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#UNIDADDEMAYORÍAS

El momento histórico nos plantea el desafío de abrir un nuevo ciclo político en el país, que
permitan un protagonismo social y popular en la construcción de un nuevo Chile. Debemos
generar espacios de encuentro y puentes de articulación entre diversas miradas,
entendiendo que la UNIDAD y la construcción de MAYORÍAS se deben plantear como
constitución de espacios y proyectos expresivos de una amplitud social y popular mayor que
la suma de nuestras organizaciones. Esa es nuestra tarea y nuestro horizonte.

I. LECTURA DEL RÉGIMEN Y DEL PERIODO

I.1. Situación geopolítica en América Latina

El escenario político continental se encuentra marcado por un desgaste del “ciclo


progresista” que, en sus diversas expresiones, relevó los intereses populares como ejes
centrales de sus proyectos, y por la avanzada derechista sostenida por élites económicas
neoliberales y sectores ultraconservadores. Si bien resulta ineludible una mirada crítica
sobre los proyectos que caracterizaron dicho “ciclo”, no podemos obviar la articulación
internacional de élites que impulsan una contraofensiva regional para restablecer su
hegemonía política y económica. Prueba de ello son los intentos de golpe de Estado a
gobiernos contrarios al capital transnacional (Venezuela 2003, Bolivia 2008, Honduras 2009,
Ecuador 2010), el uso sistemático de medios de comunicación y espacios digitales como
herramientas de desinformación, la persecución mediante montajes judiciales con fines
políticos, y el uso de redes criminales que han asesinado selectivamente a dirigencias
políticas y sociales con énfasis en mujeres vinculadas a conflictos ambientales,
reivindicaciones feministas, pueblos originarios o comunidades afrodescendientes.

Por otra parte, las crisis cíclicas del capitalismo, que tensionan las condiciones de
acumulación neoliberal a escala planetaria, y generan una disputa económico-comercial por
imponer las condiciones del nuevo orden a implementar en la próxima fase capitalista, son
perjudiciales para la región ya que, independiente de su resolución, no alteran las relaciones
de interdependencia que Latinoamérica, y Chile, mantienen como periferias del capital
orientadas la producción de ​commodities para las principales economías. Lo anterior, limita
la capacidad de levantar proyectos autónomos de desarrollo, restringe la capacidad
soberana a manos del capitalismo transnacional, promueve un reforzamiento de la agenda
intervencionista estadounidense, erosiona estructuras productivas, sociales y democráticas
y profundiza las desigualdades en el continente. A su vez, el fracaso de los proyectos
socialdemócratas moderados de los ’90 y 2000, generaron expectativas no cumplidas en
amplios sectores de la población al mantener la desigualdad estructural de los países, lo
que, sumado a la utilización de prácticas políticas neoliberales (clientelares y corruptas)
están facilitando las condiciones para una contraofensiva neoliberal (Piñera, Macri,
Bolsonaro) que puede resolverse mediante el autoritarismo de registro fascista y/o
populista.

El malestar incubado ha significado, por otra parte, la emergencia regional de


movilizaciones sociales de resistencia y alternativa al neoliberalismo. Por ejemplo, el
movimiento feminista latinoamericano y nacional ha podido fortalecerse y articularse con
otras demandas y espacios significativos (estudiantiles, socioambientales, territoriales, entre
otros),constituyéndose como un actor continental capaz de posicionar demandas
transversales y significativas en relación a los derechos sexuales y reproductivos (aborto
legal), y reivindicaciones fundamentales (fin a la violencia de género) a través de
movimientos como el #Niunamenos. Paulatinamente, estos esfuerzos de coordinación y
articulación regional feminista, se han constituido como un espacio de socialización,
generando lazos de sororidad y articulación política desde el feminismo.

Pese a la soledad geopolítica reciente de los denominados “socialismos del siglo XXI” y el
desgaste del “ciclo progresista”, han surgido condiciones para nuevos proyectos políticos
transformadores en países tradicionalmente conservadores, incluyendo el triunfo de López
Obrador en México (2018), el resultado de Petro en Colombia (2018), de Mendoza en Perú
(2016) o de Sánchez en Chile (2017). Estos esfuerzos permiten expresar un escenario aún
abierto para los proyectos de transformación regionales.

​I.2. Elementos centrales del régimen neoliberal en Chile.

El modelo neoliberal se sustenta en bases materiales y de legitimación política y social. Su


implementación estructuró una economía altamente concentrada, dirigida por capitales
transnacionales y una serie de grupos económicos nacionales como parte de un diseño
mayor, basado en la exportación de materias primas sin valor agregado, la industria
financiera, el desarrollo progresivo de grandes empresas del ​retail y la constitución de un
sistema de pensiones como sostén del mercado de capitales. Como resultado se obtuvo
una economía sustentada en la sobreexplotación de bienes comunes naturales, la
precarización de las mayorías trabajadoras y populares, los bajos salarios, la ausencia de
derechos colectivos en materia laboral y la mercantilización de prestaciones sociales
fundamentales, como educación, salud y pensiones.

Los cambios recién descritos forjaron nuevas dinámicas sociales y sujetos. La proliferación
de las Pymes, la emergencia de un nuevo trabajador “nómade”, que difumina identidades
obreras históricas y debilita la capacidad de acción política del sindicalismo, y la
privatización de las capas medias, hacen que el consumo sea el principal mecanismo de
integración social, subordinando los espacios comunes de convivencia social a una cultura
cimentada en la competencia, individualismo y el endeudamiento. En lo concreto, esta
lógica permitió la transformación del campo popular en una ciudadanía acrítica del Estado
subsidiario que, mediante la creación de un sistema de focalización del gasto social en el
individuo, rompió el tejido social, inhibiendo conquistas colectivas.

El actual período histórico responde a tres aspectos que determinan ​las correlaciones de
poder en base al modelo​: por una parte, la reestructuración de una forma de dominación
específica basada en la represión y el disciplinamiento -con origen en la dictadura
cívico-militar-, que consiste en desmantelar a importantes segmentos de las clases
populares respecto su condición de sujetas/os sociales, su autonomía grupal y la práctica
de su soberanía. Esto se expresa también en la existencia de un racismo que,
constitucionalmente, niega la existencia de naciones distintas a la chilena, profundizando el
conflicto histórico por el despojo y destrucción de los pueblos originarios, en particular en lo
relativo a la soberanía del pueblo-nación mapuche, beneficiando a terratenientes e
industrias extractivas. Como segundo aspecto, el establecimiento de pilares económicos
que fortalecieron la condición estructural del modelo, aspecto que se consagra en el período
de transición bajo una política de consensos y pactos de impunidad que rearticulan la
hegemonía del bloque en el poder y la marginación o desvinculación política de grandes
sectores de la población. El tercer aspecto radica en la consolidación de una arquitectura
del aparato estatal hiperpresidencialista, concentrada y centralista, que pese a las sucesivas
“modernizaciónes” ha mantenido capturados los mecanismos de toma de decisiones
públicas, marginando del ejercicio del poder a las comunidades, ya sin mecanismos de
democracia directa, generando condiciones de segmentación social y desigualdades en los
territorios, e impidiendo la concreción de proyectos políticos democráticos a escala territorial
y con autonomía política.

