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INTRODUCCIÓN
Los salmos, por tanto, nacieron para ser cantados. Esto no quiere decir
que no podamos rezarlos, sino que el mejor modo de rezarlos es
cantándolos.
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TALLER DE LOS SALMOS
Los salmos son poesía y también hay que apreciarlos como tal. Algunos
son auténticas obras de arte poética. Sin embargo, los que se detienen
solamente en su forma poética se encuentran lejos de saborear su
contenido. Es como si alguien, al recibir un regalo, se contentara con
valorar el envoltorio.
Jesús, sin duda, rezó los salmos. Todo niño judío aprendía de memoria,
desde muy pronto, estas oraciones que eran lo más preciado del tesoro
espiritual del pueblo de Dios. De hecho, desde pequeño, Jesús habría
tenido que aprender a leer y escribir; habría estudiado la historia y las
tradiciones de su pueblo y aprendido a rezar con los salmos. En los
evangelios podemos encontrar diversos pasajes en los que Jesús cita algún
salmo (véase, entre otros, Mc 12, 36; Mt 27, 46; Lc 23, 46).
¿Cómo orientarse en medio de esta jungla de dificultades? Hay que tener calma
y mucha paciencia. Poco a poco las personas van familiarizándose y las
dificultades se vuelven menores o incluso desaparecen. Las traducciones hechas
desde el texto latino ya han cumplido su misión. Tendrían que dejar su puesto a
traducciones más modernas, hechas del hebreo. La misma Liturgia tendría que
adaptarse a esta novedad. El hecho de que, durante siglos, se hayan utilizado la
numeración y la traducción latinas no es motivo suficiente para no cambiar en el
presente. Sería, además, un signo de respeto y de diálogo ecuménico con el
judaísmo, que ha venido compartiendo con nosotros esta herencia espiritual.
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TALLER DE LOS SALMOS
Antes de aparecer por escrito, los salmos fueron algo vivido. Dicho con otras
palabras, al que componía un salmo no le preocupaba el hecho de ponerlo por
escrito. Simplemente expresaba ante Dios y ante la gente su situación de
sufrimiento, de alegría, de confianza, de alabanza, etc. Estas oraciones
espontáneas, nacidas de situaciones concretas de la vida, causaron un fuerte
impacto en la vida de la gente. Por eso permanecieron vivas en la memoria del
pueblo. Otra gente u otros grupos, que vivieron una experiencia similar, hicieron
propias estas mismas oraciones. Y, de este modo, los salmos se fueron
conservando de generación en generación.
Para que esta riqueza no se perdiera, mucho tiempo después, se empezó a poner
estos textos por escrito. Entraron en acción una serie de personas que sabían leer
y escribir, que hicieron adaptaciones, añadidos, que ordenaron materiales, de
modo que los salmos recibieron un nuevo ropaje, como podemos ver en nuestras
Biblias. Pero en su origen, no hay un texto escrito. Encontramos, es cierto, una
fuerte experiencia de una persona o de un grupo, experiencia que se fue
conservando y transmitiendo a generaciones sucesivas. Para que se entienda,
vamos a poner un ejemplo. Imaginemos que tenéis por costumbre rezar
espontáneamente y en voz alta a partir de la que vivís, veis y sentís. Vuestros
hijos, rezando con vosotros, van aprendiendo las oraciones que soléis hacer
espontáneamente y las transmiten a la generación posterior, adaptándolas,
corrigiéndolas, añadiendo algo. Mucho tiempo después, para que no se pierda
este tesoro, alguien decide poner estas oraciones por escrito. Ya no es posible
saber quién las ha compuesto. Se han convertido en patrimonio de todos, porque
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TALLER DE LOS SALMOS
¿Qué valor hay que darle a esta información? ¿Fue, de hecho, David el autor
de la mayoría de los salmos? Claro que no. El estudio que vamos a presentar
confirmará este dato, y nadie tiene por qué asustarse. En aquel tiempo y en
aquella cultura, se acostumbraba a atribuir partes de la Biblia a personajes
famosos del pasado. Por ejemplo, la Ley se le atribuía a Moisés y la Sabiduría a
Salomón. David siempre fue visto como una persona interesada por la liturgia y
por el culto. Era considerado como el hombre de la oración, el amigo de Dios.
Por eso se le atribuye la mayoría de los Salmos. Así pues, donde se lee «de
David» es mejor leer «dedicado a David» o «atribuido a David». Estos datos
que aparecen al comienzo de los Salmos fueron añadidos tiempo después por los
estudiosos que los pusieron por escrito, retocándolos, corrigiéndolos o haciendo
añadidos.
