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Curso Básico de Doctrina La Redención

10. La Redención
Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo

La Redención son los actos, con los que Cristo, lleno de amor, se ofrece y muere
por nosotros, para satisfacer la deuda debida a la justicia divina, merecernos de
nuevo la gracia y el derecho al cielo, y liberarnos de la esclavitud del pecado y
del demonio.

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10.1 LA REDENCIÓN VINO POR MEDIO DE JESUCRISTO

10.1.1 Noción de Redención

La definición de Redención incluye la naturaleza de la Redención y sus efectos:

lo. La naturaleza está comprendida en las palabras: murió por nosotros y se ofreció en nuestro
lugar.

2o. Los efectos en las siguientes: para satisfacer, merecer y liberarnos del pecado y del
demonio.

Mediante estos tres efectos: la satisfacción, el mérito y el rescate destruyó Jesucristo los efectos
que el pecado había producido en nuestra alma, y consiguió el fin que se proponía con la
Redención

10.1.2 Necesidad de la Redención

Tres caminos podía seguir Dios respecto al hombre, después del pecado de Adán:
a) dejarlo abandonado a su desgracia;

b) perdonarlo sin más, es decir, sin satisfacción adecuada;

c) exigirle satisfacción plena, de acuerdo con la ofensa.

Este último camino le pareció más digno de su Justicia, Sabiduría y Misericordia; así
determinó que el Verbo se encarnara y muriera para reparar la ofensa y las demás
consecuencias del pecado.

La Redención es para el hombre un misterio, porque no podemos comprender cómo es posible


que Dios muera por nosotros. Consta, sin embargo, en todo el Evangelio; y por eso debemos
creerla con fe firme, y vivir agradecidos a Dios por tan excelente beneficio.

10.1.3 Por medio de Jesucristo

Cristo se ofreció en nuestro lugar al Eterno Padre, en satisfacción de nuestros pecados. En


efecto,

lo. La reparación de una ofensa no se cumple con la sola cesación de la ofensa, sino que
requiere una satisfacción.

2o. Esta satisfacción debe procurarla el mismo culpable.

3o. Los culpables éramos los hombres; pero no siendo capaces ni dignos de una adecuada
satisfacción, fue preciso que Cristo se pusiera en nuestro lugar.

10.2 PASIÓN, MUERTE Y SEPULTURA DE CRISTO

10.2.1 La pasión del Salvador

Está referida en Mt. 6, 26-; Mc. 14, Lc. 22 y Jn. 18

La pasión tuvo lugar en Jerusalén, capital de Judea. En aquel entonces, provincia del Imperio
romano, gobernada por Poncio Pilatos.

Empezó por la oración del Huerto. Allí a la vista de los innumerables pecados de los hombres,
de los pavorosos tormentos que lo esperaban, y de la inutilidad de sus sufrimientos para
muchos, sufrió Cristo congoja y aflicción tan acerba, que le sobrevino un sudor de sangre, y
cayó en agonía como un hombre que va a morir.

Luego Judas, traicionándolo, con un beso, lo entregó a sus enemigos. Estos se apoderaron de El
y lo llevaron atado como un criminal a casa del gran Sacerdote Caifás.

Cristo compareció a cuatro tribunales: dos religiosos, presididos por Anás y Caifás, donde
estaban reunidos los príncipes de los sacerdotes y los escribas (doctores de Israel); y dos
civiles: el de Pilatos, gobernador de Judea, y el de Herodes, gobernador de Galilea, a quien lo
remitió Pilatos, al saber que Cristo era galileo.

Cristo sufrió toda suerte de oprobios y sufrimientos; fue abofeteado, escupido, tratado como
rey de burlas, y paseado por las calles como loco. Por orden de Pilatos fue azotado y coronado
de espinas. Luego Pilatos lo condenó a morir, no por creerlo culpable, sino por miedo al pueblo
judío que le gritaba: -"Si perdonas a éste, no eres amigo del César" Un. 19, 12).

a) Suplicio de la Cruz

La Crucifixión del Señor se verificó en el calvario. Cristo llevó sobre sus hombros la pesada cruz
y varias veces cayó en el camino por su mucha extenuación. Al llegar al Calvario lo desnudaron
de sus vestiduras, y tendiéndole sobre la cruz, clavaron sus manos y sus pies con gruesos clavos
y lo elevaron en alto.

