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Uno de los aspectos de la obra de José Lezama Lima que más ha ocupado la atención de la
crítica es la manera en que obra del poeta cubano se ha construido a partir de muy peculiares
interpretaciones y apropiaciones de otros textos. Afirmar que el conocimiento del mundo que tuvo
Lezama estuvo fundamentalmente mediado por libros debe entenderse en un sentido radical. La
saturación erudita que caracteriza su obra es una de las manifestaciones más conspicuas del cómo su
concepción del mundo se constituye a partir de actos de lectura. Este proceso de mediación y
asimilación pone en marcha una práctica de re-producción textual que origina la alucinada—en el
doble sentido de “sin razón” y “visionaria”—escritura, poética y teoría lezamianas: el sistema
poético, las eras imaginarias, la teoría del barroco americano. Esa aparente heterodoxia, no
organicidad y ostentación erudita que suele describirse como “(neo)barroca” consiste en una
acumulación de alusiones, referencias y lecturas que remiten a una materialidad específica: un
conjunto de textos que son sujetos a un proceso radicalmente especulativo e incluso violento de
recontextualización, reconfiguración, resemantización y representación que corresponde a la
producción del texto lezamiano en sí.1
Este trabajo es una lectura acerca de qué ocurre cuando los “materiales” sometidos a ese proceso
provienen del discurso científico. El estudio de las relaciones y (des)encuentros entre literatura y
ciencia abarca disciplinas tan variadas como los estudios literarios, la filosofía del lenguaje y la
historia y filosofía de las ciencias. La crítica literaria en particular frecuentemente ha abordado lo
científico en tanto objeto de estudio desde una perspectiva histórica o temática. Esta puede consistir,
por ejemplo, en el análisis de cómo ciertos conceptos o teorías científicas han influido en la
producción literaria, o en cómo lo científico aparece como tema o alegoría en el texto literario.2 Pero
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1
Esta práctica doble de apropiación y re-creación ha sido descrita desde varios ángulos: lo que
Severo Sarduy llama “superposición” (2.1165-70), el Lezama “caníbal” descrito por Haroldo De
Campos (16-17), la “er[r]ótica” en Enrico Mario Santí, las implicaciones del trabajo crítico y
editorial de La expresión americana hecho por Irlemar Chiampi, así como su noción de “lectura
interrupta”, la “contrapuntal hermeneutics” en Heller, la “copia” en Levinson, el paso del moder-
nismo europeo al neobarroco latinoamericano en Salgado. Como se verá a continuación, el presente
ensayo se inserta en el espacio que han trazado estas aproximaciones críticas.
2
La bibliografía crítica en esta área es muy vasta. A modo de introducción general véase la
antología de Peterfreund. Dentro del campo latinoamericano los trabajos críticos más recientes se
ubican bajo esta perspectiva temática y alegórica; véanse por ejemplo Brown, Hoeg, y Hoeg y
Larsen. Por “alegoría” me refiero a cuando el texto literario es visto como representación o
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Juan Pablo Lupi 21
también es posible llevar a cabo otra aproximación que sería el reverso de la anterior y que el
historiador James J. Bono describe así: “One task for the field of literature and science, arguably, is
to unmask the reality of the discourse(s) of science” (59). El objeto de estudio en este caso no es
tanto la presencia en sí de lo científico en la literatura sino el análisis de cómo y por qué ciertas
entidades como “metáfora”, “ficción”, “tropo”—que de modo un tanto ingenuo pudieran verse como
ancilares e incluso ajenas al campo de las ciencias—operan en el interior del discurso científico y
son componentes necesariamente constitutivas de éste. En tal sentido, algunas preguntas que intenta
abordar esta aproximación crítica son: ¿qué papel deben o pueden jugar esas formas de “desvío” (cf.
el griego tropós: vuelta, giro) en el interior de un discurso que se autoriza en virtud de su supuesto
carácter radicalmente “literal”, “transparente”, “inmediato” y prosaico (< latín prorsus: directo,
recto, derecho)? ¿Cuál es la relación entre el objeto de estudio científico y la tropología del discurso
científico?3
Mi análisis se ubica en la intersección de estas dos aproximaciones. En lo que sigue analizaré
cómo ese mecanismo descrito arriba de apropiación y re-producción que es generador del texto
lezamiano moviliza una operación crítica de “desenmascaramiento” de la retórica del discurso
científico. Para ello examinaré dos textos del poeta cubano: un fragmento sobre Empédocles
contenido en el enigmático “diálogo” (usualmente descrito como “ensayo”) “X y XX” (1945) y el
poema en prosa “Muerte del tiempo” (1942). Intentaré mostrar que ambos textos trazan un giro o
tropo desde el texto científico hacia la retórica que se manifiesta de dos formas: en el caso de “X y
XX” encontraremos un texto científico-filosófico que es apropiado y leído como un poema; mientras
que en “Muerte del tiempo” estaremos ante un poema basado en un texto científico (la Física de
Aristóteles) y modelado de acuerdo a un dispositivo retórico propio de la ciencia y la filosofía: el
experimento mental (Gedankenexperiment, thought experiment). El interés de estos dos textos de
Lezama radica justamente en cómo se entrecruzan la poesía, la ficción, la ciencia y la filosofía. A
partir de mi lectura de cómo ciertos dispositivos presentes en el discurso científico son “desviados”
de su función instrumental, concluiré mostrando de qué manera en estos textos de Lezama se intuye
una crítica de los linderos epistemológicos que definen los discursos de la literatura y la ciencia y,
más aún, una reflexión teórica acerca de aquello que permite la producción misma de dichos
discursos.
