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POR CAMINOS DE CAJAMARCA

Por Wilmer Fernández Ramírez (1988)

La gente de los pueblos de la sierra del Perú tiene la costumbre de crear


sus propias narraciones y transmitirlas oralmente de generación en
generación a sus hijos. En estas historias se mezclan fe y superstición y,
además, se expresan el sentir y las costumbres de los campesinos. He aquí
un cuento que trata de dos hermanos que escogieron distintos caminos: uno
bandolero y el otro ermitaño. Esto sucedió varios años atrás, en las sierra de
Cajamarca.

Cuentan que por los pueblos de Chota y Cutervo en el departamento


de Cajamarca, vivía un famoso bandolero llamado Daniel Mocho. Era un
hombre muy temido por todos los habitantes de la zona. Con un grupo de
hombres armados de escopetas recorría todos los pueblitos. Robaba las
chacras y el ganado de la gente más pudiente, asaltaba por los caminos a los
desconocidos e iba violando a las mujeres más jóvenes de aquellos pueblos.
Era tanto el miedo que le tenían, que nadie quería oponerse a sus fechorías,
ni siquiera con una crítica. Aquel que se atrevía a hacerlo era torturado y
muerto en las plazas de los caseríos a la vista de todos los pobladores. Es así
como los atemorizaba.
Era un bandolero muy temido por muchos pobladores. Sin embargo,
mucha gente, especialmente los pobres, lo querían bastante, porque robaba a
los que poseían más, para dárselo a los humildes. Era su estilo. Diferente al
de los demás bandoleros. Daniel Mocho se hizo a migo de los pobres. Los
respetaba mucho.
En estos pueblos v i v í a una familia extremadamente pobre. Apenas
conseguía alimentarse cada día. La familia era numerosa: Don Nicanor, su
esposa, sus siete hijos y un octavo estaba en camino. Don Nicanor no tenía
terreno propio, trabajaba de peón en las chacras de los hacendados ganando
así la vida para los suyos. En aquellos tiempos se dio una gran sequía en las
provincias de Cajamarca, que duró varios meses y todos los sembrados
pronto se secaron quedando paralizados todos los trabajos en el campo.
A don Nicanor le nació el octavo hijo; la décima boca en la familia.
Esos tiempos no eran los mejores para nacer. Las cosas estaban difíciles para
ser admitido sin preocupación en un hogar pobre y numeroso. Sin embargo,
Porfirio, el recién nacido, fue bien acogido por toda la familia. Incluso, se
convirtió en el hijo más querido de su papá: se parecía mucho a él. Porfirio
era el “shulco” de la familia.
La costumbre era bautizar a los hijos cuando todavía eran pequeños.
Llegó el tiempo para Porfirio, pero para eso era necesario buscar a los
padrinos. Don Nicanor, muy amigo del bandolero don Daniel Mocho,
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decidió pedirle que fuera el padrino de su hijo. Éste aceptó: “Encantado de la
vida”. Con grandes celebraciones se realizó el bautizo y todo fue costeado
por don Daniel Mocho. Al despedirse pidió al campesino lo tuviera al tanto
de cualquier cosa que pasara con su nuevo ahijado.

