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Teorías feministas de la tecnología

Judy Wajcman1
Las teorías feministas de la tecnología han pasado por mucho durante el último
cuarto del siglo XX. El encuentro en expansión en la intersección de la
academia feminista y los Estudios de Ciencia Y Tecnología (ECT 2) ha
enriquecido ambos campos de una manera increíble, y yo me centraré
principalmente en reflexionar en la bibliografía asociada con estos sitios.
Empiezo por recalcar las continuidades como las diferencias entre el feminismo
contemporáneo y el anterior y sus debates sobre tecnología, en los que la
tecnología es conceptualizada tanto como una fuente como una consecuencia
de relaciones de género. Tratando de evitar el determinismo tecnológico como
el esencialismo de género, esas teorías enfatizan que la relación entre género
y tecnología es fluida y contextual. Estas deliberaciones remarcan el hecho de
que los procesos de cambio técnico pueden influenciar relaciones de poder
sobre los géneros. Una visión feminista de las políticas de la tecnología es por,
lo tanto, clave para alcanzar igualdad de género.

1. Introducción

Este artículo provee un panorama sobre los diferentes acercamientos de


conceptualizar la relación entre género y tecnología, tanto en el pasado como en
el presente. Para lograr esta tarea, debo enfatizar que las discusiones feministas
siempre han tenido diversas y superpuestas formas. Mientras que las visiones
estándares sobre el feminismo han presentado los feminismos liberal, socialista y
posmoderno como diferentes perspectivas, la verdad es que no se desenvuelven
como ramas independientes o en un orden cronológico simple. Además, como los
ECT, los trabajos de la academia feminista son interdisciplinarios y se organizan
alrededor de núcleos de interés y problemas, todo dentro de un marco heterodoxo
de trabajo. Para nuestros propósitos acá, necesitaré, de ser necesario, presentar
las diferentes ramas esquemáticamente para destacar sus perspectivas
contrastantes. Sin embargo, lo que debería surgir de este panorama es un
entendimiento de sus interconexiones, y la preocupación común de las anteriores
1 Profesora JudyWajcman, Departamento de Sociología, Escuela de Economía y Ciencias Políticas de
Londres,
Houghton Street, Londres, WC2A 2AE.
2 En inglés STS: science and technology studies (nota del traductor).

1
y más recientes teorías del “tecnofeminismo”, para así cuestionar las relaciones de
poder sobre los géneros en el mundo material (Majcman, 2004).
Empezaré por inspeccionar cómo las perspectivas feministas modifican
nuestro entendimiento de lo qué es la tecnología, ampliando el concepto mismo
para no solamente incluir artefactos (objetos) sino que las culturas y las prácticas
asociadas con esas tecnologías. Luego subrayaré algunos acercamientos
tempranos enfatizaban el rol de la tecnología como reproductor del Patriarcado,
contrastando con más recientes escritos ciberfeministas que ven las tecnologías
digitales y biomédicas como posibilidades para desestabilizar diferencias de
género convencionales. Este ensayo examinará entonces el excitante cuerpo de
trabajo que ha florecido de la intersección de la academia feminista y los ECT en
las décadas pasadas. Esos acercamientos se centran en la mutua formación de
género y tecnología, sin la presunción de que el género ni la tecnología son
preexistentes o que la relación entre ambos es inmutable. La bibliografía
resultante es generalmente más crítica de la tecnociencia que sus predecesores,
pero al mismo tiempo está consciente del potencial para inaugurar nuevas
relaciones de género.

