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El momento histórico nos plantea el desafío de abrir un nuevo ciclo político en el país, que
permitan un protagonismo social y popular en la construcción de un nuevo Chile. Debemos
generar espacios de encuentro y puentes de articulación entre diversas miradas,
entendiendo que la UNIDAD y la construcción de MAYORÍAS se deben plantear como
constitución de espacios y proyectos expresivos de una amplitud social y popular mayor que
la suma de nuestras organizaciones. Esa es nuestra tarea y nuestro horizonte.
Por otra parte, las crisis cíclicas del capitalismo, que tensionan las condiciones de
acumulación neoliberal a escala planetaria, y generan una disputa económico-comercial por
imponer las condiciones del nuevo orden a implementar en la próxima fase capitalista, son
perjudiciales para la región ya que, independiente de su resolución, no alteran las relaciones
de interdependencia que Latinoamérica, y Chile, mantienen como periferias del capital
orientadas la producción de commodities para las principales economías. Lo anterior, limita
la capacidad de levantar proyectos autónomos de desarrollo, restringe la capacidad
soberana a manos del capitalismo transnacional, promueve un reforzamiento de la agenda
intervencionista estadounidense, erosiona estructuras productivas, sociales y democráticas
y profundiza las desigualdades en el continente. A su vez, el fracaso de los proyectos
socialdemócratas moderados de los ’90 y 2000, generaron expectativas no cumplidas en
amplios sectores de la población al mantener la desigualdad estructural de los países, lo
que, sumado a la utilización de prácticas políticas neoliberales (clientelares y corruptas)
están facilitando las condiciones para una contraofensiva neoliberal (Piñera, Macri,
Bolsonaro) que puede resolverse mediante el autoritarismo de registro fascista y/o
populista.
Pese a la soledad geopolítica reciente de los denominados “socialismos del siglo XXI” y el
desgaste del “ciclo progresista”, han surgido condiciones para nuevos proyectos políticos
transformadores en países tradicionalmente conservadores, incluyendo el triunfo de López
Obrador en México (2018), el resultado de Petro en Colombia (2018), de Mendoza en Perú
(2016) o de Sánchez en Chile (2017). Estos esfuerzos permiten expresar un escenario aún
abierto para los proyectos de transformación regionales.
Los cambios recién descritos forjaron nuevas dinámicas sociales y sujetos. La proliferación
de las Pymes, la emergencia de un nuevo trabajador “nómade”, que difumina identidades
obreras históricas y debilita la capacidad de acción política del sindicalismo, y la
privatización de las capas medias, hacen que el consumo sea el principal mecanismo de
integración social, subordinando los espacios comunes de convivencia social a una cultura
cimentada en la competencia, individualismo y el endeudamiento. En lo concreto, esta
lógica permitió la transformación del campo popular en una ciudadanía acrítica del Estado
subsidiario que, mediante la creación de un sistema de focalización del gasto social en el
individuo, rompió el tejido social, inhibiendo conquistas colectivas.
El actual período histórico responde a tres aspectos que determinan las correlaciones de
poder en base al modelo: por una parte, la reestructuración de una forma de dominación
específica basada en la represión y el disciplinamiento -con origen en la dictadura
cívico-militar-, que consiste en desmantelar a importantes segmentos de las clases
populares respecto su condición de sujetas/os sociales, su autonomía grupal y la práctica
de su soberanía. Esto se expresa también en la existencia de un racismo que,
constitucionalmente, niega la existencia de naciones distintas a la chilena, profundizando el
conflicto histórico por el despojo y destrucción de los pueblos originarios, en particular en lo
relativo a la soberanía del pueblo-nación mapuche, beneficiando a terratenientes e
industrias extractivas. Como segundo aspecto, el establecimiento de pilares económicos
que fortalecieron la condición estructural del modelo, aspecto que se consagra en el período
de transición bajo una política de consensos y pactos de impunidad que rearticulan la
hegemonía del bloque en el poder y la marginación o desvinculación política de grandes
sectores de la población. El tercer aspecto radica en la consolidación de una arquitectura
del aparato estatal hiperpresidencialista, concentrada y centralista, que pese a las sucesivas
“modernizaciónes” ha mantenido capturados los mecanismos de toma de decisiones
públicas, marginando del ejercicio del poder a las comunidades, ya sin mecanismos de
democracia directa, generando condiciones de segmentación social y desigualdades en los
territorios, e impidiendo la concreción de proyectos políticos democráticos a escala territorial
y con autonomía política.
