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a su familia lo que le había sucedido en el camino, ni explicó de dónde salía
todo el dinero para la casa.
Pero, pasaron los años y los hijos fueron creciendo. Entonces Porfirio
cumplió ya los dieciséis años. Era la edad, según lo pactado, en la que tenía
que ser entregado al diablo para que se cumpliera el contrato. Al ver joven a
su último hijo, el campesino recordó el trato hecho con aquel desconocido
en el camino. Y las cosas empezaron a cambiar en su vida y de la misma
manera en su familia. Se preocupaba mucho por su hijo. Se pasaba horas y
horas pensando tristemente en ese día pasado; deseando que nunca hubiese
existido en su calendario. Y lo abandonó la alegría, y se encerró en el
silencio de su tristeza. Todo empezó a ser distinto en la casa. Es como don
Nicanor se volvió misterioso en su familia; se aisló del mundo. Buscaba en su
silencio el misterio de aquel día lejano.
La familia se percató del cambio en Don Nicanor. Su esposa,
preocupada, le preguntaba por lo que le sucedía, si se encontraba enfermo.
Él no quería contar qué es lo que realmente le preocupaba. Hablaba de cosas
que no tenían que ver con su tormentoso silencio. Un día, su hijo, el menor,
le preguntó el porqué su preocupación. Ya no pudiendo ocultar más su
verdadera preocupación, le confesó toda la verdad. Avergonzado y llorando
con arrepentimiento por lo que había hecho, le confesó a su hijo que lo hizo
por toda la familia.
Mirándolo serenamente, como si no fuera tan grave la situación, el
joven Porfirio calmó a su padre. Le dijo que no se preocupe más, que todo
tenía solución. “Para eso tengo a mi padrino; él lo arreglará todo" -dijo. Y se
comprometió a hablar personalmente con el gran bandolero.
Entonces, padre e hijo se pusieron en camino para buscar al
bandolero. Recorrieron pueblos por donde la gente decía que habían pasado
los bandidos. Después de varios días de camino lograron encontrarlo en un
pueblo lejano cerca de la provincia de Bambamarca. El bandolero los acogió
con mucha alegría, ya que hacía mucho tiempo que no veía su ahijado.
Luego organizó una gran celebración por los recién llegados; mandó a
comprar llonque , e hizo matar gallinas y cuyes para la cena. Orgulloso,
puso lo mejor que tenía para el agasajo. Los compadres y ahijado tuvieron
una larga conversación sobre los últimos acontecimientos en los pueblos de
Chota y Cutervo. Enterado de los diferentes sucesos desde su último
encuentro, el bandolero preguntó al campesino qué es lo que los había traído
por esos lares. El campesino y su hijo le dijeron el motivo de su visita,
explicándole detalladamente el problema que tenían con el diablo.
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era una oportunidad para demostrar que hasta en el infierno era respetado,
escribió un papel sobreindicando su nombre para darle más autoridad.
Dirigía el documento directamente al diablo. Después de firmarlo, lo dio a
Don Nicanor, encargándole al campesino algunos “saludos” para el infierno.
Todo esto sucedió en la celebración de recibimiento. Habiendo conseguido
el objetivo de su visita, los visitantes iniciaron el retorno a su pueblo.
Llegaron a su hogar con mucho ánimo y optimismo. Después de haber
descansado dos días de su largo viaje en busca del gran bandolero, Don
Nicanor tuvo que prepararse nuevamente para partir al encuentro con el diablo
y cerrar de una vez para siempre el acuerdo. Con el documento que había
recibido de su compadre, comenzó nuevamente aquel solitario camino por
donde una vez partió en busca del trabajo que nunca encontró. Esta ves, el
viaje es en busca de la paz de su familia.
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ardiente, un alma era constantemente torturada por un demonio de aspecto
monstruoso: unos, con látigo de fuego pegaban en la espalda; otros con
fierros punzantes ardiendo en fuego, atravesaban los cuerpos de sus víctimas...
Así, se veían escenas por todos lados. Eran cárceles de fuego de almas que
ardían como mecheros sin terminar nunca de apagarse; agonía eterna, sin
tregua para los condenados.
Y mientras Don Nicanor seguía impresionado y conmovido por tanto
sufrimiento, vio unas camas que estaban vacías, como si estuviesen esperando
a alguien que estuviera por llegar. Entonces preguntó: -"¿Y esas camas para
qué están allí? ¿ Acaso esperan a alguien?". El diablo le explicó con una
sonrisa irónica y en tono triunfante: "Están preparadas para las almas
condenadas en vida".
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El campesino, después de dos días de ausencia, regresó a su casa.
Comentó a su familia lo que le había sucedido durante ese tiempo y refirió la
situación del gran bandolero. Toda la familia quedó tranquila, y volvieron
los días felices al hogar. Sin embargo, una tristeza atormentaba a don
Nicanor y a su hijo Porfirio, pues la situación de don Daniel Mocho no era
para quedarse tranquilos.
Pasaron varios días desde el regreso del campesino a su familia, pero
la preocupación por su compadre no se le quitó de la mente. No había
tranquilidad en su alma. Vivía con un sentimiento de compasión. Había
sentido el dolor del infierno en carne propia y, más aún, había experimentado
el dolor que le esperaba a su compadre el bandolero. Cansado de pensar
y creyendo que sería lo mejor para todos, un día decidió partir nuevamente en
busca de don Daniel Mocho. Esta vez ya no era para pedirle un favor, sino
para ayudarle, dándole a conocer el infeliz destino que le esperaba en el
infierno. Tomó la misma ruta por donde había viajado la vez anterior con su
hijo. El camino era el más largo, pero sabía que por ahí lo encontraría.