Esto se expresa en que el régimen ha logrado desarrollarse en base a una institucionalidad


jurídica y de legitimación política-social que no solo lo hizo posible, sino que también ha
imposibilitado su transformación o reforma. En cuanto a los componentes institucionales
que le imprimen el carácter de ​irreformabilidad al modelo​, creemos que estos ​blindajes -en
tanto pretenden proteger a la totalidad del régimen- son de una complejidad que excede las
posibilidades y capacidades de la simple acción política institucional, puesto que poseen un
carácter estructural que impide que para “abrir el cerrojo” solo se requiera de la “llave”
institucional adecuada. Entre estos ​blindajes​ identificamos como relevantes, entre otros:

● Los ​blindajes que impone el principio de subsidiariedad del Estado en ámbitos


materiales de la existencia, es decir, que producen y reproducen la vida inmediata,
como la salud, la sexualidad, la vivienda, la educación, la cultura y el
medioambiente, entre otros aspectos que por cierto imprimen un sello sexista y
patriarcal en su reproducción. La constitución de un Estado subsidiario que asegura
la hegemonía mercantil, la externalización, la subcontratación de las funciones
públicas, y una transferencia permanente de recursos fiscales hacia ganancias
privadas, todos elementos profundamente antagónicos a los intereses del mundo
popular.

● Los ​blindajes de legitimidad formal del régimen que sostienen los enclaves
autoritarios de restricción de la democracia sobre elementos escasamente
representativos, amparados en la Constitución Política y el Tribunal Constitucional,
ámbitos que merman la ampliación de derechos, fomentando y reproduciendo
normativas de fuerte eje patriarcal. Es una democracia restringida, de baja
intensidad y elitista, que se corresponde con los niveles de concentración económica
y la dirección de capitales transnacionales y grupos económicos nacionales,
institucionalizada en la Constitución de 1980, caracterizada por enclaves
antidemocráticos aún vigentes como los quórum calificados y la preeminencia de dos
coaliciones coincidentes, en términos generales, en la defensa de la estabilidad de
estas bases económicas y políticas: Chile Vamos y la Concertación/Nueva Mayoría
(NM).

● Los ​blindajes que hacen factible la ejecución de los anteriores​, como los
elementos jurídicos que permiten la autonomía de las Fuerzas Armadas y el Banco
Central, la militarización de la policía y el orden público, el monopolio de los medios
de comunicación y la instrumentalización de la sociedad civil, entre otros.

En este sentido, el neoliberalismo ha evidenciado que también le es posible articularse,


sostener, convivir y potenciar formas de organización tradicional de la vida, impidiendo su
disolución. El reconocimiento de ciertos derechos entendidos de manera individual, la
incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, la desestabilización de los modelos
familiares tradicionales, la liberalización de la sexualidad y el mayor reconocimiento de la
diversidad sexual, han mostrado también que le es posible convivir con aspectos
tradicionales que refuerzan el patriarcado bajo nuevos registros, integrándolo a sus
mecanismos de explotación.

Por lo mismo, es prioritario plantearse una estrategia feminista que haga frente a los
avances de sectores neoconservadores y fundamentalistas, articulando una lectura
feminista transversal a la estrategia y táctica política, pero que atienda de manera específica
a las formas en que se reacomoda y transforma el patriarcado bajo el neoliberalismo. Un
feminismo que apele a la transformación de las lógicas de reproducción y relaciones
sociales en los territorios, apostando a una modificación de los binarismos genérico
sexuales y de las lógicas patriarcales; un feminismo no esencialista, transversal y
transformador, que surja desde los territorios y que apueste por la superación de las formas
patriarcales de nuestra sociedad.

I.3. Tendencias políticas centrales de la transición.

Para analizar las tendencias centrales del período debemos analizar las contradicciones
principales que han afectado a las mayorías y que marcaron -en distintas medidas, formas y
medios- conflictos con el régimen. La descomposición del consenso transicional empezó a
incubarse en la medida que distintas expresiones del campo popular comenzaron a
articularse, coincidiendo con los primeros casos de corrupción (MOP-GATE, 2003), la
generalización de concesiones y privatizaciones dirigidas por Ricardo Lagos, la
militarización de la Araucanía y la legitimación del régimen mediante reformas
constitucionales. Emergieron nuevos actores sociales, como las deudoras habitacionales
(2004), se rearticuló el movimiento estudiantil (2001, 2006) y aumentó la conflictividad
sindical en los sectores mineros estratégicos de la economía (2005), entre otros fenómenos
de lucha que iniciaron un ciclo de movilizaciones ofensivas, a diferencia del carácter
defensivo de la década anterior. A su vez, las demandas feministas, particularmente, por
derechos sexuales y reproductivos, se han posicionado fuertemente durante la última
década, generando procesos de movilización en temas claves, como la pastilla del día
después (2008), el aborto (2013-2018) y, en los últimos años, la violencia de género, los
femicidios y la educación no sexista.

El primer gobierno de Piñera (2010-2013) aceleró el surgimiento de actores y movimientos


sociales, desatándose conflictos que cuestionaron los límites de la democracia neoliberal.
De acuerdo a lo anterior, la NM, como reinvención de la Concertación mediante la sumatoria
del PC (Bachelet 2014-2017), conquistó el gobierno a partir de una batería de reformas que
se vieron condicionadas por la derrota en los alcances de la reforma tributaria (2014), la que
evidenció la continuidad de la​ política de los acuerdos​ concertacionista.

La alternancia en el gobierno entre la Concertación/NM y la Derecha evidenciaron las pocas


diferencias de fondo entre ambos proyectos país. El derrumbe del centro de estabilidad y de
la legitimidad de los partidos del orden (Concertación), abrió el espacio para la emergencia
electoral del FA y la derrota de la NM ante una derecha con ánimos de consagrarse como la
fuerza política dirigente del neoliberalismo en Chile, ocupando el lugar de la vieja
Concertación como centro político.

El segundo gobierno de Piñera, si bien retoma el discurso de la “segunda transición”, se


enmarca en un escenario completamente distinto. El desfonde del centro político, junto a la
emergencia del FA, posibilitan la configuración de un proyecto refundacional conservador
del consenso neoliberal, que abandone la continuidad del legado de la Concertación. Esto
se expresa en un proceso acelerado de rearticulación de la derecha política, con el
surgimiento de una joven fuerza liberal (Evópoli), mientras RN y la UDI pugnan por
mantener su rol de representantes del conservadurismo más tradicional y del gran capital. A
se vez, se aprecia la rearticulación de la ultraderecha, a partir de segmentos pinochetistas,
nacionalistas o valóricos conservadores que se expresan en distintas organizaciones, que
buscan constituirse como un entramado orgánico que agrupe a fuerzas heterogéneas
socialmente, pero coherentes en su conservadurismo y su convicción antidemocrática y
antifeminista.

El fracaso del “reformismo” en el orden de la transición

El régimen de la transición, si bien, disminuyó la pobreza extrema, aumentó la desigualdad


en cifras históricas, mejorando las condiciones materiales de hace 30 años, pero teniendo
por base relaciones laborales precarias y flexibles, articuladas con la individualización del
ascenso social en base a la competencia y el endeudamiento. Por esto se ha anidado un
malestar que tiene como núcleo las expectativas incumplidas y la inseguridad social.

El aumento del malestar, la conflictividad social, el prolongado deterioro de las condiciones


de vida de las mayorías, los casos de corrupción política y económica, la caída progresiva
de instituciones otrora incuestionables, expresan un momento de ocaso del periodo histórico
abierto en los ‘90. Los proyectos políticos que sostuvieron el andamiaje institucional de la
transición se vieron incapaces de procesar las crecientes expresiones de inconformidad y
representar sus demandas. Estas expresiones, imposibilitadas de acceder a los
instrumentos de la política formal, han situado sus frustraciones en la renuncia de los
términos en que la democracia elitista ha consolidado el modelo. Lo anterior se conjuga con
un sentido de crisis de legitimidad del régimen, fundamentada en las restricciones de
acceso a aquellas/os excluidas/os por coerción y carácter social, y también de sectores que
se autoexcluyen del espacio democrático por las diferenciaciones estructurales que ejerce
el modelo neoliberal. Lo anterior explica, en parte, la caída, estrepitosa de la participación
electoral.

