Vous êtes sur la page 1sur 144

¿Preparados para el post-conflicto?

¿Preparados para el post-conflicto?

Desafíos para la reparación, la reintegración y


la transicionalidad en Colombia

Juan Carlos Amador


(Editor)
© Universidad Distrital Francisco José de Caldas
© Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (Ipazud)
© Juan Carlos Amador (Editor)
Primera edición, octubre de 2015
ISBN: 978-958-8897-69-1

Dirección Sección de Publicaciones


Rubén Eliécer Carvajalino C.
Coordinación editorial
Miguel Fernando Niño Roa
Corrección de estilo
Nathalia Salamanca Sarmiento
Diagramación
Diego Abello Rico
Imagen de cubierta
Rocío Neme

Editorial UD
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 24 No. 34-37
Teléfono: 3239300 ext. 6202
Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co

¿Preparados para el post-conflicto? Desafíos para la reparación, la


reintegración y la transicionalidad en Colombia / Juan
Carlos Amador ... [et al.]. -- Bogotá : Universidad
Distrital Francisco José de Caldas, 2015.
144 páginas ; 24 cm. -- (Ciudadanía y democracia)
ISBN 978-958-8897-69-1
1.Conflicto armado - Colombia 2. Víctimas de la violencia -
Colombia 3. Derechos humanos - Colombia 4. Reparación
(Justicia penal) 5. Justicia transicional I. Amador, Juan Carlos, autor
II. Serie.
303.6 cd 21 ed.
A1505279

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Todos los derechos reservados.


Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la
Sección de Publicaciones de la Universidad Distrital.
Hecho en Colombia
Contenido

Introducción 9

Primera parte:
Fin del conflicto armado, justicia transicional y reparación 21

Terminación del conflicto armado en Colombia 23


Alejo Vargas Velásquez

La integralidad de la justicia transicional 33


Gustavo Salazar

La perspectiva de las mujeres que participaron


en el proceso de la Comisión de la Verdad: conclusiones 43
Alejandra Miller

Tramas narrativas del mal y sentimientos morales:


entre el deber y la resistencia al relato 77
Marieta Quintero

¿Escuelas reparadoras? Apuntes sobre la atención a niños,


niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado en Bogotá 87
Juan Carlos Amador

La experiencia de la Unidad para la Atención y


Reparación Integral a las Víctimas 105
Sandra Milena Santa Mora
Segunda parte:
Desarme, desmovilización y reintegración (DDR) 111

Desafíos para el desarme, la desmovilización


y la reintegración (DDR) en Colombia 113
Enzo Nussio

Desafíos de la reintegración en Colombia 123


Omar Alfonso Ochoa Maldonado

Desmovilización y reinserción: una experiencia 133


Enrique Flórez
Introducción
Juan Carlos Amador1

¿El futuro?
En la historia de la humanidad, las sociedades organizadas suelen pensar en el
futuro con optimismo, a pesar de la existencia de problemas que amenazan su
realización. Dichas sociedades asumen que las generaciones venideras o las re-
cién llegadas al mundo, tal como lo expresa Hannah Arendt (1991), tendrán los
conocimientos, habilidades y criterios éticos para continuar por la senda de la
civilización. Por esta razón, la educación y la cultura se constituyen en algunos
de los dispositivos más efectivos para orientar las prácticas sociales, garantizar
el respeto a la ley y generar iniciativas que propendan por el desarrollo y el
progreso. Sin embargo, no siempre el futuro es promisorio, ni es seguro que la
educación y la cultura cumplan su función reguladora o reproductora.
A veces los recién llegados al mundo optan por otros caminos tras la desilu-
sión que provocan las herencias morales que les dejan otras generaciones. Prue-
ba de esto son las generaciones baby boomer (década de 1950), insurrecta (década
de 1960) y punk (década de 1970) (González y Feixa, 2014), las cuales promo-
vieron el ideal de una sociedad distinta en tiempos de posguerra, alrededor
de lo que se denominó en su tiempo contracultura. No obstante, los herederos

1 Profesor asociado e investigador de la Facultad de Ciencias y Educación de la Universidad


Distrital Francisco José de Caldas.

9
Juan Carlos Amador

de estas generaciones, llamados “hijos de la libertad” por algunos autores, no


comparten este modo de ver la vida, prefieren actuar con sigilo y acomodarse
al orden social, quizás de manera estratégica.
Al respecto, es posible considerar que, en Colombia, el optimismo sobre el
futuro no ha sido palpable casi en ninguna generación. El futuro, los escenarios
posibles y la opción de una sociedad distinta suelen ser parte de los discursos jus-
tificatorios de campañas políticas, de firmas de tratados de libre comercio (TLC),
de proyectos de reforma constitucional y hasta de concesiones al capital trans-
nacional. Parte de este no futuro, tal como lo plasmó Víctor Gaviria en un filme
en la década de 1990, está asociado con el sostenimiento de un conflicto armado
interno que no solo ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes, sino
que ha roto lazos sociales, ha sembrado la desconfianza entre congéneres y ha
obstaculizado, en muchas poblaciones, la posibilidad de ver la vida con ilusión.
Aunque las iniciativas de las nuevas generaciones han sido fundamentales en
la conquista de derechos y en el reconocimiento de otras opciones de vida (por
ejemplo en el terreno de los derechos económicos, sociales y culturales (DESC), o
en la vindicación de los derechos de las víctimas), los colombianos estamos ancla-
dos en una desesperanza colectiva que no nos deja ver futuros posibles.
Esta desesperanza tiene varias consecuencias, entre ellas la naturalización
de la violencia, la desigualdad y la exclusión, asumiendo que este es el mundo
que nos correspondió vivir, algo así como un castigo original. Asimismo, al pre-
sumir que es algo inmodificable, aceptamos con cierta indiferencia o complici-
dad otras formas de violencia que progresivamente complejizan el conflicto so-
cial (por ejemplo, a través del racismo, el sexismo, el clasismo y el patriarcado),
esto es, un patrón de poder colonial que se vuelve forma de vida, tal como lo
expresa Aníbal Quijano (2005).
¿Conflicto y post-conflicto?

De acuerdo con el informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad


(2013), a lo largo de las últimas cinco décadas el conflicto armado colombiano ha
traído consigo 220.000 muertos, 5.700.000 víctimas por desplazamiento forzado,
cerca de 250.000 desaparecidos y alrededor de 30.000 secuestrados. Aunque estas
cifras son objeto de debates entre investigadores, uno de sus aspectos más llama-
tivos es que durante este mismo periodo murieron 177.000 civiles y apenas 40.000
combatientes de los diferentes bandos. Estos números sugieren entonces que las
consecuencias de la guerra se centran, principalmente, en la población civil.
Asimismo, este conflicto ha incluido formas deplorables de combate que
contradicen los principios del Derecho Internacional Humanitario (DIH), ta-
les como el reclutamiento de personas menores de edad, la siembra de minas
antipersona y la perpetuación de condiciones de absoluta indefensión de la

10
¿Preparados para el post-conflicto?

población, sucesos todos reflejados en las cerca de dos mil masacres ocurridas
en Colombia entre 1998 y 2012. Para la Comisión Histórica sobre el Conflicto
Armado y sus Víctimas (2015) existen múltiples causas que no solo originaron
sino que han prolongado las confrontaciones.
Para Sergio de Zubiría, la genealogía de esta confrontación armada está en el
fracaso o aplazamiento indefinido de reformas sociales. Para Darío Fajardo, las
disputas por tierras y la ausencia de una reforma agraria efectiva constituyen
parte de los factores que profundizan el conflicto. Francisco Gutiérrez resalta
la presencia de nuevos actores armados que reclutan a personas que han sido
parte de ciclos armados anteriores. Otros, como Víctor Moncayo y Jairo Estrada
insisten en la asociación entre conflicto armado y modelo de desarrollo capita-
lista. Otros académicos destacan el papel pasivo y hasta cómplice de la clase
dirigente colombiana, al no adoptar las medidas que se requerían para preve-
nir el recrudecimiento del conflicto. En algunos casos, incluso, dichos sectores
aprovecharon estas condiciones, tal como ocurrió con la permisividad frente al
narcotráfico y la parapolítica.
Finalmente, otros analistas coinciden en una evidente deficiencia del Es-
tado colombiano para detentar con legitimidad el monopolio de la fuerza, lo
cual, entre otros factores, contribuyó al surgimiento de grupos paramilitares.
Un ejemplo de esta debilidad la presenta el aparato judicial, el cual, de alguna
manera, ha contribuido al crecimiento de modalidades complejas de justicia
privada. A esto se suman variables como las diferencias regionales y la vulne-
rabilidad de las poblaciones rurales, las cuales han sufrido mayoritariamente
los actos de guerra (masacres, asesinatos selectivos, torturas, ejecuciones extra-
judiciales, desapariciones forzadas, uso de minas antipersona, desplazamiento
forzado, secuestro, extorsión, reclutamiento ilícito, delitos sexuales, ataques
contra bienes civiles y públicos, y daños ambientales).
En medio de esta desesperanza, particularmente asociada con la existencia
de un conflicto armado interno y un modelo de desarrollo que precariza la
vida, desde el año 2010 se ha abierto paso a la posibilidad de iniciar una etapa
de post-conflicto. Esta perspectiva de futuro ha empezado a tener resonancia
en algunos sectores de la sociedad, tras los avances de los diálogos de paz entre
el Gobierno nacional y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), quienes han decidido dialogar en
medio de las hostilidades2. La experiencia histórica de otros países muestra que

2 En el momento de cerrar esta edición se presentaron tres antecedentes importantes al respecto.


En primer lugar, hacia el mes de diciembre de 2014, las FARC-EP declararon el cese unilateral
del fuego. Luego, iniciando el mes de marzo de 2015, el gobierno del presidente Santos declaró
el cese de bombardeos por parte del Ejército Nacional hacia este grupo armado. Finalmente, en
hechos confusos, el 15 de abril de 2015 una columna de este grupo guerrillero atacó un puesto
militar en el departamento del Cauca, dejando once militares muertos. Esto hizo que el presi-

11
Juan Carlos Amador

los diálogos prosperan una vez se da un alto al fuego, sin embargo en Colombia
nos hemos acostumbrado a escuchar cómo se avanza, lentamente, en la agenda
de conversación, mientras continúan las operaciones militares en varias regio-
nes de la geografía nacional.
Diversas iniciativas desarrolladas por la sociedad civil, el Estado y las orga-
nizaciones, en medio de sus aciertos y debilidades, constatan la necesidad de
emprender acciones que contribuyan a restituir los derechos de las víctimas,
que posibiliten reparaciones integrales y que faciliten condiciones jurídico-po-
líticas para lograr procesos exitosos de desmovilización y reintegración de los
integrantes de los grupos armados. Estos aspectos, que se configuran en herra-
mientas y condiciones concretas para superar los conflictos armado y social,
están antecedidos por cuatro iniciativas, así:
• Ley de víctimas y restitución de tierras (1448 de 2011): tiene por objeto
establecer un conjunto de medidas (judiciales, administrativas, sociales y
económicas, individuales y colectivas) a favor de las víctimas del conflicto
armado, dentro de un marco de justicia transicional. Este ha de posibilitar
el efectivo goce de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación con
garantías de no repetición. Apunta, además, a la materialización de sus
derechos constitucionales mediante acciones precisas, tales como la defini-
ción de montos de indemnizaciones por vía administrativa, la conforma-
ción de mesas de participación de las víctimas, el proceso de restitución de
tierras y la creación del Sistema de Registro Único de Víctimas.
• Unidad para la Atención y la Reparación Integral de las Víctimas: es una
entidad que busca acercar al Estado con las víctimas mediante acciones
transformadoras que promuevan su participación efectiva en el proceso de
reparación. Dentro de sus objetivos están: brindar una respuesta integral a
las víctimas para que sean y se sientan reparadas; fortalecer la capacidad del
Estado para dar respuesta a las emergencias humanitarias y evitar nuevas
violaciones a los derechos humanos; poner en marcha conjuntamente con
las entidades (nacionales y territoriales) una estrategia integral para la mo-
vilización del Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víc-
timas (Snariv); coordinar que la oferta institucional esté implementada en
el territorio; visibilizar a las víctimas y garantizar su participación efectiva.
• Grupo de Memoria Histórica (GMH) y Centro Nacional de Memoria His-
tórica (CNMH): se trata de un grupo de investigación perteneciente a
la entonces llamada Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación

dente Santos, hacia el 17 de abril, anunciara la reanudación de los bombardeos. Tras la crisis,
el Gobierno nacional ha manifestado la necesidad de definir plazos para cerrar el proceso de
negociación. Ver http://www.elespectador.com/noticias/paz/hay-ponerle-un-plazo-al-proceso-
de-paz-santos-articulo-555647

12
¿Preparados para el post-conflicto?

(CNRR), que tiene como propósito principal producir y divulgar narrati-


vas sobre el conflicto armado en Colombia, capaces de identificar las razo-
nes para el surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales (con-
forme a la Ley 975 de 2005), así como las distintas verdades y memorias de
la violencia. El grupo trabaja a través del enfoque diferencial y una opción
preferencial por las voces de las víctimas. También formula propuestas de
política pública que fomenten el goce efectivo de los derechos a la verdad,
la justicia, la reparación y las garantías de no repetición.
• Marco jurídico para la paz: es un Acto Legislativo (014/11S-094/11C) que
busca facilitar la terminación del conflicto armado. Se encarga de imple-
mentar mecanismos extrajudiciales de justicia transicional, el estableci-
miento de criterios de priorización y selección de casos, la suspensión de la
ejecución de la sanción y la renuncia a la persecución penal para los hechos
no seleccionados, como herramientas para las personas desmovilizadas de
grupos armados ilegales.

Estas iniciativas constatan que no se trata únicamente de lograr un acuerdo


entre las dos partes, cesar hostilidades e incorporar al grupo armado respectivo
a la vida social y política, sino de generar condiciones de reconciliación que
permitan avanzar en justicia, no solo como equidad (tal como lo propuso tem-
pranamente John Rawls (2006), a propósito de su idea de instituciones justas),
sino como reconocimiento (Fraser, 1997; Honneth, 2009). Esto significa transitar
hacia otro estado de existencia colectiva, producir un giro en la vida moral con
arreglo a pactos legales y legítimos y construir un proyecto ético que favorez-
ca la compasión, esto es, reconocer que somos extremadamente vulnerables y
adquirir capacidades para responder al dolor del otro. Se trata de no eludir la
demanda del otro frente a la experiencia del mal (Mélich, 2010).
Es por esta razón que el término post-conflicto se convierte en una mediación
narrativa que contribuye a explicitar esta necesaria transición-transformación.
Por tanto, no se trata de negar el conflicto como un elemento constitutivo de la
condición humana, ni mucho menos banalizar la complejidad que posee la su-
peración plena de un conflicto armado y social. Desde nuestro punto de vista,
el post-conflicto (con el guion), comprendido como las nuevas condiciones de
vida social que se ponen en escena una vez se surten las etapas de resolución
de un conflicto armado, sirve para propiciar tres niveles de reflexión colectiva
en el país, que contribuyan a la reconciliación y correspondiente reconstruc-
ción societal: la memoria (¿Qué ocurrió? ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo ocurrió?
¿Quiénes lo hicieron? ¿Quiénes fueron afectados?); nuestro presente (¿Qué
estamos haciendo? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuáles son los compromisos?); y la
utopía (¿Qué futuros posibles? ¿Qué planes? ¿A través de qué herramientas?
¿En qué condiciones?).

13
Juan Carlos Amador

Asumir la posibilidad de transitar del conflicto hacia el post-conflicto en


Colombia, según tradiciones socio-antropológicas y jurídicas, exige trabajar al
menos sobre cuatro aspectos concretos: (1) el fin del conflicto armado, (2) la
reparación a las víctimas, (3) la justicia transicional y (4) la reintegración.
El primero, como se ha mencionado, tiene que ver con procesos de diálogo
y negociación, tal como se adelanta desde 2012 a la fecha de publicación de este
libro (2015) entre el Gobierno nacional y las FARC-EP en La Habana (Cuba). Lo
extraño del actual proceso, a diferencia de lo ocurrido en otras experiencias,
es que los diálogos y acuerdos se están produciendo en medio de periodos de
confrontación y de cese de hostilidades parciales.
El segundo comprende un conjunto de condiciones y procedimientos que
pasan por el reconocimiento de las víctimas, la memoria de los hechos victimi-
zantes, la difusión de la verdad histórica y jurídica de lo ocurrido, la reparación
integral y la generación de condiciones sostenibles para que nunca más vuelvan
a ocurrir estos actos de violencia y negación de humanidad.
El tercero alude a las medidas judiciales excepcionales, extraordinarias y
provisionales que pueden favorecer los procesos de tránsito, asunto que con-
templa reparación a las víctimas y reintegración de los excombatientes. La justi-
cia transicional no es amnistía ni impunidad, sino un conjunto de herramientas
que posibilitan el tránsito hacia el post-conflicto.
Finalmente, la reintegración, que en términos más amplios hace parte del
proceso de desarme, desmovilización y reintegración (DDR), incluye un con-
junto de disposiciones y estrategias para que se cierre un ciclo de violencia
armada, lo cual implica la entrega de armas, la desmovilización individual y
colectiva de los grupos insurgentes así como las garantías jurídicas, sociales y
políticas para que las personas excombatientes se reintegren a la vida civil.
Vale señalar que esta transición no solo es de tipo jurídico, sino también
de carácter ético y político. En tal sentido, a propósito de los cuatro aspectos
antes señalados, construir el post-conflicto exige ir más allá, es decir, se deben
generar las condiciones necesarias para construir culturas de paz. Este proceso
de transición hacia la paz contempla:
• El conocimiento de la verdad de los hechos sobre el conflicto armado: en
el camino hacia las justicias transicional y social, la sociedad colombiana
debe tener acceso a los hechos y a la polifonía de versiones sobre lo ocu-
rrido. Es necesario entender cómo, a lo largo de las últimas cinco décadas,
hemos llegado a 220.000 muertos, 5,7 millones de víctimas por desplaza-
miento forzado, 25.000 desaparecidos y 30.000 secuestrados (GMH, 2013).
• La reparación a las víctimas: además de la reparación material, las vícti-
mas del conflicto armado en Colombia deben ser apoyadas y restituidas

14
¿Preparados para el post-conflicto?

en torno a cuatro tipos de daños: emocional, moral, cultural y político. Se


requiere de un conjunto de iniciativas por parte del Estado y de la sociedad
civil para que, más allá del asistencialismo predominante en el país desde
hace varios años, se avance en la generación de herramientas de empode-
ramiento para facilitar el ejercicio ciudadano de estas personas, familias y
grupos.
• La construcción de planes y programas en los ámbitos familiar, comunita-
rio e institucional, centrados en el respeto a la vida, el cuidado y el ejerci-
cio ciudadano. Esta tarea implica un esfuerzo sostenido para transformar
creencias y prácticas que naturalizan la desigualdad y la exclusión, alrede-
dor de las etnias, los géneros, las sexualidades, las edades y las situaciones
de discapacidad.
• Diseño de planes y programas para el DDR de combatientes: más allá de
los debates sobre la implementación de mecanismos como la amnistía o la
rebaja de penas, el Estado y la sociedad civil deben considerar alternativas
para que estas personas se incorporen con garantías plenas a la vida social
y política de la Colombia del post-conflicto.

Para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y


la Cultura (Unesco, 2005), la cultura de paz alude a una manera de entender y
vivir el mundo en el que sea posible: superar el flagelo de la guerra, dar protec-
ción a las poblaciones en peligro, lograr desarrollo de forma armoniosa, tener
plena capacidad de disfrute de los derechos humanos, vivir bajo el desarme
y con sostenibilidad ambiental. Si bien es posible identificar limitaciones en
este concepto, los principios planteados por la Unesco no están lejos de los
principales desafíos que tiene la sociedad colombiana luego de que se firme el
fin del conflicto armado con grupos guerrilleros (incluyendo aquí al Ejército de
Liberación Nacional, ELN) y, quizás, con otras organizaciones que operan en
muchos lugares de la geografía nacional.

15
Juan Carlos Amador

El libro
En este contexto, el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano
de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas –IPAZUD– organizó el
14 de mayo de 2014 el seminario nacional Preparando el futuro: entornos y lími-
tes del post-conflicto en Colombia, el cual tuvo lugar en el Centro de Memoria,
Paz y Reconciliación de Bogotá. A través de la pregunta: ¿Cómo nos estamos
preparando para el post-conflicto? se encontraron distintos actores sociales,
involucrados en la idea de generar las condiciones sociales, políticas e institu-
cionales necesarias para transitar hacia el post-conflicto en Colombia. Por esta
razón, estuvieron presentes víctimas del conflicto armado; personas desmovili-
zadas de grupos armados; representantes de entidades del Estado y organiza-
ciones de la sociedad civil, y académicos.
Este encuentro tuvo como propósito construir colectivamente marcos com-
prehensivos, críticos y propositivos, acerca de las lógicas del conflicto armado
interno así como de los aspectos que pueden viabilizar la reconstrucción so-
cietal, ética y política de la sociedad colombiana. En consecuencia, y dada la
coyuntura de los diálogos de paz entre el Gobierno nacional y las FARC-EP en
La Habana (Cuba), la pregunta descrita guió el desarrollo de dos grandes ejes
de reflexión. El primer eje abarcó aspectos como el fin del conflicto armado,
la justicia transicional y la reparación a las víctimas. Y el segundo abordó los
elementos y variables que configuran el proceso de desarme, desmovilización y
reintegración (DDR). En ambos se combinan tres lecturas: la de la sociedad civil
(incluyendo a las víctimas), la de los investigadores y la del Estado.

Primera parte:
Fin del conflicto, justicia transicional y reparación
La apertura de la primera parte del libro estuvo a cargo de Alejo Vargas (Uni-
versidad Nacional de Colombia), a través de un texto titulado Terminación del
conflicto armado en Colombia. Sobre la base de una lectura optimista del actual
proceso de diálogo de La Habana, como él mismo la señala, el profesor Vargas
parte de asumir que construir la paz es, a la vez, avanzar de manera significa-
tiva hacia una sociedad más equitativa, donde los derechos sean realidad en la
vida cotidiana y no simples enunciados. Luego de un recorrido por los actores,
temas y condiciones que configuran el actual proceso de paz entre el Gobierno
nacional y las FARC-EP, concluye que, luego de la terminación del conflicto ar-
mado, viene un reto “apasionante” para la sociedad colombiana. Este consiste
fundamentalmente en impulsar trasformaciones en democracia, desarrollo y
bienestar para los colombianos.
El segundo capítulo fue desarrollado por Gustavo Salazar, quien al momen-
to de la presentación de su ponencia en el seminario ocupaba el cargo de coor-

16
¿Preparados para el post-conflicto?

dinador programático para Colombia del Centro Internacional para la Justicia


Transicional –ICTJ–. En el texto La integralidad de la justicia transicional, Salazar
analiza la importancia conjunta de aspectos como la justicia, la verdad, la re-
paración y las garantías de no repetición en la construcción del post-conflicto.
Justamente, la idea de integralidad está relacionada con la articulación de estos
aspectos mediante herramientas jurídicas, pero también a través de una pers-
pectiva estratégica de intersectorialidad. Para el profesor Salazar, por ejemplo,
si solo se implementan tribunales legales para la sanción al victimario y no se
trata a la víctima en otros escenarios, se pueden generar efectos materiales y
morales nocivos que impidan la aplicación de justicia.
El tercer capítulo, titulado La perspectiva de las mujeres que participaron en el
proceso de la Comisión de la Verdad, fue una contribución de Alejandra Miller,
integrante de la Ruta Pacífica de las Mujeres. La Comisión de la Verdad de las
Mujeres ha sido reconocida como un aporte a la construcción de paz en Colom-
bia, dado que hace públicas las voces de mujeres víctimas del conflicto armado.
En este escrito, Miller describe las acciones de las mujeres por la defensa de la
vida y la dignidad de las personas cercanas a su situación de afectación por la
violencia. Finalmente, expone cómo la Comisión reivindica a las mujeres como
agentes políticos y sujetos de derechos para exigir verdad, justicia, reparación
y la no repetición de violencias contra sus cuerpos.
El capítulo cuatro estuvo a cargo de Marieta Quintero, profesora e investi-
gadora de la Universidad Distrital. El texto titulado Tramas narrativas del mal y
sentimientos morales: Entre el deber y la resistencia al relato problematiza los he-
chos atroces de la guerra a través de los sentimientos y la sensibilidad moral.
Basada en sus investigaciones, la profesora Quintero plantea que esta pers-
pectiva contribuye al fortalecimiento de juicios colectivos, acerca de la justicia
ante la injusticia; demanda normas e instituciones jurídicas para restablecer
los derechos vulnerados; y le da un lugar distinto a las emociones en la cons-
trucción de cultura política. Precisamente, esta dimensión humana permitiría
una apertura para construir en Colombia una ética relacional en el contexto
del mal de la guerra.
En el quinto capítulo, Juan Carlos Amador propone un texto titulado Escue-
las reparadoras: niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto en el sistema educativo
de Bogotá. Con base en la existencia de más de 20.000 niños, niñas y jóvenes en
los colegios oficiales de Bogotá, presenta dos preguntas iniciales: ¿El tipo de es-
cuela que predomina hoy en Colombia, específicamente en Bogotá, favorece la
reparación de niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado? ¿Qué claves
pedagógicas, epistemológicas y culturales contribuirían a consolidar este proceso
de reparación? Para tal efecto, el trabajo recorre tres grandes temas de discu-
sión: en primer lugar, analiza algunas particularidades de niños, niñas y jóve-
nes víctimas del conflicto armado en Bogotá; en segundo, aborda el concepto de

17
Juan Carlos Amador

reparación, no solo desde una perspectiva jurídica sino especialmente ética y


política; y por último presenta tres estrategias pedagógicas para trabajar con las
comunidades educativas en Bogotá, específicamente mediante los derechos, la
interculturalidad y las narrativas y memorias.
Finalmente, Sandra Milena Santa, integrante de la Unidad para la Atención
y Reparación Integral a las Víctimas, cierra esta primera parte del libro a través
de un capítulo titulado La experiencia de la Unidad para la Atención y Reparación
Integral a las Víctimas. Guiada por la pregunta del seminario, Sandra Santa plan-
tea como punto de partida que la prioridad en la construcción del post-conflicto
es la reparación integral a las víctimas. Además de exponer los objetivos y ac-
ciones de esta entidad, el texto explora el concepto de reparación integral con
vocación transformadora: esto implica eliminar las condiciones de exclusión
que facilitaron y permitieron que muchas personas fueran victimizadas. Una
de las consecuencias de esta reflexión es, según Santa, reconocer que el sosteni-
miento de esas condiciones pone en riesgo cualquier proyecto orientado hacia
la paz, o cualquier proyecto de adecuación hacia el post-conflicto.

Segunda parte:
Desarme, desmovilización y reintegración (DDR)
La segunda parte del libro, dedicada al DDR, inicia con el trabajo del investi-
gador Enzo Nussio (Departamento de Ciencia Política de la Universidad de
los Andes), titulado Desafíos para el desarme, la desmovilización y la reintegración
(DDR) en Colombia.  El séptimo capítulo parte de la pregunta “¿Qué desafíos
podemos esperar de un proceso de DDR con las FARC-EP?”, para desarrollar
tres ideas claves. En primer lugar, experiencias previas investigadas por Nus-
sio, como la desmovilización de las Autodefensas con la Ley 975 (de Justicia y
Paz), muestran que hay posibilidades reales de rearme por parte de estos gru-
pos. En segundo lugar, es necesario anticiparse a estos hechos para sostener la
transicionalidad (post-conflicto). Y, en tercer lugar, es necesario aprovechar el
conocimiento y cohesión de estos grupos para amortiguar la transición, lo que
no significa entregar territorios. Se trata de darles a esas estructuras en proceso
de DDR otras oportunidades diferentes, por ejemplo en el desminado humani-
tario y en las actividades de reparación.
El octavo capítulo es desarrollado por Omar Alfonso Ochoa Maldonado,
director de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), a través del
título Desafíos de la reintegración en Colombia. El texto expone la transformación
del proceso de reintegración, implementado en Colombia desde el año 2006. En
su texto, Ochoa describe las fases que constituyen el proceso de reintegración
tanto de tipo individual como colectivo. Uno de los aspectos más relevantes de
la experiencia es la importancia que esta entidad le da al proceso de sostenibi-
lidad legal, social, académica y política de la persona reintegrada, quien parti-

18
¿Preparados para el post-conflicto?

cipa en la ruta establecida. Al final, se presentan algunos desafíos que tiene la


institucionalidad para avanzar en estos propósitos.
Finalmente, el capítulo noveno, presentado por Enrique Flórez (represen-
tante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT) titulado Desmovili-
zación y reinserción: una experiencia, hace una reflexión a partir de las vivencias
de alguien que ha transitado por la desmovilización y la reintegración, desde
la década de 1990, para explicitar algunas lecciones aprendidas. Flórez, plan-
teando como premisa que la reflexión sobre estas experiencias aporta claves
importantes para entender qué puede pasar frente a un posible escenario de
post-conflicto con las FARC-EP, identifica varios elementos para construir una
transición sostenible, entre ellos el derecho a la vida de las personas desmovi-
lizadas, las garantías de participación social y política, y la necesidad de hacer
reformas sociales y económicas que prioricen a las regiones.

Agradecimientos
Además de hacer un reconocimiento a los ponentes por su participación en
el Seminario y su disposición para escribir y revisar la edición de su capítulo
respectivo, vale expresar nuestro agradecimiento al Centro de Memoria, Paz y
Reconciliación de Bogotá, bajo la dirección de Camilo González Posso, y a la
Vicerrectoría Académica de la Universidad Distrital, a la cabeza del profesor
Borys Bustamante. Asimismo, es importante destacar la labor del equipo del
IPAZUD, un grupo pequeño pero con una persistente y comprometida labor
en este tipo de actividades: a Mauricio Hernández y Leopoldo Prieto, ambos
investigadores; a María Isabel Parra, asistente académica; y a Angie Sánchez,
asistente administrativa.

Referencias bibliográficas
Arendt, H. (1991). La crise de la culture. Paris: Editorial Gallimard.
Congreso de la República de Colombia. (2011). Ley 1448 de 2011. Gaceta oficial.
GMH y CNRR. (2013). Basta ya. Colombia memorias de guerra y dignidad. Bogotá:
Departamento de prosperidad social.
Fraser, N. (1997). Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición post-socia-
lista. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
González, Y. y Feixa, C. (2014). Generación XX: teorías sobre la juventud con-
temporánea. En Feixa, C. (Ed.). De la generación @ a la # generación. Barcelo-
na: Ediciones NED.
Honneth, A. (2009). Crítica del agravio moral. Patologías de la sociedad contemporá-
nea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

19
Mélich, J. (2010). Ética de la compasión. Barcelona: Editorial Herder.
Rawls, J. (2006). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.
Primera parte:
Fin del conflicto armado, justicia
transicional y reparación
Terminación del conflicto
armado en Colombia1
Alejo Vargas Velásquez2

Introducción
La terminación del conflicto armado y la construcción de paz es un tema sobre
el cual, como decía el profesor Chucho Bejarano nuestro colega asesinado, no
podemos darnos el lujo de ser pesimistas, siempre debemos ser optimistas.
En las conversaciones sobre el proceso de paz en Colombia que se vienen
desarrollando en La Habana, Cuba, es necesario diferenciar entre la termina-
ción del conflicto armado y la construcción de paz. La primera, le compete fun-
damentalmente a los actores armados: al Estado y a los grupos alzados en ar-
mas contra este. Mientras que la segunda es una tarea, a mediano y largo plazo,
que les compete a los colombianos, es una responsabilidad de todos.
Construcción de paz es avanzar de manera significativa hacia una sociedad
más equitativa, donde los derechos sean realidad en la vida cotidiana y no sim-
ples enunciados en un documento. Igualmente, es caminar hacia una democracia
de mejor calidad, proceso que lleva múltiples cambios en los niveles macro y
micro, en los que la sociedad colombiana tiene obligaciones sin distinción. Muy
similar es la definición de construcción de paz, establecida en el documento

1 Agradecimiento a Pedro Enrique Espitia Zambrano por su apoyo en la edición de este capítulo.
2 Doctor en Ciencia Política. Director del Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa. Profe-
sor titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia.

23
Juan Carlos Amador

Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y
duradera, firmado entre los delegados del Gobierno del Presidente Juan Manuel
Santos y los delegados de las FARC-EP, que en su primera página afirma: “ (…)
la construcción de la paz es asunto de la sociedad en su conjunto que requiere
de la participación de todos sin distinción y hace un llamado a otras organiza-
ciones guerrilleras a las que invitamos unirse a este propósito”.

Elementos que viabilizan un proceso de paz


El proceso de paz que se está haciendo en La Habana tiene algunos elementos a
considerar, relacionados con la dinámica socio-política de Colombia:
• El Estado colombiano nunca ha controlado totalmente los monopolios clá-
sicos que todo Estado aspira a controlar: los monopolios de la cohesión
física, del control territorial, de la justicia y de la tributación. El Estado
colombiano ha avanzado, desde una perspectiva histórica, en el control de
estos monopolios pero nunca los ha controlado.
• Ha habido una recurrente y persistente violencia con motivaciones políti-
cas en nuestra historia. Este conflicto armado no es la única expresión de la
violencia. Nada más, medio siglo atrás, terminamos la violencia entre par-
tidos conservadores y liberales, la llamada violencia bipartidista, en la cual
aproximadamente 300.000 colombianos fueron asesinados. Y más atrás, las
violencias de la década de 1920 y las guerras civiles, la última de las cuales,
la guerra de los Mil Días, con la que hicimos el tránsito del siglo XIX al XX,
fue probablemente la más violenta de nuestra historia. Las investigaciones
de Gonzalo Sánchez (2004) nos hablan de 100.000 muertos en esta guerra
civil de tres años, en una Colombia que no llegaba a más de ocho millones
de habitantes.
• Al mismo tiempo, hemos tenido una gran capacidad para resolver los en-
frentamientos violentos por las vías negociadas y concertadas. La mayo-
ría de las guerras del siglo XIX se resolvieron, con excepción de una, con
alguna forma de acuerdo. Igual pasó con la llamada insurrección de los
Bolcheviques del año 1928, mediante un tratamiento penal benigno. Luego
la violencia liberal-conservadora, y particularmente el movimiento de las
guerrillas liberales, que se va a resolver mediante un tratamiento especial
similar a la amnistía, la desmovilización y la reinserción. Recientemente,
en este nuevo ciclo de violencia, esto también se hizo con las guerrillas más
pequeñas que negociaron con el Gobierno colombiano, a final de la década
de 1980, como lo fue el caso del Movimiento 19 de abril (M-19), un sector
mayoritario del Ejército Popular de Liberación (EPL), el Quintín Lame, el
Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y la Corriente de Reno-
vación Socialista.

24
¿Preparados para el post-conflicto?

• Un intento pionero de negociación con las guerrillas lo hizo el presidente


Belisario Betancourt (1982-1986). Luego Virgilio Barco (1986-1990) logró
con éxito la desmovilización de algunas guerrillas. Posteriormente, César
Gaviria (1990-1994) intentó con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar
que aglutinaba las guerrillas de la época. Igual se va a mantener en el Go-
bierno de Ernesto Samper, donde se logró establecer el Consejo Nacional
de Paz mediante ley de la república, en cumplimiento del artículo 20 de la
Constitución Nacional de Colombia, el derecho a la paz, y en el cual par-
ticipó activamente para lograr su consolidación la Universidad Nacional
de Colombia. Además participaron otras organizaciones como la Central
Unitaria de Trabajadores (CUT), la Red de Iniciativas de Paz, el Consejo
Gremial, entre otras. Sin embargo, a pesar de ser ley de la república, en los
gobiernos de Pastrana, el Consejo Nacional de Paz nunca se convocó, y en
el Gobierno Uribe (2002-2010), de ocho años, mucho menos.
• En agosto de 2012, el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP,
comunicaron cada uno por su lado que se daba inicio formal a las conver-
saciones de paz para buscar un cierre negociado del conflicto interno ar-
mado. Podemos decir que empezamos un nuevo esfuerzo como sociedad
para finiquitar este conflicto.
Los objetivos generales trazados en este acuerdo de La Habana son: iniciar un
proceso que proscriba el uso de la violencia para tramitar las diferencias po-
líticas, es decir desterrar las armas de la política colombiana. De igual forma,
proponen que un actor armado ilegal se transforme en un protagonista legal
dentro de la política colombiana, lo cual no pretende modificar la manera de
pensar ni los presupuestos ideológico-políticos de los actores, aunque sí redun-
da en la eliminación del uso de las armas para hacer política.

Contexto internacional e interno que viabilizan


el proceso de paz en Colombia
En el ámbito internacional, en la región latinoamericana existe una serie de go-
biernos progresistas, de centroizquierda y de izquierda. Gobiernos que, sin duda,
apuntan a buscar políticas de mayor inclusión social. Muchos de estos presiden-
tes fueron miembros activos de los grupos insurgentes en sus países, como: Pepe
Mojica, expresidente de Uruguay; Dilma Rousseff, presidenta de Brasil; Salvador
Sánchez Cerén, presidente de El Salvador; y Daniel Ortega, presidente de Nicara-
gua. Ninguno llegó al poder por la vía de las armas sino por la vía democrática.
Y esto se lo han dicho a la guerrilla colombiana varios mandatarios, como los
expresidentes de Cuba, Fidel Castro y de Venezuela, Hugo Chávez, y los presi-
dentes de Ecuador, Rafael Correa, y de Bolivia, Evo Morales.
Asimismo, se dio una coincidencia atípica entre tres gobiernos disímiles: el
del presidente Obama (Estados Unidos); el del presidente Raúl Castro (Cuba);

25
Juan Carlos Amador

y el del presidente Hugo Chávez, ahora liderado por el presidente Nicolás Ma-
duro (Venezuela). Estos se alinearon para apoyar este esfuerzo de paz. Es decir
que, en el contexto internacional, existe favorabilidad y no hay una sola voz
que se oponga al proceso de paz.
En el ámbito nacional también hubo cambios en la última década con el for-
talecimiento de la fuerza pública. Un cambio en la correlación militar, que no
significa que la guerrilla esté al borde de la extinción. Estas guerrillas tendrían
capacidad de mantenerse incluso decenios, haciendo algún tipo de daño, pero
sí han recibido unos golpes muy contundentes. De tal manera que la hipótesis
de triunfo militar que podría haberse dado a finales de la década de 1990 ya no
existe. Cuando en un conflicto armado la hipótesis fundamental es que la posi-
bilidad de triunfo desaparece, la opción de la salida negociada se constituye en
una opción seria e importante.

Hoja de ruta
El Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una
paz estable y duradera, tiene un gran aporte que lo diferencia de los del pasado
porque hay una hoja de ruta, un documento de ocho páginas con las firmas de
los delegados de las FARC-EP y del Gobierno. El documento define que la ne-
gociación se hará entre ambas partes durante un tiempo largo, de manera reser-
vada, como es recomendable hacerlo en la terminación de conflictos armados,
mecanismo que recibe el nombre de prenegociación. Además, la hoja de ruta
acuerda una agenda en la que se estipula de qué se va a hablar. En este caso son
seis temas muy precisos:
1. Desarrollo rural integral.
2. Participación política y social.
3. Terminación del conflicto.
4. Solución al problema de las drogas ilícitas.
5. Víctimas y derechos humanos.
6. Implementación de los acuerdos.

