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2.

REFLEXIONES HISTORIOGRÁFICAS
SOBRE EL ORIENTALISMO ANTIGUO
Jordi Vidal1
Universitat Autónoma de Barcelona

EL PAPEL DE LA HISTORIOGRAFÍA EN EL ORIENTALISMO


ANTIGUO
Es un hecho de sobra conocido y comentado que los estudios sobre el Próxi-
mo Oriente Antiguo –que engloban campos tan diversos como la asiriología
y sus derivadas (hititología, ugaritología y sumerología), la arqueología, la
historia del arte, la egiptología, etc.2– se caracterizan por su poca inclinación
hacia las discusiones teóricas y metodológicas, incluyendo los trabajos de tipo
historiográfico. Las causas que explican la poca predisposición hacia ese tipo
de estudios también son fáciles de discernir. A diferencia de lo que sucede en
campos afines, como los Estudios Bíblicos o de Antigüedad Clásica, el Orien-
talismo Antiguo cuenta todavía con gran cantidad de fuentes escritas (tabli-
llas cuneiformes) inéditas, bien se trate de textos depositados en los almace-
nes de los museos, bien de tablillas recuperadas más recientemente en
excavaciones regulares o clandestinas.3 Desde un punto de vista arqueológico
la situación es parecida. Siempre y cuando las condiciones políticas de la re-
gión lo permitan,4 lo cierto es que los arqueólogos disponen todavía de gran

1. Agradezco a Rocío Da Riva los valiosos comentarios que realizó del presente trabajo. Por su-
puesto, cualquier error es responsabilidad únicamente mía.
2. A pesar de todo, en el presente trabajo nos centraremos de forma prioritaria en la asiriología
y la arqueología del Próximo Oriente. La egiptología, a pesar de sus evidentes puntos en común
con las anteriores, posee también unas especificidades propias que impiden un tratamiento con-
junto y homogéneo de las tres disciplinas.
3. Sobre la abundante presencia de piezas mesopotámicas, en especial de tablillas cuneiformes,
en el mercado negro véase, entre otros, Rothfield, 2009 y Koliński, 2011.
4. Sobre el impacto de los conflictos armados en Siria e Irak sobre el patrimonio arqueológico de
ambos países véase la declaración institucional publicada por la International Association for

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cantidad de yacimientos, nuevos o ya conocidos, por excavar, estudiar y publi-


car. Todo ello configura un panorama donde los principales esfuerzos de los
investigadores continúan dirigidos hacia el análisis primario de esas fuentes
nuevas antes que hacia la reflexión teórica sobre los propios estudios.
Enfrentado a esa misma cuestión que estamos planteando aquí, el asirió-
logo italiano Mario Liverani concluía recientemente que los investigadores
dedicados al Próximo Oriente Antiguo trabajan invariablemente a partir de
un esquema de prioridades muy bien definido.5 Dicho esquema consta de tres
fases sucesivas en el proceso de investigación: (1) adquirir y publicar nueva
documentación (arqueológica o textual); (2) utilización histórica de esa docu-
mentación (ya sea desde un punto de vista económico, político, social, ideoló-
gico, etc.); (3) reflexión historiográfica (historia de los estudios, según la ter-
minología de Liverani).
Más allá de ese esquema tripartito, Liverani señala que en el campo del
Orientalismo Antiguo todavía no se ha alcanzado de forma satisfactoria esa
tercera fase. Por lo tanto, la cuestión inevitable consiste en saber cuándo está
previsto que se llegue a la misma. La respuesta de Liverani es contundente (y
pesimista): al final, cuando ya no quede nada más por hacer relacionado con
las dos primeras fases, entonces los especialistas encontrarán el tiempo nece-
sario para dedicarse a la historiografía.
En realidad, las palabras de Liverani lo que hacen es señalar el estado de
inmadurez en el que todavía se encuentran los estudios sobre Próximo Orien-
te Antiguo. En este sentido, a nadie se le escapa que la labor investigadora
aún está fuertemente condicionada por la urgencia por publicar datos inédi-
tos y por situar esos datos dentro de su marco cronológico y temporal corres-
pondiente.6 Para comprobar esa situación basta con repasar los programas de
las principales reuniones científicas que de forma anual o bienal reúnen a los
principales especialistas en historia, lenguas y arqueología del Próximo
Oriente. En dichas reuniones la mayoría de las comunicaciones encajan den-
tro de los parámetros a los que aludíamos antes.7
De esta forma, si bien esa despreocupación por la reflexión sobre la propia