La derrota material del campo popular en el pacto de la transición, si bien implicó una
desmovilización generalizada del campo social, no extingue ni detiene por completo la
emergencia de expresiones de rearme. Durante las últimas tres décadas se articularon
procesos y fuerzas sociales que desarrollaron una capacidad política por fuera de los
canales de reproducción del modelo, expresada como radicalidad democrática; es decir,
una vocación de ejercer participación y voluntad desde el consenso social (democracia de
base, organización comunitaria, vocerías y asambleas) y en el ejercicio del poder a través
de la acción directa (movilización y autogestión).

Esta radicalidad democrática, generada en respuesta al descontento material que provoca


el modelo y que se manifiesta en malestar, desafección y/o hastío, ha sostenido una
contradicción constante con la incapacidad del régimen de reformarse para ceder en
mínimas garantías sociales. El definir una contradicción principal del periodo presupone un
horizonte estratégico, por tanto, alberga en su superación la formulación estratégica para un
cambio en la correlación de fuerzas.

En otras palabras, la tensión entre la radicalidad democrática del campo social y popular
(endeudadas/os, mal remuneradas/os, precarizadas/os, comunidades y territorios
socio/ambientales degradados y zonas de sacrificio, mujeres explotadas y oprimidas en el
espacio público y privado, disidencias y diversidades sexuales, naciones/pueblos originarios
e inmigrantes discriminados) y el carácter elitista de la democracia y la irreformabilidad del
modelo puede crear condiciones para la ruptura de los blindajes institucionales y de
legitimación que hacen posible su reproducción.

Desafío y oportunidades desde la izquierda.

La relación entre transición política y malestar social no nos permite reducir la interpretación
de la crisis a un conflicto entre derechas e izquierdas. Durante el transcurso del período, la
izquierda se ha visto imposibilitada de constituirse en alternativa real frente a la crisis de
legitimidad del pacto de la transición. La herencia de la experiencia en dictadura y la acción
de la Concertación forjó a una izquierda fraccionada, profundamente desconfiada ante la
sospecha de la traición y víctima de un vaciamiento de su reflexión estratégica a causa de
identidades ideológicas y doctrinarias, lo cual se suma a las capacidades de fragmentación
social y modos de construcción política propias del neoliberalismo, que han desdibujado los
marcos estratégico-tácticos que primaron en el siglo XX.

La contradicción interna de la izquierda entre marginalidad y subordinación ha tenido su


vuelco más fuerte en la constitución del FA como único conglomerado antineoliberal que
logra sortear su supervivencia después de la contienda electoral, superando con creces las
apuestas testimoniales de los años anteriores, experiencia que alcanzó a instalarse en
medio de un escenario crítico para el consenso de la transición. Esta vocación de superar
las limitaciones de la izquierda es la que empuja a nuestras fuerzas políticas a un proceso
de convergencia.

Sin embargo, nos encontramos ante un nuevo escenario determinado por el cierre del ciclo
político anterior, que plantea desafíos pero también amenazas. Se abre la posibilidad de
que frente al deterioro del consenso transicional y su ineficiencia para seguir administrando
el modelo, se perfile la constitución de un nuevo bloque histórico conservador-autoritario, lo
que conlleva el riesgo de abrir un nuevo periodo histórico desfavorable para el campo
popular.

El avance a nivel internacional de una visión conservadora o neofascista ha posibilitado un


desanclaje de los contenidos de la disputa política que habían primado los ‘90 y 2000. El
ataque permanente de grupos y movimientos nacionalistas a las movilizaciones feministas y
el fenómeno migratorio, junto a una apología racista y xenófoba que se escuda en la libertad
de opinión, son expresión de una derecha que intenta salirse del debate de la ampliación de
los derechos sociales hacia políticas directamente conservadoras que puedan restituir la
hegemonía del régimen desde un carácter patriarcal, colonial y neoliberal, pero bajo nuevas
categorías y contenidos políticos. El discurso de agitación en contra de las élites de la
emergente ultraderecha plantea un desafío para la izquierda, por su potencial penetración
en segmentos populares que habitualmente han constituido sus bases. Como se ha
mostrado en contextos internacionales, la ultraderecha ha sabido aprovechar las
movilizaciones sociales, lo que genera confusión en la población desencantada de la
política, volviendo a sus ojos equiparables los discursos de la izquierda y la ultraderecha.

II. DEFINICIONES TÁCTICAS

II.0. Estrategia para el periodo.

Abrir un camino para la transformación social en Chile tiene que pensarse como una
superación de esta correlación de fuerzas que no derive en una futura derrota, como podría
ser una mera renovación de la clase política o la incapacidad de defenderse de una
regresión autoritaria.

El carácter irreformable del modelo hace inviable una transformación estructural a través de
un mero cambio en la administración del Estado. Al interior de los márgenes de la
institucionalidad actual es posible realizar ciertos ajustes, y si bien algunos de ellos pueden
no fortalecer al mismo régimen, tampoco contradicen su lógica en forma sustantiva. La
superación del modelo implica movilización y protagonismo de las mayorías sociales y
populares, mediante el establecimiento de nuevos sentidos, prácticas y quehaceres
comunes que permitan ejercitar un concepto de política más amplio, ​desbordando la
​ e baja intensidad. Se trata de suprimir la
institucionalidad vigente y su ​democracia elitista d
brecha entre lo político y lo social.

Esto sólo es factible a través del desborde o ruptura de la actual modalidad democrática que
nos rige, mediante la emergencia de expresiones sociales y populares masivas que tengan
como orientación estratégica la superación de ​los márgenes actuales de democracia,
transformando los términos de gobernabilidad, producción de riqueza y reproducción de la
vida hasta ahora vigentes. El desfonde de la hegemonía del modelo permite el paso a una
democracia radical, en tanto emerge y se sostiene en la raíz del poder político: la soberanía
de las comunidades y pueblos. Nuestra perspectiva es la construcción conjunta y
transversal de una radicalización democrática, feminista y popular.

La estrategia de ​desborde democrático busca superar la contradicción principal del periodo


-la irreformabilidad del modelo- a través de la conjugación de espacios institucionales de
transformación (asalto electoral) con la movilización social y popular (asalto político-social)
para la imposición de un programa posneoliberal a través de la apertura de un momento
constituyente, que devuelva la soberanía a las comunidades de nuestro país al realizarse
sobre la base de la deliberación popular a nivel nacional. Aquello implica condiciones
centrales:

● El arribo al gobierno de fuerzas políticas de transformación podrá permitir un proceso


de fractura institucional del modelo siempre y cuando sea defendida por la
movilización del campo social y popular. Por ello, las definiciones tácticas deben
tener como centralidad los esfuerzos de sujetas/os que protagonizan la estrategia;
es decir, crear condiciones para un movimiento político y social amplio, entendido
como la articulación de movimientos sociales, ciudadanía activa, el movimiento
político revolucionario y el frente político institucional (FA) en torno a un proyecto de
superación del régimen neoliberal.

● Consolidar una estrategia sobre la base de un/a sujeto/a totalizado y homogéneo


parece no ajustarse a una apuesta para el siglo XXI, dado que limita y coarta las
posibilidades de identificación de nuestra apuesta política y la consecuente
construcción de mayorías antineoliberales. Hoy es necesario hablar de sujetos/as,
en plural y territorialmente constituidos, incorporando a la política a los sectores
marginados de la esfera pública: diversidades sexuales, organizaciones sociales, el
mundo del trabajo, mujeres no asalariadas, activistas socioambientales, pueblos
originarios, la infancia, los migrantes, movimientos sociales regionales y locales, etc.,
constituyendo, así, un sujeto revolucionario pluriversal que aspire a una alternativa
feminista, socialista y decolonial.

