGRAFÍA INTELECTUAL
Maximilien Rubel
Libro 77 EL DERECHO A LA PEREZA
Paul Lafargue
Libro 78 ¿PARA QUÉ SIRVE EL CAPITAL?
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 79 DIALÉCTICA DE LA RESISTENCIA
Pablo González Casanova
Libro 80 HO CHI MINH
Selección de textos
Libro 81 RAZÓN Y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 82 CULTURA Y POLÍTICA - Ensayos para una cultura de la resistencia
Santana - Pérez Lara - Acanda - Hard Dávalos - Alvarez Somoza y otros
Libro 83 LÓGICA Y DIALÉCTICA
Henri Lefebvre
Libro 84 LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano
Libro 85 HUGO CHÁVEZ
José Vicente Rangél
Libro 86 LAS GUERRAS CIVILES ARGENTINAS
Juan Álvarez
Libro 87 PEDAGOGÍA DIALÉCTICA
Betty Ciro - César Julio Hernández - León Vallejo Osorio
Libro 88 COLONIALISMO Y LIBERACIÓN
Truong Chinh - Patrice Lumumba
Libro 89 LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
Frantz Fanon
Libro 90 HOMENAJE A CATALUÑA
George Orwell
Libro 91 DISCURSOS Y PROCLAMAS
Simón Bolívar
Libro 92 VIOLENCIA Y PODER - Selección de textos
Vargas Lozano - Echeverría - Burawoy - Monsiváis - Védrine - Kaplan y otros

7
Roberto Massari

Libro 93 CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA


Jean Paul Sartre
Libro 94 LA IDEA ANARQUISTA
Bakunin - Kropotkin - Barret - Malatesta - Fabbri - Gilimón - Goldman
Libro 95 VERDAD Y LIBERTAD
Martínez Heredia - Sánchez Vázquez - Luporini - Hobsbawn - Rozitchner - Del Barco
LIBRO 96 INTRODUCCIÓN GENERAL A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Karl Marx y Friedrich Engels
LIBRO 97 EL AMIGO DEL PUEBLO
Los amigos de Durruti
LIBRO 98 MARXISMO Y FILOSOFÍA
Karl Korsch
LIBRO 99 LA RELIGIÓN
Leszek Kolakowski
LIBRO 100 AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓN
Noir et Rouge
LIBRO 101 COOPERATIVISMO, CONSEJISMO Y AUTOGESTIÓN
Iñaki Gil de San Vicente
LIBRO 102 ROSA LUXEMBURGO Y EL ESPONTANEÍSMO REVOLUCIONARIO
Selección de textos
LIBRO 103 LA INSURRECCIÓN ARMADA
A. Neuberg
LIBRO 104 ANTES DE MAYO
Milcíades Peña
LIBRO 105 MARX LIBERTARIO
Maximilien Rubel
LIBRO 106 DE LA POESÍA A LA REVOLUCIÓN
Manuel Rojas
LIBRO 107 ESTRUCTURA SOCIAL DE LA COLONIA
Sergio Bagú
LIBRO 108 COMPENDIO DE HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Albert Soboul
LIBRO 109 DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE. Historia de la Revolución Francesa
Albert Soboul
LIBRO 110 LOS JACOBINOS NEGROS. Toussaint L’Ouverture y la revolución de Hait
Cyril Lionel Robert James
LIBRO 111 MARCUSE Y EL 68
Selección de textos
LIBRO 112 DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA – Realidad y Enajenación
José Revueltas
LIBRO 113 ¿QUÉ ES LA LIBERTAD? – Selección de textos
Gajo Petrović – Milán Kangrga
LIBRO 114 GUERRA DEL PUEBLO – EJÉRCITO DEL PUEBLO
Vo Nguyen Giap
LIBRO 115 TIEMPO, REALIDAD SOCIAL Y CONOCIMIENTO
Sergio Bagú

8
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

LIBRO 116 MUJER, ECONOMÍA Y SOCIEDAD


Alexandra Kollontay
LIBRO 117 LOS JERARCAS SINDICALES
Jorge Correa
LIBRO 118 TOUSSAINT LOUVERTURE. La Revolución Francesa y el Problema Colonial
Aimé Césaire
LIBRO 119 LA SITUACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA
Federico Engels
LIBRO 120 POR LA SEGUNDA Y DEFINITIVA INDEPENDENCIA
Estrella Roja – Ejército Revolucionario del Pueblo
LIBRO 121 LA LUCHA DE CLASES EN LA ANTIGUA ROMA
Espartaquistas
LIBRO 122 LA GUERRA EN ESPAÑA
Manuel Azaña
LIBRO 123 LA IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA
Charles Wright Mills
LIBRO 124 LA GRAN TRANSFORMACIÓN. Critica del Liberalismo Económico
Karl Polanyi
LIBRO 125 KAFKA. El Método Poético
Ernst Fischer
LIBRO 126 PERIODISMO Y LUCHA DE CLASES
Camilo Taufic
LIBRO 127 MUJERES, RAZA Y CLASE
Angela Davis
LIBRO 128 CONTRA LOS TECNÓCRATAS
Henri Lefebvre
LIBRO 129 ROUSSEAU Y MARX
Galvano della Volpe
LIBRO 130 LAS GUERRAS CAMPESINAS - REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN
EN ALEMANIA
Federico Engels
LIBRO 131 EL COLONIALISMO EUROPEO
Carlos Marx - Federico Engels
LIBRO 132 ESPAÑA. Las Revoluciones del Siglo XIX
Carlos Marx - Federico Engels
LIBRO 133 LAS IDEAS REVOLUCIONARIOS DE KARL MARX
Alex Callinicos
LIBRO 134 KARL MARX
Karl Korsch
LIBRO 135 LA CLASE OBRERA EN LA ERA DE LAS MULTINACIONALES
Peters Mertens
LIBRO 136 EL ÚLTIMO COMBATE DE LENIN
Moshe Lewin
LIBRO 137 TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN
Roberto Massari

9
Roberto Massari

“Hay por alguna parte en Mein Kampf veinte líneas de un perfecto cinismo
sobre la utilidad de la calumnia empleada con fuerza. Los nuevos métodos
totalitarios de dominación del espíritu de las masas adoptan los procedimientos
de la gran publicidad comercial añadiéndole, sobre un fondo irracional, una
violencia frenética. El desafío a la inteligencia la humilla y prefigura su derrota.
La afirmación enorme e inesperada sorprende al hombre medio, que no
concibe que se pueda mentir de esa manera. La brutalidad lo intimida y rescata
en cierto modo la impostura; el hombre medio, desfalleciendo bajo ese choque,
siente la tentación de decirse que después de todo ese frenesí debe tener una
justificación interior que rebasa su entendimiento. El éxito de estas técnicas no
es posible evidentemente sino en épocas perturbadas y a condición de que las
minorías valerosas que encarnan el sentido crítico estén bien amordazadas o
reducidas a la impotencia por la razón de Estado y la falta de recursos
materiales.
En ningún caso se trata de convencer; se trata en definitiva de matar. Uno de
los fines perseguidos por el desencadenamiento de disparates de los procesos
de Moscú, fue hacer imposible la discusión entre comunistas oficiales y
comunistas de oposición. El totalitarismo no tiene enemigo más peligroso que
el sentido crítico; se dedica encarnizadamente a exterminarlo. Los clamores
ahogan la objeción razonable y, si persiste, un ataúd se lleva al objetor a la
morgue. He hecho frente a atacantes en reuniones públicas. Les ofrecía
contestar a todas sus preguntas. Ráfagas de injurias, lanzadas a voz en grito,
se esforzaban por cubrir mi voz. Mis libros, completamente documentados,
escritos con la única pasión de la verdad, han sido traducidos en Polonia, en
Inglaterra, en Estados Unidos, en Argentina, en Chile, en España: nunca, en
ninguna parte, han impugnado una sola línea, nunca me han opuesto un
argumento. Nada más que la injuria, la denuncia y la amenaza.”
Víctor Serge "Memorias de un Revolucionario"

https://elsudamericano.wordpress.com

La red mundial de los hijos de la revolución social

10
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN
ROBERTO MASSARI1

ÍNDICE
Nota a la edición italiana

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1
LA AUTOGESTIÓN COMO ESPERANZA: ROBERT OWEN

CAPÍTULO 2
PROUDHON Y LA AUTOGESTIÓN
1. La fuerza colectiva
2. Organización social y reciprocidad
3. La estructura mutualista
4. Autogobierno y federalismo

CAPÍTULO 3
KARL MARX: DE LA AUTOEMANCIPACIÓN
A LA AUTOGESTIÓN
- Apéndice: Circular de la Comuna de París

CAPÍTULO 4
LA CONCEPCIÓN ANARCOSINDICALISTA
DE LA AUTOGESTIÓN
- Apéndice: Decreto de colectivización de la economía catalana

CAPÍTULO 5
LOS SOVIETS Y EL CONTROL OBRERO
EN LA REVOLUCIÓN RUSA
1. Los primeros soviets (1905)
2. Lenin, los soviets y el control obrero
3. Los comités de fábrica en la Rusia revolucionaria

CONCLUSIÓN
DESPUÉS DE OCTUBRE

1
Título Original: Le teorie dell'autogestione. Primera Edición: Mayo, 1975
11
Roberto Massari

Nota a la edición italiana

El modo capitalista de producción no destruye a sus enemigos, sino que


los adapta a su propio juego.

El colonialismo, la expropiación de pueblos y países y la reducción de


poblaciones enteras a la condición de clase explotada han sido secuelas
del primer desarrollo capitalista, de las grandes concentraciones industriales
y es hoy todavía una necesidad vital para el propio capitalismo.

En relación con los países coloniales, el modo de producción capitalista


parece dejar intacta gran parte de la estructura social existente.

De hecho, la estructura social existente está vaciada de sus contenidos


materiales y culturales y se ha plegado al servicio del capitalismo. El modo
de producción y de vida tribal se transforma en “tribalismo”, es decir, en
sistemas que, pese a sus características unitarias dentro de la estructura
comunitaria, se convierten en instrumentos de control de la administración
pública colonial.

En la sociedad colonial, de capitalismo subdesarrollado, es decir, que


queda subdesarrollada en el desarrollo mismo de capitalismo, el modo de
producción capitalista mantiene la forma de estructuras sociales y
económicas precedentes, vaciándolas de la experiencia de unidad cultural
y económica que lo había creado.

No existe un movimiento de liberación real de los pueblos que, al conducir


una lucha de liberación, no viva una cultura de unidad que reemprenda y
renueve una historia de unidad, de la cual el mismo proyecto socialista no
puede desentenderse, so pena de dejarse alcanzar por la misma lógica
productivista y estatista del capitalismo al cual combate.

Esta destrucción de la unidad que penetra cuanto toca es el carácter


trágico de la sociedad capitalista.

En los países de capitalismo desarrollado la destrucción total del mismo


anhelo de unidad parece completa.

De hecho, subsiste una dialéctica real en esta sociedad, en la alienación


de la mercancía. Esta dialéctica ha sido impulsada en el movimiento
obrero y campesino en sus formas socialistas y libertarias.

12
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El propio hecho cristiano, que en cuanto a sus formas institucionales ha


sido integrado e instrumentalizado en la sociedad capitalista, conserva una
posibilidad para formarse una cultura no capitalista o, si se quiere, para
reconstituirse una cultura revolucionaria frente a la no cultura del capitalismo.

Por ello es importante considerar la violencia de la sociedad capitalista, no


sólo en la represión organizada contra el movimiento obrero y campesino,
contra las experiencias del soviet, de las colectividades agrícolas, de los
controles obreros, sino también en la invasión, por el horizonte ideológico
capitalista, del interior del movimiento obrero y campesino.

La crisis del movimiento obrero y campesino en Europa tiene por esta


razón dos polos de acción: uno tiene relación con las sanguinarias
represiones públicas, el brazo de hierro de los regímenes fascistas
(habitualmente en las colonias y esporádicamente en Europa), la expulsión
de los campesinos de las tierras reocupadas, la destrucción de las
tentativas de autogestión; el otro polo tiene relación con la instituciona-
lización del movimiento, en su integración en el “estado” capitalista, para
prepararse a una eventual participación o sustitución en la gestión de ese
Estado, por consiguiente, con la elección, no de un nuevo modo de
producción, sino del propio modo de producción capitalista.

Si en las colonias, el capitalismo, impuesto con la violencia, tiende a vaciar


de significación las estructuras materiales y culturales de la resistencia
política, invadiéndolas con mixtificaciones ideológicas, en las metrópolis el
capitalismo, que ha reprimido siempre con violencia al movimiento obrero,
trata de invadirlo ideológicamente. La autogestión es uno de los grandes
patrimonios culturales y de experiencia política del movimiento obrero y
campesino que con mayor fuerza ha sido invadido por el horizonte
ideológico capitalista.

Cuanto más importantes resultan hoy las tesis y las tentativas


autogestionarias, tanto más precario y contradictorio lo hace hoy la
distorsión ideológica.

De aquí la necesidad de un texto que sirva para relanzar nuevamente la


teoría de la autogestión desde sus “fuentes” principales.

13
Roberto Massari

INTRODUCCIÓN

La temática de la autogestión está nuevamente de moda. Se habla en


todas partes. En ocasiones no con acierto, pero siempre con interés. Hay
quien ve en ella una hipótesis escatológica de liberación humana y quien la
considera una buena técnica administrativa para la dirección de la
empresa, y quienes, aún, la consideran útil para conquistar en las luchas
electorales franjas todavía inciertas del electorado obrero. Esto no debe
extrañar. La confusión en que se halla envuelta la palabra “autogestión”
(imprecisa también desde el punto de vista semántico) no es comparable,
por ejemplo, a la que envuelve a otros más famosos caballos de batalla del
movimiento obrero. Sin llegar finalmente a Rusia, Cuba o China, piénsese
la cantidad de movimientos, en ocasiones diversos y hasta hostiles entre
sí, que en Italia se reclaman de marxismo, de leninismo o de una “correcta
interpretación” de ambos. Que detrás de semejante fórmula estén en
realidad movimientos populares, reformistas, anarcosindicalistas, etc., no
importa: algunos pretenderán poseer la “correcta interpretación” de la
teoría y del método marxiano y se definirán sin vacilaciones “marxistas”,
“leninistas”, etcétera.

Lo que Marx y Lenin han dicho y hecho verdaderamente resulta en este


punto secundario, e igual si hasta hoy algunos habían rechazado la
fórmula por la confusión que la rodea. Lo que puede valer también en
nuestro caso.

Mientras tanto, la autogestión sirve para definir bien el modelo yugoslavo


de construcción del socialismo, así como la estructura de las haciendas
agrícolas argelinas después de la guerra de liberación, las redes de
cooperativas en Italia, los experimentos de la Volvo en Suecia, la técnica
de psiquiatría en grupo, los experimentos de pedagogía libertaria (por citar
sólo algunas de las aplicaciones más notables del término).

Por “autogestión” se entenderá, en el curso de nuestro trabajo, un


modelo de construcción del socialismo, en el cual las palancas
principales del poder y los centros de decisión y control sobre los
mecanismos productivos, residirán en las manos de los productores
directos, de los trabajadores democráticamente organizados.

14
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Tal denominación es indudablemente genérica, pero permite eliminar, en


una primera aproximación, aquellas situaciones o hipótesis de construcción
del socialismo en las cuales la clase trabajadora –por motivos estructurales,
políticos o de otra naturaleza– es apartada de las responsabilidades de
gestión (como en Rusia, en Cuba, China, etc.). Nos permite también
prescindir de aquellas hipótesis de “microgestión empresarial” a nivel de
unidad productiva, propuesta en formas diversas por los teóricos de la
integración neocapitalista. Al límite extremo, nos permite asimismo excluir
el modelo “mixto” yugoslavo, en el que las formas híbridas de autonomía
empresarial (semicorporativa) y la imposición burocrática desde arriba no
ofrecen espacio para una incidencia real de las organizaciones económicas
de base sobre los mecanismos de decisión de las planificaciones.

La cuestión se complica, por el contrario, en el momento en que se


comienza a establecer los contenidos concretos de tales formulaciones.
Dejando momentáneamente a un lado la discusión de términos
ciertamente no neutros desde un punto de vista operativo, como “modelo”,
“poderes”, “centros decisorios”, “control”, etc., queda, empero, la definición
de nuestra más importante incógnita: ¿Quiénes son los “trabajadores”?

No obstante, diremos en seguida que no nos referimos aquí a una


categoría específica de vendedores de su propia fuerza de trabajo, sino al
conjunto de aquellos que contribuyen directa o indirectamente al
funcionamiento combinado de los medios de producción, sin detentar ni la
propiedad ni el control formal de esta última. Pero queda emplazado el
problema de a quién debe hacerse portador de la instancia auto-
gestionaria. ¿Los sindicatos? ¿Los partidos obreros? ¿Las colectividades
de trabajadores? ¿Los consejos de fábrica? ¿Los soviets? Y en estas tres
últimas hipótesis, por ejemplo, ¿se tendrá que recurrir por fuerza a una
jerarquización de las instancias, introduciendo el principio de delegación?
¿O bien habrá que proceder por organismos paralelos, estableciendo una
serie de competencias primarias, otra de secundarias y en esta dirección?
Y desde el momento en que los trabajadores sólo parecen disponer del
sindicato, por ahora, como organismo representativo, ¿no será más justo
partir en la discusión de estos últimos, de acuerdo con la vieja hipótesis
anarco-sindicalista?

Como se puede ver, los interrogantes se multiplican y algunos de ellos, por


otra parte, remiten a otros interrogantes, de crucial importancia para la
elaboración de una línea estratégica que comprenda la transición al
socialismo. Sin embargo, este trabajo no intenta ofrecer respuesta a este
15
Roberto Massari

tipo de preguntas. Trata, más modestamente, de reconstruir –sobre la base


de unas indagaciones que podríamos definir, grosso modo, histórico-
sociológicas– los orígenes del debate interno en el movimiento obrero
sobre las características del sistema autogestionario. No pronunciándose
respecto al mérito de las propuestas específicas que hoy día pueden hacer
realizable la transición a un sistema similar, la discusión propuesta por
nosotros intenta demostrar cómo la problemática de la construcción del
socialismo puede ser y ha sido enfocada desde diversos ángulos de visión,
de acuerdo con los objetivos propuestos. Si bien tenemos nuestra idea
específica sobre las características que el sistema autogestionario tendría
que asumir para poder ser realmente tal, no excluiremos de nuestro
análisis los puntos de otras corrientes históricas del movimiento obrero,
esperando que de la crítica de estos últimos se puedan obtener también
indicaciones enriquecedoras del criterio que aquí exponemos.

Sin embargo, aun antes de mostrar sintéticamente cuáles han sido las
posiciones “clásicas” respecto al problema de la gestión obrera de los
medios de producción, nos ha parecido necesario demostrar cómo ha sido
tratado semejante problema, tradicionalmente, desde sus orígenes, en el
centro de la elaboración del movimiento obrero. Diremos antes que tras el
final de la dramática experiencia de la Comuna de París tales principios ya
no fueron directamente sometidos a discusión en los principales
exponentes del socialismo internacional. La deformación estatista de
socialismo, de origen lassalliano y de corte “segundainternacionalista”,
conseguirá imponerse en la mayor parte del movimiento obrero mundial,
sólo después del triunfo de la burocracia estaliniana en la Unión Soviética.
Los motivos históricos (y sólo en parte sociológicos) que han permitido tal
desviación de la originaria inspiración marxiana están solamente aludidos
en este trabajo.

Nuestra intención ha sido sobre todo la de recoger y sistematizar los


materiales para una introducción al argumento, una especie de “búsqueda
de los fondos” para liberar el campo de los prejuicios dogmáticos más
groseros y de los estereotipos más ampliamente difundidos en la izquierda
“extrema” y “moderada”. Que esta limpieza del campo se transforme en
una nueva toma de posiciones no es un gran contratiempo si, como decía
Trotsky:

16
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“el lector serio y dotado de espíritu crítico no tiene necesidad de una


engañosa imparcialidad que le ofrece una copa de espíritu de
conciliación junto con una buena dosis de veneno depositado en el
fondo, pero recurre a la buena fe científica que, para expresar la
propia simpatía y antipatía, francamente y sin enmascararse, trata de
fundarse en un estudio honesto de los hechos, en la demostración de
las relaciones reales entre los hechos, en la individuación de cuanto
en el desarrollo de los hechos nos resulta racional. Esta es la única
objetividad histórica posible...”.

17
Roberto Massari

CAPÍTULO 1
LA AUTOGESTIÓN COMO ESPERANZA: ROBERT OWEN

“El obrero del Lancashire es indudablemente el mejor de los


trabajadores existentes en la faz de la tierra; es el mejor hilandero y el
mejor mecánico. Es él quien introduce en el campo de la industria los
perfeccionamientos que permiten economizar el trabajo, o la energía
activa no superada, ni siquiera igualada, por ningún otro pueblo. Sin
embargo, esta energía incansable, excesiva e ininterrumpida,
considerada dentro de ciertos límites, tiende a desfigurarse y a
debilitar su constitución. El supertrabajo es una enfermedad que el
Lancashire ha contagiado a Inglaterra y que ésta, a su vez, ha
contagiado a Europa. Manchester es la sede, el foco concentrado de
semejante enfermedad: una enfermedad que existe en cualquier parte
del reino y que al presente se introduce con los usos y la vida del
país”.2

Un observador de la época así descrita, en la primera mitad del siglo XIX,


cuna de la gran revolución industrial que se había ido configurando a
través de un período de desarrollo industrial sin precedentes y fue seguida
por tres graves crisis económicas. Casi un siglo antes (entre 1760 y 1768),
James Hargreaves y Thomas Highs habían inventado dos máquinas (la
Stock Card y la Jenny), a las que correspondería el destino de iniciar el
más grande y más rápido cambio tecnológico conocido por la humanidad:
la mecanización del trabajo. Sabemos cómo la Jenny sería sustituida por el
sistema de cilindros (Trostle) de Arkwirght y cómo de la combinación de
Jenny y de Trostle nacería, en 1775, la Mull-Jenny.

Es también de notar que la introducción del trabajo mecanizado, el


desarrollo del maquinismo y la transformación de la organización del
trabajo industrial había sido no sólo el origen de una gran convulsión
económica, sino que había producido asimismo profundas convulsiones de
carácter social: la más importante de todas ellas fue el nacimiento del
proletariado moderno y su afirmación como fuerza social fundamental.

2
León Faucher, Manchester in 1844: The Present Condition and Future Prospects,
Londres, 1969, pág. 83.
18
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Es ésta la situación en que emprende Robert Owen (1771-1858) 3 su propia


labor “empresarial”. Nacido en una familia obrera, llega a ser rápidamente
un pionero de la “gerencia industrial”, primeramente en aquel Manchester
que habíamos visto constituirse en epicentro de la gran revolución
tecnológica de Inglaterra, y después, en 1800, en Escocia. Copropietario
de una empresa textil en New Lanark, Owen tiene muy pronto la
posibilidad de verificar que el desarrollo industrial no es un desarrollo
continuo e indiferenciado, “necesariamente” progresista, sino que, por el
contrario, puede llegar a estar en el origen de la miseria y del
embrutecimiento de aquellos que constituyen la base del citado desarrollo.
El caso de Owen no es único. La degradación física y psicológica que
viene impuesta en la naciente clase trabajadora en la industria inglesa es
un hecho comúnmente reconocido en los inicios del siglo XIX y provoca la
indignación de la mayoría de los “bien pensantes” de la época. El aflujo
masivo de trabajadores a los grandes centros industriales, la propagación
de las enfermedades, el estado de extenuación física en que llegan a
encontrarse centenares de miles de personas (la mayoría de las cuales
empezaban a trabajar antes de haber cumplido los diez años) son efectos
imprevistos de la revolución industrial que agitó y preocupó a la sociedad
inglesa de finales del siglo XVIII.

Tales preocupaciones se expresan a nivel institucional por la formación de


comisiones de encuestas, entre las que se hallan las de 1796 (Manchester
Board of Health), en la que tomó parte activamente el propio Owen, cuyas
denuncias sobre las condiciones en que se encontraban la mayor parte de
los trabajadores de la industria textil contribuyeron a abrir un período de
agitación en el sector manufacturero. Sin embargo, el debate que se
desarrolla en torno a esta primera “toma de conciencia”, por parte
burguesa, del peligro contenido en el desarrollo mismo del sistema
capitalista y en el antagonismo de las relaciones sociales que aquél se ve
obligado a establecer, no llega a superar el ámbito del humanitarismo y de
la pura caridad social.

3
Para datos biográficos de R. Owen pueden consultarse los dos volúmenes de su
autobiografía (The Life of Robert Owen, Londres, 1857-1858; G. D. H. Colé: The Life of
Robert Owen, Londres, 1965) (es especialmente interesante la parte última, en que se
manifiesta la influencia de Owen sobre el movimiento obrero inglés). Ingenuos e
insuficientes son, en ocasiones, algunos pasajes de la biografía de E. Dolléans Robert
Owen, 1771-1858, París, 1905, así como de la de A. Fabre Robert Owen, un socialiste
practique, Nimes, 1896. Es utilísima la autobiografía de uno de los hijos de Owen, Robert
Dale Owen: Threading my Way, Londres, 1874, en la que se describen las experiencias
completas a que asistió acompañando a su padre, de fábrica en fábrica, desde la edad
de catorce años, en busca de apoyo para sus proyectos de reforma social.
19
Roberto Massari

La degradación de las condiciones de vida del proletariado se considera en


general como algo reprobable, debido al hambre de beneficios y al “sobre-
trabajo” impuesto por los propietarios de empresas, pero se acepta
asimismo como algo inevitable, respondiendo a la “objetividad” asumida
por las formas de organización del trabajo. El problema se reducirá en lo
sucesivo, desde las perspectivas de los primeros grandes reformadores, a
tratar de eliminar los aspectos más embrutecedores de tal organización y a
convencer a la clase naciente de los capitalistas industriales de que una
tensión excesiva en el seno del mundo del trabajo es no sólo un peligro
para la sociedad, sino también un daño para la producción misma. 4

Owen vive totalmente las contradicciones de la época, uniendo el propio


savoir faire, de claro origen metodista, con la imagen confusa de una
sociedad justa y racional, como la propagada por el iluminismo francés.
Capitalista, pero de origen artesano, no conseguirá nunca integrarse en la
“clase” de los empresarios ingleses, como tampoco conseguirá, a la vez,
identificarse con los trabajadores, sin que tal aproximación se vea fuerte-
mente teñida de acentos autoritarios y paternalistas. Observador lúcido de
los acontecimientos de su propia época, no conseguirá nunca, sin embargo,
elaborar un sistema conceptual susceptible de ofrecer una forma histórica-
mente completa del sueño de la “nueva sociedad”. Rechazado en su
ambiente de adopción como extremista y subversivo, pasará a la Historia
simplemente como uno de los fundadores del movimiento cooperativo y
como uno de los inspiradores del sistema escolar, adoptado por la
burguesía inglesa solamente hacia finales del siglo.

El juicio aportado por Engels sobre la figura y la obra de Owen refleja en


cierto modo tales contradicciones. Por un lado aparece la denuncia del
acuerdo de Owen con aquella corriente reformadora de la época que
“reconoce que las condiciones existentes, aun siendo malas, están
justificadas”,5 y que, no logrando salir de una concepción abstracta y
“metafísica” de la liberación del hombre, en realidad no ofrece ninguna
perspectiva de emancipación a la clase obrera.

4
Harry Laider: Robert Owen, in History of Socialism, Londres, 1968, presenta una
imagen de R. Owen correspondiente a la de un reformador inspirado en los principios
humanísticos, completamente inscritos en las corrientes filantrópicas de la época.
Veremos hasta qué punto semejante juicio, sobre todo referido a la obra completa de
Owen, es superficial.
5
F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, trad. de R. Panzieri, Roma,
1972, pág. 265
20
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otro lado, la exaltación del owenismo como la doctrina que ha


conseguido en parte hacer suya “la doctrina de los materialistas del
iluminismo”, según la cual el carácter del hombre es:

“por una parte, producto de la organización en la cual nace, y por


otra, de las circunstancias que lo rodean durante su vida y
especialmente en el período de su desarrollo”. 6

Engels comprende aquí la evolución operada en la vida de Owen, 7 cuando


éste pasa de la crítica pedagógica de la organización social a las de
algunos elementos fundamentales para el funcionamiento de la sociedad
burguesa: el matrimonio, la propiedad privada, la religión. El juicio definitivo
de Engels (que llegará a considerar a Owen como uno de los fundadores
del movimiento comunista), tan diferente del emitido en su juventud, no
puede dejar de haberse visto influido por la simpatía que el amigo de Marx
debió experimentar por alguien que había terminado por hallarse en
situación similar a la suya: dueño de empresas y animado de propósitos de
renovación universal y rechazado como renegado en la clase de origen, es
decir, en la clase en que se encarnaba el principal obstáculo para la
posibilidad de tal renovación.

Podemos decir que 1813 representa para Owen la conclusión de una


primera fase de su vida. La maduración y reflexión obtenida respecto a su
positiva experiencia de New Lanark –convertida en cierto sentido en
industria modelo desde el punto organizativo y social– se expresa en las
publicaciones de la New View of Society o Essays on the Formation of
Character.8 Esta es la obra principal en que Owen insiste sobre el factor
“educativo” como estructura de gobierno y motor de iniciativa social. Toda
la concepción comunitaria, como aparece formulada en este período,
reposa sobre un elemento que, aun siendo de clara ascendencia iluminista
y roussoniana, anunciaba ya en Inglaterra dos grandes precursores en
Manchester y Bell.
6
F. Engels: Anti-Dühring, Roma, 1950. pág. 279. En la misma ocasión Engels expresa
sintéticamente el sentido de la propuesta de reforma social ofrecida por Owen: “De este
modo introduce, como medida de transición hacia la organización completamente
comunista de la sociedad, por una parte, la sociedad cooperativa (de consumo y de
producción), que por lo menos hasta ahora ha aportado la prueba práctica de que tanto
el comerciante como el fabricante son personas de las que se puede prescindir; por otra
parte, los almacenes de trabajo, instituciones para el intercambio de productos del
trabajo por medio de una carta-moneda-trabajo, cuya unidad está constituida por la hora
laboral”, Ibíd , pág. 281.
7
Elemento tomado también y desarrollado por G. D. H. Colé, op. cit., cap. VI.
8
En R. Owen: A New View of Society and Other Writings, intr. de G. D. H. Colé, Londres,
1963 (trad. it. Per una nuova concezione della societá, Bari. 1971). comprende algunos
de los escritos fundamentales.
21
Roberto Massari

De ellos se distancia Owen en la medida en que abandona la idea


genérica de las formaciones como puntos cardinales de la vida humana, e
intenta aportar un elemento específico y determinante de la organización
social fundado sobre el trabajo colectivo

De una buena educación depende –según Owen– el progreso de la


sociedad y la posibilidad de que ésta llegue a constituir una única gran
colectividad, fundada sobre la “cooperación”. Una sociedad en la cual la
formación del individuo será cuidado primordial del Estado y no será
dejado al azar o a la improvisación. Una sociedad en la que el uso racional
y consciente de los recursos permitirá producir los bienes y las riquezas
para todos. Owen dirige a Malthus una crítica inicial, que se hace más
profunda en sus formulaciones más completas y generales; él le reprocha,
de hecho, haber individualizado la relación efectiva existente entre
población y disponibilidad alimenticias y no haber sabido establecer las
diferencias existentes, a nivel de productividad, entre cultivos dirigidos por
gente inculta y mal concebidos y cultivos inspirados en los principios
racionales:9 en sustancia reprocha a Malthus el no haber tenido en cuenta
aquello que en términos más modernos definiremos como “el factor
tecnológico”.

Sin embargo, éstos no son aún los elementos fundamentales de la


concepción educativa de Owen: la necesidad de formar y de educar al
individuo en sus primeros años no corresponde tanto a una necesidad
impuesta por el propio desarrollo industrial como del sistema de relaciones
sociales que tal desarrollo llega a instaurar. Para Owen, Estado y
economía constituyen aún los antípodas de un problema que quedará en
él sin solución hasta su muerte. Por un lado, Owen piensa la existencia de
un Estado que dispone de todos los requisitos y poderes para ejercer un
rol positivo y socializante; por otro, vemos en ocasiones su negación,
representada en la ignorancia, la pobreza, el vicio. ¿A qué cosa es debida
la existencia de los pobres?, se pregunta Owen:

“Exclusivamente al hecho de que una gran parte de la población se


ha visto obligada a llegar a la edad madura presa de una gran
ignorancia”, –por lo que– “el mejor de los Estados será aquel dotado
del mejor sistema de educación nacional”.

9
R. Owen, op. cit., p. 85.
22
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Una acción en sentido único puede, por tanto, ser ejercida por el Estado
sobre la población trabajadora, por medio del sistema escolar; sin
embargo, todavía no aparece –en la problemática del período de New
Lanark– el problema de la relación inversa y de sus eventuales
consecuencias. Partiendo de una concepción ciudadana de inspiración
contractualista, Owen no llegará nunca a formular una crítica completa del
principio de autoridad implicada en ella, que será, contrariamente, el centro
de la meditación proudhoniana. La ilusión de que el Estado sea la
sociedad de todos, y la pobreza y la ignorancia su negación, le condenará
así a recorrer en parte el camino de las desilusiones casi en la misma
época que Fourier, llamando a las puertas de los filántropos y capitalistas
para obtener una ayuda financiera destinada a sus propios proyectos
cooperativistas, y esto, después de haber comprobado los límites, si no la
imposibilidad, de una “reforma” institucional. Owen llegará a declarar, por
ejemplo, que las leyes de 1802 sobre reglamentación del aprendizaje 10 son
aplicables sólo si hay la “voluntad” de aplicarlas.

Lo que falta por completo en el embrión de la concepción comunitaria y


pedagógica expresada por Owen en sus Essays (sobre todo en el cuarto
ensayo) es la individualización del sujeto que puede llevar a cabo la obra
educativa. Los términos son aún muy genéricos: buena voluntad, personas
cultas, honestas, y así por el estilo. Se opera, no obstante, una primera
selección en el interior de la clase industrial, reconociendo que la mayor
parte de la misma no está “espontáneamente” implicada en la primera fase
del proceso de renovación; pero no se excluye que en el interior de ella
puedan existir los “bien pensantes”, dispuestos a poner el interés de la
sociedad por encima del suyo propio. Los trabajadores, por el contrario, no
pueden ser sino el “objeto” de tal proceso formativo, y cuanto más
tempranamente se inicie la formación, tanto mejor; los Essays representan,
desde este punto de vista, la expresión más completa del utopismo
humanitarista de la época, y en este aspecto resultaría inútil en su entraña
el carácter socialista y menos aún autogestionario. 11

“Para llevar a cabo un cambio benéfico cualquiera de carácter


permanente en la sociedad, he comprobado que es mucho más
necesario actuar que hablar.”

10
V. A. Fabre, op. cit., págs. 24-27.
11
Para la concepción pedagógica de R Owen véase R. D Owen: Outline of the System of
Education at New Lanark, Glasgow, 1824; M. Dommanget: Robert Owen. Les Grands
Educateurs Socialistes. París, 1955.
23
Roberto Massari

En el Llamamiento a los habitantes de New Lanark (1816), con ocasión de


la apertura del Instituto para la Formación del Carácter, Owen empieza a
delinear los términos de lo que llamaríamos hoy “una política de
intervención” a nivel de la comunidad de trabajadores: ella pone así la
primera base para las experiencias de planificación del hábitat, de la
instrucción y de la vida recreativa, que llenará de estupor a los centenares
de observadores que –anualmente– a partir de la publicación de los
Essays acudieron a visitar el complejo industrial de New Lanark. El
horizonte de Owen empieza a ampliarse; él critica, en el discurso citado, la
concepción individualista de las formaciones y la resignación ante el hecho
de que la riqueza de unos deba depender de la pobreza de otros. Es la
estructura misma del sistema que empieza a ser enjuiciada, y no sólo ya
en el aspecto pedagógico. Este, por el contrario, se halla completamente
subordinado a la existencia, en el interior de la sociedad, de una armonía y
de una colaboración real entre todos aquellos que con el trabajo propio
producen la riqueza de las naciones.

“El Nuevo Sistema está fundado sobre dos principios que permitirán a
la humanidad eliminar, en la naciente generación, casi todos, si no
todos, los males y miserias que hemos experimentado, tanto nosotros
como nuestros patronos. Existirá un conocimiento correcto de la
naturaleza humana. La ignorancia será eliminada; las pasiones
violentas no podrán adquirir fuerza, el amor y la cortesía prevalecerán
en todas panes; la pobreza será desconocida; los intereses de todos
los individuos concordarán fielmente en todo el mundo”.

El milenio se realizará y la armonía reinará universalmente.

“Con el tiempo –afirma Owen– se formarán comunidades con


semejantes características, y éstas se abrirán para quienes vengan
detrás de nosotros y para los individuos de cualquier clase y
condición”.12

Owen se da plenamente cuenta de que tales concepciones han de originar


por fuerza contrastes y conflictos con el sistema establecido y que
probablemente será acusado de locura (como sucedió, en efecto, en los
años últimos de su vida). Lo que a Owen le urge demostrar, sin embargo,
en esta especie de comicio ético-político, es que los tiempos, los modos y
la posibilidad de llevar a cabo la realización de semejante ideal social
están estrechamente vinculados a la toma de conciencia por parte de los

12
R. Owen: Address to the Inhabitants of New Lanark, en op. cit., p. 114.
24
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

oprimidos de la propia condición y de sus propias reacciones al enfrentar


un ambiente que los condiciona:

“¿Cuáles creéis, queridos amigos, que sean las razones para pensar
y actuar de este modo? Yo os diré. Es pura y simplemente porque
hemos nacido y hemos vivido en esta parte del mundo –en Europa–,
en la isla de la Gran Bretaña, y más especialmente en su parte
septentrional”.

La población debe tener conciencia de estos hechos y debe reaccionar a


tenor de ello:

“Sin la transformación de semejante conocimiento en una práctica


amplia, no se podrá llevar a cabo ningún mejoramiento de la
sociedad”.

Las palabras del Llamamiento y las desilusiones halladas, por contraste,


sucesivamente, en las tentativas encaminadas a ampliar el alcance del
experimento pueden ya ofrecer algunos elementos para comprender la
radicalización sucesiva de Owen. 13

Es en New Lanark donde Owen lleva a cabo la primera experiencia de


empresa cooperativa. La necesidad de una institución de este tipo se
imponía por la constatación de que los comerciantes vendían géneros de
pésima calidad y de que, por medio del sistema de créditos, llegaban a
disponer de un enorme poder frente al consumidor. Owen adquiría al
contado las mercancías y los productos, obteniendo de este modo grandes
reducciones en los precios al por mayor; éstos podían ser vendidos
aproximadamente al precio de adquisición, lo que permitía al trabajador
una economía de cerca del 25 %. De modo empírico y casi casual, Owen
daba así comienzo al movimiento cooperativo inglés, hoy casi inexistente.

La publicación de la New View of Society había hecho ahora famoso al


autor y acrecido sus posibilidades de difundir sus propias ideas. Entre las
personalidades célebres conocidas en el periódico de New Lanark son de
recordar William Godwin, Francis Place, Malthus, Jeremy Bentham y otros
muchos notables economistas y filósofos de la época. En este período
Owen establece también relaciones de amistad y colaboración con una
serie de personajes del aparato estatal (comprendido el arzobispado de
Canterbury), cerca de los cuales buscará inútilmente ayuda, aunque por el
momento asistían con simpatía a sus experimentos: en éstos veían sobre
13
Para un conocimiento más profundo de este período de la vida de Owen Véase la obra
de Margaret Colé: Robert Owen of New Lanark, Londres, 1953.
25
Roberto Massari

todo una tentativa lograda de racionalización del trabajo y de aumento de


la productividad. No hay nada en las teorías pedagógicas de Owen que
pueda hacer presagiar el futuro “subversivo” y tampoco la jerarquía
eclesiástica se siente por el momento amenazada por esta enésima
predicación del Milenio que va implícito en la exigencia de la emancipación
universal de la humanidad. A nuestro juicio, por el contrario, ya en el
Address to the Inhabitants of New Lanark se podrían detectar los primeros
elementos de peligrosidad para el orden social inglés, no tanto por el
contenido –al que nos hemos referido sumariamente– cuanto por el tono
general del discurso, todo él tendente a suscitar en los trabajadores un
estímulo hacia las iniciativas, a la asunción de responsabilidades y a la
lucha en primer lugar contra las condiciones del entorno.

Que la evolución señalada por Engels no se dé hasta finales de 1820,


queda demostrado por la atención prestada por Owen a todo el trabajo
jurídico-parlamentario que contribuirá a hacer nacer las primeras leyes
para la reglamentación del trabajo industrial, la utilización de mano de obra
infantil, de los problemas higiénico- ambientales y otros. Durante todo este
período está viva en Owen la ilusión de que el Estado pueda aportar en el
plano legislativo las mejoras que las masas pobres y explotadas no
pueden, y los patronos no quieren, realizar. La práctica común de hacer
trabajadores a niños de seis y siete años levanta la indignación de Owen.14
De este modo llegan a quedar crónicamente disminuidos el cuerpo y la
mente, es decir, el inapreciable aparato psicológico de los individuos, al
que Owen, bajo la influencia de Bentham, asigna la función emancipadora
del hombre. Por otra parte, el problema es también percibido por la
autoridad estatal, la cual se da cuenta perfectamente que la destrucción
física de los trabajadores, desde los años de la infancia, puede convertirse
en problema grave y oneroso para el conjunto de la sociedad, sin calcular
los efectos negativos en la productividad del trabajo.

Las demandas de reforma, por las cuales Owen se batirá con escaso éxito,
son las siguientes:

a) Jornada laboral de doce horas, comprendida hora y media para


las comidas.

b) Prohibición de hacer trabajar a niños de menos de diez años y no


más de seis horas al día hasta los doce años.

14
R. Owen. Observations on the effects of the Manufacturing System, 1816; On the
Employment of Children in Manufaetones, 1818; To the British Master Manufactures, 1818
26
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

c) Típicamente oweniano: los niños de ambos sexos no deben estar


juntos en tanto no hayan aprendido a leer, escribir, hacer cuentas,
y coser, en el caso de las niñas.

La argumentación de Owen en favor de tales medidas va precedida por


una profesión de fe liberal sobre no interferencia en la actividad económica
y sobre la intangibilidad de la misma, en tanto que ésta no interfiera los
intereses de la comunidad. Las prácticas inhumanas adoptadas en la
industria entran exactamente en este segundo tipo de actividad, en el
momento en que ellas, destruyendo psíquicamente a los trabajadores,
impiden su participación en la tarea de emancipación colectiva en que
debe finalizar el conjunto de la actividad social.

La discusión sobre la primera Factory Act levanta la protesta indignada de


los empresarios británicos, que ven en ella y en las “utopías” owenistas
una amenaza de interferencia en el proceso de acumulación y de
consecución de súperbeneficios, considerados indispensables para hacer
frente al período que sucedió a las guerras napoleónicas. El Acta es
aprobada por fin en 1819: carente de verdadera voluntad reformadora,
será, sin embargo, importante porque sanciona el derecho del Estado a
intervenir en las reglamentaciones de las controversias y de las
condiciones del trabajo. La batalla parlamentaria por una reducción
generalizada del horario de trabajo empezará solamente a tener éxito con
la Factory Act de 1836.15

El interés de Owen por la suerte de estas primeras leyes relacionadas con


el trabajo decrece rápidamente en el curso de 1816-1817, no sólo por la
resistencia y el boicot encarnizado que sus propuestas hallan en el seno
de la clase empresarial, sino también porque la situación económica que
sigue a la derrota de Napoleón abre otra posibilidad de debate y de lucha
social. A la paz de 1815 sigue un período de estancamiento, determinado
por la desaparición del mercado de los productos de guerra, por la inflación
de vida a causa de la emisión incontrolada de papel moneda en el período
bélico y por un predominio general a la demanda en el mercado interno. El
ulterior empobrecimiento de las masas populares origina la alarma entre
los componentes del Gobierno británico, que ya en ocasión del movimiento
huelguístico de 1811 habían podido comprobar el explosivo material de
lucha existente en el seno de la nueva clase obrera. El carácter dramático
de la situación que siguió a Waterloo ofrece a los grandes reformadores

15
K. Marx: El Capital. Roma, 1964, vol. I, cap. 8, págs. 313-33.
27
Roberto Massari

ingleses la ocasión para reemprender la batalla contra la arbitrariedad


patronal y contra los daños que a nivel social y económico ha producido la
carrera individual hacia el enriquecimiento. En el seno del comité elegido
para discutir medios susceptibles de aliviar la situación no puede faltar
Owen, el cual desde comienzos de siglo había constantemente puesto en
guardia al patronato y a las autoridades estatales contra los peligros
inherentes al desarrollo incontrolado del maquinismo industrial y contra la
degradación física y psicológica de la clase obrera. El aprovecha la
ocasión más bien para precisar mejor algunas de sus ideas, que los
condicionamientos del ambiente parlamentario no le habían permitido
expresar con entera libertad.

El 12 de marzo de 1817, enfrentándose con el comité encargado de


elaborar las Leyes de los Pobres,16 Owen indica los orígenes de la crisis
económica en dos factores precisos:

a) El final de la guerra.

b) “La depreciación del trabajo humano” consiguiente a la


difusión del maquinismo a gran escala.

Owen no está contra la Revolución Industrial como tal –al contrario, en ella
reconoce una importancia histórica incalculable para el progreso y el
desarrollo de la humanidad–, pero está contra la ceguera y la incapacidad
de algunos que no habían sabido prever que la difusión del trabajo
mecanizado a un ritmo casi frenético tenía que ocasionar necesariamente
una crisis de superproducción. El cierre del mercado bélico no hizo sino
poner de relieve el hecho de que a una producción destinada a cien
millones de personas no correspondía a un potencial similar en el plano de
los consumidores. Desde el momento que no se puede renunciar al uso de
la máquina (lo que significa, según palabras de Owen, “un claro signo de
barbarie”) ni permitir la existencia del hambre para millones de personas,
es necesario resolver el problema de la ocupación de los pobres y de los
trabajadores sin empleo, “a cuyo trabajo debe subordinarse el maquinismo”,
y no al contrario, como se verifica en la práctica corriente de los grandes
industriales británicos. Por primera vez Owen enuncia los principios de una
planificación estatal y de una política de intervención, destinada a eliminar
los desequilibrios existentes entre la producción y el consumo:

16
Report to the Committe for the Relief of the Manufacturing Poor, en R. Owen, op. cit.,
págs. 156-69.
28
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“Llevar a cabo una transformación tan importante es de necesidad


casi vital para nuestro bienestar, así como llegar a una visión
completa y a un conocimiento preciso de las condiciones reales de la
sociedad”.17

Elevar el nivel cualitativo del trabajo individual; procurar a los trabajadores


una formación general, planificar las estructuras de los emplazamientos
(los famosos paralelogramos de Owen) de manera a establecer un
equilibrio entre vida social y vida laboral; no sentir resquemor en invertir
sumas ingentes en estas iniciativas, porque se verán ampliamente
recompensadas con el tiempo, con un aumento cualitativo y cuantitativo de
la producción y de la eliminación de los desperdicios: Owen expone
también –en lo que ha pasado a la Historia como el primer proyecto de
“Plan” para la sociedad industrial– los detalles de las actividades sociales
que deben caracterizar este modelo alternativo de organización social.

Hay en el proyecto de Owen algunos errores de cálculo y de previsión


económica que no reducen, sin embargo, el interés del plan y permiten ver
en el joven empresario escocés uno de los precursores de la planificación
socialista y de la aplicación a la vida social de las técnicas de
programación. Lo que en ocasiones permite definir como utópica la
concepción owenista es la capacidad de individuar el sujeto histórico y
social de un proyecto tan original y “revolucionario”. Ahora Owen. ha
abandonado las viejas ilusiones sobre la bondad del hombre-empresario y
se empieza a plantear el problema de una gestión alternativa, desde un
punto de vista científico y político al mismo tiempo. Sin embargo, todavía
no corre el riesgo de sustraerse a un nuevo tipo de ilusión, es decir, que
las instituciones externas al mundillo cotidiano de la lucha social puedan
convertirse en el sujeto positivo y neutral del proceso de renovación.

El condado, los organismos distritales, el Gobierno o cualquier otra


institución nacional pueden asegurar, según Owen, la realización del plan,
garantizando un equilibrio general de las diversas clases de individuos. Y si
en determinadas circunstancias se comprueba que los partidos pueden
desarrollar tal labor, la dirección del plan también podría serles confiada.

La imagen ofrecida por la clase trabajadora en los comienzos del siglo XIX,
con sus características de embrutecimiento, miseria, ignorancia, etc., no es
como para permitir que Owen señale en ella al único sujeto capaz de
realizar su propia emancipación y, sobre todo, de comprender que las

17
Informe, p. 159
29
Roberto Massari

condiciones por ella entrevistas no son las del desequilibrio existente entre
el desarrollo de la productividad y el empobrecimiento de las masas
trabajadoras, sino que aquélla está implícita en la organización social del
trabajo, como será analizada y “criticada” por Marx. 18

La estructura de los Villages of Unity and Mutual Cooperation (pueblos


para la unidad y la cooperación recíproca) 19 está modelada de acuerdo con
la base del experimento de New Lanark. En el provecto, sin embargo, se
señala a la agricultura como el sector principal de la actividad económica.
La distribución, de acuerdo con el sistema oweniano, puede ser
organizada sobre la base de los principios cooperativistas ya puestos en
práctica en New Lanark; la aplicación de las técnicas científicas de
“dirección” al sector primario debería garantizar una tasa de productividad
tal que eliminara cualquier forma de desigualdad en el plano de los
consumidores.20

Los pueblos deberían constituir la unidad de producción no menos que los


centros de formación y de vida comunitaria. 21 El tema de la educación
continúa teniendo también en esta .obra un protagonismo central: afirma
Owen de hecho que el paso del embrutecimiento a la “Nueva Sociedad” de
los trabajadores es posible sólo como consecuencia de un trabajo continuo
e intenso de desarrollo de la persona individual, de habituación a la vida
comunitaria y de adaptación a un ambiente estructurado de manera tal que
pueda responder a tales requisitos.

18
Vale la pena de destacar, sin embargo, que el mismo modo que Marx, Owen intuirá el
rol del factor ideológico en el mantenimiento de la clase obrera en un estado de
subordinación, al invitar a los trabajadores a abandonar cualquier deseo de competir con
las clases superiores en el plano de los privilegios para adquirir una nueva concepción
de los intereses propios”. “Cuando estéis en condiciones de comprender vuestros
intereses realmente –afirma Owen–, ya no desearéis las ventajas supuestas que hoy son
el adorno de las clases privilegiadas.” Address to the Working classes (1819), en R.
Owen, op. cit., págs. 152-58. Respecto a la condición de la clase trabajadora inglesa en
este periodo, y a un juicio positivo sobre el trabajo de Owen, véase P Mantoux: La
Rivoluzione Industriale. Roma, 1971, en particular las páginas 535-39.
19
Descrito en Futher Development of the Plan for the Relief of the Poor and the
Emancipation of Mankind en R. Owen, op. cit., p. 227.
20
Para la idea cooperativista de R. Owen, véase G. Mladenatz: “Les précureeurs: Roben
Owen”, en Histoires des doctrines coopératives. París, 1973; H. Desroches: “Roben
Owen, ou L’imagination inter-coopérative”, en Le coopérateur de France, 1972 (1971); J.
Gans: “Roben Owen et la coopération”, en Coopération, núm. 41 (1971); M Aucuy:
“Owen et le collectivisme”, en Les sistemes socialistes de l’échange, París, 1908. Las
dos últimas obras, sobre todo, insisten en el aspecto cooperativo de la teoría y de la
práctica owenistas, aislándolas de sus concepciones socialistas generales Véase
también Andrés Hirschfeld: “Roben Owen et le mouvement cooperative français”,
Renevue des études cooperatives. núm. 163 (1971), págs. 1-25.
21
Para esta experiencia véase Roben Owen: Outline of the System of Education at New
Lanark. Glasgow, 1824.
30
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Como hemos afirmado ya, Owen puede ser considerado el principal


precursor de las modernas teorías sobre planificación urbana y territorial.
Las páginas que dedica a la relación hombre-ambiente no están en modo
alguno desprovistas en nuestros días de gran interés. Como hace notar
muy justamente G. D. H. Colé, la concepción planificadora expuesta por
Owen en el Informe a la Comisión para la Ley de los Pobres no
corresponde a su propio ideal de organización social, pero intenta
simplemente responder a un problema urgente y real, y trata de insertarlo
en una perspectiva de más amplio alcance. Esto refleja en cierto sentido la
“concepción” transitoria de Owen, válida para la fase de explosión del
maquinismo industrial y el paso a la de la sociedad racionalmente
planificada. Pasaje pacífico y gradual, para el cual Owen prevé la
necesidad de un período “preparatorio”:

“...el estado actual de la sociedad, gobernada por las circunstancias,


es de este modo diverso, tanto en sus partes simples como en su
conjunto, de la que surgirá cuando la sociedad haya aprendido a
gobernar las circunstancias, un estadio intermedio y temporal de la
existencia, en la que nosotros, que hemos rechazado los hábitos
perversos del viejo sistema, tenemos la posibilidad, sin inconvenientes,
de rechazarlo gradualmente y sustituirle con la perspectiva de una
nueva y mejor situación social... En el sistema actual existe una
división minuciosa de la energía mental y del trabajo manual entre
individuos de la clase trabajadora”.

Sin embargo, siempre según Owen, se deberá llegar a una práctica


opuesta; a la combinación de las energías mentales y manuales que
existen en notable medida entre individuos de las clases trabajadoras; a
una identificación plena del interés público con el privado y a una
habituación por parte de las naciones a comprender que su fuerza y su
felicidad no pueden reunir su pleno desarrollo natural si no es de acuerdo
con un aumento paralelo de la fuerza y de la felicidad de todos los demás
estratos. Estos son, por tanto, los puntos reales de diferenciación entre lo
que es y lo que “debería ser”. 22

La fase “preparatoria”, por tanto, es el período en que la planificación


nacional, económica y social de las poblaciones pone las premisas para la
división social del trabajo, la parcelación de las funciones, la dicotomía
individuo-sociedad, etc. Temas utópicos éstos en la medida en que reflejan

22
Report to the Country of Lanark (1820), en R. Owen. op. cit., páginas 274-75 (220-22).
31
Roberto Massari

todavía un ideal frustrado de la sociedad agrícola tradicional, pero de


aguda actualidad en el momento en que Owen los proyecta en las nuevas
condiciones determinadas por el nacimiento del capitalismo, es decir, en el
momento en que la división social del trabajo se apresta a entrar en su
fase de mayor intensidad y de mayor perfeccionamiento. Owen aclara en
diversas ocasiones que no está contra tal división, indispensable en una
“sociedad gobernada por las circunstancias”, pero le niega toda validez
universal, la considera como una exigencia provisional para llegar a ese
reino de la ciencia planificadora en el que no existirá ya el antagonismo
individuo-sociedad y el conflicto ya no tendrá razón de ser.

Owen luchará encarnizadamente en los últimos años de su vida para que


sean aceptadas las propuestas contenidas en el plan, utilizando en este
período una fortuna en la publicación y en la difusión de opúsculos sobre el
tema. Sus contemporáneos, sin embargo, prefirieron prestar oído a las
preocupaciones y a las propuestas de la escuela malthusiana, según la
cual la miseria es un efecto de la superpoblación y de su presión sobre los
medios de subsistencia, y no de los efectos “artificiales” de las leyes de la
demanda y de la oferta, como diría a su vez Owen en 1817. De acuerdo
con este último, para controlar tal juego “artificial” se debe resolver el
problema de la ocupación partiendo de la agricultura y elevando lo más
posible los niveles de calificación de la mano de obra. Pero todo esto no
puede ser comprendido –dirá Owen en un célebre discurso el 21 de agosto
de 1817–

“solamente como consecuencia de los errores –errores groseros– que


se han combinado con las nociones fundamentales de la religión
enseñada hasta hoy a los hombres, ¡y si esta cualidad se aplicase no
sólo a situaciones proyectadas, sino al propio paraíso, no existiría ya
ningún paraíso!”. 23

La crítica de la religión y de la ideología acentuada por Owen en el


discurso de London Tavern permite a sus adversarios transferir el choque
peligroso del análisis social al de las costumbres, recurriendo a la calumnia
gazmoña y baja. El discurso citado representa de hecho la culminación de
la madurez oweniana, a pesar de su carácter exasperado (e imprevisto
incluso por los propios amigos de Owen). Y si, como dirá Marx, “la crítica
de las religiones es el fundamento de cualquier otra crítica”, debemos
admitir que Owen, a pesar de todos los límites que le fueron impuestos por

23
Address delivered at the City of London tavern, en R. Owen, op. cit., p. 216 (144).
32
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

todas las tradiciones materialistas y deterministas de siglo XVIII, llega a


poner las premisas para una superación de tales límites, y llega a una
crítica completa del sistema social. El ataque a la ideología religiosa (la
cual, sin embargo, seguirá presente, aunque diluida, en el pensamiento de
Owen hasta su muerte) deja entrever, en efecto, la posibilidad de un vuelco
de la concepción benthamiana, en la influencia ambiente-individuo, a favor
de una hipótesis societaria en la cual puede ser recuperado el rol subjetivo
de los individuos, en el proceso de construcción y transformación de la
sociedad misma.

Que el pensamiento de Owen se orientase tendencialmente en semejante


dirección está demostrado en las posiciones indudablemente confusas que
él expresa respecto al problema de la autorganización y de la democracia
directa en el último período de su vida.

Los años en que Owen expone su propia teoría sobre “planes” se


caracterizan por una intensificación de la lucha de clases y de un cambio
en la actitud por parte de la autoridad respecto a toda una serie de
proyectos de transformación social que en el pasado habían sido
considerados como simples expresiones de filantropismo. Un trienio de
terror y represión en la confrontación de las clases subalternas culmina, en
1819, con la masacre de Peterloo: Owen, muy a su pesar, se encuentra
(de modo irreversible) de parte de los que quieren subvertir el orden
existente. En 1825 Owen se ve obligado a interrumpir su propia actividad
en New Lanark, donde el control policíaco tiende a limitarle cualquier
margen de autonomía. Sigue un período de largos viajes que le llevarán en
dirección a América para fundar una colonia ideal en New Harmony, en
Indiana.24

24
No podemos detenernos en otros aspectos de la doctrina oweniana, por lo cual
preferimos remitir a otras obras. Para la teoría monetaria de Owen y su propuesta de un
natural standard of humane labour, véase el Report to the Country Lanark, en R. Owen,
op. cit., págs. 261-63; m. Aucuy: Owen et le colectivismo; H. Denis, R. Owen: “Les
principes et l’expérimentation du Labour-échange”, en Annales de l’institut des sciences
Sociales, Bruselas. 1895. Para la influencia de Owen sobre el movimiento cooperativo en
Francia, véase A. Hirschfeld, cit.; sobre la experiencia de Harmony véase G. B.
Lockwood: The New Harmony movement, Londres, 1905; para el papel de Owen en la
fundación de las Cooperative Societies y de la Grand national Consolidated Trades
Unions, en los orígenes del sindicalismo inglés, se recomienda la óptima reconstrucción
de G. D. H. Colé: The life of R. Owen, cit., caps. 15 y 16.
33
Roberto Massari

La concepción autogestionaria de los Villages of cooperation experimenta


una evolución en el curso de los años 20 y 30, a través de la experiencia
que lleva a cabo en los Estados Unidos, y después en el seno del
movimiento sindical inglés, íntimamente ligado a la Sociedad de Socorro
Mutuo y al movimiento cooperativo, empieza a adquirir notable importancia
en la escena política inglesa alrededor de 1830.

En Report to the Country of Lanark, Owen no se había pronunciado


efectivamente respecto al tipo de gestión que tenía que regular la actividad
de la comunidad cooperativa. El hace observar de hecho que:

“el modo particular de gobernar estas instituciones dependerá de los


sectores que lo compongan”.

Las fundadas por propietarios territoriales, capitalistas o individuos del


aparato estatal serán dirigidas por individuos designados por estos
sectores o por los organismos públicos.

“Aquellas fundadas por la clase media o trabajadora sobre la base de


una completa reciprocidad de intereses se gobernarán por sí solas,
en base a los principios que eliminan las divisiones, el conflicto de
intereses, los antagonismos y cualquier otro elemento derivado de las
pasiones comunes y vulgares que suele producir corrientemente la
lucha por el poder. Los asuntos de estos últimos serían regulados por
un comité compuesto por todos los miembros de la asociación dentro
de ciertos límites de edad”.

No existen dos criterios universales para establecer tales límites, pero se


intuye que la valoración de la experiencia adquirida sería determinante
para tal designación. Según Owen, sería inútil el recurso a las elecciones,
en el momento en que, una vez establecidos los límites de edad
necesarios, todos los individuos pertenecientes a esta clase habrían
formado automáticamente parte del comité de gestión. La concepción
oweniana, como está expresada en 1820, sin embargo, prevé que la red
nacional de tales comunidades quedaría subordinada al Estado, al cual en
última instancia corresponderían todas las funciones de control
centralizado, de la recogida de impuestos, de la administración de la
justicia, de la dirección de las guerras, etc. En el interior de una
organización social concebida de este modo, el elemento regulador y
dominante habría sido –de acuerdo con la tradición enciclopedista– la
discusión de la ciencia en interés de todos.

34
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En las formulaciones más maduras, en los principios de autogestión


cooperativa, Owen elimina la precedente concepción dicotómica de la
organización social –que Marx le tomará indirectamente en su tercera tesis
sobre Feuerbach–. El sistema de autogestión cooperativa que está
descrito en el evangelio del owenismo (The book of the New Moral World),
publicado en Londres entre 1836 y 1844, corresponde a un ideal de
sociedad directa de los trabajadores, respecto a la cual el “plan” debe
constituir solamente la fase “preparatoria”. En el sistema oweniano –que
asume ahora el mundo de la máxima racionalidad– ya no existe la
diferencia de clases y la colaboración económica, fundada sobre el respeto
recíproco de las diversas autonomías; será extendida al conjunto de la
organización productiva:

“Cada comunidad –declara Owen– será gobernada en el sector


interno por un consejo general compuesto por todos los miembros
que tengan una edad entre los treinta y los cuarenta años; cada
departamento será dirigido por un comité compuesto de los miembros
del consejo general designados de acuerdo con criterios a establecer,
y en el sector externo o extranjero por todos los miembros entre
cuarenta y sesenta años”.

El sector interno deberá comprender la producción, la distribución y la


educación; el externo, las comunidades, el intercambio de excedentes, la
distribución de los inventos, la fundación de otras comunidades: en lugar
del Estado deberá existir la asociación de la comunidad compuesta por
delegados del sector externo. Los miembros del consejo general pueden
ser sustituidos si en la asamblea de todos los miembros de la comunidad
convocados por los ancianos en retiro, es decir, de más de sesenta años,
fueran reconocidos culpables por la mayoría. En este caso serían
designados en su lugar los ancianos de más de sesenta años y los jóvenes
de veinte a treinta.

Se trata indudablemente de una hipótesis de organización social un tanto


absurda, en la cual bastaría que se llevasen a cabo alianzas entre
diferentes clases de edades para quitar la dirección a aquellos a quienes
debiera corresponder. Sin embargo, existen dos buenas razones para
creer que en el período en que Owen elaboraba semejante y compleja
formulación –es decir, en el período precedente a la crisis de la Consolidated
Union–, un papel de primera magnitud debía corresponder a las
organizaciones sindicales y a la Sociedad Cooperativa que, dirigiendo la
fase “preparatoria”, habría debido crear también las premisas para la
35
Roberto Massari

eliminación de los conflictos de intereses y para la formación científica de


todas las individualidades. La grande y única “Sociedad Cooperativa”, que
Owen y sus discípulos habían creído factible en 1833, cuando la National
Regeneration Society proponía las ocho horas laborables y la huelga
general para obtenerlo, fracasó, por el contrario –como otros muchos
sueños de Owen–, en el curso de los acontecimientos sucesivos a la crisis
de la Grand National Consolidated Trades Union.

Otras experiencias se realizaron como consecuencia de la influencia


owenista, como la de los “Pioneros de Rochdal”, en 1844. Pero si de un
lado el pensamiento de Owen se verá siempre más comprimido en el
restringido alvéolo del movimiento cooperativista, por otra parte, el paso
del autor a temas prevalentemente místicos y éticos en los últimos años de
su propia vida permitirá toda una serie de interpretaciones arbitrarias
susceptibles de desfigurar los puntos esenciales de su teoría societaria; no
es casual que en tiempos más recientes se hayan reclamado directamente
de Owen algunos fundadores de la comunidad hippy norteamericana. No
tener presente el alcance y la influencia ejercida por Owen en el desarrollo
de las concepciones libertarias y autogestionarias en el interior del
movimiento socialista europeo significa no comprender la historia vivida en
la primera mitad del siglo XIX por la clase obrera inglesa y francesa;
significa también no comprender plenamente el proceso a través del cual
el proletariado de Inglaterra pasaba de la autoconmiseración y de la utopía
preindustrial a la formación de una conciencia de clase, inspirada en los
principios de la autoemancipación conflictiva y de la gestión alternativa, en
primera persona, del proceso de producción. En Owen se inspiraron casi
todos los grandes pensadores socialistas de la mitad del siglo XIX, y no los
últimos Marx y Proudhon. Sin embargo, el juicio más entusiasta ha sido el
expresado por Felipe Buonarroti en los siguientes términos:

“El escocés Roberto Owen, tras haber constituido a sus propias


expensas en su país algunas comunidades fundadas sobre el
principio de igual distribución de los disfrutes y de los esfuerzos, ha
fundado recientemente en los Estados Unidos varias instituciones del
mismo género, donde gran número de hombres viven pacíficamente
bajo el dulce régimen de la perfecta igualdad. Por consejo de este
amigo de la humanidad, la sociedad cooperativa, constituida en
Londres, trabaja desde hace algún tiempo en propagar los principios
del sistema comunitario y en demostrar, con ejemplos prácticos, la
posibilidad de su propia aplicación...

36
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¡Pueda ello demostrar al mundo que la sabiduría puede ocasionar un


bien tan grande sin el socorro del Poder! Pueda, sobre todo, ahorrarle
el dolor de ver fracasar sus nobles esfuerzos y de procurar a los
adversarios de la igualdad, ante un experimento sin éxito, un
argumento contra la posibilidad de fundar de algún modo un orden
social al cual violentas pasiones ofrecen una formidable resistencia, y
que parece no poder ser el resultado, en las naciones civilizadas, sino
de una fuerte convulsión política.25

25
F. Buonarroti: Cospirazione per l'eguaglianza detta di Babeuf. Torino, 1971. ps. 212-3.
37
Roberto Massari

CAPÍTULO 2
PROUDHON Y LA AUTOGESTIÓN

Si se quisiera expresar sintéticamente el significado y el tema central de la


obra de Pierre-Joseph Proudhon se debería decir que el autor de ¿Qué es
la propiedad? ha creído poder sentar las premisas de una emancipación
general de la humanidad sobre las bases de una crítica exhaustiva de las
diversas formas de alienación y sobre la base de una práctica sectorial
inspirada en tales críticas. La obra teórica de Proudhon tiene dimensiones
enormes; en el curso de la misma se abren los grandes paréntesis que el
autor de modo fatigoso y contra su voluntad llega a cerrar; no puede
decirse, sin embargo, que falte un hilo conductor entre los varios tipos de
crítica desmitificadora –del Estado, de la propiedad, de la religión, de la
autoridad en general– y el fin último de construir una sociedad en la cual el
hombre pueda hallar el pleno control (individual y colectivo) de las propias
acciones y del propio ser. La teoría federativa de los centros de producción
–en los cuales los grupos autónomos pueden empezar a crear las bases
para la realización plena de la autonomía colectiva– puede ser
considerada con justicia una elaboración (y más tarde mucho más que una
simple intuición) en torno a la posibilidad de instaurar un sistema social
fundado sobre principios de autogestión. 26

La crítica de la autoridad capitalista, política y religiosa llevará a Proudhon


a someter a discusión no sólo las bases del Estado y de las fuentes
complementarias de alienación y deshumanización, sino también las de
cualquier otro Estado en el cual el principio de “coordinación” y de
“asociación” se vea sustituido por el de “jerarquización” o subordinación de
un sujeto histórico a otro. No es casual que Proudhon esté considerado en
la tradición anárquica como uno de los “padres fundadores”27 del
pensamiento antiautoritario –el primero que ha formulado completamente
una crítica libertaria de la sociedad industrial–, y no es casual que los
epígonos del stalinismo francés, a más de un siglo de la muerte del autor,
sientan todavía la necesidad de calumniarlo, definiéndolo como el primero
“de todos los liquidadores del movimiento (obrero) y de la organización”. 28
26
Véase, para una breve introducción al tema. Jean Bancal “Proudhon: Une sociologie
de L’autogestion”, en Autogestión, n°. 5-6, 1968, págs 149-80.
27
Véase la increíble introducción de Henri Mougin a la ed. francesa de Misére de la
philosophie, París, Ed. sociales, 1968, p. 18.
28
Véanse también las introducciones a Del principio federativo, de Proudhon, en edición
de la casa Aguilar, Madrid, 1972. y a Miseria de la filosofía, de la misma editorial, 1974.
(N. del T.)
38
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En realidad, ya en 1840 formulaba Proudhon la exigencia problemática que


constituirá, en fin, el eje de la investigación marxiana de los veinte años
siguientes:

“La soberanía de la voluntad cede ante la soberanía de la razón y


acabará por anularse en un socialismo científico”. 29 “Existe una
ciencia de la sociedad..., ciencia que no necesita inventar, sino
descubrir”.30

La ciencia a la que Proudhon se refiere no es la de las leyes del


funcionamiento de la naturaleza, ni la que tiene como fundamento de sus
principios una voluntad oscura e irracional, externa al mundo, en que se
desenvuelve “la acción de los individuos”. Es, por el contrario, la ciencia
del “orden social”, que se realiza en el curso de las interacciones políticas
y económicas de los hombres, la cual se puede redescubrir en la medida
en que alcanza a liberar la propia acción de todo aquello arbitrario que
puede sobreponerse.

