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Acompañamiento terapéutico: un ensayo

Manuel Rial
1

Parto de una hipótesis: si la clínica psicoanalítica es el lazo social que la histeria le


arrancó a la neurología, el que el neurólogo Sigmund Freud se vio forzado a producir, el
acompañamiento terapéutico es el que la psicosis le arrancó a la psiquiatría.
En un caso, un cuerpo que conlleva un “placer” más allá de las conexiones nerviosas
(Freud ve en el rostro de Elisabeth von R la expresión de placer al revisar la zona
afectada, su pierna paralizada). En el otro, un cuerpo que presenta un “displacer” más acá
de la realidad, que no pareciera querer entrar en la “alegría de vivir” que predica el sentido
común y se enquista en un “dolor de existir” irreductible.
Quiero seguir el análisis de Foucault en su curso El Poder Psiquiátrico. Allí, la figura del
médico se presenta como un cuerpo (p19), que debe imponerse al del enfermo. El poder
que debe ejercer el médico sobre la voluntad “no domada” del paciente, toma su
inscripción en principio “en el cuerpo mismo del médico” pero se continúa en “toda una
serie de relevos” (vigilantes, sirvientes, el edificio mismo del asilo).
Según esta concepción de la locura (que aún se continúa de formas más sutiles en el
discurso médico), se trata de un trabajo de coerción sobre la fuerza alienada del loco
(p.23). Habría que llamarla una teoría aristotélica: las fuerzas se suponen emanar de los
cuerpos, y por lo tanto será tarea del poder psiquiátrico ajustar el cuerpo del enfermo para
que en concordancia las fuerzas (físicas, pasionales, intelectuales) se ajusten a la
realidad. El relevo más importante hoy día, en esta lucha cuerpo a cuerpo es sin duda la
medicación psiquiátrica; pero siguen existiendo: asilos, vigilantes, sirvientes,
acompañantes…

Para el psicótico, dice Lacan, “el Otro está introyectado a nivel de su propio cuerpo”
(1961-1962, clase 18, 2/5/62). El término “introyección” no es propiamente lacaniano, pero
queremos situar que la posición del poder psiquiátrico, tal y como la construye Foucault,
parece responder de forma especular al psicótico. Dice Lacan: “A este nivel (el de la
estructura), el neurótico, como el perverso, como el psicótico mismo, no son más que
caras de la estructura normal.” (clase 23, 13/6/62). La distinción que se establece, no
radica entre una normalidad y una alienación, sino entre diversas posiciones para las
cuales la pregunta se planteará en diferentes niveles o elementos:

El neurótico, es el normal en tanto que para él el Otro {Autre} con una A mayúscula tiene
toda la importancia.
El perverso, es el normal en tanto que para él el falo ― el ϕ mayúscula, que nosotros
vamos a identificar a ese punto que da a la pieza central del plano proyectivo toda su consistencia ― el
falo tiene toda la importancia.
Para el psicótico el cuerpo propio, que hay que distinguir en su lugar, en esta
estructuración del deseo, el cuerpo propio tiene toda la importancia.

Lo que nos interesa retener es el hecho de que a quien plantea el problema de la


“estructuración del deseo” (que luego podremos leer como la problemática del goce, pero
que a fin de cuentas no altera nuestro argumento) a través del “cuerpo propio”, se le
responde en el mismo nivel, si se quiere, material (imaginario). Donde la psicosis pone
“toda la importancia” también lo hace la psiquiatría. Es necesario, de todos modos,
reconocer que no se trata de un alojamiento de la demanda psicótica. Por el contrario, si
el cuerpo es el lugar donde se plantea la pregunta, el poder psiquiátrico lo toma como el
lugar donde esta debe ser sofocada. Podría escribirse:

a(cuerpo) → A (psiquiatría) → a (cuerpo)


Pregunta/ Rechazo/ Residuo
Demanda Lucha

Donde intenta plantearse una hiancia, se responde con una sutura.