● Todo lugar donde converjan las mayorías sociales y populares es un espacio de


disputa hegemónico. La superación de los espacios en que las izquierdas han
construido sus lógicas tradicionales durante este último periodo, ampliando los
escenarios de elaboración, encuentro, reconocimiento y lucha mucho más allá, por
ejemplo, de recintos de estudio, centros de elaboración o sindicatos. Requerimos
desplegar nuestra acción social y política de potencial revolucionario a los espacios
cotidianos y locales: barrios, poblaciones y comunidades, así como también, el
espacio virtual.

● Una estrategia política situada en el territorio, implica la necesidad de borrar la


brecha entre lo político y lo social utilizando la institucionalidad como un instrumento
para debilitar los amarres autoritarios y crear espacios de democratización real y
soberana en el marco de un estado plurinacional. Pero, la finalidad radica en la
capacidad de autodeterminación del campo social y popular respecto del Estado
central y del poder económico, por ende, fundamentado en la ​praxis política.​ La
descentralización y desconcentración de las lógicas de producción y reproducción
actual se consideran entonces como elementos estratégicos.

● La acción estratégica tiene lo contingente como determinante; por tanto, debe


asumirse la incertidumbre ante posibles avances y retrocesos. La acumulación de
fuerzas -que nunca es lineal- debe alimentarse de maniobras tácticas y estratégicas
que permitan proyectar saltos y fijar posiciones favorables. Al mismo tiempo, este
proceso de acumulación debe ir aparejado de la construcción de condiciones
subjetivas, de organización y poder popular que permitan resistir ciclos
desfavorables, asumiendo los bajos niveles de asociatividad politizada de la
sociedad.

● Por lo anterior, la refundación del sentido estratégico de izquierda para el siglo XXI,
que tenga como valores centrales la democracia radical, los principios socialistas,
feministas y descoloniales, se presenta como una labor irrenunciable del FA,
requiriendo la conformación de sentidos comunes e identidades que superen a las
de la izquierda de siglo XX, asumiendo de manera autocrítica la continuidad histórica
de sus luchas.

Elementos estratégicos para la propuesta táctica

Una estrategia basada en el desborde de la institucionalidad y su democracia elitista, que


sea expresiva de mayorías sociales y populares, requiere a la vez de un proceso de
impugnación y construcción de condiciones que permitan fijar posiciones favorables. ​Se
proponen los siguientes nodos, considerados como claves para el próximo ciclo, y que,
situados cuatro años en la vereda de la oposición, debemos enfrentar con propuesta en
miras de la constitución de una agenda posneoliberal:

● Nuevos términos de gobernabilidad: re-invención participativa y solidaria del


Estado e instituciones.​ Disputa al sentido de modernización del Estado, las lógicas
de subsidiaridad a la ganancia privada y las limitaciones del Estado-Nación.

● Descentralización del poder y la democracia.​ La centralización que promueve el


neoliberalismo condiciona a la estructura Estatal en beneficio de la concentración
económica, pero al mismo tiempo de la concentración del poder político y
administrativo. Es fundamental además apelar a democratización efectiva de las
relaciones sociales, desbaratando las lógicas de carácter patriarcal y colonial que
merman la socialización del poder político y conformación social.

● Nuevo modelo de desarrollo:​ La matriz productiva controlada por los grupos


económicos se identifica con una profundización del neoliberalismo rentista y
extractivista. Se requiere diseñar una alternativa de desarrollo viable.
● Construcción de una nueva subjetividad. Profundización de la agenda feminista y
popular desde una perspectiva no esencialista y decolonial que logre enfrentar
restricciones que impiden una ampliación y profundización democrática,
incorporando nuevos sentidos contrahegemónicos al conservadurismo. A su vez,
disputar la identificación del mundo popular con las clases dominantes.

II.1. Oposición

El escenario actual se encuentra marcado por la reorganización del campo político. La


sociedad exige cambios y el sentido de estos está por definirse. Por ende, el carácter de la
oposición será decisivo, ya que el desarrollo de los acontecimientos en el ciclo actual estará
determinado en buena medida por un gobierno que apuesta a instalar una nueva forma de
legitimación social del modelo y el cierre político abierto por las luchas sociales de la última
década.

El FA alberga potencialidad para direccionar este escenario hacia la superación del


neoliberalismo, enfrentando la capacidad de reordenamiento de las derechas. En este
punto, la constitución de una agenda posneoliberal es eje central de las definiciones
tácticas, suponiendo un FA protagonista en el posicionamiento de esta orientación en los
distintos niveles en los que pretende su despliegue: movimientos sociales, organizaciones
sectoriales y territoriales e instituciones políticas, promoviendo articulaciones y alianzas tras
este objetivo.

La oposición que corresponde construir debe enfrentar al gobierno desde la impugnación y,


a la vez, la generación de alternativas al modelo neoliberal que permitan contraponer
proyectos de sociedad. Este ejercicio reside, fundamentalmente, en la conflictividad y la
movilización político-social para relevar el carácter de las contradicciones que las impulsan,
demostrando la imposibilidad de darle una resolución efectiva a demandas particulares sin
transformaciones estructurales del modelo. La acción política debe evidenciar el conjunto de
condiciones que hicieron posible el Chile de hoy, su mantención y profundización y el
horizonte futuro que proyecta.

Marco para la construcción de oposición

El FA no es la única oposición ni la única fuerza antineoliberal. Aquello hace necesario


disputar el sentido general de la oposición superando discursos y prácticas que se centran
exclusivamente en el actual gobierno, los que son funcionales a la regeneración de sectores
comprometidos con el orden económico y político transicional. Los actores políticos
tradicionales que puedan sentirse convocados (p.e., desde la ex NM) deben asumir (y ser
condicionados políticamente por nuestra acción) un balance crítico de la transición y plena
independencia de los grupos económicos. Lo anterior debe tener una correlación en la
praxis política, como las fuentes de financiamiento de partidos, campañas y autoridades; la
aceptación de ​lobby por parte de grupos de poder empresarial (u otros) al servicio de la
clase dominante; la adscripción a definiciones políticas y programáticas de un agenda
posneoliberal que involucre una auténtica vocación por relevar los intereses de las mayorías
sociales y populares, y despatriarcalizar y descolonizar la acción política expresada en
aspectos tanto programáticos y discursivos como orgánicos.

La oposición al régimen y al gobierno debe dialogar y fortalecerse con aquellas fuerzas que
coinciden política y programáticamente en la superación del neoliberalismo, como el PC y
aquellas que se sitúan por fuera y a la izquierda del FA. Será necesario diferenciar ​grados
de articulación (niveles de cercanía política) y ​espacios de articulación (p.e., con quienes no
existirá trabajo institucional conjunto, pero sí al interior de movimientos sociales). Nuestra
relación con la ex NM será decisiva en diferenciarnos ante el tensionamiento que hace al
progresismo. La salida radica en invertir esa tensión hacia una alternativa posneoliberal
que, liderada por el FA, termine por desmembrar el centro político, atrayendo al PC y
sectores PS hacia dicho espacio.

Ejes diferenciadores con la herencia política transicional.