En Systéme des contradictions économiques ou Philosophie de la Misere,


Proudhon intenta demostrar que las leyes de semejante “orden social” no
son las de la inmanencia o las de la continuidad omnipresente (fieles a la
tradición metafísica a la que Proudhon había declarado la guerra desde los
primeros años de su propia actividad teórica), sino las del conflicto y de la
oposición de los principios, considerados en el interior de un sistema
global. La crítica del régimen de la propiedad, por ejemplo, debe asumir la
serie de dicotomías sobre las cuales se articula la estructura despótica del
capitalismo concurrencial si quiere llegar a comprender cuáles son las
contradicciones de fondo que ha permitido la instauración de semejante
régimen. Maquinismo y división del trabajo, monopolio y concurrencia,
riqueza y pobreza son sólo algunas de las antinomias que están en la base
de un sistema de producción caracterizado por la injusticia, el beneficio, el
“robo”, la alienación y, sobre todo, la separación entre razón y práctica
social.

29
¿Qué es la propiedad?, primera memoria (1840), Obras, vol. IV, página 339. De ahora
en adelante citaremos sólo esta obra en la traducción italiana de U. Cerroni, Bari, 1967,
píg. 282. Para la otra nos hemos servido de la nueva edición de las Oeuvres completes,
iniciada por la Ed. Marcel Rividre en 1923. A finales de 1968 habían salido ya quince
volúmenes con las principales obras de Proudhon y tres volúmenes de sus Carnets
personales (de estos últimos faltan todavía cinco volúmenes). La numeración
corrientemente adoptada en las Oeuvres se refieren al orden de estas nuevas ediciones
y no de la edición original.
30
De la Célébration du Dimanche (1839). Oeuvres, IV, p 91
39
Roberto Massari

Veremos, en fin, cómo la concepción autogestionaria de Proudhon tiende,


en efecto, a eliminar en el conjunto la última de tales dicotomías, desde el
momento en que ella se individualiza la fuente principal de la alienación. 31

“El orden se establece en la humanidad por el conocimiento que el ser


colectivo adquiere sobre sus propias leyes”. 32 Se aclarará de inmediato el
significado que Proudhon atribuye a este “ser colectivo”, al cual asigna una
misión muy importante: establecer las leyes de la organización societaria,
en el momento mismo en que fija los términos de su propia emancipación y
se vuelve a proponer la conquista de un control sobre la organización
socioeconómica. En la concepción proudhoniana tal proceso se realiza
esencialmente a través de una serie de adquisiciones teóricas, en las
cuales, sin embargo, no puede dejar de reflejarse el carácter dicotómico de
la estructura social. El sujeto ejercita una acción cognoscitiva sobre
cualquier cosa diferente de sí, pero no es de tal encuentro (posiblemente
gracias a la “práctica social”) que puede brotar la formulación de un orden
diverso: tal acto no es en lo sucesivo otra cosa que el proceso por medio
del cual se expresa la potencialidad histórica en la acción continua que los
sujetos colectivos desarrollan en funciones antagónicas con el régimen de
lo arbitrario. Quiere decir que en el curso de tal acción no emerge un
proyecto, definido y coherente, para la construcción de un orden social
alternativo, en el cual el sujeto histórico pueda ya realizarse completamente
a sí mismo. Si es verdad, por tanto, que al capitalismo concurrencial
sucederá el sistema social fundado sobre “cooperación” de los sujetos
conscientes (entre los coordinados y asociados), es también cierto, sin
embargo, que tal sistema se verá obligado a aceptar por un período
indefinido de tiempo algunos de los elementos arbitrarios del sistema
precedente, tales como el maquinismo industrial y la división del trabajo.
La obra crítico-teórica de Proudhon no se encamina en sustancia a la
formulación de un proyecto social en el cual sea posible la anulación
definitiva de cualquier contradicción o de cualquier antagonismo entre las
clases, sino más bien a una forma de existencia caracterizada por el
carácter positivo de las relaciones humanas, de la organización racional
que predominan sobre lo irracional, de las asociaciones prevalecientes

31
Nos vemos obligados, por motivos evidentes, a esbozar solamente a grandes rasgos
las teorías proudhonianas sobre el Estado, la propiedad y la alienación. Preferimos
recomendar, para una profundización sobre este tema, a P. Ansart: Marx et l’anarchisme.
París. 1969 (trad. it.: Marx et l’anarchismo, Bolonia, 1972), y la bibliografía sobre
Proudhon contenida en esta obra.
32
De la création de l’Orde dans l’Humanité ou principes de L'organization politique
(1843), Oeuvres, vol. V, p. 86.
40
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

sobre las divisiones. Una sociedad de lo futuro en la cual el principio del


conflicto-acción sigue inspirando cada hora las actividades sociales: según
Proudhon, el salto cualitativo será solamente posible gracias a una plena
generalización del conocimiento científico, el único capaz de colegir la
relación mencionada en un sentido humanizante y antialienante.

Un elemento fundamental para el desarrollo de la teoría proudhoniana es


la comprensión de la relación existente entre injusticia social y sistema
económico. La definición de la propiedad como “robo”, que escandalizó a
la burguesía y a los utopistas bien pensantes de la época, constituye, sin
embargo, la base científica de la crítica proudhoniana. Marx dedicará una
de sus principales obras a la contestación puntual de los análisis y de las
categorías económicas manifestadas por Proudhon “en oposición a los
economistas y socialistas” del período. En 1865 él repetirá el juicio
negativo sobre la obra teórica de Proudhon, recordando también, sin
embargo, los méritos del antiguo amigo:

“Su primera obra, Qu’est-ce que la propiéte?, es con mucho su mejor


obra. Esta hace época, si no por la novedad de lo que afirma, por la
manera nueva y valerosa como lo expresa. Los socialistas franceses,
cuyas obras conocí Proudhon, naturalmente, han criticado desde
diversos puntos de vista la propiedad y la han estudiado de forma
utópica. En su libro Proudhon ataca a Saint-Simón y a Fourier poco
más o menos como Feuerbach ataca a Hegel... Más adelante yo
demuestro lo defectuoso y rudimentario que es su conocimiento de la
economía política –de la cual, sin embargo, emprenderá la crítica– y
cómo, lo mismo que los utopistas, inicia la búsqueda de una
pretendida “ciencia” que le debe procurar una fórmula para la
“solución de la cuestión social”, en vez de aplicar la ciencia al
conocimiento crítico del movimiento histórico, movimiento que debe
por sí mismo producir las condiciones materiales de la emancipación
social”.33

Para Proudhon, la “exteriorización” es la forma económica de la alienación


que caracteriza el sistema de propiedad capitalista. La expropiación del
sujeto productor es el primer pecado del sistema y ofrece contemporánea-
mente la clave para comprender la irracionalidad total del propio sistema.

33
K Marx: “Letrera a Schweitzer” (24 de enero de 1865), en Appéndice a Miseria della
philosophie, 1969. págs. 186-87.
41
Roberto Massari

Según el autor de la Filosofía de la Miseria, existe una coincidencia, ya


analizada por Hegel, entre las “leyes de la naturaleza y de la razón, del ser
social y del pensamiento”. El sistema económico del capitalismo
concurrencial o, lo que es igual, el régimen de la propiedad, es, por
consiguiente, analizable y comprensible solamente si se parte de las
contradicciones, para desembocar, a través de un conocimiento científico
de los antagonismos que agitan tales regímenes, a significados más
universales del devenir social. Es éste, grosso modo, el esquema seguido
por Proudhon cuando, analizando el origen de los intereses del capital, en
base a la cantidad de valor de cambio, contenido en el trabajo, llega a
formular el principio de la ecuación beneficio-robo en términos que Marx
rechazará decisivamente en cuanto no correspondientes a la realidad de
extracción de la plusvalía y de su transformación en capital. Sin embargo,
pese a ser errónea, semejante intuición, vuelta a tomar en cierta medida
por Brissot, estará destinada a hacer derivar de ella por lo menos tres
consecuencias importantes para el sucesivo futuro de desarrollo de la
teoría mutualista proudhoniana.

1) La caracterización en sentido social de la crítica al sistema


económico.

2) La necesidad, de carácter funcional, de postular una reapropiación


colectiva por parte de los productores de lo que ha sido
depredado.

3) La exigencia de un tipo de gestión socioeconómica que no repita


los defectos y las disfunciones originadas por la irracionalidad del
régimen capitalista.

La problemática igualitaria, en la forma en que dominará el curso sucesivo


de la obra proudhoniana, afinca sus propias raíces en aquel primer ensayo
sobre la propiedad, cuyo subtítulo (“Investigación sobre el principio del
derecho y del gobierno”) muestra ya las relaciones que el autor intenta
establecer entre la economía, la política y el derecho. 34

34
Un esbozo biográfico sintético, pero preciso, de la vida de Proudhon se puede
examinar en la voz correspondiente en el tomo tercero del Dictionnaire Biographique du
mouvement Ouvrier Français, de J. Maitron, Ed. Ouvriére, París, págs. 256-61 (1966).
Véase asimismo la bibliografía teórica escrita por uno de los mis fervientes admiradores
del pensamiento proudhoniano en el campo de la sociología, G. Gurvitch: Proudhon, sa
vie, son oeuvre. Avec une exposé de sa philosophie, 1965. Véase también G. Sainte-
Beuve: Sa vie et sa correspondance, 1831-1948, París, 1947.
42
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

1. La fuerza colectiva

El tema de la igualdad de las condiciones políticas y sociales está en la


base de la teoría societaria de Proudhon. Nada nuevo desde este punto de
vista, ya que Proudhon no hace otra cosa que desarrollar y sistematizar la
temática igualitaria que había caracterizado profundamente la crítica
social, desde el iluminismo hasta las corrientes utópicas que le son
coetáneas. Sin embargo, su decidida negativa a considerar la igualdad de
las condiciones como una necesidad abstracta o puramente jurídica le
llevará a distanciarse de una tradición en la que es difícil no admirar las
profundas intuiciones, denunciando en ella la falta de fundamentos reales.
Véase la crítica a Pierre Lerroux, en la que Proudhon demuestra la
insuficiencia del principio de solidaridad para actuar de tal modo que la
igualdad se convierta en la “ley final de la sociedad”; la crítica a Victor
Considerant por la falta de fundamento de sus procedimientos lógicos, y la
crítica permanente a los fourieristas en general, porque propugnan la
instauración de un sistema condenado a una eterna inviabilidad, desde el
momento que no llega a satisfacer del todo a ningún grupo social (se trate
de los propietarios, de los “comunistas”, de los autores de la asociación o
de los trabajadores en general).

La tarea que Proudhon se asigna en los primeros años de su actividad


teórica es la de verificar en qué medida el principio de la igualdad es
posible directamente en la organización del sistema social y en qué
medida las leyes de la economía pueden constituir una base adecuada
para la instauración de las relaciones societarias. En sustancia, el
problema se reduce, para que el joven Proudhon, a:

“hallar un estado de igualdad social que no sea ni la comunidad, ni el


despotismo, ni la disgregación, ni la anarquía, sino la libertad en el
orden y la independencia en la unidad. Y resuelto este primer punto,
nos quedará un segundo: indicar el mejor modo de efectuar la
transición”.35

En estas primeras formulaciones programáticas del joven Proudhon se


nota aún una fuerte influencia de Rousseau, quien en términos analógicos
había indicado las funciones “políticas” de la convivencia social:

35
Célébration du Dimanche, p. 61.
43
Roberto Massari

“Hallar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la


fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual
cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, por tanto, sino a sí mismo
y permanezca esencialmente libre”.36

Sin embargo, Proudhon se diferencia del pensador ginebrino no sólo por


su más amplia concepción de la autonomía, entendida como realización
del pluralismo social implícito en las relaciones entre los hombres, sino por
el carácter dinámico y pragmático que tal concepción adquiere en la
perspectiva irrenunciable de la transición. De una concepción marcada-
mente idealista del proceso de transición, reducido a mera toma de
conciencia por parte del individuo, Proudhon pasará gradualmente a la
afirmación de la posibilidad de una autoemancipación social, enunciando la
propia teoría de la fuerza colectiva. Esta será especialmente desarrollada
en el curso de la crítica desmitificadora de las relaciones jurídicas de
propiedad existentes en la sociedad capitalistas.

En general se elude la contradicción que, desde este punto de vista, se


puede rastrear ya en la más notable de las obras proudhonianas, 37 existe
de hecho un contraste entre lo que se afirma al comienzo de la obra y la
definición más completa de los fines históricos del proletariado, como está
expuesto en el capítulo que sigue al de la crítica de la propiedad. Por un
lado (pág. 38), se afirma:

“Cuando, de acuerdo con las observaciones hechas, nuestras ideas


sobre un hecho físico, intelectual o social cambian completamente, yo
llamo a este movimiento del espíritu revolución.”

Por otro, en cambio, se denuncia (véase en página 256) la insuficiencia de


tal procedimiento si no llega a penetrar las raíces mismas del albedrío:

“Odio el trabajo hecho a medias; y se puede dar por cierto, sin


necesidad de que yo lo diga, que si he osado poner la mano sobre el
arca sagrada, no me contentaré con haber hecho caer la tapa...; no
daré término a este estudio sin haber resuelto el primer problema de
la ciencia política, el que preocupa a todos los intelectos: una vez
abolida la propiedad ¿cuál será la forma de la sociedad, cuál será la
fuerza de la comunidad?”

36
J.J. Rousseau, Il contrato sociale, Firenze, 1961, p. 15.
37
¿Qué es la propiedad?
44
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Proudhon define la sociedad como una fuerza colectiva en el interior de la


cual los trabajadores, o mejor, sus funciones productivas, representan la
unidad de base: solamente a través de éstas se puede llegar a una
realización efectiva de la autonomía general. El tema de la potencialidad
inserta en la estructura del trabajo asociado (el único posible, según
Proudhon, en el interior de la sociedad industrial) está desarrollado en el
curso de la crítica a la institución del trabajo asalariado. El capitalista paga
la jornada del obrero de acuerdo con una escala de medida temporal, pero
no paga la plusvalía –cualitativamente más significativa– constituida en la
unión asociativa que se lleva de hecho a cabo en el proceso de
producción. La suma de los trabajos individuales produce mucho más que
el conjunto de trabajos distintos realizados individualmente.

“En pocas horas, doscientos granaderos han erigido el obelisco de


Luxor desde su base; ¿puede suponerse que un solo hombre lo
habría llevado a cabo en doscientas jornadas? Y, sin embargo, según
las cuentas del capitalista, la suma de los salarios habrían sido las
mismas”.38

El albedrío ejercido por los propietarios en las confrontaciones con el


obrero es, a su vez, la consecuencia de la aberración sobre la que se
funda la organización capitalista del trabajo. Si el trabajo es una función
irrenunciable39 en el ámbito de las relaciones constitutivas del sistema
social, el trabajador no puede ser reducido a administrar la parte del
producto que hace posible su subsistencia, sino que debe poder ejercer un
control sobre el arco completo de las funciones cubierto por su propia
actividad. Y esto no tanto como individuo que se convierte en propietario
del conjunto de bienes producidos por su propio trabajo, sino como
asociación de control formada en la unidad de base, que constituye a su
vez aquella fuerza colectiva a la que la división social del trabajo ha
encargado la misión de producir la riqueza. 40 Proudhon lleva a cabo, en el
momento mismo en que sienta las bases de su propia “socioeconomía”, la
notable distinción entre funciones (la capacidad efectiva de realizar el
trabajo asignado) y relaciones (la combinación de tal capacidad entre más

38
¿Qué es la propiedad?, p. 123.
39
“En la serie social que nosotros consideramos debe ser una serie organizada, la
unidad orgánica es el trabajador, en un lenguaje un poco más abstracto, la función.”
Création de l’Ordre, p. 325.
40
“La unión de la fuerza no debe confundirse con la asociación. Como ahora
demostraremos, es igual que el trabajo y el cambio, productora de riqueza. Es una
potencia económica...” Idee Générale de la Revolution au XlXe siecle (1851), Oeuvres, II,
p. 161.
45
Roberto Massari

individuos);41 gracias a tal distinción y al análisis que la sostiene, pasará


completamente a un segundo plano el aspecto “humano” del trabajo, tan
caro a las letanías filantrópicas de la época, para concentrar, por el
contrario, el interés sobre el rol que las funciones productivas –en cuanto
tales– pueden desarrollar en la construcción de una sociedad “libertaria”
(es decir, fundada sobre las relaciones liberadas de cualquier autoridad).
Solamente forzando el pensamiento de Proudhon se podrá extraer aquí
una teoría de la emancipación del proletariado entendido como clase
social.

Científico y antipolítico, Proudhon trata en realidad de elaborar una teoría


de la integración social de las fuerzas (funciones) productivas, asignándoles
la misión de dirección en la construcción de la sociedad antiautoritaria. El
aspecto revolucionario de la concepción proudhoniana derivaría, por el
contrario –no obstante los errores y las contradicciones del autor–, de la
presunción de ofrecer bases objetivas y una validez científica a la
formulación de un proyecto (todavía formalmente utopista) de sociedad
racional, igualitaria, libre y coherente. 42 Desde este punto de vista se
comprende mejor la presencia del proudhonismo en la Asociación
Internacional de los Trabajadores y durante la Comuna, su confluencia en
la corriente anárquica y el rol contradictorio desarrollado por aquél en las
citadas experiencias, a la luz sobre todo de las contradictorias intuiciones
ya presentes en la teoría formulada por el maestro.

“Muchos hablan de la participación de los obreros en los productos y


en las utilidades; pero esta participación es concebida como pura
beneficencia; nadie ha demostrado nunca, acaso ni siquiera
sospechado, que sea un derecho natural, necesario, inherente al
trabajo, inseparable de la cualidad de productor hasta el último de los
peones”.43

41
¿Qué es la propiedad?, p. 137 y sígs.
42
Para una definición más madura del ideal libertario proudhoniano, véase el siguiente
pasaje: “¡NO más autoridad! Lo que quiere ya significar el contrato libre en lugar de la ley
absolutista; la transacción voluntaria en lugar del arbitrio estatal; la justicia igual y
recíproca en lugar de la justicia soberana y distributiva; la moral racional en lugar de la
moral revelada; el equilibrio de la fuerza en lugar del equilibrio de los poderes; la unidad
económica en lugar de la centralización política. Una vez más, ¿no es esto lo que osaré
llamar una conversión completa, un giro sobre sí mismo, una revolución?” Idee Générale.
p. 343.
43
¿Qué es la propiedad?, p. 119.
46
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“El caso es que estas dos proposiciones –abolición de la explotación


del hombre por el hombre y abolición del gobierno del hombre por el
hombre– son una misma e idéntica proposición..., la cual constituye el
punto de transición entre el período capitalista y estatal que fenece y
el período de la igualdad y de la libertad que comienza”. 44

Se podría continuar en el mismo plan y recordar muchos pasajes en los


que Proudhon parece oscilar contradictoriamente entre una concepción
societaria de carácter contractual (o integrador) y una formulación
revolucionaria del proceso de transición, en el que la potencialidad de la
fuerza colectiva, encarnada mayormente en el movimiento de los
trabajadores, se expresa en el antagonismo o en el conflicto de clase.
¿Conflicto o participación? ¿Comunidad o pluralismo social? ¿Propiedad o
“comunismo”? Estas son sólo algunas dicotomías que animan la reflexión
proudhoniana y que la dirigen hacia aquella sistematización definitiva del
ideal autogestionario, resumible en la fórmula del federalismo mutualista.

En las primeras obras, sin embargo, la investigación procede todavía por


antinomias, cuya síntesis es algo más arbitraria y no deriva de un correcto
procedimiento dialéctico-deductivo.

Proudhon individualiza45 en la comunidad el momento positivo y la “primera


determinación” de la sociedad: esta es la tesis. En su negación –la
propiedad– está la antítesis. En este punto, el problema que plantea
Proudhon es el de analizar el rol específico, presente (y lo históricamente
determinado) de la fuerza de producción de las riquezas, para poder llegar
a su terminación superior, es decir, a la forma correspondiente de
sociabilidad.

“Esta tercera forma de sociedad, síntesis de la comunidad y de la


propiedad, la llamaremos Libertad”. 46

Por tanto, la libertad es la adecuación de la sociabilidad al nivel real de


desarrollo de la estructura socioeconómica. En este sentido, dirá Proudhon,
es igualdad, es anarquía, es variedad infinita, es proporcionalidad, pero es,
sobre todo, principio de organización.47

44
Polémique contre Louis Blanc et Pierre Leroux (1849-1850). Ouvres, II, p. 410.
45
¿Qué es la propiedad?, p. 265.
46
Ibíd., p. 287. Y algunos años después: “...es la libertad, aquella que significa negación
de cualquier autoridad, aquella libertad que para el hombre supone todo”. Le Droit au
Travail le Droit de Proprieté (1848), Oeuvres, X, pág. 457.
47
“La libertad es esencialmente organizadora”, Ibíd., p. 289.
47
Roberto Massari

Se empieza de este modo a delinear en Primera Memoria (1840) una


concepción activa y positiva de la emancipación social, en la cual el sujeto
colectivo, en el momento en que obra por su propia autonomía completa,
se convierte en eje de una nueva forma de organización social, distinta de
las precedentes, una vez obtenida la reconquista del control sobre sí
misma por parte de toda la especie humana. La dialéctica seriada, según
la cual se desarrolla este proceso, coincide con el paso de la sociedad del
dominio-subordinación al sistema social racional de la gestión colectiva; de
la anarquía capitalista determinada en el libre juego de las fuerzas
productivas a la anarquía social, caracterizada por el libre juego de las
tendencias individuales, por la eliminación del principio de autoridad, pero
también por el uso racional de los recursos comunes.

La “creación del nuevo orden” concierne a aquellos cuya función está


comprendida en el arco de las relaciones de que está constituida la fuerza
colectiva. Que los sujetos de semejante transformación social sean los
trabajadores es en cierto modo secundario: la aludida falta de historización
en el análisis de las contradicciones sociales impide a Proudhon identificar
con seguridad el motor del proceso de emancipación universal en una
clase determinada. En este sentido no se puede evitar definir como
estática la hipótesis misma de construcción de una sociedad auto-
gestionada. ¿Por quién? ¿Para quien? ¿Para qué? Son las tres principales
interrogantes que la teoría proudhoniana de la autoemancipación no
acierta a responder. La falta de respuesta a tales preguntas explica
también, en nuestra opinión, por qué Proudhon ha hecho concesiones
teóricas (respecto al papel de la pequeña burguesía, por ejemplo) y
políticas (antes de la subida al poder de Luis Bonaparte). La incapacidad
para comprender lo central de las contradicciones entre relaciones sociales
de producción y el modo específico de producción desarrollado en el
sistema capitalista impide a Proudhon comprender la enorme potencialidad
social y política existente en el proceso de emancipación del proletariado y
el carácter más general que tal emancipación puede asumir en relación
con el resto de la sociedad. La teoría proudhoniana de la autogestión o de
la democracia obrera no va posteriormente más allá –lo repetimos
nuevamente– de una propuesta coyuntural de las profundas contradicciones
internas del sistema capitalista, si bien muchas de las intuiciones que
acompañan tales propuestas (algunas de las cuales serán tomadas
nuevamente por el propio Marx) podían ser, y de hecho lo fueron,
desarrolladas en un sentido más radical y revolucionario.

48
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

2. Organización social y reciprocidad

Para Proudhon, el norte de la organización social está en la división y la


parcelación del trabajo. El trabajo está determinado subjetivamente en el
obrero y objetivamente en la materia que éste transforma. 48 El trabajo
asume sucesivamente, en el desarrollo de la teoría proudhoniana, la forma
de producto, valor, capital y salario y, en el curso del proceso de
especialización, la de la ciencia, el arte, la profesión, el proyecto, la
ejecución, etc. Siendo estas determinaciones medibles solamente en
relación a su dimensión subjetiva 49, de esto se deduce que una ciencia de
la organización social es posible solamente si se asume como unidad de
medida el trabajador, considerado en el interés de la propia función. Por
este camino Proudhon llegará a enunciar 50 la teoría del tiempo de trabajo
como medida general del valor de la mercancía, suscitando una
observación crítica de Marx.51

Lo que nos interesa, sin embargo, es el hecho de que la organicidad


estructural que caracteriza el papel del trabajador dentro de la
organización empresarial permite a Proudhon, por un lado, sentar la
premisa de su propia teoría de la reciprocidad industrial, y, por otro,
formular una crítica del proceso de deshumanización a que la excesiva
parcelación del trabajo reduce al obrero:

“Creéis tener delante de vosotros a un obrero, pero lo que tenéis en


realidad es una bestia de carga”.52

La degradación física y espiritual del obrero, según Proudhon, es


disfuncional en lo que respecta a la organización del trabajo no tanto por la
merma de productividad que ello implica (es lo que por el mismo tiempo se
48
Création de l’Ordre, p. 322.
49
Ibíd, p. 323.
50
En Systéme des contradictions économiques ou philosophie de la Misere (1846),
Oeuvres. vol. 2.
51
“La aplicación del tiempo de trabajo “como medida del valor” es “fatalmente la fórmula de
la esclavitud moderna del trabajador”, y no, como lo quiere Proudhon, la “teoría
revolucionaria” de la emancipación del proletariado”. K. Marx; Misere de la philosophie,
París, 1968, p. 62. En realidad, según Marx, no existe equivalencia de las mercancías
producidas en el mismo tiempo de trabajo, desde el momento en que el valor de la
mercancía depende de: a) la ley de la demanda y de la oferta, y b) de la concurrencia. La
ilusión de Proudhon, prosigue Marx, es que cambiando la mercancía se cambia la situación
del trabajador que está detrás de la mercancía; existe efectivamente una tendencia a la
“igualación del tiempo de trabajo contenido en la mercancía”, pero esto se debe al
desarrollo tecnológico y no a la justicia socia. Según Marx, Proudhon confunde la cantidad
de trabajo con el valor del trabajo: de aquí su teoría igualitaria. Véase también la crítica a
Proudhon contenida en la carta a Annenkow (Bruselas. 28 de diciembre de 1846).
52
Création de l’Ordre, cit., p. 331.
49
Roberto Massari

denunciaba en Inglaterra), sino porque en este sistema el papel


organizador de la función obrera –reducida a un simple binomio “hombre-
máquina”– debe ceder su puesto al predominio y al privilegio de los
directores, de los ingenieros, en definitiva, al dominio de la burocracia
empresarial.

El modo de producción capitalista aparece así, a los ojos de Proudhon,


como la antítesis de aquella forma superior de organización social en la
cual la libre graduación por series de la capacidad de trabajo puede
permitir una valoración completa (y una medida) de la iniciativa obrera.

En efecto, la concepción mítica de lo que Taylor llamará “organización


científica del trabajo” impide a Proudhon ver la necesidad intrínseca de la
progresiva parcelación, no sólo como momento constitutivo de tal
organización, sino también como resultado último del proceso de división
social del trabajo. De aquí su crítica, sorprendente si se piensa en el
interés proudhoniano por el progreso tecnológico, 53 pero comprensible si
se la considera como un reflejo de una organización empresarial no
planificada, no equilibrada y, sobre todo, no controlada por los
trabajadores. Es interesante notar, sin embargo, cómo en 1843 Proudhon
propone, como solución complementaria a la existencia de la parcelación,
la adopción de la rotación y de la ampliación de las instalaciones 54: técnica
sobre la cual solamente en tiempo muy reciente se ha empezado
nuevamente a discutir en los ambientes sindicales.

A través del trabajo el obrero afirma la Responsabilidad propia en el interior


del proceso productivo. La definición jurídica que Proudhon da en diversas
ocasiones de tal forma de participación orgánica se funda sobre el
concepto de conocimiento del propio rol: al desarrollo de tal conocimiento
debe dirigirse también la formación cultural del obrero. Corolario del
principio de Responsabilidad y de Coordinación, es decir, de la
transformación de las funciones en relaciones en el interior de la empresa.
53
En De la capacité politique des classes ouvrieres (1865), Oeuvres, III, pág. 185,
Proudhon considera a “lo que se llama división del trabajo o separación de la industria”
como una fuerza económica, igual que posteriormente, por su importancia, al progreso
tecnológico, al cambio, a la fuerza colectiva, etc.
54
“Es evidente me parece, que es un sistema semejante, sin necesidad de perder ninguna
de las ventajas del trabajo parcelado, cualquier obrero puede, o mejor aún, debe, en
interés propio y en el de la sociedad, pasar a intervalos más o menos prolongados, de una
operado a otra y recorrer el ciclo entero de fabricación.” Argumenta de este modo: “Así, la
obra común será para cualquier obrero una obra compuesta y seriada (es decir, inserta en
la serie de producción, R.M.); pero hay algo más importante: esta combinación producirá
una vigilancia alérgica al inmovilismo, universal y recíproca, sin tiranía y sin abusos,
fraternal y severa, y permitirá valorar con la precisión más rigurosa el trabajo de cualquier
miembro.” Création de l’Ordre, págs. 335-336.
50
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Gracias a la coordinación (que significa también “igualación” de las


funciones) los obreros entran en relaciones de responsabilidad recíproca
unos con otros y se aprehenden como comunidad capaz de gestionar
colectivamente la unidad de producción: la reciprocidad sobre la cual se
funda el principio de asociación es, por tanto, una consecuencia de la
coordinación, es decir, de la forma asociada que el trabajo industrial asume
desde su aparición. Esta es la antítesis de la jerarquización, es la negación
del principio de autoridad transmitido desde el sistema central a la
industria.

“La coordinación de las funciones, sinónimo de igualdad de las


condiciones, es la esencia de la democracia, el fin al cual tiende
imperiosamente la sociedad moderna, el ideal que persigue la secta
comunista”.55

La forma asociativa que el trabajo asume dentro de la organización


empresarial es la demostración más concreta del principio pluralista, que,
según Proudhon, constituye el fundamento de la sociedad moderna. El
libre desarrollo o, si se prefiere, la plena afirmación de semejante principio
es obstaculizado por el continuo recurso a la autoridad. Heredada –como
ya hemos recordado– del régimen feudal, continúa ejerciendo un rol
negativo también en el interior de la sociedad burguesa, donde está, repito,
anexa como corolario al primer principio de toda injusticia: la propiedad. La
organización del trabajo, fiel expresión de las funciones generales sobre
las cuales se funda el sistema social, refleja en su propio interior también
la existencia de semejante contradicción (feudal-burguesa), fácilmente
visible en las relaciones de dominio existentes en el interior de la empresa.

El principio de autoridad en la fábrica resulta para Proudhon la antítesis de


la forma moderna asumida en el trabajo industrial asociado. Es esto lo que
obstaculiza la libre institución de la coordinación: es esto lo que impide a
las asociaciones obreras el asumir completamente las propias funciones
de dirección-organización. Y en fin de cuentas, si las asociaciones obreras
ya constituidas no consiguen prescindir del ámbito angosto del egoísmo y
del corporativismo, ello es debido, según el Proudhon de Idee Genérale, al
efecto que sobre ella ejerce la organización autoritaria de la sociedad
burguesa.

55
ibíd,
51
Roberto Massari

Respecto a Fourier, Owen, Cabet, Leroux, Blanc, etc., Proudhon no discute


su voluntad de poder llegar a una transformación del sistema existente,
sino el haber fallado en los principios según los cuales debía fundarse tal
transformación. Su socialismo, afirma Proudhon:

“se ha convenido en una religión que habría podido parecer, cinco o


seis siglos antes, como un progreso respecto al catolicismo, pero en
el siglo XIX es lo menos revolucionario que se pueda hallar”.56

La gran culpa de los utopistas se reduce, según la crítica proudhoniana, a


dos elementos derivados de la incomprensión propietaria y la intención de
querer una nueva forma de autoridad, aunque sea pretendiendo favorecer
a los trabajadores.

En lo que respecta al primer elemento, Proudhon viene a subrayar que el


principio de reciprocidad, por revestir una importancia crucial en relación a
aquella concepción societaria general que alguien ha definido ya como
teoría del “pluralismo social”,57 en su aplicación a la organización del
trabajo no puede ser en modo alguno confundido con la defensa de los
intereses de grupo de determinados sectores obreros: si la coordinación
debiera limitarse a expresar la globalidad de los intereses de los
productores, aquélla se vería fatalmente constreñida a replegarse en el
principio de propiedad para hallar en el mismo una justificación al criterio
adoptado para la delimitación de sus intereses. Refiriéndose al segundo
aspecto criticable en la teoría utopista, Proudhon define como autoritario el
tipo de sistematización en las diversas propuestas icarianas, falansterianas,
owenistas, etc.: éstas se limitarían a transferir a un plano sólo formalmente
más racional el mismo tipo de estructura jerárquica característica de la
ciudad feudal primeramente y de la burguesía después.

Tales concepciones (como la fourierista, por ejemplo) fracasarían ante la


importantísima necesidad de armonizar la potencialidad de las fuerzas
productivas con las funciones reales de los productores. Consideraciones
de este tipo llevan a Proudhon a expresar un juicio drástico, pero no
definitivo ciertamente, sobre una primera experiencia de la necesidad
obrera:

56
Idee Genérale, pág. 152.
57
Véase J. Bancal: Proudhon: Pluralisme et autogestión, París, 2 volúmenes, 1870.
52
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“La asociación no es de hecho una fuerza económica. Es estéril por


naturaleza, directamente dañosa, ya que constituye un obstáculo para
la libertad del trabajador”.58

En este pasaje el concepto de libertad (en la acepción proudhoniana que


hemos tratado de aclarar al comienzo) asume una importancia
complementaria en relación con los conceptos de Responsabilidad colectiva
y Reciprocidad: aquél representa la articulación a nivel empresarial del
principio más general de organización societaria, según el cual la
instauración de una gestión colectiva por parte de los trabajadores no
puede ser comprendida como la llegada de una nueva serie de
arbitrariedades discriminatorias para reemplazar a las antiguas del
empresariado.

La batalla llevada a cabo por Proudhon contra el asociacionismo de tipo


tradicional –nos referimos al período comprendido entre 1840-1850– está
en perfecto acuerdo con los tiempos y con las exigencias ampliamente
sentidos en el seno del movimiento obrero francés, desorientado ante una
serie de fracasos sufridos en el decenio anterior. Ex tipógrafo, miembro y
animador de las primeras asociaciones obreras, Proudhon comprende que
la instancia solidaria del mundo artesanal o de las primeras confraternidades
de obreros manufactureros no puede responder a las exigencias que la
nueva clase obrera, producto del desarrollo industrial francés (reducido,
pero significativo) de la primera mitad del siglo, empieza a desarrollar en
su propio seno. El tipo de propuesta que Proudhon formulará en el curso
de los acontecimientos del 48 59 correspondiente exactamente a la
necesidad –todavía embrionaria en la conciencia de grandes estratos de la
clase obrera– de dar una dimensión más amplia (casi política) a la propia
acción reivindicativa. Proudhon lleva a cabo una crítica destructiva del
‘solidarismo’ obrero a la manera de Leroux o del “comunismo artesano”
inspirado por Weitling, para abrir la puerta a un desarrollo natural del
asociacionismo industrial; en la concepción proudhoniana este desarrollo
es posible solamente si los trabajadores adquieren conciencia de la propia
importancia en cuanto fuerza colectiva unida al mundo de la producción.
Sin embargo, para que los nuevos candidatos a la dirección de la sociedad
y a la gestión de la economía puedan asumir el rol que les espera es
indispensable que estén a la altura de la misión histórica que les
corresponde: deben por esta razón saber poner término al caos y al

58
Idée Genérale, p. 162.
59
Programme révolutionnaire, 1947, Oeuvres, X.
53
Roberto Massari

desorden que ha caracterizado la gestión clérigo-burocrática del


capitalismo concurrencial, que se organicen a su vez de tal modo que, en
sus manos, la dirección de la economía asegura la máxima valoración de
la fuerza productiva y, unida a ésta, la plena expresión de la libertad
individual y colectiva.

“Sí, la asociación tiene un papel en le economía de los pueblos; sí, la


compañía obrera, comprendida como protesta contra el sistema
salarial y afirmación de la reciprocidad, por este doble título lleno de
esperanza, están llamadas a desarrollar un rol considerable en el
futuro próximo. Este rol consistirá sobre todo en la gestión de los
grandes instrumentos de producción (gestión de grands instruments
du travail) y en la ejecución de ciertos trabajos”, –que alcanzarán–
“tanto una gran división de las gestiones como una gran fuerza por
parte de la colectividad”.60

Llegados a este punto, nos sentimos tentados a afirmar que los aspectos
contradictorios, fácilmente localizables en la concepción teórica de
Proudhon, son en efecto atribuibles a la influencia ejercida sobre el autor
por la época en la cual ha vivido, sin que fuese capaz de reaccionar ante
tales influencias con el poder y la lucidez de la intuición teórica demostrada
por Marx. A caballo entre dos períodos diversos del desarrollo capitalista, e
influido por la experiencia “artesanal”, capaz de comprender las grandiosas
posibilidades del desarrollo social inherente al proceso de la revolución
industrial, Proudhon ha permanecido, sin embargo, incapaz de superar el
nivel de la intuición puramente sociológica y de desarrollar radicalmente un
método científico con el cual analizar la rica y dinámica realidad
circundante. Proudhon verifica los límites de la dialéctica seriada en el
momento en que Marx desarrolla los fundamentos de su propio método; el
primero cree todavía en la posibilidad de un régimen de “democracia
obrera”, comprendido como reconciliación con la burguesía 61 en el
momento en que el segundo anuncia la necesidad de la transformación de
la revolución democrático-burguesa en revolución socialista, incluso para
un país atrasado como Alemania;62 el primero continúa defendiendo el
principio de la reciprocidad hasta su muerte, mientras que el segundo
establece el carácter dinámico del conflicto entre las clases ejercido por el

60
Idée Générale, p. 175.
61
Véase, por ejemplo, el “escrito” referido a la “burguesía”, compuesto en la cárcel el 10
de junio de 1851 y que aparece en Idée Générale, p. 95.
62
Véase para esto el Llamamiento del Comité Central de la liga de los comunistas
(marzo de 1850), en Marx-Engels: Obras escogidas, Roma, 1969. págs. 364 y sígs.
54
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

desarrollo histórico.63 Ambos, sin embargo, se hallan unidos en la


confianza y en la convicción de que la emancipación de los trabajadores
debe ser obra de los trabajadores mismos, y que para tal fin es necesaria
una estructura organizativa y que revolución, en el siglo XIX, sólo puede
significar control de los trabajadores sobre las fuerzas productivas. Ahora
no queda sino examinar cuáles eran según Proudhon, las estructuras
económicas y políticas que habrían podido responder a tales exigencias de
control.

63
La siguiente definición del “socialismo” es redactada por Proudhon después de la
desilusión y del desastre del 48 y va, por tanto, situada en el contexto de la vida
particular del autor; sin embargo, puede ser útil para demostrar las oscilaciones que
sacuden la confianza revolucionaria de Proudhon: “Suscitar esta acción colectiva, sin la
cual la condición del pueblo será eternamente desdichada y sus esfuerzos impotentes.
En vez de prodigar el poder, debe procurarse solamente que no se inmiscuya más en
nada, y enseñar al pueblo a obrar por sí solo, sin ayuda del poder, de la riqueza y del
orden establecido. Esto, en conciencia, es lo que siempre he entendido por socialismo.”
Les confessions d’un Révolutionnaire pour servir d l’Histoire de la Révolution de Février
(1849), Oeubres, VII, p. 253.
55
Roberto Massari

3. La estructura mutualista

La crítica de la propiedad, del Estado y de la autoridad confluye en la


teoría societaria de Proudhon y se concreta en una organización
mutualista para el conjunto de la actividad económica. Para que tal
propuesta pueda hacerse efectiva es indispensable, en la hipótesis
proudhoniana, que se verifique una socialización plena de la industria, es
decir, la abolición de la propiedad privada en el ámbito del sector industrial:
esto, en cierto sentido, es el primer gran paso a dar, el primer paso para
difundir la organización mutualista al resto de la sociedad. 64

Semejante transformación debería realizarse, cuando menos, en el ámbito


de los “grandes medios de producción”, desde el momento en que en
éstos se advierte mayormente el rol de la fuerza colectiva. No se crea, sin
embargo, que la propuesta de socialización corresponde en Proudhon,
como para otros muchos “socialistas” de la época, a una exigencia de
justicia social o de tipo moralista: ella viene impuesta por el desarrollo
mismo de las fuerzas productivas –por ejemplo, por la autodisciplina
alcanzada por la creciente división del trabajo, por la eficiencia compleja de
la fuerza colectiva, por la necesidad de conocimientos especiales, por la
necesidad de participación y así sucesivamente.

El término “participación” no debe ser aquí mal interpretado. En el Manuel


du spéculateur à la bourse (1853), Proudhon aclara que “la participación
sustituye al sistema salarial”, que ella consiste en la integración de todos
los trabajadores en los organismos dirigentes de la empresa, donde cada
trabajador podrá disponer de un voto deliberativo. También, si bien una
propuesta de este género puede fácilmente abrir el acceso a un proceso
de corresponsabilización –en ausencia de una transformación radical de
las relaciones de fuerza entre las clases–, no puede, sin embargo, dejar de
comprender la gran diferencia respecto a la doctrina sansimoniana: ésta
prevé, de hecho, una forma clásica de participación, en la cual la gestión
empresarial debería confiarse a organismos paritarios, compuestos por
patronos y obreros. En la hipótesis proudhoniana, por el contrario, el
patrono desaparece progresivamente, en la medida en que avanza el
proceso de socialización. Tal proceso –gradual y casi automático– no
64
He aquí cómo Proudhon define brevemente las características del sistema económico
propuesto por él: “Quien dice mutualismo supone la división de la tierra, la división de la
propiedad, la independencia del trabajo, la separación de las industrias, la especialización
de las funciones, la responsabilidad individual y colectiva, según que el trabajo sea
individual o en grupo, reducción al mínimo de los gastos generales, supresión del
parasitismo y de la miseria.” De la capacidad política, p. 126.
56
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

tendrá ningún carácter de violencia o de imposición: aquél será determinado


por la misma organización económica de la industria, y como tal se
impondrá de hecho.

“En el momento en que el trabajo llevado a cabo por los operarios en


la industria es un capital humano que pone en acción un capital
material que no es otro que “trabajo acumulado”, es necesario ya que
ese trabajo, fuente de capital, se identifique jurídicamente con tal
capital; en pocas palabras: que el trabajo obtenga de derecho lo que
es de hecho”.65

La transformación del trabajador de instrumento de producción en


“garante” de la valoración de la función propia pasa a través de esta forma
especial de corresponsabilización económica que Proudhon define como
“participación mutualista”.

“El obrero participará en la eventualidad de pérdidas y ganancias de


la empresa, tendrá un voto deliberativo en el consejo y se verá
asociado”.66

Para estas prácticas, en todas las empresas en que las dimensiones


mismas implican el empleo de gran número de trabajadores y de diversas
especializaciones, la gestión deberá pasar obligatoriamente y también
gradualmente a las manos de la “compañía obrera”. Lo que no sirve para
las pequeñas empresas, donde no es necesario recurrir al uso de una
fuerza colectiva real o a una parcialización del trabajo, y donde, por otra
parte, no existen las bases para una aplicación efectiva del principio de
asociación mutualista.

La compañía obrera se entrega, por tanto, a la sociedad a través de un


contrato de asistencia mutua y de recíproca participación en los intereses
generales. El empeño principal que deberá asumir la compañía obrera
será el de asegurar a la sociedad el suministro de los bienes y de los
servicios logrados, al coste de producción, y de contribuir sin cesar al
continuo mejoramiento de la infraestructura económica.

65
Citado porJ. Bancal, op. cit., vol. II. p. 76.
66
Idée Générale, p. 276; véase también el siguiente pasaje: “Hacer al obrero
copropietario del mecanismo industrial y partícipe de los beneficios en vez de
encadenarlo como un esclavo, ¿quién osaría decir que no sea ésta la tendencia del
siglo?” Manuel du spéculateur a la Bourse, Ed. Garnier, París, 1853, p. 493.
57
Roberto Massari

“En este punto, la empresa obrera renuncia a cualquier forma de


coalición, se somete a las leyes de la concurrencia, tiene sus propios
libros de contabilidad y los archivos al servicio de la comunidad, que
se reserva, como expresión del propio derecho de control, la facultad
de exponerla”.67

El individuo es accionista a un nivel de igualdad con todos los demás;


conoce todas las dependencias del establecimiento; sigue un aprendizaje,
se especializa y al mismo tiempo se le da una formación cultural
polivalente y “enciclopédica”; las funciones son establecidas por elección
directa y son revocables; el salario es proporcional a la “capacidad”; la
participación en los gastos y en los beneficios es proporcional a los
servicios prestados; por fin, la adhesión es voluntaria. Proudhon advierte,
sin embargo, que:

“si la clase trabajadora, por su fuerza numérica y por la presión


irresistible que puede ejercer sobre decisiones de una asamblea,
tiene perfecto derecho, con ayuda de cualquier ciudadano ilustrado,
de llevar a cabo la primera parte del programa revolucionario, la
liquidación social y la nacionalización (constitución) de la propiedad
territorial, aquélla, por la insuficiencia del propio conocimiento y por su
inexperiencia en cuestiones económicas, es todavía incapaz de
administrar intereses tan importantes como los del comercio y de la
gran industria, y en consecuencia, está por debajo de su propio
destino”.68

Este pasaje, que comprende una de tantas descripciones del carácter de la


empresa mutualista, representa tal vez la mejor síntesis de los límites y de
las preocupaciones implícitas en la concepción proudhoniana de la
autogestión. Es indudablemente cierto, como desarrollará después el
propio Marx, que la clase obrera podrá asumir la gestión de la economía
solamente en la medida en que demuestre palmariamente saber resolver
el contraste con las relaciones sociales de producción en que viene a
situarse el modo capitalista de producción en su proceso de progresiva
centralización; tal capacidad, sin embargo, no es de carácter técnico o
cognoscitivo, sino que deriva directamente del papel que la clase obrera,
en cuanto productora del “plus-producto social”, desempeñe en el proceso
de desarrollo de las fuerzas productivas.

67
Idée Générale, p. 281.
68
Ibíd., págs. 282-83.
58
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otro lado, si es cierto que por su propia naturaleza ella es la clase que
mayor “experiencia” tiene en la organización del trabajo de empresa, es
también cierto que la división social del trabajo le impide perennemente la
adquisición de aquellas nociones que la burguesía prefiere adscribir a una
“casta” de especialistas: gerentes, teóricos de la programación, expertos
en marketing, etc. Y de hecho, según la concepción propiamente
marxiana, no es ciertamente a nivel de la gestión puramente técnico-
económica como la clase obrera puede demostrar la propia superioridad
sobre el organizadísimo sistema capitalista, sino, por el contrario, a nivel
de la gestión estatal del conjunto de las actividades sociales, lo que se
hace posible a través de la construcción de una infraestructura política en
la cual los trabajadores puedan ejercitar un rol activo y explotar aquella
fuerza colectiva que deriva del ejercicio constituido de “clase en sí” en
“clase por sí”.

A Proudhon se le escapan dos importantes elementos del proceso de


construcción de una sociedad socialista: la existencia de una fase de
transición y la necesidad de un aparato estatal proletario en sustitución del
estado liberal- burgués. De aquí deriva que en el momento en que esboza
una transformación gradual de la conciencia de clase (de subalterna a
gestionarla, a través de una experiencia de participación mutualista)
renuncia en realidad a desarrollar aquel superior nivel de conciencia obrera
que puede adquirirse en la destrucción-reconstrucción del aparato político
central. Aunque el testamento político-teórico de Proudhon tendrá por título
De la capacidad política de las clases obreras, de hecho, él desconocerá
siempre la importante función que los trabajadores pueden desarrollar en
conexión con la construcción de una nueva estructura estatal, y entenderá
por “política” propiamente la afirmación de la fuerza industrial y económica
de la clase trabajadora.69 Semejante concepción, por otra parte, es
complementaria del otro fundamento de la sociología económica
proudhoniana, según la cual la estructura jurídico-institucional, emanación
directa del poder económico burgués, tenderá a ser sustituida gradualmente
por el ejercicio del poder económico directo por parte de los trabajadores.
La organización estatal en cuanto tal no puede ser sino arbitraria y, por
tanto, inconciliable con el carácter libertario que, según Proudhon, asumirá
necesariamente la victoria de la economía (siempre entendida como
69
Véase el siguiente juicio: “La idea de una emancipación del proletariado reviste, en
efecto, en el pensamiento de Proudhon el sentido de una organización económica
directamente ejercida por parte de los productores, los cuales, crean por sí mismos las
nuevas relaciones de cambio y de producción, alcanzando a través de su acción al
conjunto de la sociedad.” P. Ansart: Marx et l’Anarchisme, p. 322
59
Roberto Massari

máxima expresión de la fuerza colectiva) sobre el resto de las funciones


sociales.

Las contradicciones existentes dentro de la teoría proudhoniana se hacen


tanto más evidentes cuando afronta la discusión sobre la posibilidad de
una autogestión agrícola, paralela a la organización mutualista de las
principales industrias. Incluso en el sector en que lo lógico debiera ser,
según las propias premisas del autor de las Contradicciones económicas,
una rápida liquidación de la propiedad privada y su sustitución con las
colonias colectivistas de tipo owenista, es propuesta, en cambio, una forma
de coordinación de la pequeña propiedad campesina –la cual se inspirará
en sus grandes líneas en el movimiento cooperativo de Francia y de otros
países europeos–. La “capacidad política” de los campesinos se sacrifica
de hecho a las exigencias económicas de la agricultura, a la que el disfrute
individual y parcelario, incluso coordinado, puede asegurar el máximo de
productividad y el mínimo de esfuerzo. Las “comunas agrícolas” de
Proudhon son en la práctica organizaciones rurales que, después de haber
procedido a la liquidación del gran latifundio, deberían proceder a la
redistribución en partes iguales de la tierra, al control de la calidad de los
cultivos, a la recaudación de un canon y a la unión entre las propiedades
individuales cooperativizadas y la federación nacional de las organizaciones
rurales.70

El principio federativo aplicado a la agricultura corresponde al mismo


principio aplicado a la industria: es a través de esta coincidencia
(solamente formal, a nuestro juicio) como Proudhon piensa poder llegar a
la integración equilibrada entre el sector primario y el secundario y superar
la falta de conexión que ha caracterizado tradicionalmente a tales
sectores.71

La socialización de la industria, el mutualismo rural y la constitución de la


federación agrícola-industrial comportan como consecuencia necesaria y al
mismo tiempo como premisa indispensable la asociación de los
productores y los consumidores. Sobre todo en los últimos escritos –
algunos de ellos publicados postumamente– se tiene la impresión de que

70
En este aspecto, compete a este organismo la misión de controlar el crédito, los
transpones, los almacenes, las compras al por mayor y el mercado de los productos
agrícolas. Véase al respecto la propuesta de Proudhon en el Programe révolutionaire de
1848.
71
Los principios de organización de la federación agrícola-industrial son expuestos por
Proudhon en varias obras, especialmente en Del principio federativo (1863), Oeuvres,
XIV, cap. 11.
60
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

la unificación del sector productivo con el de los consumidores es


considerada por Proudhon de una importancia capital para el correcto
funcionamiento de la economía mutualista. Se puede así afirmar que toda
la concepción autogestionaria gira en torno a esos principios, si es verdad,
como dirá Proudhon en un escrito de 1847, “que el ejército de los
trabajadores-consumidores absorbe al ejército capitalista”. 72

Los consumidores deben organizarse en un sindicato para la “regulación


de los precios, y en el ejercicio de tal función pueden influir sobre la
actividad de la Federación agrícola-industrial. El Sindicato y la Federación
pueden formar juntos el Sindicato general de producción; éste, por encima
de cualquier otro organismo de carácter político o institucional, dirigirá de
hecho la vida económica y social del país.

Aunque el sector de los servicios podrá ser sometido a reglamentación


solamente después de que se haya creado un espíritu de colaboración
entre productores y consumidores, la organización mutualista de los
servicios debe extenderse, según Proudhon, a los ferrocarriles, al
comercio, al crédito73 y al sistema de seguros.

72
Primero de octubre de 1847, Cuaderno n°. 6, en Carnets de P, J. Proudhon, ed. Riviére,
vol. II, pág. 217
73
Proudhon ha desarrollado la teoría del crédito mutualista en una serie de obras como
Systéme de contradictions économiques (1846), Resume de la question sociale, Banque
d'échange (1848), Banque du Peuple (1849), Manuel d'un spéculateur a la bourse (1853),
De la justice dans la révolution et dans l'Eglise (1858), Théorie de l'impot (1861), De la
capacité politique des classes ouvrieres (1865), Théorie de la proprieté (1865). Aunque el
análisis de su contribución en este campo sea fundamental para una reconstrucción de la
historia de las instituciones crediticias, es evidente, sin embargo, que hoy ha perdido casi
toda actualidad. Es necesario hacer notar, de cualquier modo, que la teoría proudhoniana
del crédito recíproco no debe ser confundida con la práctica mutualista todavía difundida en
Francia en la iniciación del siglo XIX. Véase lo que afirma el propio Proudhon: “Yo
considero la sociedad de socorros mutuos, que existe hoy día, del mismo modo que la
simple transición al régimen mutualista, como todavía formando parte en el género de las
instituciones de caridad, de los gravámenes ulteriores que deben imponerse el trabajador
que no quiere exponerse a la ruina en caso de enfermedad o desocupación.” Capacité
politique, p. 132. Recordemos, por otra parte, cómo, por ironía de la suerte, en el curso de
la Comuna de París (1871), después de todos los procedimientos de clara marca
proudhoniana adoptadas en el breve período de gobierno revolucionrio, se verá
inexplicablemente olvidada de nacionalización de la Banca de Francia, sin la cual cualquier
forma de control sobre la economía nacional no podía ser sino ilusoria. Y esto, no obstante
la masiva presencia de proudhonianos en las filas de los comuneros. Véase J. Bancal:
“Proudhon et la Commune”, Autogestión, núm. 15, 1971, páginas 37-38; Henri Lefévre: La
proclamation de la Commune, París, 1965, en particular el cap. VI, dedicado a la difusión
de “la ideología proudhoniana”. Para un estudio de carácter más general, véase Jules-L.
Puech: Le proudhonisme dans l'Asociation internationale des Travailleurs, París, Alean,
1907.
61
Roberto Massari

No se plantean problemas de definición de la propiedad que hoy


llamaríamos grosso modo “terciario”, sino solamente problemas de control
en la distribución. Un funcionamiento correcto de esta última depende
fundamentalmente de una rigurosa contabilidad económica y comercial,
cosa posible, según Proudhon, con el uso competente y generalizado de
los datos estadísticos.74 También en este caso, sin embargo, el objeto
esencial de la reglamentación y del control de los servicios es la
transformación en sentido autogestionario del sector y su integración en el
resto de la economía. Se ve a este respecto la posición asumida por
Proudhon en noviembre de 1848, en un manifiesto de apoyo a la
candidatura de Raspail a la presidencia de la República francesa:

“No queremos la explotación de las minas, de los canales, de los


ferrocarriles por parte del Estado: se trata siempre de monarquía, de
sistema asalariado. Nosotros queremos que las minas, los canales y
los ferrocarriles se confíen a las asociaciones obreras, organizadas
democráticamente, que trabajen bajo la vigilancia del Estado, en las
condiciones establecidas por éste y bajo su propia responsabilidad.
Nosotros queremos que estas asociaciones sean de los modelos
propuestos para la agricultura, la industria y el comercio, el primer
núcleo de esa vasta federación de compañías y de sociedades,
reunidas en el vínculo común de la República democrática y social”. 75

Posiciones de este género han conquistado para Proudhon el título de


precursor del anarcosindicalismo, en la versión que se impondrá a partir de
comienzos del siglo XX. Desde este punto de vista resultará también
interesante aludir siquiera brevemente a la concepción política más
general de Proudhon, es decir, lo que éste entiende por “República
democrática y social”.

74
No nos extendemos más respecto al complejo funcionamiento de tales organismos,
indudablemente la parte más caduca de la contribución proudhoniana. Aquéllos ya han
sido descritos de modo prolijo en obras como philosophie du progrés (1853), Projét
d’exposition perpétuelle (1855), Théorie de l'impót (1861), Du principe Fédératif (1863),
De la capacité politique des classes ouvrieres (1865), Théorie de la propriété (1865) y
otras.
75
“Manifeste éléctoral du Peuple”, en Le Peuple de los días 8-15 de noviembre de 1848.
Sobre la influencia ejercida por tales posiciones sobre el desarrollo del anarco-
sindicalismo, véase G. Pirou: Proudhonisme et sindicálisme révolutionnaire, París, 1910.
62
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

4. Autogobierno y federalismo

“¿Qué es el Estado?... El Estado es la constitución externa de la fuerza


(puissance) social”.76 El principio de tal exteriorización reposa en la
condición de que el pueblo es incapaz de gobernarse por sí mismo y de
administrar de modo adecuado los principales medios de producción.

Tal concepción, sin embargo –sostiene Proudhon–, contrasta completa-


mente con un tipo de análisis de la sociedad que sitúa en el interior de
ésta, como principio dinámico y “productor de energía”, la existencia de la
fuerza colectiva. Afirmar que tal fuerza es incapaz de gobernarse si no es
por medio de representantes, fundándose por esta razón una vez más
sobre el principio burgués de la autoridad, equivale a la negación de su
verdadera naturaleza.

“Nosotros negamos el gobierno y el Estado –afirma Proudhon–,


porque afirmamos, cosa en que los Estados fundadores nunca han
creído, la personalidad y la autonomía de las masas. Nosotros
demostramos, en segundo lugar, nuestra tesis explicando cómo por
medio de la reforma económica, de la solidaridad industrial y de la
organización del sufragio universal el pueblo pasa de la
espontaneidad a la reflexión y a la conciencia”. 77

De este modo es posible llegar antes al pleno conocimiento de los propios


actos y de los propios fines, gracias al desarrollo de la gestión mutualista
en el sentido autogestionario: el pueblo se afirma por esta vía como
individuo pensante, capaz por sí mismo de dirigir las diversas determina-
ciones y manifestaciones de lo social.

A la teoría de la inercia psíquica y material de las masas, por la cual se rige


la filosofía “estatista”, Proudhon contrapone una concepción dinámica del
destino histórico de los pueblos, de su propia capacidad intelectual y
moral. La transformación de la espontaneidad en conciencia está
determinada a nivel estructural en la organización de la sociedad
capitalista: el desorden de las fuerzas morales y productivas que los
trabajadores descubren en la gestión autoritaria del sistema burgués
permite la toma de conciencia generalizada, por parte de la “mayoría” del
pueblo, del rol regresivo contenido en la organización de tipo burocrático
estatal.78

76
Polémique contre Luis Blanc et Pierre Lerroux, p. 367.
77
Ibíd., p. 369.
63
Roberto Massari

El paso de la espontaneidad a la conciencia significa, en la práctica, la


transformación de la anarquía irracional en anarquía “razonada”: entre las
dos formas de existencia social no existe, para Proudhon, un salto
cualitativo, sino un proceso de transformación evolutiva.

“Nosotros somos, por tanto, y lo hemos proclamado en más de una


ocasión, partidarios de la anarquía. Esta es la condición de existencia
de la sociedad adulta, como la jerarquía es la condición de la
sociedad primitiva. Existe un progreso continuo en la sociedad
humana desde la jerarquía a la anarquía”.79

El rol que los trabajadores pueden tener en el interior de semejante


proceso se entrevé a la luz de la distinción entre capacidad legal y
capacidad real por parte de las masas.80 La primera presupone la segunda
y es conferida por las leyes: queriendo discutir, por el contrario, respecto a
la capacidad política, según Proudhon, es a la segunda a la que hay que
referirse, ya que ella es la única que puede establecer efectivamente una
relación-transformación con el sistema económico y social. La capacidad
política real depende de tres condiciones:

1. Que el sujeto social tenga conciencia de la propia posibilidad, del


propio papel en el interior de la sociedad y de las funciones que
puede y debe desarrollar.

2. Que la conciencia se transforme en idea, es decir –si


interpretamos correctamente el pensamiento de Proudhon–, que
el instinto de transformación se convierta en proyecto coherente
de construcción social.

3. Que tales ideas puedan a continuación nacer de la consecuencia


práctica”. 81
78
Véase este respecto, la relación de citas proudhonianas en “Proudhon, pire de
l’autogestion”, Projet, n°. 53, 1971, p. 9-14.
79
En La voix du Peuple, del 3 de diciembre de 1849, apareció en Polémique, pág. 365, en
el curso de la polémica con Blanc y Lerroux, uno de los más brillantes análisis de la
burocracia estatal y de los procesos que llevan a su formación. La crítica de Proudhon se
refiere sólo parcialmente a la herencia burocrática del régimen oligárquico y feudal: ella
afecta también al nuevo tipo de burocracia estatal y gerencial que se desarrolla a la sombra
del sistema. Son interesantes a este respecto algunas intuiciones expresadas en una obra
famosa, pero, desde otros puntos de vista, con grandes contradicciones, como La
Révolution Socíale démontrée par le Coup d’Etat du Deux Décembre (1852), Oeuvres, 9.
La obra está consagrada a los análisis de los acontecimientos que han permitido la subida
al trono de Luis Bonaparte.
80
Sobre la relación entre Proudhon y el pensamiento anárquico en relación con la
problemática de la autogestión, véase G. Leval: “Conceptions constructives du socialisme
libertaire”, en Autogestión, n°. 18, 19 (1972), págs. 14-23.
81
Ibíd., págs. 90-92.
64
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

A la luz de estas consideraciones, es posible llegar, en el ámbito de la


teoría societaria de Proudhon, a una definición más precisa respecto a lo
que debe entenderse por conciencia de clase de los trabajadores. Las
características de esta última se pueden establecer de hecho respondiendo
a cuestiones como la siguiente: si la clase trabajadora es conocedora de
su propia fuerza, si se distingue de la clase burguesa, si se bate por
intereses autónomos, si da una explicación de su propia formación, si
conoce la estructura de su propio modo de existir, si es capaz de
establecer sus propias relaciones respecto al Estado, a la nación y a la
humanidad. A estos elementos, que, en nuestra opinión, caracterizan más
bien a una vanguardia de clase que no a la clase en su conjunto, Proudhon
añade otro factor destinado a convertirse en uno de los puntos cardinales
de la teoría marxiana: la necesidad de que tales conocimientos permitan
extraer las conclusiones de orden práctico en lo que respecta a las
respectivas funciones en el seno del futuro sistema social.

“Si por esta idea la clase obrera se hace capaz de deducir, para la
organización de la sociedad, conclusiones prácticas en su propio
provecho, y en el caso de que el poder y la decadencia o la retirada
de la burguesía le sea confiado, de desarrollar un nuevo orden
político”.82

Además, si el tipo de clase obrera analizado por Proudhon responde a


alguno de los requisitos enumerados por nosotros, ella no está en
condiciones, sin embargo, de pasar a la acción directa; esto quiere decir
que no es todavía capaz de desarrollar una práctica general y de elaborar
una línea política que expresa completamente una transformación
estructural de clase en el seno de la sociedad burguesa. Para Proudhon,
en sustancia, la clase obrera no está todavía en condiciones de
movilizarse para un proyecto de transformación de la sociedad en sentido
autogestionario y mutualista.83

El proyecto proudhoniano, como aparece en los últimos años de una vida


comparable por su intensidad práctico-teórica solamente a la de Marx, no
deja duda alguna respecto a las intenciones del autor:

“Lo que ponemos en lugar del gobierno ya lo hemos dicho: es la


organización industrial. Lo que ponemos en lugar de las leyes son los
contratos...; lo que ponemos en lugar de los poderes políticos son las
82
Ibíd., p. 91.
83
Véase Lettre aux Ouvriers en vue des élections, de 1864 (8 de marzo de 1864).
Oeuvres, 13
65
Roberto Massari

organizaciones económicas... Lo que ponemos en lugar de los


ejércitos permanentes son las compañías industriales. Lo que
ponemos en el puesto de la policía es la identidad de los intereses. Lo
que ponemos en lugar de la centralización política es la centralización
económica”.84

La sustitución de la política por la economía, de la violencia por la energía,


del conflicto por el acuerdo, de las instituciones represivas por la unidad
económica de base son sólo algunas de las características del proceso de
transición descrito por Proudhon. Pero no basta: lo que constituye el
derecho económico, lo que permite:

“la aplicación de la justicia a la economía política debe ahora quedar


claro: es el régimen mutualista”.85

La descentralización será para la “economía política” lo que el pluralismo


social era en el viejo sistema: la autonomía de los centros de producción,
respondiendo a exigencias precisas de orden económico, ofrecerán
también la respuesta al programa político de la emancipación de las clases
trabajadoras.

La autoridad, según Proudhon, desaparece por desintegración y no por


supresión: ella pierde las propias bases reales (objetivas) y cede el campo
a una práctica libre y antiautoritaria.86

El individuo se realiza plenamente en el momento en que asume el pleno


control de su propia actividad económica y ya no está obligado a conferir a
los demás el privilegio de la representación política: la reunifícación de las
dos actividades se cumple en la forma del autogobierno descentralizado y
coordinado, es decir, en la forma de las federaciones.

“Transferido a la esfera política, lo que nosotros hemos definido hace


poco como mutualismo o garantismo, toma el nombre de federalismo.
En una simple sinonimia se ofrece aquí la revolución en su totalidad,
política y económica”.87
84
Idee Genérale, p. 302. Véase también G. Leval, op. cit., pág. 22.
85
Capacité politique, p. 197.
86
“En principio, el Estado ya no debe ordenar el trabajo, como tampoco debe hacerse
industrial o comerciante: su rol es el de advertir, excitar y, después, abstenerse.” Projet
d'exposition perpétuelle (1855), Oeuvres, p. 341.
87
Capacité politique, pág. 198. Para el desarrollo de la idea federativa, sobre todo en
relación al debate que en los mismos años se actualizó en varios países europeos, entre
los cuales se halla Italia, deben verse de modo social las obras siguientes: La Fédération
et l'unité en Italia (1862), Du principe Féderative (1863), Nouvelles observations sur
l'unité italianne (1864), France et Rhin (fragmentos póstumos), recogidas en el volumen
14 de las oeuvres y precedidas de dos óptimos ensayos de G. Scelle: Fédéralisme et
66
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La adopción del ideal federativo entra perfectamente en la concepción del


pluralismo social que Proudhon había elaborado sobre la base de una
crítica del Estado, de las instituciones burguesas y de la subordinación de
la sociedad económica a la política. Tal ideal representa de hecho la salida
lógica de una dilatada investigación acerca de la naturaleza del Estado
liberal, en torno a la posibilidad de reunificar a nivel social lo que aparece
irremediablemente dividido en el plano político y en torno a la relación
instituciones-desarrollo productivo. El federalismo, según Proudhon,
garantiza la autonomía de los centros de producción y sobre todo la
posibilidad de una gestión directa por parte de los trabajadores, al mismo
tiempo que crea el cuadro institucional de una posible recomposición
(indiferente y fundada sobre la ampliación de la desigualdad económica) y
en la cobertura que ésta ofrece a una descentralización autoritaria –
existente de hecho si no de derecho– Proudhon opone la libre expresión
de la unidad federativa; ésta, más bien, es la única respuesta eficaz a la
“tendencia fatal a la absorción burocrática y a la omnipotencia del centro”
que se verifica en todas partes donde “desaparezca el equilibrio de los
intereses”.88

La autonomía de los centros de producción se completa y se realiza en el


ámbito de una estructura descentralizada de las administraciones locales y
municipales.89 Las comunas –como Proudhon define la administración
comunal– desarrollan, en la práctica, todo el arco de funciones sociales,
políticas y económicas necesarias para el funcionamiento del sistema
federal. La comuna tiene plena autonomía, soberanía y control sobre la
actividad económica; de ella depende, obviamente, la actividad educativa,
cultural y recreativa; ella misma establece las normas y la distribución de
las funciones necesarias para su mantenimiento: por tales motivos no se
puede fijar de antemano la estructura de dirección que –como se deduce
de algunos elementos del discurso proudhoniano– deberá necesariamente
continuar existiendo. Sin embargo, la estructura de la comuna no podrá
abocar a un aparato estatal fuertemente centralizado, porque, en tal caso,
el principio de autoridad existente en el vértice tendería a repercutir en la
base.

Proudhonismo, y L. Puech-Th. Ruyssen: Le Fédéralisme dans l’oeuvre, de Proudhon.


Sobre el mismo tema véase también Si les traités de 1815 ont cessé d'exister (1863),
Capacité politique, Contradictions politiques: Théorie du mouvement constituionnel aux
XlXe siécle (obra póstuma en la que aparece un análisis crítico de los diversos tipos de
constituciones adoptados en Europa).
88
Du principe féderative, p. 153.
89
Capacité politique, págs. 280-92. El capítulo trata de “la libertad municipal” y de las
comunas.
67
Roberto Massari

Es importante poner de manifiesto, de cualquier modo, que contrariamente


a la moda utopista del comienzo de siglo, Proudhon no se diluye en la
descripción del funcionamiento de tales comunas, reteniendo que su
realización será posible sólo en una segunda fase, después de que el
federalismo mutualista se haya difundido en toda la sociedad.

El problema de la coordinación de la unidad económica de base implica


una cuestión de crucial importancia: que necesita de un cierto grado de
centralización. Si “la anarquía razonada” deberá ser el principio inspirador
de la sociedad autogestionaria, es evidente que no se podrá llevar a cabo
a menos de recurrir a las estructurales centrales de control, en funciones
de consejo, guía, encaminamiento de la actividad descentralizada de las
comunas hacia objetivos únicos y de interés general y de evitar al mismo
tiempo que el caos económico volviera de nuevo a afligir a la sociedad,
impidiendo su libre desarrollo.

¿Cómo impedir que estos organismos centrales se conviertan en nuevos


centros de arbitrio? ¿Cómo hacer que por parte de la base se ejerza sobre
ellos un control real? ¿Cómo evitar –en una perspectiva no ignorada por
Proudhon de una ulterior especialización de las funciones– que sean los
más “expertos” los que ocupen permanentemente estos organismos
centrales? ¿Y cómo evitar en adelante su transformación en grupos de
intereses por encima de las federaciones?

