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DE LA INTERPRETACIÓN A LA TRANSFERENCIA

Lacan presenta 4 términos en torno a la topología del ICH, términos que suelen confundirse y
cuyo uso común nos hace utilizar con cierto descuido.

Idealización. Identificación. Proyección. ¿Imaginario? Introyección. ¿Simbólico?

Estos dos últimos corresponden a campos diferentes y en cierta dimensión, no se encuentran.

En esta topología del ICH tenemos dos campos diferenciados. El campo del yo, del ICH
objetivable, homeostático, del sistema nervioso a fin de cuentas, al que se refieren estos
términos. Y el campo del Otro, campo que está allí desde mucho antes de que naciéramos y
cuyas estructuras circundantes nos determinan como sujetos. En este último es donde se dan
las dos funciones que ya fueron trabajadas por Lacan, a saber, la alienación y separación.

En el anterior capítulo estuvimos viendo el campo del yo y su topología en los círculos de Euler,
donde el Lust, que no es un campo en sí mismo, si no que corresponde a un objeto de placer,
es introyectado, mientras que el Unlust, será inasimilable, irreductible al principio del placer,
será no-yo, pero seguirá estando dentro del campo del ICH, sin que el funcionamiento
homeostático logre absorberlo y que acabará ocupando la función denominada objeto malo.

Para no confundirlo todo en el análisis, es importante reconocer a qué campo corresponde


cada cosa. Lacan nos dice que va a intentar adelantar lo que trabajará el curso siguiente en el
seminario y que denomina las posiciones subjetivas del ser, ya que todo lo que se ha trabajado
a partir de los fundamentos del análisis deberá mostrar algún esclarecimiento a la articulación
del análisis por el hecho de partir del deseo.

1. La metáfora

Tras la referencia de Lacan a su texto “la instancia de la letra…” y al poema “Booz Dormido”
nos llama la atención sobre la fórmula utilizada a partir de dicho texto para la metáfora,
fórmula que no solo tiene un valor matemático, sino que también indica que entre el
significante y el significado hay otra relación, la de efecto de sentido.

Con el sentido matemático de la fórmula, se pretendió dar peso en el inconsciente a una


articulación del significante último que vendría a encarnar la metáfora con el nuevo sentido
creado al usarla. Lo que supone en sí mismo un error lógico.
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Lo que ocurre, y Lacan considera que es fácil percatarse de ello, es que un significante a
sustituido a otro significante para constituir el efecto de metáfora, mandando a otra parte al
significante expulsado.

La interpretación no está abierta a todos los sentidos.

Que el efecto de interpretación sea aislar en el sujeto un “hueso” de sin sentido, no implica
que la interpretación sea en sí misma un sin sentido. La interpretación es una significación que
viene a ocupar el lugar de S` , e invierte la relación por la cual el significante tiene como efecto
al significado. El efecto de la interpretación es el surgimiento de un significante irreductible.
Este sería el tránsito de la interpretación significativa hacia el sin-sentido significante.

La significación no es esencial para que el sujeto advenga, lo esencial es que el sujeto vea, más
allá de esta significación, a qué significante (sin sentido, irreductible, traumático) está sujeto
como sujeto.

Lacan referencia al hombre de los lobos y al sueño de este sobre de la aparición de estos en la
ventana. Para demostrar, que en la vida del sujeto, ha habido algo que siempre ha venido a
reordenar el valor del índice determinante de ese significante primordial. Capta así, la
dialéctica del deseo del sujeto en tanto se constituye con el deseo del Otro.

Ese significante, decimos, entraña la infinitización del valor del sujeto ( analogía con la fracción
matemática en la que el denominador es 0), valor que no está abierto a todos los sentido, pero
que cancela todos los sentidos. Este significante que mata todos los sentidos funda, en el
sentido y el sin-sentido radical del sujeto, la función de la libertad.

Que el significante primordial, constituya al sujeto en su libertad respecto a todos los sentidos,
no quiere decir que no esté allí determinado. Porque en el numerador, han venido a inscribirse
significaciones dialectizadas en la relación con el deseo del Otro, que dan a la relación del
sujeto con el inconsciente un valor determinado.

2.