El problema de situarnos como parte de una “oposición” en las condiciones actuales del FA,
es que nos indiferenciamos de la ex-NM, o en otros casos fortalecemos un lugar de tercera
fuerza que mantiene al eje ex-Concertación como actores vigentes sin avanzar en generar
cambios de lectura en el mapa político general. Por ello, debemos perfilar de mejor manera
a qué nos estamos oponiendo. La respuesta a lo anterior nos permite situamos en torno a
tres polaridades:

1. El sentido y contenido de la agenda posneoliberal y de impugnación


transicional​​: a) que permita una diferenciación respecto a propuestas que buscan
mayor capacidad de consumo y garantías individuales, frente a soluciones colectivas
universales y garantías públicas; b) construcción de condiciones de “gobernabilidad
consensuada” entre actores políticos y gremiales tradicionales para mantener los
pilares de acumulación y blindaje neoliberal, frente a la construcción de una
gobernabilidad democrática, que permita cuestionar los blindajes institucionales del
régimen, un modelo de desarrollo diversificado y desconcentrado, y un Estado
pluri-nacional y descentralizado.
2. La politización de las demandas sociales y populares ante los pactos de
sectores elitarios y la tecnocracia: ​a) ​Dimensiones y diversidad de la acción
política:​ ​Relevar las dimensiones en que el orden neoliberal y transicional excluye y
desarticula, enfatizando en la acción colectiva de trabajadoras/es, comunidades
organizadas, movimiento feminista, territorios en resistencia, pueblos originarios,
entre otras/os sujetas/os, como factor fundamental para el debilitamiento de las
fuerzas políticas del consenso neoliberal. b) ​Accionar con los movimientos sociales:​
además de involucrarnos con el desarrollo programático de ellos, debemos favorecer
su fortalecimiento y capacidad de agencia política en lugar de instrumentalizarlos o
establecer relaciones clientelares. c) ​Ámbitos de acción política: Trasladar la
centralidad de la política interna, hacia un despliegue político abocado al trabajo
político-social en organizaciones sectoriales y territoriales y en las franjas amplias de
la población aún desafectas políticamente.
3. Posicionamiento como una coalición que moviliza una renovación de las
prácticas políticas. ​En el marco del escenario de crisis de representación política
este elemento de diferenciación ha sido el de mayor tributación para el Frente
Amplio. Aquello ha permitido la capacidad de impugnación en diferentes casos de
corrupción, represión, el mal uso de recursos públicos, entre otros, marcando una
diferenciación de praxis política mediante la generación de iniciativas que han
permitido convocar las confianzas de parte de la población. Esta potencialidad de
renovación debe ser profundizada desde una mirada de transformación democrática
y feminista, además de fortalecer su relación con la praxis militante. Es decir, la
militancia debe incorporar una ética integral y transversal, que sea coherente a los
principios y marcos éticos propuestos en la nueva organización.

II.2. Frente Amplio

Si proyectamos el FA desde un carácter de superación hegemónica al neoliberalismo,


debemos liderar este debate con iniciativa estratégica y política, articulando en positivo una
oposición al régimen neoliberal con un sustrato en la redistribución del poder que defina
bases y límites que superen los pactos transicionales y clausuren su reoxigenación.

El FA se ha constituido en una alianza política necesaria entre el progresismo antineoliberal


y las izquierdas emergentes y herederas de la resistencia dictatorial, buscando superar el
neoliberalismo mediante la disputa institucional y la movilización social. Para esto, debemos
superar la razón instrumental de lo electoral, configurando un actor político-institucional que
logre desbordar los márgenes de una suma de partidos y movimientos, reconociendo que,
dada la correlación de fuerzas actual, hemos estado sobredeterminados por ​la agenda
progresista, caracterizada por una confrontación parcial con el régimen neoliberal, la
excesiva confianza en la acción institucional y tendencias elitarias al momento de construir
política y socialmente. Ante el riesgo de terminar siendo una renovación de la élite,
debemos instalar contenidos y formas para conducir alianzas hacia nuestros objetivos,
disputando la agenda política y constituyendo acuerdos centrales en diversos campos de
disputa: barriales, comunales, regionales y nacionales, así como municipales, regionales y
legislativos.

Por tanto, todas nuestras acciones deben orientarse a convocar a quienes miran la política
con recelo, apostando a una mayor presencia entre las mayorías sociales, trabajadoras y
populares, promoviendo la ampliación de un activo estudiantil universitario y de capas
medias a uno con una mayor participación del mundo sindical, barrial, comunitario y de los
pueblos originarios, continuando el desmoronamiento por “arriba y por abajo” de la
centroizquierda transicional, enfrentando los embates que surgen desde la ultraderecha y
desplegando la profundización democrática tanto en lo institucional como en lo territorial.

Qué tipo de política queremos impulsar en el FA


Las posibilidades que ofrece una referencia pública relevante del FA en el país nos permite
abrir espacios para instalar temas que no han podido sobrepasar el cerco mediático. En
particular es necesario:

1. Posibilitar acciones de denuncia y articulación que evidencien la opresión e injusticia


que ejerce el régimen sobre mujeres y disidencias de género, las llamadas minorías
étnicas, el trabajo precarizado, las zonas de sacrificio, la pobreza, la migración y
aquellos conflictos encapsulados en el aislamiento geográfico.
2. Producir contenidos programáticos útiles para referenciar nuevos abordajes a las
problemáticas desde un horizonte distinto, asumiendo el desafío de construir con
independencia técnica de los cuadros del progresismo.
3. Establecer formas de evadir el pauteo de prensa que visibiliza nuestros conflictos
internos, lo que tiene, al menos parcialmente, su origen en la búsqueda de algunas
fuerzas políticas de auto-referenciarse a costa de la imagen del conglomerado.

El Congreso del FA es una oportunidad para generar un encuadre político y programático


que estabilice su funcionamiento, por lo que debemos fomentar:

1. Un desarrollo no burocrático de espacios sectoriales, temáticos o comunales, que


promueva un quehacer centrado en desarrollar actividad político-social vinculada a
las demandas de esos sectores y así reducir el encierro de estos espacios a la mera
interna del conglomerado.
2. Desarrollar espacios democráticos de deliberación que permitan a la comunidad,
adherentes y militantes de base incidir en las definiciones programáticas, políticas y
comunicacionales.
3. Regular la actividad de los cargos institucionales del FA más allá de los equipos de
apoyo directos, favoreciendo la retroalimentación conjunta de la coalición.
4. Establecer mecanismos decisionales que cautelen un adecuado balance interno, y
reflejen equilibradamente la correlación de fuerzas de las distintas organizaciones,
permitiendo una acción colectiva articulada y coherente, delimitando y respetando
las legítimas diferencias que puedan existir.

Cuál es el rol que tomamos en su interior buscando su conducción.

Nuestro proceso de convergencia será crucial para abrir una correlación de fuerzas
internas, para constituirnos como una de las fuerzas políticas más gravitantes del
conglomerado. Esto puede permitir definirnos en una relación de contraparte con el
progresismo, generando una polaridad creativa que aúne fuerzas con otras organizaciones,
movimientos o colectivos que se enmarquen en una alternativa socialista al neoliberalismo.

La conducción del FA estará alojada en las fuerzas políticas que puedan definir los
márgenes de la alianza izquierda-progresismo, lo que implica la búsqueda de acuerdos
fundamentados en contenidos políticos por sobre equilibrios de poder, asumiendo nuestra
responsabilidad política pero siendo firmes frente a los intentos de reducir su potencial
transformador a una mera renovación de las élites políticas dentro del orden neoliberal y
transicional.
II.3. Movimiento popular (MP)

Las múltiples conflictividades generadas por los sistemas de relaciones sociales imperante
(capitalista, patriarcal y colonial) son vividas diariamente por personas concretas que, en su
condición material de explotación y opresión, entran en contradicción directa con estos
sistemas que atentan contra su vida. El MP lo constituyen, entonces, la diversidad de
sujeta/os que son críticos a dichos sistemas y/o se movilizan en su contra.

Hacia la constitución de Sujetas/os Populares Pluriversales.

La fragmentación y comple​jidad de las distintas identidades colectivas, ya sea por la


diversificación de las formas de trabajo –mediante la flexibilidad laboral o la proliferación de
nuevas formas de pequeña y mediana propiedad, entre otras–, la opresión del sistema
patriarcal que ha evidenciado la violencia estructural ejercida contra mujere​s y diversidades
sexuales, el despojo territorial contra pueblos originarios, comunidades rurales y urbanas,
han generado múltiples sujeta/os dispuestas a movilizarse. También, han proliferado capas
sociales que, sujetas a la misma estructura de precarización e inestabilidad, se reconocen a
sí mismas, por tener mayor nivel de consumo, como una “clase” diferente, antagonizando
en algunos casos con los intereses de sectores populares con niveles de precarización más
altos.

