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LOS ULTIMOS

EN EL
ESCALAFON
PROLOGO

¡ Por fin se yergue majestuoso el nuevo nido de los aguiluchos ! ¡ Y


enmedio de las salvas y la alegría Indescriptible de todas las antigüedades,
escuchamos conmovidos los himnos de la lealtad, los himnos del honor y
del patriotismo I ¡ Y e n las estribaciones de la sierra del Ajusco, se levanta
orgulloso de su pasado el nuevo edificio del H. Colegio Militar. !

Con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de la


graduación de la antigüedad 1 9 3 7 -1 9 4 0 como Oficiales en el H. Colegio
Militar, plantel en donde se inculca a los cadetes las virtudes militares más
puras y que son la base de su preparación profesional, me es grato presentar
el siguiente relato, en donde se presenta una lección muy diáfana de tales
virtudes militares; una lección de la más pura ética militar que todos los hijos
del egregio plantel, han sabido aplicar en todas las circunstancias que se les
han presentado.

Lo dedico con todo afecto a todos los hijos del H. Colegio Militar, y
en particular a las futuras generaciones de Oficiales que egresarán del
glorioso plantel, como ejemplo a seguir.

GRAL.

Jesús Cortés Becerra.


LOS U LTIM O S EN EL ESCALAFON.

Gral.
Jesús Cortés Becerra

Era ya casi mediodía cuando la pequeña columna hizo alto, los


soldados se enjugaron con rojos paliacates lo5 rostros bañados de sudor,
respiraron hondamente y se pusieron a contemplar a sólo unos cientos de
metros el pueblecillo a donde iban a destacamentarse.
Su misión, la de siempre; la que tienen encomendada todas las partidas
militares en el país: impartir garantías, evitar el eterno despojo de tierras y
combatir el abigeato. Problemas nacionales q'ie a pesar de los años no han
sido resueltos en muchos lugares de la República.
Un sol abrasador bañaba la costa jalisciense y el verdor de la campiña
resplandecía bajo la acción de los rayos quemantes, presentando a la vista
su intensa exuberancia, propia de las tierras del bajío. Se observa a lo lejos
el caserío en las faldas de la montaña; las vacas que vuelven del aguaje
azotándose los flancos y con su andar siempre candencioso; los campesinos
bregando en su ardua labor; el murmullo del río que se pierde entre las
montañas; las doradas milpas que tapizan el campo; el azul añil de los
montes y el cielo siempre límpido que sirve de marco a esos hermosos
lugares de México.
Con acompañamiento de chamacos harapientos y canes famélicos
cuyos ladridos anuncian al pueblo el arribo de la nueva partida militar, desfiló
ésta por la pequeña población con destino a su nuevo cuartel. La calle
principal, la única del lugar, está llena de hoyancos y baches donde los
marranos y sus crías se revuelcan tomando el baño diario; las gallinas
cacaraqueando corren en todas direcciones armando gran alboroto. Todo
esto, sumado al triste aspecto que presentan las casas que forman el
pueblo, dan a éste un cuadro de deprimente abandono propio de los lugares
a donde el progreso y la civilización no han llegado, ya sea por la lejanía en
que se encuentran o por la apatía de sus moradores.
El cuartel está ubicado cerca de un jagüey. El oficial comandante dió
instrucciones antes de ocupar el local, para cjue se hiciera una limpieza
general mientras que personalmente fué a echar un vistazo a todo el
conjunto a fin de tomar las medidas necesarias para el mejor cumplimiento
de su misión.

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Es el cuartel un edificio que probablemente sirvió tiempo atrás como
depósito de la hacienda. De paredes agrietadas y musgosas; muros de
piedra de más de cuarenta centímetros de espesor y una altura como de
'cinco metros que le dan el aspecto de una pequeña fortaleza. La única
puerta de entrada es de madera gruesa con fuerte armazón de fierro forjado
y ancha como todos los zaguanes de las viejas haciendas del México
pasado.
Entrando un patio de regular tamaño, al frente una habitación con una
escalera de madera ya destruida más que por el tiempo, por el insaciable
comején; arriba un pequeño cuarto con ventanas a los cuatro costados que
hace de segundo piso.
Abajo a la derecha, una cuadra con un depósito de agua; a la izquierda,
un muro de piedra con una entrada que da lugar a otro pequeño patio
cubierto de hierba, cuyo crecimiento ha formado una espesa maleza donde
hay una gran cantidad de bichos de todas clases que disfrutan de la
inagotable despensa que se ha formado en ese lugar.
En las paredes que rodean al edificio hay infinidad de toscos orificios
distribuidos en forma conveniente y que seguramente fueron en su tiempo
magnificas aspilleras. El viejo caserón esta circundado por una hilera de
árboles frondosos que se encuentran como a cincuenta metros de distancia,
y que discretamente lo protegen de las vistas del poblado. El cuartel tiene
como único modernismo la bóveda de sus techos que ha sido renovada a
fin de hacer más habitable el recinto.
' La habitación del segundo piso quedó reservada para el oficial, la tropa
se alojó en la cuadra grande y el cuarto de la parte baja se destinó para la
comandancia de la partida militar.
Después de hacer el reconocimiento de rigor y cuando se disponía el
comandante a subir a su alojamiento, observó con curiosidad que en la pared
había una placa cuya inscripción ya muy borrada por el tiempo, apenas si
se podía leer la frase; .... "JUNIO DE 1 9 1 0 ".
Absorto contemplaba la placa tratando de descifrar el resto escrito,
cuando se acercó el soldado Moisés Velázquez, uno de los más antiguos del
Batallón.
- Mi Subteniente -- le dijo el veterano -- veo que se interesa usted p
esa borrosa placa ¿ no ?. Yo conozco la historia y a decir verdad, es muy
interesante.
-- ¿ Fué una acción de armas ? ¿ estuvo usted presente ? -- Preguntó
el oficial sin volver la vista.
-- i Claro que s í ! | y fui el único que logró salvarse de ese rejuego!
El comandante ya picado por la curiosidad y con visible interés replicó:
-- | Cuénteme usted que sucedió aquí I | que decía la placa I

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¡Seguramente ha de haber sido una acción muy interesante!
Y en tanto los dos hombres se sentaban en sendas sillas, el soldado
veterano se quedó muy pensativo por unos momentos; con la mirada fija,
como tratando de recordar lo que iba a relatar, pausadamente principió su
historia.
-- Allá a principios del año de 1 9 0 9 , estando nuestro Batallón de
guarnición en la plaza de Zapotlán, Jal., y teniendo como misión cubrir la
vigilancia del sector militar que limita con el Estado de Colima, llegó a la
Corporación un joven oficial recién salido del Colegio Militar. Al parecer ya
tenía conocimiento de todos los problemas que se le presentarían en el
Cuerpo, pues siempre fué muy entusiasta para todo, demostrando fibra en
todos los actos del servicio y procurando antes que nada, captarse la buena
voluntad de todos los oficiales y aún de la tropa; suplía la falta de
experiencia, con los conocimientos adquiridos aprovechando todas las opor
tunidades que se le presentaban para tomar la iniciativa, pero se reservaba
determinadas opiniones, por aquello de sufrir él consabido descolón muy
común cuando de criticar a un novato se trata.
y críticas de sus colegas, que según ellos, más zorros en las lides militares,
no dejaban de vacilarlo y sobajarlo, no bajándolo de escolapio y :eórico, y
en algunas ocasiones llegando al insulto para lastimar su dignidad de
hombre. El novato aguantaba callado el chaparrón de guasas e insultos,
pero cuando ya molesto contestaba a algún compañero con palabras más
que convincentes, entonces se le decía lo que para un señor Oficial es algo
denigrante: "Oficial de banqueta".
Así estaba la situación. Toda la oficialidad se había formado en el
cuartel; eran hombres que habían llegado al grado que ostentaban después
de muchos años de servicios; la mayoría, por no decir que todos, no habían
tenido la oportunidad de abrirse ^aso en todo lo que se relacionara con los.
libros, salvo claro está, la Ordenanza Generí’ 1 del Ejército, verdadera biblia
del cumplimiento del deber, la cual se sabían al machete artículo por artículo
y al punto y coma.
El recién egresado del Colegio hacía toda clase de esfuerzos por
ganarse el afecto de sus compañeros, pero todo era inútil, y hasta algunos
de los soldados en forma disimulada por aquello de la superioridad,
murmuraban poniendo en tela de juicio la capacidad del Subteniente porque
para la tropa, los recién graduados son teóricos y nada m á s .-
Ni que decir que se desarrolló una batalla sorda entre los dos bandos;
batalla que tuvo como escenario no solo el cuartel, sino el campo de
instrucción, la sala de academias y en donde se aplicó el famoso lema,
aunque un poco cambiado de : "todos contra uno, y uno contra todos".
El Subteniente José Rivera -- así se llamaba el Oficial - era originario

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ríe Guadalajara, Jai., de veinte años de edad, alto y fornido: dado el poco
tiempo que tenía en la Corporación no se le conocían familiares y él nunca
platicaba de ese asunto con nadie. Era discreto, pero cuando se trataba de
asuntos del servicio, entonces se explayaba más de la cuenta tratando de
demostrar sus conocimientos, pero desgraciadamente nunca encontró eco
y sus esfuerzos resultaban vanos.
Dice un refrán popular que el tiempo todo lo borra, y que no hay mal
que dure cien años; pero para el Oficial el viejo Cronos no tenía mucha prisa
en borrar nada; y en cuanto a los cien años ....
Veremos el porqué de este asunto. En esa época, el 23o . Batallón de
Infantería estaba al mando de un General que gozaba de las prerrogativas
del grado. Tenía autorización para trasladarse a Guadalajara al arreglo de
asuntos particulares, y las más de las veces a consultar al médico ya que
su quebrantada salud asilo exigía. Por tal motivo, casi todo el tiempo estaba
ausente y como existían las vacantes del Teniente Coronel y del Jefe de
Instrucción, el mando recaía en el Mayor Jefe del Detall, que también
desempeñaba el cargo de Ayudante.
Era éste un viejo soldado tropero hasta la médula; de gran estatura y
modales bruscos; su físico rugoso, aunque ya frisaba en los cincuenta años,
era fuerte como roble gracias a la dura vida militar; el color moreno de su
cara frecuentemente tomaba un tinte amarillo verdoso por los continuos
sorbos de bilis que hacía, aunados a los que también hacía de aguardiente.
El Mayor Márquez -- así se llamaba -- no había pasado por ninguna escuela,
pero su constante trato con el mando y la oficialidad, aunado a sus muchos
años de servicios le habían proporcionado mucha experiencia para no
dejarse sorprender por nadie y mucho menos por ningún "escuelante" -- así
decía él -- esta experiencia, unida a su carácter, le daban una superioridad
que rayaba en la presunción. Se daba el cargo de Comandante accidental
del Cuerpo y casi casi Comandante; y por presuntuosa que fuera la frase,
como el Comandante titular casi siempre estaba ausente, pues miel en
hojuelas; todo eran órdenes por aquí, disposiciones por allá; además el
cargo le venía muy a la medida pues era Ayudante de pies a cabeza; se dice
que cada mortal desde que nace ya trae marcado su destino; así unos nacen
poetas y otros simples papanatas. El Mayor Márquez nació para ser
Ayudante toda su vida y si en la organización del Batallón no hubiera existido
tal cargo, habría sido necesario inventarlo para él, a cuya medida estaba
hecho por razones de su destino.
A su edad, el Mayor Márquez no tenía muchas perspectivas de llegar
a escalar los grados del generalato, y como su preparación intelectual dejaba
mucho que desear, se había creado en él un complejo de superioridad mal
entendido cuyas consecuencias pagaban la oficialidad y sobre todo la tropa.

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i Y vaya que hacía honor al cargo !
Para él era una dicha, un placer, estar siempre en el cuartel ojo avizor
en todos los actos del servicio; y su mayor satisfacción era solazarse con
los reclutas; esa carne de canon reclutada a base de leva; que habían sido
arrancados por decirlo así. de sus hogares y que por la falta más
insignificante recibían infinidad de insultos, golpes, sablazos y el correctivo
infamante de la época: el cepo de campaña.
Y cuando se pasaba de la raya ensañándose con los soldados y la
guardia en Prevención resultaba insuficiente para alojar a tanto arrestado,
volvía a la tropa furiosa y frenética; entonces se preguntaba todo mundo con
espanto, quiénes serían los infelices mortales que tuvieron la mala
ocurrencia de engendrar a semejante calamidad.
Inútil es decir que el Mayor Márquez le cogió una inquina especial al
Oficial recién incorporado. Era una verdadera coincidencia que el
Subteniente Rivera desempeñara toda clase de servicios en el cuartel, en la
sala de academias y en el campo de instrucción, porque, claro está, procedía
del Colegio Militar, y era el más indicado a fin de que se fogueara como sus
demás compañeros.
Pasado algún tiempo y cuando ya el Oficial iba adquiriendo más
experiencia y por lo tanto más confianza en sí mismo, optó por d ’ mostrar
a sus colegas que lo hacían objeto de sus burlas, una completa indiferencia,
y por lo que respecta al Mayor, paciencia y caso omiso de la "carrillera".
Aumentaba el número de reclutas en el Batallón y con tanta exigencia
de servicios, fué necesario acelerar su preparación; el Subteniente Rivera
fué comisionado para tal fin recibiendo órdenes de emplear todos los medios
posibles para que ese grupo de hombres, en su mayoría campesinos,
estuviera apto para cubrir los servicios que se sucedían uno tras otro, ya que
la situación política por la que atravesaba la República, tenía intranquilo al
pueblo y se respiraba en todo el país bajo una atmósfera de temor, odio y
rebeldía.
Y la consigna se cumplió al pie de la letra; instrucción y academias,
academias e instrucción. Todo el día era de cotínuo trabajo bajo la mirada
vigilante del Ayudante que, como rata envenenada, recorría el cuartel
siempre buscando motivos y aplicando duramente la ley.
Pero si aumentó el trabajo, no así el mal trato ni los castigos inútiles
y hasta el cepo de campaña desapareció cuando menos durante el tiempo
que el recién graduado tomó el mando de esos parias que no
desaprovechaban oportunidad alguna para desertarse, a sabiendas de lo
que les esperaba si eran aprehendidos.
Tacto y comprensión ponía el subteniente en su labor logrando en
poco tiempo imbuir al personal, el verdadero concepto de la disciplina militar,
justa y razonada como se la habían enseñado en el Colegio Militar, que
tiene como base el trato justo a los inferiores como seres humanos y no
como bestias de carga.
Pero era cuento de nunca acabar. Cuando el personal terminaba su
instrucción básica y pasaba a formar parte del Cuerpo listo para toda clase
de servicios, los elementos más antiguos nulificaban la labor que tanto
trabajo había costado, enseñándoles a los novatos las malas mañas y todos
los vicios que imperaban en los cuarteles en aquella época.
-- Mi Subteniente Rivera -- le dijo en cierta ocasión el General
Comandante de la Corporación -- Tengo conocimiento del trabajo
desarrollado por usted con el personal de reclutas. Lo felicito, y espero que
continúe trabajando para bien del Batallón y de su carrera.
El Mayor Ayudante que estaba presente, tragó saliva; nunca esperaba
semejante felicitación sobre todo para un oficial que principia hacer méritos,
y que apenas acaba de causar alta en el Cuerpo. En su rostro de ave de presa
se dibujó una sonrisa mordaz y diabólica.
Ya se encargaría él de hacer llegar a dicho Subteniente el peso del
servicio para que aprendiera más que mucha falta le hacía. ¡ Bah, el que
manda, manda y quepan o no quepan, cartucheras al cañón !

Cierto día el Mayor escudriñaba como perro perdiguero en el interior


del cuartel buscando en quien descargar su bilis. Al pasar por los baños de
la tropa se puso a escuchar la plática de ios soldados.
-- El Subteniente -- expresó un soldado -- es muy buena gente. Lo
trata a uno con energía pero con decencia ¿ no ?.
-- ¡ Claro ! Y le da a uno más descanso que los otros oficiales --
respondió otro -- ¡ Así rinde uno más y aprende más pronto !
Otro del grupo tercié en la charla afirmando: Así deberían ser todos,
con estas matadas que nos dan, ¿ quién va a querer reengancharse con
gusto ?
— Yo prefiero estar aquí en el cuartel y no pasármela trabajando de sol
a sol en el campo -- argüyó un recluta y preguntó a sus compañeros: ¿ Cómo
la ven ustedes ?
-- ¡ Protesto ! ¡ Es preferible que lo golpee a uno el capataz, y no un
montón ! ¡ Aquí desde el cabo hasta los jefes, le mientan a uno la madre,
lo golpean, y todo al amparo de la disciplina m ilita r! -- gritó un compañero
en forma airada y agregó con sorna y con cierta entonación: .acuerden lo
que está escrito en la cuadra de la primera Compañía.
Y al unísono, en coro, todos los presentes se pusieron a rezar en a
voz: " comete el delito de insubordinación el militar o asimilado que con

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palabras, ademanes, gestos o señas, falte al respeto o sujeción debidas a
un superior en categoría o mando que porte sus insignias o a quien conozca
o deba conocer".
Una sonora carcajada se oyó en los baños de la tropa.
-- Se la saben de memoria ¿ no ? -- afirmó un soldado.
-- Manito, con tanto golpe hasta los burros se la aprenden al machete
-- contestó sonriendo un compañero.
El Mayor Ayudante atisbaba detrás de la puerta de los baños
esperando la oportunidad de intervenir lápiz en ristre, para tomar nota y
aplicar la ley con todo rigor, tan luego esos desgraciados se propasaran en
sus murmuraciones.
-- Ojalá pronto nos manden de partida. Ahí hay más chance de
descansar -- auguró uno del grupo mientras alegremente se jabonaba.
-- Bueno, todo depende del comandante que te toque, hay oficiales y
clases que son muy matados y la mera verdad, sale lo mismo estar aquí en
el cuartel que de partida -- objetó otro.
-- ¡ A mi lo que me saca de quicio es estar toda la semana encerrado
y salir nomás los domingos ! - enfatizó un recluta -- ¡ No hay derecho, tal
parece que está uno preso !
Se oyó un fuerte portazo y ante el asombro de todos, apareció la figura
gigantesca del Mayor. Lanzó éste una mirada de fuego a los presentes, y
con voz de trueno exclamó:
-- ¡ Así que mucho descanso, ¿ no ? ¡ Y a veremos en adelante si se
trabaja o no en esta Corporación !
Los soldados permanecieron atónitos, observando al superior con
unos ojos que se les salían de las órbitas.
--¿Aquí?-- preguntó el Ayudante con voz gruñona.
Los soldados se observaron entre sí pero nadie dijo una sola palabra.
Y ante la sorpresa de todos los presentes, sin proferir palabra alguna,
el Mayor se retiró del lugar pues todos estaban en traje de Adán y no se
respiraba ahí precisamente a perfume de rosas.
En cierta ocasión el personal a las órdenes del Subteniente Rivera
ejecutaba prácticas en el campo de instrucción. Creyéndolo oportuno, el
Oficial dió un merecido descanso a la tropa. El Ayudante, al darse cuenta
de ese detalle y entrar en acción fué sólo uno; como de rayo aulló, siempre
lo hacía así:
--¡Mire señor Oficial, ya está bueno de tanta flojera; si allá en el
Colegio se la pasaba usted descansando, aquí no se acostumbra eso! ¿No
se da cuenta que las cosas andan de la trompada? ¡Hay rumores de que
el pueblo se quiere levantar en armas; muchos dizque revolucionarios andan
alborotando a los indios, y usted aquí dando muchos descansos al personal!
¡Necesitamos estar al alba, no vaya a ser que tengamos que echar muchos
balazos! | A sí que a trabajar duro y no se duela de estos muertos de hambre
qüe vinieron al cuartel creyendo que la iban a pasar a sus anchas I
-- Mi M ayor yo creí prudente ....
- - 1 Nada de eso I -- interrumpió cortante el Mayor - - 1 no discuta nunca
al superior I -- Y dirigiéndose a la tropa ordenó bruscamente: ¡ a formar
todos, con esta benevolencia no vamos a ninguna parte I
Los soldados formaron presurosos pensando que el trabajo había
terminado, pero con decepcionante sorpresa, oyeron ordenar al Segundo
Comandante con voz rugiente:
- j M¡ Subteniente, dele al personal diez minutos de paso veloz y lo
retira al baño I
Después de unos minutos de carrera y cuando todos sudaban a
chorros por el tremendo esfuerzo aunado a cuatro horas que tenían de
trabajar en el terreno, uno de los soldados se cayó al suelo quejándose de
un supuesto dolor; el Oficial acudió solícito en su auxilio recogiendo el arma
y la mochila. Como no daba muestras de levantarse, el Ayudante hizo acto
de presencia y propinándole un puntapié le ordenó terminante:
-- | Levántese mañoso I ¿ Cree usted que me va a engañar ? ¡ La
Nación le paga para que le sirva ! -- Y acompañando las palabras con los
hechos, arremetió con manos y pies contra el infeliz soldado que rodaba por
el suelo, tratando de eludir los golpes que le llovían por todo el cuerpo.
-- Parece que está agotado -- aventuró a decir el Oficial.
- - 1 Cómo se ve que usted no conoce a la tropa I | Más práctica y menos
libros se necesitan aquí I ¡ A mi nadie me va a enseñar a manejar soldados!
-- Gritó acremente el Ayudante.
El soldado exclamó desesperado: | Solicito me vea el médico I
-- | Maldito cerdo, qué módico ni qué la tiznada ! -- rugió el Mayor
hecho una furia sin dejar de tirar golpes que el recluta eludía con agilidad,
lo que enfurecía aún más al Segundo Comandante.
-- j Usted no tiene derecho a golpearme ! | Solicito hablar con el
Comandante de Batallón I --G ritó el agraviado un tanto envalentonado ante
la presencia de oficiales y tropa que impávidos contemplaban el cuadro que
se les presentaba a la vista.
Y sucedió lo que siempre sucedía en esos casos. El inferior fué a par
a la Guardia en Prevención con boleta de arresto, y aquí no pasó nada.
Era muy difícil que se le hiciera justicia al ofendido. En esos tiempos
los soldados eran parias, muchos de ellos antiguos delincuentes
condenados a la vida del cuartel, o que habían estado sujetos a prisión por
el rjiás leve delito.
Así estaba la situación en la Corporación. El M ayor Ayudante era una
calamidad. Los Oficiales estaban preocupados y la tropa desesperada y

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nerviosa. La disciplina militar de esa época, aunada a la actitud del Segundo
Comandante, orillaba a los soldados a la deserción y el número de
castigados aumentaba en forma alarmante.
Uno de los Capitanes invitó a sus colegas a estudiar el asunto para ver
la posibilidad de hablar con el Jefe.
-- ¡ De plano con el M ayor no se puede tratar nada, es muy terco y no
entiende de razones ! -- Expresó el Comandante de Ametralladoras.
-- ¡ Tienes mucha razón, si lo entrevistamos, lo único que nos va a
pasar, es que nos va a dar una buena regañada!-- Afirmó otro Capitán.
Nunca se supo a ciencia cierta, si los señores Comandantes de
Compañía llegaron a un acuerdo y hablaron con el Mayor Márquez, pero si
alguien esperaba un cambio en la situación, estaba muy equivocado.