Estas cuestiones quedan sin resolver en la monumental obra


proudhoniana: la respuesta a tales cuestiones por parte de Proudhon
habría asumido una comprensión diferente de la posibilidad de desarrollo
presente en el sistema capitalista, y más tarde, en las nuevas formas
institucionales que el conflicto de clase habría debido asumir. El
autoritarismo político, rechazado en la puerta económica, reaparece
inesperadamente en la ventana dejada abierta por una insuficiente
comprensión de la naturaleza de clase del proceso revolucionario. Marx,
como veremos, invertirá completamente la lógica proudhoniana: no
comprenderá cómo los trabajadores podrán aplicar una determinada
estructura política, definida a priori (en sentido lógico, pero también
histórico) como la mejor de las estructuras posibles; él hará surgir, por el
contrario, la necesidad de llegar a cualquier estructura de democracia
obrera en el proceso mismo en que el trabajador toma conciencia del
propio rol en el ámbito de las relaciones de producciones existentes.

68
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El descubrimiento del carácter histórico y objetivamente antagónico que


reviste el proceso de autoemancipación de los trabajadores en sus
confrontaciones con el sistema capitalista, llevará a Marx a formular
también la necesidad de la ruptura revolucionaria y posteriormente a la
reconstrucción a fundamentis del nuevo aparato estatal.

Nada de esto existe en la teoría proudhoniana, donde el advenimiento del


régimen federalista está concebido como un proceso sustancialmente
indoloro, gradual y lineal. Más ahora cabe interrogarse: ¿para qué sirve el
monopolio de la autoridad y de los instrumentos de represión en manos de
la burguesía? ¿Qué autoridad es ésa, si está dispuesta a abdicar de sus
privilegios en favor de una razón superior? ¿Qué libertad será la
federalista, si se deriva por simple evolución del despotismo burocrático y
económico del reino de la “propiedad”?

La verdad es que Proudhon, como ya hemos afirmado y como trasciende


del conjunto de su obra, no cree todavía posible la asunción de misiones
directivas por parte de la clase obrera. Para describir una sociedad en la
cual de hecho habrá que imponer una dictadura económica de los
trabajadores,90 no tiene en cuenta que los trabajadores franceses de la
mitad del siglo XIX poseían ya un grado de madurez y de experiencia para
poder poner orden en el caos sembrado por el gobierno y por la burguesía.
No observa, porque su mismo método económico-sociológico se lo impide,
la rapidez con que avanza el proceso de extensión del sistema salarial y la
proletarización de sectores cada vez más amplios de población, y no
acierta, por tanto, a interpretar los signos premonitorios de las grandes
tempestades que en el curso de algunos decenios cambiará la ordenación
política y social del sistema capitalista francés. El análisis estático y de
hecho diacrítico del desarrollo de las fuerzas productivas o de la
transformación de las relaciones de producción, si le permite analizar
realísticamente la situación en que se halla la clase trabajadora después
de 1848, no le ofrece todavía los instrumentos para prever los
acontecimientos futuros. El “realismo”, sin duda, habría llevado a Proudhon
a desaconsejar una experiencia como la de la Comuna de París, de haber
tenido la posibilidad de asistir a ella: sin duda se habría manifestado
contrario –como por otra parte lo será Marx 91– a una profundización de la
90
No se puede interpretar de otra manera, por ejemplo, la indicación de “hacer llegar a ser
trabajadores a los capitalistas”. Carnets, vol. III, p. 217.
91
Véase la cana de Marx a F. Dómela Nieuwenhuis (Londres, 22 de febrero de 1881) en
Marx-Engels: La Commune du 1871. Lettres et déclarations pour la plupart inédites, París,
1971, págs. 255-56. “Usted tal vez me remitirá a la Comuna de París. Pero, haciendo
abstracción del hecho de que se trataba de la simple insurrección de una ciudad en
69
Roberto Massari

iniciativa de los comuneros, de acuerdo con una valoración realista


respecto a la falta de madurez de las condiciones objetivas. Sin embargo,
por los mismos motivos también, habría llegado a oponerse a todas las
futuras revoluciones victoriosas (Rusia, China), porque su método le habría
impedido comprender la enorme potencialidad implícita en las
contradicciones entre un determinado nivel de desarrollo (en cuanto base)
de las fuerzas productivas y la inadecuación del sistema político y social en
que tal desarrollo tiene lugar.92

Existe, sin embargo, un elemento en la teoría proudhoniana cuya


importancia no se debe infravalorar, sobre todo en relación con los debates
que siguieron en las filas del movimiento obrero, especialmente en las de
la socialdemocracia alemana. Nos referimos a la problemática referente a
la posibilidad de recomposición o reunificación de las clases obreras. Si la
autogestión mutualista adquiere un rol casi determinante dentro de la
concepción federalista de Proudhon, esto se debe a la importancia de la
misión histórica que por medio de ella se lleva a cabo: la reconstrucción, la
conservación y el ulterior desarrollo de la fuerza colectiva, que debe poder
hacer girar de manera racional la organización de la sociedad.

La reunificación del “proletariado” 93 y la estructura autogestionaria para la


producción no son, por tanto, necesidades de carácter ético, jurídico o
puramente formal, sino que, por el contrario, representan una exigencia
implícita en las mismas bases objetivas del desarrollo económico. Si se
quiere dar a la sociedad la organización científica necesaria para la
extensión del sistema industrial, si se quiere que la colectividad pueda
participar en la gestión de un sistema de producción cuyo carácter masivo
tiende a acentuarse, si se quiere que la especialización de las funciones no
frene el proceso de homogeneización productiva ocurrido en la nueva fase

condiciones excepcionales, la mayoría de la Comuna no era socialista y no podía serlo.


Con un mínimo de buen sentido, ella habría podido obtener con Versalles un compromiso
útil a toda la masa del pueblo, lo único que se habría podido esperar en aquel momento.
Poniendo simplemente las manos sobre el Banco de Francia, se habría podido atemorizar
a los versalleses y poner fin a sus baladronadas.”
92
Señalemos, en materia de previsiones, que lo menos que podía imaginar Marx es que las
dos más importantes revoluciones de la historia moderna fuesen a darse precisamente en
Rusia y China. Es por esto que el propio Gramsci, uno de los creadores del partido
comunista italiano, afirmaría que la Revolución rusa iba contra El Capital, de Marx. Véase
en Ed. Zero, Leer a Gramsci, 1974, (N. del T).
93
El término se usa explícitamente en el sentido de las últimas obras de Proudhon; por
ejemplo, Projet d’Exposition, pág. 341, pero se refiere en general a las condiciones de la
clase obrera bajo el régimen del desorden capitalista. Otros elementos útiles para una
discusión critica sobre el argumento se hallan en F. Ferrarotti: “Attualitá de Proudhon”, en
Tempo presente, 1960, págs. 498-502, y en E. Sciacca: “L'attualitá de Proudhon”, en
Anarchici y anarchia nel mondo contemporáneo, Torino, 1971, págs. 345-62.
70
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

del desarrollo tecnológico (consecuencia de la segunda revolución


industrial), es indispensable que los trabajadores se doten de niveles
adecuados de organización. La permanencia de tendencias individualistas
y de ciertas concepciones “artesanas” en el seno del movimiento obrero
son consideradas por Proudhon como obstáculos gravísimos en el camino
de la “revolución”.

Para que el proletariado asuma la misión histórica de organizar la sociedad


federalista, de eliminar cualquier forma de autoridad en las relaciones
económicas y sociales, de emplear su fuerza allá donde la técnica es
considerada todavía insuficiente es indispensable que pueda dirigir el
mecanismo productivo y distributivo.

Y si para toda una fase la mejor forma de organización social puede


parecer la de la descentralización económica, ello se debe al hecho de que
en tal modo se valoriza y se realiza mejor la capacidad “política” de la
clase obrera. La necesidad de cierto tipo de centralización (ya implícito, como
hemos visto, en la concepción federativa) desaparecerá completamente,
según Proudhon, el día en que la descentralización mutualista quede a su
vez superada por una nueva forma de integración social: eso será,
empero, posible cuando en los trabajadores “la capacidad política se eleve
a la altura de la ciencia económica”.94

94
Así concluye el testamento teórico de Proudhon. Capacidad política, p. 399.
71
Roberto Massari

CAPÍTULO 3
KARL MARX: DE LA AUTOEMANCIPACIÓN
A LA AUTOGESTIÓN

Ya hemos aludido al principio a la dificultad casi insuperable ante la cual


hemos llegado a tropezar en nuestra tentativa de profundizar el desarrollo
teórico-práctico del tema autogestionario en la experiencia histórica y en
los debates habidos en el seno del movimiento obrero europeo hasta
nuestros días. He aquí por qué, debiendo ser comprendida la autogestión
en la práctica como la forma histórica que caracteriza la sociedad
dominada por los productores, no se pueden prefijar a prion sus
características sin caer en los dos errores de la predeterminación o del
utopismo gratuito. Por ello, los que, como Proudhon, Marx, Bakunin, etc.,
han considerado necesario delimitar los contornos y los principios
inspiradores del sistema directo de las “libres asociaciones de los
productores”, han tenido siempre que detenerse ante el problema de
especificar concretamente la forma en que deberá articularse la gestión
obrera de la sociedad. Para éstos –y otros, como veremos–, era claro que
tales formas no pueden quedar completamente prefijadas y que la propia
autogestión no podrá ser el producto histórico “necesario” o “inevitable” de
la toma del poder por parte de los trabajadores; la sociedad gestada por
estos últimos podrá asumir diversas formas, algunas de las cuales son hoy
todavía imprevisibles, desde el momento en que su determinación
dependerá en grandísima medida del modo en que se lleve a cabo el paso
de la sociedad burguesa a la socialista. En el curso de nuestro análisis, por
tanto, intentaremos más sugerir y elucidar una posible “selección de
campo” en favor de la autogestión obrera –sea de carácter consejista,
sindical, “popular” y otras–, distinguiéndola netamente de algunas hipótesis
que quieren, por el contrario, vincular la dirección central del sistema
económico y social al Estado no consejista, a la burocracia política (es
decir, al “partido”), al ejército, etc. Ni que decir tiene, sin embargo, que no
he rehuido a ninguno de los citados autores, aunque fuera difícil “aislar” en
alguno la temática de la gestión obrera en el contexto histórico de la lucha
de clases, pero de todos modos en este punto se plantea una cuestión de
método.

No es casual, de hecho, que incluso en el examen de la concepción


autogestionaria (y autoemancipadora) de Marx la dificultad mencionada
adquiera un carácter muy especial.

72
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¿Es acaso posible aislar dentro de la obra marxiana –que podemos


considerar como la más completa construcción crítica de una teoría de la
revolución proletaria– los fines últimos (es decir, la organización positiva de
la sociedad de los trabajadores) en el sistema teórico completo en que
aquélla encuentra la propia justificación y la propia verificación? ¿Es acaso
posible leer la crítica del programa de Gotha sin referirse acto seguido a la
crítica de la ideología, del Estado y de la economía política burguesa
elaborada por Marx? La respuesta sólo puede ser negativa, so pena de no
comprender la unidad, la complejidad y globalidad del aparato crítico
marxiano. Comprender el desarrollo de la concepción autogestional de
Marx significa comprender el cuadro histórico real en el interior del cual se
sitúa –para el autor de El Capital– la acción-transformación del proletariado,
la absorción por parte de éste de una conciencia de clase en sí y su
afirmación, en la ruptura revolucionaria, de una conciencia de clase per se.
Significa analizar exhaustivamente, en todas sus articulaciones y sus
posibles determinaciones, el papel de la clase obrera como sujeto social,
bajo cuya dirección se crean las premisas para la eliminación de la
explotación, de las clases, del trabajo como producción de mercancías y
no finalmente para la transformación de este último en disfrutes.

Por tanto, si compartimos la crítica rebelde de Althusser contra el método


analítico-teleológico, es decir, a la tendencia a descomponer un sistema
completo en sus elementos constitutivos, cuando no directamente a uno
solo de tales elementos,95 no creemos, sin embargo, que en el plano
metodológico quede todavía claro qué cosa caracteriza efectivamente un
cuadro de referencia teórico respecto a otro, en qué sentido puede uno
definirse “burgués” y en qué otro “proletariado”, en qué sentido se puede
hablar de autonomía determinada de la teoría de Marx respecto al
ambiente “cultural” en que éste se halla para determinar y actuar, y así
sucesivamente.

En el fondo, si de Marx se han podido servir todas las corrientes del


movimiento obrero (stalinistas y socialdemócratas incluidos), e incluso
algunos sectores de la burguesía “frustrada”, sobreviene la sospecha de
que, aun admitiendo que exista una “totalidad” o una “globalidad” de
pensamiento marxiano, éste deba ser todavía reconstruido para liberar tal
pensamiento de las incrustaciones que las diversas interpretaciones han

95
Véase L. Althuser: Per Marx, Roma, 1969, págs. 39-43- El autor adopta el término
“problemática” para referirse a la integridad de un sistema ideológico empleado en sus
“relaciones” con el campo ideológico existente y con los problemas y con la estructura
social que lo sostiene y que lo refleja (pág. 46).
73
Roberto Massari

provocado en él. No es casual, en efecto, que mientras la literatura sobre


Marx tiende a ser más esmerada filológicamente, pero al mismo tiempo de
comprensión cada vez más difícil, tienda asimismo a diluirse hasta
desaparecer el aspecto político revolucionario del fundador de la Primera
Internacional; con todo, en el pasado esto ha parecido a determinadas
masas de obreros, a un número infinito de partidos comunistas y al primer
Estado obrero del continente europeo, el aspecto característico y más
calificado del fundador del socialismo científico.

El análisis “filológico” más moderno permite, por el contrario, pasar por


encima del proceso de la elaboración marxiana para intentar descubrir
“realmente” qué hay más allá de la teoría revolucionaria. Se marginan de
este modo la crítica del Estado, la teoría del frente proletario, la insistencia
sobre armamento y autonomía organizativa de las masas, etc., y se hace
pasar a Marx como campeón de las “contradicciones”, de las “sobre-
determinaciones”, de la crítica al “fetichismo”, a la alienación comprendida
ya no se sabe cómo, y así sucesivamente. Se buscan tan retrospectivamente
las influencias intelectuales ejercidas sobre el autor del Manifiesto del 48,
que estos mismos investigadores se olvidan de las relaciones intensas y
directas que Marx tuvo con Proudhon, Blanqui, la Liga de los Justos y todo
el mundo efervescente del socialismo francés y europeo anterior a los
años 40. En la práctica se canoniza a Marx, hasta el punto de impedir que
los aspectos salientes de su vida y de su obra teórica puedan todavía
ofrecer aplicaciones y estímulos en las situaciones presentes.

De aquí la dificultad de calificar ulteriormente la teoría marxiana de la


revolución y de la fase de transición, mostrando cómo en ella era
congénita –estamos casi por decir “estructuralmente orgánica”– la
hipótesis autogestionaria, en su versión obrera y consejista. Al respecto los
textos son claros, y lo demostraremos sin demasiada dificultad, intentando
sobre todo dilucidar cuánto Marx debe al ambiente político social en la
maduración de tales posiciones, y cuánto, por el contrario, estuviese ya
implícitamente contenido en las primeras experiencias intelectuales vividas
en Alemania.

A tal fin partiremos de la posición filosófica general expresa en Marx en los


primeros años de actividad que preceden a la contradictoria experiencia de
los anales franco-alemanes –es decir, del conjunto de los elementos
constitutivos de la teoría marxiana de la “autoemancipación” hasta la
“adhesión” al comunismo– para llegar a los escritos de empeño político
respecto a la autonomía y a la libre iniciativa de los obreros.
74
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La discusión sobre el cooperativismo promoverá, por el contrario, un


cuadro históricamente más preciso y económicamente mejor fundado para
la teoría de la gestión directa de los medios de producción; y en fin, la
crítica al “socialismo de Estado” en los programas de la socialdemocracia
alemana nos ofrecerá la ocasión para recordar algunas consideraciones
generales hechas por Marx respecto a una posible extinción del Estado en
el curso de la fase de transición.

Queda todavía por demostrar que en el desarrollo de la teoría marxiana se


puede hablar de una sustancial unidad de pensamiento en relación a la
“problemática” de la autoemancipación, hasta poder establecer un nexo de
continuidad entre ésta y la posterior teoría de la autogestión. La dificultad
de tal demostración consiste esencialmente en el hecho de tener que
reconsiderar una serie de formulaciones marxistas de carácter general y
puramente filosófico, no tanto con relación a las determinaciones concretas
que aquéllas pueden asumir en la vida real de los individuos, sino más
bien con relación a los efectos constitutivos de la teoría sociológica,
expuesta por Marx en la época de su propia madurez. Las inevitables
dificultades que puedan derivar de una confrontación de este género se
pueden justificar solamente a la luz de los desarrollos sucesivos de la
teoría marxiana de la revolución. Solamente la pura formulación de esta
última proporciona, en efecto, la clave interpretativa para comprender lo
que el joven Marx expresaba en términos implícitos, a nivel de intuiciones,
o, digásmoslo claramente, temas en boga en aquel período. Se
sobreentiende precisamente por qué nos veremos obligados a desarrollar
en un sentido preciso lo que son aquellas simples intuiciones, que junto a
la lectura que proponemos de las posiciones marxianas sobre la
organización de la sociedad socialista, son posibles otras interpretaciones,
igualmente legítimas. La falta de sistematización de semejante temática
por parte de Marx obliga a adoptar una serie de precauciones
metodológicas, entre las cuales la primera es la de no reducir las diversas
formulaciones marxianas a una sola matriz ideológica, o cuando menos a
una sola y unívoca interpretación del proceso revolucionario.

La diversidad de tratamiento y confusiones que esto ha supuesto para


Marx en el curso de su vida representa más bien un estímulo ulterior para
aventurar una interpretación de la concepción marxiana de la dictadura del
proletariado, que, a pesar de su carácter completo, tenga en cuenta la
riqueza y la variedad de aspectos o matices en uno u otro sentido.

75
Roberto Massari

Considerar el desarrollo de la teoría marxista como el paso de los círculos


neohegelianos al materialismo humanista de Feuerbach, a la reflexión
sobre los clásicos de la teoría política burguesa significa aplicar un método
idealista incluso a la teoría que ha supuesto la dialéctica y la superación
del idealista. Esta es en el fondo la crítica de Karl Mannheim (Ideología y
utopía), según la cual el marxismo ha fracasado incluso respecto a la
necesidad de aplicar a sí mismo la categorías usadas para la
desmixtificación de las demás ideologías. Marx es, por el contrario, un
hombre de su tiempo. Inscrito en un ambiente social particular, que no es
el de los trabajadores ni los artesanos, es, sin embargo, el medio que le
permite considerar los argumentos políticos y las condiciones sociales de
existencia de las masas proletarias críticamente –como dirá él mismo–, y
no de lejos, es decir, no tanto como para no ser influido y contagiado.

Por tanto, si es verdad que los orígenes de la teoría marxiana de la


revolución deben ser buscados en las reflexiones sobre las condiciones
económicas y sociales de la revolución industrial 96, es aún más cierto que
en tal proceso de maduración un puesto de primer plano corresponde el
ambiente político de las sectas socialistas, al crecimiento de las primeras
organizaciones de solidaridad obrera, a las primeras manifestaciones
tumultuosas del conflicto de clase entre obreros y dispensadores de
trabajo.

Solamente en relación con los elementos constitutivos de semejante


cuadro histórico, entendido en su conjunto, adquiere un sentido, para un
marxista, la reconstrucción del ambiente teórico intelectual, en el que ha
aparecido determinado pensamiento. La misma experiencia esencial de
Marx –que estamos en condiciones de reconstruir con ayuda de las obras
biográficas, pero aún mejor gracias al precioso patrimonio acumulado en
su correspondencia con Engels– ofrece un ejemplo de esa síntesis entre
teoría y praxis puesta en el centro de las principales obras de madurez de
Marx. No praxis entendida como activismo, como necesidad imperiosa de
darse a la acción (necesidad que se refleja mejor en los embriones de la
organización anárquica o en los círculos influidos por Stirner primero y
Bakunin después).

Praxis, por el contrario, entendida como instauración de una correcta


relación intelectual con los acontecimientos históricos contemporáneos y
como actividad organizativa para la construcción de los instrumentos
96
Es lo que ha sido intentado, con éxito discreto, por A. de Palma: Le Macchine e
l’industria da Smith a Marx, Torino, 1971, especialmente los últimos tres capítulos.
76
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

capaces de intervenir en esos acontecimientos: los libelos polémicos, las


glosas, los manifiestos, los estatutos, etc., son los momentos “prácticos” de
la actividad de Marx, es decir, los momentos en los cuales la teoría general
de la revolución se simplifica y se cristaliza en un lenguaje incisivo y en
una forma accesible para las masas. La compilación del Manifiesto
representa desde este punto de vista la máxima expresión de actividad
crítico-práctica, teniendo en cuenta los efectos que aquél ejerció, a su
aparición, en los ambientes obreros intelectuales de diversos países
europeos.

El Manifiesto, sin embargo, constituye un punto de llegada, la primera


importante etapa en el proceso de formación de pensamiento marxiano: es
decir, el momento en que la abstracta reflexión filosófica sobre “testigos”
(hegelianos, bauerianos, feurbachianos) se transforma en “intervenciones”.
Por mediación suya el trabajo interno de reflexión crítica se hace agente de
transformación externa, creando de este modo nuevas determinaciones de
lo real, con las cuales deberán contar no solamente las sucesivas
reflexiones teóricas de Marx, sino también el ambiente político cultural en
el cual Marx vive y actúa.

La teoría “comunista” de Marx adquiere un significado cada vez más


realista en la segunda mitad de los años cuarenta, gracias al hecho de que
en la base de aquélla se hallan las reflexiones completas sobre episodios
específicos de la lucha de clases, a cuyas resonancias no escaparán
muchos otros observadores contemporáneos. Si las contradicciones
internas al sistema capitalista son perceptibles a través de un proceso de
crítica teórica (que procede por abstracción) sobre formaciones
económico-sociales del capitalismo, el papel de emancipador universal que
Marx atribuye al proletariado es, por el contrario, un momento de
encuentro entre una serie de tales abstracciones y lo real –es decir, los
acontecimientos históricos concretamente vividos.

En tales acontecimientos Marx comprende los elementos fundamentales


en base a los cuales proceder a una formulación dialéctica histórica,
comprendiendo en las clases no sólo los sujetos reales y la mediación
históricamente determinada entre el interés general y lo particular, sino
individuando también, en una de aquéllas, el sujeto potencial de
emancipación universal.

77
Roberto Massari

No es la miseria, no es la injusticia y no son tampoco las contradicciones


del sistema capitalista los que en cuanto tales confieren a los trabajadores
la misión de destruir la vieja sociedad, para construir sobre ella la nueva
sociedad socialista, sino que es la forma potencial contenida en la toma de
conciencia lo que hace realista tal hipótesis. El proletariado, según Marx,
tiende a plantearse el problema, y en lo sucesivo, la misión de organizar la
nueva sociedad, en la medida en que descubre en su propio seno la fuerza
suficiente para hacerlo. Lo que –parafraseando a Marx– podemos llamar
una tendencia histórica a la autoemancipación es en realidad la
emergencia de una autoconciencia en el seno de la clase trabajadora. Los
intelectuales comunistas no son las cigüeñas de tal parto, pero son los
catalizadores, tanto en un sentido positivo como negativo. No existe para
Marx una conciencia del comunismo a inventar y comunicar al proletariado
(es decir, una idea que permite hacer de él un sujeto material), sino, por el
contrario, existe un elemento real, una fuerza social (potencial) que debe
descubrirse por sí sola en cuanto tal, para poder tomar conciencia de las
propias posibilidades y de la propia alternativa.

La clase obrera no halla en su propio seno un modelo de soc>edad


comunista bello y asequible, sino los elementos para la construcción de la
formación general en el que tal modelo se inscribe. En el curso de toda su
obra Marx será inflexible en este punto: la conquista y el mantenimiento del
poder político por parte del proletariado no es el fin último de proceso
general de autoemancipación y para hacer posible la formulación de un
proyecto alternativo de organización social. En la medida en que avanza
tal proceso, los miembros de las “libres asociaciones de productores”
podrán afirmar –según Marx–, contra cualquier distinción de clase y contra
cualquier intromisión de carácter burocrático, la superioridad del principio
autogestionario sobre el de la “heterogestión”. 97

Para Hegel, “el Estado es la realidad de la idea ética, el espíritu ético en


cuanto voluntad sustancial manifiesta, elucidada ante sí”; aquél vive una
existencia inmediata en el mundo del ethos y se determina en forma
mediata en la “autoconciencia de lo singular”. El individuo se realiza como
ser libre sólo en el interior de una eticidad “estatal”, donde halla los fines,
las formas y el significado real de la propia actividad. Por el contrario,
Marx, como es notorio, invierte el proceso de determinación de la Idea,

97
El término ha sido tomado de Y. Bourdet: La délivrance de Prométhée, París, 1970,
con objeto de expresar contemporáneamente la relación de “alineaciones” que el
individuo vive en la sociedad de clases y la de «sujeción» al poder ajeno que permanece
en la sociedad dirigida por la burocracia. Véase, al respecto, el cap. IV de la citada obra.
78
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

demostrando (en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel 98 que el


Estado no es una forma universal determinada históricamente en las
propias articulaciones políticas concretas, sino que es, por el contrario, en
cuanto distinto de la sociedad civil, válido para cualquier país y en
cualquier tiempo:

“El Estado existe solamente como Estado político. La totalidad del


Estado político es el poder legislativo. Tomar parte en el poder
legislativo es, por ello, tomar parte en el Estado político; es manifestar
y realizar la propia existencia como miembro del Estado político,
como miembro totalmente singular en el poder legislativo no es otra
cosa que querer ser miembros reales (activos) del Estado, o darse
una existencia política, o manifestar y efectuar la propia existencia en
cuanto política... Que, por tanto, la sociedad civil penetre en masa,
toda entera si es posible, en el poder legislativo, que la real sociedad
civil quiera ser sustituida por la ficticia sociedad civil del poder
legislativo, lo que no significa la tendencia de la sociedad civil a darse
existencia política o a hacer de la existencia política la propia
existencia real”.99

Es la sociedad civil la que quiere reconquistar la identidad tras la acción


social y la acción política, a través de un proceso de generalizaciones y de
masiva extensión del derecho a la representación, haciendo así del poder
legislativo no ya el privilegio de pocos, sino el instrumento de todos. La
acción de la sociedad civil, entendida globalmente como sujeto activo, se
vuelve, por tanto, hacia la universalización del derecho estatal, hasta la
desaparición del Estado en cuanto cuerpo político distinto del social. Para
Hegel, por el contrario, “la inteligencia educada y la conciencia jurídica de
la masa de un pueblo” están representadas en los miembros del gobierno
y en los funcionarios del Estado. El peligro de que esto se convierta en un
medio de arbitrio y de dominación está conjurado por la acción
convergente de las “instituciones de la soberanía en lo alto” y por los
“derechos de las instituciones, abajo”. Esto, sin embargo, no es otra cosa
que la configuración del Estado prusiano, como justamente hace notar
Marx, en el momento en que formula una de las más precisas y profundas
“críticas” de la burocracia entendida como cuerpo separado, expresando,
por un lado, la distinción entre Estado y sociedad civil y, por otro, la
alienación política del ciudadano (como se dirá en La Cuestión Judía).

98
En Obras filosóficas juveniles, a cargo de G. della Volpe, Roma, 1963.
99
Crítica, p. 132
79
Roberto Massari

Lo que caracteriza la concepción hegeliana sobre la burocracia es su


carácter mixto. Afinca las propias raíces al mismo tiempo en el despotismo
del poder soberano y en el “autogobierno” de las corporaciones, es decir,
en el predominio de las corporaciones sobre la sociedad civil. El elemento
que deshumaniza y privatiza históricamente el Estado político –es decir, su
distinción de la sociedad civil y su dependencia de la existencia de las
corporaciones– está en Hegel simplemente supuesto como un requisito
indispensable para la gestión del poder por parte del soberano o de la
burocracia: por aquellos que, gracias a un cieno tipo de división del trabajo,
“pueden asegurar mejor la dirección de la sociedad”. Hegel no desarrolla
ningún contenido de la burocracia, sino sólo algunas determinaciones
generales de sus organizaciones “formales”, y verdaderamente la
burocracia es solamente el “formalismo” de un contenido que está “fuera
de ella”. El contenido a que Marx se refiere es la esfera real de la sociedad
civil.

El carácter heterogéneo de la burocracia (su composición es mixta en


cuanto que su elección depende al mismo tiempo de los ciudadanos y del
gobierno central) no puede ciertamente permitir la comprensión en ella de
aquella más alta expresión (aunque sea “formal”) de lo universal
encarnado en el Estado. Por el contrario, tal heterogeneidad no hace sino
confirmar el carácter privado de la organización estatal.

“La burocracia detenta la esencia del Estado, la esencia espiritual de


la sociedad, ésta es su propiedad privada. El espíritu general de la
burocracia es el secreto, el misterio, custodiado dentro de ella por la
jerarquía, y en el exterior, en cuanto ella es corporación cerrada... La
autoridad es por ello el principio de su ciencia y la idolatría de la
autoridad es su sentimiento. Pero en el interior de la burocracia el
esplritualismo se convierte en un craso materialismo, el materialismo
de la obediencia pasiva, de la fe en la autoridad, del mecanismo de
una actividad formal fija, de los principios, de las ideas, de las
tradiciones fijas. En cuanto al burócrata considerado individualmente,
el ámbito del Estado se convierte en su ámbito privado, una caza de
los puestos más elevados, un hacer carrera”.100

100
Ibíd., p. 60.
80
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Jerarquía, misterio, privatización, espiritualismo, materialismo, fijeza,


subordinación y obediencia pasiva, son algunas de las connotaciones del
despotismo burocrático que el joven hegeliano de izquierda no puede
menos de caracterizar en sentido ético negativo. La crítica de la
expropiación política de la mayor parte de la humanidad no es todavía
crítica de las razones reales de tal expropiación, no es aún verdadera
crítica. El discípulo adopta todavía el método del maestro, aunque sea a
través de una personal interpretación, para contestar a las formulaciones
“empíricas” del propio maestro. Y todavía la búsqueda de la mediación
“real” del contraste universal-particular que empuja a Marx a refutar en la
Rehenische Zeitung la concepción estatal de Hegel, al cual reprochará
efectivamente una errónea atribución del carácter de la universalidad. No
son todavía categorías históricamente determinadas a las que Marx dirige
su atención en la tentativa de comprender cuáles son los orígenes reales
de una organización estatal profundamente irracional:

“En la burocracia la identidad de los intereses estatales y del ámbito


privado particular se sitúa de modo que los intereses estatales se
convierten en un particular ámbito privado frente a los otros ámbitos
privados. La superación de la burocracia es posible a condición de
que el interés general se convierta realmente, y no como en Hegel
sólo en el pensamiento, en la abstracción, en interés particular, lo cual
es posible solamente si los intereses particulares se convienen
realmente en intereses generales.”

Con la crítica de la burocracia y del Estado, Marx afirma no solamente un


momento de la ruptura y separación de Hegel, sino también una
superación de las posiciones definidas por su amigo Ruge y por él mismo;
es decir, va más allá de las concepciones que habían inspirado la dirección
de la Gaceta Renana. Mientras inicia la propia obra desmitificadora del
presunto carácter universalista del Estado, del cual demuestra el carácter
abstracto y alienado, Marx abandona también la ilusión que su amigo
seguía sosteniendo respecto a la existencia de una esfera ideal de la
“política”. Empieza a excavar en los tejidos de la sociedad real, a la
búsqueda de un sujeto social que permita la superación de la “ficticia”
democracia burguesa en favor de un nuevo tipo de organización de la
sociedad, en la cual pueda abolirse la separación entre lo social y lo
político, en la cual la libertad sea, de hecho, la participación de todos en la
cosa pública, en la que el Estado no sea privatización para algunos y
alienación para otros, sino, por el contrario, el estado privado de todos: el

81
Roberto Massari

Estado corporativo existente deberá sustituirse (sobre el modelo del


socialismo francés) no con una formación política diferente, sino con una
formación social diferente, la cual, transformando la organización misma
de la sociedad civil, permita la instauración de una “verdadera democracia”.

La redacción del único número (doble) de los Anales Franco-Alemanes101


se lleva a cabo manteniendo la ambigüedad de fondo que ya hemos
señalado: por un lado, Ruge se interroga todavía acerca de la historia
francesa y alemana, en busca de síntomas de una posible transformación
“política” que lleve a cabo los ideales de la revolución democrático-
burguesa y los de la Gran Revolución francesa. Por otro, Marx empieza a
dotar de nuevo contenido el concepto de “verdadera democracia” (por otra
parte, ya claramente diferente en la Crítica a Hegel, de la democracia
formal clásica de tipo democrático-burgués). Por un lado, el pesimismo
respecto a que se pueda ya hallar en la burguesía europea el estímulo
para el cambio y la definitiva superación del carácter alienante del Estado;
por otro, el fresco “optimismo” respecto a descubrir en los “contenidos” de
la nueva democracia un nuevo sujeto histórico de transformación social.

En el período de organización y compilación del célebre número de los


Anales maduran estas diferencias: lejos de ser el resultado de dos
diversas interpretaciones de una experiencia intelectual común, aquéllas
representaban, por el contrario, la expresión del contraste –de muchos
mayores dimensiones– emergente entre nuevas fuerzas sociales y entre
funciones históricas contrapuestas. El fin de la colaboración entre Marx y
Ruge, independientemente de los motivos prácticos que pueden haberla
determinado, representa el momento culminante de una ruptura de más
amplias proporciones entre las corrientes europeas radicales de
inspiración democrático-burguesa y el nuevo “radicalismo social”; éste,
desarrollado en el seno de corrientes utópicas y en las sectas de obreros y
artesanos, empieza a asumir una forma concreta y más completa en la
Europa de los años cuarenta.

En la carta a Ruge de marzo de 1843 102 Marx habla de una “revelación”,


acaso de un “vuelco”. Ahora el liberalismo ha perdido su máscara exterior,
el Estado prusiano emerge de nuevo en todo su despotismo, la revolución
se avecina. Pero ¿qué revolución?, pregunta Ruge a su amigo. “¿Tendremos
entonces una revolución política?”.103 No es casual que Ruge sienta la

101
Anales Franco-Alemanes, a cargo de Gin Mario Bravo, Milán, 1965.
102
“Correspondencia de 1843”, en Anales Franco-Alemanes, págs. 55-56.
103
Ruge a Marx, marzo de 1843, ibíd., p. 57.
82
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

necesidad de añadir el atributo “político” a la vaga declaración de fe y de


optimismo contenida en la primera carta de Marx. A posteriori es fácil
comprender las razones por las cuales el término impreciso de “revolución”
podía suscitar en Marx un sentimiento de confianza completamente
opuesto al que la especificación de “política” suscitaba en Ruge. El
primero, pese a no haber precisado todavía su propio pensamiento, está
ya en realidad fuera de las puras ilusiones de reforma interna del Estado
prusiano y ve en el desarrollo de los acontecimientos, y todavía más en la
agudización de las contradicciones del sistema, vagas posibilidades de
transformación social. Para Ruge, el esquema democrático formal se llena
todavía de contenidos idealistas, no muy diferentes de la problemática de
las corrientes utópico-humanistas de la época (desde Dézamy, Cabet, etc.,
a Weitling):

“Llamó revolución a la convergencia de todos los corazones y al


levantamiento de todas las manos en honor del hombre libre, por el
Estado libre e independiente de cualquier patrono, el Ente público que
sólo se pertenece a sí mismo”.104

Reprochará asimismo a Marx el querer solamente la destrucción de la


“nave de paz por el poder del viento”, y no su “curación”.

En mayo del mismo año Marx responde a su amigo de Colonia. No se trata


de reivindicar una libertad abstracta cualquiera: “Los propietarios de
esclavos no tienen necesidad de esas libertades”. 105 Es sólo el
conocimiento general del hombre y de la libertad lo que puede dirigir “la
comunidad de los hombres” hacia su “fin más elevado: un Estado
democrático”. Para hallar el objeto sobre el cual aplicar las palancas de la
renovación necesita, sin embargo, profundizar mucho más. A la hipocresía
de los fariseos liberales contrapone Marx una imagen de Alemania
totalmente insólita para quien, como Ruge, tenía un profundo conocimiento
de su pensamiento:

“El sistema de la industria y del comercio, de la propiedad y de la


explotación humana, más todavía que el aumento de la población,
conduce en el interior de esta sociedad a una fractura que el viejo
sistema no puede sanar”.106

104
Ibíd., p. 58.
105
Marx a Ruge, mayo de 1843, p. 62.
106
Ibíd., p. 68.
83
Roberto Massari

Este pasaje decisivo de la carta a Ruge ha sido extrañamente ignorado en


las tentativas de fijar la ruptura de aquél con el “joven Marx”. Por el
contrario, es evidente que la carta, pese a lo genérico de los términos,
contiene ya implícitamente el nuevo modo de analizar las contradicciones
de la sociedad burguesa y la posibilidad de su sustitución. Es de las
características estructurales de la sociedad civil burguesa, de las
características de su modo de producción de donde Marx hace derivar, ya
en su correspondencia de 1843, la inevitabilidad del conflicto entre lo viejo
y lo nuevo. El empleo acrítico de un tema malthusiano nos dice solamente
que Marx no ha empezado todavía a arreglar cuentas con la economía
burguesa107 y que el uso del término “explotación” revela todavía
connotaciones ético-humanísticas, denota una aplicación de la moral a las
leyes de la economía, que él mismo reprochará a Proudhon en la famosa
crítica. El concepto de “insanabilidad” es evidentemente la respuesta al
filantrópico término de “curación” empleado por Ruge.

En la cana de septiembre dirigida a Kreuznach, 108 Marx profundiza el


sentido de la misma oposición a las ilusiones democratistas de los liberales
alemanes, y marca al mismo tiempo las distancias respecto a las ilusiones
“comunistas” que, precisamente por ser de signo contrario, son igualmente
reducibles a la misma matriz idealista. Y de hecho, si por un lado se
considera todavía el Estado político como la máxima encarnación (aunque
defectuosa) de la racionalidad, por el otro es:

“sólo una manifestación particular del principio humanístico, contaminado


por su opuesto, el elemento privado”.

La empírica mezcla de lo universal y lo particular que en la primera Crítica


se le había reprochado a la corporación burocrática y a su presunción de
expresar el patrimonio intelectual y moral de una época, viene a ser
reencontrada por Marx en las posiciones expresadas por las corrientes
comunistas inspiradas en Cabet, Dézamy, Weitling, etc. Su “dogmatismo”
consistía en no querer elaborar un comunismo abstracto, como pura
“anticipación” del nuevo mundo, considerado a su vez como simple
realización del hombre en relación con la negación de la propiedad
privada.

107
En los Manuscriti economico-filosofici de 1844, Marx empezará ese arreglo de cuentas.
Véase Opere filosofiche giovanili, pág. 239. Marx acusa de romántica a la escuela de
Malthus y comprende una primera contradicción en la formulación de sus leyes.
108
Marx a Ruge, septiembre de 1843, en Correspondencia.
84
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Este tema –que veremos después desarrollado en los Manuscritos109 como


crítica del “comunismo vulgar” y del “comunismo pensado”– adquiere aquí
una particular importancia para la referencia implícita a una concepción
positiva de la revolución social y a una concepción activa del proceso de
autoemancipación –ya presente en Marx antes del viaje a París–. El
principio originario marxiano de la unidad teórico-práctica de la actividad
política del proletariado hace aquí su primera aparición, cuando Marx
critica por un lado la propaganda para “un sistema cualquiera” (por
ejemplo, el contenido en el Viaje a Icaria), en lugar de una “crítica radical
de cuanto existe”, y por el otro propone:

“unir nuestra crítica a la crítica política, a la participación política, por


su carácter de lucha real y de identificarla con ella”.110

El rechazo de “arrodillarse” delante de un nuevo sistema dogmático y


definitivo deberá, por tanto, acompañar a sí mismo (es decir, a la propia
esencia social) para poder comprender “la verdad social” que puede
derivar de tales conflictos: “Igual que la religión es el índice de las batallas
teóricas de los hombres, el Estado político lo es de su batalla práctica”.

En el otoño de 1843 Marx lleva a cabo la primera de sus dos


contribuciones al fascículo de los Anales: La Cuestión Judía.111 La
influencia del “comunismo filosófico” de Moses Hess en este escrito ha
sido ya revelado (entre otros por A. Cornu). Se trata claramente de una
obra de transición: la composición misma, como ha sido advertido en la
traducción francesa del Molitor, se llevó a cabo en parte en Kreuznach y en
parte en París. La parte central de la obra no es el problema del
antisemitismo o la cuestión judía “real”, sino el tema, de mucho mayor
alcance, de la emancipación general del hombre.

La “concepción unilateral de la cuestión judía”, como la expresa Bauer,


consiste, para Marx, en limitarse a plantear el problema de quién es el
sujeto y quién el objeto del proceso de emancipación: en realidad, sólo el
tercer elemento de la cuestión– “¿De qué especie de emancipación se
trata?”– puede permitir llegar a la solución real del problema. Por esta vía,
Marx desarrolla un tema ya apuntado en la crítica del comunismo
dogmático: libertad no es una libertad cualquiera, sino siempre un tipo
específico de libertad que anula un precedente estado específico de no-
libertad.
109
Manuscritti, págs. 223-227 y 242.
110
Marx a Ruge, p. 82.
111
Véase La Questione ebraica e altri scritti giovanili, trad. de R. Panzieri, Roma, 1969.
85
Roberto Massari

En efecto, la discusión sobre el tipo de emancipación que puede resolver


la cuestión judía se vincula directamente al problema de la “relación entre
la emancipación política y la religión”, y más tarde, para Marx, de la
“relación entre la emancipación política y la-emancipación humana”. El
rechaza, como es notorio, la hipótesis de que se pueda hablar de una
emancipación política, es decir, de una libertad en el Estado, sin plantear el
problema de la emancipación de la sociedad civil moderna (es decir,
burguesa), de la que el Estado es la expresión separada.

He aquí por qué la distinción entre ‘Estado político’ y ‘sociedad civil’


burguesa es el fundamento de la verdadera alienación, no sólo del judío en
cuanto separado de la comunidad política, sino también del ciudadano en
cuanto vive al mismo tiempo “una doble vida, una celestial y otra terrena”,
una colectiva en la “comunidad política” y otra privada en la “sociedad civil”
o, lo que es lo mismo, en el reino del egoísmo y de la avaricia. Intereses
generales e interés privado, Estado político y sociedad civil, citoyen y
bourgeois, son el reflejo de oposiciones que Marx hace notar tanto en la
alienación del judío como en la del hombre. Sigue abierto el problema de
cómo establecer entre estas oposiciones una mediación positiva y “última”:
desde este punto de vista, según Marx:

“la emancipación política es ciertamente un gran paso adelante, pero


no es la forma última de emancipación humana en general, sino la
última forma de la emancipación humana dentro del orden mundial
actual. Se entiende que hablamos sólo de lo real, de la emancipación
práctica”.112

El trabajo de demolición crítica de la bürgerliche gesellschaft y de los


fundamentos económicos sobre los cuales puede Marx por un lado
interpretar la historia de las revoluciones burguesas como el acto de
separación violenta de la sociedad civil en el Estado político y de la
supresión del carácter político de la sociedad civil; por el otro permite
afirmar que:

“sólo cuando el hombre real, individual reasume en sí al ciudadano


abstracto, y como hombre individual en su vida empírica, en su
trabajo individual, en sus relaciones individuales, se convierte en
miembro de la especie humana, solamente cuando el hombre ha
reconocido y organizado sus “fuerzas propias” como fuerzas sociales,
y por ello no separa más por sí la fuerza social en la figura de la

112
La Cuestión Judía, p. 60
86
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

fuerza política, solamente entonces la emancipación humana es


completa”.113

La verdadera emancipación es, por consiguiente, la de tipo social, la del


hombre en cuanto miembro de la comunidad humana: una emancipación
que en tanto que se sitúa en antítesis al proceso de “autoextrañación” de
los hombres debe poner al mismo tiempo las bases para una
autoemancipación (pág. 81) real de la forma privada y egoísta en que se
configura la organización de la sociedad burguesa.

La Cuestión judía es tal vez la obra más incompleta de Marx; va al corazón


del problema sin, empero, poder alcanzar la cabeza. Términos llenos de
significado, como “emancipación”, “autoemancipación”, “revolución política”,
“autoextrañación”, etcétera, siguen los unos a los otros sin conseguir
liberarse, todavía, de las inconfundibles connotaciones idealistas y del
ambiguo carácter democratista que deriva de su misma indeterminación.
Una significación más concreta se hallará en el futuro importantísimo
artículo de los Anales, en el que Marx expone, aunque sea embrionaria-
mente, el núcleo de la propia teoría de la autoemancipación del
proletariado.

La Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, “Introducción”,114 se termina


entre finales del 43 y comienzos del 44. En aquélla, Marx toma de nuevo el
tema de la emancipación humana –entendida como única emancipación
real– y lo inserta entre las primeras intuiciones de lo que será la futura
teoría de la revolución proletaria, como será formulada en su madurez. La
reflexión crítica de Marx se ciñe aún en torno a Alemania; éste es un país
todavía no liberado del retraso medieval, pero en el que, sin embargo, los
problemas del orden del día son los de la futura revolución “humana”. Es la
propia constatación del subdesarrollo político (pero no teórico) del pueblo
alemán lo que hace a Marx considerar imposible –de acuerdo con una
intuición que constituirá el fundamento de la revolución permanente de
Trotsky– la realización de la simple emancipación política en un proceso de
revolución democrático-burguesa; es necesario, por tanto, un paso sin
solución de continuidad:

“no sólo al nivel oficial de los pueblos modernos, sino a la altura


humana que representará el próximo futuro de estos pueblos”. 115

113
La Cuestión judía, págs. 78-79.
114
En Annales, págs. 125-142.
115
Ibíd., p. 134.
87
Roberto Massari

Al dilema formulado por Ruge en marzo de 1843 Marx responde con


decisión: no será la simple revolución parcial la que lleve a cabo la
emancipación política de Alemania, porque eso significaría simplemente la
conquista de la hegemonía por parte de una clase particular, sino sólo con
la “revolución radical” se podrá alcanzar el fin último de la “emancipación
humana universal”; es decir, el momento en que la clase en el poder
“fraterniza y se confunde con la sociedad en general, se identifica con ella
y es sentida y reconocida como la representante universal de tal sociedad,
un instante en que sus exigencias y sus derechos son exigencias y
derechos de la sociedad misma, un momento en que esta clase es
realmente cabeza y corazón de la sociedad”. 116 Tal clase es el
proletariado.117

Este término aparece por primera vez en la obra de Marx inesperadamente


y en forma no fácilmente deducible del precedente desarrollo de la
argumentación. Este parto del vocablo no hay que considerarlo, sin
embargo, como fruto de la fantasía de Marx, sino más bien como producto
del encuentro de éste con el movimiento obrero francés y las sectas
socialistas parisinas, donde el término “proletario” había conocido desde
hacía tiempo notable fortuna y difusión. ¿Qué debe entenderse por
proletariado?

“El proletariado empieza a constituirse en Alemania solamente al


iniciarse la industrialización; lo que forma de hecho el proletariado no
es la pobreza surgida naturalmente, sino la producida artificialmente.
Cuando el proletariado anuncia la disolución del orden tradicional no
hace sino expresar el secreto de la propia existencia, porque él
constituye la disolución efectiva de este orden social. Cuando el
proletariado exige la abolición de la propiedad privada no hace sino
elevar a principio de la sociedad lo que la sociedad ha elevado a
principio del proletariado, lo que en ella ya está personificado sin su
aportación como resultado negativo de la sociedad”.118

Podemos verificar, sobre la base del citado pasaje, que Marx no sólo ha
personificado el sujeto social de la emancipación humana, sino que ya está
en condiciones de formular una teoría de la autoemancipación: es de
hecho en el interior del proletariado mismo donde él halla las razones
estructurales y los orígenes de la potencialidad transformadora en la que

116
Ibíd., p. 138.
117
Ibíd., p. 141.
118
Ibíd.. p. 141-142.
88
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

está inherente la misión de cambiar radicalmente el orden de cosas


existente. Para Marx, el proletariado está producido históricamente por el
proceso de industrialización y está por ello “determinado” como negación
del sistema social que de tal proceso depende. La acción-transformación
del proletariado no tiene necesidad de asirse a principios abstractos,
éticos, o bien de perseguir sus intereses privados a fin de lograr su
emancipación, porque ya en el interior de sí mismo, en la propia estructura
completa puede hallar las bases y los principios inspiradores del proceso
revolucionario. Si de hecho por un lado su acción se universaliza –porque
la destrucción del privilegio de clase implica la “disolución” de cualquier
otro privilegio y después la reconquista por la comunidad humana de la
globalidad de la sociedad civil– por otro lado, los principios de la nueva
organización social no pueden ser otros que la generalización de los
principios ya impuestos en la ordenación civil-burguesa, sometidos empero
al control de los trabajadores. La emancipación del hombre adquiere así
para Marx una configuración histórica precisa:

1. La elevación a derecho universal de la real condición proletaria.

2. Conquista por parte de la clase emancipadora de un poder de


control sobre la esfera y sobre la extensión de la propia actividad.

3. Apropiación por parte de los trabajadores de las “armas


intelectuales” producidas por la filosofía, de la cual el proletariado
deberá llegar a representar la realización completa.

Recordando la sangrienta insurrección de los obreros parisinos, Marx no


deja de añadir la célebre admonición según la cual: “el arma de la crítica
no puede ser abatida por la fuerza material”.119

La concepción marxiana de la “autoemancipación”, por estar concretada


en una primera definición de las misiones históricas del proletariado, se
resiente todavía de limitaciones idealistas, correspondientes en cierto
modo al sentido deductivo, y no dialéctico, usado por Marx para poder
llegar a las posiciones expresadas en la “Introducción”. Es fácil ver cómo el
proletariado conserva aún un carácter indefinido, diremos casi abstracto y
colocado fuera de la historia concretamente vivida: es éste un claro reflejo
de la poca familiaridad que tiene Marx –todavía en febrero de 1844– con el
movimiento obrero parisino.120 Además de esto, obviamente, falta también
119
Ibíd, p. 134
120
Véase al respecto la búsqueda infructuosa llevada a cabo por M. Löwy sobre el eventual
contacto de Marx con el movimiento obrero parisino en el período precedente a febrero de
1844 en La Théorie de la révolution chez le jeune Marx, París, 1970. págs. 64-75.
89
Roberto Massari

un análisis científico de la formación y de la función del proletariado, como


la que desarrollará sobre todo en El Capital y cuya importancia será
fundamental para entender los fundamentos históricos de una hipótesis
que asigna directamente a los trabajadores, en cuanto clase, la misión de
dirigir y organizar el nuevo sistema social y realizar al mismo tiempo la
emancipación de la colectividad humana en cuanto colectividad.

El texto de la “Introducción” contiene, por otra parte, una serie de


contradicciones en lo que respecta a la emancipación proletaria-
emancipación social; tales contradicciones son imputables en gran parte a
los límites de una concepción no liberada todavía de la ganga, no sólo del
idealismo hegeliano, sino también de los “críticos” alemanes, con los que
Marx todavía no ha roto los puentes. El rol de emancipador universal
atribuido por Marx al proletariado contrasta fuertemente con las
connotaciones de pasividad, de pura materialidad que luego le atribuye en
relación con la pura subjetividad de la “crítica”. Es la teoría quien penetra
entre las masas y se apodera directamente de las masas mismas. 121 Si en
Alemania la revolución se inicia en la cabeza de un fraile –declara Marx–,
hoy se iniciará en la de un filósofo. Y de hecho la revolución tiene
necesidad de un elemento pasivo, de una base material; la teoría se
realiza en un pueblo solamente en la medida en que ella constituye la
realización de las necesidades de tal pueblo 122; la emancipación humana
de los alemanes será posible sólo “cunado el relámpago del pensamiento
haya penetrado completamente este ingenuo terreno popular” 123; casi a
modo de conclusión Marx llega a contradecir una frase expresada en el
mismo artículo124 y llega a afirmar que “la filosofía es la cabeza de tal
emancipación, siendo el proletariado el corazón”.125

Una concepción tan ingenuamente idealista de la relación teoría-


proletariado, según la cual la idea del comunismo es elaborada por los
intelectuales burgueses que “se apoderan” de las masas, aunque expuesta
por Marx en un momento del tránsito en su proceso de maduración, tuvo
en la continuación una notable importancia por el desarrollo llevado a cabo
por Kaustky y sobre todo por Lenin en el comienzo del siglo XX; este
último, en “Qué hacer”, tomará explícitamente esta temática y afirmará que
la conciencia socialdemocrática sólo puede ser aportada a los trabajadores
121
“Introducción”, p. 134.
122
Ibíd., p. 136.
123
Ibíd., p. 142.
124
“...un momento en el cual esta clase es realmente la cabeza y el corazón de la
sociedad”, pág. 142.
125
Ibíd., p. 142.
90
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“desde el exterior”;126 en realidad, como explicará poco después el mismo


Marx, no es la filosofía la que se realiza encarnándose en un sujeto
pasivo, sino que ella misma nace y se desarrolla en la confrontación activa
entre el proletariado y las condiciones sociales de existencia:

“El olvida que no habría podido anunciar “el día de la resurrección


alemana”, en términos comunistas, si no hubiese ya percibido el
“canto del gallo francés”, lo que quiere decir que ni él, ni Hess, ni
Engels, ni Bakunin habrían llegado a ser lo que eran en 1844 si el
socialismo o el movimiento obrero francés no hubieran existido. Es lo
que, por otra parte, reconocerá el propio Marx poco después en la
Ideología Alemana”.

Según Mehring127, las sectas y los círculos obreros existentes en París,


conocidos por Marx en 1844, se pueden circunscribir a tres corrientes
principales: el partido democrático-socialista, dirigido por Louis Blanc,
Ledru-Rollin y Ferdinand Flocon, de inspiración utopista, compuesto por
elementos proletarios y pequeños burgueses; los círculos inspirados por el
comunismo utópico de Cabet; y, por fin, más próximas a las posiciones de
Marx, aunque no a la situación real de los ambientes obreros, la corriente
directa de dos tipógrafos parisinos, Leroux y Proudhon. El entusiasmo de
Marx por el ambiente cultural parisino es fácilmente comprensible si se
piensa que en la convergencia en el tema socialista de estas corrientes él
halla no sólo una confirmación teórica del tipo de intuiciones desarrolladas
en el curso de 1843, sino sobre todo un estímulo para profundizar hasta
sus últimas consecuencias el análisis de la importancia crucial de la
“cuestión social”, en cuanto distinta y absolutamente irreductible a la
“cuestión política”.

El sujeto social individualizado por abstracción en el último artículo de los


Anales se presenta a los ojos de Marx ya no como la “materia inerte” de
una crítica fecundante, sino crítico él mismo, en la persona de sus
principales exponentes; y él mismo práctico, en sus movilizaciones de la
masa, como la de los tejedores de Silesia.

Que Marx había tenido contactos con los diversos círculos obreros, sin
ligarse específicamente a ninguno de ellos, nos lo confirmará él mismo en
1870.128 Tales contactos se llevan a cabo en un momento en que las
organizaciones obreras parisinas conocen un proceso de rápido desarrollo,
126
Lenin. Obras completas, t. 5, p. 346.
127
F. Mehring: Vita di Marx, Roma, 1966, págs. 78-79.
128
K. Marx: Herr Vogt, 1974, p. 51.
91
Roberto Massari

que, iniciado hacia 1839-1840, proseguirá ininterrumpidamente hasta la


catástrofe de 1848. Y como siempre ocurre en la historia del movimiento
obrero, el período de crecimiento organizativo de los años 40 coincide
también con una fase de intenso debate teórico y de rápida maduración
política de una parte de la vanguardia que anima al joven socialismo
francés. Ya no son sólo algunos cenáculos de burgueses cultos los que se
reúnen a conspirar o a disertar sobre los destinos del mundo, sino
centenares y centenares de cuadros obreros que, junto a los más radicales
de los intelectuales provenientes de las filas de la burguesía, organizan
escuelas de formación ideológica, centros de debates y de estudio,
formulan programas de reivindicaciones para los trabajadores y, sobre
todo, construyen las estructuras organizativas que por un cierto tiempo
serán conocidas bajo el nombre de “asociaciones obreras”. 129 Al mismo
tiempo se asiste también a un proceso de “proletarización”, es decir, de
exclusión de buena parte de los elementos oriundos de la burguesía,
presentes en estos círculos, por la adopción de normas estatuarias
particulares.130

Marx entra en contacto con la Liga de los Justos en la primavera de 1844,


cerca de dos meses después de la publicación del fascículo de los Anales.
En una carta a Feuerbach del 11 de agosto, Marx confirmará la existencia
de estos contactos y expresará juicios positivos junto a las reservas sobre
la actividad de los miembros de la Liga.131

Fuerte es también la atracción que en el momento ejerce sobre Marx la


teoría comunista-revolucionaria de Wilhelm Weitling, 132 principal inspirador
de la Liga, que en Garantie dell’armonía e della liberta (1842) ya había
expresado en términos explícitos la necesidad de superar los límites
angustiosos de la reivindicación política para encaminarse a un proceso de
“revolución social”; sin embargo, Weitling no había comprendido todavía la
posibilidad de un desarrollo autónomo del movimiento de clase, cuya
dirección estaba abandonada a los intelectuales “iluminados” o directamente
129
Véase para este pasaje E. Dolléans: Historia del movimiento obrero, vol. I, Ed. ZYX,
Madrid, 1969. (N. del T.)
130
Véase el testimonio de un contemporáneo, De la Hodde: Histoire des sociétés secretes
et du partí republicain de 1830 a 1848, París, 1850, p. 218.
131
Para un análisis de los orígenes y del desarrollo de la Liga de los Justos, al final de su
transformación, en 1847, en la Liga de los Comunistas, y sobre todo por el papel tenido en
Marx, se remite de nuevo al precioso artículo de Engels Per la storia.... págs. 1079-89.
132
Véase la alusión a Weitling, Hess y Engels en los Manuscritos económico- filosóficos de
1844, p. 148, y en el artículo de Vorwärts del 10 de agosto de 1844, traducido en La
Cuestión judía y otros escritos juveniles, p. 131. Para un cuadro más amplio de la actividad
teórico-política de Weitling, véase F. Mehrings Storia della socialdemocracia tedesca,
Roma, 1968, vol. I, págs. 91-108 y 208-22.
92
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

a la capacidad de una personalidad superior. Es poco después, en el


mismo período (mayo de 1843), cuando aparece en Francia L'Union
Ouvriére de Flora Tristán,133 donde, bajo la influencia del cartismo y del
movimiento owenista inglés, se formula la necesidad de superar el viejo
asociacionismo artesanal, muy amenazado por peligros corporativos, con
el propósito de abocar a la creación de una gran Unión Obrera, en la cual
la “clase” de los trabajadores pueda elevarse por encima de los propios
contrastes internos y unificarse (“constituirse”) como auténtica fuerza social
organizada.

No podemos detenernos ahora respecto a la importancia que el tema de la


unificación del proletariado, expresado por primera vez de manera
orgánica en la obra de la Tristán, ha revestido y aún reviste para el
movimiento obrero internacional.134 Lo que aquí nos interesa es notar cómo
el tema de la autorganización, ya implícito en la Unión Ouvriére, haya sido
nuevamente tomado y desarrollado por Marx, que seguramente debió
conocer la obra de la Tristán durante su primera estancia en París. 135 Si la
muerte de la autora (14 de noviembre de 1844) ha impedido una toma real
de contacto entre ella y Marx, es cierto empero que éste ha desarrollado, a
partir del Manifiesto de 1848, el tema central expuesto por la autora: el de
la autorganización obrera entendida como momento positivo de la iniciativa
de los trabajadores en el interior de un proceso histórico que parecía, por
el contrario, limitado al momento del rechazo y de la pura negatividad en
las oposiciones al sistema burgués.136

133
Flora Tristán: Union Ouvriere, París, Lyon, 1844 (reedición en 1967 a cargo de Les
Editions d’Histoire Sociale). La introducción a la primera edición lleva la fecha de 17 de
mayo de 1843. Para una biografía de esta grande y fascinante figura, pionera del
movimiento obrero organizado y de los movimientos feministas, véase J. L. Puech: La
vie et l’oeuvre de Flora Tristán. 1803-1844, París, 1925. Recientemente ha sido también
publicada una biografía a cargo de Dominique Desanti.
134
Aun aceptando la gran importancia de la obra de F. Tristán, no hay que olvidar los
precedentes anteriores en el seno del movimiento obrero inglés. Tras diversos intentos y
por la influencia de Owen se crea en Inglaterra la Gran Unión Consolidada (1833), que
es ya una Trade-Union con todas las consecuencias. En 1836 nace la Asociación de
Trabajadores, antecedente inmediato del cartismo (véase Dolléans: Historia del
movimiento obrero, vol. I, y las obras de este mismo autor de G. D. H. Colé sobre el
cartismo). (N. del T.)
135
Engels hace alusión a la Unión Obrera de F. Tristán en La Sagrada Familia, Roma,
1967, págs. 21-23. En la introducción a esta obra, en 1902, F. Mehring aclara el aspecto
esencialmente fourerista de la teoría de la Tristán. Véase el Apéndice a La Sagrada
Familia, p. 336.
136
M. Rubel: “Flora Tristan et Karl Marx”, en La Nef, enero de 1946, y del mismo autor:
Karl Marx..., págs. 92-94.
93
Roberto Massari

El tema de la unificación de los trabajadores es uno más en la contribución


marxiana a una teoría general de la autoemancipación obrera en las que
se pueden hallar algunas intuiciones originarias no sólo de Flora Tristán,
sino también del propio Owen.

Otro elemento importante para comprender la maduración “francesa” de


Marx y su definitivo tránsito ideal (es decir, aún no científico) al comunismo
y a la teoría de la autoemancipación está representado por la impresión y
el entusiasmo suscitado en él por los tejedores de Silesia. En el plano de
una reconstrucción epistemológica de la obra marxiana el acontecimiento
es importante, porque, por primera vez, la maduración por parte de Marx
de determinada concepción no es el resultado de un hallazgo o de una
crítica puramente ideológico-abstracta, ni es debida a la influencia cultural
o personal de quien quiera que sea, sino, por el contrario, el resultado de
una reflexión completa sobre un episodio preciso y actual de la lucha de
clases. Lo que quiere decir que la potencialidad revolucionaria del
proletariado no puede ya deducirse por abstracción de una “crítica radical”
de “todo lo que existe”, es decir, de la sociedad civil-burguesa comprendida
en su globalidad, sino que se confirma prácticamente en un evento
histórico, cuya importancia termina así con el paso de los límites del hecho
contingente, permitiendo algunas primeras generalizaciones sobre las
características del conflicto de clase y las previsiones de su progresiva
agudización, hasta la explosión que seguirá menos de cinco años
después.

No es muy importante, en este punto, explorar si el entusiasmo de Marx le


había llevado a sobrevalorar el acontecimiento (como han sostenido dos
notables biógrafos de Marx);137 a nosotros nos interesa sobre todo ver en
qué sentido la tentativa de insurrección (un episodio en modo alguno
excepcional en la época) se inserta en la reflexión marxiana y en qué
sentido acelera algunas de sus conclusiones sobre el rol potencialmente
revolucionario del proletariado.

137
B. Nikolaevskij-O. Maenchen-Helfen: Karl Marx. La vita e l’opera, Turín, 1969, págs.
94-95: “Marx ha sobrevalorado la revuelta desesperada de los trabajadores de Silesia.
Contrariamente a lo que él creía entonces, aquélla no fue en modo alguno superior a los
movimientos obreros inglés y francés: ni por la claridad de propósitos ni por la conciencia
de clase. No eran obreros de la industria que se rebelaran contra los capitalistas de la
industria, sino artesanos miserables que trabajaban a domicilio, que habían atacado a
las máquinas, del mismo modo que había ocurrido en Inglaterra medio siglo antes.” Para
esta descripción de los acontecimientos, véase F. Mehring: Storia delia socialdemocracia
tedesca, vol. I, págs 229-33.
94
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En los artículos del Vorwärts, escritos para rebatir los juicios negativos
dados por Ruge respecto a los acontecimientos de Silesia, se puede
encontrar una primera síntesis de esta compleja maduración. Marx afirma
su propia crítica respecto al divorcio entre Estado político y sociedad civil-
burguesa:

“El Estado es el ordenamiento de la sociedad desde el punto de vista


político; no son dos cosas diferentes: el Estado es el ordenamiento de
la sociedad... El se apoya sobre las contradicciones entre vida privada
y pública, sobre las contradicciones entre los intereses generales y
los intereses particulares”.138

Y prosigue la crítica de la “unilateralidad” del intelecto político que quiere


mantenerse político también ante los acontecimientos que afectan a los
fundamentos de la sociedad y, en fin, intenta (en el segundo de los dos
artículos) formular mejor el concepto de conciencia revolucionaria,
definiéndola empero aún en términos teñidos de fuerbachismo como “la
conciencia de lo que es la esencia del proletariado”.139

Queriendo dirigir una crítica a la sobrevaloración del nivel de conciencia


reflejado por los tejedores silesianos en el curso de su insurrección, la
atención no se debe concentrar tanto sobre el alcance real del hecho en sí,
sino más bien sobre el método imperfecto empleado por Marx para definir
semejante nivel: éste se funda por un lado sobre el contenido de la
canción de los tejedores,140 cantada por los obreros en el curso de la
revuelta, y por otro se entusiasma por la forma violenta y destructiva
asumida por la revolución. Entre estos dos elementos, indudablemente
significativos a fin de una caracterización del episodio, no aparece empero
el momento de la mediación organizativa, es decir, el único elemento de
síntesis que hubiera podido permitir caracterizar en sentido más avanzado
la revuelta silesiana, respecto a toda la tradición ludísta o insurreccional
precedente.

138
Los dos artículos en Vorwärts el 7 y el 10 de agosto de 1844 son conocidos bajo el título
de Glosas marginales de critica al artículo “El rey de Prusia y la reforma social, firmado: un
prusiano”; trad. en la Questione ebraica e altri scritti giovanili. págs. 113-38.
139
Ibíd, p. 132
140
“En la Canción de los tejedores, la ardorosa consigna de lucha, no aparecen ni una sola
vez ni los hogares ni la fábrica, si bien el proletariado proclama su antagonismo con la
sociedad de la propiedad privada de modo claro, tajante, juicioso y potente.” Ibíd., pág.
130. Algunas estrofas de la Canción aparecen en el libro citado de Mehring, págs. 230-231.
95
Roberto Massari

Para Marx, sin embargo, el problema fundamental es todavía el de verificar


la posibilidad realmente existente para la toma de iniciativa autónoma por
parte de sectores proletarios, y no el de la forma organizativa que tal
iniciativa debía asumir. La acción obrera se presenta a los ojos del joven
Marx en toda su explosiva negatividad, en su intenso antagonismo en las
confrontaciones con el sistema burgués, pero no aparece todavía como
portadora de nuevos contenidos, concretos y positivos, de organización
social alternativa.

Marx aprecia a través de la revuelta silesiana al proletariado como sujeto


activo dentro del proceso histórico, pero todavía no como sujeto
autoconsciente. No obstante, la ruptura con los “críticos” ya está
consumada.

Por tanto, si por un lado las Glosas desarrollan y profundizan el discurso


hecho en los Anales sobre el papel emancipador del proletariado, por el
otro constituyen un momento de ruptura con cuanto de Hess y de
Feuerbach había en la idealista concepción de la teoría que “se apodera
del proletariado”. Marx está ahora en condiciones de rechazar lo que antes
de su partida para París había constituido también su posición, invirtiendo
la relación filosofía-proletariado y dando entrada de este modo a la
formulación de la concepción materialista que se verá expresada, por
ejemplo, en las breves Tesis sobre Fuerbarch. En las Glosas Marx supera
los primeros resultados de su nueva manera de “hacer investigación”, y
tras tomar prestado del ambiente francés conceptos y términos, ahora
sólidos, formula algunas primeras anticipaciones originales de su propia
teoría revolucionaria:

“Solamente en el socialismo un pueblo filosófico puede hallar su


praxis correspondiente y, por tanto, en el proletariado, el elemento
activo de su liberación”.141 “La revuelta obrera industrial, por eso,
puede ser parcial, si se quiere, pero encierra en sí misma un alma
universal; la revuelta política puede ser universal, si se quiere, pero
ella encubre bajo las formas más colosales un espíritu estrecho”. 142

Aquí no hay, como se puede notar, ninguna referencia a una fatal


pasividad del proletariado y se insiste, por el contrario, sobre el rol
profundamente innovador que su acción puede tener en el momento en
que empiece a abrirse camino:

141
Ibíd, p. 132
142
Ibíd, p. 136
96
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“la tendencia de las clases políticamente privadas de influencia a


eliminar su propio aislamiento del Estado y del poder”.