Por lo anterior, es tarea fundamental articular a distintos segmentos sociales que enfrente
las dificultades para la re-producción de la vida, forjando una articulación pluriversal que dé
cuenta de las/os múltiples sujetas/os con potencial transformador y revolucionario con
expresión política durante las últimas décadas, entrando en conflicto con el modelo desde
su condición de opresión, interpelando políticas particulares y avanzando desde lo
sectorial/gremial hacia el campo de la política social.

Articulación virtuosa entre movimiento político y movimiento social.

El trabajo territorial y sectorial busca fortalecer, desde la participación directa de nuestra


militancia, el movimiento social y popular. Una relación virtuosa entre movimiento político y
movimiento social pasa por constituir una militancia que sea parte activa y enraizada del
conflicto social Para ello, debemos confiar en la elaboración política soberana desde las
comunidades y sujetas/os oprimidos por el modelo, evitando la cooptación e
instrumentalización de las/os agentes de conflictividad social para encuadrar sus propias
reivindicaciones en una “agenda propia”, respetando los espacios de independencia de los
movimientos sociales. Si bien debemos ser capaces de promover una política de reformas
institucionales clara, es la movilización popular el medio por el cual podemos ejercer una
soberanía que termine por destituir materialmente las instituciones de opresión vigentes en
el país, avanzando en la constitución de instituciones autónomas que, por medio de una
praxis política distinta, ayude en la recomposición del tejido social desintegrado por décadas
de represión y disciplinamiento.
Un ejemplo de lo anterior es la promoción de legislación popular, consistente en la
construcción programática desde las mismas organizaciones y movimientos sociales que,
independiente de su traducción jurídica, acumule a un proyecto histórico de liberación, lo
que no implica -necesariamente- una relación de alianza o colaboración con determinadas
diputaciones o senadurías, sino producir -bajo sus propios términos- un programa que se
arroga ser mandato soberano.

La construcción de MP que queremos impulsar.

La principal herramienta de construcción de MP para una organización política que se


reclame defensora de sus intereses, es reconocerse como parte material del mismo. Esto
implica ponerse a su disposición -con sus redes, fuerzas y recursos-, pero en base a la
participación protagónica de la militancia en los movimientos sociales y territorios. Se hace
necesario para este tipo de acción política, construir un instrumento partidario útil para el
desenvolvimiento de la militancia en/desde el campo popular, en donde debemos considerar
al menos los siguientes criterios:

1. Los espacios de base deben fomentar, en su dinámica y cultura militante, la


preocupación permanente sobre la acción política en su ámbito directo; es decir, en
los conflictos -potenciales o reales- de los cuales es parte en su condición social.
2. Ser capaces de convocar a dirigencias sociales, sindicales, comunitarias y populares
a la militancia política.
3. Buscar formas de formación política y educación popular permanente que posibiliten
la militancia política a las mayorías, buscando superar la codificación académica de
la reflexión interna.
4. La militancia como proyecto de vida que permita una salida a la crisis existencial de
las mayorías populares; es decir, que signifique una superación personal
-psicológica e intelectual- con respecto a la condición social que se sufre.

Reconocer que los partidos políticos no son equivalentes a los movimientos sociales, sino
que son instrumentos para facilitar el acceso al poder político sectores de la población,
implica impulsar la construcción de movimiento popular, sin pretender sustituirlo o
reemplazarlo. Los movimientos y procesos sociales deben ser abiertos a las comunidades e
individuos para alcanzar masividad y hegemonía y nuestro partido debe esforzarse en no
transformar estos espacios en meras correas de transmisión, que subordinan la relación con
el movimiento popular a políticas clientelares y electorales.

II.4. Apuesta político electoral para elecciones municipales

Desde una dimensión político-estratégica la relevancia de la disputa municipal radica en la


construcción de un “gobierno local” que distribuye poder político, le otorga un valor esencial
a la comunidad y despliega herramientas para la emergencia de nuevos sujetos sociales.
Ello implica abordar un diseño de política pública y gobernanza local que gravite en torno a
la descentralización política y económica, la participación ciudadana vinculante y la
construcción de una comunidad política en oposición al clientelismo. Es decir, la generación
de condiciones para la apertura y democratización del espacio institucional -municipio-
mediante la incorporación de dinámicas de participación de las mayorías sociales y
populares en la toma de decisiones. Es la utilización de la institucionalidad municipal para la
construcción de gobierno local mediante la redistribución de poder.

Una primera consideración a lo anterior radica en que la apuesta electoral municipal no


puede estar desvinculada de un lectura que aborde el periodo político-electoral nacional.
Más aún, considerando el periodo de disputa abierta tanto al interior como entre las
coaliciones, la conquista de todos los espacios institucionales cobra relevancia para
reconfiguración política de posiciones. Es decir, la apuesta electoral municipal debe ser
parte de una lectura que incluya las elecciones de Gobernadores Regionales el 2020 y, la
presidencial, parlamentarias y consejerías regionales del 2021. Pues esto podría marcar
tendencia respecto la medición de fuerzas por el posicionamiento político-programático. Por
tanto, no solo debemos apostar a aquellas disputas municipales donde existan posibilidades
de conquistar alcaldías o concejalías, sino que también a aquellas donde se puedan mejorar
las posiciones de construcción de cara al resto de las elecciones. Es en definitiva, la
necesidad de asumir el período en la construcción de un programa político-electoral con
visión país y particularidad territorial, que logre ser expresado desde amplios procesos
participativos locales y regional, y avancen en la configuración de un sentido político
nacional para las próximas parlamentarias y presidenciales.

En cuanto a las elecciones de las Gobernaciones Regionales, estas se enmarcan


principalmente en una medición de correlaciones de fuerzas a nivel nacional. Sus
representantes electos obtendrán la mayor cantidad de votos en la región, incluso, en la RM
será el segundo más votado a nivel nacional después de la presidencia de la república.
Dado lo anterior, la relevancia principal de este cargo estará dada por la capacidad de
articulación y convocatoria adherente político-social al interior de las regiones, siendo
necesaria amplias alianzas intercomunales para su elección y, al año siguiente, podría
marcar el rumbo de las parlamentarias y consejerías regionales. Lo anterior expresa la
oportunidad de un giro sobre cómo se reorganiza la política a nivel territorial, desde una de
nichos institucionales parcializados a la necesaria articulación de los diferentes niveles en
disputa. Si bien las herramientas legislativas a nivel parlamentario tienen limitaciones, si son
puestas a disposición de sectores sociales activos permiten mejorar las condiciones de
resistencia y organización política ante conflictos locales. No debe entenderse la tarea
legislativa como dicotómica con el trabajo en el territorio, sino como dos agendas que deben
estar coordinadas hacia el mismo objetivo estratégico.

II.4.1. Caracterización de la apuesta político electoral municipal.

La comuna tiene un rol estratégico como unidad de poder descentralizado, pues allí se
desarrolla gran parte de la vida cotidiana y se expresan las necesidades básicas. Es un
lugar privilegiado para desarrollar políticas públicas que respondan a intereses comunitarios
desde una lógica participativa, democrática y solidaria; y constituyen un espacio
potencialmente favorable para el desarrollo de autogestión social, autogobierno comunitario
y construcción de poder popular. Sin embargo, debemos re​conocer que la institución
municipal no está diseñada para orientar su acción municipal hacia un proyecto
transformador.

