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Editorial UD
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 24 No. 34-37
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Introducción 9
Primera parte:
Fin del conflicto armado, justicia transicional y reparación 21
¿El futuro?
En la historia de la humanidad, las sociedades organizadas suelen pensar en el
futuro con optimismo, a pesar de la existencia de problemas que amenazan su
realización. Dichas sociedades asumen que las generaciones venideras o las re-
cién llegadas al mundo, tal como lo expresa Hannah Arendt (1991), tendrán los
conocimientos, habilidades y criterios éticos para continuar por la senda de la
civilización. Por esta razón, la educación y la cultura se constituyen en algunos
de los dispositivos más efectivos para orientar las prácticas sociales, garantizar
el respeto a la ley y generar iniciativas que propendan por el desarrollo y el
progreso. Sin embargo, no siempre el futuro es promisorio, ni es seguro que la
educación y la cultura cumplan su función reguladora o reproductora.
A veces los recién llegados al mundo optan por otros caminos tras la desilu-
sión que provocan las herencias morales que les dejan otras generaciones. Prue-
ba de esto son las generaciones baby boomer (década de 1950), insurrecta (década
de 1960) y punk (década de 1970) (González y Feixa, 2014), las cuales promo-
vieron el ideal de una sociedad distinta en tiempos de posguerra, alrededor
de lo que se denominó en su tiempo contracultura. No obstante, los herederos
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población, sucesos todos reflejados en las cerca de dos mil masacres ocurridas
en Colombia entre 1998 y 2012. Para la Comisión Histórica sobre el Conflicto
Armado y sus Víctimas (2015) existen múltiples causas que no solo originaron
sino que han prolongado las confrontaciones.
Para Sergio de Zubiría, la genealogía de esta confrontación armada está en el
fracaso o aplazamiento indefinido de reformas sociales. Para Darío Fajardo, las
disputas por tierras y la ausencia de una reforma agraria efectiva constituyen
parte de los factores que profundizan el conflicto. Francisco Gutiérrez resalta
la presencia de nuevos actores armados que reclutan a personas que han sido
parte de ciclos armados anteriores. Otros, como Víctor Moncayo y Jairo Estrada
insisten en la asociación entre conflicto armado y modelo de desarrollo capita-
lista. Otros académicos destacan el papel pasivo y hasta cómplice de la clase
dirigente colombiana, al no adoptar las medidas que se requerían para preve-
nir el recrudecimiento del conflicto. En algunos casos, incluso, dichos sectores
aprovecharon estas condiciones, tal como ocurrió con la permisividad frente al
narcotráfico y la parapolítica.
Finalmente, otros analistas coinciden en una evidente deficiencia del Es-
tado colombiano para detentar con legitimidad el monopolio de la fuerza, lo
cual, entre otros factores, contribuyó al surgimiento de grupos paramilitares.
Un ejemplo de esta debilidad la presenta el aparato judicial, el cual, de alguna
manera, ha contribuido al crecimiento de modalidades complejas de justicia
privada. A esto se suman variables como las diferencias regionales y la vulne-
rabilidad de las poblaciones rurales, las cuales han sufrido mayoritariamente
los actos de guerra (masacres, asesinatos selectivos, torturas, ejecuciones extra-
judiciales, desapariciones forzadas, uso de minas antipersona, desplazamiento
forzado, secuestro, extorsión, reclutamiento ilícito, delitos sexuales, ataques
contra bienes civiles y públicos, y daños ambientales).
En medio de esta desesperanza, particularmente asociada con la existencia
de un conflicto armado interno y un modelo de desarrollo que precariza la
vida, desde el año 2010 se ha abierto paso a la posibilidad de iniciar una etapa
de post-conflicto. Esta perspectiva de futuro ha empezado a tener resonancia
en algunos sectores de la sociedad, tras los avances de los diálogos de paz entre
el Gobierno nacional y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), quienes han decidido dialogar en
medio de las hostilidades2. La experiencia histórica de otros países muestra que
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los diálogos prosperan una vez se da un alto al fuego, sin embargo en Colombia
nos hemos acostumbrado a escuchar cómo se avanza, lentamente, en la agenda
de conversación, mientras continúan las operaciones militares en varias regio-
nes de la geografía nacional.
Diversas iniciativas desarrolladas por la sociedad civil, el Estado y las orga-
nizaciones, en medio de sus aciertos y debilidades, constatan la necesidad de
emprender acciones que contribuyan a restituir los derechos de las víctimas,
que posibiliten reparaciones integrales y que faciliten condiciones jurídico-po-
líticas para lograr procesos exitosos de desmovilización y reintegración de los
integrantes de los grupos armados. Estos aspectos, que se configuran en herra-
mientas y condiciones concretas para superar los conflictos armado y social,
están antecedidos por cuatro iniciativas, así:
• Ley de víctimas y restitución de tierras (1448 de 2011): tiene por objeto
establecer un conjunto de medidas (judiciales, administrativas, sociales y
económicas, individuales y colectivas) a favor de las víctimas del conflicto
armado, dentro de un marco de justicia transicional. Este ha de posibilitar
el efectivo goce de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación con
garantías de no repetición. Apunta, además, a la materialización de sus
derechos constitucionales mediante acciones precisas, tales como la defini-
ción de montos de indemnizaciones por vía administrativa, la conforma-
ción de mesas de participación de las víctimas, el proceso de restitución de
tierras y la creación del Sistema de Registro Único de Víctimas.
• Unidad para la Atención y la Reparación Integral de las Víctimas: es una
entidad que busca acercar al Estado con las víctimas mediante acciones
transformadoras que promuevan su participación efectiva en el proceso de
reparación. Dentro de sus objetivos están: brindar una respuesta integral a
las víctimas para que sean y se sientan reparadas; fortalecer la capacidad del
Estado para dar respuesta a las emergencias humanitarias y evitar nuevas
violaciones a los derechos humanos; poner en marcha conjuntamente con
las entidades (nacionales y territoriales) una estrategia integral para la mo-
vilización del Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víc-
timas (Snariv); coordinar que la oferta institucional esté implementada en
el territorio; visibilizar a las víctimas y garantizar su participación efectiva.
• Grupo de Memoria Histórica (GMH) y Centro Nacional de Memoria His-
tórica (CNMH): se trata de un grupo de investigación perteneciente a
la entonces llamada Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación
dente Santos, hacia el 17 de abril, anunciara la reanudación de los bombardeos. Tras la crisis,
el Gobierno nacional ha manifestado la necesidad de definir plazos para cerrar el proceso de
negociación. Ver http://www.elespectador.com/noticias/paz/hay-ponerle-un-plazo-al-proceso-
de-paz-santos-articulo-555647
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El libro
En este contexto, el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano
de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas –IPAZUD– organizó el
14 de mayo de 2014 el seminario nacional Preparando el futuro: entornos y lími-
tes del post-conflicto en Colombia, el cual tuvo lugar en el Centro de Memoria,
Paz y Reconciliación de Bogotá. A través de la pregunta: ¿Cómo nos estamos
preparando para el post-conflicto? se encontraron distintos actores sociales,
involucrados en la idea de generar las condiciones sociales, políticas e institu-
cionales necesarias para transitar hacia el post-conflicto en Colombia. Por esta
razón, estuvieron presentes víctimas del conflicto armado; personas desmovili-
zadas de grupos armados; representantes de entidades del Estado y organiza-
ciones de la sociedad civil, y académicos.
Este encuentro tuvo como propósito construir colectivamente marcos com-
prehensivos, críticos y propositivos, acerca de las lógicas del conflicto armado
interno así como de los aspectos que pueden viabilizar la reconstrucción so-
cietal, ética y política de la sociedad colombiana. En consecuencia, y dada la
coyuntura de los diálogos de paz entre el Gobierno nacional y las FARC-EP en
La Habana (Cuba), la pregunta descrita guió el desarrollo de dos grandes ejes
de reflexión. El primer eje abarcó aspectos como el fin del conflicto armado,
la justicia transicional y la reparación a las víctimas. Y el segundo abordó los
elementos y variables que configuran el proceso de desarme, desmovilización y
reintegración (DDR). En ambos se combinan tres lecturas: la de la sociedad civil
(incluyendo a las víctimas), la de los investigadores y la del Estado.
Primera parte:
Fin del conflicto, justicia transicional y reparación
La apertura de la primera parte del libro estuvo a cargo de Alejo Vargas (Uni-
versidad Nacional de Colombia), a través de un texto titulado Terminación del
conflicto armado en Colombia. Sobre la base de una lectura optimista del actual
proceso de diálogo de La Habana, como él mismo la señala, el profesor Vargas
parte de asumir que construir la paz es, a la vez, avanzar de manera significa-
tiva hacia una sociedad más equitativa, donde los derechos sean realidad en la
vida cotidiana y no simples enunciados. Luego de un recorrido por los actores,
temas y condiciones que configuran el actual proceso de paz entre el Gobierno
nacional y las FARC-EP, concluye que, luego de la terminación del conflicto ar-
mado, viene un reto “apasionante” para la sociedad colombiana. Este consiste
fundamentalmente en impulsar trasformaciones en democracia, desarrollo y
bienestar para los colombianos.
El segundo capítulo fue desarrollado por Gustavo Salazar, quien al momen-
to de la presentación de su ponencia en el seminario ocupaba el cargo de coor-
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Segunda parte:
Desarme, desmovilización y reintegración (DDR)
La segunda parte del libro, dedicada al DDR, inicia con el trabajo del investi-
gador Enzo Nussio (Departamento de Ciencia Política de la Universidad de
los Andes), titulado Desafíos para el desarme, la desmovilización y la reintegración
(DDR) en Colombia. El séptimo capítulo parte de la pregunta “¿Qué desafíos
podemos esperar de un proceso de DDR con las FARC-EP?”, para desarrollar
tres ideas claves. En primer lugar, experiencias previas investigadas por Nus-
sio, como la desmovilización de las Autodefensas con la Ley 975 (de Justicia y
Paz), muestran que hay posibilidades reales de rearme por parte de estos gru-
pos. En segundo lugar, es necesario anticiparse a estos hechos para sostener la
transicionalidad (post-conflicto). Y, en tercer lugar, es necesario aprovechar el
conocimiento y cohesión de estos grupos para amortiguar la transición, lo que
no significa entregar territorios. Se trata de darles a esas estructuras en proceso
de DDR otras oportunidades diferentes, por ejemplo en el desminado humani-
tario y en las actividades de reparación.
El octavo capítulo es desarrollado por Omar Alfonso Ochoa Maldonado,
director de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), a través del
título Desafíos de la reintegración en Colombia. El texto expone la transformación
del proceso de reintegración, implementado en Colombia desde el año 2006. En
su texto, Ochoa describe las fases que constituyen el proceso de reintegración
tanto de tipo individual como colectivo. Uno de los aspectos más relevantes de
la experiencia es la importancia que esta entidad le da al proceso de sostenibi-
lidad legal, social, académica y política de la persona reintegrada, quien parti-
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Agradecimientos
Además de hacer un reconocimiento a los ponentes por su participación en
el Seminario y su disposición para escribir y revisar la edición de su capítulo
respectivo, vale expresar nuestro agradecimiento al Centro de Memoria, Paz y
Reconciliación de Bogotá, bajo la dirección de Camilo González Posso, y a la
Vicerrectoría Académica de la Universidad Distrital, a la cabeza del profesor
Borys Bustamante. Asimismo, es importante destacar la labor del equipo del
IPAZUD, un grupo pequeño pero con una persistente y comprometida labor
en este tipo de actividades: a Mauricio Hernández y Leopoldo Prieto, ambos
investigadores; a María Isabel Parra, asistente académica; y a Angie Sánchez,
asistente administrativa.
Referencias bibliográficas
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temporánea. En Feixa, C. (Ed.). De la generación @ a la # generación. Barcelo-
na: Ediciones NED.