El corneta deja oír las notas de "silencio” . En ia cuadra de la Primera


Compañía se reúnen en grupos los soldados para charlar sobre diversos
tópicos.
-- ¿ Será cierto que se va a venir la bola ? -- Inquirió uno.
-- Pos eso dicen las malas lenguas. V ha de haber algo de cierto,
porque los patrones de las haciendas están muy alarmados y muchos han
venido a solicitar partidas militares, pues temen que los indios se levanten
en armas, - afirmó uno de los enterados.
-- Se dice que allá por el Norte la cosa está fea. -- Que han habido
brotes de rebeldía y que muy pronto se va a extender el rejuego en todo el
país. Aquí entre nos, tengo un compadre en Torreón que me informa todo
y asegura que muy pronto van a verse cosas grandes. -- Argum entó otro
del grupo.
-- Yo he observado a los señores Oficiales que platican muy a la
sordina y como que algo anda mal, porque se les nota preocupados y no
hallan cómo hacerse de periódicos para estar al tanto de la situación.
-- Enfatizó un soldado muy seguro de sus aseveraciones.
-- Y cambiando de plática, ¿ cómo veniste a dar al cuartel ? --Alguien
le preguntó.
- Bueno, fué un verdadero lío en que me metí. Vivía con mis padre
en una hacienda cerca de Talpa; trabajábamos en las labores del campo para
benficio del amo. Cierto día mi hermanita se enfermó y mi padre fué a
entrevistarse con el jefe de la finca para que le facilitara el dinero para
comprar las medicinas; el patrón aconsejó a mi viejo para que la enferma
viera a su hijo que se encontraba en la hacienda de vacaciones y que se iba
a recibir de médico. Mi jefecito no se pudo negar ante tal ofrecimiento, pues
tal cosa hubiera sido un insulto al amo; y como estabamos muy endrogados

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y ganábamos muy poco, hubo necesidad de aprovechar semejante
oportunidad.
Mi hermana entró a los aposentos del dueño de la finca para ser
examinada por el futuro médico. Cuando regresó a nuestra choza dijo que
el joven pasante le hizo una sarta de preguntas y que después de manosearla
le indicó regresar al día siguiente. Mi pobre madre, solícita como siempre,
acompañó a la muchacha a ver al pasante de medicina, pero éste no la dejó
entrar a la casa y en forma cortés le indicó que se retirara.
La que se armó cuando mi hermanita regresó. Toda llorosa y con el
vestido hecho garras, nos dijo que el hijo del amo la había violado a la fuerza;
que le dió a beber un brebaje que casi la hizo perder el conocimiento.
-- ¿ Cómo se atrevió a burlarse de nuestra pobre hijita ? -- decía
mi madre llorando con gran desesperación.
-- Así es la vida, mujer. Ten calma, los ricos no sólo nos roban nuestro
trabajo; No solamente nos tienen muertos de hambre, sino también nos
roban nuestro honor de padres burlándose de nuestras hijas -- Se lamentaba
mi padre tratando de consolar a mi jefecita.
-- ¿ Cómo es posible ? -- pensaba yo -- el gobierno no nos hace
justicia; los dueños de las fincas son juez y parte; vivimos en unas chozas
miserables; el capataz nos obliga a trabajar de sol a sol; ganamos una miseria
de jornal que nunca alcanza para pagar las deudas y todavía así se burlan
de nuestras hermanas.
Uno de los soldados le preguntó muy picado por la curiosidad:
-- ¿ Y que pasó después ?
-- Mi padre trató inútilmente de entrevistarse con el patrón para
arreglar el problema; siempre le decían que estaba muy ocupado para perder
el tiempo en esas cosas. ¡ Ah ! pero tenía que pagar el condenado cerdo
su delito; supe por los cuates, que el tal médico acostumbraba salir de paseo
a caballo y recorrer el campo; y para no hacerles el cuento más largo, sólo
les diré que un día se lo encontraron muerto a machetazos y jamás volvió
2 Guodalajara a terminar sus estudios. Así fué como tomé venganza y me
fui a la capital tapatía, sólo para que el sargento " Techiquín" me ofeciera
causar alta en el Ejército. Me amenazó y no valieron protestas. ¡ Claro,
prefiero estar en el cuartel y no metido en chirona ! ¿ Espero que nadie
hable de este asunto ? ¿ No ?
Alrededor del grupo surgieron murmullos de aprobación y uno de los
soldados gritó:
-- ¡ Pico de cera !
-- A mi me trajeron de Escobedo, pero conste que no por asesino -
- aseveró otro " Juan" -- Sucedió que cierto día esperaba el tren para irme
a mi rancho; me dió sed y fui a las "Nueve Esquinas", allá porMexicaltzingo

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a tomarme unos tepaches con "piquete". Trago más trago, y a poco estaba
pasado de licor; llegaron unos señores y poco tiempo después se
encontraban tan alegres como yo. Comenzó la plática del momento: Que
se viene la revolución; que no,' que siga gobernando don Porfirio; que se
necesita una completa renovación de hombres e ideas; que ya está bueno
que unos cuantos gobiernen y gocen de los privilegios; que no hay justicia;
que el héroe del dos de abril debe de continuar en la silla presidencial porque
ha mejorado mucho a México. La charla poco a poco aumentó de tono;
llegaron las palabras fuertes y luego los insultos, se armó la tremolina y
llovieron golpes por todos lados; a poco relució uno que otro verduguillo y
tuvo que intervenir la autoridad; nos llevaron a la cárcel de Escobedo
detenidos. A los jóvenes nos raparon y para que nos la curáramos, nos
regalaron una botella de licor; me metieron al baño, me dieron un uniforme
y a jalar joven que ya es usted soldado. Y no valieron protestas, sólo me
hicieron saber que la insubordinación se castiga con la pena de muerte.
Lo bueno es que ya me hice al rol y nomás espero me manden de
partida para librarme de ese azote del Batallón, que es el Mayor Ayudante.
-- | Tienes mucha razón hermano I -- Afirmó un compañero -- | Ese
señor no merece otro calificativo I
-- Yo desde pequeño -- Comentó otro soldado -- Quedé huérfano; se
hizo cargo de mí una tía que viviá allá por el rumbo de Analco. No le gustaban
los muchachos ni en pintura y cualquier pretexto era motivo para
propinarme unas palizas que para qué les cuento. Terminó por internarme
en el Hospicio Cabañas donde pasé unos años de mi niñez; a los maestros
del lugar les debo lo poco que sé. Pero faltó el gobierno de mis padres, fui
volviéndome mañoso y ni castigos ni consejos me hicieron cambiar. Se veía
a las claras la clase de fichita que iba yo a ser.
Y el de la voz se encogió de hombros para dar poca importancia a sus
palabras -- Total, un día me castigaron y decidí escapar.
-- | Que bruto eres I -- le refutó un colega -- teniendo alimentos gratic
y casa, yo no lo hubiera hecho.
-- Es que ya estaba enfadado de estar encerrado; mi tía nunca fué a
visitarme y ni los domingos que era día de visita, la vi una sola vez. Total,
que cierta ocasión me sorprendieron robando un cajón de ropa y aquí me
tienen cumpliendo un reenganche de cinco años.
Un soldado veterano le preguntó a un recluta cómo había ido a parar
al cuartel.
-- De plano me enfadé de trabajar en el campo; me pagaban un real
y nunca recibía ni "chivo" completo. -- Siempre estaba endrogado; cuando
no debía el pico, era la pala. Me fui a Guadalajara a vender "trompadas",
hasta que un sargento me engatuzó con que en el Ejército le proporcionan

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a uno buenos uniformes; pago completo en propia mano; le dan a uno
medicinas así como a sus familiares; que dizque es de mucha pomada andar
úniformado como cuando jugaba y soñaba uno de chamaco a los soldados;
que tiene uno derecho al ascenso según su buena conducta y si muere en
servicio, le pagan una pensión a la familia. Me enredó y me di de alta y
todavía estoy esperando la cinta de cabo que me prometió. ¡ Ah ! nomás
llegué al cuartel, un sargento con cara de pocos amigos y sólo porque no
le hice el saludo, quién sabe que tantos artículos de la Ordenanza me citó
y dándome un puntapié por el trasero, me ordenó hacer un plantón de media
hora y eso porque soy recluta. Y la única cinta que veo con frecuencia, es
la que me cruza por la espalda el sargento de semana cuando llego tarde a
una lista; porque eso sí, para golpearlo a uno son muy buenos.

Día sábado. Mucha actividad en el Batallón, preludio de la revista de


armamento, municiones, vestuario y equipo. Toda la mañana se la pasa la
"juanada" cortándose el pelo, embetunando sus fornituras, zapatos y
huaraches; limpiando perfectamente su arma, el chacó y todo el equipo. Los
boleros y las señoras que lavan ropa entran y salen de las cuadras en
constante actividad.
Ese día es muy importante en la vida del soldado y pobre de aquel que
se presente al acto descuacharrangado, porque de seguro queda invitado
a pasar el sábado y domingo en la Guardia de Prevención.
La Ordenanza General del Ejército reza muy claramente; "Limpio, bien
planchado y sin mal remiendo".
Cuando se dió el primer toque para la revista, comenzaron los gritos
e insultos para aquéllos que por algún motivo estaban retrasados; y como
la noche anterior, y así todos los días, los robos están a la órden en perjuicio
de los reclutas a quienes escamotean el jabón, la piola, el aceite, etc., y
donde las clases hacen su "agosto", todo mundo arregla y completa sus
pertenencias a fin de no sufrir los consabidos descuentos y la merma en
los treinta y cinco centavos diarios de haber; el otro medio centavo se lo
"clava" el Primero de la compañía al efectuar el pago en convivencia con
el Capitán Comandante.
Cuando la banda de guerra dió el segundo toque, las Compañías
salieron al patio del edificio a pasar su revista. Y no causó mucha sorpresa
que el Mayor Márquez enfilara la proa sobre la sección del Subteniente
Rivera. Derechito se fué a pasarle inspección. ¡ Nada ! un soldado resultó
con el chacó ligeramente sucio y otro con la recámara de su arma en igual
condición.
Y ardió Troya.

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-- ¡ Mire nada más, mi Subteniente!. ¿ Esa es la manera como controla
a su personal ? ¡ Hay que tener mucho cuidado, aquí se necesita mucha
atención en el cumplimiento de Igs obligaciones ! -* Gritó a voz en cuello
el Mayor, y dirigiéndose al Capitán Comandante a donde pertenecía esa
unidad, ordenó:
-- ¡ Que esta sección y el Oficial, queden acuartelados hasta nueva
órden y se presenten en forma correcta ! Y después de echar una mirada
furtiva al Subteniente y de recorrerle con la vista de pies a cabeza, expresó
con voz despectiva: estos Oficiales no cumplen las órdenes, pero eso sí,
les gusta darse mucho taco. A quí queremos soldados, no figurines.
¿ Por qué esta última expresión ? ¿ Envidia o celos por la Presen
tación? ¿Acaso ése era el motivo de la malquerencia hacia el Oficial?
El Subteniente Rivera siempre se presentaba a todos los actos del
servicio impecablemente; las botas lustradas, perfecto corte de pelo, bien
rasurado, limpio y bien peinado, uniforme ajustado al cuerpo con brillante
botonadura, pistola al cinto y luciendo su fresca juventud y fibra para envidia
de sus colegas. Era por decirlo así, un maniquí en día de fiesta.
Un soldado masculló furioso:
- ¡ Esto es una cargazón ! ¿ Qué culpa tenemos nosotros que le caiga
gordo el Oficial ?
- ¡ Así es la cosa ! -- afirmó otro -- ¡ Total, que lo arreste a él, nosotros
no tenemos porqué irnos entre las espuelas !
-- ¡ Siempre que estoy encuadrado en una sección al mando de uno
del Colegio, sufro las consecuencias ! ¡ El mayor no los puede ver ni en
pintura ! -- Rezongó muy amuinado un sargento.
Y cuando los soldados investigaron a los culpables del
acuartelamiento con desagradable sorpresa comprobaron la exageración de
tales faltas. Entonces se dieron cuenta de la venenosa inquina que el
Segundo Comandante de la Corporación le tenía al Subteniente.
"Todo rigor innecesario, todo castigo no determinado por las leyes
que sea susceptible de producir un sentimiento contrario al deber, toda
palabra, todo acto, ademán ofensivo, así como las exigencias que sobre
pasen las necesidades del servicio, y en general todo lo que constituya
una extralimitación de parte del superior, está prohibida"
Así reza el reglamento y el militar sabe aquilatar dicho precepto; pero
en aquellos tiempos la cosa era diferente. A los sufridos "juanes" se les
lastimaba su dignidad de hombres y de ciudadanos libres; eran parias
condenados a la vida de cuartel; el tiempo de reclutas duraba aproximada
mente tres meses y en ese lapso estaban acuartelados sin salir siquiera los
días domingos; pasado el tiempo anterior, gozaban de libertad si así se le
puede llamar, unas horas cada ocho días, pero acompañados de una clase

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u Oficial, y por rigurosa relación controlada por el Oficial de cuartel y el
Comandante de la Guardia en Prevención.
Todo lo anterior, aunado a la instrucción en el terreno, las academias,
los continuos servicios, golpes, insultos y cepo de campaña, producía en
ellos, aunque se diga lo contrario, un sentimiento de manifiesta hostilidad
hacia el superior, sentimiento contrario al deber que produjo fatales
consecuencias meses después cuando estalló la Revolución.
Finalizaba el año de 1 9 0 9 . La situación política de la República sufría
un facudim iento de graves repercuciones; la prensa de oposición se
enfrentaba en forma suicida al gobierno señalando con índice de fuego sus
grandes fallas, teniendo en los licenciados Blas Urrea y Jesús Urueta a sus
máximos representantes, quienes haciendo gala de sus dotes de tribunos
y polemistas, lanzaban al gobierno ya decadente furiosos ataques,
exigiendo un cambio radical tanto de hombres como de ideas.
El pueblo por medio de sus representantes lanzó el "yo acuso", que
hizo ámpula y sirvió de punto de partida a la ofensiva del grupo renovador
en contra del gobierno porfirista y su famoso grupo de "científicos" formado
por los favorecidos y acérrimos adictos al dictador.
La Nación se sacudía de su largo letargo y pugnaba por un cambio en
lo político, en lo social y en lo económico; la larga y oprobiosa tiranía del
General Díaz era un lastre que el pueblo de México venía soportando por
más de treinta años. La riqueza pública se encontraba en manos de unos
cuantos; los terratenientes habían heredado de los clerical-conservadores
todas las propiedades; el país había progresado pero los beneficios los
disfrutaban unos cuantos; los influyentes manejaban los grandes negocios,
ya fueran agrícolas o mineros; los puestos públicos se heredaban como cosa
particular, formando un circulo vicioso en donde desde el alto puesto, hasta
el más insignificante de los cargos, se entregaba a los parientes y amistades
formándose verdaderos cacicazgos respaldados por fuertes intereses, y en
donde la voz del pueblo se acallaba con el asesinato y las visitas
permanentes a las tinajas de San Juan de Ulúa y de Quintana Roo, según
la condición del individuo.
El país caminaba en un ambiente de corrupción y la prensa de
oposición lanzaba dardos contra la situación pugnando por despertar en el
pueblo e! anhelo de libertad. Se arrebató a los campesinos de acuerdo con
la Ley de Terrenos Baldíos sus propiedades repartiéndose éstas entre los
favoritos formándose así grandes latifundios casi todos en manos de
extranjeros, dejándose a los mexicanos en calidad de peones.
El obrero también sufrió las consecuencias pues nunca se expidió una
ley que lo protegiera y si alguno protestaba, era consignado al Ejército.
Surgió la No Reelección que sintetizó los anhelos del pueblo y que contenía

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los puntos siguientes: No Reelección; Efectividad del Sufragio;
Rehabilitació del Poder Municipal; Supresión de las Jefaturas Políticas;
Supresión de los Contingentes por medio del Reclutamiento Militar; Defensa
de la Pequeña Propiedad y Revisión de las Leyes de Enjuiciamiento Civil y
Penal.
El Ejército también necesitaba una renovación. El sistema de
reclutamiento era abominable; la tropa reclutada a base de leva y conducida
al cuartel en verdaderas "cuerdas"; se sacaba de las cárceles, del campo,
de las fábricas y de los mismos hogares a los infelices que eran consignados
y amarrados para que no se fugaran. De ahí la famosa frase de "voluntarios
de reata" por la forma como eran conducidos al cuartel.
La mayoría de los Jefes y Oficiales hacían las veces de capataces en
las haciendas, su índice intelectual dejaba mucho qué desear pues
predominaban en los Cuadros los que se habían formado al calor de la vida
del cuartel y las asonadas, y no habían pasado por ninguna escuela. Los
Oficiales procedentes del Colegio Militar y los Jefes que habían cursado
estudios, se perdían en el anonimato. Los más de los Comandantes tenían
factura de los cargos que desempeñaban gracias a sus influencias, teniendo
como herencia los cuartelazos de otras épocas. Los que trataban de "salirse
del huacal", eran relevados y trasladados a regiones distantes a fin de que
perdieran su influencia;si reincidían, entonces cosa curiosa, eran
nombrados agregados militares en el extranjero a fin de que no "alborotaran
la caballada".

El corneta toca "afuera las tarántulas". Frase hiriente como la tropa


llamaba al toque de "media vuelta" y que sirve para que abandonen el
cuartel, las mujeres que se quedaron a pasar la noche con sus soldados.
Minutos después rompió los aires la diana mañanera que anuncia el
principio de las actividades. Con las notas de las cornetas y el rao tarao de
las baquetas que rasgan los parches de los tambores, el personal procedió
a asearse pues era día domingo y había que olvidarse del toque de
"instrucción".
-- Ojalá salgamos francos con el Teniente Cleofas -- comentó un
soldado -- es muy enamorado y todo el día se la pasa padroteando con las
"huilotas".
-- Pero eso tiene su inconveniente -- objetó un recluta -- en los
burdeles, casi siempre se sale de pleito y a la cárcel va a parar todo mundo
sin deberla ni tenerla.
- Yo prefiero salir con el sargento "Techiquin", le encanta el trago y
siempre le da a uno chance cuando le invita una copa — afirmó otro.

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Alegres comentaban lo que pudiera ser un fin de semana, cuando el
corneta de guardia dejó oír el toque más popular y agradable que existe en
el Ejército: "Rancho", "a comer, a comer, sinvergüenzas del cuartel".
Cuando las soldaderas entraron al edificio llevando el desayuno a sus
hombres, un soldado gritó con mucho entusiasmo:
-- ¡ Muchachos, ahí viene la "Cilindra" I
Todo mundo llevó la vista hacia la famosa soldadera; esta dichosa
"Cilindra" era una mujer considerada como de las de "pelo en pecho", flaca,
prieta retinta, de estatura regular, piernas cascorvas y huesudas, de ahí el
mote de "Cilindra". Su mayor orgullo eran sus trenzas las que siempre lucía
muy bien peinadas y limpias; picada de viruela, procuraba disimular ese
pequeño defecto con polvos de diferentes colores; su físico dejaba ver que
ya había vivido cerca de medio siglo; viuda quién sabe cuántas veces, sólo
Dios lo podría afirmar, se consideraba con ciertos derechos sobre sus
colegas, pues afirmaba que todos sus maridos habían muerto defendiendo
siempre el supremo gobierno.
La "Cilindra" tenía mucha antigüedad en la Corporación; se ganaba el
sustento dando de comer a los soldados solteros y era muy notorio que entre
sus abonados predominaran los jóvenes, y para nadie era un secreto la
infinidad de escarceos amorosos que sostenía con sus "muchachos", sobre
todo si eran reclutas. Este detalle la hacía blanco de toda clase de burlas
de la "juanada" que dicho sea de paso, todo sabe y no calla nada.
Los soldados hicieron círculo alrededor de la jefa y ésta les sirvió su
desayuno: atole blanco, tortillas y frijoles.
-- Muchachos, les traje unas limas -- dijo la comidera -- y se puso a
repartir la fruta en forma equitativa.
-- ¿ Están dulces ? -- preguntó uno.
-- La marchanta me dijo que eran de Amacueca, ojalá estén sabrosas
-- le respondió la "Cilindra".
Y mientras todos saboreaban su frugal alimento, la comidera come
a tender sus redes amorosas a un recluta. Primero miradas insinuantes,
luego torneándole los ojos y ofreciéndole más comida; una que otra
miradita, guiños, una sonrisita más, y el recién incorporado tuvo que bajar
la vista rindiéndose ante semejantes requiebros.
La "Cilindra" siempre llevaba la iniciativa.
-- Hijo, te traje un cantarito de jocoque. ¿ No quieres un poco ? --
susurró la soldadera con mucha zalamería.
Uno de los presentes se dió cuenta de la maniobra de la comidera y
gritando a voz de cuello para que todos lo oyeran exclamó:
-- ¡ "Cilindra", ya me di cuenta del chicoleo que te tráis con este
recluta! ¿ No quieres que te de yo tu jocoque ? - - y con las manos hizo
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un movimiento prohibido de describir en esta página.
El rostro de la "Cilindra" se contrajo con una ira incontenible.
-¡D á s e lo a tu hermana! ¡Hijo de la tiznada! ¡Desgraciado no eres
mi marido para meterte en lo que no te importa I -- gritó colérica la ofendida.
- - 1 Ujule, ni regalada, mejor que me maten I - se mofó el soldado.
- i Lárgate y busca quien te dé de comer malagradecido I i Me debes
ya diez días de comida y lo menos que podías hacer es callarte el hocico !
-- y cogiendo un jarro, se lo arrojó con todo el coraje que tenía en ese
momento.
Todos los soldados prorrumpieron en sonoras carcajadas y ese día no
se habló en el cuartel más que del gran berrinche que pasó la tal "Cilindra".
Soplan vientos de fronda. Existe una gran inquietud en la
Corporación; se dice que la situación se pone cada día más grave; se habla
de movimientos de tropas en muchas partes del país; de cambios de Jefes
de Operaciones Militares; anda el run run, de que muchos grupos de alzados
merodean por todas partes y que mucha gente ya se levantó en armas; que
en la capital de la República han ocurrido muchos problemas políticos; que
el señor Madero anda alborotando por el norte para derrocar a Don Porfirio.
También se dice que ha habido infinidad de detenciones y muchos fusilados;
que muy pronto se va a venir la Revolución. Y lo más grave, cuando menos
para los miembros del Batallón: que la partida establecida en el poblado de
Purificación, fuó atacada y todos sus integrantes fueron muertos; que se
robaron las armas y que hasta las soldaderas sufrieron las consecuencias.
Y el rumor se confirmó cuando se recibió el parte oficial en la Jefatura
de Operaciones Militares en Guadalajara.
Como reguero de pólvora corrió la noticia en el Batallón, la cual causó
una profunda indignación; porque eso sí, el soldado mexicano tendrá
defectos en su armamento o en su preparación, pero cuenta con lo que
tienen los mejores: espíritu de cuerpo; ese valor moral, esa virtud militar que
sólo se consigue a base de trabajo de conjunto, de equipo, de convivencia
continua, de abnegación y más que nada, de ese enlace moral que forma
parte del conjunto de virtudes militares que persiguen un mismo fin, y que
tiene muy arraigadas el soldado mexicano.
El soldado podrá considerar como enemigo al superior; será reacio a
la disciplina y enemigo de las leyes, pero cuando le hieren en su amor propio,
y ahí también cuenta su Corporación, entonces olvida todo lo anterior y
reacciona el conjunto como si fuera un solo hombre.
-- | Así serán buenos I -- vociferó un soldado lleno de indignación.
-- | Caray, ni a las viejas respetaron esos indios pata rajada I --
Exclamó otro muy amuinado.
Tuvieron que tomarse medidas muy enérgicas con todo el personal