El procedimiento y el equipo negociador


Primero se define dónde se va a negociar, para lo cual se plantea que sea en un
país exterior amigo. Para este caso se estableció Cuba y se partió de la base que
nada está acordado hasta que todo esté acordado. Este es un modelo de nego-
ciación global, diferente al utilizado en El Salvador y en Guatemala, el cual tuvo
un carácter parcial, pues en la medida que se acordaba cada punto, se firmaba
y se iniciaba su implementación inmediata.

26
¿Preparados para el post-conflicto?

También se definió quiénes van a acompañar la negociación así:


• Participación internacional. Conformada por dos países garantes (Cuba y
Noruega), los cuales están en la mesa, sentados a manera de testigos mu-
dos. Asimismo, dos países acompañantes: Venezuela y Chile.
• Participación de la sociedad. Los colombianos pueden participar en la
mesa mediante tres mecanismos: primero, enviando sus propuestas a tra-
vés de un sitio web, de las cuales ya han llegado más de 19.000; segundo,
participando en los foros organizados por el equipo que integra la Oficina
de las Naciones Unidas en Colombia y el Centro de Pensamiento y Segui-
miento del Diálogo de Paz de la Universidad Nacional de Colombia.
La tarea que hacen estas dos organizaciones delegadas por ambas partes nego-
ciadoras es una relatoría acerca de lo que dicen los participantes en los foros,
los cuales se organizan con los criterios de pluralidad, representación, posicio-
nes políticas y regiones. Hasta la fecha se han realizado cuatro foros, tres en
Bogotá y uno en San José del Guaviare. Estas propuestas se han hecho llegar a
la mesa de La Habana con un promedio de catorce libros por cada foro.3
• Participación de expertos4. Algo muy importante en una negociación son
los equipos negociadores, quienes deben tener la capacidad para encon-
trar soluciones a las dificultades. Al tiempo deben representar muy bien
la parte. En la Mesa están dos generales en retiro en representación de la
fuerza pública. En representación del sector empresarial, el presidente de
la Asociación de Industriales de Colombia (ANDI). Los funcionarios repre-
sentantes del Gobierno, encabezados por un expresidente de la república.
Por otro lado, en representación de las FARC-EP, la mayoría con experien-
cia previa en diálogos de paz.

Temporalidad del proceso


El punto de llegada está establecido también en la agenda. Se aspira a terminar el
conflicto armado, a la dejación de las armas y a su trasformación en un movimien-
to político. La implementación de los acuerdos en el post-conflicto constituye un
periodo muy complejo, que no se puede acelerar y que tomará un buen tiempo.
Recordemos que la terminación del conflicto en Nicaragua tomó seis años.

Salida jurídica
Este es el tema más complejo y no está presente en la mesa. En la época de la
guerra fría, este tipo de conflictos armados se resolvía acudiendo al derecho

3 Este mecanismo de participación de la sociedad concluye con la refrendación de los acuerdos a


que se lleguen, mediante el mecanismo que establece la Constitución Nacional, en el que todos
los colombianos podemos aceptar o rechazar lo acordado.
4 Conformada por un grupo de expertos que ofrecen a la mesa negociadora conferencias y expo-
siciones sobre el tema.
27
Juan Carlos Amador

político: rebelión, sedición y asonada, y la salida obvia era amnistía e indulto.


Posteriormente, aparece en el ámbito internacional la llamada justicia transicio-
nal. Esta es una posibilidad para este caso, pero es muy compleja debido al tipo
de salidas planteadas, pues hoy en día no se dan amnistías e indultos.

Partir de las experiencias previas es determinante


El proceso de paz en desarrollo retoma lecciones aprendidas de los intentos
previos. El único proceso de paz exitoso en Colombia fue el llevado a cabo
por el Gobierno del expresidente Virgilio Barco. La experiencia muestra que
un elemento destacado fue hacer las negociaciones en el marco de un cese de
hostilidades. Pero para el conflicto actual no es viable porque los actores de
violencia no son solo una organización, las FARC-EP; hay otras como el Ejér-
cito de Liberación Nacional (ELN), las bandas criminales emergentes (Bacrim)
y los neo-paramilitares. Además, porque la fuerza pública tiene un mandato
constitucional.
No se puede hacer una negociación para terminar un conflicto armado a
espaldas de la fuerza pública, la cual tiene que estar como actor central, porque
ha sido un protagonista de la confrontación y es una institución del Estado que
tiene el mandato del monopolio de la fuerza. Esta es una experiencia retomada
del proceso de paz adelantado en el Gobierno del presidente Virgilio Barco, y es
comparable con la experiencia internacional. Este factor de presencia de la fuer-
za pública también da tranquilidad al proceso. Es especial para la contraparte
FARC-EP, porque sienten que los acuerdos también están siendo avalados por
el componente de su adversario directo.

Las víctimas del conflicto armado


Es un componente novedoso que no había sido tenido en cuenta por ningún
proceso de negociación llevado a cabo antes en Colombia. Estos prácticamen-
te hacían caso omiso a esta realidad. Hoy en día es la gran contribución, las
víctimas de todos los lados del conflicto armado son centrales en el proceso
de verdad, reparación y reconocimiento. Al respecto, es importante retomar lo
expresado por el político colombiano Óscar Tulio Lizcano, secuestrado por las
FARC-EP, por más de diez años, quien manifiesta “tenemos que prepararnos
para perdonar lo imperdonable, no podemos continuar con la mirada hacia
atrás, debemos seguir adelante”.

Avance de los acuerdos establecidos


Dentro del primer punto de la agenda, Desarrollo rural integral, las dos delega-
ciones han planteado en los comunicados oficiales emitidos que esta reforma
rural debe ser el inicio de las trasformaciones estructurales de las realidades

28
¿Preparados para el post-conflicto?

rural y agraria de Colombia con equidad y democracia, contribuyendo así a


la no repetición del conflicto armado y a la construcción de una paz estable y
duradera. La reforma rural integral está centrada en el bienestar y buen vivir
de las gentes del campo, comunidades campesinas, afrodescendientes, negras,
indígenas, palanqueras y raizales. Pretende lograr la integración de las regio-
nes, la erradicación de la pobreza, la promoción de la igualdad, la protección y
el disfrute de los derechos, de la ciudadanía y la reactivación del campo.
Lo acordado, en relación con este punto, reconoce y se centra en:
• El papel fundamental de la economía campesina, familiar y comunitaria
en el desarrollo del campo.
• La promoción de diferentes formas de asociación y cooperativismo.
• La generación de ingresos y empleo.
• La dignificación y formalización del trabajo.
• La producción de alimentos.
• La preservación del medio ambiente.
Al respecto, se acuerda que la economía campesina debe estar articulada con
otras formas de producción agropecuaria, como condición para garantizar el
desarrollo rural. Además, señala que la reforma rural integral se adelantará en
un contexto de globalización y de políticas de inserción en ella por parte del Es-
tado. Indica que, con el propósito de democratizar el acceso a la tierra en benefi-
cio de los campesinos (sin tierra o con tierra insuficiente) y de las comunidades
rurales más afectadas por la miseria, el abandono y el conflicto armado, se ha
acordado la creación de un fondo de tierras de distribución gratuita, el cual se
alimentará de tierras que han sido indebida e ilegalmente adquiridas. Para ello
se aplicará y fortalecerá la extinción judicial de dominio y se recuperarán bal-
díos apropiados y ocupados contraviniendo la legislación vigente.
Asimismo, se acordó crear una jurisdicción agraria que tenga cobertura y
capacidad regional. Se fortalecerán distintos mecanismos de acceso a la tierra.
Se reconoce el papel de formalización de la propiedad rural como mecanismo
de acceso. Se acuerda fortalecer mecanismos alternativos de conciliación y re-
solución de conflictos. El Gobierno pondrá en marcha un plan para formalizar
y actualizar el catastro rural. El acuerdo reconoce que las zonas de reserva cam-
pesina son una figura que tiene el Estado para promover la economía campe-
sina y contribuir al cierre de la frontera agrícola y la producción de alimentos.
En el campo de salud, se acuerda un modelo especial que atienda con enfo-
que diferencial las zonas rurales dispersas con pertinencia y énfasis en preven-
ción. En educación, el plan tiene como propósito brindar atención integral a la
primera infancia, garantizar cobertura, calidad y pertinencia de la educación.

29
Juan Carlos Amador

Se plantea un plan de vivienda, agua y saneamiento básico, que mejorará


condiciones de salud y de habitabilidad en el campo. Planes para proveer bie-
nes y servicios sociales, que busquen disminuir brechas entre el campo y la ciu-
dad. Se plantea que, en materia de alimentación y nutrición, se asegure para to-
dos los ciudadanos disponibilidad y acceso en oportunidad, cantidad, calidad y
precio de alimentos. Se acuerda poner en marcha programas de desarrollo con
enfoque territorial, que permitan implementar con celeridad y recursos, planes
nacionales sobre la base de la transformación regional.
En relación con el segundo punto, participación política y social, se plantea
que hay que garantizar derechos y garantías para el ejercicio de la oposición
política en general. Y que el ejercicio de la política no se limita exclusivamente
a la participación en el sistema político y electoral, razón por la cual se deben
generar espacios para la democracia y el pluralismo en Colombia. Esto requiere
reconocer tanto la oposición que ejercen partidos y movimientos políticos como
las formas de acción de organizaciones y movimientos sociales y populares.
Se plantea que partidos y movimientos políticos con personería jurídica van
a ser convocados en una comisión para definir los lineamientos del estatuto de
garantías para el ejercicio de la oposición. Se plantea un sistema integral de se-
guridad para garantizar derechos y libertades a estos nuevos movimientos polí-
ticos, el cual debe fundarse en el respeto a la dignidad humana, en la promoción
y respeto de los derechos humanos y en la defensa de los valores democráticos.
Se adoptarán medidas para garantizar reconocimiento, fortalecimiento y em-
poderamiento de los movimientos y organizaciones sociales. El Gobierno elabo-
rará un proyecto de ley de garantías y promoción de la participación ciudadana
y de otras actividades que puedan realizar las organizaciones y movimientos so-
ciales. Se reconoce que la movilización y la protesta son formas de acción política
en el ejercicio legítimo de los derechos: de reunión, de libre circulación, de libre
expresión, de libertad de conciencia y de oposición en una democracia.
En lo que respecta a garantías específicas para el nuevo movimiento que
surja del tránsito de las FARC-EP a la actividad política legal, se acuerda que
esto se discutirá en el punto tres: Fin del conflicto.
El documento señala que en un escenario de fin de conflicto, todos deben
contribuir a avanzar en la construcción de una cultura de reconciliación, con-
vivencia, tolerancia y no estigmatización. Se propone crear un Consejo Nacio-
nal para la Reconciliación y la Convivencia, integrado por representantes del
Gobierno, el ministerio público, los que designen los partidos y movimientos
políticos. En los territorios se implementarán consejos de este tipo.
Se fortalecerá la participación en la elaboración, discusión y seguimiento de
los planes territoriales, es decir, se estimulará la participación en los consejos

30
¿Preparados para el post-conflicto?

territoriales de planeación. Para promover el pluralismo político, la igualdad


de condiciones, la representatividad del sistema de partidos y la consolidación
de la paz, se acuerda distinguir la obtención de curules de los partidos de su
reconocimiento legal, independiente de si logra o no superar los umbrales.
Igualmente se plantea que, una vez se llegue al acuerdo final, se implemen-
tará una misión electoral especial, conformada por expertos de alto nivel, que
en un plazo de hasta seis meses presentará recomendaciones con base en bue-
nas prácticas nacionales e internacionales. Esto con el fin de reformar todo el
sistema electoral.
Con el fin de promover una cultura política, democrática y participativa,
que fomente el tratamiento de los conflictos, a través de los mecanismos que
brinda la política, descartando la violencia como método de acción política, se
pondrán en marcha las siguientes medidas:
• Promoción de los valores democráticos.
• Promoción de la participación política y sus mecanismos.
• Garantizar y fomentar el conocimiento y uso efectivo de los derechos.
• Circunscripciones transitorias especiales de paz para la elección de un
número, por definir, de representantes a la cámara de representantes.
• Se habilitará un canal institucional de televisión cerrada, orientado a los
partidos y movimientos políticos, para la divulgación de sus platafor-
mas, en el marco del respeto por las ideas y la diferencia.

En relación con el punto Solución al problema de las drogas ilícitas, se establece el


compromiso de encontrar una solución definitiva a los cultivos de uso ilícito. En
tal sentido, se determinó incluirlo en el punto de la reforma rural integral. La
solución definitiva implica la construcción conjunta (incluyendo a las comunida-
des) en el diseño, ejecución, seguimiento, evaluación y control de los planes. Un
elemento importante es el fortalecimiento de la presencia institucional del Estado
en los territorios afectados, promoviendo el desarrollo integral, la satisfacción de
los derechos de los ciudadanos, y garantizando la seguridad y convivencia.
Dada la diversidad que caracteriza las regiones de Colombia, cualquier in-
tervención debe tener un enfoque diferencial, reflejado en los planes que se
construyan con las comunidades, de tal forma que se reconozcan necesidades,
características, particularidades económicas, culturales y sociales de los territo-
rios y las comunidades, garantizando sostenibilidad socio ambiental.
Por último, se determina que es necesario contribuir al cierre de la frontera
agrícola, a la recuperación de los ecosistemas y al desarrollo sostenible. En conse-
cuencia, se apoyarán planes de desarrollo de diferentes formas de organización y

31
Juan Carlos Amador

asociación, como las zonas de reserva campesina, constituidas o las que se consti-
tuyan cuando coincidan con los territorios afectados por cultivos ilícitos.

Conclusiones
Colombia se encuentra en un periodo de construcción de paz. Actualmente se
están adelantando diálogos con el ELN, en la denominada etapa de prenego-
ciación, es decir en la construcción de una hoja de ruta. El fin del conflicto debe
involucrar a las dos insurgencias, tanto al ELN como a las FARC-EP, y debe ser
así para no repetir la historia de negociones a medias.
Si en esta ocasión realizamos la paz en Colombia, lograremos algo que para
muchos pudiera ser imposible, incluso por encima de quienes se oponen a que
se realice, porque están tan acostumbrados a vivir con el conflicto. Esto muestra
que la violencia es casi una inercia nacional.
Luego de la terminación del conflicto armado entraremos en un periodo
apasionante de construcción de paz, que no es otra cosa que impulsar cambios
y trasformaciones en la sociedad colombiana.

Referencias bibliográficas
Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera (2012). Recuperado de https://www.mesadeconversaciones.com.
co/sites/default/files/AcuerdoGeneralTerminacionConflicto.pdf
Sánchez, G. (2004). La violencia y la supresión de la política. Bogotá: Colección
Biblioteca Banco de la República.

32
La integralidad de
la justicia transicional
Gustavo Salazar Arbeláez1

El siguiente escrito está estructurado a través de cinco puntos. El primero es bá-


sicamente introductorio, se centra en la pregunta ¿Qué es el Centro Internacional
para la Justicia Transicional (ICTJ)? El segundo plantea una definición básica de
justicia transicional. El tercero aborda los objetivos centrales de la justicia transi-
cional. El cuarto punto desarrolla el concepto de integralidad de la justicia transi-
cional, asunto de gran trascendencia para entender tanto los procesos reparación
como las medidas de justicia, verdad y memoria. Al final, se expondrán algunos
elementos sobre el sentido y los parámetros de la reparación.
En primer lugar, vale señalar que el ICTJ es una organización no guberna-
mental, de carácter internacional, con sede en Nueva York. Fue creada aproxi-
madamente hace doce años y actualmente tiene oficinas en Colombia y participa
en procesos en Latinoamérica, específicamente en países como Argentina, Perú
y Guatemala. Esto en lo que atañe al hemisferio occidental, pues además cuenta
con ocho oficinas a lo largo y ancho del mundo, a través de las cuales acompaña
procesos de justicia transicional, tales como Sierra Leona, Kenia, Uganda, Nepal,
Burundi, Birmania, Congo, Marruecos, Liberia y Sudán. También dispone de
una oficina en el Líbano, aguardando los sucesos venideros en Siria.

1 Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones


Internacionales. En el momento de producir este texto, se desempeñaba como Coordinador
Programático para Colombia del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ).

33
Juan Carlos Amador

El ICTJ tiene tres líneas de acción. La primera, llamada incidencia política,


promueve una mirada específica de la justicia transicional para que se adopten
y desarrollen las medidas y los mecanismos necesarios, tendientes a la imple-
mentación de la justicia transicional, bajo ciertos parámetros, en situaciones de
posguerra. En segundo lugar, se concentra en la producción de conocimiento,
actividad central para el Centro, dado que produce documentos, normalmente
gratuitos y de consulta directa en PDF, los cuales se divulgan a través de su si-
tio web.2 La tercera, y última línea de trabajo, corresponde a la asistencia técnica
tanto a los gobiernos como a ONG, así como a promotores o defensores de la
paz y los derechos humanos y las organizaciones de víctimas.
El ICTJ lleva varios años en Colombia trabajando con el Gobierno nacional.
Con el actual gobierno, bajo la dirección del presidente Juan Manuel Santos, y
con el anterior Congreso de la República, el Centro ha apoyado el diseño, consul-
ta e intervención del proceso de estructuración de proyectos de ley, como la Ley
de Víctimas, el Marco Jurídico para la Paz, la reforma a la Ley de Justicia y Paz y
la Ley 1592. También ha intervenido en el proceso de reforma del fuero penal mi-
litar, oponiéndonos a este. Asimismo, asistió y acompañó técnicamente al Centro
Nacional de Memoria Histórica. Tan amplio como ello es el espectro de trabajo
del Centro Internacional para la Justicia Transicional.
Ahora, ¿qué es la justicia transicional? Lo primero es exponer qué no es la
justicia transicional, a fin de evitar equívocos. En principio, es preciso aclarar
que la justicia transicional no puede ser entendida como perdón y olvido, como
amnistía total o como tolerancia y resignación. Este es, sin duda, el punto de
partida, sobre todo porque en el escenario internacional existe una posición pri-
vilegiada para las víctimas, en la que la memoria y la verdad son absolutamente
necesarias para la sociedad. Por más dolorosos que sean los acontecimientos
de violencia, las sociedades no deben quedarse ancladas en el pasado, sino que
deben ser capaces de utilizarlos con miras a corregir las instituciones, a trans-
formar los valores y a proponer dinámicas de cambio social.
La justicia transicional debe ser entendida no como un modelo específico de
justicia, sino como un esquema de rendición de cuentas, plegado a las medidas
que adopta un país para dar respuesta a un periodo de atrocidades masivas,
derivadas de dos escenarios posibles: los conflictos armados o las dictaduras.
En el ámbito internacional-jurídico, hablar de conflictos armados implica
entrever dos posibilidades. De un lado, conflictos armados internacionales. Y
de otro, conflictos armados no internacionales, esto para dirimir cualquier dis-
cusión respecto al caso colombiano. En el escenario jurídico internacional solo

2 Gran parte de los documentos están para su consulta en inglés, pero en la página web se encuen-
tra un link de la oficina en Colombia escritos en español y, para aquellos muy versados, algunos
documentos en árabe, sobre trabajos realizados en la zona de la primavera árabe: www.ictj.org

34
¿Preparados para el post-conflicto?

hay tres posibilidades de existencia para los estados: el estado de la paz; el


estado de disturbios y tensiones internas; y el estado de conflicto armado. Sin
embargo, en relación con el terrorismo, este no existe en términos jurídicos con
total claridad, pues se limita a algunas conductas específicas, y la mayor parte
de las conductas consideradas como tales son, en general, categorías más bien
políticas o morales que adopta cada país, sociedad o gobierno, de acuerdo con
sus intereses.
Los conflictos armados son internacionales cuando se involucran dos o más
entidades del ámbito internacional, esto es Estado-Nación. Y contrario a esto,
se trata de conflictos armados no internacionales cuando se dirimen o son de-
terminados al interior de las fronteras de un Estado-Nación, reconocido en el
ámbito internacional. Se trata de una situación que ha sido frecuentemente re-
conocida con el término “guerra civil”, en oposición a la guerra pública, como
guerra de los ciudadanos.
Así, por el contrario, un estado de paz implica el control de algún tipo de
violencia básica, de violencia más bien de carácter cotidiano, desorganizado,
esporádico, común, esto es, un escenario de menor violencia posible. Por otro
lado, disturbios y tensiones internas caracterizan la existencia de violencias
significativas, de carácter desorganizado y esporádico. Finalmente, el conflicto
armado, de carácter internacional o no internacional, se encuentra determinado
por el desarrollo de una violencia organizada, como consecuencia de disputas
por el poder.
La justicia transicional es la respuesta a atrocidades masivas, producto de
conflictos armados o dictaduras. Distinción referida básicamente a quien en-
gendra la violencia, pues mientras en las guerras civiles la violencia es produ-
cida por dos o más actores, en las dictaduras el escenario de la violencia está
determinado, básicamente o de manera preponderante, por un actor: el Estado.
De esta manera, la justicia transicional busca responder a violaciones masivas
de derechos humanos, término abarcante que comprende desprendimientos
tanto del Sistema de Derecho Internacional de los Derechos Humanos como
del Derecho Internacional Humanitario.
Mientras que el primero prevalece en situaciones de no guerra, el segundo
ha de verificarse en situaciones de conflicto armado (sea este internacional o no
internacional), de acuerdo con las diversas normas aplicables para cada uno de
ellos, y conforme a los cuatro convenios de Ginebra. El artículo tercero, común
a ellos, establece el protocolo mínimo frente a los actores armados. Y el segundo
comprende los dos protocolos adicionales a los protocolos de Ginebra, los cua-
les regulan de manera específica los conflictos armados internacionales a partir
del año 1977. Esto simplemente como reflejo de lo que ha sido la transforma-
ción de los conflictos en las últimas décadas.

35
Juan Carlos Amador

Volviendo a la justicia transicional, es importante afirmar que esta refleja cómo


las sociedades dan respuestas a situaciones de atrocidades masivas, es decir, cómo
las sociedades pasan de una situación de negación de democracia a una situa-
ción de democracia. Este proceso debe ser entendido como la transición hacia la
consolidación o apertura democrática, porque la violencia, sea en un escenario
de dictadura o de conflicto armado, implica básicamente el desconocimiento de
la democracia. Aquí me acojo, básicamente, a los principios de Hannah Arendt
(1970), para quien la violencia implica negación de democracia, en tanto negación
de poder, entendido este como la posibilidad de actuar en forma consensuada.
La justicia transicional denota rendición de cuentas, en un escenario de atro-
cidades masivas, con el fin de pasar de una situación de violencia a una demo-
crática. En tal sentido, solo se puede hablar de justicia transicional en términos
ontológicos, si el efecto de las medidas y de los mecanismos adoptados implica,
de alguna manera, mayores niveles de democracia.
Es necesario, en este estado de la disertación, dar cuenta del momento en
que surge la justicia transicional. En el caso colombiano, se habló de ella a partir
de la Ley 975 de 2005, una normatividad excepcional para dar respuesta a un
proceso de paz, sin antecedentes. Al respecto, es importante señalar que “justi-
cia transicional” es un término acuñado en la década de 1980, específicamente a
raíz de discusiones sobre cómo dar respuesta a situaciones de violencia masiva,
pregunta que se profundiza a partir de la década de 1990 cuando se empieza a
hablar de justicia transicional en estrictos términos.
Solo a partir de la década de 1990 se desarrolla realmente la justicia transi-
cional. Esta se forjó a partir de tres periodos o fases de evolución, según Ruti
G. Teitel (2003), quien advierte un importante momento de partida en el año
de 1945, tras la experiencia de los Tribunales de Núremberg, luego de la Se-
gunda Guerra Mundial. Se trata de un hito, un punto de inicio del sistema de
justicia transicional, dado que por primera vez los individuos responden, gene-
ralmente en escenarios públicos, por crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Además de establecerlos fue la primera institución que terminó sancionando
de manera efectiva a personas específicas por crímenes de guerra. Hay, en los
Tribunales de Leipzig, luego de la Primera Guerra Mundial, un antecedente
relevante relacionado con una experiencia más bien fracasada.
El Tribunal de Núremberg normalmente se asume como el punto de partida
de lo que, autores como Teitel (2003) denominan justicia transicional. La autora
propone tres periodos: uno de 1945 a 1990; el segundo de 1990 a 2000; y otro
de 2000 en adelante. El primero constituye la fase de la justicia transicional de
carácter retributivo, básicamente penal, centrada en la acción punitiva del Es-
tado y en la sanción directa al victimario. La retribución se entiende aquí como
la venganza mediada, a través de un organismo, un tercer organismo que, en

36
¿Preparados para el post-conflicto?

lo posible, respeta y debe garantizar los derechos del acusado y las normas
básicas del debido proceso.
Entonces, entre 1945 y 1990 tuvo lugar el primer momento de la naciente
justicia transicional, pues como lo señala Teitel (2003), para entonces el tema no
estaba del todo acuñado, pero surgió la pregunta sobre cómo se da respuesta a
periodos de atrocidades masivas, a la que siguió una respuesta de carácter pe-
nal. Esto para entender que, en materia de justicia transicional, no es casualidad
entenderla como un asunto jurídico, determinado por la responsabilidad penal
de quien o quienes fueron responsables de dichas atrocidades. Sin embargo,
esta mirada resulta muy restringida.
Con el paso del tiempo, esta perspectiva se fue transformando y, finalmente,
cerrando la década de 1980, se acotó el término, convirtiéndose la justicia tran-
sicional en una justicia ampliada, no limitada a la de carácter penal o retribu-
tivo, sino focalizada en las víctimas. En este momento se empieza a hablar de
justicia restaurativa, no centrada en la sanción del victimario, sino en la nece-
sidad de recomponer un orden social y democrático, que implica construcción
de ciudadanía, lo cual parece hipotético pero tiene bastante de realidad. Para
señalar algunos puntos clásicos de justicia transicional, es preciso referir el Tri-
bunal de Núremberg, el Tribunal de Eichman en Jerusalén en el año de 1961 y
mecanismos importantísimos que van a plantear discusiones gruesas, por ejem-
plo la Comisión de la Verdad en Argentina.
Frente al objetivo de la justicia transicional, que constituye el tercer punto
a abordar, es preciso señalar que solo es posible entender las medidas y me-
canismos de la justicia transicional a partir de sus metas. Todos asimilamos la
justicia transicional a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la garantía de
no repetición, pero la pregunta clave es: ¿hacia dónde debe apuntar?
En tal sentido, esta ha de orientarse hacia dos tipos de objetivos: los media-
tos y los finales. Cada medida, atinente a la reparación, la justicia, la verdad y la
garantía de no repetición, debe dar respuesta a objetivos específicos, es decir la
reparación debe reparar, la justicia debe aplicar justicia, la verdad debe llevar a
la consecución de la verdad y la garantía de no repetición debe a garantizar que
no se repita lo ocurrido. Pero además de todo ello, estos objetivos tienen que in-
clinarse hacia la satisfacción de objetivos mediatos, como lo son la dignidad, el
reconocimiento y la confianza cívica, así como la reconciliación, la democracia
y el Estado de Derecho, como objetivos finales (De Greiff, 2009).
Lo anterior constituye un rápido paso hacia conceptos complejos. Primero,
la dignidad, por ejemplo, cuya noción presume que la violencia afecta la dig-
nidad de los individuos, pues impone sistemas y categorías morales, jurídicas
y psicológicas que disminuyen la capacidad del individuo. En esa medida, la
afectación de la dignidad parte de un hecho central, que es el reconocimiento

37
Juan Carlos Amador

de la existencia de un acto violento, ejecutado por un sujeto activo que lo de-


sarrolló de forma intencional y que generó en un sujeto pasivo un daño. Es un
daño que se plasma no exclusivamente en el ámbito físico o psicológico, sino
en dos escenarios bien complejos: el moral y el ciudadano (Walker, 2006). Aquí
se disminuye la situación moral del individuo que sufre el daño, a quien como
ciudadano se le disminuye o niega el ejercicio real de los derechos.
En el marco de una justicia restaurativa, de cara a la dignidad de las vícti-
mas, las estrategias se centran en ellas, y buscan su dignificación, al reconocer
que merecen una serie de medidas a su favor, como parte del camino para
recomponer la situación previa, caracterizada por la existencia de un derecho
posteriormente violado, vulnerado de manera injusta.3 Todas las medidas de-
ben conducir a la dignidad (Minow, 1998) y deben partir del hecho de que la
víctima merece una atención específica por la incapacidad del Estado de garan-
tizar la protección a sus derechos, o incluso por el hecho de que algunos de sus
miembros efectuaron, de manera activa, actos que fueron en desmedro de los
derechos de las víctimas.
El segundo es el sentido de reconocimiento (Honneth, 2006), el cual se con-
juga con la confianza en el concepto fundamental de ciudadanía, a la que debe
llevar la justicia transicional. Ciudadanía deberá ser entendida como la capaci-
dad de los individuos de tomar sus propias decisiones, de manera autónoma.
Y el reconocimiento como aquella actuación que implica reafirmar el valor del
otro, que conlleva, en términos de la dignidad, a asumir la existencia de un acto
injusto que disminuyó el valor del otro.
El tercero es la confianza cívica, la cual se ve seriamente afectada por la gue-
rra, pues esta se teje entre los individuos y el Estado cuando ambos sienten que:
por un lado, el otro no va a causar daño alguno en su perjuicio (en una versión
negativa de la definición); y, por el otro, atendiendo a una dimensión positiva
de la misma, que este puede generar el bien. Es importante reiterar que uno
de los primeros lazos que se rompe en la guerra es la confianza, lo que impli-
ca la ruptura de la unidad social. Esto impide o limita las posibilidades de la
acción colectiva, situación que va en menoscabo de los más pobres, a quienes
más afecta la violencia en la medida en que disminuye su capacidad de actuar
colectivamente al desvanecer la confianza.
La confianza entre los individuos, entre el individuo y las comunidades,
entre diferentes comunidades, entre el individuo y las instituciones, conforme

3 La alusión a la injusticia aquí destacada obedece al hecho de que hay actos intencionales que
generan daño, pero que pueden ser justos, como es el caso de aquellos permitidos por el Dere-
cho Internacional Humanitario, cuyo ejemplo puede ser el siguiente: de dos combatientes en
proceso de combate, uno de ellos muere a causa de un daño intencional, perpetrado por el otro,
sin embargo tal daño se entiende justo, o por lo menos permitido.

38
¿Preparados para el post-conflicto?

tan variados escenarios, condensa distintos niveles. Acerca del último es con-
veniente precisar que el individuo cree en las instituciones en la medida en que
ellas respondan a sus necesidades y hagan valer sus derechos. En ese orden de
ideas, la justicia transicional implica una respuesta de las instituciones o la im-
plementación de ajustes institucionales para que el Estado pueda dar respuesta
a las exigencias y necesidades de los individuos, de cara a sus derechos. La
reparación se inscribe como parte de esa respuesta necesaria.
Frente al cuarto tema, relativo a qué son los derechos u objetivos finales, es
preciso entender que la justicia transicional, en términos del Estado de derecho,
implica una concepción normativa de la reafirmación de valores de convivencia
básicos, lo que requiere: (i) Negar como válidos los actos de violencia, y (ii) Re-
afirmar la dignidad de las víctimas. Negar como válidos los actos de violencia
implica poner en su sitio a los victimarios, quienes siempre tienen excusas, jus-
tificaciones o mitigaciones, cuyos actos siempre pretenden tildar como justos.
Actos que son, por definición, injustos o por lo menos no validados en términos
de legalidad.
La democracia implica la posibilidad de actuar, de consumo y de poder.
También supone reconciliación, lo cual no sugiere el acuerdo de todos ni mu-
cho menos la felicidad, sino que las diferencias puedan tramitarse a partir de
mecanismos, pues la democracia implica el disenso mediado por un consenso
procedimental, que en la arena política exige el tratamiento racional de las di-
ferencias.
La integralidad que incluye la justicia transicional se refiere a la importancia
conjunta de la justicia, la verdad, la reparación y las garantías de no repetición,
a las que debe orientarse. Es decir, que las medidas asociadas a la justicia tran-
sicional no pueden estar separadas entre sí. Por ejemplo, si solo se implemen-
tan tribunales legales para la sanción al victimario y no se trata a la víctima en
otros escenarios, se generan efectos materiales y morales severos dado que se
convierte en una respuesta incompleta.
Cuando se habla con las víctimas, ejercicio de gran relevancia para ellas,
frecuentemente le dan mayor importancia a la verdad, queriendo saber qué
pasó y por qué pasó. En orden descendente, luego posicionan la existencia de
una condena. Y, por último, buscan las medidas consiguientes de reparación.
En términos de garantías de no repetición, entendidas como reformas ins-
titucionales, se destacan las atinentes a los servicios de inteligencia, la fuerza
pública, el sistema judicial (permeado frecuentemente por actores armados),
el sistema de vetting o de veto (prohibiendo el ejercicio de funciones públicas a
quienes estén involucrados en violaciones o crímenes internacionales) y los sis-
temas de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR), entendidos como
parte de las garantías de no repetición.

39
Juan Carlos Amador

Frente a la temática propia de la reparación, pueden referirse básicamente


cuatro medidas, que implican restitución, compensación, rehabilitación y sa-
tisfacción. La restitución se concibe como un principio de restablecimiento del
statu quo4 que busca devolverse a la situación anterior. Se trata simplemente de
un deber ser o de una norma que muchas veces no es posible dada la imposi-
bilidad que representa. Con frecuencia, retornar a la situación anterior, dado
un daño ya generado, verbigracia de un homicidio o una desaparición forzada,
es meramente una ficción. Una ficción que sin embargo funge como guía de la
acción estatal en términos de reparación.
Restitución entonces implica tratar de volver a la situación anterior, prevalen-
te de derechos, cuando uno supone que la situación anterior contaba con vigen-
cia de derechos, sin considerar qué otras condiciones preexistían en tal situación.
Como ejemplo de lo que precede, puede traerse a colación la siguiente situación:
en algún lugar, como en Macayepo, en el departamento de Bolívar, donde no
había acueducto, ni escuelas, ni alumbrado, no puede suponerse que antes de un
daño existía una situación de valía de derechos. Esto para evidenciar que aquí
hablamos de restitución y se asocia con la restitución de tierras y de bienes, pero
es importante tener en cuenta que también debe haber restitución de derechos.
Otro ejemplo, en el caso colombiano, es la restitución de derechos que se está
adelantando por parte de la Universidad de Córdoba. Con la importancia que
ello tiene para su comunidad universitaria, en la medida que la apropiación
paramilitar de dicha institución implicó la privación y la supresión de derechos
de los educadores, del personal administrativo y de los estudiantes. Así, se está
devolviendo la pretérita situación de valía o de vigencia de sus derechos.
De otro lado, la compensación (De Greiff, 2006) implica básicamente asig-
narle un valor al daño, subrogado a los bienes materiales específicos o a aque-
llos de carácter moral. En estos procesos se derivan pagos monetarios.
Por su parte, las medidas de reparación y rehabilitación contienen varios
planos, entre ellos el moral, el psicológico, el físico y el jurídico. El psicológi-
co y el físico son los más comunes, por ejemplo la atención psicosocial y un
tratamiento de prótesis para víctimas de minas antipersona. El plano moral
es mucho más complejo, y el legal se centra en la prestación de asistencia le-
gal para que las víctimas ejerzan sus derechos. Finalmente, están las medidas
satisfacción, las cuales implican la adopción de mecanismos de admisión de
responsabilidades, ejercicios de memoria y verdad. Bajo esta perspectiva, inme-
diatamente se entiende que la reparación está conectada con la justicia.
El punto de partida para la reparación lo constituye el consenso interna-
cional. Las víctimas tienen derecho a ser reparadas, por tanto se encuentran

4 Para ilustrar esta discusión, ver Gómez (2006).

40
¿Preparados para el post-conflicto?

haciendo ejercicio de derechos y no están a merced de la potestad o la bene-


volencia del Estado, pues resulta ser una de sus obligaciones, derivada de dos
condiciones. De un lado, de la vulneración directa de derechos por parte de
sus agentes. Y de otro, de la incapacidad o negligencia del aparato estatal para
proteger esos derechos de la conducta de terceros. Ese es el corpus básico de los
convenios en los sistemas interamericanos de protección, en los que está conte-
nido el derecho a la reparación en una serie de normatividades.
El artículo octavo de la Declaración de los Derechos Humanos habla de recur-
sos efectivos, y los artículos 10, 68 y 73 de la Convención Americana, que tratan
de la adecuada compensación de los daños, contemplan la reparación, también
contenida en la Convención contra la Tortura, en donde se habla de una adecua-
da compensación o de una rehabilitación lo más competa posible (artículo 14).
También se encuentra prevista en la Convención Europea de Derechos Humanos
(artículo 50), cuando habla de la justa satisfacción de las víctimas.
En este punto es preciso mencionar que ha habido desarrollo de carácter
doctrinal y normativo, en términos de resoluciones de las Naciones Unidas,
que ha llevado a establecer los cuatro puntos específicos de reparación –ya
explicados–, a partir de los principios dados aproximadamente en el año de
1997 y de los principios vigentes del 2005. El concepto que normalmente se
relaciona con la noción de reparación es restitutio in integrum, que traduce
restitución total, como un deber ser, puesto que la reparación total es mate-
rialmente imposible.
¿A dónde apunta, o cuáles son los objetivos centrales de la reparación?
Señalaré tres: (i) La neutralización de los elementos del acto violento, porque
hay un daño que tiene carácter material, psicológico y moral; (ii) El impedimen-
to a los victimarios del goce de cualquier beneficio derivado del acto violento,
como una reafirmación normativa; y (iii) La obligación, en cabeza del Estado,
para asumir la responsabilidad por acción o por omisión, que trajo como conse-
cuencia la ocurrencia de ciertas acciones.
Finalmente, es preciso destacar tres conceptos de extrema complejidad,
relacionados con la reparación: la asistencia humanitaria, la reparación y el
desarrollo. Esto teniendo en cuenta que cuando uno habla con las víctimas,
estas sienten que su suerte ya está echada, tal como lo refería una de ellas en el
departamento de Santander: “ (…) yo tengo 48 años, yo ya no pude estudiar,
quiero por lo menos que mi hijo tenga la posibilidad de estudiar”. Así, nor-
malmente las víctimas solicitan tres tipos de cosas: atención en vivienda y en
salud, y acceso a educación. Estas tienen un traslape, en la medida en que hay
una intersección entre la reparación y las medidas de desarrollo, siendo una
tendencia de los gobiernos confundir la reparación con medidas que corres-
ponden al desarrollo.