Honneth, A. (2009). Crítica del agravio moral. Patologías de la sociedad contemporá-
nea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
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Mélich, J. (2010). Ética de la compasión. Barcelona: Editorial Herder.
Rawls, J. (2006). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.
Primera parte:
Fin del conflicto armado, justicia
transicional y reparación
Terminación del conflicto
armado en Colombia1
Alejo Vargas Velásquez2
Introducción
La terminación del conflicto armado y la construcción de paz es un tema sobre
el cual, como decía el profesor Chucho Bejarano nuestro colega asesinado, no
podemos darnos el lujo de ser pesimistas, siempre debemos ser optimistas.
En las conversaciones sobre el proceso de paz en Colombia que se vienen
desarrollando en La Habana, Cuba, es necesario diferenciar entre la termina-
ción del conflicto armado y la construcción de paz. La primera, le compete fun-
damentalmente a los actores armados: al Estado y a los grupos alzados en ar-
mas contra este. Mientras que la segunda es una tarea, a mediano y largo plazo,
que les compete a los colombianos, es una responsabilidad de todos.
Construcción de paz es avanzar de manera significativa hacia una sociedad
más equitativa, donde los derechos sean realidad en la vida cotidiana y no sim-
ples enunciados en un documento. Igualmente, es caminar hacia una democracia
de mejor calidad, proceso que lleva múltiples cambios en los niveles macro y
micro, en los que la sociedad colombiana tiene obligaciones sin distinción. Muy
similar es la definición de construcción de paz, establecida en el documento
1 Agradecimiento a Pedro Enrique Espitia Zambrano por su apoyo en la edición de este capítulo.
2 Doctor en Ciencia Política. Director del Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa. Profe-
sor titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia.
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Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y
duradera, firmado entre los delegados del Gobierno del Presidente Juan Manuel
Santos y los delegados de las FARC-EP, que en su primera página afirma: “ (…)
la construcción de la paz es asunto de la sociedad en su conjunto que requiere
de la participación de todos sin distinción y hace un llamado a otras organiza-
ciones guerrilleras a las que invitamos unirse a este propósito”.
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y el del presidente Hugo Chávez, ahora liderado por el presidente Nicolás Ma-
duro (Venezuela). Estos se alinearon para apoyar este esfuerzo de paz. Es decir
que, en el contexto internacional, existe favorabilidad y no hay una sola voz
que se oponga al proceso de paz.
En el ámbito nacional también hubo cambios en la última década con el for-
talecimiento de la fuerza pública. Un cambio en la correlación militar, que no
significa que la guerrilla esté al borde de la extinción. Estas guerrillas tendrían
capacidad de mantenerse incluso decenios, haciendo algún tipo de daño, pero
sí han recibido unos golpes muy contundentes. De tal manera que la hipótesis
de triunfo militar que podría haberse dado a finales de la década de 1990 ya no
existe. Cuando en un conflicto armado la hipótesis fundamental es que la posi-
bilidad de triunfo desaparece, la opción de la salida negociada se constituye en
una opción seria e importante.
Hoja de ruta
El Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una
paz estable y duradera, tiene un gran aporte que lo diferencia de los del pasado
porque hay una hoja de ruta, un documento de ocho páginas con las firmas de
los delegados de las FARC-EP y del Gobierno. El documento define que la ne-
gociación se hará entre ambas partes durante un tiempo largo, de manera reser-
vada, como es recomendable hacerlo en la terminación de conflictos armados,
mecanismo que recibe el nombre de prenegociación. Además, la hoja de ruta
acuerda una agenda en la que se estipula de qué se va a hablar. En este caso son
seis temas muy precisos:
1. Desarrollo rural integral.
2. Participación política y social.
3. Terminación del conflicto.
4. Solución al problema de las drogas ilícitas.
5. Víctimas y derechos humanos.
6. Implementación de los acuerdos.
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Salida jurídica
Este es el tema más complejo y no está presente en la mesa. En la época de la
guerra fría, este tipo de conflictos armados se resolvía acudiendo al derecho
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asociación, como las zonas de reserva campesina, constituidas o las que se consti-
tuyan cuando coincidan con los territorios afectados por cultivos ilícitos.
Conclusiones
Colombia se encuentra en un periodo de construcción de paz. Actualmente se
están adelantando diálogos con el ELN, en la denominada etapa de prenego-
ciación, es decir en la construcción de una hoja de ruta. El fin del conflicto debe
involucrar a las dos insurgencias, tanto al ELN como a las FARC-EP, y debe ser
así para no repetir la historia de negociones a medias.
Si en esta ocasión realizamos la paz en Colombia, lograremos algo que para
muchos pudiera ser imposible, incluso por encima de quienes se oponen a que
se realice, porque están tan acostumbrados a vivir con el conflicto. Esto muestra
que la violencia es casi una inercia nacional.
Luego de la terminación del conflicto armado entraremos en un periodo
apasionante de construcción de paz, que no es otra cosa que impulsar cambios
y trasformaciones en la sociedad colombiana.
Referencias bibliográficas
Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera (2012). Recuperado de https://www.mesadeconversaciones.com.
co/sites/default/files/AcuerdoGeneralTerminacionConflicto.pdf
Sánchez, G. (2004). La violencia y la supresión de la política. Bogotá: Colección
Biblioteca Banco de la República.
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La integralidad de
la justicia transicional
Gustavo Salazar Arbeláez1
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2 Gran parte de los documentos están para su consulta en inglés, pero en la página web se encuen-
tra un link de la oficina en Colombia escritos en español y, para aquellos muy versados, algunos
documentos en árabe, sobre trabajos realizados en la zona de la primavera árabe: www.ictj.org
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lo posible, respeta y debe garantizar los derechos del acusado y las normas
básicas del debido proceso.
Entonces, entre 1945 y 1990 tuvo lugar el primer momento de la naciente
justicia transicional, pues como lo señala Teitel (2003), para entonces el tema no
estaba del todo acuñado, pero surgió la pregunta sobre cómo se da respuesta a
periodos de atrocidades masivas, a la que siguió una respuesta de carácter pe-
nal. Esto para entender que, en materia de justicia transicional, no es casualidad
entenderla como un asunto jurídico, determinado por la responsabilidad penal
de quien o quienes fueron responsables de dichas atrocidades. Sin embargo,
esta mirada resulta muy restringida.
Con el paso del tiempo, esta perspectiva se fue transformando y, finalmente,
cerrando la década de 1980, se acotó el término, convirtiéndose la justicia tran-
sicional en una justicia ampliada, no limitada a la de carácter penal o retribu-
tivo, sino focalizada en las víctimas. En este momento se empieza a hablar de
justicia restaurativa, no centrada en la sanción del victimario, sino en la nece-
sidad de recomponer un orden social y democrático, que implica construcción
de ciudadanía, lo cual parece hipotético pero tiene bastante de realidad. Para
señalar algunos puntos clásicos de justicia transicional, es preciso referir el Tri-
bunal de Núremberg, el Tribunal de Eichman en Jerusalén en el año de 1961 y
mecanismos importantísimos que van a plantear discusiones gruesas, por ejem-
plo la Comisión de la Verdad en Argentina.
Frente al objetivo de la justicia transicional, que constituye el tercer punto
a abordar, es preciso señalar que solo es posible entender las medidas y me-
canismos de la justicia transicional a partir de sus metas. Todos asimilamos la
justicia transicional a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la garantía de
no repetición, pero la pregunta clave es: ¿hacia dónde debe apuntar?
En tal sentido, esta ha de orientarse hacia dos tipos de objetivos: los media-
tos y los finales. Cada medida, atinente a la reparación, la justicia, la verdad y la
garantía de no repetición, debe dar respuesta a objetivos específicos, es decir la
reparación debe reparar, la justicia debe aplicar justicia, la verdad debe llevar a
la consecución de la verdad y la garantía de no repetición debe a garantizar que
no se repita lo ocurrido. Pero además de todo ello, estos objetivos tienen que in-
clinarse hacia la satisfacción de objetivos mediatos, como lo son la dignidad, el
reconocimiento y la confianza cívica, así como la reconciliación, la democracia
y el Estado de Derecho, como objetivos finales (De Greiff, 2009).
Lo anterior constituye un rápido paso hacia conceptos complejos. Primero,
la dignidad, por ejemplo, cuya noción presume que la violencia afecta la dig-
nidad de los individuos, pues impone sistemas y categorías morales, jurídicas
y psicológicas que disminuyen la capacidad del individuo. En esa medida, la
afectación de la dignidad parte de un hecho central, que es el reconocimiento
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3 La alusión a la injusticia aquí destacada obedece al hecho de que hay actos intencionales que
generan daño, pero que pueden ser justos, como es el caso de aquellos permitidos por el Dere-
cho Internacional Humanitario, cuyo ejemplo puede ser el siguiente: de dos combatientes en
proceso de combate, uno de ellos muere a causa de un daño intencional, perpetrado por el otro,
sin embargo tal daño se entiende justo, o por lo menos permitido.
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tan variados escenarios, condensa distintos niveles. Acerca del último es con-
veniente precisar que el individuo cree en las instituciones en la medida en que
ellas respondan a sus necesidades y hagan valer sus derechos. En ese orden de
ideas, la justicia transicional implica una respuesta de las instituciones o la im-
plementación de ajustes institucionales para que el Estado pueda dar respuesta
a las exigencias y necesidades de los individuos, de cara a sus derechos. La
reparación se inscribe como parte de esa respuesta necesaria.
Frente al cuarto tema, relativo a qué son los derechos u objetivos finales, es
preciso entender que la justicia transicional, en términos del Estado de derecho,
implica una concepción normativa de la reafirmación de valores de convivencia
básicos, lo que requiere: (i) Negar como válidos los actos de violencia, y (ii) Re-
afirmar la dignidad de las víctimas. Negar como válidos los actos de violencia
implica poner en su sitio a los victimarios, quienes siempre tienen excusas, jus-
tificaciones o mitigaciones, cuyos actos siempre pretenden tildar como justos.
Actos que son, por definición, injustos o por lo menos no validados en términos
de legalidad.
La democracia implica la posibilidad de actuar, de consumo y de poder.
También supone reconciliación, lo cual no sugiere el acuerdo de todos ni mu-
cho menos la felicidad, sino que las diferencias puedan tramitarse a partir de
mecanismos, pues la democracia implica el disenso mediado por un consenso
procedimental, que en la arena política exige el tratamiento racional de las di-
ferencias.
La integralidad que incluye la justicia transicional se refiere a la importancia
conjunta de la justicia, la verdad, la reparación y las garantías de no repetición,
a las que debe orientarse. Es decir, que las medidas asociadas a la justicia tran-
sicional no pueden estar separadas entre sí. Por ejemplo, si solo se implemen-
tan tribunales legales para la sanción al victimario y no se trata a la víctima en
otros escenarios, se generan efectos materiales y morales severos dado que se
convierte en una respuesta incompleta.
Cuando se habla con las víctimas, ejercicio de gran relevancia para ellas,
frecuentemente le dan mayor importancia a la verdad, queriendo saber qué
pasó y por qué pasó. En orden descendente, luego posicionan la existencia de
una condena. Y, por último, buscan las medidas consiguientes de reparación.
En términos de garantías de no repetición, entendidas como reformas ins-
titucionales, se destacan las atinentes a los servicios de inteligencia, la fuerza
pública, el sistema judicial (permeado frecuentemente por actores armados),
el sistema de vetting o de veto (prohibiendo el ejercicio de funciones públicas a
quienes estén involucrados en violaciones o crímenes internacionales) y los sis-
temas de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR), entendidos como
parte de las garantías de no repetición.