● Los blindajes de legitimidad formal del régimen que sostienen los enclaves
autoritarios de restricción de la democracia sobre elementos escasamente
representativos, amparados en la Constitución Política y el Tribunal Constitucional,
ámbitos que merman la ampliación de derechos, fomentando y reproduciendo
normativas de fuerte eje patriarcal. Es una democracia restringida, de baja
intensidad y elitista, que se corresponde con los niveles de concentración económica
y la dirección de capitales transnacionales y grupos económicos nacionales,
institucionalizada en la Constitución de 1980, caracterizada por enclaves
antidemocráticos aún vigentes como los quórum calificados y la preeminencia de dos
coaliciones coincidentes, en términos generales, en la defensa de la estabilidad de
estas bases económicas y políticas: Chile Vamos y la Concertación/Nueva Mayoría
(NM).
● Los blindajes que hacen factible la ejecución de los anteriores, como los
elementos jurídicos que permiten la autonomía de las Fuerzas Armadas y el Banco
Central, la militarización de la policía y el orden público, el monopolio de los medios
de comunicación y la instrumentalización de la sociedad civil, entre otros.
Por lo mismo, es prioritario plantearse una estrategia feminista que haga frente a los
avances de sectores neoconservadores y fundamentalistas, articulando una lectura
feminista transversal a la estrategia y táctica política, pero que atienda de manera específica
a las formas en que se reacomoda y transforma el patriarcado bajo el neoliberalismo. Un
feminismo que apele a la transformación de las lógicas de reproducción y relaciones
sociales en los territorios, apostando a una modificación de los binarismos genérico
sexuales y de las lógicas patriarcales; un feminismo no esencialista, transversal y
transformador, que surja desde los territorios y que apueste por la superación de las formas
patriarcales de nuestra sociedad.
Para analizar las tendencias centrales del período debemos analizar las contradicciones
principales que han afectado a las mayorías y que marcaron -en distintas medidas, formas y
medios- conflictos con el régimen. La descomposición del consenso transicional empezó a
incubarse en la medida que distintas expresiones del campo popular comenzaron a
articularse, coincidiendo con los primeros casos de corrupción (MOP-GATE, 2003), la
generalización de concesiones y privatizaciones dirigidas por Ricardo Lagos, la
militarización de la Araucanía y la legitimación del régimen mediante reformas
constitucionales. Emergieron nuevos actores sociales, como las deudoras habitacionales
(2004), se rearticuló el movimiento estudiantil (2001, 2006) y aumentó la conflictividad
sindical en los sectores mineros estratégicos de la economía (2005), entre otros fenómenos
de lucha que iniciaron un ciclo de movilizaciones ofensivas, a diferencia del carácter
defensivo de la década anterior. A su vez, las demandas feministas, particularmente, por
derechos sexuales y reproductivos, se han posicionado fuertemente durante la última
década, generando procesos de movilización en temas claves, como la pastilla del día
después (2008), el aborto (2013-2018) y, en los últimos años, la violencia de género, los
femicidios y la educación no sexista.
La derrota material del campo popular en el pacto de la transición, si bien implicó una
desmovilización generalizada del campo social, no extingue ni detiene por completo la
emergencia de expresiones de rearme. Durante las últimas tres décadas se articularon
procesos y fuerzas sociales que desarrollaron una capacidad política por fuera de los
canales de reproducción del modelo, expresada como radicalidad democrática; es decir,
una vocación de ejercer participación y voluntad desde el consenso social (democracia de
base, organización comunitaria, vocerías y asambleas) y en el ejercicio del poder a través
de la acción directa (movilización y autogestión).
En otras palabras, la tensión entre la radicalidad democrática del campo social y popular
(endeudadas/os, mal remuneradas/os, precarizadas/os, comunidades y territorios
socio/ambientales degradados y zonas de sacrificio, mujeres explotadas y oprimidas en el
espacio público y privado, disidencias y diversidades sexuales, naciones/pueblos originarios
e inmigrantes discriminados) y el carácter elitista de la democracia y la irreformabilidad del
modelo puede crear condiciones para la ruptura de los blindajes institucionales y de
legitimación que hacen posible su reproducción.