Emerge así, de la superación del “comunismo filosófico” de Hess y del


“humanismo” de Feuerbach, una nueva teoría de la mutación social y una
visión del proceso revolucionario, el cual, mientras señala el paso de Marx
a la concepción materialista de la historia, constituye también las premisas
de su teoría del socialismo autogestional y antiburocrático, el cual se verá
claramente expresado en la Crítica al Programa de Gotha. Véase, para
confirmar esta afirmación, los juicios de Marx en su polémica con Ruge, en
la cual se vuelve una página en la antigua amistad con aquél y respecto a
un período de su vida todavía no... “marxista”:

“Cualquier revolución disuelve la vieja sociedad; en este sentido es


social. Cualquier revolución subvierte el viejo poder; en este sentido
es política (...). La revolución en general –la destrucción del poder
existente y la disolución de las viejas relaciones– es un acto político.
Sin revolución, empero, el socialismo no puede actuar. Este tiene
necesidad de este acto político, en la medida en que tiene necesidad
de la destrucción y de la disolución. Pero apenas iniciada su actividad
organizativa, apenas esbozados sus propios fines, su propio espíritu,
entonces el socialismo se sacude de encima el revestimiento
político”. 143

El primer intento de formular completamente un análisis económico de la


condición proletaria está contenido en los Manuscritos económico-
filosóficos de 1844.144 El origen de la deshumanización obrera se hace
derivar en esta obra de la separación entre capital, renta y trabajo, y de las
determinaciones específicas que tal separación origina en la sociedad
capitalista: esta es la base sobre la cual formula Marx una primera teoría
de la alienación.145 Se esboza asimismo un primer cuadro histórico de la
división de la sociedad en clases y del papel que éstas desempeñan en el
sistema burgués, para llegar a la conclusión de que:

“de la relación del trabajo alienado con la propiedad privada se deriva


que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, de la
servidumbre, se expresa, en la forma política de la emancipación
obrera, no como si se tratase solamente de la emancipación del

143
Glosas, p. 137 (la cursiva es nuestra).
144
Obras filosóficas juveniles.
145
Para una discusión más amplia sobre el tema, véase G. Bedeschi: Alienazione e
feticismo del pensiero di Marx, Bari, 1968, págs. 89-97.
97
Roberto Massari

trabajador, sino más bien porque en la emancipación de éste va


implícita la emancipación humana general, lo mismo que toda la
servidumbre humana está implícita en la relación de lo obrero con la
producción y todas las relaciones de servidumbre son solamente
modificaciones y consecuencias de esta relación”.146

La crítica del “comunismo vulgar e irreflexivo” –entendida como un rechazo


del utopismo francés en su versión behauvista– ofrece a Marx la ocasión
para proceder a una definición general de la emancipación obrera,
entendida ahora como momento positivo del proceso histórico y no ya
como pura y simple relatividad:

“El comunismo en cuanto supresión efectiva de la propiedad privada


como autoalienación del hombre, y además en cuando aproximación
real de la esencia humana por parte del hombre y por el hombre... el
comunismo empieza súbitamente con el ateísmo”.147

La reapropiación de la esencia humana por parte de los hombres asume


las connotaciones de una acción-transformación social propia, porque tal
esencia se revela ahora como social. En tal contexto se esboza el principio
inspirador de la Segunda tesis sobre Feuerbach, respecto a la cual los
Manuscritos tienen el mérito de no formular ningún carácter antitético entre
la teoría y la praxis, sino de criticar la filosofía misma, porque el proceso de
transformación “lo concibe” como un cometido solamente “teórico”. 148

El mismo ateísmo queda en la práctica superado como un presupuesto y


no como un momento constitutivo de la esencia real del socialismo; ése,
por el contrario, es ahora entendido como:

“la positiva conciencia de sí, ya no mediatizada por la supresión de la


religión que tiene el hombre”. (…) “El comunismo es la posición como
negación de la negación, y por ello el momento real –y necesario por
el próximo desarrollo histórico– de la emancipación y restauración
humana. El comunismo es la forma necesaria y el enérgico principio
del porvenir inmediato; pero ello no es como tal el término de la
evolución humana –la forma de la sociedad humana–”.149

146
Manuscritos, págs. 203-204.
147
Owen, op. cit., págs. 225-226.
148
Ibíd., p. 232.
149
Ibíd., p. 235.
98
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Este paso, ejemplo de lo que debe entenderse por dialéctica abierta de lo


real, muestra otro aspecto del proceso marxiano de separación de la
dialéctica hegeliana del Espíritu absoluto. La sociedad comunista no es
concebida por Marx como el fin de cualquier contradicción y más tarde la
cancelación definitiva de la historia del hombre: es simplemente una fase
de tránsito hacia nuevas formas de organización social y hacia nuevas y
más completas determinaciones de la acción humana.

La única alusión hecha por Marx en esta obra tan contradictoria –porque
contradictorio es el momento mismo en que Marx la esboza– a la situación
concreta de los trabajadores hace recordar que el Manuscrito había sido
terminado en París, antes incluso de establecer un contacto profundo con
las sectas obreras y socialistas que ya hemos indicado. La simplicidad y la
ingenuidad casi populista con que son descritas las reuniones de los
obreros parisinos son una ulterior confirmación de la urgencia con la que
Marx ha pensado introducir el tema de la asociación obrera en una obra en
sí ya concluida:

“Cuando obreros comunistas se reúnen, su objetivo es ante todo la


doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con
esto una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que
parece un medio se convierte en un objetivo. Este movimiento
práctico se ve en sus resultados más espléndidos cuando se observa
a los obreros socialistas franceses reunidos. Fumar, beber, comer,
etc., ya no son los motivos de unión o asociativos; la sociedad, la
unión, la conversación que la asociación tiene como objeto les
bastan, la fraternidad humana no es una frase, sino la verdad próxima
a ellos,, y la nobleza de la humanidad fulge en aquellas figuras
endurecidas por el trabajo”.150

Existe, por el contrario, una relación directa entre la primera obra en


colaboración entre Marx y Engels, La Sagrada Familia,151 y los temas de la
“Introducción” a la Crítica de la Filosofía del derecho público de Hegel. Y
de hecho desde las primeras páginas se rebate el carácter universal que la
emancipación del proletariado asume en relación con las condiciones
concretas de la existencia humana. Sin embargo, ésta es sólo la base de
partida del nuevo discurso, fundado ahora, no ya sobre la elemental
afirmación del carácter necesario de tal emancipación, sino sobre la
distinción mucho más importante entre lo que el proletariado “es y lo que
150
Ibíd., p. 243.
151
A cargo de A. Zanardo. Roma, 1967.
99
Roberto Massari

se verá históricamente obligado a hacer en conformidad con su propio


ser”,152 y sobre todo entre lo que él “se representa temporalmente como
fin” y sus misiones históricas. Estas misiones son directamente deducibles
de los análisis de “toda la organización de la sociedad civil moderna”, es
decir, de los análisis del sistema capitalista.

La crítica de Marx a Bruno Bauer y asociados adquiere ahora un tono


seguro y petulante, porque se funda sobre dos principios concretamente
verificados en el curso de la experiencia parisina. Si la “crítica crítica”
desprecia la acción de la masa de trabajadores porque, acogida en el
empíreo de la pura reflexión sobre sí misma, no llega a captar las
transformaciones que se están realizando, no sólo en el nivel de
conciencia de los trabajadores (que esto será para siempre un elemento
abstracto), sino en su misma praxis, en su misma experiencia real:

“Ahora los trabajadores franceses e ingleses han constituido


asociaciones, en las cuales no sólo son inmediatas necesidades
como trabajadores, sino sus necesidades en cuanto hombres, forman
el objeto de su mutua instrucción; en las cuales, por otra parte, se
manifiesta una conciencia más profunda y amplia de la fuerza
“prodigiosa” e “inmensa” que surge de su cooperación”.153

Podríamos tener aquí una idea de lo que Marx entiende por “comunismo
de masa”, difereciándose tanto del babouvismo vulgar como de las
tautologías de la “crítica crítica”, que en su estéril contraposición al
pensamiento de la masa no deriva a otra cosa que a una concepción
elitista del desarrollo histórico: a una caricatura, en la práctica, de la
“revolución política” de Ruge. En la crítica de Marx se abre ahora paso la
idea de que la situación obrera, aparentemente insensible a la fuerza pura
del pensamiento, se puede transformar sólo en el momento en que sean
atacadas y transformadas las condiciones externas que determinan tal
situación. Y de hecho, dirá Marx, sólo en el momento en que las masas de
trabajadores comunistas de Manchester y de Lyon,154 por ejemplo, empiezan
a vivir dramáticamente la distinción entre lo que es y lo que debe ser,

152
Ibíd., p. 44
153
Ibíd., p. 63
154
En 1841 hay una revuelta de los obreros en Lyon y el gobierno prohíbe unos ensayos
cooperativos. En 1831 se había producido una verdadera “comuna” lionesa. Durante
más de dos semanas los jefes de secciones de las fábricas rigieron la ciudad. Por el
antecedente, acaso Marx se refiere a los “comunalistas” En cuanto a los obreros de
Manchester, dada la época en que Marx escribe, se trata de los militantes obreros del
cartismo. (N. del T.)
100
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“entre conciencia y vida”,155 el enorme potencial existente en la condición


proletaria podrá hallar una expresión adecuada.

La Sagrada Familia es una obra autocrítica. En ella, Marx, polemizando


con el abstracto elitismo de Bauer, reniega de hecho una parte de su
idealismo pasado, en particular en los pasajes de la “Introducción” de
1843, en los cuales había asignado un carácter activo a la filosofía,
contraponiéndola a la pasividad obrera: la teoría que desde el exterior “se
apodera” de la masa y penetra dentro de sí. Marx comunista se dirige ya
hacia una concepción activa y positiva de la revolución social, tras haberse
liberado definitivamente de posiciones adoptadas en un momento en que
la pura reflexión teórica, separada de la presencia de un ambiente de
fermentos obreros reales, le había llevado a infravalorar la potencialidad
política y organizativa del movimiento obrero. Que tales posiciones están
ya (a comienzos de 1845) definitivamente abandonadas, se demuestra en
la Tercera tesis sobre Feuerbach, en la cual Marx contrapone la propia
concepción autoemancipadora al rígido determinismo de los materialistas
franceses e ingleses (Owen sobre todo):

“La doctrina materialista de la modificación de las circunstancias y de


la educación olvida que las circunstancias son modificadas por los
hombres y que el educador mismo debe ser educado... La
coincidencia del cambio de las circunstancias de la actividad humana,
o autotransformación, puede ser concebida o comprendida
racionalmente sólo como praxis revolucionaria”. 156

Por “revolucionaria” se debe entender, en este estadio de la reflexión


marxiana, “orientada críticamente hacia la emancipación general”, y por
“circunstancias” el dato objetivo sobre el cual se ejercita la actividad
práctico-teórica del proletariado.157 Madura de este modo una ruptura
suplementaria con el Marx “materialista” de La Sagrada Familia: ésta se
dirige ya hacia la profundización del núcleo de descubrimientos
comprendidos en el bienio que va desde finales de 1843 a principios de
1845.

155
Ibíd., p. 63
156
Tesis sobre Feuerbach, en Marx-Engels: Obras escogidas, p. 188.
157
Curioso constatar aquí la coincidencia con el ideo-realismo proudhoniano, manifiesto
ya en sus primeras obras: ¿Qué es la propiedad? (1840-1841), De la creación del Orden
en la humanidad (1843), Sistema de las contradicciones económicas (1846). He aquí la
fórmula final del ideo-realismo en Proudhon: “La idea, con sus categorías, nace de la
acción y debe volver a la acción para no frustrarse.”. [De la Justicia, 1858.) (N. del T.)
101
Roberto Massari

Que “las circunstancias hacen a los hombres no menos de cuanto los


hombres hacen a las circunstancias” constituye el leit-motiv de la segunda
obra colectiva de Marx y Engels, redactada entre septiembre de 1845 y
mayo de 1846.158

“Es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo


se puede dar en un movimiento práctico, en una revolución; que la
revolución es necesaria no solamente porque la clase dominante no
puede ser abatida de otra manera, sino también porque la clase que
la abate puede conseguir solamente en una revolución quitarse de
encima las viejas suciedades y llegar a capacitarse para fundar sobre
nuevas bases la sociedad”.159

Ya en esta primera formulación se puede entender el abismo que había


llegado a abrirse entre Marx y el “comunismo filosófico” de Hess o el
materialismo humanista de Feuerbach. Si por un lado se critica la
concepción ampliamente difundida en los ambientes de los jóvenes
hegelianos de que la conciencia sea el motor fundamental de la historia,
por otro lado se llevan a sus últimas consecuencias los principios
inspiradores de lo que Gramsci definirá como “una filosofía de la praxis”,
en el acto en que se asigna al proletariado la función de “fundar sobre
nuevas bases la sociedad”.

La concepción positiva de la revolución transcurrida en el ardor de la


polémica contra el “comunismo tosco y vulgar” aflora de nuevo en
Ideología alemana en toda su magnitud. La crítica de Stirner, por ejemplo,
se dirige también a la incomprensión demostrada por éste del carácter
innovador que el proletariado –en cuanto sujeto activo – puede tener en
relación a sí mismo y a toda la sociedad. 160 Asimismo el concepto de
“liberación” asume ahora dos connotaciones específicas en relación con el
criterio expuesto por Marx sobre la organización de la sociedad comunista.
Esta se configura como mundo de la emancipación real, como superación
de la alienación deshumanizante y después como abolición de la división
social del trabajo:
158
K. Marx y F. Engels: La Ideología Alemana, trad. de F. Codino, Roma, 1967. El pasaje
citado está en pág. 30.
159
Op. Cit., p. 29
160
“Stirner cree que los proletarios comunistas, que revolucionan la sociedad, ponen
sobre una base nueva, o sea sobre sí mismos en cuanto son los nuevos, sobre su propio
modo de vida, las relaciones de producción y la forma del cambio, siguen siendo los
“antiguos”. Estos proletarios... saben demasiado bien que sólo en circunstancias
modificadas cesarán de ser «los antiguos», y por eso están decididos a cambiarlas en la
primera ocasión. En la actividad revolucionaria la transformación de sí mismos coincide
con el cambio de las circunstancias.” Ibíd., p 196.
102
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“En la sociedad comunista, en la que cada uno tiene una esfera de


actividad exclusiva, pero puede perfeccionarse en cualquier sector a
voluntad, la sociedad regula la producción general y, por consiguiente,
me ofrece la posibilidad de hacer hoy esta cosa, mañana la otra, por
la mañana ir de caza, a mediodía ir a pescar, por la tarde abrevar a
los animales, después ejercer la crítica, como me parezca, sin por ello
convertirme en cazador, ni pescador, ni pastor, ni crítico”.161

En la descripción de la sociedad que “regula”, que dirige, controla y ordena


la producción ya se contiene la primera afirmación moderna clara
(deducida a partir de una reflexión sobre las características principales del
sistema moderno) de la concepción autogestionaria de Marx. Este
entiende por “sociedad” (sin atributos) la futura reunificación entre
sociedad civil y Estado político, es decir, el momento en que llega la
emancipación general de las clases subalternas; rechaza, por otra parte, la
idea de que haya de ser la superestructura política quien “regule” lo que
aparece a nivel social como el producto de esta reunificación,
emancipación; postula, en fin, la destrucción de “la represión del interés
general ilusorio bajo forma de Estado”, sosteniendo que son los
“individuos, reales, concretos”, los que, gracias a un pleno desarrollo de las
capacidades físicas, intelectuales y psicológicas propias, adquieren de
este modo la capacidad de regular múltiples aspectos de la vida social y de
“perfeccionarse” en algunos de aquéllos, sin que esto llegue aún a ser una
especialización o una participación impuesta desde fuera. De hecho se
propone, en este bellísimo pasaje de la ideología alemana, la gestión de la
sociedad por parte de sí misma.162 El pasaje aludido preludia, además,
otras dos formulaciones de carácter general, fundamentales para entender
los desarrollos sucesivos de la teoría revolucionaria en Marx:

1. Por un lado se enuncia uno de los elementos principales de la


teoría del desarrollo desigual y combinan nado de la revolución
mundial.163

161
Op. Cit., p. 24
162
A este pasaje se vincula aquel en que Marx, un tanto rousseunianamente, expresa una
concepción formalmente no materialista de la recomposición humana (pero colectiva) del
hombre: “Estos millones de proletarios o comunistas lo piensan de modo completamente
diferente y lo demostrarán a su tiempo, cuando armonicen prácticamente, con una
revolución, su “ser” con su esencia”, p. 35.
163
“Lo que por una parte produce el fenómeno de “masa privada de propiedad” al mismo
tiempo en todos los pueblos (concurrencia general) hace depender cada uno de ellos de
las revoluciones de los demás”, p 25.
103
Roberto Massari

2. Por otro, el carácter universal de aquella nueva forma de


organización social que definirá en seguida como “dictadura del
proletariado”.164

En La Ideología Alemana, como ya en la “Introducción” tantas veces


citada, la clase obrera está claramente individualizada como el centro del
“movimiento real que pone fin al estado de cosas presente”, confirmando,
sin embargo, el giro ya operado con relación a los Anales: en esta obra no
sólo no viene la clase obrera identificada con el objeto de la conciencia
“crítica”, sino, por el contrario, es de ésta de donde:

“parte la conciencia de la necesidad de una revolución que llegue al


fondo, la conciencia comunista”.165

Semejante revolución, por otra parte, se hace posible solamente si la


conciencia comunista se transforma en fuerza activa, en un poder de
control sobre diversas determinaciones concretas de la organización social
–en primer lugar el modo de producción–. 166 De hecho son éstos los
aspectos cruciales de la propia vida:

164
“El comunismo es posible empíricamente sólo como acción de los pueblos dominantes
todos “de una vez” y simultáneamente, lo que presupone el desarrollo universal de la
fuerza productiva y las relaciones mundiales que ese comunismo implica. Para nosotros, el
comunismo no es un estado de cosas que deba ser instaurado, un ideal al que la realidad
deba conformarse. Llamamos comunismo al movimiento real que pone fin al estado de
cosas presentes”, p. 25.
165
El período prosigue: “...la cual, naturalmente, se puede formar también en las otras
clases, en virtud de la consideración de la posición de tales clases”, p. 29.
166
“La transformación de las fuerzas (relaciones) personales en fuerza objetiva, provocada
por la división del trabajo, no puede abolirse quitándose de la cabeza la idea general, sino
sólo a condición de que los individuos pongan nuevamente bajo sí mismos aquella fuerza
objetiva y aboliendo la decisión del trabajo. Esto no es posible sin la comunidad» (pág. 54;
la cursiva es nuestra). El fundamento “objetivo” del comunismo viene a ser, según tal
formulación, el desarrollo pleno de la fuerza productiva (única posibilidad realista de abolir
la división del trabajo) bajo el control de los que son sus artífices. En otra parte Marx ha
empleado el término de “regulaciones”. Son éstas, a nuestro juicio, expresiones diversas
que se refieren, sin .embargo, al mismo principio autogestionario. Por lo que se refiere al
uso del término comunidad, su indeterminación en este estadio es explicable solamente por
la voluntad por parte de Marx de abandonar términos inadecuados como “individuos” o
“sociedad civil” y de guardar distancias respecto a conceptos como los de “Estado” (Hegel)
o de “humanidad” (Hess, Feuerbach), sin disponer todavía de soluciones de repuesto
plenamente aceptables. Todavía más precisa, si se relaciona con la sucesiva teoría
marxiana del «partido», es la expresión “comunidad de los proletarios revolucionarios”
(pág. 57), en la cual, evidentemente, el atributo tiene la función de especificar la función de
los individuos conocedores de la propia función histórica en el interior de la masa que
compone la clase o aquellos que la conciencia de la «clase por sí» distingue de la “clase en
sí” (Marx).
104
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“sobre los cuales los proletarios aislados no tienen ningún control y


sobre los cuales ninguna organización social puede darle el
control”. 167

El término poco feliz de “organización social” (usado impropiamente en


este contexto) queda aclarado poco después cuando se afirma que los
proletarios:

“se hallan en adelante en antagonismo directo con la forma por la cual


los individuos de la sociedad se han dado hasta ahora una expresión
colectiva, el Estado, y deben trastrocar el Estado para afirmar su
personalidad”.

“De ahí también que la revolución comunista, que pone fin a la


división del trabajo, suprime definitivamente las instituciones políticas;
y así resulta también, en fin, que la revolución comunista no
dependerá de las “instituciones sociales de fértiles ingenios sociales”,
sino de las fuerzas productivas”.168

Se hace evidente el intento polémico contra los abstractos constructores


de utopías o icarias, tan complejas como irreales (piénsese en la
estructura serial fourieriana); no hay duda, sin embargo, que el antagonista
principal en la polémica está representado por una cierta concepción
“autoritaria” del socialismo, como se expresará concretamente en Francia
con la propuesta de construcción de los “talleres de estado”. La referencia,
fuertemente proudhoniana, a la hegemonía de la fuerza productiva sobre el
conjunto del proceso revolucionario acaso sea fácilmente comprensible
para quien quiera comprender el desarrollo integral de la teoría marxiana
de la autoemancipación obrera, puede todavía aparecer ambiguo y prestar
fácilmente el flanco a interpretaciones de carácter mecanicista. Las
corrientes revisionistas de la II° Internacional interpretarán éste y otros
pasajes similares de Marx en el sentido de que sólo un completo desarrollo
de la economía capitalista (y correspondientemente de su negación
intrínseca: el proletariado) podrá permitir el paso al sistema social “que
deroga la división del trabajo”. Desde este punto de vista la clase obrera
adquiere un rol activo y positivo solamente en la medida en que se integra

167
Ibíd. p. 56. Todavía: “El comunismo se distingue de todos los movimientos hasta ahora
existidos en que revoluciona la base de todas las relaciones de producción y las formas
de relación hasta ahora existentes y en que por primera vez trata conscientemente todos
los presupuestos naturales como creación de los hombres hasta ahora existentes, los
despoja de su carácter natural y los vincula al poder de los individuos unidos” (pág. 58; la
cursiva es nuestra).
168
Ibíd., pág. 368; la cursiva es nuestra.
105
Roberto Massari

{se objetiva, ulteriormente) en el sistema económico de la burguesía,


contribuyendo por su parte al desarrollo de la “fuerza productiva”
(entendida neutralmente como el conjunto de factores humanos, técnicos,
naturales, que contribuyen al desarrollo económico). Diametralmente
opuesta en la concepción marxiana (en este estadio de su propio
desarrollo teórico); ésta, de acuerdo con la escuela francesa de Proudhon,
entiende por “fuerza productiva” a la clase obrera (en cuanto totalidad de
los trabajadores) y a su función orgánica (la producción de riqueza social a
partir de una valoración de las propias energías potenciales y de los
recursos objetivos existentes). La diferencia de la teoría proudhoniana de
la “fuerza colectiva” consiste, por el contrario, en la perspectiva con la que
Marx considera la transformación de la clase obrera: estática y puramente
económica para el primero, histórica y progresivamente creadora de
esferas de acción cada vez más amplias para el segundo. Para el Marx de
La ideología alemana, en la medida en que se emancipa y asegura un
control propio sobre el conjunto del proceso económico, la “fuerza
productiva” de la sociedad capitalista no solamente garantiza un desarrollo
cualitativamente diverso del proceso productivo, sino que se impone al
mismo tiempo como fuerza hegemónica y dominante a nivel social, hasta
el punto de poder sustituir a las mismas instituciones políticas de tipo
tradicional.

La definición rigurosa del nivel de madurez teórica expuesto por Marx-


Engels en la obra destinada a ser “abandonada a la crítica roedora de las
ratones” tiene una enorme importancia también para comprender el
esbozo definitivo (en esta primera fase del comunismo marxiano) de la
teoría de la extinción del Estado y de su sustitución por la “comunidad” de
trabajadores, en la cual –podemos decir, parafraseando un pasaje de los
Anales– “los proletarios revolucionarios” constituirán la cabeza y los
individuos el corazón. La obra concluye con una síntesis de la teoría
general de la revolución en la cual, no casualmente, el alejamiento
definitivo de la tradición democrático-burguesa alemana coincide con la
afirmación más plena de la hipótesis “comunista” autónoma, anti-
institucional y positiva de la autoemancipación obrera. Las obras
sucesivas, y sobre todo el empeño organizativo en la Asociación
Internacional de los Trabajadores, representan de hecho la tentativa de
especificar, profundizar científicamente y después realizar prácticamente
cuanto se encierra en los pasajes siguientes:

106
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“En el ámbito de la sociedad comunista, la única sociedad en la cual


el desarrollo original y libre de los individuos no es una frase, eso está
condicionado por las conexiones entre los individuos, conexiones que
consisten en parte en los presupuestos económicos, en parte en la
necesaria solidaridad del libre desarrollo de todos, y, en fin, del modo
universal en el que los individuos manifiestan su actividad sobre la
base de las fuerzas productivas existentes. Aquí se trata, por tanto, de
los individuos a un grado determinado de desarrollo histórico, y en
modo alguno de individuos cualesquiera y casuales, sin tener en
cuenta la necesaria revolución comunista que es ella misma una
condición común a su libre desarrollo. Aunque la conciencia que los
individuos tienen de su misma relación recíproca será, naturalmente,
del todo diferente...”169

La sustancia del primer capítulo del Manifiesto de 1848 ya está contenida


en sus líneas generales en un libro fuertemente polémico, aparecido
algunos meses antes: Miseria de la filosofía. Respuesta a la Filosofía de la
miseria del señor Proudhon. En esta obra Marx desarrolla, entre varios
temas, el de las coaliciones obreras, vistas como las primeras tentativas de
los trabajadores de asociarse entre ellos con objeto de superar la desunión
y los efectos negativos de la concurrencia (contra la cual se había batido,
por ejemplo, Flora Tristán). La forma asociativa de la condición obrera ha
adquirido ya para Marx la importancia estratégica (es decir, decisiva para
la actuación del proceso revolucionario) que hemos visto anunciar en La
Ideología Alemana, donde se asigna a la “comunidad de los proletarios
revolucionarios” la misión de transformar radicalmente la estructura de la
sociedad civil-burguesa. Para Marx, la coalición es la forma asumida
históricamente por la exigencia proletaria de asociarse, es decir, de
superar el fraccionamiento y el régimen de concurrencia impuestos
directamente por la estructura del mercado del trabajo en la sociedad
capitalista. Sin embargo, la coalición no debe entenderse solamente como
un instrumento de defensa de los niveles salariales y del valor de la fuerza-
trabajo, que debe esperar en fin de cuentas el despliegue de funciones
exclusivamente sindicales (“asociativas” en la terminología de los años
cuarenta), sino que debe, por el contrario, ser interpretada como un
momento de ataque y de defensa contra la otra gran coalición en que se
unen los capitalistas. Según Marx, la asociación de los obreros para la
defensa y salvaguardia de sus propios intereses de clase ya es en sí

169
Ibíd, p. 431
107
Roberto Massari

misma una instancia antagonista en la confrontación de aquellos cuyos


intereses se oponen. En sustancia –declara Marx en la conclusión de la
célebre polémica contra Proudhon y contra la vieja concepción corporativa
de la asociación–, es el acto mismo de la autorganización el que empuja a
la clase conocedora de sus propios intereses materiales hacia un más
elevado nivel de conciencia, es decir, hacia la comprensión de cuál es su
propia fuerza no sólo en relación a la lucha contra el capital (conciencia de
clase en sí), sino también en cuanto sujeto histórico principal del proceso
humano de emancipación, en cuanto artífice, es decir, en cuanto guía en la
construcción de la sociedad comunista (“en la lucha esta masa se reúne,
se constituye en clase por sí misma”, pág. 145).

El paso de uno de estos dos niveles de conocimiento al otro, es decir, la


transformación de la acción espontánea de la clase obrera en
proposiciones de una gestión alternativa del mecanismo productivo y de la
organización social, se califica por parte de Marx como “político”. 170

La acción del proletario se hace política en el momento en que ésta


empieza a delinearse en el interior de las propias reivindicaciones un
proyecto de organización social diverso no solamente del de la sociedad
burguesa, sino también de todos los modelos históricamente conocidos, en
los cuales siempre ha existido una clase directora de la sociedad, no
coincidente con la de los productores de la riqueza social. Sin embargo, si
es verdad que la abolición de las clases es para el proletariado el
presupuesto de su emancipación, también es verdad que a aquél
concierne la misión histórica de organizar y dirigir la última de las
sociedades clasistas hasta la definitiva extensión del comunismo a escala
mundial. Para Marx, solamente en la medida en que la clase obrera se
muestre capaz de formular y seguir un tal provecto, podrá también
afirmarse como clase dirigente a todos los niveles del nuevo sistema de
gestión.

¿Qué formas deberá asumir la fase del estado de subordinación al de la


gestión directa? La respuesta de Marx en Miseria de la filosofía es
sintética, pero rigurosamente precisa:

“la clase trabajadora sustituirá, en el curso de su desarrollo, a la


antigua sociedad civil por una asociación que excluirá las clases y su
antagonismo, y ya no será poder político propiamente dicho, porque
170
Véanse las definiciones de lucha “económica” y “política” formuladas por Marx tras su
polémica con Bakunin. Marx a Boile, 29 de noviembre de 1871, en Marx-Engels: Opere
Scelte, pág. 943.
108
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

el poder político es precisamente el resumen oficial del antagonismo


en la sociedad civil”.171

Vale la pena observar que la citada definición de la sociedad de transición


–entendida como gestión directa de la economía por parte de los
trabajadores (bajo forma de asociación) y como rechazo de la distinción
instituciones políticas-instituciones económicas (la estructura estatal se
identifica con la economía)– pone término a la primera obra en la que Marx
afronta con términos propios la crítica de la economía política clásica: esto
significa que las instituciones que hemos visto precisarse más cada vez en
el curso del desarrollo de la teoría marxiana de la revolución empiezan a
asumir el rango de categorías históricas (es decir, práctico-teóricas) en el
momento en que Marx, ocupado en la preparación de la Crítica de la
economía política, comienza a individualizar las bases reales del poder
burgués y la contradicción histórica e incurable que el modo capitalista de
producción esconde en su propio seno.

En este sentido, Marx supera definitivamente cuanto de utópico y moralista


le venía impuesto por la época y por el ambiente político, y en la crítica
radical de las bases del sistema burgués empieza a revalorizar el alcance
revulsivo y revolucionario de algunos aspectos contra los cuales, por el
contrario, se han dirigido los dardos de algunos utopistas y de algunas
sectas socialistas pequeño-burguesas. Sucede que, en una época en que
es muy fácil cargar las culpas de cualquier mal sobre el desarrollo del
maquinismo, Marx comprende cuanto de “revolucionario” hay en la
mecanización del trabajo, contraponiéndose en este plano a :odas las
lamentaciones de tipo ludísta, concordantes con los intereses del mundo
artesano en ruina, pero no con los del proletariado ascendente:

“Lo que caracteriza la división del trabajo en la fábrica mecanizada es


que aquí el trabajo ha perdido cualquier carácter de especialización.
Pero desde el momento en que cualquier desarrollo especial cesa, la
necesidad de universalidad, la tendencia hacia un desarrollo integral
del individuo empieza a dejarse sentir. La fábrica mecanizada cancela
las especializaciones y el idiotismo del oficio”.172

En consecuencia, aquélla aumenta la capacidad técnica y gestionaría del


trabajador.

171
Ibíd, p. 14
172
Ibíd, p. 121-122
109
Roberto Massari

En el Manifiesto173 se toman de nuevo, explicados y desarrollados, los


temas principales que emergen en la polémica con Proudhon, con el
complemento de una problemática que hasta entonces había permanecido
marginada, o bien presente sólo implícitamente en las obras que
caracterizan la transición de Marx al comunismo. Todavía hoy es objeto de
discusión174 el sentido que éste atribuye al concepto de “partido”: ciertamente
no es el que quieren atribuirle los epígonos de Stalin, con objeto de llevar a
cabo una mecánica y apologética transposición del término. Bastaría una
de las primeras frases del Manifiesto –“la organización de los proletarios
en clase y después en partido político”– 175 para demostrar que la
concepción marxiana originaria de la organización política, en cuanto
discutible, intentaba preservar el carácter “de masa” de la asociación
obrera, considerada a su vez como una consecuencia lógica de la
unificación del proletariado en clase y no precisamente de su
fragmentación. En sustancia, para Marx, el partido no es la organización
de los representantes de los intereses del proletariado (fórmula que
debería hacer sonreír a cualquier materialista dotado de... buen sentido),
sino que es la organización de aquellos proletarios que por su propia
actividad práctico- teórica demuestran representar los intereses generales
de la clase y no los intereses propios, corporativos o de secta.

A nuestro juicio, éste es el sentido que hay que atribuir al famoso enigma
marxiano: “Los comunistas no constituyen un partido particular frente a los
demás partidos obreros” –sentido convalidado no sólo en una larga
relación de pasajes y citas, sino en el tipo mismo de actividad desarrollada
por Marx en la Asociación Internacional de Trabajadores. Es, por otra
parte, evidente cómo Marx atribuye un carácter transitorio a tal forma
organizativa, de hecho considerada por él como un instrumento (y no un fin
histórico) de cual se vale el proletariado solamente para los fines de su
propia constitución en clase:

173
Trad. italiana de P. Togliatti, Roma, 1964.
174
Véanse, entre muchos: Y. Bourdet: “Karl Marx et l’autogestione”, en Probleme del
socialismo, n°. 2-3, 1971, págs. 262-72; M. Rubel: Kar! Marx..., pág. 102; M. Löwy: La
Théorie de la révolution..., págs. 137-66; R. Rossanda: “Classe e Partido”, en II Manifiesto,
n°. 4, septiembre de 1969, págs. 41-46; M. Tronti: “II partito como problema”, en
Contrapunto, n°. 2, 1968; la referencia explícita a Marx está en la pág. 310, pero el sentido
general del artículo debe ser entendido también como una polémica contra determinadas
interpretaciones de la teoría marxiana de la organización. Véase también Ernest Mandel
Che co'e la teoría leninista del partito, Roma, 1972.
175
Ibíd., p. 76
110
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“El proletariado se servirá de su supremacía política para sustraer a la


burguesía poco a poco todo el capital, para concentrar todos los
instrumentos de producción en las manos del Estado, es decir, el
proletariado mismo organizado como clase dominante, y ello al
mismo tiempo en que “en el lugar de la vieja sociedad burguesa con
sus clases y sus antagonismos de clase aparece una asociación en la
cual el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre
desarrollo de todos”. 176

Los acontecimientos de 1848 en Francia y de 1848-1849 en Alemania no


hacen sino confirmar las intuiciones y las principales posiciones
desarrolladas por Marx-Engels a finales de 1843. El Llamamiento del
Comité Central de la Liga de los Comunistas 177 (marzo de 1850) se mueve
exactamente en el surco trazado por el Manifiesto de 1848. El propio Marx
recuerda la fuerza con que se había insistido sobre la cuestión de la
autonomía política y organizativa del proletariado, su objetivo de evitar que
la burguesía pueda frustrar sus luchas y su liberación en el momento justo
–como se verificó luego exactamente–. Se insiste, en el Llamamiento, en la
hegemonía del proletariado organizado en forma de asociación “no sólo en
un país, sino en todos los países dominantes del mundo” y se precisa la
articulación de carácter claramente consejista que tales asociaciones
deben asumir en el curso del proceso revolucionario.

“Junto a los nuevos gobiernos oficiales se deben al mismo tiempo


instituir los propios gobiernos revolucionarios obreros, bajo forma de
juntas o Consejos comunales, o mediante círculos y comités obreros,
de manera que los gobiernos democráticos burgueses no sólo
pierdan súbitamente el apoyo de los trabajadores, sino que sean
desde el principio hasta el fin vigilados y amenazados por organismos
dentro de los cuales se halla toda la gran masa de los trabajadores...
para poderse oponer eficazmente a los pequeños burgueses
democráticos es completamente necesario que los obreros estén
organizados y centralizados independientemente, en círculos”. 178

176
Manifiesto, p. 87 y 90; la cursiva es nuestra.
177
En Marx-Engels: Opere Scelte, págs. 361-372.
178
Ibíd., p. 368. La cursiva es nuestra. Se lee en la misma página: “Los obreros deben
intentar organizarse independientemente en guardia proletaria, con cabeza y estado
mayor elegido por ellos, y de ponerse a las órdenes no del poder del Estado, sino de los
Consejos comunales formados por los obreros”.
111
Roberto Massari

Apañe de la intención política, es éste uno de los pasajes más lúcidos y


más actuales de Marx, y no es casual que sea uno de los más ignorados o
liquidados expeditivamente como desviación “jacobina”. Puede, en efecto,
parecer jacobina a quienes extrapolan el pasaje de la concepción general
de la revolución desarrollada por Marx, a pesar del clima de desconfianza
y de no fácil optimismo que rodeaba a la Liga de los Comunistas y lo
quieren leer en clave blanquista (facilitado el hecho aquí por la insistencia
puesta en el Llamamiento sobre la cuestión del armamento proletario) y
más tarde como una incitación para la minoría comunista a romper
cualquier alianza social y proceder rápidamente a la marcha propia hacia
el poder. Para quienes, por el contrario, quieren tomar el verdadero
significado del Llamamiento e inscribirlo en la problemática marxiana de la
autoemancipación obrera y de la gestión directa, como hemos intentado
poner de manifiesto en su desarrollo, no será difícil comprender la
continuidad que une la Introducción de 1843 y el Llamamiento de 1850. La
temática consejista de los círculos y comités obreros que coordinándose a
nivel “por lo menos provincial”, pero también nacional y mundial, constituye
la estructura sostenedora del nuevo Estado proletario, no es ciertamente
un descubrimiento para el Marx de la Miseria de la filosofía; representa una
articulación mejor y una reflexión más profunda sobre los caracteres de la
“asociación” el objeto de liberarla de todas las ambigüedades utopistas o
mutualistas, sean de marca francesa (proudhoniana) o inglesa (owenista).
Y cuando Marx advierte que: “la rápida organización de una unión por lo
menos provincial entre los círculos obreros es uno de los puntos más
importantes para reforzar y desarrollar el partido de los obreros” 179 pone en
práctica las premisas para la solución del problema relativo a la relación
vanguardia-masa, resolviendo en sentido tanto práctico como teórico en
favor de la masa, considerada como soporte de la fuerza y del desarrollo
del partido obrero.

El tema de la gestión directa por parte de los productores en el campo más


propiamente económico se desarrolla por ahora sólo en el sector agrícola,
donde las tierras expropiadas deberán ser “transformadas en colonias de
obreros, cultivadas por los proletarios agrícolas asociados”. La atención
marxiana, como se ve, no se dirige al mundo de los pequeños y medianos
propietarios –para los cuales permanecen válidas las indicaciones
asociativas del movimiento cooperativo de inspiración proudhoniana–, sino
al de los braceros y jornaleros, excluidos de hecho de la participación en la

179
Ibíd., p. 369
112
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

gestión de la pequeña y mediana empresa campesina. El tema, como


veremos, será objeto en la Internacional de uno de los más disputados
debates.

Estos son algunos de los temas principales del Llamamiento sobre los
cuales no nos detenemos porque repiten –aunque en forma más precisa–
aspectos y elementos de la teoría de la autorganización y autogestión
obrera, ya estudiada con anterioridad. Además, el interés específico que
está en el centro de la lectura que proponemos de Marx nos impide
profundizar los temas que éste ha desarrollado a partir de 1850. Tales
temas se refieren sobre todo al análisis crítico del modo de producción
capitalista, sea en la forma de reflexión sobre las grandes tradiciones
teóricas de los economistas clásicos ingleses, sean como análisis
estructural del modo de producción mismo. Junto a los trabajos
preparatorios de El Capital Marx inicia también un trabajo de verificación
de las categorías fundamentales de la llamada “concepción materialista de
la historia”, aplicándola al análisis de algunos acontecimientos
contemporáneos a él y decisivos para el desarrollo sucesivo de las
relaciones entre las clases en el continente europeo. La continuación de la
polémica con las diversas corrientes del movimiento obrero posterior a los
años 40 –que no siempre se vincula a la problemática ampliamente
debatida en el período parisino y bruselense (véase el caso de Lasalle)–
ocupa la energía política de Marx en el decenio que va de 1850 a 1860,
culminando en 1864 con la fundación en Londres de la Asociación
Internacional de los Trabajadores.

Sin embargo, hay un tema que parece conservar una discreta importancia
y cierta continuidad en la reflexión marxiana: es el constituido por el
movimiento cooperativista, como aparece a la luz de la experiencia
completa y a la luz del vivo debate desarrollado en torno a los argumentos.
Marx no permanece extraño al debate, ni podía estarlo si es cierto –como
hemos tratado de demostrar– que el tema de la gestión de la economía por
parte de los trabajadores ha representado uno de sus principales móviles
de reflexión sobre el comunismo. Aunque en la solución de este problema
desciende Marx del conjunto de su aparato conceptual, tratando de
comprender y de poner en evidencia los aspectos económicos, históricos,
políticos, prácticos, etc., del problema, pero sin perder de vista el objetivo
final y la trascendencia real del asunto: él se pregunta, en la práctica, en
qué medida la organización de una red de cooperativas extendidas a los
diversos sectores productivos puede encarnar el ideal de una sociedad

113
Roberto Massari

directa de los trabajadores –es decir, en qué sentido ello favorece el


proceso de disolución de las clases y del Estado y la instauración de un
sistema económico y social fundado sobre la autogestión de los medios de
producción–. Es la misma “globalidad” con que afronta el problema –con el
apoyo evidente de una correcta interpretación del sistema capitalista– lo
que permite a Marx el no caer en la trampa tanto del rechazo como de la
aceptación incondicional del cooperativismo en que cayeron, por el
contrario, tanto los epígonos de los ingenuos “pioneros de Rochdale como
los mutualistas de inspiración proudhoniana o los lassallianos autores de
las cooperativas del Estado”.180

Marx ya se había referido a las alusiones de Proudhon sobre la posibilidad


de instituir una “Banca del pueblo” inspirada en el principio del “crédito
gratuito”181 y con las John Gray sobre la adopción de los “bonos de trabajo”
como medio,de cambio.182 Por otra parte, por su crítica de las ideas sobre
“la organización del trabajo” propagadas por L. Blanc y que éste intentó
vanamente aplicar en el curso de los acontecimientos franceses del 48-49
(con la institución de la “comisión del Luxemburgo”), 183 Marx ha captado el
peligro de que también estos primeros y rudimentarios embriones de una
diversa organización del sistema económico pudieran ser asumidos por la
burguesía.184 El desarrolla, por tanto, a partir de 1850 una crítica radical de
tales ilusiones “reformadoras”, destinadas de hecho a transformarse en
instancias puramente corporativas:

“En parte, él (el proletariado) se abandona a experimentos


doctrinales, bancos de cambio y asociaciones obreras, es decir, a un
movimiento en el que renuncia a transformar el viejo mundo con los
grandes medios colectivos que le son propios, y busca más bien
conseguir la propia emancipación a espaldas de la sociedad, de
manera particular dentro de los límites de sus mezquinas condiciones
de existencia, con lo que va necesariamente al fracaso”.185

180
La polémica con estos últimos será examinada en el curso del análisis de la Crítica al
programa de Gotha. En Rochdale, Inglaterra, se inicia, hacia 1844, una de las primeras
experiencias cooperativistas de inspiración owenista.
181
K. Marx: Miseria de la Filosofía, en particular la polémica con el economista inglés
Bray, págs. 61-68, y carta a Schweitzer en Apéndice, págs. 88-89.
182
John Gray: The social system. A treatise on the principal of exchange, Edimburgo,
1831; citado y criticado por Marx en Para la crítica de la economía política, Roma, 1969,
págs. 64-67
183
K. Marx: La lucha de clases en Francia entre 1848 y 1850, Roma, 1962, págs. 110-11.
184
Véase la campaña reaccionaria desencadenada contra los “talleres nacionales”, es
decir, contra los centros de trabajo instituidos en Francia para resolver el problema de los
empleados, Ibíd., págs. 28-29 y 138-39.
114
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El motivo principal de la oposición originaria de Marx al movimiento


cooperativista está motivada más tarde por su negación a admitir que se
pueda incidir sobre un sistema global de relaciones socialistas de
producción, alterando gradualmente algunos elementos parciales en la
práctica; si la gestión de los obreros no se extiende el conjunto del sistema
económico –valiéndose para ello de sus “grandes medios colectivos”–, ella
se reduce a una ilusoria medida parcial, a un “experimento doctrinario”
destinado a ser reabsorbido en la primera ocasión por el más poderoso
sistema capitalista.

En el libro I de El Capital186 está contenido uno de los primeros signos de la


polémica sobre el movimiento cooperativista. Marx se limita a notar el
estupor de un periódico de la burguesía inglesa ante el hecho de que en
los “experimentos cooperativos”, inspirados en el ejemplo de Rochdale,

“el primer resultado fuera una imprevista disminución en el derroche


de materiales, debido al hecho de que los obreros, sintiéndose
patronos de la fábrica, no tenían ya ningún motivo para derrochar los
materiales, como cuando trabajaban bajo un patrono. Tales juicios se
repiten en 1865, cuando Marx, tomando como base los informes
publicados por las fábricas cooperativas inglesas, afirma que “la
causa del beneficio más elevado eran en todos estos casos una
mayor economía en el empleo del capital constante”.187

Este aspecto, como es notorio, viene especialmente indicado en la


tradición marxista como uno de los elementos de superioridad del modo de
producción socialista sobre el capitalista. Es de notar, por otra parte, que
en la nota citada Marx comenta humorísticamente la sorpresa de la revista
burguesa ante el hecho de que las cooperativas, para obtener sus
sorprendentes resultados, hubieran tenido que prescindir de los capitalistas.

Esto es de hecho, para Marx, una de las principales enseñanzas que la


clase obrera debe obtener en los experimentos cooperativistas:

“Las fábricas cooperativas aportan la prueba de que el capitalista, en


cuanto funcionario de la producción, se ha hecho superfluo”. 188

185
K. Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, Roma, 1964, pág. 60 (la cursiva es
nuestra).
186
K. Marx: El Capital, Ed. Riuniti, Roma, 1964, libro I, pág. 373.
187
El Capital, libro III, pág. 459.
188
Ibíd., p. 457.
115
Roberto Massari

Es decir, ello hace explícito un aspecto del desarrollo monopolista que


Marx ya comprende, aunque embrionario, como una tendencia de fondo
del sistema capitalista:

“La producción capitalista misma ha hecho por sí que el trabajo de


dirección, completamente distinto de la sociedad del capital, vaya por
cuenta suya. Se ha hecho, por consiguiente, inútil que este trabajo de
dirección siga siendo ejercida por el capitalista”, el cual, “en cuanto
tal, sigue siendo únicamente funcionario, y el capitalista desaparece
del proceso de producción como personaje superfluo”. 189

El análisis marxiano de la distinción entre propiedad y gestión efectiva de


la empresa, desarrollado a la luz del proceso de formación por acciones y
en los albores de la transformación del capitalismo industrial en
“financiero”, tiene una enorme importancia, sobre todo por el tipo de
debate que en torno a ello se ha desarrollado posteriormente, hasta las
relativamente más recientes posiciones de Burnham o de otros teóricos del
“capitalismo de organización”. A nosotros nos interesa, por el contrario,
saber por qué introduce Marx en el tema la cuestión del movimiento
cooperativista. De hecho, si la formación de la sociedad por acciones
representa un momento de la desintegración de la propiedad individual y
empresarial, de carácter negativo, la difusión del sistema de la gestión
directa –comprendida análogamente como forma de paso del modo de
producción capitalista “al de asociado”– no representa para el autor de El
Capital la solución positiva. La diversa valoración expresada por Marx en
este contexto está determinada por la óptica diversa con la que él
considera la experiencia cooperativista: ésta se considera como un primer
momento de afirmación de la autonomía obrera en relación con el sistema
económico de la burguesía y, como tal, susceptible de desarrollos positivos
en la dirección de una asunción de responsabilidad cada vez mayor por
parte de los trabajadores. Ello no representa, por tanto, un estadio
determinado y definitivo del proceso de emancipación del proletariado, sino
simplemente el momento del paso de la sociedad capitalista a la
comunista. Está implícito que tal desarrollo, o –como sería más preciso
decir, desarrollo de tránsito– sólo es posible con un cambio general de las
relaciones de fuerza en favor del proletariado. Lo cual no es óbice para
que las cooperativas puedan siempre representar un momento de
maduración política y de adquisición de capacidad gestionaría por parte de
los trabajadores.
189
Ibíd., págs. 457 y 459.
116
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La valoración de la experiencia cooperativa como un primer paso hacia el


régimen de autogestión obrera se ve confirmada y definitivamente aclarada
en un fragmento escrito acaso en 1865, o en cualquier caso antes de que
surgiese la polémica sobre las diferencias con los lassalleanos. En el libro
III de El Capital, discutiendo de la función del crédito en la producción
capitalista, Marx afirma:

“Las fábricas cooperativas de los propios obreros son, dentro de la


vieja forma, el primer signo de ruptura de la vieja forma, si bien
reflejan y deben reflejar, en su organización efectiva, todos los
defectos del sistema vigente. Pero el antagonismo entre capital y
trabajo queda abolido en el interior de aquéllas, aunque se suprima
solamente en el sentido de que los obreros, como asociación, son
capitalistas de sí mismos, es decir, emplean los medios de
producción para la valoración del trabajo propio. Estas fábricas
cooperativas demuestran cómo, en cierto grado de desarrollo de las
fuerzas productivas materiales y de las formas de producción social
correspondientes, se forma y se desarrolla naturalmente de un modo
de producción un nuevo modo de producción”. 190

El tema se profundiza también en el Llamamiento inaugural de 1864,191 en


el que Marx, ofreciendo una definición de carácter general de lo que debe
entenderse por movimiento cooperativista, expone cuáles son los
beneficios y los límites de la experiencia en relación con la misión histórica
del proletariado. Los beneficios consisten sobre todo en la propaganda y
en la afirmación concreta de un principio de fondo: es decir, que el modo
técnico de producción en gran escala, típico del sistema industrial, puede
hacer innecesario, gracias a la aplicación del método cooperativo, la
interferencia patronal. Los límites, por el contrario, los constituyen la
parcialidad y el empirismo que, según Marx, han caracterizado la
experiencia cooperativista, sobre todo debido al hecho de que, dado el
desarrollo monopolístico del sistema capitalista, cualquier empresa –y se
habla aquí de las cooperativas– que acepte la competencia con tales

190
Ibíd., p. 522. La cursiva es nuestra. El concepto de Auto explotación y de valoración de
la fuerza de trabajo propia por parte de los obreros es también denso en cuanto a
sugerencias para comprender la teoría marxiana de la fase de transición, de la cual
hablaremos más adelante, y el sentido que en ella atribuye a la apropiación, y después a la
gestión directa de los medios de producción por parte de los trabajadores.
191
“Manifiesto inaugural y estatutos provisionales de la Asociación Internacional e los
trabajadores”, en Marx-Engels: Opere Scelte, páginas 753-67. La manera en que Marx
llega a redactar el manifiesto de fundación de la I Internacional en St. Martin’s Hall, de
Londres, el 28 de septiembre de 1864 lo sabemos por una de sus cartas a Engels del 4 de
noviembre de 1865, en Marx-Engels: Correspondencia, Roma, 1972, t. IV, págs. 245-49.
117
Roberto Massari

sistemas en el plano más conveniente para éste, será derrotada desde el


comienzo. Sólo apoderándose de “los grandes medios colectivos” citados
en El 18 Brumario, o del “número”, como se indica en el Manifiesto
Inaugural, puede esperar la clase obrera llegar a la instauración de un
sistema de gestión propio. Una relectura del fragmento puede ser útil, en
este punto, para demostrar, sin la menor duda, que la temática de la
autogestión es orgánica dentro del pensamiento de Marx, llegado a un
determinado nivel del propio desarrollo; debe tenerse presente, por otra
parte, que la crítica contenida en la segunda parte del texto respecto a los
límites del cooperativismo tiende a poner de relieve los aspectos del
mismo que contrastan o dificultan directamente una extensión a escala
general de la gestión directa y no hay por ello contradicción con la primera
parte en la cual se afirma la necesidad, para el propietario, de una tal
forma transitoria de gestión:

“Hablamos del movimiento cooperativo, especialmente de las fábricas


cooperativas creadas con los esfuerzos de unos pocos trabajadores
intrépidos sin ayuda de nadie. El valor de estos grandes experimentos
sociales no puede ser sino muy elogiado. Con hechos, en lugar de
con argumentos, estas cooperativas han demostrado que la
producción a gran escala y de acuerdo con las exigencias de la
ciencia moderna, es posible sin la existencia de una clase de
patronos que emplean a una clase de trabajadores; que los medios
de trabajo no tienen necesidad, para dar su fruto, de ser
monopolizados como un instrumento de esclavitud y explotación del
trabajador; y que el trabajo asalariado, como el trabajo del esclavo,
como el trabajo del siervo de la gleba, es solamente trabajo
asociado... Al mismo tiempo, la experiencia del período que va desde
1848 a 1864 ha probado sin lugar a dudas que el trabajo cooperativo,
aunque excelente como principio y útil en la práctica, queda limitado a
las estrecheces de las tentativas ocasionales de obreros aislados, y
por ello no estará en condiciones de contrarrestar el aumento del
monopolio, que crece en progresión geométrica, de liberar a las
masas ni de aliviar de modo sensible el peso de su miseria... Para
salvar a las masas trabajadoras el trabajo cooperativo debe
desarrollarse en dimensiones nacionales y, en consecuencia, debe
ser alimentado con medios de la nación”.192

192
Manifiesto inaugural, op. cit., pág. 759-60. Vale la pena notar que a la luz de este
pasaje la frase con la que se inician los estatutos de la Asociación —“La emancipación
de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”— adquiere un significado
118
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La discusión sobre el movimiento cooperativista no termina, sin embargo,


con el discurso de fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores.
Prosiguen a través de todos los congresos de la Primera Internacional,
implicando más específicamente los temas de las nacionalizaciones, de la
autogestión, etcétera, y culmina de hecho en la experiencia de la Comuna.
En el Congreso de Ginebra de 1866 corresponde a Marx la misión de
reformular en la relación introductoria el problema de la gestión colectiva
por parte de los obreros, añadiendo empero algunos avisos y algunas
diferencias, respecto a las formulaciones precedentes, de notable
importancia:

“Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como una de las


fuerzas transformadoras de la sociedad actual, fundada sobre el
antagonismo de clase. Su gran mérito es el de mostrar en la práctica
que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital,
despótico y pauperizante, se puede sustituir por el sistema
republicano de las asociaciones de productores libres e iguales. El
sistema cooperativo, reducido a su forma minúscula, nacido de las
fuerzas individuales de los esclavos asalariados, no puede, por sí
solo, transformar la sociedad capitalista. Son indispensables cambios
generales para convertir la producción social en un amplio y
armonioso sistema de trabajo cooperativo. Estos cambios no se
producirán nunca sin el empleo de la fuerza organizada de la
sociedad. Recomendamos a los obreros que estimulen la cooperativa
de producción antes que la de consumo, dado que esta última toca
solamente en la superficie al sistema económico actual, mientras que
la otra lo ataca en la base”. 193

De esa experiencia se deduce el aspecto formativo que tiene para la


conciencia obrera, es decir, el modo en que puede abrir la puerta a la
formulación plena de la exigencia “asociativa”. En segundo lugar se
afianza la crítica a las tentativas de afrontar parcial y sectorialmente un
sistema y de las misiones que se configuran cada vez más como
“generales” y “en gran escala”. Se advierte, por otra parte, que la
socialización –es decir, “la conversión de la producción social en un amplio

mucho más preciso y concreto que en el caso de los slogans propagandísticos con que
se suele utilizar. Véase una recopilación de textos marxianos sobre el tema de la
cooperación en Thomas Lowit: “Etudes de marxologie”, en Cahiers de L’ISEA, n°. 129,
1962, págs. 791-98. Véase también Jacques Gans: “Karl Marx et la Coopération”, en
Revue d’Etudes Cooperatives, n°. 47, 1968, páginas 97-108.
193
K. Marx: Obras, Pleiade, París, vol. I, pág. 1.469; trad. italiana en I. Bourdet, art. cit.,
págs. 279, 281.
119
Roberto Massari

y armonioso sistema de trabajo cooperativo”– es posible sólo después del


advenimiento de una transformación más general de la sociedad en su
conjunto, por medio de la acción decisiva de “sus fuerzas organizadas”. De
este modo se sitúa, en antítesis directa de las posiciones lassalleanas, el
problema de la conquista del Estado y de su dirección por parte de los
trabajadores, como el paso decisivo para llegar a la construcción del nuevo
sistema social. Y, en fin, lo que es aún más importante, se recomienda
encaminar tal transformación hacia el sector clave de la economía –el
productivo– y de no caer en la trampa utopista o típica del igualitarismo
pequeño-burgués, creyendo que una reestructuración “más justa” o una
dirección igualitaria de los mecanismos de distribución pueden llegar a
derivar a una transformación radical del sistema, de sus fuentes de
acumulación, de su finalidad, del flujo de las inversiones, etc. Los términos
de “libres e iguales” empleados en la relación están aclarados en el párrafo
e) , cuando se pone en guardia contra los peligros de degeneración
burocrática, afirmando:

“Al objeto de impedir que las sociedades cooperativas degeneren en


sociedades burguesas corrientes (sociedades comanditarias), todo
obrero debe recibir el mismo salario, sea o no asociado”.194

El debate prosigue en los congresos sucesivos. 195 Es evidente que en la


discusión sobre cooperativas un puesto de primera importancia corresponde
a los proudhonianos, presentes en la Asociación Internacional en número
considerable. De hecho son ellos los que en el congreso de Lausana
(1867) plantean el problema de la socialización de los medios de
transporte, suscitando empero entre sus propias filas la oposición de
algunos que, rechazando la parcialidad de las teorías mutualistas, se
declaran decisivamente a favor de una “colectivización y de una gestión
completa de los medios de producción”. 196 Al respecto es interesante ver el
cambio de golpes entre el delegado francés, Longuet, y el líder de los
jóvenes proudhonianos heterodoxos, el belga Cesar de Paepe: el primero
afirma:

194
K. Marx: Obras, pág. 1.470.
195
El primero y segundo congreso son de influencia proudhoniana. En Ginebra, Marx no
comparece (en realidad sólo aparecerá en el congreso de La Haya, 1872: “Yo no he
podido ir ni he querido tampoco, pero he sido el que ha redactado el programa de los
delegados de Londres.” (Carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1864). (N. del T.)
196
Véase B. Nikolaevski-O. Maenchen-Helfen: Karl Marx, págs. 309-310.
120
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“que a propósito de la organización, por parte del Estado, de los


ferrocarriles, canales, minas y servicios públicos, está claro que estos
servicios no serán administrados por funcionarios del Estado, sino
construidos, desarrollados y administrados por compañías obreras
que se comprometerán a asegurar los servicios a los precios de
costo, sin pretender obtener beneficios; es decir, quedarán sometidos
al principio general del mutualismo”.197

El segundo, por el contrario, y a él corresponde en gran parte el triunfo del


colectivismo en el interior de la Internacional, se declara de hecho por la
posición de Marx en lo que respecta a la extensión del proceso de
socialización y rebate al delegado de Caen diciendo que:

“la sola diferencia entre la teoría de Loguet y la suya propia está en


que Longuet acepta la colectividad para el subsuelo, los ferrocarriles
y los canales, en tanto que él quiere extenderla a todo el suelo”. 198

En el congreso de Bruselas del año siguiente corresponde también a De


Paepe situar la discusión en sus términos reales sobre la gestión de la
hacienda agrícola expropiada, recordando cuáles son los riesgos implícitos
en la restricción del sector colectivo al mundo real, es decir, en el rechazo
a extender el proceso de socialización y de gestión directa al resto de la
sociedad; propone, por tanto, la atribución de la propiedad territorial a las
“asociaciones agrícolas libres e independientes, reconociendo a tal
sistema las siguientes ventajas:

“1. Pone el trabajador agrícola, copropietario de una gran hacienda


rural, en las mismas condiciones en que, en la nueva sociedad, se
desenvolverán los trabajadores de la industria, copropietarios de la
fábrica o de la oficina.

”2. Sustrae a la asociación a cualquier influencia del Estado o del


poder comunal, influencia que podría ser fuente de privilegio o de
despotismo”.199

197
Las citas pertenecen a la compilación de documentos sobre la I Internacional a cargo
de Jacques Freymond, ed. Droz, Ginebra, 1962. Traducción castellana, Ed. Zero, Bilbao.
198
Las citas pertenecen a la compilación de documentos sobre la I Internacional a cargo
de Jacques Freymond, ed. Droz, Ginebra, 1962. Traducción castellana, Ed. Zero, Bilbao.
199
Véase Michel Raptis: “La Premidre Internationale sur l'autogestion”, en Autogestión,
n°, 5, 6, 1968, p. 194.
121
Roberto Massari

El congreso, sin embargo, se pronunciará a favor de una atribución de la


propiedad (agrícola, minera y de los transportes) al Estado como
representante de la nueva comunidad social y por una gestión directa de
tales haciendas por parte de las:

“compañías de mineros, ferroviarios, trabajadores agrícolas, etc.: el


problema suscitado por De Paepe respecto a la posible degeneración
burocrática de una forma sectorializada de autogestión se deja de
lado”.200

En el debate sobre el colectivismo y la socialización Marx participaba sólo


hacia el final. El consideraba a este respecto que “era prematuro tomar
decisiones de orden general”.201 Pero ante una disidencia que amenazaba
ya con desunir las filas de la Internacional no puede menos que intervenir.
El congreso de Basilea (5-12 de septiembre de 1869) se reúne teniendo en
el orden del día la “cuestión agraria”: las tesis fueron preparadas por Marx
y en ellas se afirma –con 54 votos a favor– el principio de la apropiación de
la tierra y de su gestión colectiva por parte de la sociedad. Este principio
permanecerá intangible durante más de treinta años en el movimiento
obrero europeo.

El congreso siguiente hubiera debido celebrarse en París en 1870. En


realidad los acontecimientos inherentes a la guerra francoprusiana –
especialmente la experiencia de la Comuna– no sólo impedirá el desarrollo
de tal congreso, sino que tendrá una influencia decisiva sobre el destino de
la Internacional, acelerándose de hecho la disolución.

Marx, que había recibido de la Internacional el encargo de redactar un


manifiesto de solidaridad con la Comuna –La primera república de los
trabajadores–, conseguirá solamente a pocas jornadas del sangriento
epílogo hacer llegar a las diversas secciones el famoso Llamamiento, más
200
Véase también la descripción de los debates en Mehring: “Por el contrario, los
proudhonianos fueron completamente derrotados sobre la "cuestión de la propiedad";
respecto a la propuesta de De Paepe, se aprobó una importante solución acompañada
de una moción particularizada, que afirmaba que en una sociedad bien organizada, las
canteras de piedra, el carbón fósil y todas las demás minas y ferrocarriles deben
pertenecer a la colectividad, es decir, al nuevo Estado sometido a la ley de la justicia, y
que ahora debían ser confiadas a grupos de obreros, con las necesarias garantías para
la colectividad. El terreno agrícola y los bosques deben ser igualmente transformados en
propiedad colectiva del Estado, y confiadas con las mismas garantías a la sociedad
agrícola. En fin, los canales, las grandes rutas, los telégrafos y, en suma, todos los
medios de comunicación deben ser propiedad colectiva de la sociedad. No obstante su
violenta protesta contra este "comunismo grosero", los franceses conseguirán sólo
obtener que la cuestión sea examinada de nuevo en el próximo congreso, para el cual se
designa la ciudad de Basilea.” Vida de Marx, pág. 402.
201
Véase Nikolaevskij-O. Maenchen-Helfens, op. cit., p. 310.
122
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

conocido por La guerra civil en Francia. 202 No es éste el lugar adecuado


para llevar a cabo un profundo estudio de la experiencia de la Comuna –
primer ejemplo de gobierno obrero y popular en la Historia–. Por otra parte,
cuanto de relevante hubo en tal experiencia ya fue puesto de relieve por
Marx; la interpretación marxiana tiene para nosotros un doble valor, por un
lado, como nexo fundamental para la comprensión de la teoría marxiana
de la autogestión, y por otro, como juicio histórico sobre el alcance y sus
límites de semejante primera experiencia autogestionaria. 203

En el tercer capítulo del Llamamiento Marx afronta el problema del poder


obrero a la luz de la teoría crítica del Estado y de la representación política
que ya le hemos visto desarrollar en los primeros años de su actividad
intelectual, cuando el carácter despótico y alienante del poder estatal
burgués ya quedaba puesto en evidencia sobre la base de una simple
crítica “radical” a Hegel. El Estado se desarrolla, según el análisis de Marx,
en cuanto instrumento centralizado de represión: es más bien su propio
origen –que ha de buscarse en el régimen de la monarquía absoluta– lo
que le confiere el carácter dictatorial destinado a articularse en sus
órganos fundamentales, como el ejército permanente, la policía, la
burocracia, el clero y la magistratura.

La emancipación social del proletariado en el estado de dominación y de


explotación a que le somete el régimen burgués debe pasar, por tanto, a
través de la destrucción del poder político sobre el cual se funda tal
régimen:

“Pero la clase obrera –prosigue el Llamamiento– no puede poner


simplemente la mano sobre la máquina del Estado rápida y
fácilmente, y ponerla en movimiento para sus propios fines”. 204

En este sentido, según Marx, la sustitución de la vieja máquina estatal con


la nueva forma organizativa –El autogobierno de los productores (pág.
64)– corresponde exactamente a los fines de clase hacia los cuales tal
autogobierno está encaminado. Por esta razón, “el dominio de los
productores no puede coexistir con la perpetuación de su sometimiento
social”, mientras “las simples medidas aprobadas por ella (la Comuna)
pueden solamente expresar la tendencia a un gobierno del pueblo por el
pueblo” (pág. 72).

202
K. Marx: La Guerre civile in Francia, Roma, 1970. El Manifiesto, redactado en
Londres, lleva fecha de 30 de mayo de 1871.
203
K. Marx: Scritti sulla Comune di Parigi, Roma, 1972.
204
Ibíd, p. 59-60.
123
Roberto Massari

El hecho de que Marx utilice indiferentemente la expresión de “autogobierno


de los productores” y “gobierno de la clase obrera” nos hace comprender
claramente cuál es la concepción de la forma político-organizativa que
debería haber asumido la dictadura del proletariado el día que, como en el
caso de la Comuna, los trabajadores empezaron a tener una experiencia
de autogestión centralizada a nivel económico y político. Lo que sigue
aclara el pensamiento de Marx:

“La Comuna estaba compuesta por consejeros municipales, elegidos


por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad, y eran
responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus
miembros era, naturalmente, obreros o representantes reconocidos
de la clase obrera... Desde los miembros de la Comuna para abajo,
todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos
con salarios de obreros... Los magistrados y los jueces debían ser
electivos, responsables y revocables como todos los demás
funcionarios públicos...; el viejo gobierno centralizado tendría que
ceder su puesto también en las provincias al autogobierno de los
productores...; en los distritos rurales el ejército permanente debía ser
sustituido por una milicia nacional, con un período de servicio
extremadamente corto”.205

La adhesión de Marx a la forma organizativa asumida por la Comuna, o


por lo menos a la estructura que habrían debido conferirle sus animadores
–como aparece en sus pocos pero fundamentales decretos–, es
indiscutible. La perplejidad que Marx expresará a Dómela Nieuwenhuis en
1881 tiene fundamentalmente relación con cuestiones de táctica y de
oportunidad, pero no ciertamente con lo sustancial de las iniciativas
tomadas por los comuneros en el campo social. El consenso de Marx se
extiende también a las simples medidas adoptadas por el gobierno
revolucionario, entre las cuales viene citada la famosa circular del 16 de
abril, con la cual se transmitía “a las asociaciones obreras, bajo reserva de
indemnización, todas las fábricas y los talleres cerrados, tanto si los
respectivos capitalistas eran fugitivos como si habían preferido suspender
el trabajo”.206

205
La Guerre civile..., págs. 63-64; la cursiva es nuestra
206
Ibíd., págs. 72-73- Véase también el juicio de Engels contenido en la «Introducción» de
1891 a La guerra civil en Francia: “El 16 de abril la Comuna ordenó una relación estadística
de fábricas que los patronos habían cerrado y la elaboración de proyectos para la apertura
de las mismas por los obreros que hasta entonces se ocupaban de ellas, reunidos en
sociedad cooperativa, para la reunión de las cooperativas en una gran organización... El
decreto de mayor alcance de la Comuna ordenaba una organización de la gran industria e
124
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otra parte, ante las tentativas –pasadas y probablemente futuras –de
limitar el empuje radical de la “única clase capaz de iniciativas sociales”
(pág. 69), en los ensayos de cooperativismo subalterno o de la
participación controlada, Marx hace en el curso del Llamamiento una clara
distinción entre la concepción reformista pequeño-burguesa del
cooperativismo –la concepción de los apóstoles frenadores y bulliciosos
del cooperativismo– y la teoría de la autogestión obrera, entendida como el
proceso a través del cual el proletariado crea los propios organismos de
control, sea sobre la nueva forma asumida por el poder político, sea sobre
las bases económicas y sociales de tal poder:

“Si la producción cooperativa no debe quedarse en una ficción y en


un engaño; si ella debe sustituir al régimen capitalista; si las
asociaciones cooperativas unidas deben regular la producción
nacional de acuerdo con un plan común, tomándola bajo su control y
poniendo de este modo fin a la anarquía constante y a las
convulsiones periódicas que son la suerte inevitable de la producción
capitalista, ¿qué cosa es esto, señores, sino comunismo, comunismo
posible?”.207

Estructura asociativa, planificación, control y gestión directa se convierten


así, para Marx, en los ejes de apoyo del proceso que, definido como
“comunismo”, compendia en realidad la elaboración filosófica, económica,
histórica y política desarrollada por él durante treinta años en torno al
problema de la autoemancipación humana y de la gestión obrera de la
sociedad. Sobre la base de estas consideraciones creemos disponer ya en
lo sucesivo de elementos suficientes para poder examinar la última gran
contribución prevista por Marx a la problemática de la fase de transición y
de la autorganización obrera, contenida en Glosas marginales al programa
del partido obrero alem á n . 2 0 8

incluso de las manufacturas, las cuales no debían fundarce solamente sobre la asociación
de los obreros de cada fábrica, sino que debía también reunir en una gran sociedad todas
esas fábricas; en resumen, una organización que, como justamente dice Marx en La guerra
civil, debía llevar finalmente al comunismo.” (Ibíd., págs 14-18.) Véase también A. Decouflé:
“La Commune de París et le probléme des biens vacants”, en Autogestión, n°. 5-6, 1968,
págs. 196-208. En el apéndice ofrecemos una traducción de la circular del 16 de abril. Para
ulteriores noticias respecto al debate y a la actividad de la Comuna se puede ver la
reimpresión de la compilación publicada en 1871: Les 31 sé anees Officielles de la
Comune de París, París 1970. La noticia de la presentación del decreto por parte del
ciudadano Avrial y de la votación está en la p. 37.
207
La Guerre civile, p. 68; la cursiva es nuestra.
208
K. Marx: Crítica al programa de Gotha, introd. de A. Illuminati, Roma, 1968. Para un
encuadramiento histórico del congreso de reunificación de las dos tendencias
(lassalleana y eisenachiana) de la socialdemocracia alemana, véase –a pesar de la
esencial incomprensión de la teoría marxiana– F. Mehring: Storia della socialdemocrazia
125
Roberto Massari

La intervención de Marx en el debate abierto con ocasión del congreso de


Gotha –en el cual se gestaron las bases de la reunificación entre las dos
ramas de la socialdemocracia alemana, tras la promulgación de un
programa de compromiso– representa el vértice (en sentido teórico, pero
también cronológico) de la elaboración marxiana en torno a la problemática
de la construcción del socialismo y de la fase de transición. En Glosas
aparecen sintéticamente los puntos esenciales de la teoría marxiana del
valor-trabajo, la crítica del Estado y la inevitabilidad de la ruptura
revolucionaria para la instauración de la sociedad “colectivista”. Sin
embargo, aparte de los temas ya desarrollados en obras anteriores,
aparece también aprovechada la oportunidad para, por un lado, poner fin a
la vieja polémica que había atraído la atención de Marx por espacio de
años –la mantenida con el difunto Lasalle y sus seguidores–, y por otro,
para expresar, en términos generales, pero inequívocos, la más completa
definición de la fase de transición al socialismo y de la forma de gestión
que deberá asumir la sociedad dirigida por los trabajadores.