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Una pregunta final: ¿Hasta qué punto podemos considerar que estas medi-
das de desarrollo se derivan de la obligación del Estado, en tanto en el Estado
social de derecho pueden ser asimiladas a reparación? Algo realmente comple-
jo en el caso colombiano es que se han adelantado procesos de reparación en
medio de un conflicto, lo que conduce a medidas de asistencia humanitaria que
normalmente tienden a ser enfocadas por el Estado como reparación, cuando
con ellas tan solo se pretende disminuir la afectación de un derecho específico,
pero no reparar. La reparación implica una transformación de la situación o
por lo menos un redireccionamiento de la vida en referencia a la vida anterior.
Referencias bibliográficas
Arendt, H. (1970). Sobre la violencia. Trad. Miguel González. México: Cuadernos
de Joaquín Mortiz.
De Greiff, P. (2009). Una concepción normativa de la Justicia Transicional. En
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De Greiff, P. (2008). Justice and reparation, Justice and reparations. Handbook of
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Honneth, A. (2006). El reconocimiento como ideología. Isegoria, Nº 35 julio-di-
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Walker, M. (2006). Moral Repair, What is moral repair? Cambridge University
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La perspectiva de las mujeres que
participaron en el proceso de
la Comisión de la Verdad:
conclusiones
Alejandra Miller Restrepo1
1 El texto hace parte del informe de la Comisión de la Verdad realizado por la Ruta Pacífica de
las Mujeres y que lleva por título: La verdad de las mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia.
La presentación de este informe durante el seminario nacional: Preparando el futuro. Entornos y
límites de posconflicto en Colombia estuvo a cargo de Alejandra Miller, investigadora del Informe
y coordinadora de la Ruta Pacífica de las Mujeres Regional Cauca.
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conflicto, sino en todos los espacios donde las mujeres viven y se movilizan. Y
son los cuerpos, sobre todo los cuerpos de mujeres jóvenes, campesinas, negras
e indígenas, los que operan como lugares de intersección y encuentro de identi-
dades discriminadas que caracterizan los fundamentos de la exclusión.
Las mujeres víctimas del conflicto armado, de diversas etnias, territorios y
edades se han visto afectadas por esta guerra a lo largo y ancho del país. Ellas
han experimentado inenarrables sufrimientos, múltiples y recurrentes abusos
a su integridad física, sexual y psicológica. La intersección entre el género, la
etnia, la edad y la localización en el territorio de conflicto opera profundizando
las discriminaciones contra las mujeres. La profunda articulación del género
con otras dimensiones de la identidad o situaciones vinculadas al conflicto,
como el desplazamiento o la militarización de la vida, generan formas particu-
lares de desigualdad y discriminación.
La vida de innumerables mujeres que habitan zonas de conflicto armado en
Colombia, se ha visto profundamente impactada por la guerra y sus prácticas
inhumanas y ha sido modificada, profundizando su opresión, subordinación
y discriminación, a través del incremento de las múltiples violencias ejercidas
contra ellas, a través de las experiencias de pérdida y desplazamiento, así como
de la exacerbación del control masculino sobre sus cuerpos y sus sexualidades.
Esta dimensión de pérdida, de sufrimiento, y de control de la vida caracteriza
la experiencia de las mujeres víctimas en Colombia.
Este informe incorpora el discurso y la práctica feminista puesto que parte
del análisis de una sociedad patriarcal en la que la relación de dominación de
los hombres sobre las mujeres cancela la palabra femenina y legitima la violen-
cia contra sus cuerpos. Este análisis permite vincular las violencias vividas en el
ámbito de lo privado y en la esfera pública, con diferentes impactos y responsa-
bilidades, como una continuidad. El patriarcado es un sistema de dominación e
injusticia que se traduce asimismo en marginación social, económica y política
y converge en todos los contextos del conflicto armado empeorando las condi-
ciones de vida de las mujeres.
Identificar el significado práctico de la perspectiva feminista para este tra-
bajo y para las mujeres que participaron en él, ha conllevado desentrañar y vi-
venciar el sentido profundo de escuchar la voz de las mujeres. Este proceso ha
supuesto conocer, caracterizar y entender el conflicto armado desde el sentir de
ellas, visibilizar las afectaciones en sus cuerpos –principal lugar de expresión
de las violencias sufridas–, reconocer su contribución al esclarecimiento de la
verdad y apoyar el fortalecimiento personal y social de las mujeres.
Para todas las mujeres participantes del proyecto de la Comisión de la Ver-
dad, ya fueran coordinadoras, documentadoras, transcriptoras, digitadoras,
codificadoras e investigadoras, este trabajo con las mujeres y sus testimonios
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Entre las violaciones que las mujeres refirieron haber vivido en primera per-
sona predomina el desplazamiento, que se dio en tres de cada cuatro casos.
También tres de cada cuatro mujeres denunciaron tener familiares que sufrie-
ron ejecuciones extrajudiciales o desapariciones forzadas. Ocho de cada diez
mujeres entrevistadas reporta haber sido víctima de alguna forma de tortura,
tratos cueles, inhumanos o degradantes. Más de la mitad de las mujeres su-
frieron diferentes formas de tortura y maltrato psicológico como amenazas de
muerte, hostigamientos o ser obligadas a presenciar torturas de otras personas
Además, una de cada siete mujeres reportó haber sufrido torturas físicas y una
de cada ocho sufrió tortura o violencia sexual. Por otra parte, la violencia contra
las mujeres también conllevó pérdidas materiales en cuatro de cada diez casos.
De forma menos frecuente se describieron distintas violaciones a la libertad
personal en una de cada ocho víctimas tales como haber sido detenidas de for-
ma arbitraria, confinamiento o toma de rehenes o reclutamiento forzado.
49
Juan Carlos Amador
misma medida. También tres de cada cuatro mujeres señalaron quiebre y pérdida
de su proyecto vital por los hechos de violencia. Por otra parte, la violencia contra
las mujeres también conllevó pérdidas materiales en más de cuatro de cada diez
casos. El desplazamiento conlleva la mayor parte de las veces la soledad de la
pérdida de una red de relaciones sociales en la que construimos nuestra identi-
dad como personas. Este sentimiento de soledad y abandono estuvo presente en
tres de cada cuatro mujeres entrevistadas. En el caso de Colombia, hay que tener
en cuenta que además los hechos de violencia han seguido produciéndose y mu-
chas mujeres han vivido diferentes episodios de terror y violencia que potencian
sus efectos. Seis de cada diez mujeres entrevistadas señalaron tener problemas
de sueño como pesadillas o insomnio, y no poder dejar de pensar en los hechos
vividos, sus seres queridos o el impacto de la pérdida. La percepción de estar
todavía en la actualidad emocionalmente muy afectadas se da más en las mujeres
que tienen familiares asesinados o desaparecidos. En todas las áreas de la vida
de las mujeres, las ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas son las
violaciones de derechos humanos con mayor impacto.
50
¿Preparados para el post-conflicto?
Las mujeres víctimas destacan que los impactos del conflicto armado prolonga-
do han dejado graves e imborrables secuelas emocionales en las familias y los
hijos. Secuelas afrontadas casi siempre por las mujeres, que muchas veces no
se han logrado superar. En relación a esta situación, muchas mujeres aspiran a
que en la reconstrucción del tejido social roto por la guerra, sea posible quebrar
la frontera invisible entre lo privado y lo público. Eso supone reconocer y facili-
tar la participación social de las mujeres a partir de sus propias organizaciones
y liderazgos. También que la responsabilidad compartida del cuidado familiar
sea parte constitutiva de la transformación cultural que haga posible la justicia
y la equidad desde la casa, desde lo personal hasta lo colectivo y público, desde
lo micro a lo macro. Para que las mujeres no sigan sacrificando las posibilidades
de actuar en lo público, ni los hombres renuncien o inhiban sus sentimientos
para criar y brindar afecto. Las mujeres en sus procesos de fortalecimiento per-
sonal y social de empoderamiento, han descubierto y puesto en cuestión los
estereotipos sobre los roles, que lo privado no es solo asunto de mujeres, así
como lo público no concierne solo a los hombres.
Algunas mujeres expresan que la violencia contra los hijos, en el contexto
del conflicto armado, es una forma de represalia contra los liderazgos feme-
ninos. Liderazgos que las mujeres han asumido en los procesos de resistencia
social frente a la arremetida constante de los actores armados, la continua vio-
lación de los derechos humanos y, en particular, la violencia contra las mujeres.
En el Informe final se constata que cada familia se ha visto afectada por vio-
laciones de derechos humanos sistemáticas a varios de sus integrantes. Estas
experiencias han conllevado fuertes impactos personales y colectivos como la
fragmentación familiar. En muchos casos, el desplazamiento forzado ha sido la
única alternativa para huir de los actores armados, persistiendo a pesar de ello
las amenazas a las mujeres también como madres, hermanas o hijas de defen-
soras o defensores de derechos humanos. En la gran mayoría de los casos de los
testimonios recogidos por esta comisión, los hechos no habían ocurrido en el
lugar en el que viven actualmente las mujeres. Se demuestra así que el conflicto
armado traspasa las fronteras territoriales.
Las renuncias y pérdidas experimentadas por las mujeres, que ellas definen
como pérdida de una “vida buena”, tejida por múltiples dimensiones como la
vinculación a las raíces, el trabajo familiar compartido, la posesión de bienes,
la posibilidad de auto-sostenimiento, el hogar y los afectos, la tranquilidad y
los proyectos comunitarios de vida, han impactado profundamente sus vidas,
quebrando su ser mujeres e incrementando su sufrimiento, sus dificultades y su
vulnerabilidad en los nuevos contextos.
Este Informe Final ratifica que la violencia sexual ha sido un arma de gue-
rra utilizada contra las mujeres convertidas en objetivo militar. El cuerpo de
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Juan Carlos Amador
las mujeres ha sido así mismo botín de guerra y territorio en disputa entre los
actores armados. Esta práctica lesiva y denigrante de la sexualidad obligada y
no consentida ha sido un ejercicio de poder de los actores armados en cualquier
tiempo y lugar durante el conflicto. La experiencia de la violencia sexual o la
amenaza de sufrir una agresión de carácter sexual han producido una distor-
sión en la sexualidad de las mujeres, en la relación con su propio cuerpo y en la
relación con los hombres. Esta violencia no ha sido reconocida ni investigada,
muestra cómo las estrategias de control de la población civil han pasado por el
territorio del cuerpo y la vida de las mujeres.
La experiencia de la maternidad se traduce como fuerza vital y emocional
de las mujeres en los contextos de guerra, en los que ellas responden por los
hijos y las hijas en constante amenaza o asedio por parte los actores armados.
Esta fuerza interior de las mujeres relacionada con dar la vida y sentirse res-
ponsables de protegerla, emerge de manera contundente en los testimonios e
invita a repensar la maternidad en contextos de guerra, como raigambre emo-
cional para vencer el miedo y afrontar la barbarie. Además, la maternidad ha
sido utilizada en el conflicto armado como una forma de golpear a las mujeres,
utilizando a sus hijos e hijas como amenazas contra las mujeres, sus acciones o
su liderazgo. El terror del impacto en los hijos e hijas ha sido utilizado como un
mecanismo de control social.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
condiciones que han llevado a sufrir una mayor victimización. Las violencias
son transversales a las condiciones de marginación y pobreza de diferentes
grupos étnicos. Por otra parte, los impactos culturales como la pérdida de la
relación con la naturaleza y el territorio o los ríos, o la conversión de lugares de
respeto y vida comunitaria en cementerios o espacios del horror, han tenido un
enorme impacto en las mujeres de dichas comunidades. Las relaciones con los
ancestros, el territorio, la sabiduría tradicional y las autoridades propias se ha
visto afectada por la violencia y ha supuesto un impacto añadido en las muje-
res, sus procesos de duelo y la confianza en los demás.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
La escucha de los testimonios permite afirmar que las agresiones sexuales son
expresión del continuum de las violencias, por una parte, en cuanto a la relación
entre los sexos y, por otra, como modus operandi de los actores armados que
apunta a las mujeres en su calidad de objetivos militares.