2. La tecnología como cultura


¿Cuál rol juega la tecnología como vínculo en las relaciones de poder en los
géneros? Empecemos con el concepto tradicional de lo que la tecnología se toma
por. Bajo esta perspectiva, la tecnología se piensa en los términos de las
máquinas industriales y las armas militares, las herramientas del trabajo y la
guerra, sin tomar en cuenta otras tecnologías que afectan la vida cotidiana. La
misma definición de tecnología, en otras palabras, se construye a partir de las
actividades masculinas.
En principio, una dificultad para las feministas era demostrar que la
identificación duradera entre tecnología y masculinidad no es inherente a alguna
diferencia biológica. Las académicas feministas cómo las oposiciones binarias en
la Cultura Occidental, como cultura-naturaleza, razón-emotividad, duro-suave, han
privilegiado la masculinidad sobre la feminidad (Harding, 1986). La asociación

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automática-y-dada-por-sentada de hombres y máquinas es el resultado la
construcción histórica y cultural del género. Similarmente, las concepciones
normales de innovación, producción y trabajo también han estado bajo la lupa. Así
como las economistas feministas han redefinido la disciplina de economía para
tomar en cuenta trabajo doméstico y la labor de cuido (Folbre, 2001; Himmelwiet,
2003), también las académicas feministas de ECT han argumentado sobre el
significado de tecnologías cotidianas (Cowan, 1976; Stanley, 1995). Una
reevaluación de la labor de cocina, cuido de niños y las tecnologías de
comunicación inmediatamente daña el estereotipo cultural de que las mujeres son
tecnológicamente incompetentes o invisibles a las esferas técnicas.
Es saludable recordar que fue solo con la formación de la ingeniería como
una profesión blanca, masculina de clase media que “las máquinas masculinas
más que las fábricas femeninas” se convirtieron en los marcadores de la
tecnología (Oldenziel, 1999). Durante el final del Siglo XIX, ingeniería mecánica y
civil vino a definir lo que la tecnología es, disminuyendo el significado tanto de
artefactos como de formas de conocimiento asociadas con mujeres. Lo anterior
fue el resultado del auge de ingenieros como una élite con derechos exclusivos –
privilegios- a una expertise técnica. Algo crucial: tomaba en cuenta la creación de
una identidad masculina profesional, basada en la educación y sus calificaciones,
y la promesa de puestos gerenciales, bien diferenciados de ingeniería de planta y
trabajos de cuello azul. También se relaciona con un ideal de masculinidad,
caracterizado por la cultivación de proezas corporales y logros individuales. Al
mismo tiempo, la feminidad era reinterpretada como incompatible con objetivos
tecnológicos. Era durante y mediante este proceso que el término “tecnología”
tomó su significado moderno. El legado es la asociación automática e
incuestionada de tecnología con hombres.
En acuerdo con la rama amplía de las ETC, los escritos feministas han
identificado por mucho tiempo las formas en que las relaciones socio-tecnológicas
se manifiestan no solamente en objetos físicos e instituciones, pero también en
símbolos, lenguaje e identidades (McNeil, 2007). Los hechos científicos y
artefactos tecnológicos son tratados simultáneamente como semióticos y

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materiales. Una visión amplia de la ciencia y tecnología (tecnociencia) como una
cultura o una “práctica semiótica-material” nos permite entender cómo las
relaciones con la tecnología son integrales para la construcción de la subjetividad
de ambos sexos (Haraway, 1997). Para continuar por un momento con el ejemplo
de la ingeniería, vemos un caso arquetípico de cultura masculina, donde el
dominio sobre la tecnología es una fuente de placer y poder para la profesión
predominantemente masculina (Faulkner and Lohan, 2004; Hacker, 1989). Dichas
imágenes resuenan con el mundo de hackers en el Instituto de Tecnología de
Massachusetts (MIT) descritos por Sherry Turkle (1984, p. 216): “aunque los
hackers niegan que la suya sea una cultura de machos, la preocupación por ganar
y someterse a sí mismo a pruebas que aumentan en violencia vuelve su mundo
particularmente masculino en espíritu, decididamente hostil para las mujeres”.
Esto no es lo mismo que decir que todas las mujeres rechazan la “cultura
geek”, ni que toda la ciencia computacional está codificada como masculina. En
Malasia, por ejemplo, las mujeres están bien representadas en el grupo de
estudiantes de ciencia (Lagesen, 2008). Las ideologías sexuales son
excepcionalmente diversas y fluidas, y para algunos hombres el conocimiento
técnico puede ser tanto sobre su falta de poder como de la demostración de este.
Sin embargo, en las sociedades occidentales contemporáneas, la forma
hegemónica de masculinidad está asociada con proezas técnicas y poder
(Wajcman, 1991). Diferentes grados de exposición a tecnología durante la niñez,
la prevalencia de diferentes modelos, las formas de enseñanza, y la extrema
segregación del mercado laboral han llevado a lo que Cockburn (1983, p. 203)
describe como la “construcción de los hombres como fuertes, manualmente
competentes y dotados tecnológicamente, y las mujeres como físicamente y
técnicamente incompetentes”. Entrar en dominios técnicos requiere, por lo tanto,
mujeres dispuestas a sacrificar aspectos de su identidad femenina.
A pesar de la recurrente retórica sobre las nuevas oportunidades de las
mujeres en el nuevo conocimiento tecnológico, los hombres continúan dominando
el trabajo técnico. El empleo de mujeres en el sector de tecnologías de la
información, electrónicos y comunicaciones (ITEC en inglés) es mucho más bajo