Debemos preguntarnos si la figura del acompañante no nace como mano lanzada a último
momento en que el loco se escurre del dispositivo asilar, como intento de aferrarse a un
cuerpo que se escapa. Desfalleciendo el panóptico que le daba aquella “fuerza hercúlea”
(Foucault, op. Cit. p.97) a quien ejerce el poder médico, ya no pudiendo sostenerse esas
imágenes de superioridad que garantizarían el impacto sobre la figura del enfermo, el
poder psiquiátrico recurre a un auxiliar externo. Externo en el sentido de que se trata de
una figura vacía de atributos “médicos”, no pertenece en rigor al dispositivo del poder
psiquiátrico, está allí para compensar el punto oscuro de la mirada. Teniendo que
renunciar de algún modo a el ejercicio de una “disciplina”, el poder secreta un mecanismo
de control amorfo y maleable.
Sin embargo, el hecho mismo de esta falta de forma fija, este déficit en la identidad es lo
que permite (si la suerte es venturosa) que no sea simplemente la continuación del
dispositivo asilar (aunque muchas veces lo sea) ya que un nuevo discurso se ha
constituido y está en condiciones de disputar la eficacia de los tratamientos.
El hecho de que el discurso psicoanalítico, a partir de Freud y Lacan, pueda ofrecer una
apreciación no escópica de los cuerpos es lo que permite el pasaje a una posición no
realista de aproximación a la locura. Tal y como lo articula Foucault (p167) el poder
psiquiátrico opera como “una especie de intensificador de realidad frente a la locura.” El
asunto es que dicha realidad no se constituye más que a partir de una forclusión1, en el
sentido de que se intenta hacer coincidir a los cuerpos con la realidad visible en la que
deben ordenarse. En esto el psicótico y el discurso médico están en espejo, para ambos
lo rechazado en lo simbólico retorna en lo real: al primero su mensaje le llega en forma de
alucinación, al segundo su punto de oscuridad le aparece como voluntad resistente, como
“...virtualidades de comportamiento que proyecta detrás del propio cuerpo algo semejante
a una psique.” (p73) Esta virtualidad proyectada es una alucinación del poder, que se
desprende de su intento de reducir el cuerpo a su “realidad”, en lo que calca al discurso
psicótico. En este hiperrealismo coinciden: el cuerpo como representante de sí mismo en
una continuidad imaginario-real. De aquí se desprenden dos posibilidades, la producción
sin fin de representaciones, en las que no hay nada que no lo sea, o la abolición de toda
representación, lo que por supuesto arrastra al cuerpo mismo y se ve llevado a reducirlo
hasta el extremo. En el Seminario 11, Lacan presenta una fórmula (p245):
Hasta me atrevería a formular que cuando no hay intervalo entre S 1 y S2 , cuando el primer
par de significantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de toda una serie de casos - si
bien hay que advertir que el sujeto no ocupa el mismo lugar en cada caso.

X <> S1
0. s, s', s", s"',. .. S (i (a, a', a", a'", ... ))

S2

0. s, s', s", s"',. .. : sucesión de sentidos.


i (a, a', a", a'",. .. ): sucesión de identificaciones.

1 Forclusión nomina el hecho de que una ley no fue aplicada en el tiempo que le correspondía y luego ya no puede
ser invocada retroactivamente. La Ley rechazada en este caso es la siguiente: “no reintegrarás a tu producto”, es
decir, no intentarás abolir la diferencia en la identidad, no intentarás anular el exceso en favor de un supuesto
nirvana.
Cuando no hay intervalo es cuando la continuidad imaginario-real se distorsiona (según el
modelo de la banda de moebius) y toda la superficie, la realidad, se reduce a uno de los
dos lados de la banda: “sucesión de identificaciones” y “sucesión de sentidos”, es decir la
producción sin fin de representaciones que mencionábamos hace un momento. El
discurso psiquiátrico, al intentar hacer de límite a estas sucesiones, se ve llevado siempre
a una lucha encarnizada con el cuerpo del psicótico, cuerpo en el que se actualizan las
mencionadas sucesiones. Por supuesto no siempre encarará la lucha de forma frontal ya
que le es dado constatar lo infructuoso de ello, de allí que el acompañante terapéutico
sea requerido para desplegar una estrategia de combate muy sutil, de mínimas
escaramuzas con la voluntad alienada del loco para ir realizando las correcciones
corporales que permitan incluirlo en la realidad compartida (mecanismo de control y no de
disciplina, aunque por supuesto el control es como el despliegue de la disciplina en el
continuo de la representación).
En la fórmula tomada de Lacan, podríamos decir que se interviene, desde la psiquiatría,
intentando forzar el dominio de un saber sobre la realidad del cuerpo.