Marx rechaza sobre todo cualquier concepción utopista de tal tránsito,


recordando que la “iniciativa social” del proletariado no empieza a
ejercitarse en el ámbito de la estructura nacida bajo su impulso y que le es
congénita, sino sobre la base de un sistema no sólo desarrollado en
cuanto burgués, sino llegado también al máximo de las propias
contradicciones. Es evidente que más tarde, en la nueva sociedad de los
trabajadores, tal como se presenta al día siguiente de la ruptura
revolucionaria, no podrá ser abolida integralmente la ley del valor; ésta
continuará ejerciendo la misma influencia en el curso de la fase de
transición en un sector particular, pero siempre importante, del sistema
económico: el de la distribución. De hecho, en tal sector continuará vigente
el cambio de valores iguales, como criterio fundamental de la retribución.
Aunque la sustitución de la moneda con los bonos de trabajo no podrá
eliminar el carácter burgués de tal forma retributiva, desde el momento que
el “derecho igual” continúa siendo –según el principio– el derecho burgués,
aunque principio y praxis ya no están en contradicción, mientras el cambio
de los equivalentes en el cambio de las mercancías existe solamente en el
término medio, no para el caso del “individuo sólo”. 209 El aspecto formal de
la igualdad conservado por esta especie de instituciones burguesas, desde
tedesca, vol. II, y también Vita di Marx, cit., págs. 505-12.
209
Ibíd., págs. 37-38. Para una discusión sobre la validez limitada de la ley del valor en
una sociedad de transición y en general sobre la idea expresada por Marx en la Crítica al
programa de Gotha, véase Michel Pablo: Dictadure du Prolétariat, démocratie,
socialisme, París, 1958, especialmente págs. 13 y sigs.
126
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

el momento en que dicha igualdad continuará siendo aplicada –durante


toda una fase– a los individuos, a sujetos sociales, todavía marcados por
la desigualdad, sea ésta de carácter natural, sea, por el contrario, una
herencia del sistema capitalista. A Marx no se le escapa, además, la
posibilidad de que se desarrolle un tercer tipo de desigualdad en el interior
de la sociedad de transición, ni natural ni capitalista, sino original y
determinada por la cristalización de nuevas formas de privilegios. Casi
incidentalmente pone de hecho el acento en una posible solución para la
lucha contra lo que hoy definiríamos como poder burocrático, diciendo que
tales inconvenientes se podrían remediar con un derecho todavía más
desigual (entendiendo por esto una distribución de las ventajas y de las
oportunidades inversamente proporcionales al estado de miseria y de
retraso de los individuos). Tocará a la historia futura de los Estados en que
se verá eliminado el poder de la burguesía demostrar la importancia y
previsión de la preocupación marxiana por la supervivencia de las
desigualdades en la sociedad de transición y por los peligros de
degeneración contenidas en tal supervivencia. Por ahora, sin embargo, no
se puede hablar de otra cosa que de intuición accidental, por parte de
Marx, de la necesidad, de que el proceso de transformación de los
contenidos y de los fines de tal gestión: la progresiva afirmación de
principios igualitarios también no puede, más tarde, dejar de aparecerse a
Marx como el principal entre los elementos que caracterizan la
construcción del socialismo.

Puede asimismo parecer, tras una primera y superficial lectura de las


glosas que el juvenil optimismo, reprochado por Ruge a Marx en los
últimos meses de su amistad, se haya transformado con los años en un
negro pesimismo: la revolución como proceso de lenta construcción o
reconstrucción, la permanencia del derecho burgués (sea puramente en
forma limitada), la desaparición gradual (y no inmediata o automática) de
las instituciones autoritarias, la distinción entre una fase “inferior” y una
más avanzada del comunismo, son todos ellos temas que tomados
aisladamente pueden hacer creer en un replanteamiento por parte de
Marx, no sólo en lo que respecta a la “actualidad de la revolución” (para
citar a Lenin), sino francamente en lo que atañe a la capacidad real por
parte del proletariado para romper definitivamente con la forma económico-
social dominante y para reorganizar la sociedad según principios propios.
Lo que escapa a una lectura de este tipo es el hecho de que el carácter
autogestionario de la dictadura proletaria se demuestra, según Marx, no a

127
Roberto Massari

partir de los aspectos aislados del proceso colectivo, para después llegar a
alcanzar el conjunto de las relaciones sociales de producción, sino
exactamente en sentido opuesto. La gestión directa por parte de los
trabajadores debe iniciarse en el conjunto de tales relaciones, en el cuadro
general en que se sitúa la organización del trabajo, para luego penetrar
todas sus articulaciones concretas. Es el control sobre las palancas
generales de la organización productiva que permite al proletariado darse
una organización estatal alternativa (es decir, fundada en los consejos),
regular la producción sirviéndose de las más modernas técnicas de la
planificación, dirigir el flujo de las inversiones en un sentido tal que permita
la generalización de la abundancia sin la cual cualquier discurso sobre la
igualdad retributiva es una pura enunciación teórica.

Por otra parte, son éstos algunos de los elementos que Marx ya había
formulado en el Manifiesto inaugural de 1864, cuando consideraba la
necesidad de una extinción del cooperativismo a escala nacional, antes de
que una medida semejante pudiera caracterizarse sucesivamente como
socialista.

Y es a la luz de esta definición más madura de las características de la


dictadura proletaria que adquiere sentido también el texto sobre la
autoexplotación de los proletarios, aludido en el libro III de El Capital. La
aceptación de una desigualdad temporal, la sumisión de las exigencias
productivas y racionalizadoras de la nueva organización económica tiene
el significado para los obreros de una “valorización del propio trabajo” 210
solamente en la medida en que ellos pueden controlar la finalidad a que se
encamina tal valorización.

Marx enuncia alguna de estas finalidades: ellas representan los objetivos


comunistas verdaderos y propios, distintos en lo sucesivo de las
reivindicaciones “democráticas” y transitorias consideradas por él
indispensables –hasta el final de sus días– para mantener una dinámica
revolucionaria.

La “fase más avanzada de la sociedad comunista” 211 está caracterizada en


Marx por la eliminación de la división social del trabajo (del contraste entre
el trabajo intelectual y manual, del carácter placentero que asume tal
210
El Capital, libro III, p. 522.
211
Crítica al programa de Gotha, p. 38; conceptos análogos se expresan en una cana de
Engels a Bebel, 18 de marzo de 1875, en la cual no sólo se afirma la necesidad de
hablar como mínimo de “administración por parte del pueblo” en el curso de la fase de
transición, sino que pone también de relieve la relación directa que debe existir entre tal
fase y la disolución de cualquier forma estatal. Opere Scelte, págs. 983-984.
128
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

trabajo, del desarrollo polivalente de los individuos, del pleno desarrollo de


las fuerzas colectivas, de la generalización del régimen de la abundancia,
desaparición total de las normas jurídicas y las instituciones burguesas).

“A nosotros se nos plantea este problema: ¿qué transformación


sufrirá el Estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones
sociales subsistirán de las que son actualmente funciones del
Estado”.212

En la fase superior de la sociedad comunista, la respuesta es simple:


ninguna. En la fase inferior, sin embargo, la clase obrera tiene necesidad
de instrumentos, de instituciones que en un cierto sentido le permita
ejercitar el propio control de todos los aspectos de la vida social –además,
obviamente, la necesidad de mantener las milicias, los tribunales, la
policía, etc., para defenderse de los golpes de la contrarrevolución interna
o internacional–. Marx niega que el ejercicio de tales funciones depende de
la existencia de la organización política de la cual los obreros se hayan
servido en el comienzo de la propia actividad revolucionaria (pág. 43): en
realidad nosotros sabemos por el Manifiesto de 1850 que para Marx la
estructura específica por medio de la cual los obreros ejercitan las propias
funciones de control es la de los “comités” y la de los “círculos”
coordinados a escala nacional. Es, en sustancia, a la luz de este ejercicio
del poder de control sobre las actividades sociales por parte del
proletariado que se puede establecer el sentido revolucionario o regresivo
de las medidas adoptadas en el período de transición al comunismo: para
el Marx de las Glosas no hay duda de que la gestión no solamente de la
sociedad comunista, sino también de la estructura en la cual se configura
la sociedad de transición, debe ser obra del proletariado organizado en
“círculos” y “comités”, es decir, que es extraña al pensamiento marxiano
cualquier concesión de una delegación de poderes a representantes
(políticos o tecnocráticos) de la clase obrera misma.

Del mismo modo, es completamente extraño al pensamiento marxiano la


idea, de origen claramente lassalliano, de que la extensión del sistema
cooperativo o autogestionario al conjunto del proceso de producción puede
ser favorecido de un modo u otro por el Estado u otras instituciones
burguesas. Lasalle había sostenido en el pasado que el problema de la
supervivencia de las cooperativas en el ámbito del régimen de
concurrencia capitalista se puede resolver con la concesión de créditos por

212
Ibíd., p. 48
129
Roberto Massari

parte del Estado. Esta hipótesis, tomada de nuevo del Programa de Gotha,
es violentamente atacada por Marx, que no duda en reconocer en ello
cualquier peligro de degeneración reformista del movimiento cooperativo
tantas veces denunciado.

“El hecho de que los obreros quieran crear las condiciones de la


producción colectiva a escala social, y antes que nada en sus países,
aunque a escala nacional, significa simplemente que trabajan en la
transformación de las actuales condiciones de producción y no tienen
ningún punto de contacto con la fundación de la sociedad colectiva
protegida por el Estado. Pero en lo que respecta a la actual sociedad
cooperativa, ésta tiene valor solamente en tanto que creaciones
obreras independientes, no protegidas ni por gobiernos ni por la
burguesía”.213

Creemos haber demostrado suficientemente la continuidad que ofrece la


reflexión del joven Marx sobre la problemática de la autoemancipación, la
formulación más concreta que tal problema asume en el curso de la
elaboración marxiana más madura: la autogestión de los productores
asociados, entendida como control y participación directa de los
trabajadores sobre el conjunto de la actividad económica y social, es la
forma que deberá distinguir a la sociedad comunista de todas las
precedentes sociedades de clase o de las caricaturas utopistas del siglo
XIX. No podemos ciertamente afirmar que tal temática haya sido esbozada
completamente por parte de Marx –un hombre remiso, por convicción
teórica, a las disertaciones sobre características de la futura sociedad
postcapitalista. Podemos empero afirmar, tras la conclusión de nuestra
lectura de los principales textos marxianos, que de cualquier modo el autor
de El Capital ha considerado necesario el deber de especificar la posible
relación existente entre la acción concreta del proletariado y los fines
históricos perseguidos por éste; él ha intentado siempre hacer resaltar el
carácter revolucionario de todas las instancias organizativas en las que los
trabajadores pueden expresarse y actuar autónomamente.

La autonomía obrera constituye, por tanto, la mediación dialéctica entre la


toma de conciencia individual de la necesidad de luchar por la propia
emancipación y el sistema social en el que tal emancipación, en cuanto a
exigencia colectiva de la mayoría de la población, se hace posible.
Autogestión en lo sucesivo equivale, para Marx, a acción consciente por

213
Ibíd., p.. 47. La cursiva es nuestra.
130
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

parte de los sujetos asociados, sobre los datos objetivos de la propia


existencia social. Incluso antes que a la gestión y a la organización del
mecanismo empresarial, ella equivale a la construcción y posición de
aquella estructura (obreras y populares) que sustituyendo al Estado
político de origen liberal, burgués, podrá finalmente dirigir el proceso de
producción hacia fines sociales y no ya privados o corporativos. Que tal
forma de gestión se deba concretar en una descentralización de las
decisiones empresariales, o en una centralización de los instrumentos y de
los datos de los planes, o en una combinación de ambos, son problemas
insolubles abstractamente en el interior de la teoría elaborada por Marx.
Sólo un análisis de las condiciones específicas en el que adviene la
transición al socialismo podrá determinar la solución de éstos y otros
problemas que ciertamente –según la interpretación que nosotros damos
del pensamiento marxiano– aparecen sin duda menos insuperables
cuando al “Estado político” de la burguesía sustituya la estructura
consejista de la “libre asociación de los productores”. Esto, por lo menos,
es lo que declara el propio Marx en un célebre pasaje de las Glosas:

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista está el período


de la transformación revolucionaria de la una a la otra. A ello
corresponde también un período político de transición, cuyo estado no
puede ser otro que la “dictadura revolucionaria del proletariado”. 214
214
Ibíd, pág. 49. Queremos añadir a modo de conclusión otras dos citaciones de la obra de
Marx que parecen significativas, aunque sean indirectas, en relación a la problemática de
la autoemancipación, que en cierto sentido completan el cuadro teórico que hemos
intentado reconstruir. La primera se trata de una cana circular de Marx-Engels a Bebel y a
los otros dirigentes de Lipsia (septiembre de 1879); en ella, los dos amigos, ponderando el
mérito de algunos artículos publicados en el órgano del partido obrero alemán, afirman, con
la vivencia que había caracterizado precedentemente la crítica al programa de Gotha, la
necesidad de defender la autonomía obrera contra cualquier forma de instrumentalización:
“Nosotros hemos formulado, en el momento de la creación de la Internacional, el lema de
nuestra batalla: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.
No podíamos, por tanto, proceder junto a gente que declara abiertamente que los obreros
son demasiados incultos para liberarse por sí mismos, que deben ser liberados desde lo
alto, es decir, por parte de alguna grande y pequeña filantrópica burguesía.” (Publicado por
primera vez en 1931 en la revista Die kommnunistische Internationale.) Algunos pasajes
han sido traducidos en francés por N. Rubel: Pages choisies pour une etique socialiste,
1948, págs. 231-35; la mención de la carta está en Marx-Engels: Carteggio, t. VI, pág. 304
(Engels a Marx, 9 de septiembre de 1879). La segunda tiene un valor más por el sentido
implícito que por los términos específicos; nos referimos al “Cuestionario” compilado por
Marx para una encuesta obrera, encaminada a fijar las condiciones reales de existencia del
proletariado francés y su grado de autoconciencia. Aunque toda la encuesta se
encaminaba al fin práctico de inducir a los obreros a plantearse los problemas “radicales”
sobre la organización del trabajo en las fábricas, aquí, sin embargo, las preguntas precisas
indican claramente el tipo de problemas que, entre otros, estaban en el centro de la
atención de Marx: “Pág. 82. ¿Existen leyes de resistencia en su oficio y cómo están
organizados? Pág. 95. ¿Existen en su fábrica y en su oficio sociedades de socorros mutuos
para los casos de accidentes, enfermedad, muerte, incapacidad temporal en el trabajo,
vejez, etc.? Pág. 198. ¿Existe sociedad cooperativa en su oficio? ¿Cómo está dirigida?
131
Roberto Massari

Apéndice
Circular de la Comuna de París sobre la requisa de fábricas cerradas
o temporalmente abandonadas:

La Comuna de París,

Considerando que una cantidad de fábricas han sido abandonadas por


algunos de sus directores, con objeto de rehuir obligaciones cívicas, y sin
tener en cuenta los intereses de los trabajadores; considerando que
después de este vil abandono se han visto interrumpidas esenciales
actividades para la vida comunal y comprometida la existencia misma de
los trabajadores, decreta:

Las Cámaras obreras sindicales son convocadas a fin de tomar una


comisión de encuesta que tendrá como objetivo:

1. Redactar una relación de las fábricas abandonadas, junto a un


inventario preciso del estado en que se encuentran y de
instrumentos de trabajo que contienen.

2. Presentar una relación que establezca las condiciones prácticas


para una rápida puesta en función de tales fábricas, no ya por
parte de los desertores que las han abandonado, sino por parte de
las asociaciones cooperativas de trabajadores que las han
ocupado.

3. Elaborar un proyecto de constitución de tales sociedades


cooperativas obreras.

4. Constituir un jurado arbitral que establezca, al regreso de los


citados patronos, las condiciones para la cesión definitiva de la
fábrica a la sociedad obrera y el importe de la indemnización que
la sociedad deberá pagar a los patronos.

Esta comisión de encuestas deberá dirigir la propia relación a la comisión


comunal del trabajo y del cambio, que a su vez deberá presentar a la
Comuna, en el tiempo más breve posible, el proyecto de decreto
correspondiente a los intereses de la Comuna y de los trabajadores.

París, 16 de abril de 1871


Pág. 99. ¿Existen en su oficio fábricas en las que las retribuciones de los obreros estén
pagadas en parte en concepto de salario y en parte en concepto de copanicipación en los
beneficios?” El “Cuestionario” fue publicado anónimamente en la Revue Sacialiste del 20
de abril de 1880. La trad italiana está en Quaderni rossi, n°. 5, 1965. págs. 24-30. La
paternidad de Marx en este trabajo está comprobada por una cana suya a Sorge del 5 de
noviembre de 1880.
132
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

CAPÍTULO 4
LA CONCEPCIÓN ANARCOSINDICALISTA
DE LA AUTOGESTIÓN

Tanto Proudhon como Marx habían intentado resolver el problema de una


gestión alternativa más racional de la organización económica y de la vida
social. Ambos se habían propuesto hallar una respuesta al problema de
fondo que el desarrollo de la industria y la transformación de las viejas
estructuras económicas y políticas anteriores a los años cuarenta
suscitaba en las filas del naciente movimiento obrero o en los más
restringidos círculos de vanguardia. Ya hemos visto cómo no fueron ellos
los únicos en afrontar semejante problemática, pero cómo se hicieron, por
el contrario, intérpretes de una preocupación ampliamente difundida en los
ambientes políticos y radicales de la época respecto al futuro de la
organización social capitalista. Con esto, obviamente, no queremos decir
que ellos hayan sido los primeros en interrogarse sobre las salidas de tal
sistema: queremos sólo afirmar que la reflexión sobre la posibilidad de una
gestión alternativa de la organización económica y social, dirigida desde el
punto de vista de la clase trabajadora, adquiere un valor científico (y en
particular un carácter efectivamente sistemático) sólo en el momento en
que, en la obra de los dos autores citados, la utopía “libertaria” heredada
del siglo de las luces empieza a encarnarse en una teoría de la revolución
y de la autogestión productiva. Tanto Proudhon como Marx intentarán dar
una forma concreta a tal utopía, liberándola y penetrando hasta el
fundamento real en la misma organización capitalista del trabajo.

La reflexión sobre las contradicciones estructurales y coyunturales que el


difícil ajuste de la primera revolución industrial dejaba planteado podía, por
estas mismas razones, ser enfocado por lo menos desde dos puntos de
vista. El de la realización empresarial y el de la racionalización social
(entendiendo por este último la búsqueda de una forma de existencia
societaria en la cual las relaciones sociales de producción no constituyen
ya un obstáculo para la explotación integral de los recursos y de la
potencialidad implícita en el desarrollo de la fuerza productiva). Hoy no es
difícil comprender, a la luz de la experiencia histórica sucesiva, cómo los
dos puntos de vista han podido a veces coincidir, llegando directamente a
postular, según un viejo principio santsimoniano, el acuerdo entre patronos
y obreros, en vista de la unificación de un interés común.

133
Roberto Massari

El hecho mismo de que se considerase necesario atribuir al proletariado un


papel dominante en el proceso de la “revolución constructiva”, e incluso
antes de que aquél pudiese demostrar la mínima prueba de su capacidad,
puede ayudar a comprender la dificultad de la misión que asumieron
hombres como Proudhon, Marx, L. Blanc, Bakunin, etc.

Las contradicciones, los rodeos, los nuevos planteamientos que en


diferente medida se encuentran en cada uno de ellos, como en otros
teóricos de la “nueva organización social”, son en parte el reflejo de la
ambigüedad y de la ambivalencia que puede haber caracterizado el
resultado de su investigación, es decir, del uso que una clase o la otra
podía hacer, según los casos, de la necesidad y de las relaciones de
fuerza históricamente dadas. Si cuanto queda dicho es cierto para Marx,
que antes de sucumbir a una interpretación groseramente mecanicista y
dogmática ha tenido el honor de ser considerado como una de las más
altas expresiones del evolucionismo positivista de finales de siglo, lo es
todavía más para Proudhon.

Según los casos, ha sido considerado como el padre espiritual del


mutualismo, del federalismo, del cooperativismo, del colectivismo, del
anarquismo, del comunismo libertario, del anarco-sindicalismo, del
sindicalismo revolucionario, además de todas las corrientes de más
reciente formación, que al definirse “autogestionarias” contraponen una
teoría “autoritaria” de la autogestión (de origen sin duda marxiano) a una
“libertaria” de inspiración proudhoniana. Sin embargo, aunque la
arbitrariedad de una caracterización semejante aparece evidente ante una
simple lectura de los textos, no se puede negar que en Proudhon y en
Marx hemos captado dos diversas concepciones de la autogestión y, en
general, dos diversas maneras de entender la lucha de clases y el proceso
de emancipación del proletariado. Podremos más bien decir que la primera
gran división en las filas del movimiento obrero occidental se puede fijar en
los inicios de la polémica entre marxistas y proudhonianos 215; es decir,
anterior a que estallase en el seno de la asociación el conflicto entre
marxistas y bakuninistas.
215
Para una discusión más general sobre los orígenes, la historia y la experiencia del
movimiento anarquista, sobre la base de análisis «actualizados» en cuanto al método y a
los instrumentos crítico-históricos, véase el último volumen de la Fondazione Einaudi
Anarchtci e anarchia nel mondo contemporáneo, Atti del Convegno promosso della
Fondazione Etnaudi, Torino, 1969, Dic. Historias del movimiento anarquista internacional en
lengua italiana se encuentran en M. Nettlau: Breve storia dell'anarchismo, Seseta, 1964; G.
Woodocock: L 'anarchia. Storia delle idee e dei movimentt libertan, Milán, 1966; J. Joll: Il
anarchici, 1970. Para una eficiente bibliografía general, subdividida por países y temas,
remitimos a Gino Cerrito en Anarchici e Anarchia, págs 147-207
134
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

No nos compete reconstruir la vía por las cuales Marx llegó a liberarse de
la influencia que Proudhon había ejercido sobre él en ocasión de su primer
viaje a París, en el momento en que la publicación del libro de Flora Tristán
parecía haber abierto una nueva perspectiva política a los grupos obreros,
todavía organizados en forma de sectas y confraternidades; interesa más
bien ver, profundizando en los términos de la polémica entre Marx y
Proudhon, y sobre la base de nuevas experiencias históricas (la Comuna
sobre todo), cómo va tomando forma en las filas del movimiento obrero
occidental una concepción diversa del movimiento revolucionario y de la
autogestión de los productores. Y esta es la concepción que podemos,
para mayor comodidad, definir como anarcosindicalista, con la plena
conciencia de que semejante término está lejos de corresponder a una
experiencia histórica precisa o un cuerpo homogéneo de doctrina. 216

Las ideas de Bakunin respecto a la cooperación y al rol que en ella se


espera en la edificación de la sociedad comunista son, sustancialmente,
las mismas que hemos ya visto prevalecer en el seno de la Primera
Internacional. El escribirá en L’egalité, de Ginebra, en 1869:

“También nosotros queremos la cooperación; también nosotros


estamos convencidos de que la cooperación en todas las ramas del
trabajo y de la ciencia será la forma predominante de la organización
social en el porvenir. Pero, al mismo tiempo, sabemos que solamente
podrá prosperar, desarrollarse plenamente, libremente y abrazar toda
la industria humana, cuando esté fundada sobre la equidad, cuando
todos los capitales, todos los instrumentos de trabajo, comprendido el
suelo, sean restituidos a los trabajadores a título de propiedad
colectiva. Nosotros consideramos esta reivindicación como el
presupuesto, y la organización de la potencia internacional de los
trabajadores de todos los países como la misión principal de nuestra
gran asociación. Una vez admitido esto, lejos de ser adversarios de
las iniciativas actuales de cooperación, las encontramos más bien
necesarias bajo muchos aspectos. Ante todo, y es esto a nuestros
ojos por el momento su principal ventaja, habitúan a los obreros a
organizar, a hacer, a dirigir por ellos mismos sus asuntos, sin ninguna
intervención ni del capital ni de la dirección burguesa”.217

216
Es interesante al respecto el último estudio de J. L. Puech Le proudhonisme dans
l’association Internationale des travailleurs, París, 1907.
217
Del artículo «Della Cooperazione», L’Egalité, Ginebra, 1869, citado en Guerin, op. cit.
(la cursiva es nuestra).
135
Roberto Massari

Un juicio relativamente diferente del formulado por el propio Bakunin en


1863, en el Catecismo revolucionario, cuando sobrevaloraba de manera
optimista el alcance del movimiento cooperativo, viendo en éste las formas
de la nueva sociedad y no más modestamente una “escuela del
comunismo”, como se verá después en las filas de la Asociación
Internacional de los Trabajadores.

Es fácil percibir cómo “en la multiplicidad de influencias” que están en los


orígenes de la concepción autogestionaria de Bakunin corresponde un
lugar, en diversos aspectos, a los epígonos del movimiento owenista (las
cooperativas pueden dar una “nueva constitución a la sociedad entera”,
dividida no ya en naciones, sino en grupos industriales diferentes y
organizados no con las necesidades de la política, sino de la “producción”),
y sobre todo el Proudhon posterior a la dolorosa experiencia de 1848. Al
principio de los años sesenta Bakunin piensa todavía poder realizar la
emancipación completa de la humanidad trabajadora gracias a la creación
de una gran y única federación económica, en la cual los obreros y los
técnicos se puedan asociar y crear organismos que dirijan la sociedad
“científicamente”, es decir, sobre la base de precisos datos estadísticos y
con especial atención al funcionamiento de las leyes de la demanda y de la
oferta, de la cual dependen, según Bakunin, las crisis, el estancamiento, el
despilfarro, etc..218

Fiel a la enseñanza proudhoniana, todavía en 1867 se batirá, en el


Congreso de la Liga por la paz y la libertad, por “la Federación Libre de los
libres individuos de la Comuna”, de la Comuna en la provincia, de la
provincia en la nación y, en fin, de ésta en los Estados Unidos de Europa
primero y más tarde en el mundo entero. 219 Y todavía afirma en 1868, en el
programa de la Alianza de la Democracia Socialista:

“La tierra, los instrumentos de trabajo como cualquier otro capital se


convertirán en propiedad colectiva de toda la sociedad y no podrán
ser utilizados sino por los trabajadores, es decir, por las asociaciones
agrícolas e industriales.”
218
Bakunin no dejará, sin embargo, de conducir una dura batalla contra cualquier intento
de recurrir a seducciones de carácter tecnocrático. Véase Stato e anarchia, 1968. págs.
146-47. Véase también la profética enunciación de la amenaza representada por los
«ingenieros» del Estado, que formarán una nueva casta privilegiada político-científica
(pág. 193).
219
Véase también el siguiente pasaje: “La igualdad debe establecerse en el mundo por
medio de la organización espontánea del trabajo y de la propiedad colectiva de las
asociaciones productoras, libremente organizadas y federadas en la comunidad y por
medio de la federación puramente espontánea de las Comunas, no bajo la acción
suprema y tutelar del Estado.” La Comune e lo Stato, Roma, 1970, p. 45.
136
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Colectivismo y cooperativismo se funden en la visión bakuninista –todavía


decisivamente preindustrial de una sociedad organizada sobre la base de
las uniones de oficio, en las cuales los trabajadores y el pueblo puedan
ejercitar libremente la propia capacidad productiva, pero también la
cultural, educativa, etc., suplantando definitivamente el poder del Estado,
de la Iglesia, de la policía y de cualquier otra institución represiva.

Si es verdad que en la obra de Bakunin el problema de una cultura obrera


autónoma está en el centro de la reflexión sobre la organización de la
sociedad futura, es verdad asimismo que en ella no existe un análisis
preciso de las formas y los tiempos necesarios para la instauración de la
libre comunidad de productores. 220 A este respecto no puede ocultar un
cierto escepticismo en cuanto a la posibilidad de prever no sólo las formas
específicas que deberá asumir la sociedad colectivista, sino también los
instrumentos de que podrán servirse los trabajadores para expresar
libremente su propio espíritu de iniciativa y la propia independencia
creadora. Según Bakunin221, es posible sólo un procedimiento negativo, es
decir, la formulación de una hipótesis autogestionaria que elimine todas las
características principales de la sociedad burguesa (en primer lugar la
propiedad privada y el Estado), sin predeterminar los posibles desarrollos
de la acción autónoma de las masas. Tal acción, a su vez, se podrá
desenvolver sobre dos planos principales: el de la revolución directa y el
económico. El segundo, preparatorio del primero, asume históricamente la
forma del movimiento cooperativo (para el crédito, el consumo, la
producción); dentro de éste, según Bakunin, las masas pasan a realizar las
primeras tentativas de autorganización y de autogestión.

El debate sobre colectivismo y autogestión de los principales medios de


producción, como ya hemos visto, estuvo presente en el centro de los
primeros congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores, en
neto contraste con la teoría “estatista” desarrollada por Lassalle en el seno
de la socialdemocracia alemana.

Hemos visto cómo la influencia dominante en la Internacional, hasta el final


de la Comuna, ha sido la del proudhonismo. Es necesario añadir que tal
influencia se ejercía sobre todo en la formulación de las tesis y
documentos relativos a la futura organización de la sociedad colectivista.

220
El tema bakuninista de la «cultura obrera» es indicado por Gastón Leval en
«Conceptions constructives du socialisme libenaire», en Autogestión, número especial
dedicado a «Los anarquistas y la autogestión», n°. 18-19, 1972, págs. 29-30.
221
Cf. Apéndice en Estado y anarquía.
137
Roberto Massari

Coincidiendo formalmente con las posiciones de Marx, tal problemática no


presentó ningún contraste digno de notarse en el seno de la Internacional
o, por lo menos, aquél no se da de modo directo. Por el contrario, las
disensiones entre “marxistas” y “bakuninistas” estallan sobre otras
cuestiones, como el problema de la acción política, y sobre todo en torno a
la estructura organizativa necesaria a la Asociación Internacional.

Esto no quita para que ya en algunas intervenciones de los congresistas


en el congreso “unitario” de La Haya se puedan presentar algunas
diferencias, especialmente de simples matices sobre el rol y la significación
de la colectivización.222

En 1869, por ejemplo, en el congreso de Basilea, el carpintero parisino


Jean Louis Pindy, delegado de la Unión Sindical de los obreros parisinos,
al formular la propia concepción (proudhoniana) de la organización
federalista y descentralizada de la producción, enfatizaba la necesidad de
que tal organización sustituyese completamente a cualquier otra estructura
considerada “política”:

“Nosotros concebimos dos maneras de reagrupamiento entre los


trabajadores: primero, un reagrupamiento local que permite a los
trabajadores de una localidad mantener relaciones cotidianas;
después, un reagrupamiento entre diversas localidades, comarcas,
regiones, etc. Primer modo. Este reagrupamiento corresponde a las
relaciones políticas de la sociedad actual que han de ser sustituidas
ventajosamente por el modo empleado ahora por la Asociación
Internacional de los Trabajadores... Pero a medida que la industria
crece, otro tipo de reagrupamiento se hace necesario junto al
primero... El reagrupamiento de las diferentes corporaciones por
ciudades y países... constituye la comuna del porvenir, así como el
nuevo modo de la organización obrera de mañana... El gobierno es
reemplazado por los consejos de las corporaciones obreras reunidas,
y por un comité de sus respectivos delegados, para regular las
relaciones de trabajo que constituirán la política”. 223

222
Aunque la crítica de Bakunin al autoritarismo patriarcal vigente en el interior de las
comunas agrícolas rusas (obchina) es de capital importancia para comprender hasta qué
punto la crítica de la autoridad y de la propiedad privada van indisolublemente ligadas en la
teoría bakuninista de la autogestión. Véase al respecto los óptimos capítulos (3 y 4) de F.
Venturi: Il populismo russo, Turín, 1972. vol. I, dedicados, respectivamente a Bakunin y a la
cuestión «campesina» en Rusia.
223
Cit. por D. Guerin, op. cit., págs. 298-99.
138
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La intervención de Pindy representa una mediación en las dos tendencias


principales existentes en el seno de La Haya. Entre algunos que entienden
la acción obrera como búsqueda de una nueva forma política de dirección
de la sociedad y otros que anteponen a cualquier otra consideración la
autorganización económica de los trabajadores, el carpintero parisino se
sitúa en una posición intermedia, postulando la coexistencia paralela de las
dos formas de acción (y de las expresiones institucionales subsiguientes),
entendiendo que la estructura consejista, organizada por los centros de
producción, no podrá suplantar cualquier otra institución política.

El fracaso de la Comuna de París habría profundizado irremediablemente


la separación entre las dos tendencias, favoreciendo por una parte la
rigidez de las posiciones “estatistas” en la socialdemocracia alemana
(contra lo cual se batirá Marx en la Crítica al programa de Gotha), y por
otra en la división del movimiento bakuninista en una serie de grupos y
fracciones, sentimentalmente ligados a los principios de la “federación de
los productores libres”, pero estructuralmente hostiles a la elaboración de
cualquier teoría de la fase de transición, del Estado obrero y de la
dictadura del proletariado, principios todos ellos rechazados como agentes
potenciales de nuevas formas de autoridad y explotación.

Tras la Comuna,224 el movimiento obrero europeo, y francés en particular,


vive un período de disgregación (congreso de La Haya de 1872). La fase
de reafirmación, que podemos datar en la segunda mitad de los años
setenta, asiste por otra parte a la clara separación. La primera se aglutina
en Francia en torno al Partido obrero de Guesde y Lafargue. La segunda,
en palabras de F. Pelloutier, se compone fundamentalmente de hombres
en los cuales “la intuición sustituye la falta de una formación económica
científica”; tal tendencia:

“hablaba de mutualismo, de cooperación, de crédito, de asociación y


sostenía que el proletariado posee en sí mismo el instrumento de su
propia emancipación”.225

224
Notemos, a manera de inciso, que también en el movimiento anarquista ha habido
algunos que, como Marx y Engels, han sabido comprender la importancia de las medidas
tomadas en el breve período de existencia de la Comuna Véase, por ejemplo, el juicio de
Andrea Costa sobre el famoso decreto relativo a “la atribución a las asociaciones obreras
de los centros abandonados por los patronos”, en A. Costa: Il 18 marzo e la Comune di
Parigi, en Apéndice a La Comune e lo Stato, p. 141.
225
F. Pelloutier: Historie des Bourses du travail. Origines, Institutions, avenir, introd. de
George Sorel, París, 1971, p. 99.
139
Roberto Massari

De esta última tendencia se desarrollará, en la práctica, el sindicalismo


revolucionario, del que hablaremos de inmediato. Pero antes aún vale la
pena de recordar un debate y algunos nombres de la Internacional
considerada “antiautoritaria” y “autonomista” 226, la cual ha legado una
interesante tentativa y profundización en la temática autogestionaria.

En el congreso de Bruselas de 1874, el delegado belga César de Paepe,


ya en el centro de los debates sobre colectivización en los congresos de la
Primera Internacional, presenta una relación sobre La organización de los
servicios públicos en la sociedad futura.227 El interés de la intervención de
De Paepe –personaje controvertido y al mismo tiempo difícil de clasificar
en base a sus ideas políticas– 228 deriva sobre todo de la actualidad y de la
concreción con que el viejo proudhonismo desarrolla el tema de la gestión
colectiva. Tomando una línea de tendencia inserta en el desarrollo del
capitalismo industrial, después revelada como exacta, opera De Paepe
una distinción neta, en el campo del sector “terciario”, entre los servicios
públicos destinados a desaparecer por obsoletos y los que continuarían
existiendo en el flanco de los nuevos servicios, originados y enriquecidos
por el desarrollo de nuevas necesidades sociales. De acuerdo con este
tema, hace notar De Paepe que el crecimiento continuo de la gran
industria (con los procesos conexos de cartelización y de expulsión de los
sectores atrasados, no ignorados de un avisado lector de Marx como él
era) transformará algunos sectores industriales ya dominados por el capital
privado en servicios públicos: para estos últimos, por tanto, se plantean,
independientemente de la voluntad de los elementos económicos, los
problemas de gestión a los cuales la clase obrera debe estar en
condiciones de dar una respuesta antes incluso del advenimiento de la
sociedad comunista. Según De Paepe, dos corrientes –ambas extrañas al
movimiento obrero “antiautoritario”– se disputan el campo de la gestión: la
primera, “liberista”, considera que el problema de la organización
226
Entiéndase por esta denominación la tentativa de mantener en vida la vieja
Internacional con grupos ex proudhonianos, bakuninistas, “antiestatistas”, etc.. después
del congreso de La Haya (1872).
227
En el Congreso estaban presentes tres corrientes: los representantes alemanes y
Eccarius consideraban que la socialización de los medios de producción sólo era posible
después de la conquista del poder político; los españoles, italianos y jurasianos
representaban el anarquismo «puro», plenamente seguro respecto a la acción
espontánea y directa de las masas; los belgas ocupaban una posición intermedia,
sosteniendo que las «relaciones estables y justas no se podrían establecer entre los
grupos socialistas si éstos no constituían, de abajo arriba, una organización federativa
permanente y no aceptaban seguir las directrices de un consejo administrativo central.»
Véase M. de Preaudeau, op. cit., p. 399. Extractos del informe de De Paepe aparecen en
Guerin, op. cit., vol. I, p. 307-18
228
Véase el juicio de M. Molnár: Le déclin de ta Premiere Internationale, Ginebra, 1963.
140
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

económica se puede resolver ateniéndose al libre juego del mercado, que


no dejará de indicar los individuos privados o las compañías susceptibles
de participar en la naciente dirección; mientras que la segunda, verdadera
portaestandarte del intervencionismo estatal, postula la necesidad de
poner los servicios públicos en manos del Estado, de sus organismos
territoriales y administrativos. En fin, prosigue el razonamiento de De
Paepe, estamos otros que pensamos que la concesión de tales sectores a
las compañías obreras puede poner en marcha una dinámica de extensión
del control obrero también a sectores no estrictamente conectados con la
organización de los servicios públicos y después con el resto de la
economía. Para que esto sea posible no será necesario que las compañías
obreras tengan la propiedad jurídica de los medios de producción: ésta
puede quedar en manos de la “colectividad social”, en beneficio de la cual,
en fin de cuentas, deberá llevarse a cabo la gestión obrera de los servicios.
La lógica que impulsará a los gestores del sector público –del cual no se
llega aún a comprender la verdadera naturaleza: ¿se fundará sobre el
capital del Estado o sobre la forma de financiamiento cooperativo?– a
extender el propio poder del control hacia sectores cada vez más amplios
de la economía es la misma que ha llevado a los primeros grupos obreros
a buscar las cajas de resistencia, las uniones de oficios y las cámaras
sindicales: es decir, será necesario oponerse al arbitrio patronal y al
despotismo del Estado en una forma que contenga ya en sí los principios
inspiradores de la nueva sociedad colectivista. Por esta vía, los
trabajadores empiezan a sustituir al Estado con la organización económica
propia, a la propiedad privada con la propiedad pública.

“Hasta aquí todo va bien –afirma De Paepe–, pero nosotros nos


preguntamos si la colectividad obrera, las corporaciones de oficios
reunidas en una misma localidad; si, en una palabra, esta Comuna de
los proletarios, el día en que habrá sustituido a la Comuna oficial o
burguesa, no se encontrará como esta última frente a ciertos servicios
públicos cuyo mantenimiento es indispensable para la vida social.
Nosotros preguntamos si en la nueva Comuna no será necesaria
seguridad pública, estado civil, policía en las calles y en las plazas,
iluminación en las vías, agua potable en las casas, alcantarillado y
toda la serie de servicios públicos que hemos citado al comienzo de
esta obra. Los grupos obreros, las corporaciones de oficios de la
Comuna deberán escoger, en su seno, delegados para cualquier
servicio público, delegados encargados de hacer funcionar estos

141
Roberto Massari

diversos servicios, o bien estos grupos nombrarán en bloque una


delegación que se divida la dirección de los diversos servicios. Tanto
en un caso como en el otro, ¿no se trata acaso de una administración
local de los servicios públicos, una administración comunal?”.229

Según De Paepe, el hecho de que la mayor parte de tales servicios


puedan sólo ser cumplidos a escala nacional hará imposible una gestión
local completamente descentralizada; será necesario recurrir a una
federación (y después a una forma de poder delegado) para poder dirigir
tal actividad de manera adecuada. La gestión, de hecho, será llevada, por
la propia lógica, a proponer la necesidad de un organismo central de
planificación y de coordinación. Recompone así, en la argumentación
citada, la propuesta de una solución estatal, asociada a la comunal, para la
solución de los problemas objetivamente planteados por el desarrollo
mismo de la gran industria. Al objeto de evitar una contraposición entre las
funciones centrales y las locales, De Paepe sostiene la necesidad de que
los trabajadores constituyan un aparato administrativo estatal para la
gestión y el control de la actividad económica, que se extiende más allá de
la comunidad local:

“De este modo, por tanto, a la Comuna los servicios públicos


simplemente locales, bajo la dirección de la administración local,
nombrada por las corporaciones de oficios de la localidad y
funcionando bajo los ojos de todos los habitantes. Al Estado los
servicios públicos más extensos, regionales o nacionales, bajo la
dirección de la administración regional, nombrada por las
federaciones de comunas y funcionando bajo los ojos de la Cámara
regional del trabajo”.230

“Pero lo que no hemos visto, y que nuestros descendientes verán es


el Estado obrero, el Estado basado en la reagrupación de las libres
comunas obreras, que se encargarán de la gestión de todas las
grandes empresas sociales”. 2 3 1

Afrontando la problemática del “Estado obrero”, De Paepe llega a


encontrarse en la incómoda posición del que debe combatir al mismo
tiempo en dos frentes: por un lado, contra los “estatistas”, adversarios de
un control obrero sobre la administración, y en la práctica de la propia idea
de gestión obrera; por otro, contra los anarquistas “puros”, para los cuales
229
Op. cit., págs. 311-312
230
Op. cit., p. 3 1 4
231
De Paepe, op. cit., p. 316 (la cursiva es nuestra).
142
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

cualquier forma de centralización es en sí –es decir, independientemente


de su contenido de clase– fuente de autoridad y despotismo. No es
necesario subrayar en este punto la fuerte influencia de Marx sobre la
manera en que afrontaba De Paepe la problemática de la transición, y
cómo de hecho se puede establecer un nexo de continuidad entre las
posiciones expresadas por el primero y la teoría autogestionaria del
segundo.232

En agosto de 1875, el congreso de la Federación del Jura 233, celebrado en


Vevey, hace suyas las directrices emanadas en el congreso de Bruselas –
que la cuestión de los servicios públicos sea debatida en las secciones y
en las federaciones– y vuelve a lanzar las discusiones sobre la
problemática del “Estado obrero”. Esta vez toca al suizo Adhemar
Schwitzguébel –ya anterior opositor de De Paepe en el congreso de
Bruselas– la misión de restablecer la “ortodoxia” sobre la cuestión de la
autogestión obrera.”234

El “Estado obrero”, según Schwitzguébel, no puede ser otra cosa que una
tentativa reformista de mejorar el Estado burgués, atribuyéndole contenidos
diversos en lo que respecta a sus funciones sociales, pero conservando
inalterable su fisonomía opresiva. El proletariado, obligado en algunas
cuestiones de cierta importancia a hacer una distinción entre lo que es de
competencia pública y de competencia privada, no podrá hacer del aparato
administrativo-estatal un uso diferente del que ha hecho tradicionalmente
la burguesía. Por un lado, no podrá mantener la homogeneidad decisoria y
la armónica combinación de los intereses; por otro, tendría que renunciar a
intervenir arrastrando a las masas de trabajadores; después se estaría
obligado a recurrir a un poder delegado, reproduciéndose fatalmente la
distinción entre el que produce y el que, por el contrario, controla los

232
Las intervenciones y discusiones sobre la relación de De Paepe son del máximo interés
para comprender la concepción dominante en el seno de la llamada Internacional
“antiautoritaria” y, sobre todo, la naturaleza de los problemas teóricos que tuvo que afrontar
el movimiento anarquista una vez constituido en fracción independiente y obligado por ello
a dar una formulación sistemática a las posiciones propias. La incomprensión que hallaron
las tesis De Paepe preludia, en la práctica, la disgregación y el fraccionamiento del
movimiento bakuninista en Europa. Las intervenciones y los textos de la discusión pueden
leerse en la obra de James Guillaume L’Internationale. Documents et Souvemrs (1864-
1874), París, 1907- 1910, vol. III, págs 219-24 y 229-35.
233
La Federación Jurasiana había sido la posición fuerte del bakuninismo en Europa, tanto
en la conferencia de Sonvillier (1871), cuando se adoptó la famosa resolución contra la
«centralización» de la AIT, como después de la transferencia del Consejo General
(marxista) a Nueva York. En torno a esta federación se reagrupa la corriente
«antiautoritaria» bakuninista; no faltaban, ciertamente, fuertes influencias de los belgas y
de De Paepe.
234
Ibídem.
143
Roberto Massari

resultados del trabajo. A la autogestión “autoritaria” de De Paepe


contrapone Schwitzguébel:

“el principio de la propiedad colectiva como base económica de la


nueva organización social, y el principio de la autonomía y de la
federación como base para el reagrupamiento de los individuos y de
la colectividad humana”.

La federación de las comunas sustituirá al Estado. Lo que Schwitzguébel


no explica –más allá de las distinciones terminológicas– es el modo en que
se resolverán los problemas de naturaleza económico-organizativa que el
desarrollo de la gran industria (tendente necesariamente hacia una
creciente centralización) planteará en el seno de la sociedad. Y por otra
parte, ante los inevitables procesos de la profundización de la división del
trabajo, de una especialización cada vez más creciente, no solamente a
escala local, sino también regional y nacional, ¿cómo podrá la Comuna
procurarse los medios y dotarse de los instrumentos necesarios a la
producción si la federación será el lugar de un puro intercambio de ideas y
no la sede de decisiones centrales, expresión de la voluntad del conjunto
de las Comunas? Está claro que la solución comunalista propuesta por
Schwitzguébel correspondía aún a una situación de prevalente carácter
artesanal, como, sobre todo, se habría podido hallar en la región del Jura,
su tierra natal, pero no ciertamente en los grandes polos industriales del
Occidente europeo. ¿Cómo habría podido resolver los problemas de una
economía industrial en plena expansión como, por ejemplo, la francesa de
fin de siglo, sin proponer al proletariado la adopción de un instrumento
central de control y planificación económica, al objeto de evitar, por
ejemplo, los fenómenos de congestión o de despoblación que el caos del
desarrollo capitalista ya estaba produciendo a la sazón en algunas
regiones europeas?

La confusión entre autogestión obrera y autosuficiencia local está en el


origen del federalismo de Schwitzguébel y es a la vez la consecuencia de
un método erróneo de afrontar la temática interna de la Revolución social.
La negativa de partir de un análisis de la cuestión económica y de las
relaciones reales existentes entre clases no deja de ir acompañado del
empirismo más ingenuo, aunque esté embebido de ferviente optimismo.
No por casualidad llegará Schwitzguébel a la conclusión de que:

144
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“el problema, desde el punto de vista práctico, se decidirá de acuerdo


con el grado de desarrollo socialista de las masas trabajadoras en
cada país... Si la acción revolucionaria puede variar de un país a otro,
es igualmente susceptible de variaciones en las comunas de un
mismo país; aquí la comuna conservará un carácter autoritario y
gubernamental y también burgués; en otra parte la expurgación de
éstos será completa”.

En esta aceptación pasiva del proceso gradual de maduración de las


masas, Schwiztguébel aparece como un precursor directo de la tendencia
evolucionista de finales de siglo, que tampoco rechazará el movimiento
anarquista. El máximo representante de tal tendencia será Pedro
Kropotkin, el gran geógrafo ruso, que verá en el cooperativismo y en las
instituciones del socorro mutuo nada menos que la expresión de una
tendencia natural de los hombres a la colaboración. Tal tendencia, ya
existente en las formas inferiores de la vida animal, alcanza gracias a un
proceso gradual y a una lógica, diríamos casi irrebatible, las formas más
altas de la vida humana y de la organización social. 235

En 1876, el debate sobre gestión de los servicios públicos y sobre el rol de


las comunas en la sociedad colectivista debía canalizarse hacia una
primera conclusión, gracias a la obra de James Guillaume y en particular a
uno de sus opúsculos, que tuvo en aquel período una enorme difusión. En
Idees sur l’Organisation sociale 236 toma de nuevo los términos del debate,
utilizando por un lado algunos puntos del análisis económico ya esbozado
por De Paepe y buscando por otro resolver el problema de la coordinación
central de las diversas unidades económicas autogestionadas. 237

Para el sector agrícola propone Guillaume dos formas diversas de gestión,


de acuerdo con las dimensiones de la hacienda. Para los pequeños
propietarios se tratará solamente de asociarse en cooperativas, en espera
de una gradual desaparición de la propiedad privada del suelo. En las
grandes haciendas, por el contrario, donde se ocupan gran número de
trabajadores, será indispensable la colectivización inmediata y una forma
de gestión por parte de los trabajadores similar a la de las industrias
colectivizadas.

235
P Kropotkin: El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, ed. Tierra y Libertad, 1948.
págs. 236 y sigs. La primera ed. rusa es de 1907.
236
J. Guillaume: ldées sur l’Organisation sociale. Chaux de Fonds, Courvoisier, 1876, p. 48.
237
Véase al respecto D. Guerin: L’anarchisme. De la doctrine a la action, París, 1965, p. 68.
145
Roberto Massari

Debe observarse que para Guillaume esta forma de organización agrícola


deberá ir acompañada de una mutación cualitativa de la estructura agrícola
general: el fraccionamiento del cultivo será sustituido por la especialización
y la monopolización regional, a fin de evitar los inconvenientes del
cooperativismo tradicional y de la dispersión debida a la supervivencia de
la pequeña propiedad campesina.

En el mundo de la industria, Gillaume distingue tres categorías de


trabajadores238, de acuerdo con el grado de división del trabajo, de la
organización técnica del trabajo y de la forma asociativa de más fácil
adopción.

La primera categoría, la de los artesanos, tenderos y almacenistas, etc., no


plantean problemas de colectivización por cuanto el bajo nivel de división
del trabajo no contrasta excesivamente con la permanencia de una
dirección individual.

La segunda categoría se caracteriza (según una expresión típicamente


proudhoniana) por el uso de la “fuerza colectiva” –es decir, por la inserción
de los trabajadores en un sistema productivo fundado en un nivel sencillo
de cooperación y el constituido en la práctica por tipógrafos, albañiles,
carpinteros, etc–.

La tercera categoría es la de las grandes empresas industriales, en las


cuales el uso de la máquina, el alto grado de especialización y el empleo
de ingentes capitales no podrían permitir otra forma de gestión más
racional que la colectiva, fundada sobre la iniciativa de los trabajadores
interesados. Lo mismo también, aunque en menor grado, en empresas de
segundo tipo.

“Todo taller y toda fábrica, por tanto, formarán asociación de los


trabajadores, libre para administrarse del modo que gusten (...).
Donde se haya de considerar a una industria que alcance una
estructura más bien compleja y el trabajo común, también la
propiedad de los instrumentos de trabajo debe ser común. Es
necesario aclarar un punto: ¿esta propiedad común pertenecerá
exclusivamente a la empresa en la cual funciona o será propiedad de
toda la corporación de los trabajadores de la industria en
cuestión?”.239

238
J. Guillaume: ldées, págs. 14-16.
239
Ibíd., págs. 15-16 (la cursiva es nuestra).
146
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Declarándose partidario de la última solución, Guillaume abre el camino a


una de las ideas fundamentales del sindicalismo revolucionario, en el
momento mismo en que lleva a cabo una síntesis entre el viejo
sindicalismo de inspiración bakuninista y el modo nuevo de afrontar la
problemática de la autogestión, desarrollada en el seno de la Internacional
libertaria.240

Guillaume es de hecho contrario a la gestión localista aplicada


directamente a la colectividad obrera empresarial, porque esto entra
inevitablemente en contradicción con las características específicas del
desarrollo de la gran industria y al mismo tiempo pide un reforzamiento real
de la solidaridad obrera. El hecho, por el contrario, de que tal solidaridad
deba expresarse ante todo según la repartición de las ramas de industria y
sobre una escala lo más amplia posible es una consecuencia objetiva del
grado de especificación y división del trabajo alcanzado por el desarrollo
industrial. Contra el viejo sindicalismo de oficio, interesado exclusivamente
en la defensa de la cualificación individual y en la salvaguardia del interés
corporativo, empieza así a abrirse camino la idea del sindicalismo
“industrial” –es decir, organizado por ramas productivas y sectores
comerciales– y se conservarán (con las distinciones debidas) hasta
nuestros días.

Una distinción, sin embargo, aparece pronto en relación a la óptica con la


cual Guillaume advierte una mutación cualitativa de organización sindical:
más que corresponder a los nuevos niveles de contratación determinados
por la concentración capitalista, la corporación de los trabajadores expresa
y corresponde a la exigencia de reorganizar la industria de forma
colectivista, sobre la base y con las estructuras que sean adecuadas al
nivel de desarrollo y concentración alcanzado en el sistema capitalista.
Aquélla, por tanto, debe permitir superar la concepción localista y de hecho
semiartesanal de la autogestión obrera, que habíamos visto sobrevivir en
el movimiento anarquista en el decenio sucesivo a la Comuna de 1872.

Guillaume se da cuenta asimismo del hecho de que una estructura


gestionada y articulada por diversos ramos de industria puede dar origen a
fenómenos de burocratización sindical. Al respecto, sin embargo, no está
en condiciones de proponer soluciones realistas, y se limita a la simple
denuncia del peligro. Es probable que en su concepción la estructura
organizativa horizontal (la federación local de los grupos de productores) 241
240
Un juicio análogo es expresado por D. Guerin en L’Anarchisme, p. 68.
241
J. Guillaume, op. cit., p. 18
147
Roberto Massari

debe servir de contrapeso a la estructura vertical de las corporaciones


industriales. A tal federación, de hecho, Guillaume asigna la función de
dirigir y organizar los servicios públicos, resolviendo provisoriamente el
problema que había dado origen a la polémica sobre “Estado obrero”.

Sin embargo, a pesar de que en Idea sobre la organización social se


adelantan proposiciones respecto a la edificación, al campo, a la
distribución en el sector alimentario, al uso de las estadísticas, a la
educación, etc., permanece oscuro el problema de cómo llevar a cabo un
control obrero general, es decir, un control obrero que abarque al conjunto
del sistema económico, las relaciones de interdependencia entre los varios
sectores productivos y no simplemente la organización del trabajo en el
interior de cada uno de ellos. 242 Una vez más el mito de la ciencia, de la
propaganda, de la acción pedagógica, del uso de la estadística impide de
hecho, en el interior del movimiento ácrata, una discusión profunda sobre
el papel que los trabajadores, en cuanto clase, pueden desempeñar en la
apertura de una dinámica anticapitalista y para la reorganización del
mecanismo productivo en el interior de la sociedad colectivista. 243

En 1880, en el congreso del Jura, se presentará un programa elaborado


por la Federación Obrera del distrito de Courtelary. En tal programa
algunas de las preocupaciones de Guillaume aparecen de nuevo, pero con
propuestas de solución que, lejos de avanzar en el sentido de una
extensión y de una ampliación de las estructuras propuestas para el
ejercicio del control obrero, tienden a profundizar ulteriormente la
tendencia a la fragmentación y a la dispersión de tal control. Véase al
respecto el pasaje siguiente, extraído del programa de Courtelary, cuyo
interés, por otra parte, es innegable:

242
Este juicio vale, en general, según Bertrand Russell, para todos los exponentes del
sindicalismo revolucionario; «éstos» quieren llegar al autogobierno de cada industria, pero en
cuanto a los medios para organizar las relaciones entre varias industrias, no son demasiado
“claros” B. Russell: Socialismo, Anarchismo, sindicalismo, Milán, 1970, p. 95-96.
243
Vale la pena constatar, sin embargo, cómo muchos decenios antes de Lenin,
Guillaume había intuido que una transformación radical de las estructuras económicas y
sociales, así como la instauración de un régimen autogestionario en una sociedad
colectivista, no se habría podido llevar a cabo en el interior de los límites estrechos del
Estado nacional: “La Revolución no puede dañe en un solo país: ella está obligada bajo
pena de sucumbir a trascender su movimiento, si no al universo entero, al menos a una
parte considerable de los países civilizados. En efecto, ningún país puede ser
autosuficiente hoy día; las relaciones internacionales son una necesidad de la
producción y del consumo y no se puede interrumpir. Si en torno a un país en revolución
los Estados vecinos establecieran un bloqueo hermético, la revolución, quedando
aislada, estaría condenada a malograrse. Así, cuando nosotros razonamos sobre la
hipótesis del triunfo de la revolución en determinado país, debemos suponer que la
mayor parte de los países de Europa habrán hecho la revolución.” Op. cit., p. 47.
148
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“Para no recaer en los errores de las administraciones centralizadas y


burocratizadas, nosotros mantenemos que los intereses generales de
la Comuna no deben ser dirigidos por una sola y única administración,
sino por más comisiones especializadas por sectores de actividad y
constituidas directamente por personas interesadas en la organización
que es en determinados servicios local.”

En febrero de 1872 es fundada en Saint-Etienne la Fédération des


Bourses du Travail de France.244 El movimiento de las “Bolsas de Trabajo”
–organismos sindicales en los cuales se combinaban las funciones de la
“Cámara del Trabajo” actual con las llamadas “Casas del pueblo”– estaba
destinado a suscitar grandes esperanzas en aquellos que, desengañados
por una serie continua de fracasos políticos, se veían conducidos a ver en
la acción “económica” del proletariado la única posibilidad de oponerse
eficazmente al poder de la burguesía. El modo de funcionamiento y una
serie de características “autonómicas” hacían aparecer a tales organismos
como los embriones de la clase obrera sobre la cual debería fundarse –en
un futuro no lejano– “la Comuna” de los trabajadores. Con las “Bolsas del
Trabajo” empieza a desarrollarse el movimiento y la teoría que en los años
sucesivos conoceremos bajo el nombre de “anarcosindicalismo” y
“sindicalismo revolucionario”.245

Las “Bolsas”, contrariamente a lo que serán en los desarrollos futuros,


deberían, por tanto, constituir la primera forma de organización de los
trabajadores en las perspectivas de una gradual instauración de
“Federaciones de productores libres”. En la intención de uno de los
fundadores y de los principales inspiradores del movimiento, las “Bolsas”
deberían preparar el advenimiento de la sociedad colectivista, estudiando
las regiones cubiertas por aquélla, llegando a conocer el conjunto de las
necesidades, los recursos industriales, las zonas agrícolas, la densidad de
la población; convirtiéndose en escuelas de propaganda, de administración
y de estudio; demostrándose capaces, para decirlo en una palabra, de
suprimir y sustituir la organización social existente.246

244
Para una breve historia de los orígenes de las Bolsas de Trabajo, véase el texto clásico
de F. P. Pelloutier Historie des Bourses du Travail, París, 1971, caps. 3 y 4. Para
profundizar en el argumento se remite al estudio y a la bibliografía anexa de Jacques
Jullieard Fernand Pelloutier et les origines du syndicalisme d’action, 1971, p. 569.
245
La diferencia entre los dos consiste, grosso modo, en el hecho de que los
anarcosindicalistas tienden a subordinar la acción sindical a la propaganda específica-
mente anárquica, mientras los sindicatos revolucionarios consideran el sindicalismo como
un fin en sí, completamente independiente de cualquier ideología política, incluso a la
anárquica. Véase D. Guerin: “Le marxisme libenaire”, en Anarchicie Anarchia, p. 449.
149
Roberto Massari

Las funciones de las “Bolsas”, mientras se realizaban las esperanzas de


sus fundadores, debían ser de cuatro tipos principales: desarrollo de los
servicios de socorro mutuo, de propaganda y de resistencia. 247 Estas
medidas, que en grado más o menos diverso se han convertido
posteriormente en característica permanente del movimiento sindical en
países europeos y de otros continentes, son concebidas, en realidad,
como los estadios preparatorios en la lucha sindical, por un lado, y de la
futura gestión obrera de los medios de producción, por el otro. Que la
realidad estaba bien lejos de responder a la esperanza de los precursores
de la Carta de Amiens de 1906 aparece hoy bastante evidente. Lo era
bastante menos para un movimiento obrero como el francés, el cual, rico
en medio siglo de preciosa e intensa experiencia, veía prácticamente
reconstituirse sus propias fuerzas a finales del siglo, en una medida y con
una tasa de crecimiento nunca conocida precedentemente.

El relanzamiento y desarrollo del movimiento obrero, obviamente


acompañado –como en los demás países europeos– de un relanzamiento
del debate sobre temas políticos de fondo y sobre todo sobre hipótesis de
su versión del poder burgués y sobre posibles fórmulas organizativas que
la sociedad colectivista debía asumir al día siguiente de la revolución. El
recuerdo todavía relativamente fresco de la Comuna de París no podía,
entre otros elementos, dejar de favorecer una orientación de tales hipótesis
hacia la producción autogestionaria, de la cual los comuneros aparecían
como los afortunados precursores.

Las “Bolsas” aparecían, por tanto, como la sede ideal no sólo para
profundizar este tipo de discusiones, sino para comenzar a poner en
práctica algunas primeras formas de autorganización obrera. Vale la pena
observar, sin embargo, que en este tipo de experiencia –práctica y teórica
al mismo tiempo– se pudo formar una nueva generación de militantes
obreros, extraña en parte al proceso involutivo de la Segunda
Internacional, y conectada, aunque sólo idealmente, a los orígenes, en los
años cuarenta, de la discusión sobre la problemática de la autogestión y de
la revolución social. No será casual que algunos de aquéllos se hallen en
los orígenes del movimiento comunista de Europa occidental 248 y
participarán posteriormente en la fundación de los grupos de la Oposición
de Izquierda, cuando la degeneración estaliniana del Estado soviético

246
F. Pelloutier: Informe al y congreso de la Federación de Bolsas del Trabajo (Tours), 9-
12 de septiembre de 1896.
247
Véase F. Pelloutier: Historie, cap. VI.
248
Véase H. Dubief: Le syndicalisme révolutionnaire, París, 1969, p. 182.
150
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

haga imposible la estancia de los revolucionarios en las filas de la Tercera


Internacional. Esto vale sobre todo para Francia y para España. En este
último país la corriente anarcosindicalista tendrá un peso determinante en
el movimiento obrero y sindical, hasta la derrota final en la guerra civil.

La influencia del movimiento de las Bolsas:

“debía también ejercerse en otro sentido. La estructura descentralizada


asumida por tales organismos y el prestigio de militantes como
Pelloutier, Pouget, Monatte, etc. –unido al balance negativo terrorista
o de la “propaganda por el hecho”–249

Pero obró el efecto de convencer a la mayoría de lo que quedaba del


movimiento anarquista internacional de la necesidad de entrar en los
sindicatos para difundir sus propias ideas sobre la revolución social, el
antiautoritarismo y la instauración de la Comuna Libre de los productores.
Que tal influencia iba destinada a influir sobre el movimiento sindical se
puede colegir de las palabras de dos notables sindicalistas franceses; en
ellas no debe tenerse ninguna dificultad en reconocer la matriz claramente
anárquica de la concepción autogestionaria:

F. Pelloutier:

“Suponemos ya que el día en que ocurra la revolución, la casi


totalidad de los productores estarán agrupados en los sindicatos:
entonces, ¿no estará dispuesta a suceder a la actual organización,
una organización casi libertaria que suprimiendo de hecho cualquier
poder político y posteriormente cualquier concurrencia, dueña de los
instrumentos de producción, regule todos sus asuntos por sí,
soberanamente y con el libre consentimiento de sus miembros? ¿Y
no será ésta la “libre asociación de los productores”?”

E. Pouget:

“Además de la obra de difusión cotidiana, tienen el deber de preparar


el porvenir. El grupo productor deberá ser la célula de la nueva
sociedad. Es imposible concebir una transformación de la sociedad
sobre otras bases. Aunque es indispensable que los productores se
preparen para la toma de posición y la reorganización que les
incumbe y que sólo ellos son capaces de conducir a buen fin. Lo que
queremos hacer es una revolución social, no una revolución política.

249
Véase la breve pero eficaz reconstrucción de ese período hecha por J. Maitron:
Ravachol et les anarchistes, París, 1964.
151
Roberto Massari

Son dos fenómenos distintos y las tácticas que conducen a la una


difieren de las de la otra”.250

Si es cierto que una historia agitada y una especial tradición política del
movimiento obrero francés pueden ofrecer la explicación más plausible de
la transformación anarcosindicalista de la CGT y de la mayor parte de sus
cuadros sindicales, es verdad también que en tal proceso ha tenido un rol
notable la estructura particular de la industria francesa, tal como se
presentaba a finales del siglo XIX. El retraso en el desarrollo de la gran
industria (en relación, por ejemplo, con Gran Bretaña y Bélgica) había
conservado un peso preponderante a las empresas de pequeñas
dimensiones; lo que no podía dejar de tener un rol negativo en lo que
respecta a la formación de grandes aglomeraciones obreras y en la
reagrupación del conjunto de las diversas categorías en torno a los
núcleos de trabajadores de la gran industria, dotada por motivos obvios de
una mayor fuerza y de un mayor conocimiento de los intereses reales.

En 1900 se podía hablar prácticamente de una media nacional de cuatro


adheridos por empresa, con solamente un diez por ciento de las fábricas
dotadas con más de diez dependientes. Las cifras aparecen más evidentes
si se confrontan con los cerca de cuatrocientos mil asalariados de las
minas de carbón fósil y de la industria metalúrgica –es decir, de las dos
industrias modernas– con el millón de obreros ocupados en los sectores
de las confecciones y del textil o a la cifra aproximadamente igual de los
ocupados en la edificación.251 Se asiste en la práctica a una primacía del
proletariado de origen artesano sobre el industrial, con todas las
consecuencias que ello comporta para el desarrollo de la organización
sindical, de la acción reivindicativa y sobre todo en las confrontaciones de
la lucha política.

La excepción a esta norma general –que debía implicar un bajo nivel de


sindicalización y de politización– está, empero, representada en Francia
por el hecho de que este tipo de clase obrera podía exhibir una cierta
continuidad en un pasado glorioso de lucha y de elaboración teórica
(piénsese en la violencia y el alcance de insurrecciones como las de Lyon
en 1831-1834, de París en 1848 y de la Comuna en 1871). La adhesión en
masa a la doctrina del anarcosindicalismo se puede, por tanto, considerar,
grosso modo, como la resultante del encuentro de estos dos factores
principales –uno objetivo y el otro subjetivo–. Es evidente además que una
250
Citado por D. Guerin, op. cit , vol. II, págs. 98, 119, 120.
251
H. Dubief, op. cit., p. 7.
152
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

esquematización de este tipo es apenas suficiente para explicar una


realidad bastante más articulada y compleja de cuanto se pueda presentar,
y que en la adhesión de las masas a la teoría autogestionaria (pero
antipolítica) de los dirigentes anarcosindicalistas entran numerosos
factores de otro tipo, entre los cuales no es el menor el conocimiento
históricamente verificado de que el proletariado está en condiciones de
dirigir el mecanismo productivo por sí mismo cuando se dan determinadas
condiciones; el recuerdo de la Comuna, una vez más, ejercía su propia
influencia en el reforzamiento de tal posibilidad.

Para evitar confusiones es necesario tener también presente “que el


sindicalismo revolucionario no reinaba sólo en París, y el reformismo de los
independientes y de los broussistas era también bastante fuerte, y los
mineros, aun siendo el proletariado concentrado por excelencia,
completamente refractario, dividido como se hallaba entre una mayoría
reformista y una minoría anárquica.

Sin embargo, esquematizando nos encontramos ante un hecho real. El


resultado de esta lentísima evolución industrial es que ella no hacía
necesaria ninguna ruptura brusca con las tradiciones obreras, sobre todo
en París, donde el pasado revolucionario convertido en mito no era puesto
en discusión”.252

El debate desarrollado en Amsterdam253 en 1907 precisa los términos del


pensamiento anarcosindicalista y afirma que los sindicatos (en particular la
CGT francesa) son los únicos organismos en los cuales las ideas
principales del anarquismo han conseguido hallar una evidente
repercusión. Ante el informe de Pierre Monnate, demasiado entusiasta
respecto a la carta de Amiens del año anterior,254 Cornelissen contestará
declarándose de acuerdo con la idea de fondo del sindicalismo, pero
sosteniendo la necesidad de una canalización en sentido revolucionario: el
sindicato en sí, argumenta Cornelissen, puede también ser un instrumento
de la reacción si no está penetrado por los ideales de la revolución social
libertaria y antiautoritaria.