Los municipios cuentan con un presupuesto mayoritariamente dependiente del gobierno


central, con limitaciones dadas por gastos en servicios básicos y derechos sociales, como
también en la incertidumbre respecto a los cambios de política de los gobiernos de turno.
Desde el punto de vista social-territorial, el municipio debe ser un ejecutor de políticas
públicas diseñadas a nivel central, las que muchas veces no responden a la realidad
territorial o no se adaptan a un modelo de transformación, dado que se enfocan en resolver
necesidades individuales o del núcleo familiar. Contadas excepciones se enfocan en grupos
sociales mayores como el barrio. Junto a esto, la política transicional transformó los
municipios en cajas de empleo y reproductoras de redes clientelares, lo cual dificulta poner
intereses populares de transformación en el foco y desdibuja la relación del municipio con
los habitantes de los territorios.

A pesar de estas limitaciones, es posible reorientar la herramienta municipal hacia una


agenda de cambios, mediante el saneamiento de las relaciones administrativas internas,
como en la puesta en valor de aquellas prácticas alternativas que rompen con las lógicas
neoliberales. Saber reconocer y poner en valor experiencias relacionadas a modelos
alternativos de educación, economía local solidaria, participación comunitaria, entre otras,
es clave para fortalecer la autonomía de las organizaciones sociales y romper con los
circuitos de reproducción de redes clientelares que frenan el potencial transformador de las
comunidades.

Una agenda de cambios tan ambiciosa a nivel local se debe contar con una fuerte alianza
social en el territorio. Las experiencias de constitución previas al FA, como en Valparaíso,
así como, la constitución de comunales o zonales frenteamplistas, permiten guiar algunos
elementos clave. Poner en el centro de la alianza social acuerdos programáticos claros para
la superación de conflictividades del territorio, acompañándolo de una elaboración
programática mediante mecanismos participativos permite generar adhesión al proyecto que
pueda movilizarse, tanto en el campo electoral, como en el político social.

II.4.2. Definición del proyecto de gobierno local y ejes programáticos.

El marco de las municipales debe situarse en cómo tejemos alianzas sociales y populares
sostenibles, tanto para el momento electoral -en tanto proceso de acumulación de fuerzas-
como para el momento de gobernar, fuera de toda jerarquía entre “momentos”. La
popularidad particular de algún liderazgo puede hacer accesible la victoria, pero es
insuficiente para una construcción estratégica a nivel local, por lo que se requiere atender
sus condiciones específicas, entre ella una militancia activa territorialmente en función del
acumulado político y social construido, al calor de los conflictos locales, previo a la
coyuntura electoral, y por otra parte, el despliegue territorial de las diputaciones en sus
distritos deben ser espacios de politización comunal y de visibilización de las apuestas
concretas del conglomerado.
La importancia que puede tener una política de construcción programática a nivel territorial
empujada desde los movimientos y organizaciones sociales en las que estamos, está dada
por una política de levantar -en los lugares que se considere viable en función del estado
organizativo y de movilización preexistente- plataformas o congresos sociales a nivel
comunal o territorial durante el año 2019. Algunos objetivos son:

1. Posicionar dirigencias sociales y dialogar con las comunidades con miras a la


constitución de una fuerza política, social y electoral.
2. Articular las organizaciones presentes en una comuna (en una primera instancia
sectorialmente y posteriormente intersectorialmente)
3. Crear fuerzas territoriales propias que sean expresión de las organizaciones
convergentes con capacidad de dinamizar y generar diálogos estratégicos en el
territorio.
4. Inserción efectiva del feminismo en el territorio, a través de una política y agenda
que busque propiciar una democratización real y social en la toma de decisiones,
diseño y ejecución de planes, programas y planificación con perspectiva feminista.

III. DEFINICIONES ORGÁNICAS.

Los desafíos políticos que enfrentaremos en los próximos 3 años y en el ciclo posterior
hacen ineludible la necesidad de construir un instrumento político capaz de hacerles frente,
al tiempo que cumplir los requerimientos legales para la constitución de un Partido legal.
Esto nos pone en la obligación de conjugar el carácter movimiental, contenido tanto en
nuestros principios como en las propias necesidades del ciclo político, con las limitaciones
de un Partido Político legal, desarrollando una estructura partidaria donde primen los
principio de democracia deliberativa y paritaria, que promueva el dinamismo, la inclusión y
la apertura al despliegue territorial y sectorial.

Reconocemos desde ya la diversidad de miradas y corrientes en la interna de nuestra futura


organización, y es tarea orgánica garantizar que estas se conozcan, expresen y dialoguen
de manera constructiva en la búsqueda del imprescindible accionar conjunto que nos exigen
las condiciones políticas e históricas.

Los aspectos orgánicos de la nueva fuerza política que estamos construyendo no pueden
ser disociados de los aspectos políticos antes expuestos, pues deben responder a sus
exigencias estratégicas y tácticas. Debemos apuntar a construir una organización política
que tenga carácter de partido-movimiento o partido movimental de masas; es decir, que
permita la flexibilidad y versatilidad necesaria para desplegarse en territorios y frentes de
lucha sin perder la esencial unidad política y de acción que el instrumento y los objetivos
que persigue requieren.

III.1. Espacios de militancia y de dirección


La militancia y su ​praxis determinan materialmente a las organizaciones políticas,
permitiendo su existencia empírica. Los espacios de militancia los entendemos desde el
principio de radicalidad democrática que fundamenta, en la totalidad de la comunidad
militante, la soberanía interna de la organización. Los espacios de dirección, independiente
de sus grados de potestad, deben ponerse al servicio de los mandatos de la totalidad de la
militancia y tener una composición paritaria. En orden de mayor a menor nivel de soberanía
consideramos los siguientes espacios:

1. El Congreso: ​Es la instancia partidaria máxima, que define los contenidos


estratégicos, tácticos y de análisis que deben regir y orientar el funcionamiento y la
práctica política de la organización. Su periodicidad no puede, salvo razones ajenas
a la voluntad de la organización, superar los dos años entre un Congreso y otro.
2. La militancia de base y las Asamblea Comunales y Sectoriales: ​La militancia de
nuestra organización, en los distintos territorios y frentes sociales, se constituirá a
través de la conformación de Unidades de Base, donde se desarrollará la militancia.
Deben estar conformadas al menos por diez (10) personas de un territorio geográfico
específico o a partir de su inserción en un espacio social o de masas común. Estos
espacios podrán elegir sus representantes para los espacios de articulación a nivel
regional. Cada militante deberá militar en un espacio sectorial o territorial, de manera
excluyente. Esto no debe impedir la constitución de espacios de mayor flexibilidad,
de carácter político-social (Unidades Abiertas Político-Sociales), que aun
dependiendo de Comunales, Regionales o Zonales para su constitución y
orientación política, no implicarán una militancia orgánica con el mismo nivel de
compromiso que el de las Unidades de Base, pudiendo participar en estos espacios
simpatizantes, dirigentes y activistas sociales, intelectuales, etc.
3. Asambleas Regionales y Sectoriales: S ​ on el órgano superior de decisión,
coordinación y toma de acuerdos en el ámbito local o sectorial. Serán parte de ella
las delegaciones de cada Asamblea Comunal o Sectorial, pudiendo convocarse a la
totalidad de la militancia del espacio, según necesidad. La integrarán además los
miembros de la Dirección Regional o Sectorial correspondiente.
4. Direcciones Regionales: ​deberían estar compuestas según la necesidad de cada
región con el fin de no sobrecargar con estructuras que impliquen un desgaste
innecesario. Si bien los espacios de base son excluyentes entre sí, las asambleas
sectoriales o comunales pueden responder a una dirección o asamblea regional de
distinta naturaleza.
5. Asamblea Nacional: Espacio de máxima soberanía interna entre Congresos, de
conducción estratégica y que representa la diversidad política y geográfica de la
organización. Los mecanismos de su composición, la cantidad de participantes y su
carácter deben facultar al espacio para construir unidad y síntesis política.
6. Dirección Ejecutiva: ​Deberá existir un órgano que permita implementar y conducir
en forma ejecutiva los acuerdos de la Asamblea Nacional, el que deberá ser electo
de manera directa por la militancia. Si bien se entiende como un órgano colegiado,
debe existir una forma de Secretaría General que la encabece.
III.2. Definición de soberanías políticas.