A fin de comenzar desde ahora a precisar en qué consiste esa operación crítica, conviene
detenerse, aunque sea muy brevemente, en un debate fundamental que se remonta a las disputas
entre Sócrates y los sofistas y que hoy día sigue ocupando a filósofos, sociólogos e historiadores de
ilustración de alguna teoría o fenómeno físico: la teoría del caos y el Caribe en Antonio Benítez
Rojo, o la obra de Cortázar y la mecánica cuántica (Brown 160-88) son un par de ejemplos entre
muchos. Con frecuencia, esta alegoresis consiste en una apropiación selectiva de ciertos saberes
científicos que supuestamente representarían rupturas epistémicas análogas a las que tienen lugar en
la literatura. Una crítica de esta aproximación se encuentra en Neubauer.
3
El progresivo distanciamiento entre el conocimiento y la retórica (y la concomitante oposición
“literal” vs. “figurado”), según el cual ésta es mero ornamento o distorsión prescindible de lo
“literal”, se remonta a la filosofía platónica y ha sido uno de los elementos definitorios de la
tradición filosófica occidental. No será sino a partir de la segunda mitad del siglo 20 que lo
“figurado” comienza a ser objeto de estudio riguroso dentro de la filosofía analítica y las ciencias
cognitivas. Para una excelente introducción al recorrido histórico de la retórica como objeto de
estudio en la filosofía véase Johnson. Un minucioso análisis sobre el uso de figuras retóricas clásicas
en textos científicos se halla en Fahnestock. Véase Benjamin para una excelente colección de
estudios sobre los usos de la retórica en textos fundacionales de la ciencia moderna.
22 La ciencia de Lezama Lima
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Para una excelente discusión de este debate a partir de una lectura de De rerum natura de
Lucrecio véase Kennedy. Una de las obras fundacionales de la propuesta constructivista radical
contemporánea se halla en Latour y Woolgar. Para una teoría de las ciencias como extensión del
procedimiento sofista, según el cual el conocimiento y la verdad resultan de efectos de persuasión
véase Gross.
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La influencia—reconocida o no—de Michel Foucault en la sociología e historia de las ciencias
es fundamental. Es necesario enfatizar que las prácticas retóricas que constituyen el discurso
científico son elementos constitutivos tanto del impacto que pueden tener las disciplinas científicas
en un momento determinado como de la manera en la cual organizamos y concebimos el mundo. Por
ejemplo, en un influyente ensayo, Steven Shapin analiza cómo la aparición del experimento como
práctica científica en el siglo 17—evento que marcó la transición a la ciencia moderna—es insep-
arable del uso de lo que él llama “literary technologies” (484), término que designa la movilización
retórica que busca presentar el proceso experimental de manera veraz y comunicable para aquellos
que no eran testigos de éste para así autorizar y legitimar los resultados del experimento y
convertirlos en “hechos científicos”.
Juan Pablo Lupi 23
La resurrección de Empédocles
La recopilación de apuntes y notas sueltas escritas por Lezama entre 1939 y 1949, publicadas
inicialmente en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí y luego bajo el título de Diarios es
reveladora al indagar cuáles fueron las fuentes de la obra y pensamiento lezamianos.8 En varias de
las entradas de estos cuadernos el poeta cubano inserta comentarios sobre los libros que va leyendo.
Desde allí puede bosquejarse un mapa de las lecturas e ideas que marcaron el desarrollo intelectual
del poeta cubano durante esos años. El apunte de fecha 20 de noviembre de 1939 introduce algunas
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En cierto modo esta perspectiva pudiera calificarse de mágica: la palabra termina “creando” la
realidad. Por otro lado, comporta un razonamiento circular: el valor de verdad de la proposición “la
verdad es una construcción sociohistórica” ¿es también sociohistórico? Constructivistas ‘duros’
como Latour y Woolgar aceptan la contingencia de su propia teoría y la circularidad de su propuesta:
“In a fundamental sense, our own account is no more than fiction” (257, énfasis en el original).
7
Una precisión antes de iniciar el análisis de los textos. Aquí se han utilizado los términos
“ciencia” y “discurso científico” pero evidentemente ni Empédocles ni Aristóteles hicieron ciencia
en el sentido moderno y luce más apropiado usar el término “filosofía natural” para designar las
obras de estos filósofos (al inicio del libro Epsilon de la Metafísica, Aristóteles define la filosofía
natural como el estudio de las entidades materiales susceptibles a cambios y la distingue de las
matemáticas, que estudian entidades abstractas que no cambian). Ante la objeción de que no es
posible hablar de “ciencia” antes del siglo 17, el historiador Edward Grant (319-22) argumenta que
la progresión histórica que va desde los presocráticos hasta la física actual necesariamente debe
verse como un todo, ya que el objeto de estudio de las ciencias “premodernas” fue básicamente el
mismo de las disciplinas científicas contemporáneas, y por lo tanto éstas no pueden entenderse
cabalmente sin considerar aquéllas. En tal sentido Grant afirma que sería errado pretender restringir
el saber científico exclusivamente a lo que hoy día entendemos como “ciencia”.
8
Esta recopilación fue inicialmente hecha y prologada por Carmen Suárez León y apareció en el
número especial de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí 29.2 (Mayo-Agosto 1988)
dedicado a Lezama. Estos textos volvieron a publicarse en Diarios: 1939-1949/1956-1958. Cito de
acuerdo a esta edición.