La sequía se prolongó por mucho tiempo y toda la gente en la zona tuvo


que buscarse la vida como fuera posible. Don Nicanor salió hacia un lugar
lejano en busca de trabajo. Con su lampa al hombro y con su machete a la
cintura partió rumbo a un pueblo lejano en donde le habían dicho que había
un trabajo en *rosa de “montañas”. Caminó mucho tiempo por un sendero
solitario sin saber a dónde llegaría. No conocía dicho pueblo,
Mientras avanzaba silencioso por el camino, don Nicanor se encontró
con un desconocido que, montado en un caballo, iba por la misma ruta.
Después del ritual saludo conversaron para hacer el trajín del camino más
ameno. Nuestro campesino habló de su familia y de la falta de trabajo que lo
obligaba a salir en busca de trabajo para llevar el sustento a sus hijos. El
desconocido, bondadoso, le ofreció darle todo lo necesario para que pueda
vivir tranquilo sin preocupaciones. Sólo se tenía que firmar contrato entre
ambos. La cláusula del acuerdo decía que a cambio de todo lo recibido el
campesino daría a este señor desconocido lo que más quería en su vida.
El pobre hombre, emocionado con la idea de llevar el sustento a su
hogar, no se puso a pensar sobre lo que más quería en su vida y con quién
se estaba comprometiendo. Firmó el contrato. Después de despedirse, el
desconocido siguió su camino y él inició el regreso a su casa. Mientras
caminaba don Nicanor, empezó a pensar sobre lo que tenía que darle a aquel
desconocido. Cayó en la cuenta de que era a su hijo, el shulco: lo quería más
que a nadie en el mundo. Y sospechó que aquel desconocido era Lucifer, el
diablo, que andaba buscando almas para llevárselas al infierno. Empezó a
preocuparse. Pero faltaban muchos años para que el diablo volviera a cerrar
el trato. El campesino -se decía- “quizás para aquel entonces ya se habrá
olvidado de lo convenido y ya no volverá por mi niño”. Además, pensó, su
familia no sufrirá más de hambre, habrá mucha comida. Entonces continuó
su marcha tranquilo. Es así como don Nicanor, sin saberlo y por la necesidad
de trabajo, vendió el alma de su hijo Porfirio al demonio. Se convirtió en un
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copactado con el diablo.

A partir de entonces, en la casa del campesino, nunca faltó el dinero


para ninguna necesidad. Alcanzaba para todo, incluso construyeron una buena
casa donde la familia empezó a ser feliz. Y Don Nicanor nunca contó
*
Rosar montañas es una frase que se utiliza en el nor oriente del
Perú para referirse a la tala de bosques
**
Compactado palabra que en el nor oriente del Perú se usa para decir
que una persona tiene una alianza con el Diablo.

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a su familia lo que le había sucedido en el camino, ni explicó de dónde salía
todo el dinero para la casa.
Pero, pasaron los años y los hijos fueron creciendo. Entonces Porfirio
cumplió ya los dieciséis años. Era la edad, según lo pactado, en la que tenía
que ser entregado al diablo para que se cumpliera el contrato. Al ver joven a
su último hijo, el campesino recordó el trato hecho con aquel desconocido
en el camino. Y las cosas empezaron a cambiar en su vida y de la misma
manera en su familia. Se preocupaba mucho por su hijo. Se pasaba horas y
horas pensando tristemente en ese día pasado; deseando que nunca hubiese
existido en su calendario. Y lo abandonó la alegría, y se encerró en el
silencio de su tristeza. Todo empezó a ser distinto en la casa. Es como don
Nicanor se volvió misterioso en su familia; se aisló del mundo. Buscaba en su
silencio el misterio de aquel día lejano.
La familia se percató del cambio en Don Nicanor. Su esposa,
preocupada, le preguntaba por lo que le sucedía, si se encontraba enfermo.
Él no quería contar qué es lo que realmente le preocupaba. Hablaba de cosas
que no tenían que ver con su tormentoso silencio. Un día, su hijo, el menor,
le preguntó el porqué su preocupación. Ya no pudiendo ocultar más su
verdadera preocupación, le confesó toda la verdad. Avergonzado y llorando
con arrepentimiento por lo que había hecho, le confesó a su hijo que lo hizo
por toda la familia.
Mirándolo serenamente, como si no fuera tan grave la situación, el
joven Porfirio calmó a su padre. Le dijo que no se preocupe más, que todo
tenía solución. “Para eso tengo a mi padrino; él lo arreglará todo" -dijo. Y se
comprometió a hablar personalmente con el gran bandolero.
Entonces, padre e hijo se pusieron en camino para buscar al
bandolero. Recorrieron pueblos por donde la gente decía que habían pasado
los bandidos. Después de varios días de camino lograron encontrarlo en un
pueblo lejano cerca de la provincia de Bambamarca. El bandolero los acogió
con mucha alegría, ya que hacía mucho tiempo que no veía su ahijado.
Luego organizó una gran celebración por los recién llegados; mandó a
comprar llonque , e hizo matar gallinas y cuyes para la cena. Orgulloso,
puso lo mejor que tenía para el agasajo. Los compadres y ahijado tuvieron
una larga conversación sobre los últimos acontecimientos en los pueblos de
Chota y Cutervo. Enterado de los diferentes sucesos desde su último
encuentro, el bandolero preguntó al campesino qué es lo que los había traído
por esos lares. El campesino y su hijo le dijeron el motivo de su visita,
explicándole detalladamente el problema que tenían con el diablo.