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que su participación en el cuerpo de trabajo en general, y está decayendo en
muchos países industrializados. En el Reino Unido, por ejemplo, menos de uno en
cinco profesionales y gerentes en ITEC son mujeres y la cifra es todavía menor en
roles de estrategias y desarrollo de software en las Tecnologías de Información
(IT) (Evans et al., 2007). Esto coincide con los resultados de la encuesta sobre
habilidades del 2006, que encontró que los hombres, más que las mujeres, se
encontraban en trabajos que involucran uso de equipo computarizado avanzado o
complejo y este “desbalance de género ha cambiado poco desde 1997 a 2007
(Felstead et a., 2007, p.xxi).3 Estas divisiones sexuales en el mercado laboral
prueban que en promedio, las mujeres son excluidas de los procesos de diseño
técnico que moldea el mundo en que vivimos, y este es un punto al que volveré
luego.
Economistas del mercado laboral tienen a explicar tal segregación sexual en
términos de capital humano, responsabilidades domésticas que caen
desproporcionadamente sobre las mujeres y discriminación al momento de ser
empleadas (Becker, 1991). En este marco, remediar el “déficit de género” es visto
como un problema que puede ser resuelto gracias a una combinación de
diferentes procesos de socialización y políticas de igualdad de oportunidad. Las
fuerzas y limitaciones de igualdad de oportunidad de empleo han sido debatidas
en décadas recientes (Bacchi, 1996; Herman and Webster, 2007; Wyatt et al.,
2000). Las feministas han apuntado que el problema no cae sobre las mujeres (su
socialización, sus aspiraciones y valores) y que necesitamos concentrarnos sobre
las preguntas más amplias sobre cómo la tecnociencia y sus instituciones pueden
ser reformadas para acomodar mujeres. Dichas críticas enfatizan que, además de
estructuras de género y estereotipos, culturas establecidas de masculinidad son
todavía omnipresentes en estas industrias, causando que muchas mujeres
jóvenes rechacen carreras y mujeres mayores dejen el campo. Esto se debe
fundamentalmente a que las mujeres se les pide que cambien aspectos mayores

3 Esto también se refleja en la diferencia salarial de género en Londres, la más alta en Inglaterra como
resultado de la dominación del sector financiero que busca estudiantes de matemáticas, ciencia e ingeniería
(Greater London Authority, Closing the Gap, 2008).

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de su identidad de género por una versión masculina, mientras que no existe una
versión de un proceso “desgenerizante” para los hombres.