41
Juan Carlos Amador

Una pregunta final: ¿Hasta qué punto podemos considerar que estas medi-
das de desarrollo se derivan de la obligación del Estado, en tanto en el Estado
social de derecho pueden ser asimiladas a reparación? Algo realmente comple-
jo en el caso colombiano es que se han adelantado procesos de reparación en
medio de un conflicto, lo que conduce a medidas de asistencia humanitaria que
normalmente tienden a ser enfocadas por el Estado como reparación, cuando
con ellas tan solo se pretende disminuir la afectación de un derecho específico,
pero no reparar. La reparación implica una transformación de la situación o
por lo menos un redireccionamiento de la vida en referencia a la vida anterior.

Referencias bibliográficas
Arendt, H. (1970). Sobre la violencia. Trad. Miguel González. México: Cuadernos
de Joaquín Mortiz.
De Greiff, P. (2009). Una concepción normativa de la Justicia Transicional. En
Rangel, A. (Comp.). Justicia y paz ¿Cuál es el precio a pagar? Bogotá: Interme-
dio Editores.
De Greiff, P. (2008). Justice and reparation, Justice and reparations. Handbook of
reparations, Oxford University Press, pp. 451-477.
Gómez Isa, F. (2006). El derecho de las víctimas a la reparación por violaciones
graves y sistemáticas de los derechos humanos. En El derecho a la memoria.
Bilbao: Deusto
Honneth, A. (2006). El reconocimiento como ideología. Isegoria, Nº 35 julio-di-
ciembre, 129-150.
Minow, M. (1998). Between vengeance and forgiveness. Beacon Press.
Teitel R. (2003). Genealogía de la Justicia Transicional. Harvard Human Rights
Journal, Vol 16, Spring, pp. 69-94.
Walker, M. (2006). Moral Repair, What is moral repair? Cambridge University
Press.

42
La perspectiva de las mujeres que
participaron en el proceso de
la Comisión de la Verdad:
conclusiones
Alejandra Miller Restrepo1

La verdad de las mujeres


La Comisión de la Verdad de las Mujeres supone un aporte a la necesidad de
paz y a la construcción de la misma en Colombia, porque recoge y hace públi-
cas las voces y las palabras de mujeres víctimas que han sufrido todo tipo de
vejámenes y violaciones de derechos humanos en el conflicto armado y que, a
su vez, han luchado por defender la vida y la dignidad de las personas cercanas
reconstruyendo una y otra vez las relaciones y los espacios de vida. Mujeres y
violencias que han sido históricamente calladas perpetuando y refrendando
con este silencio el modelo patriarcal que impera en nuestra sociedad. Por tan-
to, esta Comisión es un proceso de visibilización y reconocimiento social de las
mujeres como actoras políticas y sujetas de derechos para exigir verdad, justi-
cia, reparación y la no repetición de las violencias contra el cuerpo y vida de
ellas. Con estas voces femeninas, se comienza a quebrar el silencio de las muje-
res víctimas que ha normalizado o naturalizado la violencia contra las mujeres
y las consecuencias de la misma en sus vidas.

1 El texto hace parte del informe de la Comisión de la Verdad realizado por la Ruta Pacífica de
las Mujeres y que lleva por título: La verdad de las mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia.
La presentación de este informe durante el seminario nacional: Preparando el futuro. Entornos y
límites de posconflicto en Colombia estuvo a cargo de Alejandra Miller, investigadora del Informe
y coordinadora de la Ruta Pacífica de las Mujeres Regional Cauca.

43
Juan Carlos Amador

Este Informe recoge la visión de numerosas mujeres de muy diferentes re-


giones del país, que han afrontado por años el conflicto armado. Es la narra-
ción del dolor y también la formulación de la esperanza de otro futuro de mil
mujeres, que han dado testimonio acerca de lo que ha implicado la guerra y de
sus sueños para una Colombia en paz. Es una narrativa femenina que constata
los efectos del conflicto armado en el cuerpo y vida de las mujeres, en la que
emergen repetidamente las preguntas: ¿por qué a mí?, ¿por qué sucedió esto?
Estas preguntas muestran a la vez el impacto y la necesidad de construir una
memoria que ayude a rescatar los fragmentos del sentido en un conflicto y de
una represión política que han sobrepasado todos los límites de la lógica o la
proporcionalidad, y que han convertido a la población civil, y en particular a
las mujeres, en objetivo militar.
La Comisión muestra las distintas violencias que los diferentes actores ar-
mados han ejercido sobre las mujeres, y cómo estas violaciones de los derechos
humanos se han normalizado, y hasta consentido, por parte de las autoridades
públicas a las que corresponde garantizar la seguridad y convivencia ciudada-
nas. De ahí que sea indispensable que las mujeres víctimas reciban explicacio-
nes sobre los hechos de barbarie cometidos por los victimarios y que el Estado
las reparare por los graves daños que los actores armados ocasionaron en sus
cuerpos y proyectos de vida. La Comisión es, en este sentido, una apuesta polí-
tica para pensar y aportar a la reconstrucción del tejido social, y por ende, a la
reconciliación nacional.
El proceso de la Comisión de la Verdad permitió conocer las experiencias
de mujeres y sirvió para formalizar y sistematizar los efectos de las distintas
violencias que sufren las mujeres en el marco del conflicto armado. Las muje-
res hablaron de las violaciones a sí mismas y a otras mujeres, casi siempre sus
propias hijas e hijos. Pero también decidieron confiar sus propias vivencias, los
dramas y las violaciones sufridas rompiendo el silencio sobre ellas.
Las mujeres víctimas revelan en sus testimonios claves culturales que per-
miten comprender el silencio de muchas de las mujeres víctimas. Confirman
que es necesario erradicar la respuesta de cuestionar la credibilidad de las mu-
jeres cuando hablan del impacto de la violencia, y la insensibilidad social hacia
ellas, para que se las pueda reconocer como víctimas que deben ser atendidas
en sus derechos, reparadas y protegidas evitando su revictimización.
Esta Comisión de la Verdad es una muestra de la valiosa aportación de las
mujeres a la construcción de la memoria, la verdad y credibilidad desde la sen-
sibilidad y subjetividad femeninas, que hasta hoy han sido sistemáticamen-
te canceladas por el modelo androcéntrico. Modelo que los actores armados
pretenden perpetuar envileciendo las mujeres por medio de la violencia y la
coacción de las armas.

44
¿Preparados para el post-conflicto?

En sus testimonios las mujeres víctimas condenan el sinsentido de la guerra.


Denuncian la actuación sistemática de los diversos actores armados que se han
ensañado al violar sus cuerpos, sus espacios de vida y sus derechos como una
forma de desprecio y de intimidación. Muestran cómo algunos de esos actores
han atacado a las mujeres en sus procesos organizativos para que no interven-
gan en la vida de sus comunidades y se sometan a la militarización de la vida
cotidiana de quienes quieren controlar los movimientos o la protesta social, o
están detrás de proyectos de despojo de la tierra que han formado parte del
modus operandi de la violencia en Colombia, como parte de la construcción de
una sociedad excluyente y de una desigualdad extrema.
Según las mujeres testimoniantes, en el proceso de militarización los actores
armados, legales o ilegales, han quebrantado el valor y cohesión de la familia como
el núcleo social que permite la más cercana protección y confianza, al incursionar
en la vida privada por medio de las armas para exigir y apropiarse de los territorios
o para obligar a las poblaciones a acatar sus órdenes y a cumplir sus demandas.
Las mujeres víctimas señalan la responsabilidad de todos los actores arma-
dos en la guerra y reclaman la terminación del conflicto armado, porque las
dinámicas del mismo son las responsables de los impactos sobre sus vidas, las
de sus familias y sus comunidades, de la ruptura del tejido social y del cierre de
las posibilidades de una vida más justa y en paz.
Las mujeres víctimas que decidieron confiar su testimonio a esta Comisión
esperan que sus palabras y sus historias más íntimas contribuyan a que en Co-
lombia el derecho a la paz y a una vida libre de violencias se haga realidad. Que
esta memoria de la verdad de las mujeres sea parte de los acuerdos sociales y
políticos relativos a la prevención de la violencia, y a una política de reconstruc-
ción del tejido social y de reparaciones que el Estado debe garantizar.
Las recomendaciones que se incluyen en la sistematización de los mil tes-
timonios deberán tenerse en cuenta como aporte a la paz, al respeto de los
derechos y la dignidad de las mujeres, en cualquier proceso hacia la paz que se
construya en el futuro. Entre los desafíos se encuentra la posibilidad de que las
voces de las mujeres sean escuchadas en el país, uniendo el apoyo a las víctimas
con la investigación de los hechos y la búsqueda de salidas políticas al conflicto.
Una futura Comisión de la Verdad en el país debe considerar la experiencia de
las víctimas como un elemento central de su trabajo. La experiencia de esta co-
misión es una experiencia relevante de la que se desprenden aprendizajes que
deben ser tenidos en cuenta.

Una mirada feminista


La lógica de la guerra exacerba el control y la dominación patriarcal sobre la
vida y los cuerpos de las mujeres y lo hace no solo en los escenarios propios del

45
Juan Carlos Amador

conflicto, sino en todos los espacios donde las mujeres viven y se movilizan. Y
son los cuerpos, sobre todo los cuerpos de mujeres jóvenes, campesinas, negras
e indígenas, los que operan como lugares de intersección y encuentro de identi-
dades discriminadas que caracterizan los fundamentos de la exclusión.
Las mujeres víctimas del conflicto armado, de diversas etnias, territorios y
edades se han visto afectadas por esta guerra a lo largo y ancho del país. Ellas
han experimentado inenarrables sufrimientos, múltiples y recurrentes abusos
a su integridad física, sexual y psicológica. La intersección entre el género, la
etnia, la edad y la localización en el territorio de conflicto opera profundizando
las discriminaciones contra las mujeres. La profunda articulación del género
con otras dimensiones de la identidad o situaciones vinculadas al conflicto,
como el desplazamiento o la militarización de la vida, generan formas particu-
lares de desigualdad y discriminación.
La vida de innumerables mujeres que habitan zonas de conflicto armado en
Colombia, se ha visto profundamente impactada por la guerra y sus prácticas
inhumanas y ha sido modificada, profundizando su opresión, subordinación
y discriminación, a través del incremento de las múltiples violencias ejercidas
contra ellas, a través de las experiencias de pérdida y desplazamiento, así como
de la exacerbación del control masculino sobre sus cuerpos y sus sexualidades.
Esta dimensión de pérdida, de sufrimiento, y de control de la vida caracteriza
la experiencia de las mujeres víctimas en Colombia.
Este informe incorpora el discurso y la práctica feminista puesto que parte
del análisis de una sociedad patriarcal en la que la relación de dominación de
los hombres sobre las mujeres cancela la palabra femenina y legitima la violen-
cia contra sus cuerpos. Este análisis permite vincular las violencias vividas en el
ámbito de lo privado y en la esfera pública, con diferentes impactos y responsa-
bilidades, como una continuidad. El patriarcado es un sistema de dominación e
injusticia que se traduce asimismo en marginación social, económica y política
y converge en todos los contextos del conflicto armado empeorando las condi-
ciones de vida de las mujeres.
Identificar el significado práctico de la perspectiva feminista para este tra-
bajo y para las mujeres que participaron en él, ha conllevado desentrañar y vi-
venciar el sentido profundo de escuchar la voz de las mujeres. Este proceso ha
supuesto conocer, caracterizar y entender el conflicto armado desde el sentir de
ellas, visibilizar las afectaciones en sus cuerpos –principal lugar de expresión
de las violencias sufridas–, reconocer su contribución al esclarecimiento de la
verdad y apoyar el fortalecimiento personal y social de las mujeres.
Para todas las mujeres participantes del proyecto de la Comisión de la Ver-
dad, ya fueran coordinadoras, documentadoras, transcriptoras, digitadoras,
codificadoras e investigadoras, este trabajo con las mujeres y sus testimonios

46
¿Preparados para el post-conflicto?

ha supuesto confrontarse con un dolor y un sufrimiento inimaginables. Ha des-


encadenado una toma de conciencia de la profundidad y la extensión de la
violencia contra las mujeres más allá de cualquier discurso. Tanto en los talleres
de análisis como en el proceso de sistematización, los relatos del impacto de las
experiencias de las mujeres en aquellas que las escucharon con calidez y profe-
sionalidad fueron a su vez duros y conmovedores.
La Ruta Pacífica como organización se ha fortalecido a fuerza de marcar un
derrotero constante y vigilante de los horrores de la guerra, en los medios de
comunicación y en las mismas mujeres victimizadas. Ruta que canaliza desde el
interior de cada mujer la constancia no solo para movilizarse y salir una y otra
vez, un día y otro, durante años, a denunciar en silencio como el mayor grito
de resistencia posible, que las mujeres no se resignan a callar, que son fuertes
en la denuncia y capaces de acciones increíbles de sobrevivencia. Esa Ruta que
moviliza a cientos y miles de mujeres por los caminos de Colombia para alertar,
teatralizar, denunciar, apoyar, resistir, insistir, persistir, cantar, bailar, marchar
por la justicia, la dignidad y el apoyo a las mujeres que en cualquier rincón su-
fren la victimización de todos los grupos armados.

Por una construcción de paz


La Comisión de la Verdad desde las mujeres aporta a la construcción de la paz
en cuanto es una iniciativa que abre nuevos canales de diálogo, puesto que per-
mite romper el silencio de las mujeres que han sido quienes más han sufrido las
consecuencias del conflicto armado colombiano, junto a las niñas y los niños.
La Comisión permite profundizar sobre lo que pasó, y sigue pasando en el
país, abriendo un espacio a la memoria colectiva que recoja la experiencia de
las víctimas, en una sociedad que ha normalizado la violencia o ha vivido en
gran parte sin ser sensible a aquellas. También constituye una posibilidad para
que más hombres y mujeres den un paso hacia la verdad compartida, lo que
constituye un desafío a la realidad actual para construir una paz duradera. Una
verdad que suponga un reconocimiento social de los hechos y de las víctimas.
Una memoria incluyente del sufrimiento y las violaciones de derechos huma-
nos cometidas como primer paso para la justicia y la reparación.
Las mujeres le otorgan mucha importancia a la verdad porque brinda la
posibilidad de restaurar la dignidad personal, borrando estigmas, y levanta las
salvaguardas contra la impunidad, lo cual es esencial para abordar la construc-
ción de la paz.
Este Informe Final evidencia lo acontecido a mil mujeres colombianas de
todo el país durante el conflicto armado. Asimismo pone de manifiesto cómo
las violencias ejercidas sobre ellas no son solo resultado de la guerra, sino que
han sido cotidianas a lo largo de sus biografías. Los testimonios de las mujeres

47
Juan Carlos Amador

muestran prácticas feministas ancestrales que se reivindican hoy para exigir


detener la guerra como imperativo para ir hacia la búsqueda de la paz.
El proceso de trabajo de la Comisión de la Verdad llevó a confrontarse con
el horror que viven las mujeres, una dimensión desconocida incluso para mu-
chas investigadoras y organizaciones que trabajan con mujeres. A su vez, su-
puso la confirmación de la opción por las víctimas como mujeres activas en
el proceso de recuperación personal y colectiva, la reconstrucción del tejido
social y la construcción de la paz en el país. Esta capacidad de resistencia y de
sobreponerse al horror vivido, es parte del protagonismo de las mujeres en la
resistencia a la guerra y en la lucha por la paz. El Estado y la sociedad deben re-
conocer este valor y facilitar los espacios de participación por los que luchan las
mujeres, removiendo los obstáculos que impiden que esta sea más efectiva. En
este sentido, las mujeres no se presentan desde una posición victimizante, sino
que emergen con sus capacidades para afrontar esa guerra que no eligieron,
pero donde tuvieron que volver a empezar, seguir la vida, y constituirse como
mujeres sujetas de derechos y con una dimensión más colectiva.
Las mujeres fueron protagonistas en la guerra sin quererlo, puesto que ellas
han sufrido graves agresiones, han cargado con los muertos, siguen buscando a
los desaparecidos y han asumido responsabilidades que en otras circunstancias
no les hubieran correspondido. Esta experiencia de las mujeres hace que tengan
sus propias visiones y conceptos sobre la construcción de la paz enfocada en
las condiciones para tener un buen vivir y la prevención de la violencia contra
las mujeres.
La Comisión de la Verdad puede incidir en el actual proceso de paz resca-
tando la presencia de las mujeres, como sujetas políticas, para contar la verdad
desde su propia vivencia. El empoderamiento de las mujeres, con la visibili-
zación de los hechos ocurridos, contribuye a la transformación social desde el
reconocimiento de sus derechos, a partir de la elaboración de los impactos su-
fridos y las formas de afrontamiento desarrolladas.

Las mujeres como víctimas y sobrevivientes


La mitad de las mujeres se identifican a sí mismas como mestizas, una de cada
cuatro son afroamericanas y una minoría se reconoció indígena. La media de
edad de las mujeres que dieron sus testimonios fue de 45 años, oscilando entre los
17 y los 83. Una de cada dos tenía pareja estable y tres de cada cuatro tenía hijos o
hijas (con una media de tres). Algo más de la mitad de las mujeres entrevistadas
participa en alguna organización de la sociedad civil. Las mujeres que dieron su
testimonio sufrieron entre cuatro y cinco violaciones de derechos humanos, mu-
chas veces en distintos momentos. Además de su propio testimonio, refirieron la
existencia de entre una y dos víctimas más como media en sus familias.

48
¿Preparados para el post-conflicto?

Entre las violaciones que las mujeres refirieron haber vivido en primera per-
sona predomina el desplazamiento, que se dio en tres de cada cuatro casos.
También tres de cada cuatro mujeres denunciaron tener familiares que sufrie-
ron ejecuciones extrajudiciales o desapariciones forzadas. Ocho de cada diez
mujeres entrevistadas reporta haber sido víctima de alguna forma de tortura,
tratos cueles, inhumanos o degradantes. Más de la mitad de las mujeres su-
frieron diferentes formas de tortura y maltrato psicológico como amenazas de
muerte, hostigamientos o ser obligadas a presenciar torturas de otras personas
Además, una de cada siete mujeres reportó haber sufrido torturas físicas y una
de cada ocho sufrió tortura o violencia sexual. Por otra parte, la violencia contra
las mujeres también conllevó pérdidas materiales en cuatro de cada diez casos.
De forma menos frecuente se describieron distintas violaciones a la libertad
personal en una de cada ocho víctimas tales como haber sido detenidas de for-
ma arbitraria, confinamiento o toma de rehenes o reclutamiento forzado.

Violaciones de derechos humanos contra las mujeres


Hostigamiento Tortura física, Violaciones a la Despla- Violaciones al
y destrucción psicológica y libertad personal zamiento derecho a la
sexual forzado vida

•Requisas • Tortura •Detenciones •Desplaza- •Ejecuciones


psicológica arbitrarias miento indivi- extrajudiciales
•Allanamientos
dual, familiar y
•Tortura física •Reclutamiento •Desapariciones
•Amenazas colectivo
forzado forzadas
•Tortura sexual
•Seguimiento y •Rural-urbano
•Toma de rehenes •Atentados y
vigilancia
heridas
•Confinamiento
•Destrucción de
bienes
64% 59,3% 10% 73,77% 72,6%

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

Los impactos del conflicto armado en las mujeres


Los impactos individuales y colectivos de la acción indiscriminada de los acto-
res armados sobre el cuerpo y la vida de las mujeres, han devenido en la des-
trucción de proyectos de vida individuales y comunitarios. El conflicto armado
ha configurado resentimiento, confusión y desconfianza hacia el Estado como
el garante de los derechos humanos. Las mujeres víctimas sienten que el Estado
y los grupos paramilitares que han estado coludidos con él y las organizaciones
guerrilleras, ignoran la destrucción emocional y social que han generado, bana-
lizando el dolor y la impunidad.
Se destaca un fuerte impacto afectivo en ocho de cada diez mujeres entrevista-
das, así como un severo impacto en sus condiciones económicas y de vida, en la

49
Juan Carlos Amador

misma medida. También tres de cada cuatro mujeres señalaron quiebre y pérdida
de su proyecto vital por los hechos de violencia. Por otra parte, la violencia contra
las mujeres también conllevó pérdidas materiales en más de cuatro de cada diez
casos. El desplazamiento conlleva la mayor parte de las veces la soledad de la
pérdida de una red de relaciones sociales en la que construimos nuestra identi-
dad como personas. Este sentimiento de soledad y abandono estuvo presente en
tres de cada cuatro mujeres entrevistadas. En el caso de Colombia, hay que tener
en cuenta que además los hechos de violencia han seguido produciéndose y mu-
chas mujeres han vivido diferentes episodios de terror y violencia que potencian
sus efectos. Seis de cada diez mujeres entrevistadas señalaron tener problemas
de sueño como pesadillas o insomnio, y no poder dejar de pensar en los hechos
vividos, sus seres queridos o el impacto de la pérdida. La percepción de estar
todavía en la actualidad emocionalmente muy afectadas se da más en las mujeres
que tienen familiares asesinados o desaparecidos. En todas las áreas de la vida
de las mujeres, las ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas son las
violaciones de derechos humanos con mayor impacto.

Los datos sobre responsabilidad


La mayoría de las mujeres hace referencia a la autoría material, es decir, a las
fuerzas o grupos armados o las personas que de manera directa perpetraron
los hechos. Algunas indican simplemente la parte en conflicto, otras identi-
fican con mayor precisión la unidad de la fuerza o grupo armado específico,
y otras aún más, aunque en un porcentaje menor, dicen los nombres, apodos
o alias de las personas involucradas en los hechos. También otras mencionan
las diferentes relaciones o alianzas entre los diversos grupos.
Por ejemplo, un 52 por ciento de las mujeres consultadas no señaló nin-
gún responsable (n=486) directamente de los hechos; mientras que una de
cada tres, el 35,9 por ciento (n=336), señaló a una fuerza responsable; pero
en otros casos las mujeres sufrieron hechos por parte de diferentes “lados”
del conflicto armado, un 11 por ciento (n=103) sufrió hechos de los que se-
ñaló como responsables a dos fuerzas y un 1,1 por ciento (n=10) fue víctima
de las tres fuerzas señaladas.
De los casos en que se pudo obtener información (48 por ciento del total
de mujeres entrevistadas), las víctimas identificaron como responsables a
los grupos paramilitares en el 32,6 por ciento (n=305), siendo señalada la
guerrilla –aunque se trata de varias– como responsable en el 18,2 por ciento
(n=170) de las violaciones; y a las fuerzas públicas o agentes del Estado en
el 10,4 por ciento de los casos (n=97).

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

50
¿Preparados para el post-conflicto?

Las mujeres víctimas destacan que los impactos del conflicto armado prolonga-
do han dejado graves e imborrables secuelas emocionales en las familias y los
hijos. Secuelas afrontadas casi siempre por las mujeres, que muchas veces no
se han logrado superar. En relación a esta situación, muchas mujeres aspiran a
que en la reconstrucción del tejido social roto por la guerra, sea posible quebrar
la frontera invisible entre lo privado y lo público. Eso supone reconocer y facili-
tar la participación social de las mujeres a partir de sus propias organizaciones
y liderazgos. También que la responsabilidad compartida del cuidado familiar
sea parte constitutiva de la transformación cultural que haga posible la justicia
y la equidad desde la casa, desde lo personal hasta lo colectivo y público, desde
lo micro a lo macro. Para que las mujeres no sigan sacrificando las posibilidades
de actuar en lo público, ni los hombres renuncien o inhiban sus sentimientos
para criar y brindar afecto. Las mujeres en sus procesos de fortalecimiento per-
sonal y social de empoderamiento, han descubierto y puesto en cuestión los
estereotipos sobre los roles, que lo privado no es solo asunto de mujeres, así
como lo público no concierne solo a los hombres.
Algunas mujeres expresan que la violencia contra los hijos, en el contexto
del conflicto armado, es una forma de represalia contra los liderazgos feme-
ninos. Liderazgos que las mujeres han asumido en los procesos de resistencia
social frente a la arremetida constante de los actores armados, la continua vio-
lación de los derechos humanos y, en particular, la violencia contra las mujeres.
En el Informe final se constata que cada familia se ha visto afectada por vio-
laciones de derechos humanos sistemáticas a varios de sus integrantes. Estas
experiencias han conllevado fuertes impactos personales y colectivos como la
fragmentación familiar. En muchos casos, el desplazamiento forzado ha sido la
única alternativa para huir de los actores armados, persistiendo a pesar de ello
las amenazas a las mujeres también como madres, hermanas o hijas de defen-
soras o defensores de derechos humanos. En la gran mayoría de los casos de los
testimonios recogidos por esta comisión, los hechos no habían ocurrido en el
lugar en el que viven actualmente las mujeres. Se demuestra así que el conflicto
armado traspasa las fronteras territoriales.
Las renuncias y pérdidas experimentadas por las mujeres, que ellas definen
como pérdida de una “vida buena”, tejida por múltiples dimensiones como la
vinculación a las raíces, el trabajo familiar compartido, la posesión de bienes,
la posibilidad de auto-sostenimiento, el hogar y los afectos, la tranquilidad y
los proyectos comunitarios de vida, han impactado profundamente sus vidas,
quebrando su ser mujeres e incrementando su sufrimiento, sus dificultades y su
vulnerabilidad en los nuevos contextos.
Este Informe Final ratifica que la violencia sexual ha sido un arma de gue-
rra utilizada contra las mujeres convertidas en objetivo militar. El cuerpo de

51
Juan Carlos Amador

las mujeres ha sido así mismo botín de guerra y territorio en disputa entre los
actores armados. Esta práctica lesiva y denigrante de la sexualidad obligada y
no consentida ha sido un ejercicio de poder de los actores armados en cualquier
tiempo y lugar durante el conflicto. La experiencia de la violencia sexual o la
amenaza de sufrir una agresión de carácter sexual han producido una distor-
sión en la sexualidad de las mujeres, en la relación con su propio cuerpo y en la
relación con los hombres. Esta violencia no ha sido reconocida ni investigada,
muestra cómo las estrategias de control de la población civil han pasado por el
territorio del cuerpo y la vida de las mujeres.
La experiencia de la maternidad se traduce como fuerza vital y emocional
de las mujeres en los contextos de guerra, en los que ellas responden por los
hijos y las hijas en constante amenaza o asedio por parte los actores armados.
Esta fuerza interior de las mujeres relacionada con dar la vida y sentirse res-
ponsables de protegerla, emerge de manera contundente en los testimonios e
invita a repensar la maternidad en contextos de guerra, como raigambre emo-
cional para vencer el miedo y afrontar la barbarie. Además, la maternidad ha
sido utilizada en el conflicto armado como una forma de golpear a las mujeres,
utilizando a sus hijos e hijas como amenazas contra las mujeres, sus acciones o
su liderazgo. El terror del impacto en los hijos e hijas ha sido utilizado como un
mecanismo de control social.

Impactos de las violaciones de derechos humanos contra las mujeres

Consecuencias socio-afectivas y Impactos específicos Consecuencias en la


proyectos de vida como mujer salud y el cuerpo
Condiciones afectivas Estigmatización social Hospitalizaciones
Condiciones económicas Identidad como mujer Discapacidad física o
sensorial
Se trunca el proyecto de vida Sexualidad Heridas
Deterioro en las condiciones de Separación familiar aban- Fracturas
vida dono
Deterioro en las condiciones Dolores crónicos
sociales
Consecuencias en vida pública o Adicciones
privada
Enfermedades
91,6% 74% 79,3%

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

La maternidad forzada, como consecuencia de la violación sexual, vulnera la


libertad y la autonomía de las mujeres, al obligarlas a enfrentar una maternidad
no consentida ni planeada. Conlleva numerosos dilemas éticos y un profundo

52
¿Preparados para el post-conflicto?

cuestionamiento de las mujeres fruto de la violencia ejercida contra ellas. El em-


barazo forzado constituye una expropiación a las mujeres de la capacidad de
ser madres y de su libertad, al vulnerar sus derechos sexuales y reproductivos
y a su propia capacidad de decisión e integridad física y psicológica.
Existen impactos graves en la salud de las mujeres, tanto físicos como psi-
cológicos. Dichos impactos propios de una guerra de varias décadas no se su-
peran por el mero paso del tiempo, sino que se agravan como consecuencia del
impacto emocional, el estrés, las consecuencias negativas en sus condiciones
de vida o el envejecimiento prematuro, y requieren de tratamientos integrales
que ayuden a su superación. Las secuelas personales más importantes son las
consecuencias en la salud que se señalaron de forma grave en cinco de cada
diez mujeres que dieron su testimonio. Además una de cada tres tuvo dolores
físicos inmediatos como consecuencia de las violaciones sufridas y a largo pla-
zo las secuelas en la salud fueron señaladas por cuatro de cada diez mujeres.
Los programas de reparación deben poner énfasis en la atención a la salud de
las mujeres víctimas, incluyendo la atención psicosocial.
Un impacto cultural del conflicto armado está relacionado con las pérdidas
del territorio y el desplazamiento, así como la imposición de prácticas asocia-
das a la militarización. La pérdida de confianza en los otros forma parte de los
impactos en las creencias básicas, el sentido de seguridad y de que el mundo y
la vida tienen un propósito compartido. Muchas mujeres afrontan los impactos
de la violencia centrándose en las prácticas religiosas promoviendo un sentido
de protección y de delegación, o expresión de confianza, en que habrá una jus-
ticia divina dado que el derecho a la justicia en el Estado social de derecho con-
sagrado en la Constitución Política no ha llegado a sus vidas, manteniéndose la
mayor parte de los casos en total impunidad. Este descreimiento y pérdida de
confianza en las instituciones es una muestra la responsabilidad del Estado, así
como que la fractura con las víctimas que debe ser considerada en las políticas
de reconocimiento y reparación.
Después de haber sufrido graves violaciones de derechos humanos, nume-
rosas formas de nueva victimización fueron relatadas por las mujeres a la Co-
misión. Esta situación de riesgo permanente, de sufrir de nuevo violaciones por
no atender al mandato del terror o por seguir llevando adelante su liderazgo,
ha llevado a sufrir nuevas violencias. La capacidad de las mujeres víctimas para
intentar desde su cotidianeidad restaurar la “vida buena” queda rota cuando
son revictimizadas tanto por los actores armados, como por las instituciones
del Estado al no garantizarles acompañamiento psicosocial y protección.
El impacto cultural ha sido especialmente relevante entre las mujeres afro-
descendientes e indígenas. Ser negra o indígena, ser pobre y mujer, han sido

53
Juan Carlos Amador

condiciones que han llevado a sufrir una mayor victimización. Las violencias
son transversales a las condiciones de marginación y pobreza de diferentes
grupos étnicos. Por otra parte, los impactos culturales como la pérdida de la
relación con la naturaleza y el territorio o los ríos, o la conversión de lugares de
respeto y vida comunitaria en cementerios o espacios del horror, han tenido un
enorme impacto en las mujeres de dichas comunidades. Las relaciones con los
ancestros, el territorio, la sabiduría tradicional y las autoridades propias se ha
visto afectada por la violencia y ha supuesto un impacto añadido en las muje-
res, sus procesos de duelo y la confianza en los demás.

El continuum de las violencias


Las mujeres sitúan la violencia que trastorna sus vidas en un continuum de vio-
lencias en la historia de Colombia, que ha comportado toda suerte de violacio-
nes y atentados contra su dignidad y sobre sus cuerpos. Ellas descubren este
continuum de violencias no solo en sus propias trayectorias de vida, sino en la
misma historia del país.
La Comisión ha constatado que numerosas mujeres que dieron testimonio
como víctimas en el escenario de la guerra, habían estado expuestas a todo
tipo de violencias en el lugar debería ser seguro para ellas, sus propios ho-
gares, por parte de hombres que formaban parte del entramado familiar. Un
26,1 por ciento (n = 243) de las mujeres declara haber sufrido violencia en sus
hogares siendo aun niñas. Una de cada siete mujeres había sufrido también
violencia sexual y otras violencias, en el ámbito familiar durante algún pe-
riodo de su vida. Se confirma así la existencia de un continuum de violencias
que recorre las biografías femeninas, los espacios de vida y de relación de
las mujeres en el patriarcado. Los actores armados refrendan y perpetúan la
misoginia y la violencia contra las mujeres propias de la cultura patriarcal. En
el conflicto armado las violencias contra las mujeres han cobrado el carácter
de estrategia que busca aterrorizar a las poblaciones, destruir el tejido social
y arrasar los espacios de vida para reducir al enemigo o contradictor. La lu-
cha contra la violencia contra las mujeres debe llevar a logros que erradiquen
el fondo de esta práctica que continua en contextos post-conflicto aunque se
logren acuerdos de paz.
La discriminación es uno de los fundamentos básicos de las violencias contra
las mujeres. Estas adquieren formas precisas en los vínculos familiares, labora-
les, académicos, sociales y políticos. Excluir la voz de las mujeres, su opinión, no
considerar sus necesidades singulares, ejercer poder sobre ellas mediante la im-
posición de la propia voluntad haciendo caso omiso de sus requerimientos parti-
culares, son situaciones que habitualmente viven niñas y mujeres en el contexto

54
¿Preparados para el post-conflicto?

de las relaciones familiares y sociales. Además de las descritas, existen formas


extremas de imponer el poder, y estas se exacerban en el contexto del conflicto
armado.

Al vulnerar el cuerpo se viola la dignidad de las mujeres. Cualquier agre-


sión y afectación al cuerpo y vida de las mujeres, es una afrenta a la dignidad,
y en consecuencia, a la capacidad de optar de las mujeres al decidir sobre su
cuerpo y sus proyectos de vida. Las violencias contra las mujeres atentan con-
tra la autonomía y el empoderamiento femenino como derechos y prácticas de
libertad y de participación.

El Informe Final destaca cómo el continuum de las violencias también recorre


las instituciones del Estado cuando se banalizan las reivindicaciones históricas
de las mujeres, al no considerarlas como actoras políticas en la construcción de
la paz, cuando no se las protege y repara de las agresiones sufridas, dejando
en la impunidad los crímenes que los actores armados legales o ilegales han
cometido contra ellas.

La violencia sexual en el conflicto armado


Los testimonios de mujeres recogidos por esta Comisión refieren numerosos
hechos de violencia sexual en el marco del conflicto armado. Narran esta expe-
riencia como una arbitrariedad y un ejercicio brutal de poder por parte de los
perpetradores, hombres, que causa un gran dolor y aterroriza a las mujeres.
De los testimonios se desprende que la violencia sexual ha sido una práctica
frecuente, y que ha sido parte, aún con diferentes modus operandi, de la coac-
ción sistemática por parte de los actores armados utilizándose como arma de
guerra.

En el Informe Final se señala que la militarización con el fin de controlar


el territorio y la población que habita en este es un contexto favorecedor de la
violencia sexual contra las mujeres. La relación que se establece entre hombres
armados y mujeres civiles incorpora la violencia sin solución de continuidad,
convirtiendo la relación entre los sexos en una imposición de condiciones y
poder que puede convertirse, en ausencia de garantías para las mujeres, en una
relación de victimario a víctima.

En el conflicto armado colombiano todos los actores armados que actúan


ejerciendo control sobre las poblaciones que habitan el territorio, han perpe-
trado violencia sexual contra las mujeres. Una de cada ocho mujeres entre-
vistadas denunció violencia sexual. En particular la violación y la amenaza
de violación, han tenido como objetivo el sometimiento, la expulsión o la eli-
minación de mujeres en las zonas que pretendían dominar o mantener bajo
control.

55
Juan Carlos Amador

La tortura y violencia sexual


Una de cada ocho mujeres entrevistadas reportó haber sufrido violencia
sexual (13,2 por ciento n=123), con una media de entre dos y tres formas
de esta violencia por cada mujer que las denunció (M=2,33; s.d.=1,75). La
tortura sexual fue más frecuente en los testimonios de mujeres afrodescen-
dientes y mestizas, así como de las regiones de Antioquia, Bogotá, Chocó y
Valle del Cauca.
Casi seis de cada diez mujeres que denunciaron violencia sexual sufrieron
violación sexual (56,10 por ciento; n=69). También manoseos en el cuerpo
(26,83 por ciento; n=33), la amenaza de violación sexual (25,20 por ciento;
n=31), agresión o burla con contenido sexual (24,39 por ciento; n=30) y el
control afectivo familiar (21,14 por ciento; n=26), seducción o insinuaciones a
mujeres como ataques sexuales a personas menores de edad (15,45 por cien-
to; n=19).
Por otra parte, se refirieron formas de tortura sexual contra las mujeres
como el desnudo forzado (14,63 por ciento; n=18), los golpes en senos y/o
genitales (8,94 por ciento; n=11), las marcas como símbolos de dominio en
el cuerpo de las mujeres (8,13 por ciento; n=10) e impedimentos para usar
determinadas ropas (3,25 por ciento; n=4) como parte del control sobre las
mujeres, o la obligación a presenciar violencia sexual (7,32 por ciento; n=9).
También esclavitud sexual (5,69 por ciento; n=7), embarazo forzado (4,07
por ciento; n=5), tortura durante el embarazo (2,44 por ciento; n=3), aborto
forzado (2,44 por ciento; n=3), y algunos casos de esclavitud sexual, pros-
titución forzada, mutilación sexual o trata de personas para explotación
sexual.

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

La escucha de los testimonios permite afirmar que las agresiones sexuales son
expresión del continuum de las violencias, por una parte, en cuanto a la relación
entre los sexos y, por otra, como modus operandi de los actores armados que
apunta a las mujeres en su calidad de objetivos militares.
Los patrones de violencia sexual más frecuentes fueron la violación sexual,
la amenaza de violación sexual y las agresiones corporales, así como la seduc-
ción forzada o la insinuación sexual, particularmente a mujeres menores de
edad. Cabe destacar la extrema gravedad de algunos casos que incluyen atro-
cidades que muestran el desprecio por la dignidad humana y el nivel de terror
ejemplificante asociado a la violencia sexual por parte de algunos actores arma-
dos, especialmente los grupos paramilitares.

56
¿Preparados para el post-conflicto?