Assyriology en su página web en Agosto de 2014: <http://iaassyriology.org/wp-content/


uploads/IAA-English.pdf> [Última consulta 25/08/2014].
5. Liverani, 2014 [2013]: 11 y ss.
6. En un discurso pronunciado en 1998 el asiriólogo alemán Stefan M. Maul confirmaba que el
futuro de la asiriología, tras más de 100 años de historia, todavía iba a estar dominado en las
décadas siguientes por la edición de tablillas cuneiformes inéditas (Maul, 1998).
7. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a la Recontre Assyriologique Internationale, el Interna-
tional Congress on the Archaeology of the Ancient Near East, el International Congress of Egyp-
tology, etc.

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disciplina es perfectamente comprensible en función de lo comentado arriba,


no es desde luego una situación ideal ni debe permanecer inmutable. A estas
alturas ya no parece necesario seguir recordando la importancia de llevar a
cabo un estudio serio sobre nuestra manera de escribir la historia, una impor-
tancia que ya está bien asumida por ejemplo en el campo más general de la
arqueología.8 Bastará con apuntar que los estudios historiográficos, cuando
están bien hechos, resultan fundamentales para el desarrollo y mejora de las
metodologías de investigación, así como para tomar consciencia de cómo, y
en función de qué factores (económicos, sociales, políticos, religiosos, etc.) los
historiadores de ayer y de hoy han representado el pasado en cada una de sus
obras.9 Asimismo, únicamente el análisis historiográfico nos permite conocer
cuál ha sido el proceso evolutivo de las diferentes tesis históricas planteadas
en cada momento. Por último, aunque no menos importante, conviene desta-
car la necesidad de reconocer (y valorar en su justa medida) la labor de todos
los investigadores que nos han precedido.10 Por desgracia, con demasiada fre-
cuencia nos topamos con trabajos de investigación repletos de abundante bi-
bliografía perfectamente actualizada que, sin embargo, tienden a ignorar de
forma incomprensible las aportaciones más antiguas, donde a menudo se en-
cuentra la génesis intelectual de los trabajos que se están citando.
Tal y como apuntaba Aage Westenholz, la asiriología es percibida como
una disciplina humanística con un fuerte componente esotérico, con una re-
lación lejana e indirecta respecto a nuestra tradición cultural occidental, y
protagonizada por un conjunto de especialistas que únicamente dialogan en-
tre sí mismos, de espaldas no solo a los intereses del gran público, sino tam-
bién a los del resto de colegas historiadores.11 De forma honesta y autocrítica,
Zainab Bahrani y Marc Van de Mieroop reconocían recientemente que si el
Orientalismo Antiguo en general ocupa ese lugar marginal dentro de la dis-
ciplina histórica del que hablaba Westenholz se debe en buena medida a la
ausencia de reflexión sobre los propios estudios.12 La mera edición de fuentes
escritas o la publicación de datos arqueológicos no son suficientes para des-
pertar el interés del resto de historiadores, que ven en el Orientalismo Anti-
guo un ámbito críptico, dominado por las discusiones filológicas, epigráficas
o arqueológicas de detalle.
Sin embargo, sería injusto (y, desde luego, falso) pretender que hasta la

8. En este sentido, el trabajo de Trigger (1992 [1989]) supuso un auténtico punto de partida que
posibilitó la proliferación posterior de trabajos similares (Ruiz Zapatero, 2002: 16).
9. Ruiz Zapatero, 2002: 15.
10. Baquedano, 2009: 10.
11. Westenholz, 2006.
12. Bahrani/Van de Mieroop, 2006 [2004]: 16.