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que estaba destacamentado, porque abundaron las quejas por maltrato a
civiles y otras arbitrariedades que cometieron los "juanes" como venganza
por lo que había sucedido en el poblado de Purificación.
El Subteniente Rivera recibió órdenes de presentarse a la oficina del
Mayor Ayudante quien dió la siguiente orden:
--Va usted a efectuar una investigación relacionada con una queja que
hay contra el personal que se encuentra de partida en la plaza de
Tuxcacuesco. Que le entreguen el oficio y le recomiendo mucho cuidado
en este asunto; se trata de no perjudicar a nadie y lo mando a usted para
que vaya tomando experiencia en ésta clase de servicios.
- M u y bien mi Mayor. ¿ Puedo llevar una escolta ?-preguntó el Oficial.
- ¡ Eso sí que no ! ¿ acaso tiene miedo ? ¡ para esa clase de servicios
no se necesita ir acompañado ¡-cortó tajante el segundo Comandante del
Cuerpo.
- No es miedo, sólo una previsión.
- ¡ Retírese a cumplir la orden ! - Contestó fríamente el Mayor.
Cuando el subteniente llegó a su destino, se topó con un sargento de
esos de armas tomar.
- Mi sargento - preguntó el oficial - ¿ por qué fueron golpeados en
este lugar unos campesinos ?
- Mi Subteniente. Con todo respeto, le informaré a usted que tengo
instrucciones de impartir garantías a los intereses de los dueños de esta
finca.
- ¿ Tiene instrucciones de maltratar a los trabajadores ?
- No. Pero hay que tratarlos a como den lugar y como son flojos y
se emborrachan, pues hay que obrar con energía.
- ¿ También existen órdenes de obligarlos a trabajar ?
-- Sí, porque el amo de la hacienda está muy bien parado con el
General; y no está usted para saberlo, pero el Jefe también tiene aquí sus
siembritas, y se pone muy molesto cuando no se cumplen sus instrucciones
al pie de la letra.
Y cuando el oficial reunió a los labriegos para interrogarlos, trabajo
costó hacerlos hablar pues en ese tiempo una indiscreción por parte de
alguno de los infelices campesinos, equivalía a una grave represália contra
él.
Un valiente expuso:
- Vera usted señor Subteniente. Estas tierras son nuestras pero un
mal día llegaron los actuales dueños que por cierto son extranjeros, y nos
obligaron a entregárselas que dizque apoyándose en una nueva ley que
obliga a entregar las parcelas a favor de éstos señores. Nos dejaron como
peones; nos obligan a trabajar de sol a sol; nos morimos de hambre si no

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compramos lo necesario en su tienda de "raya", nos golpean si solicitamos
garantías o mejores salarios.
-- ¿ Por qué no se van a trabajar a otra parte ?-preguntó el oficial.
-- | Ni Dios lo mande I'el amo nos manda matar si no le pagamos
lo que adeudamos en la tienda; a los jóvenes los mandan a filas y se nos mal
informa con el nuevo patrón.
V el campesino ya indignado prosiguió:
-- Señor oficial, aquí nacimos; éstas tierras son nuestras desde hace
muchos años; éllos son extranjeros; qué, ¿ no hay justicia en México 7 | si
nos quejamos, nunca recibimos contestación de los tribunales I ¿es así
como el gobierno porfirista nos paga a muchos de nosotros que peleamos
para lograr la estabilidad del General Díaz 7 ¿ es así como se debe de tratar
a los mexicanos 7
El indígena dejó de hablar. Un silencio sepulcral reinó por unos
momentos. Ahí estaba pintado el gran drama que vivía México; esa era la
contestación manifiesta del porqué del descontento del pueblo en todo el
país; del porqué de los brotes armados y del porqué de tantos servicios a
las Corporaciones del Ejército.
-- Pueden retirarse señores. Voy a informar ampliamente de este
asunto a la superioridad y ojalá se les haga justicia -- dijo el Subteniente
Rivera.
El joven oficial se retiró muy pensativo. Negros presentimientos
cruzaron por su mente. Sabía que nunca habría justicia para esos párias,
y pensaba para sus adentros: ¿ será posible tanta injusticia y tanta
inmoralidad 7, ¿ a dónde nos llevará toda ésta situación 7
Recomendó al comandante de la partida del lugar tratar mejor a los
peones invocando su miserable condición. El sargento repuso:
-- Esta bien mi Subteniente. | Pero si estos indios condenados se
rebelan, yo les echo muchos balazos I
Cuando el oficial se incorporó a la matriz del Cuerpo, en forma franca
y honrada informó al Comandante accidental del Batallón cómo estaba el
asunto que se le había encomendado investigar provocando con ésto,
comentarios nada favorables a su persona. Y cuando el General tuvo
conocimiento del informe rendido por el Subteniente, se vió precisado a
llamar la atención al ayudante.
-- Mire mi Mayor -- le dijo -- para esta clase de investigaciones, no
mande a ese oficial recién salido del Colegio; estos jóvenes oficiales vienen
muy atiborrados de leyes y reglamentos y aquí la cosa se hila de diferente
manera. ¿ Qué le voy a decir al General Jefe de las Operaciones Militares
7 A los oficiales que vienen del Colegio hay que foguearlos y enrolarlos poco
a poco, pues ya sabe usted que siempre hay que ir con la superioridad. Que

19
se reponga el parte que hizo el Subteniente como usted ya sabe y me lo traen
para revisarlo, pues no deseo más problemas de los que ya tengo.
-- Muy bien mi General. Precisamente lo mandé a él en esta comisión
para que vaya aprendiendo los gajes del oficio que mucha falta le hacen -
-co n tes tó el Mayor a guisa de explicación, y un tanto mosqueado.
-- Sí, pero también hay que orientarlo perfectamente ya sabe usted
que se nos vienen muchos problemas; en el norte ya andan levantados
muchos grupos armados y aquí ya comenzaron también. Tal parece que ya
se viene la revolución, por tal motivo, necesitamos que todos los oficiales
estén bien aleccionados.

-- Mi Subteniente. Solicito hablar con el Comandante de la Compañía


--dijo un soldado haciendo el saludo militar.
-- Asunto. Contestó el oficial.
- ¡ Una queja contra el Primero ! ¡ Continuamente me insulta, me
amenaza sin motivo y cada vez que me ve, insiste a que me deserte; nunca
recibo mis haberes completos, y de plano yo solicito mi cambio a otra
Unidad !
El Subteniente llevó personalmente al quejoso con el Capitán a quien
expuso sin miramientos su problema. El Comandante prometió estudiar su
caso ordenándole se retirara.
Y se desató el diablo.
- ¡ Mire mi Primero, hay que tener mucho cuidado con el personal !
¡ hay que orientarlo debidamente para que no haya quejas y menos de
dinero! -- Argulló el Capitán con cierta indignación -- ¡ a todos nos gustan
los pesos pero hay que saber hacer las cosas ! ¡ no quiero que este asunto
llegue a oídos del Ayudante ! -- ¡ los muchachos jalan parejo, pero se
necesita tacto a fin de que no se produzcan quejas ! ¡ si me quitan la
Compañía, se nos termina el "aceite” ! ¿ no ?
- Sí mi Capitán. Pero no estaría por demás que a este maricón lo
mande usted de partida para que no alborote a los compañeros -- expresó
el sargento a manera de disculpa.
Y este asunto se regó como pólvora.
- ¡ Aquí no caben los llorones ! - afirmó un soldado conformista.
-- ¡ Claro, a quién se le ocurre quejarse del descuento de haberes si
toda la vida ha sido así ? -- enfatizó un veterano.
-- ¡ Exacto ! ¡ el Capitán no obliga a nadie a pedir prestado ! ¡ uno es
el que ocurre a él cuando se presenta una "movida”, para las cervecitas y
también para las medicinas ! -- explicó otro.
Un recluta replicó: ¡ a mi cuando me reclutaron me dijeron que tenía

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gratis el servicio médico así como las medicinas I
- - 1 Como se ve que es usted novato ! | aquí en el Batallón, el doctor
solamente está presente dos o tres horas porque sus asuntos particulares
así se lo exigen I | y de medicinas, ni de milagro, lo único que hay es algodón,
que por cierto se termina pronto, azul de metileno para los venéreos y el
insustituible ungüento doble del soldado !
¿ Y para qué sirve ese ungüento doble ? -- preguntó un ingenuo.
- - 1 Ujule, este bato está muy norteado ! ¿ qué para qué sirve ? | para
las ladillas jóven, necesita usted mucha escoleta ! -- le contestó el veterano
al mismo tiempo que golpeaba en la cabeza en son de broma al preguntón.
Y apareció el peine.
-- Ustedes por lo que veo, no conocen el asunto del quejoso a fondo
- expresó uno del grupo -- esto tiene su cola. ¿ No conocen a la morena
ésa que le trae la comida al llorón ? | es su mera vieja, pero el Primero de
la Compañía ahí también es "primero", ella le da chance y por eso es la
"carrillera" I
-- | Ah caray, ésa no me la sabía yo I - exclamó un soldado muy
sorprendido -- I con razón continuamente lo arresta para poder ir a ver a
la chava I
-- | Abusado mi Primero, quién lo ve tan derechito porque ya saben
que su vieja lo trae muy cortito I -- dijo uno.
-- | Y tiene todo el derecho y la razón I ¿ no ven que ya está en la
antesala del cuadro de Oficiales ? -- aseguró otro.
-- ¿ Lo van a ascender ? -- preguntó un recluta.
-- No, pero si se viene la bola, lo más seguro es que haya muchos que
asciendan al grado inmediato por aquello de los méritos en campaña --
aseveró un soldado.
-- | Sí, y también habrá muchos que mueran en campaña I ¿ no ?
-- sentenció un guasón.
Y por unos días nadie volvió a saber nada del soldado ofendido. Se
decía por los más enterados que lo habían mandado a un destacamento muy
distante de la matriz del Cuerpo. Lo que no se pudo investigar, fué si logró
sus propósitos por su buena conducta o sus "buenas referencias".
Día de prácticas de tiro. Los Oficiales se desgañitan para dejarse oir
entre tanto disparo, exhortando al personal a sacar el máximo provecho en
los disparos. El Mayor Márquez, con su rostro de ave de presa, observa las
fases de los ejercicios y por todos lados se oyen las voces de los sargentos
insultando y exigiendo a los soldados: | idiota, tome bien la línea de mira!
I no sea maricón, no cierre los ojos ! | no jale brusco el disparador I í con
una tiznada, tome bien la posición de tirador I
El ruido era ensordecedor y el tableteo de las ametralladoras con su

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intermitente tiro segador, daba el aspecto de un verdadero combate.
Cuando el tiroteo estaba en todo su apogeo ¡ Pac !, una bala se fué
a estrellar unos pasos adelante del Ayudante cuando éste se dirigía a ver los
blancos para el tiro. Su reacción fué violenta. Y aparecieron Las Furias. Su
rostro se endureció y a grito pelado, ordenó de inmediato se suspendieran
las prácticas y se reuniera a todo el personal.
I Pena de muerte I | insubordinación I
Cuando el Batallón formó en cuadro, el Mayor se dirigió al centro,
increpó duramente a todo mundo; paseándose de un lado a otro, con los ojos
inyectados, llameantes, y su rostro desfigurado por la ira, hizo cera y pabilo
de los Oficiales no bajándolos de ineptos e irresponsables por su falta de
control con su personal.
Siguió un silencio de muerte que duró sólo unos segundos; el
Ayudante dándose de golpes en la pierna con la fusta que portaba en la
diestra, se acercó a la tropa y recorriendo las filas, con voz berreante exigió
que saliera al frente el que había disparado contra él.
Pero nadie habló.
Pálido como muerto V sofocado, por poco le da un ataque de
apoplegía, hizo una profunda aspiración, abrió la boca para hablar, pero no
articuló palabra alguna. Y ante la expectación de todos los presentes, tragó
saliva, cerró ligeramente los ojos, y se retiró del lugar echando pestes y
recordando todos los artículos del Código de Justicia Militar.
I Pena de muerte por insubordinación tratando de matar al Superior!
En silencio, meditando profundamente el incidente, el personal del
Batallón continuó con las prácticas de tiro.
El asunto hizo ruido. Era muy grave lo que había ocurrido para que
quedara así nomás. El General Comandante ordenó una minuciosa
investigación pero nadie s a b e ......nadie supo el misterioso c a s o ........
Y hasta los "perros de oreja", esos soldados que se dedican a la vil
labor de andar investigando todo lo que pasa en el cuartel para decir al oído
del Superior chismes y bajezas, fallaron en esta ocasión.
Nunca se aclaró el asunto y dicen que el tiempo todo lo borra, pero
el Mayor Márquez no olvidó el incidente y es muy probable que le haya
afectado un poco, porque aumentaron los trabajos, los castigos estuvieron
a ia orden del día, y la Guardia en Prevención resultó insuficiente para alojar
a tanto arrestado. La tropa estaba nerviosa e irritada y se vivía bajo un
continuo temor por el castigo, ya que el Ayudante recorría todo el cuartel,
olfateando, investigando, buscando motivos y aplicando todos los rigores
de la Ordenanza contra aquellos infelices que tuvieran alguna falla.
Y se encerró en sus abstracciones. Analizó a cada uno de los
Oficiales, a los soldados y a las Clases a quienes había castigado con más

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frecuencia; a los "fichas" y hasta los reclutas.
¿ No sería el culpable uno de los soldados pertenecientes a la Sección
del Subteniente Rivera ?, en cpanto al O fic ia l......no, en el Colegio Militar
la disciplina es muy d u ra ......es probable....... hay que investigar....... aunque
también hay que reconocer la proverbial lealtad y el espíritu-de cuerpo,
además de la fibra y la abnegación que les inculcan a los cadetes ......
Y por más vueltas que le daba al asunto, no encontraba la solución
del problema.
¿ Sería solo un accidente ? | no , nada de eso I | pena de muerte I
i insubordinación con vías de hecho !
El incidente, o accidente, lo hizo refugiarse en el alcohol y aumentó,
no, es mejor afirmar, dobló su ración de aguardiente; el Cabo escribiente de
su oficina aseguró que siempre estaba entre un trago de vino, y una órden
de arresto; también afirmaba que a veces tenía momentos de lucidez; que
tomaba ¡a relación de todo el Batallón y hacía algunas anotaciones; entonces
esbozaba una sonrisa enigmática y diabólica. Se diría que el alcohol
producía en su cerebro obtuso el genio del mal, porque salían a relucir todos
los rigores de la ley que aplicaba a diestra y siniestra. Y lo que sí se puede
afirmar, es que se aisló con su problema y con nadie compartió a qué
conclusión llegó.
En otras ocasiones se mostraba como un maestro de la saña y la
malevolencia. Sigilosamente se escabullía entre los grupos que formaban
los soldados para sorprender sus pláticas; cuchichiaba con los "perros de
oreja" para estar informado de todo y era por decirlo así, un grotesco
servicio de información en donde él era el agente secreto, y no hacía un papel
digno que digamos en esa clase de trabajo.
A veces, enfundado en un capote de tropa, se colaba en las cuadras
o en los lugares donde los soldados practicaban el rito a birján; entonces
rompía la baraja y embolsándose el dinero de las apuestas, en forma
desvergonzada, descarada y cínica decía a los presentes:
-- | Estas son las buscas del Mayor I
I Ah, pero el asunto no iba a quedar a s í! Continuó investigando a todo
el personal; personalmente hizo sus anotaciones y obraría, vaya si obraría;
algún día tenía que obrar.
-- | Ojalá se venga la Revolución I | a ver si así nos libramos de esta
calamidad I -- se lamentó un soldado.

La sitqación de la República se tornaba cada día más crítica. Todo


mundo hablaba de una inminente Revolución; en todo el país se habían
formado grupos políticos que pugnaban por una renovación en el poder; el

23
pueblo estaba ya cansado del gobierno porfirista y la efervescencia subía
de tono hasta alcanzar perfiles de franca rebelión.
Ante tal situación, abundaron las solicitudes de muchos hacendados
e influyentes para que les proporcionaran servicios, a fin de proteger sus
propiedades. Cierto día se presentó al cuartel un señor amparado con una
recomendación, solicitando una partida militar para garantizar un latifundio
que según él, gran parte de las tierras eran propiedad de un General muy bien
parado en la Secretaría de Guerra y Marina.
Ante tal argumentación, recibió la seguridad de que dicho servicio le
sería proporcionado tan luego contestara a su solicitud la Jefatura de
Operaciones Militares en Guadalajara.
Y entró en acción el servicio de informción del Batallón. ¿ Qué a dón
se establecerá dicha partida ? ¿ qué cuántos hombres la integrarán ? ¿ qué
cuándo saldrá a establecerse ? ¿ será Oficial o Clase el Comandante ?
-- Ojalá no esté muy retirado el lugar -- comentó un soldado.
-- ¡ Si va como Comandante un Sargento, mejor I ¡ los Oficiales son
más gordos ! -- argulló otro.
-- ¡ Y si es un "escuelante" del Colegio, tantito peor ! -- replicó un
veterano.
-- ¡ Manito ! -- intervino uno más -- ¡ a las partidas hay que ir a
descansar ! ¿ entonces, qué chiste tiene estar de partida ?
Un soldado cortó por lo sano enfatizando: ¡ Miren compañeros, con
tal de no estar recibiendo mentadas y arrestos del Mayor Ayudante, que me
manden a esa nueva partida, no importa que se encuentre en el infierno, y
quién sea el Comandante !
Todos los presentes asintieron con un movimiento de cabeza, al
mismo tiempo que soltaban una sonora carcajada.
La noticia puso alerta a las "galletas" porque esas mujeres quién
sabe porqué arte de magia, son las primeras que se enteran de todas las
órdenes y disposiciones y están siempre al tanto de la marcha de la Cor
poración. Las más listas, creyendo viaje seguro, malbarataron sus perte
nencias y se prepararon para salir al nuevo servicio.
Pero solamente un mortal conocía a fondo el asunto; una cabeza que
trabajaba muy sigilosa y minuciosamente; un cerebro que maquinaba
diabólicamente barajando nombres y datos; que hacía cálculos y
suposiciones; que medía los pros y los contras; un hombre que efectuaba
un verdadero estudio de la situación; que sí estaba enterado de todo, pero
que a nadie hizo partícipe de sus maquiavélicos propósitos. Un cerebro que
trabajaba siempre bajo los efectos estimulantes del alcohol.
Dice un refrán que no hay hora que no llegue, ni fecha que no se
cumpla.

24
Y llegó el día que el Mayor Márquez ordenó formar el Batallón para
librar sus órdenes. Lentamente, saboreando sus efectos, el Segundo
Comandante dió a conocer el lugar de la nueva partida. Se establecerá en
una finca situada cerca de Pibúamo; al nuevo servicio irán dos escuadras
pero sin Cabos, es decir, veinte soldados; el Comandante será.un Oficial.
¿ De qué Compañía ?
Con voz calmada fué leyendo personalmente los nombres de los
elegidos; y causó expectación en la tropa, y sorpresa entre los oficiales, la
manera poco ortodoxa, poco reglamentaria, que echaba abajo las normas
administrativas y de control que siempre se han empleado en estos
servicios. Los nombrados no pertenecían a una sola Unidad; eran de todas
las Compañías, inclusive de Plana Mayor y Ametralladoras.
Eran puros "fichas"; todos los maloras e insubordinados; los viciosos
y antiguos delincuentes; formaba ese grupo elegido, la hez de la Corpora
ción; los que siempre estaban invitados a dormir en la Guardia en Prevención
por diferentes infracciones a los reglamentos militares.
La única Clase que nombró el Mayor fué el sargento "Techiquín" que
fungió como Segundo Comandante del nuevo servicio. Y no causó sorpresa
alguna, la designación del Subteniente Rivera como Comandante de la
partida.
Cuando el Ayudante se retiró del lugar, iba inmensamente satisfecho;
en su rostro se dibujaba una sonrisa ancha y desvergonzada; radiante,
saboreaba su triunfo; probablemente estaba en la creencia de que entre los
soldados nombrados para salir figuraba el que disparó por accidente o con
cierto propósito, aquel día de prácticas de tiro.
Cuando terminó de leerse la lista, hubo algunos que esbozaron una
sonrisa de satisfacción: los oficiales y Clases que al fin se libraban cuando
menos por algún tiempo de semejantes calamidades. Hay que aclarar, que
entre los nombrados para salir, había tres o cuatro reclutas que tem pra
namente se habían distinguido como unas "alhajas" y que nada bueno se
esperaba de ellos.
Los soldados se prepararon para salir a su nuevo destino. Todos
estaban muy animosos pues solamente el pensar que al fin se iban a librar
de la bilis del Mayor, se daban por bien servidos. Los demás tomaron la
cosa con naturalidad por estar muy avanzados a esa clase de servicios.
Pero antes de continuar, conozcamos a algunos de los que iban a
abandonar el cuartel.
Entre otros, estaba el "Tapatío"; este soldado era originario de
Guadalajara; acatarraba a sus colegas hablando siempre de su tierra; que
las aguas frescas de San Juan de Dios; que las alegres verbenas de Analco;
que i'-ü hay como las fritangas de Mexicaltzingo y sus Nueve Esquinas; que

25
los ojos tapatíos y la belleza de sus muchachas; que la Misa de gallos del
Santuario; añoraba los paseos a las barranquitas y a los Colomos. De ahí
ej sobrenombre que tenía.
Su presencia en el Batallón obedecía a un "accidente” fué sorprendido
robando las alacenas de los portales; los c u í c o s lo privaron del sentido a
golpes y cuando volvió en sí, ya estaba rapado y fichado en el cuartel; no
conoció a sus padres y desde chico se dedicó a las raterías; hay que decir
a su favor, que todas eran raterías menores, fuera de ese delito, no se le
atribuía algún otro más grave, salvo claro está, cuando trató de asaltar a un
pagador con toda la raya de los empleados de una fábrica.
Alegre, alebrestado y murmurador, empinaba el codo más de la cuenta
y hasta había perdido la costumbre de dormir en su cuadra, pues la mayor
parte del tiempo se la pasaba arrestado en Prevención.
Otro del grupo era el "Cadete"; tenía en su haber dos reenganches;
hijo de una sociedad cuyos miembros tuvieron el buen tino de guardar el
anónimo, se distinguía por su jovialidad y su afecto a las bebidas fuertes.
Muy pendenciero cuando ya cargaba más de cuatro copas en el estómago,
figuraba en su expediente un proceso por lesiones que ocasionaron la
muerte sin intención de causarla; gustaba hacer gala de sus conocimientos
militares de ahí el apodo que tenía; algunos compañeros aseguraban que
tiempo atrás, hizo el intento de ingresar al Colegio Militar y como no lo logró
se dedicó a la bebida.
No eran muy valiosos sus "servicios" penitenciarios pero suplía esa
insuficiencia con su compañerismo y amistad hacía todos sus colegas. Hay
que decir a su favor, que entre todo el grupo, era el más preparado pues
aseguraba que en el Hospicio Cabañas había terminado su educación
primaria.
A este otro soldado lo apodaban el "Chopas"; era borracho
consuetudinario; presumía de catador pretexto para ingerir toda clase de
bebidas fuertes; le encantaba fumar una yerba que según él, entre más
grande era el papel de la envoltura, más alto el piso a donde subía.
Había nacido en una noche de estrellas, y sólo éstas podrían decir en
virtud de qué conjunción; otro de sus "méritos" que figuraban en su
expediente: asalto a mujeres en despoblado; cuando, carecía de dinero para
poseer a una mujer, satisfacía sus apetitos sexuales abusando de su
fuerza,en lugares fuera de vigilancia.
Tenía cara de ratón y color prieto retinto; su cuerpo era corpulento y
un tanto encorvado y se sentía orgulloso de su fealdad, pues le atribuía a
exceso de masculinidad; tenía predilección por las mujeres de mayor edad
que él porque opinaba, eran más sufridas y trabajadoras, además, le
obsequiaban dinero y satisfacían sus pequeños vicios; de ahí el mote de

26
"Chopas" por aquello de que a los viejitos les sirven sus chopitas.
A otro soldado lo apodaban el "Chanclas"; presumía de zapatero
remendón. Había sido huesped'de la cárcel de Escobedo en dos ocasiones
por presunto homicida; confundió el abdomen de dos amigos ocasionales
de cantina, con la osearía que utilizaba para remendar zapatos. Eterno
faltista, se excusaba aduciendo que "era poco el pre y mucha la fatiga", y
que por tal motivo, lo vencía el sueño por lo cual faltaba frecuentemente a
la lista de diana.
Si algún mortal investigara el origen de la palabra haragan, es muy
probable que descubra que fué inventada para el "Chanclas", pues le caía
muy a la medida; a falta de otros "méritos", era pendenciero y murmurador
y despreciaba las "tiránicas" leyes que rigen a los hombre.
Para librarse de la cárcel, fué consignado al Ejército y resultó ser uno
de los que encabezaron la lista que formuló el Mayor Ayudante para salir a
la nueva partida.
Un detalle caracterizaba a todos los soldados nombrados: como el
espacio reservado en sus expedientes para inscribir sus arrestos era ya
insuficiente, todos tenían hasta dos hojas adicionales y para ellos era un
orgullo dar más trabajo a la oficina del Detall.
Para no cansar al amable lector describiendo los "servicios
distinguidos" del resto del personal, solamente se afirma, que no se
quedaban muy a la zaga de los ya mencionados, por lo que el grupo
constituía toda una "élite".
El sargento "Techiquín", nombrado como Segundo Comandante, era
un viejo soldado con mucha experiencia; para él todo el tiempo pasado fué
mejor, cuando se le pasaban las copas -- único vicio que tenía — describía
con mucho entusiasmo todas las sanfrancias en que anduvo por todos los
ámbitos de la República; su carrera comenzó a raíz de que Don Porfirio tomó
las riendas del gobierno; y se ufanaba de haber puesto su grano de arena
para que el héroe del 5 de Mayo fuera Presidente de México.
Eran muchas las campañas en que había participado y en su
expediente figuraba que siempre se portó a la altur a de su deber defendiendo
al supremo gobierno. No era profesionalmente muy preparado, pero tenía
mucha experiencia para manejar soldados; era el azote de los mañosos y su
especialidad consistía en domar a los "gallitos"; no permítía que nadie se
burlara de él, pero su facultad de viejo soldado para cambiar de actitud, lo
presentaba a veces comprensible y hasta bonachón.
Su mayor aspiración era llegar a Primero a fin de colarse a la antesala
del cuadro de Oficiales - Aunque me retiren de "sóstenes", pero yo quiero
ponerme la barrita — solía decir suspirando.
Este sargento era el prototipo de "tropa vieja, qué tiempos aquellos".