Tanto entre los romanos como entre los judíos, la cruz era el suplicio más cruel e ignominioso
reservado a los criminales vulgares. Cristo quiso padecerlo, para someterse a la mayor afrenta y
humillación.

Pero desde que murió Cristo en ella, la Cruz se tornó en objeto de amor, de gloria y de
bendición. De amor, porque es el motivo que llevó al Señor a la muerte; de gloria, porque
gracias a ella alcanzamos la gloria del cielo; de bendición, porque es fuente de innumerables
gracias para el cristiano.

"La cruz sobre el Calvario, por medio de la cual Jesucristo ( ... ), deja este mundo, es al mismo
tiempo una gran manifestación de la eterna paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en
él, a la humanidad, a todo hombre, dándole al tres veces santo Espíritu de Verdad" (Juan Pablo
II, Enc. Redemptor hominis, núm. 9)

b) Sufrimientos de Cristo

Jesucristo padeció múltiples e intensos sufrimientos:

b.1 Todo su cuerpo fue cruelmente herido

La cabeza, con la corona de espinas, las manos y los pies traspasados con clavos; la cara, por las
bofetadas y escupitajos; todo el cuerpo por la flagelación. Sufrió en el sentido del gusto por la
hiel y el vinagre que le dieron; el olfato, pues el Gólgota era un lugar de calaveras; el oído, por
las blasfemias y las burlas, la vista, al ver a su madre y al discípulo amado, llorando.
Los sufrimientos físicos de su pasión, fueron sumamente intensos y crueles:

- La flagelación; que ordinariamente se realizaba con varas espinosas y garfios de hierro, era
dolorosísima; la piel se entumecía al principio, después se desgarraba y por último los azotes
caían sobre la carne viva y despedazada;

- La coronación de espinas; eran fuertes y agudas, que penetraron hondamente en su santa


cabeza;

- El nuevo desgarramiento de su carne que suponía quitar los vestidos para la crucifixión; como
estaban adheridos a la carne, al separarlos se abrían cruelmente todas las llagas; así
permaneció a la intemperie de los elementos durante las tres horas de crucifixión;

- El enclavamiento en la cruz; fue suplicio de inconcebible dolor: los clavos al penetrar sus
manos y sus pies desgarraron sus nervios y tendones y separaron sus huesos;

- La crucifixión: permaneció varias horas en cruz, posición de suyo muy dolorosa; soportó todo
el peso de su cuerpo en sus manos y pies taladrados, sin poderse mover, ni valer en ninguna
forma, pues tenía impedidas de movimiento hasta sus manos;

- La sed: causada por todo el desgaste físico y por sus muchas heridas y pérdida de sangre. Para
el que tiene heridas el mayor de los tormentos es el de la sed; también lo fue para Cristo.

b.2 Padeció de todo aquello en lo que el hombre puede sufrir:

Además de los acervos dolores físicos, sufrió traición de un discípulo, el abandono de los
amigos, la negación de Pedro; padeció por las blasfemias pronunciadas en su contra; en su
honor y gloria por las burlas y vilipendios en el proceso y en la misma muerte; en las cosas que
poseía, fue de ellos despojado y, por último, en los dolores de su espíritu: la tristeza, el tedio y
el temor.

b.3 Padeció de todo tipo de hombres

De gentiles y judíos, de hombres y mujeres, de poderosos y plebeyos, de conocidos y


desconocidos.

Santo Tomás de Aquino, apoyándose en el texto de Isaías que dice "Mirad y ved si hay dolor
como mi dolor" (Isaías 1, 12) explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el Mayor
de todos los dolores:

1) Por las causas de los dolores: el dolor corporal fue acerbísimo, tanto por la generalidad de
sus sufrimientos (según dijimos arriba), como por la muerte en la cruz.

El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de los hombres, el
abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de
la vida corporal, que naturalmente es horrible para la vida humana natural.

2) Por causa de la sensibilidad del paciente: el cuerpo de Cristo era perfecto, óptimamente
sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del Espíritu Santo. De ahí que, al tener
finísimo sentido del tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser
perfecta aprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza.