Los patrones de violencia sexual más frecuentes fueron la violación sexual,
la amenaza de violación sexual y las agresiones corporales, así como la seduc-
ción forzada o la insinuación sexual, particularmente a mujeres menores de
edad. Cabe destacar la extrema gravedad de algunos casos que incluyen atro-
cidades que muestran el desprecio por la dignidad humana y el nivel de terror
ejemplificante asociado a la violencia sexual por parte de algunos actores arma-
dos, especialmente los grupos paramilitares.
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Enfrentando la violencia
Apoyo en organi- Cambio de rol Protección y búsque- Organización,
zación de mujeres y sostenimiento da de sentido denuncia y apoyo
familiar psicosocial
• Hace parte de • Transformación • No hablar. • Hizo denuncia.
organización de rol dentro de la
• Afrontamiento • Buscar apoyo
mujeres. familia.
religioso. psicosocial.
• Acudió a or- • Sostenimiento
• Centrarse en su • Organizarse
ganizaciones de económico y afec-
familia. para defender sus
mujeres. tivo de la familia.
derechos.
• Darle un sentido.
• Apoyo mutuo y
solidaridad.
40% 66% 78,2% 70,6%
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Juan Carlos Amador
Los vínculos solidarios que se establecen entre mujeres víctimas del con-
flicto armado, en su mayoría en situación de desplazamiento, parecen estar
fortaleciendo la construcción de una identidad de mujeres, en la medida que
ellas se reconocen en sus experiencias de desarraigo, pérdidas y violencias pa-
decidas, pero sobre todo en sus luchas presentes por una mejor calidad de vida
en nuevos y adversos contextos. Estos espacios donde las mujeres víctimas se
encuentran, dialogan y establecen acuerdos, son una fuente muy importante de
empoderamiento.
En la organización como un espacio de empoderamiento y exigibilidad, las
víctimas forjan y proyectan escenarios en los que aprenden a reivindicar sus
derechos. Otras llegan a estos espacios organizativos con el afán de sanar los
dolores que les han causado los distintos actores armados y para buscar apoyo
para afrontar las consecuencias de la violencia en sus propias vidas o las de sus
hijos e hijas. Un tercio de las mujeres entrevistadas buscó apoyo de tipo psico-
social y acudió a organizaciones de mujeres o de derechos humanos para soli-
citar ayuda. Además, una cuarta parte trató de afrontar los hechos encontrando
un sentido a lo ocurrido, a través de mecanismos como el análisis de la realidad
o la conciencia política de lo sucedido. La organización es un espacio de protec-
ción desde las mujeres, desde la conciencia y la identidad del “nosotras”.
Como mujeres en general, y como víctimas en particular, logran unirse para
construir acciones en barrios, comunidades indígenas o afrodescendientes,
grupos de estudio, organizaciones sociales femeninas o mixtas, para apoyar en
la alimentación y protección de sus hijos e hijas, promover su propio cuidado
personal y colectivo, y para evitar ser de nuevo violentadas. La búsqueda de
protección, apoyo y orientación forman parte del sentido de estas organizacio-
nes. Intentan de diversas maneras, retejer o remendar los proyectos de vida que
la guerra les rompió. Proyectos que, por pequeños que fueran, estaban por fue-
ra de sentirse amenazadas o ultrajadas hasta en su propio hogar o comunidad.
En los procesos de organización y de empoderamiento, las víctimas, a través
de la palabra femenina con sus historias y con otras mujeres, hacen conciencia
de las múltiples y continuas discriminaciones y violencias que han sufrido no
solo en el conflicto armado sino en la vida familiar. Las mujeres sienten que
la organización es la posibilidad de construir o reconstruir memoria indivi-
dual y colectiva para comprender por qué el conflicto armado las ha afectado y
cómo pueden ser constructoras de paz. Lo organizativo se vuelve un lugar de
comprensión mínima donde se entablan nuevas relaciones con otras mujeres, y
muchas se atreven a denunciar su caso.
Muchas mujeres se han convertido en estos procesos en lideresas mostrando
su implicación y compromiso solidario con la reconstrucción de la vida colec-
tiva. También por ello algunas de ellas han sufrido amenazas que han tratado
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Juan Carlos Amador
memoria de las víctimas, y una de cada seis víctimas hizo referencia a la ne-
cesidad de peticiones de perdón por parte de los responsables de la violencia.
A pesar de la fuerte demanda de justicia en un contexto de impunidad, las
mujeres tienen una dimensión diferente de la justicia punible, son más amplias
que la mera legalidad, porque antes que exigir que los victimarios vayan a la
cárcel, piden ante todo la verdad y la reparación como opciones de ganar au-
tonomía física, emocional y económica para salir de la pobreza, como la vía a
la libertad y tranquilidad de no ser nunca más vulneradas. En otras palabras,
proponen transformar las reparaciones económicas y escasas, basadas en un
enfoque paternalista que casi nunca contempla a las mujeres como actoras de
desarrollo y paz, para emprender procesos productivos y de crecimiento per-
sonal o familiar de largo alcance, y no de mera subsistencia o simple rebusque
para el diario vivir.
Otro conjunto de medidas señaladas por las mujeres hacen referencia a las
condiciones políticas para la reparación. Así por ejemplo más de la mitad seña-
la como condición imprescindible la desmilitarización del conflicto. Casi cinco
de cada diez exigen medidas dirigidas a investigar y conocer la verdad de lo
ocurrido, así como medidas de justicia para establecer la responsabilidad de los
hechos. En una medida similar las mujeres reclaman la necesidad de cambios
en el Estado. Las mujeres señalan la relevancia no solo de terminar con la vio-
lencia y hacer justicia a las víctimas, sino también en la necesidad de superar
la enorme iniquidad existente y que las priva de las posibilidades de mejorar
su vida.
Las mujeres víctimas sienten que el conflicto armado les ha arrebatado su
dignidad. Por ello se proponen reconstruir sus proyectos de vida y recuperar
su ser personal, familiar y comunitario, pero en muchas ocasiones las condicio-
nes no se los permiten. Los programas asistencialistas implementados por el
Estado las mantienen en una situación de mayor vulnerabilidad, puesto que no
les garantizan una adecuada continuidad, sino que las mantienen en una ines-
tabilidad y dependencia que no contribuye a la construcción de autonomía. La
reparación debe conllevar una energía de transformación de sus vidas y no solo
medidas aisladas o fragmentadas consideradas como un donativo y no como
una manera de retomar el control de su vida en sus manos.
Las mujeres víctimas entrevistadas por esta Comisión, aspiran a que el Es-
tado con sus instituciones gubernamentales las proteja y les permita recuperar
sus procesos identitarios y organizativos en los que participaban cuando fue-
ron atacadas y desplazadas por los actores armados. En este sentido, mantie-
nen la esperanza de retornar a sus lugares de origen pero con la garantía de
poder reforzar su relación y visión de territorio más allá de querer un pedazo
de tierra para sobrevivir. Conciben la reparación como la oportunidad para
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¿Preparados para el post-conflicto?
Nada repara las consecuencias de la guerra, pero las mujeres quieren contri-
buir a la resignificación de sus casos colectivos o individuales frente a un nuevo
proyecto de vida. Exigen que el Estado les satisfaga los estándares mínimos de
los derechos sociales, el derecho a la vivienda como el territorio de sus casas
que fueron destruidas y los espacios de retejer sus relaciones afectivas y senti-
miento de seguridad para ellas y sus hijos e hijas. Una reparación que les ofrez-
ca oportunidades para crear proyectos desde las mujeres y las organizaciones.
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Juan Carlos Amador
Medidas de reparación
Memoria y Cambios en el Verdad, justi- Medidas distri- Devolución de
perdón Estado y medi- cia y protec- butivas y desmi- tierras y bienes
das legales ción litarización
Lugares de Cambios en el Investigar Compensación Devolver la
memoria Estado paradero económica tierra
víctimas
Formas de me- Cambios Conocimiento Medidas educati- Devolver los
moria colectiva legales verdad vas para ella o bienes
sus hijos
Perdón público Medidas reha- Medidas de Apoyo laboral
bilitación legal prevención de
la violencia
Protección a Desmilitariza-
víctimas ción
Juzgar a los Salud y atención
responsables psicosocial
30,3% 51,6% 68,5% 86,2% 32,2%
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
conflicto armado. Las voces de mujeres víctimas son una radiografía del horror
del conflicto armado. Voces y radiografía que claman por la visibilización de
las afectaciones de la guerra. Y por el urgente reconocimiento y acompaña-
miento psicosocial que debe brindar el Estado a las víctimas, para enfrentar el
dolor y el miedo y contribuir a la reparación integral tanto en medio del con-
flicto armado, como en el buscado post-conflicto. Esta política de atención y re-
conocimiento debe ser una prioridad y de largo aliento, en un país con víctimas
masivas. Una dimensión que no cabe en los números que la describen.
La Comisión de la Verdad fue una apuesta por los diálogos de saberes como
esperanza para hacer de la palabra el dispositivo por excelencia de la inventiva
humana. Se puso en alto la palabra de las mujeres, a partir de la confianza que
tejió la entrevistada con la entrevistadora, y las organizaciones de mujeres con
las víctimas y la Ruta Pacífica.
La metodología de investigación permitió el acercamiento con las mujeres
víctimas del conflicto armado de una forma ética, sin provocar formas de nueva
victimización de sus violencias, gracias al apoyo emocional ofrecido, el ajuste
de las expectativas, y al pertinente manejo de la información obtenida en cada
testimonio. Dar su testimonio fue un ofrecimiento para las mujeres que tuvo
sentido para ellas. La definición del guión y las características de la entrevista
constituyeron el centro del proceso y fueron elementos clave para establecer
confianza y acogida a las mujeres que participaron en el proyecto. Además, en
muchas ocasiones se logró profundizar en las motivaciones y expectativas de
las mujeres para tener en cuenta su situación y necesidades, lo que permitió
tener una mejor claridad sobre las posibilidades y límites del proyecto.
El equipo de trabajo logró evidenciar una articulación entre lo profesional
y lo humano. El compromiso de cada una logró hacer significativos aportes en
términos logísticos, investigativos y de aprendizaje.
La relación de la Ruta de Pacífica de las Mujeres con otras organizaciones,
sobre todo de mujeres, fue un elemento facilitador del proyecto y a su vez es
un desafío de cara a tener una mayor incidencia y trabajo colectivo en el país.
Se hizo una investigación que además de cumplir con ciertos criterios me-
todológicos, ha tenido un profundo rigor ético, político desde una postura fe-
minista, que permitió generar estrategias de investigación y acompañamiento
psicosocial, a pesar de los escasos recursos para tan ingente tarea.
La metodología adoptada permitió que se les creyera a las mujeres víctimas
porque la memoria colectiva permite romper con el estigma y la duda sobre
cada una de ellas. Confirma la construcción de memoria desde la base, desde
sus vivencias y no desde análisis teóricos o distantes de su experiencia. Ha
sido parte de un proceso de ponerse cerca del lugar de las víctimas y entender
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¿Preparados para el post-conflicto?
Recomendaciones
En estas páginas se sintetizan las recomendaciones de la Comisión de Verdad
y Memoria de Mujeres colombianas. Forman parte de la reflexión compartida
de la Ruta con los testimonios de las víctimas y otras organizaciones y sectores
cercanos. Recogen algunas propuestas para la transformación del conflicto ar-
mado colombiano que surgen de este trabajo, y que quieren alimentar el debate
y la acción política a favor de la verdad, la justicia, la reparación y la paz.
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Juan Carlos Amador
Políticas de reparación
• Las demandas de las mujeres deben ser acogidas para ajustar y comple-
mentar la Ley de Víctimas y Tierras que hoy se está aplicando en Colombia.