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de las ideas que orientarán la ubicación de lo científico dentro de su poética. Allí Lezama se
pregunta “¿Cuál debe ser la cultura del poeta? ¿Existe una cultura señalada con signo distinto, propia
del poeta?” (Diarios 27), a lo cual responde:
El poeta puede ser el aprendiz displicente, el artesano fiel e incansable de todas las
cosas, pero en su poesía tiene que mostrarnos una tierra poseída, un cosmos
gobernado de lo irreal-real.
Ese triunfo de la poesía sobre las repetidas experiencias, o sobre la cultura cuanti-
tativa; ese triunfo sobre lo más inapresable del sujeto. Esa imposición con unidad,
forma y desarrollo, donde terminan y empiezan las cosas y los reflejos de las
mismas, única excursión de la vida sobre lo desconocido, o sobre la más salvaje
alegría. (29)
La poesía surge a partir de una “tierra poseída” y el valor de la “razón poética” es precisamente su
capacidad de “triunfo” al trascender los límites del conocimiento que ofrecen lo puramente empírico
o la “cultura cuantitativa” que a partir de Descartes se había instalado como forma superior de
conocimiento. Pero ¿en qué consiste esa dialéctica de lo “irreal-real”? ¿De qué modo los discursos
de la ciencia y la filosofía natural son apropiados y transformados por la “razón poética”? ¿Cuáles
son las implicaciones teóricas de este proceso? Algunas respuestas pueden hallarse al examinar este
fragmento del enigmático texto híbrido “X y XX” (1945) junto a otros (sub)textos que se hallan en
su órbita9:
X. —Prefiero al sueño individual, aventura que no podemos provocar, el sueño de
muchos, las cosmologías. Un tegumento ablandado, coloidal, donde podemos
presionar con el dedo momentáneamente y abandonarnos. La poesía viene hasta en
auxilio de sus enemigos. Cuando un Empédocles de Agrigento define la visión como
la coincidencia del efluvio que exhala la luz y el rayo ígneo que emana del fuego
contenido en el ojo. Así la física matemática actúa posteriormente sobre las
cosmologías y todo el mundo de los jónicos, pero después en su oportunidad de
delicias, las cosmologías vuelven a actuar sobre las ciencias. La autofagia, los
átomos como planetas, la hipertelia, en el centro de la física matemática. (Obras
completas 137-38)
Un cotejo con los Diarios revela dos datos importantes. El primero es que el “parlamento” de X es
una transcripción casi textual de un apunte de los Diarios fechado el 17 de julio de 1942 (55). El
segundo dato es que si bien no hay ninguna indicación ni en “X y XX” ni en dicho apunte que
sugiera alguna fuente detrás de la composición del texto, otras anotaciones hechas alrededor de esa
fecha se refieren directa o indirectamente (Lezama no siempre lo indica) a un libro en particular: la
versión en español de la monumental Histoire de la philosophie del filósofo francés Emile Bréhier
(1876-1952), específicamente los capítulos I (“Los presocráticos”), III (“Platón y la Academia”) y
IV (“Aristóteles y el Liceo”).10 Compárese el texto citado de “X y XX” con la sección de la Historia
de Bréhier dedicada a Empédocles:
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“X y XX” fue publicado originalmente en Orígenes 2.5 (Primavera 1945): 16-27, y luego fue
incluido en la recopilación de ensayos Analecta del reloj (1953). El texto está estructurado como una
especie de diálogo entre dos voces identificadas como “X” y “XX” y es uno de los más complejos
de toda la obra de Lezama, cubriendo temas tan vastos como la poesía simbolista, la muerte y la
resurrección, el acto de lectura y la relación entre historia y crítica literaria. Una lectura muy aguda
aunque no exhaustiva de este texto se halla en Ríos-Avila.
10
La versión en español fue traducida por Demetrio Náñez y prologada por Ortega y Gasset. Para
este trabajo he usado la tercera edición (1948).
Juan Pablo Lupi 25
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Empédocles concibe una cosmogonía según la cual existen cuatro elementos o “raíces”: aire,
agua, fuego y tierra, y dos fuerzas opuestas: Amistad (philotes) y Odio (neikos) que cíclicamente
armonizan o separan los elementos. La teoría de las sensaciones se basa en la afinidad de los
elementos entre sí y en la presencia de éstos tanto en los cuerpos como en los órganos de los
sentidos. Existen efluvios compuestos por elementos distintos que emanan de los cuerpos. Los
objetos pueden verse o no según la relación entre los elementos del efluvio, la proporción de
elementos presentes en el ojo del observador (éstos varían según se trate de un animal o un ser
humano) y el tamaño relativo de los efluvios y de los “poros” o aperturas que posee el órgano visual.
Existen varias exposiciones de esta doctrina (Empédocles 195-207). El texto de Bréhier citado arriba
se refiere a la que elabora Teofrasto (discípulo de Aristóteles y fundador de la escuela de los
peripatéticos) en De sensibus §7 (Empédocles 196; Diels y Kranz A86). La mención que hace
Bréhier del Timeo posiblemente se refiera a 44d-46d, en donde se expone una teoría de la visión
basada en la afinidad de los elementos aunque sin mencionar a Empédocles.