El gran bandolero se informó de todos los detalles del problema. Y


pensando no solamente en el peligro que corría el joven, sino también en que

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era una oportunidad para demostrar que hasta en el infierno era respetado,
escribió un papel sobreindicando su nombre para darle más autoridad.
Dirigía el documento directamente al diablo. Después de firmarlo, lo dio a
Don Nicanor, encargándole al campesino algunos “saludos” para el infierno.
Todo esto sucedió en la celebración de recibimiento. Habiendo conseguido
el objetivo de su visita, los visitantes iniciaron el retorno a su pueblo.
Llegaron a su hogar con mucho ánimo y optimismo. Después de haber
descansado dos días de su largo viaje en busca del gran bandolero, Don
Nicanor tuvo que prepararse nuevamente para partir al encuentro con el diablo
y cerrar de una vez para siempre el acuerdo. Con el documento que había
recibido de su compadre, comenzó nuevamente aquel solitario camino por
donde una vez partió en busca del trabajo que nunca encontró. Esta ves, el
viaje es en busca de la paz de su familia.

El camino era largo. Sin embargo, a don Nicanor no le preocupaba


eso. Pensaba que dependía de ese encuentro la felicidad de su familia. Nunca
quiso perder a su hijo. Al llegar al lugar convenido para el encuentro, se dio
con la sorpresa de que el hombre que allí lo esperaba no era el que había
firmado el acuerdo, sino solamente uno de sus emisarios enviado por el diablo
para recibir el pago que creía seguro.
Después de saludarse y presentarse el uno al otro, el campesino
solicitó hablar directamente con el diablo exponiendo al emisario sus
razones y explicando el porqué incumplía el trato. Además, le presentó el
documento del gran bandolero. El emisario, al ver todo esto, llevó al
campesino al lugar, por todos temido; el infierno.
El campesino se dejó guiar por el emisario. Pasaron por tenebrosos y
lúgubres caminos en el interior de un cerro. Luego llegaron a las puertas del
infierno y lo primero que se veía en éstas era la inscripción del apocalíptico
número del demonio, el seiscientos sesenta y seis. A don Nicanor le
comenzaron a temblar de temor todos los huesos del cuerpo. En ese momento
deseaba estar junto a su familia. De pronto se abrió una puerta y el campesino
fue invitado a pasar. Lo hizo con paso vacilante y temeroso..., encontrándose
con horrorosas escenas de sufrimiento; terror, llanto, soledad... cosas
jamás vistas por un ser humano. Por todos lados se divisaban camas
ardiendo en brasas de fuego, unas más que otras. Todas indeseables, incluso
para el peor enemigo. En esas camas se torturaban a las almas que allí llegaban
para pagar su condena eterna. El campesino sintió el destierro eterno de
aquellos hombres.
El diablo se dio cuenta del temor del campesino y le explicó cada
lugar. Le decía: "cada cama de fuego que ves allí es para cada alma que llega,
y todas están preparadas según la maldad... que hayan cometido durante su
vida terrena". En cada cama de fuego, parecida a una parrilla

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ardiente, un alma era constantemente torturada por un demonio de aspecto
monstruoso: unos, con látigo de fuego pegaban en la espalda; otros con
fierros punzantes ardiendo en fuego, atravesaban los cuerpos de sus víctimas...
Así, se veían escenas por todos lados. Eran cárceles de fuego de almas que
ardían como mecheros sin terminar nunca de apagarse; agonía eterna, sin
tregua para los condenados.
Y mientras Don Nicanor seguía impresionado y conmovido por tanto
sufrimiento, vio unas camas que estaban vacías, como si estuviesen esperando
a alguien que estuviera por llegar. Entonces preguntó: -"¿Y esas camas para
qué están allí? ¿ Acaso esperan a alguien?". El diablo le explicó con una
sonrisa irónica y en tono triunfante: "Están preparadas para las almas
condenadas en vida".