252
Ibíd., p. 8.
253
Véanse las resoluciones y las intervenciones en “Congrés ananrhiste tenu á
Amsterdam”. agosto de 1907, París, La publication sociale, 1908.
254
Se declaraba en la cana de Amiens que el mejoramiento de las condiciones
materiales de los trabajadores “no es sino un aspecto del sindicalismo; ella prepara la
emancipación entera que no se podrá realizar si no es por la expropiación de los
capitalistas; la cana recomienda como medio de acción la huelga general y subraya que
el sindicato, organización de resistencia, será en el futuro la organización de producción
y distribución, de la reorganización social”.
153
Roberto Massari

La intervención de Malatesta255, por el contrario, trazará una línea de


demarcación bastante neta entre la concepción anárquica de la revolución
y la que corresponde a la sindicalista: si es cierto que la segunda puede
estar comprendida en la primera, no es posible, sin embargo, reducir la
una a la otra. Malatesta afirma en sustancia que la estructura sindical
puede en tanto que tal dirigir y organizar la sociedad comunista sin
reproducir en el interior de ésta los motivos de conflicto y la persecución
del interés particular que han determinado el nacimiento de tales
estructuras. Por tanto: “los anarquistas deben entrar en los sindicatos
obreros, en primer lugar, para hacer propaganda ácrata, porque es el único
medio de tener dispuestos, cuando sea necesario, grupos capaces de
asumir la dirección de la producción”. 256

El objeto de la controversia surgida en el congreso de Amsterdam no


afecta a la naturaleza y a la organización de la sociedad comunista, para la
cual se continúa previendo una gestión obrera de los medios de
producción, así como de los instrumentos necesarios. La moción final
presentada por Monatte y otros (entre ellos el italiano Fabbri) puntualiza
que:

“en el momento de la expropiación y la toma de posesión colectiva de


los instrumentos y de los productos del trabajo no puede realizarse si
no es por los propios trabajadores, y el sindicato está llamado a
transformarse en grupo productor, el cual se considera en la sociedad
actual el germen viviente de la sociedad de mañana”.257

Es de notar que las cuatro mociones, presentadas más o menos como


alternativa (Malatesta, Friedeberg, Monatte y Nacht-Monatte), sobre
cuestiones del sindicalismo y de la huelga general, fueron igualmente
aprobadas por el congreso. No hay duda, sin embargo, de que el texto
fundamental para valorar a fondo la concepción anarcosindicalista de la
autogestión obrera es el libro de Pierre Besnard Los sindicatos obreros y
la revolución social.258 Hay que tener en cuenta que éste ha ejercido
enorme influencia también en las filas del anarcosindicalismo español,
especialmente sobre la generación que tomará parte en la guerra civil
española y en la experiencia catalana.259
255
En Le congres anarchiste, cit., págs. 78-85.
256
E. Malatesta, p. 81 (la cursiva es nuestra).
257
Ibíd., p. 95.
258
Pierre Besnard: Les syndicats ouvriers et la révolution sociale, París, Edition de la
Confédération Genérale du Traval Syndicaliste Révolutionnaire, 1930.
259
Véase Frank Mintz: L’autogestión dans l’Espagne révolutionnaire, París, 1970. p. 34.
Véase más adelante sobre la experiencia catalana autogestionaria.
154
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El libro de Besnard, junto con una obra posterior del mismo autor, 260
representa el primer intento serio de sistematizar el conjunto de la teoría
anarcosindicalista. Ello concentra la atención propia sobre el aspecto más
característico de tal doctrina, no por la prédica de la acción directa (como
general y erróneamente se cree), sino sobre la voluntad de construir un
sistema social enteramente organizado sobre las bases de estructuras
económicas propias y dirigidas exclusivamente por organizaciones
sindicales de productores. El texto de Besnard es bastante complejo y
elaborado para poder dar una síntesis, siquiera esquemática. Lo que nos
interesa definir en este estudio, sin embargo, es ver cómo el autor,
partiendo de un análisis de la evolución y de las líneas tendenciales
insertas en las principales fuerzas sociales, llega a individuar en la clase
obrera el factor principal de progreso y de racionalización. Las tendencias
existentes en el seno de tal clase son recogidas sistemáticamente por
Besnard bajo dos prismas principales –lucha de clases y colaboración de
clases–, y a la luz de estas dos diversas concepciones del devenir histórico
y del desarrollo socioeconómico, proclama la necesidad de proyectar dos
formas diversas de organización productiva. Obviamente,el autor se
considera, situado dentro de la primera concepción, manifestada
históricamente, en su opinión, con el nacimiento del sindicalismo
revolucionario, y antes aún con el conflicto industrial y espontáneo de los
trabajadores.

En la estructura del régimen capitalista el proletariado se ve obligado a


expresarse con violencia (“esa vieja partera de la historia”, repite Besnard,
la conocida frase de Marx) 261, pero sólo de manera provisoria, porque el
resultado de tal acción no dejará de hacer sentir sus propios efectos: éstos
consistirán, según el autor, en la eliminación integral del sistema capitalista
y en la sustitución de la vieja sociedad con la nueva organización social
dirigida por los sindicatos de productores.

Tres deben ser las reivindicaciones permanentes de la clase obrera, con el


fin de favorecer el cumplimiento del proceso descrito: la reducción de la
jornada laboral, el salario único y el control sindical de la producción. 262
260
Pierre Besnard: Le mond nouveau. Son plan, sa constitution, son fonctionnement,
Editions de la CGTSR, parís. 1934. La cubierta interior de la primera edición ofrece el
siguiente slogan: “Toda la economía para los sindicatos! ¡Toda la administración social para
las comunas!”
261
K. Marx: II Capitale, trad. de D. Cantimori, vol. I. p. 814.
262
P Besnard: Les syndicats ouvriers, p. 75-79, 193-206. “El control sindical de la
producción es más bien un fin a realizar que una reivindicación a imponer. Su realización
depende, en efecto, exclusivamente del proletariado, de su capacidad y de su voluntad de
aplicarlo. Asume solamente el carácter de reivindicación como consecuencia de la lucha
155
Roberto Massari

Contrariamente a una tradición ingenuamente evolucionista y de hecho


reformista, Besnard no atribuye un valor taumatúrgico a los objetivos
propuestos –es decir, creyendo que ellos por sí solos pueden permitir el
paso a la gestión obrera de la economía–, sino que insiste, por el contrario,
en la importancia de la ruptura revolucionaria y en su inevitabilidad en el
momento en que las reivindicaciones avanzadas del proletariado hayan
comenzado a amenazar efectivamente el poder burgués. Tal ruptura, sin
embargo, según el autor, no será otra cosa que:

“un incidente brutal que rubricará el fin de un período de evolución


precisamente en su término”.

En este punto se plantean con toda gravedad los problemas de


reorganización de la economía, determinando una vez por todas lo que
representa la verdadera fuerza social en la tarea de dirigir la producción;
las organizaciones políticas no podrán sino demostrar su propia
inconsistencia y la propia inutilidad y se verán por ello obligadas a
disolverse263; por el contrario, serán:

“los sindicatos y las comunas libres quienes, comprendiendo en su


seno todas las fuerzas –manuales, técnicas y científicas–, podrán
asegurar el medio, gracias a la consulta cotidiana entre todos, a todos
los niveles, del federalismo organizado, la administración y la gestión
de la cosa común, de los intereses generales y colectivos de los
individuos”.264

La acción sindical, según Besnard, no podrá ejercitarse plenamente si no


va acompañada por una serie de otros organismos de base, por medio de
los cuales, puedan hacerse ejecutivas y aplicables las propias medidas,
más eficaz la lucha contra el sistema capitalista y mejor la gestión de
sociedad futura.

“Los comités de fábrica y los consejos de talleres deben convertirse


en la base y en los agentes de acción, de organización y de
información de los sindicatos.”

que el patronato desarrollará para impedir a las organizaciones sindicales ejercitar sin su
consentimiento el control de la empresa. Esto es, por tal motivo, la reivindicación ofensiva
más completa del proletariado” p. 77.
263
“No existe ningún partido, aunque llegue al poder por la fuerza y la insurrección, que
esté en condiciones de desempeñar la principal misión revolucionaria: la organización de la
producción, de la distribución y de los cambios. Todos los decretos, todas las leyes serian
impotentes ante tal misión. Esto no puede ser sino obra de los sindicatos obreros, de las
comunas libres y de sus instituciones.” Ibíd., p. 92.
264
Ibíd, p. 105.
156
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El monopolio del saber que la creciente especialización ha puesto en


manos de los dirigentes de empresas y de los consejos de administración
se verá sustituido por una red organizativa, cuyo conocimiento del proceso
productivo será objetivamente superior al del patronato. Y de hecho, según
Besnard, son los trabajadores mismos, células de esta nueva estructura,
quienes deben asegurar el funcionamiento, proveyendo todas las
informaciones técnicas necesarias para una forma superior y más eficiente
de gestión. Elegidos directamente por los trabajadores, los comités de
fábrica no deben ser, sin embargo, independientes de los sindicatos; a su
vez, éstos ejercerán la propia influencia sobre los consejos, no por vía
burocrática y opresiva, sino asociándolos al desarrollo de una función
concreta: la realización del “control obrero”. De hecho, en la aplicación de
tal medida se podrá expresar completamente la potencialidad de la clase
obrera, en el momento mismo en que se gestan las bases para un régimen
efectivo de democracia industrial:

“La institución de un poder de control permanente permitirá a los


trabajadores vigilar la ejecución de las decisiones tomadas y, en caso
negativo, de tomar a tiempo, antes de que se lleve a cabo cualquier
desviación, las medidas útiles para hacer respetar y aplicar las
decisiones tomadas en las asambleas sindicales, de talleres y de
fábrica, en todos los campos”.265

En lo relativo al control obrero, Besnard es favorable a su aplicación por


tipos de trabajo en el interior de cada empresa. Los organismos de control
deberían ser, teniendo en cuenta la diversidad de situaciones, más o
menos los siguientes:

a) La asamblea general de los trabajadores de empresa, encargada


de designar a los obreros de entre los cuales el sindicato elegirá
los miembros del Comité general de control.

b) La asamblea de oficina o de distribución encargada de elegir los


delegados que mantendrán los contactos entre la oficina y el
Comité general.

c) El Comité general, al cual corresponde la misión de organizar y


controlar la empresa, manteniendo los contactos con el sindicato
del ramo.

265
Ibíd., p. 149. Sobre el rol que la experiencia práctica ha tenido en las formulaciones de
algunas ideas de Besnard véase el texto de G Leval, ya citado, págs. 46-48.
157
Roberto Massari

d) Los controladores que se preocuparán de recoger las


informaciones relativas a la organización del trabajo, a la
contabilidad, al cálculo de precios, a las materias primas, y que
serán organizados en comisiones de control. Las comisiones
constituirán la principal forma de articulación del Comité general.
Son previsibles además comisiones de estudio y otras comisiones
ad hoc.

e) Los delegados de oficina o de distribución, que ejercerán


funciones de relación entre los trabajadores y el Comité general
para todas las cuestiones relativas a la distribución. 266

La estructura descrita no peca de irrealismo y se la puede considerar


bastante adecuada a los problemas que una eventual gestión obrera de la
empresa habría podido hallar en la gran industria europea de los años
treinta;

pero ésta, sin embargo, según Besnard, habría debido constituir solamente
la base de una estructura general más compleja, que a través de una red
piramidal de uniones sindicales locales y regionales, de federaciones
industriales nacionales e internacionales, terminarían en un Consejo
económico del trabajo, en el cual, en la práctica, descansaría la dirección
efectiva de la economía y de otras actividades sociales. Tal esquema, que
puede ser considerado una pequeña obra maestra de ciencia de la
administración, será posteriormente desarrollado y descrito hasta en sus
menores detalles en la obra siguiente, que ya hemos aludido. 267 En la
actualidad es obviamente fácil comprender las debilidades y también una
cierta ingenuidad en la construcción “social” de Besnard. Sin embargo, la
complejidad de la estructura proyectada no puede desmentir ni un solo
momento que la primera tentativa de establecer criterios para una
planificación integral de la futura sociedad comunista, después de las bien
conocidas de Owen –llevadas a cabo en muy otras condiciones–, es obra
266
Sobre los consejos de fábrica y de oficina Besnard expresa también el juicio siguiente:
“¿Cuál debe ser la célula de base de la producción? ¿El comité de fábrica, el consejo de
taller o el sindicato de industria? Por lo que a mi respecta y con la máxima seguridad,
respondo: el sindicato de industria. ¿Por qué? Por el motivo de que los comités de
fábrica y los consejos de taller especializados en un ramo de la industria o en un sector
de tal ramo no se hallan en condiciones de' organizar toda una industria ni de garantizar
la conexión necesaria entre todas las fábricas de una localidad formando parte de una
misma industria: su actividad se limita por fuerza a la propia fábrica o al propio taller.”
Ibíd., p. 279.
267
En Le Monde Nouveau pueden verse las tablas y los diagramas (págs 32-33, plan de
la producción industria] y plan de la producción agrícola; 48-49, plan sindical y plan local;
81-82, plan regional y plan nacional; 96-97, plan internacional y plan de la organización
administrativa y social; 128, plan económico, administrativo y social).
158
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de un anarquista: es decir, de alguien que, de acuerdo con los estereotipos


tradicionales, debería ocuparse solamente de bombas, de sueños o,
cuando más, de pedagogía libertaria. 268 No hay duda de que la
característica principal del proyecto es la de intentar sustituir la estructura
opresiva e irracional del capitalismo por el organismo que, dada su base
social, mejor habría podido expresar las exigencias y las capacidades
potenciales de los trabajadores. Por el contrario, el hecho de que el
Consejo económico del trabajo –centralizado y elusivo de hecho de
cualquier forma de control de base– pudiera estar en contradicción con la
institución paralela de la Confederación nacional de las Comunas no
puede desde luego evidenciarse a quien, como Besnard, creía en la
incorruptibilidad del sindicato y en la imposibilidad objetiva de que éste
pudiera burocratizarse. En realidad, el rechazo de la acción y la
organización política debía impedir a Besnard, como a sus demás
compañeros, comprender el profundo peligro representado también para el
movimiento sindical la involución social democrática y estaliniana del
movimiento obrero internacional. La sustitución de la estructura capitalista
por las sindicales tendría sin duda el efecto de arrojar a la burguesía del
poder, pero no habría ciertamente impedido la instauración de un poder
semejante en sus grandes líneas al que en los últimos años se ha
consolidado en la unión soviética. He aquí por qué los problemas de
gestión y reorganización de la economía se plantearán a los trabajadores
al día siguiente de la revolución con esencialmente reducibles a los
diversos problemas políticos de fondo, como la experiencia ha demostrado
en la propia Rusia.

Si los consejos de trabajadores no están en condiciones de intervenir en


cuestiones de política nacional e internacional, que en fin de cuentas
condicionan y determinan la adopción de ciertos criterios de desarrollo
económico en mayor medida que otros, es inevitable que en el interior de
la sociedad de transición se reproduzcan aquellas distinciones entre
Estado político y sociedad civil que el capitalismo ha elevado a norma de
existencia social desde sus orígenes. La incapacidad por parte de los
trabajadores de intervenir en la solución de las principales funciones
políticas y en la determinación de las decisiones de las más importantes
cuestiones económicas no podrá resolverse sino por una reconquista del

268
Es indudable que también han existido estos aspectos. Véase, por ejemplo, el relato
de político-ficción de E. Pataud y E. Pouget: Comment nous ferons la Révolutions, París,
Tallandier, 1909: de la huelga general a la autogestión, pasando a través de una serie de
acontecimientos, entre los que figura también la guerra bacteriológica.
159
Roberto Massari

monopolio del poder estatal por parte de los que de hecho estén ya
resolviendo las funciones políticas “por cuenta” de los trabajadores y de la
masa del pueblo. La distancia jerárquica que se crearía entre la unidad
empresarial de base y los organismos centrales de planificación de la
economía sería, desde este punto de vista, solamente un agravante y un
factor ulterior en favor de una cristalización burocrática. Las ideas de
Besnard, sin embargo, conservan actualidad, sobre todo a la luz del hecho
de que algunas de sus hipótesis (y de modo más general las
anarcosindicalistas relativas a los problemas de gestión) parecen
destinadas a reproducirse periódicamente –en formas y modos diversos–
en el interior del movimiento sindical de muchos países del mundo. 269

Un discípulo directo de las teorías de Besnard es, sin duda, Diego Abad de
Santillán, conocido no sólo como teórico y dirigente español, sino también
como ministro de economía de la Generalidad la Cataluña en el período de
la guerra civil. La idea principal de Santillán 270 es que la dirección de las
principales ramas de economía debe confiarse a los sindicatos. Estos,
conservando un organismo central de coordinación, se articularán en
consejos, elegidos y constituidos sobre la base de la competencia. La red
nacional de tales consejos –que deberán formarse sobre todo en la
agricultura, en la industria, en los principales servicios, etc.– constituirá la
estructura general de organización de la economía. Esta idea será
desarrollada por el autor para proponer la constitución de una organización
federativa, articulada según los ejes principales (por regiones y por ramas
de industria) y culminando en un consejo nacional de economía
socializada, al cual deberán corresponder las principales misiones de
planificación.271 Según Abad De Santillán, la tendencia principal de la
economía moderna se encamina hacia una creciente centralización y, por
ello, cualquier tentativa de dirigirla hacia formas organizativas comunales,
de inspiración campesina o artesana, sólo puede llevar al fracaso. 272

269
Por motivos evidentes no podemos extendernos sobre estos aspectos del proyecto de
Besnard, que serían del máximo interés por su actualidad y trascendencia. Nos referimos,
por ejemplo, a la discusión sobre el rol de los técnicos en la gestión sindical (págs. 257-67),
a la solución propuesta para la cuestión agraria y a la explícita aceptación de una fase de
transición entre el viejo régimen y “el comunismo libertario realizado” (págs. 268-274).
270
Expuesta de forma sistemática en un texto actualmente casi imposible de hallar, El
organismo económico de la revolución. Cómo vivimos y cómo podríamos vivir en España,
Barcelona. Tierra y Libertad, 1936, 257 págs. Existe una traducción inglesa ampliada con el
título After the revolution, the Reconstruction of Spain Today, Nueva York, 1937. El autor
vive en Argentina.
271
Véase Antonio Elorza: Une conception scientifique du comunisme libertaire. D. A. de
Santillán, en Autogestión, n°. 18-19, 1972, p. 83. Véase también F. Mintz: L’autogestion,
págs. 36-37.
160
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El programa más serio consiste en impedir que la gestión por parte de los
trabajadores se transforme en el poder despótico de una “burocracia
estatal”. Con este objetivo, De Santillán propone para el desarrollo de la
función coordinadora y planificadora la formación de un organismo de
coordinación, sometido a un control de la base, ejercido ya desde consejos
de fábricas, unidos, como ya se ha dicho, en federaciones sindicales
organizadas por ramas de industria, ya por consejos elegidos localmente
por la población. “La coerción estatal, en tal sistema, no ofrece ninguna
ventaja; sería estéril y de hecho imposible”.273

El problema principal en Abad de Santillán, sin embargo, no consiste en la


necesidad de desarrollar una polémica contra las tendencias “estatistas”
débiles y prácticamente inexistentes en la CNT española, sino más bien el
de luchar contra los anarquistas “puros”, defensores de una gestión
económica descentralizada al máximo, privada de programas y de
instrumentos de planificación, organizada fundamentalmente sobre bases
locales y regionales.

Contra esta arbitraria, y en cualquier caso antihistórica interpretación del


pensamiento kropotkiniano, se vieron obligados a librar una dura batalla
De Santillán y otros dirigentes sindicales de la CNT, fuerte sobre todo en la
zona de Cataluña:

“Es necesario comprender que la fábrica no es un organismo aislado,


dotado de vida propia; es una fracción de un engranaje completo que
sobrepasa la fábrica, el cuadro local, la región, que sobrepasa incluso
las fronteras nacionales. La característica de la vida económica
moderna es una conexión que atraviesa todas las fronteras. Las
concepciones económicas basadas en un marco local (“localismo”)
han sido relegadas o deberían serlo al museo de antigüedades”. 274

Según De Santillán, aquellos conceptos se oponen a una real y efectiva


gestión por parte de los trabajadores. De hecho, el localismo no sólo
contrasta con aquélla, que es la tendencia del desarrollo tecnológico, sino
que abandona de hecho el control de las palancas centrales de la
economía en manos de organismos sobre cuya base ni la más perfecta de
las federaciones territoriales podrá nunca ejercitar un control eficaz.

272
Véase al respecto la parte dedicada a las ideas de A. de Santillán en D. Guerin:
L’anarchisme, p. 144.
273
Ibíd., p. 145.
274
D. A. de Santillán: “Sobre la anarquía y las condiciones económicas”, en Tiempos
Nuevos, n°. 7, 1934, p. 225.
161
Roberto Massari

La confusión que existe en tales posiciones, según De Santillán, es debido


al hecho de que no se lleva a cabo ninguna distinción entre conceptos
como “vida común”, “agrupación por afinidad” y “función económica”.

En la fábrica no se puede hablar de relaciones de afinidad o simpatía,


como si se tratase de una institución matrimonial u otra por el estilo. Lo
que regula la vida en común de la empresa no es la calidad de los
caracteres, sino la del trabajo, que a su vez se expresa y cualifica en la
competencia profesional. Si, por consiguiente, prosigue la argumentación
de De Santillán, en la comunidad social el máximo acento debe ponerse
sobre la anarquía y la independencia, en la fábrica, por el contrario, se
debe insistir en la organización y en la interdependencia, si no se quiere
provocar una regresión a la barbarie. Aunque en la comuna, en lo
sucesivo, se puede llegar a la libertad desde el punto de vista político,
cultural, etc., esto jamás podrá llegar a ser igual desde el punto de vista
económico.275

En El Organismo Económico, De Santillán precisa los detalles técnicos de


su propia concepción autogestionaria. 276 La unidad de base debe estar
constituida por el consejo de fábrica y no por el sindicato respectivo, como
proponía, por el contrario, Besnard. El consejo, formado por empleados,
obreros y técnicos, será elegido en la asamblea de los trabajadores y
revocado en cualquier momento. Los miembros de los consejos de varias
fábricas constituirán las secciones sindicales de oficio o de categoría,
articuladas a su vez por consejos especializados por competencia y
funciones (De Santillán menciona dieciocho). Los consejos del sector
deberán elegir a los consejos locales, a los que compete la misión de
organizar la vida social a nivel municipal. Un rol importantísimo habrá de
desempeñar la instancia directamente superior, el consejo regional, a cuyo
cargo correrán no solamente las reglamentaciones de los mecanismos de
cambio y distribución, sino también funciones más complejas, como las
recogidas de los datos estadísticos, las decisiones relativas a los trabajos
públicos, la investigación y experimentación de nuevas técnicas. La
coordinación general de confía al consejo general de economía,
estrictamente controlado por las instancias inferiores, ante las cuales será
responsable.

275
Esta es en sustancia la conclusión del artículo de Abad de Santillán, ya citado. No
repetimos las críticas expresadas a posiciones similares de Besnard.
276
Diego Abad de Santillán: El organismo económico, págs 180 y sígs. “EL
ANARQUISMO Y LA REVOLUCIÓN EN ESPAÑA” – Escritos 1930-1938 por Diego Abad
de Santillán
162
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En el congreso de la CNT –Zaragoza, 1 de mayo de 1936– las ideas de


Abad De Santillán fueron duramente combatidas y derrotadas por la idea
comunalista, inspirada sobre todo en la teoría que algunos años antes
expresara en un opúsculo el médico Isaac Puente. 277 Abad De Santillán no
estaba presente en el congreso, pero sus posiciones eran expuestas en
los acuerdos del sindicato de Artes Gráficas de Barcelona; en éstos se
repetía sintéticamente el proyecto de organización económica ya expuesto
en El organismo económico. El texto aparece en Solidaridad Obrera, 24 de
abril de 1936; hay una traducción francesa en el número de Autogestión ya
citado278. Algunos meses después, sin embargo, las mutaciones habidas
en la gestión económica inmediata al comienzo de la revolución (julio de
1936) se produjeron en un sentido mucho más próximo al sugerido por De
Santillán y los otros “herejes” que al correspondiente a los anarquistas
“puros”: la mayor parte de los últimos, así, por ironía de la suerte, acabará
por aceptar no sólo la liquidación del sector autogestionario, sino que
entrará directamente a formar parte del gobierno burgués de Largo
Caballero.279

Como fin de estos pasajes, sin embargo, vale la pena esbozar brevemente
el rol de las colectividades españolas durante la guerra civil, aunque para
poder verificar prácticamente cómo se concretó la problemática
autogestionaria estudiada durante tanto tiempo por el movimiento anarco-
sindicalista internacional y después aplicada efectivamente en la realidad.
La experiencia de autogestión conocida en Cataluña –sobre la cual se ha
escrito mucho y mucho queda por escribir280– representa indudablemente
una etapa fundamental del movimiento obrero occidental, no sólo por la
demostración práctica ofrecida por ella, por segunda vez desde la

277
Isaac Puente: El comunismo libertario, Barcelona, 1932.
278
Op Cit. págs. 103-111
279
Para el rol de la CNT y de los anarquistas en la guerra civil, véase la obra de César M.
Lorenzo Les anarchistes espagnols et le pouvoir (1868-1969), París, 1969.
280
Una óptima bibliografía sobre este tema hallamos en F. Mintz: L’autogestion dans
l’Espagne révolutionnaire, París, 1970. En ella se indican no sólo los textos, los
opúsculos que inspiraron la acción económica de los sindicatos catalanes en el curso de
la guerra civil, sino también gran cantidad de materiales más directos, indispensables
para los historiadores que quieran fundamentar una reconstrucción de la experiencia
catalana. Entre las tentativas ya completas podemos citar las siguientes: Gastón Leval:
Né Franco né Stalin. Le collectivitá anarchiche espagnole nella lotta contro Franco e la
razione staliniana, Milán, 1952; ampliado y revisado recientemente en Espagne libertaire,
1936-1939; L'oeuvre constructive de la revolution espagnole, París, 1971; F. Berkeneau:
El reñidero español, Ruedo Ibérico, 1961; CNT, collectivisation, l'oeuvre constructive de
la revolution espagnole, 1936-1939 (Toulouse, 1965); D. R. Mintz, además del texto ya
citado; «Enseignements de l’autogestion espagnole», en Autogestión, n°. 18-19, 1972;
véase Marcos Álvarez: «Les collectivités espagnoles pendant la révolution», ibíd., págs.
119-42; A. D. Prudhommeaux: Espagne libertaire, París, 1955.
163
Roberto Massari

revolución de octubre de que la revolución obrera de los medios de


producción es posible, sino también por las conclusiones que pudieron
obtenerse a fin de adoptar una orientación más precisa en el debate sobre
problemática autogestionaria.

Al estallar la revolución había en España 1.900.000 personas ocupadas en


el sector industrial, sobre una población de 24 millones de habitantes
(cerca del 22 % de la población activa y la mitad de la empleada en la
agricultura). Las industrias más importantes por número de obreros eran
en líneas generales: la de vestir, la textil y la de la construcción. Seguía el
sector alimentario, la pesca y, en fin, la minería y metalúrgica (esta última
con 120.000 miembros).281 No hay que infravalorar, por otra parte, el
“sector terciario”, en el cual, no obstante la dificultad de establecer cifras
exactas, se puede calcular que cerca de 600.000 personas se empleaban
en los servicios públicos (transpones, electricidad, medios de comunicación).
Este será el sector más dinámico por lo que respecta a la construcción de
instrumentos de autorganización y a la función de responsabilidades en el
campo de la gestión.

Como se puede observar en base a las cifras citadas, el peso de la clase


trabajadora al comienzo de la guerra civil distaba bastante de ser el
mayoritario, no sólo por la debilidad del sector industrial en relación al
conjunto de la actividad productiva, sino también porque el limitado
desarrollo de otros señores (la industria química contaba con 46.000
miembros, empleados, empero, en casi 4.000 pequeñas fábricas) 282 no
será casual si la colectivización y las sucesivas tentativas de “socialización”
hallan su máxima expansión en el factor agrícola, donde era más fuerte el
peso social de los braceros y de los campesinos pobres (845.000 sobre
1.023.000 propietarios de tierras no conseguían obtener una renta
cotidiana per capita que permitiese un nivel mínimo de subsistencia,
mientras el 67,15 % de la tierra cultivada estaba en manos del 2,04 % de
propietarios, en posesión de terrenos superiores a 100 Ha.). No hay que
olvidar, por otra parte, la fuerte tradición de luchas sociales conocidas en el

281
Véase G. Leval, op. cit. págs 241-42.
282
Se observó, no obstante, que el peso cualitativo del proletariado español ha sido en
mucho superior al soviético en el período de febrero-octubre de 1917 (para esto véase P.
Broué-E. Témime: La révolution et la guerre d’Espagne, París, 1961, p. 131). De la
misma opinión fueron, entre otros, Andrés Nin y Trotsky. Este último afirmó que el
«proletariado» (español) ha demostrado calidad combativa de primer orden. Por su peso
específico en la economía del país, por su nivel político y cultural se hallaba el primer día
de la revolución no más atrás, sino más adelante que el proletariado ruso a comienzos
de 1917”. “La lezione della Spagna”, en / problemi della revoluzione ciñese e altri scritti
su questioni intemazionali, Torino. 1970, p. 184.
164
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

mundo rural español y el papel que a finales del siglo XIX ya había
desempeñado en ellas el movimiento anarquista y anarcosindicalista. 283 En
lo que respecta a la industria, por otro lado, no debe olvidarse tampoco el
peso de la desocupación (muy alta y originadora de transferencias al
sector primario) ni el hecho de que el grueso de la misma se hallaba
situado en Cataluña, es decir, en la región donde la revolución ha tenido su
propio centro político, sino también la experiencia más avanzada de
colectivización y autogestión obrera. Estos últimos términos reclaman una
aclaración. Cataluña no conoció un régimen efectivo e integral de los
medios de producción por parte de la clase obrera. No se llevó a cabo ni
se hubiera podido llevar en pocos meses una red de control obrero y
popular sobre el conjunto de la economía (Bancos, comercio, industrias,
etc.) ni el pueblo español consiguió darse una nueva estructura política con
la cual afrontar no sólo los problemas de la gestión económica, sino
también la ofensiva de la contrarrevolución. Es de notar que las mismas
fuerzas políticas contrarias a la extensión de la colectividad eran asimismo
favorables a la permanencia de las estructuras del Estado burgués
tradicional y a que éste asumiese como fórmula gubernamental la de
“unidad nacional”.284 Por tales motivos, no creemos se pueda hablar de
autogestión obrera en el verdadero sentido de la palabra, ni obviamente se
puede ignorar el hecho de que tal experiencia se haya desenvuelto de
manera muy desigual.285 Se trató más bien, a nuestro juicio, de una toma
temporal de posición por parte de los trabajadores de sectores importantes
de la economía (sobre toda catalana) y de la adopción de formas diversas
de la autogestión y de simple participación en algunas empresas de tales
sectores. Ello fue posible, por otra parte, sea por la situación creada de
283
Véase G. Brenan: The spanish labyrint, Cambridge, 1960, y la reconstrucción hecha
por E. J. Hobsbawm en I ribelli. Forme primitive di rivolta sociale, Turín, 1966, cap. V.
284
La política oportunista del PCE y la actividad contrarrevolucionaria de los agentes de
la GPU estaliniana son los aspectos más notables y más clamorosos de la colaboración
de clases propuesta y realizada durante la guerra civil por el partido comunista español.
Existe, sin embargo, un aspecto de tal política menos conocido, pero más significativo,
representado por el boicot y la oposición sistemática contra cualquier tentativa llevada a
cabo por los trabajadores de asumir la gestión de las empresas, de organizar
autónomamente la producción. Tal oposición asumió también una forma extremada,
como, por ejemplo, la destrucción violenta de las colectividades agrícolas, realizada por
las tropas de Líster y la negativa de suministrar las materias primas a las fábricas
autogestionarias. Véase al respecto los testimonios de G. Muñís: Jalones de derrota,
promesa de victoria: España, 1930-1939, México, 1948, y F. Morrow: L’opposizione di
sinistra nella guerra spagnola, 1970.
285
Según Franz Borkenau, op. cit., el 70 % de las empresas de Cataluña pasaron a un
régimen de gestión obrera y sindical, mientras en la zona de Madrid se había llegado a
un 30 % de empresas con formas de participación. En Asturias la producción pasó
completamente a manos de los sindicatos obreros, mientras que en la región vasca no
se llevó a cabo ninguna transformación sustancial.
165
Roberto Massari

hecho con la desaparición de gran parte de los propietarios en la zona


republicana, sea por la necesidad de continuar haciendo funcionar las
fábricas en interés de la revolución. Parece, por tanto, que la experiencia
tiene un valor emblemático por las tendencias y la potencialidad que supo
expresar, pero que en la valoración completa se debe tener en cuenta
también el hecho de que fue interrumpida por la instauración del régimen
nacionalista antes de que pudiese asumir una forma completa.

Las industrias metalúrgicas de Alcoy, los servicios públicos (agua,


electricidad, gas), los medios de transporte de Barcelona son algunos de
los principales sectores en los cuales los trabajadores (sirviéndose de las
estructuras sindicales) consiguieron reanudar la producción después del
abandono por los propietarios y la huida de cierto número de técnicos. Las
formas de gestión y dirección aportadas por los obreros y los sindicatos a
las empresas requisadas se pueden reducir fundamentalmente a dos: la
incautación, cuando la empresa pasaba completamente a manos de los
trabajadores, e intervención, cuando se creaba un comité mixto de
participación. Es inútil añadir que la primera forma prevaleció en las zonas
donde dominaban la CNT y los anarcosindicalistas o donde era menor el
aparato burocrático, mientras la segunda correspondía mayormente a las
iniciativas de la UGT y a las aspiraciones de los partidos reformistas. No
obstante, para toda una primera fase, incluso en las empresas donde la
gestión era confiada a un comité interventor, el peso de la composición
obrera y sindical era excesivamente predominante: una clara consecuencia
del tipo de relaciones de fuerza instaurado en Cataluña y en otras regiones
tras la iniciación de la guerra y la formación de milicias populares. En
efecto, podemos afirmar que el régimen de dualismo de poderes existente
en el resto del país y que, con las debidas excepciones, la experiencia
autogestionaria española tenderá a remitir en la medida en que el aparato
estatal conseguirá tomar de nuevo el control de la situación. En este
sentido debe ser valorado también el decreto de colectivización catalana
de 24 de octubre de 1936 (véase apéndice); ello refundía la necesidad que
tenía el gobierno de no perder completamente el control de una
experiencia que ya tendía a evadirse de hecho de cualquier forma de
reglamentación y que parecía poder desarrollarse más allá de cualquier
previsión. El carácter “avanzado” del decreto se explica por el hecho de
que debía codificar en la práctica una situación autogestionaria ya creada,
permitiendo empero, al mismo tiempo, una injerencia por parte del Estado
en los organismos de poder construidos por los trabajadores. Vale la pena

166
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

recordar, sin embargo, que la CNT ejercía también una fuerte influencia
sobre la Generalidad de Cataluña y el decreto había sido en parte obra de
anarquistas. Es oportuno añadir que el decreto estaba animado de una
preocupación de integración económica y de un notable sentido de la
planificación “socialista”.286

En realidad, el decreto debía ofrecer una cobertura jurídica y un primer


embrión de reglamentación ante la existencia de una situación real y a la
tentativa ya consumada de organizar una economía socialista y dirigida por
los trabajadores. Aquél legalizaba y reconocía la existencia de los dos
sectores: el colectivizado y el de participación mixta, ofrecía una definición
de las principales funciones de los diversos sectores económicos y fijaba la
modalidad de elecciones para los “consejos de empresa”. Estos últimos
debían ser elegidos directamente por los trabajadores y debían ser
revocables en caso de fallos en la gestión; estaban constituidos, por otra
parte, por un representante de cada sector, servicio o grupo de los
trabajadores existentes en la empresa. Especialmente se daba el caso de
que las secciones sindicales CNT y UGT conseguían ponerse de acuerdo
sobre trabajos a desarrollar y posteriormente designaban directamente a
los miembros del “consejo”: la pertenecía a los sindicatos de los
trabajadores que formaban parte de los comités, de gestión era, sin
embargo, el resultado del hecho de que los cuadros más capaces y
formados estaban ya en general sindicalizados, y no era debido el
fenómeno a presiones o imposiciones provenientes del exterior. En
algunos casos las organizaciones sindicales consiguieron ponerse de
acuerdo para una representación al cincuenta por ciento (por ejemplo,
Ford Ibérica Motor en el puerto de Laredo), o bien por una representación
proporcional de acuerdo con el número de los afiliados (por ejemplo, en
Fomento de Obras y Construcciones). Fueron los comités mixtos CNT-
UGT quienes realizaron uno de los “milagros técnicos” de la revolución
española: la completa reorganización de la red tranviaria y ferroviaria de la
ciudad de Barcelona, que empezó a funcionar normalmente apenas
transcurridas dos jornadas de la insurrección de julio. La requisa de los
demás servicios de la ciudad (agua, gas, electricidad, abastecimientos) fue
de inmediato asegurada por comités sindicales del mismo tipo. 287

286
Tal juicio ha sido expresado por D. Guerin: Né dio né padrone, vol. II, págs. 151-53.
287
La descripción más detallada de tales transformaciones llevadas a cabo, sin embargo,
desde un punto de vista excesivamente partisano, se halla en la colección de
documentos reunida por la CNT en el exilio, ya citada, mientras la investigación más
actual y más detallada sobre la experiencia de la colectivización es sin duda la de G.
Leval. Una óptima descripción, sin embargo, de la atmósfera y el clima político existente
167
Roberto Massari

“Por lo que respecta a la agricultura, la requisa de las grandes


propiedades fue automática... Si no se plantea jamás el problema de
la colectivización de la tierra, ello no quiere decir que se incitara a los
campesinos a permanecer o a convertirse en pequeños propietarios.
Fue también prohibido el empleo de asalariados, y como el
campesino propietario sólo podía cultivar por sí mismo una pequeña
superficie, la tierra no cultivada iba a parar a manos de la colectividad.
Es difícil calcular la superficie confiscada; no obstante, se puede
utilizar la valoración llevada a cabo por el Instituto de Reforma Agraria
de España, según el cual 5.692.202 Ha. de tierra fueron expropiadas
después de 1936”.288

En la colectividad organizada en torno a las tierras expropiadas el


movimiento anarquista español tuvo la posibilidad, por primera vez y a
vasta escala, de experimentar las formas de cooperación y de convivencia
inspiradas en los principios del comunismo libertario.

La supresión de la moneda, la pedagogía antiautoritaria, el apoyo mutuo,


la igualdad de los derechos, etc., son algunos de los aspectos propiamente
“sociales” con los que las comunidades anarquistas locales intentaron
finalizar las transformaciones llevadas a cabo en la gestión económica. Las
dificultades financieras, sin embargo, la falta de materias primas, la
oposición (también violenta) de los stalinistas y, en fin, la victoria de Franco
impidieron, sin embargo, en este sector una estabilización de las
conquistas obtenidas, una extensión del movimiento y, sobre todo, una
integración a las experiencias de autogestión industrial que contemporánea-
mente se habían llevado adelante en algunos centros del país.

“Seis meses después de la infección de la revolución –observa el


historiador P. Broué–, la economía española se debate entre terribles
dificultades. Ahora serán bastante corrientes las acusaciones sobre la
“anarquía” de las “colectivizaciones” o de las sindicalizaciones, la
“incompetencia” de los nuevos dirigentes improvisados. Estas críticas
no están del todo infundadas. Sin embargo, para ofrecer una
valoración justa de las realizaciones revolucionarias es necesario no
olvidar el peso terrible de la guerra. De hecho, las conquistas
revolucionarias de los obreros españoles han tenido en los primeros
meses consecuencias importantes y profundamente significativas.

en Cataluña es la famosísima de George Orwel, el escritor inglés que participó en la


guerra al lado del POUM, Homenaje a Cataluña, en esta Colección (Penguin, 1971)
288
Véase Marcos Álvarez, op. cit., pág. 122.
168
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Los nuevos principios de la gestión y la supresión de los dividendos


han permitido una reducción efectiva de los precios; esto, en fin de
cuentas, no resultó anulado sino como consecuencia de la subida
vertiginosa del precio de las materias primas. Ninguna economía
capitalista habría podido tampoco evitarlo en condiciones similares.
La mecanización y racionalización introducida en numerosas
empresas por iniciativa de los propios productores aumentaron en
notable proporción la productividad. Los obreros aceptaron con
entusiasmo enormes sacrificios porque tenían la convicción, en la
mayor parte de los casos, de que las fábricas eran de su propiedad y
que trabajaban, en fin de cuentas, para ellos mismos y para sus
hermanos de clase.”

“Fue sin duda un nuevo hálito el que pasó por la economía española
con la concentración de las empresas dispersas, la simplificación de
los circuitos comerciales, toda una serie considerable de realizaciones
sociales para los obreros ancianos, los niños, los inválidos, los
enfermos y el conjunto del personal. La gran debilidad de las
conquistas revolucionarias de los obreros españoles estuvo más que
en su improvisación, en su carácter incompleto. Pero es que, de
hecho, la revolución, apenas nacida, tiene que defenderse. Será la
guerra quien hará saltar las conquistas revolucionarias antes de que
tuvieran tiempo de madurar y aportar la prueba en una experiencia
cotidiana hecha de retrocesos y adelantos, de tentativas y de
descubrimientos”.289

Sobre la experiencia autogestionaria de Cataluña caía así el imperativo de


la guerra: factores determinantes de política internacional (y sólo
mediatamente nacionales) impidieron el logro y la difusión de la más
grande experiencia de dirección obrera de las fábricas conocida en el
período de entreguerras después del octubre soviético. Los anarco-
sindicalistas, los revolucionarios y los obreros, que han sido los
animadores y los inspiradores teóricos de semejante experiencia, tuvieron
que refugiarse en el exilio. Para aquéllos, entre los que aún permanecen
vivas, las colectivizaciones serán en lo sucesivo un lejano recuerdo.

Con la derrota de la revolución española el movimiento anarquista pierde


su más fuerte bastión. Pierde además la posibilidad de desarrollar y
extender una experiencia de autogestión y de autorganización en que

289
P. Brogué-E. Témime, op. cit., págs. 150-51.
169
Roberto Massari

habían empezado a esbozarse concretamente algunos de los principios


del “comunismo libertario”. En las tentativas que se llevarán a cabo
después de la guerra para elaborar y también para actualizar un modelo
“de gestión obrera de los medios de producción”, el movimiento anarquista
en cuanto tal no conseguirá desempeñar ningún papel. No es éste el lugar
más adecuado para abrir de nuevo la discusión ociosa desde diversos
puntos de vista sobre la situación actual del movimiento anarquista
(¿muerte, supervivencia o resurrección?), y para un tratamiento serio del
problema preferimos remitir al lector al estudio reciente de Gino Cerrito, 290
donde el dilema se supera en el ámbito de una discusión sobre funciones
del movimiento. La ausencia del movimiento anarquista en la reanudación
del debate sobre los consejos y la autogestión es formal (puesto que
desde este punto de vista se podrían citar decenas y acaso centenares de
artículos o tomas de posiciones) 291, pero sustancial.

No se llega a percibir en los análisis de las organizaciones anarquistas


actuales, dedicadas al problema de la autogestión, una tentativa de
desarrollo de semejante problemática, uniéndola a un análisis concreto y
articulándola con el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas,
como, por el contrario, se había llevado acabo en diferentes ocasiones,
aunque de modo limitado y discutible, en la Asociación Internacional de los
Trabajadores o en las filas de anarcosindicalismo (español y francés sobre
todo).

Se tiene la impresión especial de que los textos en favor de la solución


autogestionaria sean una consecuencia directa de la intuición, antigua y no
anárquica, de que la emancipación del hombre será completa solamente
cuando se haya liberado de la autoridad proveniente de otros hombres y
pueda disponer libremente de su vida. Sin embargo, parece que continuar
deduciendo de este principio, tan justo como genérico, los elementos
constitutivos de un modelo social comunista y libertario significa
condenarse por un lado a la esterilidad y a la utopía contemplativa en el

290
G. Cerrito: “II movimiento anarchico internazionale nella sua struttura attuale”, en
Anarchici e anarchia, p. 127-207.
291
Citamos a modo de ejemplo el de «Tribune Anarchiste Communiste, Les conditions
d’une révolution autogestionnaire» y de un militante dell'Alliance sundicaliste, Réné
Berthier: «Conceptions anarcho-syndicalistes de L’autogestión», ambos en el número de
Autogestión, muchas veces citado. Pueden verse también los artículos del número especial
de Noir et Rouge, supl. al n°. 41, mayo de 1968, reeditado y desarrollado recientemente en
Autogestión, Etat, Révolution, París, 1972. AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓN.
Noir et Rouge en esta Colección) En general, véase la obra de E. Guerin y de la
organización a la que pertenece (ORA, Organisation Révolutionnaire Anarchiste), en
particular uno de sus últimos libros: Pour un marxisme libertaire, París, 1969.
170
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

interior de una sociedad que, en su conjunto, nunca había conocido


problemas de tanta gravedad y urgencia.292

Si resulta difícil trazar una síntesis de la discusión desarrollada en la


historia del movimiento anarquista y sindicalista en relación con la
problemática de la autogestión, tratando en la medida de lo posible de
tomar los elementos que nos parecen más característicos, es, sin
embargo, casi imposible ofrecer un cuadro de la situación actual. A la
inconsistencia teórica de la mayor parte de las posiciones que conocemos
se une de hecho la dispersión o el desmembramiento que, como demostró
el congreso de Carrara de 1968, parece afectar en lo sucesivo al
movimiento anarquista internacional.

Las organizaciones y las ideas, sin embargo, no corren siempre la misma


suerte. Si la esperanza de Víctor Serge respecto a una reunificación de las
que en su juventud eran las dos principales tendencias del movimiento
obrero no ha podido cumplirse en torno a la experiencia bolchevique, 293 no
quiere decir que en la reanudación del debate en el seno del movimiento
obrero, coincidente con una crisis histórica del stalinismo a escala mundial,
el anarquismo no pueda desempeñar un papel. Lo tendrá, pero si llega la
contribución anarquista a tal debate de todo cuanto no es realista o es
ahistórico y comprendiendo de una vez por todas que la sociedad hacia la
cual caminamos, si no ha de ser “barbarie”, deberá ser lo contrario: lo que
implica el máximo desarrollo de la tecnología, la difusión masiva y
generalizada de los procesos automáticos, un crecimiento sin precedentes
de la productividad industrial y, por ende, de la centralización técnica y
administrativa. El ideal federativo, la comunidad local, la patria chica y los
demás mitos de origen rural o artesano, de los que tradicionalmente se ha
nutrido el movimiento anarquista, deben ser abandonados de una vez por
todas.

Un estudio aparte merece la supervivencia de algunas intuiciones


anarcosindicalistas dentro de algunas grandes centrales sindicales, pero
éste es otro tema.

292
Véase, en Murray Boockhim, El anarquismo en la sociedad del desarrollo, Ed. Kairós,
1974. Se trata de un intento de actualización de este problema. (N. del T.)
293
Véase al respecto el clásico de Volin: La rivoluzione sconosciuta. Roma, 1970, y G.
Rose: «Anarchismo e bolscevismo di fronte al problema dell'autogestione», en Anarchici
e anarchia, págs. 458-472.
171
Roberto Massari

Parece que tentativas autocríticas han sido efectuadas en los años últimos
(especialmente en Francia y en Estados Unidos) y con una dosis de
realismo a menudo superior que el de otros grupos que en el momento en
que se definían “marxistas-leninistas” respaldaban en realidad viejas
ideologías autoritarias, infectadas realmente de miticismo y populismo,
contra las cuales el marxismo ha conducido y ganado su primera batalla.
Es por este motivo que parecen del máximo interés posiciones anarquistas
más recientes, como las que afirman que:

“la autogestión de las empresas y de los centros de producción por


parte de los trabajadores, ejercida directamente, no resuelve en lo
sucesivo los problemas complejos de la estructuración de la futura
sociedad anarquista”.294

Este puede ser, en nuestra opinión, un óptimo punto de partida para un


relanzamiento de la discusión.

294
G. Cerrito: «Sull’anarchismo contemporáneo», introducción a E. Malatesta: Scritti
scelti, Roma, 1970, pág. 43. En un sentido completamente opuesto circulan, por el
contrario, obras confusas como la de Jean Coulardeau: Autogestión et rívolution
anarchiste, París, Publico, 1970, en la cual la modernización de las viejas teorías
mutualistas se lleva a cabo en términos de economía marginalista.
172
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Apéndice
Decreto de colectivización de la economía catalana
(24 de octubre de 1936) 295

Art. 1. Conforme a las reglas establecidas en el presente decreto, las


empresas comerciales e industriales de Cataluña quedan clasificadas en:

1) Empresas colectivizadas, en las cuales la responsabilidad de la


dirección recae sobre los obreros que trabajan en la empresa,
representados en un consejo de fábrica;

2) Empresas privadas, en las cuales la dirección queda a cargo del


propietario o gerente, con la colaboración y el control del comité
obrero de control.

Consejos de empresa

Art. 10. La gestión de la empresa colectivizada será savalguardada por un


consejo de empresa nombrado por los trabajadores entre los asistentes a
la asamblea general. Esta asamblea determina el número de miembros de
consejo de empresa, número que no será nunca inferior a cinco ni superior
a quince. En su constitución estarán representados diversos servicios:
producción, administración, servicios técnicos y servicio comercial. Estarán
también representadas, si no lo están, las diversas tendencias sindicales a
las que pertenezcan los obreros, proporcionalmente a su número.

La duración del mandato se fija en dos años, siendo renovable cada año la
mitad del consejo. Los miembros del consejo serán reelegibles.

Art. 11. Los consejos de empresa tendrán la misma responsabilidad que


los antiguos consejos de administración en la sociedad anónima y en las
empresas puestas bajo el control de un consejo de gestión.

Ellos serán responsables de su gestión ante los obreros de su misma


empresa y ante el consejo general de la industria interesada.

Art. 12. Los consejos de empresa tendrán en cuenta, en el cumplimiento


de sus funciones, el hecho de que la producción se debe adaptar al plan
general establecido por el consejo de la industria y coordinarán sus
esfuerzos con los principios definidos para el desarrollo de los sectores a
los cuales pertenezcan.

295
Los extractos que reproducimos están tomados de la antología tantas veces citada de
D. Guerin.
173
Roberto Massari

Para la definición de los márgenes de beneficios, para la fijación de las


condiciones generales de venta, para la adquisición de materias primas y
para cuanto concierne a las reglas de amortización del material, la parte de
capital en circulación, los fondos de reserva y la distribución de las
utilidades se ajustarán a las disposiciones tomadas por el consejo general
de la industria.

En el plano social los consejos de empresas velarán por el estricto


cumplimiento de las reglas establecidas a este respecto y sugerirán otras
que juzguen convenientes. Tomarán todas las medidas necesarias para la
salvaguardia de la higiene física y moral de los obreros; se consagrarán a
una intensa obra cultural y educativa, favoreciendo la creación de clubs,
centros de recreo, deporte, cultura, etc.

Art. 15. En todas las empresas colectivizadas habrá obligadamente un


delegado de la Generalidad, que formará parte del consejo de empresa y
será nombrado por el consejero de Economía, de acuerdo con los
trabajadores.

Art. 18. Los consejos tendrán la obligación de escuchar las reclamaciones


y las propuestas formuladas por los obreros. Las registrarán y llevarán, si
es necesario, a conocimiento del consejo general de industria.

Art. 19. Los consejos de empresa al final del ejercido tendrán que rendir
cuenta de su gestión a los obreros reunidos en asamblea general.

Darán asimismo conocimiento al consejo general de industria, conocimiento


del balance y de un resumen semestral y anual que establecerá
detalladamente la situación de los negocios, los planes y proyectos futuros.

Art. 20. Los consejos de empresa podrán ser revocados parcial o


enteramente por los operarios reunidos en asamblea general y por el
consejo general de la industria respectiva en caso de manifiesta
incompetencia o de resistencia a las normas fijadas.

Art. 21. En las industrias o en los comercios no colectivizados la creación


del comité obrero de control será obligatorio, y en este comité estarán
representados todos los servicios de producción, técnicos y administrativos,
que forman la empresa; el número de miembros que compongan los
comités será dejado a la libre elección de los obreros. La representación
de cada sindicato será proporcional al número respectivo de sus miembros
en la empresa.

174
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Art. 22. Las funciones del comité de control serán:

a) El control de las condiciones de trabajo y la estricta ejecución de las


medidas en vigor para salarios, horarios, seguridad social, higiene y
seguridad, etc., así como la disciplina estricta en el trabajo. Todas las
advertencias y notificaciones que el gerente crea su deber hacer al
personal serán transmitidas por medio del comité;

1. El control administrativo: cobros y pagos, tanto en dinero como en


trámites bancarios, y relación de estas operaciones con la
importancia de la empresa, control de las demás operaciones
comerciales;

2. El control de la producción, en estrecha colaboración con el


propietario de la empresa, a fin de perfeccionar el desarrollo de
esta producción. Los comités obreros de control mantendrán las
mejores relaciones con los técnicos, a fin de asegurar la buena
marcha del trabajo.

Art. 23. Los patronos tendrán que presentar a los comités obreros de
control los balances y rendición de cuentas anuales, que enviarán al
consejo general de la respectiva industria colectiva.

Consejos generales de industria

Art. 24. Los consejos generales de industria estarán constituidos por:

Cuatro representantes del consejo de empresa y de esta industria;

Otro representante de las diversas centrales sindicales designados de


acuerdo con un criterio proporcional;

Cuatro técnicos nombrados por el consejo de economía;

Cada uno de estos consejos estará presidido por el delegado de este


sector al Consejo de economía.

Art. 25. Los consejos generales de industria determinarán los planes de


trabajo de la industria, fijarán la producción de su sector y regularán todas
las cuestiones que le conciernan.

Barcelona, 24 de octubre de 1936

175
Roberto Massari

CAPÍTULO 5
LOS SOVIETS Y EL CONTROL OBRERO
EN LA REVOLUCIÓN RUSA

1. Los primeros soviets (1905)


Trotsky, uno de los principales intérpretes de los acontecimientos rusos de
1905, daba la siguiente ajustada definición del soviet de Petrogrado:

“El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una


necesidad objetiva, creada por el conjunto de las circunstancias de
entonces: era necesario tener una organización que gozase de
indiscutible autoridad, libre de cualquier tradición, que reagrupase en
su primera acción las masas dispersas y sin relación; esta
organización debía ser un punto de confluencia para todas las
corrientes revolucionarias en el interior del proletariado; debía tener
iniciativa y al mismo tiempo la capacidad de controlarse por sí misma,
de manera automática; lo esencial era poder hacerla surgir en
veinticuatro horas”.296

¿Significa esto que la extensión del derecho de representación a las


masas populares, centrado en la estructura organizativa del proceso de
producción, debía sustituir a la acción tradicional de los partidos políticos?
¿Debía el soviet reducirse acaso a una simple ampliación del área “social”
cubierta a finales de 1905 por la socialdemocracia rusa y por las otras
corrientes de inspiración obrera y popular?

La respuesta de Trotsky era negativa. Y de hecho, en tanto que tales


organizaciones “no eran sino formaciones en el interior del proletariado”,
cuyo “objeto inmediato era luchar por adquirir influencia sobre las masas”,
el soviet se convertía, por el contrario, inmediatamente en la organización
misma “del proletariado”, cuya misión era “luchar por la conquista del
poder revolucionario”.297 Desde el punto de vista de valoraciones históricas
aparecen, por tanto, claramente distintas las características esenciales de
los dos principales instrumentos de que el proletariado ruso habría podido
servirse en el curso de su propia emancipación.

296
León Trotsky, 1905. Roma, 1969, p. 101.
297
Ibíd., p. 223.
176
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por un lado, la organización política ligada a las masas, pero distinta de


ésta en cuanto a métodos, objetivos y forma de comportamiento; aquélla,
obligada a luchar por la conquista o el mantenimiento de cierta influencia
dentro de los sectores considerados fundamentales para el desarrollo del
proceso revolucionario, no habría podido absorber ninguna de las
funciones económicas y sociales para las que fuese necesario un alto
grado de homogeneidad y adhesión espontánea a determinados objetivos
autónomamente prefijados. Por otro lado, una “estructura” social de
movimiento, constituida por la síntesis cualitativamente superior –en
relación con sus partes componentes– de los diversos agregados
autónomos y homogéneos de base, en la cual la totalidad o la gran
mayoría de los trabajadores decidían reconocerse.

Ni anarcosindicalista ni kautskiano –es decir, ni “economicista” ni “idealista”–,


el proceso histórico de emancipación del proletariado aparece después de
1905, a los ojos de atentos observadores, como la posible síntesis
dialéctica de política y economía, de acción y reflexión teórica, pero sobre
todo como la progresiva compenetración entre los instrumentos de
agitación política (necesariamente elitistas) y los organismos de masas
(expresión, por el contrario, del movimiento en su conjunto).

“El soviet –dirá Trotsky– es el poder organizado por la masa, que


domina a todas sus fracciones”.298

Su acción atrae hacia sí a todas las mejores fuerzas del militarismo político
ruso, lo absorbe, pero no se puede nunca reducir a una de ellas en
particular, ya que ello equivale a renunciar contemporáneamente a dos
características fundamentales de la estructura sovietista:

– El carácter de masas (pluralismo y armonización de los distintos


intereses prevalecientes en el seno de la población trabajadora);

– La naturaleza de clase, como fundamento y justificación histórica de una


organización social alternativa respecto a la tradicionalmente funcional de la
sociedad civil burguesa.

El soviet, de hecho:

“aplicaba los métodos que proceden naturalmente del carácter del


proletariado considerado como clase: estos métodos se vinculan a la
función de la producción, a la importancia de sus efectivos, a su
homogeneidad social (...).
298
Ibíd.
177
Roberto Massari

De cualquier modo, el soviet virtualmente o de hecho era el órgano de


la mayoría de la población”.299

El juicio de Trotsky se insertaba “orgánicamente” en la teoría de la


revolución desarrollada por él; pero tal juicio ¿puede acaso ser considerado
como la expresión de un nivel de madurez ya adquirido en el conjunto de
la inteligencia revolucionaria rusa a finales de 1908-1909? ¿Y qué
fundamento real tenía la aventurada valoración de Trotsky, según la cual el
soviet (aunque sea “virtualmente”) representaba el órgano “de la gran
mayoría de la población”? Y sobre todo, ¿hasta qué punto era verdad que
la breve experiencia sovietista de 1905 se relacionaba con la función del
proletariado en la producción o que en ella revertía la experiencia adquirida
por los trabajadores dentro del proceso productivo, es decir, la proyección
de esas instancias de poder que cualquier huelga, cualquier forma de
contestación obrera alcanza potencialmente en su propio seno?. 300

Responder a estas interrogantes significa evidentemente ir más allá de las


intuiciones trotskyanas –afortunadas, a nuestro juicio, pero de cualquier
modo frutos de un proceso de reelaboración ideológica, funcionalizado al
filo de acontecimientos políticos– para intentar ofrecer una explicación o,
más modestamente, algunos elementos útiles para una valoración general,
pero integral, del proceso real de formación de los primeros consejos
obreros y campesinos de la historia moderna. A tal objeto nos veremos
obligados a trazar –aunque sea en sus grandes líneas generales– el arco
de los acontecimientos que van desde el nacimiento de los primeros
soviets en 1905 a su nueva manifestación y pleno desarrollo en el conjunto
de movimiento de los comités de fábrica en 1917, y luego, hasta su
liquidación efectiva en los años inmediatamente siguientes a la revolución
de octubre.301 En el arco formado por estos años, enorme por la extensión
y fundamental por la plenitud y densidad de los acontecimientos históricos,
299
Ibíd.. págs. 223-26 (la cursiva es nuestra).
300
El célebre opúsculo Huelga de masas, partido y sindicatos de Rosa Luxemburgo, al
que aludíamos aquí implícitamente, es de 1906. La fecha no es indiferente, ya que
permite valorar a fondo la influencia que la experiencia rusa de 1905 ha tenido también
para la gran revolucionaria polaca. Véase La huelga política de masas por Karl
Liebknecht (1904) Véase la opinión de P. J. Nettlen: Rosa Luxemburgo, Milán, 1970,
págs. 391-94.
301
Además de los estudios y de las investigaciones que citaremos en el curso de este
texto, nos hemos servido, para la reconstrucción completa de la experiencia socialista,
sobre todo, del trabajo de Oskar Anweiler: Storia del soviet, 1903-1921. Bari, 1972. Si se
excluye el primer capítulo, confuso y un tanto arbitrario en la atribución de posiciones
consejistas, el libro de Anweiler puede ser considerado como una de las investigaciones
más rigurosas sobre la experiencia revolucionaria del proletariado ruso. A diferencia de
tantas otras “historias”, tiene el mérito de proponerse de nuevo el análisis y una discusión
de la experiencia rusa desde el punto de vista de sus intérpretes reales: los trabajadores.
178
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

la extrapolación de algunos fenómenos, a veces solamente episódicos, se


justifica en base a un criterio metodológico preciso. Contrariamente que el
historiador, el estudioso de los procesos sociales se interesa más en su
devenir que en su ser, aunque sea considerado en la sucesión causal y
cronológica de las diversas fases del desarrollo, la extrapolación de una
serie de fenómenos reales en su contexto específico (comprendiendo en él
también las valoraciones expresas o el uso hecho por los observadores
contemporáneos) , mientras obliga al estudioso a pagar un precio muy alto
en el terreno de la precisión y del rigor filológico, permite, sin embargo, que
la mayor libertad de intuición y de valoración completa que un análisis
estrictamente cronológico hace, cuando menos, más difícil. La formulación
final de las características específicas y determinantes del fenómeno
observado podrá, por el contrario, constituir no sólo un momento de
verificación del grado de arbitrariedad de la extrapolación que se ha tenido
que recorrer obligatoriamente, sino también el punto de partida para
nuevas y más valiosas anticipaciones.

Está para lo sucesivo un tanto adquirido que el nacimiento del primer


soviet ruso en 1905 fue el resultado del encuentro de una serie de factores
precisos, históricos y sociológicos, cuya combinación pudo crear las
condiciones óptimas para el desarrollo de la iniciativa revolucionaria de las
masas. Por una parte, de hecho, se estaba realizando en el lado
puramente económico un adecuamiento cualitativo de Rusia a las
transformaciones de tipo capitalista ya verificadas hacía tiempo en la
agricultura y en la industria manufacturera en los principales países
occidentales. Por otra se profundizaba, hasta explotar finalmente, el
contraste político e ideológico entre la permanencia de un régimen
autocrático y oscurantista (el de Romanov) y las nuevas instancias de
“democracia liberal”, que al comienzo del siglo XIX habían empezado a
penetrar de la forma y del modo ya conocidos.302

La industrialización “superficial!” 303 del sistema económico ruso obligaba de


hecho a los obreros a concentrarse en los pocos centros (como San
Petersburgo y Moscú) en los cuales el capital conseguía encontrar la
infraestructura y un mínimo de condiciones técnicas indispensables para la
erección de empresas manufactureras suficientemente avanzadas desde
el punto de vista tecnológico. Por otra parte, la relación de dependencia
estructural que vinculaba la economía rusa al Occidente capitalista estaba
302
Una contribución válida, en este sentido, es hoy todavía la investigación de F. Venturi:
I’l populismo russo, 3 vols., Turín, 1972.
303
Véase M. Dobb. Stona dell'economía soviética, Roma, 1957, p. 67.
179
Roberto Massari

destinada a tener “consecuencias” positivas –y así se puede decir– por


cuanto afectaba a la posibilidad de una nueva profesionalización y de una
recalificación de las fuerzas de trabajo: esto valía evidentemente para
aquella minoría a la que correspondía el privilegio de hallar un empleo en
la industria y de no verse posteriormente obligada a emigrar o a pasar de
una ocupación a otra sin ninguna relación de continuidad en su propio
puesto de trabajo.

El carácter evidentemente agrícola (escasamente productivo) de una


economía dirigida fundamentalmente hacia la explotación, unido a una
elevada densidad de la población, estaba en el origen del bajo nivel de
vida de las masas rusas y al mismo tiempo del aislamiento en que el
proletariado de las ciudades llegaba a encontrarse respecto al resto de la
población. Sin embargo, la propia insuficiencia estructural de la economía
agrícola rusa y el proceso de consolidamiento de cieno estrato del
proletariado cualificado y definitivamente afincado en las grandes ciudades
debía impulsar al Lenin de El desarrollo del capitalismo en Rusia 304 a
identificar en los trabajadores de la industria el sujeto histórico de la
revolución. Lenin, sin embargo, observaba también que si bien la difusión
del capitalismo en los ganglios vitales de la economía del país contribuía
poderosamente a la creación de una nueva conciencia obrera, tal proceso
corría, sin embargo, el peligro de quedar incompleto en el caso de que la
experiencia de los trabajadores en el lugar de trabajo o en el ámbito del
conflicto industrial de tipo tradicional permaneciese entregada a sí misma.
Era indispensable que estas experiencias se alimentasen también con
nuevos impulsos ideales, con un nuevo modo de concebir la agitación
política y sobre todo con un proyecto concreto y realista para derribar el
poder constituido. El Lenin de 1902 no está todavía en condiciones de
proyectar el propio análisis, profundo y preciso, de la realidad que le
circunda en una perspectiva histórica, que asigna a los trabajadores
misiones de alcance más trascendental, como las que el proletariado ruso
asumirá en 1907 y en la fase de reorganización de la economía. La
principal característica positiva del proletariado ruso precedente a 1905
parece todavía –al más agudo de sus observadores– la de estar
plenamente inscrito en el modo de producción capitalista y de no ser en el
futuro “estacionaria” o “reaccionaria”, sino potencialmente subversiva. 305
304
Lenin: Obras, vol. 3.
305
El uso del término “revolucionario” será usado en el curso de nuestra discusión rara y
difícilmente al referirnos a las posiciones de Lenin o de los bolcheviques de la «primera
hora», a causa de la vasta gama de significados que éstos le atribuyeron en el veintenio
que va desde el segundo congreso socialdemocrático ruso hasta la iniciación de la NEP.
180
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

A finales del siglo XIX, sin embargo, en la tentativa de definir qué debe
entenderse por “conciencia de clase de los trabajadores”, Lenin había
indicado algunos elementos constitutivos de tal conciencia (anticapitalismo,
internacionalismo, voluntad de incidir en los asuntos del Estado), aludiendo
un tanto genéricamente a un posible fin último de la acción obrera:

“Transferir todas las fábricas, los talleres, todas las grandes


propiedades territoriales, en manos de toda la sociedad y organizar la
producción socialista directamente por los propios obreros”. 306

En términos rigurosamente marxianos, pues, había intentado ya delinear el


desenvolvimiento de un tal proceso:

“¿De qué modo obtendrán los trabajadores el conocimiento de todo


esto? Los obreros, extrayendo incesantemente la actividad de la
propia lucha que empiezan a conducir contra los fabricantes y que se
extiende más cada vez”.

Tal juicio, como es sabido, se verá profundamente modificado en el curso


del debate que precede al congreso de separación entre la tendencia
menchevique y la bolchevique.

En realidad, la no realizada extensión de la lucha contra los fabricantes en


los primeros años del siglo y la insustancial consistencia organizativa de
los sindicatos eran dos datos objetivos de la condición proletaria rusa
contra las cuales debían naufragar no sólo las ideas del grupo de los
“economistas” –contra el que polemizaba Lenin–. sino también los
embriones de una posible teoría de la autorganización proletaria. El primer
soviet de la historia surgirá de hecho espontáneamente, y ninguna de las
organizaciones políticas que operan en San Petersburgo podrá nunca
reivindicar para sí, con fundamento, el honor de haber previsto su
nacimiento o de haber contribuido significativamente a su formación.

La debilidad del sindicalismo ruso no era sólo, obviamente, fruto de su


retraso económico, sino también una consecuencia de las represiones
zaristas, encaminadas a impedir cualquier forma de asociación o de libre
expresión por parte de la masa subalterna. Deutscher hace notar 307 que
una situación objetiva del tipo descrito fue un elemento determinante, no
sólo en la canalización del impulso obrero hacia organizaciones de
vanguardia exclusivamente políticas, sino también en la selección de una
306
Proyectos y explicaciones del programa del partido social-democrático (1893-1896),
en Lenin: Obras, vol. 2, p. 98.
307
I. Deutscher: Los sindicatos soviéticos, Bari, 1969, págs. 33-34.
181
Roberto Massari

leva de agitadores obreros altamente preparados en el plano teórico y


capaces de moverse con cierta facilidad entre las redes de la policía
zarista o en el cómodo mundo de la clandestinidad sindical. La elección
masiva de delegados de talleres al soviet de San Peterburgo ya en las
primeras horas de su existencia fue en su mayor parte obra de las
comisiones “internas” ante-literam y el resultado de años de paciente
trabajo “conspirativo”. Un dato sobre el cual difícilmente se pueden
detectar desacuerdos es indudablemente el hecho de que la huelga
general de 1905 tuvo el efecto de dilucidar la existencia de este trabajo
clandestino de base y afirmar con fuerza la necesidad, a los ojos de un
estrato consistente de trabajadores industriales, de hacer viable de este
modo la entrada del proletariado ruso en la escena política moderna.

Las condiciones de los obreros en las fábricas, los primeros años del siglo
XX, reflejaban simbólicamente las contradicciones de que se veía
aquejado el ámbito político- social dominado por el régimen zarista. De
origen rural reciente, inculto, especialmente analfabeto, marcado todavía
por el estigma infamante que hasta hacía poco tiempo había gravitado
sobre la espalda de la población campesina, el obrero ruso, cuando quería
encontrar un empleo en el sector industrial y manufacturero, se veía
obligado a sufrir un largo período de tiempo hasta conseguir ambientarse y
hallar una fisonomía propia (obrera) dentro de la empresa. El terror
represivo imperante en la sociedad entera no podía, por otra parte, dejar
de marcar también su propia fisonomía específica en el mundo restringido
y vigilado de los empleados de talleres, donde los adscritos a las misiones
de control obraban prácticamente como policía privada bajo la
dependencia directa del patronato. Una consecuencia de ese estado de
cosas fue, por ejemplo, la creación en 1901 de los sindicatos amarillos,
bajo la iniciativa del jefe de la policía política de Moscú, el coronel
Zumatov.