Para una adecuada reparación se debe crear una estructura institucional
transitoria con toda la capacidad política y operativa para lograr la repa-
ración integral, que debe tener el poder de coordinación de ministerios e
instituciones de acuerdo al nivel de la catástrofe social vivida por el país
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Educación y difusión
• Requerir al Ministerio de Educación Nacional para que promueva y diseñe
una cátedra abierta en la que se analice, desde la diversidad de Colombia,
cómo el conflicto armado ha impactado en cada región, en el cuerpo y la
vida de las mujeres.
• Garantizar el derecho a la educación propia, donde no se normalicen las
violencias contra las mujeres y se visibilicen los aportes de las mujeres in-
dígenas y afrodescendientes.
• Asegurar a las mujeres víctimas el acceso a la educación formal y no for-
mal, que impulse el libre pensamiento desde una visión laica no dogmá-
tica, y que visibilice la situación y el valor como mujeres y la construcción
de una identidad autónoma y propia con capacidad de decisión de las mu-
jeres sobre sus roles y sus vidas.
• La educación es una demanda recurrente de las mujeres víctimas. Propor-
cionar los recursos públicos necesarios para que las hijas e hijos de las
mujeres víctimas puedan tener becas que les permitan acceder a estudios
normalizados, sin que las pérdidas o el sufrimiento padecido sean un obs-
táculo añadido para su acceso.
• Utilizar los medios radiales y televisivos para impulsar programas de
sensibilización y de memoria sobre los impactos del conflicto armado, la
guerra y las violencias en el cuerpo y la vida de las mujeres de todas las
edades, clases sociales y grupos étnicos.
• Solicitar a la Comisión Nacional de Televisión que realice una serie de pro-
gramas y documentales donde se reconstruyan las historias de mujeres
víctimas del conflicto armado que las redignifiquen.
• Visibilizar los casos colectivos incluidos en este Informe Final para que el
país conozca, desde las voces de las mujeres víctimas, lo que le ocurrió a
las mujeres en esos hechos, y que son solo una muestra de lo ocurrido a lo
largo y ancho del país. Cuidar en las políticas con las víctimas la necesa-
ria consulta, la no exposición pública o utilización sin tener en cuenta sus
criterios, abordando sus expectativas de una forma constructiva y siendo
coherente con el comportamiento y la acción.
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Referencias bibliográficas
Ruta Pacífica de las Mujeres, (2013). La verdad de las mujeres. Víctimas del conflicto
armado en Colombia. Bogotá: Creative Commons.
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Tramas narrativas del mal y
sentimientos morales:
entre el deber y la resistencia al relato
Marieta Quintero Mejía1
Desde 1962, cuando los investigadores Guzmán, Fals Borda y Umaña asumie-
ron la responsabilidad, y, por qué no, el coraje de realizar el primer estudio
social e interdisciplinario acerca de la Violencia en Colombia,2 hasta hoy encon-
tramos que esta tragedia colectiva no cesa. Estos hechos atroces no solo se han
ido acumulando y repitiendo, sino que, con el paso del tiempo, han mostrado
la rapidez con que vuelven a suceder, su simultaneidad, la aparición de otros
eventos, e incluso su internacionalización, más allá de la complicidad que este
fenómeno ha tenido en las fronteras geográficas. Sumado a ello, encontramos
el exceso de la violencia, lo siniestro de los actos atroces, la crueldad y el ensa-
ñamiento contra la población civil atrapada entre los enemigos, especialmente,
grupos de campesinos, indígenas, y afrodescendientes en su condición de in-
fantes, jóvenes y mujeres. En otras palabras, han sido objeto de vulneración,
particularmente ciudadanos, cuyas experiencias convocan y demandan por la
distinción, la diferencia y la diversidad.
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Juan Carlos Amador
3 Tomo esta idea de emociones y cultura política de la obra de Nussbaum (2014), en la cual se
busca mostrar que el carácter de vulnerabilidad como seres humanos está directamente relacio-
nado con la idea de emociones, pues estas registran los prejuicios que sufrimos y que podría-
mos sufrir. Adicionalmente con esta noción, la autora busca mostrar que las emociones tienen
un vínculo con el derecho, en la medida en que las leyes penales responden a los sufrimientos
de la violación, el asesinato, el secuestro y los delitos contra la humanidad. Paralelamente,
indica que las emociones contienen creencias, modos de razonar y de apreciar la magnitud de
las cualidades con las cuales se producen los procesos de interacción. Destaco el lugar prepon-
derante de las emociones como proclives en la vida pública, pues la cultura política debe estar
atenta al egoísmo, la codicia y la agresividad con las cuales se rompe la confianza, pero también
la posibilidad de generar instituciones decentes.
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¿Preparados para el post-conflicto?
(…) una sociedad elige y codifica los actos que corresponden más o menos a su
ideología; es por esto que la existencia de ciertos géneros en una sociedad, o su
ausencia en otra, son reveladores de ésta ideología y nos permiten establecerla
más o menos con una gran certeza. No es un azar el hecho de que la epope-
ya sea posible en una época, la novela en otra, el héroe individual de ésta se
oponga al héroe colectivo de aquella: cada una de esas elecciones depende del
cuadro ideológico en el cual se llevan a cabo. (Todorov, 2001, p. 54)
Para Todorov, el papel más importante de las narrativas está vinculado con el
relato en situaciones de límites extremos, término que adoptó de Arendt para refe-
rirse a la “encarnación del mal” en los campos de concentración.
Con este breve recorrido he querido mostrar algunos de los fundamentos
que nos permiten señalar, siguiendo a Todorov, el por qué no debemos resistir-
nos a abrir los expedientes del mal y a escuchar las narrativas de los infortunios
(ética de la escucha). Ante los relatos del dolor, señala el autor, preferimos re-
sistirnos a su escucha, pues, en buena medida, tenemos la tendencia a dividir
la experiencia del mal entre: a) los otros, los culpables que cometieron las atro-
cidades; b) los otros que la vivieron –víctimas–; c) nosotros los espectadores o
testigos morales; d) los expertos. A continuación expongo algunos riesgos que
tiene para el caso colombiano, estas discontinuidades actanciales.
Un primer riesgo lo expone Todorov cuando nos invita, justamente, a re-
chazar las anteriores discontinuidades actanciales –participantes– porque estas
hacen suponer que existen grupos humanos homogéneos (buenos y malos), sin
darnos cuenta o advertir que, con dicha clasificación, no solo desdibujamos la
esfera de la praxis humana, sino que despojamos de responsabilidad a quienes
realizan actos atroces y, a los mismos miembros de la sociedad (responsabili-
dad colectiva). Asimismo, esto llevaría, en palabras de Todorov, a que asumié-
ramos una indignación fácil frente a los perpetradores, ignorando con ello la
complejidad del mal (Todorov, 2002). Esta distinción actancial, efectivamente,
atenúa lo corrosivo del mal, convirtiéndolo en un asunto bastante simple y aje-
no para aquellos que no lo padecen.
Otro riesgo de estas distinciones artificiales entre personajes con sus accio-
nes (modelo actancial) es suponer que en la sociedad hay elegidos a padecer la
experiencia de la crueldad, y, por supuesto, en este reino del mal no estamos
incluidos, ni tampoco hacen parte quienes integran nuestros círculos éticos cer-
canos. Entonces, ¿por qué incomodarnos? Esta horrenda simplicidad se asocia
con la indiferencia o mal consentido, siguiendo al filósofo Arteta (2010), que
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Juan Carlos Amador
4 A juicio de Arteta (2010) en la sociedad se habla del daño que otros hacen o sufren, pero casi nunca
de cómo y cuánto nosotros lo hemos dejado hacer y sufrir. Este autor señala que el espectador que-
da por fuera del relato, como si el mal tuviera tan solo dos protagonistas (víctimas y victimarios).
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¿Preparados para el post-conflicto?
Otro de los riesgos que, con mayor frecuencia se extienden entre los miem-
bros de la sociedad, es la revictimización. No solo se padece el sufrimiento en
manos de los perpetradores, sino que los estigmas y estereotipos de raza, etnia,
ruralidad, orientación sexual, pobreza, condiciones sociales, entre otros, llevan
a que se considere que existen ciudadanos receptores o cautivos de la violencia.
Dichos estigmas naturalizan y justifican la existencia de víctimas destinadas a
padecer la crueldad: los elegidos.
Insistiría en que los relatos de las víctimas pondrían obstáculos a estas natu-
ralizaciones y, con ello, podríamos evitar o minimizar la extensión del mal. A
manera de ilustración, en Colombia tenemos el mal llamado “falsos positivos”
que comprometen al aparato militar y policivo del país. En esta estrategia del
mal, la victoria bélica es lograda mediante la muerte de infantes y, especial-
mente, de jóvenes inocentes a quienes se les hace pasar como miembros de
grupos armados. Estos hechos se justifican con los estigmas de que es posible
dar muerte niños y jóvenes por su condición de miseria y porque su ubicación
en contextos frágiles y precarios, geográfica y socialmente, impediría el conoci-
miento de la verdad y, con ello, la justicia.
En oposición a esta organización planeada y sistemática del mal, justamente,
las narrativas y los relatos de sus familiares –madres–, y no las cifras presentadas
en la prensa de muertos caídos en combate, han permitido mostrar la estructura,
modo de organización y exacerbación con la que se realizan estos actos.
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¿Preparados para el post-conflicto?
Estado y, con ello, crear modos legítimos de organización del mal, sin el uso
de armas o dispositivos bélicos, pues emplearlos los asimilaría al rango de sus
soldados –ejecutores– cuando ellos son los intelectuales del mal (parapolítica).
En estos relatos del mal encontramos que los mecanismos de organización
no solo se limitan al uso de instrumentos y herramientas que apoyen la puesta
en marcha de los actos monstruosos, sino que emplean con intencionalidad las
emociones para promover el miedo, es decir, hacer frágil la vida pública, de
manera que pueda reinar la idea de que “en este pueblo no ha pasado nada”. Por
la complejidad del uso de estas narrativas del mal en nuestra esfera pública
considero de especial importancia seguir la máxima de Sócrates, retomada por
Ricoeur, acerca de que una vida no examinada, no es digna de ser vivida.
Con esta tesis convoco a que reflexionemos acerca del fondo opaco de nues-
tro vivir, presente en las tramas narrativas del mal. Dicha reflexión permitiría,
precisamente, que en lugar de la opacidad aparezca la luz del vivir y del estar
juntos, pues el narrador que entrega su obra –sufrir– a un lector, confía que
este cambie el obrar oscuro. En otras palabras, cuando se narra el sufrimiento
se esperan sentimientos asociados a la solidaridad y la puesta en marcha de
acciones de imputación y restauración (emociones y vida pública).
La comprensión del sufrir no es solo un acto intelectivo, se trataría, siguiendo
a Ricoeur, de que la puesta a la luz pública de la trama narrativa del sufrir entre
al encuentro con sus lectores, a quienes demanda representar el mal y, con ello,
actuar. Recordemos que para Ricoeur toda acción es mediación entre el mundo
de la experiencia con el mundo del oyente o lector, la cual no se reduce a ser el
esqueleto de la enunciación. Con esta narrativa, en la que se reconocen las dis-
tinciones del daño, también podríamos desenraizar el leguaje generalizado con
el cual se nombra este conflicto y ponerle rostro al mal. Asimismo, haríamos po-
sible que, al lado de los sentimientos de terror instaurados en nuestra vida ética
y política por los perpetradores, aparezca la solidaridad anamnésica.
Quisiera finalizar esta exposición con la cita que Nussbaum toma de Emilio
de Rousseau para ilustrar cómo la insensibilidad es también el fortín para sen-
tirnos invulnerables y, con ello, situar el mal por fuera de nuestra geografía de
las emociones:
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Referencias bibliográficas
Arteta, A. (2010). Mal consentido: la complicidad del espectador indiferente. Barce-
lona: Alianza.