3. La tecnología en función del género


Luego de reconocer la complejidad de la relación entre mujeres y tecnología,
para la década de los años 80, las feministas estaban explorando el carácter de
género de la tecnología en sí. En las palabras de Sandra Harding (1986, p. 29), las
críticas feministas de la ciencia evolucionaron de “hacer la pregunta femenina” en
la ciencia a preguntar la más radical “pregunta de la ciencia” en el feminismo. En
lugar de preguntar cómo las mujeres pueden estar más equitativamente tratadas
dentro y por la ciencia, el cuestionamiento se volvió a una ciencia aparentemente
tan profundamente incrustada en proyectos masculinos también puede ser
posiblemente usada para medios emancipatorios femeninos. Similarmente, los
análisis feministas de la tecnología fueron cambiando del acceso femenino a la
tecnología para examinar los mismos procesos mediante los cuales la tecnología
evoluciona y es usada, así como los procesos que construyen el género. El
feminismo socialista y el radical empezaron a analizar la naturaleza de género de
los saberes técnicos, y pusieron bajo la lupa hasta los mismos artefactos. Los
factores sociales que dan forma a las diferentes tecnologías fueron escrutados,
especialmente la manera en que la tecnología refleja divisiones y desigualdades
de género. El problema no era solo el monopolio masculino de la tecnología, sino
cómo también el género mismo insertado en la tecnología.
Para el feminismo radical, las mujeres y los hombres son fundamentalmente
diferentes, y el poder femenino, la cultura femenina y el placer femenino es
considerado como algo que ha sido sistemáticamente controlado y dominado por
los hombres, operando mediante instituciones patriarcales como la medicina y la
milicia. La tecnología occidental, como la ciencia, está implicada en el proyecto
masculino de la dominación y el control de la mujer y la naturaleza. Este
acercamiento ha tenido una particular influencia para entender las relaciones de la
tecnología de la reproducción humana (Corea et al., 1985; Spallone and Steinberg,
1987). Parte de la percepción que el proceso de embarazo y cuido del niño está

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directamente controlado por tecnologías más sofisticadas e inclusivas. La
oposición férrea de las feministas radicales al desarrollo de nuevas tecnologías
reproductivas (como el in vitro) reflejan miedos hacia la explotación del cuerpo
femenino por parte del patriarcado. Se hizo llamado por nueva tecnología con
valores femeninos en lugar de masculinos.
Estos acercamientos tomaron el debate de género y tecnología más allá del
modelo de uso/abuso, y se concentraron en las cualidades políticas de la
tecnología. Mientras que el feminismo liberal ve el problema en términos de control
masculino de tecnologías neutrales, las radicales argumentan que las relaciones
de poder en género están insertas más profundamente dentro de la tecnociencia.
Esto fue también una aserción forzosa de que los intereses y las necesidades de
las mujeres como diferentes de las masculinas, al tiempo que destaca la manera
en que las mujeres no siempre son servidas por las tecnologías. Sin embargo,
representando a las mujeres como naturalmente maternales y pacifistas, reforzaba
una visión esencialista de las diferencias de sexo. La especificidad histórico-
cultural del entendimiento moderno de la mujer como un ser otro del hombre fue
pasada por alto (Merchant, 1980). Muy a menudo el resultado era un retrato
pesimista de las mujeres como víctimas de la tecnociencia patriarcal.
Mientras que el feminismo radical se concentraba en la sexualidad y los
cuerpos femeninos, el núcleo de las preocupaciones del feminismo socialista era
la relación entre el trabajo de las mujeres y la tecnología. Como muchas de mis
contemporáneas, llegué a los temas de género y tecnología debido a estar
inmersa en los debates marxistas de los años setenta sobre el trabajo la
tecnología de producción. Esta bibliografía produjo una crítica certera al
determinismo tecnológico, argumentando que, lejos de ser una fuerza autónoma,
la tecnología misma es afectada por las fuerzas antagónicas de las relaciones
productivas de clase. La revolución tecnológica fue entendida como un rasgo del
proceso de acumulación capitalista. El punto de vista feminista socialista empezó
revelando que la división de trabajo era también una jerarquía sexual, y que su
naturaleza de género no era incidental. Una perspectiva histórica crucial fue traída
para considerar en el análisis del monopolio masculino sobre la tecnología.