La relación entre transición política y malestar social no nos permite reducir la interpretación
de la crisis a un conflicto entre derechas e izquierdas. Durante el transcurso del período, la
izquierda se ha visto imposibilitada de constituirse en alternativa real frente a la crisis de
legitimidad del pacto de la transición. La herencia de la experiencia en dictadura y la acción
de la Concertación forjó a una izquierda fraccionada, profundamente desconfiada ante la
sospecha de la traición y víctima de un vaciamiento de su reflexión estratégica a causa de
identidades ideológicas y doctrinarias, lo cual se suma a las capacidades de fragmentación
social y modos de construcción política propias del neoliberalismo, que han desdibujado los
marcos estratégico-tácticos que primaron en el siglo XX.
Sin embargo, nos encontramos ante un nuevo escenario determinado por el cierre del ciclo
político anterior, que plantea desafíos pero también amenazas. Se abre la posibilidad de
que frente al deterioro del consenso transicional y su ineficiencia para seguir administrando
el modelo, se perfile la constitución de un nuevo bloque histórico conservador-autoritario, lo
que conlleva el riesgo de abrir un nuevo periodo histórico desfavorable para el campo
popular.
Abrir un camino para la transformación social en Chile tiene que pensarse como una
superación de esta correlación de fuerzas que no derive en una futura derrota, como podría
ser una mera renovación de la clase política o la incapacidad de defenderse de una
regresión autoritaria.
El carácter irreformable del modelo hace inviable una transformación estructural a través de
un mero cambio en la administración del Estado. Al interior de los márgenes de la
institucionalidad actual es posible realizar ciertos ajustes, y si bien algunos de ellos pueden
no fortalecer al mismo régimen, tampoco contradicen su lógica en forma sustantiva. La
superación del modelo implica movilización y protagonismo de las mayorías sociales y
populares, mediante el establecimiento de nuevos sentidos, prácticas y quehaceres
comunes que permitan ejercitar un concepto de política más amplio, desbordando la
e baja intensidad. Se trata de suprimir la
institucionalidad vigente y su democracia elitista d
brecha entre lo político y lo social.
Esto sólo es factible a través del desborde o ruptura de la actual modalidad democrática que
nos rige, mediante la emergencia de expresiones sociales y populares masivas que tengan
como orientación estratégica la superación de los márgenes actuales de democracia,
transformando los términos de gobernabilidad, producción de riqueza y reproducción de la
vida hasta ahora vigentes. El desfonde de la hegemonía del modelo permite el paso a una
democracia radical, en tanto emerge y se sostiene en la raíz del poder político: la soberanía
de las comunidades y pueblos. Nuestra perspectiva es la construcción conjunta y
transversal de una radicalización democrática, feminista y popular.
● Por lo anterior, la refundación del sentido estratégico de izquierda para el siglo XXI,
que tenga como valores centrales la democracia radical, los principios socialistas,
feministas y descoloniales, se presenta como una labor irrenunciable del FA,
requiriendo la conformación de sentidos comunes e identidades que superen a las
de la izquierda de siglo XX, asumiendo de manera autocrítica la continuidad histórica
de sus luchas.
II.1. Oposición
La oposición al régimen y al gobierno debe dialogar y fortalecerse con aquellas fuerzas que
coinciden política y programáticamente en la superación del neoliberalismo, como el PC y
aquellas que se sitúan por fuera y a la izquierda del FA. Será necesario diferenciar grados
de articulación (niveles de cercanía política) y espacios de articulación (p.e., con quienes no
existirá trabajo institucional conjunto, pero sí al interior de movimientos sociales). Nuestra
relación con la ex NM será decisiva en diferenciarnos ante el tensionamiento que hace al
progresismo. La salida radica en invertir esa tensión hacia una alternativa posneoliberal
que, liderada por el FA, termine por desmembrar el centro político, atrayendo al PC y
sectores PS hacia dicho espacio.
El problema de situarnos como parte de una “oposición” en las condiciones actuales del FA,
es que nos indiferenciamos de la ex-NM, o en otros casos fortalecemos un lugar de tercera
fuerza que mantiene al eje ex-Concertación como actores vigentes sin avanzar en generar
cambios de lectura en el mapa político general. Por ello, debemos perfilar de mejor manera
a qué nos estamos oponiendo. La respuesta a lo anterior nos permite situamos en torno a
tres polaridades:
Por tanto, todas nuestras acciones deben orientarse a convocar a quienes miran la política
con recelo, apostando a una mayor presencia entre las mayorías sociales, trabajadoras y
populares, promoviendo la ampliación de un activo estudiantil universitario y de capas
medias a uno con una mayor participación del mundo sindical, barrial, comunitario y de los
pueblos originarios, continuando el desmoronamiento por “arriba y por abajo” de la
centroizquierda transicional, enfrentando los embates que surgen desde la ultraderecha y
desplegando la profundización democrática tanto en lo institucional como en lo territorial.