3) Por la pureza misma del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y
también el dolor exterior, con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso
hacerlo.

4) Porque el dolor asumido era voluntario.

Y así, por desear liberar de todos los pecados, quiso tomar tanta cantidad de dolor cuanto era
proporcionado al fruto que de ahí se había de seguir.

Y de estas cuatro razones, concluye el Santo, se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de
cuantos dolores ha habido (cfr. S. Th. III; q. 4 6, a. 6).

La meditación de los padecimientos de Cristo, es en extremo útil para el cristiano. En ella se


formaron los santos, y tiene la ventaja de ser un libro en que todos, aun los más ignorantes,
pueden leer. Allí viendo cuánto nos amó Cristo, nos es fácil encendernos en su amor: "¿Quién
no amará al que nos amó de tal manera? (cfr. Adeste laderas).

Los santos -me dices- estallaban en lágrimas de dolor al pensar en la pasión de Nuestro Señor.
Yo, en cambio... Quizá es que tú y yo presenciamos las escenas, pero no las "vivimos" (San
Josemaría Escrivá de Balaguer, Vía Crucis, VIII, I).

c) La muerte de Cristo

Cristo en la Cruz permaneció aproximadamente tres horas, desde el mediodía hasta las tres de
la tarde, al cabo de las cuales entregó su espíritu al Padre.

Estando en la cruz, pronunció siete palabras.

La 1a. fue en favor de sus verdugos y de los pecadores: "Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen" (Lc. 23, 24).

La 2a., una palabra de salvación para el buen ladrón. Este, arrepentido, le dijo: "Señor,
acuérdate de mí cuando estés en tu reino" (Lc. 23, 43) y el Señor le contestó: "En verdad te digo
que hoy estarás conmigo en el paraíso".

La 3a., para dejarnos a Maríacomo nuestra Madre. "Mujer, dijo Jesús a María, señalándole a
Juan, y en la persona de Juan a todos nosotros: "Ahí tienes a tu hijo- y luego a San Juan: "Ahí
tienes a tu madre" (Jn. 19, 27).

La 4a. fue un hondo clamor hacia su Padre: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
desamparado? (Mt. 27, 46).

La 5a., una manifestación de la sed que lo devoraba: "Tengo sed" (Jn. 19, 28).

La 6a., el anuncio de que la redención estaba consumada: "Todo está consumado" (Jn. 19, 30).

La 7a., para encomendar su espíritu al Padre: "Padre mío en tus manos encomiendo mi
espíritu" (Lc. 23, 46).

Estas últimas palabras las dijo con un gran esfuerzo de su voz, y luego inclinando la cabeza,
expiró.

Varios prodigios se verificaron a la muerte de Jesús: el velo del templo se rasgó; el sol se
eclipsó; tembló la tierra; hendiéronse las rocas; se abrieron varias tumbas y muchos muertos
resucitaron y fueron vistos en Jerusalén. Todas estas manifestaciones de la naturaleza eran
otras tantas pruebas de la divinidad de Cristo. Así lo comprendió el Centurión, quien bajó
dándose golpes de pecho, y diciendo: "¡Verdaderamente Este era el Hijo de Dios!" (Mc. 15, 29).

La palabra INRI, que se coloca sobre el crucifijo está formada por las iniciales de las cuatro
voces Jesús Nazareno, Rey de los judíos (en latín, Iesus Nazarenus Rex Iudeorum).

d) Su sepultura

Dos de sus discípulos, José de Arimatea y Nicodemo, con autorización de Pilatos, bajaron el
sagrado cuerpo, lo ungieron con perfumes y lo ligaron con lienzos, a usanza de los judíos; y lo
depositaron en un sepulcro nuevo, tallado en la roca.

Cristo quiso ser sepultado para que estuviéramos más ciertos de su muerte; y el hecho de su
Resurrección fuera más patente y manifiesto.

En el sepulcro el cuerpo de Cristo no experimentó la más mínima corrupción, cumpliéndose la


profecía de David: "No permitiréis que tu Santo experimente corrupción (Ps. 15, 10).

10.3 EFECTOS DE LA REDENCIÓN

La Redención tuvo como fin reparar el pecado y los desastrosos efectos que el pecado habla
traído al hombre.