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Investigación extensa demostró que la exclusión femenina de la tecnología es una
consecuencia de la dominación masculina de las habilidades que se desarrollaron
desde la Revolución Industrial (Bradley, 1989; Cockburn, 1983; Milkman, 1987).
El feminismo socialista enmarca, entonces, dicha masculinidad inserta en la
maquinaría misma, destacando el rol de la tecnología como una clave del poder
masculino (Cockburn, 1985; McNeil, 1987; Wajcman, 1991; Webster, 1989). En
lugar de tratar a los artefactos como neutrales o sin-valor, las relaciones sociales
(incluyendo las relaciones de género) son materializadas en herramientas y
técnicas. La tecnología se ve como moldeada por la sociedad, pero moldeada por
hombres a expensas de las mujeres. Mientras que estos trabajos académicos
reflejan un entendimiento de la variabilidad y la pluralidad históricas de las
categorías de “mujer” y “tecnología”, era, sin embargo, pesimista sobre las
posibilidades de rediseñar tecnologías para la equidad de género. La proclividad
de los desarrollos tecnológicos para ampliar las jerarquías de género fue
enfatizada en lugar de buscar prospectos que pudieran apostar por un cambio. En
simple, no se puso suficiente atención a la agenda femenina. Y es precisamente
esta visión negativa lo que provocó una reacción desde una nueva generación de
académicas feministas.
Además, en la década de los ochenta, la segunda ola del feminismo se había
transformado a sí misma en respuesta a las críticas sostenidas del feminismo
negro, la Teoría Queer, el Feminismo Posmoderno y el Feminismo Poscolonial. Un
grupo de escritoras se refieren ahora al “Posfeminismo” o al Feminismo de Tercera
Ola para marcar una ruptura epistémica (Gill, 2007; pp. 250-251). Estos trabajos
más recientes marcan una nueva ruta lejos del debate de la equidad para
concentrarse en debates sobre las diferencias de las mujeres, haciendo hincapié
en que el género está conectado a otras aristas del poder como la etnia,
colonialismo, sexualidad, discapacidades y clase. En lugar de pensar en “el”
feminismo, debemos pensar “los” feminismos, como múltiples y dinámicos, en un
proceso de transformación continua.

4. Enfoques contemporáneos

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Si las feministas de los años ochenta eran algo pesimistas sobre las
posibilidades para las mujeres de la revolución microelectrónica, hubo una
respuesta más entusiasta en el amanecer de la era digital. Compartiendo el
entusiasmo de los ciber-gurús, desde Manuel Castells (1996) a Nicholas
Negroponte (1995), los acercamientos feministas de la década de los años
noventa y en la actualidad son más positivos acerca de los chances que dan las
tecnologías de la información y comunicación para empoderar mujeres y
transformar las relaciones (Green and Adam, 1999; Kemp and Squires, 1998;
Kirkup et al., 2000).
Un argumento recurrente en estos textos es que la virtualidad del
ciberespacio y el internet representan el fin de la base de la diferenciación de los
sexos (Millar, 1998; Plant, 1998). Ciberfeministas, por ejemplo, Sadie Plant (1998),
ven en las tecnologías digitales bordes tan borrosos entre lo humano y las
máquinas, como lo masculino de lo femenino, permitiendo a sus usuarios escoger
sus disfraces y asumir otras identidades. La tecnología industria bien puede tener
un carácter patriarcal, pero las tecnologías digitales, basadas en cerebro más que
por fuerza física, en redes más que en jerarquías, son precursoras de una nueva
relación entre las mujeres y las máquinas. Escritoras como Plant están
interesadas en revalorar lo femenino, trayendo la alteridad femenina a colación, su
diferencia, al Ser. Para ellas, el internet y el ciberespacio es visto como un medio
femenino, que dota la base tecnológica para una nueva forma de sociedad
potencialmente liberadora para las mujeres. De acuerdo con esto, las mujeres,
más que los hombres, están equipadas para la vida en la era digital.
El optimismo de estos textos posfeministas se resume muy bien en la
metáfora Cyborg de Donna Haraway (1985, 1997), construyendo la idea de que la
tecnología es una parte plena de todos nosotros. Debido a que es un aspecto de
nuestra identidad, un aspecto de nuestra corporalidad; concebirnos como ciborgs
dota herramientas para transformar las relaciones de género de la tecnociencia.
Haraway nota que el gran poder de la ciencia y la tecnología para creador nuevos
significados y nuevas entidades, nuevos mundos. Ella positivamente disfruta de la
dificultad de predecir los efectos de lo que la tecnología será y advierte contra