Bajtin, M. (1997). Hacia una filosofía del acto ético. De los borradores y otros escritos,
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Guzmán, G., Fals, O. y Umaña, E. (1962). La Violencia en Colombia. Tomo I. Bogo-
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Nussbaum, M. (2014). Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la
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Nussbaum, M. (2008). Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones.
España: Paidós ibérica S. A.
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86
¿Escuelas reparadoras?
Apuntes sobre la atención a niños,
niñas y jóvenes víctimas del conflicto
armado en Bogotá
Juan Carlos Amador1
Introducción
A propósito de los diálogos adelantados entre el Gobierno y el grupo guerri-
llero FARC-EP desde el año 2012, así como la posibilidad de finalizar la guerra
e introducir a la sociedad colombiana en una transición hacia el post-conflicto,
uno de los desafíos más importantes para la construcción de la paz y la reconci-
liación en Colombia es la reparación a las víctimas, específicamente a los niños,
niñas y jóvenes que actualmente viven en Bogotá.
Si bien, independientemente de un acuerdo de paz, el Estado y la sociedad
están obligados a restituir los derechos que han sido afectados por las circuns-
tancias de la guerra, orientados por los principios de prevalencia y correspon-
sabilidad, es importante reflexionar sobre los modos de reparación necesarios
para los niños, niñas y jóvenes, a través de la escuela, en una transición política,
cultural y ética que implica transformar representaciones y prácticas. Quizás,
un camino posible para avanzar hacia esta transformación sea la pedagogía.
Estas reflexiones sugieren dos preguntas iniciales: ¿El tipo de escuela que pre-
domina hoy en Colombia, específicamente en Bogotá, favorece la reparación de
1 Exdirector del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD). Profesor e
investigador de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
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Juan Carlos Amador
los niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado? ¿Qué claves pedagógicas,
epistemológicas y culturales contribuirían a consolidar este proceso de reparación?
Con estos propósitos iniciales, el presente trabajo recorre tres grandes temas
de discusión. En primer lugar, analiza algunas particularidades de los niños,
niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado en Bogotá. En segundo lugar,
aborda el concepto de reparación, no solo desde una perspectiva jurídica sino
especialmente ética y política. Y, finalmente, presenta tres estrategias pedagó-
gicas para trabajar con las comunidades educativas en Bogotá, específicamente
mediante los derechos, la interculturalidad, las narrativas y las memorias.
1. Situación actual
Existen dos grandes argumentos que justifican actualmente el diseño e imple-
mentación de políticas, programas y estrategias para atender a las víctimas del
conflicto armado y contribuir desde la escuela a la reparación integral. En pri-
mer lugar, de acuerdo con el informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y
dignidad (GMH y CNRR, 2013), a lo largo de las últimas cinco décadas el conflic-
to armado colombiano ha traído consigo 220.000 muertos, 5,7 millones de vícti-
mas por desplazamiento forzado, cerca de 25.000 desaparecidos y alrededor de
30.000 secuestrados. Aunque estas cifras generan varias interpretaciones, uno
de sus aspectos más llamativos es que murieron, durante este mismo periodo,
177.307 civiles por apenas 40.787 combatientes de los diferentes bandos.
Esto indica que las consecuencias de la guerra se centran principalmente
en la población civil y, de manera más específica, en mujeres, niños, niñas y
jóvenes. Asimismo, este conflicto armado ha incluido formas deplorables de
combate, las cuales contradicen los principios del Derecho Internacional Hu-
manitario, tales como el reclutamiento de personas menores de edad, la im-
plementación de minas antipersona y la destrucción de poblaciones bajo con-
diciones de absoluta indefensión, suceso que se refleja en las cerca de dos mil
masacres que se produjeron en Colombia entre 1998 y 2012 según datos del
informe del GMH y la CNRR.
Otra consecuencia de este fenómeno es la concentración de personas vícti-
mas del conflicto armado en cabeceras municipales y ciudades capitales. Ade-
más de vivir el despojo y el exilio, comprendido como un suceso que quebranta
las condiciones de bienestar y seguridad de familias y comunidades, el asenta-
miento en territorios ajenos es una situación que produce incertidumbre y ex-
pone a las personas inmigrantes al rechazo, la estigmatización y la humillación.
Así los niños, las niñas y los jóvenes logren acceder a la escuela en los lugares
de recepción, no están exentos de estas afectaciones. En consecuencia, son do-
blemente victimizados, dado que sufrieron hechos victimizantes en sus territo-
rios originarios y, con frecuencia, se convierten en objeto de menosprecio, no
solo por actos de rechazo sino también por ejercicios de violencia simbólica.
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¿Preparados para el post-conflicto?
2 A la fecha de escritura de este artículo (junio de 2014) funcionaba un centro Dignificar ubi-
cado en la localidad bogotana de Ciudad Bolívar, y se esperaba la inauguración del segun-
do en Bosa, para así al final de la administración de Gustavo Petro contar con siete centros.
Además, la Consejería cuenta con cinco unidades de atención y orientación ubicados en Bosa,
Kennedy, Puente Aranda, Suba y Rafael Uribe Uribe y uno más en la Terminal de Transpor-
tes que orienta a los interesados de primera mano. Tomado de: http://www.bogota.gov.co/tag/
alta-consejer%C3%ADa-para-los-derechos-de-la-v%C3%ADctimas
3 Según el sitio web de la Alta Consejería para los derechos de las víctimas, para que una víctima
sea reconocida como tal, debe solicitar una declaración ante la personería, después dirigirse a la
Unidad de Víctimas, donde le reconocerán bajo la condición. Si la persona no tiene alojamiento
en la ciudad, debe dirigirse al albergue indicado donde se le proveerá de alimento y alojamien-
to durante 60 días. Si consigue donde quedarse, como amigos o familiares, el Distrito le brinda
bonos de alimentación y una ayuda humanitaria inmediata. En la ciudad hay tres alojamientos,
dos de ellos para población indígena, dos unidades móviles que atienden a las víctimas en
situación de emergencia, y por último cuentan con un centro de memoria histórico inaugurado
en diciembre de 2012. Tomado de http://www.bogota.gov.co/tag/alta-consejer%C3%ADa-para-
los-derechos-de-la-v%C3%ADctimas
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Juan Carlos Amador
Además de lo efectuado por la Alta Consejería para los derechos de las víctimas,
la paz y la reconciliación, entidades oficiales como la Secretaría de Educación
y organizaciones de la sociedad civil adelantan distintas acciones orientadas
hacia la reparación integral. Particularmente, en los colegios oficiales de Bogotá
se están llevando a cabo iniciativas asociadas con la protección y apoyo psico-
social a los niños y niñas víctimas. Se aspira a que los profesores y orientadores
escolares cuenten con conocimientos, criterios y habilidades para responder a
esta realidad.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
(…) es usual que los impactos y daños causados por las guerras se midan por
el número de muertos y la destrucción material que estas provocan. Pero la
perspectiva de las víctimas evidencia otros efectos incuantificables e incluso
intangibles. Estos daños han alterado profundamente los proyectos de vida
de miles de personas y familias; han cercenado las posibilidades de futuro a
una parte de la sociedad y han resquebrajado el desarrollo democrático (2013,
p. 259).
En esta dirección, se pueden identificar cuatro tipos de daños hacia las víctimas
del conflicto armado en Colombia: emocionales, morales, socioculturales y po-
4 La ley en mención asume que la ayuda humanitaria, definida en los términos de la norma, no
constituye reparación y, en consecuencia, tampoco será descontada de la indemnización admi-
nistrativa o judicial a la que tienen derecho las víctimas.
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¿Preparados para el post-conflicto?
Fuente: elaboración propia con base en el Informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y
dignidad (GMH y CNRR, 2013).
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Juan Carlos Amador
3. Propuestas pedagógicas
Educación en, con y para los derechos
La educación y el cuidado impartidos a los niños, niñas y jóvenes constituyen
un derecho humano fundamental que no solo debe responder a las necesidades
de ellos y ellas sino que debe garantizar igualdad. Dicha igualdad no debe ope-
rar por la vía de la asistencia, la prevención o la compensación, sino mediante
ambientes que favorezcan lo nuevo (conocimientos, habilidades, interacciones,
formas de socialización, subjetividades) en un marco de justicia, reconocimien-
to y solidaridad.
Se trata de una educación que propende por el buen vivir y por la vida
buena. Esto significa que las prácticas pedagógicas han de orientarse por la
búsqueda de condiciones y posibilidades para garantizar en la praxis sujetos de
derechos. Exige pasar del estigma de la anormalidad y la pobreza a la habilita-
ción de enigmas para futuros posibles (Pineau, 2008).
La educación en, con y para los derechos debe aprovechar todos los mo-
mentos pedagógicos para avanzar en la justicia y la igualdad, las cuales se
constituyen en una deuda histórica frente a los niños, niñas y jóvenes víctimas
del conflicto armado en Colombia. Las prácticas pedagógicas centradas en los
derechos han de guiar esta búsqueda, promoviendo las mejores posibilidades
para la formación, a través de ambientes dialógicos en los que los sujetos sean
capaces de reconocerse más allá de su rol de alumnos.
Este tipo de educación debe regirse por la confianza, el amparo y el cuidado
(Pineau, 2008). El derecho a educarse requiere de estas condiciones dado que el
ser humano no llega al mundo equiparado para actuar bajo el desamparo. La
fragilidad humana en lugar de ser un defecto es un atributo que hace posible el
afecto, la emoción y la acogida del otro. Este equipamiento es labor imprescin-
dible de la educación, especialmente en el contexto de precariedad que muchos
de los niños, niñas y jóvenes viven.
Finalmente, es una educación que se debe basar en el principio de la educa-
ción laica, comprendida como una condición necesaria para la democracia, la
ciudadanía y la promoción de derechos humanos.
Interculturalidad crítica
El camino hacia la transicionalidad ética, política y jurídica requiere muchos
esfuerzos, entre ellos educar a las generaciones jóvenes en, con y para el post-
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¿Preparados para el post-conflicto?
5 Se trata de una construcción alternativa del espacio en el que lo local adquiere relevancia, dado el reco-
nocimiento que los actores sociales hacen de los saberes y prácticas que este posee, en diálogo con otros
acumulados epistémicos y prácticos que proceden del orden global.
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Juan Carlos Amador
4. Memorias y narrativas
La memoria es un concepto trabajado especialmente en disciplinas como la so-
ciología, la historia, la psicología y la antropología, que se pregunta por los
recuerdos humanos (individuales y colectivos), los significados del pasado en
las personas y los modos de representación de lo ocurrido en el tiempo a través
de distintos recursos, entre ellos los narrativos y performativos. Con frecuen-
cia, los autores dedicados a estos problemas desde inicios del siglo XX, han
debatido sobre las condiciones sociales, políticas y culturales que influyen en
la activación del recuerdo, la conveniencia de rememorar u olvidar, así como el
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¿Preparados para el post-conflicto?
6 Según Bruner (2004), los modos de razonamiento de las personas, tanto en situaciones simples de
su vida cotidiana como en experiencias especiales (de felicidad, dolor o deseo), emplean formas
narrativas diversas con el fin de producir sentido a sus relaciones consigo mismo, con los otros y
con el mundo. La construcción de significados surge de la narración, de la continua actualización
de historias y de complejidades que suelen incorporarse a los relatos mediante la problematiza-
ción constante de las tramas. Para Bruner (2013) las historias de los pueblos y culturas han sido
construidas a través de las normas, los discursos científicos y los mecanismos de la narración, lo
que indica que los sujetos en sociedad en algún momento fungen como narradores. Asimismo,
señala Bruner que históricamente la narración no ha sido reconocida socialmente como una acti-
vidad intelectual válida. Sin embargo, narrar es una práctica de gran complejidad que requiere la
selección e integración de distintas textualidades, narrativas y conocimientos.