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fecha no ha existido en absoluto un interés por parte de los orientalistas en el


análisis de la historia de sus estudios.13 En este sentido, resulta paradigmático
el esfuerzo pionero de Sir Ernest A. Wallis Budge quien, apenas medio siglo
después del nacimiento de la asiriología, escribió una primera historia de la
misma.14 Con todo, la obra de Budge es esencialmente descriptiva, antes que
analítica, y posee un evidente sesgo filobritánico, lo que si bien no invalida su
mérito, sí obliga a una lectura crítica de la misma. De hecho, ha sido a finales
del siglo XX y principios del siglo XXI cuando ha tenido lugar una cierta pro-
liferación de trabajos que se han dedicado a analizar, desde una perspectiva
historiográfica, el desarrollo del Orientalismo Antiguo como disciplina aca-
démica.
En cierta forma, el punto de partida lo podríamos situar en la obra que
Marc van de Mieroop publicó en 1999.15 Que un asiriólogo del prestigio in-
ternacional de van de Mieroop escribiera una monografía dedicada a anali-
zar cuestiones como la posibilidad de escribir una «historia desde abajo» (o
una historia de la «gente corriente», según la terminología clásica de Edward
P. Thompson) usando los textos cuneiformes, así como a valorar las influen-
cias de Karl Marx y Max Weber en los estudios de Próximo Oriente Antiguo
suponía un auténtico hito. De esta forma, van de Mieroop demostraba que
desde la asiriología algunos autores ya empezaban a manifestar explícita-
mente la necesidad de desarrollar de forma sistemática los estudios historio-
gráficos en el marco de dicha disciplina.
Desde entonces se han sucedido distintos trabajos dedicados específica-
mente al estudio de la historia de las diferentes ramas que forman parte del
Orientalismo Antiguo. En este sentido podemos destacar, a modo de ejemplo,
obras como la de Mark S. Smith, acerca del nacimiento y desarrollo de los
estudios ugaríticos en el siglo XX,16 el volumen colectivo editado por Eric Jean
y dedicado específicamente a la historia de la hititología,17 así como las refle-
xiones en torno a la egiptología que tuvieron lugar durante el Eighth Inter-
national Congress of Egyptologists (Cairo, 2000).18

13. Véase Vita 2012 para un resumen reciente de la labor historiográfica en asiriología.
14. Wallis Budge, 1925.
15. Van de Mieroop, 1999. Con anterioridad a la obra de van de Mieroop conviene recordar la
existencia de algunos trabajos relevantes como los de Speiser, 1946, Oppenheim, 1960 y Bottéro,
1982. Sobre la arqueología del Próximo Oriente véase el clásico de Lloyd, 1981 y, más reciente-
mente, Mathhews, 2003: 1 y ss.
16. Smith, 2001.
17. Jean, 2001.
18. Hawass, 2003.