27
El "Techiquín", ducho en toda clase de menesteres, insinuó al
Subteniente Rivera.
-- Vamos a destacamentarnos muy lejos; la finca está a más de cien
kilómetros y en plena serranía. ¿ No sería conveniente solicitara usted se
nos reforzara con una "cononita" ?
-- | Buena idea I -- repuso el oficial -- pero me temo que van a ser
infructuosas nuestras gestiones.
Y cuando en compañía del sargento entrevistó al Mayor Ayudante
para solicitar el refuerzo de la ametralladora, éste le respondió con voz
cortante:
-- j No es posible acceder a su solicitud I -- y con aire de mucha
suficiencia enfatizó: | usted sabe muy bien que esas armas son del resorte
del mando I | los demás oficiales nunca piden se les reforce con nada I
Y la tropa se preparó para salir a su nuevo destino.
-- | Bendito sea Dios I | por fin vamos a liberarnos del M ayor -- se
felicitó un soldado.
-- | Pero qué mala suerte I \ el subteniente Rivera no tiene ninguna
experiencia y a lo mejor no puede con el paquete I -- aseveró otro.
- - 1 Ojalá no vaya a resultar lo mismo que aquí en el cuartel I | puras
mentadas y castigos I -- enfatizó cortante el "Chanclas".
-- I Ah no I | allá a donde vamos a establecernos, nada de golpes ni
mentadas, estaremos aislados y la cosa debe hilarse de diferente manera,
en esos lugares puede uno desertarse más fácilmente; también hay
ocasiones en que las cosas se arreglan de otra manera, y más de una vez
ya han ocurrido, ¿ no ? -- sentenció amenazante el "Tapatío".
Todos los presentes se miraron unos a otros con cara de interroga
ción, ante las palabras veladas de su colega.
Uno del grupo discrepó afirmando:
-- Bueno, yo no estoy de acuerdo con todo lo que dicen ustedes. El
Subteniente es un hombre justo, nos ha tratado como la gente; nos ha dado
muestras de comprensión, además, en todas las ocasiones que se le han
presentado, ha demostrado tener capacidad, ¿ no lo creen ustedes ?
-- j Voy voy con este barbero ! - vociferó un compañero en forma
despectiva causando hilaridad entre sus compañeros - - 1 Es superior y tiene
grado I | en el cuartel los de abajo recibimos sólo mal trato de los superiores
en general I ¡ aquí no caben los sentimentalismos, nomás eso nos falta
ba I
- | Además es "polveado" y a estos señores les gusta much
aparato y son muy matados I -- agregó otro soldado.
Llegó la hora de partir. El oficial recibió instrucciones de efectuar el
desplazamiento por sus propios medios; se le autorizó alquilar bestias

28
previo paga de su propio peculio, porque el encargado de la finca a donde
iban a destacamentarse, sólo proporcionaría medios de transporte hasta
arribar a Pihuamo.
I Ah I pero el Ayudante quiso despedir al personal a su manera;
deseaba gozar, dejar sentir su autoridad por última, vez dejando caer en el
corazón de aquellos infelices una gota de hiel; tenía que descargar su furia
y demostrar a todo el Batallón, el poco afecto que tenía a esos malas
cabezas.
Ordenó en forma terminante, que los soldados se desplazaran sin la
compañía de sus mujeres. Este detalle aparentemente insignificante, es de
gran importancia para la tropa; las soldaderas son indispensables no sólo
para preparar los alimentos, lavar la ropa y hacerse de víveres como Dios
les da a entender; también con su presencia dan aliento a sus "juanes"; les
hacen la vida más llevadera, independientemente de que muchas de las
veces se mueren junto a ellos si así lo requieren las circunstancias.
Pero el M ayor que de sobra conocía todo lo anterior, quiso asestarles
un golpe bajo que les recordara siempre quién era el que mandaba en el
Batallón.
La anterior disposición primero produjo asombro y después rabia
cuando el Segundo Comandante recalcó:
- | Las viejas que se vayan después I j la tropa no debe de perder
el tiempo, y como está la situación, es peligroso viajar con mujeres !
¡ Santo Dios I | el ayudante se preocupaba por la seguridad de las
"galletas" I En su vida en la Corporación y sólo el santo cielo sabe cuántos
años tenía, nunca había asumido semejante actitud. ¡ Para lo que se lo
agradecían los soldados I
-- Mi Mayor, ¿ no sería posible que nos acompañara la señora del
sargento ? -- solicitó el oficial.
- i He dicho que las soldaderas se irán después I | que coman como
puedan I | que, ¿ acaso no son soldados ? -- graznó colérico y categórico
el Segundo Comandante.
Se oyó un murmullo de voces y maldiciones que nada bueno
auguraban.
- - 1 Me lleva......I -- gruñó un soldado dándole un manotazo a su arma.
- ¡ Quién va a preparar la "soleta" ? -- se preguntó otro muy amuinado.
-- ¡ No hay derecho, mi vieja ya tiene todos sus tiliches listos y hasta
una bestia alquiló I -- se quejó un veterano.
Llevándoles la corriente, el sargento "Techiquín" repuso: -- Jóvenes,
recuerden que las señoras son muy listas; pronto van a conseguir caballos,
y casi puedo asegurarles que van a llegar a Pihuamo antes que nosotros.
Además, qué les apura, no es la primera vez que marchamos solos y vamos
al sur, señores, a donde abunden las muchachas bonitas, a lo mejor se
29
conchavan una abajeña.
Los soldados esbozaron una amplia sonrisa brillándoles los ojos
' intensamente. Uno informó:
-- ¡ Sí, son muy lindas las condenadas !
Tambores y cornetas dejaron oír la diana mañanera cuando el personal
salió a cumplir con su deber. En una cosa coincidían todos sus
pensamientos: al fin se iban a librar de la bilis del Mayor; en lo sucesivo,
éste podía dormir tranquilo, ellos se encargarían de hacer la vida imposible
al Subteniente Rivera y para eso, tiempo les iba a sobrar. Que él no tenía
la culpa, aceptado; pero era el Comandante, tenía grado y para su culpa,
procedía del Colegio Militar.
Si el Ayudante los mandaba de partida como mero castigo o
ensañamiento de su parte, ni hablar; iban a cambiar de aires y ya
encontrarían la manera de desquitarse, pues llevaban el odio y el rencor
dentro de sus corazones acumulados por tanto castigo que habían
soportado desde que fueron dados de alta en la Corporación.
Cuando la tropa a las órdenes del oficial franqueó la Guardia en
Prevención, el Cabo de Cuarto gritó:
-- ¡ Salen un Oficial y veintiuno de tropa !
Y en el interior del cuartel, se oyó una voz aguardentosa que dijo:
-- ¡ Se quedan los sanchos......!

La situación que prevalecía en toda la región, impidió al Subteniente


conseguir bestias para el traslado y eso aumentó el malestar de aquellos
indeseables. La marcha se efectuó por sus propios medios y sin ninguna
novedad. Cuando llegaron a Zapotiltic en fin de jornada, era ya después de
mediodía; los habitantes del lugar, tan luego se dieron cuenta de la presencia
de la tropa, cerraron sus casas a piedra y lodo y mucho trabajo les costó a
los soldados adquirir alimentos. Ante tan "cálida recepción", el Oficial optó
por abandonar la ranchería a fin de evitar problemas con los civiles, haciendo
alto a unos cientos de metros más adelante.
Por la noche se armaron las tiendas de campaña y el personal preparó
su cena. Y todos quedaron asombrados cuando el Subteniente muy
tranquilamente, sin solicitar ayuda a nadie, se dispuso a comer galletas de
un paquete que llevaba y con agua de su cantimplora, completó su frugal
alimento. Y cuando esperaban la órden de armar su tienda, éste dejó
estupefactos a todos cuando con mucha calma tendió una manta en el piso,
se descalzó y después de nombrar el servicio, se preparó para dormir en
pleno campo raso.
Las horas transcurrieron sin novedad. Allá por la media noche, el

30
"Chopas" furtivamente salió de su tienda y se internó en la maleza. Minutos
después llegó hasta el pequeño vivac, un olor muy peculiar parecido a petate
quemado.
-- ¿ Te diste cuenta ? -- cüchicheó el soldado de servicio.
-- Sí, el "Chopas" ya se fué a enmariguanar -- dijo quedamente el Cabo
de Cuarto -- pero es muy descarado, había de haberse ido a fumar la yerba
más lejos.
A poco se armó el gran escándalo; el ladrido de los perros y el
cacaraqueo de las gallinas rompieron el silencio de la noche; luego apareció
la figura del "Chopas" que discretamente se metió en su tienda sin proferir
palabra alguna.
Hicieron su aparición dos campesinos de aspecto muy humilde,
quiénes topándose con el centinela, le informaron que alguien se había
introducido al gallinero de su propiedad robándose un animal.
- | Señores, aquí no hay ladrones I -- gritó ásperamente el Cabo de
Cuarto -- | este es un puesto militar, favor de retirarse I
Dando toda clase de excusas, los labriegos se retiraron del lugar
mirando furtivamente en todas direcciones.
El Subteniente Rivera interrogó al "Chopas" pero éste ladinamente
repuso:
-- | Mi Subtte I ¿ Cómo voy yo a cometer semejante delito si se que
está penado por el Código de Justicia Militar ?
Los que oyeron lo anterior, observando maliciosamente a su
compañero, esbozaron una sonrisa.
M uy temprano se levantó la tropa para proseguir su marcha. Los
"juanes" prepararon su desayuno y el cafó calientito hizo el deleite de todos;
y ante el asombro de los presentes que no esperaban semejante actitud, el
"Chopas" se acercó al Subteniente y en forma comedida y ladina, le dijo:
-- | Mi Subtte, ¿ le gusta la pierna o prefiere la pechuga ?
El Comandante se sorprendió de momento, pero llevándole la
corriente, con una sonrisa condescendiente y moviendo la cabeza de un lado
a otro, aceptó de buen agrado el obsequio de su subalterno.
-- | Soldado viejo no pierde terreno I -- exclamó el "Chopas" ante la
hilaridad de sus colegas.
Cuando el sol apareció en el horizonte, la pequeña columna ya iba muy
adelantada en su segunda jornada; un viento fresco invitaba a respirar a todo
pulmón; a lo lejos se observa el humo que sale de las chozas anunciando
la hora del primer alimento; las guacamayas arman gran alboroto y el trinar
de los pájaros parece una sinfonía que saluda al nuevo día.
Todos se han olvidado de los problemas del cuartel, y hacen votos por
una estancia agradable y duradera en la nueva partida en Pihuamo, que

31
promete descanso y tranquilidad.
i Qué caray, después de todo, hay que saber llevar las cosas como se
Rresentan I | Decididamente en la vida todo tiene remedio y ahora viene lo
bueno I ¿ El Mayor ? ¿ Ese hombre alcohólico que a todo mundo saca de
quicio con sus mentadas y castigos ? - | Que se vaya al diablo, y ojalá no
lo volvamos a ver en mucho tiempo !
Absortos contemplaban el paisaje sumidos en sus abstracciones,
cuando de pronto se oyó un golpe seco seguido de una blasfemia; uno de
los reclutas cayó cuan largo era rodando estrepitosamente por el suelo.
Sus compañeros festejaron el estropicio a su manera:
- | Ahí van las de hule I -- gritó el "Cadete" soltando la risa.
- - 1 Cuidado con el "acocote" I -- exclamó el "Chanclas" sentenciando:
I Eso les pasa sólo a los brutos !
El resultado fué que el soldado sacó una ligera luxación. Y por poco
se van todos para atrás, cuando con semejantes ojos que se les salían de
las órbitas, observaron a su Comandante tom arla mochila del accidentado,
ajusfársela a la espalda, y cargar el arma suspendida del hombro sin chistar
una sola palabra.
Siguió el murmullo en la pequeña columna.
-- | Bah, pos sí es de fibra el Subtte ! -- comentó un soldado.
-- | Claro, acaba de salir del Colegio Militar I -- afirmó el "Tapatío".
- - 1 A poco nomás los del Colegio las pueden ! -- objetó el "Chopas".
El "Chanclas" sentenció despectivamente: ¡ A ver si a la hora de echar
balazos demuestra la fibra que ahora presume I
- | Y tú "Chopas" -- le reclamó el "Tapatío" -- ¡ A ver si ya dejas de
andar de lambiscón con el Subteniente, a poco le das de comer en la boca!
El camarada se disculpó aduciendo que le invitó parte de la gallina que
se había robado la noche anterior, sólo para calarlo y ver cómo reaccionaba.
Ante semejante argumento, su amigo le devolvió su amistad.
Un ruido estrepitoso de caballos en plena carrera cortó la charla de los
"juanes" . Se oyeron voces de: | Viva la revolución ! | Abajo el mal
gobierno I | Viva Madero !
El Subteniente Rivera reaccionó con rapidez ordenando a la tropa
tenderse en tierra aprovechando el terreno. Con la velocidad del rayo, los
soldados cayeron al suelo cortando cartucho, pero con satisfacción vieron
que los montados se retiraron rápidamente dejando atrás una nube de polvo
y algunos sombreros de palma que identificaban plenamente el origen
campesino de sus dueños. El Oficial observó que no todos estaban
armados, pero la provocación indicaba que las cosas andaban mal y no
como las pintaba el gobierno porfirista.
Minutos después se continuó la marcha. Los soldados caminaban en

32
silencio; presentían el peligro que los acechaba; muchos de ellos habían
sentido en carne propia, la mano de hierro de los capataces y los amos de
las haciendas; conocían de sobra los sufrimientos de los labriegos y las
injusticias que imperaban sobre todo en el campo. De todo lo anterior, hacía
que sus temores se acentuaran porque los brotes de rebelión iban dirigidos
contra el gobierno y también contra el Ejército.
Para el medio día la marcha se volvió sofocante; un sol de fuego caía
a plomo obligando al personal a limpiarse el rostro bañado de sudor, y dar
grandes sorbos de agua de sus cantimploras.
En la Higuera, lugar a donde la tropa llegó en fin de jornada, también
tuvieron dificultades para adquirir alimentos, pero los soldados iban ya
preparados y pronto arreglaron una fogata para preparar la cena.
Esa falta de cooperación del elemento civil tenía muy preocupado al
Oficial; decididamente el Ejército no era grato al pueblo y eso significaba que
la Nación andaba mal. La represión en Cananea en 1 9 0 6 y la matanza de
obreros en Río Blanco y Orizaba en 1 9 0 7 , seguramente fueron el principio
del fin de Don Porfirio; la presencia de grupos armados en todo el país, era
un aviso muy claro que pronto estallaría un movimiento armado a nivel
Nacional.
-- | Que nadie se retire sin permiso I -- ordenó el Comandante
agregando: | No importa que mañana no desayunemos gallina I
Los soldados esbozaron una sonrisa al mismo tiempo que llevaban la
vista hacia el "Chopas", mientras éste hacía un gesto festivo.
La noche pasó sin novedad. Muy de madrugada, el personal
abandonó el poblado iniciando la marcha a su destino, reinaba gran
camaradería y hasta los reclutas parecían más avezados al oficio. Pero de
esas almas tenebrosas todo se podía esperar; habían jurado hacerle la vida
pesada al Comandante y los medios para lograrlo no les faltaban.
Ya entrada la mañana y cuando el sol comenzó a calentar, un soldado
se sintió mareado y cayó pesadamente al suelo; hay que aclarar que el astro
rey tuvo solamente una mínima participación en tal desaguisado; a poco
otros compañeros tuvieron el mismo problema. La bebida embriagante que
ingirieron estaba haciendo sus efectos.
-- ¿ Quién fué el que trajo el aguardiente ? -- preguntó visiblemente
molesto el Oficial.
Pero de aquellos rostros enigmáticos e impenetrables, no salió ni una
sola palabra. Solamente se observaron unos a otros encogiéndose de
hombros.
-- | Hijos de la tiznada I ¿ no pueden dejar de tomar por unos días ?
-- tronó encolerizado el Sargento "Techiquín", y uniendo la acción a las
palabras, se puso a repartir puntapiés a los que estaban caídos por efecto

33
del licor.
— Oilo, como si no le encantara el trago -- susurró un soldado a un
.compañero.
Uno de los mareados se puso a tararear la hiriente y mordaz parodia
del toque de caballería "Limpia": arriba soldado raso, sargento muía, cabo
ca...... No terminó de canturrear, porque el "Techiquín" le atizó un culatazo
que lo hizo rodar por el suelo.
- - 1 Eso sí se la aprenden de memoria I ¿ No? | Habían de dejar de tomar
a estas alturas I ¿ Quién fué el que trajo el chupe ? -- preguntó el sargento.
- - 1 Mi Sargento I -- rezongó un soldado - yo sí me sé el Reglamento.
Dice así: "comete el delito de abuso de autoridad, el superior que...... un
culatazo por la espalda lo obligó a guardar silencio.
-- | Cállese desgraciado I -- le gritó el "Techiquín".
El incidente retardó la marcha por algunas horas y cuando continuaron
la caminata se toparon con un jagüey que hizo las delicias de todos, pues
desde que salieron de Zapotlán no se habían bañado; los que estaban en su
sano juicio, le dieron una buena remojada a todos los que habían empinado
el codo para que se les bajaran las "cucharadas".
El Subteniente se prometió así mismo, tener más cuidado con aquella
jauría de maloras.
Al término de la jornada reinaba el mejor de los ánimos; se charló largo
y tendido de la novia distante que se quedó como la del pueblo; de la familia
que hubo abandonar por culpa del inhumano capataz de la hacienda; de la
miseria en que vivían en el rancho; de la situación en que vivía el país; del
posible estallido de la bola; de las viejas que se quedaron en la matriz del
Batallón; de la vida placentera que les esperaba en la partida. Todos hacían
planes para el futuro. Pero, ¿ tenían algún futuro aquellos hombres
abyectos?
Constituían la escoria de la Corporación y no se presentaba ninguna
perspectiva halagüeña para un porvenir mejor.
~ El gozo sería completo si estuvieran aquí las viejas -- afirmó el
"Chanclas".
- | Ah, pero que no nos haya permitido traerlas I | esa sí fué una
represalia I -- se quejó el "Tapatío". Alguien llevó la vista a donde
descansaba el Oficial.
-- Hasta ahorita se ha portado "leña" ¿ no ? - aseveró el "Cadete".
-- | Nunca hay que confiarse I - advirtió el "Chopas" — j a lo mejor
llegando a la finca comienza hacernos la vida pesada I
-- Estos oficialitos del Colegio Militar, como están jóvenes, todo se les
hace un polvo y a costillas de los sufridos "juanes" quieren hacer méritos!
enfatizó el "Tapatío" y dirigiéndose a sus compañeros, -- espetó: -

34
I Necesitamos hacer un sólo frente para ayudarnos a fin de que no nos vaya
a traer a la "carrillera" !
-P e ro , ¿ y el "Techiquin" ? - inquirió un soldado.
- i Ese es uno de los nuéstros, yo estoy seguro que en un momento
dado, jala parejo con nosotros I | es tropa I ¿ no ? - afirmó el."Chanclas"
muy seguro de sus aseveraciones.
Todos los presentes asintieron con un movimiento de cabeza al mismo
tiempo que volvían la mirada a donde se encontraba el sargento.
Esa era la opinión de aquellos hombres. Pocos son los ejemplos en
que esta clase de soldados se hayan convertido en amigos del superior; pero
cuando un comandante es justo y enérgico, es aceptado y en este caso se
puede esperar mucho de la tropa; marchará por sí sola; los soldados estarán
siempre listos para lo que se ordene; se mantendrán a la altura de su deber
por amor propio; estarán atentos e interpretarán las órdenes
automáticamente. Y aquel conjunto de lebrones se convierte en un haz de
voluntades del que se pueden esperar muchas cosas positivas.
Ah, pero no basta desear tan agradable resultado. Hay que tener
habilidad para lograrlo; conocer a la tropa; convivir con ella; conocer sus
problemas, virtudes y defectos. Y estos conocimientos sólo se adquieren
cuando se ha permanecido mucho tiempo en las Corporaciones. Eso lisa y
llanamente se llama: experiencia en el mando de tropas en todos los
escalones de las Unidades.
Muy de madrugada el personal emprendió la marcha. Algunos
kilómetros adelante, la columna se topó con un caudaloso río cuyas crecidas
aguas hicieron desaparecer el vado que se utilizaba como paso; el oficial
tomó las medidas necesarias para evitar un accidente; se improvisó con los
portafusiles una cuerda; se confeccionaron dos estacas de madera; uno de
los que mejor sabía nadar, pasó al otro lado del río y sujetó con una de las
estacas la cuerda que serviría para el paso de la tropa. En fila india los
soldados pasaron las provisiones y el equipo y así, todos fueron pasando
al lado opuesto. Pero nunca falta un problema; un chambón se soltó de la
cuerda y fué arrastrado por la corriente aguas abajo. Entonces la tropa se
dió cuenta qué clase de Comandante tenían. Con rapidez y decisión el
Subteniente se lanzó tras el accidentado logrando después de muchos
apuros llegar hasta él. Lo sujetó de los cabellos y después de mucho
forcejear, logró conducirlo hasta la orilla ante la perplejidad de todos los
presentes.
Y de aquellos hombres fríos e indiferentes; que despreciaban todo lo
que oliera a superior; que se rebelaban contra todo lo que fuera disciplina
y órden, brotó una muestra de agradecimiento por la manera de proceder
de su Comandante. Uno le ofreció una camisola; otro un pantalón y uno más

35
su cantimplora para saciar la sed. Todos quedaron vivamente
impresionados por el comportamiento, del hombre a quien habían jurado
hacerle la vida pesada cuando salieron de Zapotlán.
Decididamente ese Subtenientillo se las traía, y había que obrar con
más tacto.
-- Mi superior - expresó el "Chopas" con sorna - pudo usted haberse
ahogado.
El oficial frunció el ceño; se le quedó mirando por un momento como
tratando de adivinar su pensamiento, y secamente le contestó: ¿ Lo iba
usted a sentir mucho ?
El soldado se retiró como perro con el rabo entre las piernas.
La tropa continuó adelante. De vez en cuando, grupos armados y
montados aparecían a lo lejos; los observaban para luego volver a
desaparecer en el monte. Probablemente las intenciones de esos
desconocidos eran conocer el destino final de aquellos soldados.
Ya entrada la tarde, la pequeña columna llegó al pueblecillo de
Pihuamo. En el crucero del camino que conducía a la hacienda donde era
su destino final, un campesino los estaba esperando con las bestias para el
traslado a la finca. Todos montaron con mucho ánimo y después de algunos
minutos de caminata, se les presentó a la vista el lugar a donde iban a
destacamentarse.
Los rostros se tornaron alegres. Un soldado exclamó con mucho
regocijo:
-- i Así de caballería, ni quien diga nada I
- i Oiga desgraciado I - protestó el sargento "Techiquín" con voz
gruñona: ¿ Por quó no se dió de alta en la caballería ?
- ¡ Yo no m e di de alta, me llevaron a la fuerza !
- j Favor que le hicieron, muerto de hambre ! Nadie lo salva de cinco
años de sardo en 2 3 de Infatería f
-- Mi sargento -- aclaró con calma el soldado -- ya nada más son tres
años gracias a Dios.
Cuando la ranchería estaba a sólo unos cientos de metros, el
Subteniente gritó con mucho entusiasmo:
- j Al galope !
Todos arrancaron atropelladamente armando gran alboroto con sus
gritos. Tres soldados cayeron al suelo víctimas de la fogosidad de sus
cabalgaduras causando hilaridad entre sus camaradas.