26 La ciencia de Lezama Lima
poesía…” sucedida por el fragmento plagiado), puede leerse que el pasaje de Bréhier está, en efecto,
siendo tomado como un avatar de “la poesía”. Por otro lado, se establece una oposición entre poesía
y “sus enemigos”, en la cual la poesía es la entidad provista de agencia—“auxilia”—y esto a su vez
configura una operación dialéctica: la intervención de la poesía en el mundo corresponde por un lado
a una superación de ese “otro” discurso “enemigo”, pero que al ser un proceso de “auxilio”
necesariamente debe reconocer y preservar esa otredad discursiva. Todo este proceso es violento y
en él pueden identificarse dos niveles, uno temático y otro textual. El nivel temático queda esbozado
a través de la sucinta descripción que hace Lezama de la evolución histórica de la filosofía natural y
las ciencias. Hay una primera fase de actividad de la “física matemática” sobre las “cosmologías”, lo
cual podría interpretarse como el paso de las filosofías especulativas de los presocráticos al
aristotelismo, seguido luego por la matematización de la filosofía natural que protagonizaron
Galileo, Descartes y Newton. Esta fase es seguida de otra inversa en la cual las “cosmologías”
actúan sobre “las ciencias” (se cumple así un ciclo “autofágico”) que tal vez se refiera a la
formalización de la cosmología a partir del siglo XX. La frase “los átomos como planetas” sintetiza
estos tránsitos históricos y disciplinarios al condensar las doctrinas atomistas premodernas, la física
atómica moderna y la astronomía. “Cosmología” en este contexto se refiere tanto a la disciplina
científica moderna como a las especulaciones premodernas sobre la creación y evolución del cosmos
y la propia poética de Lezama. Recuérdese que la poesía fue definida como “cosmos gobernado de
lo irreal-real” que ha llegado a “poseer” el mundo (Diarios 29). De aquí se deriva el aspecto textual
de la labor de “auxilio”. La apropiación del texto de Bréhier no consiste solamente en esa lectura
suplementaria mencionada arriba en la cual el tratado filosófico es trasladado a otro orden del
discurso y leído como otro orden del discurso, sino que además el poeta cubano parece en efecto
estar utilizando la doctrina de Empédocles y su respectiva mediación a través del tratado de filosofía
como una materialidad que nutre el aparato generador del texto poético. Cuando digo “utilizar como
materialidad” me refiero a lo que he explicado arriba de cómo Lezama “corta y pega” un fragmento,
un componente material, del texto de Bréhier al insertarlo en “X y XX”. Tal como vimos, esto
termina convirtiéndose en un plagio, el cual genera a su vez un cambio en la lectura tanto de “X y
XX” como de sus fuentes: es el paso del tratado de filosofía al tratado de poesía y corresponde a una
materialización del proceso de apropiación de elementos pertenecientes a cierto orden del discurso
para re-interpretarlos, re-semantizarlos e insertarlos en el orden del “cosmos poético” creado por
Lezama.
Ciertamente puede argumentarse que para un lector moderno la filosofía presocrática exhibe una
fisonomía “poética” tanto en el contenido como en la forma. Este hipotético lector posiblemente
apreciaría la teoría de Empédocles menos como una tentativa filosófica que como una creación
puramente imaginativa. Sin embargo, creo que Lezama lleva a cabo algo más complejo que esta
lectura anacrónica y la razón es que existe un reconocimiento de la distancia o extrañeza que separa
la poesía, y más específicamente la poesía moderna, tanto de la filosofía natural como de la
historiografía de la filosofía occidental. Este reconocimiento paradójicamente ubica a Lezama más
cerca del filósofo estudioso de Empédocles que del desprevenido lector moderno de poesía. Por un
lado hay una lectura implícita de textos, contextos y órdenes del discurso que explícitamente se
reconocen como distintos entre sí: la teoría de Empédocles, un tratado de inicios del siglo XX de un
filósofo francés, los textos de Lezama. Pero por otro lado hay también una progresión de secuencias
y transformaciones textuales: los fragmentos que sobreviven de la obra de Empédocles, el tratado de
Bréhier, la traducción que fue a parar a manos de Lezama en La Habana a principios de los 40, la
anotación en los Diarios, el plagio que ocurre en “X y XX”, la edición y publicación de los Diarios
y “X y XX” y por último las posibles lecturas de todo este proceso. Y hay un aspecto adicional que,
si bien es contingente, vale la pena señalar y es que el “inicio” de la secuencia es justamente la obra
de un filósofo presocrático; es decir, un cuerpo de textos cuyo origen se ha perdido y que no puede
conocerse sino mediado a través de un complejo tramado que incluye obras doxográficas,
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El experimento de Lezama
23 Sept. 1942.
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Para un análisis de tipo derrideano en torno a la imposibilidad del origen, lo original y lo
originario en el discurso lezamiano véase Levinson.
28 La ciencia de Lezama Lima
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Otros dos poemas de Nadie parecía en donde también aparecen términos tomados de la física,
el aristotelismo y las matemáticas son “Tangencias” y “Resistencia” pero merecen un análisis aparte.
Limitaré mi lectura a “Muerte del tiempo” porque es allí donde se observan con mayor claridad las
consecuencias teóricas del encuentro entre las ciencias y el texto poético.