La fuerza de las mujeres enfrentando la violencia


El afrontamiento a través de la solidaridad y el apoyo mutuo ha puesto de relie-
ve el protagonismo de las mujeres víctimas del conflicto armado en los ámbitos
familiar, comunitario y social. En estos procesos se han construido liderazgos
femeninos muy valiosos, en especial entre mujeres en situación de desplaza-
miento forzado. A su vez, la experiencia acumulada en el trabajo comunitario
ha dado lugar a importantes cambios de roles de las mujeres implicadas en él.
Seis de cada diez mujeres optaron por centrarse en su familia para proteger
su vida y la de los suyos, pero también transformando sus roles al interior
de sus familias, siendo su principal sostenimiento económico y afectivo. Este
afrontamiento muestra los esfuerzos de las mujeres por apoyar a los suyos y
el fuerte sentir de deber colectivo, unido a la necesidad de afrontar cambios
dramáticos en su vida, como la pérdida de seres queridos y el desplazamiento.
Pero que también la mayor parte de las mujeres entrevistadas transformó su
propio rol e identidad, como una forma de afrontar las consecuencias de la
violencia.
La capacidad de las mujeres de afrontar, y superar las adversidades e inena-
rrables sufrimientos producidos por los actores de esta guerra, se ha revelado
como sorprendente a través de los testimonios dados a la Comisión. Las mu-
jeres muestran una actitud activa en defensa de la vida y de manejo del dolor
y sufrimiento. Dicha actitud no se queda en la resistencia a la destrucción y en
la capacidad de protegerse y cuidar a sus familias, sino que se manifiesta en
la fuerza para rehacerse, para empezar de nuevo, después de tantas pérdidas
sufridas.
Las mujeres víctimas del conflicto armado, se revelan a través de los testi-
monios como mujeres fuertes, creativas y recursivas. Frente a la inercia y des-
protección del Estado, ellas han afrontado, con los escasos recursos disponi-
bles, estrategias de seguridad y cuidado. Un tercio de las mujeres entrevistadas
decidió no hablar sobre lo que había pasado como una forma de protección,
debido al contexto de peligro y hostilidad de los perpetradores. En la mayoría
de los casos, han tenido que tomar la difícil decisión de esconderse, huir, invi-
sibilizarse, ocultar su identidad. Han logrado así salvar sus propias vidas y las
de sus familiares. Han conseguido proteger asimismo organizaciones creadas
para la defensa de las comunidades y de los derechos humanos.
A través de los testimonios se percibe cómo, en este proceso, se han sacrifi-
cado cosas muy valiosas en función de la seguridad. Por ejemplo, la confianza
mutua y los lazos de convivencia tejidos durante largos años de construcción
colectiva de proyectos de vida. El conflicto armado ha herido de muerte relacio-
nes y afectos, y ha sembrado la semilla de la desconfianza entre personas veci-
nas y comunidades humanas asentadas en territorios asolados por los actores

57
Juan Carlos Amador

armados, tanto legales como ilegales. El miedo se ha instalado no solo en lo más


profundo de cada persona afectada por este conflicto, sino en las relaciones con
las demás.
Los contextos en que las mujeres han tratado de rehacer sus vidas han sido
en la mayor parte de las ocasiones hostiles. En un contexto de respuestas frag-
mentadas centradas en la ayuda humanitaria por parte del Estado, para las
mujeres, la ayuda más importante y lo que cuenta sobre todo, es la fuerza que
proviene de los lazos familiares y comunitarios que han tratado de fortalecer
como parte de la reconstrucción de sus vidas.
La mayoría de las mujeres denunció los hechos, ante diferentes instancias,
especialmente ante las instancias de control del Estado o la sociedad civil, pero
muy escasamente ante las fuerzas de seguridad del Estado o militares lo que
muestra su escasa confianza y en otros casos la participación de dichas fuer-
zas en las violaciones sufridas. Sin embargo, solo una de cada seis denuncias
presentadas por las violaciones sufridas estaban siendo investigadas según las
mujeres entrevistadas, aunque, en la práctica, la totalidad de los casos, estas
investigaciones no habían sido efectivas, ni habían llevado a procesos judiciales
con sentencias condenatorias.
En general, los afrontamientos religiosos vividos por las mujeres remiten a
situaciones de ausencia de poder, desprotección, y un sentimiento generalizado
de falta de sentido y de futuro. Casi cuatro de cada diez mujeres refirieron haber
realizado un afrontamiento de tipo religioso. Pero también expresan experien-
cias que generan sólidas formas de resistencia y reconstruyen la capacidad de
las mujeres para enfrentar situaciones de pérdida. En general, el afrontamiento
religioso actúa como un poderoso mecanismo para la superación inmediata de
los impactos de la guerra, proporcionando consuelo, protección y seguridad.
Las mujeres deben ser reconocidas en todos los niveles como protagonistas
de una nueva historia en sus territorios. La esperanza de las mujeres se enmarca
en el anhelo de seguir tejiendo la vida. Su capacidad de sobrevivir se manifiesta
en expresiones como esta: “Como que no podía, pero sacaba la fuerza para salir
adelante”.
Cuando las mujeres víctimas confrontaron a los actores armados, ejercieron
y exigieron, de cierta manera, el derecho a la paz y se auto-legitimaron como
sujetas de derechos para construir condiciones de reconciliación y paz. Esta
confrontación noviolenta desubica y quiebra las estructuras de poder impues-
tas por los actores armados.
El heroísmo femenino frente a los grupos armados se puso de manifiesto
cuando algunas mujeres, en medio de la confrontación armada, se interpusieron
para salvar a sus hijas e hijos o exigieron directamente el rescate de los mismos.

58
¿Preparados para el post-conflicto?

La confrontación directa con los perpetradores produjo alivio y ayudó a salvar a


seres queridos. Esta es una demostración de la valentía de las mujeres para actuar
en el riesgo, por lo general con la palabra, aunque con ello expusieran su vida.
En el Informe Final se destaca y se hace conciencia sobre las distintas formas
de afrontamiento de las mujeres y de cómo se han valido para tratar de recom-
poner sus vidas y para resistir la confrontación armada. Resalta las formas en
que las mujeres han afrontado las violencias y sus impactos acompañados a
veces por organizaciones sociales o por otras mujeres lideresas.

Enfrentando la violencia
Apoyo en organi- Cambio de rol Protección y búsque- Organización,
zación de mujeres y sostenimiento da de sentido denuncia y apoyo
familiar psicosocial
• Hace parte de • Transformación • No hablar. • Hizo denuncia.
organización de rol dentro de la
• Afrontamiento • Buscar apoyo
mujeres. familia.
religioso. psicosocial.
• Acudió a or- • Sostenimiento
• Centrarse en su • Organizarse
ganizaciones de económico y afec-
familia. para defender sus
mujeres. tivo de la familia.
derechos.
• Darle un sentido.
• Apoyo mutuo y
solidaridad.
40% 66% 78,2% 70,6%

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

Los procesos organizativos de las mujeres


como forma de afrontamiento
En muchos de los testimonios, las mujeres víctimas narran cómo después de
ser violentadas o violadas por los actores armados y por la desatención estatal,
ellas en su afán por no dejarse abatir por la guerra, llegan a procesos organi-
zativos de mujeres, organizaciones de víctimas o derechos humanos. Más de
una de cada tres mujeres se organizaron para defender sus derechos o hacen
parte de alguna organización de mujeres. Algunas ya antes habían sido parte
de procesos organizativos en sus comunidades, otras parte del movimiento de
la Unión Patriótica (partido político colombiano de izquierda fundado en 1985
como parte de una propuesta política legal de varios grupos guerrilleros). En-
contraron en otras mujeres el ejemplo y la invitación a trabajar en grupo, para
pensar en los derechos que tienen como mujeres y como víctimas. Es así como
por la sororidad (solidaridad entre mujeres) muchas víctimas se convierten en
lideresas y defensoras de derechos humanos, y entretejen sus vidas para va-
lorarse y reconocerse como sujetas de derecho, para exigir atención estatal y
contribuir a construir caminos que conduzcan a la paz.

59
Juan Carlos Amador

Los vínculos solidarios que se establecen entre mujeres víctimas del con-
flicto armado, en su mayoría en situación de desplazamiento, parecen estar
fortaleciendo la construcción de una identidad de mujeres, en la medida que
ellas se reconocen en sus experiencias de desarraigo, pérdidas y violencias pa-
decidas, pero sobre todo en sus luchas presentes por una mejor calidad de vida
en nuevos y adversos contextos. Estos espacios donde las mujeres víctimas se
encuentran, dialogan y establecen acuerdos, son una fuente muy importante de
empoderamiento.
En la organización como un espacio de empoderamiento y exigibilidad, las
víctimas forjan y proyectan escenarios en los que aprenden a reivindicar sus
derechos. Otras llegan a estos espacios organizativos con el afán de sanar los
dolores que les han causado los distintos actores armados y para buscar apoyo
para afrontar las consecuencias de la violencia en sus propias vidas o las de sus
hijos e hijas. Un tercio de las mujeres entrevistadas buscó apoyo de tipo psico-
social y acudió a organizaciones de mujeres o de derechos humanos para soli-
citar ayuda. Además, una cuarta parte trató de afrontar los hechos encontrando
un sentido a lo ocurrido, a través de mecanismos como el análisis de la realidad
o la conciencia política de lo sucedido. La organización es un espacio de protec-
ción desde las mujeres, desde la conciencia y la identidad del “nosotras”.
Como mujeres en general, y como víctimas en particular, logran unirse para
construir acciones en barrios, comunidades indígenas o afrodescendientes,
grupos de estudio, organizaciones sociales femeninas o mixtas, para apoyar en
la alimentación y protección de sus hijos e hijas, promover su propio cuidado
personal y colectivo, y para evitar ser de nuevo violentadas. La búsqueda de
protección, apoyo y orientación forman parte del sentido de estas organizacio-
nes. Intentan de diversas maneras, retejer o remendar los proyectos de vida que
la guerra les rompió. Proyectos que, por pequeños que fueran, estaban por fue-
ra de sentirse amenazadas o ultrajadas hasta en su propio hogar o comunidad.
En los procesos de organización y de empoderamiento, las víctimas, a través
de la palabra femenina con sus historias y con otras mujeres, hacen conciencia
de las múltiples y continuas discriminaciones y violencias que han sufrido no
solo en el conflicto armado sino en la vida familiar. Las mujeres sienten que
la organización es la posibilidad de construir o reconstruir memoria indivi-
dual y colectiva para comprender por qué el conflicto armado las ha afectado y
cómo pueden ser constructoras de paz. Lo organizativo se vuelve un lugar de
comprensión mínima donde se entablan nuevas relaciones con otras mujeres, y
muchas se atreven a denunciar su caso.
Muchas mujeres se han convertido en estos procesos en lideresas mostrando
su implicación y compromiso solidario con la reconstrucción de la vida colec-
tiva. También por ello algunas de ellas han sufrido amenazas que han tratado

60
¿Preparados para el post-conflicto?

de paralizar sus acciones de denuncia o su trabajo de retejer un tejido social


que quiere ser nuevamente controlado por actores armados en los lugares de
desplazamiento donde las mujeres tratan de rehacer sus vidas.
Las mujeres están transformando sus vidas y las de sus comunidades a tra-
vés de la participación en espacios que les permitan plantear alternativas de
carácter productivo o empresarial como estrategia de reconocimiento de que
otro país es posible desde el trabajo y no desde la mendicidad o la ayuda huma-
nitaria concebida como donaciones o subsidios, sin un planteamiento integral
orientado al apoyo en sus necesidades y el respeto a sus derechos.

El compromiso de reparar lo irreparable


Las mujeres señalaron la conciencia de lo irreparable del impacto de la violen-
cia en sus vidas, como el primer paso para acercarse a las víctimas cuando se
habla de reparación. También le dijeron a esta Comisión de la Verdad, que la re-
paración es un derecho de las víctimas y un deber estatal, es uno de los caminos
para garantizar el derecho a la paz en general, y los derechos de las mujeres en
particular. Así lo consideran cuando afirman que no hay nada que les devuelva
la dignidad pisoteada, y conciben la reparación como un ejercicio de reconoci-
miento y de condiciones sociales para “empezar de nuevo” en muchos casos.
El sentido de una compensación económica suficiente que les ayude a salir del
impacto de la violencia sufrida, y alternativa social para hacerle frente al dolor
y la impunidad. Antes que nada las mujeres víctimas, con sus familias y comu-
nidades, refieren la necesidad de atención en salud y atención psicosocial para
mitigar las heridas que el conflicto armado les ha dejado. La minimización de
la reparación como “un cheque”, es criticada por las mujeres con expresiones
como que “la plata no nos devuelve lo que la guerra nos quitó”.
Casi seis de cada diez mujeres mencionaron la necesidad de compensacio-
nes de tipo económico. Con frecuencia demandaron medidas educativas para
ellas y especialmente para sus hijos e hijas, y medidas de salud y atención psi-
cosocial. Cinco de cada diez refieren la importancia del apoyo laboral para las
mujeres. Es decir estas medidas tienen que ver sobre todo con la reconstruc-
ción de sus proyectos y condiciones de vida, así como a la atención a impactos
producidos por las violaciones. Las compensaciones económicas, muchas veces
totalmente escasas o absolutamente insuficiente, no pueden ser el sustituto de
este conjunto de medidas de reparación.
Las mujeres saben que los actores armados nunca podrán resarcir el daño que
les hicieron. Sin embargo, la totalidad de las mujeres que tienen familiares desa-
parecidos, exige la investigación del paradero o destino de las víctimas desapare-
cidas o ejecutadas. Más de una de cada cuatro víctimas hizo referencia a medidas
de reconocimiento de la responsabilidad como una forma de restitución de la

61
Juan Carlos Amador

memoria de las víctimas, y una de cada seis víctimas hizo referencia a la ne-
cesidad de peticiones de perdón por parte de los responsables de la violencia.
A pesar de la fuerte demanda de justicia en un contexto de impunidad, las
mujeres tienen una dimensión diferente de la justicia punible, son más amplias
que la mera legalidad, porque antes que exigir que los victimarios vayan a la
cárcel, piden ante todo la verdad y la reparación como opciones de ganar au-
tonomía física, emocional y económica para salir de la pobreza, como la vía a
la libertad y tranquilidad de no ser nunca más vulneradas. En otras palabras,
proponen transformar las reparaciones económicas y escasas, basadas en un
enfoque paternalista que casi nunca contempla a las mujeres como actoras de
desarrollo y paz, para emprender procesos productivos y de crecimiento per-
sonal o familiar de largo alcance, y no de mera subsistencia o simple rebusque
para el diario vivir.
Otro conjunto de medidas señaladas por las mujeres hacen referencia a las
condiciones políticas para la reparación. Así por ejemplo más de la mitad seña-
la como condición imprescindible la desmilitarización del conflicto. Casi cinco
de cada diez exigen medidas dirigidas a investigar y conocer la verdad de lo
ocurrido, así como medidas de justicia para establecer la responsabilidad de los
hechos. En una medida similar las mujeres reclaman la necesidad de cambios
en el Estado. Las mujeres señalan la relevancia no solo de terminar con la vio-
lencia y hacer justicia a las víctimas, sino también en la necesidad de superar
la enorme iniquidad existente y que las priva de las posibilidades de mejorar
su vida.
Las mujeres víctimas sienten que el conflicto armado les ha arrebatado su
dignidad. Por ello se proponen reconstruir sus proyectos de vida y recuperar
su ser personal, familiar y comunitario, pero en muchas ocasiones las condicio-
nes no se los permiten. Los programas asistencialistas implementados por el
Estado las mantienen en una situación de mayor vulnerabilidad, puesto que no
les garantizan una adecuada continuidad, sino que las mantienen en una ines-
tabilidad y dependencia que no contribuye a la construcción de autonomía. La
reparación debe conllevar una energía de transformación de sus vidas y no solo
medidas aisladas o fragmentadas consideradas como un donativo y no como
una manera de retomar el control de su vida en sus manos.
Las mujeres víctimas entrevistadas por esta Comisión, aspiran a que el Es-
tado con sus instituciones gubernamentales las proteja y les permita recuperar
sus procesos identitarios y organizativos en los que participaban cuando fue-
ron atacadas y desplazadas por los actores armados. En este sentido, mantie-
nen la esperanza de retornar a sus lugares de origen pero con la garantía de
poder reforzar su relación y visión de territorio más allá de querer un pedazo
de tierra para sobrevivir. Conciben la reparación como la oportunidad para

62
¿Preparados para el post-conflicto?

hacer o rehacer proyectos de sostenibilidad económica y cultural. Las medidas


de rehabilitación legal respecto la titularidad de las tierras o documentación y
arreglo de la situación legal, fueron citadas por una cuarta parte de la población,
así como la devolución de los bienes sustraídos y la devolución de las tierras
apropiadas.

Nada repara las consecuencias de la guerra, pero las mujeres quieren contri-
buir a la resignificación de sus casos colectivos o individuales frente a un nuevo
proyecto de vida. Exigen que el Estado les satisfaga los estándares mínimos de
los derechos sociales, el derecho a la vivienda como el territorio de sus casas
que fueron destruidas y los espacios de retejer sus relaciones afectivas y senti-
miento de seguridad para ellas y sus hijos e hijas. Una reparación que les ofrez-
ca oportunidades para crear proyectos desde las mujeres y las organizaciones.

La reparación desde la escucha es una forma de alivianar las dolencias de


la guerra. El silencio de las mujeres ahora tiene una voz colectiva que se une a
otras muchas voces de las mujeres y sus organizaciones amigas para los proce-
sos de formación e incidencia que pueden generarse a partir del Informe Final
y los esfuerzos crecientes de las víctimas y las mujeres de Colombia por partici-
par en un proceso de paz y reconstrucción del tejido social que transforme sus
vidas y el país.

Hablar de reparación significa también hablar de resistencia, de re-insisten-


cia, de persistencia, de construcción de masa crítica para que, como un ave fénix
de la mitología, en medio de la destrucción volver a levantar vuelo. Así como
dice una de las mujeres documentadas: “... están volviendo a crecer mis alas...
y esto me repara”. Así cada una debe volverse colectivo, volverse movimiento,
volverse cuerpo político para la denuncia, para la reivindicación de derechos,
para la exigibilidad, para alzar la voz y construir memoria. Una memoria de la
verdad vivida por las mujeres.

Las mujeres víctimas entienden y piden que la no repetición signifique que


el Estado les garantice protección para una vida digna, sin violencias físicas,
emocionales, patrimoniales. Es decir, que la negociación del conflicto armado
permita desmontar el sistema militar que asume la seguridad como el aumen-
to de la militarización y de presupuesto para la confrontación armada. Dados
los problemas de seguridad y amenazas que siguen viviendo en diferentes re-
giones del país, más de cuatro de cada diez mujeres demandan medidas para
proteger a las víctimas, y medidas de protección contra la violencia, así como
una de cada tres refiere la necesidad de cambios legales e institucionales para
la transformación del Estado.

63
Juan Carlos Amador

Medidas de reparación
Memoria y Cambios en el Verdad, justi- Medidas distri- Devolución de
perdón Estado y medi- cia y protec- butivas y desmi- tierras y bienes
das legales ción litarización
Lugares de Cambios en el Investigar Compensación Devolver la
memoria Estado paradero económica tierra
víctimas
Formas de me- Cambios Conocimiento Medidas educati- Devolver los
moria colectiva legales verdad vas para ella o bienes
sus hijos
Perdón público Medidas reha- Medidas de Apoyo laboral
bilitación legal prevención de
la violencia
Protección a Desmilitariza-
víctimas ción
Juzgar a los Salud y atención
responsables psicosocial
30,3% 51,6% 68,5% 86,2% 32,2%

Fuente: Informe final Ruta Pacífica de las Mujeres.

Las mujeres demandan la desmilitarización del territorio puesto que ha sido la


presencia y la actuación impune de actores armados la que ha trastocado sus
vidas, expulsándolas del territorio, desposeyéndolas de sus bienes y controlan-
do y torturando sus cuerpos. Una vida libre del acoso de grupos armados es
una aspiración prioritaria para reconstruir la vida, la actividad económica y el
tejido de relaciones afectivas y sociales que la sostienen.

La responsabilidad del Estado


El Estado debe asumir responsabilidad frente a las víctimas no como un favor,
sino como una obligación y una forma de reconocer los derechos a la verdad,
a la justicia y a la reparación. Un Estado que debe proteger y ser garante de los
derechos de las mujeres, si se convierte en violador de esos derechos, comete
un doble delito. El Estado debe reconocer que también es victimario y que es
responsable tanto por acción como por omisión de muchas de las violaciones
de derechos humanos cometidas contra las mujeres.
Las mujeres víctimas del conflicto armado no confían en la justicia colom-
biana, porque esta ni les cree, ni les garantiza protección y seguridad. Sienten
que el aparato judicial está más al servicio de los violentos, pues cuando una
mujer víctima decide poner su caso en manos de la justicia, superando el miedo
y la situación de inseguridad, frecuentemente es después perseguida sin que
haya medidas efectivas de protección frente a quienes la amenazan, que son
quienes se ven señalados en su denuncia o pueden verse afectados por ella.

64
¿Preparados para el post-conflicto?

La verdad sobre lo que ha significado la guerra para las mujeres, no parece


ser de interés para las instituciones obligadas a garantizar justicia. Para la recons-
trucción de la historia, de la memoria y del tejido social es indispensable que las
voces de las mujeres víctimas se escuchen y sean creídas. “Se pasan horas escu-
chando a los victimarios y nosotras dónde estamos”, es una pregunta continua
de las mujeres. Sienten que son mejor atendidos y acompañados los victimarios
que las víctimas, y reclaman una respuesta a sus demandas y que sus voces sean
tenidas en cuenta. Las mujeres víctimas no son solo portadoras de dolor, también
tienen ideas de cómo reconstruir sus vidas que deben ser la base de la reparación.
Las mujeres víctimas del conflicto armado hacen un llamado al Estado y a la
sociedad en su conjunto frente a la indiferencia, la inoperancia de la justicia y la
impunidad ante sucesos como los denunciados en este Informe Final.
El Estado es responsable de la reparación de las afectaciones psicosociales
que ha causado el conflicto armado a las mujeres. Responsabilidad que debe
reflejarse en vencer la indiferencia social hacia las mujeres víctimas y darles
acceso a servicios de atención y acompañamiento psicosocial que se basen en
un enfoque de derechos humanos, se den con la necesaria continuidad, se base
en estructuras y profesionales de confianza y que se oriente a la reconstrucción
de sus lazos, afrontar el sufrimiento y fortalecerse como mujer en relación con
otras, potenciando las experiencias de resistencia.
El compromiso del Estado de asumir sus responsabilidades se debe reflejar
en el cumplimiento de los tratados internacionales suscritos y ratificados por
Colombia, así como de las leyes nacionales para erradicar y sancionar las vio-
lencias contra las mujeres, como deber indeclinable para la garantizar el dere-
cho a la paz y a un país sin violencias.

La metodología y las voces de las mujeres


El proyecto de Comisión de Verdad, que ha dado lugar a este Informe Final, es
una apuesta metodológica para visibilizar las violencias y hacer audibles las
voces de las mujeres silenciadas por muchos años en el conflicto armado.
Al hablar de sus historias de infamia, las mujeres están tratando de enten-
der y dar sentido a lo que pasó y porqué pasó; buscan asimismo el porqué del
ensañamiento de los actores armados contra ellas.
Las mujeres víctimas también interrogan al modelo de Estado que permite
las violencias contra las mujeres, que ha excluido a las mujeres de los espacios
de toma de decisiones, y que ha legitimado el androcentrismo en las políticas
públicas.
La riqueza de esta Comisión de Verdad es que tuvo la confianza de mujeres
que han padecido en carne propia un sinnúmero de violencias en el marco del

65
Juan Carlos Amador

conflicto armado. Las voces de mujeres víctimas son una radiografía del horror
del conflicto armado. Voces y radiografía que claman por la visibilización de
las afectaciones de la guerra. Y por el urgente reconocimiento y acompaña-
miento psicosocial que debe brindar el Estado a las víctimas, para enfrentar el
dolor y el miedo y contribuir a la reparación integral tanto en medio del con-
flicto armado, como en el buscado post-conflicto. Esta política de atención y re-
conocimiento debe ser una prioridad y de largo aliento, en un país con víctimas
masivas. Una dimensión que no cabe en los números que la describen.
La Comisión de la Verdad fue una apuesta por los diálogos de saberes como
esperanza para hacer de la palabra el dispositivo por excelencia de la inventiva
humana. Se puso en alto la palabra de las mujeres, a partir de la confianza que
tejió la entrevistada con la entrevistadora, y las organizaciones de mujeres con
las víctimas y la Ruta Pacífica.
La metodología de investigación permitió el acercamiento con las mujeres
víctimas del conflicto armado de una forma ética, sin provocar formas de nueva
victimización de sus violencias, gracias al apoyo emocional ofrecido, el ajuste
de las expectativas, y al pertinente manejo de la información obtenida en cada
testimonio. Dar su testimonio fue un ofrecimiento para las mujeres que tuvo
sentido para ellas. La definición del guión y las características de la entrevista
constituyeron el centro del proceso y fueron elementos clave para establecer
confianza y acogida a las mujeres que participaron en el proyecto. Además, en
muchas ocasiones se logró profundizar en las motivaciones y expectativas de
las mujeres para tener en cuenta su situación y necesidades, lo que permitió
tener una mejor claridad sobre las posibilidades y límites del proyecto.
El equipo de trabajo logró evidenciar una articulación entre lo profesional
y lo humano. El compromiso de cada una logró hacer significativos aportes en
términos logísticos, investigativos y de aprendizaje.
La relación de la Ruta de Pacífica de las Mujeres con otras organizaciones,
sobre todo de mujeres, fue un elemento facilitador del proyecto y a su vez es
un desafío de cara a tener una mayor incidencia y trabajo colectivo en el país.
Se hizo una investigación que además de cumplir con ciertos criterios me-
todológicos, ha tenido un profundo rigor ético, político desde una postura fe-
minista, que permitió generar estrategias de investigación y acompañamiento
psicosocial, a pesar de los escasos recursos para tan ingente tarea.
La metodología adoptada permitió que se les creyera a las mujeres víctimas
porque la memoria colectiva permite romper con el estigma y la duda sobre
cada una de ellas. Confirma la construcción de memoria desde la base, desde
sus vivencias y no desde análisis teóricos o distantes de su experiencia. Ha
sido parte de un proceso de ponerse cerca del lugar de las víctimas y entender

66
¿Preparados para el post-conflicto?

profundamente sus miedos y admirar sus fortalezas para superar el horror de


la guerra. Esta experiencia constituye una contribución a romper el silencio
con una perspectiva de dignificación y reparación integral y un aporte para el
fortalecimiento de redes de apoyo mutuo.
La voz de las mujeres víctimas debe ser escuchada en el país. Debe ser teni-
da en cuenta por la sociedad, una buena parte de la cual ha vivido al margen de
esta problemática y ha estado condicionada por el miedo o la representación de
una realidad que no ha permitido dar sentido a esta experiencia masiva, de la
que el Informe da una pequeña cuenta. Las violaciones de derechos humanos
cometidas y la dignidad de las mujeres deben ser reconocidas por el Estado.
Esta memoria también supone también una sanción moral a los perpetradores
que han causado tanto dolor y destrucción, y una exigencia de compromiso
en la prevención. La paz no es a estas alturas del conflicto armado un deseo
bien intencionado e ingenuo, sino una exigencia social, moral y política. Una
propuesta también de las mujeres, de la que este proceso y este informe dan
cuenta, y forman parte.

Recomendaciones
En estas páginas se sintetizan las recomendaciones de la Comisión de Verdad
y Memoria de Mujeres colombianas. Forman parte de la reflexión compartida
de la Ruta con los testimonios de las víctimas y otras organizaciones y sectores
cercanos. Recogen algunas propuestas para la transformación del conflicto ar-
mado colombiano que surgen de este trabajo, y que quieren alimentar el debate
y la acción política a favor de la verdad, la justicia, la reparación y la paz.

La Verdad para Colombia


• Colombia requiere una Comisión de la Verdad que contribuya al esclareci-
miento de lo ocurrido y a poner las bases de un proceso de transformación
del conflicto incluyendo la perspectiva de las víctimas, como instrumento
de reconstrucción del tejido social que ayude a generar una memoria colec-
tiva incluyente, que debe recoger la voz y la participación de las mujeres.
Esta Comisión debe ser realizada como un proceso desde la base, desde las
narraciones de las víctimas, y contribuir a la reconstrucción comunitaria
y con un profundo respeto a su dignidad. Esta Comisión de la Verdad y
Memoria de Mujeres Víctimas llevada a cabo por mujeres con el lideraz-
go de la Ruta Pacífica es un aporte a este propósito, y debe ser tenida en
cuenta para las iniciativas que se construyan en el país como parte de un
verdadero proceso de paz.
• Una Comisión de la Verdad debe contemplar en su composición la partici-
pación de mujeres de manera paritaria, que deben de tener conocimiento

67
Juan Carlos Amador

de la situación de las mujeres como consecuencia del conflicto armado y


destrezas para acoger y propiciar la inclusión de las mujeres en el desarro-
llo de la misma.
• Una Comisión de la Verdad no es solamente un informe que describa lo
sucedido o investigue sus causas en el país con independencia y legitimi-
dad, sino que debe enfatizar la dimensión de proceso, estableciendo me-
canismos eficaces de escucha y empatía, incorporando los testimonios de
las mujeres víctimas y con acompañamiento psicosocial. Además, una Co-
misión también es un proceso social, por lo que esta verdad tiene que ser
difundida y escuchada por otros sectores de la sociedad, mediante audien-
cias públicas y otros recursos que permitan no solo investigar los hechos
sino difundir sus resultados.
• El derecho a la verdad es parte del sentido de justicia y reparación. Las
víctimas necesitan que su experiencia sea reconocida y validada, que las
víctimas sobrevivientes y las personas muertas y desaparecidas, así como
las comunidades afectadas, sean reconocidas en su dignidad.
• Los enfoques sobre las víctimas deben poner énfasis en la situación de las
mujeres que han cargado con el impacto del dolor y la reconstrucción de
sus vidas, sus familias y comunidades en contextos precarios y en medio
de una enorme sobrecarga afectiva y social. Se deben reconocer las graves
discriminaciones en todos los ámbitos, las vulnerabilidades e injusticias
promovidas por el mismo Estado que se expresan en la marginación, la
violencia, la negación y la exclusión social que han padecido a lo largo de
sus vidas y en el conflicto armado.
• Una Comisión de la Verdad oficial debe tener espacios propicios y condi-
ciones adecuadas para que las mujeres cuenten sus historias y las violacio-
nes de derechos humanos sufridas, en un contexto de confianza y teniendo
en cuenta la confidencialidad cuando sea necesario. Especialmente la for-
mación de las personas que entrevistan o investigan sobre los casos debe
incluir herramientas de investigación propicias y ser sensibles respecto
hechos frecuentemente estigmatizantes de los que las mujeres han sido
objeto como la violencia sexual o el reclutamiento forzado.

Políticas de reparación
• Las demandas de las mujeres deben ser acogidas para ajustar y comple-
mentar la Ley de Víctimas y Tierras que hoy se está aplicando en Colombia.
Para una adecuada reparación se debe crear una estructura institucional
transitoria con toda la capacidad política y operativa para lograr la repa-
ración integral, que debe tener el poder de coordinación de ministerios e
instituciones de acuerdo al nivel de la catástrofe social vivida por el país

68
¿Preparados para el post-conflicto?

con la guerra, dada la dimensión del impacto individual y comunitario en


grandes áreas del territorio, la mentalidad y la cultura. Esto trasciende la
actual Unidad de Víctimas y Tierras.
• Las políticas de reparación que tienen que ver con la memoria y la verdad
para la no repetición de la violencia, deben develar los imaginarios y re-
presentaciones que circulan alrededor de las mujeres en la confrontación
armada, señalando las atrocidades, el dolor y las particulares formas de
ensañamiento contra sus cuerpos, en tanto territorios reales y simbólicos
en los cuales se ha llevado a cabo la guerra. Las políticas de memoria de-
ben orientarse a transformar los enfoques de masculinidades militaristas
que suponen una condición necesaria y una práctica de la violencia contra
las mujeres en el país.
• El Estado y la institucionalidad pública y privada deben contribuir a la
desestigmatización de la condición de las mujeres víctimas, con recono-
cimientos y políticas públicas que muestren no solo su respeto y empatía,
sino reconociendo sus capacidades de afrontamiento, resistencia y la ac-
ción transformadora de las mujeres víctimas y sobrevivientes de la violen-
cia para Colombia.
• Las medidas de reparación y reconocimiento deben poner énfasis en la
situación de las mujeres víctimas. Entre las condiciones a superar están la
exclusión y la discriminación histórica de las mujeres. Desde el enfoque de
la interseccionalidad se debe tener en cuenta la triple discriminación de las
mujeres, promoviendo cambios en las condiciones que faciliten una parti-
cipación efectiva y que eviten la frecuente victimización de que son objeto
las mujeres al no tener en cuenta las implicaciones subjetivas, familiares o
sociales de muchos de estos procesos.
• Las políticas públicas sobre las víctimas deben considerar las experiencias
organizativas y los liderazgos femeninos, tener en cuenta sus percepcio-
nes, conocimiento de la realidad y confianza de las mujeres como energía
de transformación. Las mujeres tienen percepciones propias sobre la repa-
ración, el derecho a la paz y a una seguridad ciudadana no militarizada
que deben ser escuchadas por las instituciones. Estas políticas y programas
que deben contar con las asignaciones presupuestales específicas orienta-
das a atender las necesidades económicas, sociales y culturales de las que
las mujeres son portadoras y portavoces.
• Proporcionar a las mujeres ingresos para la sostenibilidad de sus proyec-
tos productivos como parte de una política económica que les garantice
una reparación integral. Se necesita que esos recursos no sean tramita-
dos como una política de subsidios de programas como el de Familias en
Acción y otros similares que han fomentado el clientelismo político y la

69
Juan Carlos Amador

pauperización de las economías propias. Ofrecer amplias posibilidades


de fuentes de empleo digno o proyectos de generación de ingresos para
las mujeres víctimas por parte del Estado y la empresa privada.
• Las mujeres deben de tener acceso a la restitución de la tierra en condi-
ciones dignas y de seguridad, con un marco legal adecuado que ayuda a
superar las dificultades de acceso a la propiedad o reconocimiento. Los
programas de retorno o reactivación económica en el medio rural, deben
proporcionar garantías para la producción agropecuaria que las inserte en
el mercado productivo y a la vez se generen condiciones para la soberanía
alimentaria. La restitución de las pérdidas debe ser independiente de la
posibilidad de retornar, dado que muchas mujeres se hayan ya integradas
en su nuevo medio y eso no puede ir en contra de su derecho la reparación.
• Las instituciones del Estado en sus diferentes niveles deben abrir espacios
para reformar las políticas de desarrollo haciendo énfasis en las necesi-
dades y liderazgos de las mujeres, promoviendo la participación de las
mujeres víctimas en dicha reformulación.
• Muchas mujeres han tenido una contribución clave en la construcción de la
paz y la superación de las fracturas producidas por la guerra, sin embargo
estas acciones han tenido en general un escaso reconocimiento. Se necesita
promover la participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida
política, social y económica, especialmente en la construcción de paz, dado
que las mujeres y sus movimientos han mostrado ser un motor esencial
para enfrentar las secuelas de la guerra y por tanto lo son para la consecu-
ción de una paz estable y duradera.
• Incrementar la divulgación de la Ley de víctimas y los decretos regla-
mentarios de la misma. Ley que en su aplicación debe tener la perspec-
tiva de las necesidades y derechos de las mujeres y debe ser diferencial
a su vez con las mujeres aplicando el principio de igualdad y no dis-
criminación, teniendo en cuenta las diferencias étnicas, los sistemas de
consulta y auto-organización propios de las comunidades indígenas y
afrodescendientes.
• El Estado tiene la obligación de garantizar a las mujeres una vida libre de
violencia y la no repetición de los hechos victimizantes, incluso después
de que finalice el conflicto armado y en el contexto de la construcción de
la paz. La existencia de mecanismos de participación de las mujeres en esa
fase del proceso es muy importante para consolidar los logros de la paz,
y para que no se privaticen las violencias contra las mujeres. Para ello el
Estado debe aplicar a fondo la debida diligencia en cuanto a prevención,
investigación, sanción y protección a las mujeres en todos los ámbitos de
su vida

70
¿Preparados para el post-conflicto?

• Garantizar la satisfacción de los derechos sociales como son la alimenta-


ción, la salud, la educación, la vivienda, las fuentes de empleo y el acceso
a la tierra, de las mujeres. Las garantías legales y la igualdad de derechos
deben hacerse efectiva. La puesta en marcha de políticas para la igualdad
y la discriminación positiva de las mujeres deben contar con mecanismos
institucionales que puedan evaluar estas políticas, observar la evolución
de la violencia contra las mujeres y promover cambios legales o institucio-
nales para su erradicación.

Atención a mujeres y rutas de atención


• Fortalecer las rutas de acceso para las mujeres con el fin de erradicar las
barreras que les impiden a ellas el consentimiento libre e informado para la
reparación y restitución de tierras, tal como lo establece la Ley de víctimas.
• Garantizar que las y los servidores públicos tengan las condiciones para
una adecuada atención a las mujeres víctimas en su acceso a sus derechos,
lo que se hace a través de la capacitación y de medidas disciplinarias por
el no cumplimiento de estándares calidad en la atención a las mujeres víc-
timas. Se debe brindar una atención con respeto y sensibilidad hacia las
mujeres y dando cabal cumplimiento a sus derechos.
• Las mujeres demandan medidas de atención en salud accesibles y que ten-
gan una perspectiva de reparación con acceso a servicios de calidad. Así
mismo se deben promover programas nacionales de atención psicosocial
de calidad y confianza, que no revictimicen a las mujeres ni afiancen ac-
titudes sumisas o dependiente, sino que se constituyan en procesos que
permitan hacer el tránsito de la “condición de víctima” a la “posición de
sujeta” y garanticen que las mujeres sean actoras, protagonistas, en los
procesos de reparación y restitución de derechos.
• Promover la creación de clínicas o centros especializados para la atención
integral a las mujeres víctimas de violencias sexuales, que ofrezcan servicios
desde la atención psicosocial y jurídica que les garanticen sus derechos sexua-
les y reproductivos con una política de cero barreras para estas situaciones.
• Este informe muestra cómo el afrontamiento de las víctimas ha resultado
clave para las mujeres y la sobrevivencia colectiva. Las políticas de repa-
ración deben ayudar a abrir espacios colectivos para las mujeres, y utilizar
las experiencias positivas de apoyo mutuo que se han dado en el país para
generalizar esas experiencias y favorecer el inter- cambio entre iguales,
que tan importante es en el caso de las mujeres. Se necesita hacer un banco
de estas experiencias y dotarlo de medios para el intercambio, la forma-
ción y la generalización de las mismas, teniendo en cuenta la voluntad de
las mujeres y los contextos locales y culturales.

71
Juan Carlos Amador

• Se necesita que la violencia sexual sea reconocida como actos de tortura y


se proporcione a sus víctimas un estatus de legitimidad y de respeto del
que han carecido hasta la actualidad. Un reconocimiento público de esas
violencias contribuiría a que las mujeres sientan reconocida esa violencia
y legitimado un dolor que llevan dentro y por el que muchas veces son
estigmatizadas o culpabilizadas.