Las definiciones políticas que se tomen en nuestra orgánica tendrán soberanía por sobre
tendencias u otros criterios. Serán estos espacios donde se tomen decisiones, en diálogo y
de acuerdo a los lineamientos táctico-estratégicos nacionales. Es fundamental para la
constitución una organización política bajo nuestros principios que su estructura orgánica
responda y resuelva mediante canales democráticos, transparentes y reconocibles, sus
eventuales diferencias.

Abogamos por una militancia que se organice libremente en corrientes políticas, que
constituidas, informarán su existencia a la dirección nacional, mediante un documento que
exponga sus enfoques.Una organización democrática internamente debe saber fortalecer la
coexistencia y convivencia de las distintas visiones o tendencias, bajo acuerdo y respeto de
la línea común establecida y en consonancia con principios y acuerdos de la organización.

III.3. Marcos de democracia interna (procesamiento de diferencias) y protocolos de


conducta militante.

Necesitamos una cultura militante que sea reflejo de una nueva forma de hacer política que
se desmarque de prácticas antidemocráticas y patriarcales. Una práctica política coherente,
que tanto al interior de nuestra organización, como en los espacios de inserción o
representación, acepte y valore las diferencias, privilegiando el consenso. Militantes que
respeten de manera estricta las estructuras orgánicas y sus respectivos canales de
comunicación. La sororidad y la solidaridad son los principios que deben regir la cultura
militante, en tanto reflejan el vínculo y afecto de confianza que permite constituir espacios
más propicios para las tareas militantes.

Dada la posibilidad de que se presenten situaciones complejas y de difícil resolución se


hace necesario la creación de protocolos que nos permitan resolver conflictos bajo marcos
establecidos a nivel nacional, así como la elaboración de un Estatuto Militante y la
constitución de un Tribunal de Ética Militante.

III.4. Viabilización e implementación de una orgánica política feminista

El feminismo, en tanto principio y eje constitutivo de la nueva organización, no puede ser


comprendido sólo desde lo sectorial u orgánico, sino que se despliega tanto en la línea
política, en el trabajo de base y las prácticas de inserción política mediante una
comprensión transversal y conjunta de la organización del partido. Implementar solamente
una política de sanción a prácticas patriarcales –como los protocolos– no resuelve el
problema. Es necesario modificar las lógicas de relación que permiten la reproducción
patriarcal de nuestra sociedad, acción que debe partir desde nuestra propia militancia.

Independiente de lo anterior, el proceso de unificación y conformación orgánica debe


establecer ejes que conciban la incorporación del feminismo desde lo orgánico e interno por
ejemplo:
Democracia interna, horizontal y paritaria
El feminismo en el partido no puede sino ser una democratización constante de la misma
estructura y política, lo que implica una composición paritaria, fomentando la representación
de mujeres en al menos un 50% en todos los niveles de la estructura interna del partido, es
decir, desde la dirección general hasta los espacios intermedios y locales. Se debe terminar
con la segregación horizontal de los cargos y asegurar una distribución equitativa en
términos de género a lo largo de los diferentes cargos de dirección. Finalmente, la
democracia interna debe estar vinculada con la representación y defensa de intereses
feministas.

Política de promoción de dirigencias, vocerías políticas​ ​y espacios de formación


La posibilidad de alcanzar la paridad al nivel de los espacios de dirección y toma de
decisiones del partido exige la elaboración de implementación de una política de promoción
de dirigencias y vocerías políticas femeninas, incorporando nuevas formas de liderazgos
que expresan voces diversas y plurales. Lograr estos objetivos exige una política activa de
formación de mujeres en términos de contenido y despliegue en el ámbito público político–
tales como fortalecimiento de capacidades comunicativas, expresión oral y frente a público.

Rotación en los cargos


Un mecanismo central que contribuye una democratización de las relaciones políticas con
perspectiva feminista es la rotación de cargos, propiciando una política activa y constante
de promoción de nuevos liderazgos. Esto previene el enquistamiento de personas en ciertos
espacios, condición que limita el ejercicio democrático del partido.

Cultura militante
El aseguramiento de la paridad al nivel de la estructura de cargos no asegura la
democratización de las relaciones al interior del partido. El proceso debe estar acompañado
de una transformación radical orientado a erradicar las práctica sexistas, machistas y
patriarcales al interior de la militancia. Debemos promover una forma de trato y valoración
igualitaria entre hombres y mujeres, eliminando las relaciones de subordinación y
discriminación fundada en diferencias de género.

Equilibrio entre vida personal, maternidad/paternidad y militancia.​


La transformación de la cultura militante requiere la promoción de una nueva forma de
comprender la militancia, en términos de una experiencia que debe vincular la vida personal
y el trabajo político. En el caso particular de las padres y madres, ello implica la
consideración de la maternidad, paternidad y las exigencias que les impone. Por ello, es
imperativo flexibilizar y diversificar el perfil militante, generando mecanismos y estructuras
que permitan compatibilizar militancia, vida personal y familia: espacio de cuidado,
integración y flexibilidad para el trabajo militante.

IV. Líneas de estrategia electoral para plantilla municipal.


Una estrategia electoral requiere analizar en profundidad el ciclo político y tener claros los
objetivos que esperan de su disputa. En primer lugar, analizar las elecciones municipales
como parte de una estrategia común del periodo electoral al 2021. En segundo lugar, la
estrategia electoral debe ceñirse a la experiencia reciente. Si bien la irrupción del FA fue
importante y su candidatura presidencial obtuvo un 20% en primera vuelta, consiguiendo
una veintena de parlamentarios, lo relevante también fue la holgada victoria de la Derecha y
la aparición de J. A. Kast. En tercer lugar, en relación a la política internacional y lo
anteriormente señalado, el FA debe cuestionarse su rol en el freno de las derechas y el
fascismo a nivel latinoamericano y mundial. En cuarto lugar, en las pasadas elecciones
municipales, las fuerzas que hoy son el FA lanzaron pocas candidaturas, siendo electo
como alcalde sólo Sharp en Valparaíso. Tomando como ejemplo lo anterior, las fuerzas del
FA deber proyectar estratégicamente un despliegue municipal mayor, aunque esta no es
una tarea fácil.

Dada la situación actual del FA, resulta imposible levantar candidaturas competitivas en las
346 comunas del país, considerando que en muchas ni siquiera hay frenteamplistas. Por
esta razón, es vital desarrollar una estrategia que, considerando la visión de los espacios de
base locales, pueda priorizar las apuestas electorales que buscando ganar (posiblemente
en grandes ciudades o capitales regionales), permita dinamizar y articular los territorios
donde la presencia frenteamplista no se encuentre instalada o consolidada. En este sentido
se ha relevante rescatar una de las claves del éxito de Sharp en Valparaíso: la realización
de “primarias ciudadanas” para dirimir al candidato. Esto permitió, dar a conocer al
candidato y generar mayores articulaciones y apoyos entre las diversas fuerzas existentes
en el territorio. Por tanto, se estima oportuno este ejercicio en las localidades donde se
acuerde levantar candidaturas, como así mismo abrir la posibilidad a la participación de
independientes en ellas. Esta definición, en todo caso, deberá ser discutida políticamente en
función de los objetivos que se definan de las elecciones, pero en principio deberían apostar
por el cese del avance de la derecha en todas las comunas en las que esto sea posible, y la
cobertura de las comunas en las cuales el FA no tiene presencia. Adicionalmente, la
realización de primarias puede ayudar a descomprimir las negociaciones por cupos,
considerando que es finalmente la gente quien elegirá al candidato y no las direcciones de
los partidos.

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