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ESTUDIOS BIOGRÁFICOS Y TRADICIONES NACIONALES


Con todo, y más allá de obras como las que acabamos de citar, lo cierto es
que en general, los incipientes estudios historiográficos en el campo del
Orientalismo Antiguo se están desarrollando esencialmente en una doble
dirección: los estudios biográficos y el análisis de las distintas tradiciones
nacionales.
La biografía de especialistas (sobre todo de arqueólogos) en Próximo
Oriente Antiguo es, sin lugar a dudas, el género más cultivado dentro del
ámbito historiográfico, especialmente en el mundo anglosajón. En Gran
Bretaña y los Estados Unidos está perfectamente asumido que el estudio de
las trayectorias personales es un vía privilegiada para el análisis historiográ-
fico. Es por ello que contamos ya con trabajos específicos dedicados a Austen
Henry Layard,19 Hormuzd Rassam,20 William M. Flinders Petrie,21 Kathleen
M. Kenyon,22 William F. Albright,23 James H. Breasted,24 etc. Dichos trabajos
nos permiten apreciar con detalle la relación íntima que existe entre las vi-
das de los autores (su vida individual), sus circunstancias políticas, sociales,
ideológicas, etc. (su vida colectiva) y su forma de producir el conocimiento
histórico.
El gusto anglosajón por el género biográfico (y autobiográfico),25 por des-
gracia no tiene un paralelo equiparable en otras tradiciones culturales. Es por
ello que figuras como mínimo tan relevantes como las antes citadas no cuen-
tan con trabajos similares que documenten de forma monográfica sus aporta-
ciones al Orientalismo Antiguo. Por fortuna, aunque muy lentamente, dicha
situación se va corrigiendo, como mínimo en Alemania, gracias a la publica-
ción reciente de estudios relacionados con autores como Friedrich Delitzsch,26
Robert Koldewey,27 Emil O. Forrer28 o Wolfram von Soden.29 En otra potencia
orientalística importante como es Francia, de forma intermitente, también

19. Waterfield, 1963.


20. Reade, 1993.
21. Drower, 1995.
22. Davis, 2008.
23. Running/Freedman, 1991.
24. Breasted, 2009.
25. Por lo que se refiere a las autobiografías de orientalistas podemos destacar las de Sayce,
1923, Petrie, 1931; Kramer, 1986 y Gordon, 2000. Nótese de nuevo el predominio anglosajón.
Fuera de ese ámbito cabe destacar la autobiografías de Andrae, 1961 y Parrot, 1979.
26. Lehmann, 1994.
27. Wartke, 2008 y Da Riva, en este mismo volumen.
28. Autor de origen suizo, aunque formado en Alemania (Oberheid, 2007).
29. Flygare, 2005 y 2006.

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30 INTRODUCCIÓN

se han publicado algunas biografías de autores fundamentales como Ernest


Renan30 o Victor Place.31
Por lo que se refiere a la historia de las tradiciones nacionales relaciona-
das con el Orientalismo Antiguo, de nuevo debe resaltarse el dominio de los
países anglosajones en este ámbito, especialmente de Estados Unidos. Así, al
trabajo pionero de C. Wade Meade sobre la aparición de la asiriología en
Norteamérica,32 podemos añadir ahora el excelente ensayo de Benjamin R.
Foster sobre esa misma cuestión.33 Tras corregir alguno de los planteamientos
de Meade, Foster analiza los principales factores que determinaron el mo-
mento y la forma en la que apareció la asiriología en Estados Unidos. En su
opinión esos factores fueron: (1) las conexiones con el mundo bíblico (un ele-
mento, por lo demás, común al resto de países occidentales); (2) la influencia
de la asiriología alemana, que se dejó notar de dos maneras distintas. Por una
parte, mediante la formación de estudiantes americanos en Alemania (p.e.
Francis Brown, Edgar J. Banks, Mary W. Montgomery, Mary I. Hussey, David
G. Lyon, James A. Craig, Ira M. Price, Robert F. Harper). Por otra, mediante
la llegada a las universidades estadounidenses de profesores alemanes y aus-
tríacos (Paul Haupt, Hermann V. Hilprecht, Morris Jastrow, Albrecht Goet-
ze, Julius Lewy, A. Leo Oppenheim); (3) la fuerte tradición filantrópica ame-
ricana que, entre otros, promovió la inclusión del estudio de lenguas
orientales en las universidades más importantes del país, al tiempo que fi-
nanció las primeras expediciones a Mesopotamia; y (4) la influencia de los
estudios judíos y de la inmigración judía proveniente de Europa (a pesar del
virulento antisemitismo esgrimido por algunos académicos americanos a
principios del siglo XX).34
Por supuesto, también en Francia,35 Inglaterra y Alemania se han publica-
do trabajos que reflexionan acerca de su propia tradición orientalística. Es in-
teresante constatar que en el caso alemán, dicha tradición se ha estudiado so-
bre todo en función de su relación con determinados episodios de su historia
contemporánea, en especial con el nazismo. En este sentido resultan paradig-
máticos los estudios de Johannes Renger,36 quien, en diversos artículos y con-
gresos, ha analizado sin complejos la estrecha relación existente entre algunos

30. Deth, 2012 y Aubet, en este mismo volumen.


31. Pillet, 1962.
32. Meade, 1974.
33. Foster, 2006.
34. Kramer ofrece un testimonio de primera mano acerca del antisemitismo en la academia
estadounidense a principios del siglo XX (Kramer, 1986: 50).
35. André-Salvini, 1999.
36. Renger, 2008 y en prensa.

