entre la enfermedad del médico y la del enfermo es, entonces,
clara. La prueba objetiva del mal no fue Proporcionada (por los
métodos de diagnéstico por imagenes), de modo queelsufrimiento
es imputado a la fantasia enfermiza del paciente. Es un enfermo
imaginario. Al respecto, conocemos gran cantidad de enfermos
que se quejan de molestias que la medicina no puede diagnosticar.
Enfermedades denominadas “funcionales”, sinistrosis, etcétera.
Peroel paciente, ala inversa del médico, puede reconfortarse en
el sentimiento de la enfermedad al observar una placa cuyos
cédigos de lectura desconoce y que comprende sélo a partir de sus
fantasfas, para buscar la confirmacién visible del sufrimiento. E]
desciframiento de la placa se presta, entonces, a visiones, total-
mente diferentes. El imaginario del paciente viene en auxilio de
sus males para ratificar en la placa la materialidad del mal. El
médico, a partir de otro imaginario, el de la ciencia, ve en la
normalidad de la placa el signo de la buena salud del paciente. A
partir de ese momento puede reconocer el sufrimiento e intentar
determinarlo con otros medios de diagnéstico, entre los que se
encuentran la charla, la escucha o, simplemente, no tomarlo en
serio. En este ultimo caso suele suceder que el paciente, con el
sobre de radiografias bajo el brazo, vaya a que otro médico
comprenda su sufrimiento.
Divergencia de imaginario y de conocimiento que se despliega
en dos cédigos de lectura. En este sentido, la radiografia, o
cualquier otro método de diagnéstico por imagenes, puede funcio-
nar como un test proyectivo, Cuando la ve el paciente, la placa es
como una lamina de Rorschach.
De La montavia magica de Thomas Mann podemos tomar otro
ejemplo de cémo se le da vida, imaginariamente, a una imagen
que, en apariencia, era cientificamente neutra, estaba despojada
de cualquier adorno e, inclusive, de toda humanidad. Hans Cas-
torp vive, profundamente perturbado, la primera experiencia con
una radiografia. Behrens, el médico en jefe de ese sanatorio de
Davor-Platz, introdujo, sin duda, la desviacién imaginaria al
hablar, negligentemente, del retrato “interno” que le tendria que
tomar al joven ingeniero. Y la espera que realiza en la sala de
radiografias evoca la tensién de una experiencia religiosa en la
que la efraccién de los limites del cuerpo equivale ala desnudez del
ser. Hans Castorp est4 emocionado, un tanto afiebrado. “Hasta
ahora, nunca se habia sondeado de este modo la vida interna desu
organismo” (p, 234). Behrens goza destilando la ambigiiedad de
las placas que va a tomar: “En un rato lo veremos transparente...
Creo que tiene miedo, Castorp, de abrirnos su fuero interno.” Usa
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