7 Este problema fue abordado por Bajtín (1993), a propósito de la obra de Dostoievski. Destaca que
el personaje puede ser un ser repugnante que exhibe sus bajezas en lo que denomina el subsuelo
de la realidad. Sin embargo, es justo en esa capacidad de exponer lo humano donde adquiere
gran valoración la obra literaria. Es en la plasticidad del personaje y su propensión a transfor-
marse, en donde hace apertura una relación particular con el lector, pues se producen confronta-
ciones y autodefiniciones inacabadas en las que el sujeto puede interpelarse. El asunto llega a tal
nivel, que el héroe también se vuelve ambiguo e imperceptible.
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¿Preparados para el post-conflicto?
Fase 2: problematización
Siguiendo la metodología del Grupo de Memoria Histórica (2013) (con algunas
variaciones), se trabaja a partir de cuatro campos de preguntas:
1. Reconstrucción del pasado: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Dónde pasó?
¿Por qué pasó? ¿Cómo se vivió? ¿Quiénes fueron? ¿Por qué lo hicieron?
¿Por qué pasó aquí y no en otro lado? ¿Por qué en ese momento?
2. Evaluación del acontecimiento: ¿Qué sucedía en la comunidad o región
en ese momento? ¿Qué y a quién cambió lo que pasó? ¿Qué aportes y/o
pérdidas personales, familiares y comunitarias ocasionó? ¿Qué aportes
y/o daños económicos, culturales, emocionales y espirituales significati-
vos generó? ¿Cómo se afrontó lo que pasó? ¿Qué respuestas y resisten-
cias surgieron?
3. El presente del pasado y del futuro: ¿Qué y a quiénes recordamos? ¿De
qué manera debemos recordarlos y conservar su legado como hombres y
mujeres, amigos, miembros de la comunidad?
4. Perspectivas del futuro: ¿Quiénes somos después de lo que pasó? ¿Qué
relaciones encontramos entre el acontecimiento y nuestra actual realidad?
¿Cuál es nuestro papel para construir futuros alternativos o posibles?
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Juan Carlos Amador
5. Epílogo
Si bien este recorrido no pretendió cuestionar la labor de las instituciones, sí
muestra la complejidad de la reparación integral en niños, niñas y jóvenes víc-
timas del conflicto armado que están ubicados en colegios de Bogotá. Con el fin
de evidenciar que la reparación no es solo un proceso técnico, se propuso que
la escuela, específicamente a través de la pedagogía, atienda los daños emocio-
nales, morales, culturales y políticos. Esta atención no opera exclusivamente
mediante el apoyo psicosocial, sino también a través del currículo y la práctica
pedagógica.
Con base en esta idea, se propusieron tres posibilidades pedagógicas que se
pueden implementar desde la escuela: la educación en, con y para los derechos;
la interculturalidad crítica; y las narrativas y memorias. Sin embargo, estas pro-
puestas, y otras que se están desarrollando a través de algunos grupos de maes-
tros y maestras, se enfrentan al dilema del sistema educativo en Bogotá, el cual
también es el que vive el país.
Este dilema se caracteriza por las siguientes preguntas: ¿Se puede educar
para la paz y la reconciliación con políticas que, a la vez, buscan educar para
la competitividad? ¿Se puede educar para la paz y la reconciliación a través
de la hegemonía de la racionalidad científico-técnica (expresada en currículos
y prácticas pedagógicas convencionales)? ¿Se puede educar para la paz y la
reconciliación con políticas que, a la vez, profundizan la distancia entre unos
actores que hacen los estándares curriculares (técnicos de la política educativa)
y otros que la deben ejecutar (maestros y maestras)?
Los decisores de política tienen la palabra.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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103
La experiencia de la Unidad para la
Atención y Reparación Integral a
las Víctimas
Sandra Milena Santa Mora1
La pregunta que nos convoca es: ¿Cómo nos preparamos para el post-conflic-
to?, es decir, para el futuro. La respuesta, desde la Unidad para la Atención y
Reparación Integral a las Víctimas (Uariv) es: con la reparación integral a las
víctimas del conflicto nos preparamos para el futuro. Esto, en la medida en que
la reparación se convierte en un elemento fundamental para la construcción
de una paz estable y duradera. Sobre el particular, además de los objetivos
alusivos a la justicia transicional, en esta ponencia se plantea la reparación inte-
gral con vocación transformadora que, en términos de Rodrigo Uprimny, tiene
como objetivo central la eliminación de las condiciones de exclusión que facili-
taron y permitieron que muchas personas fueran victimizadas. La búsqueda de
la supresión de esas condiciones parte del reconocimiento de que su existencia
pone en riesgo cualquier proyecto o construcción orientada hacia la paz, o cual-
quier proyecto de adecuación hacia el post-conflicto.
Desde la Unidad para las Víctimas se le apuesta a la reparación integral,
comprendida como el elemento indispensable para la construcción de paz y
un escenario de post-conflicto; es una iniciativa que aporta a la eliminación de
las condiciones que originan el conflicto. Es preciso destacar que la reparación
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Juan Carlos Amador
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
dichos sujetos quienes identifican cuáles son los daños generados por el con-
flicto, lo que los lleva a diseñar e implementar los planes de acción. Esta prác-
tica es de mucha utilidad en un escenario de post-conflicto y de construcción
de paz.
La segunda se refiere a la reparación individual. Frente a la indemnización,
en este momento tenemos 250.000 casos acumulados, un número muy pequeño
en comparación con el de 6.300.000 víctimas. Existen avances en materia de res-
titución, rehabilitación y satisfacción, mediante el plan de atención psicosocial
por parte del Ministerio de Salud. Hay avances concretos en cada una de las
medidas, que tampoco se pueden descartar, al pensar cómo nos preparamos
para el futuro, de cara al post-conflicto y a la construcción de paz.
Somos conscientes de la existencia de varios retos y limitaciones, situación
frente a la que se espera poder prepararse lo mejor posible, se firme o no un
acuerdo de paz. Se le sigue apostando a la reparación y pensando que este es
uno de los elementos fundamentales para el país. ¿Cuáles son los retos? Hemos
identificado principalmente ocho que deben ser abordados para el mejoramien-
to de la política de reparación.
1. Fortalecer el reconocimiento de las víctimas. Si bien la Ley 1448 constituye
un avance en términos de reconocimiento, aún debemos fortalecer las me-
didas de satisfacción, sobre todo porque en términos de reparación, para
que esta surta efectos reales en las víctimas, es fundamental que la pobla-
ción afectada comprenda que los recursos asignados obedecen a un daño,
y que son una forma de indemnización. Es necesario fortalecer las medidas
de satisfacción, los actos de reconocimiento de responsabilidad y los actos
de reconocimiento de las víctimas. Por otro lado, en un escenario de post-
conflicto también es posible redefinir la noción de víctima, tal como lo hace
la Ley 1448, siendo un paso hacia su reconocimiento.
2. Es necesario fortalecer la política de retornos y reubicaciones, uno de los
puntos que estuvo sometido a la opinión pública a finales de 2014, siendo
susceptible de afrontarse en dos grandes puntos. El primero, implemen-
tar planes efectivos de protección de las víctimas que garanticen su segu-
ridad en los lugares de retorno y reubicación. Y el segundo, desarrollar
programas integrales de acompañamiento que permitan la estabilización
socioeconómica de esa población. La Unidad para las Víctimas le apuesta
a un modelo complejo y holístico de retorno, en el que se permita la esta-
bilización socioeconómica de las víctimas en el lugar al que regresen. El
objetivo es lograr el bienestar y que esas víctimas puedan reconstruir su
proyecto de vida en dichos lugares. Esto hasta ahora no está ocurriendo,
pues es necesario que haya un programa integral de acompañamiento a la
estabilización, fortaleciendo la política de reubicaciones.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
Referencias bibliográficas
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el post-conflicto? Desafíos de la reparación, la reintegración y la transicio-
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110
Segunda parte:
Desarme, desmovilización
y reintegración
(DDR)
Desafíos para el desarme,
la desmovilización y la
reintegración (DDR) en Colombia
Enzo Nussio1
En primer lugar, yo soy de nacionalidad suiza, por ello hablo con la presun-
ción de aprender. Tengo algunas lecciones que he aprendido de mi camino por
Colombia y quiero compartir con los lectores, con toda la humildad de un ex-
tranjero. Si las negociaciones con las FARC-EP son exitosas: ¿Cuáles desafíos
podemos esperar de un proceso de desarme, desmovilización y reintegración
(DDR) de esta guerrilla? En este texto me enfocaré, sobre todo, en seguridad y
violencia, dado que observo en estos temas gran relevancia.
La base de mi especulación, ya que no sabemos qué va pasar en el futuro, es
partir de la premisa de que las negociaciones van a ser exitosas. Mi análisis tiene
como base unas investigaciones que he realizado sobre DDR en el pasado sobre
las AUC y sobre las desmovilizaciones individuales. Hay otros temas más impor-
tantes que el DDR, por ejemplo las víctimas, la justicia transicional y el desarrollo
regional. Hablar de DDR no quiere decir que sea más importante, solamente que
este es mi campo de experticia. Tampoco es porque este sea el tema central del
que tengamos que hablar en el post-conflicto y en la construcción de paz.
¿Por qué hablar de seguridad en el DDR? En los estándares internacionales
de las Naciones Unidas el principal objetivo de estos procesos es el de contribuir
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Fuente: gráfico del autor con base en datos obtenidos en el estudio Enzo y Howe (2013).
La teoría es la siguiente: hay una relación entre el régimen político y la violen-
cia o presencia de conflictos. Se sabe que en los países muy democráticos hay
poca violencia y pocos conflictos, por ejemplo Finlandia o Suecia. Allí no se
mata a nadie realmente y tienen índices de violencia muy bajos.
También hay otras zonas que tienen bajos niveles de violencia. Son países
autocráticos, por ejemplo Corea del Norte y Arabia Saudita. Estos tienen muy
poca violencia porque el Estado es muy represivo. El costo por cometer un acto
de violencia es muy alto. Se puede castigar con la pena de muerte si se comete
algún crimen. Por ello hay muy poca violencia. En donde se concentra la vio-
lencia es entre estos dos extremos, en democracias intermedias o imperfectas.
Lamentablemente, todos los países latinoamericanos se ubican más o menos
allí, en una zona intermedia. Al ser una democracia intermedia, Colombia se
relaciona con esa violencia más alta.
¿Cómo se relaciona lo anterior con el post-conflicto? Mi argumento es el
siguiente: hay zonas en Colombia donde las FARC-EP son dominantes, donde
ellas dominan en realidad, imputan o ejercen un dominio autocrático. A ellas
no les deben importar los derechos humanos, por ejemplo pueden castigar
drásticamente a una persona que roba un teléfono móvil. Esto de alguna mane-
ra controla la violencia donde ellos son dominantes. Cuando pasamos al post-
conflicto, probablemente va a pasar lo siguiente: se van a mover estas zonas de
autocracia (de dominio de las FARC-EP) a más democracia. No a una democra-
cia perfecta, pero sí a más democracia de la que había.
Este paso intermedio es, en realidad, desorden. Hay menos orden, no hay
un orden autocrático, ni un orden democrático, hay desorden y eso lleva a un
aumento de la violencia. ¿Por qué? Porque se reducen los costos para cometer
un crimen, ahora el castigo no va a ser tan severo por robar un teléfono móvil.
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Los departamentos con más posibilidad de violencia son Nariño, Cauca, Putu-
mayo, Caquetá, Meta, Arauca, Chocó, algunas partes de Antioquia y Norte de
Santander (particularmente la región del Catatumbo). Estas son las regiones
donde podría esperarse que pueda pasar algo similar como lo observado en
Córdoba.
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Mis amigos son más que todo desmovilizados. Gente que encontré en las reu-
niones, éramos como unos veinticinco. Estos son mis ‘parceros’ y mis amigos,
del resto casi no, amigos afuera, casi no, (testimonio de joven desmovilizado).