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asiriólogos (Bruno Meissner, Arthur Ungnad, Carl Frank, Eckard Unger, Wol-
fram von Soden, etc.) y la ideología y la política nazis. En el ámbito egiptoló-
gico se constata un interés similar en esa misma materia, tal y como lo de-
muestra el reciente monográfico del Journal of Egyptian History (n.º 5, 2012),
dedicado al análisis de las relaciones entre determinados egiptólogos (Her-
mann Grapow, Alfred Hermann, Hermann Kees, Hermann Junker, Wilhelm
Czermak, Siegfried Schott, Herbert Schaedel, Günther Roeder, Uvo Hölscher,
Heinrich Schäfer, Walter Wolf, Friedrich von Bissing) y el Tercer Reich.37

EL EJEMPLO ESPAÑOL
Al margen de las principales potencias en el ámbito de la Orientalística Anti-
gua, en estos últimos años otros países «periféricos» están dando a conocer
trabajos que analizan sus propias experiencias nacionales.38 Entre los ejemplos
clásicos de «periferia» en los estudios relacionados con el Orientalismo Anti-
guo se halla, por supuesto, el estado español. Siguiendo la misma tendencia
que se puede constatar en el ámbito internacional, también en España se ha
experimentado estos últimos años un creciente interés historiográfico sobre la
materia.39 En este sentido, y al margen de las correspondientes publicaciones,
me parece conveniente destacar dos hitos que ilustran perfectamente esa afir-
mación. Por una parte, cabe señalar la exposición La aventura española en
Oriente (1166-2006), que tuvo lugar en el Museo Arqueológico Nacional de
Madrid en 2006. Dicha exposición sirvió, entre otros, para evidenciar la larga
tradición de contactos culturales, diplomáticos y, también, arqueológicos exis-
tentes entre determinadas figuras españolas y los diversos países del Próximo
Oriente. Por otra parte, el workshop organizado por Rocío Da Riva en la Uni-
versitat de Barcelona en noviembre de 2013, workshop que da origen al pre-
sente volumen, es otro momento destacable en la historiografía española sobre
el Próximo Oriente Antiguo. Tanto la voluntad de Da Riva por organizar un
workshop monográfico dedicado exclusivamente a cuestiones historiográficas,
como el interés de un considerable número de especialistas por participar en el
mismo son elementos que demuestran la tendencia que apuntábamos antes.40

37. Dicho volumen ha sido revisado y publicado en forma de monografía independiente (Sch-
neider/Raulwing, 2013).
38. Véase, por ejemplo, Çig, 1988 para el caso de Turquía o Aro/Mattila, 2007 para Finlandia.
39. Véase recientemente Córdoba Zoilo/Jiménez Zamudio/Sevilla Cueva, 2001; Córdoba, 2005;
Córdoba/Pérez Díe, 2006 y 2006b; Vidal, 2010-2011, 2012, 2013, 2013b, 2014 y en prensa; Mo-
linero, 2011.
40. Con anterioridad véase también Córdoba Zoilo/Jiménez Zamudio/Sevilla Cueva, 2001.