El retraso de la “condición obrera” y el carácter ultra represivo de las


instituciones destinadas a su control contrastaban con la exigencia de
racionalización y de perfeccionamiento empresarial, fuertemente sentida
en la industria rusa a causa de su (relativamente) elevado contenido
tecnológico y de su configuración estructural, directamente modelada
sobre el ejemplo occidental. Desde este punto de vista, el contraste entre
la composición y origen social de la fuerza de trabajo y estructura
tecnológica dominante en las grandes industrias de punta de las regiones
de Moscú y San Petersburgo aparecía como un potente elemento de

182
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

conflicto destinado a profundizar el contraste entre la condición obrera


realmente adscrita a la fábrica y las inevitables exigencias de mutación
social resentidas entre la población trabajadora. El carácter directamente
antagónico asumido por la dinámica conflictiva y la necesidad de conducir
una serie de luchas intensas y extenuadoras para tratar de eliminar los
aspectos más aberrantes de la organización del trabajo (horarios de más
de once horas, falta de asistencia, de seguridades contra los
imponderables o de una legislación para los despidos) contribuyeron
potentemente a la maduración de una fuerte conciencia de clase entre los
estratos más avanzados del proletariado ruso.308

En la práctica, una generación entera de trabajadores se vio obligada a


recorrer en el curso de dos, máximo de tres decenios, la experiencia
histórica de radicalización y de sindicalización conocida por el proletariado
de algunos países occidentales en el curso de todo un siglo. El efecto
dinámico que tan brusca madurez pudo producir en situaciones
caracterizadas por profundas tensiones sociales está todavía hoy lejos de
ser plenamente comprendida, sobre todo en lo que respecta a los países
subdesarrollados y a las regiones de nueva industrialización. Hechas las
debidas salvedades, permanece el hecho de que cuando la adquisición de
una primera conciencia sindical (es decir, el conocimiento de la necesidad
de organizarse por ramas de producción al objeto de extender y aumentar
el precio del valor de venta de trabajo) se lleva a cabo en un lapso breve
de tiempo en forma concentrada y no difusa, en todo un sector de un
período histórico –como, por el contrario, se ha verificado en algunos
países de Europa occidental309–, el resultado final puede tener el efecto de
un boomerang y de poner nuevamente en discusión los contenidos
mismos que originariamente había tenido el proceso de radicalización.

Es lo que acaece en Rusia, antes de 1905, en una situación en la cual los


niveles de madurez del proletariado ruso no podían en absoluto
compararse con los de Francia, por ejemplo, Alemania o Inglaterra. Una
primera oleada de huelgas (después de la serie ininterrumpida de
conflictos menores conocidos de tejedores, metalúrgicos, tipógrafos, en el
veintenio de 1870-1890) se producen en 1896-1897, sobre todo en la zona
de San Petersburgo. Fue en esta ocasión cuando hicieron su aparición los
primeros casos de huelgas y las asociaciones de socorros mutuos, que
constituirían posteriormente, en los años sucesivos, los embriones de las
308
Para una definición de este período, véase S. P. Turin: From Peter the Great to Lenin. A
History of the Russian Labour Movement, Londres, 1935
309
Véase al respecto M Dobb: Problemi di storia del capitalismo, Roma, 1969, p. 259-293.
183
Roberto Massari

principales estructuras sindicales. O. Anweiler cita algunos episodios


significativos, útiles para comprender la dinámica conocida de estos
primeros instrumentos de organización proletaria de representación,
precursores directos de los consejos de 1905. En la fábrica textil Morozovs
di Tver, por ejemplo, donde en febrero de 1885 había estallado una huelga
de notables dimensiones, la dirección empresarial y el jefe de la policía
local permitieron a los trabajadores elegir delegados para proceder a la
negociación y a una eventual solución de la controversia. Así se hace, pero
el hecho de que los obreros empezaran a desmantelar la fábrica mientras
se desarrollaban las transacciones no facilitó mucho el logro de un acuerdo
real y al final de la huelga la mayor parte de los delegados fueron
detenidos. En 1895, en Ivanovo-Voznessensk se verificó un episodio
similar, y en 1901 una comisión gubernativa pudo comunicar al zar que la
cuestión de los delegados obreros se había empezado a plantear con
cierta frecuencia. En el caso de una fundición siderúrgica había sido
directamente reclamada la creación de un comité permanente de
delegados obreros para facilitar la prosecución de las acciones
reivindicativas.310

No queriendo sobrevalorar el alcance y el significado real de estas


primeras aspiraciones obreras hacia formas de representación directa para
el mejor gobierno de los propios intereses, vale la pena de subrayar que la
imposibilidad de construir simples “comisiones internas” (de carácter legal)
mientras por un lado empujaba a los trabajadores a insistir con interés
sobre el problema de la representación, por otro contribuía a acelerar el
proceso de radicalización y de politización de un estrato consistente de la
población obrera. Y de hecho el problema que privará en la oleada de
huelgas de 1902-1903 será el de la prioridad de una forma cualquiera de
organización respecto, por otra parte, a las importantísimas e imprescin-
dibles reivindicaciones de carácter económico.

El fracaso de la experiencia de Zumatov, la imposibilidad de proteger a los


delegados de fábrica, la falta de un instrumento cualquiera apto para hacer
valer las voces de los obreros en la mesa de las transacciones, facilitaban
enormemente el trabajo de los agitadores (independientes en la mayor
parte de los casos), que planteaban la cuestión de la organización como
preliminar para la consecución de cualquier programa reivindicativo. La ley
de junio de 1903, por la que se introducía el sistema de los Starosti
(“ancianos de las fábricas”), precursores ancestrales de los modernos
310
O. Anweiler, op. cit., págs. 36-37.
184
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

delegados de taller, fracasó porque en sus desgraciadas tentativas de


aplastar el impulso “político” surgido en la base obrera se veía obligada a
poner límites en el sector de los problemas reivindicativos que tales
delegados habrían podido afrontar. Los Starosti, en la práctica, no podían
responder a la exigencia de representación completa que hemos visto
dominaba en el naciente movimiento ruso obrero. La lucha por el derecho
de representación se veía así constreñida, una vez más, a no rebasar el
nivel mínimo de reivindicación presidencial para plantear –obligada por las
circunstancias– el problema más concreto y crucial de la fábrica.

La masacre ordenada por el zar en San Petersburgo el 9 de enero de 1905


fue la chispa que prendió fuego al polvorín de la revolución, abriendo un
período de intensos conflictos, cuya culminación será la huelga general
insurreccional.311

En tal huelga coincidieron prácticamente todas las instancias conflictivas


que en los años precedentes se habían incubado bajo las cenizas de la
oposición popular, muda, pero salpicada a intervalos irregulares por
explosiones de notable violencia e intensidad. En este punto, sin embargo,
no nos interesa tanto analizar la dinámica de los acontecimientos y las
relaciones establecidas entre las fuerzas en juego de 1905 como
comprender más bien los aspectos innovadores y revolucionarios
representados por la comparecencia en la escena del conflicto de una
serie de organismos conciliares, antecedentes históricos de los
organismos de poder popular que asumirían la dirección del país en 1917.

La nueva oleada de huelgas verificadas ya a comienzos de 1905 es el


primer elemento que puede contribuir a explicar el sentido de los
acontecimientos sucesivos. Ferroviarios, tejedores y metalúrgicos –
flanqueados por categorías menores como portuarios, empleados, obreros
de los servicios, comerciantes– plantearon una serie de reivindicaciones
económicas y normativas (es decir, respecto a horarios de trabajo,
ordenación empresarial, etc.) que acto seguido, con la generalización y la
extensión de la lucha, asumieron pronto un carácter más propiamente
político. La oposición al régimen zarista y la exigencia de una constitución
representaron, de hecho, el eje purificador en el que podían confluir las
diversas instancias corporativas o puramente económicas que habían
estado en los orígenes en la nueva oleada de huelgas.

311
La obra más profunda y más completa sobre tales acontecimientos sigue siendo
todavía hoy el célebre escrito de Trotsky, 1905, ya citado.
185
Roberto Massari

En muchas de estas agitaciones locales y sectoriales existían ya


organismos de lucha (comités de huelga, consejos de Starosti, grupos
informales de agitadores) que en la práctica de la acción reivindicativa
planteaban ya con fuerza los problemas relativos al derecho de
representación, que hemos visto constituir un leit-motiv, de las agitaciones
obreras al comienzo del siglo. La creación por parte gubernamental de una
comisión bajo la dirección del senador Sidlovskij (de la cual podían formar
parte también algunos delegados obreros, con la misión de analizar y
prevenir la causa del descontento popular), confirmó de hecho, aunque en
un plano puramente constitucional y antiobrero, la existencia de un fuerte
impulso de base en favor de organismos centrales de coordinación. La
comisión Sidlovskj es generalmente reconocida como uno de los factores
que más contribuyeron a la centralización y a la unificación de las diversas
instancias que provenían de la fábrica y de los respectivos comités de
huelga. En un artículo publicado el 17 de febrero en Iskra, Martov
confirmaba y hacía suya, en cierta medida, la esperanza manifiesta entre
la población en relación a los posibles desarrollos de lo ya operado en la
comisión “mixta” (obreros y representantes del gobierno).

La elección de delegados de fábrica para tratar con el patronato o para que


por lo menos intentasen garantizar una continuidad en la dirección y en la
organización de la lucha prosiguió ininterrumpidamente durante toda la
fase inicial de la huelga, sobreponiéndose en la mayor parte de los casos a
los organismos preexistentes, aprovechando en ciertas situaciones (como
en los talleres Putilov de San Petersburgo) la ley de 1903 para elegir los
Starosti un poco menos “ancianos” que los anteriores y sobre todo más
combativos y dispuestos a batirse por las reivindicaciones de los
trabajadores.

La historiografía soviética, a la muerte de Stalin, ha conseguido reconstruir


parcialmente el proceso de tales comités y de otros organismos de
representación permanente en una serie de fábricas. A pesar de la
fragmentación y el carácter incompleto de tales investigaciones, se ha
podido constatar que el paso de los comités de fábrica a la constitución de
los consejos de los delegados a los soviets centrales se produjo
prácticamente sin solución de continuidad, afectando en la mayor parte de
los casos a los mismos individuos para los dos niveles organizativos. Los
sindicatos rusos constituyen a su vez la continuación histórica de este
proceso. Ellos, así, recogieron los frutos de la huelga general de 1905 y
pudieron imponerse como los principales exponentes de las instancias

186
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

reivindicativas y de la exigencia al derecho de representación, expresado


en forma masiva por el proletariado ruso de 1905. El cuarto congreso del
partido obrero socialdemocrático confirmará este dato, de hecho, en la
primavera de 1906, proclamando el carácter insustituible de la lucha
sindical como preparación e introducción de la masa obrera a la lucha
política.

La no participación de los sindicatos, ya positivamente experimentado en


el curso de la experiencia soviética del año precedente, había debido
poner de manifiesto el carácter lineal de semejante proceso. 312 En 1905,
sin embargo, existían los sindicatos rusos sólo en estado embrionario,
confundidos, en la mayor parte de los casos, con los comités de fábrica, de
huelga, etcétera.

La ausencia de los sindicatos debía hacer pesar sensiblemente, en el


curso de la lucha, a otro elemento de crucial importancia para el paso a la
constitución de los soviets. Y de hecho, la necesidad –vivamente sentida
por la base– de unificar en un órgano único central los temas, entre sí
similares, de las diversas instancias reivindicativas, junto a la exigencia de
una coordinación entre los diversos comités de huelga, llevaron a la
constitución de comités ciudadanos, compuestos por delegados elegidos
directamente y sobre el lugar en las asambleas de fábrica o de taller. La
existencia de fuertes y consolidadas estructuras sindicales habrían
impedido, por el contrario, un proceso de este tipo: en tal caso los
resultados habrían sido indudablemente superiores en el plano de la
eficiencia y de la conducción técnica de la lucha, pero habrían carecido en
la instancia central de la presencia directa de una base implicada en un
proceso dinámico de maduración revolucionaria. La mediación sindical,
prácticamente, habría impedido y obstaculizado el impacto entre la
instancia semipolítica de una base obrera combativa y en trance de
adquirir pleno conocimiento de la plena potencialidad y el órgano
representativo central: éste habría sido incapaz, sobre la base de una
dinámica interna, de asumir el papel subjetivo del soviet, de un organismo
de contrapoder que se ofreciese como alternativa a las instituciones
municipales o estatales, directamente dependientes del zar. La falta de
dinámica interna en algunos organismos de coordinación dotados de una
existencia puramente formal no puede ser atribuida, a nuestro juicio,
solamente a la debilidad o a la casi inexistencia de las organizaciones
políticas en el seno e los comités de huelga (de empresa y ciudadanos),
312
Véase I. Deutscher. op. cit., págs. 42-44.
187
Roberto Massari

pero debe explicarse sobre todo por la falta de presiones de base por parte
de los trabajadores, presiones que se expresaban esencialmente en la
facultad de elección directa y de revocabilidad inmediata en las
confrontaciones de los delegados que no expresaban completamente las
exigencias concretas y responsablemente formuladas por la base obrera.

El impulso de base, emergiendo de las diversas situaciones de la empresa,


tendía, por tanto, con el transcurrir de las semanas (invierno-primavera de
1905) a transformarse cada vez más en una necesidad de constituir
organismos centrales de coordinación y de dirección que estuvieran en
condiciones de eliminar los aspectos de fragmentación y dispersión que
toda lucha espontánea e improvisada lleva inevitablemente en sí. Al mismo
tiempo, el movimiento de unificación de los comités de huelga obraba
como catalizador en el proceso de radicalización y de descubrimiento de la
fuerza propia por parte de los trabajadores de los principales centros
industriales. En Ivanovo-Voznessensk, por ejemplo, el soviet se constituye
solamente después de que la prolongada y dura lucha de los empleados
de varias empresas textiles haya tenido el efecto de reunir en un cuerpo
único de reivindicaciones las exigencias de las masas en lucha.

La comitiva que el 13 de mayo presentó la lista unitaria de las


reivindicaciones comunes a todas las fábricas textiles del distrito constituye
exactamente la culminación de la movilización reivindicativa y el punto de
transición entre la fase puramente económica y heterogénea de la lucha y
el nuevo período de lucha política que debía abrirse dos jornadas después
con la constitución oficial del soviet de Ivanovo-Voznessensk (el primero de
la historia rusa). La búsqueda de una dirección unitaria y de un cuerpo
único de reivindicaciones había impulsado a los trabajadores a bajar a las
calles y a construir en los hechos la unidad que faltaba a nivel
organizativo-institucional.

En éste como en otros casos, el descubrimiento de la propia fuerza, del


número (de 28.000 a 40.000 huelguistas, según las valoraciones) y de la
coincidencia sustancial de las demandas formuladas creó en los
trabajadores (que durante años habían vivido en el aislamiento y en la
mayor de las ignorancias) el estado anímico la asunción de funciones extra
económicas, junto a la voluntad de luchar por la sustitución del poder
político central. Incapaz de sostener la voluntad de lucha expresada en
forma violenta y dispersa por las masas de trabajadores, el soviet de
Ivanovo-Voznessensk, de acuerdo con el criterio real y no formal de la
representación obrera directa, se vació de todo contenido y, en fin, se
188
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

disolvió en el curso del verano, cuando ya los trabajadores se encaminaban


a la conclusión.

En la vecina ciudad de Kostroma el éxito de la lucha conducida por el


soviet elegido en el mes de julio fue algo más positivo, pero idéntica la
dinámica que conduce a la formación de un órgano central de los
delegados de los huelguistas. Entre estos dos ejemplos citados, la
transformación “política” de las funciones del consejo se verificaba en el
acto mismo de su creación, sobre la base de una fuerte corriente unitaria
de las masas y de la confluencia en un cuerpo único de los temas
reivindicativos esgrimidos por los comités de huelga de las empresas.

La huelga general del mes de octubre daría vida al soviet de San


Petersburgo y a otras experiencias menores sobre el plano de la
organización obrera, como una serie de agitaciones entre los tipógrafos
(en Moscú y San Petersburgo) y las grandes paralizaciones de las líneas
ferroviarias rusas decretadas por los empleados del sector, contra el
presunto arresto de sus propios delegados: las reivindicaciones
presentadas por éstos trascendieron bien pronto el cuadro puramente
económico que habría originado la agitación, para cristalizar en cuestiones
más propiamente políticas. A mediados de octubre de 1905 la huelga se
extendía como una mancha de aceite, afectando a la industria, a las
oficinas de correos, a las líneas de comunicaciones, a los empleados, a los
comerciantes, etc.

En el curso de tal agitación, masiva e intensa, el consejo de diputados de


los obreros de San Petersburgo pudo iniciar su propia actividad,
fundándose inicialmente sobre la contribución práctica, la experiencia y el
espíritu de iniciativa de los Starosti y de los delegados que, tras el fracaso
de la comisión Sidlovskij, había continuado organizando la base obrera y
haciendo de portavoz de sus reivindicaciones. Es necesario constatar, por
el contrario, hasta qué punto la propaganda de los mencheviques en favor
del “autogobierno revolucionario” había contribuido a caracterizar la
creación de un organismo que, de acuerdo con las esperanzas originarias
de la población, habría tenido que interesarse solamente por el
mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores e imponer
una serie de reformas en el campo de las libertades cívicas más
elementales.

189
Roberto Massari

La aparición de los comités de huelga y la elección por parte de algunos de


los delegados que se reunieron centralmente para tomar las decisiones
más urgentes fue también, en el caso de San Petersburgo, el elemento
motor para la construcción del soviet ciudadano. 313 Y también en esta
ocasión, como ya en Kostroma e Ivanovo-Voznessensk, la dinámica
interna del soviet (en el sentido de un desarrollo numérico y de un
acrecentamiento de influencia) fue determinada esencialmente por la
presión de los acontecimientos externos que, con su presencia, obligaron
al pequeño consejo de diputados obreros a asumir responsabilidades cada
vez más amplias. Con el desarrollo de la agitación el soviet adquiría ante
los ojos de la población el carácter de un instrumento político de masas, el
único capaz, no sólo de hacer sentir las voces de los trabajadores, sino
también de contraponerse concretamente al poder absoluto del régimen. El
soviet se iba transformando de este modo en un organismo de contrapoder
y en una fuente alternativa de autoridad y dirección, en el cual las masas
se reconocían libremente.

El funcionamiento y la metodología práctica del soviet renovaron de una


manera clara la experiencia de la Comuna de París, respecto a la cual, sin
embargo, le distinguían una serie de características negativas (como el
bajo nivel político-cultural de las masas, la formación relativamente
reciente de la clase obrera, su origen esencialmente campesino, la falta de
una serie de organismos o de personalidades dotadas de cierto prestigio y,
en fin, la ausencia de una parte de la población provista ya de armas y de
un mínimo de encuadramiento militar). Sin embargo, la sustancia y la
dinámica de los dos acontecimientos era la misma: el soviet se planteaba
desde su nacimiento como alternativa concreta de dirección política y
social, respecto a los viejos instrumentos del régimen zarista, y como
expresión completa de una nueva forma de democracia popular directa,
que ninguna Duma, por muy “liberal” que pretendiera, habría podido
garantizar. La asunción de misiones directivas en el campo de la economía
habría debido constituir –si las circunstancias hubieran permitido la
continuación del experimento– el primer paso concreto y fundamental, por
parte del soviet, hacia la construcción de un nuevo orden social. La
dinámica de los acontecimientos del 17, de hecho, aprovechándose de una
serie de circunstancias favorables, impulsará a los soviets a encaminarse

313
Detallada e interesante información de estos acontecimientos se encuentra en una
antigua antología rusa, Istorija sovieta rabocich deputatov Peterburga, San Petersburgo
(1907), en la cual se informa, entre otras cosas, de los testimonios del que fue presidente
del soviet de San Petersburgo, Chrustalev-Nosar.
190
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

en esa dirección, creando la red de organismos obreros (los “comités de


fábrica”), sin los cuales no se hubiera podido resolver ninguno de los
problemas económicos que se presentaban al joven Estado soviético. Un
proceso similar se esbozó también en el soviet de San Petersburgo de
1905 y:

“amplió bien pronto su competencia más allá de un simple comité de


huelga y se convirtió en un “parlamento obrero” que debía tomar
posiciones sobre todas las cuestiones, importantes o secundarias, en
una organización de masas de la clase obrera de San Petersburgo,
como nunca se conociera antes. Continuando con el desarrollo de sus
funciones también después del final de la huelga, el consejo obrero
de San Petersburgo se transformó definitivamente de comité de
huelga en órgano de la lucha revolucionaria de los trabajadores. Esta
transformación no fue ni intencional ni consciente: el movimiento
revolucionario que en su culminación había dado vida al soviet no
había concluido todavía, antes bien, continuaba impetuosamente y el
órgano que había creado debía seguirle en su camino”.314

La experiencia de San Petersburgo se extendió a Moscú, Odesa, entre los


mineros de los Urales, en el Don, en el valle del Donetz y asimismo en un
número incalculable de grandes y pequeñas ciudades, en las cuales la
estructura consejista podía variar de un simple comité de huelga a un
“parlamento obrero” bastante similar al modelo de San Petersburgo. Se
asistía en la práctica a ese fenómeno de contagio y de rápida difusión de la
temática de agitación y de las formas de lucha que siempre ha
caracterizado todas las tentativas de insurrección popular hasta nuestros
días en los países capitalistas industrializados o en vías de industrialización.
El efecto del contagio, obviamente, afectaba también a las diversas
categorías sociales que en 1905 podían hallarse en una situación de
antagonismo potencial respecto al régimen zarista.

En tal sentido se interpreta la formación de consejos de diputados y de


comités de huelga (formas de lucha típicamente obreras) también por parte
de aquellos sectores de la población que no podían ciertamente aportar un
peso social semejante sobre el plano cualitativo –es decir, desde el punto
de vista de su ubicación en el proceso productivo– el de los obreros
metalúrgicos, textiles y otros. Soviets de profesiones liberales, de
campesinos (sobre estos últimos no se posee aún documentación

314
Cit. por O. Anweiler, op. cit., p. 81.
191
Roberto Massari

suficiente), de soldados, de marineros (como en Sebastopol), etc., se


aproximaron en toda Rusia al soviet obrero, aceptando más o menos
conscientemente su dirección o sus simples indicaciones programáticas,
en vistas de una mutación radical del sistema político y social vigente. La
consigna menchevique de “autogobierno revolucionario” iba destinada,
desde este punto de vista, a conquistar márgenes cada vez más amplios
de consenso entre los estratos de población que habrían podido rechazar y
contrarrestar una lucha puramente económica y corporativa de los
trabajadores de la industria (una clara minoría, en fin de cuentas, de la
población trabajadora rusa).315

Por otra parte, el soviet no podía negarse, en el proceso de profundización


de la crisis revolucionaria, a tomar aquellas medidas que aparecían
indispensables para la continuación de la movilización y para su propia
supervivencia. El control de los accesos ferroviarios, la edición de
periódicos no censurados, la iniciación de la publicación de Izvestia, la
introducción de la jornada de ocho horas, la colaboración de las oficinas de
correos, etc., se pudo llevar a cabo en San Petersburgo precisamente
porque los trabajadores comprometidos en aquellas misiones veían para lo
sucesivo en el soviet la verdadera fuente del poder social y de hecho un
instrumento embrionario de autogobierno. Observa Anweiler que:

“una gran parte de la actividad del comité ejecutivo consistía en hacer


frente a los problemas cotidianos de la vida revolucionaria, y este
mismo aspecto bastaba para conferirle prestigio y autoridad entre las
masas”.316

En Moscú el soviet se vio obligado a impartir directrices para regular la


distribución del agua, para la apertura de determinados negocios en el
curso de las huelgas, para la suspensión del pago de los alquileres.
También en este caso el organismo elegido por el proletariado se había
visto obligado por las circunstancias a sumir misiones embrionarias de
gestión social que indudablemente habrían acelerado la constitución de un
organismo definitivo de contrapoder, si la represión militar no hubiera
conseguido prevalecer de modo tan rápido.

Estas instancias gestionarías, que en algunas partes se han querido


explicar un poco aventuradamente por la experiencia comunitaria del
obrero ruso (ex campesino, es miembro de la obstina), se valoran no tanto

315
Véase M. Dobb: Storia dell’economía soviética, p. 64.
316
Op. cit., p. 101.
192
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

por lo que fueron sus resultados efectivos cuanto por el tipo de exigencia a
que apuntaban. Añadiremos, por otra parte, que su desarrollo y su
concreción en acciones precisas de política económica probablemente el
soviet –después de sobrevivir a la fase insurreccional-represiva– habría
tardado en hallar su verdadera razón de ser. Para las masas rusas, en
realidad, la primera experiencia de democracia electiva-formal habría
coincidido con la lucha por la afirmación temporal de una democracia
sustancial: único ejemplo en la historia del movimiento obrero occidental.

Las tentativas de dar vida a los soviets en Moscú y San Petersburgo en


1906-1907 representan efectos póstumos de semejante experiencia; sus
frutos reales, sin embargo, solamente aparecen diez años después. Aun
no queriendo exagerar la posibilidad de que el desarrollo de los soviet de
1905 se encaminara en el sentido de la creación de una nueva forma de
gobierno obrero y popular, no deja de ser cierto que en el curso de su
breve existencia lograron expresar completamente las exigencias que una
y otra vez nacían en la clase trabajadora. Valga a tales efectos el juicio de
Trotsky:

“El soviet, desde el momento de su fundación hasta el de su


desaparición, estuvo bajo la poderosa presión del elemento
revolucionario que, sin preocuparse de vanos respetos, superó el
trabajo de la intelligenzia política. Cualquier movimiento de la
representación obrera estaba de antemano acordado; la “táctica” a
seguir se imponía de modo evidente”.317

317
Trotsky, op. cit., p. 102.
193
Roberto Massari

2. Lenin, los soviets y el control obrero

Durante la huelga general de 1905 tanto los mencheviques como los


bolcheviques habían intentado ofrecer una perspectiva política a la lucha
espontánea de las masas proponiendo dos formas diversas de gobierno.
Para los primeros, la acción de los obreros, organizados en soviets y
dirigidos por sus propios delegados de fábrica, habría tenido que llegar a la
instauración de un “autogobierno” revolucionario de los trabajadores, es
decir, a la sustitución de la estructura política zarista por los instrumentos
de democracia directa lo más amplios posibles. El principal exponente de
esta posición (que después de la derrota de 1905 se verá abandonada por
los mencheviques) fue Martov.318 Por el contrario, los bolcheviques, a
quienes no escapaba la ambigüedad de tal consigna en boca de quien
consideraba el proceso revolucionario como una concatenación progresiva
de factores objetivos, estrictamente dependiente del desarrollo de las
fuerzas productivas y del capitalismo en Rusia, proponían en su
propaganda la perspectiva de un “gobierno revolucionario provisional”.

Para Lenin, tal fórmula política correspondía, sobre el plano institucional, a


la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los
campesinos”, fase transitoria en la lucha entre clases, en el curso de la
cual la más amplia aplicación de la democracia burguesa-popular
permitiría el paso al socialismo. La negativa por parte de Lenin a ver en los
consejos de diputados (ya en los de 1905, ya en otros futuros) los órganos
de un posible autogobierno de las masas trabajadoras era, por tanto, en
los años precedentes a 1917 el resultado directo de su concepción relativa
a la naturaleza social y a los cometidos de la revolución rusa. La
infravaloración del rol hegemónico y movilizante que el proletario –es decir,
el conjunto de los trabajadores sometidos a una relación de trabajo de tipo
salarial– habrían podido tener (y en realidad tuvieron) en el derribo del
poder burgués llevaba a Lenin a reputar utópica y veleidosa la hipótesis de
que el proletariado pudiese constituir la nueva estructura política y
económica de gestión y dirección de la sociedad. El rechazo de la
autogestión obrera derivaba en él coherentemente de una valoración
pesimista de las relaciones de fuerza entre las clases en Rusia, del nivel
de maduración del proletariado en las fábricas, de los márgenes de
maniobra y de resistencia concedidos a la burguesía, dotada sobre todo de

318
La posición de Martov, favorable a la constitución de comités populares de agitación,
es aludida también por Lenin en Obras, vol. IX, pág. 207, que cita directamente el texto
del Arbeiter-Zeitung, de Viena (24 de agosto de 1905)
194
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

una enorme base social en el campo. El problema fundamental que el


partido del proletariado habría tenido que resolver (diferenciándose en esto
de los niveles de comprensión de las masas trabajadoras urbanas) habría
sido exactamente el de arrancar a los campesinos a la influencia burguesa
para hacerlos confluir en una alianza con los obreros de la ciudad. Lo que
expresa, esquemáticamente, la teoría leninista de la revolución, en la cual,
como se sabe, el sujeto dirigente y animador dentro del proceso de
transición es el Partido, organización y destacamento de vanguardia del
proletariado, históricamente ligado a éste, pero autónomo de él
coyunturalmente, capaz –por competencia ideológica y madurez crítico-
teórica– de sobrevivir también a los períodos de repliegue y de reflujo que
inevitablemente se darán en las acciones de las masas: capaz, en la
práctica, de sustituir a éstas cuando la situación imponga misiones y
funciones difíciles, por su complejidad, a nivel de comprensión y al de la
posibilidad de realización por parte de la población obrera.

En este marco teórico de referencia, que permanece sustancialmente


invariable hasta la muerte del autor en 1924, hay, sin embargo, una larga
serie de replanteamientos, enriquecimientos, degradaciones, concesiones
y retrocesos que permiten una historización del pensamiento de Lenin
mucho más útil a instructiva que puedan serlo las monótonas repeticiones
aprendidas de memoria y arrojadas sobre el platillo de la ortodoxia, con lo
cual la voluntad de comprensión crítica llega a encontrarse con
interrogantes “peligrosos”. Es desde este punto de vista, por ejemplo,
desde el cual la complejidad y las transformaciones de la actitud de Lenin
en relación con los soviets, la autogestión y la directriz de “control obrero”
impiden absolutamente llegar a un juicio definitivo en cuanto al desarrollo
de su pensamiento en la primera veintena de este siglo.

Los replanteamientos y las revisiones a que hemos aludido, si bien


impiden caracterizar a Lenin como un campeón de la gestión o de un
control obrero real, tampoco autorizan para hacer de él un acérrimo
adversario de ellos.

Entre estos dos extremos cabe centrar la verdadera personalidad del


dirigente bolchevique, inserta e influida por las vicisitudes históricas en que
tuvo que vivir y actuar.

Un primer contraste serio entre las bien conocidas concepciones


organizativas que Lenin había expresado al comienzo el siglo, y una
valoración más madura del rol que la acción revolucionaria puede revestir

195
Roberto Massari

a fines de un crecimiento político de los trabajadores, pueden encontrarse


en el opúsculo Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución
democrática (julio de 1905):

“No cabe duda que tenemos mucho trabajo que hacer para educar y
organizar a la clase obrera, pero todo consiste ahora en saber qué
cosa es la más importante desde el punto de vista político para esta
educación y para esta organización. ¿Los sindicatos y las
asociaciones legales o, por el contrario, la insurrección armada, la
creación de un ejército revolucionario y de un gobierno
revolucionario? La clase obrera se educa y se organiza en los unos y
durante las otras”. 319

La situación particular que vino a imponerse en Rusia puede ofrecer,


evidentemente, la mejor explicación para semejante juicio, bastante
extraño para quien había postulado en 1902 la necesidad de que la teoría
“penetrara” en las masas. No hay que olvidar, sin embargo, que, en las
mismas circunstancias, polemizando con la posición menchevique de
“autogobierno”320, Lenin plantearía muy de otro modo los términos
contingentes de la discusión, negando que la idea del Estado-comuna
pudiese tener el menor fundamento y afirmando que la referencia a la
Comuna de París no se justificaba dadas las condiciones especiales en
que aquélla se había desenvuelto. 321 Sin embargo, el núcleo real de la
controversia apuntaba no tanto a la forma que el gobierno popular habría
debido asumir, sino, más bien, sobre el papel irrenunciable que la
insurrección victoriosa habría tenido que asumir en la transición a un
régimen de democracia popular. En este sentido, para Lenin:

“la organización del autogobierno revolucionario y la elección por


parte del pueblo de sus representantes es no el prólogo, sino el
epílogo de la revolución”.322

La falta de participación de los bolcheviques en la constitución y sobre todo


en la dirección de los soviets de 1905 habría confirmado la desconfianza,
ya profunda en el seno del ala “mayoritaria” del POSDR, hacia organismos
319
Lenin: Obras, vol. IX, págs 12-13 (la cursiva es nuestra). Esta posición es casi idéntica
a la expresada en 1895-1896 en el Proyecto y explicaciones del programa del Partido
socialdemocrático, vol. II, págs. 87, 98, 103.
320
La misma polémica se encuentra, por ejemplo, en Obras, vol. IX, págs. 168, 202-5,
287, 398-402.
321
Die tattiche, págs. 71-72. Esta posición será, sin embargo, trastrocada en 1917,
cuando la estructura de la Comuna de París se indica como modelo del nuevo Estado
proletario (El Estado y la Revolución).
322
Ibíd., p. 168.
196
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de carácter “popular”, no mejor considerados sobre el plañe de clase. Tal


juicio, sin embargo, en relación con el soviet de San Petersburgo (donde
de 562 diputados 508 eran delegados de talles y fábricas, y entre ellos 351
metalúrgicos)323 es ampliamente ilustrativo respecto a la tendencia
bolchevique relativa a los soviets prevaleciente en la organización leninista
en el curso de 1905. El temor a que la participación orgánica en un
organismo de “masas” pudiera hacer peligrar, para los bolcheviques, la
hegemonía tan tenazmente perseguida, era obviamente el principal motivo
que mantenía a Lenin prudentemente a cierta distancia de un instrumento
consejista cuyos desarrollos no podía prever todavía claramente. Cuando
en 1917 el soviet de Petrogrado parecerá amenazar nuevamente (después
de los acontecimientos de julio), Lenin reaccionará de modo sustancialmente
parecido.

Una rectificación en la actitud sectaria dominante entre las filas


bolcheviques será publicada por Lenin en noviembre (?) de 1905 (la carta
está dirigida a la redacción de Novaia Zizn: “Nuestra misión y el soviet de
los diputados obreros”, no publicada hasta 1940). En el escrito citado,
Lenin demuestra cómo son complementarios la naturaleza del soviet y del
partido, rechaza el considerar el primero como emanación del segundo y
relaciona directamente su propia consigna, “gobierno revolucionario
provisional”, con el organismo soviético (éste sería “embrión” de semejante
gobierno).324

“Me parece –afirma Lenin– que el soviet de los diputados obreros en


cuanto organización sindical, debe tender a incluir en sus propias filas
a los diputados elegidos por todos los obreros, los empleados, los
sirvientes, los braceros, etc...” 325

Estas palabras se verán sin embargo, refutadas cuando por aquellos


mismos días y en el mismo periódico, aprobando la exclusión de los
anarquistas del soviet y afirmando que ello habría sido un error solamente
en el caso que se hubiera considerado:

“el soviet de los diputados obreros como un parlamento de obreros o


como un órgano de autogobierno del proletariado”.326

323
Véase Istorija sovieta, p. 147.
324
Lenin: Obras, vol. X, p. 13.
325
Ibíd, p. 12.
326
Lenin, vol. X, p. 61. El título del artículo es “Socialismo e anarchia”.
197
Roberto Massari

Este, según Lenin, no podía ser considerado ni una cosa ni otra; los
soviets son solamente dos órganos de la lucha de masas inmediata del
proletariado. Estos organismos no se pueden crear en todos los
momentos, en tanto que los sindicatos y los partidos políticos son
necesarios siempre e incondicionalmente”. 327

En marzo de 1906 Lenin hace por última vez una valoración de conjunto
positiva de la experiencia soviética del primer año (es decir, de lo que el
soviet había sido efectivamente y no del uso propagandístico que se podía
hacer de él); la polémica con las fuerzas políticas burguesas que emergían
en la fase de repliegue popular le llevan, sin embargo, a sobrevalorar el
alcance de la estructura soviética, considerándola directamente el eje
exclusivo de la organización de la dictadura proletaria; palabras como las
que a continuación citamos ya no volverán a aparecer jamás en los
escritos de Lenin después de la primavera de 1917, es decir, el momento
en que toma nuevamente vigor el movimiento de masas:

“Los órganos del poder descritos por nosotros han sido, en embrión,
una dictadura, porque este poder no podía reconocer ningún poder,
ninguna ley, ninguna norma emanada de cualquier fuente (...). ¿Sobre
qué se apoyaba, pues, esta fuerza? Sobre las masas populares (...).
El viejo poder no creía sistemáticamente en las masas, temía la
cultura, se regía por el engaño. El nuevo poder, en cuanto dictadura
de la gran mayoría, ha podido regirse y se ha sostenido sólo con el
auxilio de la confianza en las grandes masas, sólo porque ha hecho
participar, del modo más amplio, libre y vigoroso, a las masas en el
poder. Ningún misterio, ningún secreto, ni reglamentos ni formalidades.
¿Eres un obrero? ¿Quieres batirte para liberar a Rusia de un puñado
de esbirros y de agresores? Bien, sé un camarada. Elige tu diputado.
Elígelo en seguida, inmediatamente, con gozo, entre los miembros de
nuestro soviet de diputados obreros, del comité campesino, del soviet
de los soldados, etc. Este poder está abierto a todos, actúa siempre
en presencia de las masas, es accesible a las masas y proviene
directamente de ellas, es el órgano directo de las masas populares y
de su voluntad. De este tipo ha sido el nuevo poder o, mejor dicho, su
embrión, porque la victoria del viejo régimen ha pisoteado pronto los
brotes de la joven planta”.328

327
Vol. XI, p. 81.
328
«La vittoria dei cadetti e i compiti del partito operaio», en Opere, vol. X. págs. 231-32.
198
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Llegados a este punto, vale la pena recurrir a tres elementos de la


concepción leninista de la transición al socialismo, útiles para llegar a una
reconstrucción de la actitud de Lenin en los temas del control obrero y de
la autogestión, en general infravalorados por cuantos se han dedicado a
este tipo de estudios.

Un primer elemento importante para un análisis del llamado “leninismo”,


considerado bajo el ángulo visual de la iniciativa y de la participación de los
trabajadores en el proceso de transición al socialismo, tiene relación con la
cuestión del ejército proletario. Valgan por todo las bellísimas páginas de
Las misiones de los destacamentos del ejército revolucionario (octubre de
1905)329, en el curso de las cuales se esboza una concepción avanzadísima
de la lucha callejera conducida por organismos obreros. Y esto en claro
contraste con cuanto tendía a disminuir este aspecto preparatorio y
esencial de la insurrección. Descentralización masiva, iniciativa de base,
elección y revocabilidad directa de los comandantes, acción pronta y
segura. Estas son las características principales del ejército popular
revolucionario descrito por Lenin y él corresponde de hecho a una
concepción autorganizativa de la milicia.

Considerando la importancia fundamental que Lenin atribuía a la


insurrección en el desarrollo del proceso revolucionario, conviene aclarar
hasta qué punto el principio autorganizativo no es un puro expediente
técnico y, en fin, hasta qué punto, por el contrario, condicionaría la
composición de los organismos proletarios en el curso de la fase de
transición. Sin embargo, al mantener con firme insistencia la necesidad de
un control político sobre la actividad de tales milicias, Lenin no cambiará de
opinión respecto a tal tema, incluso en el momento de mayor retroceso en
el movimiento de masas.

Un segundo elemento digno de profundizar es el papel desempeñado por


Lenin en el debate sobre cooperativas, que en los años iniciales del siglo
había agitado las filas de la Internacional. Lenin ya había rechazado en el
pasado330 las posiciones “estatistas” de ascendencia lassalleana, asumidas
por muchos, por el grupo “emancipación del trabajo”. El proponía, en
sustancia, rechazar cualquier demanda de ayuda al Estado por las
cooperativas de producción; tal ayuda hubiera representado de hecho un
peligroso vehículo para una penetración ulterior de la ideología burguesa
dentro del movimiento obrero y campesino.
329
En Opere, vol. IX, págs 398-402.
330
En 1899, en Opere, vol. IV, pág. 243.
199
Roberto Massari

En octubre de 1905, Lenin había repetido la que muchos años antes había
sido la posición de Marx respecto al movimiento cooperativo, considerado
útil sobre todo como escuela de formación teórico-práctica en vista de una
futura gestión socialista de la economía:

“Mientras el poder permanezca en manos de la burguesía, la


cooperativa de consumo será un mísero fragmento que no
garantizará ninguna transformación importante, no aportará ningún
cambio decisivo y, por el contrario, podrá distraer de la lucha seria por
la revolución. La experiencia adquirida por los obreros en la
cooperativa de consumo es muy útil; sobre esto no puede haber
discusiones. Pero el terreno adecuado para aplicar tales experiencias
puede solamente ser creado en el tránsito del poder a manos del
proletariado”.331

Una vez realizado el tránsito al socialismo, tal tipo de experiencia podrá ser
capitalizada al objeto de constituir una red autónoma de centros
productivos y de unidades de distribución, capaces de valorizar
plenamente la fuerza de trabajo y de sustituir por una nueva estructura de
organizaciones económicas las características de la burguesía.

“Ahora el sistema cooperativo de consumo podrá disponer también de


la plusvalía; (…) ahora se convertirá en una asociación de consumo
de los trabajadores realmente liberados.”

Las cooperativas de consumo son, por tanto, un fragmento de socialismo.


El proceso dialéctico de desarrollo crea ya efectivamente en la sociedad,
dentro de los límites del capitalismo, elementos de la nueva sociedad, y
sus elementos materiales y espirituales.

Pero los socialistas deben saber distinguir los fragmentos del todo, deben
plantearse como consigna el todo y no el fragmento, deben contraponer
las condiciones fundamentales para una efectiva revolución a los arreglos
parciales que hacen a veces abandonar a los combatientes la vía
verdaderamente “revolucionaria”.332 Se observa cómo el énfasis se pone
sobre la globalidad, conducente a la asunción de misiones dirigentes en la
economía, en contraposición de la teoría anarquista y populista de la
máxima descentralización o de la autoadministración local. La polémica
con las posiciones favorables a la autoadministración local y con el

331
l’ultima parola della tattica iskrita, vol. 9, p. 35.
332
Ibíd, págs. 351-52. La cuestión de las nuevas formas de disponibilidad de la plusvalía
ya había sido desarrollada por Marx en El Capital, I. III, Roma, 1965. p. 522.
200
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

fabianismo aparecerá de nuevo en diciembre de 1907, cuando Lenin


atacará violentamente las concepciones municipalizadoras en el campo de
la agricultura.333

Una detallada crítica a las ilusiones y a los peligros del cooperativismo


aparecerá en el Proyecto de resolución sobre cooperativas, presentado por
la delegación del POSDR al congreso de la Internacional (Copenhague, 28
de agosto, 3 de septiembre de 1910); en esta ocasión, sin embargo,
declarará:

“que las cooperativas proletarias, al organizar las masas de la clase


obrera, enseñan a la misma clase obrera a dirigir de forma autónoma
los asuntos y a dirigir el consumo, preparándola en este campo para
las funciones de organizar la vida económica en la futura sociedad
socialista”.334

Un signo de este cambio de actitud hacia la experiencia presocialista para


la organización del trabajo y la distribución se puede también detectar en la
celebración del aniversario de la Comuna (abril de 1811) hecha por Lenin
en términos muy diversos de los empleados años antes en la polémica con
los mencheviques (véase anteriormente). Como ya había sido dicho por
Marx, Engels y muchos otros socialistas del siglo XIX, también Lenin
consideraba oportuno poner de relieve, entre otras iniciativas de los
‘comunards’:

“el famoso decreto en virtud del cual todos los talleres, fábricas y
centros de producción, abandonados o dejados inactivos por sus
propietarios, eran entregados a cooperativas obreras para la puesta
en marcha de la producción”.335

Teniendo en cuenta un aspecto característico de la metodología leninista,


consistente en adaptar a las propias posiciones de fondo las principales
exigencias tácticas de la polémica política, cabe preguntarse hasta qué
punto una referencia tan precisa y positiva al único embrión de esperanza
conocido por el movimiento obrero hasta entonces sería fruto de una
retórica coyuntural de celebración convertida en ritual, o, en fin, hasta qué
punto eso significaba un giro en el pensamiento de Lenin, un adelanto de
333
Lenin: Opere, vol. 13, págs. 339-46.
334
Obras, vol. 16, pág. 247. De extrema importancia para comprender el pensamiento de
Lenin sobre el problema del cooperativismo es el resumen del debate de Copenhague
llevado a cabo por el “Sotsial demokrat” (en Opere, vol. 16, págs. 257-65). El artículo es
también un precioso documento histórico. Se inclinó en el debate por la tendencia
austro-belga, contra la mayoría francesa dirigida por Jaurés.
335
Obras, vol. 17, p. 126.
201
Roberto Massari

la futura batalla en favor del “control obrero” sobre producción. Una


confirmación de tales hipótesis podría estar en la reacción provocada en
Lenin en el primer encuentro con las teorías sobre la organización
científica del trabajo,336 de F. Taylor. En 1912 Lenin atacaba violentamente
tal sistema, viendo en él un mecanismo ulterior, dedicado al capitalismo
americano (“el más avanzado de todos”) para incrementar los beneficios
propios y el propio poder de contratación en las confrontaciones con la
mano de obra asalariada. En la misma ocasión Lenin condenaba también
–sorprendentemente– no sólo el uso de la ciencia que se hace en la
sociedad burguesa, sino también “el progreso de la técnica y de la ciencia”
en cuanto tal, ya que significa en la sociedad burguesa “el progreso en el
arte de exprimir el sudor”. Un juicio, como se puede observar, bastante
restrictivo del proceso que conduce a la introducción de nuevas técnicas
en la organización del trabajo, en el cual se olvida, entre otras cosas, el
efecto positivo que el progreso científico –aunque sea considerado
exclusivamente como una profundización de la explotación capitalista–
puede tener a los fines de una transformación del modo de vida y
posteriormente de la conciencia de clase de los trabajadores. Más
equilibrado en general aparece el juicio sobre taylorismo expresado
exactamente un año después, cuando Lenin, distinguiendo entre
racionalidad positiva del progreso técnico (aumento de la productividad del
trabajo e irracionalidad distributiva de sus aplicaciones) –tanto dentro de la
empresa como fuera de ella–, haría derivar también este aspecto de las
contradicciones implícitas en el sistema capitalista a la teoría general de su
inevitable derrumbamiento, comúnmente aceptada y prácticamente
indiscutible entre los socialistas de su época.

Lenin pudo de este modo rectificar el juicio expresado el año anterior


colocando el taylorismo en la perspectiva política del derrumbamiento del
poder burgués, atribuyéndole un papel positivo y funcional en las
exigencias de una estructura económica fundada sobre el principio de la
autogestión obrera: el sistema de Taylor:

–sin que sus autores lo sepan y contra su propia voluntad– prepara el


tiempo en que el proletariado tomará en sus manos el conjunto de la
producción social y designará sus comisiones obreras para una
distribución racional y regulaciones de todo el trabajo social. La gran
producción, las máquinas, los ferrocarriles, el teléfono, todo esto
ofrece miles de posibilidades de reducir cuatro veces el tipo de trabajo
336
Sistema científico para suprimir el sudor, vol. 18, págs. 573-574.
202
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de los obreros organizados, asegurando cuatro veces más beneficios


que actualmente. Y las comisiones obreras, con ayuda de los
sindicatos obreros, sabrán aplicar estos principios de distribución
racional del trabajo social cuando haya sido emancipado de su
esclavización al capital”.337

En relación al último de los elementos citados, la posición leninista puede


representar una modesta contribución en un debate (más que actual)
sobre la relación autogestión-automatización 338 en la perspectiva del
tránsito al socialismo en los países de capitalismo avanzado. El problema
del taylorismo (en relación con sus aplicaciones y sus consecuencias
prácticas) será tomado nuevamente por Lenin tras la conquista del poder,
pero en una situación mucho más dramática y catastrófica para la
economía rusa. En una situación en la cual, de hecho, las comisiones
obreras y los demás organismos de base de los trabajadores habían sido
ya despojados del poder efectivo y no podrían en lo sucesivo ejercer el
control que en 1914 parecía a Lenin como el factor discriminante para una
valoración de clase del modo taylorístico.

La reiniciación de la lucha de masas, el relanzamiento de la perspectiva


revolucionaria y la reconstitución de los soviets en 1917 no podían hacer
sino acelerar el proceso de lenta maduración que hemos tratado de
describir en el itinerario intelectual de Lenin en el período sucesivo a 1906-
1907. El abandono de las viejas fórmulas del “gobierno revolucionario
provisional” y posteriormente de la caracterización en un sentido más
general del proceso revolucionario como “dictadura democrática de los
obreros y los campesinos”, junto a la adhesión rápida pero decidida a las
posiciones de Trotsky sobre la naturaleza de la revolución rusa, marcan un
momento de transición importantísimo en la reflexión leninista sobre
democracia proletaria y sobre los organismos de base para su aplicación.
En semejante proceso, como es sabido, Lenin se vio obligado a superar
las resistencias políticas e intelectuales de los dirigentes bolcheviques
residentes en Rusia, como Stalin, Molotov, Kamenev, etc., que continuaban
moviéndose en una óptica partidista, a pesar de que el movimiento
creciese impetuosamente en todos los países.339

337
II taylorismo asserve l'uomo alla macchina, vol. 20, págs 142-43 (la cursiva es
nuestra).
338
Apuntes para este tipo de discusión se hallan en D. Chauvey: Autogestión, París,
1970, págs. 199-204.
339
Para la evolución de las posiciones bolcheviques en el problema de los soviets, véase
la óptima reconstrucción de O. Anweiler, op. cit., págs 261-70.
203
Roberto Massari

En la tercera de las Cartas desde lejos340, Lenin toma de nuevo ( ' tema ya
tocado en 1905 y lo inserta en una perspectiva de transición al socialismo,
que podríamos decir casi “utópica” en relación a la situación real existente
en marzo de 1917. La cita directa a Marx y a su teoría del Estado proletario
y a la Comuna de París expresa claramente el nuevo nivel de adquisición
teórica alcanzado por Lenin en vísperas de la revolución de octubre. La
elaboración de la teoría del Estado-comuna podría, en efecto, aparecer
como pura demagogia o como un simple reclamo a la ortodoxia de
izquierda si no fuese acompañada de una profunda revisión en torno a la
posibilidad de solución política implícita en la acción práctica de las masas.
El fracaso de la hipótesis de un bloque con los mencheviques y los social-
revolucionarios no bastaría por sí solo para explicar un giro tan brusco del
pensamiento de Lenin y una transformación tan rápida del cuadro
estratégico en que los miembros del partido se habían habituado a
desenvolverse por espacio de veinte años:

“El proletariado, por el contrario, si quiere salvaguardar la conquista


de la presente revolución y marchar adelante, conquistar el pan, la
paz y la libertad, debe empezar por usar los términos de Marx, “esa
máquina estatal ya dispuesta”, y sustituirla por una nueva, fundiendo
la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas.
Siguiendo la orientación indicada por la Comuna de París de 1871 y
de la primera revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar
y armar todos los estratos más pobres y explotados de la población, a
fin de que ellos mismos tomen directamente en sus manos los
órganos del poder estatal y formen ellos mismos las instituciones de
este poder.”

Por lo que respecta a las misiones más propiamente económicas que el


proletariado deberá abordar en el curso del proceso revolucionario, Lenin,
después de haber esbozado una serie de medidas, declara:

“Estas medidas no son todavía el socialismo. Afectan a la distribución


de los bienes de consumo, pero no tocan a la reorganización de la
producción (...).

340
Sulla milaia proletaria, marzo de 1917, vol. 23. Para una discusión de carácter más
general sobre posiciones escritas en las Lettere, véase M. Quaini: Lenin e il problema
dello Stato-Comune. Introducción a Lenin, Lettere da lontano, Roma, 1970. Véase el
Apéndice en nuestra edición de: Diez días que conmovieron al mundo de John Reed
204
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¿Tendrá la masa de los obreros rusos tanto conocimiento, energía y


heroísmo para cumplir –milagros de la organización proletaria–
audacia, iniciativa y abnegación? No lo sabemos, y sería ocioso
perderse en conjeturas, que solamente la práctica podrá dar una
respuesta”.341

La organización a la cual Lenin se refiere es la productiva, distinta, como


ya se establece en la primera parte del pasaje citado, de la distributiva, que
“no es todavía el socialismo”. Se expresa claramente en esta carta una
posición favorable, o por lo menos posibilista, respecto a la capacidad de
la clase obrera de reorganizar y dirigir el proceso productivo, valiéndose no
sólo de los instrumentos de democracia proletaria mencionados, sino
también de la experiencia práctica que se adquiere en el curso de la
movilización revolucionaria.

En la Quinta carta dotada de un título más prometedor 342 –pero


incompleta–, el giro estratégico madurado en el pensamiento de Lenin
después de los acontecimientos de febrero se concreta en dos puntos más
precisos: 1.°, sustitución de viejo aparato estatal con un gobierno
moderado sobre los soviets y fundado sobre organizaciones de “masas”
del pueblo armado; 2.°, institución del control obrero sobre la producción.

Si el primer elemento ofrece el cuadro general en el interior del cual debe


producirse el tránsito de la democracia liberal burguesa a la proletaria, el
segundo propone los contenidos que podrían hacer posible y más concreta
la hipótesis de tal tránsito. Afirmar que el control obrero constituye, en este
estadio de la reflexión leninista, un puro expediente táctico 343, sustitutivo de
la falta de acuerdo del gobierno con las otras fuerzas políticas de
“izquierda”, aparece absolutamente infundado si se piensa en las
341
Un concepto similar será expuesto un mes después: “Es absolutamente necesario
propugnar y en los límites de lo posible realizar, por vía revolucionaria, medidas como la
nacionalización de la tierra, de todos los bancos y de los sindicatos capitalistas o, cuando
menos, la institución de un control inmediato de los soviets de diputados obreros sobre
esas instituciones, aunque tales medidas no signifiquen la introducción al socialismo.”
Obras, vol. 24, p. 66. Las citas de la Terza lettera están en las páginas 325 y 329.
342
I compiti dell’organizzazione proletaria rivoluzionana dello Stato, 6 de marzo de 1917,
vol. 3, págs. 339-41.
343
Este parece ser el sentido de la crítica a la duplicidad de la actitud de Lenin,
manifestada por O. Anweiler, op. cit., cap. IV. En general la fase consejista suele ser
ignorada por los exegetas clásicos de Lenin, más los que han llevado a cabo análisis
críticos de este período ponen de relieve una fase «libertaria» o «anarcosindicalista» de
Lenin, como ya acaeciera en los tiempos de la Comuna con Marx. Estos autores inciden
también en el carácter táctico de estas posiciones de Lenin. El comprendió claramente
que el acceso al poder y a la conquista del Estado no se podría hacer sin el impulso
popular y la realidad objetiva representada en los consejos de base obreros en 1917,
como en 1905, han aparecido espontáneamente y a espaldas de los partidos.
205
Roberto Massari

conexiones orgánicas que existen (y que Lenin subraya en diversas


ocasiones) entre la estructura soviética del Estado de transición y el poder
de los productores en el interior de las fábricas. Demostraremos más
adelante cómo estos dos factores habían conocido destinos paralelos y
complementarios ya en las fases de crecimiento del movimiento de masas,
ya en el repliegue del mismo: aunque la liquidación de los soviets, por otra
parte, se llevará al mismo tiempo que el de los comités de fábrica, proceso
éste que puede ser reconstruido también en base a una simple lectura de
los textos de Lenin.

Por esto, en lo sucesivo, aparece indispensable una de entre tantas


medidas a proponer: la que debe realizar el proletariado en alianza con la
parte más pobre de los campesinos a fin de controlar la producción al
“servicio obligatorio del trabajo”, etc. 344 En el documento conocido como
Tesis de Abril, el giro de Lenin se expresará todavía más claramente:

“Nuestra misión inmediata no es la "instauración" del socialismo, sino,


por ahora, solamente el tránsito al control de la población social y de
las reparticiones de los productos por parte de los soviets de los
diputados obreros”.345

En apoyo de las nuevas disposiciones expresadas en las Tesis, Lenin


escribe en el mismo período un importante opúsculo, titulado Las misiones
del proletariado en nuestra revolución, en el cual se expresa de nuevo
claramente y de modo detallado la teoría del Estado-comuna ya esbozaba
en las Cartas desde lejos. Sabemos hoy que en el período precedente a su
entrada en Rusia, Lenin había empezado a recoger una serie de
materiales, citas de clásicos, etc., que constituirían el esqueleto de Estado
y Revolución: es éste un elemento ulterior que demuestra la profundidad
de la madurez de Lenin sobre la cuestión del Estado soviético y de la
gestión obrera de los medios de producción y cómo ello no dependía de
factores coyunturales ni de mero oportunismo político.

Vale la pena observar, por otra parte, que en este encuentro con la
tradición clásica del marxismo libertario346 existen también acentuaciones
en el sentido “espontaneista” en las posiciones de Lenin, de difícil
comprensión para quien ha querido ver en el gran dirigente bolchevique
siempre un campeón de la transacción.

344
Lenin, op. cit., vol. 23, p. 343.
345
Obras, vol. 24, p. 30.
346
Para una interesante definición de tal concepto, véase D. Guerin: Pour un marxisme
libertaire, París, 1969.
206
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Véase el pasaje siguiente respecto al texto de clausura del debate sobre


situación política en la conferencia ciudadana del POSDR, de Petrogrado:

“Llevar adelante la revolución significa realizar por propia iniciativa el


autogobierno (...). La Comuna representa el autogobierno local
completo, la ausencia de cualquier control desde arriba (...) para
cultivar la tierra se necesitará en adelante organizar la Comuna.
Nosotros debemos estar por la descentralización, pero hay momentos
en que esta misión debe ser asumida en el plano local, en el cual
debemos admitir el máximo de iniciativas”.347

Posteriormente, siempre en el mes de abril:

“Mientras en las capitales y en los grandes centros el esfuerzo


principal debe centrarse en la preparación de las fuerzas para llevar a
término la segunda fase de la revolución, en el plano local es
necesario iniciar inmediatamente la revolución, realizando el poder
único de los soviets de los diputados obreros, desarrollando la
energía revolucionaria de las masas obreras y campesinas,
introduciendo el control sobre la producción, la distribución de los
productos, etcétera”.348

Y todavía al interrogarse sobre qué debe entenderse por Comuna local,


Lenin responde:

“Completa autonomía local, iniciativa espontánea, sin policía, sin


burocracias, poder único de los obreros y de las masas campesinas
en armas”.349

La insistencia en el desarrollo de la iniciativa local y la valoración de la


experiencia de control realizado en los centros menores constituyen
probablemente un reconocimiento por parte de Lenin de la necesidad que
el control de la producción por parte de la clase obrera alcance el conjunto
de la economía y no se limite a las puntas más avanzadas del mundo de la
industria; es errónea, sin embargo, la óptica según la cual buscase una
347
Discurso de clausura sobre la situación actual en la conferencia ciudadana de
Petrogrado del POSDR, vol. 24, págs. 144-45.
348
Abbozzo di test per la risolzione sui soviet (abril de 1917), vol. XXIV, págs. 261-2.
349
Ibíd., pág 262. Véase también el juicio de I. Deutscher: “En esta fase los bolcheviques
sostenían la más extremada descentralización del poder económico, lo que permitió a
sus adversarios mencheviques acusarle de haber abandonado el marxismo en favor del
anarquismo. En realidad. Lenin y sus seguidores permanecieron firmes en la concepción
marxiana del Estado centralizado. Pero su objetivo inmediato no era ya la instauración
de la dictadura proletaria centralizada, sino la descentralización más acentuada posible
del estado burgués y de la economía burguesa como condiciones necesarias para el
éxito de la revolución”, op. cit., p. 52.
207
Roberto Massari

generalización del control obrero que, como la experiencia demostrará, no


se realiza sumando horizontalmente un número cada vez más amplio de
empresas, sino organizando de manera convergente los resortes centrales
de la organización económica partiendo de la unidad productiva de base
en la cual el control es ya posible o realizado. La discusión sobre el
Decreto de institución del control –que aludiremos más adelante–
rectificará estas sugerencias descentralizadoras y localistas, oponiendo la
necesidad de una aplicación descentralizada, del control sobre la
producción. Este tipo de posiciones se puede explicar también por la
necesidad, vigorosamente presente en Lenin, de reconocer y valorizar
plenamente el papel desempeñado por los soviets en el trastrocamiento de
las relaciones de fuerza entre las clases a escala nacional:

“La función de los soviets se ha revelado especialmente importante


en una serie de provincias y, sobre todo, en los centros obreros. Aquí
se ha creado un poder único (…) ha sido introducido el control sobre
la producción y la distribución”.350

Un tercer motivo que puede explicar la insistencia sobre la necesidad de


estimular la iniciativa local es, exclusivamente, político.

Lenin se da cuenta de que la revolución y la sustitución por los soviets se


lleva a cabo más fácil y rápidamente en las provincias que en las capitales
o en las grandes ciudades:

“En toda una serie de provincias la revolución progresa mediante la


organización espontánea del proletariado y de los campesinos en los
soviets, mediante la eliminación por iniciativa de la base de la vieja
autoridad, la creación de una milicia obrera y campesina, el tránsito
de todas las tierras a manos de los campesinos, la introducción del
control obrero en las fábricas (...) la instauración del control de los
obreros en la distribución de los víveres”.351

En la primavera de 1917, las masas populares, es decir, en la práctica los


obreros, los soldados y campesinos, se conciertan para Lenin en su plano
principal de la acción política. Ello obliga de hecho a los partidos de la
“izquierda” a marchar detrás de ellas para intentar buscar salidas a sus
exigencias. Lenin es plenamente conocedor de esto al escribir el 3 de
mayo en Pravda:

350
En Obras, vol. XXIV, p. 261.
351
Ibíd, vol. XXIV, pág. 303.
208
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“Es necesario que toda la administración del Estado sea organizada


desde abajo por las masas mismas, y que participen efectivamente en
cualquier progreso de la vida y desempeñen una función activa en la
administración. Sustituir los viejos órganos de opresión, la policía, la
burocracia, el ejército permanente, con el armamento general del
pueblo, con una milicia realmente general: ello es la única vía que
garantiza en gran medida al país contra la restauración de la
monarquía y que le da la posibilidad de avanzar de manera
sistemática, resuelta y decisiva hacia el socialismo, no introduciéndolo
desde arriba, sino iniciando a las grandes masas de proletarios y de
semiproletarios en el arte de gobernar el Estado, de ejercitar el poder
estatal en su globalidad”.352

Y dirigiéndose a Cernov y Tserteli:

“¿Queréis el control de la producción y, aunque sólo parcialmente, su


organización? Pues bien: no podréis hacer todo esto sin el
entusiasmo de las masas proletarias y semiproletarias, y este
entusiasmo solamente se puede suscitar con medidas revolucionarias
contra los privilegios y contra los beneficios del capital. De otro modo,
el control prometido por vosotros se hará letra muerta, una media
medida burocrática y capitalista”.353

A partir de la segunda mitad del mes de mayo la atención de Lenin se


centra esencialmente sobre los grandes problemas económicos que el
país ha de afrontar. Aquel “control obrero” que hemos visto aludido en
diferentes ocasiones, bajo el estímulo de los acontecimientos, es
considerado por Lenin como eje estratégico de todo el proceso
revolucionario: éste se conviene en la nueva consigna, sustitutiva del
“gobierno revolucionario provisional”, y se pone de hecho como mediación
y momento del tránsito respecto a la asunción de todo el poder por parte
de los soviets. Lenin, sin embargo, no se limita a poner de relieve la
importancia coyuntural que la agitación por el CO (control obrero) puede
tener en la situación política rusa: como ya había hecho en otros temas
relativos a la agitación, desarrolla una larga serie de argumentos,
encaminados a elevar la hipótesis estratégica del CO al nivel de principio
de fondo irrenunciable. En la elaboración leninista el CO adquiere el
carácter de elemento prefigurante de la organización económica que
deberá asumir el estado proletario; como tal, éste deberá asumir el
352
Sulla milizia proletaria, vol. XXIV, p. 180.
353
Vol. XXIV, p. 369.
209
Roberto Massari

sobrevivir no sólo en el momento del traspaso de los poderes, sino


prolongarse directamente durante toda la fase de transición. La hipótesis
autogestionaria (es decir, la hipótesis de un poder obrero que se ejerza
contemporáneamente y en forma combinada sobre unidades económicas
de base y sobre centros de decisión propuestos en la dirección del proceso
productivo y distributivo) aparece a Lenin –en el período anterior a la
insurrección– como un elemento irrenunciable (y también inevitable) de la
transición al socialismo. El cambio de opiniones que sobre tal idea se
verifica en seguida en la mayor parte de la dirección bolchevique será
determinada por una serie de consideraciones (sobre todo de carácter
económico) completamente diferentes de las que llevaron a Lenin a
proclamar en 1917 la superioridad del Estado-comuna sobre cualquier otra
forma institucional de gobierno.

Desde este punto de vista el recurso constante a las enseñanzas de los


clásicos y a la experiencia de los comuneros no aparece ciertamente como
mero expediente pedagógico, sino como la búsqueda de una apoyatura
teórica para la explicación de un proceso histórico, incomprensible no sólo
para el conjunto del Comité Central Bolchevique, sino también para las
otras fuerzas políticas de izquierda. Las raíces históricas de tal
incomprensión pueden tener su raíz en la degeneración política e
ideológica de la II° Internacional y a la imagen desfigurada del marxismo
que ésta había contribuido poderosamente a propagar. La idea de que la
revolución socialista, es decir, la transformación de las relaciones de
producción y la “socialización” de toda la estructura económica, pudiese
ser obra de la acción de masas de la clase obrera y que como tal indicase
el paso a un sistema social completamente dirigido por los trabajadores,
era extraña a la formación marxista de los “partidos adherentes a la II°
Internacional” y con mayor motivo al bagaje teórico de los bolcheviques; 354
la simplificación que de tales ideas podían ofrecer –especialmente en clave
antimarxista– las débiles organizaciones anarquistas rusas no eran un
elemento susceptible de favorecer una madurez política en tal sentido. Por
este motivo, no sería erróneo, a nuestro juicio, hablar de un
redescubrimiento, por parte de Lenin, de los principios esenciales de la
teoría marxiana de la autogestión en el período precedente a la conquista
del poder. Los límites que caracterizan tal “redescubrimiento” están, por
ejemplo, en una acentuación del control sobre la producción y obligan al
autor del Estado y la Revolución a revisar las posiciones expresadas entre
354
Este juicio se expresa también en N. Suchanov: Crónica de la revolución rusa, Roma,
1967, vol. I, págs. 515-17.
210
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

febrero y julio de 1917, en el sentido de una renuncia a la aplicación de


tales medidas en el curso de la “primera fase de la sociedad de transición”.

En la definición más precisa de lo que Lenin entendía por control obrero


(reducible en la práctica a la descripción de una línea de tendencia
confirmada por los hechos) se contienen una serie de escritos compuestos
entre el mes de mayo y la mitad de septiembre de 1917; la semejanza de
los títulos en la mayor parte de tales escritos refleja también una
indiscutible continuidad de pensamiento sobre el tema. 355

La idea central en la estrategia leniniana del CO está en que ésta


representa la única solución de carácter económico para las pérdidas
causadas en la guerra y para la paralizada gestión del aparato productivo.
Para que una solución de este tipo se pueda revelar realmente efectiva es,
sin embargo, indispensable que venga inscrita en un marco estratégico
más general de transición al socialismo.

“En el fondo –dirá Lenin–, toda la cuestión del control se reduce a


establecer quién es el que controla y quién es controlado, es decir,
qué clase ejercita el control y cuál otra lo asume”. 356

Este será el motivo de fondo que le impulsará a denunciar las formas de


control instauradas en la Rusia de Kerensky, entre febrero y octubre de
1917, sobre los instrumentos a través de los cuales los grandes
propietarios territoriales, los capitalistas y los especuladores continuaban
ejerciendo su propio dominio de clase contra el pueblo y contra cualquier
tentativa de organizar la economía sobre nuevas bases.

Lenin afirma en diferentes ocasiones, en el curso de la misma obra, que la


consigna sobre el control obrero, como la abolición del secreto comercial y
bancario, no son dos principios abstractos, válidos en cualquier momento o
en cualquier situación de capitalismo industrial, sino que están íntimamente
ligados a dos elementos de análisis, que en el caso de Rusia zarista
adquiere un valor estructural el uno y político el otro: por un lado, son las
transformaciones ocurridas en la estructura económica del país; del otro,
los vínculos que se han establecido entre el mundo de la producción y la
guerra. En relación con el primer elemento, el paso de la producción
mercantil a escala reducida a las grandes empresas de tipo monopolístico

355
Nos referimos a: La ruina es inminente, Catástrofe inevitable y promesas
desmesuradas, Resolución sobre medidas contra la ruina económica, La ruina
económica y la lucha del proletariado contra la misma, La crisis se avecina, La ruina
aumenta, La catástrofe inminente y cómo luchar contra ella y otros más.
356
La catástrofe inminente, vol. XXV, p. 325.
211
Roberto Massari

había quitado cualquier razón de ser al secreto comercial, y no como


instrumento al servicio de la especulación y de la concentración del poder
económico en las manos de la sociedad anónima. Ello contrastaba, en la
concepción de Lenin, con la colectivización y la masificación del proceso
productivo realizada de hecho en la estructura económica del país; la
supresión no podía en lo sucesivo dejar de ir contra los intereses del gran
capital ni dejar de ser acogido más pobremente cada vez por las masas
explotadas. Una medida como:

“el derecho de comprobar todos los documentos de cualquier gran


empresa... daba libre curso a la iniciativa popular del control ejercido
por los sindicatos de empleados, de obreros y de todos los partidos
políticos; eso y sólo eso hará eficaz y democrático el control”.357

En segundo lugar, un procedimiento como éste habría adquirido un valor


educativo a nivel de las masas, porque habría demostrado de qué manera
se repartían los beneficios de guerra y de cincuenta millones de rublos que
cotidianamente el Estado ruso gastaba para financiar la “guerra”
imperialista. No obstante, aunque sí era verdad que con una medida como
la abolición del secreto comercial podía iniciarse con un procedimiento
legislativo, ello no podía realizarse completamente sino cuando llegasen a
coincidir la mayoría de los trabajadores a través de los soviets con las
demás instrumentos de democracia proletaria.