Educación y difusión
• Requerir al Ministerio de Educación Nacional para que promueva y diseñe
una cátedra abierta en la que se analice, desde la diversidad de Colombia,
cómo el conflicto armado ha impactado en cada región, en el cuerpo y la
vida de las mujeres.
• Garantizar el derecho a la educación propia, donde no se normalicen las
violencias contra las mujeres y se visibilicen los aportes de las mujeres in-
dígenas y afrodescendientes.
• Asegurar a las mujeres víctimas el acceso a la educación formal y no for-
mal, que impulse el libre pensamiento desde una visión laica no dogmá-
tica, y que visibilice la situación y el valor como mujeres y la construcción
de una identidad autónoma y propia con capacidad de decisión de las mu-
jeres sobre sus roles y sus vidas.
• La educación es una demanda recurrente de las mujeres víctimas. Propor-
cionar los recursos públicos necesarios para que las hijas e hijos de las
mujeres víctimas puedan tener becas que les permitan acceder a estudios
normalizados, sin que las pérdidas o el sufrimiento padecido sean un obs-
táculo añadido para su acceso.
• Utilizar los medios radiales y televisivos para impulsar programas de
sensibilización y de memoria sobre los impactos del conflicto armado, la
guerra y las violencias en el cuerpo y la vida de las mujeres de todas las
edades, clases sociales y grupos étnicos.
• Solicitar a la Comisión Nacional de Televisión que realice una serie de pro-
gramas y documentales donde se reconstruyan las historias de mujeres
víctimas del conflicto armado que las redignifiquen.
• Visibilizar los casos colectivos incluidos en este Informe Final para que el
país conozca, desde las voces de las mujeres víctimas, lo que le ocurrió a
las mujeres en esos hechos, y que son solo una muestra de lo ocurrido a lo
largo y ancho del país. Cuidar en las políticas con las víctimas la necesa-
ria consulta, la no exposición pública o utilización sin tener en cuenta sus
criterios, abordando sus expectativas de una forma constructiva y siendo
coherente con el comportamiento y la acción.

72
¿Preparados para el post-conflicto?

Satisfacción, acceso a la justicia, protección


y derecho a la paz
• Los necesarios Acuerdos de Paz y su implementación deben abordar el
sufrimiento de las mujeres víctimas, sus necesidades deben ser escuchadas
y tenidas en cuenta desde un enfoque humanista que tenga a las mujeres y
a las comunidades como parte del necesario cambio social para la supera-
ción del pasado y la transformación del presente.
• La justicia para las mujeres víctimas debe tener un enfoque reparador que
se trabaje desde la transformación de los factores del contexto, las condi-
ciones y los aspectos subjetivos que las oprimen. Debe pasar porque los
perpetradores reconozcan sus crímenes y expresen su reconocimiento ha-
cia las víctimas.
• Los procesos de memoria no deberían focalizarse solo en el horror vivido
sino también en recordar, visibilizar y dignificar la capacidad y creativi-
dad de las mujeres víctimas del conflicto para resistir, y los costos físicos
y psicológicos que ha supuesto para ellas. Esto merece un reconocimiento
especial y hace parte de la Verdad que debe ser contada al país y a las ge-
neraciones venideras.
• Las formas de memoria deben estar relacionadas con el sentir de las víctimas
y activar su participación en esos procesos y no ser vistas como un elemento
simbólico o estético construido desde fuera. La participación de las mujeres
en la construcción de esas expresiones simbólicas es parte del sentido de la
memoria como elemento de reconstrucción para las víctimas y la sociedad.
• Se deben hacer reformas institucionales del sistema de justicia, policía,
fuerzas militares, reformas de propiedad de la tierra y hacia la erradicación
de las grandes brechas de desigualdad que tiene el país. Esta desigualdad
es mayor aún en el caso de las mujeres. El gobierno y las instituciones del
Estado deben tener como un indicador de sus políticas económicas y de
desarrollo el índice de desigualdad y de la posición de las mujeres en ella,
como un elemento central y del que se debe proporcionar información pú-
blica periódica.
• Instar a las autoridades públicas y militares que reconozcan de forma ofi-
cial la responsabilidad estatal, tanto por acción como por omisión, de la
violencia política en el país y ofrezcan disculpas públicas a las mujeres
víctimas del conflicto.
• Garantizar el acceso a la justicia a todas las mujeres que ofrecieron su tes-
timonio a esta Comisión de Verdad, siempre que ellas quieran llevar ade-
lante dichos procesos. Las mujeres víctimas deben contar con atención,
acompañamiento jurídico y la activación de acciones de litigio para el

73
Juan Carlos Amador

cabal acceso al derecho a la justicia por los hechos ocurridos y derivados


del conflicto armado.
• Exigir que los programas de protección garanticen de manera real los dere-
chos de las mujeres amenazadas que tengan en cuenta su situación perso-
nal y familiar. Además brindar un entorno protector a las mujeres víctimas
del conflicto armado, que posibilite agenciar sus demandas y las de sus
organizaciones con relación a la reparación integral.
• En los Acuerdos de Paz y la refrendación de estos acuerdos se debe con-
templar los derechos de las mujeres de manera independiente, específica y
con fuerza vinculante.
• El Estado debe garantizar que hacia el futuro los perpetradores privados o
públicos no van a seguir actuando con impunidad.
• El Estado debe promover en los procesos de negociación con los actores
armados no estatales y los mismos estatales, la rendición de cuentas y la
verdad que pueden aportar, como un elemento central del proceso que
contribuye a la reparación para las mujeres y las víctimas en general.
• Lograr el pacto de paz con las insurgencias y cumplir cabalmente los acuer-
dos como una garantía hacia la reconstrucción de la convivencia y crear las
condiciones para la no repetición. Respaldar el proceso de negociación de
paz que se desarrolla en la actualidad y alentar a que se pueda dar más
globalmente para buscar una paz efectiva.

Desmilitarización de la vida y los territorios


• Desmovilizar y desarmar a los diferentes grupos armados no estatales,
incluidas las denominadas “bandas criminales”. Con políticas de someti-
miento a la justicia y desactivando los mecanismos de los que se alimentan
de orden económico (tráfico de armas o narcotráfico) y político como la
impunidad.
• Las insurgencias en los procesos de negociación deben garantizar la deja-
ción de las armas y una clara voluntad de reincorporarse a la vida civil que
posibilite una reconciliación en el post-conflicto.
• La desmilitarización también debe darse en el desmonte programado de
la hipertrofia que ha traído el militarismo en las fuerzas armadas y de se-
guridad privadas y los mecanismos que enaltecen los hombres armados y
refuerza las mentalidades militaristas.
• Las condiciones de desmilitarización deben verificarse de forma efectiva
con mecanismos de observación en los que puedan participar las mujeres
con condiciones de seguridad.

74
¿Preparados para el post-conflicto?

• Generar las condiciones para el desminado de los territorios con minas


antipersona u otros artefactos, como parte de las tareas conjuntas entre la
insurgencia y las fuerzas armadas, dado que ambos actores han instalado
minas en los territorios. La contribución de la población civil debe ser te-
nida en cuenta en la localización y la prevención de nuevas víctimas. Estas
víctimas deben ser atendidas como corresponde teniendo en cuenta sus
frecuentes discapacidades.
• Cumplir con el mandato de que los hijos de las mujeres víctimas del con-
flicto armado, no presten el servicio militar obligatorio. Promover una
ley que respete el derecho a la objeción de conciencia al servicio militar
obligatorio y promueva la cultura de la paz despenalizando la negativa
a contribuir a la guerra y considerándola como un valor positivo para
la paz.

Memoria histórica y reconstrucción del tejido social


• Incluir en la historia de los textos escolares, la educación sobre el conflicto
armado y los valores de construcción de la paz de forma que se destaque
el papel de las mujeres como actoras y protagonistas de la reconstrucción
social y política de Colombia.
• Impulsar en las diferentes regionales del país, casas de la memoria para
las mujeres víctimas y desde las voces de las mujeres, como lugares de
diálogos de saberes interculturales y de recreación artística en memoria a
las víctimas y el respeto a los derechos humanos.
• Las medidas de reparación colectiva que beneficien el desarrollo de las
comunidades deben tener un enfoque de reconocimiento del daño y la res-
ponsabilidad del Estado, así como un reconocimiento a las víctimas.
• El Estado debe promover procesos de reconciliación ligados a la justicia
transicional que no revictimicen y nieguen el dolor de las víctimas. Las
percepciones de las víctimas deben ser escuchadas y tenidas en cuenta en
la construcción de las alternativas de justicia transicional, siendo la pre-
vención de la violencia y el compromiso en la paz su primera condición.
• La paz y la reconstrucción de la convivencia son tareas largas y suponen
también un cambio cultural. Debe crearse y promover una cultura de reso-
lución de conflictos desde la no violencia con programas, con los medios
de comunicación masiva, basándose en la creatividad de las comunidades
y con políticas públicas que promuevan la cultura de paz.
• Dar apoyo a las iniciativas de mujeres surgidas de la sociedad civil relacio-
nadas con la visibilidad de las experiencias de mujeres durante el conflicto
armado y, en general, con la recuperación de la memoria.

75
Juan Carlos Amador

• El Estado y la sociedad deben cuidar que la memoria pueda elaborarse de


manera activa y positiva para que esta cumpla un papel social y político
sanador para la misma sociedad, evitando que se convierta en fuente de
polarización que en una sociedad marcada por el conflicto armado basán-
dose en los valores de los derechos humanos.
• Las mujeres instan a las insurgencias a aceptar que han cometido graves
violencias contra las mujeres y deben disponerse a la verdad para el país
como una forma de justicia y de no repetición.
• El Estado debe reconocer que los procesos de desmilitarización de grupos
paramilitares ha vuelto a dejar a las mujeres y comunidades a merced de
nuevos grupos paramilitares, y debe poner en marcha una política efectiva
para su desmantelamiento de forma que se puedan dar condiciones reales
para la paz y la seguridad de las comunidades y en los procesos de rein-
tegración.
• Generar espacios de debate y deliberaciones públicas para afrontar el pa-
sado, como un camino para llegar a la reconciliación que se dará si se atien-
den adecuadamente las demandas de las víctimas. El proceso realizado
por estas más de mil mujeres es un ejercicio colectivo de mirar de frente
al dolor y tratar de darle un sentido. Un proceso que trata de contribuir
con su testimonio a la reconstrucción de las relaciones fracturadas por la
violencia. Esta es también una lección moral para la sociedad y los per-
petradores, y supone una pequeña pero decisiva semilla que esperamos
pueda germinar en otras muchas en el país. Escuchar y dejarse tocar por
esta historia es parte de nuestro compromiso y de lo que nosotras hemos
aprendido de la experiencia y del valor de estas mujeres. Este informe es
una forma de reconocimiento hacia ellas.

Referencias bibliográficas
Ruta Pacífica de las Mujeres, (2013). La verdad de las mujeres. Víctimas del conflicto
armado en Colombia. Bogotá: Creative Commons.

76
Tramas narrativas del mal y
sentimientos morales:
entre el deber y la resistencia al relato
Marieta Quintero Mejía1

Desde 1962, cuando los investigadores Guzmán, Fals Borda y Umaña asumie-
ron la responsabilidad, y, por qué no, el coraje de realizar el primer estudio
social e interdisciplinario acerca de la Violencia en Colombia,2 hasta hoy encon-
tramos que esta tragedia colectiva no cesa. Estos hechos atroces no solo se han
ido acumulando y repitiendo, sino que, con el paso del tiempo, han mostrado
la rapidez con que vuelven a suceder, su simultaneidad, la aparición de otros
eventos, e incluso su internacionalización, más allá de la complicidad que este
fenómeno ha tenido en las fronteras geográficas. Sumado a ello, encontramos
el exceso de la violencia, lo siniestro de los actos atroces, la crueldad y el ensa-
ñamiento contra la población civil atrapada entre los enemigos, especialmente,
grupos de campesinos, indígenas, y afrodescendientes en su condición de in-
fantes, jóvenes y mujeres. En otras palabras, han sido objeto de vulneración,
particularmente ciudadanos, cuyas experiencias convocan y demandan por la
distinción, la diferencia y la diversidad.

1 Docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Doctora y Post-doctora de Cien-


cias Sociales Niñez y Juventud Cinde-Universidad de Manizales. Co-directora del grupo inves-
tigación Moralia.
2 Aunque sitúo los tomos uno y dos de “La violencia en Colombia” de Guzmán, Fals Borda y Uma-
ña como uno de los primeros estudios del discurrir de la violencia entre 1930 a 1958, considero
que el informe “La violencia en el Tolima”, publicado en 1959 por la gobernación de dicho depar-
tamento es una de las historias narrativas en las que se constata con cifras, las víctimas, pérdidas
materiales y modalidades del despojo de tierra sucedidas en los periodos entre 1949 y 1957.

77
Juan Carlos Amador

En el prólogo de la segunda edición de este estudio, publicado en el 2005,


Fals Borda indica que la protesta y la esperanza motivaron esta nueva edición,
pues trascurridos cuarenta años, “la violencia y el terror” aún están presentes
como “copia fiel de lo ocurrido antes” (2005, p. 13). También señala que hoy encon-
tramos “suficiente ilustración” y poca “práctica eficaz”. Por ello, sostiene que
si bien tenemos un importante cúmulo de producción por parte de académicos,
investigadores, productores de cine y ficción literaria, son pocas las acciones
encaminadas a su solución.
Siguiendo al sociólogo, no requerimos de ninguna teoría compleja o de abs-
tracciones intelectuales para señalar que somos una sociedad que ha perdido
el rumbo y que está agrietada en sus estructuras e instituciones (Fals, 2005, p.
16). Esta postura, no debe ser entendida como resistencia a la comprensión,
sino como demanda por acciones para el restablecimiento de derechos. Para
los colombianos es conocido y valorado el compromiso político de este pensa-
dor, precisamente, con la protesta civil y con el ethos de la resistencia ante la
violencia.
Sin embargo, considero que, justamente, la comprensión de estos hechos
atroces no ha sido, no es, ni será suficiente. Agrego que dicha comprensión
permitirá fortalecer juicios colectivos acerca de la justicia ante la injusticia, de-
mandar normas e instituciones jurídicas para restablecer los derechos vulnera-
dos y, en especial, situar los sentimientos o la sensibilidad moral en la cultura
política (Nussbaum, 2014).3 Creo que a esto último, objeto central de reflexión
en esta ponencia, no se le ha otorgado un valor ético-político, a pesar de que las
víctimas han imputado, a lo largo de este conflicto armado, reconocimiento de
sus congéneres por sus sufrimientos, lo que podría traducirse como activación
de todos aquellos sentimientos que convoquen a la solidaridad. No me estoy
refiriendo a la solidaridad fría y ciega como acto de caridad ante el sufrimiento,
sino como acción política.
¿Cómo entender esta demanda o imputación? Valdría la pena preguntarse
si los sentimientos asociados al sufrimiento producido por la deshumanización
en actos bélicos pueden tener un papel constructivo en las luchas por el reco-

3 Tomo esta idea de emociones y cultura política de la obra de Nussbaum (2014), en la cual se
busca mostrar que el carácter de vulnerabilidad como seres humanos está directamente relacio-
nado con la idea de emociones, pues estas registran los prejuicios que sufrimos y que podría-
mos sufrir. Adicionalmente con esta noción, la autora busca mostrar que las emociones tienen
un vínculo con el derecho, en la medida en que las leyes penales responden a los sufrimientos
de la violación, el asesinato, el secuestro y los delitos contra la humanidad. Paralelamente,
indica que las emociones contienen creencias, modos de razonar y de apreciar la magnitud de
las cualidades con las cuales se producen los procesos de interacción. Destaco el lugar prepon-
derante de las emociones como proclives en la vida pública, pues la cultura política debe estar
atenta al egoísmo, la codicia y la agresividad con las cuales se rompe la confianza, pero también
la posibilidad de generar instituciones decentes.

78
¿Preparados para el post-conflicto?

nocimiento, en la protección ante la presencia del mal y en el restablecimiento


de derechos. A mi juicio, los sentimientos ante el sufrimiento hacen parte de
una cultura política en la medida en que estos permiten la vinculación entre
emociones con normas morales y jurídicas.
Al anterior interrogante le agregaría el valor que tiene que dicha imputación
provenga de sentimientos de niños y niñas, pues pareciera ser que los hechos de
violencia con los cuales se escenifica el mal en Colombia como masacres, minas
antipersonales, desplazamiento, entre otros, son tan atroces que la infancia que-
da invisibilizada y oculta, perdiendo con ello la singularidad del daño cometido.
Dicha singularidad, en el caso de los niños y niñas radica en la aparición del
mal, asociada con los sentimientos de dolor, miedo o temor, no por la oscuri-
dad, tal como lo analizan los psicólogos y psicoanalistas, sino como expresión
de los momentos de oscuridad, siguiendo a Arendt, que representan el riesgo
y la amenaza a perder la vida, a ser víctima de las minas antipersonales ubi-
cadas por los criminales, intencionalmente, en los caminos que conducen a la
escuela y, a sufrir reclutamientos forzados en sus espacios de socialización más
preciados: familia, escuela, barrio, vereda, entre otros. Singularidad del daño
que puede ser, también, ilustrada en el peligro que representa ser niña (mujer)
y estar atrapada en medio de la guerra, pues su cuerpo y sexualidad infantil
serán heridas y mancilladas (violencia sexual).
Precisamente, estas imputaciones de las víctimas y, en particular de la in-
fancia, me permiten encontrar en los relatos de los crímenes del conflicto co-
lombiano una vía ético-política para responder a sus demandas de sensibilidad
moral y para hacer posible una cultura pública ante el sufrimiento. En esta pro-
puesta del relato como vía ética y política, no desconozco, tal como se señaló
anteriormente, que en Colombia existe una importante producción teórica en el
tema del conflicto armado, acompañada de novedosas e inéditas metodologías
de análisis, así como algunas normativas legales, las cuales siguen siendo abso-
lutamente insuficientes.
El propósito es complementar la producción teórica y metodológica con
narrativas de víctimas, como vía de comprensión y restauración del mal, con-
templando las emociones que en esta subyacen y, con ello, dar cuenta de la
singularidad del mal, de manera que las víctimas no queden atrapadas en una
universalidad del daño. Adicionalmente, estos relatos permitirían revelar que
el mal no radica en el fracaso para adoptar las máximas buenas. Este tiene que
ver, con la crueldad humana, con la ausencia de facultad de representación y,
especialmente, con la incapacidad de afectación o sensibilidad moral y políti-
ca. Incapacidad de sensibilidad tanto de los victimarios como de los mismos
miembros de la sociedad colombiana. En otras palabras, el mal también implica
incapacidad para sentir o de afectación.

79
Juan Carlos Amador

¿Por qué tramas narrativas como fuente


de indagación del mal?
La teoría narrativa tiene su trayectoria en el campo de la lingüística y en la fi-
losofía. A pesar de que estos fundamentos tienen sus inicios en el periodo de
entreguerras, en su estudio predominó más la preocupación por sus componen-
tes estructurales que por sus dimensiones ético-políticas. Precisamente, en este
periodo de entreguerras, Bajtín en oposición a la búsqueda de cientificidad del
estructuralismo lingüístico, denunció que las relaciones dicotómicas y formales,
como objeto de estudio del lenguaje, despojan a las narrativas de su capacidad
para la comprensión y, con ello, de la preocupación por el Ser. Por ello, en 1924
inaugura, a mi juicio, una de las primeras teorías en la cual se vincula la narrativa
con la ética. El autor denomina esta conexión como filosofía del acto ético.
Para este teórico, las éticas formales se centraron en el deber ser, descono-
ciendo que la acción humana no se debe restringir a una ley a priori, ni a la
razón práctica limitada a su naturaleza cognitiva. Para Bajtín, el acto ético está
constituido por dos aspectos: responsabilidad y participación. El primero de
estos exige al sujeto reconocerse en comunidad, lo cual significa abandonar
el uso de actos comunicativos en los que se incorpore la indiferencia ante los
otros, nuestros congéneres. Actos comunicativos en cuyo sustrato encontra-
mos vivencias, sentimientos y pensamientos que surgen en correspondencia
con los otros.
Respecto al segundo aspecto del acto ético, la participación, Bajtín lo relacio-
na con una concepción volitiva del Ser “… El otro tiene un lugar en mi conciencia
emocionalmente volitiva y participativa, puesto que lo amo como a otro y no como a mí
mismo” (Bajtín, 1997, p. 53). La participación con el otro es el aspecto ético que
ratifica la idea de Bajtín de un “ser concreto” con emociones, distinto al sujeto
abstracto del ser teórico kantiano, en palabras del autor.
El acto ético en el campo de la narrativa, también se acompaña de la noción de
polifonía, con la cual el autor busca señalar que relatar, de un lado, hace parte de
la vida vivida, y, del otro, configura la memoria social, en la cual encontramos un
mundo poblado con distintas y diversas palabras; voces “ajenas” que configuran
el tesoro de la comunicación dialógica presente en una cultura. Así, las narrativas
hacen parte constitutiva de una vida vivida con, por y para los otros. Tesis que
se relaciona con los postulados del mismo Ricoeur (2006) en La vida: un relato en
busca de narrador, en donde sostiene la relación entre vida y relato.
Aunque la propuesta del acto ético en la narrativa de Bajtín queda atrapada
en medio de la persecución y las políticas del terror impuestas por Stalin, sus
postulados fueron adoptados por los seguidores del estructuralismo francés.
Precisamente, Todorov señala que las narrativas fungen como correas de trans-
misión de la historia ética y política de una sociedad, lo cual da lugar a la ins-

80
¿Preparados para el post-conflicto?

titucionalización de géneros discursivos con los cuales cada sociedad expresa


sus vínculos con el sistema normativo y sus correspondientes ideologías:

(…) una sociedad elige y codifica los actos que corresponden más o menos a su
ideología; es por esto que la existencia de ciertos géneros en una sociedad, o su
ausencia en otra, son reveladores de ésta ideología y nos permiten establecerla
más o menos con una gran certeza. No es un azar el hecho de que la epope-
ya sea posible en una época, la novela en otra, el héroe individual de ésta se
oponga al héroe colectivo de aquella: cada una de esas elecciones depende del
cuadro ideológico en el cual se llevan a cabo. (Todorov, 2001, p. 54)

Para Todorov, el papel más importante de las narrativas está vinculado con el
relato en situaciones de límites extremos, término que adoptó de Arendt para refe-
rirse a la “encarnación del mal” en los campos de concentración.
Con este breve recorrido he querido mostrar algunos de los fundamentos
que nos permiten señalar, siguiendo a Todorov, el por qué no debemos resistir-
nos a abrir los expedientes del mal y a escuchar las narrativas de los infortunios
(ética de la escucha). Ante los relatos del dolor, señala el autor, preferimos re-
sistirnos a su escucha, pues, en buena medida, tenemos la tendencia a dividir
la experiencia del mal entre: a) los otros, los culpables que cometieron las atro-
cidades; b) los otros que la vivieron –víctimas–; c) nosotros los espectadores o
testigos morales; d) los expertos. A continuación expongo algunos riesgos que
tiene para el caso colombiano, estas discontinuidades actanciales.
Un primer riesgo lo expone Todorov cuando nos invita, justamente, a re-
chazar las anteriores discontinuidades actanciales –participantes– porque estas
hacen suponer que existen grupos humanos homogéneos (buenos y malos), sin
darnos cuenta o advertir que, con dicha clasificación, no solo desdibujamos la
esfera de la praxis humana, sino que despojamos de responsabilidad a quienes
realizan actos atroces y, a los mismos miembros de la sociedad (responsabili-
dad colectiva). Asimismo, esto llevaría, en palabras de Todorov, a que asumié-
ramos una indignación fácil frente a los perpetradores, ignorando con ello la
complejidad del mal (Todorov, 2002). Esta distinción actancial, efectivamente,
atenúa lo corrosivo del mal, convirtiéndolo en un asunto bastante simple y aje-
no para aquellos que no lo padecen.
Otro riesgo de estas distinciones artificiales entre personajes con sus accio-
nes (modelo actancial) es suponer que en la sociedad hay elegidos a padecer la
experiencia de la crueldad, y, por supuesto, en este reino del mal no estamos
incluidos, ni tampoco hacen parte quienes integran nuestros círculos éticos cer-
canos. Entonces, ¿por qué incomodarnos? Esta horrenda simplicidad se asocia
con la indiferencia o mal consentido, siguiendo al filósofo Arteta (2010), que

81
Juan Carlos Amador

sería una especie de “mal extendido”,4 en el que predomina, de un lado, la


insensibilidad frente a lo acontecido y, del otro, la resistencia a escuchar los
relatos de las víctimas, aunque incluyamos sus sufrimientos dentro de nuestra
agenda televisiva o del espectáculo ficcional del mal.
Como consecuencia del anterior riesgo, el “mal extendido” ha permitido por
muchos años convivir en una atmósfera del mal y, con ello, legitimar los excesos
de la guerra, perder la capacidad de imaginar la muerte de nuestros congéneres
en actos atroces e invisibilizar, insisto, la singularidad del daño causado (inca-
pacidad de singularidad y de representación del mal). En Colombia, consignas
como “no dejar ni la semilla”, es decir, matar a los niños y a las mujeres próximas
al alumbramiento por tener la semilla del enemigo, cercenar los órganos de las
víctimas y colocarlos en la boca, practicar orgías sexuales en cuerpos de las mu-
jeres, así como realizar cortes sobre los cuerpos masacrados (bragueta, florero,
franela, corbata, entre otros) representan los excesos, la singularidad del daño
y dan lugar a la aparición del término tanatomanía, propuesto por Guzmán, Fals
Borda y Umaña.
La noción de tanatomanía da cuenta de las atrocidades expresadas en las con-
signas y en los cortes a los cuerpos de las víctimas, da luces para revelar que los
sentimientos negativos como el odio y el rencor han sido el sustrato de justifica-
ción de los actos criminales, pero también han sido los motores para generar en la
sociedad, por parte de los perpetradores, el asco y la repugnancia. Con ello, cons-
truir este fortín de la indiferencia. La repugnancia y el asco han sido utilizados
para ejemplificar la destrucción de la humanidad al convertir un cuerpo en objeto
(florero, cierre, corbata, entre otros). Esto resulta de la destrucción y ubicación de
los distintos miembros en otras partes del cuerpo, comunicando suciedad, conta-
minación y destrucción de la comunicación simbólica del cuerpo.
Estos sentimientos nos han hecho paralizar y enmudecer, y por qué no,
extender el mal, es decir, volvernos cómplices y espectadores indiferentes, si-
guiendo a Arteta (2010). En oposición a ello, no hemos logrado el florecimiento
de otras emociones que promuevan la resistencia y la restauración. Quizás, los
relatos de las víctimas permitirían comprender que la insolidaridad allana el
camino para que el verdugo haga uso de la tortura, como señal de grandeza y
como estrategia de extirpación de cualquier sentimiento de piedad colectiva.
Podríamos decir, entonces, que los sentimientos negativos hacen parte de
las distinciones actanciales señaladas anteriormente, en las cuales hacemos ti-
pologías del mal a partir de los hechos, lo que lleva a una homogenización y
universalización del mal.

4 A juicio de Arteta (2010) en la sociedad se habla del daño que otros hacen o sufren, pero casi nunca
de cómo y cuánto nosotros lo hemos dejado hacer y sufrir. Este autor señala que el espectador que-
da por fuera del relato, como si el mal tuviera tan solo dos protagonistas (víctimas y victimarios).

82
¿Preparados para el post-conflicto?

Otro de los riesgos que, con mayor frecuencia se extienden entre los miem-
bros de la sociedad, es la revictimización. No solo se padece el sufrimiento en
manos de los perpetradores, sino que los estigmas y estereotipos de raza, etnia,
ruralidad, orientación sexual, pobreza, condiciones sociales, entre otros, llevan
a que se considere que existen ciudadanos receptores o cautivos de la violencia.
Dichos estigmas naturalizan y justifican la existencia de víctimas destinadas a
padecer la crueldad: los elegidos.
Insistiría en que los relatos de las víctimas pondrían obstáculos a estas natu-
ralizaciones y, con ello, podríamos evitar o minimizar la extensión del mal. A
manera de ilustración, en Colombia tenemos el mal llamado “falsos positivos”
que comprometen al aparato militar y policivo del país. En esta estrategia del
mal, la victoria bélica es lograda mediante la muerte de infantes y, especial-
mente, de jóvenes inocentes a quienes se les hace pasar como miembros de
grupos armados. Estos hechos se justifican con los estigmas de que es posible
dar muerte niños y jóvenes por su condición de miseria y porque su ubicación
en contextos frágiles y precarios, geográfica y socialmente, impediría el conoci-
miento de la verdad y, con ello, la justicia.
En oposición a esta organización planeada y sistemática del mal, justamente,
las narrativas y los relatos de sus familiares –madres–, y no las cifras presentadas
en la prensa de muertos caídos en combate, han permitido mostrar la estructura,
modo de organización y exacerbación con la que se realizan estos actos.

¿Por qué en tramas narrativas del mal las emociones?


La propuesta de Ricoeur acerca de las tramas narrativas ha sido empleada en
Colombia en los estudios de las guerras civiles del siglo XX por la socióloga
María Teresa Uribe. El propósito de este estudio es dar cuenta de la incidencia
de las palabras de la guerra en los procesos de configuración de la nación ima-
ginada. Para esta autora, los eventos bélicos narrados no se tornan “…mudos,
son guerras con palabras, con relatos, con narraciones, con discursos y metáforas…”
(Uribe, 2006, sp).
Siguiendo a esta autora, en las guerras civiles, a lo que agregaría, en el mis-
mo conflicto armado, encontramos que los hechos trágicos y violentos se reve-
lan en el espacio de lo público por medio de tramas narrativas. Estas últimas
han sido construidas por ONG defensoras de los derechos humanos, colectivos,
pero, también, por instituciones políticas y jurídicas, medios de comunicación
e, incluso, por los mismos perpetradores. También hay que contemplar que hay
narrativas del mal que aún no han sido situadas en la esfera de lo público, bien
sea porque las víctimas prefirieron callar o porque las han silenciado.
En estas tramas narrativas encontramos, entre otros, agentes, circunstancias,
interacciones que develan el horror del mal y la crueldad. Con ello, no solo

83
Juan Carlos Amador

aprendemos de lo que son capaces los perpetradores, la incapacidad del Estado


para proteger nuestros derechos, su complicidad, en algunos momentos, sino,
en especial, a ser indiferentes y carentes de sensibilidad, bien sea para proteger-
nos o para no incomodarnos.
En nuestro país, las tramas narrativas tienen una mayor complejidad, pues
dada la simultaneidad de los hechos atroces y la permanencia de los mismos
en nuestra historia colectiva, no podríamos construir una narrativa resultado
de la síntesis de lo heterogéneo, como lo propone Ricoeur, pues dadas nues-
tras circunstancias del mal, no sería ética, jurídica y políticamente convenien-
te. Tendríamos una narrativa en la cual los acontecimientos se superpondrían
unos a otros, dando lugar a la construcción de una narrativa genérica sin las
distinciones y particularidades del mal. Adicionalmente, las víctimas, victima-
rios, testigos y perpetrados quedarían solapados unos con otros, como si en
los eventos del mal el daño no fuera diferencial. Incluso se correría el riesgo de
quedar reducidos los actores a la asignación de un rol o, en su defecto, a una
simple nominación con escasos atributos o no atributos personales. Con estos
modos del narrar universal, quedan en las tinieblas los sentimientos asociados
al sufrimiento y a la búsqueda de imputación y responsabilidad jurídica, moral
y política (emociones y ley).
Por ello, las tramas narrativas del mal en Colombia no pueden ser entendi-
das como simples descripciones de hechos o sucesos, estas tiene unas implica-
ciones en las luchas por el reconocimiento, en nuestros modos de obrar, desear,
pensar e imaginar, entre otros. En estas están presentes los acontecimientos que
sucesivas generaciones han padecido, los cuales, a mi juicio, han ido configu-
rando nuestras aspiraciones democráticas y, con ello, nuestras pretensiones a
una vida justa, digna o del buen vivir. Asimismo, estas tramas narrativas han
ido creando nuestros modos de subjetivación y de vínculos con los otros. En
buena medida, nos compartamos, emocionamos e imaginamos a través de los
anteojos del mal.
Lo anterior explica por qué algunos miembros de la sociedad son capaces
de participar y construir otras narrativas del mal usando distintos artefactos
que van desde actos bélicos hasta los de orden jurídico y político (parapolítica).
Otros, lo miran de refilo para no dejarse atrapar o sufrir vulneraciones, y otros
lo hacen de frente para resistir y exigir justicia.
Por ello, podemos sostener que en su naturaleza pública, el relato de lo trá-
gico algunas veces ha sido utilizado para dar argumentos y, con ello, justificar
moral y políticamente una acción bélica o jurídica. Para ilustrar, en el conflicto
armado los distintos actores enfrentados justifican acciones represivas que lle-
van al uso de torturas, desapariciones forzadas, masacres, entre otros. En otros
casos, los victimarios justifican la creación de normas jurídicas para cooptar el

84
¿Preparados para el post-conflicto?

Estado y, con ello, crear modos legítimos de organización del mal, sin el uso
de armas o dispositivos bélicos, pues emplearlos los asimilaría al rango de sus
soldados –ejecutores– cuando ellos son los intelectuales del mal (parapolítica).
En estos relatos del mal encontramos que los mecanismos de organización
no solo se limitan al uso de instrumentos y herramientas que apoyen la puesta
en marcha de los actos monstruosos, sino que emplean con intencionalidad las
emociones para promover el miedo, es decir, hacer frágil la vida pública, de
manera que pueda reinar la idea de que “en este pueblo no ha pasado nada”. Por
la complejidad del uso de estas narrativas del mal en nuestra esfera pública
considero de especial importancia seguir la máxima de Sócrates, retomada por
Ricoeur, acerca de que una vida no examinada, no es digna de ser vivida.
Con esta tesis convoco a que reflexionemos acerca del fondo opaco de nues-
tro vivir, presente en las tramas narrativas del mal. Dicha reflexión permitiría,
precisamente, que en lugar de la opacidad aparezca la luz del vivir y del estar
juntos, pues el narrador que entrega su obra –sufrir– a un lector, confía que
este cambie el obrar oscuro. En otras palabras, cuando se narra el sufrimiento
se esperan sentimientos asociados a la solidaridad y la puesta en marcha de
acciones de imputación y restauración (emociones y vida pública).
La comprensión del sufrir no es solo un acto intelectivo, se trataría, siguiendo
a Ricoeur, de que la puesta a la luz pública de la trama narrativa del sufrir entre
al encuentro con sus lectores, a quienes demanda representar el mal y, con ello,
actuar. Recordemos que para Ricoeur toda acción es mediación entre el mundo
de la experiencia con el mundo del oyente o lector, la cual no se reduce a ser el
esqueleto de la enunciación. Con esta narrativa, en la que se reconocen las dis-
tinciones del daño, también podríamos desenraizar el leguaje generalizado con
el cual se nombra este conflicto y ponerle rostro al mal. Asimismo, haríamos po-
sible que, al lado de los sentimientos de terror instaurados en nuestra vida ética
y política por los perpetradores, aparezca la solidaridad anamnésica.
Quisiera finalizar esta exposición con la cita que Nussbaum toma de Emilio
de Rousseau para ilustrar cómo la insensibilidad es también el fortín para sen-
tirnos invulnerables y, con ello, situar el mal por fuera de nuestra geografía de
las emociones:

(…) nuestra inseguridad es inseparable de nuestra sociabilidad y también de


nuestra propensión a los vínculos emocionales; si nos vemos como dioses au-
tosuficientes, no entendemos los vínculos que nos unen a nuestros congéneres.
Y esa falta de comprensión no es inocente. Engendra una perversión dañina
de lo social, dado que las personas que se creen por encima de las vicisitudes
de la vida tratan a los demás de modos que infligen, a través de la jerarquía,
sufrimientos que culpablemente no comprenden. Rousseau se pregunta: ‘¿Por
qué no tienen los reyes piedad de sus súbditos? Ello se debe a que cuentan con
nunca ser humanos’. (Nussbaum, 2006, p. 20).

85
Juan Carlos Amador

Referencias bibliográficas
Arteta, A. (2010). Mal consentido: la complicidad del espectador indiferente. Barce-
lona: Alianza.
Bajtin, M. (1997). Hacia una filosofía del acto ético. De los borradores y otros escritos,
T. Bubnova (trans.). Barcelona: Anthropos.
Guzmán, G., Fals, O. y Umaña, E. (2005). La Violencia en Colombia. Tomo II. Bo-
gotá: Prisa Ediciones.
Guzmán, G., Fals, O. y Umaña, E. (1962). La Violencia en Colombia. Tomo I. Bogo-
tá: Prisa Ediciones.
Nussbaum, M. (2014). Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la
justicia? Barcelona: Paidós.
Nussbaum, M. (2008). Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones.
España: Paidós ibérica S. A.
Nussbaum, M. (2006). El ocultamiento de lo humano: Repugnancia, vergüenza y ley.
Buenos Aires: Katz.
Ricouer, P. (2006). La vida: Un relato en búsqueda de un narrador. Vol. 25, nro. 2,
Ágora.
Ricouer, P. (2004). Tiempo y narración I: Configuración del tiempo en el relato histó-
rico. Siglo XXI.
Todorov, T. (2002). Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo
XX. Barcelona: Ediciones Península.
Todorov, T. (2001). Las categorías del relato literario. En: Análisis estructural del
relato. México: Ediciones Coyoacán.
Uribe, M. (2006). Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las gue-
rras civiles en Colombia. Bogotá: La Carreta histórica.

86
¿Escuelas reparadoras?
Apuntes sobre la atención a niños,
niñas y jóvenes víctimas del conflicto
armado en Bogotá
Juan Carlos Amador1

Introducción
A propósito de los diálogos adelantados entre el Gobierno y el grupo guerri-
llero FARC-EP desde el año 2012, así como la posibilidad de finalizar la guerra
e introducir a la sociedad colombiana en una transición hacia el post-conflicto,
uno de los desafíos más importantes para la construcción de la paz y la reconci-
liación en Colombia es la reparación a las víctimas, específicamente a los niños,
niñas y jóvenes que actualmente viven en Bogotá.
Si bien, independientemente de un acuerdo de paz, el Estado y la sociedad
están obligados a restituir los derechos que han sido afectados por las circuns-
tancias de la guerra, orientados por los principios de prevalencia y correspon-
sabilidad, es importante reflexionar sobre los modos de reparación necesarios
para los niños, niñas y jóvenes, a través de la escuela, en una transición política,
cultural y ética que implica transformar representaciones y prácticas. Quizás,
un camino posible para avanzar hacia esta transformación sea la pedagogía.
Estas reflexiones sugieren dos preguntas iniciales: ¿El tipo de escuela que pre-
domina hoy en Colombia, específicamente en Bogotá, favorece la reparación de

1 Exdirector del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD). Profesor e
investigador de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

87
Juan Carlos Amador

los niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado? ¿Qué claves pedagógicas,
epistemológicas y culturales contribuirían a consolidar este proceso de reparación?
Con estos propósitos iniciales, el presente trabajo recorre tres grandes temas
de discusión. En primer lugar, analiza algunas particularidades de los niños,
niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado en Bogotá. En segundo lugar,
aborda el concepto de reparación, no solo desde una perspectiva jurídica sino
especialmente ética y política. Y, finalmente, presenta tres estrategias pedagó-
gicas para trabajar con las comunidades educativas en Bogotá, específicamente
mediante los derechos, la interculturalidad, las narrativas y las memorias.