S2 → a
S1 $

Lo que se produce siempre es una falta de adecuación de lo imaginario que intenta


resolverse al nivel de lo imaginario mismo, lo que infinitiza la tarea. Se puede observar
cierta coincidencia entre la fórmula de la holofrase y el piso inferior del discurso
universitario, están como en espejo.

X <> S1 ≡ S1 <> $

La posición psicótica puede ser pensada como una forma de ser hablado, una
estructuración del discurso que se caracteriza por el intento sistemático de no dejar nada
afuera de la escena (mientras que en la neurosis la tendencia es a totalizar la escena
actual con otra escena, anderer Schausplatz). Es preciso una corrección constante de lo
imaginario en un esfuerzo de lograr una única articulación para lo que en la lengua se
presenta como doble. Por supuesto la corrección se prosigue indefinidamente (cascada
imaginaria), hasta un término que logre hacer una suerte de bucle hiperrealista en el que
la representación se representa a sí misma. Estamos entonces ante los típicos fenómenos
psicóticos de certeza, estribillo, neologismo, etc.
He aquí la diferencia fundamental entre el dispositivo psiquiátrico y el de acompañamiento
terapéutico: mientras el primero intenta montar a su vez una serie de correcciones
corporales que intensifiquen el poder de la realidad, el segundo ofrece en la figura del
acompañante el punto de fuga, la segunda articulación necesaria para demorar el
recorrido en la sucesión de sentidos o identificaciones (hacia el infinito, hacia la
petrificación, o hacia el cero).

No queremos diferenciar psicosis de neurosis desde la suposición de saber que le puedan


hacer a un otro, hay en la psicosis dicha suposición aunque con la particularidad que la
distingue de la neurosis. Tampoco queremos hacerlo desde una distinción respecto de
una suposición de goce, también el neurótico lo supone (cf. el uso del dinero como
equivalente del goce por parte del analista). Pero entonces, ¿cómo establecer una
diferencia operativa? Podemos atenernos al texto freudiano y ubicarla en el concepto que
se reveló crucial al momento de su abordaje de la psicosis: narcisismo. Freud postuló
unas neurosis narcisistas, en las cuales la libido se enlaza a los objetos desde una
elección narcisista y frente a la pérdida de aquellos refluye sobre el Yo. Lo que a Freud le
faltó fue una distinción entre Yo y Sujeto (más precisa que la de yo-ideal, Ideal del Yo y
Yo), tal y como puede aportarnos Lacan2. Los fenómenos de reflujo (de la libido sobre el
Yo) deben ser pensados a nivel de la imagen, tal y como se muestran en la fórmula de la
holofrase. Al confrontarla con los discursos podemos notar la ausencia del objeto a. Es
como si la psicosis consistiera en un puro juicio analítico, incapaz de agregarle nada
nuevo a la representación. Es decir, lo que no se estableció es el juicio sintético a priori, el
que, para Kant, hace nacer lo sublime como exceso en el objeto con respecto a la
representación, a lo imaginario 3. Nos encontramos aquí con un nuevo-viejo nombre para

