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14. Semana:
Espíritu Santo en la vida del creyente. Dones del Espíritu Santo,
¿Qué son dones espirituales? ¿Cuántos hay? Buscar y utilizar los dones
espirituales.
14.1
inversa (Hch. 8.12–17; 10.44–48; 11.15–18; 18.25–19.6). Y si bien Jn.
3.5 probablemente vincula íntimamente entre sí el bautismo (“agua”) y
el don del Espíritu en el nacimiento de lo alto, no por ello hemos de
tomarlos como una misma cosa (compare con . 1.33), y el nacimiento
por el Espíritu constituye claramente el pensamiento primario (3.6–8).
Hechos, Pablo, y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu,
pero no de una segunda o tercera experiencia del Espíritu
claramente indicada como tal. Por lo que concierne a Lucas, Pentecostés
no fue una segunda experiencia del Espíritu para los discípulos, sino su
bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era (Hch. 1.5 ), el
nacimiento de la iglesia y su misión. Los intentos de armonizar los
pasajes de Jn. 20.22 y Hch. 2 a un nivel histórico directamente podrían
ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más teológico que
histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte,
resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión
(Pentecostés, Jn. 20.21–23; cf. 19.30, literalmente, “inclinó la cabeza y
entregó el espíritu/Espíritu”).
De modo semejante en Hch. 8, por cuanto Lucas no concibe la
venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu
en 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu (8.16, “solamente
habían sido bautizados en el nombre de Jesús”). Lucas, más aun,
parecería sugerir que su fe anterior no podía considerarse como entrega
a Cristo o confianza en Dios (8.12—“creyeron a Felipe”—como
descripción de la conversión no tendría paralelo en Hechos).
14.2
inmediatamente apropiada para las necesidades del presente. Pero el
Espíritu produjo la inmediatez de la relación personal con Dios, lo cual
daba cumplimiento a la antigua esperanza de Jeremías (31.31–34), y
que hizo que la adoración y la obediencia resultaran mucho más libres,
vitales, y espontáneas (Ro. 2.28s; 7.6; 8.2–4; 12.2; 2 Co. 3.3, 6–8, 14–
18; Ef. 2.18; Fil. 3.3).
Al mismo tiempo, en razón de que el Espíritu es sólo un comienzo
de la salvación final en esta vida, no puede haber cumplimiento final de
su obra en el creyente mientras dure esta vida. El hombre del Espíritu
ya no depende de este mundo y sus normas para su orientación y
satisfacción, pero sigue siendo hombre de apetitos y fragilidad humanas,
y forma parte todavía de la sociedad humana.
Consiguientemente, tener el Espíritu es experimentar tensión
y conflicto entre la vida vieja y la nueva, entre la carne y el
Espíritu (Ro. 7.14–25; 8.10, 12s; Gá. 5.16s; cf. He. 10.29). A los que
veían la vida característica del Espíritu en función de visiones,
revelaciones, y cosas semejantes, Pablo les respondió que la gracia
adquiere su expresión plena sólo en la debilidad, y gracias a ella (2 Co.
12.1–10; cf. Ro. 8.26s).
Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida
progresiva del Espíritu (cf. Hch. 9.31; 13.52), y en cambio centran la
atención particularmente en la vida del Espíritu en cuanto su dirección
hacia la tarea misionera (Hch. 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12; 13.2,
4; 15.28; 16.6s; 19.21; Jn. 16.8–11; 20.21–23).
El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo (Jn.
15.26; Hch. 1.8; 5.32; 1 Jn. 5.6–8; tamb. He. 2.4; 1 P. 1.12; Ap.
14.3
14.2. DONES DEL ESPÍRITU SANTO
1
Para una mayor profundidad sobre el tema, recomendamos el estudio del Capítulo 52, Teología
Sistemática, de Wayne Grudem, recurso recomendado en la bibliografía del curso.
14.4
naciones era muy poco común, el exorcismo de demonios2 era
desconocido, las curaciones milagrosas eran poco comunes (aunque sí
ocurrieron, especialmente en los ministerios de Elías y Eliseo), la
profecía estaba limitada a unos pocos profetas o pequeños grupos de
profetas, y «el poder de resucitar» del pecado en el sentido de Romanos
6:1-4 y Filipenses 3:10 se experimentaba rara vez.
Pero en varios aspectos el Antiguo Testamento está a la espera de
un tiempo cuando habría una capacitación mayor del Espíritu Santo que
alcanzaría a todo el pueblo de Dios. Moisés dijo; «¡Cómo quisiera que
todo el pueblo de Dios profetizara, y que el SEÑOR pusiera su Espíritu
en todos ellos!» (Num. 11:29). Y el Señor profetizó a través de Joel:
Después de esto,
Derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano.
Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los
ancianos y visiones los jóvenes.
En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas.
(Jl. 2:28-29)
Juan el Bautista destaca las expectativas del pueblo sobre el
cumplimiento de la profecía de Joel cuando anuncia que después de él
viene alguien que los «bautizará con el Espíritu Santo y con fuego» (Mt
3:11; cf. Mr 1:8; Lc 3:16; Jn 1:33; Hch 1:5 ).
Cuando Jesús comienza su ministerio llega trayendo la plenitud y
el poder del Espíritu Santo en su persona. Lucas escribe: «Jesús regresó
a Galilea en el poder del Espíritu» (Lc 4:14). Como resultado enseña con
gran poder (Lc 4:15-22) y sana y echa fuera demonios de todos los que
están oprimidos (Lc 4:31-41). Claramente, Jesús ha venido en el mayor
poder del Espíritu Santo del nuevo pacto, y ha venido para conquistar el
reino de Satanás.
De hecho, dice que el poder del Espíritu Santo que obra en él
permitiéndole echar fuera demonios es una señal de que el reino de Dios
ha venido con poder. «Sí expulso a los demonios por medio del Espíritu
de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt
12:28). Al recordar la vida y el ministerio de Jesús, Juan nos dice: «El
Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del
diablo» (1 Jn 3:8).
2
Lo único que se acerca a la expulsión de demonios en el Antiguo Testamento es el hecho de que
cuando David tocaba la lira para el rey Saúl, la música calmaba a Saúl y lo hacía sentirse mejor, y
«el espíritu maligno se apartaba taba de él» (1 S 16:23), pero David hacía esto «cada vez que el
espíritu de parte de Dios atormentaba a David, lo que indica que Saúl no experimentaba un alivio
permanente de la opresión demoníaca.
14.5
Pero este poder del Espíritu Santo del nuevo pacto no está
limitado solamente al ministerio de Jesús. Éste envía a sus discípulos
diciendo: «El reino de Dios está cerca» y les dijo: «Sanen a los
enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los que
tienen lepra, expulsen a los demonios» (Mt 10:7-8). No obstante, este
poder del Espíritu Santo del nuevo pacto no se ha dispensado todavía a
todos los que creyeron en Jesús o lo siguieron, sino solo a sus doce
discípulos o a los setenta discípulos (Lc 10: 1-12).
El derramamiento del Espíritu Santo en la plenitud y el poder del
nuevo pacto en la iglesia ocurrieron en el Pentecostés. Antes que Jesús
ascendiera al cielo mandó a sus apóstoles «que no se fueran de
Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre» y en contenido de
esa promesa era: «Seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días» (Hch 1:8). Les prometió: «Recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hch 1:8). Cuando se derramó
el Espíritu Santo sobre la iglesia en Pentecostés Pedro reconoció que se
había cumplido la profecía de Joel, pues afirmó: «Mas esto es lo dicho
por el profeta Joel» (Hch 2:16), y entonces citó la profecía de Joel (vv.
17-21). Pedro reconoció que el poder del Espíritu Santo había venido
sobre el pueblo de Dios y que la era del nuevo pacto había comenzado
como un resultado directo de la actividad de Jesús en el cielo, pues dijo:
A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos
testigos. Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el
Espíritu prometido, ha derramado ahora esto que ustedes ahora ven y
oyen. (Hch 2:32-33).
Con el ministerio de Jesús y el ministerio de los discípulos con
Jesús como trasfondo, los discípulos presentes en el Pentecostés habrían
esperado correctamente que una poderosa predicación evangelística, la
liberación de la opresión demoníaca, las sanidades, y quizá también la
profecía, los sueños y visiones comenzarían y continuarían entre
aquellos que creen en Cristo, y que estas cosas serían una característica
de la era del nuevo pacto que comenzó con el Pentecostés. Otra
característica de esta dispensación del Espíritu Santo fue una amplia
distribución de dones espirituales a todo el pueblo, en que hijos e hijas,
jóvenes y viejos, siervos y siervas, en palabras de Joel, todos recibieron
el poder del Espíritu Santo del nuevo pacto, y también se esperaba que
entonces todos recibirían los dones del Espíritu Santo también. De
hecho, eso fue lo que ocurrió en la iglesia primitiva (vea 1 Ca 12-14; Gá
3:5; Stg 5:14-15). Como dijo B. B. Warfield:
Estamos justificados al considerar característico de las iglesias
apostólicas que tales milagros debían manifestarse en ellas. La
excepción sería, no una iglesia con, sino una iglesia sin esos dones... La
14.6
Iglesia apostólica tenía como característica ser una iglesia productora de
milagros.3
(Esto es verdad independientemente de qué punto de vista se
asuma sobre la continuación de los dones milagrosos después del
tiempo de los apóstoles.)