-- A este mismo lugar llegó el Subteniente Rivera hace ya casi


veinticinco años con los veintiún soldados a sus órdenes y parece que fué

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ayer -- dijo suspirando hondamente el soldado veterano que describía la
presente historia, al mismo tiempo que recorría con la vista todo el recinto.
Y continuó su relato:
-- Este carcomido caserón esta casi igual, un poco remozado
solamente. Cuando llegamos el Comandante dió instrucciones para
ocuparlo dejando el lugar donde nos encontramos como Comandancia de
la partida y el cuarto de arriba como habitación particular. Se organizó el
servicio, se dieron las consignas de rigor y todo mundo se fué a instalar. El
sargento le informó al oficial que un enviado del encargado de la finca traía
el encargo de decirle que el patrón deseaba fuera a su oficina para
entrevistarlo.
Cuando el Subteniente llegó al despacho del amo, observó con
asombro el buen gusto del administrador; la casa tenía muebles muy finos;
algunos cuadros típicamente campiranos colgaban de las paredes y todo
estaba muy limpio y bien pintado; en lugares apropiados, macetas de
Tlaquepaque con gran variedad de flores y plantas daban al conjunto mucho
colorido.
La mansión estaba construida con materiales que envidiarían muchas
de las casonas elegantes de la Tolsa y la Vallarta de la capital tapatía; el buen
gusto colonial se combinaba a la perfección, con algunos detalles
típicamente españoles. Y aunque el lujo no era precisamente oriental,
denotaba a primera vista el dineral que había costado todo aquello a costillas
del trabajo y sudor de los humildes campesinos que laboraban en dicha
hacienda. Y destacaba aún más la ostentación, porque el lugar era sólo una
miserable ranchería perdida allá en los límites con el Estado de Colima, y
donde todos sus moradores carecían de las condiciones más elementales
para vivir siquiera humildemente bien.
Pero lo que más llamó la atención al oficial fué una pistola calibre 3 8
super con vistosas cachas de concha metida en su funda de cuero de
cocodrilo con la carrillera repleta de cartuchos, y un látigo que pendía en la
pared muy a la mano del patrón.
Tiempo después comprobó con propia vista, que ambos objetos eran
empleados en forma bárbara e inhumana contra los desgraciados peones
que trataban de sublevarse, o que se quejaban del mal trato o de los bajos
salarios.
-- Buenas tardes - saludó el Subteniente.
-- Muy buenas las tenga usted, señor Oficial -- y apareció a la vista un
hombre gordo, cincuentón, de origen español, de rasgos duros por más que
se hiciera para aparecer amable, se notaba a la legua que era de mal alma.
-- Tengo entendido que no pudo usted conseguir caballos para el viaje;
yo hubiera deseado prestar esa colaboración, pero los trabajos de la

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hacienda no me lo permitieron. Ya di instrucciones al capataz para que dé
a usted toda clase de facilidades para el mejor desempeño de su misión, i
Ah, también quiero participarle que tengo autorización del señor General,
para disponer de la tropa cuando así lo estime conveniente I
-- ¿ Cómo para qué, por ejemplo ?
-- Bueno, hay necesidad en algunas ocasiones de escoltar los dineros;
acompañar a los encargados de los trabajos para darles seguridad porque
siempre tenemos desconfianza de los indios; usted sabe, estos animales son
capaces de cualquier cosa. También hay ocasiones en que se necesita
emplear mucha energía, pues se alebrestan, no hacen sus tareas completas
y hay que obrar a como den lugar. Así mismo, es muy necesario que los
soldados obliguen a trabajar a los labriegos, pues tengo instrucciones de
eliminar a los que saboteen los intereses del jefe. ¿ Me entiende usted ?
— Sí, lo entiendo perfectamente -- contestó el Oficial muy lentamente.
El amo de la finca se levantó de su asiento dando por terminada la
charla, volviendo a prometer al Comandante toda clase de ayuda e
invitándolo de paso para que visitara la propiedad.
De regreso al cuartel, el Subteniente fué a echar un vistazo a los
alrededores. La casa del administrador era amplia y la protegían altos muros
de piedra; grandes ventanales con rejas de fierro forjado daban mucha
ventilación y mucha luz al conjunto; el patio exterior estaba tapizado de
flores de todas clases; al centro destacaba una fuente con todo el sabor
andaluz. Las caballerizas albergaban finos ejemplares y todo se presentaba
a la vista en perfecto orden, pues para eso el amo tenía gente a discreción.
Como a doscientos metros de la mansión, y cubriendo de por medio
una frondosa línea de árboles, se encontraban las chozas de los campesinos;
sin ninguna clase de servicios; sus paredes de palma y su techo de paja,
dejaban ver la miserable condición de sus moradores; un cuarto
destartalado hacía las veces de escuela del lugar. Después comprobó el
Oficial que se empleaba más para encerrar a los borrachos, aue para enseñar
a los niños a leer y a escribir. Algunos ce los hijos de ios peones jugueteaban
cerca del caserío, notándose a la legua su falta de alimentación y los
andrajos que cubrían sus cuerpos.
Tal fué el lugar a donde se estableció de partida el Subteniente Rivera.
El personal no se podía quejar. El alojamiento era aceptable; había
agua en abundancia y para la adquisición de alimentos les fueron
proporcionados caballos para ir a Pihuamo una vez a la semana. Esta
circunstancia se aprovechó para sacar los haberes de la oficina de correos
y depositar el parte de novedades. Los "juanes" asearon y retocaron su
dormitorio; reforzaron la puerta del cuartel; construyeron armeros de
madera, catres de campaña así como una fosa séptica.

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El Comandante les dió amplia iniciativa; desyerbaron como cincuenta
metros a la redonda del edificio, para tener más vista y ventilación; se dió
especial consigna para que el tanque de agua estuviera siempre lleno. Y
pronto apareció en la parte alta de la entrada del cuartel, el consabido letrero:
"Partida Militar 23o. Batallón de Infantería".
Vigilaban a los campesinos para que trabajaran de sol a sol, pero
tuvieron el buen cuidado de no golpearlos y nadie lo externó, pero dicha
disposición salió del Comandante de la partida. Pareció a primera vista, que
los soldados tenían cierta compasión de aquellos infelices que después de
todo, provenían del mismo origen que ellos.
Y, oh milagro del destino. Ahí en esa partida militar ocurrieron cosas
grandes y maravillosas; detalles considerados como imposibles; hechos que
nunca habían ocurrido, y que pasarían muchos años para que volvieran a
suceder. El Oficial sacó de quicio a aquellos maloras que tenía bajo su
mando, cuando adoptó la costumbre de tomar sus alimentos en compañía
de éllos; por la noche salía a recorrer la propiedad acompañado solamente
de una pequeña escolta; protestando contra el calor, en algunas ocasiones
dormía cerca del puesto del centinela en la puerta de entrada, dejando
estupefactos a sus soldados. Se interesaba por sus problemas personales
y sin llegar a la familiaridad, les daba consejos acompañados de una que otra
anécdota que aunque no todos la digerían, sí causaba buenos efectos a fin
de conservar la armonía, el espíritu de cuerpo y la camaradería entre la tropa
tan necesarios en toda unidad del Ejército.
Y todo porque un señor Oficial justo, enérgico y humano, sin
menoscabo de su jerarquía, y sin descender a la familiaridad, trataba de
hacer comprender a aquellos forzados que constituían la escoria del
Batallón, que había otra manera de tratar al soldado; que existía otro
concepto de la disciplina militar; que se podía cumplir con el deber sin
necesidad de emplear exabruptos y golpes.
Pero el tiempo empezó a deshojar su infinita monotonía. Poco a poco
los soldados comenzaron a impacientarse, la rutina, el aislamiento y el
hastío, los volvieron nerviosos; el calor de fuego que poco a poco iba en
aumento los adormecía, un enjambre de miles de moscas los ponía de mal
humor obligándolos a echar maldiciones.
Alarmantes noticias agravaron la situación; corrieron los rumores de
que sus familias no habían podido salir a la partida, porque la región estaba
inundada de grupos armados que continuamente amagaban a los pueblos
donde existían partidas militares con fines nada agradables.
Para calmar los ánimos, el Subteniente aumentó el número de los
integrantes de la escolta que semanalmente iba a Pihuamo; ésto constituía
una válvula de escape para distraer la mente de aquellos inadaptados. Pero

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la medida resultó contraproducente, porque comenzaron a llover quejas por
asalto a mujeres en despoblado; abuso en perjuicio de los comerciantes que
se negaban a facilitar comestibles y otras cosas en calidad de fiado y
muchos otros problemas.
-- Mi Subteniente - dijo el "Chopas" uniendo con fuerza los talones,
adoptando la posición de firmes y echándole mucha fibra al saludo militar
-- solicito un permiso para ir a la plaza de Guadalajara. Solamente ocho días
mi superior.
i Santo cielo ! ¡ Un permiso de ocho días ! Como si los "voluntarios
de reata" hubieran regresado después de disfrutar un permiso. La historia
no registra un solo caso de esta naturaleza. Ante tal solicitud sus
compañeros que estaban presentes se atacaron de risa; decididamente el
tal "Chopas" abusaba del buen sentido del humor.
-- ¿ Con qué objeto desea usted ir a Guadalajara ? -- le preguntó el
Oficial frunciendo el entrecejo y mirando fijamente a su subalterno.
El soldado titubeó ligeramente, por un momento, luego afirmó:
— Para casarme, mi Subteniente.
j Bendito sea Dios ! ¡ El "Chopas", soldado insubordinado, eterno
faltista, mariguano, borracho y mujeriego, deseaba casarse !
-- No hay lugar a su solicitud -- le dijo cortante el Comandante.
-- Mi Subteniente, yo le agradeceré......
Pero no terminó de hablar, porque el Oficial con voz firme le espetó:
-- ¡ Las partidas militares son servicios permanentes, no se le puede
conceder lo que solicita !
Cuando el "Chopas se retiró, entró en acción el Sargento "Techiquín":
-- ¡ Le voy hacer una boleta de arresto por salvar conductos I ¡ Usted
es ya veterano y debe de conocer sus obligaciones ! ¡ Sépalo bien que yo
no soy ningún puente ! -- le dijo al "Chopas" con voz gruñona.
Y el dichoso soldado, que deseaba casarse, no sólo no obtuvo el
permiso que solicitó, sino que hasta un arresto sacó por no conducirse como
mandan los reglamentos.
Pero el problema se le complicó aún más. Días después se
presentaron los padres de la presunta novia ante el Oficial, para solicitar
justicia pues un soldado había abusado de la muchacha con promesas de
matrimonio; y no solamente no cumplió su palabra, sino que la golpeó
amenazándola para que no se quejara.
El Subteniente tuvo que dar mil excusas; hizo uso de toda su
elocuencia para convencer a los padres de la joven, prometiéndoles que en
la primera oportunidad, el presunto violador cumpliría su promesa de
matrimonio, y que él mismo se encargaría de hacerlo cumplir a como diera
lugar.

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En cuanto al tenorio aprovechado, quedó dispensado de salir del
cuartel por un tiempo considerable, para protegerlo de una posible ven
ganza, y controlar sus instintos matrimoniales.
- ¡ Ni modo ! ¡ Yo traté dé reparar el mal y cumplir mi compromiso
! ¡ Las mujeres son muy delicadas, la cosa no era para tanto I --. Exclamó
el "Chopas" cínicamente encogiéndose de hombros y agregó: ¡ mira manito,
yo conozco a las viejas muy bien, ya verás que aquí nada va a pasar !
-- ¡ Tienes razón, total, ya te casaste detrás de la puerta ! ¿ no ? --
afirmó el soldado con ironía.
Y el "Chopas", soltando una carcajada desvergonzada y cínica, gritó:
-- ¡ Claro mi vale ! ¡ Matrimonio a lo puro militar !

Alarmantes noticias llegaron a oídos de la "juanada", El país era una caldera


hirviendo y se decía que muy pronto estallaría la bola. Como en la finca no
existía prácticamente comunicación, las pocas noticias que llegaban las
desconocían los peones; los soldados rara vez soltaban prenda y todo era
incertidumbre y desorientación. Alguien informó que un tal señor Madero
andaba por el norte de la República, incitando al pueblo a levantarse en
armas para derrocar a don Porfirio.
El Administrador de la hacienda, con la colaboración de sus adictos,
hizo lo imposible a fin de que los campesinos se olvidaran de tal infundio,
valiéndose de amenazas y viles engaños. Pero las medidas resultaron vanas
porque algunos elementos extraños al lugar, continuamente frecuentaban
la finca a fin de celebrar pláticas privadas con la peonada.
Cierto día un grupo de labriegos fué a entrevistar al Comandante de
la partida para que intercediera en forma personal, a fin de que de una vez
por todas, terminaran tantas arbitrariedades de parte del amo y sus
compinches. El oficial prometió hablar con el administrador.
-- Precisamente lo estaba esperando - dijo el encargado de la hacienda
al ver llegar al Subteniente - mire usted, tengo informes de que unos indios
mal agradecidos se fueron a quejar del mal trato. ¡ Aquíles proporcionamos
trabajo, les vendemos todo lo que necesitan de ropa y alimentación, tienen
donde vivir ! ¡ Ah, pero eso sí, piden aumento de salario como si se lo
merecieran !
- Lo único que desean, y así me lo manifestaron, es que no los
maltraten ni los golpeen. Yo considero que están en su derecho. ¿ No lo
piensa usted así ?
El rostro del encargado de la finca se endureció; se le inyectaron los
ojos y con una ira incontrolable, estalló con voz portentosa:

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—I No le estoy pidiendo a usted su opinión particular! | Aquí está usted
para impartir garantías a la hacienda y sabe muy bien que parte de todo esto
es del señor General !
-- Le agradeceré que no me hable tan golpeado que no estoy sordo -
- dijo pausadamente el Oficial, tratando de conservar la serenidad.
-- | Subteniente ! | Me extraña que ignore que yo soy el que manda
aquí I
— | Mandará a sus capataces, a mi no me dá órdenes ! ¡ Yo tengo
instrucciones de colaborar y dar seguridad a la finca, pero usted se pasa de
la raya con los campesinos ! ¿ Tiene usted autoridad para golpearlos y
maltratarlos ? | Oiga usted, ni que fueran animales !
El amo gesticuló y se puso pálido como muerto; por poco le da un
ataque; sin poder articular palabra alguna trató de retirarse, pero el
Comandante alargó su cólera preguntándole:
-- ¿ Que sugiere usted que se haga ?
Al gachupín le brillaron intensamente los ojos de ave de presa; la
pregunta lo hizo cambiar de actitud con rapidez; esbozando una sonrisa
diabólica, le contestó:
—Yocreoque sicolgam osa unoscuantos, ahítermina lacosa. ¿ Cómo
la ve usted ?
-- | Me niego ! | Eso es un vil asesinato I ¡ Usted no tiene derecho
ni autoridad para proceder de esa manera I i Si acostumbra eliminar a estos
desgraciados que caen en sus manos, allá usted ! ¡ Será sólo bajo su
responsabilidad, es asunto suyo ! j Pero a los soldados no los meta en líos!-
- Protestó el oficial ya fuera de sí.
-- | Entonces voy a informar al General que usted no cumple las
órdenes, ni apoya los deseos del jefe I — amenazó el administrador con el
rostro endurecido por la ira.
El Subteniente se retiró del lugar dejando con un palmo de narices al
patrón.
Y pronto se dió cuenta el recién graduado hasta dónde llegaba el od
en dicho lugar. Parecía que ahí se vivía en los tiempos de la conquista; el
español era el amo y señor dueño de vidas y podía hacer de los indios lo que
le viniera en gana. El Comandante fué informado que en lo más espeso del
monte, encontraron colgado en una ceiba a uno de los infelices campesinos
que se atrevieron a quejarse.
Así se "impartía" justicia a los inconformes en aquellos primeros
meses del año de 1910, poco antes de estallar la revolución.
El brutal asesinato prendió la mecha, los labriegos se rebelaron; se
suspendieron las labores y llegó la violencia que pacientemente había estado
esperando su turno.

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Uno de los capataces fué muerto a golpes y resultaron muchos
heridos en la trifulca. El oficial tuvo que intervenir con mucha energía para
imponer el orden, y gracias a que hay mucha diferencia entre los garrotes
y los fusiles, la cosa no llegó a mayores, más de lo que ya había llegado.
Días después, el Comandante de la partida recibió un oficio de la
Comandancia del Cuerpo en donde se le ordenaba dar toda clase de
facilidades al encargado de la finca, terminando así: ......"teniendo mucho
cuidado y bajo su más estricta responsabilidad, no inmiscuir a los soldados
a sus órdenes, en cualquier acto que desprestigie el buen nombre del
Ejército......"
-- ¡ Como siempre, entre la espada y la pared ! -- murmuró
malhumorado el sargento "Techiquín" cuando se enteró del contenido del
oficio.
Acontecimiento grande en la ranchería. Boda entre la familia
campesina; oasis de regocijo enmedio de tanta injusticia y tantos sufrimien
tos. Los novios con muchas dificultades lograron construir su humilde
choza; el joven lucía orgulloso sus pantalones blancos y unos "zoyates"
regalo de los padrinos; las manos morenas y encallecidas de la madre de la
novia bordaron con cariño una almohada que adornaba vistosamente la
modesta casa.
Después de la ceremonia se bebió aguardiente en abundancia; porque
eso sí, los peones lo tenían a su disposición sin ninguna restricción, como
que se vendía en la tienda del amo. Algunos de los miembros de la partida
hicieron acto de presencia en la boda; al soldado no se le invita, pero él se
invita sólo y siempre está presente con mayor razón tratándose de
pachangas.
Pero el maleficio del lugar también tomó parte en el acto final.
Trescientos años de dominación española no habían sido suficientes; el hijo
del sol continuaba saciando su sed de poder a base de asesinatos y bajezas.
Allá entrada la noche, y cuando la fiesta estaba en grande, un adicto al
patrón se acercó al novio y algo le dijo al oído y no debe de haber sido nada
agradable, porque el recién casado se puso blanco como el mármol y en sus
ojos relampagueó todo el odio que tenía en el cuerpo. Hubo nerviosos
cuchicheos entre las familias de los novios y los padrinos; discretamente se
extendió entre los invitados el grave aprieto en que se encontraban los
desposados; los murmullos estaban salpicados de desesperación e impo
tencia. Se notaron rápidos movimientos que no se podían ocultar; pronto
estuvieron en la puerta de la casa dos caballos muy bien ensillados, y con
la prontitud del caso, los recién casados emprendieron la huida para no
regresar jamás.
Y como los "juanes" de todo se enteran y no callan nada, pronto tuvo

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conocimiento el oficial de que era costumbre en dicho lugar, que cuando al
amo de la finca se le metía en la cabeza la novia tenía que pasar la primera
noche con él. Hasta el honor de las casaderas del pueblo estaba en sus
manos. Y cuidado con aquella que se negara; se vejaba al marido; se les
negaba la compra de lo más indispensable; en algunas ocasiones alguno de
los dos, sufría un "accidente" de graves consecuencias; en otras, se
incendiaba accidentalmente su choza o alguno enviudaba antes de tiempo.
Todos estos graves problemas y muchos más, fueron dando al
Subteniente Rivera la experiencia y el conocimiento de la vida de México de
aquella época. Poco a poco fué adquiriendo un cúmulo de conocimientos
que constituyen los gajes de la carrera militar. Decididamente se le
presentaba muy difícil su iniciación como miembro del Ejército.
Así fué compenetrándose de la situación que guardaba el país. Los
conocimientos adquiridos en las aulas del Colegio Militar, aunados a la vida
en las Corporaciones, le iban dando un concepto más exacto de los
problemas que afrontaba la República. Porque no cabe duda que en el
cuartel es el lugar ideal para formar el carácter de los jóvenes oficiales,
dándoles la experiencia necesaria para hacer de ellos excelentes Jefes.
Principiaba el mes de abril. Una escolta que regresó de Pihuamo
informó al Subteniente que el pueblo se estaba quedando deshabitado; que
la mayoría de la gente se estaba dirigiendo a la capital tapatía, llevándose
consigo todas sus pertenencias inclusive sus animales y útiles de trabajo;
que con muchas dificultades lograron adquirir alimentos y que muchos
grupos armados merodeaban por toda la región.
Un miembro de la escolta, quién sabe de donde sacó un ejemplar de
"Juan Panadero", pasquín de la oposición que se editaba en la plaza de
Guadalajara. Ahí se informaba al pueblo de la situación que privaba en todo
el país, describiendo en sus páginas los problemas de la clase trabajadora;
se hablaba de la elección de don Porfirio; se hacía velada invitación al Ejército
para sumarse al grupo renovador; se acusaba al gobierno de estar al servicio
del capitalismo extranjeros y de entregar a éste, no solamente las tierras,
sino también las minas y el petróleo.
En sus páginas vió el oficial con no poco asombro, que la Nación se
encontraba al borde de la bancarrota por el entreguismo y los empréstitos;
también se hacía saber a la opinión pública los bochornosos fraudes bajo el
amparo de las influencias políticas; narraba el famoso períodico en forma
viril, las patrañas que se inventaron para despojar de sus tierras a los
campesinos y acusaba al gobierno por las infamantes cuerdas a San Juan
de Ulúa y Quintana Roo, de aquellos infelices que en alguna forma se
oponían a las ¡deas del gobierno.
Ahí se enteró el Comandante de la partida cómo se administraba la