Después de varios días encontró a su compadre en un pueblo donde estaban
celebrando la fiesta patronal. El bandolero lo acogió con mucha amabilidad y
lo invitó a pasar la fiesta con ellos.
Don Nicanor, viendo la alegría de don Daniel Mocho en las
celebraciones, no se decidió a contarle nada de la preocupación que lo había
hecho ir por allí. Tampoco esta vez el bandolero le preguntó nada sobre su
visita, ya que las borracheras con sus hombres le hacían olvidarse totalmente
del mundo. Así, don Daniel Mocho esperó que todo terminara para hablar con
él.
Terminó la fiesta en el pueblo y todo volvió a la normalidad. La gente
regresó a sus labores cotidianas y el gran bandolero a sus andanzas. Una
mañana muy temprano se encontraron, don Daniel Mocho y el campesino,
solos en el patio de la casa donde se hospedaban. Para el campesino era el
momento de enfrentar una situación muy difícil. Sentía mucho miedo. No
sabía cómo iba a reaccionar su compadre ante tal noticia. Entonces empezó
primero narrándole todo lo ocurrido en su viaje a las profundidades del
infierno. Le contó la respuesta del diablo a la carta firmada por el
bandolero. Éste se sintió orgulloso de su temeridad y del respeto que
provocaba aun en los lugares mas temidos por el hombre. Sonreía
irónicamente sin sospechar nada de su destino.
Después de contarle toda la historia, menos la de su futuro destino,
don Nicanor se quedó mirando a su compadre con profunda compasión, como
quien mira a un niño indefenso sabiendo que necesita ayuda y protección.
Creía escuchar los gritos del alma de don Daniel, pidiendo ayuda ante el cruel
castigo que le esperaba, conocido sólo por el humilde campesino. El bandolero
adivinó de un nuevo problema que el campesino no
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quería decirle. Entonces le preguntó por qué lo miraba de esa manera tan
extraña, y cuál era la preocupación que se traía. El campesino, no pudiendo
soportar más su tormento, le contó al bandolero la verdad de su preocupación.
Contó, a don Daniel, la condena que le esperaba, y como evidencia le mostró
su mano chamuscada por el fuego de la cama que le esperaba en el infierno.
El bandolero después de escuchar detalladamente todo su destino, se sumió en
un silencio total, buscando en su interior alguna esperanza de salvación. No
volvió a decir palabra alguna, hasta el momento en que comenzó a implorar
perdón por diferentes lugares de la zona. El campesino no teniendo más que
hacer en ese pueblo retornó con más tranquilidad a su casa. Sentía que había
cumplido una misión, movido por su compasión. Las cosas mejoraron para él
y su familia.
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crucifijo y allí pedir perdón al Señor, después darse de golpes en la cabeza
con una piedra, y que pidiera perdón por todo los daños hechos a las
personas, diciéndole al Señor que lo amaba. Que haga esto hasta que cayera
muerto.
El Bandolero hizo todo como se lo explicó el anciano. Entró en una
iglesia donde invocando con gritos a Dios cumplió su penitencia hasta la
muerte. Murió arrepentido ante Dios y reconciliado con los hombres. Dios,
que había sentido el arrepentimiento del bandolero, envió a sus ángeles para
que llevaran su alma al cielo. Así don Daniel fue llevado por un coro de
ángeles al a la gloria de Dios, donde hicieron una gran fiesta por su
arrepentimiento. Daniel, allí, dio gracias a Dios por aquel humilde
campesino que le ayudó a encontrarse con su verdadero pecado y con su
verdadero destino.
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El ángel, después de rogarle que comiera, porque era lo único que había
sobrado de las celebraciones y viendo al ermitaño tan molesto, regresó al cielo
para presentarse ante Dios y explicarle la situación. El Creador, al enterarse
de las reacciones del ermitaño ante su voluntad, ordenó al ángel volver a la
tierra para decirle: “si no recibes lo que se te envía del cielo, ocuparás la
cama de tu hermano el bandolero preparada en el infierno". El ángel volvió a
la tierra como se lo había ordenado Dios. Comunicó al Ermitaño el mensaje
del Altísimo. El ermitaño renegó nuevamente, y ahora le sacaba en cara a
Dios toda su vida perdida lejos del mundo. Y prefirió el infierno antes que
seguir así. El ángel viendo lo inútil de las palabras de Dios, regresó al
cielo con la respuesta y jamás volvió a ver al ermitaño.
Fermín vivió muchos años más. Dejó de hacer oración y ayuno. Vagó
por los pueblos renegando de Dios. La gente comenzó a tenerle miedo, porque
decían que se robaba a los niños y a las mujeres que iban a la iglesia para
llevárselos a la montañas, de donde nunca regresaban. Hasta que enfermó de
un mal desconocido, y a los pocos días murió solo y abandonado. Tan
pronto murió, una comisión del infierno llevó su cuerpo y alma a ocupar la
cama del gran bandolero. Y allí siguió renegando de Dios por los siglos de los
siglos.
“Shilico”