Nuestro proceso de convergencia será crucial para abrir una correlación de fuerzas
internas, para constituirnos como una de las fuerzas políticas más gravitantes del
conglomerado. Esto puede permitir definirnos en una relación de contraparte con el
progresismo, generando una polaridad creativa que aúne fuerzas con otras organizaciones,
movimientos o colectivos que se enmarquen en una alternativa socialista al neoliberalismo.
La conducción del FA estará alojada en las fuerzas políticas que puedan definir los
márgenes de la alianza izquierda-progresismo, lo que implica la búsqueda de acuerdos
fundamentados en contenidos políticos por sobre equilibrios de poder, asumiendo nuestra
responsabilidad política pero siendo firmes frente a los intentos de reducir su potencial
transformador a una mera renovación de las élites políticas dentro del orden neoliberal y
transicional.
II.3. Movimiento popular (MP)
Las múltiples conflictividades generadas por los sistemas de relaciones sociales imperante
(capitalista, patriarcal y colonial) son vividas diariamente por personas concretas que, en su
condición material de explotación y opresión, entran en contradicción directa con estos
sistemas que atentan contra su vida. El MP lo constituyen, entonces, la diversidad de
sujeta/os que son críticos a dichos sistemas y/o se movilizan en su contra.
Por lo anterior, es tarea fundamental articular a distintos segmentos sociales que enfrente
las dificultades para la re-producción de la vida, forjando una articulación pluriversal que dé
cuenta de las/os múltiples sujetas/os con potencial transformador y revolucionario con
expresión política durante las últimas décadas, entrando en conflicto con el modelo desde
su condición de opresión, interpelando políticas particulares y avanzando desde lo
sectorial/gremial hacia el campo de la política social.
Reconocer que los partidos políticos no son equivalentes a los movimientos sociales, sino
que son instrumentos para facilitar el acceso al poder político sectores de la población,
implica impulsar la construcción de movimiento popular, sin pretender sustituirlo o
reemplazarlo. Los movimientos y procesos sociales deben ser abiertos a las comunidades e
individuos para alcanzar masividad y hegemonía y nuestro partido debe esforzarse en no
transformar estos espacios en meras correas de transmisión, que subordinan la relación con
el movimiento popular a políticas clientelares y electorales.
La comuna tiene un rol estratégico como unidad de poder descentralizado, pues allí se
desarrolla gran parte de la vida cotidiana y se expresan las necesidades básicas. Es un
lugar privilegiado para desarrollar políticas públicas que respondan a intereses comunitarios
desde una lógica participativa, democrática y solidaria; y constituyen un espacio
potencialmente favorable para el desarrollo de autogestión social, autogobierno comunitario
y construcción de poder popular. Sin embargo, debemos reconocer que la institución
municipal no está diseñada para orientar su acción municipal hacia un proyecto
transformador.
Una agenda de cambios tan ambiciosa a nivel local se debe contar con una fuerte alianza
social en el territorio. Las experiencias de constitución previas al FA, como en Valparaíso,
así como, la constitución de comunales o zonales frenteamplistas, permiten guiar algunos
elementos clave. Poner en el centro de la alianza social acuerdos programáticos claros para
la superación de conflictividades del territorio, acompañándolo de una elaboración
programática mediante mecanismos participativos permite generar adhesión al proyecto que
pueda movilizarse, tanto en el campo electoral, como en el político social.
El marco de las municipales debe situarse en cómo tejemos alianzas sociales y populares
sostenibles, tanto para el momento electoral -en tanto proceso de acumulación de fuerzas-
como para el momento de gobernar, fuera de toda jerarquía entre “momentos”. La
popularidad particular de algún liderazgo puede hacer accesible la victoria, pero es
insuficiente para una construcción estratégica a nivel local, por lo que se requiere atender
sus condiciones específicas, entre ella una militancia activa territorialmente en función del
acumulado político y social construido, al calor de los conflictos locales, previo a la
coyuntura electoral, y por otra parte, el despliegue territorial de las diputaciones en sus
distritos deben ser espacios de politización comunal y de visibilización de las apuestas
concretas del conglomerado.