1. Situación actual
Existen dos grandes argumentos que justifican actualmente el diseño e imple-
mentación de políticas, programas y estrategias para atender a las víctimas del
conflicto armado y contribuir desde la escuela a la reparación integral. En pri-
mer lugar, de acuerdo con el informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y
dignidad (GMH y CNRR, 2013), a lo largo de las últimas cinco décadas el conflic-
to armado colombiano ha traído consigo 220.000 muertos, 5,7 millones de vícti-
mas por desplazamiento forzado, cerca de 25.000 desaparecidos y alrededor de
30.000 secuestrados. Aunque estas cifras generan varias interpretaciones, uno
de sus aspectos más llamativos es que murieron, durante este mismo periodo,
177.307 civiles por apenas 40.787 combatientes de los diferentes bandos.
Esto indica que las consecuencias de la guerra se centran principalmente
en la población civil y, de manera más específica, en mujeres, niños, niñas y
jóvenes. Asimismo, este conflicto armado ha incluido formas deplorables de
combate, las cuales contradicen los principios del Derecho Internacional Hu-
manitario, tales como el reclutamiento de personas menores de edad, la im-
plementación de minas antipersona y la destrucción de poblaciones bajo con-
diciones de absoluta indefensión, suceso que se refleja en las cerca de dos mil
masacres que se produjeron en Colombia entre 1998 y 2012 según datos del
informe del GMH y la CNRR.
Otra consecuencia de este fenómeno es la concentración de personas vícti-
mas del conflicto armado en cabeceras municipales y ciudades capitales. Ade-
más de vivir el despojo y el exilio, comprendido como un suceso que quebranta
las condiciones de bienestar y seguridad de familias y comunidades, el asenta-
miento en territorios ajenos es una situación que produce incertidumbre y ex-
pone a las personas inmigrantes al rechazo, la estigmatización y la humillación.
Así los niños, las niñas y los jóvenes logren acceder a la escuela en los lugares
de recepción, no están exentos de estas afectaciones. En consecuencia, son do-
blemente victimizados, dado que sufrieron hechos victimizantes en sus territo-
rios originarios y, con frecuencia, se convierten en objeto de menosprecio, no
solo por actos de rechazo sino también por ejercicios de violencia simbólica.

88
¿Preparados para el post-conflicto?

Actualmente en Bogotá la Alta Consejería para los derechos de las víctimas,


la paz y la reconciliación atiende a esta población a través de los centros de aten-
ción Dignificar.2 Se trata de un espacio institucional encargado de proporcionar
atención a las víctimas mediante procedimientos que permiten establecer su re-
conocimiento como víctimas y apoyarlas en aspectos como salud y vivienda y
darles asesoría en proyectos productivos. Atendiendo a la diversidad de culturas,
religiones, edades y géneros de las víctimas, esta Alta Consejería propone un
enfoque diferencial, capaz de brindar de manera adecuada y pertinente la asis-
tencia, atención y reparación integral de estas personas y comunidades.3
En relación con los niños, niñas y jóvenes, de acuerdo con información de
la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la Secretaría de Edu-
cación Distrital de Bogotá (2014), durante la última década Bogotá ha recibido
cerca de 400 mil víctimas, quienes han sido objeto de desplazamiento por acto-
res armados como la guerrilla, los paramilitares o el Estado. De este universo,
21.599 niños, niñas, jóvenes y adultos están vinculados actualmente al sistema
educativo de la ciudad. En el rango de 0 a 5 años había 785; en el de 6 a 13 años,
13.276; en el de 14 a 17 años, 6.794; en el de 18 a 26 años, 612; en el de 27 a 59
años 131, y en el de 60 años en adelante 1.
Esta misma dirección de la SED declara que los niños, niñas y jóvenes del
conflicto reciben educación de calidad en más de 70 colegios de Bogotá y que
la base de este tipo de educación es el enfoque diferencial. La mayoría de estas
personas se concentra en colegios de las localidades de Ciudad Bolívar, Bosa,
Kennedy, Usme, Suba y San Cristóbal. Datos de esta misma entidad indican
que existen colegios que concentran mayoritariamente a esta población en sus
instalaciones. Finalmente, dentro de esta población se incluyen personas en si-
tuación de desplazamiento, desvinculadas de grupos armados y algunos hijos
e hijas de desmovilizados.

2 A la fecha de escritura de este artículo (junio de 2014) funcionaba un centro Dignificar ubi-
cado en la localidad bogotana de  Ciudad Bolívar, y se esperaba la inauguración del segun-
do en  Bosa, para así al final de la administración de Gustavo Petro contar con siete centros.
Además, la Consejería cuenta con cinco unidades de atención y orientación ubicados en Bosa,
Kennedy, Puente Aranda, Suba y Rafael Uribe Uribe y uno más en la Terminal de Transpor-
tes que orienta a los interesados de primera mano. Tomado de: http://www.bogota.gov.co/tag/
alta-consejer%C3%ADa-para-los-derechos-de-la-v%C3%ADctimas
3 Según el sitio web de la Alta Consejería para los derechos de las víctimas, para que una víctima
sea reconocida como tal, debe solicitar una declaración ante la personería, después dirigirse a la
Unidad de Víctimas, donde le reconocerán bajo la condición. Si la persona no tiene alojamiento
en la ciudad, debe dirigirse al albergue indicado donde se le proveerá de alimento y alojamien-
to durante 60 días. Si consigue donde quedarse, como amigos o familiares, el Distrito le brinda
bonos de alimentación y una ayuda humanitaria inmediata. En la ciudad hay tres alojamientos,
dos de ellos para población indígena, dos unidades móviles que atienden a las víctimas en
situación de emergencia, y por último cuentan con un centro de memoria histórico inaugurado
en diciembre de 2012. Tomado de http://www.bogota.gov.co/tag/alta-consejer%C3%ADa-para-
los-derechos-de-la-v%C3%ADctimas

89
Juan Carlos Amador

Fuente: Secretaría de Educación del Distrito (2014).

Además de lo efectuado por la Alta Consejería para los derechos de las víctimas,
la paz y la reconciliación, entidades oficiales como la Secretaría de Educación
y organizaciones de la sociedad civil adelantan distintas acciones orientadas
hacia la reparación integral. Particularmente, en los colegios oficiales de Bogotá
se están llevando a cabo iniciativas asociadas con la protección y apoyo psico-
social a los niños y niñas víctimas. Se aspira a que los profesores y orientadores
escolares cuenten con conocimientos, criterios y habilidades para responder a
esta realidad.

90
¿Preparados para el post-conflicto?

Según la SED, cerca de 260 orientadores escolares de colegios oficiales avan-


zan actualmente en la implementación de rutas de acogida y seguimiento para
estudiantes víctimas del conflicto armado. Además de conocer su situación y
buscar mecanismos de apoyo, la estrategia de formación contempla el desarro-
llo de capacidades para trazar medidas institucionales, en asocio con entidades
como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y la Secretaría Dis-
trital de Salud, para favorecer la permanencia de estos niños, niñas y jóvenes en
los colegios y asegurar su bienestar.
Si bien, se puede concluir que la ciudad ha diseñado procedimientos valio-
sos para atender a los niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto, por la vía
del derecho a la educación, a través de su inclusión en el sistema educativo
constituido por los colegios de las localidades de Bogotá, este panorama genera
algunas preguntas. Entre ellas: además de ofrecer cupos, ¿qué prácticas peda-
gógicas diferenciales se implementan con esta población? ¿Qué implicaciones
tiene la concentración de niños, niñas y jóvenes con esta situación en determi-
nadas localidades y colegios? ¿Qué tipo de currículos deben ser diseñados para
incluir a estas personas en las comunidades educativas? ¿Estas acciones hacen
parte de la reparación integral o son parte de la asistencia que se le suele dar a
las personas afectadas por la violencia armada?
En este trabajo no se resolverán plenamente estas preguntas. Tampoco se
trata de demeritar las iniciativas del Gobierno de la ciudad en la materia o
de demostrar su ineficacia. En lo que sigue del texto, se presentarán algunos
presupuestos que contribuyan al debate y que aporten a la cualificación de
las iniciativas de reparación integral, especialmente en los colegios de Bogo-
tá. Por esta razón, se continuará con dos planteamientos: la reparación más
allá de lo técnico-jurídico; y la reparación a través del currículo y la práctica
pedagógica.

2. Reparación integral: más allá de los dispositivos


técnico- jurídicos
Comprender el sentido de una reparación humana y social no es una tarea sim-
ple. Detrás de este concepto existe un conjunto de reflexiones éticas y políticas
que implica comprender cómo la violencia, en sus múltiples dimensiones y mo-
dos de efectuación, puede llegar a debilitar la condición humana y despojar al
sujeto de su dignidad. La violencia deshumaniza y convierte a la víctima en ob-
jeto de abyección. Esto hace que el daño lo paralice y hasta lo desactive social y
políticamente. En una perspectiva sociológica, el daño moral también se vuelve
social, pues en una sociedad donde muchas personas están enfrentadas a este
vacío que deja la violencia en sus vidas, emerge la anomia social, esto es, un
fenómeno que expresa las debilidades estructurales de una sociedad para vivir
de manera relacional con arreglo a valores compartidos, pactos y prescripciones.

91
Juan Carlos Amador

La reparación integral en Colombia ha sido definida, desde el punto de


vista técnico-jurídico, a través de la ley 1448 de 2011. Esta norma compren-
de un conjunto de medidas judiciales, administrativas, sociales y económicas
(individuales y colectivas), en beneficio de las víctimas de las violaciones con-
templadas en el artículo 3 de esta misma ley. En un marco de justicia transi-
cional, la norma plantea la necesidad de hacer efectivo el goce de los derechos
a la verdad, la justicia y la reparación con garantías de no repetición, de las
víctimas del conflicto armado, así como la obligación de materializar sus de-
rechos constitucionales.
De manera específica, el artículo 25 que se centra en el derecho a la repara-
ción integral, plantea que las víctimas tienen derecho a ser reparadas de ma-
nera adecuada, diferenciada, transformadora y efectiva por el daño que han
sufrido como consecuencia de las violaciones que establece la ley (artículo 3).
La reparación comprende medidas de restitución, indemnización, rehabilita-
ción, satisfacción y garantías de no repetición, en sus dimensiones individual,
colectiva, material, moral y simbólica. Según la ley, estas medidas deben ser
implementadas a favor de la víctima, atendiendo al tipo de vulneración vivida
así como a las características de los hechos victimizantes.4
Algunos de los hechos victimizantes más conocidos que han afectado a los
niños, niñas y jóvenes que están ubicados en colegios de Bogotá, son el despla-
zamiento; el abandono o despojo forzado de tierras; las minas antipersonal; la
vinculación a grupos armados; la violencia de género y a su integridad sexual;
el secuestro; la desaparición forzada; la tortura; delitos contra su libertad, y
actos terroristas (SED, 2014). Esto indica que, además de darles un cupo escolar
y prestarles apoyo psicosocial, probablemente se requiere de iniciativas más
contundentes que permitan definir e implementar acciones de reparación, aten-
diendo al tipo de daño sufrido. De acuerdo con el GMH y la CNRR:

(…) es usual que los impactos y daños causados por las guerras se midan por
el número de muertos y la destrucción material que estas provocan. Pero la
perspectiva de las víctimas evidencia otros efectos incuantificables e incluso
intangibles. Estos daños han alterado profundamente los proyectos de vida
de miles de personas y familias; han cercenado las posibilidades de futuro a
una parte de la sociedad y han resquebrajado el desarrollo democrático (2013,
p. 259).

En esta dirección, se pueden identificar cuatro tipos de daños hacia las víctimas
del conflicto armado en Colombia: emocionales, morales, socioculturales y po-

4 La ley en mención asume que la ayuda humanitaria, definida en los términos de la norma, no
constituye reparación y, en consecuencia, tampoco será descontada de la indemnización admi-
nistrativa o judicial a la que tienen derecho las víctimas.

92
¿Preparados para el post-conflicto?

líticos. Los emocionales son formas de deterioro personal que se caracterizan


por afectar los criterios que le permiten al sujeto actuar, tomar decisiones y
establecer lazos con otros. Generalmente, este tipo de daño se manifiesta en el
miedo paralizante, la desconfianza, el odio, la rabia y el aislamiento. Según el
GMH y la CNRR (2013), esta lesión produce deterioro físico y emocional, ha-
ciendo que en muchas ocasiones las víctimas se sientan frecuentemente amena-
zadas y sufran enfermedades dada su propensión a somatizar el padecimiento
del exilio o la pérdida de seres queridos.
Los daños morales aluden al menoscabo de valores vitales para una persona
o comunidad. Generalmente, se trata de actos de humillación, estigmatización
y devaluación de la condición humana que denigran su identidad étnica, rural,
de género, sexual o generacional. Además del deterioro de la identidad perso-
nal o colectiva, se trata de una forma de agravio que produce tristeza, aflicción
y desánimo. Los perpetradores lo emplean para crear un vacío moral que no
solo desactiva a la persona sino que la ubica en un lugar de vergüenza pública.
Por esta razón, las víctimas tienden a ocultar aspectos de su identidad y a ope-
rar de manera anónima.
Los daños culturales son alteraciones producidas en los vínculos y relacio-
nes sociales (GMH y CNRR, 2013). Los relatos de las víctimas muestran que los
victimarios suelen vulnerar las creencias, prácticas sociales y modos de vivir de
las comunidades. En tal sentido, se trata de un daño que, además de profanar
las cosmogonías, saberes y prácticas que han sido instaladas en el tiempo por
una colectividad, irrumpen en los sistemas simbólicos asociados con fiestas,
celebraciones, conmemoraciones y otras actividades que configuran los univer-
sos de sentido comunitarios. Este tipo de daño deja sin recursos a las personas
para afrontar la adversidad, además de desestructurar tejidos sociales y alterar
la transmisión de sistemas de saberes y prácticas.
Por último, los daños políticos aluden a formas de deterioro de la práctica
política. Generalmente, operan mediante la estigmatización, la instauración del
terror, las amenazas, la criminalización, los atentados, el destierro y la elimina-
ción física de personas. También se manifiesta en la persecución a organizacio-
nes cívicas y políticas (GMH y CNRR, 2013). Esto hace que se acallen las expre-
siones de oposición o de resistencia y que se diluyan los valores democráticos.
Se trata de una estrategia de silenciamiento de los actores políticos, quienes
terminan invirtiendo el sistema de valores democráticos, al asociarlos con ideas
que afectan su propia existencia.
Si bien aún está pendiente por investigar el tipo de daños que ha afectado a
niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto armado que actualmente se encuen-
tran matriculados en colegios de Bogotá, se puede afirmar que la reparación

93
Juan Carlos Amador

integral a esta población pasa por el diseño e implementación de currículos y


prácticas pedagógicas que contribuyan a su recuperación emocional, moral, cul-
tural y política. Específicamente, para la reparación emocional se requieren am-
bientes educativos que permitan construir confianza, fortalecer la autoestima,
favorecer el diálogo y valorar a las personas.
En relación con la reparación moral, es necesario trabajar en torno a la recu-
peración de las memorias individuales y colectivas, el desarrollo de capacidades
para el reconocimiento de sí mismo y de los otros, el trabajo sobre la vergüenza
y la valoración de sí, así como la generación de estrategias para recuperar la
dignidad. Se trata, según Honneth (2009), de un modo de reconocimiento que
diluye el agravio moral y dispone al sujeto hacia una apertura relacional que
comprende al yo a partir del otro. Algunas claves pedagógicas para estas tareas
son los derechos, la memoria y la narrativa.
Por su parte, la reparación cultural debería considerar formas de construc-
ción de la identidad cultural a través de aspectos como: la recuperación de
saberes y prácticas; la valoración del territorio, los rituales, las costumbres, las
creencias y los valores; y el reconocimiento de la diversidad étnica, de géneros,
de sexualidades y de capacidades para la acción social. En estos propósitos po-
dría jugar un papel importante la interculturalidad crítica.
Finalmente, la reparación política demanda una educación en esa misma
línea, capaz de generar praxis para la vida política. Esto implica asumir la
tarea de repensar las instituciones para que se pongan al servicio de los ciu-
dadanos. Exige recuperar la idea de una educación laica, orientada por princi-
pios democráticos. También supone un conjunto de prácticas pedagógicas que
favorezcan una educación con, en y para los derechos. En suma, se trata de una
educación que transforme su propia manera de formar e introduzca a las per-
sonas en la tarea de construir la dignidad humana a través de la participación
y el ejercicio ciudadano.
Las herramientas jurídicas que proporciona la ley 1448 de 2011, e incluso
el marco jurídico para la paz, tienen un valor muy importante para los pro-
pósitos de la reparación integral. Sin embargo, pueden resultar insuficientes
para avanzar no solo en la recuperación de las personas y colectividades que
han vivido la guerra, sino en la posibilidad de generar las condiciones para la
paz, la reconciliación y la democracia en Colombia. Si se continúa asumiendo
la reparación como un asunto instrumental, referido exclusivamente a cuan-
tías, procedimientos de atención y subsidios, la sociedad colombiana perderá
la oportunidad de transformar estructuralmente la cultura de violencia de los
últimos sesenta años.

94
¿Preparados para el post-conflicto?

Daños Expresiones Impactos Posibilidades


pedagógicas
Emocional- Miedo parali- Encierro, desinterés, Construir confianza
psicológico zante, silencio, deterioro de auto-
Volver a hablar y expresar.
desconfianza, estima, deterioro
aislamiento, odio, físico, enfermedades, Fortalecer la autoestima.
rabia. persistencia de ame-
nazas y riesgo. Valoración de las potencia-
lidades.
Moral Estigmatizar, de- Afectación de la Construcción de identidad
valuar y humillar. identidad individual y individual y colectiva. Re-
colectiva. conocimiento de sí mismo
Sacrilegio, profa-
y de otros.
nación, humilla- Tristeza, aflicción,
ción y discrimi- desánimo, vergüenza. Tramitación de la vergüen-
nación. za.
Alteridad.
Socio-cul- Vulneración de Sin recursos para Construcción de identidad
tural creencias, prác- afrontar la adversi- cultural. Recuperación de
ticas sociales y dad. Desestructura saberes y prácticas.
modos de vivir. tejidos sociales y alte-
Valoración del territorio,
ra la transmisión de
Culto a figura rituales, costumbres,
saberes y prácticas.
de comandante creencias y valores.
autoritario. Obstaculiza el trá-
Valoración de la diversi-
mite del dolor y el
Modelos de dad étnica, de géneros, de
duelo.
masculinidad y sexualidades, generacional
feminidad. Pérdidas materiales. y de capacidades para la
Despojo de vivien- acción social.
das.
Daño polí- Criminalización, Eliminación física de Participación, ejercicio
tico destierro, estigma- personas, atentados y ciudadano.
tización, instaura- amenazas.
Reinvención de las insti-
ción del terror.
tuciones y de la sociedad
Persecución a civil.
organizaciones
Educación en, con y para
cívicas y políticas.
los Derechos.

Fuente: elaboración propia con base en el Informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y
dignidad (GMH y CNRR, 2013).

Como se señaló al inicio, la transicionalidad no solo es jurídica y económica


sino especialmente ética, política y cultural. La presencia de los cerca de 20.000
niños, niñas y jóvenes víctimas del conflicto matriculados en colegios de Bogo-
tá, en lugar de ser un obstáculo para la paz y la convivencia, puede convertirse
en una oportunidad única en la historia del país para transformar la cultura
escolar que predomina en estas instituciones educativas. A continuación se

95
Juan Carlos Amador

presentarán tres propuestas pedagógicas que buscan convertirse en criterio y


posibilidad para los tipos de reparación que se deben priorizar desde el espa-
cio escolar. Estos son los derechos; las narrativas y la memoria, y la intercul-
turalidad.

3. Propuestas pedagógicas
Educación en, con y para los derechos
La educación y el cuidado impartidos a los niños, niñas y jóvenes constituyen
un derecho humano fundamental que no solo debe responder a las necesidades
de ellos y ellas sino que debe garantizar igualdad. Dicha igualdad no debe ope-
rar por la vía de la asistencia, la prevención o la compensación, sino mediante
ambientes que favorezcan lo nuevo (conocimientos, habilidades, interacciones,
formas de socialización, subjetividades) en un marco de justicia, reconocimien-
to y solidaridad.
Se trata de una educación que propende por el buen vivir y por la vida
buena. Esto significa que las prácticas pedagógicas han de orientarse por la
búsqueda de condiciones y posibilidades para garantizar en la praxis sujetos de
derechos. Exige pasar del estigma de la anormalidad y la pobreza a la habilita-
ción de enigmas para futuros posibles (Pineau, 2008).
La educación en, con y para los derechos debe aprovechar todos los mo-
mentos pedagógicos para avanzar en la justicia y la igualdad, las cuales se
constituyen en una deuda histórica frente a los niños, niñas y jóvenes víctimas
del conflicto armado en Colombia. Las prácticas pedagógicas centradas en los
derechos han de guiar esta búsqueda, promoviendo las mejores posibilidades
para la formación, a través de ambientes dialógicos en los que los sujetos sean
capaces de reconocerse más allá de su rol de alumnos.
Este tipo de educación debe regirse por la confianza, el amparo y el cuidado
(Pineau, 2008). El derecho a educarse requiere de estas condiciones dado que el
ser humano no llega al mundo equiparado para actuar bajo el desamparo. La
fragilidad humana en lugar de ser un defecto es un atributo que hace posible el
afecto, la emoción y la acogida del otro. Este equipamiento es labor imprescin-
dible de la educación, especialmente en el contexto de precariedad que muchos
de los niños, niñas y jóvenes viven.
Finalmente, es una educación que se debe basar en el principio de la educa-
ción laica, comprendida como una condición necesaria para la democracia, la
ciudadanía y la promoción de derechos humanos.

Interculturalidad crítica
El camino hacia la transicionalidad ética, política y jurídica requiere muchos
esfuerzos, entre ellos educar a las generaciones jóvenes en, con y para el post-

96
¿Preparados para el post-conflicto?

conflicto. Uno de estos caminos es la educación intercultural, esto es, un pro-


ceso progresivo de construcción de subjetividades que se basa en la articula-
ción de saberes y experiencias que se encuentran en la intersección diversidad,
identidad y diferencia. En un país con un conflicto armado prolongado, pero
a la vez con atributos como la diversidad y multiculturalidad, se requiere de
pensamientos y prácticas otras capaces de descolonizar el saber, el poder y el ser
que sostienen las estructuras de dominación política, social y cultural.
La interculturalidad es un concepto originado en perspectivas críticas de las
ciencias sociales, con tres intenciones precisas:

1. Reconocer la diversidad como condición humana, social y cultural de los


pueblos y sociedades, especialmente de aquellos que, a pesar de haber
transitado por estructuras coloniales, han acumulado riquezas de saber
y experiencia.

2. Considerar las diferencias socio-culturales, históricas y políticas (étnicas,


sexuales, de género y generacionales) como una diáspora que posibili-
ta la complementariedad y la creación, asunto que requiere valorar la
divergencia y rechazar la homogeneización cognitiva, social, cultural y
política.

3. Generar condiciones y estrategias para que esta polifonía de saberes y


experiencias, en lugar de ser obstáculo, se articule con el fin de alcanzar
progresivamente la descolonización, la desmercantilización y la reinven-
ción del Estado (Santos, 2010).

Siguiendo a Santos (2010), la interculturalidad implica transitar de la razón in-


dolente (prototípica de la racionalidad moderna capitalista) a la ecología de sa-
beres. Esto implica transitar: de la monocultura del conocimiento científico a la
ecología de saberes (cotidianos, ancestrales, estéticos, espirituales y de sentido
común); de la monocultura del tiempo lineal a una ecología de temporalidades
(tiempos no lineales y construidos a partir de cosmogonías, tradiciones y siste-
mas simbólicos divergentes); de la lógica de clasificación social a una ecología
de reconocimientos en clave de etnias, géneros, sexualidades, generaciones y
capacidades diversas; de la lógica de escala dominante (espacio y territorio) a
una ecología de ‘glocalidades’ y ‘transescalas’5, capaz de resignificar las rela-
ciones entre lo local y lo global; y de la lógica del crecimiento económico a una
ecología de economías solidarias.

5 Se trata de una construcción alternativa del espacio en el que lo local adquiere relevancia, dado el reco-
nocimiento que los actores sociales hacen de los saberes y prácticas que este posee, en diálogo con otros
acumulados epistémicos y prácticos que proceden del orden global.

97
Juan Carlos Amador

Razón indolente Ecología de saberes


Monocultura del conocimiento científico Ecología de saberes
Monocultura del tiempo lineal Ecología de temporalidades
Lógica de clasificación social Ecología de reconocimientos
Lógica de escala dominante (espacio y Ecología de ‘glocalidades’ y ‘transescalas’
territorio)
Lógica de crecimiento económico Ecología de economías solidarias

Fuente: adaptado de Hacia una epistemología del sur, Santos (2010).

Más allá de la inclusión de las minorías culturales en los planes y programas


educativos, como un acto de asistencia o de estrategia ante las demandas de
estas poblaciones, la política educativa, en clave intercultural, debe definir qué
tanto el Estado y los sectores hegemónicos están dispuestos a ceder en relación
con los enfoques, contenidos y prácticas pedagógicas instituidas en el tiempo,
por lo menos a partir de la conformación de las repúblicas.
La educación intercultural, en un sentido amplio, aporta a la construcción
de sociedades democráticas incluyentes. El punto de partida de este tipo de
educación es la negación del racismo, los nacionalismos y los etnicismos segre-
gadores. El aprendizaje y la comprensión interculturales solo tienen sentido
si contribuyen a superar las prácticas de exclusión, avasallamiento y domina-
ción de grupos, pueblos y culturas por ser o pensar diferente. Según Gudynas
(2011), esto requiere también de la construcción de una interculturalidad críti-
ca, intelectualmente basada en la idea de que la inclusión es la idea directriz de
las instituciones y de la sociedad.
El presupuesto principal es que la educación intercultural no solo es un me-
canismo para vivir en diversidad sino para reconocer otros modos de ser, estar
y actuar en el mundo, bajo una perspectiva de alteridad y de justicia como equi-
dad y reconocimiento. En tal sentido, la educación intercultural ha de tener en
cuenta lo étnico, los géneros, las sexualidades, las generaciones y la situación
de discapacidad.

4. Memorias y narrativas
La memoria es un concepto trabajado especialmente en disciplinas como la so-
ciología, la historia, la psicología y la antropología, que se pregunta por los
recuerdos humanos (individuales y colectivos), los significados del pasado en
las personas y los modos de representación de lo ocurrido en el tiempo a través
de distintos recursos, entre ellos los narrativos y performativos. Con frecuen-
cia, los autores dedicados a estos problemas desde inicios del siglo XX, han
debatido sobre las condiciones sociales, políticas y culturales que influyen en
la activación del recuerdo, la conveniencia de rememorar u olvidar, así como el

98
¿Preparados para el post-conflicto?

papel que juega el testimonio y la historia oficial en su configuración (Halbwa-


chs, 2004; Jelin y Kaufman, 2005).
Al respecto, vale recordar el aporte de Jerome Bruner (2004, 2013) sobre este
concepto. Para el psicólogo estadounidense el pensamiento humano es ante
todo narrativo. Aunque en sus primeros trabajos planteó una marcada distin-
ción entre pensamiento paradigmático y pensamiento narrativo, más adelante
ratificó la prevalencia del segundo en todas las formas sociales.6 Según Bruner
(2013), los sujetos son fabricantes de historias. Se narra para darle sentido a la
vida y comprender sus paradojas. La narración es una dialéctica entre lo que se
esperaba y lo que sucedió, entre lo previsible y lo excitante, entre lo canónico
y lo posible, y entre la memoria y la imaginación. Finalmente, señala Bruner
que los seres humanos son algo así como una fuente para crear relatos. Por
esta razón, las narrativas incluyen el yo no solo como un espectador sino como
protagonista de lo ocurrido o de los mundos posibles. Esto plantea no solo la
importancia de la construcción de la identidad, sino el carácter ético y estético
del yo y el otro que se puede desprender de la narrativa.7
Otros autores, como Hayden White (1992), sostienen que, en el contexto de las
narrativas de ficción y la histórica, es clave establecer los aspectos constitutivos de
la narrativización de hechos reales. La narrativización es un suceso en el que el narra-
dor se vuelve invisible y la narración fluye libre, tratando de dar autonomía a los
acontecimientos, los cuales parecen hablar por sí mismos. Finalmente, agrega Whi-
te (1992), la fuerza de la narrativa no está en sus recursos discursivos de carácter
semiológico o pragmático, sino en la atmósfera moral y social en la que acontece.
En términos pedagógicos, no se trata de visitar el pasado con los ojos del
historiador, sino de recorrer sus intersticios a partir de las inquietudes del pre-
sente. Por esta razón los argumentos que justifican por qué recordar o narrar
son fundamentales. Así:

6 Según Bruner (2004), los modos de razonamiento de las personas, tanto en situaciones simples de
su vida cotidiana como en experiencias especiales (de felicidad, dolor o deseo), emplean formas
narrativas diversas con el fin de producir sentido a sus relaciones consigo mismo, con los otros y
con el mundo. La construcción de significados surge de la narración, de la continua actualización
de historias y de complejidades que suelen incorporarse a los relatos mediante la problematiza-
ción constante de las tramas. Para Bruner (2013) las historias de los pueblos y culturas han sido
construidas a través de las normas, los discursos científicos y los mecanismos de la narración, lo
que indica que los sujetos en sociedad en algún momento fungen como narradores. Asimismo,
señala Bruner que históricamente la narración no ha sido reconocida socialmente como una acti-
vidad intelectual válida. Sin embargo, narrar es una práctica de gran complejidad que requiere la
selección e integración de distintas textualidades, narrativas y conocimientos.
7 Este problema fue abordado por Bajtín (1993), a propósito de la obra de Dostoievski. Destaca que
el personaje puede ser un ser repugnante que exhibe sus bajezas en lo que denomina el subsuelo
de la realidad. Sin embargo, es justo en esa capacidad de exponer lo humano donde adquiere
gran valoración la obra literaria. Es en la plasticidad del personaje y su propensión a transfor-
marse, en donde hace apertura una relación particular con el lector, pues se producen confronta-
ciones y autodefiniciones inacabadas en las que el sujeto puede interpelarse. El asunto llega a tal
nivel, que el héroe también se vuelve ambiguo e imperceptible.

99
Juan Carlos Amador

• La memoria y la narrativa permiten ordenar los hechos del pasado em-


pleando fuentes diversas como los documentos, los testimonios, las imá-
genes, los textos literarios y los textos audiovisuales.
• La memoria y la narrativa aportan a la construcción del tiempo histórico.
Más allá de una historia inmóvil, ajena y oficial, los estudiantes podrán
descubrir su lugar como sujetos históricos en los acontecimientos de su
barrio, ciudad y país. Asimismo, podrán establecer relaciones secuenciales
y simultáneas entre los tiempos personal, familiar y social.
• La memoria y la narrativa favorecen la descentración histórica. Esto sig-
nifica que, atendiendo a la potenciación del pensamiento narrativo, por la
vía del texto (escrito, imagen, visual, sonoro, digital…), los estudiantes po-
drán distanciarse del aquí y el ahora para ubicarse en los planos temporo-
espaciales objeto de reflexión.
• La memoria y la narrativa fomentan la conciencia histórica. En la medida
que logren mayores comprensiones de los acontecimientos ocurridos, aten-
diendo a la complejidad de las causas así como a la reconstrucción (abducti-
va) de los hechos, los estudiantes tendrán herramientas para construir iden-
tidad y asumir su lugar en el mundo social que le correspondió vivir.
Las narrativas y memorias pueden ser la base de la implementación de me-
diaciones pedagógicas. Al respecto, es importante que el profesor o profesora
propicie condiciones espaciales y temporales que faciliten la generación de ex-
periencias pedagógicas en el aula o fuera de ella (acontecimientos). Es nece-
sario que los estudiantes usen y apropien medios y dispositivos que articulen
lenguajes de tipo textual, visual, sonoro y digital para favorecer la inteligibili-
dad del mundo social.
Es muy importante que los participantes en el proceso de aprendizaje dise-
ñen instrumentos de conocimiento que les permitan organizar la información
y hacerla inteligible, desarrollando procesos como la identificación; la codi-
ficación y la decodificación; la inducción y la abducción; la clasificación y la
comparación: el análisis y la síntesis, y los distintos tipos de razonamientos
(hipotéticos, silogísticos, etc.).
Se requiere generar procedimientos que permitan a los estudiantes interve-
nir contenidos procedentes de distintos sistemas de conocimientos y producir
nuevas formas de expresión de los fenómenos sociales, objeto de estudio o pro-
blema de conocimiento. Finalmente, es importante generar experiencias para
que los estudiantes puedan comunicar lo aprendido y producido. Se trata de
un escenario de comunicación abierto y expandible de modo que otros puedan
intervenir en la producción y continuar así como su elaboración.
A continuación se propone una secuencia que favorece el trabajo con memo-
rias y narrativas en la escuela.

100
¿Preparados para el post-conflicto?

Fase 1: trabajo de archivo o de campo


Orientados por el profesor, los estudiantes deben identificar las fuentes del
acontecimiento. Este tipo de fuentes, dependiendo del acontecimiento y el ni-
vel de complejidad analizado, puede ser desde relatos de abuelos y personas
mayores de la familia o comunidad, pasando por documentos primarios (pro-
ducidos por sujetos claves que participaron del acontecimiento), hasta textos
audiovisuales (documentales, filmes y videoclips).
Luego de identificar las fuentes, el profesor debe orientar a los estudian-
tes para que registren la información pertinente de los textos. Algunos pueden
emplear resúmenes, fichas descriptivas, mapas, diagramas, redes conceptuales,
fotografías, audios, etc. La idea es que los estudiantes cuenten con estas herra-
mientas de conocimiento para sistematizar la información y hacerla inteligible.

Fase 2: problematización
Siguiendo la metodología del Grupo de Memoria Histórica (2013) (con algunas
variaciones), se trabaja a partir de cuatro campos de preguntas:
1. Reconstrucción del pasado: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Dónde pasó?
¿Por qué pasó? ¿Cómo se vivió? ¿Quiénes fueron? ¿Por qué lo hicieron?
¿Por qué pasó aquí y no en otro lado? ¿Por qué en ese momento?
2. Evaluación del acontecimiento: ¿Qué sucedía en la comunidad o región
en ese momento? ¿Qué y a quién cambió lo que pasó? ¿Qué aportes y/o
pérdidas personales, familiares y comunitarias ocasionó? ¿Qué aportes
y/o daños económicos, culturales, emocionales y espirituales significati-
vos generó? ¿Cómo se afrontó lo que pasó? ¿Qué respuestas y resisten-
cias surgieron?
3. El presente del pasado y del futuro: ¿Qué y a quiénes recordamos? ¿De
qué manera debemos recordarlos y conservar su legado como hombres y
mujeres, amigos, miembros de la comunidad?
4. Perspectivas del futuro: ¿Quiénes somos después de lo que pasó? ¿Qué
relaciones encontramos entre el acontecimiento y nuestra actual realidad?
¿Cuál es nuestro papel para construir futuros alternativos o posibles?

Fase 3: producción narrativa


De acuerdo con lo mencionado al inicio, la narrativa es infinita, ofrece múltiples
posibilidades para que los sujetos den cuenta de sus posicionamientos frente
a los hechos del pasado y permiten conectar lo ocurrido (no como causalidad
unívoca) con su vida presente. Por esta razón, luego de la problematización del
acontecimiento, los estudiantes deben producir narrativas que permitan trami-
tar el pasado y encontrar mecanismos para descentrarse del aquí y ahora. Estas
narrativas se pueden clasificar en cuatro dimensiones:

101
Juan Carlos Amador

1. Dimensión gráfica: dibujo, caricatura, cómic.


2. Dimensión escrita: escritura de cuentos y ficciones narrativas basadas en
géneros convencionales, biografías e historias de vida.
3. Dimensión audiovisual: producción de videoclips, cortos, documenta-
les, filmes.
4. Dimensión digital e interactiva: hipertextos, hipermedias, novelas gráficas.

5. Epílogo
Si bien este recorrido no pretendió cuestionar la labor de las instituciones, sí
muestra la complejidad de la reparación integral en niños, niñas y jóvenes víc-
timas del conflicto armado que están ubicados en colegios de Bogotá. Con el fin
de evidenciar que la reparación no es solo un proceso técnico, se propuso que
la escuela, específicamente a través de la pedagogía, atienda los daños emocio-
nales, morales, culturales y políticos. Esta atención no opera exclusivamente
mediante el apoyo psicosocial, sino también a través del currículo y la práctica
pedagógica.
Con base en esta idea, se propusieron tres posibilidades pedagógicas que se
pueden implementar desde la escuela: la educación en, con y para los derechos;
la interculturalidad crítica; y las narrativas y memorias. Sin embargo, estas pro-
puestas, y otras que se están desarrollando a través de algunos grupos de maes-
tros y maestras, se enfrentan al dilema del sistema educativo en Bogotá, el cual
también es el que vive el país.
Este dilema se caracteriza por las siguientes preguntas: ¿Se puede educar
para la paz y la reconciliación con políticas que, a la vez, buscan educar para
la competitividad? ¿Se puede educar para la paz y la reconciliación a través
de la hegemonía de la racionalidad científico-técnica (expresada en currículos
y prácticas pedagógicas convencionales)? ¿Se puede educar para la paz y la
reconciliación con políticas que, a la vez, profundizan la distancia entre unos
actores que hacen los estándares curriculares (técnicos de la política educativa)
y otros que la deben ejecutar (maestros y maestras)?
Los decisores de política tienen la palabra.

Referencias bibliográficas
Bruner, J. (2013). La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida. México: Fondo
de Cultura Económica.
Bruner, J. (2004). Realidad mental y mundos posibles: los actos de la imaginación que
dan sentido a la experiencia. Barcelona: Gedisa.
Congreso de la República de Colombia. (2011). Ley 1448 de 2011. Gaceta oficial.

102
¿Preparados para el post-conflicto?

GMH y CNRR. (2013). ¡Basta ya! Colombia memorias de guerra y dignidad. Bogotá:
Departamento de prosperidad social.
Gudynas, E. (2011). Buen Vivir. Germinando alternativas al desarrollo. En Re-
vista ALAI 462. Quito.
Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos
Editores.
Honneth, A. (2009). Crítica del agravio moral. Patologías de la sociedad contemporá-
nea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Jelin, E. y S. Kaufman (comps.). (2005). Subjetividad y figuras de la memoria. Bue-
nos Aires: Siglo XXI Editores.
Pineau, P. (2008). La educación como derecho. Buenos Aires: Fe y Alegría.
Ricoeur, P. (2004). La memoria, la historia, el olvido. México: Fondo de Cultura
Económica.
White, H. (1992). Language and Historical Representation: Getting the Story Crook-
ed. University of Wisconsin Press.
Santos, B. (2009). Hacia una epistemología del sur. México: Fondo de Cultura Eco-
nómica.