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Jesús puso en un atolladero a los doctores de la Ley. Pero hay una solución. Si
admitimos que el salmo 110 no es de David, sino de una persona relacionada
con el palacio real, todo se aclara. El amigo del rey afirma: «Dijo el Señor
(Dios) a mi Señor (el rey de Judá)». Aunque no sea exactamente este el
razonamiento de Jesús en Mc 12, 35-37a, este ejemplo sirve para mostrar que
David no es el autor de los salmos. Le fueron atribuidos los salmos porque se le
consideraba el hombre de la oración.
¿Y los otros “autores”? El criterio sigue siendo el mismo. Nunca sabremos quién
compuso los salmos, pues nacieron espontáneamente y de forma oral a partir de
lo que algunas personas y grupos sentían y experimentaban. Se pusieron por
escrito mucho tiempo después. Algunos fueron atribuidos o dedicados a David,
Moisés, Salomón, Asaf, etc; otros se incorporaron a himnarios, como los salmos
que, en el encabezamiento, llevan el título “Del maestro de coro” (véase, por
ejemplo, el salmo 54), o el conjunto de los salmos 120-134, conocidos como
“Cánticos de las subidas” o “Salmos graduales”. Después de ponerse por
escrito, estos 15 cortos salmos ciertamente formaron parte de un librito para los
peregrinos que subían a Jerusalén. Antes, sin embargo, fueron experiencias
concretas de personas o grupos. Sólo en un momento posterior alguien los puso
por escrito. Y así acabaron convirtiéndose en parte del librito de cánticos para
los peregrinos.
Son los salmos 15, 24 y 134. Los salmos de Denuncia profética son siete. Son
esos salmos con un lenguaje duro parecido al de los «profetas incendiarios»,
como Amós, Miqueas y otros, cuya preocupación principal fue denunciar
las injusticias. Por ejemplo, los salmos 52 y 53. Los salmos Históricos son
solamente tres: el 78, el 105 y el 106 (algunos Himnos de alabanza también
pueden ser considerados históricos: 111, 114, 135 y 136). Se llaman así porque
cuentan la historia del pueblo de Dios. Después del salmo 119, son los más
largos (para contar la historia hace falta mucho tiempo). Es interesante señalar,
desde ahora, que cada uno de ellos tiene una visión particular de la historia:
optimista + pesimista (78), optimista (105), pesimista (106). Finalmente,
tenemos los Salmos Sapienciales. Son un total de once. Se trata de salmos
preocupados por las cuestiones existenciales más importantes: el sentido de
la vida, la felicidad, la vanidad de las riquezas, la vida que pasa, etc.
Abordan, en definitiva, esas preocupaciones que nos visitan cuando atravesamos
la línea que marca la mitad de la vida, época en la que se nos invita a producir
sabiduría, esto es, a dar un sentido a todo lo que hacemos, tenemos y somos.
Muchos sitúan el Libro de los Salmos dentro del bloque de los Sapienciales.
Pero, estrictamente hablando, sólo once salmos pueden calificarse, sin ningún
tipo de duda, como sapienciales.
Acabamos de ver que los salmos no son todos iguales. Existen, al menos, 14
tipos diferentes. Pero no siempre los salmos son «puros» desde el punto de vista
del tipo al que pertenecen. ¿Por qué? Pues porque a quien componía un salmo
no le importaba el tipo. Simplemente abría el corazón y el alma, exponiendo la
situación en que vivía. Algunos salmos mezclan, por ejemplo, la súplica con la
acción de gracias. Por eso si sumamos el número de salmos que presentamos
para cada tipo nos saldrían más de 150.
Estos estudiosos se tomaron la molestia de poner por orden los salmos. De este
modo, el salmo 1 se colocó al inicio, pues funciona como la puerta de acceso
de todo el Libro. Algo parecido sucede con el salmo 150: se encuentra al final
por ser la llave de oro que cierra el volumen. De hecho, se trata de un solemne
himno de alabanza, una especie de sinfonía orquestada de toda la creación.
Antes de él, y preparando ya la gran conclusión, tenemos otros himnos de
alabanza (145-149).
De la familia de los Salmos colectivos: Súplica colectiva: 12; 44; 58; 60; 74;
77; 79; 80; 82; 83; 85; 90; 94; (106); 108; 123; 126; 137. Acción de gracias
colectiva: 65; 66; 67; 68; 118; 124. Salmos de confianza colectiva: 115; 125;
129.
De la familia de los Salmos reales: 2; 18; 20; 21.45; 72; 89; 101; 110; 132; 144.
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