Volvemos a la transferencia. Esta, suele puede pensarse a partir de un sujeto al que se le


supone un saber, ¿de qué saber se trata? La significación.

La significación implica no poder rehusarse a ella, por tanto, Lacan destaca la dimensión del
deseo en la significación. Al sujeto se le supone un saber, simplemente por ser sujeto de
deseo. Y lo que ocurre cuando esto se da, es un efecto de transferencia, se trata del amor.
Querer ser amado.

Y aquí se produce una interesante paradoja y es que los analistas para poder interpretar tienen
que esperar que se produzca este efecto de transferencia, y a la vez, se produce el cierre del
sujeto al efecto de la interpretación bajo la alienación resultante de ese amor que es un efecto
de transferencia pero en su versión de resistencia, ya que su función esencial, es la del engaño.
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En tanto está sujeto al amor del analista, el sujeto desea engañarlo, acerca de esta sujeción
haciéndose amar por él. Detrás del amor de transferencia, está la afirmación del vínculo entre
el deseo del analista y el deseo del paciente.

A continuación Lacan nos refiere a realizar una articulación más radical, la del deseo del amo y
el esclavo. En este sentido, nos habla de Hegel y el Alcibíades de Platón para concluir el
apartado con la siguiente reflexión: El deseo del amo, en cuanto se presenta en la historia,
aparece extraviado. Cuando Sócrates intenta obtener su propia respuesta, le pregunta al
esclavo, al que no tiene ningún derecho de hacer valer su deseo. El inconsciente también habla
bajo, pero su insistencia es indestructible, tal vez haya una relación entre ambos.

3.

Para concluir Lacan aborda dos puntos, por un lado, sobre la identificación, en relación al
asombro que produjo al propio Freud que la regresión del amor ocurra con tanta facilidad en
términos de identificación.

En la segunda forma de identificación freudiana, Lacan pone el acento en el einziger Zug, rasgo
unario que no estaría en el campo primario de la identificación narcisista, sino precisamente
en el campo del deseo del Otro, ya que se constituye en el reino del significante. Es a partir
del rasgo unario, que se inaugura un tiempo mayor de la identificación en la tópica que por
entonces desarrollaba Freud, la idealización, el ideal del yo.

Es en el entrecruzamiento por el cual el significante unario llega a funcionar en el campo del


Lust, es decir, de la identificación primaria narcisista, está el mecanismo esencial de la
incidencia del ideal del yo. Y pone el ejemplo del niño que es sostenido por su progenitor
frente al espejo donde el sujeto ve aparecer, no su ideal del yo, si no su yo ideal, ese punto
donde desea complacerse consigo mismo.

Hay otra función que instaura una identificación aunque de índole muy diferente y que
introduce el proceso de separación. Se trata del objeto a. Este objeto sirve de soporte, en la
pulsión, a lo que queda definido y especificado por el hecho de que la entrada en juego del
significante en la vida del hombre le permite dar su sentido al sexo. Es decir, que el hombre
por conocer los significantes, el sexo y sus significantes siempre pueden llegar a presentificar la
muerte. La distinción entre pulsión de vida y pulsión de muerte, es válida en la medida en que
manifiesta dos aspectos de la pulsión, pero con la condición de concebir que todas las
pulsiones sexuales se articulan a nivel de las significaciones en el inconsciente, por cuanto
hacen surgir la muerte. La muerte como significante y solo como significante.

El sujeto, por la función del objeto a, deja de estar ligado a la vacilación del ser, al sentido que
constituye lo esencial de la alienación.

Tendríamos pues un efecto de identificación basado en la alienación a través del rasgo unario,
de los significantes, y un efecto de identificación basado en la separación a partir del objeto a.

Booz se había acostado, rendido de fatiga;


Todo el día había trabajado sus tierras
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y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;


Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.
Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.
Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;
Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
“Dejar caer a propósito espigas” -decía.
Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.
Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.
El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.
2
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.
Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.
3
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.
Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.
Y Booz murmuraba con la voz del alma:
“¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
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la cifra de mis años ha pasado los ochenta,


y no tengo hijos y ya no tengo mujer.
Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.
Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;
Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua”.
Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.
4
Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.
Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.
Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.
La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.
La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.
Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.
Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
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inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,


qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.

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