Recorrido parte del infierno, llegó el momento de cerrar el contrato


que firmaron hacía dieciséis años. El diablo adivinando lo que estaba pasando
y dejó que hablara el campesino. Éste, temblorosamente, le expuso las razones
para no entregarle a su hijo y, apresurándose, antes de que el diablo reaccione
amargamente, le entregó el papel escrito por el gran bandolero. El Príncipe de
los demonios después de haber leído el papel se quedó pensativo por algunos
segundos sin decir ninguna palabra. Y mientras daba algunas vueltas con la
carta en la mano, dio la orden de que le trajeran el papel del acuerdo firmado
con el campesino. Pero ninguno de sus demonios se atrevió a traérselo. Parecía
que en todos había un fastidio por el incumplimiento del campesino.
El diablo, molesto, repitió la orden amenazando. Aquel que tuviera el
papel y no obedeciese, ocuparía la cama del gran bandolero. Era una de las
camas vacías que se encontraba en espera; la más aterradora de todas... El
mandato de Lucifer, ni bien fue escuchado, fue cumplido rápidamente ya
que nadie quería vivir el sufrimiento que le esperaba al bandolero, el más
terrible de todos. Entonces el campesino impresionado con todo lo que había
visto, preguntó al diablo por qué era tan temida esa cama. Encontró el mismo
la respuesta cuando señaló la cama con la mano que, a pesar de lo lejos que
se encontraba, le quedó totalmente chamuscada.
Finalmente, el diablo rompió el papel del acuerdo y todo quedó cerrado.
De esta manera don Nicanor libraba a su hijo Porfirio de la maldición del pacto
que había hecho hace dieciséis años sin meditarlo bien. Pero a don Nicanor,
cuando partió del infierno, le quedó otra preocupación. A su compadre, el
bandolero, le esperaba el sufrimiento más terrible de todas las almas. Además
había comprendido el porqué del gran respeto que se le tenía en todas partes,
incluso en el infierno: era una de esas almas condenada en vida que va errante
por el mundo.

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El campesino, después de dos días de ausencia, regresó a su casa.
Comentó a su familia lo que le había sucedido durante ese tiempo y refirió la
situación del gran bandolero. Toda la familia quedó tranquila, y volvieron
los días felices al hogar. Sin embargo, una tristeza atormentaba a don
Nicanor y a su hijo Porfirio, pues la situación de don Daniel Mocho no era
para quedarse tranquilos.
Pasaron varios días desde el regreso del campesino a su familia, pero
la preocupación por su compadre no se le quitó de la mente. No había
tranquilidad en su alma. Vivía con un sentimiento de compasión. Había
sentido el dolor del infierno en carne propia y, más aún, había experimentado
el dolor que le esperaba a su compadre el bandolero. Cansado de pensar
y creyendo que sería lo mejor para todos, un día decidió partir nuevamente en
busca de don Daniel Mocho. Esta vez ya no era para pedirle un favor, sino
para ayudarle, dándole a conocer el infeliz destino que le esperaba en el
infierno. Tomó la misma ruta por donde había viajado la vez anterior con su
hijo. El camino era el más largo, pero sabía que por ahí lo encontraría.
Después de varios días encontró a su compadre en un pueblo donde estaban
celebrando la fiesta patronal. El bandolero lo acogió con mucha amabilidad y
lo invitó a pasar la fiesta con ellos.
Don Nicanor, viendo la alegría de don Daniel Mocho en las
celebraciones, no se decidió a contarle nada de la preocupación que lo había
hecho ir por allí. Tampoco esta vez el bandolero le preguntó nada sobre su
visita, ya que las borracheras con sus hombres le hacían olvidarse totalmente
del mundo. Así, don Daniel Mocho esperó que todo terminara para hablar con
él.
Terminó la fiesta en el pueblo y todo volvió a la normalidad. La gente
regresó a sus labores cotidianas y el gran bandolero a sus andanzas. Una
mañana muy temprano se encontraron, don Daniel Mocho y el campesino,
solos en el patio de la casa donde se hospedaban. Para el campesino era el
momento de enfrentar una situación muy difícil. Sentía mucho miedo. No
sabía cómo iba a reaccionar su compadre ante tal noticia. Entonces empezó
primero narrándole todo lo ocurrido en su viaje a las profundidades del
infierno. Le contó la respuesta del diablo a la carta firmada por el
bandolero. Éste se sintió orgulloso de su temeridad y del respeto que
provocaba aun en los lugares mas temidos por el hombre. Sonreía
irónicamente sin sospechar nada de su destino.
Después de contarle toda la historia, menos la de su futuro destino,
don Nicanor se quedó mirando a su compadre con profunda compasión, como
quien mira a un niño indefenso sabiendo que necesita ayuda y protección.
Creía escuchar los gritos del alma de don Daniel, pidiendo ayuda ante el cruel
castigo que le esperaba, conocido sólo por el humilde campesino. El bandolero
adivinó de un nuevo problema que el campesino no