La Redención es pues, a un mismo tiempo, una satisfacción o reparación para Dios, y una
restauración y rescate para el hombre.

Vamos, pues, a estudiar:

a) La satisfacción de Cristo, que reparó la ofensa borró la culpa y remitió la pena.

b) El mérito de Cristo, que restauró al hombre, devolviéndole la gracia y el derecho al cielo.

c) El rescate de Cristo, que nos libertó del demonio

10.3.1 La satisfacción de Cristo

"Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió por el sacrificio de la Cruz, del pecado
original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que
mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: "Donde abundó el delito sobreabundó la
gracia" (Rom. 5, 20). (Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, núm. 17).

La satisfacción de Cristo abarca tres cosas: Cristo mediante su muerte reparó la ofensa causada
a Dios con el pecado, nos borró la culpa y nos remitió la pena.

Ofensa, culpa y pena son tres cosas diferentes:

a) La ofensa es el agravio que se causa a Dios con el pecado.

b) La culpa es la mancha que el pecado deja en el alma, al despojarla de la gracia.

c) La pena es el castigo que el pecado merece.


Pues bien, la satisfacción de Cristo destruyó este triple efecto:

a) Reparó la ofensa hecha a Dios: "Siendo enemigos de Dios, fuimos reconciliados con El por la
muerte de Cristo" (Rom. 5, 10).

b) Borró la culpa: "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Apoc. 1, 5).

c) Pagó la pena debida por ellos. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en
el madero de la Cruz" (I Pe. 2, 24).

Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su vida, quiso sin embargo,
que tanto sus satisfacciones como sus méritos no produjesen sus efectos sino después de su
pasión, refiriéndolo todo a su muerte. Así nos explicamos cómo la Sagrada Escritura aplica al
sacrificio de la Cruz todas las satisfacciones y méritos de Cristo.

a) Sus cualidades: voluntaria y completa


La satisfacción de Cristo fue voluntaria, completa, condigna y superabundante.

Fue voluntaria, porque Cristo dio su vida gustosamente, por el amor que nos tenía.

"Fue ofrecido porque él mismo lo quiso", dice Isaías (53, 7). Y el mismo Jesucristo exclama:
"Nadie me arranca la vida, sino que la doy por propia voluntad" (Jn. 10, 18).

Fue completa, porque ella tiene la virtud suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar
nuestros pecados. "La sangre de Cristo nos purifica de todo pecado" (I Jn. 1, 7).

b) Condigna y superabundante

Una satisfacción es condigna cuando hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye.
Es deficiente en el caso contrario.

Por ejemplo, el acreedor que remite una parte de la deuda al deudor, no recibe satisfacción o
pago condigno, sino deficiente.

La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa. Si la ofensa
causada a Dios con el pecado es en cierta manera infinita, la satisfacción de Cristo fue de
infinito valor.

Hay que tener en cuenta que:

a) La magnitud de una ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Así, es mucho
más grave la ofensa causada a un superior que la causada a un compañero; y tanto más grave
cuanto más alto es el superior. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa hecha a El con el
pecado, era en este sentido infinita.

b) La magnitud de una satisfacción a causa del honor ofendido, se mide por la dignidad de la
persona que la ofrece. Así cuando se trata de injurias a una nación, no basta la satisfacción que
pueda dar uno a título particular sino que se requiere que ella venga del que preside la nación.

La satisfacción de Cristo no sólo fue condigna, sino también superabundante; esto es, pagó más
de lo que debíamos.
San Pablo dice que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom. 5, 20). En efecto, el
pecado no es un acto infinito en sí puesto que procede de una criatura, y la criatura es incapaz
de un acto infinito. Sólo puede llamarse ofensa infinita, en cuanto ofende a Dios, Ser infinito.

Por el contrario cualquier acto del Hijo de Dios era infinito en sí, porque procedía de la persona
del Verbo.

Jesucristo quiso que su satisfacción fuera superabundante y "copiosa su redención" (Ps. 20, 7)
para hacernos comprender la excelencia de tan divina obra, y darnos plena confianza en sus
méritos y en nuestro perdón.

10.3.2 Los méritos de Cristo

Cristo no solamente nos perdonó el pecado y la pena por él debida, sino que nos mereció la
gracia y el derecho al cielo.