103
La experiencia de la Unidad para la
Atención y Reparación Integral a
las Víctimas
Sandra Milena Santa Mora1

La pregunta que nos convoca es: ¿Cómo nos preparamos para el post-conflic-
to?, es decir, para el futuro. La respuesta, desde la Unidad para la Atención y
Reparación Integral a las Víctimas (Uariv) es: con la reparación integral a las
víctimas del conflicto nos preparamos para el futuro. Esto, en la medida en que
la reparación se convierte en un elemento fundamental para la construcción
de una paz estable y duradera. Sobre el particular, además de los objetivos
alusivos a la justicia transicional, en esta ponencia se plantea la reparación inte-
gral con vocación transformadora que, en términos de Rodrigo Uprimny, tiene
como objetivo central la eliminación de las condiciones de exclusión que facili-
taron y permitieron que muchas personas fueran victimizadas. La búsqueda de
la supresión de esas condiciones parte del reconocimiento de que su existencia
pone en riesgo cualquier proyecto o construcción orientada hacia la paz, o cual-
quier proyecto de adecuación hacia el post-conflicto.
Desde la Unidad para las Víctimas se le apuesta a la reparación integral,
comprendida como el elemento indispensable para la construcción de paz y
un escenario de post-conflicto; es una iniciativa que aporta a la eliminación de
las condiciones que originan el conflicto. Es preciso destacar que la reparación

1 Representante de la Unidad Nacional para la Atención y Reparación Integral de Atención a las


Víctimas.

105
Juan Carlos Amador

integral no puede asumirse en su dimensión individual con independencia de


las medidas de justicia transicional. Esto teniendo en cuenta que estas medidas
son parte de un modelo holístico que debe ser capaz de condensar las dimen-
siones de la justicia transicional, específicamente las de justicia y verdad.
Lo anterior da cuenta de la respuesta a la pregunta: ¿Cómo nos preparamos
para la paz a través de la reparación? Sin embargo, hay tres niveles en los que
vale la pena profundizar. Primero, nos estamos preparando porque ya hemos
avanzado en la reparación integral de las víctimas en algunos aspectos cobija-
dos por ella. Segundo, somos conscientes de que hay bastantes retos y procesos
por mejorar, que exigen preparación para el futuro, y que requieren su identi-
ficación y superación para efectos de mejorar la política de reparación integral.
Y tercero, existen retos especiales a enfrentar en el caso de un eventual acuerdo
de terminación del conflicto armado con las FARC-EP.
¿En qué hemos avanzado? Gustavo Salazar (2015) ha planteado esta discu-
sión al considerar que el Estado colombiano desplegó el proceso de reparación
a partir de la Ley 1448 de 2011 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras). Esto
constituye un gran avance que no puede ignorarse, a pesar de las fallas y limi-
taciones de la norma, pues contiene un marco normativo amplio e incluyente,
que le apuesta a la reparación integral de las víctimas con una vocación trans-
formadora. A continuación algunos avances importantes en este sentido.
En primer lugar, la Ley 1448 constituye el reconocimiento por parte del Es-
tado colombiano de un conflicto armado y de sus víctimas. Este reconocimien-
to plantea dos aspectos fundamentales: por un lado, la existencia misma del
conflicto armado y, por otro, la de una diversidad de victimarios, asunto que
también reconoce la situación de las víctimas frente a todos los actores en pug-
na, asumiendo incluso la existencia de crímenes de Estado. Esto hace posible
avanzar en reparación.
En segundo lugar, la ley en mención establece una institucionalidad robus-
ta. Independientemente de la forma como se está implementando, ahora exis-
te y pueden ser identificadas atribuciones y responsabilidades específicas en
cuanto a reparación. En tercer lugar, la unificación de normas, pues Colombia
es un país con tendencia a la proliferación de normas, muchas de ellas relacio-
nadas con las víctimas. La Ley 1448 unificó la reglamentación al respecto, con el
objetivo de ofrecer claridad sobre el marco normativo aplicable a la reparación
a las víctimas.
En cuarto lugar, la creación de mecanismos de participación para las vícti-
mas, los cuales hoy son efectivos y ya han empezado a operar. Se trata de las
mesas municipales, departamentales y nacionales de participación de las víc-
timas, en las que intervienen representantes elegidos popularmente, con voz y
voto en los diferentes niveles, para la definición de las políticas que los afectan.

106
¿Preparados para el post-conflicto?

En quinto lugar, la inclusión de un enfoque diferencial que tiene como ob-


jetivo responder directamente a aquellas poblaciones que están en situación de
especial vulnerabilidad. De entrada, el grupo poblacional compuesto por las
víctimas está compuesto por personas en especial situación de vulnerabilidad.
La pretensión es dar respuesta prioritaria a aquellas personas especialmente
afectadas, como lo pueden ser niños y niñas, los y las adolescentes, las mujeres
y las comunidades étnicas, entre otras.
Finalmente, un avance en el tratamiento y la política de reparación es la
definición de un esquema institucional para su financiación. Específicamente,
se dispone de un rubro público fijo, fundamental para el marco normativo,
aunado a dos elementos en el ámbito operativo. De un lado, la existencia del
Registro Único de Víctimas –RUV–, a través del cual es posible afirmar que hay
más o menos 6.300.000 víctimas en Colombia, una cifra gigantesca, en la medi-
da en que hablamos del 12 o 13 por ciento de la población colombiana, y que
diariamente se siguen registrando víctimas.
Y de otro lado, conforme al modelo de atención de asistencia y reparación,
además de establecer cuántas víctimas hay, el Estado y la Unidad para las Víc-
timas le apuestan a identificar quiénes son como eje del sistema de atención,
asistencia y reparación integral a las víctimas, pues se trata de un mecanismo
de atención en el que se diseña un plan de asistencia y reparación integral con
cada persona, de acuerdo con sus condiciones y necesidades.
Estos son avances estructurales, generales, que no pueden ser ignorados en
la medida en que constituyen la forma en la que nos estamos preparando para
el futuro y para el post-conflicto. Nos concentramos en la inclusión de 6.080.000
víctimas que quedaron excluidas, para hablar de la construcción de paz con
carácter estable y duradero.
Además de estos avances estructurales hay dos situaciones adicionales. La
primera se refiere a los progresos en materia de política de reparación colecti-
va. Este es uno de los procesos que tendría mayor utilidad en el post-conflicto,
pues se trata de reparar a aquellos sujetos colectivos, victimizados, que fueron
grupos o que constituyeron organizaciones o comunidades. La idea es recons-
truir su tejido social. Lo más interesante de esta experiencia es el acercamiento
entre el Estado y el sujeto colectivo. En este momento se ha avanzado en más
de 219 procesos de reparación colectiva, en los que el Estado ha forjado un
acercamiento a los sujetos colectivos, entre los que se destacan movimientos
sindicales, periodistas, concejales y diputados.
Vale mencionar dentro de estos avances de reparación colectiva la estrate-
gia denominada “reviventación”. Esta ha sido diseñada e implementada por
los sujetos colectivos y tiene como objetivo reconstruir el tejido social de esas
comunidades, organizaciones y grupos afectados por el conflicto armado. Son

107
Juan Carlos Amador

dichos sujetos quienes identifican cuáles son los daños generados por el con-
flicto, lo que los lleva a diseñar e implementar los planes de acción. Esta prác-
tica es de mucha utilidad en un escenario de post-conflicto y de construcción
de paz.
La segunda se refiere a la reparación individual. Frente a la indemnización,
en este momento tenemos 250.000 casos acumulados, un número muy pequeño
en comparación con el de 6.300.000 víctimas. Existen avances en materia de res-
titución, rehabilitación y satisfacción, mediante el plan de atención psicosocial
por parte del Ministerio de Salud. Hay avances concretos en cada una de las
medidas, que tampoco se pueden descartar, al pensar cómo nos preparamos
para el futuro, de cara al post-conflicto y a la construcción de paz.
Somos conscientes de la existencia de varios retos y limitaciones, situación
frente a la que se espera poder prepararse lo mejor posible, se firme o no un
acuerdo de paz. Se le sigue apostando a la reparación y pensando que este es
uno de los elementos fundamentales para el país. ¿Cuáles son los retos? Hemos
identificado principalmente ocho que deben ser abordados para el mejoramien-
to de la política de reparación.
1. Fortalecer el reconocimiento de las víctimas. Si bien la Ley 1448 constituye
un avance en términos de reconocimiento, aún debemos fortalecer las me-
didas de satisfacción, sobre todo porque en términos de reparación, para
que esta surta efectos reales en las víctimas, es fundamental que la pobla-
ción afectada comprenda que los recursos asignados obedecen a un daño,
y que son una forma de indemnización. Es necesario fortalecer las medidas
de satisfacción, los actos de reconocimiento de responsabilidad y los actos
de reconocimiento de las víctimas. Por otro lado, en un escenario de post-
conflicto también es posible redefinir la noción de víctima, tal como lo hace
la Ley 1448, siendo un paso hacia su reconocimiento.
2. Es necesario fortalecer la política de retornos y reubicaciones, uno de los
puntos que estuvo sometido a la opinión pública a finales de 2014, siendo
susceptible de afrontarse en dos grandes puntos. El primero, implemen-
tar planes efectivos de protección de las víctimas que garanticen su segu-
ridad en los lugares de retorno y reubicación. Y el segundo, desarrollar
programas integrales de acompañamiento que permitan la estabilización
socioeconómica de esa población. La Unidad para las Víctimas le apuesta
a un modelo complejo y holístico de retorno, en el que se permita la esta-
bilización socioeconómica de las víctimas en el lugar al que regresen. El
objetivo es lograr el bienestar y que esas víctimas puedan reconstruir su
proyecto de vida en dichos lugares. Esto hasta ahora no está ocurriendo,
pues es necesario que haya un programa integral de acompañamiento a la
estabilización, fortaleciendo la política de reubicaciones.

108
¿Preparados para el post-conflicto?

3. Es necesario ajustar los procesos de indemnización. Estos deben estar


acompañados de programas de estabilización y de generación de ingre-
so y empleo, pues no se puede dar el dinero a las víctimas sin hacer un
acompañamiento en cuanto a las formas de inversión y a otras maneras de
estabilización.
4. Se deben robustecer los mecanismos de participación efectiva de las víc-
timas. Es fundamental continuar fomentando su integración a las mesas
municipales, departamentales y nacionales, y hacer veeduría de aquellos
que eligieron a los representantes en las mesas para determinar si están
haciendo lo que deben hacer y si están llevando su voz a todos los espacios
en los que se define la política pública.
5. En materia de procesos de reparación colectiva es clave transitar de la fase
de acercamiento a la de implementación de los planes de reparación colec-
tiva con fundamento en una comprensión holística, compleja e integral del
modelo que exige, entre otras cosas, que todos nos unamos en torno a este.
6. Se deben aumentar los recursos económicos. A pesar del gran logro que
constituye la disposición de recursos estables para la política, es necesario
lograr una articulación sectorial para consolidar el Sistema Nacional de
Atención, Reparación Integral a las Víctimas.
7. Es necesario que toda la sociedad se involucre y la reparación sea, sin lugar
a dudas, una obligación política y jurídica del Estado, al tiempo que un
deber moral de toda la sociedad. Es clave que nos comprometamos en la
reconstrucción de los proyectos de vida de las víctimas.
Otros compromisos clave son:
El primero, ya iniciado y que se encuentra en proceso de mejora, es la re-
paración a miembros de la fuerza pública. Es necesario articular lo que reci-
ben por medio del régimen especial del que hacen parte con los elementos que
provienen de la Ley 1448. En suma, se debe adecuar la ruta de reparación de
miembros de la fuerza pública.
El segundo alude a la situación de los miembros de las FARC-EP y la posi-
bilidad de incluir a los desmovilizados en la política de la reparación. Surgen
dos posibilidades. Primero, como victimarios en el marco de la política de re-
paración a las víctimas, contribuyendo así en el proceso de reparación. Vale re-
cordar que, en el marco jurídico para la paz, una de las condiciones para poder
aplicar los criterios de selección y priorización de la sanción e investigación
penal es que los desmovilizados, susceptibles de ser beneficiarios de dicho pro-
ceso, contribuyan al esclarecimiento de la verdad y a la reparación.
Existen claves para avanzar en este compromiso, tal como lo menciona el
Informe de la Ruta Pacífica de las Mujeres (2013), incluido en esta publicación.

109
Juan Carlos Amador

La segunda posibilidad es el esclarecimiento de toda la verdad como un paso


inicial. Además del esclarecimiento de la verdad, los integrantes de las FARC-EP
deben ser capaces de reconocer públicamente sus responsabilidades en los actos
y delitos cometidos contra las víctimas.
Adicionalmente, hay compromisos relacionados con medidas que pueden
mejorarse frente a los procesos de restitución e indemnización. Tenemos leccio-
nes bien importantes por parte de administración del Fondo de Reparación, qui-
zás allí podamos definir claramente los bienes con los que cuenta, las condiciones
de las entregas de los recursos, así como considerar el trabajo social.
Todas estas son discusiones que deben ser abordadas por parte de la so-
ciedad colombiana. Los estándares internacionales y la jurisprudencia, tanto
internacional como nacional, nos han mostrado hasta ahora algo interesante
sobre la noción de víctima. Específicamente evidencian que el concepto depen-
de de los intereses objetivos puestos en juego, los cuales van más allá de lo que
la persona, individualmente considerada, haya hecho. Es claro que son temas
para la discusión y que quedan allí sobre la mesa.
Para finalizar, es preciso volver a la idea inicial, en la que el reto hacia la
construcción de la paz es la inclusión de la porción de la población que está por
fuera: las víctimas. Es la mejor forma de prepararnos para el post-conflicto y la
construcción de una paz estable y duradera.

Referencias bibliográficas
Ruta Pacífica de las Mujeres, (2013). La verdad de las mujeres. Víctimas del conflicto
armado en Colombia. Bogotá: Creative Commons.
Salazar, G. (2015). La integralidad de la justicia transicional. ¿Preparados para
el post-conflicto? Desafíos de la reparación, la reintegración y la transicio-
nalidad. Bogotá: IPAZUD, Universidad Distrital. En prensa.

110
Segunda parte:
Desarme, desmovilización
y reintegración
(DDR)
Desafíos para el desarme,
la desmovilización y la
reintegración (DDR) en Colombia
Enzo Nussio1

En primer lugar, yo soy de nacionalidad suiza, por ello hablo con la presun-
ción de aprender. Tengo algunas lecciones que he aprendido de mi camino por
Colombia y quiero compartir con los lectores, con toda la humildad de un ex-
tranjero. Si las negociaciones con las FARC-EP son exitosas: ¿Cuáles desafíos
podemos esperar de un proceso de desarme, desmovilización y reintegración
(DDR) de esta guerrilla? En este texto me enfocaré, sobre todo, en seguridad y
violencia, dado que observo en estos temas gran relevancia.
La base de mi especulación, ya que no sabemos qué va pasar en el futuro, es
partir de la premisa de que las negociaciones van a ser exitosas. Mi análisis tiene
como base unas investigaciones que he realizado sobre DDR en el pasado sobre
las AUC y sobre las desmovilizaciones individuales. Hay otros temas más impor-
tantes que el DDR, por ejemplo las víctimas, la justicia transicional y el desarrollo
regional. Hablar de DDR no quiere decir que sea más importante, solamente que
este es mi campo de experticia. Tampoco es porque este sea el tema central del
que tengamos que hablar en el post-conflicto y en la construcción de paz.
¿Por qué hablar de seguridad en el DDR? En los estándares internacionales
de las Naciones Unidas el principal objetivo de estos procesos es el de contribuir

1 Investigador Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

113
Juan Carlos Amador

a la seguridad. Este tema es lo mínimo a lo que se ha de llegar a través del proce-


so DDR, y probablemente sea así porque pensamos que los excombatientes son
un riesgo para la seguridad. Pensamos que lo que ellos saben, como por ejemplo
empuñar un fusil, y probablemente cometer un acto de violencia, es peligroso
para la sociedad. Es por ello que necesitamos ocuparnos de este tema, es la teo-
ría implícita, y por ello es tan importante el tema de la seguridad en el DDR.

Fuente: elaboración propia.


Aquí los gráficos muestran los niveles de violencia en Colombia, a lo largo del
tiempo, desde 1997 hasta el 2010. El más pequeño va de 2002 a 2010, mientras
que el grande va de 1997 a 2010. En el gráfico grande vemos que el punteado
más negro corresponde a los niveles de violencia en Colombia. Se observa una
reducción fuerte a partir del año 2002. Al respecto, ya sabemos más o menos
a qué se debe, coincide con el proceso DDR, pero no creo que sea resultado
directo de este.
Puede ser una coincidencia. De todas formas, si observamos algunas regio-
nes en donde los grupos de autodefensas o paramilitares fueron muy impor-
tantes y se dio el proceso DDR, justamente encontramos un comportamiento
especial. Si observamos en la gráfica, en la parte de abajo, en la zona sur del
Magdalena Medio (línea gris), se evidencia que a partir de 2005 se ubica por
encima del promedio nacional. Y si vamos al caso de Córdoba, puede ser el
caso más escandaloso en este sentido, sobre todo la línea negra que es el sur de
Córdoba (en municipios como Tierra Alta, Valencia, Montelíbano, etc.), obser-
vamos una explosión de violencia a partir de la desmovilización.
Por ello se puede preguntar: ¿Fue un éxito o un fracaso? ¿Esto se debe al
proceso de DDR o a qué se debe esta explosión de violencia? Tengo una teoría
con la que voy a tratar de explicar por qué ha pasado esto y por qué podría
pasar en un futuro. Observemos la siguiente gráfica:

114
¿Preparados para el post-conflicto?

Fuente: gráfico del autor con base en datos obtenidos en el estudio Enzo y Howe (2013).
La teoría es la siguiente: hay una relación entre el régimen político y la violen-
cia o presencia de conflictos. Se sabe que en los países muy democráticos hay
poca violencia y pocos conflictos, por ejemplo Finlandia o Suecia. Allí no se
mata a nadie realmente y tienen índices de violencia muy bajos.
También hay otras zonas que tienen bajos niveles de violencia. Son países
autocráticos, por ejemplo Corea del Norte y Arabia Saudita. Estos tienen muy
poca violencia porque el Estado es muy represivo. El costo por cometer un acto
de violencia es muy alto. Se puede castigar con la pena de muerte si se comete
algún crimen. Por ello hay muy poca violencia. En donde se concentra la vio-
lencia es entre estos dos extremos, en democracias intermedias o imperfectas.
Lamentablemente, todos los países latinoamericanos se ubican más o menos
allí, en una zona intermedia. Al ser una democracia intermedia, Colombia se
relaciona con esa violencia más alta.
¿Cómo se relaciona lo anterior con el post-conflicto? Mi argumento es el
siguiente: hay zonas en Colombia donde las FARC-EP son dominantes, donde
ellas dominan en realidad, imputan o ejercen un dominio autocrático. A ellas
no les deben importar los derechos humanos, por ejemplo pueden castigar
drásticamente a una persona que roba un teléfono móvil. Esto de alguna mane-
ra controla la violencia donde ellos son dominantes. Cuando pasamos al post-
conflicto, probablemente va a pasar lo siguiente: se van a mover estas zonas de
autocracia (de dominio de las FARC-EP) a más democracia. No a una democra-
cia perfecta, pero sí a más democracia de la que había.
Este paso intermedio es, en realidad, desorden. Hay menos orden, no hay
un orden autocrático, ni un orden democrático, hay desorden y eso lleva a un
aumento de la violencia. ¿Por qué? Porque se reducen los costos para cometer
un crimen, ahora el castigo no va a ser tan severo por robar un teléfono móvil.

115
Juan Carlos Amador

Porque hay nuevas oportunidades para la venganza en el post-conflicto y porque


hay nuevas oportunidades para nuevos actores. Esto va a generar competencias
entre grupos armados, como las Bacrim (bandas criminales emergentes post-des-
movilización paramilitar), o que se pueden llamar ‘Farcim’, como quiera que los
pueda llamar, van a intentar ocupar esos espacios.
Es posible que esto vaya a pasar en las zonas que eran dominadas por las
FARC-EP, no en todas las zonas del país. En muchas zonas no hay un dominio de
las FARC-EP sino que hay confrontaciones y allí será diferente. Así se explica lo
que ocurrió en el sur de Córdoba, pues se pasó de un orden autocrático, ejecuta-
do por los paramilitares, a un desorden de competencias de grupos armados, lo
que llevó a un aumento de la violencia.
Cómo se puede evitar esto o, mejor, cómo será en el futuro, ¿en qué regiones
se puede esperar un escenario así? En el futuro van a ser regiones diferentes
que en el pasado. Las regiones que pueden tener problemas de violencia, des-
pués de la desmovilización de las FARC-EP, son las que se muestran en el mapa
a continuación. Esta información se obtiene del análisis que hace las Naciones
Unidas sobre Colombia. Este organismo quiere establecer cuáles son las regio-
nes que deben ser priorizadas frente a un post-acuerdo, y si se observa el mapa,
no sorprende su resultado.

Fuente: Oficina de la Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, 2014.

Los departamentos con más posibilidad de violencia son Nariño, Cauca, Putu-
mayo, Caquetá, Meta, Arauca, Chocó, algunas partes de Antioquia y Norte de
Santander (particularmente la región del Catatumbo). Estas son las regiones
donde podría esperarse que pueda pasar algo similar como lo observado en
Córdoba.

116
¿Preparados para el post-conflicto?

¿Cómo se puede hacer del DDR una experiencia de la cual se pueda


aprender? Una gran diferencia puede ser la implementación de una serie de
políticas adicionales al desarme, a la desmovilización y a la reintegración que
tiendan al desarrollo regional; toda una serie de políticas grandes que se deben
tener para estas regiones.
¿Cómo se puede dar una contribución a la seguridad? La primera de estas
contribuciones es pensar en una desmovilización gradual con el fin de evitar esos
vacíos de poder. Si observamos, en el pasado se dejaron vacíos de poder que fue-
ron ocupados por grupos armados diferentes. ¿Cómo prepararnos para el futuro?
Debemos amortiguar la transición, se podría usar o tratar de usar las estructuras
que tienen los grupos armados que se van a desmovilizar. Su conocimiento y
cohesión, para amortiguar la transición, no significa entregar esas zonas. Lo que
significa es ser realistas y tratar de manejar la seguridad de manera transitiva,
gradual. De esta forma, se hacen más visibles las redes de contactos y estructuras
existentes, pues seguramente estas, de alguna manera, van a sobrevivir.
Esto requiere reflexión. Es preferible que visibilicemos estas estructuras y que,
de alguna manera, tratemos de aprovecharlas con fines positivos. También se pue-
den correr riesgos, ya que estos actores armados se pueden reorganizar de manera
clandestina. Por esta razón, lo mejor es darles a esas estructuras diferentes oportu-
nidades, por ejemplo el desminado humanitario y las actividades de reparación.
Ojalá se puedan involucrar en programas de impactos rápidos, construcción de
carreteras, etc. Con estas iniciativas se puede hacer más viable la transición.
La segunda contribución está relacionada con los mandos medios. Estos son
muy importantes dentro de las organizaciones. Para organizar la violencia, los
mandos rasos no tienen el liderazgo (quizás para cometer hurtos), pero los que
organizan la violencia son los mandos medios. En el post-conflicto son, de al-
guna manera, los que más sufren porque no están en las prestigiosas mesas de
negociación y tampoco reciben los beneficios de reintegración que les podrían
interesar, porque son mínimos desde su punto de vista.
Estos mandos medios son los que tienen mayor tendencia a cometer delitos
después de desmovilizarse, y tienen la mayor capacidad de daño al organizar
la violencia. Allí surge la pregunta: ¿Qué hacer con ellos? (por ejemplo con alias
“Don Mario”, “Cuchillo”, “Mi Sangre”, entre otros) ¿Cómo dar incentivos a es-
tos mandos medios para que no cometan este tipo de delitos y no organicen la
violencia? No se puede pensar solo en dinero. Se cree que se les debe pagar más,
pero eso sería injusto con los demás desmovilizados.
Es necesario superar este paradigma. Se debe pensar en incentivos no tangibles.
Por ejemplo, si ellos están altamente amenazados, se les deben dar sistemas de
seguridad específicos. También puede ser la utilización de su liderazgo para im-
plementar sistemas de prevención de reclutamiento. De esta forma, los podemos

117
Juan Carlos Amador

empoderar a través de incentivos diferentes al dinero. También se les puede dar la


posibilidad de la participación política, asunto que se relaciona directamente con
los mecanismos y garantías de no repetición, pues si los alejamos o les impedimos
la participación política puede haber motivos e incentivos para volver a la violencia.
También se pueden incluir en el diseño, planificación y ejecución de la polí-
tica de reintegración. Ojalá los mandos medios puedan tener un papel dentro
de esas políticas y acciones, como la que tuvo Enrique Flórez, desmovilizado
del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la década de 1990. Esto
teniendo en cuenta que estas iniciativas se han perdido completamente en los
últimos diez años, cuando la política de reintegración se ha vuelto una política
del gobierno, sin inclusión y sin voz por parte de los desmovilizados.
Una tercera contribución es la posibilidad de anticipar las dinámicas de re-
incidencia. La pregunta clave es cuánta reincidencia hay. Se ha mencionado
una cifra del 26 por ciento, y esos pueden ser los que fueron capturados des-
pués de realizar un crimen y que eran desmovilizados. No obstante, pueden ser
muchos más ya que los mejores criminales no se dejan capturar y por ello no
deben aparecer en los registros. He estudiado este tema y hay muchos factores
que llevan a la reincidencia o que anclan a los desmovilizados a la vida civil.
Los cinco factores más importantes que hemos encontrado en un estudio cuan-
titativo realizado en la Universidad de los Andes son los siguientes:
1. Hay desmovilizados que tienen motivos muy personales y persistentes, es
decir, ellos se integran a grupos paramilitares y guerrilleros por el gusto
por las armas, por la vida militar y el riesgo. Estas son características de
la personalidad, que probablemente son continuas. Estas son las personas
que tienen más riesgo a reincidir.
2. También encontramos que las personas que viven en las zonas o munici-
pios en donde hay Bacrim tienen probabilidad de reincidir.
3. Se ha visto que las personas que tienen familia e hijos tienen menos posi-
bilidades de reincidir.
4. La formación académica, prestada por la Agencia Colombiana para la Re-
integración (ACR), ayuda a anclar a las personas a la vida civil.
5. Los exguerrilleros son menos dados a la reincidencia, y ello tiene que ver
posiblemente con el tipo de desmovilización. Esto lo hemos tenido en el
pasado y es posible que en el futuro también se dé algo similar.

Es necesario poner el tema de la reincidencia en contexto, porque muchas ve-


ces hacemos una ecuación: “Bacrim = desmovilizados”. Pero la mayoría de los
miembros de las Bacrim no son desmovilizados. Para el año 2009, solo el 15 por
ciento de los miembros de las Bacrim fueron desmovilizados, el 85 por ciento

118
¿Preparados para el post-conflicto?

restante estaba compuesto por no desmovilizados. ¿Quiénes son este 85 por


ciento? Pues los jóvenes marginales de hoy. Esta es la real tragedia de este pro-
ceso: hay una nueva generación que forma parte de un estilo de vida violento.
Y esto es lo que debemos tener en cuenta, pues nos podemos enfocar en los des-
movilizados, porque es necesario, claro está, pero también debemos enfocarnos
en la gran masa de personas que tienen un potencial criminal o que, de pronto,
quisieran hacer parte de un grupo criminal. Esto indica que la prevención de
reclutamiento es muy importante.
Un cuarto punto es que es necesario enfocarse en las comunidades. Es nece-
sario cambiar el enfoque, ya que pensamos mucho desde los desmovilizados.
Debemos pensar de manera más amplia, esto es, en lo que necesitan las comu-
nidades y cómo esto podría ayudar a los desmovilizados. Si observamos en
cifras, se puede afirmar que el 97 por ciento de los excombatientes quiere ser
parte activa de sus comunidades, esto es, desea reintegrarse socialmente. Asi-
mismo, el 41 por ciento de los miembros de las comunidades le tiene miedo a
los desmovilizados y el 81 por ciento no confía en ellos. Entonces, ¿cómo puede
funcionar la reintegración? ¿Cómo acercar a desmovilizados y comunidades?
Creo que las estrategias que se han creado para la reintegración comunitaria
han sido insuficientes. Es necesario hacer algo más, hay que integrar el DDR
en la construcción de paz más amplia y de forma más clara. El DDR no debe
ser el punto focal alrededor del cual se construye la paz, sino que debe ser más
bien un anexo a la construcción de paz, el cual se articula con otros objetivos
sociales más grandes. Tengo la evidencia para decir que las comunidades son
importantes, inclusive para los desmovilizados. En una investigación de la cual
hice parte (Nussio, 2012), y cuyo tema era ¿qué explica la participación de des-
movilizados en organizaciones comunitarias? se destacaban dos factores (que
se pueden apreciar en la siguiente gráfica).

Fuente: propuesta por el autor con datos de Nussio (2012)

119
Juan Carlos Amador

Lo que se aprecia en el primer círculo, con el coeficiente negativo, significa que


los excombatientes que tienen más contacto con otros excombatientes partici-
pan menos de sus comunidades. Por ejemplo, uno puede preguntarse: ¿quiénes
son nuestros amigos? Si uno es estudiante, sus amigos serán otros estudiantes,
posiblemente sus amigos estudien en la misma universidad o son compañeros
de colegio. Y después de tener 5, 6, 7 u 8 amigos de verdad, aparte de los 500
de Facebook, no es necesario buscar más amigos por fuera del contexto social
más próximo. Lo mismo les pasa a los desmovilizados, están en el programa
de reintegración, allí realizan sus estudios. Con quiénes van a compartir, con
los demás desmovilizados. Y, ¿si tienen suficientes amigos desmovilizados, van
a buscar amigos adicionales? De pronto no, así como le pasó a este joven que
llegó a Bogotá:

Mis amigos son más que todo desmovilizados. Gente que encontré en las reu-
niones, éramos como unos veinticinco. Estos son mis ‘parceros’ y mis amigos,
del resto casi no, amigos afuera, casi no, (testimonio de joven desmovilizado).

Así funcionan las relaciones sociales en general, y así también funcionan para
los desmovilizados, ellos no son extraterrestres, también tienen necesidades so-
ciales. Otro punto importante es preguntarse: ¿Por qué son más participativos
los excombatientes en determinadas comunidades? Porque las comunidades,
en sí mismas, son más cohesionadas y participativas. Donde hay varias orga-
nizaciones de participación en las comunidades, organizaciones de fútbol, por
ejemplo, con clubes, con organizaciones de acción comunal, esto hace que la
comunidad sea más participativa, y hace posible que los excombatientes, en
mayor medida, puedan participar. Esto significa que debemos fortalecer las
comunidades para que sean espacios en donde los excombatientes encuentren
oportunidades para participar. En esta dirección, tanto las comunidades como
los excombatientes se beneficiarán. Hay que cambiar la lógica, no pensar la des-
movilización tanto desde las personas que se desmovilizan, sino que debemos
pensarlas desde las comunidades.
¿Cuál es el rol del DDR en este contexto? Mantener las estructuras para amor-
tiguar las transiciones exige pensar en políticas específicas para los mandos me-
dios, pues no se ha hecho hasta ahora. Tenemos que anticipar la reincidencia,
saber que siempre va existir. ¿Por qué nos escandalizamos? Siempre algunos van
a reincidir. Sabemos a qué se van a dedicar y tenemos, sobre todo, que prevenir
nuevas generaciones de violentos, esa es la gran tragedia que debemos evitar.
Debemos pensar antes que nada en las comunidades y luego en los excom-
batientes. Debemos cambiar el chip para construir un proceso de DDR más
efectivo, y, en general, debemos integrar el DDR a una construcción de paz más
amplia, una construcción de Estado más comprehensiva que debe encontrar su
rol allí. No tiene que ser un proceso aislado.

120
¿Preparados para el post-conflicto?

Fuente: propuesta por el autor.


Pero también hay razones para la esperanza. Es posible que el conflicto se ter-
mine, por lo menos con las insurgencias, si el Ejército de Liberación Nacional
(ELN) decide negociar. Esto facilitaría muchísimo el proceso de reintegración.
La institucionalidad hoy está mucho más preparada para recibir a los desmo-
vilizados que a lo que estuvo hace veinte años, o como lo fue hace diez años.
Creo que los futuros excombatientes de las FARC-EP van a ser menos dados a
la reincidencia, en general, que los ex-miembros de los grupos paramilitares. Va
a haber mucho más apoyo en la comunidad internacional, las Naciones Unidas
así lo han señalado. Pero también es importante ser realistas, porque en un pro-
ceso de DDR no todos están de acuerdo, porque o uno les da demasiado a los
desmovilizados o les da muy poco. Alguien siempre va a criticar y eso está bien
así, pero ¿qué es lo que puede lograr un proceso de DDR? y ¿qué no se puede
lograr? Eso es sobre lo que tenemos que reflexionar.

Referencias bibliográficas
Nussio, E. (2012). La vida después de la desmovilización: percepciones, emociones y
estrategias de exparamilitares en Colombia. Bogotá: Universidad de los Andes.

121
Desafíos de la reintegración
en Colombia
Omar Alfonso Ochoa Maldonado1

En este texto se expondrá la evolución del proceso de reintegración implemen-


tado en Colombia, el cual ha sido reconocido internacionalmente, convirtién-
dose en referente para estados que se encuentran inmersos en una situación
similar al conflicto armado colombiano. Dicho reconocimiento ha permitido
establecer alianzas con países en similar situación, tendientes a construir rela-
ciones de cooperación. Es así que, en este marco, se creó la estrategia de coope-
ración técnica sur-sur, con países de África y de Asia, la cual permite un inter-
cambio de información constante sobre temas de desarme, desmovilización y
reintegración.
El proceso de reintegración colombiano ha sido estructurado en varias fases,
enfocadas a dar cumplimiento de manera eficaz a las necesidades de las perso-
nas que han decidido desmovilizarse e iniciar la ruta de reintegración, para que
estas cuenten con herramientas que les permitan ser sostenibles en la legalidad;
es así que en el proceso de DDR participan diferentes entidades estatales, de-
pendiendo del momento en que se encuentre la persona dentro de la ruta y la
manera en que realizó su desmovilización.

1 Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR).

123
Juan Carlos Amador

Fuente: ACR, 2014.


Es pertinente señalar que existen dos tipos de desmovilizaciones: individua-
les y colectivas. Esta clasificación se realiza teniendo en cuenta la forma en la
cual una persona se desmoviliza, toda vez que las primeras son miembros de
grupos armados ilegales que decidieron abandonar individualmente el grupo,
evidenciando su voluntad de integrarse a la sociedad a través de la ruta de re-
integración que ofrece el Estado. Y las segundas surgen en el marco de las des-
movilizaciones colectivas, fruto de negociaciones entre el Estado y los grupos
organizados al margen de la ley.
En primera instancia, surge un proceso de desarme y desmovilización cuyo
responsable es el Ministerio de Defensa Nacional, a través del Grupo de Aten-
ción al Desmovilizado, primer referente para quienes individualmente quieren
abandonar el grupo e ingresar en este proceso de desarme y desmovilización.
En esta etapa del proceso existe un filtro, un Comité Operativo para la Dejación
de Armas, conformado por varias entidades del Estado, como son la Defenso-
ría del Pueblo, la Fiscalía General de la Nación, el Ministerio de Defensa y la
ACR. El Ministerio se encarga de acreditar tanto la pertenencia del individuo
al grupo del cual dice proceder, como la voluntad de ingresar a una ruta o a un
proceso individual de reintegración. Con esta etapa de acreditación, a través
de un conjunto colegiado, se inicia la participación de la ACR en el proceso de
reintegración, y su desarrollo depende de si estamos en presencia de personas
menores de edad o adultas.

124
¿Preparados para el post-conflicto?

Ahora bien, cuando se está en presencia de personas menores de edad, se


trata de víctimas, razón por la cual la responsabilidad de su ruta y el restableci-
miento de derechos deben estar en manos del Instituto Colombiano de Bienes-
tar Familiar (ICBF), hasta tanto la persona cumpla la mayoría de edad. Luego,
se ingresa al proceso con la ACR en forma voluntaria. Respecto a las personas
desmovilizadas adultas, estas ingresan directamente a la ruta de reintegración
de la ACR.
Si estamos ante un proceso de desmovilización colectiva, producto de nego-
ciaciones entre el Estado y los diferentes grupos al margen de la ley con los que
se llega a acuerdos, los desmovilizados colectivos inician su ruta por conducto
de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, que es la instancia institucional
encargada de coordinar estos esfuerzos. Si en estos grupos hay personas me-
nores de edad, ocurre algo similar al procedimiento de las desmovilizaciones
individuales: por su calidad de víctimas son objeto de un proceso de restableci-
miento de sus derechos. Y, como ya se mencionó, es responsabilidad del ICBF
brindarles el apoyo y acompañamiento necesarios.
En el ámbito institucional, el proceso de reintegración en el país cuenta con
una historia reciente. A partir del año 2003, cuando se creó una institucionali-
dad propia para entender este tipo de procesos, surge en primera instancia el
Programa para la Reincorporación a la Vida Civil, que en su momento otorgaba
una serie de apoyos económicos a los desmovilizados casi de manera automá-
tica por el solo hecho de ser desmovilizados. Evidentemente, la oferta institu-
cional brindada a las personas desmovilizadas en ese momento tenía un fuerte
carácter asistencialista.
Dicho programa se ejecutó hasta el año 2006, cuando en la Presidencia de la
República se creó la Alta Consejería para la Reintegración Social y Económica,
con una institucionalidad más apropiada, no como un programa ministerial,
sino una consejería enfocada a concretar y liderar una política pública de rein-
tegración social y económica. Esto le dio un asidero institucional de mayor peso
al Estado para generar procesos de reintegración con mayor solidez y acordes
con la situación en la que se encontraba el país. Lo anterior significó un salto
cualitativo, en la medida que el apoyo económico al desmovilizado dejó de ser
automático para estar sujeto al cumplimiento de una serie de compromisos y de
reciprocidad por parte de la persona desmovilizada.
Como se mencionó, el año 2003 es el punto de partida para la instituciona-
lización del proceso de reintegración, dada la necesidad de atención a la po-
blación desmovilizada, pues se tiene que, a partir de este momento hasta el
año 2013, la población desmovilizada individualmente ascendió al número de
24.309 desmovilizados individuales. En cuanto a las desmovilizaciones colec-
tivas, el número es de 31.862 desmovilizados en el mismo periodo (2003-2013),

125
Juan Carlos Amador

las cuales ocurrieron en el marco de los acuerdos a los que llegaron el Estado y
los grupos armados al margen de la ley.
Esta es la población que se tiene de desmovilizados individuales y colecti-
vos desde el 2003 hasta el 2013, quienes a su vez confluyen en la población y
que son quienes deciden voluntariamente ingresar en el proceso. Esto es un
aspecto importante, en tanto nuestro proceso no es obligatorio, sino que cada
desmovilizado, de acuerdo con sus perspectivas de vida, decide voluntaria-
mente ingresar o no a la ruta.

Es de señalar que de los aproximadamente 56.000 desmovilizados que han


decidido dejar las armas a lo largo de estos once años, 46.000 (82 por ciento)
ingresaron al proceso de reintegración. De estos, en la actualidad, alrededor de
30.000 colombianos y colombianas, son responsabilidad de la ACR. Con ellos
y ellas se realiza un plan de trabajo, dependiendo de sus condiciones sociales,
psicológicas y culturales particulares.