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32 INTRODUCCIÓN

En general, los trabajos sobre el desarrollo del Orientalismo Antiguo en


España hasta ahora han servido para demostrar la existencia de una doble y
desigual vía en el desarrollo de los mismos. En el caso concreto de la asiriolo-
gía, la primera vía era la formada por el esfuerzo solitario de figuras como
Francisco García Ayuso, Ramiro Fernández Valbuena, Joan Rovira Orlandis
o Joaquín Peñuela. Dichos autores, en especial este último, pueden ser consi-
derados como auténticos asiriólogos, con una buena formación académica y
capacidad para acceder directamente y trabajar con las fuentes cuneiformes.41
Sin embargo, por sus propias circunstancias y por el entorno académico tan
poco propicio para el desarrollo de dichos estudios en el que hubieron de mo-
verse, todos ellos fueron incapaces de crear una auténtica escuela asiriológica
en España. Tanto es así que hoy resultan figuras prácticamente desconocidas
para las generaciones actuales de investigadores. En el caso de la arqueología,
la situación es hasta cierto punto similar. A diferencia de las grandes poten-
cias europeas, España no tuvo presencia ni intereses coloniales en el Próximo
Oriente, por lo que el país se mantuvo completamente al margen del redes-
cubrimiento arqueológico del Oriente Antiguo. De hecho, hubo que esperar
más de un siglo para que tuvieran lugar las primeras excavaciones arqueoló-
gicas en la región (Mogaret Dalal (1960) y Khirbet Arair (1964-1967), en
Jordania), dirigidas por Joaquín González Echegaray y Emilio Olávarri res-
pectivamente.42 Un importante factor en común entre este grupo de pioneros
era el elemento eclesiástico. Fernández Valbuena (sacerdote), Rovira Orlan-
dis (jesuita), Peñuela (jesuita), González Echegaray (sacerdote) y Olávarri
(sacerdote), eran todos ellos hombres de iglesia, con pocos o ningún vínculo
con el mundo universitario.43 Esa vocación religiosa y ese escaso contacto con
la universidad no solo determinaron en buena medida su aproximación al
Orientalismo Antiguo, fuertemente condicionada por el elemento bíblico,
sino que limitaron su capacidad para crear una auténtica escuela orientalísti-
ca a partir de la formación de nuevos investigadores.
La segunda vía a la que hacíamos referencia es la protagonizada por pro-
fesores, estos sí, universitarios, con frecuencia arqueólogos, que sin ser espe-
cialistas en el Próximo Oriente Antiguo publicaron algunos manuales sobre
la cuestión, generalmente por encargo de las mismas editoriales que trataban
así de llenar algunos vacíos en sus fondos. A diferencia del grupo anterior, en

41. Sobre la figura de Peñuela véase Garrido, 1970; Delgado, 2001; Vidal, 2013: 86 y ss.; Garcia/
Vidal, 2014.
42. Véase un resumen de aquellas primeras intervenciones arqueológicas en González Echega-
ray, 1988.
43. Para un breve perfil biográfico de todos ellos véanse sus correspondientes entradas en Vidal,
2013.

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REFLEXIONES HISTORIOGRÁFICAS SOBRE EL ORIENTALISMO ANTIGUO 33

este caso el valor académico de dichos trabajos es limitado, dada la aproxima-


ción siempre secundaria que realizaban sobre la materia, nunca basada en el
conocimiento directo de las fuentes arqueológicas y epigráficas. Sin embargo,
fueron obras que ejercieron una notable influencia sobre varias generaciones
de estudiantes universitarios, que se sirvieron repetidamente de ellas duran-
te su proceso de formación académica. Algunos ejemplos de este segundo
grupo son Pere Bosch Gimpera, Eduard Ripoll o Antonio Blanco Freijeiro,
autores los tres de manuales universitarios de referencia en España y Latino-
américa.44
Lo cierto es que, por desgracia, ninguna de las dos vías, ni la eclesiástica
ni la universitaria, sirvió para consolidar en España los estudios sobre Orien-
talismo Antiguo. Tanto es así que todavía hoy no se hallan plenamente inte-
grados en los planes de estudio universitarios, siendo todavía imprescindible
recurrir a los grandes centros de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Fran-
cia o Italia para poder formarse en ese ámbito con ciertas garantías.

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34 INTRODUCCIÓN

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