Si la satisfacción de Cristo borra en el hombre la culpa y la pena del pecado, los méritos de
Cristo, son una verdadera restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden
sobrenatural que el pecado le habla arrebatado.

Veamos, pues, qué méritos alcanzó Cristo, por qué pudo Cristo merecer para nosotros, y cómo
mereció.

a) ¿Qué bienes mereció Cristo?

El mérito implica la consecución de un don que no tenemos, pero que nos es debido en alguna
manera.

lo. Cristo no pudo merecer para si mismo ni la gracia ni la gloria, porque ya las tenía, y no las
podía perder. Para si mismo no mereció sino la glorificación de su Cuerpo, después de haberlo
sometido al sufrimiento y al oprobio.

2o. Pero para nosotros sí pudo merecer. El, mediante su pasión y muerte, nos mereció la
gracia, la gloria y toda suerte de bienes espirituales.

a) La gracia: "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los hombres, mucho más
copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom. 5, 10).

b) La gloria: "Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la sangre de
Cristo" (Heb. 10, 19).

c) Toda clase de bienes espirituales: "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales en
Jesucristo" (Ef. 1, 3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será
posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom. 8, 32).

b) ¿Por qué pudo Cristo merecer por nosotros?

Siendo el mérito un fruto personal, ¿cómo se explica que Cristo mereciera por nosotros? San
Pablo lo explica de dos maneras:

1o. Todos los cristianos formamos con Cristo un cuerpo místico, en el cual El es la Cabeza y
nosotros los miembros; y es natural que los miembros participen de los bienes de la cabeza.
(cfr. Rom. 12, 4; 1 Cor. 12, 12; Ef. 4, 15 y 5, 23).

Santo Tomás se expresa así: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo,
pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros en
virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent. 3, c. 18, a. 3).

2o. Porque así como toda la naturaleza humana, por estar encerrada en Adán, mereció la
privación de la gracia, así toda la naturaleza humana encerrada en Cristo, mereció que la gracia
se le devolviera.

Dice San Pablo: "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la vida" (I Cor.
15, 22).

c) ¿Cómo nos mereció Jesucristo estos bienes?

Los méritos de la pasión de Cristo se basan en su amor y en su obediencia.

Por amor y por obediencia a su Padre quiso Cristo someterse al sufrimiento y la muerte; y de
ambas virtudes recibió la pasión de Cristo toda la grandeza y eficacia.

Además, convenía sobremanera que la Redención fuera una obra de amor y obediencia. Ya que
el pecado del primer hombre fue un pecado de desobediencia fundado en el orgullo. Por
amarse el hombre excesivamente a sí mismo, no vaciló en desobedecer a Dios.

La Redención vuelve al hombre a Dios: y debía consistir en un acto de obediencia, por amor.

De esta suerte los infinitos merecimientos de la pasión y muerte de Cristo, se deben


principalmente a su amor y a su obediencia.

10.3.3 La Redención nos liberó del poder del demonio

El pecado nos constituyó deudores a la justicia divina; y Dios permitió que, en castigo, el
demonio tuviera poder sobre el hombre. Este poder Regó a ser tan grande, que los Padres de la
Iglesia, lo comparan a un cautiverio o esclavitud.

Pues bien, Cristo con la Redención pagó la deuda debida a la justicia divina; y en consecuencia
cesamos de vernos sometidos al demonio.

Es de advertir que la deuda de justicia que el hombre tenla contraída no era con el demonio,
sino con Dios. El demonio por tanto, no tenía ningún derecho de justicia sobre nosotros.

En consecuencia el poder de liberarnos, o de mantenernos cautivos no correspondía al


demonio, sino a Dios; así como el poder de dar libertad a un prisionero no corresponde al
simple carcelero, sino a aquél por cuya orden estaba preso.

10.4 NECESIDAD Y UNIVERSALIDAD DE LA REDENCIÓN

10.4.1 Su necesidad

La Redención, como la Encarnación, no era absolutamente necesaria, pues Dios podía dejar
abandonado al hombre, o perdonarlo generosamente.

Pero si era necesaria en el supuesto de que Dios exigiera una reparación condigna. En este caso
era preciso que una de las divinas Personas se hiciera hombre y reparara la ofensa causada a
Dios, porque sólo un hombre-Dios puede reparar de una manera digna la ofensa cometida
contra Dios.