2 No desarrollaremos esto por exceder este trabajo, pero lo que a continuación se dice sobre los juicios desde Kant
habría que desarrollarlo como la exigencia de un sujeto trascendental (Ideal de totalidad) que asegure la identidad
de las representaciones (cf. “Kant con Sade”, donde esta exigencia se homologa a la voz del Superyo que manda
gozar, un mandato propiamente estético o de buena forma) o un “nuevo acto psíquico” que haga surgir el sujeto
“narcisista”, trascendente en inmanencia (cf. la topología trabajada en el seminario sobre la identificación de
Lacan, un pasaje a un mandato ético o de buena vida).
3 (Analítica de lo sublime. § XXIII): “Todo lo que podemos decir del objeto es, que es propio para servir de exhibición
a una sublimidad que puede hallarse en el espíritu; porque ninguna forma sensible puede contener lo sublime
propiamente dicho; descansa únicamente sobre ideas de la razón, que aunque no se pueda hallar una exhibición
que les convenga, se retienen y despiertan en el espíritu por esta misma discordancia que hallamos entre ellas y
aquello que Lacan llamó “la metáfora paterna”: sublimación. Habría que decir que no se
tolera un “saber en jaque”, siempre fracasado, lo que conlleva un fracaso en el amor 4. En
términos de discurso:

S2 → a
S1 $

Lo que domina es el saber, es decir los puros juicios analíticos, tautológicos. Es claro que
el lugar del objeto es el de un exceso bien visible (demasiado visible: obsceno), sobra en
la cadena de una forma no velada. Ubicamos allí al psicótico, y en particular su cuerpo
como inadecuación (pero esta por supuesto es deudora de una exigencia de adecuación)
permanente a la realidad psíquica, llámese saber (S2). Esto es lo que se produce y retorna
“en lo real”, la división aparece como su propio mensaje (pero sin inversión), tanto para la
psiquiatría como para la psicosis. Voluntad alienada persistente, alucinación.
¿Qué podría significar aquí “un fracaso en el amor”? Este es el punto en que el psicótico
no representó la falta del Otro, sino su exceso insoportable. No se agregó nada a la
imagen. Esta sobra por definición, pero en el caso de la sublimación la diferencia (el
exceso) es utilizada para poner en cuestión el código. Si el cuerpo es sublimado, se activa
la función poética del lenguaje y se inscribe en el nivel de las combinaciones el de la
selección5. El cuerpo deja de ser un problema aguardando solución, y se convierte en un
problema, en el sentido deleuziano, que tensa las facultades hacia su limite 6. La
sublimación consiste en hacer de un obstáculo (la imagen), el medio para el transporte
(metáfora) de la diferencia. Esto es precisamente "dar lo que no se tiene", es decir una
solución. Solucionar la diferencia siempre tiene por horizonte la solución final.
las cosas sensibles.” La diferencia está entonces entre que la discordancia “ideas de la razón-cosas sensibles”, la
cual es por supuesto a su vez sensible, sea tolerada o rechazada.
4 Lacan, en su seminario De un discurso que no fuera del semblante: “Insisto, afinando mi puntería, en decir saber
en jaque [savoir en échec ], he aquí donde el psicoanálisis se muestra mejor. Saber en jaque como se dice figura
en abismo, lo que no significa fracaso del saber [ échec du savoir].” (108, Paidós)
5 Jakobson (1963, p360, itálicas en el original): “La función poética proyecta el eje de la equivalencia del eje de
selección al eje de la combinación”. La función poética se opone a la metalingüística (tautológica) en el tipo de
equivalencias que se se proyectan: en el segundo caso “la secuencia se emplea para construir una ecuación”, en el
primero “la ecuación se emplea para construir una secuencia”. La función metalingüística pone la secuencia en
función de explicitar el código asegurando su identidad (ecuación A=A) , mientras que la función poética
indetermina cada término de la ecuación para construir la secuencia (allí el primer A difiere del segundo A y
ambas identidades se ven puestas en tensión, ¿qué A el primer A? ¿Qué igualdad? ¿Qué A el segundo A?). La
función metalingüistica proyecta una identidad detrás de diferencias equivalentes totalmente determinadas, la
función poética proyecta una diferencia original detrás de identidades equivalentemente indeterminadas.
6 Habría algo así como una renuncia a explicar totalmente, el niño sería una Idea, no un Ideal. El niño como Idea
alude a sostener un espacio de despliegue de la diferencia sin apresurar su explicación (cf. el espacio transicional
de D. Winnicot donde al niño no se le plantea la pregunta: “¿es este objeto real o alucinado?”, se lo deja subsistir
indeterminado). Ver también Infancia e Historia de Giorgio Agamben para un desarrollo del niño-Idea como
inscripción diacrónica (diferencial) o el niño-Ideal como coagulamiento de un estado larvario.
6