3
Warfield, Counterféit Miracles, p. 5
14.7
estos dones pasarán (1 Ca 13:10).justo como el Espíritu Santo es en
esta era un «pago anticipado» (2 Ca 1:22; d. 2 Ca 5:4; Ef1:14) de toda
la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros en la era por venir, así los
dones que el Espíritu Santo nos da son anticipos parciales de la obra
plena del Espíritu Santo que nos pertenecerá en la era por venir.
En este camino, los dones de discernimiento y entendimiento
prefiguran el discernimiento mucho mayor que tendremos cuando Cristo
regrese. Los dones del conocimiento y la sabiduría prefiguran la
sabiduría mucho mayor que será nuestra cuando «conozcamos como
somos conocidos» (d. 1 Ca 13:12). Los dones de sanidad dan un
anticipo de la perfecta salud que será nuestra cuando Cristo nos
conceda cuerpos resucitados. Paralelos similares se podrían encontrar
con todos los otros dones del Nuevo Testamento. Aun la diversidad de
dones debe conducir a una mayor unidad e interdependencia en la
iglesia (vea 1 Ca 12:12-13, 24-25; Ef4: 13), Y la diversidad en la unidad
será en sí misma un anticipo de la unidad que los creyentes tendrán en
el cielo.
4
Aquí el término griego para «don» es charisma. el mismo que Pablo usa en 1Ca 12-14 cuando
habla de los dones espirituales
14.8
1 Corintios 12:28 Efesios 4:115 1 Corintios 7:7
6
1. apóstol (1) apóstol 21. matrimonio
2. profeta (2) profeta 22. celibato
3. maestro 14. evangelista
4. milagros 15.Pastor-maestro
5.tipos de sanidad
6. ayudas
7. administración
8. lenguas
1 Corintios 12:8-10 Romanos 12:6-8 1 Pedro 4:11
9. palabra de sabiduría (2) profecía El que habla (que
cubre varios dones).
10. palabra de conocimiento 16. Servicio
El que presta algún
11. fe (3) enseñanza
servicio (que cubre
(5) dones de sanidad 17. Alentar varios dones).
(4) milagros 18. Contribuir
(2) profecía 19. Liderazgo
12. distinguir entre espíritus 20. Misericordia
(8) lenguas
13. interpretación d lenguas
Por otra parte, hay cierto grado de superposición entre los dones
relacionados en varios lugares. Sin duda el don de administración
(kybemesis, 1 Ca 12:28) es similar al don de liderazgo (ho
proistamenos, Ro 12:8), y ambos términos pueden aplicarse
probablemente a muchos que tienen el oficio de pastor-maestro (Ef4:
11). Por otro lado, en algunos casos Pablo relaciona una actividad y en
otros casos relaciona el sustantivo relacionado que describe a la persona
5
Esta lista ofrece cuatro tipos de personas en términos de oficios o funciones, no, hablando
estrictamente, cuatro dones. Para tres de las funciones de la lista, los dones correspondientes
serían la profecía, la evangelización y la enseñanza.
6
Estrictamente hablando, ser un apóstol es un oficio, no un don (vea capítulo 47, de la misma
obra, pp. 952-58, sobre el oficio de apóstol).
14.9
(tal como «profecía» en Ro 12:6 y 1 Ca 12:10, pero utiliza «profeta» en
1 Ca 12:28 y Ef4:11).
Bibliografía
Grudem, Wayne. Teología sistemática: Una introducción a la
doctrina bíblica, Ed. revisada Miami Florida, Editorial Vida, 2009;
H. Berkhof, La doctrina del Espíritu Santo, 1968;
M. Green, Creo en el Espíritu Santo, 1977;
J. G. Dunn, El bautismo del Espíritu Santo, 1977;
14.10
B. Graham, El Espíritu Santo, 1980;
M. J. Scheeben, El Espíritu Santo, 1973;
H. Smith, Teología bíblica del Espíritu Santo, 1976;
E. Schweizer, El Espíritu Santo, 1984;
K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, t(t). II, pp.
339–360
14.11