La importancia que puede tener una política de construcción programática a nivel territorial
empujada desde los movimientos y organizaciones sociales en las que estamos, está dada
por una política de levantar -en los lugares que se considere viable en función del estado
organizativo y de movilización preexistente- plataformas o congresos sociales a nivel
comunal o territorial durante el año 2019. Algunos objetivos son:
Los desafíos políticos que enfrentaremos en los próximos 3 años y en el ciclo posterior
hacen ineludible la necesidad de construir un instrumento político capaz de hacerles frente,
al tiempo que cumplir los requerimientos legales para la constitución de un Partido legal.
Esto nos pone en la obligación de conjugar el carácter movimiental, contenido tanto en
nuestros principios como en las propias necesidades del ciclo político, con las limitaciones
de un Partido Político legal, desarrollando una estructura partidaria donde primen los
principio de democracia deliberativa y paritaria, que promueva el dinamismo, la inclusión y
la apertura al despliegue territorial y sectorial.
Los aspectos orgánicos de la nueva fuerza política que estamos construyendo no pueden
ser disociados de los aspectos políticos antes expuestos, pues deben responder a sus
exigencias estratégicas y tácticas. Debemos apuntar a construir una organización política
que tenga carácter de partido-movimiento o partido movimental de masas; es decir, que
permita la flexibilidad y versatilidad necesaria para desplegarse en territorios y frentes de
lucha sin perder la esencial unidad política y de acción que el instrumento y los objetivos
que persigue requieren.
Las definiciones políticas que se tomen en nuestra orgánica tendrán soberanía por sobre
tendencias u otros criterios. Serán estos espacios donde se tomen decisiones, en diálogo y
de acuerdo a los lineamientos táctico-estratégicos nacionales. Es fundamental para la
constitución una organización política bajo nuestros principios que su estructura orgánica
responda y resuelva mediante canales democráticos, transparentes y reconocibles, sus
eventuales diferencias.
Abogamos por una militancia que se organice libremente en corrientes políticas, que
constituidas, informarán su existencia a la dirección nacional, mediante un documento que
exponga sus enfoques.Una organización democrática internamente debe saber fortalecer la
coexistencia y convivencia de las distintas visiones o tendencias, bajo acuerdo y respeto de
la línea común establecida y en consonancia con principios y acuerdos de la organización.
Necesitamos una cultura militante que sea reflejo de una nueva forma de hacer política que
se desmarque de prácticas antidemocráticas y patriarcales. Una práctica política coherente,
que tanto al interior de nuestra organización, como en los espacios de inserción o
representación, acepte y valore las diferencias, privilegiando el consenso. Militantes que
respeten de manera estricta las estructuras orgánicas y sus respectivos canales de
comunicación. La sororidad y la solidaridad son los principios que deben regir la cultura
militante, en tanto reflejan el vínculo y afecto de confianza que permite constituir espacios
más propicios para las tareas militantes.
Cultura militante
El aseguramiento de la paridad al nivel de la estructura de cargos no asegura la
democratización de las relaciones al interior del partido. El proceso debe estar acompañado
de una transformación radical orientado a erradicar las práctica sexistas, machistas y
patriarcales al interior de la militancia. Debemos promover una forma de trato y valoración
igualitaria entre hombres y mujeres, eliminando las relaciones de subordinación y
discriminación fundada en diferencias de género.
Dada la situación actual del FA, resulta imposible levantar candidaturas competitivas en las
346 comunas del país, considerando que en muchas ni siquiera hay frenteamplistas. Por
esta razón, es vital desarrollar una estrategia que, considerando la visión de los espacios de
base locales, pueda priorizar las apuestas electorales que buscando ganar (posiblemente
en grandes ciudades o capitales regionales), permita dinamizar y articular los territorios
donde la presencia frenteamplista no se encuentre instalada o consolidada. En este sentido
se ha relevante rescatar una de las claves del éxito de Sharp en Valparaíso: la realización
de “primarias ciudadanas” para dirimir al candidato. Esto permitió, dar a conocer al
candidato y generar mayores articulaciones y apoyos entre las diversas fuerzas existentes
en el territorio. Por tanto, se estima oportuno este ejercicio en las localidades donde se
acuerde levantar candidaturas, como así mismo abrir la posibilidad a la participación de
independientes en ellas. Esta definición, en todo caso, deberá ser discutida políticamente en
función de los objetivos que se definan de las elecciones, pero en principio deberían apostar
por el cese del avance de la derecha en todas las comunas en las que esto sea posible, y la
cobertura de las comunas en las cuales el FA no tiene presencia. Adicionalmente, la
realización de primarias puede ayudar a descomprimir las negociaciones por cupos,
considerando que es finalmente la gente quien elegirá al candidato y no las direcciones de
los partidos.