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cualquier rechazo de lo “no natural”, lo híbrido, entidades producidas por la
biotecnología. Le ingeniería genética, la reproducción tecnológica y la venida de la
realidad virtual son vistas como fundamentalmente retos a las visiones
tradicionales de identidad de género. Como tales, marcan una transformación en
las relaciones entre mujer y tecnología.
Los desarrollos en las tecnologías digitales de verdad claman por una
repensar radical, tanto de los procesos de innovación tecnológica y su impacto en
la cultura y las prácticas cotidianas. El trabajo revolucionario de Haraway abrió
nuevas posibilidades para los análisis feministas para explorar caminos en los que
las vidas de las mujeres están entrelazadas íntimamente con las tecnologías.
Mirando hacia adelante, hacia lo que las tecnologías de la comunicación y
tecnología, y biotecnologías pueden hacer posible, Haraway elabora un nuevo
imaginario feminista, diferente del de la realidad material del orden tecnológico
existente. Su escritura ha sido particularmente influyente para las feministas que
estudian ciencias y tecnologías, simbolizando más la ruptura con respecto al
feminismo de segunda ola, que presentó a las mujeres como víctimas del cambio
tecnológico.
Aunque Haraway es optimista acerca de las posibilidades para un cambio
radical debido a los avances en tecnociencia, muy a menudo el trabajo de ella ha
sido visto como una aceptación acrítica de cualquier cosa digital. Tanto
entusiasmo ha inclinado a algunos comentaristas posmodernos hacia un
determinismo tecnológico (aunque sea en tono laudatorio y no pesimista). Todavía
hay una corriente en academia feminista en cibercultura que considera las nuevas
tecnologías digitales como una ruptura contra las establecidas e ignora cualquier
continuidad entre ellas.
Ciertamente las mujeres han estado activamente construyendo identidades
híbridas, transgénero a través de su consumo de nuevos medios. Escribir en blog,
por ejemplo, es una actividad popular de las mujeres jóvenes. Sin embargo, la
posibilidad y la fluidez del discurso de género en el mundo virtual es cercenado
por las viscerales, vívidas relaciones del mundo material. Incluso Second Life (un
juego de mundo virtual con dos millones de usuarios), que supuestamente

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promueve valores contra el orden establecido, se ha convertido en una fuente de
pornografía virtual, aparentemente atractiva para aquellos con gustos por el
sadomasoquismo (Bardzell and Bardzell, 2006). Estos mundos de fantasía,
entonces, no son necesariamente ambientes culturales para que las mujeres los
habiten. Para avanzar, tenemos que entender que la tecnología en sí misma no es
inherentemente patriarcal ni decididamente liberadora.

5. Tecnofeminismo: combinando feminismo y las ECT


En las dos décadas pasadas, los escritos feministas dentro de las ECT han
teorizado que la relación entre género y tecnología es mutua y constante. Una
idea compartida en esta tradición es que la innovación tecnológica en sí misma
depende de las circunstancias sociales del lugar al que pertenece. Crucialmente,
la noción de que la tecnología es simplemente el producto de imperativos técnicos
racionales ha sido desechada. Objetos y artefacto no se ven más separados de la
sociedad, sino como parte de la fábrica de lo social que mantiene la sociedad
cohesionada, ya nunca se consideran puramente técnicos o sociales. En lugar, la
amplia organización social o el acercamiento constructivista, trata la tecnología
como un producto socio-técnico, una red interminable, combinando artefactos,
gente, organizaciones, significados culturales y conocimiento. (Bijker et al., 1987;
Hackett et al., 2008; Law and Hassard, 1999; MacKenzie and Wajcman, 1999). Se
llega a la conclusión de que el cambio tecnológico es un proceso contingente y
heterogéneo en el cual la tecnología y la sociedad se constituyen mutuamente.
Dentro de las ETC estándares, las maneras en que los objetos tecnológicos
dan forma y son formados por la operación de los intereses de género o las
identidades no ha sido el foco de interés central. Mientras que las innovaciones
son vistas como redes socio-técnicas, le ha interesado mucho a las feministas
para demostrar que las relaciones de género alimentan esas redes. Después de
todo, si “la tecnología es la sociedad hecha duradera” (Latour, 1991, p. 103),
entonces las relaciones de género influenciarán los procesos de cambio
tecnológico, lo que al mismo tiempo reconfigura las relaciones de género. La
ausencia sistemática de las mujeres en los lugares de observable conflicto o