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justicia y las críticas que se hacían a la forma de reclutamiento en el Ejército.
Le llamó mucho la atención, la noticia de muchos cambios de Jefes de
Operaciones Militares en todo el país.
¿ Será verdad todo esto ? ¿ Vivirá el pueblo como dice la oposición?
-- Se preguntaba el oficial.
Y se puso a reflexionar muy seriamente, pues le incumbía sobre
manera la verdadera situación que prevalecía en la República, como
miembro del Ejército, y como Comandante de ese puñado de desalmados
que componían la partida militar.
Días después, y ante la extrañeza de todos, los campesinos fueron
abandonando la finca en forma paulatina; el patrón empleó los peores
medios para impedir la huida, pero lo único que consiguió fué una pequeña
rebelión que terminó por dejar el lugar casi deshabitado. Ante tal problema,
el encargado fué a entrevistarse con el Subteniente, pero nadie supo qué
trataron ni a qué conclusión llegaron; los que estaban cerca de la oficina del
Comandante solamente afirmaron que hubo palabras fuertes y que el oficial
ante tal circunstancia, había puesto las cosas en sus lugar.
Los adictos al amo, con la ayuda de los soldados, desmantelaron la
maquinaria y se prepararon todos los materiales para un posible traslado.
Cuando la ranchería quedó prácticamente abandonada, el
administrador solicitó una escolta para trasladarse a Pihuamo, llevando
consigo todas las herramientas. El servicio salió muy temprano y cuando
arribaron al pueblo, el sargento "Techiquín" depositó el parte en la oficina
de correos donde se informaba a la Comandancia del Batallón, lo sucedido
en la finca solicitando órdenes al respecto.
Cuando los soldados estaban de regreso, sucedieron actos de
venganza por mucho tiempo esperados.
Los peones en forma sorpresiva, atacaron con verdadera saña a los
incondicionales del patrón, y después de golpearlos despiadadamente, los
colgaron vengando así tantos años de injusticias y arbitrariedades. Y se
supo después, que el amo corrió con la misma suerte pagando así todo lo
que había sembrado en la hacienda bajo su cuidado.
-- ¡ Ni modo -- comentó el "Chopas" -- ¡ Eso tenía que suceder! ¡ Aquí
los campesinos parecían esclavos !
— ¿ Y qué diablos quieren esos indios con tanto alboroto ? -- Preguntó
un ingenuo.
-- ¡ Casi nada I ¡ Que les entreguen sus tierras que por derecho les
pertenecen, y que les hagan justicia ! ¿ Te parece poco ? -- le respondió el
"Cadete".
-- ¿ Quién es el que encabeza este rejuego ?
- - 1 Manito que atrasado andas de noticias ! | Un tal Trancisco Madero
] | Cuentan que allá por el norte anda muy activo alborotando la gallera 1
- replicó el "Cadete".
-- El "Chopas" intervino:
-- i El Ejército se va encargar de ajustarle cuentas a todos esos
revoltosos, no faltaba más !
- - 1 Claro ! -- exclamó el sargento "Techiquín" -- ¡ Con la "juanada" no
se puede ! | A esos calzonudos hay que echarles muchos balazos ! ¡ Que
rebelión ni que ojo de hacha !
— | Esos políticos advenedizos no tienen ningún mérito para ocu
la silla presidencial ! | Dígame uno de ustedes quién supera a don Porfirio1
-- enfatizó el "Cadete".
El "Chanclas" objetó un tanto indeciso:
-- Pero se dice que el pueblo ya desea un cambio; que ya está bueno
que gobiernen siempre los mismos; que don Porfirio ya está muy carcamán,
y que hay que renovar a los hombres. Tomen en cuenta que ya lleva más
de treinta años gobernando al país.
-- | Que va manito ! -- Interrumpió el "Cadete" -- | Don Porfirio es un
héroe nacional I ¡ Es un defensor de la Patria ! ¿ Qué me dicen ustedes de
la gloriosa batalla del 5 de mayo de 1862 ? ¿ Y Miahuatlán y La Carbonera?
¿ Y la famosa toma de Puebla del 2 de abril ? ¿ Y la toma de Oaxaca y el
sitio de la misma plaza ? ¿ Y la captura de la capital de la República que con
la toma de Querétaro fueron la puntilla al imperialismo de Máximiliano ?
¡Esas fueron batallas ! ¡ Esos son méritos ! ¡ Lo demás es política pura !
¡ríjense bien lo que les voy a decir: ¡Don Porfirio es uno de los pocos que
no claudicaron I ¡Siempre combatió al invasor extranjero I ¡ Nadie le hace
sombra al señor Presidente ! ¡ No faltaba más I
-- ¡ Ujule ! *- dijo el "Tapatío" -- ¡ Por todo lo que afirmas, creo que los
tompiates de don Porfirio continuarán gobernando a México ! - Y gritando
muy envalentonado exclamó: ¡ Viva el 23 de Infantería ! ¡ Viva el supremo
gobierno I ¡ Si se viene la revolufia, pos ya le estamos dando a los fregadazos
qué caray I
-* ¿ Habráse visto semejante descaro ? ¡ Qué barbariedad con ese
señor Madero I ¡ A buena hora se le ocurre armar una revuelta I ¡ Debería
de esperarse a que cumpliéramos nuestro reenganche ! ¡ Aquí de sardos,
nos va a tocar la más fea, no hay derecho ! ¿ Qué culpa tenemos nosotros
que ese señor no comulgue con las ideas del gobierno ? ¡ Ahora que estamos
aquí de partida gozando la buena vida, viene a armar la bola ! ¡ Total, nadie
se lo va a agradecer, en la primera oportunidad el gobierno lo fusila, y ahí
termina todo ! - Comentó el "Chopas" haciendo gala del buen sentido del
humor.

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Decididamente el tal señor Madero, abusaba de las garantías que le
otorga la Constitución, y se portaba como un individuo inoportuno e
insoportable.
El Subteniente, acompañado del sargento, hizo un minucioso
recorrido por toda la ranchería. Los graneros estaban vacíos; no se encontró
ninguna clase de herramienta ni cabeza de ganado; la casa del administrador
presentaba un aspecto desagradable; muebles tirados aquí y allá; la
biblioteca destruida; la cocina y los roperos en completo desorden; papeles
diseminados, y como mudo testigo de toda una época de explotación e
ignominia, debajo del escritorio estaba el sombrero estilo cordobés que
identificaba plenamente la nacionalidad del hombre más odiado en la finca.
El Oficial estaba sumamente preocupado, negros presentimientos
cruzaron por su cerebro. El Segundo Comandante, que atisbaba por todos
lados, le preguntó sacándolo de sus pensamientos:
-- ¿ Cómo la ve, mi Subteniente ?
-- Nada bueno augura todo esto -- sentenció fríamente el
Comandante.
El Oficial de una cosa sí estaba muy seguro: cumpliría con su deber
sucediera lo que sucediera. El Ejército es el sostén del gobierno
constitucional; su misión es preservar el orden interior y el imperio de la ley;
su situación en el Instituto Armado así se lo exigía, aunque el pueblo
repudiara al gobierno porfirista y las Fuerzas Armadas no fueran ya
populares al país.
Reunió a su personal para ponerlo al tanto de la situación; exhortó a
todos a cumplir con su deber de soldados; les hizo saber que de acuerdo con
las leyes y reglamentos militares, deberían de permanecer en el lugar donde
se encontraban hasta no recibir órdenes de incorporarse a la matriz del
Batallón. Ordenó que el depósito de agua estuviera siempre lleno y que ésta
no se desperdiciara. Pasó revista de armamento y municiones y se dobló
la vigilancia alrededor del cuartel. En un intento por adquirir más alimentos,
el sargento "Techiquín" salió con una escolta a Pihuamo, aprovechándose
la ocasión para dar parte de su situación y solicitar órdenes a la Comandancia
del Cuerpo.
Los soldados dieron rienda suelta a sus comentarios.
-- De nada van a servirtantas precauciones -- murmuró el "Chanclas".
-- ¿ En qué te fundas para opinar de esa manera ? -- inquirió el
"Cadete".
- - 1 Sencillamente, cuando reciban el parte en Zapotlán, van a ordenar
desde luego nuestra incorporación a la matriz pues nuestra presencia aquí
ya no tiene ningún sentido I -- dijo el "Chanclas" muy seguro de sus
aseveraciones.

47
- - 1 Ojalá así sea, como se están poniendo las cosas, es preferible irnos
de este lu g a r! ¡ Allá en el Batallón, cuando menos estamos con los cuates1
-- opinó un soldado.
-- Dios nos libre, yo prefiero pudrirme aquí, que ir a verle la cara al
Mayor Ayudante ! -- protestó el "Chopas".
-- | Soy de la misma opinión, tenemos agua y "soleta", ¿Se puede
pedir más ? -- afirmó el "Tapatío".
-- ¡ Jóvenes ! - intervino el "Cadete" -- Hay que tener paciencia. Yo
creo que lo mejor es esperar un tiempo prudente a ver cómo se presentan
los acontecimientos. Después, ya veremos a qué le tiramos. ¿ No lo creen
ustedes así ?
Todo el personal le dió la razón a su compañero.
Ya entrada la tarde, regresó la escolta de Pihuamo y el sargento
informó que la ranchería estaba casi deshabitada; que tuvieron que emplear
toda su astucia para adquirir alimentos; que las autoridades del lugar,
estaban pensando en la posibilidad de abandonar sus cargos en vista de la
situación que prevalecía; que todo mundo opinaba que don Porfirio iba a
ser derrocado; que el encargado de la oficina de correos no aseguraba la
llegada del parte a Zapotlán por los continuos asaltos que se habían
desatado en toda la región; que cuando venían de regreso, se toparon con
grupos armados que los observaban a distancia en forma provocativa.
Ei "Techiquín" terminó su informe expresando con mucho bombo:
"Pero los soldados a mi mando, estuvieron siempre listos a cumplir con su
deber hasta el sacrificio".
Los que oyeron estas últimas palabras, se miraron entre sí, haciendo
gestos de desprecio,
Los días que siguieron fueron de incertidumbre y desesperante
espera. Muchos estaban ya impacientes pues no llegaba ninguna orden del
Batallón, y más de alguno externó su temor de que nunca regresarían a
Zapotlán. El oficial trataba por todos los medios posibles tener en actividad
a la tropa a fin de hacerle olvidar los problemas que se ignoraban, pero se
presentían; y podría afirmarse que algo olía en el aire que hasta un ciego lo
habría visto.
Un suceso inesperado vino a cambiar la rutina y hacer saber a aquellos
malas cabezas, el poco afecto que les tenían los civiles. Unos soldados se
estaban bañando en el jagüey, cuando se oyeron pisadas de cabalgaduras
y casi instantáneamente comenzaron a silbar las balas; los bañistas como
de rayo se metieron al cuartel y muy pronto se generalizó la balacera.
Cuando los montados se retiraron, el personal tomó la cosa por lo chusco
y como menudeaban los hombres en "pelota", la hilaridad fué general.
Todos tomaron el asunto con un optimismo encantador.

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¡ Bah ! ¡ Esos indios condenados no nos sirven ni para el arranque !
--comentaban despectivamente. «
Ante semejante acontecimiento, el Subteniente se vió obligado a
acuartelar al personal, y pronto aparecieron en las paredes del edificio
toscas aspilleras que daban al conjunto el aspecto de una pequeña fortaleza.
-- ¿ No les dije ? -- expresó el"Cadete" dándose ínfulas y demostrando
sus conocimientos militares -- ¡ Protección, vistas y campo de tiro !
-- ¡ Presumido y bocón ! -- refunfuñó un soldado.

Entró el mes de mayo. El acuartelamiento continuó y los soldados se


aburrían; el enemigo no se presentó y la impaciencia los puso de mal humor.
El termómetro subía, y ociosos y aislados, sintieron que los nervios les
iban a estallar; como había que ahorrar el agua, principiaron por no rasurarse,
vino el descuido al aseo personal y por sí solas llegaron las murmuraciones.
Y aquel grupo de indisciplinados enfiló la proa hacia el Comandante
de la partida.
- ¡ Mucho encierro para nada I -- se quejó el "Tapatío".
- ¡ Yo considero que la cosa no es para tanto ! argumentó el
"Chanclas" -- Esos señores ya se retiraron, pues saben perfectamente bien
a lo que le tiran.
-- ¡ Exacto ! ¡ Pero ya saben ustedes que a los oficiales les encanta
el aparato, la pantalla ! ¡ Les gusta hacer gala de sus conocimientos militares
a costillas del sufrido "juan" ! -- murmuró el "Chopas" amargamente.
-- i Todo esto es puro teatro ! -- gruñó el "Chanclas" fuera de sí -- ¿
Quién diablos se va a atrever atacar el cuartel, si ya se dieron cuenta de que
aquí nomás no entra nadie ?
El sargento "Techiquín" que atento escuchaba la plática, les espetó
irónico:
-- ¡ Querían estar de partida ! ¿ no ?
Su sonrisa sarcástica causó muy mal efecto a todos los presentes.
El torrente de fuego que mandaba el sol hizo sus efectos. Empezaron
a recordar que su presencia en la partida no era porque les tocara por un rol
o algo parecido; no, estaban ahí por represalia del superior; su rencor se
elevó hasta olvidar lo poco que el Subteniente había hecho por despejar sus
mentes brumosas; el recuerdo execrable del Mayor Ayudante les trajo
fermentos de insubordinación; su estancia en la partida era exclusivamente
por castigo y pronto el maleficio de la deserción se apoderó de sus mentes.
Y cuando esta idea nace a una temperatura de casi cuarenta grados, no tiene
nada de extraño que fructifique.
Y comenzaron las reuniones en el pequeño patio del cuartel; primero

49
estudiaron perfectamente el asunto; como la situación era propicia, se
tomaron diversas opiniones; unos propusieron aprovechar la primera salida
a Pihuamo; otros adujeron que lo mejor era irse a Colima o a Guadalajara por
ser lugares de mayor población y donde era más fácil eludir la aprehensión;
después de varias discusiones, alguien propuso que lo mejor era que cada
quien tomara el rumbo que mejor le pareciera a fin de evitarse problemas
entre sí. Esta última proposición fué aceptada por todos y sólo había que
esperar el momento oportuno para cometer el delito de deserción.
-- ¿ No estamos cometiendo un error ? -- objetó el "Cadete" -- el
Subteniente nos ha tratado como la gente y considero una injusticia que lo
vayan a procesar por culpa nuestra.
-- | Ajá I ¿ De modo que entre los camaradas y un "oficial de
banqueta", prefiere nuestro colega a éste último ? - estalló desafiante el
"Chopas" al mismo tiempo que amenazaba con el puño cerrado a su
compañero.
-- Bueno, yo sólo opinaba las consecuencias que pueden suceder en
perjuicio del Comandante -- se disculpó el "Cadete" -- | Pero ya saben que
yo jalo parejo con lo que digan la mayoría, qué caray ! ¿ alguna vez me he
rajado ?
- - 1 Así se habla, eso debemos hacer todos; aquí no caben los rajones'-
-- afirmó el "Chopas" y dirigiéndose a su amigo le dijo: i te devuelvo mi
estimación I
El "Tapatío" intervino dirigiendo una mirada de fuego a su colega el
"Cadete":
-- El Subteniente se queda con los cuates que no se van a desertar.
Tienen agua y alimentos; los que vamos a cometer el delito somos nosotros;
a él no le buscamos ningún mal. ¿ Quieres que le dejemos una carta escrita
y firmada por todos explicándole el asunto y dándole nuestras más
cumplidas excusas ?
El presunto defensor del oficial tragó saliva y no chistó ni una sola
palabra. Era lo mejor.

Pero en los augustos designios del destino estaba escrito otra cosa.
-- | Cabo de Cuarto I -- gritó el centinela que estaba de servicio. La
Clase observó a través de la aspillera al mismo tiempo que el soldado gritaba
más fuerte:
-- | Grupo de gente armada se acerca al cuartel !
Todo mundo se puso en movimiento. Y el asombro fué mayúsculo
cuando observaron a cerca de doscientos hombres montados y armados en
su mayoría, que lentamente se dirigían al edificio de la partida. Cuando

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llegaron a la altura de la línea de árboles que circundaba al cuartel, hicieron
alto y comenzaron a gritar desaforadamente : | Viva ia revolución ! | Abajo
el mal gobierno I ¡ Muera don Porfirio I | Sardos apestosos, entreguen sus
armas I
Momentos de expectación. El oficial dió órdenes de no hacer fuego
hasta que el enemigo atacara el cuartel. En pocos minutos y en medio de
una gritería ensordecedora, los rebeldes se lanzaron al ataque. Y ardió
Troya. El fuego se generalizó por ambas partes las descargas cerradas de
los fusiles federales obligaron al enemigo a retroceder; algunos valientes
obstinados en acercarse a la puerta del edificio, fueron muertos sin lograr
sus intenciones.
- - 1 Que brutos I | Tiran con puro treinta treinta I gritó muy sorprendido
el "Chopas".
-- | No importa I j Aquí no entra nadie y menos esos indios
huarachudos I -- Afirmó el sargento "Techiquín” muy envalentonado. Y
dirigiéndose a sus compañeros, les espetó en forma irónica: | Querían jaleo!
¿ no ? | Aquí lo tienen !
El Subteniente observó atentamente a los asaltantes que en forma
sigilosa estaban rodeando al cuartel aprovechando la línea de árboles, y no
se equivocó al pensar que las intenciones del enemigo eran sitiarlos para
terminar con ellos al agotárseles el agua y los alimentos.
Se apuntaló la puerta del edificio; se dobló la vigilancia y todos
permanecieron alertas en sus puestos. El Comandante preguntó al
"Techiquín":
-- ¿ Cómo andamos de agua y alimentos ?
-- Mi Subteniente, tenemos agua para quince días más o menos y
comida para diez solamente.
El "Cadete", metiche como siempre, propuso al Segundo Com an
dante:
- Mi sargento, ¿ No sería conveniente salir de esta ratonera y terminar
con esos forajidos de una vez por todas ?
El "Techiquín" reprimiendo un gesto de ira le contestó:
- | Déjese de estar gruñendo que nadie le pide su opinión I
Un soldado, dirigiéndose al "Cadete" le dijo venenosamente:
- | Ya estarás, valiente de a cuartilla I
El Subteniente ya había hecho un cálculo y la elemental aritmética le
decía muy convincente que, atacar en campo abierto al enemigo, sus
soldados se encontrarían aproximadamente en proporción de uno a diez.
Pasaron las horas y los rebeldes no volvieron atacar. El Comandante,
desde la ventana del segundo piso observó con cierto desaliento el cuadro
que se le presentaba a la vista. Los cadáveres de los asaltantes eran de

51
condición muy humilde; seguramente los orillaron a semejante aventura con
el señuelo de una vida mejor; probablemente les ofrecieron devolverles sus
tierras, más justicia y mejores salarios. Ahí estaban presentes los infelices
que se lanzaron a la revolución para poder cambiar, a costa de su vida, los
sistemas políticos, económicos y sociales de la República. Esos hombres
muertos allá afuera, representaban a los primeros de la masa del pueblo, que
convulsionó a todo el mundo con la famosa revolución de 1910.
El oficial estaba profundamente ensimismado en sus reflexiones,
cuando un suceso inesperado lo saco de sus pensamientos. Los alzados
irrumpieron por toda la ranchería, incendiando todo lo que encontraban a su
paso; pronto grandes lenguas de fuego hicieron presa de los graneros, de
la casa del patrón, de las caballerizas y de las humildes chozas de los
campesinos.
El fuego y el humo se alzaron a cientos de metros a la redonda
envolviendo al cuartel. Los rostros cenizos de los soldados, en cuyos ojos
brillaban las pupilas dilatadas, observaron estupefactos los efectos devas
tadores del voraz incendio.
El humo espeso se levantó hacia el cielo dificultando la observación
y obligando al personal a limpiarse continuamente la vista con el dorso de
la mano. El calor aumentó y en pocos minutos desapareció la ranchería
devorada por las llamas, amenazando estas al cuartel; gracias a que sus
muros eran de piedra, la cosa no llegó a mayores pues de lo contrario las
consecuencias hubieran sido muy graves.
Cuando llegó la noche, todo había desaparecido y solamente
destacaba en forma macabra el edificio de la partida con sus paredes
ennegrecidas por el incendio.
Los rebeldes sacaban de quicio a los soldados vociferando: | Ya se
vino la revolución I | Entreguen sus armas I | Abajo los federales I
Los soldados respondían con imprecaciones: | Viva el supremo
gobierno ! | Viva el 23 de Infantería I | Arriba el Ejército Federal! | Tiznen
a su madre I
Tres asaltantes a toda carrera y llevando consigo una lata de petróleo,
intentaron acercarse a la puerta para prenderle fuego; las balas silbaron
estrepitosamente, los rebeldes se detuvieron por un momento, se
contorcionaron en forma grotesca, y lentamente cayeron para no levantarse
más.
-- i Fuego I -- gritó el Comandante mientras con su pistola ponía el
ejemplo.
Cuando volvió la calma, el Subteniente Rivera dió muestras de
nerviosismo; se esforzaba por mantenerse tranquilo pero los nervios lo
dominaban; estaba pálido como muerto; gruesas gotas de sudor perlaban

52
su frente; caminaba de un lado para otro tratando de controlarse.
Observaba a los soldados que se encontraban como él y se preguntaba
cuáles serían sus pensamientos; el corazón le martillaba tan duramente, que
parecía que le iba a estallar. Ál fin estaba recibiendo su bautizo de fuego;
al fin sabía lo que es mandar tropa en una acción de armas. Y supo de lo
que es capaz un enemigo obstinado y tenaz.
El personal había respondido hasta el momento. ¿ Continuaría así ?
El sargento era de mucha ley y le inspiraba mucha confianza. Al observar
a sus subalternos sintió de pronto gran satisfacción, y se enorgulleció de ser
el Comandante de aquel puñado de inadaptado^ que estaban dando un
ejemplo de entereza y espíritu de cuerpo. Y no sintió reproche alguno por
el estado de ánimo en que se encontraba, ya que hay veces que las cosas
son más fuertes que la propia voluntad, y su instinto le decía que todos los
ahí presentes experimentaban la misma sensación.
-- Mi Subteniente. ¿ Alguna orden para el personal ?
-- Hay que ahorrar las municiones; recomiende a los soldados se
dispare solamente a objetivos bien visibles; el agua hay que economizarla
lo más que se pueda; necesitamos hacer un gran esfuerzo para controlarnos
y beber estrictamente un vaso de agua en la mañana y otro por la tarde. Yo
espero que en la matriz del Cuerpo se den cuenta de nuestro silencio y
manden alguna orden o personal a investigar.
-- j Ya oyeron muchachos ! -- gritó el sargento dirigiéndose a sus
compañeros -- ¡ Necesitamos mucha disciplina en esto !
-- ¿ Cree usted que estos señores se empeñen en tenernos sitiados a
fin de apoderarse de las armas ? -- Preguntó el Segundo Comandante al
oficial.
-- Su táctica es muy clara: nos quieren acabar reduciéndonos por
medio del hambre y la sed.
-- Ojalá llegue pronto alguna orden.
El Comandante se encogió de hombros y comentó:
-- No hay que perder la esperanza. Yo espero dar buena cuenta de
todo esto. Si mantenemos la calma, esos hombres no entrarán aquí.
Esa noche pasó sin novedad. El calor implacable descompuso los
cadáveres tirados allá afuera. Al día siguiente, el personal mostró mejor
ánimo abrigando esperanzas de que pronto llegaría algún refuerzo; pasaron
las horas y el ataque esperado no llegó; los "juanes" se aburrían y por más
que aguzaban la vista y los oídos, no lograban percibir algo que les indicara
un nuevo asalto. Con el sol quemante del mediodía, el hedor nauseabundo
de los cuerpos en descomposición se hizo insoportable.
Intempestivamente, cuando nadie lo esperaba, se oyó un disparo
seguido instantáneamente de un grito ahogado que duró sólo un segundo;

53
un soldado cayó tocado por una bala en la cabeza. Los asaltantes habían
encontrado la forma de exterminar a los miembros de la partida,
simplemente cazándolos con disparos ajustados a través de las aspilleras.
Y es bien sabido que los rancheros son buenos tiradores en lo general. El
Subteniente ordenó sepultar al infortunado soldado en el pequeño patio del
cuartel.
Y cuando estaban echando las últimas paladas de tierra sobre la fosa
otro soldado cayó víctima de la excelente puntería de los rebeldes.
Estallaron de rabia, no lograban localizar a los tiradores que se escudaban
perfectamente detrás de la arboleda. El oficial dió instrucciones para que
se destruyeran los cierres de las armas de los sacrificados y se clavaran
éstas en sus tumbas.
Un silencio pesado reinaba en el interior del cuartel; podría oírse el
vuelo de una mosca.
-- ¡ Animo muchachos ! -* gritó el "Techiquín" -- ¡ Hay que tener
paciencia ! ¡ Los muros del cuartel nos protegen y sólo necesitamos tener
mucho cuidado al observar! -- Y añadió bonachonamente: ¡ Esto no es nada!
¡ En el siglo pasado, cuando peleábamos al lado de don Porfirio, ésas sí eran
batallas ! ¡ El corneta de órder.ds tocaba primero "el enemigo avanza", había
que estar muy al alba ! ¡ La infantería se encontraba ya en línea de tiradores
y la caballería en batalla, lista para cargar ! ¡ Luego tocaban "Fuego” ! -
j Había que cuidarse de las balas que venían silbando, porque las que ya
habían pasado, ésas ya no hacían nada ! ¡ Después venía el electrizante
toque de "Ataque ! ¡ En los combates al arma blanca, ya nadie se acordaba
del temor ! ¡ Había que atacar, y atacar con la bayoneta a todo el que se
ponía al frente ! ¡ Eso sí era combatir ! ¡ Ah, pero lo que más me
emocionaba era el acompasado y cadensioso toque de "columna contra
caballería" ! ¡Un verdadero vals vienés en pleno campo de batalla !
Una sonrisa forzada se dibujó en los rostros endurecidos de sus
compañeros. Un guasón le preguntó socarronamente:
-- Mi sargento, ¿ estuvo usted presente en la batalla del 5 de mayo de
1862. ?
Una sonora carcajada se oyó ert todo el interior del edificio.
( / -- ¡ Sépalo jovencito que no estoy tan viejo corno usted lo cree ! --
dijo el "Techiquín" un tanto molesto pero siguiendo la broma afirmó: ¡todavía
las puedo ! ¡ aquí nomás las poderosas !
-- ¿ Será ? -- dijo alguien.