La idea, expresada en diversas ocasiones por Lenin, de que el CO pudiera


ser introducido por un simple decreto, origina cierta perplejidad, sobre todo
si se confronta con la otra idea formulada en diversas ocasiones del autor,
según la cual la aplicación de la medida de control debería ser obra
esencialmente de las milicias populares. 358 De hecho, esta segunda noción
de la teoría leninista del CO (control obrero) se verá gradualmente
marginada en favor de una mayor insistencia sobre la posibilidad de
imponer una reglamentación de la producción a través de decretos
provenientes de arriba. Queda el hecho que también el mantenimiento de
la hipótesis de transformación de la economía “desde arriba y desde
abajo”359 habían olvidado en la práctica la importancia de un elemento
intermedio entre los dos niveles: la estructura nacional de los comités de
fábrica. Solamente éstos –como veremos– habrían podido garantizar el

357
Ibíd., p. 323.
358
Por ejemplo, Obras, vol. XXIV, p. 440.
359
Véase F. Ferri: “II problema del contrallo operaio”, en “Lenin teórico y dirigente
revolucionario”, Quaderni di critica marxista, n°. 4, 1970, págs. 177-205.
212
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

equilibrio y la eficacia necesaria para una aplicación del CO,


simultáneamente desde arriba y desde abajo, en una situación, por otra
parte, retrasada y contradictoria como era la rusa. La opción favorable a
una reglamentación del control por vía jurídica y en lo sucesivo
exclusivamente desde lo alto implicará una reducción de los márgenes de
autonomía conquistados por los comités de fábrica y su progresiva
desaparición.

El 25 de mayo, Lenin formula una primera propuesta de institucionalización


del control que:

a) Prevé para los obreros una mayoría de tres cuartas partes de los
votos deliberativos.

b) Permite a los delegados de los soviets, de los comités de fábrica,


de los sindicatos, etc., participar en las instancias decisorias.

c) Extensión, en fin, de tales derechos a los representantes de los


partidos democráticos y socialistas.360

El tema será tomado nuevamente en junio en un discurso ante la primera


conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado, acentuando, sin
embargo, los peligros inmensos en una institucionalización del control
obrero sin una participación directa de los trabajadores:

“Si se quiere que el control sobre la industria sea eficaz e


indispensablemente que se trate de control obrero, que los obreros
sean y estén en mayoría en todos los organismos responsables y que
la administración rinda cuentas de sus actos delante de las
organizaciones obreras más autorizadas, compañeros obreros, tratad
de obtener un control efectivo y no ficticio, y rechazar con la máxima
energía todas las resoluciones y propuestas relativas a un control
ficticio, ineficaz en la práctica”.361

Tras los acontecimientos del mes de julio y el fracaso de la tentativa


insurreccional, en el período en que Lenin se ve obligado a distanciarse
momentáneamente de los Soviets 362, las hipótesis del control obrero

360
Véase vol. XXIV, págs. 522-523.
361
Ibíd., p. 565.
362
“Los soviets pueden y deben comparecer en esta nueva revolución, pero no los soviets
actuales, no los organismos de inteligencia con la burguesía, sino, por el contrario, los
órganos de la lucha contra la burguesía. Es un hecho que entonces nosotros seremos
creadores de una estructura estatal de tipo soviético. No se trata de discutir de los soviets
en general, sino de combatir la contrarrevolución "actual" y la traición de los soviets
actuales” (sobre consignas, mitad de julio de 1917, vol. XW, p. 180).
213
Roberto Massari

empiezan a asumir un carácter cada vez más formal y a perder el rol de


catalizador del proceso revolucionario que Lenin le había asignado
después de la publicación de las Tesis de abril. Las cinco medidas
propuestas en La catástrofe inminente363 corresponden más bien a un
programa mínimo de nacionalizaciones, insertables en una lógica
económica de capitalismo de Estado. 364 El hecho mismo de que ya no se
vuelva a hablar de “control”, suprimiendo el atributo “obrero”, puede ser un
ser indicio de la transformación en la propaganda bolchevique a propósito
de tal argumento. El CO ya no es un conflicto a nivel empresarial entre el
patronato y los trabajadores, ya no es un momento inicial y estimulante de
la iniciativa revolucionaria de las masas, sino que es, sobre todo, una
propuesta de solución económica para el caos y el desorden reinantes en
el aparato productivo.

Las idea de que el control obrero deba reducirse de hecho a un inventario


de la producción (una especie de censo de la fuerza de trabajo y de los
equipos disponibles) y en la constitución de milicias de trabajo aparece por
primera vez en los escritos de Lenin a comienzos de octubre. 365 En el
período inmediato a “octubre” la problemática del control obrero desaparece
de los escritos de Lenin. Sin embargo, el llamamiento es constante a las
masas obreras para que aprovechen su propia experiencia en las fábricas
para resolver una serie de funciones “técnico-censitarias”, indispensables
para una reordenación de la economía hundida en la guerra y en el caos.

Después del éxito victorioso de la insurrección, el Pravda publica un


proyecto de regulación del control obrero redactado por Lenin, en el cual
se intenta hallar una solución de compromiso entre la necesidad imperiosa
de luchar contra los peligros de sabotaje o de interrupción de la
producción, y la demanda de mayor poder y autonomía que a la sazón
reclamaban los delegados de los comités de fábrica.

La definición más explícita y detallada del control obrero como momento


de reorganización y censo de la producción la formula Lenin en abril de
1938. El texto tiene notable importancia porque, mientras manifiesta la
dificultad que la nueva versión del control halla entre las masas obreras,
intenta también sistematizar e insertar en una perspectiva más amplia el
significado de la medida que el joven gobierno soviético se ve obligado a
363
La nacionalización de la banca, la nacionalización de los sindicatos capitalistas, la
abolición del secreto comercial, la asociación forzosa en e! sindicato para los empresarios,
la reglamentación del consumo.
364
De la misma opinión es F. Ferri, op. cit., p. 191.
365
Vol. XXVI, p. 91.
214
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

tomar muy a su pesar. Lenin confirma una vez más la necesidad para el
trabajador de realizar una estructura autogestionaria, pero aplaza semejante
perspectiva para un segundo momento del proceso de construcción del
socialismo para cuando existan, de hecho, las condiciones objetivas de
semejante trasformación:

“El control obrero ha sido constituido por nosotros con fuerza de ley,
pero empieza a penetrar con dificultad en la vida y hasta en la
conciencia de las grandes masas del proletariado. (…) El control
obrero no se convertirá en realidad hasta que los obreros avanzados
no hayan organizado y conducido a término una campaña victoriosa e
implacable contra los violadores del control, contra aquellos que
atentan contra él. No se podrá desde el primer paso (el control
obrero) pasar al segundo, es decir, al socialismo, a saber, el tránsito a
la reglamentación obrera de la producción... El estado socialista
puede surgir solamente como una red de comunas de producción y
de consumo que calculen a conciencia su producción y su consumo,
economicen el trabajo y eleven constantemente la productividad,
consiguiendo así reducir la jornada laboral a siete, seis e incluso
menos horas”.366

Vale la pena observar que estas formulaciones de Lenin tienen perfecta


coherencia con aquella parte de El Estado y Revolución en que habían
sido discutidas las soluciones del Estado proletario en la primera fase de la
sociedad comunista. Aunque en aquella ocasión Lenin había afirmado la
necesidad de llegar, en el proceso de construcción del socialismo, a una
situación de autogobierno por parte de las masas trabajadoras, aplazando,
empero, semejante perspectiva a una segunda fase, es decir, para cuando
existiesen las condiciones técnicas y objetivas para la extensión de la
gestión obrera a todos los niveles del Estado y de la administración, la
autogestión, en tal sentido, habría coincidido con la extinción de la
estructura estatal y con la abolición de cualquier otra forma de regulación
desde arriba:

“Desde el momento en que todos los miembros de la sociedad, o al


menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a gestionar por
sí mismos el Estado, dedicándose por entero a esta obra y hayan
organizado su “control” sobre la ínfima minoría de los capitalistas,
etc., será entonces cuando la necesidad de cualquier administración

366
Las tareas inmediatas del poder soviético, abril de 1918, vol. XXVII, p. 217.
215
Roberto Massari

empezará a desaparecer.” (…) “De hecho, cuando todos hayan


aprendido a administrar y administren realmente ellos mismos la
producción, cuando todos realicen por ellos mismos la denuncia y
control de los parásitos (“se abrirán entonces las puertas que
permitirán pasar de la primera fase a la fase superior de la sociedad
comunista y posteriormente a la completa extinción del Estado”)”.367

No obstante sucesivas reflexiones y replanteamientos, Lenin ya no


revisará hasta su muerte el criterio de desconfianza formulado después de
octubre con relación a los instrumentos de democracia obrera en las
fábricas. Asimismo el famoso “debate sindical” se desarrollará fuera de
esta óptica y la contribución de Lenin –indudablemente realista y
ponderada– se dirigirá mucho más a resolver los problemas del
funcionamiento general del sistema económico que a los de la democracia
proletaria. La justa incomprensión del carácter de los dos momentos se
transformará irreversiblemente en la aceptación de una escala de prioridad
que pondrá la economía en primer lugar y el aplazamiento de la solución
del problema de la democracia a un período ulterior, posiblemente más
favorable que el conocido por la Rusia soviética en los años 1918-1921. La
política real vencerá una vez más sobre “la utopía” y a las masas
proletarias rusas, intérpretes de las páginas más importantes de la
Historia, no les quedará más remedio que volver al trabajo privadas de
cualquier poder de control sobre su propia vida e incluso sobre el uso de
su propia fuerza (fuerza-trabajo).

A la autoridad de la burguesía desaparecida seguirá un nuevo tipo de


autoridad, cuyo poder se extenderá de forma capilar a todos los aspectos
de la vida política y económica, sofocando cualquier manifestación de
“autonomía obrera”. Con el paso de los años, de la experiencia
revolucionaria quedará a las masas sólo una mejora en el nivel de vida y
de las condiciones del trabajo: más de cuanto se habría podido esperar de
un desarrollo lineal del capitalismo ruso, mucho menos de cuanto aquéllas
habrían creído poder conquistar en 1917. Lenin no tendrá tiempo para
valorar plenamente el alcance de la instauración estaliniana 368 ni de
eliminar, por consiguiente, los efectos negativos de aquella “táctica” que
sus camaradas –adoptando la nueva metodología burocrática– habían ya
irremediablemente elevado a “principios”.

367
Obras, vol. XXV, p. 445.
368
Vivir lo suficiente, sin embargo, para intuir el peligro inminente. Véase M. Lewin: L'
ultima battaglia di Lenin, Barí, 1969. Posiciones similares expresa M. Salvadori: «Lenin e
i soviet», en l consigli operai, Roma, 1972, p. 53-71.
216
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Desautorizados los soviets, eliminado el control obrero, encarcelados los


anarquistas, disueltos todos los partidos, prohibidas las fracciones en el
único partido legal, no quedaba otra vía que la consolidación de los dos
únicos instrumentos supervivientes: el Estado y la jerarquía del partido.
Exactamente lo contrario de lo que Lenin “había prometido” en 1917,
cuando declaraba que “el régimen socialista reviviría necesariamente
muchos aspectos de la democracia primitiva, porque por primera vez en la
historia de la sociedad civil las “masas” de la población se elevarían a una
participación independiente, no en las votaciones y en las elecciones, sino
en la administración cotidiana”. 369

369
El Estado y la revolución, vol. XXV. p. 459.
217
Roberto Massari

3. Los comités de fábrica en la Rusia revolucionaria

La revolución de febrero de 1917 tiene el efecto de hacer surgir


nuevamente a los soviets y a los demás organismos de carácter conciliar
que ya hemos visto emerger en la iniciativa insurreccional de 1905. Una
vez más nacen espontáneamente, extendiéndose como mancha de aceite
por todo el territorio ruso. La espontaneidad de esta segunda oleada
consejista debería ser conectada, sin embargo, con el recuerdo de la
experiencia precedente conservada por los obreros más ancianos de las
principales fábricas del país. Por otra parte, aunque aquí no se había
vivido directamente el clima y la atmósfera libertaria de 1905, cuando
menos se había hablado en el curso del decenio que siguió como del
episodio más sorprendente y más significativo en la historia del movimiento
obrero ruso. La revolución de febrero rememoraría de nuevo todo esto, en
una situación social mucho más tensa y grave que la existente en 1905, en
un momento, por añadidura, en el que se asistía a la caída del máximo
símbolo del absolutismo.

Como ya había sucedido en 1905, también en 1917 le falta de


organizaciones y partidos obreros claramente consolidados debía
favorecer la proyección de los trabajadores sobre los únicos organismos
que aparecían como un posible instrumento de representación directa; tal
factor contribuyó poderosamente a los esfuerzos de los soviets. 370 Existía,
sin embargo, un punto de diferenciación entre las dos experiencias,
destinado a ejercer diverso tipo de influencias: los soviets no nacieron
ahora en el curso de la huelga general ni en la fase más aguda del
conflicto social, sino prácticamente tras una victoria ya consumada y para
obtener satisfacciones y algunas seguridades de democracia y reforma
económica. Tal factor, en el momento en que permitía la asunción de un rol
hegemónico por parte de las fuerzas políticas más moderadas y
dispuestas al compromiso, contribuía también a retrasar una toma de
conciencia en el interior de los soviets sobre la necesidad de profundizar la
revolución social hasta la desaparición total de la burguesía. Aunque los
bolcheviques debieron pagar un precio elevado por el nacimiento –en un
cieno sentido “espúreo”– de la nueva estructura soviética, ya que el
desarrollo de los acontecimientos no determinará un cambio sensible en
las relaciones de fuerza dentro de esta última. Ya no instrumento de
iniciativa revolucionaria y sujeto animador de la movilización obrera como
en 1905, el soviet de 1917 aparece más propiamente como una sede de
370
Véase O. Anweiler, op. cit., p. 192.
218
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

los debates y enfrentamiento político de las diversas corrientes: una


especie de “parlamento alternativo”,371 más preocupado de dar a las masas
una oportunidad de expresarse que no de asumir la dirección del proceso
revolucionario. La insistencia de Lenin en la consigna “todo el poder a los
soviets” tenderá esencialmente a profundizar el carácter de “alternativa
presente en el congreso panruso de los delegados de los obreros y de los
soldados”, de hacer un instrumento realmente representativo de la
situación de dualismo de poderes existente en Rusia entre febrero y
octubre de 1917.

Los comités de fábrica aparecen después de febrero de 1917


espontáneamente y ligados a la vieja tradición de los soviets. Su
reconocimiento oficial se lleva a cabo el 5 de marzo en el caso del soviet
de Petrogrado; el impulso a su creación lo motivó la necesidad de infundir
vida a organismos diversos de aquéllos, no sólo para profundizar temas
específicos que estos últimos no habrían podido afrontar eficazmente, sino
también para disminuir el sentido de alejamiento determinado a nivel de
fábrica en el carácter “parlamentario” y centralizado que los soviets habían
asumido desde su nacimiento: junto a los organismos de la democracia
política popular, el proletariado ruso se dotaba de organismos propios, es
decir, de organismos caracterizados en el plano de clase, vinculados al
mundo real de las fábricas y capaces de analizar las funciones de control
obrero, exigido e impuesto en la situación específica, antes incluso que por
los propios trabajadores.

“Después de la victoria de febrero, el proletariado ya no podía volver a


las condiciones económicas, incluso jurídicas, precedentes. Su
descontento por la situación económica se manifestó sobre todo por
la lucha de salarios... Por otra parte, la situación después de la
victoria parecía demasiado injusta a la clase obrera, la cual reclamaba
un cambio inmediato y radical en las relaciones entre capital y
trabajo...; una oleada de huelgas sobrevino después de la caída del
absolutismo. En todas las fábricas y talleres, súbitamente, sin esperar
el acuerdo en el vértice, se fueron presentando reivindicaciones
relativas a los salarios, a reducciones de jornadas laborales, etc. Los
conflictos económicos se agravaron cada día más y se complicaron
en una atmósfera de lucha. Todo esto fue un poderoso estímulo para
una gestión total de las masas, obreros, campesinos, militares, los
371
Para la relación entre los soviets y los organismos mis propiamente institucionalizados,
véase la investigación de O. H. Radkey: The Election to the Russian Constituyent
Assembly of 1917, Cambridge, 1950.
219
Roberto Massari

cuales se apresuraron a crear sus propias organizaciones, volviendo


a formular, en el comienzo de una nueva existencia, sus antiguas
reivindicaciones. En el mismo período aparecieron organismos de
combate del proletariado, portavoces de su espíritu combativo y de
sus reivindicaciones revolucionarias: los comités de fábrica”. 372

Los comités se afirman, por tanto, como organismos del poder obrero en
las fábricas paralelos a la estructura nacional de los soviets, en funciones
no antagónicas, sino complementarias de estas últimas (su posición, sin
embargo, fue, en general, más avanzada y más radical). Aunque
coordinados a escala nacional, se expresaron tras febrero y octubre por
boca de sus delegados a los principales soviets y en el curso de
conferencias regionales y nacionales.

La I Conferencia de los consejos de fábrica de Petrogrado se desarrolla el


31 de mayo, en el palacio de Tauride, en presencia de cerca de quinientos
delegados, provenientes en su mayoría de los consejos elegidos en
empresas de la industria metalúrgica. La “Conferencia exploratoria” de los
comités de fábrica de la industria bélica que había precedido a las
sesiones de Petrogrado (2 de abril) ya había intentado definir las
principales funciones de los C.D.F., estableciendo, entre otras cosas, el
derecho de los delegados obreros a examinar y a dictar todas las
instrucciones relativas a la “organización interna de la fábrica”. En la
conferencia preparatoria de Jarkov (29 de mayo), por el contrario, algunos
delegados habían llegado directamente a proponer que los C.D.F.,
asumiesen la dirección de la empresa y llevaran a cabo los principales
papeles organizativos.373 En semejante atmósfera, la Conferencia de
Petrogrado no podía dejar de asistir a la victoria de los delegados obreros
más audaces y combativos, es decir, y en sustancia, de los decididos a
lanzarse con entusiasmo a la aplicación del control obrero, porque veían
en este primer paso la trastocación de las relaciones de producción y la
instauración de un régimen autogestionario.
372
A. M. Pankratova: / consigli di fabbrica nella Rusia del 1917, p. 12-13 (la cursiva es
nuestra). (La traducción italiana no está hecha sobre el original ruso, sino sobre la
traducción francesa publicada en el núm. 4, 1967, de Autogestión, a su vez incompleta.) Es
éste el texto histórico mis conocido sobre el tema. Escrito por una militante bolchevique
contemporánea a los acontecimientos descritos, brilla por la modestia y la claridad de la
autora. La composición del libro es de 1923. Una reconstrucción histérico-cronológica
mucho más precisa y detallada la hallamos en M. Brinton: The Bolsheviks and Worker's
Control, Solidarity, Londres, 1970 Brinton ha podido utilizar una fuente rusa, riquísima en
datos e información, como Oktyabrskaya revolutsiya i fabzavkomy: materiali posistorii
fabricno-zavidskikh komitetov (La revolución de octubre y los comités de fábrica materiales
para una historia de los comités de fábrica).
373
M Brinton, op. cit., pág. 4.
220
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Véanse las afirmaciones de algunos delegados: 374

“Durante la revolución el movimiento obrero hace surgir nuevas


formas organizativas: los comités de fábrica. Estos salen de los viejos
esquemas habituales y se lanzan por una vía completamente nueva.
Más o menos voluntariamente, los comités de fábrica han penetrado
en la vida económica de sus fábricas, las cuales, sin ellos, habrían
tenido que cerrar.”

Y también:

“Debemos hacer salir la producción el caos y restablecer el orden –


declara el delegado Naumov–. Tomando en nuestras manos el control
de la producción, empezamos en la práctica a trabajar activamente en
la producción misma y a elevarla hacia la futura producción
socialista.”

Y todavía:

“Es demasiado pronto para transformarlos en secciones sindicales: a


los comités de fábrica esperan las misiones específicas de la
regulación de la vida económica de la fábrica y de la realización del
control que los sindicatos no pueden todavía llevar a cabo. Los
comités de fábrica deben existir no sólo para la defensa profesional,
sino también como base de sostenimiento del movimiento obrero.”

La resolución final, sin embargo, trataba de expresar lo más ampliamente


posible las diversas posiciones reflejadas en el curso de la conferencia y
conseguía obtener más de las tres cuartas partes de los votos. En ella se
declaraba, entre otras cosas, que:

“los comités de fábrica son organizaciones económicas militantes que


abarcan todas las fábricas del lugar. Son elegidos de acuerdo con los
principios de una democracia amplia y tienen una dirección colegiada.
Tienen como fin la defensa de las necesidades económicas y la
creación de nuevas condiciones de trabajo. Sus relaciones con los
sindicatos, en cuarto organización proletaria vecina, deben ser las de
una estrecha amistad y de un contacto concreto”. 375

374
Estas intervenciones son citadas en el libro de Pankratova (op. cit., págs. 25-26), que
a su vez cita los hechos de la conferencia.
375
Citado por Pankratova, Ibíd., p. 27.
221
Roberto Massari

En los meses sucesivos se celebraron otras conferencias regionales y


provinciales de C.D.F., en el curso de las cuales fue confirmada la
aceptación de la estrategia del control obrero como momento específico de
la movilización de masas vivida en aquellos meses por el proletariado ruso.
Sin embargo, no faltaban divergencias respecto a la oportunidad de
adoptar semejante consigna, y también, obviamente, sobre la interpretación
que debía atribuírsele. Las generalizaciones iniciales y la evolución de las
posiciones de Lenin sobre tal tema 376 contribuían a aumentar la
ambigüedad de la propaganda por el control obrero, determinando
marginaciones no desdeñables en las filas de los delegados obreros de
varios comités de fábrica. El predominio de los mencheviques en la
conferencia de los C.D.F. de la región de Moscú (julio de 1917) debe
entenderse como un síntoma de tal confusión. En la II° Conferencia de San
Petersburgo (7-12 de agosto), por el contrario, las resoluciones de origen
bolchevique sobre el control obrero obtienen gran mayoría de votos. En tal
ocasión fueron redactados algunos “estatutos” para reglamentar y definir
mejor las funciones de los C.D.F, los procedimientos para su elección, los
estatutos empresariales de los delegados, etc. Estaba, sin embargo, claro
para los congresistas que la aplicación de tales “reglamentaciones” sería
posible solamente en situaciones en que el nivel de organización y de
conocimientos de los trabajadores estuvieran en condiciones de
contrarrestar la contraofensiva patronal. La coordinación a nivel nacional
del movimiento de los C.D.F. se convertía, desde esta óptica, en una
exigencia imprescindible, sobre todo en la perspectiva de imponer aquellas
medidas de control sobre el conjunto de la producción, sobre la cual ya iba
articulando Lenin sus proyectos en los artículos que hemos visto. 377 Con tal
motivo, los C.D.F. de San Petersburgo convocarán una conferencia
panrusa de los C.D.F. en el mes de octubre (es decir, en vísperas de la
revolución).

La conferencia se vio precedida por una amplia consulta a todas las


fábricas principales del país y ofreció ocasión para proceder a elecciones
de los C.D.F. en las empresas en que aún no existían.

376
Véase la intervención de Lenin en la Primera conferencia de los C.D.F. de Petrogrado:
“Si se quiere que el control sobre la industria sea eficaz es indispensable que se trate de un
control obrero, que los obreros estén en mayoría en todos los organismos de
responsabilidad y que la administración rinda cuentas de sus actos ante todas las
organizaciones obreras más autorizadas. Los c amaradas obreros tratan de obtener un
control efectivo y no ficticio, y deben rechazar con la máxima energía todas las
resoluciones y propuestas relativas a un control ficticio, que no dejaría de ser inútil.” Obras,
vol. XXIV, pág. 565.
377
El texto definitivo aparece expuesto en La catástrofe inminente, vol. XXV, p. 313 y sigs.
222
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El mandato dominante entre los delegados enviados a San Petersburgo


era el de batirse para imponer la extensión del control obrero de las
empresas en que éste ya existía de hecho (en general, en las fábricas
abandonadas por completo o parcialmente por sus respectivos propietarios)
al resto de la economía rusa, implicando también en este proceso a los
organismos de control desarrollados en los campos. El predominio de los
bolcheviques entre las filas de los delegados había asegurado la victoria
de tal línea. El resultado de la primera y última conferencia panrusa de los
C.D.F. tendría consecuencias importantes en el seno del segundo
Congreso Panruso de los soviets. Los tiempos, de hecho, estaban en
adelante maduros para la solución del dualismo de poderes a favor de los
organismos de democracia popular y la clase obrera rusa asumía la misión
de forzar “el tiempo” en la dirección de una asunción definitiva de las
principales funciones de dirección dentro del país.

Sin embargo, la misión que se presentaba ante los comités de fábrica –


trabajar para la toma y reorganización de la economía a marchas
forzadas– pondría pronto en claro la ambigüedad presente en la
entusiástica adhesión de masas trabajadoras escasamente politizadas, en
la perspectiva del control y de la autogestión obrera. Prescindiendo de los
desarrollos futuros de semejante contradicción, vale la pena de aludir al
tipo de esperanza sentido por los delegados obreros a la Conferencia,
como fue reflejada en la fórmula empleada en una de las resoluciones
tomadas:

“Solamente el control obrero sobre la empresa capitalista, tomando


conciencia de sus objetivos y de su importancia social, creará las
condiciones favorables a la instauración de la forma de autogestión
obrera y al desarrollo del trabajo productivo”.378

Esta formulación expresa, a nuestro juicio, en forma propagandística, pero


correspondiente a la situación real, la dinámica que la iniciativa obrera
había tenido a nivel de fuerzas sociales.

El paso del poder a las manos de los soviets determinó también una
transformación de enorme importancia en la acción y en los móviles de los
C.D.F. El control obrero que estos organismos habían empezado a
imponer en algunas empresas después de la revolución de febrero había
sido concebido esencialmente como un momento de oposición conflictiva
con el patronato o, más bien, en casos específicos, como una respuesta

378
Véase A. M. Pankratova, op. cit., pág. 61; la cursiva es nuestra.
223
Roberto Massari

de base al problema de los sabotajes económicos. En el curso de los


acontecimientos, sin embargo, en la medida en que los soviets conseguían
presentarse como la nueva estructura de dirección política y económica del
país, también los C.D.F. podían empezar a asumir funciones de creciente
importancia dentro de las fábricas, llegando por fin a regular aspectos
cruciales de la organización de las empresas, como adquisición de
materias primas, distribución del horario de trabajo, admisiones y despidos
y, en el límite, la determinación de los precios de venta para las
mercancías producidas. En este proceso de crecimiento del poder de los
C.D.F. reconocido y normalmente aceptado por los organismos oficiales
del Gobierno provisional, los más lúcidos de entre los observadores
bolcheviques, sindicalistas e independientes, entreveían un embrión de
poder obrero sobre el conjunto de la actividad económica. Por tal motivo,
muchos consideraron útil postular una rápida integración de tales
organismos “espontáneos” en las estructuras nacionales de los sindicatos
que, por reconocimiento unánime, habrían podido absorber las nuevas
misiones de gestión económica. Sin embargo, ninguno –al menos de
acuerdo con la documentación de que disponemos– advertía la necesidad
de lanzar a tales organismos sobre la vía amplia de una adquisición cada
vez más amplia de prerrogativas políticas en la confrontación con las
estructuras ya existentes. La rígida distinción respecto a los lugares en los
cuales desarrollar el debate más propiamente político sobre el destino de
la revolución rusa y los lugares en los cuales afrontar las soluciones de los
problemas de carácter más propiamente económicos, fundándose en la
colaboración decisiva del proletariado, fue, por tanto, un dato objetivo
indiscutible en la nueva fase revolucionaria abierta en octubre.

Mientras los diputados obreros descubrían bajo la impresión de los


acontecimientos la importancia de la milicia y de una fuerte presencia de
los partidos mayoritarios (bolcheviques, mencheviques y socialistas
revolucionarios), es decir, aquellos en cuyas sedes se tomaban realmente
las principales decisiones políticas, los C.D.F. –marginados y forzosamente
localistas– tendían a especializarse cada día más en la resolución de
simples misiones económicas. La propaganda bolchevique para la rápida
transformación del control obrero en un inventario y en un censo general
de posibilidades económicas de todas las regiones y distritos respondía
fielmente a una situación destinada a determinar, de hecho, el porvenir de
la revolución. El tránsito del “control” a la “gestión obrera” aparecía así
como un hecho esencialmente técnico, en el cual los trabajadores y los

224
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

C.D.F. tendrían que resolver aspectos organizativos. Para lo demás, la


convicción más extendida en las filas de los soviets era que la gestión
obrera constituía solamente un momento transitorio, casi inevitable
(“semianárquico”, dirá Pankratova) hacia una nueva forma más racional y
eficiente de organización del trabajo.

Tocará una vez más a Lenin la misión de interpretar lúcidamente el estado


de ánimo prevaleciente entre las masas, dando a las exigencias apenas
descritas una expresión definida en el plano de las propuestas operativas y
en su posible institucionalización. El 3 de noviembre Pravda publica el
Proyecto de regulación del control obrero 379, con el que se trataba de
responder en aquel momento a las exigencias de los diversos partidos
relativas al funcionamiento de las empresas. A los propietarios que habían
permanecido en Rusia se les garantizaba la continuidad y la regularidad
del trabajo; éste ya no podría interrumpirse por iniciativa de la base obrera
sin el consentimiento de los sindicatos o de los C.D.F. A los representantes
obreros elegidos en estos organismos se les concedía la facultad de abrir
los libros de contabilidad y de verificar integralmente el estado general de
la empresa (depósitos, materiales, instrumentos de trabajo): las decisiones
de los delegados de fábrica y de los obreros pueden ser, sin embargo,
revocadas por los sindicatos. Todos estos componentes del mundo de la
empresa son, en fin, sometidos al control del Estado, el cual se reservaba
el derecho de intervenir directamente en todas las empresas de
“importancia para el Estado”; la definición de esta última, formulada en el
proyecto, ponía en manos del Estado prácticamente todas las fábricas más
importantes del país:

“Son consideradas empresas que tienen importancia para el Estado


todas las empresas que laboran para la defensa del país y que estén
vinculadas de un modo u otro a la producción de elementos necesarios
para la existencia de la población”.380

El Decreto sobre control obrero del 14 de noviembre 381 anunciaba


definitivamente el comienzo de la revolución soviética en el campo de la
economía. Aquél se desarrollaba en ocho puntos, ampliando y
profundizando sobre todo el aspecto institucional. Al objeto de evitar
cualquier forma de dispersión o de autarquía empresarial (es decir, de

379
Lenin: Obras, vol. XXVI, págs. 257-58.
380
Ibíd., p. 258.
381
Trad. italiana en El control obrero (escritos varios de Togliatti, Arsky, Radek, etc.;
reedición, Roma, 1970, págs. 19-21).
225
Roberto Massari

competición o acaparamiento de las materias primas por parte de grupos


obreros en fábricas aisladas) el decreto instituía un organismo central de
dirección económica que debería regular (de arriba abajo) la vida de las
empresas hasta la convocatoria del Congreso de los comités de fábrica. El
“Consejo panruso del control obrero” –compuesto por representantes
elegidos en los diversos organismos estatales, sindicales, campesinos, en
las cooperativas, en la sede de la organización panrusa de los C.D.F., en
las Uniones panrusas obreras, etc.– constituiría en la práctica el organismo
central de elaboración y dirección económica. Por medio de una red
nacional de comisiones compuestas por técnicos y por especialistas se
controlaría la marcha real de todas las empresas singulares. Por lo demás,
el decreto mantenía cierta ambigüedad sobre atribución de las funciones
reales de control, sin especificar la diferencia de la respectiva competencia
entre los organismos centrales y los de fábrica.

La convicción de que en la patria de los soviets ya no podrían originarse


fricciones entre los organismos superiores y los inferiores de aplicación del
control obrero puede acaso explicar la ambigüedad del decreto respecto a
las cuestiones de competencia. La falta de especificación sobre tales
puntos significaría un punto en contra de los organismos locales,
desprovistos de instrumentos eficaces para verificar la marcha general de
la economía y la evolución de la situación política del país. Entre los
organismos de empresa y los nacionales, por otra parte, se instituían “los
Consejos regionales del control obrero”, que deberían servir de enlace
entre las dos instancias principales. Ellas, además de transmitir las
instrucciones del Consejo central, tendrían que “vigilar” también “la
actividad de los órganos inferiores de control”.

Más allá de la perplejidad que puede suscitar el esquema organizativo


descrito –perplejidad determinada sobre todo por la distancia y la falta de
una presión directa entre organismos de fábrica y Consejo panruso del
control obrero– hay además el hecho de que las funciones de control
indicadas en el decreto coincidían, más o menos integralmente, con un
modelo de gestión económica completamente original, a llevar a cabo con
la aportación directa de los productores y de sus organismos representativos
de base. Los puntos 6, 7, 8, por ejemplo, expresan completamente el
carácter “obrero” del decreto y constituían un paso importante y decisivo
hacia la posibilidad de instaurar un sistema de organización económica
integralmente autogestionada:

226
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

6. Los órganos del control obrero tienen el derecho de vigilar la


producción, de fijar el mínimo de productividad en la empresa y de
tomar medidas para la estimación del precio de costo de los artículos
producidos.

— Los órganos de control obrero tienen el derecho de consultar toda


la correspondencia comercial de la empresa; por cualquier
correspondencia tenida ocultamente los propietarios serán
responsables ante los tribunales. El secretario comercial es
abolido. Los propietarios son obligados a presentar a los órganos
de control obrero todos los libros e informes sobre el año en curso
y de los años pasados.

— Las decisiones de los órganos de control obrero son obligatorias


para el propietario de las empresas y no pueden ser abrogadas
más que por los órganos superiores de esta institución.

Sin embargo, el decreto de 5 de diciembre, con el cual se constituía un


organismo estatal de dirección centralizada de la economía –el Vesenka–,
absorbía de hecho las funciones ejercidas precedentemente por una serie
de organismos “de base”: entre éstas quedaba abolida también la del
Consejo panruso del control obrero (presente en el Vesenka sólo
formalmente). Se iniciaba de este modo un proceso de desautorización de
los C.D.F. en favor de los organismos estatales de dirección de la economía.

Este proceso ha sido descrito ampliamente por la historiadora bolchevique


A. M. Pankratova que, en su conclusión a la historia del movimiento de los
C.D.F. en la Rusia revolucionaria, expone las principales consideraciones
de orden político y económico que han presidido las decisiones –tomadas
por Lenin y el grupo dirigente bolchevique– para eliminar cualquier
posibilidad de interferencia por parte de los C.D.F. respecto a la
reorganización del sistema económico:

“La profundización ulterior de la revolución económica reclamará una


organización de la producción sobre bases socialistas. Pero se
necesitaba una forma organizativa más eficaz que el comité de
fábrica y de un método más amplio del control obrero. Se necesitaba
ligar la cuestión de la nueva fábrica al principio de un plano
económico único en función de la perspectiva socialista general del
joven Estado proletario. Por eso, era necesario crear órganos
nacionales de normalización y de administración de la producción.
Los comités de fábrica carecían de práctica y de conocimientos
227
Roberto Massari

técnicos para asimilar el complicado trabajo de control de la


producción. El desarrollo moderno de ésta está vinculado, a través de
muchos hilos al mundo externo, a otras empresas, a otras fábricas, a
la situación del mercado, al estado de los transportes, de la mano de
obra, etc., y los comités de fábrica, así como la propia unión panrusa
de los mismos, no podía comprender todas estas relaciones. Ella no
tenía las prerrogativas del poder estatal. El control financiero era
especialmente difícil de llevar a cabo. A fin de que se realizase
plenamente se estaba obligado a romper la enorme potencia del
capital financiero junto con el orden legal construido por este último.
Sindicalización obligatoria, reagrupamientos en trusts de los sectores
de la producción, nacionalización de la Banca, nuevo sistema fiscal,
todas estas inmensas tareas económicas del período de transición al
socialismo exigían la creación de un centro único capaz de normalizar
toda la economía nacional a escala estatal. El proletariado comprende
esta necesidad y, tomando su mandato a los comités de fábrica que
no respondían a las nuevas exigencias económicas, delegó sus
poderes a los órganos nuevos creados, a los soviets de la economía
nacional. Los comités de fábrica de Petrogrado, que en su primera
conferencia de mayo de 1917 habían proclamado el control obrero, lo
olvidaron unánimemente en esta conferencia”.382

Respecto a la unanimidad que apunta la Pankratova, se pueden abrigar


serias dudas, no sólo por los desarrollos conocidos en torno al “debate
sindical” y de la acción de la “Oposición obrera” y sindicalista 383, sino
también por el rumor y las repercusiones que provocó la publicación del
Manual práctico para la ejecución del control obrero por parte de los
miembros no bolcheviques del Consejo panruso de los C.D.F.384

“La principal característica del Manual para el control obrero sobre la


empresa capitalista es que trata de hecho, esencialmente, de la
gestión obrera de la empresa y llega a identificar control con
gestión”.385

382
A. M. Pankratova, op. cit., págs. 74-75.
383
Véase Documentos de la revolución mundial, vol. I, Ed. Zero, Madrid, 1971. (N. del t.)
384
Una interesante discusión de este texto, desconocido en italiano, se halla en D.
Limón: «Lénine et le contróle ouvrier», en Autogestión, número 4, 1967, págs. 75-89. Del
conflicto entre bolcheviques habla también I. Deustcher: Los sindicatos soviéticos, págs.
54-55.
385
D. Limón, op. cit., p. 75.
228
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

A este objeto proponía la constitución de cuatro comisiones para cada


C.D.F. La primera se encargaría de la organización de la producción, la
segunda de la reconversión de la industria bélica, la tercera del
abastecimiento de las materias primas y la cuarta de los combustibles.
Luego, partiendo de las misiones elementales de censo, inventarios,
luchas contra el sabotaje, etc., propuestos por Lenin, el control obrero de
los C.D.F. deberían extenderse –según los autores del Manual– hasta
determinar el ritmo de agotamiento de las provisiones, el flujo de entradas
y salidas, el empleo de determinados materiales en lugar de otros, y así
sucesivamente hasta el control de los principales elementos constitutivos
de la organización del trabajo en fábrica. La primera de las comisiones
citadas debería coordinar de hecho la actividad de los diversos
departamentos, verificar las condiciones de las instalaciones, establecer
los ritmos de amortización, distribuir todos los trabajos de la empresa,
estudiar todos los aspectos financieros y determinar, en fin, el coeficiente
de explotación. Según el Manual (el control obrero sobre la industria), en
cuanto parte indivisible del control sobre el conjunto de la vida económica
del país, no debe ser considerado en el sentido estricto de una revisión,
sino en el sentido más amplio de la “intervención”.

Se pregunta D. Limón, respecto a las opciones contenidas en el Manual, si


se trataba de una cuestión de sustancia o se limitaba simplemente al
aspecto formal, administrativo, de la dirección.

En el primer caso, tal opción tendría un significado realmente positivo,


porque la “injerencia” en la estructura de fondo del mecanismo productivo
respondería directamente a la exigencia obrera determinada en la
precedente experiencia de control obrero, sustituiría integralmente el poder
decisorio de los empresarios y contribuiría en lo sucesivo a garantizar una
dosis de estabilidad y equilibrio para los técnicos y los especialistas de las
empresas.

El segundo caso, por el contrario –según Limón–, se reduciría a una serie


de experiencias participacionistas, en las cuales la asunción puramente
jurídico-formal de la dirección de la empresa no implicaría necesariamente
una determinación obrera de las metas productivas, de los incentivos, de
los ritmos de trabajo, etc., y al mismo tiempo pondría seriamente en
discusión la posibilidad de un funcionamiento correcto de la empresa.

229
Roberto Massari

La primera solución propuesta en el Manual constituiría también un primer


paso irrevocable hacia la transformación en el sentido autogestionario del
proceso entero de la producción.386

Las Instrucciones generales sobre el control obrero establecidas según el


decreto del 14 noviembre 1917 387 fueron publicadas en Izvestia el 15 de
diciembre de 1917 (diez días después de la institución de Vesenka). Son
también conocidas como “el Contra-Manual” del control obrero, desde el
momento en que fueron elaboradas con intención de responder a la
tendencia autonómica desarrollada en el mundo de los C.D.F. y al objeto
de integrar la estructura obrera de empresa en el plano más vasto de
reorganización “desde arriba” de la economía iniciada con la institución del
Vesenka. El carácter dramático de la situación económica y política ya
había impuesto a los dirigentes bolcheviques una elección “gestionaría”
favorable al máximo control y a la máxima centralización de los poderes en
las manos del único partido capaz de afrontar el vencimiento improrrogable
de la revolución; la interferencia por parte de sectores obreros o de
organismos de fábrica –especialmente empeñados en la solución de
problemas locales y privados de una visión de conjunto de la situación
general– en la determinación de los nuevos objetivos de reorganización
económica (condicionada a su vez por factores políticos) aparece en
diciembre de 1917 como un elemento ulterior de confusión. El problema
principal no era en adelante ya el de impulsar a las masas trabajadoras
hacia la adquisición de una independencia política y organizativa cada vez
mayor, sino impulsar del modo más racional posible el potencial humano
disponible. Con tal fin las Instrucciones se pronunciaban, netamente contra
el paso a una gestión obrera del proceso de producción, al mismo tiempo
que sancionaba la subordinación de los organismos de fábrica a las
nuevas estructuras estatales y sindicales del régimen soviético. El
mantenimiento del “control obrero”, para referirse a los principios
inspiradores del nuevo giro económico, no debe hacer incurrir en engaño
en lo que respecta a la sustancia del documento: el nuevo organismo
propuesto –la “comisión de control”– venía a sustituir a todos los efectos a
los C.D.F. A los miembros de estos últimos les quedaba solamente la
facultad de entrar a tomar parte del nuevo órgano para poder tener un
mínimo de poder consultivo y decisorio.

386
Una distinción similar a la realizada por Limón relativa a las dos posibilidades en la
cuestión del control obrero se halla en E. H. Carr: La rivoluzione bolscevica, Turín, 1964, 1,
p. 474-75.
387
Hay una traducción italiana del texto en El control obrero, op. cit., p. 17-31.
230
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Los principales deberes de la nueva comisión (expresados en los cinco


puntos de las Instrucciones) reafirmaban en la práctica las indicaciones ya
expuestas en el decreto y en los escritos de Lenin sin, empero, ninguna
referencia a una posible participación en las determinaciones de las
opciones a escala general. El criterio de la eficiencia –en que se inspiraba
concretamente el cuerpo central de las Instrucciones– desaconsejaba, en
efecto, una hipótesis semejante y transferir la solución de los problemas
más cruciales directamente a los organismos superiores:

“El derecho de dar órdenes en la gestión de la empresa, la dirección y


el funcionamiento de la empresa conciernen al propietario. La
comisión de control no participa en la gestión de la empresa y no es
responsable de su dirección y de su funcionamiento: esta
responsabilidad concierne al propietario. La Comisión de control no se
ocupa de los problemas financieros de la empresa. Si estos
problemas se plantean deberán trasmitirse a las instituciones
reguladoras sovietistas”.388

La negativa categórica de conceder a los organismos de empresa un


margen de autonomía real está, por otra parte, claramente expuesto en el
punto 9, en el cual se expresa oficialmente la posición adversa a la
posibilidad de “autogestión”:

“La comisión de control de cualquier empresa puede ser medio del


órgano superior del control obrero, llevar delante de la institución
reguladora sovietista la cuestión de la requisa de la empresa o la
solicitud de otras medidas coercitivas contra la empresa, pero la
comisión no tiene derecho a apoderarse de la empresa o de
gestionarla”.389

388
Ibíd., p. 29.
389
Ibíd. Una tentativa de interpretación de los motivos de la renuncia bolchevique a un
control real por parte obrera ha sido llevada a cabo por P. Mattick. Este sostiene que en
las nuevas perspectivas de adopción de la NEP la desautorización de los soviets y de los
C.D.F. era una exigencia improrrogable para los bolcheviques, a fin de no acabar
nuevamente en minoría en el interior de los organismos de masas. Al autor se le escapa,
evidentemente, que el proceso estaba ya en fase avanzada en los comienzos del
“comunismo de guerra”. Véase P. Mattick: Intégration capitaliste et rupture ouvriere,
París, 222 y sgs. Una interpretación unilateralmente favorable a la evolución de los
bolcheviques ha sido reasumida recientemente por A. Chitarin: “La strategia leniniana del
controllo operaio”, en La crítica sociológica, n°. 22, 1972, págs. 45-78. En el artículo no
se tocan para nada los replanteamientos de Lenin y los cambios de su posición en la
cuestión de los soviets, del control obrero y de la autogestión.
231
Roberto Massari

La comisión de control existente a nivel de empresa venía a ser, por tanto,


un poder ejecutivo de la comisión de control de la correspondiente
organización profesional (sindical en perspectiva). Esta última a su vez era
la emanación directa del Consejo Superior de Economía Nacional. Un
espacio formal de intervención se dejaba al Consejo panruso del control
obrero, pero en la práctica éste estaba ya privado de sus articulaciones de
base (los comités de fábrica); solamente ellos podían permitirle el
funcionamiento efectivo. En los casos en que los organismos de empresa
se negasen a someterse a la nueva dirección absoluta del Vesenka, el
sindicato intentaría una solución de compromiso entre las dos instancias,
en la perspectiva, sin embargo, de absorber definitivamente a los
organismos de las fábricas rebeldes.390

Por el contrario, en la más avanzada de las experiencias del control obrero


conocida en la Rusia bolchevique –la de ferrocarriles 391– el decreto de
enero de 1918, con el que se instituía una gestión parasindical del conjunto
de las líneas ferroviarias, no llegó a cumplir plenamente sus fines. Los
bolcheviques habían instituido un soviet panruso adicto a la gestión y a la
organización del tráfico ferroviario, sobre todo para minar el poder de
Vikzel, un organismo similar controlado, sin embargo, por los socialistas
revolucionarios; el cambio general determinado en la orientación
económica y administrativa de los bolcheviques convenció a Lenin de la
necesidad de acabar con semejante experiencia dos meses después de su
comienzo. El 26 de marzo de 1918 un decreto del Sovnarkom, apoyado
por el Vesenka, confería “poderes dictatoriales” al comisario del pueblo
para las comunicaciones: un primer paso para la completa militarización
del sistema ferroviario que será llevado a cabo de inmediato por Trotsky.

El ejemplo de los ferrocarriles no era un caso aislado. La liquidación de


cualquier margen de autonomía y de intervención de los organismos
obreros de fábrica y de los mismos organismos de la democracia popular
soviética era ya, al comienzo de 1918, un hecho generalizado, incluso por
la gravísima situación política y económica en la cual el poder de los
bolcheviques se encontraba tanto en el exterior (bloque económico y
guerra civil) como en el interior, contra las diversas tendencias políticas
supervivientes (los mencheviques y socialrevolucionarios, los bolcheviques

390
Sobre el papel desempeñado por los sindicatos en la reabsorción del conflicto
desarrollado entre organismos empresariales y estructura estatal, véase. I. Deutscher,
op. cit., págs. 54-55.
391
Descrita y analizada por E. H. Carr: The Bolshevik Revolution, 1917-1923, vol. II,
Londres, 1952, p. 392-95.
232
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de izquierda, la Oposición obrera, los centralistas democráticos, etc.).392


Sin entrar en las razones de la dilatada discusión sobre el carácter más o
menos provisional de las medidas coercitivas adoptadas por el poder
bolchevique frente a la clase obrera y a los soviets, no es posible no hacer
notar, sin embargo, que las desautorizaciones de los órganos de base,
ampliamente anticipadas en las Instrucciones de 1917, aparecían ya como
un hecho consumado en los primeros meses de 1918. El carácter
irreversible de tal proceso aparece, por otra parte, tanto más manifiesto
cuanto más fuerte era la reacción que habían hallado las tentativas por
parte de la clase obrera de ejercitar un papel autónomo en primera
persona dentro de la obra del gobierno revolucionario. Aunque el final del
“comunismo de guerra” y el tránsito a la NEP –es decir, a la “liberación de
la economía” y a la reintroducción de las leyes del mercado– no implicarán
ninguna variación en el plano del establecimiento de la democracia obrera
en el interior del proceso de producción. De los comités de fábrica ya no
volverá a hablarse, ni siquiera en el curso del famoso debate sindical 393,
desprovistos ya de cualquier poder y reducidos a órganos puramente
administrativos; no podrán ya ejercer el menor papel efectivo tras la
derrota de la insurrección de Kronstadt.

Que Lenin y la dirección bolchevique considerasen puramente


instrumentales y transitorias las medidas adoptadas después de la
revolución, es fácilmente demostrable sobre la base de los textos escritos
hacia septiembre de 1917 (entre ellos el célebre Estado y Revolución y
algunas de las Cartas desde lejos) y de las preocupaciones manifestadas
por Lenin en los últimos meses de su vida. 394 Sin embargo, la valoración
histórica y sociológica –sobre todo–, si se estudia retrospectivamente,
puede tener en cuenta las intenciones de los sujetos políticos solamente
desde un punto de vista indicativo. No se puede, por tanto, atribuir o no la
responsabilidad de determinado tipo de acciones a Tizio o a Cayo sin tener
en cuenta los procesos reales en los cuales tales acciones venían insertas
o determinadas. Es en este sentido que el alcance histórico que la derrota
de la clase obrera soviética sufrió con la desautorización de los soviets y la
cristalización en el poder de la burocracia estaliniana (en sus articulaciones
específicas y en su característica evolución) no permite en absoluto
justificar aquellas primeras acciones antisoviéticas y anticonsejistas,

392
Para un cuadro completo de esta vicisitud política «interna», véase L. Schapiro: Storia
del partito comunista soviético, Milán, 1973, capítulos 10-11.
393
Sobre el tema y sobre los antecedentes véase. I. Deutscher, op. cit., págs. 53-103.
394
Véase el trabajo de M. Lewin.
233
Roberto Massari

aunque se adoptasen en un clima de emergencia y de caos económico. Es


evidente que la pérdida de aquel poder decisorio y de control que la clase
obrera rusa había conquistado en el curso de la revolución debe ser
inserta en el conjunto de las causas histórico-políticas que han impedido la
extensión del proceso revolucionario a escala europea –y desde este
punto de vista el tema no puede mirarse de otro modo que como un
balance histórico completo de la experiencia vivida por el movimiento
obrero occidental en la II Internacional primero y en los inicios de la III
posteriormente–. Pero es cierto también que la falta de profundización de
las instancias de democracia y de gestión, afirmada de modo prepotente
en el curso de 1917, determinó una primera e inmediata desmovilización
(política incluso antes que económica) del proletariado ruso, destinada a
asumir un carácter crónico de tal naturaleza que los dirigentes de octubre
jamás habrían podido imaginar.395 La sustitución integral por el Estado y el
partido (fundidos en un único bloque monolítico de los organismos de la
democracia obrera y popular) es un fenómeno pendiente hoy todavía en la
URSS y tan microscópico que permite valorar profundamente los peligros
insertos en toda acción que tiende a marginar la iniciativa obrera,
justificando tales resoluciones con el “retraso” de la clase obrera misma –lo
que es poco más o menos equivalente– con la dificultad de las misiones a
realizar. Desde el momento en que sólo la experiencia práctica
acompañada de determinada potencia objetiva (puede permitir a los
trabajadores apoderarse del proceso productivo y organizado de una
manera armoniosa con sus propios intereses), la negativa de aceptar tales
experiencias (con todos los riesgos que ella pueda comportar
necesariamente) no puede inevitablemente llevar a una gestión del poder
por parte de otros grupos o estratos sociales: en el caso ruso, la
democracia política, tecnocrática y otras, los cuadros del ejército o de las
formas híbridas de dominación compuestas por una diversidad de estos
elementos.

La experiencia bolchevique ha demostrado también que el carácter de la


gestión obrera es tal que no admite concesiones significativas en relación
a los objetivos que debe cumplir. Las primeras medidas que se toman para
delimitar las márgenes de iniciativa de la base obrera, suponiendo un
primer obstáculo al desarrollo de tal iniciativa, tienden inevitablemente a
agravarse en la medida en que los organismos de base renuncian o no

395
Esbozos interesantes para una discusión de este tipo se encuentran en R. Di Leo:
Operari e sistema soviético, Bari, 1970. Véase también I. Lowit: Le sindyealisme de type
sovietique, París, 1971.
234
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

aciertan a ejercitar inmediatamente una contestación efectiva. En el caso


clásico de Rusia, donde la transformación del control (expresión o
articulación de la palabra de orden general “todo el poder a los soviets”) en
inventario y en disciplina del trabajo abrió el camino a la gestión
administrativa y burocrática de las fábricas, anulando progresivamente los
niveles decisorios de las comisiones superiores, hasta llegar al Consejo de
Economía Nacional. En el curso de este proceso en sentido único (es
decir, no compensado por una corriente informativa –decisoria– de signo
opuesto de abajo hacia arriba) puede abrirse la vía a posiciones
autoritarias y rígidamente centralistas, como las que inspiraron la adopción
de la dirección única de la empresa en lugar de la colectiva. El que tales
opciones puedan ser inspiradas por una errónea concepción de la
eficiencia ejecutiva poco importa a los fines de nuestro estudio. Lo que
importa, por el contrario, es la teorización efectiva de Lenin. En un escrito
famoso (Los objetivos inmediatos del poder soviético, marzo-abril de
1918), que siguió a un discurso similar de Trotsky (El trabajo, la disciplina y
el orden salvarán a la república socialista soviética, 28 de marzo de 1918),
la coerción y el poder incontrolado, lejos de corresponder a una necesidad
contingente e inevitable, se eleva a norma de principio, válida para todo el
curso de la fase de transmisión. Digamos que algunos fragmentos de estas
posiciones expresadas por Lenin en la primavera de 1918 lo fueron a
modo de clausura de la descripción del breve período de experiencia
autogestionaria conocida por el partido soviético. Pero ahora las
prerrogativas de los directores de empresa, como es sabido, 396 lejos de
limitarse, crecieron desmesuradamente, llegando a determinar también
mutaciones en la organización de la producción en la URSS:

“Por lo mismo que no hay decididamente ninguna contradicción de


principios entre la democracia soviética (es decir, socialista) y la
utilización del poder dictatorial de los individuos aislados (…). Sobre
el segundo problema, es decir, sobre la importancia de un poder
dictatorial personal desde el punto de vista de las misiones
específicas del momento, es necesario decir que cualquier gran
industria mecánica –o sea la fuente material, productiva del
socialismo– exige una rigurosísima unidad de voluntad que dirija el
trabajo común de centenares, millares y decenas de millares de
hombres. Técnicamente, económicamente, históricamente, esta
necesidad es evidente y todos los que aspiran al socialismo lo han
396
Véase sobre el tema de la investigación de D. Granik: II dirigente soviético. Studio sui
il'uomo dell'organizzazione nell'industria russa, Milán, 1972.
235
Roberto Massari

reconocido siempre como una de sus condiciones. Pero ¿cómo


puede asegurarse la más rigurosa unidad de la voluntad? Con la
sumisión de la voluntad de millares de personas a la voluntad de uno
solo. Si los participantes de un trabajo común dan prueba de una
conciencia y de un espíritu de disciplina ideales, esta sumisión puede
recordar sobre todo la dirección delicada de un director de orquesta.
Si no existen esta disciplina y esta conciencia ideal, puede asumir las
duras formas de la dictadura. De una forma o de otra, la sumisión sin
reservas a una voluntad única es completamente necesaria para el
éxito de los procesos de trabajo organizados sobre el modelo de la
gran industria mecánica (...). Hoy la propia revolución y el propio
interés de su desarrollo y de su consolidación, en interés del
socialismo, exige la sumisión sin reservas de las masas a la voluntad
única del que dirige el proceso del trabajo. Misión del partido
comunista (bolchevique)... es darse cuenta de esta mutación, ver su
necesidad, ponerse a la cabeza de las masas exhaustas que buscan
una vía de salida, de conducirlas a la justa vía, a la vía de disciplina
en el trabajo sobre la vía que permita conciliar la misión de discutir en
las reuniones sobre condiciones de trabajo con la misión de obedecer
a la voluntad del dirigente, del dictador soviético durante el trabajo
(…) Al ocurrir la victoria de octubre, que los trabajadores han
conseguido sobre los explotadores, aparecía una fase enteramente
histórica en la cual los trabajadores empezaron a discernir por sí
mismos nuevas condiciones de vida y los nuevos objetivos para que
fuese posible un tránsito probable a formas superiores de disciplina
en el trabajo, a una consciente asimilación de la necesidad de la
dictadura del proletariado, a la sumisión sin reservas a las
disposiciones impartidas por los únicos representantes del poder
soviético (…). Es necesario llegar a unir el espíritu impetuoso
democrático, violento como la brisa primaveral que sopla en las
playas, amante de las discusiones y de las reuniones, propia de las
clases trabajadoras, con una disciplina férrea durante el trabajo, con
la sumisión sin reservas a una sola persona, el dirigente soviético,
durante el trabajo...”

Añadía Lenin, sin embargo, volviendo a las más felices intuiciones de


Estado y Revolución, que extremos como el citado conservarían un sentido
extremo y revolucionario si se acompañaban de un control por parte de los
organismos obreros de base.

236
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La ausencia de esta última condición (inconciliable, a nuestro juicio, con lo


expuesto precedentemente) provocaría irremediablemente –según Lenin–
un proceso de burocratización, que es lo que efectivamente ocurrió.

“La lucha contra la burocratización democrática soviética está


garantizada por la solidez de los lazos que unen los soviets al pueblo,
es decir, a los trabajadores y a los explotados, por la ductibilidad y
elasticidad de estos dos lazos (...). Es precisamente esta relación
directa de los soviets con el “pueblo trabajador” la que crea la forma
particular de control de abajo que ahora debe ser desarrollado con
especial arrojo (...). Nada sería peor que transformar a los soviets en
algo estático y cerrado en si mismo. Cuanto más decididamente
estemos hoy en favor de un poder implacablemente firme, en favor de
la dictadura de unos pocos en determinados procesos, en
determinados momentos del ejercicio de funciones puramente
ejecutivas, tanto más variados deben ser los métodos de control de
abajo para paralizar cualquier sombra de posible deformación del
poder soviético, para extirpar repetida e implacablemente la hierba del
burocratismo”.397

397
Lenin: Obras, vol. XXVII, p. 240-43 y 245-6.
237
Roberto Massari

CONCLUSIÓN
DESPUÉS DE OCTUBRE
En marzo de 1919, en la plataforma elaborada por el Congreso de la
Internacional, el movimiento comunista europeo reconoce oficialmente los
instrumentos de la dictadura proletaria y proclama la autogestión como fin
inmediato y no solamente histórico “del Estado obrero”: “El objeto de la
dictadura proletaria en el campo económico es alcanzable sólo en la
medida en que el proletariado sepa crear órganos centralizados de la
dirección de la producción y realizar la gestión por parte de los propios
obreros. A tal objeto deberán entregarse sus organizaciones de masas que
estén más directamente vinculadas al proceso colectivo”. 398

Esta posición se confirma y profundiza en el congreso sucesivo, en el de


1920, cuando a la afirmación de que:

“la lucha de los comités de fábrica y de talleres contra el capitalismo


tiene como objetivo inmediato la introducción del control obrero en
todos los sectores de la industria”

Se añade también la condición de que:

“el control de la industria es misión histórica de los consejos obreros


de la industria”.399

De hecho, siempre según las tesis del Segundo Congreso:

“los comités obreros se verán obligados, en su acción contra las


consecuencias de esta decadencia, a sobrepasar los límites del
control de fábrica y de talleres tomados aisladamente y pronto se
encontrarán frente a la cuestión del control obrero ejercitado sobre
ramas enteras de la industria y sobre el conjunto de la misma. Las
tentativas de los obreros de ejercer su control no solamente sobre la
provisión de las materias primas a las fábricas y a los talleres, sino
también sobre operaciones financieras de las empresas industriales,
provocarán, por otro lado, por parte del gobierno y de la burguesía
capitalista, medidas rigurosas contra la clase obrera, que
transformará la lucha obrera por el control de la industria en lucha por
la conquista del poder de la clase obrera”.400

398
Primer Congreso de la Internacional Comunista, Roma, 1970, p. 77.
399
Segundo Congreso de la Internacional Comunista, Roma, 1970, p. 57.
400
Ibíd., pág. 58.
238
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Superando la vieja concepción bolchevique del control obrero como


momento provisional del proceso revolucionario, puramente instrumental a
fines de la conquista del poder político por parte de la vanguardia obrera
organizada, se esboza en las tesis de la Internacional una concepción
unitaria de la relación del control obrero-autogestión, por la cual el primero
adquiere una posibilidad de desarrollar una dinámica propia, transitoria
hacia la segunda, en la medida en que la gestión obrera de los medios de
producción se configura como un objetivo concreto, ya realizable en la
primera fase de construcción del socialismo.

En la práctica la maduración de una conciencia autogestionaria realizada a


partir de la experiencia conflictiva del control obrero generalizado debe
tener un momento propio de concreción, de mediaciones reales en la
absorción del poder político por parte de la nueva clase dirigente (el
proletariado).

Las vanguardias obreras de 1920, al estilo de la experiencia rusa y como


consecuencia de un nivel de maduración difuso y adquirido a nivel de las
masas, no consideran la conquista del poder político como un fin en sí
mismo, a realizar de cualquier modo y a cualquier precio, sino subordinado
a las diversas articulaciones del proceso revolucionario (construcción de
los partidos, milicia sindical, movilización anticapitalista, lucha por el poder
del Estado, etc.) a la definición de un modelo alternativo de organización
del mecanismo económico, en el cual los productores, lejos de continuar
siendo puros ejecutores de directivas elaboradas, se conviertan en sujetos
en primera persona de la racionalización.

La experiencia de los soviets y de las otras movilizaciones revolucionarias


de la Europa centro-oriental se insertan, por tanto, en la tradición
revolucionaria del movimiento obrero, fundiendo –sea por un período
efímero– los aspectos más positivos del anarcosindicalismo y del
marxismo revolucionario (véase el caso de Gramsci) en plataformas
políticas ampliamente unitarias; éstas, a su vez, discutidas y aprobadas en
los primeros congresos de la Internacional, servirán de guía a la
construcción de los partidos comunistas europeos.

Dadas estas premisas, el tema de la gestión obrera de los medios de


producción no podía dejar de ser el centro del programa revolucionario de
la Internacional. La presencia en los congresos obreros de organizaciones
como la IWW norteamericana401 favorecerá, por otra parte, esta especie de

401
“The Wobblies”: Documental sobre la Industrial Workers of the World
239
Roberto Massari

compenetración entre los autores de la temática autogestionaria,


antiburocrática y los “políticos” interesados de modo más especial en el
problema del poder del Estado.

En el espíritu unitario que hemos esbozado se desarrollará también el


debate sobre las funciones de los organismos de masa, como los soviets,
los consejos de fábrica, en el curso del proceso revolucionario: más
especialmente, la relación que tales instrumentos deben mantener con los
demás organismos de masas (los sindicatos, por ejemplo) en la
construcción del socialismo.

La tendencia autogestionaria del primer congreso de la Internacional es


todavía neta e inconfundible, como se puede comprobar, por ejemplo, en la
resolución adoptada sobre el rol de los consejos obreros en el segundo
Congreso:

“Concretamente, su misión será convenirse en la base socialista de la


nueva organización de la vida económica. Los sindicatos, organizados
como pilares de la industria, apoyándose sobre consejos de los
obreros de la fábrica y de los talleres, enseñarán a las masas obreras
sus deberes industriales, harán de los obreros más avanzados los
dirigentes de empresa, organizarán el control técnico de los
especialistas. Estudiarán y asegurarán, de acuerdo con los
representantes del poder obrero, los planes de la política económica
socialista”.402

En el III° Congreso de la Internacional (junio de 1921), K. Radek,


interviniendo sobre el problema del control obrero, verá una participación
más propiamente movilizadora de tal noción, procurando vincularla a la
perspectiva estratégica más general de la autogestión.

“El control obrero de la producción –dirá Radek en la tribuna del


congreso– significa educación en el curso de la lucha proletaria y
creación de todas las organizaciones de la empresa por medio de
elecciones, su vinculación, local, regional, sobre la base de los
sectores industriales, en la lucha proletaria”.403

Esto creará de hecho las bases permanentes de la lucha obrera, es decir,


los organismos democráticos de la movilización. No puede negarse, en las
posiciones del dirigente bolchevique, una concepción reductora del papel
que los organismos de masas pueden desempeñar en la organización de
402
II Congreso, págs. 59-60.
403
E. Mandel: Controle ouvrier, conseils ouvriers, autogestión, París, 1970, p. 34.
240
TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

masas. Tampoco puede negarse, sin embargo, que la situación en que se


hallaba Radek al hablar ya no es la de los primeros meses del poder
soviético. La desautorización de los organismos obreros de empresa en lo
sucesivo es ya un hecho consumado en la Rusia de 1921 (recuérdese que
la Comuna de Kronstadt había sido ya derrotada en marzo de aquel mismo
año) y las posiciones autogestionarias propagadas en los dos primeros
congresos de la Internacional aparecen en lo sucesivo definitivamente
abandonadas. Los grandes ausentes de los debates de la Internacional
comunista sobre el problema de la autogestión obrera son –no es casual–
los mismos representantes de la “Oposición obrera” que en el opúsculo de
Kollontay404 se habían hecho portavoces de la instancia autogestionaria
soviética en ocasión del décimo Congreso del partido bolchevique ruso 405
N. Ossinski, Losowsky, Schliapnikov, Kollontay y otros más son los
nombres de los dirigentes bolcheviques o sindicalistas que en la Rusia
soviética condujeron los primeros una batalla en favor de la gestión obrera
de los medios de producción y contra el proceso de burocratización. Las
premisas de tal proceso ya habían empezado a verse a finales de 1918
con la desautorización de los organismos propiamente obreros y culminan
en 1922 con la ascensión de Stalin a la dirección del Partido. Sería
interesante poder analizar las posiciones y los textos (muchos de ellos
todavía desconocidos) del sector de militantes revolucionarios que mucho
antes que Trostky y los demás oscuros miembros de la “Oposición de
izquierda” supieron detectar algunas raíces de la involución burocrática del
Estado soviético. La poca homogeneidad de los textos conocidos, sin
embargo, además de otras diversas dificultades, no nos permiten entrar a
considerar el mérito de las propuestas autogestionarias de la Oposición
obrera. Aquellos, por otra parte, se caracterizaron por una actitud genérica
y de principio, encaminada a estimular a todos los niveles la iniciativa
autónoma de los trabajadores antes que a formular un modelo completo y
articulado de autogestión obrera. Para sintetizar lo más fielmente posible
las ideas inspiradoras de este sector bolchevique no nos queda más que
transcribir un pasaje de Alexandra Kollontay en el cual aparecen con la
máxima claridad los fundamentos teóricos del grupo y la convicción en él
madurada respecto a la necesidad de confiar a los obreros, en primera

404
Véase. A. Kollontay: L’Oposizione Operata, Milán, 1971
405
Este tiene lugar en marzo de 1921, coincidiendo con los acontecimientos de
Kronstandt. En el III° Congreso de la Internacional Alexandra Kollontay fue encargada de
las gestiones relativas a las cuestiones femeninas y al trabajo político entre las mujeres.
El tema revestía indudablemente gran importancia, pero no permitía una vinculación
directa con la temática expuesta por Kollontay en su famoso opúsculo.
241
Roberto Massari

persona, la organización de la economía, por muy “retrasada y


catastrófica” que esta última pudiera ser:

“La clase obrera y sus aspiraciones comunistas pueden ser


alcanzadas solamente a través de las fuerzas colectivas y creativas
de los mismos trabajadores. Cuanto más avanzan las masas en la
expresión de su voluntad colectiva y del pensamiento común, tanto
más libre y completamente se realizarán las aspiraciones de clase,
por las cuales se creará una nueva, homogénea, unificada y
perfectamente organizada empresa comunista. Sólo aquellos que
están directamente vinculados a la industria pueden introducir
innovaciones constructivas. La renuncia al principio de la gestión
colectiva de la industria ha sido una táctica de compromiso por parte
de nuestro partido, un acto de adaptación; además ha sido una
desviación de aquella política de clase que habíamos mantenido y
defendido con tanto celo durante el primer período de la
revolución”.406

Las reflexiones sobre la experiencia soviética no se cierran con la muerte


de Lenin, de Rosa Luxemburgo o con el fracaso de la revolución alemana,
húngara, italiana etc. Prosigue en forma diversa y heterogénea en el
período comprendido entre las dos guerras. Korsch, Pannekoek, Adler,
Gramsci, Trotsky son sólo algunos de los hombres más íntimamente
ligados a este tipo de debate, precozmente abortado en la Rusia
estaliniana. Sus posiciones son muy diversas, como diversos son los
puntos de partida. Ellos, sin embargo, pueden ser todos unidos bajo el
denominativo común de “herejía”, no solamente porque algunos de ellos
fueron excomulgados y aislados por parte del movimiento obrero “oficial”,
sino todavía más porque el debate fascismo, nazismo y regímenes
autoritarios por una parte, stalinismo y dictadura burocrática por otra,
destruyeron por espacio de veinte años los espacios abiertos a la gran
onda revolucionaria de comienzos del siglo XX, reduciendo la temática de
los soviets, de los comités de fábrica y de la autogestión a puro objeto de
especulación teórica en sectas o círculos restringidos de intelectuales.

Es innegable, sin embargo, que el patrimonio teórico de los “herejes” –


especialmente en lo que se refiere a la cuestión de la democracia directa y
del autogobierno– ha conseguido sobrevivir finalmente hasta nuestros
días.
406
A. Kollontay, op, cit., p. 47. Por lo que respecta a las posiciones sindicalistas de
Schliapnikov, véase el pasaje transcrito en la antología de E. Mandel, op. cit., p. 54-59.
242

Vous aimerez peut-être aussi