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El caso ampliamente conocido del Nazismo en Alemania, en los años 30, donde a partir de

filosofías sin fundamentos de la época, se fomentaron concepciones de diferenciación


racial y superioridad de la raza aria, que terminó en el genocidio de millones de judíos,
además de gitanos, homosexuales y extranjeros. Sorprendentemente, 3 años después de
que el mundo se quedara estupefacto ante la magnitud de la tragedia de la Segunda
Guerra, surge en Suráfrica el Apartheid, régimen de segregación racial, donde se aisló a las
personas negras de la minoría blanca, años de terror donde los derechos humanos fueron
en extremo vulnerados. No yendo tan lejos, en nuestro continente, en Estados Unidos,
figuras importantes como Martin Luther King y Malcolm X, defensores de los
afrodescendientes en EU, que venían siendo discriminados racial, social y políticamente,
asesinados por el activismo que ejercían, nos permite ver la dimensión de la catástrofe
que ha ocasionado la existencia de ese concepto tan sencillo y a la vez complejo de la raza
y racismo, y nos plantea cuestionamientos acerca de lo que ello implica.

La raza es una invención humana, una creación social y cultural, que se ha nutrido de
circunstancias económicas, políticas, religiosas y sociales en la Historia, (Wade, P. 1993:
"Race", nature and culture. Man 28: 17-34) que no tiene ningún amparo o justificación
en la ciencia. Escuchamos, por ejemplo, de la raza blanca, e inmediatamente la asociamos
con piel clara, cabello rubio, ojos celestes y Estados Unidos. Este concepto erróneo se ha
constituido porque la diferencia en las sociedades humanas a lo largo de los años, se ha
asumido por lo exterior, lo visual, lo físico, lo que salta por los ojos y notamos que no se ve
como los demás. En nuestra infinita ignorancia humana, llegamos a pensar que “algo”,
ahora interno, es lo que provoca esas cualidades particulares de los otros. La Genética y la
Biología, en su afán de dar respuestas que puedan evitar más guerras y conflictos,
exclusiones sociales y genocidios, han dado su veredicto, y es contundente: todos los
seres humanos somos iguales, no hay, genéticamente algo que nos diferencie y nos haga
distintos a los demás; nuestra composición genética, es universal, como lo son los
derechos humanos, aplica a todos por igual y no distingue, los genes no discriminan. De
esta manera, en busca de ese gen diferente, particular, “extraño” o “extravagante”, no se
ha encontrado algo diferente, en los individuos utilizados para estos fines, que los mismos
genes, en las mismas posiciones cromosómicas, que codifican para las mismas proteínas
(Ramírez, 2007).

¿Cómo es que podemos ser tan “diferentes”, como pueden haber personas blancas, otras
negras, algunas con el pelo lacio, otros rizado y encrespado, unos con nariz chata, otros
aguileña, y demás características, si somos todos iguales?. Es una pregunta interesante,
que, nuevamente, la Genética actuando como suprema fuente de sabiduría, ha resuelto.
En esencia, esto se justifica en la expresión génica, teoría biológica que sustenta que los
mismos genes, se expresan de manera diferente de un individuo a otro, la forma en cómo
éstos son traducidos a proteínas, que resulta en la expresión de características fenotípicas
peculiares.

Ahora, otra cuestión que ha causado que ese concepto de raza se haya arraigado tan
fuertemente a cultura humana, radica en el hecho de que vemos un patrón general, es
decir, muchas personas, que poseen características similares, y distinguibles de otras.
Quizá, si fueran casos aislados, y si por persona existiera un color, una forma de nariz, un
tipo de pelo, no existiría ese concepto de raza, todos nos aceptaríamos en nuestra
diferencia única. No es el caso, vemos que grupos de poblaciones, que por lo general
tienen ascendencia, lugar de origen, formas de vida en común, se “parecen mucho entre
sí”, en términos muy coloquiales y sencillos. Esto ocurre, por la frecuencia de la forma de
expresión de un gen. Así, frecuencias altas, generan una expresión generalizada, que se
manifiesta en una multiplicidad de individuos. Aún así, cabe la aclaración, tampoco esto
nos aleja o nos diferencia, pues tenemos origen común, y por tanto, relaciones genéticas
inquebrantable (Ramírez, 2007).

Por su parte, el racismo consiste en una creencia de una superioridad de una raza, donde
se subordina, y menosprecia a otra, basados en una errónea diferencia biológica y
cultural. Es a la vez un sentimiento, producto de la defensa acérrima de la raza propia,
que tiene muchos tipos de manifestaciones, desde sus formas más simples, como la
inferiorización, hasta sus formas más extremas como lo es la colonización, el exterminio,
la esclavización entre otros. (Goméz, 2001). Todos igual de patológicos y enfermizos, si en
términos médicos se hablara.

Ser racistas es la naturaleza del que cree en la raza, del que se identifica con una de ellas y
con sus costumbres y rasgos. La creencia de que hay una raza blanca, una amarilla, una
negra, nos hace racistas, porque estamos aceptando erróneamente que somos
biológicamente diferentes de los otros (Gómez, 2001). Por eso, sería provechoso, aunque,
seamos sinceros, muy utópico la abolición del concepto de raza. Es un proceso complejo, a
la que las sociedades no están preparadas, y es difícil precisar si algún día lo estará;
todavía no somos capaces de aceptar que pertenecemos a una misma especie, en la que
no hay diferencias más allá de lo genético. De esta manera, lograríamos ese estado ideal
de reconciliación entre naciones y pueblos, hermandad y paz, perdida desde el mismo
origen del hombre.
No se justifica todavía hoy, a la luz de tantos descubrimientos y afirmación científicas, que
exista entre los seres humanos, hermanos todos, hijos del mismo padre, “Adán
Cromosómico” y la misma madre, “Eva mitocondrial”, todavía resentimientos
engendrados en el pasado producto de esa diferencia de “razas”, que como ya hemos
dicho, no es más que una construcción social grandiosamente destructiva y excluyente.
No he encontrado mayor provecho a esa clasificación irracional de los seres humanos, por
el contrario, ha generado grietas profundas en las relaciones entre diferentes grupos
humanos, que deberían ser armónicas, diferencias que aún hoy parecen irrenconciliables.
Es necesario que algunos hombres despierten de ese sueño egoísta, de ese anhelo de ser
superiores, por lo menos sentirse, porque hemos visto, la historia nos lo dice, desde los
tiempos de la Antigüedad, no ha sido productivo y sólo ha causado perjuicios y daños. Si
tan sólo aceptáramos que somos tremendamente diversos, y que esa diversidad es un
tesoro que debemos aprovechar todos, en conjunto, y que además, es bella, porque así lo
considero, es sorprendemente majestuosa, a la vista impresiona y nos muestra que como
seres humanos somos amplios, ricos.

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