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quería decirle. Entonces le preguntó por qué lo miraba de esa manera tan
extraña, y cuál era la preocupación que se traía. El campesino, no pudiendo
soportar más su tormento, le contó al bandolero la verdad de su preocupación.
Contó, a don Daniel, la condena que le esperaba, y como evidencia le mostró
su mano chamuscada por el fuego de la cama que le esperaba en el infierno.
El bandolero después de escuchar detalladamente todo su destino, se sumió en
un silencio total, buscando en su interior alguna esperanza de salvación. No
volvió a decir palabra alguna, hasta el momento en que comenzó a implorar
perdón por diferentes lugares de la zona. El campesino no teniendo más que
hacer en ese pueblo retornó con más tranquilidad a su casa. Sentía que había
cumplido una misión, movido por su compasión. Las cosas mejoraron para él
y su familia.

El bandolero, conociendo el destino que él mismo se había construido


durante su vida, arrepentido, empezó a buscar a personas sabias para que le
aconsejaran y le dieran una esperanza para evitar la condena del infierno.
Primero visitó al cura de la Iglesia del pueblo en donde se encontraba. Le
contó todo lo que había escuchado del campesino y confesó su
arrepentimiento. El cura se limitó a decirle, con mucha tristeza, que por
todos los pecados cometidos en su vida ya no tenía salvación. Dios ya lo
había olvidado y lo había desterrado de toda esperanza. El bandolero, con el
alma destrozada, fue visitando a otros sacerdotes que le dijeron lo mismo.
Desesperado el bandolero, buscó al obispo de la provincia. Le confesó todo
los pecados cometidos en su vida y también le habló de su situación de
condenado en vida. El obispo no pudo darle ninguna esperanza, ni siquiera
la absolución. Sentía que la situación de este hombre era grave, por eso se
limitó a recomendarle que fuera donde un cardenal, quien tenía más poder
para dar absolución a semejantes pecados.
Ir al cardenal era la última carta por jugar para el bandolero. Fue en
busca del mediador de Dios, a quien encontró rezando en una banca de la
catedral de la provincia. Era un hombre ya anciano. Las arrugas de su rostro
mostraban la sabiduría adquirida por la experiencia de vida. Además era un
hombre muy santo, por lo que lo llamaban “El amigo de Dios”. El
bandolero se acercó al anciano y en confesión empezó a pedirle consejos
para liberarse de la condena que lo desterraba de la ternura de Dios. El anciano
cardenal lo escuchó atentamente y se dio cuenta que estaba frente a un hombre
arrepentido de corazón, con necesidad de reencontrarse con Dios y con el
mundo. Luego dijo al bandolero que no había esperanza de salvación
para un bandido como él, porque sus faltas eran muy graves a los ojos de
Dios. El bandolero llorando suplicó que le diera una esperanza para salvarse,
aunque sea con la muerte. Entonces el viejo cardenal le habló de una
posibilidad, no segura... Le dijo: primero, tiene que ponerse ante a un

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crucifijo y allí pedir perdón al Señor, después darse de golpes en la cabeza
con una piedra, y que pidiera perdón por todo los daños hechos a las
personas, diciéndole al Señor que lo amaba. Que haga esto hasta que cayera
muerto.
El Bandolero hizo todo como se lo explicó el anciano. Entró en una
iglesia donde invocando con gritos a Dios cumplió su penitencia hasta la
muerte. Murió arrepentido ante Dios y reconciliado con los hombres. Dios,
que había sentido el arrepentimiento del bandolero, envió a sus ángeles para
que llevaran su alma al cielo. Así don Daniel fue llevado por un coro de
ángeles al a la gloria de Dios, donde hicieron una gran fiesta por su
arrepentimiento. Daniel, allí, dio gracias a Dios por aquel humilde
campesino que le ayudó a encontrarse con su verdadero pecado y con su
verdadero destino.