¿Cómo puede un acompañante terapéutico cuestionar el discurso llamado por Lacan


universitario? La tarea es homóloga a la del analista en este punto: no saber qué es la
realidad. En todo caso sabe lo siguiente: toda solución es solución de compromiso y él
aparece allí como un soporte necesario para la escena, él es el punto de fuga que en la
neurosis asegura la metáfora paterna (sublimación) con la consabida extracción del objeto
a. El acompañante es el sistema ω que Freud introduce como garante del principio de
realidad en su Proyecto. ¿En qué se distingue entonces del poder psiquiátrico? En que no
opera como un “intensificador de realidad”, sino como un adaptador, en el sentido de que
disminuye la intensidad escénica habida cuenta de que en la psicosis esta es siempre
excesiva. En numerosas ocasiones el acompañante dramatiza la quietud, está allí como
demora encarnada. En otras, cuando la “sucesión de sentidos” se desliza hacia el 0,
dramatiza el movimiento, está allí como conclusión encarnada.

Retomando la hipótesis primera, habría que agregar a la talking cure de Freud, una
walking cure (una terapia verdaderamente peripatética) o incluso playing cure; play en el
sentido teatral pero también de juego. Una cura que dramatiza, no escenas temidas ni
fantasmas inconscientes, sino que dramatiza el lazo social mismo. Seguramente todo lazo
social sea dramático o performativo, pero el dispositivo de acompañamiento terapéutico
consiste en un ensayo. El acompañante está allí para servir de atenuante de la realidad y
permitir el despliegue de la dramatización en una escena que tolere el error y continúe a
pesar de ello, o incluso continúe renacida desde el error. En este sentido es vitalizante,
llevando una vida que tiende a definirse como “conjunto de mecanismos que resisten a la
muerte” hacia una vida como “posibilidad de error”.
El acompañamiento es clínica psicoanalítica entonces en el sentido puntual de que se
orienta por lo real, se trata de ensayar lo real. Hacerse una Idea de lo real, desplegarlo
como problema. Dramatizarlo, ponerlo en juego. A fin de cuentas la diferencia de
“clínicas” (adultos, niños, neuróticos, psicóticos) no estriba en el material que se juega
sino en el material con que se juega: palabras, juguetes, cuerpos, escenas cotidianas en
que se despliega una vida.
Bibliografía:

Deleuze, G.
-(1968) Diferencia y Repetición. (2002) Buenos Aires. Amorrortu.
-(1990) Posdata sobre las sociedades de control. En: Qu’est-ce que la philosophie?
(1991) Paris. Minuit.
Foucault, M.
-(1973-1974) El Poder Psiquiátrico. (2007) Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.
-(1985) La vida: la experiencia y la ciencia. En Ensayos sobre biopolítica. Excesos de
vida. Giorgi y Rodriguez comps. (2007) Buenos Aires. Paidós.
Freud, S.
-(1914) Introducción del Narcisismo. En Obras Completas. Volumen XIV. (1992)
Amorrortu. Buenos Aires.
-(1917 [1915]) Duelo y melancolía. En Obras Completas. Volumen XIV. (1992) Amorrortu.
Buenos Aires.
Jakobson, R.
-(1963) Lingüística y poética. En Ensayos de lingüística general. (1981) Barcelona. Seix
Barral.
Kant, I.
-Analítica de lo sublime. En Crítica del juicio. Sin datos editoriales.
Lacan, J.
- (1961-1962) El Seminario IX, La Identificación. Inédito. Versión crítica de Ricardo
Rodriguez Ponte.
-(1964) El Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. (2010)
Buenos Aires. Paidós.

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