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“Un cuerpo en el vacío sería un cuerpo sin propiedad física, y su movimiento no podría ser más
que arbitrario. Mayor absurdo aún: un móvil en el vacío debería estar animado de una fuerza infinita
[…] [Para Aristóteles] la fuerza consiste, esencialmente, en vencer una resistencia […] Suponed que la
resistencia disminuye, la velocidad aumenta, suponiéndola nula, la velocidad se hace infinita […] Sea
un cuerpo que se esfuerza en atravesar un medio; su velocidad aumenta, según Aristóteles, a medida
Juan Pablo Lupi 29
igual que en el fragmento de “X y XX” analizado anteriormente, la lectura del tratado de Bréhier le
sirve a Lezama tanto de fuente de recursos temáticos para sus especulaciones teóricas y poéticas
como de componente material en la construcción misma del texto a través de un complejo
mecanismo de re-escritura. En tal sentido, “Muerte del tiempo” no es simplemente un texto “acerca”
de las aporías aristotélicas sino otra instancia del aspecto material de la producción del texto
lezamiano. Por otro lado, nótese que Lezama interviene en un texto clave, estrechamente vinculado
al paso del aristotelismo a la ciencia moderna. La sección IV.8 de la Física contiene algunas de las
proposiciones más controversiales de la doctrina aristotélica: la no existencia del vacío, el principio
de inercia como absurdo y la dependencia de la velocidad respecto a la masa (los objetos pesados
caen más rápidamente que los livianos). El progresivo abandono de estas doctrinas a partir de la
demostración experimental de la existencia del vacío y del principio de inercia fueron hitos que a
principios del siglo XVII marcaron la transición de la filosofía natural a la ciencia moderna, ocurrida
como consecuencia de los proyectos de matematización de las ciencias que adelantaron pensadores
como Descartes y del uso innovador de la tecnología del experimento científico en los trabajos de
Galileo, Robert Boyle y Blaise Pascal.
Pasemos ahora a examinar el giro (tropós) que Lezama ejecuta: el simulacro del experimento
mental como recurso poético. En la sección de la Física ya mencionada Aristóteles intenta demostrar
a partir de proposiciones contrafácticas que el movimiento en el vacío es inconsistente con su teoría
del cambio o movimiento (kinesis, metabolé) ya que arroja resultados contradictorios o juzgados
como absurdos: en el vacío un cuerpo se movería simultáneamente en todas direcciones (215ª5-13,
22-24); cuerpos de distinta masa se moverían a igual velocidad (216ª11-20) (esto equivale al
principio de inercia, que Aristóteles descarta); al no haber en el vacío causa del movimiento, el
cuerpo o estaría en reposo absoluto o seguiría moviéndose a velocidad constante (215ª14-21) (esta es
otra formulación del principio de inercia); y lo más importante, al no haber resistencia el cuerpo se
movería a velocidad infinita (215b15). A partir de la forma y el contenido del argumento de
Aristóteles, Lezama procede a elaborar una especulación doblemente aporética: ¿qué ocurriría si un
cuerpo se moviera a velocidad infinita en un medio material, es decir, resistente?
[S]upongamos algunas inverosimilitudes para ganar algunas delicias. Supongamos el
ejército, el cordón de seda, el expreso, el puente, los rieles, el aire que se constituye
en otro rostro tan pronto nos acercamos a la ventanilla… El expreso tiene que estar
siempre detenido sobre un puente de ancha base pétrea. Se va impulsando—como la
impulsión de sonrisa, a risa, a carcajada, de un señor feudal después de la cena
guarnida—hasta decapitar tiernamente, hasta prescindir de los rieles, y por un exceso
de la propia impulsión, deslizarse sobre el cordón de seda. Esa velocidad de
progresión infinita soportada por un cordón de seda de resistencia infinita, llega a
nutrirse de sus tangencias que tocan la tierra con un pie, o la pequeña caja de aire
comprimido situado entre sus pies y la espalda de la tierra […] (Poesía 159-60)
En este pasaje se describe el curioso escenario en el cual tendrá lugar el experimento mental de
Lezama: un tren desplazándose a velocidad infinita sobre un cordón de seda que sirve de riel (nótese
que el topos del tren en movimiento es el mismo que usa Einstein en su obra divulgativa Sobre la
teoría de la relatividad especial y general). El “filósofo natural” que describe este experimento
mental se ubica inicialmente dentro de los linderos epistemológicos y metodológicos de la física
aristotélica. Las primeras líneas del texto asumen como “válida” la hipótesis de que un cuerpo que se
que la resistencia que atraviesa disminuye; si tal resistencia se hace nula, la velocidad se hace
infinita. Y éste es, precisamente, el caso del vacío” (Bréhier 233). En el citado texto de Lezama hay
también una breve alusión a la sección III.5 de la Física, en donde Aristóteles afirma que el infinito
(apeiron) no puede existir como una entidad separada e independiente (204ª8-19).
30 La ciencia de Lezama Lima
moviera en el vacío adquiriría una inconcebible velocidad infinita (“En el vacío la velocidad no osa
compararse, puede acariciar el infinito”) y luego se formula un silogismo especulativo sin la
intervención de las matemáticas o experimentos de laboratorio en el sentido moderno. Es aquí donde
Lezama construye su propio experimento mental formulando dos proposiciones contrafácticas
(“inverosimilitudes”): primero, suponer que el tren sí pueda moverse a velocidad infinita (lo cual
ocurriría en el vacío, según Aristóteles) y segundo, hacer que esta “progresión infinita” no ocurra en
el vacío sino en el aire (“el aire que se constituye en otro rostro tan pronto nos acercamos a la
ventanilla”). ¿Qué ocurriría en este escenario?