La situación no ha cambiado, pero el número de bajas sí. Ya son cinco

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los fusiles clavados en sendas tumbas. La desesperación comienza a
apoderarse de los defensores; los días pasan lentamente y no llega ni una
orden, ni un refuerzo.
-- ¿ Cómo andamos de aíimentos ? -- preguntó el Oficial a su Segundo
Comandante.
-- Se terminaron los alimentos, tenemos agua para dos días
aproximadamente -- informó el sargento agregando: hay un promedio de
setenta cartuchos por plaza.
-- Ojalá se den cuenta de nuestro silencio allá en Zapotlán expresó un
tanto optimista el oficial.
El sargento "Techiquín” no contestó, negros presentimientos
cruzaron por su mente, mientras su rostro surcado de arrugas hizo un gesto
de desaliento. Por la noche los soldados se tumbaron junto a sus puestos
completamente exhaustos. El cielo mandaba oleadas de aire caliente
conviertiendo el cuartel en un horno mientras allá arriba la luna caminaba
lentamente, despidiendo un blanco y pálido resplandor haciendo destacar
como fantasmas, las figuras de los soldados que vigilaban atentam ente
desde el interior del cuartel.
-- Vaya usted a descansar un rato -- dijo el Comandante al sargento.
--¿Quién va a poder dormir en esta situación? -contestó el Segundo
Comandante mientras encendía un cigarro.
Un soldado que estaba apostado en la habitación del oficial, disparo
su arma y allá afuera se oyó un ruido seco seguido de una blasfemia.
- | Me lo "eche" I -- gritó entusiasmado el "juan" | Ese maldito
calzonudo ya no nos cazará como perros I
Pero su euforia lo perdió. Se descuidó más de la cuenta; tras un silbido
relampagueante, el soldado cayó atravesado en el dintel de la ventana del
cuarto del Subteniente. Todos los defensores abrieron fuego sin ningún
resultado positivo.
El resto de la noche pasó sin novedad. Esa falta de iniciativa de parte
del enemigo, ponía los nervios de punta de todo el personal; esa espera los
sacaba de quicio y se desesperaban al no poder salir a combatir y terminar
de una vez por todas. Pero el enemigo sabía su cuento; no tenía prisa. Por
la madrugada, un montado se acercó al galope al edificio arrojando a su
interior un cartucho de dinamita. El estruendo fué infernal; las paredes del
cuartel se cimbraron en forma violenta y pareció que todo se derrumbaba;
los soldados fueron arrojados violentamente al piso quedando sordos por
unos segundos. Tres camaradas volaron por los aires completamente
destrozados. Para fortuna de los defensores, la puerta no sufrió daño
alguno. El Comandante recomendó nuevamente tener mucho cuidado al
observar, hacia el exterior.
Estalló la cólera en todos. Sus instintos de buscadores de camorras,
sus pendencias, su vocación por la riña y el pillaje, su pasión por la fuerza,
todo lo que los había convertido en hombres enemigos de la ley, se les subió
a la cabeza. Solicitaron salir a batirse con los desalmados que los estaban
matando impunemente. El oficial y el sargento pusieron a prueba todo su
tacto y toda su energía para controlar al personal que estaba fuera de sí, y
deseaba a toda costa salir a vengar la muerte de sus compañeros.
Si al principio no fué aconsejable abandonar el cuartel para medirse
con el enemigo, ahora era mucho menos prudente hacerlo ya que un oficial
y doce de tropa, tendrían que hacerle frente a un efectivo donde se
necesitaban cuando menos cien soldados.
Y cuando se estaba dando cristiana sepultura a los inmolados en el
cumplimiento de su deber, brotó en forma considerable y justificable'el odio
hacia los asaltantes que no daban la cara, y sí estaban acabando con ellos
aprovechándose de las ventajas que les ofrecía la situación.
Cuando menos no van a servir de festín a los zopilotes -- murmuró un
soldado con voz lúgubre.
Y ante aquella situación que vivían los miembros de la partida, la
indisciplina militar dejó su \ v d ár a un sentimiento de fraternidad y com
pañerismo; de espíritu de cuerpo; de unión ante el peligro de muerte que los
acechaba; se dejó al olvido la rebeldía y el egoísmo de los reacios o 'a
disciplina, para dar lugar al estricto cumplimiento del deber en aquellos
terribles momentos de prueba.
Y una vez más, solicitaron salir a vengar a sus colegas, pero era un
suicidio aventurarse en una situación tan comprometedora.
Un silencio paralizante y mortal se extendió por todo el cuartel; el
Subteniente Rivera no ocultaba la emoción que lo embargaba; tenía un nudo
en la garganta, y una vez más y con íntima satisfacción, comprobó el temple
y la abnegación de los soldados a sus órdenes. Sí, los mismos atributos que
le inculcaron en el Colegio Militar y que son parte del conjunto de virtudes
militares que tiene muy imbuido el personal del Ejército Mexicano.
Un recluta musitó una oración ante el estupor de todos los presentes
que, más avezados a estos menesteres, tomaban la eos con más
naturalidad.
Ese es el vivo retrato de la vida del soldado mexicano. Para -^o están
y ésa es su misión; morir lejos del hogar y de los seres queridos, cumplir con
su deber hasta el sacrificio, sin esperar nade' más que la íntima satisfacción
del deber cumplido. Pero, ¿ esa partida de indeseables estaba satisfecha?
Nunca falta la broma que hace menos pesada la situación.
-- j Esos señores habían de ser más comprensivos con nosotros ! --
dijo el "Chanclas" en tono festivo -- ¿ qué objeto tiene que nos maten si las

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prmas no les van a servir para nada ?
¡ Fxacto f ¡ Hay que Invitarles *:ara que v^yan a exponer sus
problemas al señor Presidente dp la Repúolica ! \ Nosotros no tenemos ia
culpa de nada, decididamente esos señores están muy desorientados y
abusan de nuestra situación ! -- comentó el "Cadete" dibujándose en su
rostro una sonrisa burlona.
El "Chopas" propuso: ¿ No sería conveniente entablar pláticas con
esos malditos indios a ver si es posible llegar a un acuerdo ? ¡ Así salvamos
el pellejo, y todos contentos I ¿ no ? -- y el de la voz dejó ver una sonrisa
ladina y desvergonzada.
-- | Apruebo tu iniciativa 1 -- gritó el " T a p a tío "-; vamos a proponer
al Comandante se nombre una comisión para que salga con bandera blanca
para tratar el asunto I - y el soldado festejó sus palabras con una sonora
carcajada.
El sargento "Techiquín", al oír semejante broma, intervino como de
rayo en la charla y tajante expresó:
-- | Qué comisión ni que la tiznada ! ¡ ustedes permanecerán aquí,
porque éste es su p uesto ! ¡ mientras no se reciba una orden, todos debemos
apechugar venga lo que venga, no importa que nos maten ! ¡ somos
soldados y por eso nos paga la Nación ! -- y agregó cortante: ¿ hay alguien
que no esté de acuerdo ?
Silencio absoluto. Momentos después, el "Chanclas" refunfuñó:
caray mi sargento, no nos quiera tanto.
Ya son diez los fusiles clavados en las tumbas de sus dueños.
-- Creo que nuestras posibilidades se están agotando, sentenció
sombrío el oficial.
-- Así parece; a menos que se produzca algún milagro y llegue pronto
personal a investigar -com entó el Segundo Comandante.
El "Chopas", que oyó lo anterior farbulló incrédulo: ¡ Yo ya no creo
ni en el bendito I
Los pensamientos del Subteniente volaron a la matriz del Batallón.
¿Llegaría el parte que mandó informando de la nueva situación de la partida?
¿Se habrán dado cuenta de nuestro silencio ? ¿ Hubiera sido preferible
abandonar el cuartel antes de que el enemigo los sitiara ?
Bueno, después de todo, la Corporación no cuenta con medios
rápidos para trasladarse a un lugar tan distante. Si ya estalló la revolución,
como lo mencionan los asaltantes forzosamente tienen que recibir órdenes
para incorporarse; la situación de los sitiados va a impedir salir del cuartel
con posibilidades favorables; también hay que tomar en cuenta que hay
muchos servicios y esta circunstancia retarda las órdenes.
El Comandante de la partida hacía miles de conjeturas pero por más

57
que le daba vueltas al asunto, no encontraba la solución.
El hambre y la sed agobian a los soldados en forma terrible; el calor
hace más pesada la situación. Pero aquellos malas cabezas están dando
muestras de una resistencia a toda prueba. La carrera militar decididamente
prepara al soldado para resistir todas las fatigas que se le presenten y en
cualquier circunstancia en que se encuentre.
Y en la peor de las situaciones en que se encuentre, siempre hay ra
de buen humor que hacen más llevadera la situación.
-- ¡ Qué bien me caería un plato de pozole con harto limón ! - dijo el
"Chopas" bromeando - ¡ como el que venden allá por San Juan de Dios,
acompañado de un vaso de chía o de horchata, bien fría !
- ¡ No hombre ! ¡ Por la estación del ferrocarril, precisamente en las
"Nueve Esquinas", hay un puesto donde venden unas tostadas y unos
sopes de primera ! ¡ Todo lo sirven con tepache o tejuino, y acompañado
de nieve de limón ! - afirmó el "Tapatío" chupándose ios labios.
- ¡ Señores ! ¡ Allá por Tlaquepaque venden una birria que para qué
les cuento ! ¡ Con una copita de tequila de la Viuda, de rechupete ! -- exclamó
el "Cadete" con euforia.
El "Chanclas" intervine en la plática afirmando": ¡ cuando me daba
mis desveladas por algún "trabajito", me iba a las cinco de la mañana al
mercado Corona a desayunar un buen plato de menudo con sus tortillas
calientitas recién salidas del comal ! ¡ eso es vida !
-- ¡ La mera verdad ! -- cortó un soldado soltando la risa -- ¡ con el
hambre que tengo, me conformaría con la comida'que nos da la "Cilindra"!
El "Chanclas" cambiando de tema repuso:
-- A propósito, dentro de pocos meses se cumple el primer centenario
de nuestra independencia nacional, ¿ iremos a participar en el desfile militar?
-- ¡ A donde vas a desfilar es a h í! - se mofó el sargento "Techiquín"
señalando con el índice el patio donde estaban sepultados sus camaradas.
-- ¡ Caray, mi sargento ! ¡ usted sí que nos tira muy duro ! ¿ quién
va a querer que lo entierren en ese lugar ? - protestó el "Chanclas" muy
enchilado.
-- El "Cadete" expresó suspirando:
-- Tengo muchas ganas de ir a la capital de la República; es a todo dar
pasear por Xochimilco en una tinaja y respirar el perfume de tantas flores.
-- A mi lo que más me gusta de Chapuitepec. ¡ Cuántas muchachas
bonitas, mucho aire puro, muchas caídas de agua y los majestuosos
ahuehuetes de Moctezuma ! -- expresó el "Tapatío".
-- ¡ Yo cuando voy a México, mi paso^ favorito es recorrer Plateros
y admirar a los "lagartijos" que pelan la pava en la Alameda, al amparo de
las sombras de los árboles ! - expresó el "Chopas" añadiendo: También me
encanta oír a la banda de música de la gendarmería, qué bonitas composi
ciones tocan -- Y se puso a tararear el Vals Poético del maestro Felipe
Villanueva y Tristes Jardines muy en boga en esa época.
Un soldado le preguntó al sárgento "Techiquín": ¿ A usted qué le
gusta más de la capital ?
Al sargento le brillaron los ojos por un momento, suspiró con fuerza
y contestó:
- Para mi gusto, lo más emocionante es el desfile militar. Cuando el
Comandante de la columna que normalmente es un General viejo, barrigón
y bigotón ordena tocar "Batallones, Escuadrones y Baterías, por Secciones
a la derecha para marchar en Columna" ¡ Marchen ! comienza el desfile.
¡Cosa grande ! la tropa marcha muy altiva, echando mucha fibra; los
cambios de arma al hombro, un solo golpe sobre la cantonera; las banderas
desplegadas, flotan al aire y la "juanada" desfila orgullosa; ahí se compen
san todas las fatigas, las desmañanadas y las tediosas revistas. Se olvida
uno de las mentadas y arrestos; el público se desborda y aplaude a su
Ejército que es muy modesto, pero que representa la seguridad de la Nación.
Los niños palmotean con alegría y también marchan acompañando a los
soldados y alborotando a la gente con sus cornetas de juguete. Las bandas
de guerra compiten en una verdadera sinfonía de notas marciales. ¡ Ah, pero
lo mejor es la precisión y la gallardía de la infantería ! ¡ La marcha dragona
también es electrizante ! Pero debo decirles una cosa: ¡ No cambio una
parada de infantería al paso de ganso, por una carga de caballería ! ¡ Como
la infantería no hay dos I ¡ Es el arma principal de los Ejércitos ! ¡ Qué caray!
Un soldado le susurró al oído a un compañero: El sargento
"Techiquín" es mocho de hueso colorado, le encanta la sardeada.

Pasan lentamente los días y el personal de la partida se va debilitando


paulatinamente. El oficial pocas veces sube a su habitación y ve con
desesperación que no se presenta ninguna oportunidad de un cambio en la
situación. El agotamiento es terrible y el calor asfixiante del medio día
desmadeja los cuerpos ya extenuados por el hambre y la sed.
Un hecho inusitado sucedió de pronto. Se oyeron ruidos y voces que
pusieron alerta a los soldados. El galopar de caballos les hizo pensar en otro
ataque, pero con sorpresa observaron que los rebeldes se retiraban con
rumbo desconocido. Poco a poco se fueron haciendo menos perceptibles
las pisadas de las cabalgaduras hasta que todo quedó en silencio.
Expectación en el interior del cuartel. Unos segundos después, el
"Techiquín" exclamó con voz tronante:
-- ¡ Esa ya me la sé yo ! ¡ Esos indios mal nacidos nos quieren engañar!
-- Y dirigiéndose al Comandante le preguntó: ¿ Cómo la ve usted {
- | Esto huele a "cuatro", pero no se les va a conceder I -- afirm
oficial muy seguro de sus palabras.
Después de varias horas de expectante espera, el Comandante de la
partida dijo a sus subalternos: Vamos a esperar un tiempo prudente. Si esos
señores ya se retiraron, que lo creo muy difícil, un soldado tratará de llegar
a Zapotlán a dar parte y recibir instrucciones. Si la situación continúa igual,
un voluntario saldrá a proveerse de agua al jagüey a ver si es posible resistir
mientras se reciben órdenes y refuerzos.
El personal permaneció callado. Lentamente fueron pasando las
horas; llegó la noche y el cuartel quedó sumido en la más completa
oscuridad; el canto de los grillos con su monotonía, sacaba de quicio a los
soldados; bajaba de la sierra una ola de aire caliente que humedecía los
cuerpos de los "juanes” de vez en cuando, la luz que despiden los cigarros
que nerviosamente fuman, deja ver sus rostros cuyos ojos hundidos brillan
como luciérnagas.
- - 1 Mi Subteniente I -- dijo de pronto el "Chanclas" - | Yo me ofrezco
para ir a Zapotlán I
El oficial se le quedó mirando fijamente, tratando de adivinar sus
pensamientos.
-- ¿ Ya midió usted las consecuencias que le pueden acarrear ? -- le
preguntó sin apartar la vista de sus ojos.
- - 1 Naturalmente que sí, y prometo llegar lo más pronto posible, pues
esta situación ya es más que imposible I
-- M uy bien, vamos a esperar un día más por si estos hombres nos
quieren sorprender. Mañana por la noche sale usted a cumplir su misión;
todos confiamos en su palabra.
El "Chanclas" se despidió de sus compañeros. Todos le desearon
buena suerte y los más íntimos le dieron un abrazo. Después de casi un mes,
la puerta del cuartel se abrió y el soldado voluntarlo rápidamente se perdió
en las tinieblas de la noche; llegó al jagüey, tomó agua hasta hartarse, llenó
su cantimplora y nadie supo más de él.
Para los soldados que sólo oían los martillazos de sus corazones, los
minutos fueron interminables. Un silencio de muerte se extendió sobre el
cuartel. Transcurrió más de una hora y la noche no les dijo nada.
-- Ojalá llegue a Zapotlán y manden refuerzos - Auguró el "Tapatío"
exhalando un suspiro.
Nadie dijo una sola palabra.
Por la madrugada el Subteniente pidió un voluntario para salir por el
precioso líquido. El "Chopas" se ofreció y después de reunir todas las
cantimploras salió arrastrandose, con movimientos de reptil llegó al jagüey;

60
sació la terrible sed que lo agobiaba, llenó todas las ánforas de sus colegas
y a toda carrera, emprendió el regreso; zigzagueando recorrió los cincuenta
metros que había a la puerta del cuartel, siguieron unos disparos seguidos
de un grito terrible, agudo, escalofriante; los soldados abrieron fuego
tratando de cubrir a su camarada mientras el oficial entreabría la puerta sólo
para que el "Chopas" cayera en sus brazos jadeante y muy mal herido.
El "Tapatío" acudió presuroso a cerrar la puerta del edificio con tan
graves consecuencias, que una bala le atravezó el cuello cayendo
pesadamente al piso.
Cuando terminó la balacera el sargento "Techiquín" vociferó echando
chispas de coraje:
i Malditos cerdos ! ¡ estos hijos de perra son muy ladinos !
El "Chopas" agonizó rápidamente. Con los ojos desorbitados
tratando de hablar, solamente dijo unas palabras ininteligibles; se dibujó una
ligera sonrisa en su rostro dejando ver sus dientes podridos; el Subteniente
trató inútilmente de animárlo pero con pena vió en su rostro que la muerte
se había apoderado de él.
El "Chopas" siempre fué buen compañero; perteneció a la "élite" de
las fichitas del Batallón y su muerte fué muy sentida. Y así se lo demostraron
ese día que habiendo desempeñado el papel que le designó el destino en esta
vida, le tocó partir para siempre.
Y cuando sus camaradas echaban las paladas de tierra en su tumba,
algunos de sus más allegados dejaron caer por sus mejillas unas lágrimas,
y todos agradecieron infinitamente su sacrificio, pues el agua que les
proporcionó fué a cambio de su vida.
-- ¡ Maldita sea ! ¡ es más grave de lo que me imaginé ! -- dijo el oficial
mientras con un paliacate trataba inútilmente de contener la hemorragia que
desangraba al "Tapatío".
Los soldados fuera de sí, crispándoseles la cara en forma salvaje,
observaban atentamente a su Comandante que una vez más, les daba
ejemplo de compañerismo. La herida era de pronóstico reservado y nada
se podía hacer. Por la tarde un sol canicular abrasaba a los defensores
minando las pocas energías que les quedaban. El agua que les proporcionó
el "Chopas" apenas si les dió fuerzas para resistir un poco más la situación
tan grave en que se encrontraban. Un asqueroso enjambre de moscas
inundó al cuartel mientras allá afuera, los zopilotes se daban el gran festín
y el graznido de los cuervos llegaba a los tímpanos de la tropa como un
anuncio de muerte.
El "Tapatío" está agonizando; sus ojos brillan intensamente y sus
pupilas se dilatan; sus labios se crispan y se hace más jadeante su
respiración.

61
-- Mi Subteniente -- dijo quedamente el sargento haciendo un gesto
de desaliento -- parece que llega el fin.
El Comandante se acercó al moribundo y éste le dirigió una mirada
esbozando una pálida sonrisa. Y nunca se supo si el "Tapatío" quiso decir
algo al oficial, porque en ese momento restituyó al Creador mucho más de
lo que había recibido en su escabrosa vida, y mucho mejor.
Un soldado balbuceó con tristeza:
-- No se le hizo descansar para siempre allá en el cementerio de Los
Angeles de su Guadalajara.