Así funcionan las relaciones sociales en general, y así también funcionan para
los desmovilizados, ellos no son extraterrestres, también tienen necesidades so-
ciales. Otro punto importante es preguntarse: ¿Por qué son más participativos
los excombatientes en determinadas comunidades? Porque las comunidades,
en sí mismas, son más cohesionadas y participativas. Donde hay varias orga-
nizaciones de participación en las comunidades, organizaciones de fútbol, por
ejemplo, con clubes, con organizaciones de acción comunal, esto hace que la
comunidad sea más participativa, y hace posible que los excombatientes, en
mayor medida, puedan participar. Esto significa que debemos fortalecer las
comunidades para que sean espacios en donde los excombatientes encuentren
oportunidades para participar. En esta dirección, tanto las comunidades como
los excombatientes se beneficiarán. Hay que cambiar la lógica, no pensar la des-
movilización tanto desde las personas que se desmovilizan, sino que debemos
pensarlas desde las comunidades.
¿Cuál es el rol del DDR en este contexto? Mantener las estructuras para amor-
tiguar las transiciones exige pensar en políticas específicas para los mandos me-
dios, pues no se ha hecho hasta ahora. Tenemos que anticipar la reincidencia,
saber que siempre va existir. ¿Por qué nos escandalizamos? Siempre algunos van
a reincidir. Sabemos a qué se van a dedicar y tenemos, sobre todo, que prevenir
nuevas generaciones de violentos, esa es la gran tragedia que debemos evitar.
Debemos pensar antes que nada en las comunidades y luego en los excom-
batientes. Debemos cambiar el chip para construir un proceso de DDR más
efectivo, y, en general, debemos integrar el DDR a una construcción de paz más
amplia, una construcción de Estado más comprehensiva que debe encontrar su
rol allí. No tiene que ser un proceso aislado.
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Referencias bibliográficas
Nussio, E. (2012). La vida después de la desmovilización: percepciones, emociones y
estrategias de exparamilitares en Colombia. Bogotá: Universidad de los Andes.
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Desafíos de la reintegración
en Colombia
Omar Alfonso Ochoa Maldonado1
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las cuales ocurrieron en el marco de los acuerdos a los que llegaron el Estado y
los grupos armados al margen de la ley.
Esta es la población que se tiene de desmovilizados individuales y colecti-
vos desde el 2003 hasta el 2013, quienes a su vez confluyen en la población y
que son quienes deciden voluntariamente ingresar en el proceso. Esto es un
aspecto importante, en tanto nuestro proceso no es obligatorio, sino que cada
desmovilizado, de acuerdo con sus perspectivas de vida, decide voluntaria-
mente ingresar o no a la ruta.
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se cuenta con cerca de 500 personas desmovilizadas que han culminado todas
las etapas educativas de la ruta, algunos incluso desde primaria, y hoy están
cursando estudios superiores, muchos de los cuales, como se mencionó, hacen
parte de la ACR, vinculados como promotores de reintegración.
En la perspectiva ciudadana, que consiste en reivindicar los derechos como
ciudadanos, apropiarse del papel activo de cumplir con su propio destino y
apropiar los canales institucionales, también hay un acompañamiento por par-
te de la Agencia para el desarrollo en esta faceta en particular.
La seguridad de las PPR es un tema de gran relevancia para la Agencia, pues
a pesar de todos los esfuerzos institucionales existen zonas del país donde las
tasas de mortalidad de personas desmovilizadas son muy altas en relación con
otro tipo de poblaciones. Allí se ha avanzado en esfuerzos importantes con las
autoridades del Estado, encargadas de prestar esa seguridad, con el fin de sal-
vaguardar y garantizar el derecho a la vida de las PPR. En tal sentido, se logró
que normativamente la Unidad Nacional de Protección, que es la instancia del
Estado encargada de proteger a personas en situaciones de riesgo, incluyera a
estas personas dentro de su población objeto. Esta inclusión permite que ante
una circunstancia particular de riesgo de algún desmovilizado se pueda acudir
a esa entidad para la calificación de su situación especial y obtener el apoyo y la
medida de protección que sea necesaria. Sin embargo, la seguridad de las PPR
sigue siendo un problema latente por los altos índices de mortalidad y homici-
dios que se presentan en esta población.
Aunque no se observa en el esquema, otro elemento clave es la estabilización
jurídica del tema en el país. Esta preocupación radica en que el proceso de re-
integración ha sufrido fluctuaciones que, en muchas ocasiones, han cambiado
las ‘reglas de juego’ sobre el camino. En este contexto, se puede mencionar
la situación de las personas desmovilizadas que, en el año 2003 fruto de los
acuerdos suscritos entre el Gobierno y los grupos al margen de la ley, dejaron
las armas y optaron por dejar la vida de ilegalidad que tenían hasta ese momen-
to. Con el paso del tiempo, fruto de los pronunciamientos jurisdiccionales, se
trazan las reglas de juego y se constituye un escenario de tipo jurídico que ha
llevado al Estado a emitir una serie de herramientas para darle solución a esa
problemática.
Por ejemplo, una problemática frente a estas desmovilizaciones ha sido que
la Constitución Política, en su artículo 122, limita el acceso de las PPR a cargos
públicos y a las funciones públicas, pues toda persona que ha sido condenada
por pertenecer a un grupo armado ilegal no puede ocupar cargos públicos o ser
elegida para los mismos. En este caso, las personas desmovilizadas que se han
reintegrado y que fueron condenadas no van a poder ejercer cargos públicos,
ya que al haber pertenecido a grupos delincuenciales, grupos alzados en armas
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Juan Carlos Amador
Referencias bibliográficas
Organización de las Naciones Unidas, (2010). Second Generation Disarmament,
Demobilization and Reintegration (DDR) Practices in Peace Operations. Recu-
perado http://www.un.org/en/peacekeeping/documents/2GDDR_ENG_
WITH_COVER.pdf
Organización de las Naciones Unidas, (2006). Integrated disarmament, demobili-
zation and reintegration standards. Recuperado http://pksoi.army.mil/doctri-
ne_concepts/documents/UN%20Guidelines/IDDRS.pdf
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Desmovilización y reinserción:
una experiencia
Enrique Flórez1
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Juan Carlos Amador
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Cuando llegamos a uno de los campamentos, lo primero que recibimos fue una
visita de los alcaldes de la región. Llegaron quince alcaldes, quienes expusieron
las problemáticas del desarrollo regional.
En ese momento había un enfoque diferente al de hoy. El Gobierno nacional
planteaba un enfoque territorial en la inversión nacional que era ejecutada a
través del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR). Este Plan se había diseñado,
por parte del Gobierno nacional, con el propósito de llevar el Estado central
a las regiones más desfavorecidas, donde había situaciones de violencia. Este
proceso se adelantaba a través de los Consejos Municipales y Departamentales
de Rehabilitación (CMDR). En estos consejos, el Gobierno asignaba unos recur-
sos para que se tomaran decisiones sobre pequeñas obras de infraestructura,
fundamentalmente para beneficiar a regiones que estaban en condiciones de
atraso, sin vías, sin acueducto y con mucha pobreza.
En este contexto, lo primero que nos presentaron los alcaldes fue la necesi-
dad de ampliar ese enfoque territorial. En ese momento se había hecho un plan
de desarrollo regional en la Costa Atlántica, y los alcaldes indicaban que este
no recogía las expectativas regionales. Nos entregaron un pliego de peticiones
que se centraba en las necesidades del desarrollo regional, el cual incluía ade-
más el tema de acueductos, problema que se mantiene hasta nuestros días en
la región, por ejemplo el acueducto del Carmen de Bolívar que después de 23
años no se ha terminado de construir. También aparecieron temas relacionados
con la mala calidad de las vías y la crisis de la economía campesina. Estas pro-
blemáticas fueron recogidas a través de un listado de necesidades de la región
y lo presentamos en la mesa de negociación.
En relación con esta lista de temas, lo primero que nos dijo el Gobierno na-
cional es que no podía ser abordada en la mesa, fundamentalmente porque la
visión del desarrollo regional iba a ser resuelta desde el centro a través de pe-
queñas obras. El Gobierno estableció una relación entre el tamaño de la fuerza,
de los grupos insurgentes y los recursos que se iban a invertir o a destinar en las
regiones. Con base en estos parámetros se hizo un proceso de negociación que,
luego de una suerte de regateo, incluyó a 17 municipios. En Montes de María
participaron ocho municipios. Se destinaron unos recursos de 300 millones de
pesos de esa época. Con este presupuesto se diseñó una serie de proyectos,
también en la lógica de proyectos especiales del PNR, pero que por la relación
de municipios y de presupuesto fueron pequeños y sin mayor impacto. Esto es
necesario tenerlo en cuenta, pues el tema regional debe estar presente en los
actuales procesos de diálogo y negociación.
Pasando a otro aspecto de los acuerdos, vale recordar que a pesar de los
inconvenientes, logramos desmovilizarnos el 26 de enero de 1991. En la región
se generó una gran acogida dado que en el periodo 1991-1994, tiempo en el que
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¿Preparados para el post-conflicto?
El primer tema está relacionado con la garantía, por parte del Estado, del dere-
cho a la vida de los excombatientes que se desmovilizan. Si no se garantiza ese
derecho no hay nada que hacer, pues ocurre lo que nos pasó en los Montes de
María, con todo el horror que eso significó. Teniendo en cuenta que la garantía
del derecho a la vida no es solo un problema relacionado con los esquemas de
seguridad, es necesario que el Estado logre desactivar esa alianza entre pode-
res políticos locales y organizaciones armadas legales e ilegales. Allí me parece
fundamental el trabajo de la Fiscalía General de la Nación.
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Juan Carlos Amador
En segundo lugar, es importante tener en cuenta que los acuerdos deben contar
con una dimensión regional, no pueden ser acuerdos para desmovilizar grupos
pequeños o grandes simplemente. Si se ubica el problema en una dinámica de
desarrollo regional, se deben plantear estrategias, desde lo regional, para resol-
ver la pobreza y la presencia del narcotráfico, pues son muchas las regiones del
país que no han podido resolver esta situación.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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puede llegar a ser más crítico. Se deben manejar los aspectos colectivos de la re-
inserción sin descuidar las estructuras de mandos. Se deben adelantar procesos
diferenciados entre los mandos y las bases, pues sus realidades son distintas. Es
un tema difícil de manejar pero creo que esas diferenciaciones deben ser estable-
cidas. No pueden ser soluciones de reinserción de simple acceso individual a los
programas. En el caso de las FARC-EP es clave que se implementen soluciones de
reinserción ligadas a las dinámicas de desarrollo regional.
En nuestra experiencia observamos que, cuando llegábamos a una zona
muy pobre con proyectos productivos, las personas creían que para acceder a
recursos por parte del Estado era necesario vincularse a la guerrilla. Con estos
esquemas se corren estos riesgos, lo cual es nocivo de cara a los procesos de
reconciliación. Otras problemáticas de derivaron de la falta de institucionali-
dad para respaldar los procesos de reinserción, situación que afortunadamente
hoy es distinta. En este punto, por último, vale preguntarse si es conveniente
implementar proyectos especiales en educación, salud y vivienda para los rein-
sertados, o si es mejor involucrarlos en los proyectos que ya tiene el Estado en
las respectivas regiones. Quizás sea necesario considerar proyectos más inte-
grales que no profundicen divisiones que traen consigo polarizaciones locales.
Estas polarizaciones pueden darse cuando se terminan conformando “guetos”
locales favorecidos por el Estado.
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¿Preparados para el post-conflicto?
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Juan Carlos Amador
Referencias bibliográficas
Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera. Recuperado https://www.mesadeconversaciones.com.co/sites/
default/files/AcuerdoGeneralTerminacionConflicto.pdf
Congreso de la República de Colombia. (1991). Constitución Política de Colombia.
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Este libro se
terminó de imprimir
en octubre de 2015
en la Editorial UD
Bogotá, Colombia