La velocidad de la progresión reduce las tangencias, si la suponemos infinita, la
tangencia es pulverizada: la realidad de la caja de acero sobre el riel arquetípico, es
decir, el cordón de seda, es de pronto detenida, la constante progresión deriva otra
sorpresa independiente de esa tangencia temporal, el aire se torna duro como acero, y
el expreso no puede avanzar porque la potencia y la resistencia hácense infinitas. No
se cae por la misma intensidad de la caída. Mientras la potencia tórnase la impulsión
incesante, el aire se mineraliza y la caja móvil—sucesiva impulsada—el cordón de
seda y el aire como acero, no quieren ser reemplazados por la grulla de un solo pie.
Mejor que sustituir, restituir. ¿A quién? (Poesía 160)
El “experimento” da lugar a una paradoja: al llegar a una velocidad infinita el tren queda inmóvil,
porque el medio ejerce una fuerza de resistencia infinita; es decir, la velocidad infinita se ve detenida
por la resistencia infinita del aire: “el aire se mineraliza” y el tren “no se cae por la misma intensidad
de la caída”. El reposo absoluto del tren resulta del “no vacío” y la “no inmovilidad” absolutas: el
(absurdo) espacio-tiempo del tren se detiene cuando el impulso infinito encuentra una resistencia
infinita. Este estado aporético de inmovilidad absoluta causado por una movilidad infinita es
justamente la muerte del tiempo: “la realidad de la caja de acero […] es de pronto detenida”. Como se
señaló arriba, “Muerte del tiempo” participa inicialmente del paradigma aristotélico, pero
eventualmente termina subvirtiéndolo: es un experimento mental que podríamos calificar de
“pseudo-aristotélico”, por cuanto supone contrafácticamente dos estados que según dicho paradigma
no pueden existir—velocidad y resistencia infinitas—para luego construir un experimento mental
que simula la estructura de los experimentos mentales descritos por el propio Aristóteles en la
Física. El “resultado” del experimento se anuncia de antemano en el título mismo del texto: en este
“mundo (im)posible” espacio y tiempo se detienen.15
A fin de poder “interpretar” el experimento de Lezama es necesario detenerse brevemente a
indicar el alcance y propósito del experimento mental como dispositivo habitual del discurso
científico y filosófico, y muy especialmente su valor como lugar de encuentro entre conocimiento y
ficción. Obras fundacionales como la Física de Aristóteles o el Dialogo sopra i due massimi sistemi
del mondo (1632) de Galileo acuden constantemente al experimento mental y varias de las ideas más
importantes de la ciencia moderna han sido formuladas a partir de experimentos mentales: el gato de
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15
Obsérvese que en cierto sentido velocidades extremadamente altas implican el cese de la
progresión temporal. El límite máximo de la velocidad de un cuerpo y, por extensión, de cualquier
tipo de información, es la velocidad de la luz en el vacío: esta es la base de la física relativista
moderna a partir de Lorentz y Einstein. De acuerdo a la teoría de la relatividad, el tiempo transcurre
de maneras distintas dependiendo del estado de movimiento del observador (Einstein §12 36-37).
Supóngase que un tren se mueve a cierta velocidad v respecto a un observador O en reposo. Puede
mostrarse que a medida que la velocidad del tren aumenta, el tiempo en el interior del tren medido
por O transcurre más lentamente. En el caso límite en que v fuera igual a la velocidad de la luz, el
tiempo dentro del tren medido por O, efectivamente, se detendría.
Juan Pablo Lupi 31
Schrödinger, el demonio de Maxwell, la máquina de Turing, o los trenes, relojes y varas de Einstein
son algunos ejemplos bien conocidos. En “A Function for Thought Experiments” (1964), el célebre
filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn muestra que los experimentos mentales son capaces de darnos
conocimiento tanto de los conceptos que usamos para explicar el mundo como del mundo en sí. A
partir del análisis de las teorías del movimiento en Aristóteles y Galileo, Kuhn muestra cómo el
recurso del experimento mental le sirvió a Galileo tanto para reconceptualizar las nociones de
“movimiento” y “velocidad” como para concebir un “mundo posible” que no puede ser descrito por
la física aristotélica. Por su parte, el filósofo Roy Sorensen conceptualiza el experimento mental en
términos instrumentales (242-43): es un versátil “aparato” a disposición del científico y el filósofo
que permite tanto corroborar (o cuestionar) resultados ya conocidos como trascender las limitaciones
materiales del laboratorio imaginando situaciones que no pueden ocurrir o ser reproducidas en la
realidad. El término “experimento mental” necesariamente supone una forma de ficcionalización en
donde no existe una intervención directa en el mundo físico. En tal sentido, Sorensen caracteriza el
experimento mental como “a species of fiction” (246) que puede exhibir “literary biases” (264): la
presencia de ciertos elementos narrativos, tropológicos, imaginativos o estéticos cuyo objetivo es
presentar la demostración de la tesis de manera más atractiva y efectiva. Un cierto giro imaginativo o
estético puede servir para rectificar, refinar o incluso adaptar el argumento a una situación distinta.