Poco a poco llega el principio del fin. Las esperanzas de algún auxilio
se desvanecen. Pero en la mayor desesperación, siempre hay un pedacito
de esperanza, aunque sea una falsa esperanza, imposible y engañosa,
siempre se aferra uno a ella.
La resistencia física apenas sí mantiene en pie a los soldados de la
partida. Las horas transcurren angustiosamente y todos se preguntan quién
será el próximo en caer. Pero los asaltantes no tienen mucha prisa; para
minar más la moral de los sitiados, y juzgando muy oportuna la ocasión
quisieron demostrar hasta dónde llegaban sus instintos; hasta ddnde había
llegado el desprecio que les inspiraba el Ejército ya impopular de don Porfirio.
El relincho de un caballo anunció a los soldados que alguien trataba
de acercarse al edificio. Al galope, un rebelde llegó al cuartel y arrojó a su
interior una estaca de madera; volviendo grupas, el asaltante trató de
escapar de la nutrida balacera, pero cayó muerto con todo y cabalgadura.
La estaca tenía en su extremo una cosa innominable sembrada de
agujeros; los rostros de los soldados se convirtieron en máscaras de horror;
el enemigo les devolvía la cabeza sangrante del "Chanclas", bárbaramente
sacrificado días antes. A hí estaba horripilante, la cabeza cercenada del
camarada que resueltamente se ofreció para ir a Zapotlán a informar la
terrible situación en que se encontraban sus camaradas.
Todos se esforzaron por mantener la calma ante semejante brutalidad,
pero nadie lograba dominar sus emociones; reprimiendo su ira, la tropa
dejaba ver en esos momentos de prueba, que era necesario mantener la
unidad, el compañerismo, el espiritó de cuerpo y luchar hasta morir; pues
semejante acto, no les daba muchas esperanzas de salvar la vida en el caso
desgraciado que los rebeldes tomaran el cuartel.
Y para completar el acto final, los foragidos gritaban a voz en cuello:
i Viva la revolución I - - 1 Muera don Porfirio I ¡ Abajo la Federación I | Pelones
entreguen sus armas I
Lo que habían presenciado tenía a los soldados anonadados; todos

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oran presas del horror y la exasperación; de rabia e impotencia; hasta los
más avezados sintieron repulsión por la forma inhumana como sacrificaron
a su camarada; no fué suficiente matarlo, tenían que cortarle la cabeza para
demostrar al Ejército el poco affecto que les inspiraba.
-- ¿ Era necesaria tanta saña ? - indagó el "Cadete" mostrando su
rostro desfigurado por la ira.
-- i Ya lo ven ustedes, esos calzaonudos muertos de hambre son
capaces de eso y más I -- vociferó el "Techiquín" fuera de sí.
El oficial ordenó que la macabra cabeza fuera sepultada junto a la
tumba de el "Chopas" pues siempre fueron amigos inseparables. Ante tal
situación, y dándose cuenta el Comandante que los soldados a sus órdenes
estaban a punto de estallar, les expresó:
- - 1 Calma señores i ¡ No hay que dejarse llevar por la desesperación!
I Mientras haya un compañero vivo, habrá siempre alguna esperanza !
Los soldados miraron fríamente a su Comandante. Pero, ¿ existía
alguna esperanza ?
Y súbitamente, cuando menos se esperaba, hizo su aparición un
intruso que en casos semejantes como el que vivían los miembros de la
partida militar, hace acto de presencia y causa efectos desastrosos en la
moral de la tropa mermando sus posibilidades en forma peligrosa, y
constituyendo un grave peligro por su fácil proliferación entre el personal.
Uno de los reclutas comenzó a gritar palabras ininteligibles; trató de
abalanzarse hacia la puerta del cuartel con intención de salir; nervioso y
presa de un ataque que lo puso fuera de sí, se puso a insultar a todo mundo
expresando que nada tenía que hacer ahí; que no deseaba morir de hambre
y sed y que prefería irse a Zapotlán. Y a los insultos siguieron las amenazas.
-- ¡ Vuelva a su puesto ! -- lo conminó el oficial tratando de dominarse.
- - 1 Yo no voy a ninguna parte ! ¡ Si puede lléveme usted ! -- vociferó
el insubordinado al mismo tiempo que le quitaba el seguro a su arma, y con
los ojos inyectados peligrosamente apuntaba a su superior.
El delito de insubordinación en su más amplia expresión.
Los soldados, viejos zorros en estas lides, observaron con curiosidad
y sorpresa, a su colega, pero el cuadro que se les presentó a la vista les causó
desprecio, pues el momento no era propicio para semejante acto por parte
de su compañero.
Con los ojos que parecía que se le salían de las órbitas, el nervioso
continuó gritando: ¡ Ya estoy harto de ser sardo ! ¡ Me llevaron a la fuerza
al cuartel I ¡ Ahora mismo me largo de a q u í!
Y uniendo la acción a las palabras, se dirigió a la puerta del edificio.
Pero se descuidó un segundo y un segundo es muy largo en esas
circunstancias. El Subteniente se le abalanzó con fdlina rapidez y ambos

63
cayeron al suelo. El sargento "Techiquín" entró rápido en acción y
acercándose al soldado le atizó tremendo culatazo que casi lo privó del
conocimiento.
-- ¿ Quiere usted que lo maten como perro ? i Ahora es cuando se
necesita más control de sf mismo ! ¿ No se da cuenta de la situación en que
nos encontramos todos ? ¿ Para qué le sirve el ejemplo de los camaradas
que han sucumbido ? -- Argüyó con firmeza el oficial al mismo tiempo que
entregaba el arma del insubordinado al Segundo Comandante.
La crisis pasó y volvió la calma. Los soldados dijeron unas palabras
de aliento a su colega y éste supo aquilatar debidamente el gesto de sus
compañeros. Tímidamente pidió una disculpa y aquí no ha pasado nada.
- - 1 Serás bruto ! ¿ a quién se le ocurre a estas alturas ponerse al brinco
si todos la estamos llevando parejo? -- le recriminó un soldado al insubor
dinado.

Aquel día p a n d ó que el astro rey tenía especial empeño en hacer más
insoportable la ya imposible vida de los miembros de la partida. Sus rayos
caían verticalmente haciendo sudar a chorros a los moradores del cuartel,
mientras allá afuera, el campo abrumado dormía pesadamente alrededor de
lo que había sido un centro de explotación de los campesinos que tuvieron
la mala suerte de vivir en ese lugar.
No se sentía el menor sopjo de aire y los "juanes" angustiosamente
llevaban la vista hacia las alturas, tratando de descubrir algún indicio que
les indicara un posible aguacero. Pero aunque ya estaban a fines de mayo,
la ansiada lluvia no caía.
El Subteniente Rivera estaba confuso, anonadado trataba de m ante
nerse tranquilo; tenía el cerebro embotado y le abrumaba la responsabilidad.
¿ Llegaría el angustioso parte que mandó a la Corporación ? Ya se había
resistido al máximo y no se podía exigir más pues el hambre y la sed los
estaba flagelando en forma terrible a todos. Pero que caray; qué bien se han
portado estos soldados ¿ continuarán así ? | Lo que se aprende en las
Corporaciones del Ejército !
Y con cierta curiosidad se puso a observar a los soldados a s
órdenes.
Aquel recluta que nervioso observa a través de la aspillera, acaso
piense que hubiera sido mejor oír los sanos consejos de sus padres; evitar
las malas compañías; pero no, primero fueron cosas sin importancia las que
hurtó; después los "méritos" fueron mayores, y el cuartel fuó su destino
final.
Este otro soldado, borracho, murmurador, pintaba buen elemento,

64
pero tuvo !a mala ocurrencia de juntarse con la palomilla de la banda de
guerra, y todo al mundo conoce la fama que tienen los miembros de la
"harloca"; más pronto de lo que se esperaba, aprendió a darse "las tres" de
reglamento. No era despreciable su récord de permanencia como arrestado
en la Guardia en Prevención; con el agravante de que a la hora del pago,
siempre se portaba reacio a "ayudar" con el medio centavo a su Capitán lo
que propiciaba aún más, sus boletas de arresto por el menor motivo posible.
Aquel soldado que está apostado junto a la puerta se encuentra muy
abatido y nervioso; tiene un problema familiar que no lo deja en paz todo el
santo dfa. Su señora estaba "esperando" cuando salió a incorporarse a la
partida, y lo más probable es que no conozca a su retoño. Decididamente
la carrera militar es de mucho sacrificio; las familias de los militares sufren
tanto como ellos y con mayor razón las de aquellos forzados que en esa
época eran tratados en forma arbitraria.
Encogido, demacrado, mirando con ojos que no ven, estaba el recluta
que un día antes se había insubordinado a consecuencia de un ataque de
nervios. ¿ Qué problemas tendría ese hombre que sólo él guardaba en su
mente ?
El Subteniente se preguntó así mismo, cómo se vería él. Y cuando
estaba más profundamente ensimismado en sus reflexiones, el sargento
"Techiquín" lo sacó de sus pensamientos.
-- Mi Subteniente -- le dijo -- deseo platicar con usted en privado.
-- Dígame -- repuso el oficial mostrando cierta curiosidad al mismo
tiempo que se encaminaba al patio donde estaban sepultados los caídos en
el cumplimiento del deber.
Un poco confundido, el sargento titubeó ligeramente, por un
momento, y mirando de soslayo al superior, le dijo:
-- Bueno; usted sabe que todos los que estamos aquí presentes somos
considerados como la escoria del Batallón. Yo ya estoy viejo para esperar
algo mejor en la vida. Figúrese usted, tengo más de veinticinco años de
servicios y apenas ie estoy tirando a la cinta de Primero; todos los que
venimos a este servicio, tenemos cuentas pendientes con la sociedad, y la
mera verdad, ésta nos ha tratado como lo merecemos. Como está la
situación, yo creo que muy pronto vamos a rendir cuentas.
El Segundo Comandante suspiró hondamente y prosiguió:
-- Usted está joven; tiene toda la vida por delante y su preparación lo
puede llevar muy lejos. Todavía es tiempo de que salve su vida; si se
presenta la oportunidad, nosotros le cubrimos la retirada, a ver si es posible
que llegue a Zapotlán a dar parte.
El oficial frunció el ceño y clavó la mirada en el "Techiquín";
comprendió que sus palabras eran sinceras, pues en el Batallón había tenido

65
oportunidad de comprobar sus buenos sentimientos, no obstante que era
uno de los sargentos indeseables.
-- ¿ Se dá usted cuenta de los que está proponiendo ? -- inquirió sin
asomo de enojo. Y enfatizó con firmeza:
-- ¡ No mi sargento ! ¡ Le agradezco sus intenciones, pero lo que me
propone es improcedente ! ¿ Sería correcto cometer semejante acto
después del sacrificio de los camaradas ? -- el Subteniente señaló con la
diestra las tumbas de sus subalternos -- ¡ Aquí permaneceremos, porque
este es nuestro puesto, como lo fué al final de ellos ! ¡ Usted sabe muy bien
las graves consecuencias que se presentarían ! ¡ El menos indicado para
abandonar la partida soy yo !
El sargento se limpió el rostro , y sin proferir una sola palabra se retiró
muy pensativo.
El Subteniente sintió un nudo en la garganta; le embargaba la
emoción; la proposición del sargento le había causado sorpresa por
inesperada pero, porqué no decirlo, también una íntima satisfacción; era
evidente que ese acto significaba que los soldados a sus órdenes, le tenían
cierta estimación, pues no se sabe de un caso donde los "voluntarios de
reata" se preocuparan mucho por la vida de un oficial procedente del Colegio
Militar. Ojalá pensó el Comandante -- que en el Batallón aquilaten en forma
debida el proceder de esta tropa que se está portando a la altura de las
circunstancias.
Y dirigiéndose al centro del patio, dijo a sus subordinados:
-- ¡ Señores, somos muy pocos los que quedamos; el enemigo está
obstinado en tenernos aquí sitiados ! ¡ Posiblemente ya se vino la
revolución! ¡ Suceda lo que suceda, quiero expresar a ustedes mi
reconocimiento por su disciplina y su lealtad; creo, sin temor a equivocarme,
que todos hemos cumplido con nuestro deber de soldados, ya que nadie en
la Corporación se avergonzará de nosotros ! ¡ Quiero que borren de su
mente la idea de que los mandaron a este lugar por elementos de mala
conducta o por castigo ! ¡ Venimos a establecernos de partida cumpliendo
una orden y nada más !
El Subteniente se humedeció los labios resecos y continuó:
-- ¡ Deseo expresarles que estoy orgulloso de haber sidos nombrado
Comandante de este servicio ! ¡ Muchas cosas he aprendido desde que
salimos de Zapotlán; no crean ustedes que todo se aprende en las aulas;
conviviendo con la tropa, es como se adquiere la experiencia necesaria que
todo oficial necesita ! ¡ Repito que estoy satisfecho de su comportamiento!
¡ Permaneceremos aquí, porque éste es nuestro puesto y debemos
defenderlo y no abandonarlo mientras no haya una orden expresa !
-- Amén -- balbuceó un soldado.

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Siguió un silencio macabro en el interior del cuartel. Nadie esperaba
semejante peroración y menos a esas alturas. El Oficial se retiró a su
habitación muy embargado por la emoción. Un soldado refunfuñó :
-- De nada nos va a servir el sermón.
Pero volvamos a la matriz del Batallón. Allá en Zapotlán las-cosas no
marchaban muy bien que digamos; servicios por todas partes tenían a la
Unidad hecha pedazos. El Ejército Mexicano siempre ha sido así. El Mayor
Ayudante se multiplicaba dando órdenes a diestra y siniestra, a fin de cumplir
las instrucciones de la superioridad.
¿ Y la partida establecida en Pihuamo ?
Bueno, existían muchas partidas en el sector militar que le correspon
día al Batallón; muchos servicios, y las preocupaciones del Mayor Márquez
eran tantas, que poca inquietud le había causado el mes de silencio que tenía
dicho servicio; además el Segundo Comandante del Cuerpo tenía sus
razones bien fundadas para no preocuparse. Es muy frecuente la tardanza
de los partes por el pésimo servicio de correos; Pihuamo está a más de cien
kilómetros de distancia y las comunicaciones son muy precarias; luego en
dicho lugar no existe telégrafo. Además, aquella partida de soldados
indeseables no le inspiraban mucho cuidado.
Pero no faltaron las murmuraciones. Algunas lenguas rayadas decían
que el Ayudante transpapeló el angustioso parte del Subteniente Rivera.
Otros aseguraban que nunca se recibió dicho informe; por otro lado, el
Segundo Comandante del Batallón tenía buen cuidado de no mencionar para
nada la partida establecida en Pihuamo.
Y sólo ante las continuas gestiones que realizó el Capitán Comandant
de la Compañía a la que pertenecía el Subteniente Rivera, se turnó solicitud
al Regimiento de Caballería establecido en la plaza de Autlán, Jal., para que
el Escuadrón que hacía el servicio de columna volante, investigara la
situación que guardaba el personal de esa Partida ya que tenían más de un
mes sin dar señales de vida.

Y se desató el diablo.
Los rebeldes atacaron el cuartel; a los gritos de \ Viva Madero ! ¡ Viva
la revolución ! ¡ Abajo el mal gobierno I, blandiendo grandes mechones de
petróleo, se lanzaron al asalto enmedio de un gritería espantosa. Y
comenzaron a silbar los proyectiles en todas direcciones; los defensores
aprovecharon al máximo las municiones que les quedaban, y muchos
cuerpos ensangrentados rodaron por el suelo antes de llegar al portón del
edificio.
— ¡ Duro ccn ellos ! ¡ Hay que vender cara la vida !

67
-- | Vociferó el sargento "Techiquín".
Los gritos, las blasfemias, el humo y el silbido de las balas, se
confundieron con las llamas que comenzaban a hacer presa a la puerta del
recinto'.
¿ Cuánto tiempo duró aquella refriega ? Nadie lo sabe.
El sargento "Techiquín" crispó nerviosamente su cuerpo tocado por
un proyectil; lentamente cayó junto a la ventana del cuarto del oficial que
disparaba su pistola sobre aquellos que se aventuraban a escalar los muros.
Un soldado gritó ahógandose su voz en el estruendo de la balacera:
¡Se "echaron" al "Techiquín"!
La noticia cayó como plomo en esos momentos de prueba que
estaban viviendo los soldados, y mermó considerablemente la moral de los
pocos que quedaban con vida. Con él se iban para siempre muchas
expreriencias de la azarosa vida militar de aquella época; muchos arrestos
y mucho gracejo.
- | No se le hizo llegar a Primero ! -- Exclamó un camarada.
Y cuando las lenguas de fuego envolvían al grueso portón del edificio,
el Subteniente Comandante de la partida, desde la ventana de su habitación,
y sin dejar de disparar su arma, gritó frenético:
-- ¡ Si alguno salva la vida, dé parte de esta situación !
Pero, ¿ acaso existía alguna posibilidad de escapar con vida de aquel
infierno ?
El "Cadete", dando ejemplo de valor y espíritu de sacrificio, se plantó
frente a la entrada del cuartel y, a balazos primero, y bayoneta calada
después, se batió heroicamente hasta caer muerto por la superioridad
enemiga que se acrecentaba a cada momento. El más preparado, el más
pantalla de la palomilla, el que en alguna ocasión tuvo la idea de estudiar en
el Colegio Militar, y las malas mañas lo alejaron de dicha intención, murió
como todo buen soldado: en su puesto y en el cumplimiento de su deber.
Las detonaciones, los gritos desesperados y el incendio, hicieron muy
confusa la situación. Pronto los asaltantes escalaron las bardas del edificio
disparando sus armas a quemarropa contra los soldados que se defendían
a la desesperada, agotando los últimos cartuchos.
A poco se oyeron ruidos de cabalgaduras y el famoso toque de
"carga" del Escuadrón que había acudido a investigar dicha partida. Y la
caballería cayó como tromba sobre los rebeldes quienes al sentir el ataque,
huyeron despavoridos y perseguidos por los dragones que, con los brazos
rígidos y los sables extendidos, pronto dieron cuenta de aque’la partida de
alzados.
Entonces se supo de los que es capaz una horda de hombres abyectos
cuando se entregan a su comandante. Y los que en aquel día vieron lo que

68
había en e! interior del cuartel, jamás io olvidarán en el resto de su vida. El
patio estaba materialmente cubierto de cascos de cartuchos; todas las
fornituras vacías; manchones de sangre por todas partes; seis soldados
muertos varias veces: por las balas enemigas, por el hambre, por la sed y
por el agotamiento.
Ahí estaban, agrupados, inmóviles, con la bayoneta calada, formando
un grupo compacto, un bloque humano, un haz de voluntades en aras del
cumplimiento del deber protegiendo la entrada a la habitación de!
Subteniente. Todos acribillados por los proyectiles a los que ya no pudieron
contestar. Ahí estaban lealmente, dando protección en el últim o momento
con sus cuerpos destrozados, a su Comandante, al "polveado", a su
Subteniente, al "oficial de banqueta", que supo tratarlos como hombres que
eran, y no como bestias de carga; al superior que trató de aclarar sus mentes
tenebrosas; ahí estaban y sus ojos blancos, vidriosos y terribles, enseñando
todds los sufrim ientos que los flagelaron antes de terminar.
¿Tod os ? | No ! Los dragones quedaron estupefactos al contemplar
el macabro cementerio y los fusiles clavados en las tumbas de los que el
tiempo permitió sepultar.
¿ Ouién es el Comandante ? ¿ Dónde está ? En la habitación del
segundo piso estaba el Subteniente Rivera con un balazo en el pecho ya
inmóvil, la pistola semiempuñada en la diestra ya sin ningún cartucho útil;
el sargento "Techiquín" Segundo Comandante, haciéndole compañía junto
a la ventana con su fusil a un lado.
Ahí estaban los "fichas", los indeseables; los mochos despreciados,
la hez del Batallón; los que fueron al cuartel por órdenes de los caciques;
ahí quedaron los parias, los forzados que fueron arrancados por decirlo así,
de sus hogares por instrucciones de los jefes políticos. Ahí cayeron los
sardos vilipendiados, los sorches mal vistos; los "guachos" odiados, los
"juanes" que son la carne de cañón y pertenecen al alma del pueblo. Ahí
murieron los que odiaban todo lo que oliera a superior, los que formaban una
"elite" cuyos integrantes tenían un desprecio hacia el aparato tiránico de las
leyes.
Ahí estaban los que pertenecían a la escoria social más abominable;
los que lucharon oscura y anónimamente, los que no figuraban en ningura
lista de héroes ni recibieron condecoraciones ni medalla alguna. Ahí cayeron
los "voluntarios de reata", los pelones.
Ahí murieron en el cumplim iento de su deber, los últimos en el
escalafón, pero los primeros en la línea de fuego.
¿ Cuáles serían los últim os pensamientos del Subteniente Rivera ?
Acaso recordó a sus seres queridos; posiblemente pensó si el
angustioso oarte llegó a Zapotlán; a lo mejor pasaron por su mente las

69
injusticias para con los campesinos y el odio hacia los caciques que
originaron la iniciación de la revolución; es muy probable que haya
recordado el espíritu de sacrificio, el estricto cumplim iento del deber, la
disciplina y la lealtad indiscutible e inmaculada que le inculcaron en el
Colegio Militar.
El Capitán Comandante del escuadrón, ordenó sepultar a los soldados
muertos y atender al único herido que es el que describe el presente relato;
recogió el archivo de la partida, las armas y se retiró con su Unidad a rendir
el parte correspondiente.
El Subteniente Rivera fué sepultado en el pequeño cementerio de la
población de Pihuamo.

Aquí termina la historia de los réprobos del 23o. Batallón de Infantería.


El viejo soldado terminó de hablar. Por breves momentos reinó un
respetuoso silencio en el recinto donde se fundían dos épocas: la pasada,
con el soldado como fiel representante, y la presente, con el joven oficial
que representaba al nuevo Ejército con nuevos conceptos y plena identifi-
r-ición con el pueblo de México.
Y pareció que estaban presentes en ese momento, el Subteniente
Rivera, el "Cadete", el "Chanclas" el "Chopas", y el "Tapatío", el sargento
"Techiquín" y todos aquellos abnegados "Juanes" que en ese mismo lugar
y veinticinco años atrás, escribieron sin querer -- ¿ o lo quisieron ? -- una
página de las más grandes virtudes militares una lección de la más pura
ética militar, meses antes de que estallara la gran revolución mexicana de
1910.
El oficial inquirió:
— ¿ Qué fin tuvo el Mayor Márquez ?
- Al Ayudante del Batallón lo devoró la revolución como casi a todo
el antiguo Ejército Federal -- contestó -- el veterano.
-- Y, ¿ no se difundió esta acción de armas ?
-- Los periódicos no mencionaron una sola palabra; acaso porque no
estuvieron informados; quizá porque dieron poca importancia a los héroes.
Y aunque uno de ellos era hijo de Chapultepec, el resto era gentuza y el
momento no era propicio para dar publicidad al asunto.
-- Tenemos que arreglar debidamente esta placa. Esta acción de
armas no debe quedar en el olvido -- afirmó el Subteniente
-- i Yo seré el que más se lo agradezca, mi Subteniente ! -- dijo muy
conmovido haciendo un gesto de satisfacción el soldado. Y agregó: esta
placa decía: "EN ESTE LUGAR MURIO EL C. SUBTENIENTE DE INF. JOSE
RIVERA CON VEINTE DE TROPA DEL 23o. BATALLON DE INF. JUNIO DE

70
1910".
Después de breves momentos de silencio, el Comandante de la partida
expresó: ,
-- Una historia muy interesante. Le agradezco me la haya relatado.
Vaya usted a instalarse y viene luego para que lleve el parte al telégiafo.
Fl viejo soldado se irguió, hizo el saludo militar con mucha fibra, y se
retiró a su alojamiento muy embargado por la emoción.
Cuando se quedó solo^al nuevo Comandante le llegaron a la mente
m ultitud de pensamientos. ¿ Valdrían la pena tantos sacrificios ? La
revolución mexicana costó muchas vidas y grandes pérdidas materiales. Fl
país a cambiado en lo político, en lo social y en lo económico. ¿ Continuará
así ?
Fl oficial esbozó una sonrisa de satisfacción; el rápido balance le indicó
que si* valieron la pena todos los sacrificios del pueblo de México, que
decididamente se lanzó a la lucha para obtener los cambios antes
mencionados; que ya nadie detendrá la marcha ascendente del país a un
futuro mejor.
Fl joven Comandante se sintió seguro de sí mismo. En el Colegio
Militar recibió no solamente una sólida preparación profesional, sino
también un amplio concepto del movimiento armado de 1910 y sus
consecuencias sociales.
El cumplim iento del deber lo sacó de sus abstracciones; observó una
vez más la borrosa placa, suspiró ampliamente, y se puso a redactar el ya
consabido parte de: "ARRIBE HOY A ESTA PLAZA Y ME HICE CARGO
DE LA PARTIDA SIN NOVEDAD"

Fin.

71
LOS ULTIMOS €N
€L €SCf l l f l FON .

61 Autor, en un lenguaje netamente


castrense y en forma bastante amena describe
la vida de un Batallón de Infantería en el
estado de Jalisco antes y durante la
revolución, en donde un subteniente que es el
personaje central tiene, que enfrentar a un
superior quien constantemente lo sobaja y
para deshacerse de él, lo destaca a una par
tida militar junto con dos escuadras de
soldados de mala conducta, en donde al
estallar la revolución se cubren de heroísmo al
defender con la vida su cuartel.

BIBLIOTCCfl
D€L OFICIAL
MEXICANO
1992

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