En el segundo semestre de 2014, fecha de escritura de esta ponencia, la


ACR tenía 31.737 desmovilizados realizando su proceso de reintegración. Es
de recalcar, como se señaló anteriormente, que el ingreso y permanencia en
el proceso es totalmente voluntario, no existe un imperativo para que las per-
sonas ingresen forzosamente al proceso y culminen el mismo, lo cual brinda
un carácter de voluntariedad importante para el compromiso de cada uno de
los integrantes con su ruta o con su proceso individual de reintegración a la
sociedad civil.

Respecto a la cobertura geográfica, actualmente la ACR tiene presencia en


gran parte del territorio colombiano. La Agencia cuenta con 33 centros de ser-
vicios en el país, que brindan atención y acompañamiento en su proceso a las
personas en proceso de reintegración (PPR). La distribución geográfica de estos
centros de servicio se realizó teniendo en cuenta la ubicación geográfica de las
PPR atendidas por la ACR. Estas se encuentran básicamente en el norte del país
y, en menor proporción en el sur. La mayor parte de población desmovilizada
está ubicada en las zonas Andina y Caribe.

Se destaca que, a nivel porcentual, un 38 por ciento de las PPR se encuentra


concentrado en los grandes centros urbanos, lo cual ha obligado al Gobierno
nacional a crear estrategias de coordinación con los gobiernos territoriales para
centralizar la política pública de reintegración, sobre todo en las grandes urbes,
en donde se concentra la mayoría de la población desmovilizada.

El siguiente esquema muestra la distribución geográfica de la población des-


movilizada del país, la cual se encuentra en la ruta de la reintegración.

126
¿Preparados para el post-conflicto?

Fuente: ACR, 2014.


Igualmente, se tienen porcentajes del 40 y el 22 por ciento de PPR ubicadas
en ciudades intermedias y otros municipios a lo largo y ancho de la geografía
nacional. Debido al porcentaje de PPR concentrado en el norte y centro del
país, la presencia de la ACR se ha consolidado en estas zonas geográficas. Sin
embargo, actualmente los esfuerzos de la entidad están encaminados a tener
una mayor presencia institucional en el sur del país, lo cual se ha materializado
con la apertura de centros de servicio en los departamentos del Caquetá, Huila,
Cauca, Nariño y Putumayo. Estos puntos de servicio deben responder oportu-
namente al proceso de reintegración en esas zonas del país.
Ahora bien, como se mencionó anteriormente, el ingreso de la población
desmovilizada a la ruta de reintegración es absolutamente voluntario. Pero esa
voluntariedad implica que, para acceder a los beneficios económicos, la PPR
debe cumplir con una serie de compromisos en el trascurso de la ruta indivi-
dual de reintegración que emprendió; dichos compromisos parten de la faceta
psicosocial, asumiendo que es un punto esencial para efectos de estabilizar a al-
guien que sale de una situación de conflicto. Es por ello que el acompañamiento
psicosocial y las corresponsabilidades que implica dicho acompañamiento in-
dividual (del cual hace parte también el componente académico), deben tener
una relación recíproca de responsabilidades, tanto de las personas que buscan
reintegrarse a la sociedad civil como de la ACR de brindarles todas las herra-
mientas para que su reintegración sea exitosa y sostenible.

127
Juan Carlos Amador

Fuente: ACR, 2014.


Uno de los ocho componentes de la ruta está relacionado directamente con la
formación para el trabajo, que es la capacitación que reciben los desmoviliza-
dos de acuerdo con sus inclinaciones profesionales en un oficio determinado.
El aliado estratégico de este componente es el Servicio Nacional de Aprendi-
zaje (SENA), institución a la cual las PPR pueden ingresar y realizar cursos
de formación para el trabajo, con la intensidad necesaria y reglamentada por
esta entidad. Solamente con el cumplimiento de estos componentes es posible
que la PPR tenga acceso a los beneficios de carácter económico, los cuales no
se conciben como un subsidio, como en otros programas estatales, sino como
un apoyo económico para darle continuidad a la ruta de reintegración de los
desmovilizados, y que estos puedan tener un proyecto que permita que su re-
integración económica a la sociedad sea sostenible y duradera.
Para el primer semestre de 2014, la ruta de reintegración está definida y
tiene un promedio de duración de seis años y medio, dependiendo de las con-
diciones individuales de cada persona desmovilizada. No se trata de una ruta
masiva, dado que para establecer la ruta de cada PPR es necesario conocer sus
condiciones particulares y formular un plan de trabajo con cada persona, ya
que tienen necesidades diferentes. Por ello es necesario contar con un acom-
pañamiento directo por parte de los profesionales reintegradores de la ACR,
quienes se encuentran ubicados en los centros de servicios en las regiones, pres-
tando apoyo a lo largo y ancho del país.

128
¿Preparados para el post-conflicto?

En este punto es importante señalar que hoy, en el marco de su ruta de re-


integración, los beneficios económicos a los cuales pueden acceder las PPR son,
más que un derecho adquirido por su condición de desmovilizados, un apoyo
que el Estado entrega a aquellos que demuestran un compromiso auténtico
con su ruta individual de reintegración, en aras de lograr un estándar final de
su ruta que les permita una reintegración económica y social real, auténtica y
sostenible en la legalidad.
Veamos con más detalle las diferentes facetas que componen la ruta de reinte-
gración individual. Hoy se cuenta con una ruta de reintegración multidimensio-
nal que busca impactar varias facetas en la vida de las personas desmovilizadas.
Desde el punto de vista personal, el primer referente es restablecer los lazos fa-
miliares. Cuando se está en las primeras fases de desmovilización, hay un trabajo
muy fuerte con el entorno directo de las personas desmovilizadas que busca for-
talecer esos lazos familiares, y de esa forma ir garantizando un mecanismo que
evite la reincidencia en las actividades que ejercía en el grupo al cual pertenecía.
En este punto, hay un arduo trabajo desde el punto de vista personal, pero
también de tipo productivo, el cual es una preocupación constante para lograr
una reintegración económica auténtica. En tal sentido, se genera una planea-
ción en torno a la formación para el trabajo y el desarrollo de alianzas con
el sector privado, con la finalidad de crear oportunidades de empleo para las
PPR. La idea es que, con ello, puedan acceder, al finalizar su ruta o incluso
desde antes, a una oportunidad laboral, toda vez que las personas en proceso
de reintegración, al tener cabida en el aparato productivo, pueden lograr una
reintegración sostenible a la legalidad.
Esta es una preocupación latente para la ACR, lo cual obliga a la entidad a
generar permanentemente sinergias con los sectores con el fin de crear oportu-
nidades laborales para la población objeto.
En el sector privado, actualmente la ACR cuenta con varias alianzas en los
diferentes sectores productivos del país, y de esta forma se logran canalizar
oportunidades de empleo que permitan la sostenibilidad de las personas en el
proceso de reintegración, desde el punto de vista económico.
En cuanto al sector público, bajo la premisa ‘el ejemplo empieza por casa’,
en la ACR hay personas que decidieron dejar las armas e iniciar su proceso de
reintegración, que cumplieron y culminaron su ruta con éxito, que terminaron
sus estudios superiores y que hoy están vinculadas como colaboradoras de la
institución. Ellos y ellas son piezas fundamentales para lograr el objetivo para el
cual fue creada la entidad, dado su compromiso, alta calidad humana y conoci-
miento de primera mano de lo que conlleva el desarrollo y culminación de la ruta
de reintegración. Es así como la ACR cuenta con aproximadamente cincuenta
promotores de reintegración, distribuidos en los diferentes centros de servicios.

129
Juan Carlos Amador

También se han diseñado opciones concretas de empleo. Dentro de la ruta


de cada PPR está la posibilidad de un apoyo económico para proyectos produc-
tivos con el ánimo de generar alternativas de ingresos que permitan también
la generación de trabajo y hagan posible la sostenibilidad y permanencia del
desmovilizado en la legalidad. De estos diseños institucionales se han tenido
experiencias bastante exitosas de personas que empezaron un proyecto pro-
ductivo, individual o colectivo, y hoy son empresarias que tienen la posibilidad
de dar empleo a otras personas.
Hay situaciones en la vida práctica que rebasan lo que se puede esperar de
la reconciliación, en tanto se han dado proyectos de vida de empresarios des-
movilizados que hoy emplean a víctimas y a desmovilizados en sus empresas,
generando desde esta perspectiva experiencias de reconciliación muy concretas
en el país, a la vez que están generando una dinámica productiva y económica
que garantiza la sostenibilidad de ese tipo de proyectos y la generación de in-
gresos en el tiempo.
Asimismo, y como se señaló anteriormente, la dimensión familiar va muy de
la mano con los lazos que deben ser fortalecidos para evitar la reincidencia, y en
nuestra ruta de la reintegración cobra una importancia central.
Por otra parte, la dimensión de la habitabilidad es un punto también muy
importante, en el entendido que una persona que tiene una vivienda es me-
nos propensa a la reincidencia que alguien que no la tiene. La vivienda genera
arraigo en el territorio. Desde esta perspectiva, se ha venido trabajando de la
mano con el Fondo Nacional del Ahorro y las cajas de compensación familiar,
lo cual ha generado que hoy en día podamos presentar un índice del 25 por
ciento de nuestra población con vivienda propia o con una vivienda familiar,
lo cual va generando, a su vez, condiciones de arraigo en la región, las cuales
reducen la reincidencia en actividades delictivas.
En el ámbito del acceso a la salud, nuestra población está cubierta con el
régimen subsidiado, en principio, y con el contributivo una vez tenga acceso
a empleo formal o genere un proyecto productivo que le permita acceder a la
seguridad social. Desde esta perspectiva, hay una estadística importante: hoy
tenemos aproximadamente 10.000 personas desmovilizadas trabajando en el
sector formal de la economía; y unos 8.000 trabajando en el sector informal de la
economía. El reto es incrementar el número de personas vinculadas de manera
formal al aparato productivo que, en últimas, permite garantizar esa perma-
nencia en la legalidad de forma sostenible, nuestro propósito institucional.
Como se anotó anteriormente, dependiendo de cada realidad en la que se
encuentra la persona desmovilizada, hay un acompañamiento en materia edu-
cativa, partiendo desde la básica, e incluso hay apoyos para quienes quieren
continuar su formación académica hasta la formación superior. Actualmente,

130
¿Preparados para el post-conflicto?

se cuenta con cerca de 500 personas desmovilizadas que han culminado todas
las etapas educativas de la ruta, algunos incluso desde primaria, y hoy están
cursando estudios superiores, muchos de los cuales, como se mencionó, hacen
parte de la ACR, vinculados como promotores de reintegración.
En la perspectiva ciudadana, que consiste en reivindicar los derechos como
ciudadanos, apropiarse del papel activo de cumplir con su propio destino y
apropiar los canales institucionales, también hay un acompañamiento por par-
te de la Agencia para el desarrollo en esta faceta en particular.
La seguridad de las PPR es un tema de gran relevancia para la Agencia, pues
a pesar de todos los esfuerzos institucionales existen zonas del país donde las
tasas de mortalidad de personas desmovilizadas son muy altas en relación con
otro tipo de poblaciones. Allí se ha avanzado en esfuerzos importantes con las
autoridades del Estado, encargadas de prestar esa seguridad, con el fin de sal-
vaguardar y garantizar el derecho a la vida de las PPR. En tal sentido, se logró
que normativamente la Unidad Nacional de Protección, que es la instancia del
Estado encargada de proteger a personas en situaciones de riesgo, incluyera a
estas personas dentro de su población objeto. Esta inclusión permite que ante
una circunstancia particular de riesgo de algún desmovilizado se pueda acudir
a esa entidad para la calificación de su situación especial y obtener el apoyo y la
medida de protección que sea necesaria. Sin embargo, la seguridad de las PPR
sigue siendo un problema latente por los altos índices de mortalidad y homici-
dios que se presentan en esta población.
Aunque no se observa en el esquema, otro elemento clave es la estabilización
jurídica del tema en el país. Esta preocupación radica en que el proceso de re-
integración ha sufrido fluctuaciones que, en muchas ocasiones, han cambiado
las ‘reglas de juego’ sobre el camino. En este contexto, se puede mencionar
la situación de las personas desmovilizadas que, en el año 2003 fruto de los
acuerdos suscritos entre el Gobierno y los grupos al margen de la ley, dejaron
las armas y optaron por dejar la vida de ilegalidad que tenían hasta ese momen-
to. Con el paso del tiempo, fruto de los pronunciamientos jurisdiccionales, se
trazan las reglas de juego y se constituye un escenario de tipo jurídico que ha
llevado al Estado a emitir una serie de herramientas para darle solución a esa
problemática.
Por ejemplo, una problemática frente a estas desmovilizaciones ha sido que
la Constitución Política, en su artículo 122, limita el acceso de las PPR a cargos
públicos y a las funciones públicas, pues toda persona que ha sido condenada
por pertenecer a un grupo armado ilegal no puede ocupar cargos públicos o ser
elegida para los mismos. En este caso, las personas desmovilizadas que se han
reintegrado y que fueron condenadas no van a poder ejercer cargos públicos,
ya que al haber pertenecido a grupos delincuenciales, grupos alzados en armas

131
Juan Carlos Amador

o por el delito de concierto para delinquir, en el caso de los desmovilizados


de las autodefensas, van a tener una limitante política y laboral. Cuando sean
condenadas, en relación con este mandato constitucional, se va a limitar la po-
sibilidad del ingreso al Estado para el ejercicio de cargos públicos. Este es un
reto grande que, como Estado, tenemos que ir resolviendo, dado que en últimas
es un obstáculo para que realmente se pueda dar una reintegración social y
económica de los desmovilizados de acuerdo con el marco legal vigente. Por
esta razón, uno de los retos grandes es ir garantizando instrumentos de seguri-
dad jurídica que permitan crear las condiciones legales para garantizar que el
proceso de reintegración sea estable jurídicamente y sostenible en la legalidad.

Referencias bibliográficas
Organización de las Naciones Unidas, (2010). Second Generation Disarmament,
Demobilization and Reintegration (DDR) Practices in Peace Operations. Recu-
perado http://www.un.org/en/peacekeeping/documents/2GDDR_ENG_
WITH_COVER.pdf
Organización de las Naciones Unidas, (2006). Integrated disarmament, demobili-
zation and reintegration standards. Recuperado http://pksoi.army.mil/doctri-
ne_concepts/documents/UN%20Guidelines/IDDRS.pdf

132
Desmovilización y reinserción:
una experiencia
Enrique Flórez1

A continuación haré una breve reflexión, a partir de una experiencia particu-


lar, conocida como la desmovilización y reinserción del Partido Revoluciona-
rio de los Trabajadores (PRT). Esta experiencia es, en relación con lo expuesto
por Omar Alfonso Ochoa (ANR), la “prehistoria” de la reinserción. Se trata de
un acontecimiento producido entre 1990 y 2003. Reflexionar sobre lo ocurrido
aporta claves importantes para entender qué pueda pasar frente a un posible
escenario de post-conflicto con las FARC-EP.
Fui, durante quince años, miembro de la guerrilla PRT. En 1991 participé
en la mesa de negociación con el Gobierno nacional de la época. Fui vocero de
esa mesa y del Comité de Concertación del Programa de Reinserción con el Go-
bierno nacional, específicamente en lo concerniente al proceso de reinserción
del PRT. Lo que sucedió, y lo que voy a contar en esta historia, tiene como fin
dar a conocer algunas lecciones aprendidas de este proceso de desmovilización
y reinserción que ocurrió en la década del noventa del siglo XX en Colombia.
Para iniciar es bueno contextualizar al lector sobre las negociaciones de la
década de los años noventa. Entre 1990 y 1994 se desmovilizaron ocho organi-
zaciones guerrilleras: el Movimiento 19 de abril (M-19), el Ejército Popular de
Liberación (EPL), el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), la Corriente

1 Representante Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

133
Juan Carlos Amador

de Renovación Socialista (CRS), el Comando Ernesto Rojas, el Frente Francisco


Garnica, las Milicias de Medellín y el Partido Revolucionario de los Trabajado-
res (PRT). Estos procesos de negociación estuvieron antecedidos de una serie
de acuerdos con el Gobierno nacional, por lo que es necesario reconocer de
manera general su forma de funcionamiento.
Un primer tema es que todos nos acogimos a la iniciativa de paz del Go-
bierno del presidente Virgilio Barco (1986-1990). En las mesas de negociación
no se abordaron temas sustanciales, por ejemplo no fueron tratados temas de
política pública. Esto se explica básicamente porque estábamos en una coyun-
tura relacionada con el proceso constituyente de 1991. Así que los referentes
y las propuestas que teníamos en aquel momento, alrededor de cambios en
las estructuras sociales y económicas, se concentraron en dicho proceso cons-
tituyente.
Cuando la Corte avaló que el proceso constituyente podía incidir en todos
los temas de la Constitución, las mesas de negociación se quedaron sin conteni-
dos sustantivos. En consecuencia, los temas de los acuerdos con estas organiza-
ciones quedaron sujetos a las condiciones para la reinserción a la vida civil de
estos grupos guerrilleros, específicamente a través de cuatro grandes capítulos.
El primero, que era el más grande, se refería a las garantías. Inicialmente,
estaban las garantías políticas para participar en la constituyente. Luego, las
garantías jurídicas para los indultos, en un contexto muy distinto al de hoy,
pues su referente era el perdón y el olvido. En este contexto de perdón y olvido,
se produjeron indultos y suspensión de procedimientos de órdenes judiciales.
También surgieron las garantías para la conformación de partidos políticos. Fi-
nalmente, se abordó el tema de esquemas de seguridad y de unas condiciones
mínimas para la participación política. Este fue el primer gran capítulo de estos
acuerdos.
El segundo capítulo se centró en las condiciones para la reinserción econó-
mica y social de los combatientes. En esto quiero anotar que Colombia, como
lo planteó Omar Alfonso Ochoa, tiene una larga tradición en el tema. El para-
digma de reinserción, desde la Ley 35 de 1982, en el Gobierno del presidente
de Belisario Betancur (1982-1986), ha sido la reinserción individual. Nosotros,
en estos acuerdos, aceptamos esta orientación y nos dispusimos a diseñar e
implementar una serie de proyectos y programas en áreas de educación, salud
y vivienda.
El tercer capítulo desarrolló el tema de los planes regionales de inversión
pública. En las zonas donde los grupos habían tenido alguna influencia se acor-
dó con el Gobierno nacional la generación de una serie de inversiones para
mejorar las condiciones de calidad de vida de sus pobladores, y así incidir en
el desarrollo regional.

134
¿Preparados para el post-conflicto?

El cuarto capítulo se construyó alrededor de los derechos humanos, que


básicamente se concentró en los acuerdos de la Corriente de Renovación So-
cialista, el PRT y el Quintín Lame. Estos coincidían en la necesidad de crear
comisiones para analizar la situación de derechos humanos en las regiones, así
como hacer recomendaciones.
En este momento existía la Consejería Presidencial de Derechos Humanos,
que hacía recomendaciones para mejorar las condiciones en esta área. No obs-
tante, el tema de las víctimas fue abordado discretamente. En aquel tiempo,
el tema se reducía a las víctimas de las personas que estuvieran dentro de la
organización y a algunos aspectos generales relacionados con reparación co-
lectiva. En términos generales, este era el esquema planteado. A continuación,
adelantaré un análisis comparativo entre esta experiencia y el actual proceso
de diálogo con las FARC-EP, algo que el consejero Sergio Jaramillo también ha
planteado.
En primer lugar, un aspecto central sobre la construcción de paz con las
FARC-EP tiene que ver con la paz regional. Aquí surge la pregunta: ¿Qué pasó
con la paz regional de los años noventa? Como se mencionó anteriormente,
nuestra participación en la Constituyente y en el nuevo marco político de 1991
fue importante, pero poco se ha hablado de esa paz regional en la que aporta-
mos. Entonces describiré, a grandes rasgos, qué paso con el PRT.
El PRT se desmovilizó en los Montes de María, en la costa norte de Colom-
bia, entre los departamentos de Bolívar y Sucre. Los Montes de María están
conformados por quince municipios. Podemos estar hablando, para ese mo-
mento, de una población de unos 500.000 habitantes. El PRT era una organiza-
ción pequeña, que surgió de una división del EPL en 1974. Después conformó
otra tendencia, por lo que nos integramos a la Coordinadora Simón Bolívar.
Dentro de la Coordinadora, cuando se produjo la desmovilización del M-19,
hicimos un bloque con el EPL y el Quintín Lame. Este bloque logró negociar
con el Gobierno nacional. Los inicios de esta negociación, que se dieron en Bo-
gotá, específicamente con el acompañamiento de Rafael Pardo, y después de
dos reuniones, acordamos que era necesario llevar la negociación a las regiones
donde teníamos influencia. Fue en ese momento en el que la mesa se dividió en
campamentos localizados en estas zonas de influencia.
El EPL instaló varios campamentos, el Quintín Lame se ubicó en el Cauca y
nosotros nos ubicamos en San Juan de Nepomuceno, para luego trasladarnos a
Don Gabriel. Cuando llegamos, junto con los negociadores del Gobierno y de la
región, porque también en las regiones escogimos negociadores, teníamos el cri-
terio de que la mayor fuerza concentrada, básicamente la fuerza militar del PRT,
estaba ligada a los movimientos campesinos de la década del setenta y la Aso-
ciación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC), línea Sincelejo.

135
Juan Carlos Amador

Cuando llegamos a uno de los campamentos, lo primero que recibimos fue una
visita de los alcaldes de la región. Llegaron quince alcaldes, quienes expusieron
las problemáticas del desarrollo regional.
En ese momento había un enfoque diferente al de hoy. El Gobierno nacional
planteaba un enfoque territorial en la inversión nacional que era ejecutada a
través del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR). Este Plan se había diseñado,
por parte del Gobierno nacional, con el propósito de llevar el Estado central
a las regiones más desfavorecidas, donde había situaciones de violencia. Este
proceso se adelantaba a través de los Consejos Municipales y Departamentales
de Rehabilitación (CMDR). En estos consejos, el Gobierno asignaba unos recur-
sos para que se tomaran decisiones sobre pequeñas obras de infraestructura,
fundamentalmente para beneficiar a regiones que estaban en condiciones de
atraso, sin vías, sin acueducto y con mucha pobreza.
En este contexto, lo primero que nos presentaron los alcaldes fue la necesi-
dad de ampliar ese enfoque territorial. En ese momento se había hecho un plan
de desarrollo regional en la Costa Atlántica, y los alcaldes indicaban que este
no recogía las expectativas regionales. Nos entregaron un pliego de peticiones
que se centraba en las necesidades del desarrollo regional, el cual incluía ade-
más el tema de acueductos, problema que se mantiene hasta nuestros días en
la región, por ejemplo el acueducto del Carmen de Bolívar que después de 23
años no se ha terminado de construir. También aparecieron temas relacionados
con la mala calidad de las vías y la crisis de la economía campesina. Estas pro-
blemáticas fueron recogidas a través de un listado de necesidades de la región
y lo presentamos en la mesa de negociación.
En relación con esta lista de temas, lo primero que nos dijo el Gobierno na-
cional es que no podía ser abordada en la mesa, fundamentalmente porque la
visión del desarrollo regional iba a ser resuelta desde el centro a través de pe-
queñas obras. El Gobierno estableció una relación entre el tamaño de la fuerza,
de los grupos insurgentes y los recursos que se iban a invertir o a destinar en las
regiones. Con base en estos parámetros se hizo un proceso de negociación que,
luego de una suerte de regateo, incluyó a 17 municipios. En Montes de María
participaron ocho municipios. Se destinaron unos recursos de 300 millones de
pesos de esa época. Con este presupuesto se diseñó una serie de proyectos,
también en la lógica de proyectos especiales del PNR, pero que por la relación
de municipios y de presupuesto fueron pequeños y sin mayor impacto. Esto es
necesario tenerlo en cuenta, pues el tema regional debe estar presente en los
actuales procesos de diálogo y negociación.
Pasando a otro aspecto de los acuerdos, vale recordar que a pesar de los
inconvenientes, logramos desmovilizarnos el 26 de enero de 1991. En la región
se generó una gran acogida dado que en el periodo 1991-1994, tiempo en el que

136
¿Preparados para el post-conflicto?

se implementaron los acuerdos, desarrollamos foros de paz regional e hicimos


una serie de actividades de educación para la paz. También diseñamos pro-
yectos importantes en salud, específicamente hicimos una empresa solidaria
de salud en los Montes de María, pues este era un tema crítico en la región.
Finalmente, hicimos varios proyectos de vivienda y el proceso de paz dio para
dinamizar una serie de movimientos que estaban cuestionando el poder políti-
co tradicional. Esto último está relacionado con el contexto político de Sucre y
Bolívar, dado que son departamentos con mayor tradición de clientelismo y de
control gamonal.
En relación con nuestra experiencia política, en el departamento de Sucre
surgieron, desde finales de la década del ochenta, una serie de movimientos
cívicos. Se empezaron a conquistar las alcaldías locales de municipios como
Corozal, Ovejas, Chalán, Coloso, María la Baja, y se generó un efecto de alter-
nativa popular en lo político. Esto produjo en la región una reacción contra
este movimiento cívico, lo que trajo consigo la conformación de una serie de
alianzas entre el poder político local, el paramilitarismo y algunas fuerzas del
Estado.
Se empezó a vivir, desde 1995 hasta 2003, una situación de violencia que es
una tragedia humanitaria en los Montes de María, pues desde ese momento
hasta nuestros días se han producido cerca de cincuenta masacres. Un ejemplo
de ello es la de El Salado, así como la muerte de la dirigencia social y política
compuesta por unas cincuenta personas. Todo lo logrado en los cuatro prime-
ros años se perdió. Por ello muchos de nosotros tuvimos que huir de la región.
Prácticamente todo el proceso de reinserción, acumulado durante estos años,
así como los proyectos desarrollados, fueron desmantelados. Al asesinar líde-
res del proceso, nos desplazaron y hasta ahí llegó la paz regional.
El predominio de esas alianzas entre paramilitares, políticos locales y algu-
nas fuerzas del Estado fue lo que terminó con los proyectos de paz que había en
la región con la participación del PRT. ¿Qué lecciones podemos aprender de esa
paz regional? Diría que surgen seis grandes temas a tener en cuenta.

1. Garantía del derecho a la vida de los excombatientes

El primer tema está relacionado con la garantía, por parte del Estado, del dere-
cho a la vida de los excombatientes que se desmovilizan. Si no se garantiza ese
derecho no hay nada que hacer, pues ocurre lo que nos pasó en los Montes de
María, con todo el horror que eso significó. Teniendo en cuenta que la garantía
del derecho a la vida no es solo un problema relacionado con los esquemas de
seguridad, es necesario que el Estado logre desactivar esa alianza entre pode-
res políticos locales y organizaciones armadas legales e ilegales. Allí me parece
fundamental el trabajo de la Fiscalía General de la Nación.

137
Juan Carlos Amador

Si no hay una presencia estatal y un trabajo de fondo, se puede dar, como


se dio en el proceso de los años noventa, un reciclaje de la violencia y de los
grupos armados. Cuando se indaga la historia de la década de los años setenta
en Sucre, se evidencia la existencia de unos grupos, llamados Pájaros, esto es,
sicarios contratados por los gamonales para matar a los líderes campesinos. Fue
en ese contexto que conformamos las milicias, las cuales tenían como finalidad
proteger a los campesinos del poder de los gamonales.
Después de los acuerdos y victorias democráticas, alcanzadas por la fuerza
social que se había gestado en la zona, y cuando comenzó a crecer el movi-
miento popular y las alternativas políticas y sociales de Sucre, se conformaron
grupos paramilitares a través de alianzas entre la clase política local y otros
sectores, entre ellos el narcotráfico. Después que se desmovilizaron estos gru-
pos de paramilitares surgieron las bandas criminales emergentes (Bacrim). Esto
trajo consigo la continuación de una espiral violencia que continúa excluyendo
a los movimientos y organizaciones sociales y políticas del poder político local,
a la vez que se mantienen los intereses locales del poder político.
Es por ello que el derecho a la vida depende del éxito en la desarticulación
de estas estructuras y, en particular, para el caso de los Montes de María, que
se logre establecer la verdad de lo que sucedió, pues es sabido que a través del
proceso de Justicia y Paz ya existen declaraciones fundamentales. Por ejemplo,
es sabido que un jefe paramilitar declaró los detalles de su participación en el
exterminio del PRT, evidenciando la alianza con comandantes locales del Ejér-
cito y la Policía, así como con políticos locales. Incluso, dentro de estos planes,
aparecieron listas de los compañeros que iban a ser asesinados. Esa fue quizás
la época más tenebrosa de esta experiencia, entre 1996 y 2003.
De esta problemática había compromisos y procesos judiciales contra
mandos del ejército y la armada, pero eso todavía no está completamente
esclarecido. Al parecer, aún existen vínculos entre la clase política local y los
paramilitares, los cuales deben ser indagados, como parte del alcance de la
verdad, la justicia y la reparación. En conclusión, este tema debe ser abordado
a profundidad, pues el derecho a la vida debe ser una prioridad en el proceso
de paz, especialmente en torno a la implementación de mecanismos para la
reintegración.

2. Dimensión regional de los acuerdos

En segundo lugar, es importante tener en cuenta que los acuerdos deben contar
con una dimensión regional, no pueden ser acuerdos para desmovilizar grupos
pequeños o grandes simplemente. Si se ubica el problema en una dinámica de
desarrollo regional, se deben plantear estrategias, desde lo regional, para resol-
ver la pobreza y la presencia del narcotráfico, pues son muchas las regiones del
país que no han podido resolver esta situación.

138
¿Preparados para el post-conflicto?

Si no se tienen en cuenta a las regiones en los acuerdos no se avanzará en la


eliminación de la violencia. En relación con el proceso de paz con las FARC-EP,
es importante preguntarse: ¿Cuál es el alcance territorial de estos acuerdos? Si
tomamos como ejemplo subregiones, como el caso de los Montes de María, o
un grupo de municipios del departamento de Sucre, es necesario delimitar qué
problemáticas pueden ser atendidas en ausencia del conflicto armado. Aunque
no se puede responsabilizar de la solución de todas las problemáticas locales a
un proceso de paz, es necesario aplicar estos criterios territoriales.

3. Límites a los procesos de reintegración

En tercer lugar, otra enseñanza importante de nuestra experiencia es establecer


límites a los procesos de reintegración. Considero que en el pasado decidimos
vincularnos al proceso de reinserción de manera individual, y de este modo
logramos desarticular las estructuras existentes. Sin embargo, ante el incum-
plimiento estatal, los reinsertados quedaron dispersos y desarticulados, pues
no se resolvieron sus problemáticas básicas. Actualmente, según lo planteado
por Omar Alfonso Ochoa, hay importantes avances en los criterios tanto de
desmovilización individual como colectiva. Este modelo, el cual debe continuar
mejorándose, constituye una garantía seria para el actual proceso de paz. Este
es uno de los temas claves, dentro del quinto punto de la agenda discutido por
el Gobierno y las FARC-EP.
Debemos aprender de otras experiencias de reinserción, por ejemplo la de los
salvadoreños. En ese país no se desarticularon completamente estas estructuras,
pues se mantuvieron durante el proceso de transición. Aunque aquí se hicieron
procesos de reinserción individual, también se ofrecieron formas de reinserción
colectiva, específicamente adelantados con los altos mandos de las organizacio-
nes en el periodo de transición. Esto ayudó a minimizar el impacto de que los
excombatientes volvieran a delinquir. No obstante, debido a problemáticas es-
tructurales no resueltas, este país empezó a vivir otros fenómenos de violencia.
Por ejemplo, a nosotros nos fracasó la idea de convertir a los desmovilizados
en empresarios. Nos pasó lo mismo que le ocurre a la mayoría de empresas
pequeñas en Colombia. Al cabo de dos años, los proyectos que estaban fun-
cionando se empezaron a quebrar, pues las personas terminaron tomando el
dinero de base para resolver sus necesidades básicas insatisfechas. En nuestro
caso, después de trece años negociando con el Estado, tuvimos que declarar
el punto final, pues se convirtió en un programa asistencialista, tal como lo
plantea Omar Alfonso Ochoa. Infortunadamente los reinsertados querían vivir
como pensionados de guerra, querían que se les diera dinero mensualmente sin
hacer nada. Esto también es una deformación de los procesos de reinserción.
La reinserción no puede ser eterna, pero en un periodo de transición debe estar
bien manejada. Debemos tener en cuenta que el actual proceso con las FARC-EP

139
Juan Carlos Amador

puede llegar a ser más crítico. Se deben manejar los aspectos colectivos de la re-
inserción sin descuidar las estructuras de mandos. Se deben adelantar procesos
diferenciados entre los mandos y las bases, pues sus realidades son distintas. Es
un tema difícil de manejar pero creo que esas diferenciaciones deben ser estable-
cidas. No pueden ser soluciones de reinserción de simple acceso individual a los
programas. En el caso de las FARC-EP es clave que se implementen soluciones de
reinserción ligadas a las dinámicas de desarrollo regional.
En nuestra experiencia observamos que, cuando llegábamos a una zona
muy pobre con proyectos productivos, las personas creían que para acceder a
recursos por parte del Estado era necesario vincularse a la guerrilla. Con estos
esquemas se corren estos riesgos, lo cual es nocivo de cara a los procesos de
reconciliación. Otras problemáticas de derivaron de la falta de institucionali-
dad para respaldar los procesos de reinserción, situación que afortunadamente
hoy es distinta. En este punto, por último, vale preguntarse si es conveniente
implementar proyectos especiales en educación, salud y vivienda para los rein-
sertados, o si es mejor involucrarlos en los proyectos que ya tiene el Estado en
las respectivas regiones. Quizás sea necesario considerar proyectos más inte-
grales que no profundicen divisiones que traen consigo polarizaciones locales.
Estas polarizaciones pueden darse cuando se terminan conformando “guetos”
locales favorecidos por el Estado.

4. Sostenibilidad de la participación política y social

En cuarto lugar, es necesario considerar cómo hacer sostenible la participación


política y social, no solo por el derecho a la vida mencionado anteriormente,
sino también por la necesidad de garantizar condiciones de equidad para la ac-
ción política de minorías y fuerzas políticas emergentes. El oxígeno que nos dio
el acuerdo nos alcanzó para participar en la primera elección y pudimos, con
muchas limitaciones, competir con maquinarias clientelistas muy poderosas.
En la segunda elección nos derrotaron totalmente dado que no teníamos recur-
sos económicos para hacerle frente a esta infraestructura política tradicional.
Este tema se fue agotando con el pasar del tiempo. Intentamos implementar
un mecanismo con el Gobierno, asociado con la circunscripción territorial, por
medio del cual los compañeros desmovilizados podían aspirar a los concejos
municipales y las asambleas departamentales con menos votos, comprendida
como una manera de suplir la falta de medios y de recursos para la competen-
cia. Pero este mecanismo funcionó solo por una vez, y en la siguiente elección,
cuando la gente se volvió a presentar, no hubo condiciones ni garantías para
sostener este esquema. Por esta razón es muy importante que, dentro de los
acuerdos de La Habana, se logren definir garantías para implementar la cir-
cunscripción territorial, no solo para los desmovilizados sino también para las
organizaciones sociales y otras expresiones políticas locales.

140
¿Preparados para el post-conflicto?

5. Sobre los procesos de reconciliación

En quinto lugar, es necesario analizar cómo abordar los procesos de reconcilia-


ción. Durante los primeros tres años de nuestra desmovilización hicimos todo
lo que estuvo a nuestro alcance en materia de reconciliación. Hicimos un en-
cuentro con los ganaderos y terratenientes de la región para perdonarnos mu-
tuamente. Sin embargo, años después, para sorpresa nuestra, aquellos a quie-
nes habíamos pedido perdón estaban organizando grupos paramilitares para
matarnos. A esto se le puede llamar una reconciliación hipócrita y mediática.
También se hicieron marchas, campañas, actividades culturales e iniciativas
de educación, pero la reconciliación no se produjo y se mantuvo la polarización
social. Incluso, cuando se inició el fenómeno de la violencia contra nosotros lo
que primero planteó la población es que abandonáramos la zona, pues si los
veían hablando con nosotros corrían peligro.
El efecto del miedo y la violencia es muy grande y es un obstáculo para la
reconciliación. Lo complejo es que estos procesos de los años noventa, y los que
van a suceder con las FARC-EP, son ‘paces parciales’. La desmovilización de
las FARC-EP no es garantía de terminar con las formas de violencia armada en
Colombia. En los noventa, cuando nos desmovilizamos, continuaron las violen-
cias de los grupos armados en la sociedad colombiana.
En Guatemala, por ejemplo, no volvió a aparecer ningún factor de violencia
luego de la desmovilización. Aquí en Colombia es diferente, pues van a conti-
nuar existiendo factores de violencia y eso es un obstáculo para la reconcilia-
ción. Sin embargo, considero muy valioso que en el proceso de reconciliación
se dé prioridad a la memoria, a la verdad y a la reparación de las víctimas. La
centralidad que tienen las víctimas en el actual proceso y la importancia que se
les ha dado, como política pública, es muy importante. Es fundamental que la
sociedad colombiana ajuste cuentas con el tema de las víctimas que ha produci-
do el conflicto. Si esa vena sigue abierta, la violencia se va a reciclar.

6. ¿Estamos preparados para el post-conflicto?

Finalmente, en relación con la pregunta de si estamos preparados para el post-


conflicto, considero que han pasado más de veinte años y aún no estamos pre-
parados. Esta preparación debemos construirla sobre la base de unas profun-
das reformas institucionales tanto en lo local (que son las más importantes)
como en lo nacional.
Hace unas semanas, después de seis años sin ir al departamento de Sucre,
regresé con la organización de la Corriente de Renovación Socialista, y lo que
más me impresionó fue encontrar grupos políticos locales que han reciclado el
clientelismo y la politiquería tradicionales. Se trata de personajes que controlan,

141
Juan Carlos Amador

desde lo nacional y local, las administraciones municipales y los recursos, gene-


rando dinámicas de corrupción. Asimismo, también se sostienen dinámicas de
narcotráfico que son potenciadas por estos grupos, sobre todo hacia la costa del
departamento.
Estas son las situaciones que deben empezar a resolverse. En el acuerdo
general de La Habana se habla de estos ajustes, específicamente en el último
se declara la necesidad de hacer ajustes institucionales. Considero que aquí es
donde cobra vigencia que las sociedades locales discutan cómo deberían ser es-
tos cambios institucionales en el orden local. Por último, observo la necesidad
de volver a la Asamblea Nacional Constituyente con el fin de modificar aquellos
aspectos que no se pudieron desarrollar con la Constitución Política de 1991. Si
se desmovilizan las FARC-EP, pero si no se adelantan estas transformaciones
institucionales, se puede generar un conflicto muy grande con esas mayorías
excluidas de las regiones. El problema de fondo que hay en la gobernabilidad
política local es la exclusión de las grandes mayorías en las regiones. Estas son
algunas lecciones aprendidas de nuestra experiencia.

Referencias bibliográficas
Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera. Recuperado https://www.mesadeconversaciones.com.co/sites/
default/files/AcuerdoGeneralTerminacionConflicto.pdf
Congreso de la República de Colombia. (1991). Constitución Política de Colombia.

142
Este libro se
terminó de imprimir
en octubre de 2015
en la Editorial UD
Bogotá, Colombia

Vous aimerez peut-être aussi