En tal sentido, el experimento mental puede considerarse un dispositivo retórico en el sentido clásico
del término: un instrumento de persuasión sostenido por el razonamiento lógico pero irreducible a
éste.16 Por otro lado, ese aspecto ficcional constitutivo del experimento mental ha motivado una
apropiación recíproca desde el campo de la crítica literaria: concebir la ficción como un experimento
mental. Desde una perspectiva cognitivista—y con visos de rebeldía hacia el “giro lingüístico” a
partir de los años 60—críticos como Edward Davenport y Peter Swirski utilizan el modelo del
experimento mental como eje conceptual de una noción de la literatura como forma de conocer el
mundo (para una exposición introductoria sobre la crítica cognitivista véase Turner):
We learn about society from literature through a process of thought experiment. I
hold that literature is, among other things, a method of discovery, a research method
for learning about the world … To make discoveries about the world is one of the
major reasons why writers write and readers read. (Davenport 43)
[T]he capacity of literary fictions for generating nonfictional knowledge owes to
their capacity for doing what philosophy and science do—generating thought
experiments. (Swirski 4)
La tesis de Davenport y Swirski es que cognitivamente la literatura funciona de modo similar al
experimento mental en ciencia y filosofía, y esto implica que la literatura puede servir como un
instrumento para obtener conocimiento del mundo. El experimento mental literario es una extensión
del científico o filosófico, “differing not in kind but in degree” (Swirski 8), y es un complemento
necesario del método experimental en su sentido convencional. Según esta concepción, la literatura
————————————
16
Cabe mencionar que la presencia de “literary biases” también ha servido para cuestionar el
valor epistemológico del experimento mental y advertir que esa “contaminación” del silogismo por
dispositivos retóricos puede eventualmente socavar su legitimidad y consistencia. Sorensen
proporciona un par de ejemplos de inconsistencia casualmente coincidentes con el tema que ocupa a
Lezama: uno tomado del debate durante la Edad Media sobre la existencia o no del vacío (27-30), el
otro tomado de la teoría aristotélica sobre la velocidad de los cuerpos (148-49). En cada caso bandos
opuestos —plenistas y vacuistas, aristotélicos y anti-aristotélicos—apelaban a un mismo
experimento mental para demostrar tesis contrarias. Para un análisis crítico de la eficacia
epistemológica del experimento mental véase Sorensen 252-89.
32 La ciencia de Lezama Lima
Lo irreal-real
————————————
17
Para un argumento detallado véase Swirski 68-95. Por su parte, Gross describe los métodos
deductivos de la ciencia y la retórica en iguales términos: “differing not in kind but in degree” (12).
Discutir en profundidad la propuesta de Davenport y Swirski está fuera del propósito de este trabajo,
pero cabe mencionar que luce problemática no sólo por su evidente reduccionismo sino además por
la manera en que pretende evadir la diferencia entre “ficción” y “verdad”. Sin embargo, tal y como
se verá en las conclusiones, la manera en la cual esta perspectiva plantea el encuentro y subordi-
nación de la “ficción” a la “verdad” es relevante a la hora de ilustrar la crítica que se desprende de
los textos de Lezama.
18
Empleo episteme en el sentido usado por Foucault como aquello que determina qué se halla
dentro o fuera del orden del discurso (197).
Juan Pablo Lupi 33
Este tropo consiste en el trazado de otro recorrido suplementario y suprarretórico que, por medio del
texto poético, va del discurso científico—y aquí específicamente la filosofía natural—a otro registro
discursivo que permite exhibir aquello que hace posible el orden del discurso. Esta condición de
posibilidad y articulación del discurso necesariamente comporta un aspecto tanto formal como
socio-histórico y ambos son exhibidos a partir de los textos de Lezama. En un sentido, el
experimento mental figurado en “Muerte del tiempo” puede considerarse un experimento retórico: el
“resultado” del experimento de Lezama es revelar retroactivamente el carácter retórico del discurso
científico que sirvió como punto de partida. Pero nótese que este revelamiento tiene lugar a partir de
la apropiación que el poema hace del discurso de la filosofía natural; es decir, está predicado sobre la
diferencia que articulan distintos órdenes del discurso y, por consiguiente, sobre el tramado
sociohistórico que los soporta y define. El mecanismo tropológico del texto de Lezama posibilita
una suerte de levantamiento—esta es una de las acepciones del término Aufhebung empleado por
Hegel—tanto de la estructura retórica que subyace el discurso científico como de la diferencia que
articulan oposiciones condicionadas sociohistóricamente como “ciencia”/ “poesía”, “verdad”/
“ficción”, “prosa”/ “poesía”. El discurso y su concomitante uso como representación de la verdad es
metamorfoseado en otra discursividad que en última instancia revela el armazón formal y cultural
que posibilita y articula dicha representación.19 El fragmento de “X y XX” procura este
levantamiento por medio de la “transferencia” o “transporte” (cf. el griego metaphorá) de un mismo
texto desde un orden del discurso a otro, lo cual, como vimos anteriormente, Lezama define como
“rescate”: reconocimiento, preservación y superación de esa otredad discursiva representada por las
ciencias. La concomitante lectura suplementaria que se produce en el interior de “X y XX” “levanta”
la armadura formal, sociohistórica y cultural del discurso al hacer que el tratado de historia de la
filosofía sea leído como una suerte de ars poetica.