Daniel Mocho tenía un hermano llamado Fermín, quien llevaba una


vida en todo contraria a la de él. Fermín, se había entregado a la oración y al
ayuno. Se había retirado desde muy joven a vivir como ermitaño en las
montañas, lejos de la tentación del mundo y donde sólo estaría con Dios.
Había entregado tanto su vida al Todopoderoso, que éste le enviaba los
alimentos desde el cielo, con sus ángeles. Así estuvo por mucho tiempo
hasta que murió su hermano el bandolero. Entonces, de pronto un día, no llegó
ningún ángel con sus alimentos a la hora acostumbrada que era después
de su oración cotidiana. En un primer momento no se impacientó y esperó.
Pero el ángel no llegó en todo el día. Y no apareció al siguiente, hasta los
tres días. Esto molestó al ermitaño. Sin embargo lo soportó con paciencia,
pensando que era una prueba de Dios.
Al cuarto día llegó el ángel trayéndole solamente un plato de habas
sancochadas. El ermitaño que siempre había recibido comidas deliciosas
para su gusto protestó por qué después de tres días de haberse olvidado de él
y en que había pasado mucha hambre, solamente le traían un plato de habas
sancochadas, como si en el cielo no hubiera otras cosas más. El ángel le
explicó amablemente el motivo de su olvido, le dijo: "¿No sabes que tu
hermano el gran bandolero ha muerto arrepentido y ahora está en el cielo?
Pues por cada pecador arrepentido arriba hacemos fiesta y con la llegada de
tu hermano al cielo hemos tenido grandes celebraciones ya que se ha
salvado. Es por eso que no hemos tenido tiempo para traerte los alimentos".
El ermitaño protestó nuevamente y con más indignación: "no es posible que
yo me haya dedicado a hacer penitencia y oración todos los días de mi vida,
mientras que mi hermano lo ha pasado robando, matando y sin preocuparse
de nada y ¿ahora allá se le dé más importancia que a mí?". Así rechazó la
comida. La ira y la envidia se habían adueñado de él, lo volvieron sordo a
todo consejo del Angel.

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El ángel, después de rogarle que comiera, porque era lo único que había
sobrado de las celebraciones y viendo al ermitaño tan molesto, regresó al cielo
para presentarse ante Dios y explicarle la situación. El Creador, al enterarse
de las reacciones del ermitaño ante su voluntad, ordenó al ángel volver a la
tierra para decirle: “si no recibes lo que se te envía del cielo, ocuparás la
cama de tu hermano el bandolero preparada en el infierno". El ángel volvió a
la tierra como se lo había ordenado Dios. Comunicó al Ermitaño el mensaje
del Altísimo. El ermitaño renegó nuevamente, y ahora le sacaba en cara a
Dios toda su vida perdida lejos del mundo. Y prefirió el infierno antes que
seguir así. El ángel viendo lo inútil de las palabras de Dios, regresó al
cielo con la respuesta y jamás volvió a ver al ermitaño.

Fermín vivió muchos años más. Dejó de hacer oración y ayuno. Vagó
por los pueblos renegando de Dios. La gente comenzó a tenerle miedo, porque
decían que se robaba a los niños y a las mujeres que iban a la iglesia para
llevárselos a la montañas, de donde nunca regresaban. Hasta que enfermó de
un mal desconocido, y a los pocos días murió solo y abandonado. Tan
pronto murió, una comisión del infierno llevó su cuerpo y alma a ocupar la
cama del gran bandolero. Y allí siguió renegando de Dios por los siglos de los
siglos.

“Shilico”

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