10.4.2 Su universalidad y nuestra cooperación

Es de fe que Cristo murió por todos los hombres, esto es, que se entregó en rescate para que
todos se salven.

Aunque de hecho muchos no lo consigan, por no emplear los medios de salvación necesarios.

Calvino enseñó que Cristo no murió por todos los hombres, sino sólo por los elegidos. Lo
mismo enseñan los jansenistas, quienes para denotar esta idea no representan a Cristo
crucificado con los brazos abiertos, sino casi cerrados.

Esta enseñanza está en contradicción con la Sagrada Escritura. San Juan nos dice: "Cristo es
propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero (I
Jn. 2, 2). Y San Pablo: "Cristo se dio a sí mismo en rescate por todos" (I Tim. 2, 6).

Cuando la Escritura dice que "Cristo murió por muchos", de acuerdo con el género de la lengua
hebrea y los textos ya citados, muchos debe entenderse en el sentido de multitud: Cristo murió
por la multitud, esto es, por todos.

Aunque Cristo murió por todos los hombres, no podemos salvarnos sin la cooperación de
nuestra parte. Es el mismo Cristo quien nos enseña: "Si quieres entrar en la vida eterna, guarda
los mandamientos" (Mt. 19, 17). Y San Agustín dice: "El que te creó sin ti, no te salvará sin ti".
Esto es, sin tu cooperación.

"Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos
aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre sin
excepción alguna- ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre -cada hombre sin
excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es
consciente de ello. Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre -a todo hombre
y a todos los hombres- su luz Y su fuerza para que puedan responder a su máxima vocación"
(Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, num. 14), cfr. Puebla, núm. 1310.

Los protestantes, en especial Lutero y Calvino niegan la necesidad de cooperar a la gracia,


enseñando que sólo la fe justifica; esto es, que ella nos aplica los méritos de Cristo, sin
necesidad de cooperación de nuestra parte.

Este es un gravísimo error, que está en evidente contradicción con la enseñanza de la Sagrada
Escritura. "La fe sin obras es muerta", declara Santiago (2, 20). Y San Pablo: "No son justos los
que oyen la ley, sino aquéllos que la cumplen" (Rom. 2, 13). Y el mismo Cristo declara que en el
juicio final recibirán la recompensa del cielo los que hayan practicado las obras de misericordia
para con su prójimo (cfr. Mt. 25, 34).

10.4.3 Aplicación de los méritos

Es necesario, pues, que nos apliquemos los méritos de Cristo mediante los medios instituidos
por El con este fin: la fe, los mandamientos, los sacramentos, la oración. Quienes desprecian
estos medios no pueden salvarse.

Sería falso afirmar que los méritos de Cristo, por ser de infinito valor, se extienden sin más a
todos. Porque aunque sean de infinito valor, son como una medicina, que no aprovecha sino al
que se la aplica.

Advirtamos aquí dos circunstancias:

a) Cristo no se contentó con merecernos la salvación, sino que nos dio también la oportunidad
de merecerla con nuestros propios méritos. Lo cual es mucho más honroso para nosotros, pues
no la recibimos como limosna, sino con cierto derecho a ella.

b) Nuestros méritos no menoscaban los de Cristo, pues de ellos reciben toda su eficacia.
Además es indispensable que unamos nuestra satisfacción a la de Cristo, esto es, que expiemos
nuestros pecados para poder salvarnos. Y así nos dice: "Si no hacéis penitencia, todos por igual
pereceréis" (Lc. 13, 5).

En este sentido debe entenderse la frase de San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta por
padecer a Cristo" (Col. 1, 24). Esto es, mortifico mi carne para que puedan aplicárseme los
méritos y satisfacción que Cristo me alcanzó con sus padecimientos y su muerte.

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 ESPECIAL: CUARESMA
 El Cuerpo del Señor

 El Bautismo del Señor

 La misión doctrinal del sucesor de Pedro

 Benedicto XVI: Estados Unidos 2008

 Benedicto XVI: Homilías

 Benedicto XVI: Audiencias

 El primer anuncio de la Pasión

 16. La Vida Eterna

 15. La Iglesia y el Estado

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