En el caso específico de Lezama esta operación de levantamiento es inseparable del aspecto
material de la producción del texto lezamiano. En “Muerte del tiempo” tiene lugar una sobrede-
terminación retórica representada por la condensación inventio/invención: la busca de argumentos
(inventio) que demuestran la “tesis” y descubren ese “mundo (im)posible” es simultáneamente un
simulacro del silogismo aristotélico y expresión de una situación totalmente imaginaria: esto es
justamente la poesía como lo “imposible creíble” o “ente de razón fundado en lo irreal”, como nos
dice Lezama en “Playas del árbol” (Obras 508). Por otro lado, ya se ha señalado antes que la
apropiación de la filosofía natural que hace Lezama se halla mediada por un conjunto de textos—
Empédocles, la Física, el tratado de Bréhier—que constituyen la materialidad discursiva con la cual
se construyen esos simulacros del tratado filosófico y de la lógica aristotélica. Los ‘argumentos’ de
la inventio no son ni hechos, ni mundos posibles, ni entes de razón fundados en lo real sino que son
otros textos, seleccionados, mutilados, copiados, parafraseados y plagiados creativamente. El objeto
del experimento de Lezama no es la verdad sino el lenguaje, la retórica, la materialidad del texto y el
discurso: los ‘hechos’ para Lezama son la escritura y la posibilidad misma del discurso. En tal
sentido “Muerte del tiempo” es una instancia—ahora a partir del campo de las ciencias—de la ima-
ginativa tropologización del mundo y la cultura que Lezama desarrolla a lo largo de toda su obra y
hace de su propia escritura ese “cosmos gobernado de lo irreal real” que habíamos interrogado al
inicio.
Queda por último enfatizar algo que ya he implicado a lo largo de este trabajo y es que esta
anamorfosis que revela el discurso científico en tanto discursividad despojada de un propósito
————————————
19
En tal sentido podría decirse que “Muerte del tiempo” termina siendo una suerte de repre-
sentación de la representación, o parafraseando a Severo Sarduy, un “tropo al cuadrado”. Véase
“Sobre Góngora: la metáfora al cuadrado” 2.1155-59.
34 La ciencia de Lezama Lima
instrumental subordinado a (re)presentar lo real, lejos de reducir el texto de Lezama al simple juego
verbal, permite intuir ciertas implicaciones teóricas sobre los modos en los cuales representamos y
entendemos el mundo. Una manera de describir esta doble faceta lúdica y teórica es considerar estos
textos de Lezama como diversiones: por un lado, canibalismo irreverente, parodia del experimento
mental, creativa puesta en escena de un microuniverso imaginario y absurdo; pero por otro lado,
diuertere, desviar, apartar, alejar y producir otra versión. El espacio en el que tiene lugar este
proceso se configura a partir de los entrecruzamientos de la poesía, la ficción, las ciencias y la
filosofía: el “canibalismo” del tratado filosófico y la filosofía natural, el experimento mental y su
simulacro. Ese tropo/desvío escrito por Lezama efectivamente relega a un segundo plano el
contenido sustantivo y puramente referencial del discurso hasta el punto de elidirlo casi por
completo. Pero el correlato de este proceso es ese levantamiento que permite exhibir aquello que
hace posible la articulación del discurso, en sus aspectos formales, históricos y culturales. Esta
presentación es mediada por una visión “deforme” o “alternativa”—gesto barroco—y es
precisamente en virtud de esto que se intuye una reflexión crítica que suscita un reconocimiento de
aquello que permite la materialización del discurso de acuerdo a una cierta episteme. El objeto de
este reconocimiento no se reduce a algo exclusivamente formal sino que también se extiende a cómo
el discurso ordena las maneras en las cuales concebimos y organizamos el mundo, la sociedad y la
cultura, y al inevitable sustrato de contingencia, arbitrariedad y condicionamiento socio-histórico
que subyace la producción del discurso. La intervención (“triunfo”, “auxilio”, “posesión”) que ejerce
la poesía sobre el mundo, lejos de ser simple esteticismo o travesura verbal, supone un reco-
nocimiento y afirmación de la complejidad y legitimidad histórica, epistemológica y técnica de ese
“otro” de la poesía en tanto cuerpo de discursos cuyo progreso ha dado lugar a la razón técnico-
científica.20
Quisiera cerrar sugiriendo la hipótesis de que la tropo-lógica que he descrito aquí no es
simplemente el motor del barroquismo lezamiano sino el núcleo teórico de toda su obra: levantar y
exhibir la posibilidad de articulación no solo del discurso de la ciencia sino también de la historia, el
arte y la crítica de la cultura en general. Esa mirada reflexiva o reconocimiento de cómo concebimos
el mundo puede intuirse no solamente a partir de la apropiación del discurso de las ciencias, sino que
es una implicación de la obra de Lezama como totalidad. Aunque ciertamente ya se han hecho
lecturas de la obra del poeta cubano que implícitamente se apoyan en esa hipótesis (véanse
especialmente las referencias en la nota 1), las profundas consecuencias teóricas que emergen a
partir de la poesía, ensayística y narrativa del pensador cubano todavía están lejos de haberse
analizado exhaustivamente. Este trabajo aspira haber dado un paso en esa dirección.21
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20
“Contingencia” y “arbitrariedad” no debe entenderse aquí como una reducción de la verdad a
una relativización socio-histórica. La reflexión crítica que se desprende de estos textos de Lezama
puede incluir una postura realista en la cual la representación se postula como necesariamente
anclada a un referente real y fuera del discurso. Aún asumiendo esta ontología de la representación y
la consecuente imposibilidad de reducir la ciencia y la filosofía al estatus de prácticas puramente
discursivas, es un hecho que la producción de los discursos de la ciencia y la filosofía
inevitablemente comporta tanto un sustrato sociohistórico contingente como la mediación del
lenguaje y sus (in)controlables instancias de producción de sentido.
21
Quiero expresar mi gratitud a Andrea Bachner, Luis Miguel Isava y Alberto Ribas por sus
valiosos comentarios sobre una versión preliminar de este trabajo.
Juan Pablo Lupi 35
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