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debate sobre la dirección los desarrollos tecnológicos es un indicativo de la
movilización de los intereses de género como lo es la presencia de otros actores
sociales. Evidencia empírica, sobre todo, desde el horno microondas (Cockburn
and Otmrod, 1993), el teléfono (Martin, 1991), hasta la píldora anticonceptiva
(Oudshoorn, 1994) hasta robótica y agentes de software (Suchman, 2008) ha
demostrado claramente que la marginalización de las mujeres de la comunidad
tecnológica tiene una profunda influencia en el diseño, contenido técnico y el uso
de los artefactos.
Un marco de trabajo social-constructivista ha sido adoptado en la actualidad
por las feministas ECT (Berg, 1996; Faulkner, 2001; Lie, 2003). En común con mi
teoría tecnofeminista, se concibe la tecnología como causa y consecuencia de las
relaciones de género (Wajcman, 2004). En otras palabras, las relaciones de
género pueden ser pensadas como materiales en la tecnología, y la masculinidad
y la feminidad en turnos adquieren sus significados y carácter a través de su rol y
su involucramiento en las máquinas. Dicho acercamiento de una mutua formación
reconoce que el tema de género en las tecnologías afecta la entera trayectoria de
vida de un artefacto. De hecho, la investigación feminista ha estado a la
vanguardia de ciertos movimientos dentro las ECT para desconstruir la división
diseñador/usuario, y también la que hay entre consumo y producción, enfatizando
en la conexión de todas las fases del desarrollo tecnológico (Cowan, 1987). Lo
relacionado con el género de las tecnologías puede ser entendido no solo en
forma o diseño, pero también moldeado o reconfigurado en los múltiples puntos de
consumo y uso.
Déjenme ilustrar de nuevo esto considerando el punto de vista de un
economista sobre el impacto de las tecnologías en las labores domésticas. Ayner
Offer (2006) explica porque algunos tipos de aparatos para la casa –
electrodomésticos- se han hecho más populares que otros comparando los “que
salvan tiempo” (como las cocinas y las lavadoras) con los “de usar tiempo” (el
televisor, la radio). Sin embargo, le confunde descubrir que no hay relación directa
entre aparatos que salvan tiempo y el tiempo efectivo que se pasa en el hogar.
Aunque toma en cuenta el alza en los estándares y las diferencias de clase en los

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hogares, su modelo de consumo no está a tono con las relaciones de género de
los artefactos. Los electrodomésticos entran en un dominio significado en
términos de roles de género tradicionales, y vienen ya impresos con agendas de
género o “guiones de género”, definiendo sus operarios apropiados (Cockburn and
Ormrod, 1993; Oudshoorn et al., 2004). De hecho, los individuos demuestran su
identidad de género en parte a partir de su uso cotidiano de estos objetos. Ser
femenina es actuar performativamente la feminidad, y el uso diario del trabajo del
hogar continúa siendo importante para ser esposa y madre.
Además, las innovaciones tecnológicas de vez en cuando cambian la
naturaleza de las tareas, así como introducen nuevas prácticas. La academia ECT
reconoce cada vez más que lo significados sociales de la tecnología son
contingentemente estabilizados y disputables, que el destino de la tecnología
depende del contexto social y que simplemente puede ser leído como algo fijado
por las estructuras de poder. El marco de trabajo de la “domesticación”, en
particular, ha sensibilizado a los investigadores sobre procesos complejos
operando cuando se incorporan tecnologías en la vida cotidiana (Haddon, 2004;
Silverstone and Hirsch, 1992). En línea con los principios de moldeo social, la
domesticación enfatiza la agenda del usuario en la manera en que la gente
continuamente interpreta, se apropia y usa artefactos en sus vidas diarias.
Similarmente, el concepto de género en sí es ahora entendido como una
performatividad o un adjunto social, construido mediante la interacción (Butler,
1990). En lugar de concebir el género como algo fijado con existencia
independiente de la tecnología, la noción de “performatividad” o de “el género
como hacer” visualiza la construcción de las identidades género moldeadas junto a
la tecnología que se está haciendo. Por lo tanto, la tecnología y el género son
productos de un proceso relacional dinámico, surgiendo de actos individuales y
colectivos de interpretación. Siguiendo con esto, las concepciones “de género”
sobre los usuarios son fluidas, y que el mismo artefacto está sujeto a una variedad
de interpretaciones y significados. El resultado es una investigación feminista más
matizada que captura el entrelazado cada vez más complejo de género y

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tecnociencia, que lo ve como un proceso continuo de moldeo mutuo en el tiempo y
en constantes espacios.

6. Conclusión
Las teorías feministas de la tecnología han viajado un largo camino estos
últimos 25 años. La exploración intelectual de la tecnología presente en la
intersección entre el feminismo y las ECT ha enriquecido ambos campos
inconmensurablemente. Aunque cada uno se ha caracterizado por diversas líneas
argumentales a través de estas décadas, las continuidades subyacentes son
bastante increíbles. Ambos campos presentan de frente la manera en que la gente
y los artefactos “coevolucionan”, recordándonos que “las cosas podrían ser de otra
manera”, que las tecnologías no son el inevitable resultado de la aplicación de
conocimiento tecnológico y científico.
Para mí, la inconfundible visión del feminismo ETC o tecnofeminismo de que
el género es integral a su proceso sociotécnico, que la materialidad de la
tecnología permite o inhibe ciertas relaciones de poder entre los géneros. Las
identidades de las mujeres, necesidades y prioridades son configuradas junto a las
tecnologías digitales. A pesar de toda la diversidad de las voces feministas, estas
académicas comparten una preocupación común sobre las divisiones jerárquicas
que marcan las relaciones entre hombres y mujeres.
Una clave para nuestro análisis es el entendimiento que, mientras que el
género está incrustado en la tecnociencia, la relación no está mutualmente fijada.
Aunque el proceso de diseño es decisivo, las configuraciones sociotecnológicas
exhiben diferentes grados de determinación y contingencia en los diferentes
momentos de su relación. La capacidad de las usuarias mujeres para producir
nuevas, ventajosas lecturas de artefactos, depende de sus circunstancias
económicas y sociales.
Dicha perspectiva redefine el problema de la exclusión de grupos de los
dominios tecnológicos y actividades. El tecnofeminismo expone cómo las prácticas
concretas de diseño e innovación llevan a la ausencia de usuarios específicos,
como las mujeres. Aunque no siempre es posible identificar por adelantado las

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características de los artefactos y los sistemas de información que garantizarían
más inclusión, es imperativo que las mujeres estén involucradas a través de los
procesos y prácticas de la innovación tecnológica. Las ETC proveen una teoría
que constituye poder para las herramientas, técnicas y objetos para materializar
arreglos sociales, políticos y económicos. Atrayendo más mujeres al diseño –la
configuración de aparatos- no solo es un asunto de “igualdad de oportunidades”,
sino también en la manera en que nuestro mundo es formado, y para quién.
Vivimos en una sociedad tecnológica, una sociedad que se constituye por la
ciencia y la tecnología, así que las políticas de la tecnología son integrales en la
renegociación de las relaciones de poder.

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